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La Poética de la Provincia: sobre Noelia en el País de los Cosos de Ignacio Minaverry

Noelia en el País de los Cosos fue publicado originalmente en el Suplemento de Historietas de


Télam y luego republicado en la revista Fierro en su última encarnación, entre los números 87 y
100 (enero de 2014 – febrero de 2015). Noelia tiene algo de “lado b” frente a la otra gran obra
producida por Minaverry durante el mismo período, Dora. Si en esta hay monocromatismo,
temas “serios”, líneas rectas y claras, diseño preciso; Noelia es puro color, curvas, caos y
destrucción y aventuras a gran escala. En Dora la moral de los personajes es compleja, ambigua,
la historia pesa como una bolsa de piedras; en Noelia es blanco y negro (o blanco y verde, mejor
dicho) pero a la vez tiene buenas dosis de una ética natural, los cosos no tienen bondad o maldad,
simplemente son, y son utilizados por las distintas facciones en pugna como una fuerza salvaje
que da sentido a sus esfuerzos.

Lo que está tan claro en Dora, el peso de la historia y de los combates políticos, aquí está
“oculto” bajo una ínfima capa de metaforización. Pero quizás antes tenga que contarles un poco
el argumento: Noelia es una adolescente que, en el camino a Pergamino (¿por qué Pergamino, de
todos los lugares?) se pierde y termina en el País de los Cosos, conociendo a Sähkökitara, una
especie de guerrera bárbara (“algo así como un Nippur femenino”, dice Minaverry en el
prólogo), enorme, terráquea y munida de una guitarra como toda arma, que va a ser su compañía
a lo largo de la aventura. Las primeras páginas en las cuales se nota el inicio tímido de una serie
que todavía no encuentra su temática y su estilo pronto dan paso a una alegoría sobre la política
argentina alrededor del año en que fue publicada, que comienza sutil para volverse cada vez más
evidente a medida que pasan las páginas. Esto también marca el fin de la paleta predominante en
amarillo que emplea Minaverry al principio y da inicio a una policromía fantástica.

Es que en el País de los Cosos hay dos tipos de cosos: verdes y blancos. El país (idéntico a la
Provincia de Buenos Aires) está dividido en dos partes, norte y sur. En el norte los cosos
consumen un ámbar verde que procede de los bosques de su región, procesado y convertido en
esferas a través de la aplicación de una energía misteriosa. Los cosos del sur consumen energía
pura, que es extraída por la empresa Riomar S.A., la cual tiene un monopolio sobre la misma, y
de ese modo domina tanto a los cosos del sur como a los del norte. Periódicamente, las dos
facciones van a la guerra.
Esta obra de Minaverry pone en primer plano una pregunta común a las obras alegóricas: ¿cuán
sutil o no tiene que ser la metáfora? ¿Cuántas capas de metaforización antes de que la intención
autoral se pierda y confunda al lector? Minaverry juega con estos sentidos todo el tiempo. El
empleo de la provincia de Buenos Aires como País de los Cosos lo vincula de forma directa con
nuestro país, pero la división de la misma en norte y sur no responde a ninguna separación de la
vida real entre partidos ricos y partidos pobres, sino más bien a una artificialidad de su
disposición geográfica. De igual modo, prontamente descubrimos que los cosos del norte son
gobernados por los Guardianes de los Cosos, elegidos cada dos primaveras en un ritual secreto.
Los cosos del sur, mientras tanto, parecieran ser dominados por un grupo corporativo-militar
corporizado en un CEO (un Babar del mal con discurso new age) y un general (con facciones
videlianas) pero ¿hay elecciones? ¿El norte tiene jurisdicción sobre el sur o éste es una república
cuasi separatista? Y, lo que es más importante, ¿qué son los cosos? ¿Son los argentinos? ¿Son el
peronismo?

A menudo esta falta de definición parece deberse más bien a las condiciones de producción de la
obra que a un plan premeditado. Noelia no constituye un universo cerrado con reglas
completamente claras, sino que es el producto de una acumulación de páginas y sucesos. Pero de
algún modo esa generación un tanto caótica sirve para amplificar la potencia poética de su
mensaje y para “borronear” la bajada de línea política de modo tal de que se vuelva resbalosa.

De cualquier manera, no vamos a mentir al lector: Noelia presenta al último Guardián de los
Cosos del Norte (una suerte de presidente elegido cada dos años) como un personaje que lleva
todo el tiempo un 54% en la galera (pero es un hombre, y gordo, y no parece producto de una
veneración cristinista). Asimismo, en un momento se nos comenta que “los cosos no siempre
fueron iguales” y vemos una imagen donde se lee “1976” y a un coso blanco parecido a un alien
que esconde a un militar con cara de calavera. Uno de los Guardianes de los Cosos que perdió la
última elección lleva el cartelito del 1% y pide que los cosos “sean rojos y con control obrero”
… A menudo la metáfora se vuelve clara y transparente, incluso burda y brutal. En ese sentido,
Noelia recuerda a otra gran y complicada obra que intentó metaforizar una particular posición
política e interpretación de la historia argentina: El Sueñero.

El Sueñero de Enrique Breccia pertenece a ese particular momento en el cual la liberación post-
dictadura permitía volver a hablar de muchas cosas, situación causal de la proliferación de obras
en los cuales los grados de metaforización tienden a cero y el mensaje político te lo tiran por la
cabeza. Es el caso de la desafortunada Perramus, una de mis cosas menos favoritas (a pesar del
muy buen dibujo de Breccia) de la historieta argentina. Pero también produjo cosas como El
Sueñero, en donde la cuestión comienza muy genérica, muy aventurera, para devenir panfleto
político. Lejos estoy yo de comulgar con la idea de nación y patria que impulsa Enrique Breccia,
pero al menos puedo admirar su alucinada convicción. A diferencia de Perramus, cuya justa
denuncia se lee un tanto torpe hoy en día, El Sueñero es una absoluta locura idiosincrática que
solo podía ser producida por las coordenadas ideológicas complicadísimas de Enrique Breccia y
que no renuncia a una especie de rueda donde arte y mensaje se alimentan mutuamente.

Noelia tiene, al menos para mí, algo que la acerca a un El Sueñero progreperonista. Ahí donde
Breccia ve sangre, fuego, patria, honor, gauchismo; Minaverry reemplaza con rosca política,
acción efectiva del Estado, obra pública, defensa de los desposeídos que se convierten en
protagonistas heroicos. Minaverry no apunta en la misma dirección, ni llega a los mismos niveles
de panfletismo violento que Breccia, pero algo de ese empleo de una iconografía de la aventura
para ilustrar posiciones políticas los emparenta. Minaverry mezcla un toque de Vaughn Bodé, un
cachito de Miyazaki, un poco de Trondheim-Sfar en La Mazmorra, Los Ramones, el metal, la
cumbia, Jeff Smith, el ska; y saca del otro lado peronismo, conurbano, sindicalismo y revolución.
En ello Noelia en el País de los Cosos se emparenta con la obra de ese gran artista grotesco del
conurbano que es Frank Vega, con sus monstruos en callejuelas de tierra y pibes tomando birra
en la esquina.

Y Minaverry sabe jugar con las capas de significación. Volvamos a los cosos. ¿Qué son los
cosos? A los verdes Minaverry los dibuja con los ojos chuecos de Kirchner. Pero los cosos no
tienen lo que se podría llamar conciencia política. Los cosos simplemente hacen de acuerdo a
quién los comande. Y esa identificación iconográfica tampoco garantiza un apoyo estable de los
cosos al Guardian de turno. Entonces, ¿son las mayorías democráticas? ¿Entonces por qué
adoptan la cara del Poder Ejecutivo cuando nuestra definición de democracia que el
representante político debería responder a las masas? ¿Es esto una definición acerca de nuestro
sistema presidencialista? ¿Son los cosos dominados o dominantes? ¿Piensan o solo actúan? En
un libro publicado durante el último apogeo del kirchnerismo pero leído a la luz de la situación
política de 2017, es difícil no intentar encontrar claves y ser preso de una agridulce nostalgia.
Y todo esto se complica con la aparición del Viejo del Bosque, quien dirime las guerras entre
cosos verdes y blancos. De estos últimos, además, se alimenta. ¿Quién es esta instancia supra
electoral? ¿Es el Leviatán del Estado? ¿Es Perón? ¿Es la voluntad general? ¿Es la economía
capitalista?

A la vez el libro, estéticamente, está hiper cargado de una influencia pop años sesenta. No solo
en los diseños de algunos personajes, que recuerdan a Heinz Edelmann; sino también en algunos
sutiles toques de Carpani en la cara de algunos cosos; y en el diseño total del libro, que recuerda
tanto a los LPs y afiches de psicodelia de los sesenta como a algunas ediciones del Centro Editor
de América Latina. Los sesenta representan un período extraño para la imaginería peronista-
estatista y de difícil asimilación en el proyecto que se desarrolló entre 2003 y 2015. Es el tiempo
del peronismo proscripto enrolado en el tenso teje y maneje del “golpear y negociar” sobre las
grietas del sistema represivo militar, y la impugnación del voto en blanco. No son los tiempos
desesperados y heroicos de la Resistencia, ni tampoco aún el momento del peronismo
revolucionario agazapado en la esperanza del retorno definitivo. El proyecto kirchnerista, en su
imaginario político, se apoyó de maneras iguales en el estatismo procurador de derechos del
peronismo clásico y en cierto utopismo de la juventud setentista, más nunca en su reivindicación
de la violencia. Las marcas de la violencia se incorporaron a través de la adopción estatal de la
política de derechos humanos, columna vertebral del consenso democrático. Pero fue en esa
compleja y a menudo contradictoria síntesis en donde el kirchnerismo cosechó las adhesiones
más fervorosas, la “minoría intensa” que parece ser simultáneamente su mayor capital y su
mayor límite.

Minaverry abreva estéticamente en un período bisagra de la historia del peronismo y lo sintetiza


con una reflexión sobre el proceso político 2011-2015, que hoy ya parece tan lejano. En el
prólogo menciona que intentó “dar forma a una especie de representación historietística de para
qué sirve el Estado”. El Estado, para Minaverry, sirve para regular las conductas, los recursos
naturales, la distribución de la riqueza y, sobre todo, para actuar. La discusión que sostiene el
libro se debate entre el Estado como gran mediador de las diferencias sociales (las casas que los
cosos construyen en el Barrio Los Planetoides) y los diversos discursos que propulsan el
individualismo meritocrático. En menor medida, también, hay una polémica con las propuestas
de la izquierda trotskista.
No los voy a engañar: Noelia es una obra con un muy preciso punto de vista, que no esconde (y
con la cual este crítico concuerda en gran parte). El Estado es el Leviatán, pero ese Leviatán
puede y debe ser empleado de la manera más socialmente justa posible. Noelia, a la vez, no se
hace ningún tipo de ilusiones al respecto del funcionamiento del Estado. Hay colas interminables
en dependencias burocráticas donde los trámites consisten en una multiplicidad de acciones
absurdas y ritualistas. El acuerdo al que se llega luego de la guerra está basado en gran medida
en un apriete de parte de los buenos. La guerra sucede. No es un Estado puro y santo, es una
maquinaria de poder. Si no están de acuerdo con este punto de vista, quizás la obra les parezca en
demasía panfletaria.

Pero Noelia es también una hermosa historia de aventuras. La continua confusión de ambos
registros (el político y el poético) la hace trascender. Eso y el enorme y fantástico dibujo de
Minaverry quién aquí acompañado de esos colores fabulosos se consagra (al menos para mí)
como uno de los mejores dibujantes del país. Todo contribuye: la plasticidad de las escenas de
acción, la narración clarísima cuadro a cuadro, el genial diseño de personajes, los distintos
trazos, que van de una línea gruesa y violenta con muchas líneas cinéticas del manga para las
escenas de acción, hasta un estilo infantil y llamativo para los cosos, algunas caras y el CEO de
Riomar. Sobre todo, ésta es una obra donde el color, ese elemento fundamental y a menudo
pasado por alto, cumple un rol impactante y maravilloso. Cada página de Noelia es una fiesta por
la diversidad cromática, que emplea toda la paleta y se filtra en fondos, vestimentas, estados de
ánimo, con momentos del más puro metal en donde las líneas prácticamente desaparecen y las
masas de colores cuentan la historia.

Noelia es una obra artístico-política de la mejor manera posible, balanceándose entre esos dos
polos: tiene algo para decir, una idea política sobre el mundo, pero a la vez entiende que esa idea
viene empaquetada en algo que tiene que ser bello. En esa puerta giratoria construye una
significación que fuga y que merece más y mejores lecturas.

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