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Facundo Manes
En 2016 recibimos la lamentable noticia de que el número de personas que viven en condiciones
de pobreza en nuestro país había aumentado con respecto al año anterior. Hace unos meses
leímos en los diarios que esa cifra había bajado. ¿Es posible que en el trascurso de tan poco tiempo
miles de personas hayan cambiado drásticamente sus condiciones y posibilidades? ¿De qué
elementos nos valemos para representarnos esa idea? ¿Cuál es ese límite que permite tamaña
maleabilidad estadística? Para lograr erradicar la pobreza es necesario primero realizar un
diagnóstico riguroso y tener una mirada multidimensional de ella.
Muchas de las estadísticas con las que contamos tienden a medir y comparar el aspecto económico
de las personas, es decir, sus ingresos. Pero debemos asumir que la pobreza no es simplemente un
déficit de dinero.
Todo esto, muchas veces, empuja a tomar decisiones apresuradas con consecuencias negativas en
el largo plazo y, por ende, aumenta la probabilidad de perpetuar la pobreza. No se trata de que
esas malas elecciones llevan a la pobreza, sino que es el contexto de pobreza el que empuja a
tomar decisiones que pueden solucionar problemas del corto plazo y poner en riesgo
oportunidades futuras. Por eso es necesario advertir que personas expuestas a contextos de
escasez se podrían comportar de forma similar.
En las últimas décadas se avanzo en el estudio del vínculo entre el estado socioeconómico familiar,
el desarrollo del cerebro y de las habilidades cognitivas. Los primeros años de vida son invaluables
para reducir el impacto de la pobreza en el desarrollo humano. El investigador argentino Sebastián
Lipina ha hecho grandes avances para comprender cómo la pobreza se asocia con el
funcionamiento cognitivo durante la infancia. Algunos de estos aspectos pueden ser modificados
con intervenciones teniendo en cuenta al individuo y el entorno particular y por ello, nunca debe
considerarse que es demasiado tarde.
Para combatir la pobreza es necesario considerar toda su complejidad. Entender esto ayuda a
explicar por qué algunas intervenciones fracasan y aporta al diseño e implementación de
programas más efectivos en el intento de combatir la pobreza. Los programas que han tenido
mayor éxito son los que consideran su multidimensionalidad y combinan estratégicamente
acciones para el desarrollo de la primera infancia, la nutrición temprana, la salud, la educación de
calidad, la vivienda, la infraestructura y los servicios.
La ciencia tiene un rol importante que cumplir en torno a esta dramática inequidad social. Debe
haber un diálogo constante entre los hacedores de políticas públicas y los científicos para que la
evidencia permita diseñar intervenciones más eficientes para mejorar la vida de las personas. Lo
hemos dicho y lo reafirmamos: el crecimiento económico sin inversión en desarrollo humano –
adecuada nutrición, educación de calidad, salud, infraestructura, ciencia, cultura- no es sostenible
y no podrá conducir a un futuro con verdadera equidad social. La sociedad civil debe insistir e
intervenir desde el lugar que a cada uno nos toque para lograr una sociedad con posibilidad de
desarrollo para todos. Cuando hablamos de erradicar la pobreza estamos diciendo que deben
mejorarse las condiciones de vida y las oportunidades de millones de personas que forman nuestra
propia comunidad. Debe ser una prioridad. Siempre.