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El Sacramento de la

Confirmación
02/01/17 10:00 AM

por Padre Lucas Prados

(Capítulo 3)

1. Naturaleza del sacramento de la Confirmación

Materia del sacramento.

Forma del sacramento.

Sujeto apto para ser confirmado.

Ministro del sacramento.

Padrinos del sacramento.

2. Historia del sacramento de la Confirmación

El día de Pentecostés.

La Confirmación y la iniciación cristiana.

Sacramento instituido por Jesucristo.

La Confirmación en la Sagrada Escritura, la


Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

La Confirmación a lo largo de los siglos.


La necesidad de este sacramento en orden a
la salvación.

3. Efectos del sacramento de la Confirmación

Confirmarnos en la fe.

El carácter sacramental

Dones del Espíritu Santo.

Frutos del Espíritu Santo.

4. Los “manipuladores” del Espíritu Santo

**********************

Naturaleza del sacramento de la Confirmación

(Sac 3.1)

La Confirmación es el verdadero y propio sacramento


por el que Dios confirma en nosotros la obra que
comenzó en el Bautismo, y nos conduce a la
consolidación de la fortaleza cristiana.

La Confirmación, junto con el Bautismo que le


precede, y la Eucaristía, forman lo que se conoce con
el nombre de los “sacramentos de la iniciación
cristiana”. Cuando la Confirmación se celebra
separadamente del Bautismo, como es el caso en el
rito romano, la liturgia del sacramento comienza con
la renovación de las promesas del Bautismo y la
profesión de fe de los confirmandos. Así aparece
claramente que la Confirmación constituye una
prolongación del Bautismo. Cuando es bautizado un
adulto, recibe inmediatamente la Confirmación y
participa en la Eucaristía.

El sacramento de la Confirmación nos une más


íntimamente a la Iglesia y nos enriquece con una
fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma
quedamos obligados aún más, como auténticos
testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus
palabras y sus obras

En algunas ocasiones se oye decir a catequistas poco


preparados –e incluso a sacerdotes que no han
recibido una adecuada formación – que la
Confirmación es el sacramento en que el bautizado
confirma su fe y renueva sus promesas a Dios; lo cual
no es correcto. No es que nosotros confirmemos
nuestra fe; para ello no hace falta sacramento alguno,
sino que es Dios quien nos confirma a nosotros, nos
da en plenitud su Espíritu y nos transforma en
soldados de Cristo para poder defender y proclamar
valientemente nuestra fe.
Tal como nos dice el Catecismo de la Iglesia
católica: “La Confirmación perfecciona la gracia
bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo
para enraizarnos más profundamente en la filiación
divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer
más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos
todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio
de la fe cristiana por la palabra acompañada de las
obras.” (CEC nº 1316).

El Nuevo Testamento nos narra cómo los apóstoles,


en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban
imponiendo las manos, comunicando el Don del
Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia
del Bautismo:

“Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén


de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios,
les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron
por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues
todavía no había descendido sobre ninguno de ellos;
únicamente habían sido bautizados en nombre del
Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y
recibían al Espíritu Santo”. (Hech 8: 15-17; 19: 5-6).

Esto explica por qué en la carta a los Hebreos se


recuerda, entre los primeros elementos de la
formación cristiana, la doctrina del Bautismo y de la
imposición de las manos (Heb 6:2). Es esta
imposición de las manos la que ha sido con toda
razón considerada por la tradición católica como el
primitivo origen del sacramento de la Confirmación,
el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la
gracia de Pentecostés.

Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu


Santo, se añadió a la imposición de las manos una
unción con óleo perfumado (crisma)[1]. Esta unción
ilustra el nombre de “cristiano” que significa
“ungido” y que tiene su origen en el nombre de
Cristo, al que “Dios ungió con el Espíritu Santo”
(Hech 10:38). Y este rito de la unción existe hasta
nuestros días tanto en Oriente como en Occidente. Por
eso, en Oriente se llama a este sacramento
crismación, unción con el crisma. En Occidente el
nombre de Confirmación sugiere que este sacramento
al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la
gracia bautismal.

Tal como nos dice la Sagrada Congregación para la


Propaganda de la Fe en su decreto del 6 de agosto del
1840: “La imposición de manos constituye la materia
esencial del sacramento, no sin embargo aquella que
precede la unción, sino la que tiene lugar al momento
de la aplicación del crisma”.[2] Dato que está
claramente recogido por el Código de Derecho
Canónico cuando dice: “El sacramento de la
Confirmación se administra por la unción con el
crisma en la frente, que se hace con imposición de la
mano, y por las palabras prescritas en los libros
litúrgicos aprobados” (c. 880 § 1).

La materia de este sacramento

Dijimos que la materia del Bautismo, el agua, tiene el


significado de limpieza; en este sacramento, la
materia significa fuerza y plenitud.

En el rito de este sacramento conviene considerar el


signo de la unción y lo que la unción designa e
imprime: el sello espiritual.

La materia del sacramento de la Confirmación es el


“santo crisma”; aceite de oliva mezclado con
bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del
Jueves Santo[3]. La unción debe ser en la frente.

Así pues, la materia remota sería el crisma


consagrado por el obispo y compuesto de aceite de
oliva y bálsamo. Y la materia próxima del sacramento
sería la unción a modo de cruz con el santo crisma en
la frente del confirmando hecha por el ministro del
sacramento.
El aceite, que significa el brillo de la conciencia,
tiende por naturaleza a extenderse, lo cual expresa la
plenitud desbordante que fluye de nuestra Cabeza,
Jesucristo (Sal 132:2), y se difunde sobre todos los
cristianos por la acción del Espíritu Santo (Jn 1:16).

El bálsamo, perfume suavísimo, que significa la


fragancia de las virtudes que adornan al alma, cuando
se recibe este sacramento, tiene además la propiedad
de preservar de corrupción, de modo que manifiesta
bien los efectos de la Confirmación.

Tal como nos dice Santo Tomás de Aquino, “Era


conveniente que la materia de este sacramento fuera
compuesta, pues en él se da la plenitud del Espíritu
Santo en sus múltiples dones”[4].

La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee


numerosas significaciones: el aceite es signo de
abundancia (Deut 11:14) y de alegría (Sal 23:5;
104:15); purifica (unción antes y después del baño) y
da agilidad (la unción de los atletas y de los
luchadores); es signo de curación, pues suaviza las
contusiones y las heridas (Is 1:6; Lc 10:34) y el
ungido irradia belleza, santidad y fuerza (CEC, nº
1293).
Todas estas significaciones de la unción con aceite se
encuentran en la vida sacramental. La unción antes
del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa
purificación y fortaleza; la unción de los enfermos
expresa curación y consuelo. La unción del santo
crisma después del Bautismo, en la Confirmación y
en la Ordenación, es el signo de una consagración.
Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que
son ungidos, participan más plenamente en la misión
de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que
éste posee, a fin de que toda su vida desprenda “el
buen olor de Cristo” (2 Cor 2:15).

Por medio de esta unción, el confirmando recibe “la


marca”, el sello del Espíritu Santo. El sello es el
símbolo de la persona (Gen 38:18; CC 8:9), signo de
su autoridad (Gen 41:42), de su propiedad sobre un
objeto (Deut 32:34) —por eso se marcaba a los
soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el
de su señor—; autentifica un acto jurídico (1 Re 21:8)
o un documento (Jer 32:10) y lo hace, si es preciso,
secreto (Is 29:11) (CEC nº 1295).

Cristo mismo se declara marcado con el sello de su


Padre (Jn 6:27). El cristiano también está marcado
con un sello: “Y es Dios el que nos conforta
juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió,
y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el
Espíritu en nuestros corazones” (2 Cor 1:22). Este
sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a
Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero
indica también la promesa de la protección divina en
la gran prueba escatológica ( Ap 7:2-3; 9:4; Ez 9:4-6)
(CEC 1296).

La forma de este sacramento

La forma del sacramento de la Confirmación son las


palabras que acompañan a la unción y a la imposición
individual de la mano que hace la cruz sobre la frente
diciendo: “Recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo” (Catec. Nº. 1300). La cruz es el arma con que
cuenta un cristiano para defender su fe.

Las palabras de la forma manifiestan los dos efectos


principales de la Confirmación: el carácter, que se
imprime indeleblemente en el alma del confirmando,
y la gracia de la comunicación del Espíritu Santo.

En el rito latino, “el sacramento de la Confirmación


es conferido por la unción del santo crisma en la
frente, hecha imponiendo la mano, y pronunciando
estas palabras: “Recibe por esta señal el don del
Espíritu Santo”[5] . En las Iglesias orientales de rito
bizantino, la unción del confirmando se hace después
de una oración de epíclesis, sobre las partes más
significativas del cuerpo: la frente, los ojos, la nariz,
los oídos, los labios, el pecho, la espalda, las manos y
los pies, y cada unción va acompañada de la
fórmula: “Sello del don que es el Espíritu Santo”[6].

El sujeto apto para ser confirmado

Según nos dice el Código de Derecho Canónico (c.


889,1): “Todo bautizado, aún no confirmado, puede y
debe recibir el sacramento de la
Confirmación”. Puesto que Bautismo, Confirmación
y Eucaristía forman una unidad, si se recibiera sólo el
Bautismo y a lo largo de la vida del fiel cristiano no
se recibiera la Confirmación ni la Eucaristía, la
iniciación cristiana quedaría incompleta; y además, se
incurriría en pecado si hubiera sido por menosprecio
del sacramento.

A lo largo de la historia de la Iglesia, la edad más


adecuada para la recepción de este sacramento ha ido
cambiando por razones principalmente de orden
práctico y pastoral. Sabemos que, en los inicios de la
cristiandad, cuando la mayoría de los bautizados eran
adultos, éstos recibían simultáneamente los tres
sacramentos de la iniciación cristiana.
Por lo que respecta a la liturgia romana, la Tradición
Apostólica dice explícitamente que los tres
sacramentos de la iniciación se confieren tanto a los
adultos como a los niños, sean éstos de corta edad o
lactantes. Esa praxis siguió vigente durante el tiempo
en que la iniciación cristiana se realizaba en una única
celebración litúrgica.

Con el paso de los siglos, y conforme se fue haciendo


más común el Bautismo de los recién nacidos, se
tendió a separar temporalmente la recepción de los
mismos, y como consecuencia, a postergar la
recepción de la Confirmación.

Hacia los siglos XIII-XIV, y con mayor intensidad en


los siguientes, la Confirmación se difería hasta los
siete años, época de la discreción, fuera del caso de
necesidad. León XIII en 1894 insistió en que se
recibiera hacia los siete años y antes de la Primera
Comunión.

El Ordo Confirmationis recoge la praxis antigua y


moderna, al establecer que los adultos, “a la vez que
reciben el Bautismo, sean admitidos a la
Confirmación y a la Eucaristía…, mientras que los
niños serán confirmados hacia la edad de los siete
años”, pero deja a las Conferencias Episcopales la
determinación de una edad más tardía por motivos
verdaderamente pastorales.

El Código de Derecho Canónico establece que la


Confirmación se confiera al llegar la edad de la
discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal
determine otra edad. (CIC cc. 891; 893,3).

Si a veces se habla de la Confirmación como del


“sacramento de la madurez cristiana”, es preciso, sin
embargo, no confundir la edad adulta de la fe con la
edad adulta del crecimiento natural, ni olvidar que la
gracia bautismal es una gracia de elección gratuita e
inmerecida que no necesita una “ratificación” para
hacerse efectiva. Santo Tomás lo recuerda:

“La edad del cuerpo no prejuzga la del alma. Así,


incluso en la infancia, el hombre puede recibir la
perfección de la edad espiritual de que habla la
Sabiduría (4:8): ‘La vejez honorable no es la que dan
los muchos días, no se mide por el número de los
años’. Así numerosos niños, gracias a la fuerza del
Espíritu Santo que habían recibido, lucharon
valientemente y hasta la sangre por Cristo”.[7]

En los últimos 50 años, como solución pastoral para


intentar que los jóvenes entre 11 y 15 años siguieran
asistiendo a la Misa y practicando el culto, la
Conferencias Episcopales de muchos países
retrasaron hasta los 14 o 15 años la recepción de este
sacramento. Pero últimamente, al haber comprobado
que la gran mayoría de los jóvenes ya no recibían la
Confirmación, se está lentamente volviendo a la
práctica de confirmar en edades más tempranas; e
incluso en algunos casos, previamente a la recepción
de la Primera Comunión, tal como se hacía en los
siglos precedentes.

Si coincidiesen la preparación al Matrimonio y a la


Confirmación, permanece invariable el principio de
que los confirmandos han de recibir fructuosamente el
sacramento; de tal modo que, si se prevé que esto no
va a ser posible, el Ordinario del lugar puede retrasar
la Confirmación, si lo juzga oportuno. En caso de
peligro de muerte, debe hacerse una conveniente
preparación espiritual, en la medida de lo posible.

La preparación para la Confirmación debe tener como


meta conducir al cristiano a una unión más íntima con
Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu
Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de
poder asumir mejor las responsabilidades apostólicas
de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de la
Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la
pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia
universal como a la comunidad parroquial. Esta
última tiene una responsabilidad particular en la
preparación de los confirmandos.[8]

Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en


estado de gracia; por lo que se aconseja
encarecidamente a los párrocos que “obliguen” a
todos los confirmandos a confesarse previamente a la
recepción de este sacramento. Y, además, hay que
prepararse con una oración más intensa para recibir
con docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias
del Espíritu Santo tal como hicieron los Apóstoles en
Pentecostés (Hech 1:14).

El ministro del sacramento de la Confirmación

En la Iglesia primitiva la confección de este


sacramento estaba reservada a los Apóstoles (Hech 8:
14-18; 19: 1-7).

Durante los tres primeros siglos, era el obispo, como


jefe de la iglesia local, a quien correspondía reconocer
a los nuevos miembros de la comunidad y, como
signo de la presencia apostólica en él, bautizaba e
imponía las manos o ungía (segunda unción) a los
bautizados, asistido por los presbíteros; y cuando
éstos bautizaban y hacían la primera unción
postbautismal, él se reservaba la imposición de manos
y la crismación.

A partir del siglo III hay que distinguir entre la praxis


de Oriente y Occidente:

En Oriente, la multiplicación de las iglesias rurales y


la unidad de toda la iniciación cristiana motivó que
los presbíteros confiriesen la Confirmación por
delegación permanente de su obispo, por lo que eran
considerados ministros ordinarios del sacramento.

En Occidente varía según épocas e iglesias locales:

En España, por ejemplo, el Concilio de Elvira (a. 300)


determinó que confirmara el obispo; mientras que el
Concilio de Toledo del año 400 estableció que los
presbíteros podían conferir el sacramento en ausencia
del obispo o estando él presente, si lo autorizaba.

En África y Roma, en cambio, el ministro ordinario


era el obispo. Más aún, Roma intervino
enérgicamente cuando los presbíteros intentaron
confirmar.

Durante el siglo XIII, la Santa Sede concedió con


facilidad a los presbíteros misioneros la facultad de
confirmar a los neófitos, si resultaba difícil la
presencia del Administrador Apostólico.
En 1946, Pío XII otorgó a los párrocos y otros
sacerdotes, expresamente mencionados, la facultad de
confirmar en peligro de muerte.

El Código de Derecho Canónico manifiesta que el


obispo es el ministro ordinario y que pueden darse
ministros extraordinarios por indulto apostólico si la
necesidad lo requiere. De hecho, el CIC hace las
siguientes precisiones que son dignas de destacar:

El ministro ordinario de la Confirmación es el


Obispo; también administra válidamente este
sacramento el presbítero dotado de facultad por el
derecho universal o por concesión peculiar de la
autoridad competente (c. 882).

Gozan ipso iure de la facultad de confirmar:

Dentro de los límites de su jurisdicción, quienes


en el derecho se equiparan al Obispo diocesano.

Respecto a la persona de que se trata, el


presbítero que, por razón de su oficio o por
mandato del Obispo diocesano, bautiza a quien
ha sobrepasado la infancia, o admite a uno ya
bautizado en la comunión plena de la Iglesia
católica.
Para los que se encuentran en peligro de muerte,
el párroco, e incluso cualquier presbítero (c. 883).

El Obispo diocesano debe administrar por sí mismo la


Confirmación, o cuidar de que la administre otro
Obispo; pero si la necesidad lo requiere, puede
conceder facultad a uno o varios presbíteros
determinados, para que administren este sacramento.

Por causa grave, el Obispo, y asimismo el presbítero


dotado de facultad de confirmar por el derecho o por
concesión de la autoridad competente, pueden, en
casos particulares, asociarse otros presbíteros, que
administren también el sacramento (c. 884)

El Obispo diocesano tiene la obligación de procurar


que se administre el sacramento de la Confirmación a
sus súbditos que lo pidan debida y razonablemente. El
presbítero que goza de esta facultad, debe utilizarla
para con aquellos en cuyo favor se le ha concedido (c.
885).

Dentro de su diócesis, el Obispo administra


legítimamente el sacramento de la Confirmación
también a aquellos fieles que no son súbditos suyos, a
no ser que obste una prohibición expresa de su
Ordinario propio. Para administrar lícitamente la
Confirmación en una diócesis ajena, un Obispo
necesita licencia del Obispo diocesano, al menos
razonablemente presunta, a no ser que se trate de sus
propios súbditos (c. 886)

Dentro del territorio que se le ha señalado, el


presbítero que goza de la facultad de confirmar puede
administrar lícitamente este sacramento también a los
extraños, a no ser que obste una prohibición de su
Ordinario propio; pero, quedando a salvo lo que
prescribe el c. 883,3 no puede administrarlo a nadie
válidamente en territorio ajeno (c. 887).

Así pues, en el rito latino, el ministro ordinario de la


Conformación es el obispo. Aunque el obispo puede,
en caso de necesidad, conceder a presbíteros la
facultad de administrar el sacramento de la
Confirmación, conviene que lo confiera él mismo, sin
olvidar que por esta razón la celebración de la
Confirmación fue temporalmente separada del
Bautismo.

Los obispos son los sucesores de los Apóstoles y han


recibido la plenitud del sacramento del Orden. Por
esta razón, la administración de este sacramento por
ellos mismos pone de relieve que la Confirmación
tiene como efecto unir a los que la reciben más
estrechamente a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos
y a su misión de dar testimonio de Cristo.
Desgraciadamente todos hemos podido comprobar
que, sin haber razones suficientes que justifiquen
acudir a sacerdotes para conferir este sacramento, se
ha hecho cada vez más frecuente ver a vicarios
episcopales e incluso a veces a párrocos, confiriendo
este sacramento; lo cual ha ido en detrimento del
valor que los fieles le dan a este sacramento.

Tal como dice el Código de Derecho Canónico se


puede acudir a sacerdotes dotados de esa facultad, en
casos excepcionales o urgentes, pero
desgraciadamente, dado que el Obispo tiene que estar
continuamente haciendo viajes a Roma…, o tiene que
acudir a las fiestas de este o aquel pueblo, no le queda
tiempo para hacer lo que es estrictamente su
obligación.

El padrino de la Confirmación

Las primeras noticias sobre el padrinazgo aparecen en


el siglo VIII-IX en donde se prohíbe ejercer como
padrinos a los padres y pecadores públicos.

El Ordo Confirmationis dice que, si los confirmandos


son niños, les acompañe uno de los padrinos o uno de
los padres y que, en el momento de la crismación, el
que presenta al confirmando coloca su mano derecha
sobre el hombro de éste y diga al obispo el nombre
del presentado.

En cuanto al número, la Iglesia prefirió siempre que


cada confirmando tuviese su propio padrino y rechazó
el abuso de que uno fuese padrino de muchos,
tolerándolo únicamente en caso de verdadera
necesidad.

El Código actual pone el acento en la responsabilidad


postbautismal del padrino cuando afirma que, a él
corresponde procurar que el confirmando se comporte
como verdadero testigo de Jesucristo y cumpla
fielmente las obligaciones inherentes al sacramento.

El sujeto hábil para ejercer el padrinazgo ha sufrido


un cambio muy importante, pues, de la prohibición de
ejercerlo quienes lo habían hecho en el Bautismo, se
ha pasado a recomendar que el padrino del Bautismo
sea también el de la Confirmación. Con este cambio
se quiere destacar la íntima conexión existente entre
Bautismo y Confirmación.

El Código de Derecho Canónico establece que para


que alguien pueda ser admitido como padrino, es
necesario que:

Haya sido elegido por quien va a confirmarse o


por sus padres o por quienes ocupan su lugar, o a
falta de éstos, por el párroco o ministro y que
tenga capacidad para esta misión e intención de
desempeñarla.

Haya cumplido 16 años, a no ser que el obispo


diocesano establezca otra edad, o que, por causa
justa, el ministro considere admisible una
excepción.

Sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el


Santísimo Sacramento de la Eucaristía y lleve, al
mismo tiempo, una vida congruente con la fe y
con la misión que va a asumir.

No esté afectado por una pena canónica


legítimamente impuesta o declarada.

No sea el padre o madre de quien se ha de


confirmar.

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