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ADIESTRAR LA LIBERTAD

b) La segunda es la respuesta que Pedro da al Resucitado


cuando éste le pregunta tras la pesca en el lago: «Señor, tú lo sa-
bes todo»; prefiero no blasonar de mi amor. ¡Cómo ha cambiado
aquel bravucón...!
«Señor: nosotros sabemos que sólo tú tienes palabras de vida
eterna, y tú sabes que una cierta buena voluntad, unas ganas de
quererte, sí que tenemos»: esta oración debería ocuparnos hoy
bastante tiempo. Luego, a partir de esta experiencia de Pedro, po-
demos considerar más, paso a paso, algo de lo que los evangelios
dicen sobre el seguimiento de Jesús. Porque también es claro que,
además de actuar como actuaba y como hablaba, Jesús llamaba.

2. Llamada al seguimiento

Quien tenga imaginación puede rezar un buen rato como si con-


versara con alguno de los apóstoles, el cual nos va explicando su
experiencia de la llamada y el seguimiento de Jesús. Propongo ha-
cer así esta meditación porque, en fin de cuentas, lo que nos han
dejado los evangelios sobre el seguimiento son testimonios de los
mismos evangelistas.

2.1. Seguramente nos dirían, en primer lugar, que las llamadas


que Jesús les dirige solían tener un carácter particular, personal e
interpelados Aunque nos parezca un pelín cursi aquella canción:
«sonriendo has dicho mi nombre...», hay en ella algo de verdad,
y por eso a la gente le gusta cantarla. Jesús llamó a veces directa-
mente: en el capítulo primero de Marcos tenemos una primera
escena un tanto misteriosa: «Seguidme. Y, dejadas todas las co-
sas, le siguieron».
No sabemos si fue exactamente así, tan rápido, dado que Juan
lo explica de otra manera y nos presenta un encuentro algo más
largo, con una conversación y el regreso a casa de los invitados,
que ya vuelven «tocados». Pero, probablemente, la forma un tan-
to mecánica en que se expresa Marcos es una manera de poner de
relieve el elemento de irradiación de Jesús: esa su capacidad de
encuentro. «Venid»; y «Aquí estamos, Señor». Cosa tanto más ex-
traña por cuanto que parece ser una llamada que casi no tiene
programa: no dice: «vamos a derrocar a los romanos», ni dice
tampoco: «es la hora de Israel», o cosas parecidas. Lo que dice es:
«seréis pescadores de hombres». ¿Qué querrá decir eso?

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MEDITACIONES

A mí me gusta leer esta frase, no en el sentido cuantitativo tí­


pico de los proselitismos y de la mentalidad moderna, sino en un
sentido más bien cualitativo: pescar hombres es sacar lo mejor, la
mejor versión humana de cada uno de nosotros, sacar auténtica
calidad humana de ese mar turbio de inhumanidad que somos todos.
Eso es pescar al hombre que de alguna manera todos llevamos
dentro. Y eso, en la situación actual, tiene su importancia: porque
seguramente es verdad que Dios no quiere que todos los hombres
sean cristianos, pero también sigue siendo verdad que Dios quie­
re que cada cual saque de sí la mejor versión posible. En algunos
momentos de mi trabajo pastoral, yo mismo me encontré dicien­
do: «no tengo ningún interés en "convertirte"; lo que me gustaría
es que sacaras lo mejor de ti».
2.2. También nos dice Marcos en el capítulo siguiente que, antes
de elegir, Jesús rezó. No fue una elección precipitada. No sabe­
mos qué pediría. No parece que se fijase mucho en grandes cua­
lidades, porque de la mayoría de los apóstoles no ha quedado na­
da; pero se lo pensó bien, llamó a doce, número enormemente
simbólico, y más para un judío. Y aquí Marcos concreta algo más
el programa con aquella frase tan sencilla: «para que estuvieran
con él y para enviarlos a predicar». Ahí tenéis unificada esa típi­
ca dualidad evangélica del amor a Dios y el amor al hombre, la
contemplación y la acción, como algo inseparable. Estar con Él
ha de ser predicar de alguna manera; y predicar ha de ser estar
con Él, porque, si no, acabará siendo estar con nosotros.
Para poder comprender mejor esta unidad entre el estar con
Él y el predicar, puede ayudarnos la consideración de que lo que
define a una persona es aquello que ha sido la gran pasión de su
vida: el dinero, para unos; la patria, para otros; o los coches, o el
fútbol, o la esposa, o la pintura, o la música... Estas grandes pa­
siones unifican la vida y definen a las personas. Pues bien: la gran
pasión, la única pasión de nuestra vida es Jesucristo y el Reinado
de Dios que Él encarna, y que está hecho de filiación y fraterni­
dad. Si esta pasión unifica nuestras vidas, estaremos siempre con
Él, y nuestro estar con Él será contagioso, anunciado. Sospecho
que algo de esto anhelaba Jesús cuando llamaba a aquellos pesca­
dores. Y esto busca Dios cuando llama a nuestros corazones.
2.3. Después, a pesar de que la llamada es personal, Jesús llama a
un grupo y lo constituye como tal. Y un grupo heterogéneo: aun-

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