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GRITO PRIMAL
La terapia que cambió el rumbo de la
psicología
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del editor, la reproducción parcial o total de esta
obra por cualquier medio o procedimiento.
Hecho en México
Made in México
Para France.
Sumario
Reconocimientos
Introducción. La terapia primal veinte años después
PRIMERA PARTE
Por qué nos enfermamos
V. ALIETTA
Domingo 10 de octubre
Martes 12 de octubre
Miércoles 13 de octubre
Jueves 14 de octubre
Viernes 15 de octubre
En la noche
Martes 21 de octubre
Viernes 24 de octubre
El grupo
En la fiesta de Halloween
Sábado 1 de noviembre: último día de las tres semanas
Lunes 3 de noviembre
Cinco años después
Quince años después
SEGUNDA PARTE
Las formas de la neurosis
TERCERA PARTE
¿Cómo mejoramos?
XVIII. NADINE
“¿Quién es?”, la escuché decir, pero no contesté
Epílogo
La terapia primal no es la terapia del “grito primal”
Reconocimientos
Hace algunos años escuché algo que iba a cambiar el curso de mi vida
profesional y la vida de mis pacientes. Lo que escuché era un grito extraño, que
brotaba de las profundidades de un hombre joven que yacía en el piso durante
una sesión de terapia. Yo pude compararlo con aquello que uno podía escuchar
en una persona que estaba a punto de ser asesinada (The Primal Scream, 1970.)
El grito que describí hace cuarenta años es el producto de algunas heridas
inconscientes, universales e intangibles que la mayoría de nosotros portamos y
que nunca parecen sanar. Mi profecía indudablemente fue certera. Cambió mi
vida y la vida de miles de pacientes. Ese grito me condujo a la búsqueda de sus
orígenes y eso, a la vez, me ha llevado hacia las profundidades del inconsciente,
inspirando a personas de treinta países a venir a mi terapia y con ello me han
proporcionado una perspectiva mucho más amplia de la humanidad. Yo creo que
el descubrimiento del dolor que subyace en ese grito es muy importante en el
terreno de la psicología porque, finalmente, para los seres humanos significa el
término de su sufrimiento. Significa que hay un medio para salir del pantano en
el que muchos de nosotros nos hemos sumergido cada día de nuestra vida.
Después de varias décadas de buscar e investigar, luego de tratar con miles
de pacientes que sufrían aflicciones psicológicas y fisiológicas inimaginables,
hemos llegado a construir una terapia —precisa y predecible— que reduce la
cantidad de tiempo que uno pasa en tratamiento y elimina todas las iniciativas
desperdiciadas: es una terapia que durante más de treinta años ha estado sujeta a
múltiples investigaciones hechas por científicos independientes, y todo lo que
hemos descubierto es consistente. La terapia primal es capaz de reducir o de
eliminar una gran cantidad de padecimientos en un periodo relativamente corto,
con resultados duraderos. Produce seres humanos sensibles que pueden
experimentar cada aspecto de sí mismos, cuyo cerebro no está dividido en
compartimentos especializados, para que un área no pueda conocer lo que otra
parte está experimentando. Se trata de personas cuyos cuerpos no pueden ser
extraños para sus mentes.
Una persona que puede sentir, es capaz de entender lo que yace dentro de
ella y ya no necesita decepcionarse de sí misma. La autodecepción es una
condición sine qua non de la neurosis, que nos exige que nos mintamos a
nosotros mismos. “Pretender ser verdaderos” es casi una moción neurótica.
Este libro no trata solamente de la psicoterapia, trata de la condición humana.
Habla acerca de cómo detectar la neurosis y cómo podemos saber lo que es
normal. Trata sobre el llanto y el papel que desempeña en la salud de cada uno
de nosotros. Nos permite comprender el por qué de la ansiedad y la represión, y
de lo que éstas realmente significan. Se refiere a la desesperación y a la
esperanza, y al grito silencioso conocido como “enfermedad”. Habla de la
malignidad de la desesperanza, de la depresión enfermiza, de los sueños
destrozados y de las rupturas en nuestras relaciones. Concierne a la naturaleza
del amor y, finalmente, se refiere a la inteligencia real, y no al hecho de
considerarse una persona cultivada, educada y erudita. Trata acerca de la
posibilidad de ser capaz de amar y de dar, de sobrevivir y llevar una vida
inteligente, una que no es autodestructiva ni lastima a los demás. ¿Qué tan lista
tiene que ser una persona para saber que un niño que llora debe ser tomado en
brazos y calmado?
Los dolores que encontramos que yacen bajo ese grito que yo escuché hace
tanto tiempo, son lo que he llamado dolores primales; derivan de cualquier
experiencia temprana en la vida —de una cirugía, del abuso físico, o del simple
descuido—. El elemento central de estos dolores viene de la falta de amor. La
clave es que al surgir, ese grito contiene más dolor que aquel que puede
integrarse con el tiempo, haciendo necesario reprimir una buena parte de él y
almacenarlo para una futura referencia. Los dolores primales surgen no
solamente de esa falta de amor, sino también de esos momentos de epifanía o de
las escenas en las que un niño se da cuenta de que no es amado y que no lo será.
Surgen cuando por un breve y olvidado momento, el niño se estremece al
comprender que él no puede ser lo que es, ni va a saberse amado en algún
momento ni en situaciones en que padecerá de una idéntica y monumental
desesperanza. Su decisión será luchar con todo su corazón para ser lo que sus
padres quieren que sea y hacer a un lado el dolor, o más bien, colocarlo
automáticamente lejos de sí, gracias a nuestro milagroso sistema de represión.
Esa represión efectivamente produce dos “yo” en guerra uno con el otro. El
yo real, con sus necesidades y con su dolor a cuestas, y el yo irreal, que está
fuera de contacto con el otro yo (el real) y que incluso es capaz de relacionarse
con el mundo exterior. La función del yo irreal consiste en mantener al yo real
oculto, sin mostrar su cara. Su rol es lograr que el cuerpo actúe, a pesar del
torbellino que está sucediendo en su interior. El mejor modo de lograrlo, según
parece, es que el yo irreal permanezca ignorando su propia historia. Por eso
pienso que la mayoría de los neuróticos son seres ahistóricos, porque el dolor les
ha robado su pasado.
La fuente principal de este dolor es una necesidad que fue prolongada e
insatisfecha desde la vida más temprana. En determinado momento clave, las
necesidades insatisfechas de amor, abrigo y protección se convierten en dolor, lo
que a su vez reclama la represión. Después de esa división, el yo irreal continúa
actuando con base en sus necesidades. A este proceso lo llamo “la actuación
simbólica”, pues el yo irreal trata de obtener satisfacción mediante vías
simbólicas. Ésta es la esencia de la neurosis. Los viejos pacientes permanecen
reprimidos y representan roles que casi siempre son irreales y meramente
simbólicos.
Hemos encontrado un camino para revertir este proceso, haciendo que los
pacientes regresen y revivan la escena original y sobrecogedora, sintiéndola
poco a poco en el tiempo, hasta que finalmente el proceso se resuelva afuera del
sistema. Los pacientes pueden poner en reversa el proceso neurótico
evolucionario, y son capaces, en efecto, de revertir una historia que puede
regresar hasta su nacimiento. Hemos encontrado que es posible montar en el
vehículo del sentimiento hacia el pasado, a través de los años, hasta aquellas
estaciones traumáticas que encontramos en el camino, en donde nuestro
desarrollo quedó retardado.
Cuando los individuos hacen esto, hay cambios predecibles que podemos
medir a través de los años. La función cerebral y la estructura del cerebro
cambian, la presión sanguínea y el ritmo de los latidos del corazón caen, y hay
cambios en numerosas hormonas, y algo aún más importante, nuestras
investigaciones recientes indican que hay un cambio significativo en el sistema
inmune de quienes reviven su dolor, hecho que tiene importantes implicaciones
en el tratamiento de enfermedades catastróficas, como el cáncer.
Sabemos ya mucho sobre el dolor y lo duradero que puede ser, aun entre
aquellos que nunca podrían creer que existiera dolor en ellos. También hay algo
más que sabemos acerca del proceso de represión, de cómo trabaja y dónde. La
ciencia ha avanzado mucho en los pasados treinta años y también la terapia
primal. Por eso somos capaces de ver los recientes descubrimientos en el campo
de la ciencia del cerebro, la inmunología, el dolor, la represión, las endorfinas, el
llanto y el cáncer, y cómo se relacionan con nuestro trabajo. Lo que solía ser una
hipótesis, ahora ya es un hecho reconocido. Lo que era un supuesto, en la
actualidad es demostrable. Lo que era más bien una teoría general, hoy es una
estructura detallada que nos permite tratar y predecir, con cierta precisión, el
curso de la terapia en nuestros pacientes.
Significa que, para muchos, hay un modo de salir del dolor y de la neurosis,
de las migrañas, úlceras, colitis, fobias y relaciones que se rompen
constantemente. Significa que la neurosis y su tratamiento son entidades
mensurables, cuyo progreso puede cuantificarse. Que la psicoterapia ahora
puede traerse al ámbito de un método estrictamente científico. En la actualidad
ya ha dejado de ser un arte. Las técnicas están ahí, irrespectivamente del
terapeuta, para alterar la enfermedad mental.
El asesino número uno en el mundo actual no es el cáncer ni la enfermedad
cardiaca: es la represión. El peligro real es la inconsciencia, y la neurosis es el
asesino oculto. En mis varias décadas de práctica, me he ido convenciendo cada
vez más y más de este hecho. La represión —un ocultamiento clandestino,
furtivo, una fuerza intangible— nos golpea hasta llegar al fondo y lo hace de
variadas maneras y además disfrazadas —cáncer, diabetes, colitis—, nunca la
vemos al desnudo, tal como es. Ésa es su naturaleza diabólica, compleja,
recóndita. Es ampliamente reconocida y, sin embargo, es negada porque su
principal mecanismo es esconder la verdad. La negación es la consecuencia
inevitable de su estructura.
Casi no hay ninguna enfermedad mental o física sin represión. Una manera
de conocer la verdad de esta afirmación es poner en reversa la enfermedad,
conducir a los pacientes hacia su dolor y levantar la cubierta de la represión. Más
adelante veremos cómo, en nuestras investigaciones, muchas enfermedades se
pueden poner en reversa, inyectando químicos que detienen los procesos
represivos. La tarea de la represión puede reconocerse en la alta presión
sanguínea cuando, por ejemplo, regresamos a los pacientes a su dolor temprano
y dicha presión se eleva de forma importante; cuando terminan de revivir su
dolor, la presión sanguínea cae significativamente.
A la larga, lo que se ha reprimido son las necesidades y los sentimientos. Por
eso es que al sentir un dolor temprano, estamos debilitamiento la represión, lo
que permite a algunas personas sentir de nuevo. Eso nos devuelve el significado
y finalmente nos permite experimentar alegría, belleza y coloración en la vida.
Significa unificar el sí mismo y convertirlo en algo orgánico, integrado y total.
En este libro aprendemos por qué los sentimientos son lo principal, pues ponen
un final no solamente a los síntomas, sino también a la lucha por la satisfacción
simbólica. El yo real surge y la búsqueda de uno mismo cesa. El yo real se ha
encontrado adentro del dolor.
Los principios relativos al dolor primal y a la terapia primal no han cambiado
en más de veinte años. Todo lo demás sí ha cambiado. Pienso que lo que ha
cambiado más es la posibilidad de predecir el tratamiento. Al principio no
teníamos suficiente experiencia con una amplia variedad de pacientes para saber
qué iba a suceder, excepto de una manera muy general, cuando atacábamos el
dolor. Ahora no sólo sabemos qué va a pasar, sino en qué nivel de conciencia
está operando el paciente. Esto nos permite saber qué esperar en las siguientes
sesiones. Los niveles de conciencia que primero descubrí hace algunos años, han
sido verificados por un gran número de investigadores científicos. Esto es algo
que seguimos viendo todo el tiempo: tres niveles discretos de conciencia que
determinan la clase de síntomas que tendrá la persona y el tipo de
comportamiento que podemos esperar. Veremos algo más en el capítulo
dedicado a la mente, acerca de estos niveles y cómo trabajan.
Ahora los pacientes se dirigen más profundamente hacia el inconsciente de
lo que antes solían hacerlo, y hoy conocemos mucho más sobre el inconsciente y
qué tan peligroso o tan amistoso puede ser. Sabemos qué dolores tempranos son
más peligrosos al sentirlos y cuáles no. Sabemos cómo encauzar a los pacientes
hacia áreas en donde no se sientan avasallados. Actualmente nuestras técnicas
están años luz adelante de lo que estaban hace unas décadas. La nueva
información sobre las endorfinas nos ha clarificado muchos temas relacionados
con el dolor, y espero que también lo hagan con los lectores de este libro.
Cuando comencé a utilizar este método, me decían que era imposible que
una persona reviviera su nacimiento, porque el sistema nervioso no estaba
suficientemente maduro en ese tiempo para registrar algunos recuerdos útiles.
Durante muchos años yo descarté el tema de evento del nacimiento, debido a esa
falsa información. Ahora sabemos que el trauma del nacimiento en realidad está
codificado y almacenado en el sistema nervioso. Toda una serie de
establecimientos dedicados a la “Industria de Renacimientos” ha crecido en
torno a mis descubrimientos, lo que ha conducido a un numeroso grupo a la
clase más peligrosa de charlatanería.
Efectivamente, en la actualidad sabemos mucho acerca de qué tan temprano
los sucesos experimentados en la vida quedan impresos en nosotros, los
analizaré en detalle, porque ese primer medio ambiente y el efecto de sucesos
tempranos nunca nos abandona: permanecen incrustados para siempre en el
sistema. Por fortuna hemos perfeccionado un método para alterar esas huellas,
impresos que dislocan seriamente el funcionamiento de muchos sistemas de
órganos.
Tras haber visto toda clase de desviaciones sexuales imaginables, ahora soy
capaz de discutir sobre lo que yace detrás de la disfunción sexual. Veremos que
algunos profundos problemas sexuales a menudo son depredadores de la
educación sexual, pues sólo deseducan y la resolución de esos problemas viene
de tratar con experiencias muy tempranas que no tienen nada que ver con el
sexo. Eso no quiere decir que la mala educación sexual no contribuye, pero
existen otras fuerzas que nunca han sido consideradas y que juegan una parte
significativa.
Casi cada trabajo sobre el estrés analiza el tema en términos del presente:
estrés marital, laboral, etc. Lo que analizo aquí es un estrés que está impreso, que
nunca nos abandona y que constantemente nos pone bajo una enorme presión.
Sin importar qué tan tranquilo pueda ser el medio ambiente en el que vivimos,
esta clase de estrés desencadena su caos. Nos matará mucho antes de tiempo, por
lo que es muy importante comprenderlo. Esto es particularmente cierto porque
pocos de nosotros advertimos su existencia, y su poder es una fuerza tal que
escapa de nuestro conocimiento, precisamente a causa de la represión.
En suma, los cuatro principios básicos que he delineado en el trabajo original
son:
El dolor está en el centro de la enfermedad mental y física. Se trata del
dolor que viene del trauma y de las necesidades no satisfechas.
Existen tres niveles distintos de conciencia que se relacionan con el dolor.
Los traumas tempranos dejan una huella permanente en el sistema, la
neurosis y la enfermedad física.
Es posible revivir esos recuerdos impresos y resolver la neurosis y la
enfermedad física.
Este libro trata sobre lo que ha pasado a estos descubrimientos originales.
Algunas veces me expreso en las palabras de mis pacientes, otras, en las mías
propias. Ya lo he dicho antes: la neurosis es una enfermedad del sentimiento. El
sentimiento es el problema actual. Una y otra vez encontramos a personas que no
pueden sentir y que se les dificulta conseguir mucho de la vida, y creen que la
existencia es toda gris y aburrida. Para ellos es así porque el dolor reprimido los
mantiene en busca de la magia o de un sistema de creencias que
automáticamente transformará su vida en algo significativo. Lo más que puedo
ofrecer es transformar a alguien en sí mismo, no creo que haya algo más que eso
para lograrlo en esta vida. No hay nada más sanador, ni preventivo de las
enfermedades, que el sentimiento.
Las siguientes páginas nos llevarán a un viaje al inconsciente,
investigaremos esos pasajes subterráneos que nos conducen fuera de la
oscuridad, hacia el bienestar y la salud. Sabemos que hay un camino para
comprender y prevenir la enfermedad. Nuestra aproximación es un punto de
partida radicalmente distinto de la terapia convencional de los “no más de una
hora de cincuenta minutos”. Los sentimientos son los que determinan qué tan
larga será la terapia, ya no están bajo el poder del doctor y en sus manos. Ahora
se trata de un paciente que siente, que siempre sabe más de sí mismo que el
doctor y de lo que es terapéuticamente mejor para él. No surgirán más insigths
(descubrimientos, reconocimientos o percataciones) dominados por hombres
sabios. Surgirán en el paciente “que es quien siente”.
Estamos conscientes de que la neurosis no la causa la falta de insights
(descubrimientos, percataciones y “darse cuenta” que vienen del interior) y
tampoco se resuelve inculcándolos. Nuestra aproximación no está dirigida a
reforzar las defensas o construir un “ego”. Más bien, la terapia implica penetrar
en las defensas. A menudo nos confundimos: consideramos que un fuerte
sistema defensivo es algo normal; al contrario, un sistema de defensas muy
fuerte significa una neurosis potente bien ocultada, pero presente.
La contradicción es que un neurótico fuerte oculta muy bien su situación y a
menudo parece altamente funcional en su sociedad, hasta que tiene un problema
en sus coronarias a la edad de cincuenta y siete años, aunque parezca estar
“bien”. Las fuerzas ocultas se han tomado su tiempo para hacer el daño.
Aquellos que se despojan a sí mismos de su carga de dolor temprano, también
producen bien y eficientemente, pero en algún momento ya no están inclinados a
vivir esa vida de trabajo, que ya no es sólo una descarga de tensión. Eso es algo
positivo, el neurótico produce y se mantiene ocupado para evitar que su pasado
se introduzca en el presente. La tarea a favor de la salud consiste más bien en
sumergirnos en nuestra propia historia, en lugar de huir de ella, viajando a la
fuente de nuestros problemas en lugar de pasar toda la vida acudiendo a
paliativos
La terapia primal difiere de otras terapias en el sentido de que no estamos en
el negocio de fortalecer las defensas para que la gente pueda funcionar. Vemos
las defensas como anormales, como una señal de patología. Lo que no quiere
decir que no sirvan para alguna función, sí lo hacen, y son más importantes
cuando el dolor temprano es tan estremecedor que amenaza la integridad del
sistema. Sin embargo, son una atalaya contra el yo real, y precisamente nosotros
luchamos para hacer a la gente real, no para que esté de acuerdo con nuestros
prejuicios sino de acuerdo con la realidad que reside dentro de cada uno de
nosotros. Las lágrimas son las que ayudan a disolver los límites del inconsciente.
Por eso creemos que una terapia sin lágrimas y una neurosis sin sentimientos, en
realidad, nunca pueden ser efectivas.
Conocemos lo que yace en el inconsciente, pues hemos estado en sus
antípodas, hemos visto que no está poblado por fuerzas del Id (ello), por
demonios o poderes misteriosos en las sombras. En realidad no existe nada
místico al respecto. El inconsciente es el depósito, ni más ni menos, de los
pesados traumas de nuestras vidas. Nuestro trabajo es hacer al inconsciente,
consciente. Después de eso queda muy poco que hacer, ya no necesitamos un
escenario especial ni un diagnóstico esotérico, ni categorías para describir a las
personas que simplemente no fueron amadas, que consiguieron muy poco en sus
vidas y que sufrieron. Es mejor describir cómo ese sufrimiento llegó a
presentarse, qué necesidades básicas se debieron satisfacer y, sobre todo,
queremos aprender cómo aliviar el sufrimiento. El resto para mí, resulta ajeno.
Nos toma una buena cantidad de tiempo resolver la neurosis. Fue depositada
con aumentos regulares durante años y no será deshecha con unos cuantos
seminarios mágicos o por conferencias de un fin de semana. Nos deslizamos en
la neurosis sin un suspiro y desarrollamos síntomas que parecen misteriosos, sin
que parezca que ha sucedido algo dramático, pero de pronto, nos enfermamos y
nos percatamos de que fuimos afectados por nuestra propia realidad. Nuestro
dolor finalmente se hizo palpable y nuestra autodecepción muy grande.
Porque la terapia primal cambió mi vida y la vida de miles de personas, yo
espero que aprender sobre ella hará una diferencia en la vida de quienes lean este
libro. Mientras los científicos ponderan las últimas pruebas de una u otra causa
de enfermedades, hay muchas personas que en cada uno de los días de su vida
sufren agonías secretas. La investigación es necesaria para los científicos, pero
es un lujo para la humanidad que sufre y que no puede esperar las últimas
pruebas estadísticas. Para ellos la espera puede convertirse en una enfermedad
fatal. No tenemos por qué esperar para sentir. Contamos con los medios para
ayudar a la gente a convertirse en seres humanos sensibles. Nuestros
sentimientos han tenido que esperar mucho tiempo su oportunidad. Démosle
nosotros ese regalo.
ARTHUR JANOV
PRIMERA PARTE
Por qué nos enfermamos
I. Las necesidades humanas básicas
Existe una necesidad persistente: la de ser amado. Cuando somos niños cada
nueva necesidad en nuestro desarrollo debe satisfacerse para sentirnos amados.
El amor no es sólo decirle al niño: “Tú sabes que te amamos”, justo en el
momento en que lo estamos privando de un amor real (simplemente porque no lo
estamos tocando). Significa, primero, comprender qué son esas necesidades y,
después, satisfacerlas.
A una edad muy temprana en la vida, cuando estamos todavía en el vientre,
el amor se expresa cuando, pensando en su hijo, la madre se alimenta mejor, se
ocupa de bajar el estrés en su vida sin fumar ni tomar bebidas alcohólicas,
tratando de llevar una vida sana. Aun antes de concebir a su bebé, se prepara
para él, lo hace cuando sabe que realmente desea embarazarse y no cuando se
siente frustrada porque va a tener un hijo. Si éste fuera el caso, su frustración se
abrirá paso por el sistema del bebé y le causará estragos. Amarlo significa para
la madre prepararse para el bebé, esperar su nacimiento, segura de que será
alguien a quien será capaz de amar y cuidar, y no un objeto que podrá usar para
prolongar su matrimonio en crisis, o algo que ella produce por alguna otra razón
irreal.
Amarlo significa, siempre que sea posible, un embarazo y un nacimiento
natural, sin drogas, nacido de un parto natural, que dé al bebé las mejores
oportunidades en su vida. Una madre no puede amar a su bebé sabiendo lo
dañinos que son los anestésicos y luego cargarse de drogas para hacer el
nacimiento más cómodo. Y tampoco un bebé va a ser amado cuando no se le
permite desarrollarse de una manera natural, o que debe nacer por cesárea, de
acuerdo con el horario que haya dispuesto el doctor.
Amarlo significa que justo después de nacer estará en los brazos de su madre
y no en una sala donde no habrá calor humano, ni expresiones amorosas para él.
Esos minutos y horas después del nacimiento son cruciales para un desarrollo
normal. En cuanto nace el bebé, debe tener contacto físico frecuente con su
madre. Una gran porción de su cerebro necesita ese contacto que será crucial en
su vida; sin contacto, el bebé sufrirá durante el resto de su vida. También
necesita del contacto y las caricias de su padre.
No podemos imaginar que amemos a un niño si no lo tocamos y si lo damos
de inmediato a la enfermera para que lo lleve al cunero. El contacto que recibe
debe ser amoroso, cuidadoso y tierno, y no algo hecho nerviosamente, con prisas
y rudezas, de forma apresurada, para luego darlo a una empleada que se ocupe
de él. El contacto es muy importante en la vida temprana. Si no hay suficiente
contacto, el bebé sufrirá por el resto de su vida. Si la madre está nerviosa y
nunca ha sabido o comprendido qué tan necesitado de contacto nace un niño,
estará impaciente e irritable. Lo mismo pasa con el padre. Su trabajo, sus
compromisos y sus horarios le impiden estar al lado del niño y éste también lo
necesita, pero los padres suelen ser desinteresados e incapaces de participar, con
su presencia y contacto, demostrando su amor por el niño al cargarlo y hablarle
con cariño y ocupándose también de su cuidado.
LAS NECESIDADES EMOCIONALES DEL NIÑO EN DESARROLLO
La interacción entre los padres y el niño fluye naturalmente siempre que exista
hacia el niño un amor y unos intereses genuinos (como el otro ser humano que
es). Entonces el niño puede decir lo que le venga a su cabeza, y en lugar de
ignorarlo, se deben comprender y respetar sus ideas. Necesita que se le escuche
porque quiere expresarse, no necesita escuchar de su madre o de su padre las
frases comunes: “¡No me molestes! ¿No ves que estoy ocupado?”
Lo dicho sólo es cierto si la comunicación fluye de alguien que quiere y ama
a su hijo y que no está sufriendo por sus propias necesidades insatisfechas,
porque éstas siempre fluyen hacia los hijos. Cuando una gran parte del
comportamiento de los padres es “pretendido” o “simulado”, los niños lo
perciben, pues no es fácil engañarlos. Desde el nacimiento son muy sensibles y
perciben cualquier contradicción en las actitudes de sus padres.
Parece banal decir que los niños son seres humanos que requieren lo que
todos necesitamos. Pero hay muchos padres que le dicen a sus hijos que los
aman, sin demostrarles que es verdad. Imagínense diciéndole a su novio o novia,
esposa o marido, que los aman sin jamás demostrar ese sentimiento. Sería difícil
esperar que ellos te amen o que tú los ames, pues no media una caricia o una
mirada de ternura. Realmente es difícil engañarnos en este terreno.
Cuando hay amor tenemos el antídoto clave contra la neurosis, porque la
ausencia de amor es el ingrediente esencial para que prospere la neurosis. Estas
pequeñas sutilezas son las responsables de la enfermedad emocional. Un padre
en extremo estado de tensión puede abrazar a su hijo, pero éste se sentirá
incómodo porque es inevitable distinguir muy claramente el abrazo de un padre
o de una madre que están en calma, relajados y amorosos.
Esto es fácil de comprender cuando hacemos la analogía con una relación
sexual entre adultos. Obviamente, cuando uno de los miembros de la pareja sufre
de una gran tensión y está a punto de quebrarse, vivimos la peor experiencia.
Haciendo a un lado los componentes sexuales, los principios que atañen al amor
hacia un niño son los mismos: un pleno cuidado del niño, atención física, tiempo
suficiente, ausencia de distracciones; por unos momentos, tratar al niño como si
fuera el centro de nuestro universo. Todo eso lo hace plenamente feliz
CUANDO LAS NECESIDADES NO SE SATISFACEN
Lo que estoy exponiendo no son sólo ideas. Hemos visto esas necesidades
expresadas realmente en episodios de plena agonía, sufrida por pacientes a los
que les hizo falta amor. Aunque algunas necesidades son irreales, nunca he visto
en mis pacientes —estando acostados en el piso de mi clínica— que brote en
ellos una necesidad real de prestigio o de fama, excepto cuando se trata de
necesidades que están sustituyendo a otras que fueron reales.
Las necesidades que he expuesto son el resultado de mis observaciones,
descubiertas en los ruegos de seres humanos que, en la terapia, entran en
contacto con su niñez e infancia. Estas necesidades nunca son metafóricas o
conceptuales, son necesidades biológicas reales que cuando se sienten, la
biología de la que brotan cambia toda la situación a nivel celular, incluidas las
células nerviosas del cerebro. Cuando en la abreacción o catarsis se atraviesa por
las emociones y sentimientos, esa experiencia no afectará esos cambios. Los
cambios básicos deben comprender siempre necesidades básicas, porque su
satisfacción estabiliza al sistema.
¿Y qué pasa con la pobreza? ¿Acaso no es una necesidad básica un entorno
apropiado? Sí y no. El amor siempre es una prioridad para evitar la neurosis,
pero cuando se vive en circunstancias abyectas, con toda seguridad afectará el
desarrollo. Es menester tener ropa, un hogar, ciertas comodidades que otros
tienen; pero cuando en la terapia un paciente yace en el suelo, y expone su
necesidad, es raro que llore por la falta de comodidad material. Vivir en barrios
pobres sólo hace sentirse inferior a una persona cuando están ausentes otros
factores emocionales. Siempre creí que la pobreza era otro factor, pero es el
paciente quien decide si es un factor en la enfermedad.
En la terapia primal no sugerimos necesidades a los pacientes. En un
principio no sabemos exactamente dónde están esas necesidades. Los pacientes
las sienten y es en ese sentir donde y cuando se revelan las necesidades.
EL SURGIMIENTO DE LAS NECESIDADES SUSTITUTAS
Parece simple la tarea de definir el dolor como: “todo aquello que lastima debe
ser dolor”. Pero ¿qué pasa con el dolor emocional que no lastima del mismo
modo que cuando nos duele una muela o cuando nos cortarnos un dedo? ¿Cómo
podemos llamarlo? Empleo el término dolor primal para designar al dolor
emocional que sucede sin que a veces lo sintamos en el momento en que está
ocurriendo. El dolor primal es un dolor que no nos lastima, al menos
conscientemente.
El dolor primal no es como un piquete que nos hace gritar ¡ay!, sacudimos
los dedos y nos olvidamos de él. El dolor primal es como recibir un piquete tan
fuerte que no lo podemos sentir, de modo que ese dolor permanecerá oculto para
siempre.
El dolor primal se está procesando continuamente más allá del nivel de
percatación consciente, pero eso no quiere decir que no está ahí haciéndonos
daño. Simplemente significa que es demasiado dolor para sentirlo. Describir el
dolor reprimido es difícil, a causa de ciertas necesidades emocionales
amenazantes. Cuando ese dolor se acerca a la conciencia, puede volver loca a la
gente o llevarla al suicidio. Alguien que esté totalmente bloqueado no se puede
imaginar la intensidad de ese dolor. Ese dolor es el mismo que en ocasiones
sienten los pacientes que están obsesionados con el suicidio y que surge si se
acercan al dolor primal. Prefieren inclinarse a elegir la muerte, con tal de no
experimentar esa clase del dolor.
Los dolores más catastróficos son los que nos apabullaban en la etapa más
temprana de la vida, por ejemplo, cuando sentimos la inminencia de la muerte
durante el nacimiento, o cuando éramos pequeños, el dolor de la desesperanza de
ser amados en la infancia. El sistema vital no está diseñado para tolerar dolores
de tal magnitud. Sucede lo opuesto, ante el dolor se produce un mecanismo que
se parece al de la aplicación de la morfina: la conciencia del dolor se bloquea
para que el bebé no muera, o en el caso de un adulto, para que la persona siga
viviendo.
El dolor primal siempre trae represión a nuestra vida, y una vez que ésta se
echa a andar, depende del nivel o valencia del mismo dolor. Las sustancias
parecidas a la morfina, que producimos internamente para reprimir el dolor
emocional, pueden ser cientos de veces más poderosas que la morfina producida
comercialmente. Cuando Freud escribió sobre la represión, sólo podía especular.
Ahora tenemos un cuadro mucho más claro de cómo trabaja esa represión y en
qué parte del cerebro opera tanto dolor, como el que podemos resistir.
El dolor moviliza al sistema como ninguna otra sensación. Descontrola el
ritmo del corazón y eleva la presión sanguínea. Un bebé, en medio de su
nacimiento, puede resistir un pulso y una presión sanguínea elevados, eso
solamente ocurre antes de estar en peligro de morir. La represión cierra esa
extrema movilización. Más adelante podremos ver cómo se levantan las puertas
de la represión, y entonces el recuerdo exacto se reproduce con el mismo nivel
de pulso acelerado y de alza de la presión ocurrida originalmente.
Si nos empezamos a helar, nos duele; si ese dolor es grande, nos
obnubilamos y no sentiremos nada. Cuando empezamos a calentarnos y a sentir
de nuevo, nos duele una vez más. Ése es el paradigma del dolor emocional, que
ha sido reprimido y olvidado, hecho que causa una especie de “nubosidad
emocional”. Pero de pronto, ¡comienza nuevamente el dolor¡, igual al que nos
dolió en la primera instancia, cuando sentimos el dolor emocional, y nos ocurrirá
más tarde, cuando nos permitamos recordar el dolor original.
DOLOR, NECESIDAD Y DESARROLLO NATURAL
La razón por la que nos sentimos lastimados es porque hay una intromisión ajena
de algo que bloquea nuestras tendencias naturales. Nuestro sistema se ha
deformado al sentirnos frustrados y privados de la cercanía con nuestros padres.
Si reaccionamos con enojo y nos sentimos amenazados por ese mismo enojo, eso
es lo que deforma nuestro sistema. Cierto, estamos hechos para ponernos de pie
al cumplir un año de edad, pero si unos padres ansiosos nos obligan a pararnos a
los ocho meses, nos podrán lastimar (y hasta deformar las piernas). Con ello el
sistema neurológico se verá afectado. Si estábamos programados para ser
destetados hasta cumplir un año de edad, pero nos destetaron a la tercera semana
de nacidos, se habrá frustrado la satisfacción de una necesidad básica. Si estamos
resentidos porque nuestros padres favorecen con su cariño a una hermana o
hermano y nos castigan cuando expresamos ese sentimiento: sentimos dolor. No
hemos podido ser lo que somos, ni sentir lo que sentimos. “¡Permíteme ser yo!”
es el grito que con frecuencia escuchamos en la terapia.
No sé cómo describir el dolor que hace gritar tanto, como lo que he visto en
la terapia primal. Durante diecisiete años impartí una terapia de base
psicoanalítica y nunca vi un dolor semejante. Cuando vemos que un paciente
está experimentando un gran sentimiento, hora tras hora, mes tras mes,
lloriqueando y gritando, es cuando empezamos a comprender qué es lo que la
mayoría de nosotros realmente tenemos dentro. Ésa es una experiencia inefable,
no es comprensible en un nivel intelectual. Una vez que tenemos la oportunidad
de presenciar la expresión de ese inmenso dolor, ya no es un misterio
comprender por qué nos enfermamos de ataques cardiacos, convulsiones y de
cáncer.
La gran pregunta es: ¿cómo es que esa gigantesca cantidad de dolor puede
localizarse comprimida ahí, dentro de nuestro cuerpo, y sin que tengamos
conciencia de ese dolor? Ello se debe a la represión. La represión hace difusa
nuestra energía. La podemos localizar —por todo el cuerpo— convertida en una
alta presión sanguínea, en la sexualidad compulsiva, en el asma, la colitis, el
ensoñar despiertos, en ciertas posturas y en dolores de cabeza. No es de
asombrar que después de una sesión de terapia primal, el promedio de
hipertensión caiga veinticuatro puntos en la presión sanguínea.
Las necesidades y el dolor nos conducen a emplear una tremenda cantidad de
energía. La represión mantiene separada a la energía del dolor —de la
experiencia del dolor—. Algunas personas que muestran una buena cantidad de
energía, generalmente son aquéllas que llevan dentro de sí una gran cantidad de
dolor; ésa es la causa por la que un neurótico no se puede relajar. Sin importar
qué tan grande sea su esfuerzo para detener la marcha de su motor corporal, éste
funcionará constantemente y nada puede detenerlo de forma permanente. Está
corriendo gracias a lo que yo llamo el “combustible primal”.
EL MISTERIO DEL DOLOR PRIMAL
En el primer libro del grito primal presenté el concepto del “pozo primal del
dolor”. Esa noción se mantiene vigente. Significa que a través de nuestra
infancia, ciertos dolores pequeños se acumulan y se integran como un
“compuesto”. El concepto de “dolor primal” es una descripción figurativa de lo
que he visto en los pacientes. De cierto modo revela que, a distintos niveles, en
cada individuo existe una construcción en la que se acumula el dolor. Es como
un pozo que se debe drenar con la finalidad de que las personas puedan relajarse,
para de alguna manera hacer más ligera la carga de dolor sobre el sistema. Los
afluentes que llegan al pozo primal pueden proceder tanto de heridas físicas
causadas por una cirugía, como de heridas psicológicas, por ejemplo: haber sido
ignorados. Ambas fuentes de dolor son procesadas del mismo modo. Una cirugía
puede acumular una gran sobrecarga de dolor, de la misma manera que se
acumula el sufrimiento por un gran rechazo. La terapia debe drenar ese pozo
durante un cierto tiempo, para disminuir la carga de dolor y permitir al sistema
equilibrarse a sí mismo y relajarse. Cuando se vive esa experiencia y se reviven
un poco los sentimientos, y a la vez se los integra a la conciencia,
paulatinamente se resuelven pues se trata de transformar el dolor en sentimiento.
Así es, por ejemplo, como los neuróticos se convierten en seres humanos
sensibles.
Hay un grupo de estructuras en el cerebro encargadas de procesar y
almacenar los sentimientos humanos: el cerebro límbico es un anillo de
estructuras situadas por abajo del neocórtex. Organiza nuestras emociones
actuando como un distribuidor que acepta cierto nivel de input (o carga
energética de dolor) y redirige el exceso de sentimientos hacia otros canales,
sistemas de órganos o a la mente ideacional. De modo que el sistema límbico es
una especie de “contenedor de dolor”, aunque cuando se excede su capacidad se
limita, entonces es cuando hay un exceso de derrame de energía causado por el
dolor emocional, o cuando permanecemos en un estado de ansiedad aguda.
Se hizo un experimento con perros a los que se les dio un ligero “toque” de
energía eléctrica en su sistema límbico (se les aplicaba diariamente). Se encontró
que se necesitaba una estimulación mucho menor para lograr que tuvieran
ataques ante el más ligero acontecimiento, pues les iban produciendo una
descarga de energía eléctrica masiva y global, se vio que bastaba una
estimulación mucho menor para producirles esos ataques.
Lo mismo sucedía cuando éramos niños. Durante varios días se procesaba un
insulto tras otro en el sistema límbico. El dolor acumulado se procesaba
diariamente en el sistema, haciéndonos muy susceptibles ante el estímulo más
neutral. Es así como la más ligera frustración puede conducirnos a una rabia
masiva. En nuestros estudios sobre las ondas cerebrales de una persona, cuando
entraban a un nivel gigantesco —en términos de actividad cerebral—, la
experiencia era casi equivalente a un ataque epiléptico. El sistema límbico hace
brotar al exterior la energía que ha almacenado.
LA MEDICIÓN DEL DOLOR EMOCIONAL
Cada una de las células de nuestro cuerpo recuerda su estado natural. Tomemos
como ejemplo a la amiba unicelular. Cuando se la coloca en una solución de
agua contaminada con gránulos de tinta china, literalmente absorberá esos
gránulos y los almacenará en vacuolas. Estos elementos nocivos se convertirán
en parte de su fisiología. Después, cuando ponemos a las amibas en agua limpia
(un medio saludable), las vacuolas se moverán hacia la orilla de la membrana de
la célula y expulsarán los gránulos. De esa manera la amiba se restaura a sí
misma, hacia una condición saludable.
Éste es un paradigma del comportamiento humano, después de todo: no
somos más que la aglomeración de células microscópicas. Esas colonias de
células funcionan de la misma manera que lo hace una sola célula. Incorporan
del exterior elementos nocivos y luego esperan estar en un ambiente saludable
para arrojarlos hacia el exterior. “Éste es el paradigma de la resolución de la
neurosis y el regreso hacia la salud”. Hacemos lo que la amiba nos enseñó en su
prototípica infancia: absorbe el peligro externo y espera el momento propicio
para expulsarlo, aun cuando la espera dure treinta años. Sin esas habilidades para
incorporar y para esperar, no sería posible la resolución final de la neurosis.
La incorporación es una tentativa de mantener fuera de nosotros un medio
ambiente menos dañino, es un esfuerzo por mantener el ambiente “puro”, porque
hasta una amiba unicelular sabe que debe mantener un ambiente saludable para
seguir intacta, por eso se “come” el peligro, pero nunca lo integra plenamente a
sí misma, jamás llega a ser una verdadera parte de su fisiología. Permanece
como una fuerza ajena dentro de ella. Más adelante veremos que cuando se
incorporan los elementos nocivos externos, también las amibas jamás
permanecen plenamente íntegras. Continúan teniendo una fuerza alienígena. De
ahí en adelante la tarea es deshacerse de esa fuerza alienígena, tan pronto como
sea posible, sólo que no podemos hacerlo en un ambiente difícil. En la situación
actual debemos permanecer a la defensiva y esconder nuestro cuerpo, hasta que
llegue el momento en que sepamos que está ahí.
Toda vida orgánica comparte ciertos procesos comunes, cada organismo
lucha por lograr la homeostasis: un equilibrio natural. Cuando existe un dolor
temprano, el recuerdo y su carga se almacenan intactos dentro de las células de
los centros emocionales del cerebro, esperando el día en que puedan liberarse.
Esos elementos extraños se convierten en parte de nuestra fisiología.
Cuando el ambiente es propicio otra vez, cuando hay un ambiente cálido,
amoroso, terapéutico, que conduce hacia el “sentir” del viejo dolor, entonces se
inicia la descarga. El cuerpo comienza a liberarse de los estímulos dañinos
almacenados. Después de que se descarga el dolor, el cuerpo regresa a su
original estado de salud.
He dejado implícito que, de muchas formas, el dolor emocional se puede
acumular y almacenar y, por supuesto, ésa es una función de la memoria.
Podemos responder al estrés desde muy temprano en la vida, aun en el útero lo
codificamos y lo almacenamos, ahí permanece como un recuerdo. Está implícito
en la noción de poder revivir ciertas experiencias que permanecen en la
memoria. Lo que estaba afuera, ahora lo tenemos dentro. Todos los olores, los
sonidos de cualquier evento temprano, permanecen en la memoria, guardando
cada minuto de nuestras vidas, y los podemos recuperar en cualquier segundo.
Es un verdadero milagro que todo un medio ambiente permanezca disponible en
nuestra memoria durante cada minuto de la vida, como si se tratara de la
duplicación de ella; es más, respondemos primero a ese medio ambiente interior
y después al exterior. La memoria traumática se convierte en un filtro que
determina cómo vamos a responder después a los hechos.
¿Por qué existe una copia duplicada de lo sucedido en nuestra infancia?
Porque es un camino para incorporar un medio ambiente peligroso y después
encapsular ambos ambientes: el real y el recordado. En nuestro interior podemos
remover su carga explosiva o, al menos, separarnos de esa carga por medio de la
encapsulación. Podemos mantenerla aislada internamente hasta que crezcamos y
lleguemos a ser capaces de experimentar el dolor. Entonces podemos, por así
decirlo, “escupirlo todo hacia fuera”. Lo que es cierto para una amiba, también
lo es para toda vida humana.
Ya sabemos que dentro del útero se siente dolor. Los investigadores Anand y
Hickey han advertido que las vías nerviosas que transportan las señales del
dolor, desde la médula espinal a los centros más bajos del cerebro, están casi
plenamente desarrollados desde las 35 a 37 semanas de gestación. Los estudios
de EEG (ondas cerebrales) nos muestran lo bien desarrollada que está en ambos
hemisferios cerebrales la actividad eléctrica a las 26 semanas. A esa edad, el feto
en desarrollo es capaz de registrar el dolor emocional y físico. Los mismos
autores destacan el hecho de que después de la circuncisión, hay evidencias de
un recuerdo continuo de esa experiencia. Se han encontrado cambios en el
comportamiento que indican la ruptura del proceso de adaptación de los recién
nacidos al medio ambiente posnatal.
Estos investigadores también dicen que los cambios sinápticos y celulares
requeridos por esta clase de recuerdos tempranos, dependen de la plasticidad y la
maleabilidad del cerebro, que suele ser más alta durante los periodos prenatales
y neonatales. El hecho de que la memoria temprana permanezca es crucial para
entender la noción de que es capaz de revivir más tarde el dolor emocional. Sin
una memoria o sin los recuerdos codificados de tales experiencias, esta
afirmación sería inadmisible. La memoria emocional depende del
funcionamiento del sistema límbico, una parte del cerebro que ambos autores
encontraron “muy bien desarrollada y funcionando durante el periodo neonatal”.
LA CAPACIDAD DE ESTRÉS EN EL RECIÉN NACIDO
No debe sorprendernos que Anand y Hickey hayan encontrado que los bebés
reaccionan a los hechos con mucha más fuerza que los adultos. En una
investigación sobre la respuesta al estrés de bebés sujetos a cirugía, Anand dice:
“Para mi sorpresa, encontré que los bebés tenían cinco veces más respuestas al
estrés que los adultos que pasaron por una cirugía similar”. Los niveles de
hormonas, la presión sanguínea, el ritmo cardiaco y los niveles metabólicos
producidos, todos ellos, se elevaron muchísimo. La importancia de esto radica en
que esa respuesta, obviamente, es mucho más de lo que un bebé puede soportar.
Por eso, parte de la respuesta queda bloqueada, encerrada y almacenada durante
el resto de la vida, convirtiéndose en la fuente de una tensión posterior. El
aparato de la memoria emocional permanece operando durante todo este tiempo.
No se trata de que la respuesta del bebé al estrés suela estar confinada sólo a
una cirugía. También puede estar presente en el caso de un trauma emocional.
Ésa es una función del sistema límbico, el cual contiene receptores del dolor
cuyo número aumenta ante la presencia del mismo. Pero Anand sólo está
probando experimentalmente lo que hemos visto por décadas: que cuando un
paciente revive sensaciones de ahogo y de bloqueo en su garganta, debido a una
falta de oxígeno al momento del nacimiento, es claro que no está fingiendo esa
experiencia. El paciente no puede hacer nada para recuperar el aliento de forma
rápida, le toma segundos lograrlo. Este recuerdo está fijado en su forma más
cristalina. Es dentro del sistema límbico donde un aspecto de algún recuerdo se
conecta con otro: un suspiro se conecta con un olor, un sonido con una sensación
de tacto, etc. Lo mismo sucede cuando un paciente está viviendo sus sensaciones
más antiguas, todos los aspectos de su recuerdo ascienden a la conciencia y
florece la memoria emocional.
Richard Thompson, de la Universidad del Sur de California, investigó las
huellas de la memoria en animales. Encontró que con una estimulación repetida,
ciertas células nerviosas se vinculan con otras para ligarse entre sí y formar una
sensación. Dado que las vías nerviosas se continúan vinculando unas con otras,
se facilitan los movimientos a través de la sinapsis o del espacio nervioso, por
eso la memoria responde. Es como si la operara el encargado de un interruptor
que abre todas las barreras para que el tren se deslice suavemente por las vías. Es
(si queremos verlo así) como si se tratara de un espacio o un hueco en el que se
canalizan los hechos posteriores; ese hueco es responsable de nuestro
comportamiento habitual. Si un bebé llega a estar cerca de la muerte, el
pensamiento de muerte —frente alguna adversidad— se convierte en un
recuerdo o en un “hueco”. Por tanto, cuando ese niño se convierta en adulto y
deba enfrentar problemas, sus primeros pensamientos pueden ser de muerte o de
suicidio.
A menudo se considera que la mente de los fetos y los recién nacidos es
como una “tabla rasa” donde nada se ha escrito o registrado, simplemente
porque no pueden hablar. En nuestras investigaciones recientes observamos que
el infante registra experiencias de gran impacto, el hecho de que no sea capaz de
describir o discutir esas experiencias no tiene nada que ver con el efecto que
sufre ante ellas. Más tarde, cuando la persona trate de poner en palabras sus
experiencias tempranas, vivirá toda clase de falsas percepciones e ideas extrañas,
pues no las podía expresar cuando imperaba su inconsciente.
De hecho, el bebé tiene una ventana sensorial muy amplia y, por tanto, es
más sensitivo de lo que podrá ser en el futuro. Siente más porque no ha
desarrollado un córtex o cerebro pensante que diluya la experiencia. A ninguno
de nosotros nos debe sorprender esto, si consideramos que hasta las plantas
recuerdan. Si tomamos una planta de chícharo que reacciona a la luz y la
ponemos en la oscuridad, “recordará” cualquier cosa que le suceda cuando la
coloquen de nuevo en la luz. Si la tocan en la oscuridad, se inclinará hacia ese
contacto solamente cuando otra vez esté en la luz, pues habrá recordado y
almacenado la información.
LA MEMORIA EMOCIONAL NO ES UN RECUERDO CONSCIENTE
Por una feliz circunstancia, o por destino —pero un destino sin consecuencias
ominosas—, el sentimiento del gran dolor temprano (a partir del nacimiento) se
convierte en su opuesto: en el “no sentimiento”. El fenómeno de bloqueo nos
permite comprender cómo sucede todo esto, pero primero necesitamos entender
cómo entra el dolor en nuestra mente.
La investigación sobre el dolor y sus mecanismos ha arrojado importantes
luces sobre el sufrimiento emocional y cómo se procesa. De hecho, hay una línea
divisoria entre el llamado “dolor físico” y el “dolor emocional”, los cuales, sin
lugar a dudas, son una reacción fisiológica a hechos psicológicos. Tenemos una
teoría del dolor que postula que en el cerebro medio hay un sistema de bloqueo
del dolor, este hecho es relevante para comprender el dolor físico y el emocional.
La teoría de las “puertas de control” (o de bloqueo) la desarrollaron Ronald
Melzack y Patrick Wall. Al examinar el fenómeno llamado TEENS
(electroneuroestimulación transcutánea), estos autores descubrieron que dentro
del sistema espinal existe un proceso de compuertas en el sistema
cerebroespinal. Implantando un aparato electrónico en la parte superior del
cordón espinal, un paciente era capaz de apretar el botón de un transmisor e
inundar el área con impulsos eléctricos. Se suponía que cuando se estimulaba el
dolor, que se había transmitido desde el cordón espinal, estos impulsos dolorosos
se bloquearían y el aparato debía mitigar o apagar un gran dolor, por ejemplo, el
dolor del cáncer. No hay límites para esos impulsos eléctricos: son neutrales y,
sin embargo, con el fin de inhibir el dolor, envían información al sistema de
compuertas.
La TEENS sugiere un mecanismo a través del cual reprimimos el dolor
emocional. Esto es evidente por el hecho de que, a fin de cuentas, el dolor se
deriva de una masa de impulsos electroquímicos. Cuando esta masa se hace muy
grande, los impulsos inundan el cerebro y producen una sobrecarga que lo
estimula para bloquear el dolor y producir la represión. Este mecanismo es
automático.
El bloqueo del dolor emocional trabaja de dos maneras: cuando los niveles
de intensidad tienden a sobrepasar el umbral, y cuando hay un efecto
acumulativo que llega al mismo umbral.
Cualquier dolor que amenace el umbral de tolerancia, pone en movimiento
un mecanismo interno de antisufrimiento, que nos asegura que no sufriremos en
forma desordenada.
Podemos apreciar el principio del bloqueo en la terapia de choque: después
de que una persona ha recibido en el cerebro una carga masiva eléctrica, deja de
sentir el dolor porque ya no está sintiendo. El choque masivo en su cerebro ha
cancelado una buena porción de su memoria. El choque ha ayudado a la tarea de
represión cuando el sistema ya no puede reproducir los suficientes elementos
químicos para mantener el dolor bajo control.
Incidentalmente, la terapia de choque es una entrada masiva de impulsos que
permanecen en el sistema. He visto pacientes que reviven su terapia de choque
exactamente como sucedió. Lo que entró al sistema, debe salir en algún
momento, ya sea gracias a los impulsos de la máquina de choques o a los
impulsos derivados de haber quedado traumatizado desde la infancia.
EL DOLOR BLOQUEADO Y LA MEMORIA EN LA TERAPIA PRIMAL
El sistema de compuertas que bloquea el dolor nos permite sentir de una manera
y actuar de otra; hace posible entrar en contradicción con nosotros mismos. Nos
permite recordar las tablas de multiplicar que aprendimos en la escuela a los seis
años, sin tener ningún recuerdo de las emociones que teníamos en ese tiempo. La
explicación nos dice que primero cerramos el dolor, y luego cerramos las
asociaciones que el dolor puede hacer surgir, hasta que llegamos a bloquear
todos los recuerdos en torno a esa experiencia: lugares, tiempos, escenas, etc.
Cuando sufrimos una conmoción, como sucede en un accidente de auto,
generalmente hay amnesia, lo mismo sucede con los choques emocionales
tempranos. La manera como nacemos nos deja en un estado de choque
justamente después de nacer, por eso no es de sorprender que muy poca gente
sea capaz de recordar su nacimiento.
Las compuertas del dolor son los agentes de la autodecepción. Una persona
está firmemente segura de que está relajada y, sin embargo, su rabia reprimida
está elevando su presión sanguínea. No reconoce la relación entre su presión
sanguínea y sus sentimientos. Si alguien le preguntara: “¿Qué es lo que te tiene
tensa?” No sabría qué responder, porque el bloqueo ha sellado su conciencia.
Hay otras clases de daño cerebral en las que la persona puede estar sufriendo
y tener la siguiente actitud: “Yo sé que me duele, pero no me molesta”. Su
apreciación del dolor y su conexión con el sufrimiento ha quedado interrumpida.
En la Antigüedad, cuando los cirujanos hacían lobotomías frontales (separando
el córtex frontal de los centros emocionales) pasaba lo mismo: la persona tenía
dolor, pero parecía no importarle.
La coherencia en una persona normal se mantiene a través de la integración
fluida entre todos sus niveles de conciencia. El neurótico, en cambio, mantiene
su coherencia o su incoherencia mediante lo opuesto: posee un sistema en el que
las compuertas del dolor funcionan bien y pueden mantener ocultos sus
recuerdos dolorosos, pues sin la acción de esos bloqueos, no habría posibilidad
de avanzar por la vida. Estaría todo el tiempo atrapado en un dolor extremo. De
modo que las compuertas permiten a un paciente llegar a nosotros quejándose de
su migraña y asegurarnos que tuvo una infancia muy feliz, sólo para descubrir,
después de un año y cien primales, algunos episodios donde revivía el trauma
temprano, demostrando que su vida no era tan feliz.
El precio de la represión siempre se acompaña de una disminución de la
conciencia. La neurosis es simplemente la extinción del proceso natural de
eliminar cantidades sobrecogedoras de información (cantidades que suelen
bombardearnos a todos) con el propósito de proteger al organismo de una
sobrecarga. Parece que el dolor es pandémico. La finalidad de cualquier terapia
consiste en reducirlo a niveles aceptables dentro del sistema. En mi opinión,
llegar a estar libre del dolor en un 100%, tomando en cuenta la sociedad en la
que vivimos, sólo es posible en teoría.
LA EVOLUCIÓN DEL BLOQUEO
Cada aspecto del sistema de compuertas del dolor parece que tiene una
tolerancia específica, de modo que por compuerta de primera línea nos referimos
a la represión de eventos ocurridos antes, durante o en torno al momento del
nacimiento (esto incluye hechos acaecidos meses después del nacimiento).
Imaginemos que las compuertas de primera línea tienen, por ejemplo, una
capacidad de 10; otras compuertas, localizadas en el cerebro medio, un poco más
alto, tendrán una capacidad de 5 o 6. Un trauma como el incesto puede avasallar
a la compuerta con una valencia de 7 u 8. También podría suceder que, por la
acumulación de los dolores en el tiempo, el sistema de compuertas del dolor
termine debilitándose; es entonces cuando necesitamos drogas para impulsar la
acción del bloqueo. La manera como podemos apreciar el colapso de las
compuertas del dolor es advirtiendo los estados de total ansiedad en las psicosis,
en el autismo infantil o en las enfermedades severas.
Un viaje de LSD es la vía más rápida para romper las compuertas del dolor.
Se logra al disminuir la actividad integradora cortical, liberando de ese modo los
dolores establecidos en las partes bajas y tempranas del sistema nervioso.
También lo vemos en algunos de nuestros pacientes que tienen un sistema de
bloqueo muy frágil, que se debe a la composición del dolor a través de toda su
infancia. Por ejemplo, alguien que tuvo una de las peores experiencias de
nacimiento, seguidas del rechazo a lo largo de toda su infancia, es la clase de
persona que llega a nosotros inundada y avasallada por sus sentimientos, y que
posteriormente no puede identificarlos por separado. Llegará a la terapia con
sentimientos en los que mezcla su infancia con toda clase de traumas en su
nacimiento. Esta confusa mezcla evita que la persona pueda integrar algún
sentimiento. En este nivel se requiere utilizar tranquilizantes o supresores del
dolor, para empujar hacia abajo la pesada valencia del dolor y reforzar las
compuertas, para que la persona pueda integrar cada uno de sus sentimientos en
su conciencia.
En los exámenes que hacemos sobre las ondas cerebrales podemos medir la
represión o el sistema de bloqueo. Una persona reprimida, en posición de
descanso, tiene un patrón típico de ondas cerebrales y, si no es abiertamente
ansioso, tiene un eje (en el electroencefalograma, EEG) de 20-40 microvoltios a
11-15 ciclos por segundo. Este bajo voltaje es ligeramente rápido. Una persona
menos reprimida, que muestra de forma abierta su ansiedad (la manifestación de
su dolor) tiene un voltaje más alto de 50-150 microvoltios, en 10-13 ciclos por
segundo. Cuando ha logrado liberar su dolor, el paciente puede llegar a 20
microvolts (de ondas alfa) y a 7-10 ciclos por segundo.
Aquellas personas que sufren activamente a menudo tienen un EEG de 150-
250 microvolts, y cuando estos pacientes reviven dolores primarios (mientras
están conectados a la máquina EEG), pueden subir más alto. Así es como hemos
podido ver en pleno funcionamiento la clara evidencia del dolor y del sistema de
bloqueo. Vemos lo que pasa cuando la persona presenta una sobrecarga. El alto
voltaje representa el surgimiento de un dolor profundo y temprano. El córtex está
haciendo lo que puede para manejarlo, pero tiene que trabajar tiempo extra. La
amplitud de la onda cerebral aumenta de forma significativa y también la
temperatura corporal. Ambos datos indican que se ha hecho un gran trabajo para
someter al dolor intruso. A medida que el dolor se acerca a la conciencia, el
cerebro parece llegar a un elevado estado de excitación y considera al
sentimiento que experimenta como su enemigo. ¿Por qué algo que forma una
parte muy importante de nosotros mismos puede considerarse como un
enemigo? Esto es algo que exploramos más adelante; veremos cómo
incorporamos esas fuertes experiencias extrañas para que no nos hagan daño.
En el minuto en el que el paciente cae en el sentimiento real, todos los
índices biológicos caen. La importancia de esto es que tenemos los medios para
observar el bloqueo de sentimientos en acción, lo podemos ver cuando se
extralimita y cuando trabaja bien, en pacientes que no sienten nada y que se
quejan de que la vida no les ofrece gran cosa.
Contrariamente a la vieja noción que sostiene que no usamos mucho de
nuestra capacidad cerebral, el neurótico siempre está empleando intensamente su
cerebro al servicio de la represión.
EL DOLOR Y EL CEREBRO SUPERIOR
El dolor puede ser una de las primeras razones para el desarrollo del cerebro
pensante. La adversidad “exige” un cerebro superior que pueda manejar las
experiencias abrumadoras. De la misma manera que nos dirigimos a nuestro
córtex y a sus pensamientos, para contener el dolor que empieza a surgir, las
células del cerebro bajo parecen emigrar hacia arriba y evolucionar, para formar
un córtex que haga frente a la adversidad.
Se ha encontrado que el recuerdo más simple abarca áreas muy amplias en el
cerebro: zonas con millones de células nerviosas. Cuando hay un gran
almacenamiento de recuerdos dolorosos, podemos imaginar los millones de
células que están trabajando. Parece que no hay nada que presione más al
cerebro y a su sistema de bloqueos, que el dolor: aunque aparentemente no hay
nada que active al cerebro, ahí está el sistema de bloqueo, al igual que el sistema
del dolor.
Recapitulando: existe una serie de dolores que dislocan el sistema y
producen una neurosis. Eso es todo lo que hay, una neurosis que opera en
diferentes niveles de conciencia y se manifiesta de muchas maneras.
En realidad lo que existe es una estrategia primaria de defensa: la represión
que se acompaña de una multitud de síntomas que surgen de la propia defensa.
Hasta ahora, la tendencia en la psicoterapia ha consistido en concentrarse en
todas esas variedades de defensas, enfocándose hacia muchas formas de
neurosis, en lugar de buscar las fuerzas que la generan. Esto sucede en la
medicina y en la psicología. Tratamos las compulsiones y las fobias, las
migrañas y las úlceras como entidades que requieren diferentes especialistas, sin
tomar conciencia de que la fuente de todas esas neurosis puede ser la misma.
La razón de que exista una defensa es porque los procesos fisiológicos de la
represión se ponen en marcha para contener cualquier dolor, independientemente
de su origen. Cuando los dolores son masivos y continuos, y la represión es igual
a la tarea que tiene a su cargo, existe una represión global con muy pocas
oportunidades para echar a andar una mejor intervención. Pero más a menudo
existe alguna represión en la parte superior del cerebro, vinculada a sentimientos
que están dirigidos hacia la percatación consciente. Lo que una persona hace con
esa vinculación entre los dos niveles es emplear defensas secundarias. Esto es lo
que los freudianos llaman “mecanismos de defensa primarios”: negación,
proyección, formación reactiva, etcétera.
Pero los modos de defensa son tan diversos como las personas; algunos se
defienden racionalizando en otro nivel, con ideas, filosofías y sistemas de
creencias. Otros lo hacen mediante una actividad incesante que mantiene a raya
a los sentimientos. Hay algunos más que hablan mucho tiempo sin detenerse.
La función de las defensas secundarias es superar la pasividad con el fin de
eliminar la represión, pues manejan aspectos tanto cualitativos como
cuantitativos. Los aspectos cualitativos significan que un sentimiento preciso
impulsa un comportamiento que usualmente se canaliza en la esperanza y en la
evitación del dolor. El factor cuantitativo comprende la energía impulsada por un
suceso traumático, el cual queda impreso y reprimido. La fuerza del trauma o la
cantidad de privación cuantitativa determina la fuerza de la defensa. La vemos
en los casos en que la persona no puede dejar de hablar y constantemente
descarga, haciéndose escuchar por los demás. Los aspectos cualitativos podrían
estar en los sentimientos de una persona a la que nadie escuchó, o en la que
nadie estaba interesado. Por tanto, la persona se rinde ante la situación y dedica
todo su tiempo solamente a escuchar a los demás. La fuerza de la defensa
también puede encontrarse en el volumen de la voz y en la velocidad con la que
esa persona habla.
En la terapia solemos hablar todo el tiempo sobre los sentimientos. De modo
que tenemos una defensa: la represión, pero también defensas secundarias, que
son los diferentes modos que cada uno de nosotros emplea para evitar el dolor y
satisfacer sus necesidades insatisfechas, al mismo tiempo que ocultamos o
liberamos la energía de nuestros sentimientos.
Es cierto que algunos usamos mecanismos de negación o de proyección, pero
la verdad es que siempre, en cada caso, empleamos la negación del sentimiento
real. Todas las personas que sienten dolor suelen negarlo o lo están negando. La
biología no da otra alternativa. No es necesario memorizar todos los mecanismos
de defensa enlistados en la literatura freudiana, las defensas secundarias son
ilimitadas. Yo tuve una paciente que apretaba fuertemente sus puños justo antes
de un sentimiento. Insistirle en cómo lo hacía, le permitió de inmediato
reconocer sus viejos sentimientos.
La neurosis se refiere realmente a personas que tratan de resolver su dolor y
de encontrar la manera de conseguir algo que parezca amor. Ésta es la forma más
natural de actuar en las empresas humanas. El hecho de que nos escondamos de
nuestro dolor no significa que no exista, porque lo que en realidad hacemos es
escondernos de nosotros mismos. ¿No es esto paradójico? Constantemente
estamos eludiendo aquello que nos puede liberar. Es frecuente que podamos ser
objetivos acerca de cualquier persona, pero nunca sobre nosotros mismos. El “sí
mismo” suele estar escondido, sabemos muy poco de él. El sentimiento
reprimido se despliega en nuestro comportamiento. Es el pasado que
constantemente aparece en el presente; por esa razón, el neurótico confunde
muchas veces el pasado con el presente. El dolor de no saberse amado
permanece en el inconsciente, mientras estamos tratando de sentirnos amados.
El dolor es una bendición, porque cuando lo sentimos pone en marcha la
fuerza de la sanación, no debemos tratarlo como algo detestable. Aunque
parezca una amenaza, es una fuerza benevolente que espera, hasta que seamos lo
suficientemente mayores o fuertes para sentirlo.
LAS ENDORFINAS: SUPRESORES NATURALES DEL DOLOR
Entre las células nerviosas hay un espacio donde tienen lugar las sinapsis. En
esas sinapsis se secretan toda clase de químicos y hormonas cerebrales
conocidas como neurotransmisores. Ellos impiden o estimulan las señales de
dolor. Ciertos químicos, como las endorfinas, impiden el paso de las señales de
dolor y ayudan a producir analgesia. La información reciente indica que los
transmisores inhibitorios o represivos pueden funcionar de manera global,
dirigiéndose hacia donde son necesarios y no solamente a través de sinapsis
específicas.
Su acción nos hace inconscientes al dolor. Cuando ayudamos a los pacientes
a llegar a los niveles más bajos de la conciencia, sienten inmediatamente el
dolor. El cuerpo siempre está consciente del dolor y grita su mensaje, pero este
mensaje no puede atravesar la barrera neural y, en lugar de hacerlo, aumenta el
nivel de la hormona del estrés, eleva la temperatura y causa un gran aumento en
la cantidad de células cerebrales en funcionamiento, todas ellas acompañando el
bloqueo.
Las endorfinas solamente mandan mensajes de restricción e inhibición en las
vías que están entre las células nerviosas, no pueden hacer desaparecer el dolor
en el sistema.
Después de haber visto a mis pacientes quebrándose ante el recuerdo de los
dolores vividos en su infancia temprana, entiendo la producción de las
endorfinas. Durante un largo periodo evolutivo, esta clase de dolor causó la
creación de sustancias muy potentes contra el dolor, sustancias que indican que
nada en el sistema humano existe sin alguna razón.
Las endorfinas y sus receptores actúan como llaves y cerraduras. Las
endorfinas son las llaves que se ajustan a las cerraduras (que son los receptores
en las paredes de las células), entonces la pared de la célula se abre para dejar
entrar a las endorfinas. Este proceso completo es el medio por el cual la
información en una parte del cuerpo se transmite a otras partes. Por eso las
endorfinas y sus receptores se conocen como “sustancias informacionales”.
En la adicción a la heroína, esta droga ocupa el lugar de las endorfinas en los
sitios donde se conectan, y también puede causar la construcción de más
receptores para que acepten mayores dosis de droga, produciendo en este caso la
adicción, ya que existen más receptores reclamando llenarse. De ese modo,
cuando el adicto trata de dejar la droga, experimenta el síndrome de abstinencia
y entonces el dolor se hace cada vez más agudo. Cuando los recuerdos dolorosos
son tan masivos, nuestra producción interna de endorfinas no puede abastecer lo
suficiente para aplacarlos, la persona necesita algo externo para sostener el
sistema de las endorfinas. Los tranquilizantes y los calmantes a menudo se
suman para llenar la brecha.
Con base en mis observaciones, la gente que ha tenido una infancia horrenda
o nacimiento traumático son candidatos para la adicción, porque a pesar de su
poder, los calmantes naturales (las endorfinas) no pueden hacer el trabajo.
Una persona que tiene los espasmos de un severo dolor producido por un
ataque cardiaco, recibe una inyección de morfina y repentinamente se siente
confortado. Cuando la morfina pierde su fuerza, el paciente sufre otra vez el
dolor. Del mismo modo, mediante la producción de endorfinas nos sentimos más
cómodos y fuera de contacto con lo que nos lastimaba. Cuando eso sucede,
dejamos de sentir. A diferencia de la inyección de morfina en el mencionado
paciente cardiaco, tenemos algo que se suma a un constante ingreso de
endorfinas para coincidir con el dolor.
Las endorfinas tienen secretos para desbloquear las causas de muchas
enfermedades. Se puede decir de ellas que actúan en nuestro sistema como un
barómetro de la enfermedad, porque sus niveles indican la cantidad de dolor que
estamos soportando. A causa de esta relación íntima, con frecuencia el principio
de la enfermedad se acompaña de altos niveles de endorfinas. Una vez que la
represión se presenta, no sólo dejamos de sentir, su existencia nos impide saber
que nosotros somos quienes estamos reprimidos. Cuando la represión alcanza un
nivel crítico llamado “depresión”, sentimos sus efectos, porque nuestra represión
alcanza un nivel crítico.
Lo interesante acerca de la represión es que pone límites a los sentimientos
—y casi todo mundo vive de sentimientos—. Esto sucede porque sentimos una
alta represión limitante, la cual todos experimentamos, y entonces nos damos
cuenta de que es importante eliminar toda la represión que hemos tenido, porque
quienes sufren mayor represión tienen los límites más estrechos para sus
sentimientos. Como todavía no tienen otro marco de referencia, pueden
considerarse a sí mismos como “gente sensible”. Aunque pueden sentir a un
nivel de 4, en la escala de 10, solamente cuando sentimos nuestro miedo se
revela plenamente la escala del sentimiento.
Hemos visto que las endorfinas se pueden captar fácilmente con la
estimulación de electrodos en ciertas partes del cerebro bajo. También es posible
estimularlas con agujas de acupuntura y, de manera importante, con los propios
pensamientos que evocan esperanza y alguna creencia. Se ha encontrado, por
ejemplo, que si a un paciente dental se le ha dicho que se le da determinado
calmante, cuando en realidad se le dio un placebo, sentirá menos dolor y
producirá un aumento de endorfinas. También pensar en algo que nos puede
hacer sentir mejor tendrá esos efectos.
¿POR QUÉ EXISTEN LAS ENDORFINAS?
¿Por qué hay receptores en el cerebro?, particularmente algunos que están para
percibir. ¿Un derivado de la amapola? En efecto, en la evolución de las plantas a
organismos más altamente evolucionados, nunca perdemos nuestros orígenes.
Utilizamos elementos de nuestra larga historia evolutiva que nos han ayudado a
sobrevivir. Las endorfinas se encuentran en las formas más simples de animales,
aun en los gusanos y, todavía más asombroso, también son producidos por
células microscópicas: ¡protozoarios!, que son la cuna de la evolución.
Por eso no es de admirar que las endorfinas tengan una historia que se
remonta a las plantas. Nuestros sistemas parecen tener algún aparato que hace
las veces de un escáner histórico en nuestro pasado evolutivo, que puede
constituir una ayuda. Hasta el semen humano contiene opiáceos. Parece que
cualquier orificio del cuerpo es un medio para descargar algunos de los
estresores que existen en el sistema humano. Casi cualquier fluido en el cuerpo
(incluyendo las lágrimas) contiene evidencias de sustancias calmantes.
EL PASADO ES LA CLAVE DE LA SUPERVIVENCIA
Una persona bien equilibrada tiene una mente bien balanceada, dispone de un
acceso fluido a sus niveles bajos y tiene una inteligencia que está al servicio de
los sentimientos y de los instintos. Esto le permite reaccionar de forma instintiva
a situaciones y a tomar decisiones apropiadas. Los jugadores de futbol tienen
esta capacidad. Instintivamente saben hacia dónde correr en el campo; sus
acciones no son parte de un pensamiento deliberado, su mente baja trabaja y
dirige al cuerpo sin mucha interferencia de la mente lógica y reflexiva. Hay
personas que ni siquiera pueden moverse en esa forma instintiva, no son capaces
de bailar o hacer cosas que deberían hacer instintivamente porque “viven en su
cabeza”, se han instalado en su mente cortical y le han permitido que se encargue
de todo. Sin embargo, fallan al reaccionar, basándose en sus sentimientos, pues
están cerrados para ellos. Solamente reaccionan ante ellos mediante un proceso
cortical acelerado que pesa y equilibra las alternativas. Si les preguntas ¿cómo te
sientes?, no están seguros de qué contestar. Empiezan a eliminar ciertos factores
negativos y deciden si se sienten bien o mal, expresando una decisión, no un
sentimiento.
¿El inconsciente es lo mismo que un cerebro en función? ¿Son idénticos? La
total Gestalt de un cerebro en acción es una cualidad diferente del cerebro.
Nosotros como seres humanos somos más que la suma de nuestras partes y
también lo es la conciencia. La mente es, sobre todo, el cerebro completo en
acción. La mente no es idéntica al cerebro, sino una cualidad que surge de él. La
mente está hecha de células nerviosas, pero no puede reducirse a ellas, por tanto
es capaz de interactuar con el cerebro para cambiar su funcionamiento y,
eventualmente, su estructura.
En consecuencia, las condiciones de la vida hacen la diferencia: las ratas
criadas en un medio estimulante, desde temprano en sus vidas, tienen un córtex
diferente al de las ratas no estimuladas; sus cerebros cambian ante las
condiciones que alteran la mente en todos los niveles y parecen hacer la
diferencia en cualquier estructura física. De forma similar, algunos estudios
sobre las ondas cerebrales muestran que los cerebros de mis pacientes cambiaron
en función y estructura cuando lograron tener acceso al funcionamiento del nivel
bajo. La relación de los dos hemisferios cambió, así como varios cuadrantes del
cerebro. ¿Qué podemos pensar de esto? La conciencia cambia las funciones
cerebrales. El hecho de revivir eventos estremecedores tempranos cambia la
manera como opera el cerebro.
LA MENTE CONTRA EL CUERPO
¿Acaso la mente comienza como una tabla rasa sobre la que se va a imprimir
todo lo que sucede en nuestra vida? ¿O realmente tiene cualidades especiales? El
debate ha sido confuso, porque hasta muy recientemente no se sabía que lo que
sucede en el vientre da forma al cerebro y a sus funciones, y deja una impresión
duradera en él. Solía asumirse que al llegar al nacimiento el cerebro era una
“tabla rasa” lista para aceptar nuevos estímulos, cualquier cosa que precediera al
nacimiento se le imputaba a la genética.
Sabemos que el factor más crucial en el desarrollo psicológico y fisiológico
es el conjunto de esos eventos clave durante los nueve meses de gestación. Es
cuando un trauma experimentado por la madre puede alterar el sistema cerebral,
la hormona lo equilibra y la anatomía del bebé está en un estado psicológico. He
citado una gran cantidad de investigaciones en mi libro Imprints (1983), allí
indico cómo el estrés en las madres altera la neurofisiología de la criatura en
gestación.
Intervienen también factores genéticos; después de todo, heredamos el color
del cabello y la estructura física de nuestros padres y abuelos, ¿por qué
podríamos esperar que la naturaleza dejara de darnos estas características? El
cerebro contiene una historia completa: las habilidades para desarrollar un arte
parecen tener bases genéticas, de modo que el cerebro no está en blanco, sino
que posee ciertas tendencias que son producidas o suprimidas, dependiendo de
las circunstancias de nuestra vida. Una familia artística va a cultivar en el niño
su capacidad para la imaginería, el hecho de que el niño esté rodeado de trabajos
artísticos puede dar forma a su elección profesional; es imposible determinar qué
fue predominante: fue obra de la naturaleza o de la crianza.
Observando a mis pacientes he podido llegar a ciertas conclusiones acerca de
la mente. Cuando la mente es frágil, ingenua y fresca, los hechos impresos en
ella tienen un efecto que nunca podrá ser duplicado, excepto en circunstancias
increíbles. Por eso los eventos prenatales transferidos de la madre al feto son tan
importantes. También por eso el trauma de nacimiento es tan importante. Hemos
podido medir los signos vitales y las ondas cerebrales de los pacientes, mientras
están reviviendo su trauma de nacimiento, y sabemos cuán estremecedora es la
valencia del trauma. También hemos notado cambios en la personalidad de
pacientes que han pasado meses reviviendo esos traumas. Podemos ver qué tan
dañinas han sido esas impresiones. Si al revivirlas la personalidad se llega a
normalizar, se puede asumir que el impacto original también deformaba
considerablemente el desarrollo de la personalidad. Después de todo, estamos
tratando con la misma impresión, solamente que en reversa, notando los cambios
hormonales y los patrones de crecimiento y, a partir de entonces, podemos decir
que estos traumas afectan toda la fisiología.
El nivel inferior sobre el que se imprimen los traumas —según sean más
determinantes los comportamientos y los síntomas—, cuando se imprimen sobre
una mente infantil, generalmente son de la más alta valencia y crean las más
amplias y disparatadas reacciones. Los pacientes que han bajado hacia esos
niveles de conciencia, después de años de terapia, finalmente llegan a entrar en
contacto con las impresiones (huellas) hechas durante el nacimiento o después
de él.
LA HIPNOSIS Y LOS NIVELES DE LA CONCIENCIA
Las personas que han tomado alucinógenos fuertes pueden entrar en contacto
con la antigua y alucinada mente primitiva, en donde está grabado el dolor de
alto nivel. Si el acceso es prematuro, el resultado es una inundación. Se conduce
a la persona a dar un salto hacia las conexiones de su propia conciencia y se
imagina estar en vidas pasadas, en un “nivel muy alto de conciencia”, o en una
cierta clase de unidad cósmica —o en cualquier cosa, menos en la verdad—.
Esas drogas son peligrosas porque rompen bruscamente las compuertas, algunas
veces para el resto de su vida (hay quienes “se quedan” en sus viajes).
Paradójicamente, lo que sucede después de eso, es que la persona cae para
siempre en la búsqueda de algún tipo de experiencia mística. Está en constante
“vuelo” alejándose de la realidad; primero, de la realidad interna y después, de la
externa. Ahora está en la posición de alguien que no toma la droga pero que ha
tenido una vida temprana tan terrible, que su sistema se debilita y ahora tiene las
compuertas defectuosas.
LA MENTE Y LAS COMPUERTAS “DEFECTUOSAS”
Hoy lloré mucho. Cuando llegó Arturo (Janov) me dijo que no estoy siguiendo
las reglas de la terapia y que así no puedo seguir. Ayer, al final de la sesión, le
hablé a Mary de las ganas que tenía de un buen cigarro, y mostró horror en su
cara. Pero no toqué ninguno, y hoy me sorprendió la agresividad de Arturo. Se
trataba probablemente de una estrategia, porque con frecuencia Mary va con
Arturo durante la sesión y luego, cuando me preguntó qué sentí cuando él hablo
conmigo, contesté: “Nada”.
Hoy estaba en Porto di… en nuestra casa de verano, bajando las escaleras,
botando una pelota. ¡Ahora la siento botar tan claramente en mi cabeza, que me
conduce a mi total soledad cuando era niña! Eso me hace llorar. ¡Qué triste
estuve siempre en mi interior! Es la primera vez que me doy cuenta de que
¡estaba sintiendo algo cuando era niña! Después tirada en el piso me refresco un
poco, y me viene un recuerdo que estoy bloqueando, es muy nebuloso. “Confía
en ti misma”, dice Mary, con una voz extremadamente suave. “¿Qué es esto?”
“No estoy segura”. Hace mucho, mucho tiempo, mi papá me pegó muy fuerte.
Alguien le gritaba: “¡Detente, que la vas a matar!”, pero todo está muy nebuloso,
no estoy muy segura… esa escena no me trae ninguna emoción y estoy un poco
avergonzada de que haya llegado a mi mente.
“¿Que es lo que quieres de tu papá, Alietta?”, me preguntó Mary. Me niego a
responder, la respuesta es obvia. “Bueno, yo quiero que él…” ¡No es fácil!, mi
cuerpo se pone tenso, quedo en silencio, con la mente en blanco, y de repente
¡surge una imagen muy clara! Papá está escribiendo en su escritorio hasta muy
tarde, como lo hace todas las noches. Lo veo tan claramente. Es asombroso,
estoy cerca de él y mi cabeza no alcanza la cubierta de su escritorio. Puedo ver
sus manos deslizándose sobre el papel, escribiendo con una gran pluma azul. Es
como mágico. Lo miro, totalmente inmóvil absorto en su escritura. Mary me
pregunta qué siento al mirarlo, contesto: “Nada”. “¿Qué es lo que quieres que
haga…? Siento que estoy a la orilla de un precipicio muy alto, y que no quiero
saltar. ¡Mary, espera un poco!”, y entonces mi cuerpo empieza a sudar, luego
siento frío cuando la escucho decir suavemente: “¿Qué es lo que quieres que
haga tu padre, Alietta?” Esta vez brinco o algo brinca dentro de mí: ¡un
sentimiento! Y ¡exploto en llanto! “Quiero que me toque, que me cargue en sus
brazos, quiero una caricia de ternura de parte de él y un poderoso deseo de que
me acune en sus brazos y me toque”. Mary me dice que le pida que me toque y
yo me dejo fluir con mi deseo. Le pido que con sus manos toque mi cabeza y mi
cuello; eso me hace llorar mucho, porque mientras estoy sintiendo mi necesidad
de su ternura, veo la mano de mi padre moverse, deslizarse sobre el papel,
indiferente a mi necesidad. Después de la sesión me siento muy cansada, nunca
me había percatado que tenía tantas lágrimas en mi tanque. De regreso en el
hotel, duermo un poco, ¿Un poco? ¡Hasta las 10:30 de la noche! De hecho, todo
el día. En verdad mi cuerpo tiene buenas defensas, porque nunca había dormido
tan bien, tan sin ruido y con tanta quietud. Y también me sentía cansada.
MIÉRCOLES 13 DE OCTUBRE
Finalmente hoy sucedió algo, una vez más pasé una gran noche. Cuando
desperté, reconocí otra vez en mi pecho esa especie de llanto cuando era niña,
pues ése era el modo como lloraba. Me salieron unas cuantas lágrimas en el
camino al Instituto. No me sentía realmente mal, pero dentro de mí, sabía que
estaba a punto de algo.
Hoy estoy acostada en el tapete rojo, esperando a Mary, tengo mucho frío.
Un frío extremadamente desagradable que me asusta. Para evitarlo, me moví y
miré alrededor para ver si el frío está soplando desde alguna dirección hacia mí.
Pero ¡es tan fuerte! El cuarto no está hecho para engañarme. Luego llega Mary y
nos concentramos en la lectura de El conejo de terciopelo.
—¿Te gustó el libro?
—Sí, y lloré dos veces.
—¿Cuándo?
—Cuando el conejo estaba tan feliz que no podía dormir, después de que los
niños le dijeron que es real, porque él nos ama.
Hablando de ello y de algo que dijo Mary, me hizo llorar de nuevo, pero
mucho. Vino una imagen a mi mente: mi tía está tocando el piano para mí; en
este recuerdo lo que me impacta es su calidez y el cariño que me tiene. Escuché
el tacto de sus uñas en el teclado del piano. Sentí su alta presencia detrás de mí y
“yo soy muy chiquita”. No puedo recordar lo que dice Mary cada vez que
regreso a mis sentimientos, pero de pronto, me encuentro llorando, hablo sobre
la muerte de mi primo, y de nuevo me estoy congelando. Mary me dice que
sienta ese frío. Lo siento y estoy extremadamente asustada.
—Deja que suceda Alietta, no huyas de esta escena.
—Es fácil decirlo, pero estoy muy asustada.
Finalmente entro en contacto con la muerte de mi hermana Flora. No sabía
que la quería yo tanto. Recuerdo ese momento, el día en que la enterraron,
cuando sacaron de la iglesia su ataúd. Cuando pasó frente a mí y la miré,
yaciendo ya muerta, adentro del ataúd. Todo se derrumbó dentro de mí, yo
estaba anonadada.
Ahora que la veo de nuevo, el sentimiento es tan intolerable que me
estremezco, regresa con una fuerza alarmante, y me hace decir: “No me dejes,
por favor no me abandones”. De nuevo viene la tormenta, y lloro con el cuerpo
hecho un ovillo para protegerme del intenso daño. Me duele, lloro: “No me
dejes”. El sentimiento se esfuma poco a poco.
Cuando estoy llorando me doy cuenta de que toda mi vida he dejado a las
personas, principalmente a los hombres, porque tenía miedo de que me
abandonaran. Cuando estoy descansando me comienzan a invadir imágenes del
desierto. Es el desierto de Sahara, lo amo, siempre me ha atraído. Le describo a
Mary cómo me siento caminando por el desierto y le digo qué significa para mí.
Cuán estrechamente estoy identificada con él. Me recuerda la primera vez que
tomé ácido y comencé a describir el desierto a un amigo mío. Me dijo que mi
descripción era muy poderosa y que él sintió la extraña fascinación que el
desierto tenía para mí. Se convirtió en un viaje total de muerte, en una horrible
pesadilla. Parece que cada vez que me enfoco en la muerte, el desierto está
llegando a ella.
No sé cómo, pero de pronto cambié hacia la imagen de Flora, contándome
sus sueños una mañana en Roma. Estoy de regreso en el cuarto de nuestra
infancia, al que veo por primera vez, desde que lo dejé hace quince años. Y
siento la necesidad de ese “medio llanto” que volvía loca a mi mamá y comienzo
a llorar así, y se convierte en un gritar mezclado con rabia, escucho a mi mamá
que dice: “Cállate o te daré algo para que de verdad llores”. Mi coraje aumenta y
mis gritos comienzan a salirse de control.
Estoy en lo más profundo de mí misma, grito “¡mamá!”, y lloro. Siento un
dolor en mis piernas, que se sienten pesadas, pero yo quiero moverlas, quiero
patear con ellas y empiezo a hacerlo, aunque un poco autoconscientemente.
Estoy ahí, en mi cuarto de niña, en mi cama llorando y nadie viene. Rabia y más
rabia, es lo que siento ahora. “¿Por qué nadie viene? Soy pequeña y quiero que
alguien venga a mí.”
En cinco meses de psicoterapia en Nueva York no había recordado nada de
mi juventud temprana, y aquí en cinco días han regresado a ¡tantas cosas!
Cuando surgen se anuncian con rápidos latidos en mi corazón, sostengo mi
aliento y me concentro en cada una de las imágenes que burbujean en la
superficie. Sólo una cosa parece nebulosa, es algo detrás de la ventana y no lo
puedo ver, estoy segura que está ahí. Más tarde, en el día, se me presenta la
imagen anunciada por el boom de mi corazón: ¡es una cuna…!, una cuna color
de rosa.
Ahora que le estoy diciendo a Mary lo que veo, y ya no es solamente la cuna,
hay un bebé en ella… ¿Es mi hermano? Recuerdo esa cuna y al bebé en ella…
¡Soy yo! Veo los broches que mi mamá está poniendo para sostener las sábanas
bien extendidas, tan tensas para que no me pueda mover. Mis piernas están como
amarradas, no se pueden mover. Lo odio y veo a mi mamá caminando hacia mí.
Estoy sudando. Me toma en sus brazos y me pone en su cama para cambiarme.
Ella es enorme, su cara está casi encima de mí. Se ve tan joven; nunca la había
recordado antes como era. Dios, ¡la amo! Mis ojos se llenan de lágrimas, grito:
“Mamá”, y siento un fuerte, inmenso y poderoso deseo de que ella me cargue.
Mis lágrimas se están secando. Ya no puedo hablar. Ahora la veo con un niño
muy pequeño en sus brazos y ella es enorme y otra vez mi corazón palpita
fuertemente.
Ahora soy una niña con ese fuerte e inmensamente poderoso deseo de que
ella me abrace. Quiero sentir su mejilla y su cuerpo. Toda la resistencia en mí se
rompe en pedazos: “Por favor mamá, llévame en tus brazos o moriré”. Las
lágrimas se están derramando. Estoy doblada en mí misma, perdida en mis
necesidades, inconsciente del tiempo que está pasando. Luego mis lágrimas se
secan lentamente. Cuando quiero hablar, descubro que no puedo... Soy un bebé,
me veo en pañal, pequeña, cargada contra su pecho, aferrada como un cangrejo.
Y siento lo que esa bebé siente, es extraño, necesito tanto sentirla, o sentir mi
necesidad de ella. Es una sensación tan nueva para mí. Obviamente la viví una
vez, sólo que nunca me dejé sentirla con todo su poder. Ahora pienso: “Se siente
como que no es un sentimiento nuevo, pero lo estoy sintiendo por primera vez”.
Estoy en la posición de una bebé un poco convulsiva, pateando, y me golpeo
la mano en el piso. Solamente soy yo la sorprendida ante esos movimientos que
mi cuerpo quiere hacer y los hace. Cuando me calmo estoy de nuevo acostada
sobre mi espalda; mis piernas ya no están encerradas en una capa de plomo.
Mary me dice:
—¿Cómo están tus piernas ahora?
—¡Ya están bien!
Mary sonríe y yo también, y de repente, mi sonrisa me hace sentir ligera y
feliz y estallo de felicidad y de risa.
¡Lo hice! Rompimos la terrible resistencia que nunca pensé que podría
lograrlo, fui muy lejos, ¡lo puedo hacer! ¡Me siento superbién, nunca lo había
sentido antes en mi vida, nunca, y es fantástico, SIENTO! Es sólo el principio,
pero ahora no tengo dudas sobre la terapia y de que yo puedo hacerla, sé que
todo va bien: mis piernas, antes tan muertas y pesadas, de repente quieren
moverse y bailar. Mi cuerpo entero quiere abandonarse para celebrar una nueva
ligereza. Hay algo que está volviendo, vivo dentro de mí, y es irresistible
dejarme llevar y reír en un estado de gran excitación.
Adiós incoherente infelicidad. Afuera del Instituto yo escucho un alarido que
sorprende a la gente en la calle; es como el de un indio. Ahora mucha gente me
habla. Mi felicidad brilla, la siento. ¡Es un gran día!, tengo alas y tengo
esperanza… a las 8:30 p.m. ya estoy en mi cama.
Hay tantas cosas que suceden constantemente. Recuerdo los calambres que
tenía en mis piernas. Son los calambres de “crecimiento” que tuve cuando era
niña, y también recuerdo a mi mamá frotándomelos con alcanfor en la noche,
para aliviar el dolor, y veo cómo se iba del cuarto sin darme un beso. Su tarea
había terminado.
Esta noche por primera vez toca sesión de grupo. Es realmente extraño ver
este enorme cuarto, casi sin luz, la gente se acuesta en el suelo, empieza a tocar
sus sentimientos. Uno de ellos Mike, está en el piso con una mamila y yo lo veo
chupándola. No puedo evitar el deseo de que esto no me pase a mí en el curso de
la terapia, porque lo veo ligeramente ridículo; ahora sé lo que significa y tengo
miedo. Me divierto mirándolos por un momento. Más tarde la cosa se pone peor,
pues mucha gente está gruñendo, gritando, hablando con sus padres. Lo
encuentro hermoso y conmovedor.
Todas estas personas están sufriendo, renaciendo y curándose a través de su
dolor y no hay nada ridículo en esto. De algún modo me hace sentir lo enferma
que estoy y que esas personas ya están mucho más liberadas. Espero que eso me
ayude a sentirme menos autoconsciente acerca de mis sentimientos y que algún
día sea capaz de hacer todas esas extravagancias, si mis sentimientos lo
reclaman. Sí, estoy tratando de reasegurarme, porque en realidad estoy asustada.
He primalizado y vivido ese grito primal mencionado en la cubierta del libro —
el grito que yo soñé tanto— cuando traté de hacer la terapia en solitario.
Ahora estoy gritando “mamá” y quiero que ella esté conmigo y me duele
mucho. Un impulso me lleva a dejar el cuarto como un prisionero que deja las
rejas de su celda, con un gran sentido de alivio y con el sentimiento de que
nunca tendré que regresar de nuevo. Me siento afuera, en el corredor, cuando
Lenny —que me simpatiza— se me acerca y me dice que debo regresar.
—Por supuesto que la primera vez es difícil, pero tienes que regresar. Vas a
encontrar un sentimiento, trata de sentir ¿Por qué no te puedes quedar? Siéntate
y eso te mantendrá un rato ocupada, y quién sabe, quizás llegues a algo —y me
sonríe con una sonrisa de niña.
Así que regreso al infierno y siento un algo viejo. Me quiero ir. Los odio a
todos, no puedo estar un minuto más en ese cuarto, más de lo que tuve que estar
en mi hogar como niña. Y sigo corriendo de nuevo como cuando tenía cinco
años de edad. Recuerdo qué infeliz era, cuánta desesperación vivía y qué tristeza
para una niña sentirse de ese modo. Todo el tiempo quería irme de la casa, del
mismo modo que había huido de la vida en mi entorno, como una cometa, nunca
quedándome en alguna parte, para no sentir que nadie me amaba en mi casa o en
cualquier parte de este mundo.
Después de dos horas de escenas en el grupo, ya no quiero huir más. La luz
regresa. Esperamos a un hombre que está terminando y que parece estar en algo
muy profundo, entonces Mark y Joshua se sientan en dos sillas. La gente está
sentada en el piso, algunos lloran. Comienzan a decir lo que tienen que decir,
para terminar con sus sentimientos o para entrar en uno de ellos. Es muy
interesante mirar toda la escena. Cuando alguien está hablando, todos están en
silencio, excepto aquellos que están en sus propios primales. Algunas veces a la
persona que está hablando no se le puede escuchar, porque alguien está llorando
o porque de repente está llorando un cuerpo que se revuelca en lenta agonía o
alguien cruza en el cuarto gritando ¡“Te odio, te quiero matar!”, y se arroja
contra la bolsa de box diciendo “¡No sé quién soy, ni lo que quiero!” (cuando el
sentimiento está surgiendo, el paciente puede tomarse el tiempo para ponerse los
guantes y dejar estallar su sentimiento).
Nunca había estado en algún grupo de esta clase, y observarlos es algo
fenomenal para mí. ¿Cómo puede esta gente ser tan libre y tener el valor para
decir todo esto? Estoy asombrada, más aún cuando el grupo estaba en la
oscuridad. Un hombre le cuenta al grupo que su papá lo amarraba y le hacía
mirar durante horas mientras él estaba fabricando el mango de un látigo. Le es
muy difícil hablar, es obvio que la escena total está surgiendo en la medida que
habla, y está envuelto en la emoción. Ha tallado el puño del látigo y nos lo
muestra. Noté que la mayoría de los terapeutas están llorando y yo también.
EN LA NOCHE
Dice Mary que la sesión de hoy fue grandiosa. Yo estaba recorriendo las escenas
de la playa, arrastrándome en la orilla de la arena, sintiéndome miserable.
Entonces empecé a sentir un gran dolor cuando recordé a mi papá pegándole
horrible a mi hermano Joe. Yo lo viví con mucha fuerza y con una gran tensión,
pues quería gritarle a mi papá que parara, y por miedo, me sentía incapaz de
detenerlo. Lo vi como un gigante fuera de control, algo parecido a un Júpiter
desencadenando todo su gigantesco poder en un mosquito. Yo estaba (y estoy)
experimentando totalmente ese temor de que matara a mi hermanito. Todo ese
tumulto de sentimientos estaba reviviendo dentro de mí y me doy cuenta, en el
primal, de todo lo malo de las actitudes de mi padre y del daño que nos hizo al
no amarnos (ahora es algo muy obvio para mí y, por primera vez, real).
Cuando la tormenta pasó me vi abrazando a mi hermano, ambos solos en la
playa, y me sentí muy protectora hacia él. Ellos, mis padres, contra nosotros.
También me di cuenta que toda mi vida traté de hacer feliz a mi padre y ser lo
que él quería que mi hermano fuera. En otras palabras, quería ser su hijo. Estaba
tan asustada y le tenía tanto miedo a su furia gigante y violenta, que pensé que
ése era el modo como él finalmente me aceptaría.
Papá me hizo sentir que como mujer, yo estaba automáticamente limitada.
Quería probarle, en sus propios términos, que si no lograba vencerme, quizá
entonces yo significaría algo para él. Eso sí, yo tenía que ser como un hombre,
vivir la vida de un hombre, ésa era mi meta: probarme a mí misma que yo podía
hacer algo por mí. Eso es lo que creí entonces, de hecho, yo actuaba de forma
patética, tratando neciamente de que mi papá me amara. Mary me explica que el
proceso primal es como una ola que se desenvuelve poco a poco, permite a la
persona vivir y revivir el pasado al ritmo del cuerpo, revelándolo todo
progresivamente.
VIERNES 24 DE OCTUBRE
El hombre con un látigo está explicando la constante humillación que sufrió, por
parte de su padre. Siempre se está disculpando, sigue hablando y parece tener
dificultad para tocar sus sentimientos. Dice que él hizo un látigo y lo trajo
consigo y nos lo muestra. Bernardo llega y toma el látigo de una manera muy
amenazadora. Yo observo fascinada. Este lugar está lleno de lo inesperado. Raúl
mira a Bernardo con miedo, como si fuera un pequeñito aterrorizado. De
repente, Bernardo —que es muy grande— actúa como si fuera a pegarle a Raúl,
y en vez de tocarlo a él, le pega muy duro a la pared. Las cosas suceden muy
rápidamente, en el mismo segundo que ocurrió, Raúl está en el suelo
experimentando un primal y casi todos en el cuarto tienen la cara en la alfombra,
Raúl grita: “¡Por favor papi, por favor, no me pegues!”
Recuerdo mi muy seria tentativa de suicidarme y el dolor que mi ex marido
me estaba provocando. Conforme avanza el tiempo me regresa ese dolor, y lo he
sentido sin dudarlo ni un segundo. Cuando lo hice, realmente no era una decisión
racional, sino que una poderosa fuerza dentro de mí estaba en control,
haciéndome poner distancia entre él y yo. Renté un apartamento, lo tuve que
hacer pero, ¿por qué? Nunca comprendí de dónde vino ese poder para dejarlo,
pero era irresistible —como si mi vida dependiera de ello—. Tuve que poner una
distancia definitiva entre él, que era la fuente de mi dolor, y yo: si es que iba a
sobrevivir. Cuando estas palabras pasan por mi mente ahora las comprendo: su
actitud controladora volvía a despertar el sentimiento que ahora conozco: la
imposibilidad de dejar que me controlaran; nacimiento, dolor intolerable;
indefensión, muerte.
Todo lo que pude hacer fue escapar de la aparente fuente de rechazo y dolor.
Cuando me lamentaba de la separación, puse distancia entre mí misma y mi
dolor y tomé una sobredosis de píldoras. No hay nada dramático en ello, no le
dejé una nota a nadie, solamente quería dormir para siempre. La vida no valía la
pena vivirla, si ésa era la manera como yo tenía que sentirme. Recuerdo esos
días tan tristes. En mi tercer día de coma, me llevaron a toda velocidad en una
ambulancia por las calles de Roma. No recuerdo bien eso, pero desde entonces
no puedo escuchar una ambulancia sin que mis ojos se llenen de lágrimas, y
suavemente suspiro: “Me traté de matar porque tú no me amas”.
EN LA FIESTA DE HALLOWEEN
Alguien me dijo que Janov organiza cada año una fiesta de Halloween en la que
todos nosotros debemos vestirnos de una forma que exprese cómo nos sentimos,
o lo que queremos llegar a ser. Ésta es ciertamente la parte más pesada de mi
vida. Es como una película de Fellini, me siento como que estoy alucinando.
Cuando entro en el gran cuarto, me recibe en la puerta algo que odio: un
esqueleto; está hecho de papel, pero es como los que yo vi de niña y eso es
suficiente para matarme de miedo. Hay otro que está colgando del techo. John
está en la esquina, pero no supo cómo disfrazarse. Se envolvió en rollos de papel
plateado, se levanta y nos dice: “Yo era una máquina de hacer dinero, y ésta es la
imagen de mí”, y entonces empieza a sentir el no haber sido nada más que una
máquina, en lugar de ser amado por quien era. No tengo el menor deseo de sentir
esta noche. Estoy fascinada de ver a la humanidad como realmente es. No quiero
perderme ni un segundo de ella.
Hay alguien en un rincón con una cruz gigante; escucho que es un ex
sacerdote. Hay otro ministro que arranca páginas de la Biblia y las tira por todo
el cuarto. Lleva una ropa distinta de la usual y es una visión estremecedora y
poderosa. Hay en él un cierto realismo grotesco. Hay pacientes en pañales
chupando sus mamilas. Otro hombre gigante tiene un seguro en su pañal. Está
una chica muy linda vestida como un ángel con alas y plumas, extrae de su caja
unos pañuelos, pero con una fuerza nada angélica, con la idea de que siempre se
le obligó a ser un ángel, aunque eso no es lo que realmente quería… También
está una bailarina a la que forzaron a tomar lecciones desde muy temprano en su
vida, y baila con una gran cantidad de rabia y sentimiento.
Un hombre llegó cubierto con cadenas, está desnudo y es un verdadero
Prometeo, y yo me pregunto cómo se las arregló para amarrar sus manos y sus
pies… Hay un jugador de tenis con su raqueta y su visera, recordando que él ha
sido un travesti durante toda su vida adulta, y que siempre quiso que su madre le
mostrara algún sentimiento… Hay un tipo con un traje de marino junto a una
muchacha desnuda que siempre tuvo temor de mostrar su cuerpo; en tanto que…
otro hombre desnudo y con una erección está gritando: “No es sucio mami, sólo
¡soy yo!”
Otro señor estaba vestido de prisionero, arrastrando una pesada pelota de
plástico, y una mujer estaba sentada con una muñequita en sus brazos hablándole
como si fuera un bebé. Mientras tanto, el grupo empezó a desenvolverse como
solía hacerlo. No puedo esperar para ver cómo estará el grupo cuando Arturo
(Janov) se siente en su silla y comience la acción. Los sentimientos detrás de los
disfraces son muy obvios y revelan sus sentimientos a las personas. Hay una
mujer enfermera que cuidó a su padre toda su vida y se sentía enojada por
renunciar a su vida, pues no se casó nunca. Su rabia era increíble. Una muchacha
con un disfraz muy sexy nos mostraba lo seductora que era sexualmente, aunque
debajo de su ropa traía sus pañales: era un bebe queriendo amor y que la
abrazaran.
Janov dijo con voz suave, con la clase de voz que te hace querer brincar a sus
brazos y que te apapache todo el invierno, “Ella está bien. Todos ustedes pueden
reconocerse a sí mismos en ella, porque todos son unos huérfanos con padres.
Lloré tanto esta vez, pero deseaba parar porque no me quería perder nada del
show. Arturo le pregunto a Jorge por qué llevaba cadenas y él le contestó:
“Porque nunca pude expresar mi dolor, nunca pude expresarme, me sentía tan
atado por su incomprensión hacia mí y hacia mis necesidades”; y ¡de pronto, ya
estaba llorando y aullando! Después de que Jorge terminó de llorar, Art se
arrodilló y empezó a desatar sus cadenas. Éste fue un hermoso símbolo de
descubrimiento. Después estaba Rebeca, que llevaba el traje de ángel, y Arturo
le preguntó por qué lo llevaba, pero ella no quería contestar.
Cuando por fin empezó a hablar, todos escuchamos en perfecto silencio. Lo
que dice es tan directo que puedo sentir cómo todas sus palabras pasan por la
pantalla del dolor. Ella empieza a caminar por todo el lugar haciendo ruido como
el de una máquina descompuesta (es algo espantoso). Mi corazón se encoje al
escucharla. Finalmente llega a la herida, y al fin de su interminable monólogo:
“Siempre tuve que ser un ángel, tenía que estar bien supervisada y portarme tan
bien, que jamás pude sentir resentimiento o decir cualquier cosa fuera de lugar”;
entonces se arroja al piso llena de rabia, llorando y gritando: “Odio lo que me
hicieron, los odio, odio a todos”. Sus alas pareciera que aplauden y ella se está
retorciendo por todo el piso, en su explosión de odio.
Mientras está gritando, un hombre se pone en pie. Puedo decir que es un
hombre porque trae un vestido muy verde, lleva una peluca y se ve muy raro, no
lo reconozco. Su confesión es dolorosa. Es un homosexual, y para él llevar un
vestido fue muy difícil, dice que se masturbó dos veces en el baño del Instituto,
antes de llegar al grupo. Estaba muy asustado porque sabía que tenía que decir
todo esto. Y cuando se asusta se masturba. Procede a desvestirse enfrente de
nosotros y lo miro con fascinación, lo que estaba tratando de hacer era
transformarse de mujer a hombre, y estaba llamando a su mami con una voz de
bebé.
Había una dama en un rincón que permanecía como la niña indefensa que
había sido toda su vida, llevaba un vestido de bebé. Era la única manera con la
que podía hacer que alguien se hiciera cargo de ella —primero su madre y
después su marido—. Había otro hombre desnudo que perdió el seguro de sus
pañales.
Otro llevaba una computadora y dijo que toda su vida había sido una
máquina funcionando mecánicamente muy bien, pero sin ningún sentimiento. La
bailarina está danzando con una libertad que no ha conocido antes, porque
siempre estaba rígida y aterrorizada, en verdad es graciosa. Pero de pronto les
grita a sus padres: “Vean mi horroroso cuerpo. Siempre he tratado de esconderlo,
me odio mucho, ¡mírenme ahora porque eso es lo que soy! Si no les gusta, pues
ni modo. ¡Yo soy lo que soy!” y sonríe y sonríe… Todos parecen recordarme a
Marat-Sade. Esto crece más allá de la imaginación. Esta noche la guardaré en mi
memoria para siempre.
SÁBADO 1 DE NOVIEMBRE: ÚLTIMO DÍA DE LAS TRES SEMANAS
Han pasado cinco años de una inesperada agonía y de una gran alegría. Es el
tiempo de mirar hacia atrás; supongo que el principal acontecimiento en mi
terapia y en mi vida es mi nacimiento. Y eso, por supuesto, es toda una sorpresa.
Es absolutamente asombroso que este suceso tan remoto sea la raíz de todo lo
que hago y lo que soy. Es el pivote de las principales tendencias básicas de mi
personalidad. El escenario que ya conozco de corazón, se desenvolvió en un
verdadero lío. Un día de noviembre, durante la guerra, mi mamá estaba pariendo,
todavía no estaba lista para abrirse toda, y yo ya estaba lista para nacer.
Cuando lo supe más tarde, se trataba de la señal de un verdadero nacimiento
—la da el bebé cuando ya está listo para nacer—. Así que yo tuve que hacerlo,
aunque mi madre no estaba lista. Algo en su cuerpo estaba luchando contra el
proceso natural. ¿No quería tener ese bebé? Cualquiera que haya sido la razón,
afectó toda mi vida. Cuando se dio la señal de nacimiento y todos mis
movimientos estaban enfocados a esa meta, empecé a bajar por el canal y todo
estaba bien.
Debía salir pero no pude, y empecé a sofocarme durante mucho tiempo.
Quizás realmente sólo duró muy poco, pero en mis primales se siente como la
eternidad. Así que me estaba ahogando y me moría de forma lenta, hasta el
límite. En un último intento por sobrevivir, mi cuerpo trató desesperadamente de
salir, de tomar algún aire y hacer desaparecer ese intolerable sentimiento de
ahogo. Mi instinto de supervivencia tomó la forma de una rabia gigante que me
hizo empujar con toda mi energía, en un esfuerzo desesperado para nacer… De
nuevo me sentía vencida y caí en un estado fatal de asfixia… De nuevo la rabia
para lograr salir y… otra vez, la impotencia. Por fin nací ya modificada por la
experiencia, nací con una enorme marca morada en la frente, con rabia y,
obviamente, furiosa. La partera le advirtió a mi madre de todos los “buenos”
momentos que nos esperaban. Ella nunca había visto una bebé tan enojada y
tenía razón, no me podrían decir nada; mi total desconfianza de mi medio
ambiente me hizo rechazar todas las órdenes, todos los límites. Todo el tiempo
mi necesidad de libertad era la fuerza principal detrás de mis actos, eso creaba
molestia en mis padres, profesores y generalmente en cualquier persona que
intentara doblegarme. No podía soportar ninguna interferencia contra mi
voluntad porque para mí significaba la muerte.
Cuando dejé a mi marido, una fuerza muy poderosa me obligaba a poner
distancia entre él y yo (era el poder del nacimiento). Él me estaba encerrando en
su conjunto de normas y yo no lo podía soportar. Tuve que dejarlo. No tenía ni
idea de lo que era esa fuerza que me impulsaba a dejarlo, pero lo hice. La otra
cara de los hechos era que nada me podía detener. Ante cualquier obstáculo,
tenía que vencerlo. Nunca me sentí atorada o incapaz, y si lo llegaba a sentir,
literalmente me parecía que me estaba volviendo loca. El recuerdo de la muerte
cercana empezaba a surgir de nuevo y tenía que superarlo. Para evitar esos
sentimientos recurrí a todo mi poder en todo lo que hice y, por tanto, tuve éxito.
Por la imposibilidad de comprometerme, me mantuve en la soledad en la que
vivía y evité cualquier tipo de dependencia, porque justamente en mi nacimiento,
mi madre significaba el peligro de muerte. La necesidad de libertad era otro
aspecto de lo siguiente: nunca iba a estar de nuevo bajo el poder de nadie, jamás
estaría otra vez a merced de alguien, de manera que siempre sería mi propia
autoridad, plenamente responsable de mí misma. Si no era así, de inmediato
ascendía el sentimiento de la muerte cercana, y ésta se transmitía presentándose
en la forma de unas migrañas increíblemente poderosas.
Cada vez que un obstáculo se me presentaba, surgía la migraña. La sufrí
durante veinte años y no tenía idea de dónde venía. Ahora puedo librarme de ella
al percatarme del sentimiento de, que al nacer, estaba atorada sin oxígeno y
muriéndome. Después de cada uno de estos sentimientos tan difíciles de revivir,
ahora puedo sentir cómo retrocede y desaparece mi migraña, porque ahora sé de
dónde viene y qué hacer con ella.
El sentimiento de soledad dentro del útero era otro de los poderosos impulsos
detrás de mi comportamiento. Mi madre no me estaba ayudando a nacer y de
esto aprendí que nunca habría alguien, cuando yo lo necesitara. Que tenía que
contar solamente conmigo misma y no podía esperar ninguna ayuda de cualquier
persona. Esto también reforzó la soledad en mi vida. Nunca pude compartir mis
problemas con nadie, ni mostrarme vulnerable, o pedir cualquier cosa.
Mi madre no quería que naciera y eso me hizo sentirme totalmente no
deseada. Ese sentimiento se reforzó más tarde, en todo aquel tiempo de mi
juventud en el que mis padres no me quisieron cerca de ellos, ni disfrutaron mi
compañía ¡Por el simple hecho de que yo estaba viva! Me hicieron sentir que mi
existencia era un error y que todo habría estado mucho mejor si yo no hubiera
nacido. Así, sintiéndome no amada, yo pensé que era mi culpa ¿Por qué no me
amaban? ¿Qué es lo que no estaba bien en mí? Inconscientemente me odiaba a
mí misma por no ser amada. Yo era un monstruo, si no era así, ¿por qué tanto
rechazo y violencia hacia mí? ¿Por qué un trato tan inhumano? Yo era menos
que un perro. No me podía amar a mí misma, puesto que era mala, e incluso
logré desconfiar de cualquier persona que me amara.
El no haber sido amada por mis padres me daba la seguridad de que nunca
sería amada por alguien más. No lo podía aceptar y esto me hizo también
incapaz de dar amor y, sin embargo, lo único que quería en mi vida era ser
amada y amar. ¡Qué ironía tan triste!
La otra fuerza poderosa en mi vida, sobre la que no tenía control, era la
necesidad de escapar todo el tiempo, especialmente cuando algo estaba mal.
Estas tendencias básicas, por supuesto, no eran conscientes, formaban parte de
mi personalidad. Fui una niña difícil, independiente, fuerte y solitaria. No podía
ser moldeada en aquello que ellos querían que yo fuera. El resto de mi infancia
solamente reforzó esas tendencias básicas, entre ellas, la falta total de interés y
de amor por parte de mis padres. No me hablaban, y cuando mi papá me
hablaba, lo hacía durante horas, puesto que realmente estaba hablando consigo
mismo. Nunca pusieron atención a mis dolores o a mis necesidades y yo los
mantuve a distancia, huí de ellos, tenía que hacerlo, y cuando las cosas iban mal,
yo me retiraba, no me comunicaba con ellos, me lo guardaba todo y nunca les
pedí nada.
Lo único que esperaba, tan pronto como pudiera lograrlo, era separarme de
mi familia: ellos también estaban muy contentos de deshacerse de mí. Cuando
tenía quince años tuve que salir de casa y tomar mi vida en mis manos. No
existía ningún poder sobre mí, y estaba dispuesta a asegurarme de así continuaría
siempre. Cuando un amor quería ejercer su poder sobre mí, yo ya tenía mis
maletas hechas. Al final, mi tolerancia en ese sentido se hizo más y más débil.
Estaba empacando mis maletas todo el tiempo y girando por el planeta. La
última vez que hice mis maletas, fue para venir a la terapia.
La otra consecuencia lejana de mi nacimiento han sido mis tentativas de
suicidio, cuando pensé retirarme de una situación en la que ya no podía dominar
el dolor, puse distancia entre mí y mi dolor: trate de suicidarme. El recuerdo del
nacimiento me enseñó que después de la agonía, la sofocación y la cercanía de la
muerte, ésta representaba el fin del sufrimiento en que yo estaba. Esta ecuación
se sostuvo en mi sistema. Siempre que me encontraba desesperanzada, y cuando
el dolor era insoportable, cuando ya no estaba al mando de mi realidad, el
camino más obvio era el suicidio. Realmente, el redespertar del dolor era el que
me estaba empujando en esta dirección, y pensé que la última solución estaba
ligada a la experiencia del nacimiento. Mi vida entera estaba dirigida por esa
necesidad, y no sólo no tenía idea de todo eso, sino que era totalmente impotente
para hacer algo al respecto.
QUINCE AÑOS DESPUÉS
Existe una categoría especial de recuerdos a los que llamo “impresos” o huellas.
(El término ha sido empleado por estudiantes del comportamiento animal, con
un significado diferente, en contextos distintos.) Aquí es únicamente descriptivo
de cómo se imprime el dolor en el sistema nervioso.
¿QUÉ SON LOS “IMPRESOS”?
Hace unos años una paciente mía se estaba preparando para viajar a la India.
Con la finalidad de fortalecer sus reacciones inmunes se le recomendó vacunarse
contra el tétanos, el cólera, la tifoidea y la polio. Recibió todas las vacunas al
mismo tiempo y en una hora todo su cuerpo ya estaba sufriendo: tenía fiebre
muy alta, convulsiones agonizantes y vomitaba continuamente. Dos días más
tarde, tenía una comezón muy aguda en la vagina que se le diagnosticó como
herpes: en efecto, era uno de los peores casos que el doctor había visto. Algunos
años antes, ella había notado una ligera irritación vaginal que también le
diagnosticaron como un ligero herpes, pero no había estado sexualmente activa
desde hacía nueve meses.
Dos semanas más tarde, desarrolló una fiebre que duró cerca de un mes.
Después de seis semanas de sufrir esa fiebre, comenzó a revivir una situación
traumática cercana a la muerte, la cual le sucedió a una edad muy temprana. La
fiebre provocada por las vacunas desencadenó la huella de memoria de un hecho
traumático padecido en el pasado. La combinación de las vacunas con la huella
de su recuerdo fue avasalladora. Cuando terminó de revivir el trauma temprano y
el trauma de la vacunación, la fiebre terminó y estaba en camino de recuperarse.
En esta experiencia de mi paciente hay una gran cantidad de información
encapsulada acerca de la huella y la naturaleza de la enfermedad. En esa
situación, se le pidió demasiado al suponer que su organismo reaccionaría e
integraría las vacunas para las tres enfermedades a su sistema inmunológico.
Además, las inyecciones movilizaron la huella de un recuerdo cercano a la
muerte, el cual se mezcló con el choque presente y resultó sobrecogedor. El virus
del herpes, que antes se mantuvo a raya, ahora se había “liberado” para
manifestarse abiertamente.
Aunque éste es un ejemplo de enfermedad física, en el ámbito de la
enfermedad mental pasa lo mismo ante una carga de experiencias negativas: La
pérdida de un trabajo, del matrimonio, de un compañero, etc., se pueden
combinar con la huella temprana de la pérdida de un padre, la cual puede
inundar el sistema y resultar en una neurosis o psicosis. La carga del estrés actual
sacude literalmente la antena de las células nerviosas, despertando ciertos
sentimientos y recuerdos específicos. Por eso el neurótico reacciona en el
presente, como si estuviera en el pasado.
Por ejemplo, las vacunas son algunas de las vías que pueden sobrecargar al
sistema inmunológico. Una mujer que pierde a su esposo y que también tiene un
sistema inmunológico débil, tiene alrededor de cinco posibilidades más de
desarrollar un cáncer. Un mono al que los cazadores le han matado a su madre,
de pronto se enferma y muere por razones inexplicables.
LAS HUELLAS COMO MEMORIAS DEL TRAUMA
A propósito de la huella, a la que hemos considerado como una fuerza que atrae
los recuerdos que permanecen, lo que sigue es un informe de una paciente que
tenía un dolor constante en la espalda. Me comentó que ya tenía suficiente con
haberla hecho llorar durante tres semanas de terapia primal. Físicamente había
dos lugares que le dolían todo el tiempo. Uno era una pequeña parte en su
hombro izquierdo, y el otro era una línea de dolor que comenzaba en lo alto del
hombro derecho y de ahí continuaba a todo lo largo de la espalda. El que sigue
es el relato en sus propias palabras: surge de una serie de hechos menores que
con el tiempo, producen un creciente impacto.
Allice
En una sesión en particular, empecé a llorar ante un fuerte dolor físico. Cuando
por fin me senté, noté una mano que me agarraba en el sitio exacto en donde me
dolía mi hombro izquierdo. Tuve el sentimiento muy claro de que alguien me
había agarrado en ese sitio, y entonces reviví una escena en la cual mi padre y mi
madre estaban peleando, y de inmediato surgieron los sentimientos. Eso sucedió
el último día que mi padre estuvo presente en mi vida. Estaba muy asustada y me
abrazaba de las rodillas de mi madre. De repente, sentí que una mano me
agarraba por la espalda y literalmente me azotó hacia atrás, estrellándome la
espalda contra el poste de la cama. Después de eso, escuché que mi padre se iba
del cuarto y bajaba las escaleras. Luego se alejó y se fue de la casa para siempre.
Antes de que comenzara el sentimiento, yo no tenía idea de lo que había
pasado cuando mis padres se divorciaron. El recuerdo era muy traumático, a
causa del significado de ese día. Nunca volví a ver a mi padre ni a recordar la
escena. Todavía es muy dolorosa para mí. Los dos dolores en mi espalda
ocurrieron exactamente en los dos lugares en los que mi padre me agarró,
arrastró y me aventó contra el poste de la cama. El grabado de la madera quedó
marcado en mi espalda. Después de algún tiempo los dolores desparecieron y no
han regresado, excepto cuando entro en conexión con los mismos sentimientos
que provocaron las peleas entre mis padres y por la ausencia definitiva de mi
padre.
¿CÓMO RESUENA LA HUELLA EN EL PRESENTE?
Harry
Imagínense que van a un parque y ven a un padre jugando con su hijo. Ambos se
abrazan y, de pronto, sientes algo en tu estómago, una especia de calambre. Es
una experiencia dolorosa porque te hace recordar la necesidad insatisfecha de
que tu padre te cargara y te tocara.
Ves en la calle a una niña violenta y tienes un ataque de pánico. La violencia
ha encendido el recuerdo de la violencia de tu madre, a la cual tratabas
desesperadamente de evitar cuando te zarandeaba tanto, que apenas podías
funcionar en los dos días siguientes. La situación ha resonado con un
sentimiento y con escenas del pasado.
Tomen nota de que se trata de un sentimiento que deja entrar quizá a miles de
pequeñas escenas muy alejadas de las escenas tempranas, y que no obstante,
están codificadas de manera similar. Por ejemplo, puede haber cientos de
escenas de mamá con una mirada triste, deprimida, creando en su pequeño un
sentimiento que se traduce en pensamientos dirigidos hacia sí mismo, como los
siguientes: “No sabes hacer otra cosa más que pensar”, “Yo soy responsable de
tu desdicha” o “Mamá parece infeliz de tener que estar cerca de mí”. El niño no
es capaz de comprender que esas situaciones son problemas que tiene su madre,
y trata de hacerla feliz para no sentirse responsable de su tristeza.
De algún modo, los sentimientos relacionan la información de experiencias
separadas, pero vinculadas. Los gatos de E. Roy coincidieron en los patrones de
ondas cerebrales de un tiempo pasado. Actuaron “como si” estuvieran todavía en
el anterior medio ambiente, con todos sus detalles (en este caso los estímulos
dolorosos) y estos todavía existieran. Si los gatos pudieran hablar dirían: “Siento
como si me fueran a castigar, de la misma manera como antes me castigaron”.
Cuando una persona (padre, madre o alguien significativo) critica sin piedad
a un niño, la consecuencia es que esa crítica, o cualquier otra, son devastadoras
en el presente, porque la primera experiencia se ha establecido como un viejo
sentimiento de no valer nada. Incluso, cualquier elogio se ignora en el presente,
porque la crítica actual ha resonado con el pasado.
Tan pronto como algo en el presente se parece a una huella impresa ya vieja,
el cuerpo reacciona como lo hizo originalmente. Los neuróticos evitan la clase
de situaciones o de relaciones que puedan hacerles sentir el viejo dolor. Por
ejemplo: “No puedo ver a alguien golpeando a un niño porque me enfurezco, y
al mismo tiempo me da terror”.
En ese sentido, el sistema se convierte en un radar que nos coloca lejos de
cualquier cosa que nos lastime o nos lleve de regreso al pasado. Mientras más
doloroso sea el pasado, será más fácil deprimirse. Eso es lo que yo llamo tener
muchos “botones de encendido”, o un muy alto nivel de resonancia. Por
ejemplo, una persona llena de rabia suele sentirse muy irritable todo el tiempo, y
casi cualquier obstáculo puede encender esa irritabilidad. Lo mismo pasa con el
temor. Alguien con una sobrecarga de terror descubrirá que casi todo le hace
sentir miedo, ya sea una relación, multitudes, lugares muy altos, elevadores y
otros estímulos neutrales.
El siguiente caso es un claro ejemplo del tipo de resonancia a la que me
estoy refiriendo, y también del modo en que actúan muchos neuróticos. Se trata
de la actividad de comer: en el caso de esta persona, sentirse “lleno” le hacía
evocar un viejo sentimiento de vacío completo. De manera paradójica, mientras
más vacío estaba, menos tenía que sentir el vacío de su vida. Mientras más lleno
estaba, se sentía más vacío.
Haré unos cuantos comentarios acerca de los desórdenes de alimentación,
aun cuando sé que es un tema muy importante que requiere mucha más
discusión de la que aquí es posible, debido a que la manera como tratamos estos
problemas es diferente a otras. A menudo para bajar el nivel del peso, ante la
presencia de los síntomas es necesario ingerir un bloqueador de primera línea
(un tranquilizante), pero esto debió hacerse desde mucho antes, una edad muy
anterior. Observamos mucha agitación en las personas que comen vorazmente y
también en las que tienen el hábito de “purgarse” o de provocarse el vómito, que
a menudo sigue, después de comer. Las causas son muchas, pero más de 50% de
los casos que conocemos se relacionan con experiencias de incesto, y son un
factor especialmente importante en las mujeres. Con frecuencia se trata de un
incesto que sólo se puede descubrir en la terapia.
Las bases de la náusea pueden ser tan diversas como:
a. Haber estado a punto de morir en el primer año de vida (a veces como
resultado de un horario muy estricto para alimentar al bebé).
b. Como resultado de tener muchas flemas o fluidos durante el nacimiento, o
la tarea simbólica de tratar de sacar fluidos de la eyaculación debidos al
incesto.
En cada caso, la valencia es alta y, para que la terapia pueda hacerse de
manera armónica, debe de bajarse con drogas. Después de algún tiempo, las
drogas ya no serán necesarias. La discusión del problema de la comida puede no
surgir en meses, y cuando aparezca, casi nunca estará enfocada como “un
problema”. Queda muy claro que a menudo la comida se usa como un
tranquilizante para aplacar sentimientos muy dolorosos: “La comida calma”. No
sé cómo cualquiera puede ser un especialista en desórdenes alimenticios, puesto
que cada caso es muy diferente a otro y con causas muy diversas. Uno tiene que
especializarse en el conocimiento de las fuentes que subyacen en el problema, y
para eso se necesita un experto en traumas infantiles y no en síntomas. Al
descubrir el trauma, el síntoma surgirá por sí solo. Obviamente, durante algún
tiempo, el problema necesita someterse a la dirección de un especialista.
Karen
Las huellas del dolor parecen ser capaces de alterar nuestra habilidad para
satisfacer nuestro propio destino genético. Puede ser que el dolor cambie la
molécula de DNA que transmite el código genético, pues las células responden a
un código diferente o ligeramente alterado. Cualquiera que sean los mecanismos,
la represión de la huella parece tener un efecto global. Podemos ver la evidencia
empírica de lo dicho, en los niños criados en un orfanato. Mientras están
institucionalizados, ellos no crecen de acuerdo con su potencial genético, pero
empiezan a crecer de nuevo cuando se les coloca en un medio ambiente
amoroso.
La realidad de un programa genético alterado es importante en la
enfermedad, porque existen evidencias de que tales alteraciones producen
enfermedades catastróficas. En algunos tipos de cáncer, los genes normales
derivan en oncogenes, o genes que producen cáncer. Los investigadores todavía
no entienden por qué es así, yo supongo que el dolor impreso es una razón clave.
La huella masiva de dolor presiona a las células normales y finalmente altera su
estructura convirtiéndolas en letales. Ésa es una de las razones clave. Miller
Jonakait et al., del Colegio de Medicina de la Universidad de Cornell, apoyan lo
dicho. En esta investigación se estresaba a los ratones con una aparente
alteración de su código genético. Las células nerviosas embriónicas expresaban
el potencial genético en forma diferente en los ratones que estaban sujetos al
estrés. El periodo de desarrollo se extendió y los cambios parecieron presentarse
a un nivel muy fundamental.
Nosotros hemos visto otras evidencias de cambios en la expresión genética
en nuestros pacientes masculinos: un hombre de cuarenta años que después de
meses en terapia comenzó a dejar crecer su barba y el vello de su pecho. Las
mujeres a sus veinte y treinta años de edad experimentaron cambios en el
tamaño de sus senos. En otros, aumentó el tamaño de sus pies y su estatura. Lo
que debió suceder en la adolescencia se demoró unas décadas. Permítanme
aclarar algo a este respecto. Debido a la represión global, una buena parte de
nuestro código genético permanece dormido. Cuando la carga de estrés impresa
ha sido localizada y experimentada, hay menos represión y, por tanto, menos
inhibición de la expresión genética. Es evidente que, en esos casos, el desarrollo
genético se retardó. Yo dudo que un bloqueo tan crítico haya podido tener lugar
impunemente: en algún momento hay que pagar un precio. Algo demasiado
fuerte impidió el desarrollo genético en una persona que tuvo que sufrir un
severo impacto en su sistema físico.
Recientemente traté a una mujer de treinta y cuatro años. No había
menstruado durante un periodo de quince años. Conforme descendió a los
niveles de conciencia y comenzó a revivir ciertos sucesos al principio de su vida,
sus periodos menstruales reiniciaron su actividad. En su caso, la represión era
verdaderamente global. La represión no es sólo un término psicoterapéutico,
también es un proceso físico real que trabaja en todo el cuerpo. Se encuentra, por
ejemplo, en el cabello, en el pecho, o al menos en el código genético. Algunos
pacientes varones, después de uno o dos años de terapia, de pronto desarrollan el
vello en el pecho. ¿Qué pasaba con ese vello cuando no se desarrolló? Estaba
esperando que lo dejaran salir; su código normal de crecimiento se abortó y lo
sustituyó un código diferente. Ahí debió haber alguna presión, aun sobre algo tan
insignificante como unos cuantos vellos. El código original siempre estaba
tratando de desarrollarse.
Siempre hay un niño tratando de salir de nosotros. Cuando podemos hacer a
un lado a nuestro sistema adulto de defensas: el niño en nosotros surge. El nuevo
vello en el pecho o los senos crecidos son parte de nuestra travesía por la
adolescencia. Cuando sentimos la huella del dolor, el sistema comienza a
“enderezarse” por sí mismo. Tal como lo hemos encontrado en nuestras
investigaciones, las relaciones hemisféricas en el cerebro y los procesos físicos
se normalizan. Así debe ser, dado que cada una de las alteraciones originales en
la fisiología de nuestro cuerpo es parte de “la huella”. La realidad de los
impresos celulares es vital para una adecuada comprensión de cómo tratar la
neurosis. A continuación presento un ejemplo en el cual los recuerdos del
desamparo por parte del padre, se reproducían a sí mismos en el presente con
efectos devastadores. Éstas son las palabras de la paciente a la que llamaré
Linda.
Linda
Una experiencia que me gustaría suponer que nunca existió, ocurrió hace cuatro
años, cuando vivía en París. Ocasionalmente iba a una librería a buscar libros de
poesía, cuando conocí a un hombre que tenía la reputación de ser poeta.
Recuerdo que pensé que era un hombre sucio y violento, en el que no se podía
confiar, pero también pensé: “¡Oh!, esa idea no es bondadosa, ¿cómo puedes
saberlo…? “Quizá sea una buena persona, no lo juzgaré tan pronto.” Hablamos,
me invitó un café, y pensando que no debía ser tan huraña, acepté. La tarde
siguiente me invitó a su cuarto para mostrarme algunos de sus poemas. No
quería ir, pero pensé: “Dale el beneficio de la duda”. Fui a su pequeño y sucio
cuarto, lleno de impresos mórbidos surrealistas y con pocos libros. Trató de
violarme, me amenazó con cortarme la cara con un pedazo de vidrio que rompió
ahí mismo, si yo no cooperaba. Descubrí que odiaba a “las estúpidas
estadounidenses”. Me dejó vestirme y a la primera oportunidad huí.
Me sentí tan estúpida, tan tonta. ¡Cómo pude dejar que eso me sucediera a
mí? Años más tarde me percaté de que mi voluntad se borró por pensar: “Yo soy
una niña buena”. Seguía fiel a la ética cristiana que interpretaba como otra
manera de tratar de ser tan buena, que alguien tendría que amarme. Mi habilidad
para decir ¡NO! desapareció y otra vez me sentí desamparada, ¡justo como había
sido con mi padre!
LA IMPRESIÓN DE LA HUELLA EN UN PERIODO CRÍTICO
Los medios por los cuales la fuerza de la huella impresa se borra del sistema,
consiste simplemente en dirigirse paso a paso al nivel de la conciencia. Cuando
el sentimiento atrapado en la huella logra sentirse de manera consciente, su
energía eléctrica y conectada a la conciencia por fin queda liberada. Entonces la
huella se convierte en un simple recuerdo que no se puede, o no se necesita,
borrar de la memoria. Lo que hemos hecho es eliminar la fuerza. Se nos dice que
contraemos una enfermedad al azar, nada puede estar más lejos de la verdad, la
fuerza de la naturaleza nunca funciona al azar o sin causa. La huella de memoria
es la realidad central detrás de muchas enfermedades. Esa verdad no debe
ignorarse.
__________
1 Cuando el ritmo de la respiración es más profundo y más rápido de lo necesario para intercambiar dióxido
de carbono y oxígeno, esto causa la reducción del dióxido del carbono y, por tanto, la capacidad de producir
oxígeno, lo cual resulta finalmente en menos oxígeno en el torrente sanguíneo y en el cerebro;
indudablemente, un córtex con el oxígeno disminuido pierde su plena capacidad para pensar y defenderse.
VII. Actuando la neurosis: la
representación simbólica
En los neuróticos coexisten dos “yo”: el yo real, que es el dolido, el que tenemos
que sentir para convertirnos en seres “reales”, y el “otro yo”, que es el irreal, el
que hace las regresiones y se encarga de la opresión del yo real. Se olvida de lo
que es real y se apega a la magia, a lo místico y a lo que está más allá del
conocimiento hecho palabra. El neurótico es una víctima eterna de lo que está
más allá de su conocimiento y todo el tiempo actúa atendiendo a esas dos
fuerzas. Las actúa en el presente como si fuera el pasado, en una tentativa
constante por resolver las necesidades y los traumas pasados que vivió
simbólicamente. Entonces el acting-out simbólico actúa en el presente, aunque
con la fuerza original de la necesidad inconsciente. El ser irreal debe permanecer
en una niebla, ocupándose de propósitos y abstracciones triviales, con la
finalidad de no sentir el dolor.
Antes hablé de las necesidades de un niño y de lo que espera de sus padres:
ser amado, aceptado y totalmente aprobado; protegido, querido y respetado.
Espera todo esto porque es lo normal, y lo es porque la satisfacción de las
necesidades es una condición humana heredada. Instintivamente el sistema sabe
qué es lo que necesita: un padre y una madre adultos, que estén en contacto con
sus sentimientos. Sabe lo que son las necesidades y está dispuesto a satisfacerlas.
Un adulto a quien la satisfacción de sus necesidades le ha sido negada, no será
capaz de satisfacer las necesidades de su hijo. Sólo que ese niño no puede
encontrar una razón para esperar o para contentarse con una falta de satisfacción.
No puede imaginar que él o ella llegaron a este mundo como bebés no deseados,
que todo fue un accidente o consecuencia de un impulso de lujuria. No se puede
imaginar que esté de más, o que nació al azar, sin ser deseado. Tristemente puede
empezar a percibirlo y aprenderlo muy pronto con las actitudes de sus padres,
que son “todo su mundo”. Si ellos no lo aman o adoran, si no lo aprueban o no lo
aceptan tal como es, más tarde buscará una plenitud sustituta, tratando de
alcanzar lo que nuca tuvo. Eso es lo que yo llamo esencialmente el “acting-out
simbólico”.
EL MUNDO COMO SUSTITUTO DE LOS PADRES
Los símbolos son representaciones de las necesidades reales. Más tarde, nos
comprometemos con aquellas personas que pueden recrear nuestra vida
temprana. Uno se casa con una persona muy crítica, como era nuestro padre, y
luego lucha para atraer su aprobación, aunque sea simbólicamente.
Una mujer que necesita ser dependiente e infantil, actuará su dependencia
con otras personas. Esperará que la cuiden y la traten como a bebé. Su
compañero no lo querrá hacer porque tiene necesidades propias, y con toda
seguridad, de ahí surgirán los problemas.
Cuando una neurótica en plena agonía está resintiendo el pasado puede decir:
“Tú debes saber que yo estoy muy bien, tal como soy. Ellos son los que no
estaban bien”. Sin embargo, al buscar relaciones nunca fue directamente con
alguien que la pudiera amar y que la aprobara de inmediato. Su historia la hizo
sentirse siempre desaprobada. Al elegir a un compañero con el que pudiera
luchar, ella estaba creando un símbolo de su pasado, porque para esta mujer,
encontrar un compañero que la amara sin reservas, la dejaba tensa e insatisfecha.
Si eligiera a ese compañero amoroso, llegaría a un estado de desesperanza
porque seguiría sintiéndose no amada. La mujer tenía que luchar por un amor,
porque en esa lucha radicaba su esperanza. Sentirse totalmente no amada por
alguno de los padres, detendría el acting-out simbólico.
Cuando eres rechazado y criticado a la edad de cinco o seis años, eso te hace
creer que hay algo radicalmente malo en ti. Al entrar en lucha por ser aprobado
en el presente, al menos nos ubicamos en el camino correcto. El símbolo es
removido de la realidad, pero apenas en un escalón. Por ejemplo, una persona
actúa muy dulcemente y trata de agradar a todos, lo hace porque en ese
comportamiento yace la esperanza de ser amada y aprobada. Su comportamiento
se hace continuo porque no puede soportar una gota más de desaprobación que
se agregue a su pasado. En cambio, le ayuda a evitar cualquier reacción que le
dispare el terrible dolor de su infancia. Sin importar las veces que esa persona
sea pisoteada o traicionada, la dulzura permanecerá en ella, porque esa actitud es
lo que le proporciona la continuidad de su personalidad neurótica.
Los padres que colocan a sus hijos en una lucha sin fin porque no les
permiten ser ellos mismos —por ejemplo, cuando los sobajan—, los obligan a
luchar para sentirse bien consigo mismos y deben luchar por el aprecio o la
aprobación de sus padres. El niño denigrado trata de normalizar la situación,
aunque no sabe que ser denigrado es algo anormal. Por eso crece con un déficit
del que no está consciente y seguirá luchando para sentirse satisfecho. Pero si,
como aprendió de niño, de todos modos no había nada que él pudiera hacer para
sentirse aprobado, simplemente llegará el día que deje de luchar. Los padres que
ignoran al niño y no le dan un sentido o dirección a su lucha (una vía para ser
neurótico con el fin de, al menos, sentir algo parecido al amor), harán que ese
niño sufra y esté crónicamente ansioso; crecerá sin defensas efectivas y siempre
estará apegado a su dolor, pero no logrará tener una profunda, sistematizada y
compacta neurosis. En suma, quizá podrá tener acceso a sí mismo, pero mucho
más tarde.
Un padre que rechaza a uno de sus hijos, a menudo es realmente como un
niño que está resentido por tener que actuar en el rol de padre, cuando lo que
desearía es actuar como niño. Cuando ese padre es muy crítico e irritable, crea
una nueva necesidad en el niño: la de actuar de algún modo que le permita hacer
cambiar a su padre. El niño estará tan ocupado actuando su nueva necesidad, que
pierde contacto con su propia y verdadera necesidad: la de ser amado
únicamente por el simple hecho de estar vivo. En la terapia debe sentir la
necesidad que le fue creada e implantada, y quizá meses después llegará a sentir
la necesidad real de decirle: “Ámame”. Esa posibilidad permite a la persona
volver a ser auténtica. Ésa es la necesidad que estaba perdida desde hacía mucho
tiempo en la última línea, y que va a permitir ahora corregir el sistema, hasta que
la persona pueda sentir y decir: “No te enojes conmigo, por favor” y
“¡Quiéreme!” La secuencia de esta revivencia debe seguir ese orden en reversa.
En la terapia no podemos saltar esos pasos.
El comportamiento del niño es como un sistema de radar: la más ligera
esperanza de amor expresada por su padre, encaminará al chico a ser lo que el
padre necesita para sentirse satisfecho. Ése es el camino —casi genético— que
la neurosis recorre de una generación a otra. Las necesidades insatisfechas del
padre privan al niño de su amor y producen la misma necesidad insatisfecha,
pero ahora en su hijo. Un padre que se siente inferior, solamente podrá sentirse
importante si sobaja a su hijo con la intención de sentirse superior, al menos,
frente a su hijo. En efecto es fácil que el niño se sienta inferior a su padre varias
décadas después, y cuando ese niño tenga un hijo, inconscientemente actuará la
misma historia: tratará de sentirse superior a su hijo, sin importar que eéste sea
sólo un tierno bebé.
Otra forma de acting-out es la incapacidad de decir “no”. Si los padres
siempre exigieron a su hijo una completa obediencia y nunca se les permitió
expresar su propia voluntad, más adelante en su vida continuarán con ese
comportamiento sumiso, sin tener la capacidad de resistirse o negarse a cualquier
exigencia de los demás. Sentirán que siempre tienen que decir “sí” a todo. El
dolor implícito en esa actitud es muy simple, porque expresar su propia voluntad
significa para él la posibilidad de un castigo, desaprobación y falta de amor. La
aceptación incondicional se convertirá en su ley.
Una paciente tuvo una institutriz que se hizo cargo de ella durante toda su
infancia temprana, pues sus padres eran miembros de la alta sociedad y siempre
estaban viajando. La niña desarrolló el sentimiento de ser alguien de importancia
secundaria para sus padres. Siempre que le preguntaba a su nana por su madre,
se avergonzaba de ser “la bebé que era”. Pasó su vida sin preguntarse qué era lo
que ella quería y siempre se siguió sintiendo “como una persona secundaria”.
Cuando iba a comprarse ropa, siempre escogía la que realmente no deseaba,
recreando de ese modo la poca importancia y el poco valor que había sentido de
parte de sus padres. En otras relaciones también optaba por quedar en un lugar
secundario, expresando así su lucha por mantener viva la esperanza de ser
realmente importante para los demás.
Una mujer anoréxica tuvo el siguiente insight: “Necesito amor, no comida”.
“Me rellenaron de alimentos, en lugar de darme amor”. “Ahora, cuando como,
siento que algo anda mal”. “No estoy recibiendo lo que realmente necesito, de
modo que mi cuerpo rechaza la comida y la vomito. Estoy hambrienta sólo para
mantener viva mi esperanza”. Inconscientemente ella sentía que si comía,
perdería la oportunidad de recibir lo que en realidad necesitaba. Dejó de
alimentarse y adelgazó muchísimo.
Otra paciente que traté, fue abandonada por sus padres y la enviaron a vivir
con sus abuelos. Ahí siempre se sintió incómoda e insatisfecha, como si nunca
hubiera tenido realmente un hogar. Necesitaba un hogar verdadero, como el que
tenían sus compañeras de escuela. Mucho más tarde, cuando inició una relación
amorosa, sintió de nuevo esta clase de sentimiento “equivocado” y rompió su
relación. Simplemente no aceptó ningún sustituto para el hogar que nunca tuvo
cuando era niña, y se sentía compelida a “actuar” (act-out) su necesidad en el
presente. Este act-out era la causa de una gran parte de su dolor adulto que le
impedía sostener una relación. Aunque se tratara de una buena oportunidad, se
sentía obligada a romper sus relaciones con cualquier excusa. No tenía ni la
menor idea de que ella estaba actuando. Irónicamente, lo que estaba tratando de
hacer con su comportamiento neurótico —sentirse amada y en su hogar— era lo
que le evitaba conseguir “lo que realmente quería”: tener amor en un hogar, en el
aquí y el ahora.
Otro de mis pacientes era un hombre que, cuando tenía ocho años,
repentinamente fue enviado a un orfanatorio. De ahí lo reenviaron en varias
ocasiones a hogares sustitutos. Cuando creció, nunca pudo establecerse en un
solo lugar porque no encontraba el que fuera adecuado (el lugar que había
perdido en su vida temprana). Su indecisión estaba basada en la esperanza
inconsciente de encontrar un hogar real, pero nunca lo consiguió. Jamás, en
ninguna circunstancia, se sintió en su hogar (y en realidad no estaba, ni estuvo en
él). Cuando sentía que ya había estado demasiado tiempo en algún lugar, lo
abandonaba y seguía buscando.
EL SIGNIFICADO OCULTO DEL COMPORTAMIENTO
Hay muchas clases de terapias diferentes que se han dirigido a la neurosis y a sus
actuaciones simbólicas. Por ejemplo, hay una llamada “Ensoñación despierta
directiva e imaginería guiada” en la cual el terapeuta realmente crea historias
para la persona y la dirige hacia su resolución. Se cree que este simbolismo
resuelve el comportamiento neurótico (y sí lo hace), pero de sólo de forma
simbólica; desafortunadamente su actitud no cambiará las necesidades y los
sentimientos subyacentes. Un escenario así puede moverse de esta forma: “La
esposa es crítica: el jefe no lo dejará ascender”. “Vamos a imaginar que nos
dirigimos hacia él para decirle: ¡Sé asertivo…! Ah, ¿ya ves?, ¡sí lo lograste!”
Fue un bonito sueño, un bonito estado de salud imaginaria.
Las actuaciones fingidas son neurosis efectivas. Las que no son efectivas,
surgen cuando —aunque funcionen bien— no nos dejan satisfechos. En cambio,
cuando no funcionan, nos encontramos cara a cara con nuestro dolor. Es cuando
alguien va con un terapeuta para que le arregle su neurosis y generalmente recibe
drogas para sentirse mejor. La represión trabaja de nuevo, esta vez inducida por
las drogas y asegura la continuidad de la actuación simbólica. No se trata de que
una personalidad esté representando una actuación. Llevarla a cabo es parte de la
personalidad y casi todo lo que el neurótico hace, es representar. Esto se debe a
que casi todo lo que es neurótico está dirigido por sentimientos no reconocidos.
La manera como sostenemos nuestra quijada, nuestra postura, el guiño de los
ojos, el tono con el que uno habla, actúa y camina se incluyen en este espectro.
Nada se les escapa. Nada puede hacerlo.
Lo que ofrecen las terapias convencionales son sólo percataciones de las
representaciones, o act-outs, de los pacientes. El terapeuta generalmente tiene
que adivinar la exacta motivación que está detrás de ella y, hasta que el paciente
llegue a sentir, tendrán que estar adivinando. No podemos esperar que el cerebro
alto, o superior, conozca los secretos confiados al nivel más bajo, porque el
cerebro cognoscente llegó millones de años después que el cerebro sensible. En
efecto, desarrollamos un córtex para no enterarnos o para racionalizar; de no ser
así, estaríamos todo el tiempo inundados por los sentimientos (generalmente los
más dolorosos). Comprender lo que es una actuación, o hasta entender que uno
es neurótico, no cambiará nada. Estaríamos empleando la misma lógica
defectuosa de imaginar que comprender a un virus, podría curar una infección.
Sin embargo, muy a menudo la comprensión sofisticada de una actuación se
convierte en otra actuación: en una defensa contra el sentimiento. De esta forma
podríamos llegar a la moción de aliviarnos, sin el dolor implícito.
Lo que el neurótico elige para su terapia es algo que generalmente logra
sostener su neurosis, o sea, una psicoterapia sin raíces para un paciente ausente e
ignorante de su propia historia. El yo irreal está trabajando y eligiendo su
actuación. En nombre del progreso, la mayoría de las psicoterapias dinámicas
tratan con el yo irreal, se enfocan en el aquí y ahora y se imaginan que han
ofrecido algo real al paciente. El problema es que, durante años, siempre se
habían enfocado en el pasado, pero solamente estaban hablando de él, en lugar
de revivirlo, de ese modo todo era en vano. El problema no era el enfoque hacia
el pasado, sino en la manera de aproximarse a ese enfoque: ser libre significa
liberar al yo real.
La oración es otra forma de un representar o actuar simbólicamente.
Rezamos pidiendo protección, amor y cuidado. Con sólo darle una vuelta a la
frase, podemos dirigir también estas súplicas a los padres que nos privaron de
amor y atención. Sin embargo, y a pesar de todo, a veces se necesitan muchos
meses para capacitar a los pacientes para que comiencen a pedir algo a sus
padres —y mucho menos para rogarles— de aquello que en sus rezos le piden
todos los días a Dios. La razón es simple: una profunda desesperación y
desesperanza yace en estas necesidades, una desesperanza que es muy difícil de
confrontar. El paciente diría: “Qué caso tiene? Ellos no pueden amarme, así que,
¿para qué pedirles…? Es más seguro pedirle a Dios. Ya sea que los padres
puedan amar o no, eso no importa. La necesidad permanece, y cuando la persona
pide a sus padres lo que necesita, aparece el dolor. Cuando esos pacientes le
piden amor a sus padres, en la terapia, se topan con su propia desesperanza.
Como dijo un paciente: “La súplica primal original (o el ruego convertido en
oraciones), en la terapia se convierte en mi agonía”.
Una vez que la necesidad real se reprime y redirige, forzosamente nos
hacemos más directos y más simbólicos. No puede ser de otra manera. Por eso
los pacientes primales avanzados tienen sueños directos y no simbólicos. Por eso
aquellos que han sentido su necesidad y su dolor, consiguen una cualidad directa
en ellos: son más perceptivos, pues ya han percibido las realidades más
importantes de su vida. La neurosis es una sentencia de por vida, una prisión con
barrotes invisibles que circunscribe nuestras elecciones, intereses y alternativas.
Somos y seremos para siempre sus víctimas, hasta que logremos sentir.
VIII. El trauma de nacimiento:
consecuencias de por vida
La razón por la cual debemos considerar la etapa fetal cuando nos estamos
refiriendo a la enfermedad, es porque así es la vida: nueve meses, la clase de
existencia más crucial en la que casi cada suceso deja una marca indeleble y
donde se crea el sustrato de la neurosis. Se puede ser neurótico en el vientre
materno.
No necesitas ser neurótico ni actuar como neurótico, porque siempre que
haya suficiente dolor impreso y la dislocación de una función: ¡ahí está la
neurosis! Aun si la dislocación sucede en las células fetales y en sus funciones,
más que en la mente y en el comportamiento del niño, sigue habiendo la misma
neurosis, por eso no te puedes señalar a ti mismo o a los otros y decidir si son o
no neuróticos. Por eso las pruebas psicológicas no son suficientes para medir la
neurosis, sólo pueden medir el aspecto psicológico de ella. Si la reacción
predominante al dolor impreso es física, la prueba será inadecuada e inexacta.
Aarón
Bill
Al principio todo era muy suave y rítmico, de pronto, ¡ZAZ! Estoy casi seguro de
que estando en el canal de nacimiento, sufrí una conmoción: el útero se puso
rígido y golpeó mi cabeza. Cuando ya era adulto, tuve un accidente
automovilístico y se rompió mi esternón. He revivido ese accidente como si se
fuera desarrollando una fotografía, hasta que estoy totalmente consciente de lo
que pasó y de qué tanto este hecho evoca mi trauma de nacimiento. Después de
experimentar esos sentimientos, comencé a sanar rápidamente, mucho más
rápido que antes. De algún modo, sentir el dolor, tiene algo que ver con sanar ese
mismo dolor.
Pienso que la escena de mi nacimiento se tradujo en mi ataque prototípico.
Era como las primeras etapas de la muerte, era el resultado de una anoxia
inevitable, realmente apropiada a la situación. Las escenas del nacimiento, tal
como las reviví, eran mucho más traumáticas que mi accidente. Los cientos de
ataques que he tenido en mi vida eran, exactamente, tentativas inconscientes
para reaccionar de forma plena al horror inicial que viví en el momento en que
nacía, de mi necesidad mortal de oxígeno. No me asombra que tuviera en la
punta de la lengua un sentimiento previo al ataque. Algo estaba realmente en la
punta de mi lengua: un presentimiento. No es ningún misterio, porque cuando
empecé a reconocer de lo que se trataba, me desmayé. La inconsciencia
misericordiosa me salvaba de conocer algo que era demasiado fuerte para saber
y sentir.
En repetidas ocasiones, durante las últimas semanas, he sentido que estoy
recuperando la conciencia. Me veo situado a medio camino del canal de
nacimiento, empezando a respirar. En mi sentir, todo parecía ser violento y
discordante, tragué aire con grandes hipos. Me sacudía para liberar mis brazos y
mi cabeza, pero la mayoría de las veces sólo me dejaba ir y tragaba aire y lo
sentía como si fuera un fluido. Mis llantos salían esporádicamente como hipos y
aullidos. El zumbido eléctrico (que siempre he creído que fue mi primer ataque)
sucedió con mi nacimiento. Conforme tragaba aire, mi cuerpo se estremecía, del
mismo modo que lo hace cuando me dan los ataques y cuando se convierten en
una sensación de agonía, sofocación y conmoción. Toda mi vida he dormido
muy mal, mis pesadillas siempre están acompañadas de las mismas sensaciones
tempranas de ahogo (de sueños en los que me ahogo y enormes olas me impiden
respirar). Puedo reconocer cómo esas sensaciones y sentimientos siempre han
estado tratando de salir y liberarse. En realidad, en mi sueño tenía esas
sensaciones y sentimientos y me despertaba antes de estar plenamente
consciente. Pasé por tiempos muy difíciles para dormir, porque esas mismas
sensaciones hacían que mi cabeza se despertara constantemente. Estaba lleno de
pensamientos que no podía contener.
Como los ataques parecían apropiados (por la manera como los sentía),
nunca sentí que fueran extraños. Estos sentimientos pueden parecer mundanos o
bizarros para algunas personas, pero para mí, eran la explicación de cómo me
sentía cada día de mi vida. Si al menos hubiera podido estar consciente de lo que
me golpeó y que me dejaba inconsciente una y otra vez, indefinidamente, pero
no existía razón alguna para sufrir un ataque que me dejara inconsciente.
Hay una desorganización continua después del ataque, existe hasta en las
sensaciones físicas que narran las personas que sufren a menudo de ataques.
Conforme se acercan a lo que se siente durante el nacimiento, viven sensaciones
que literalmente te fragmentan y disuelven. Cuando comienza el ataque, el llanto
se convierte en un nudo descorporeizado en la garganta, y de pronto, el nudo se
rompe en pedazos, como si fuera de barro, y se convierte en vidrios rotos,
aplastados, y luego aparece algo como un fino zumbido eléctrico. Éste es el
movimiento constante en la plétora de síntomas que me aterraban.
En mis sueños, mis síntomas cambiaban como camaleones, a veces no me
dolían, pero con frecuencia me dolía la cabeza, y cuando eso no me hacía daño,
entonces el dolor era en mi ombligo, y cuando algo no me dolía, significaba que
algo extraño estaba por suceder. En tales ocasiones perdía el equilibrio durante
varios días. En pocos segundos, los síntomas se mezclaban uno con otro. Se me
hace difícil saber qué síntomas puedo describir como “físicos”, porque el pánico
podía presentarse como un dolor de estómago, y de pronto cambiar a un nudo
detrás de mi ojo derecho, y luego a una sensación de tener un cuchillo entre las
placas óseas de mis hombros. Los ataques no se manifestaban hasta que me
llegaba el mensaje de que no podía pedir auxilio, quejarme o mostrar cualquier
señal de imperfección. Cuando mi madre me gritaba en la cara, cualquier
respuesta podía ser peligrosa. Una vez, cuando tenía siete años, me dio un
ataque; me había dado un fuerte golpe en el codo y no podía gritar. En una
ocasión alguien me preguntó si mis hermanos y yo debíamos ir a un orfanatorio,
entonces me desmayé: sufría regularmente esos desmayos. Siempre he tenido
problemas con la colitis y la constipación. Parece que las dos no se presentan
juntas, pero yo las tuve así. Todos mis síntomas parecían episódicos. Primero yo
contenía todo y luego… venía el viejo patrón prototípico.
Mis dolores de cabeza desaparecieron cuando reviví mis sentimientos del
nacimiento y la falta de oxígeno. Pienso que no tenía modo de descargar mis
venenos acumulados, y desde entonces he tenido la obsesión de purgarme de una
manera u otra, ya sea confesando, viéndome obligado a correr o
¡paralizándome!, ésa es la palabra, ¡no la soporto!, me vuelve loco. No lograr lo
que necesito, para mí es lo mismo que estancarme o saberme envenenado. Es un
gran alivio liberarme de esas convulsiones.
Todavía puedo sentir los nudosos granos del asfalto, pegados en mis mejillas
y mis cejas. El campo de juegos estaba vacío. ¿Qué había pasado? Me senté, no
había nadie que me dijera que me había desmayado, aunque no tenía ninguna
herida, ningún dedo lastimado ni una mano, tobillo o dedo cortados. ¿Quién se
desmaya sin causa? Quizá yo era demasiado sensible. Mi madre me dijo que
tenía una imaginación hiperactiva. ¡Pero esa vez no me había imaginado nada!
Algo estaba mal en mí… y siempre lo había estado. Cuando, después de
desmayarme, me senté en el patio vacío de la escuela, esas sensaciones bajaron
desde mi cerebro, como una cuerda musical, hasta que desaparecieron. Durante
varios momentos en el día, a media oración, perdía el hilo de lo que estaba
diciendo, me detenía como hechizado y miraba por el borde de la ventana y...
decía... ¿Qué? Me esforzaba en respirar, pues por algunos momentos realmente
dejaba de respirar y recomenzaba con dificultad, acercándome a ese rítmico
placer nativo, como si se tratara de un problema de lógica: Si movía mi pecho y
echaba la cabeza para atrás, el aire entraría. De pronto tenía asaltos de dolor en
mis rodillas y en mis muñecas. En mis costillas y en mi espina dorsal había
sensaciones irritantes: sentía como si una lagartija se estuviera retorciendo en mi
pecho. Se movía si yo me movía, y sentía su peso cuando me quedaba quieto.
¡Siempre me he sentido muy miserable!
Me gustaba bañarme, quería flotar en el agua y que me cubriera y llenara,
pero sin ahogarme, como si fuera una medusa... ellas son noventa y cinco por
ciento de agua. También quería flotar en el océano, sin mente. He vivido toda mi
vida de ese modo, padeciendo “sólo consecuencias y ninguna decisión”; los
números matemáticos nadaban en mi cabeza, también las chicas bonitas a las
que nunca les hablaba, porque yo era absolutamente preverbal: enmudecía al
tratar de hablar, con una emoción sin forma, sin sensaciones. Siempre estaba
apartado de los demás: de mis pares, de mi familia, escudado en una casa de
plexiglás que sólo me enviaba hacia catástrofes que inmeditamente sucedían.
Entre yo y el mundo había un cosmos, una cosmogonía de dolor: sensaciones
de quedar sin aliento y solo. No podía transcribir lo que Neil Young cantaba:
“Son estas expresiones las que no tengo y me evitan buscar un corazón de oro y
estoy envejeciendo”. Las emociones pasaban por mi garganta: la marea, un río.
Un verdadero montaje. Todo parecía desvanecerse en el momento en que trataba
de mirar mi cara en el espejo del baño.
En el tránsito a la muerte, el hombre ve su vida. No hay de dónde sostenerse,
ninguna razón para luchar. ¿De dónde viene todo esto? ¿De mi vida suburbana
de clase media? He visto las horas y los días como si fueran segundos y he visto
a la muerte como si hubiera ocurrido. Ahí está siempre el dolor y yo, solitario, y
nunca, nunca hay nadie para ayudarme. ¡Nadie lo sabe y nadie me escucha!
¿Qué puede importar si juegas o no futbol, si cuando ves que el centro de tu vida
está corroído, devorado por la muerte y la miseria? Qué importa de dónde llegó
y de quién fue la culpa. Ya estaba ahí, y desde el principio de cada lucha, yo ya
la había perdido. Qué sentido tenía hacer el amor a una criatura viviente, de
carne y sangre? En algún momento ella tenía que despertar y encontrarse con un
hombre enfermo entre sus piernas. No es que fuera algo malo, pero aunque sí era
bien intencionado, estaba fuera de lugar y, ¿qué significa cualquiera intención en
un hombre que se está muriendo? ¿De qué sirven las disculpas? Todo es inútil.
Solamente era un chico necesitado de tantas cosas... parece tonto llamarlo así:
¡de un organismo completo! Y ahí estaba yo en el baño, parado frente al espejo,
apoyado en el lavamanos, de pie, frente a la muerte.
He elegido volúmenes de maestros de la literatura para que hablen por mí.
Deseaba mucho vivir. Platón, Rabelais, Miller y Nietzsche. Recorrí a Marx,
Darwin, Rimbaud y a los Padres Fundadores, pero al final terminé sucumbiendo.
Me rendí y ya no pedí más ayuda. No hablaba con mi madre. Cuando quería
llorar, lo hacía en privado en algún lugar oscuro. Y me abstuve del sexo, de una
buena compañía y de bailar. Nunca pedí nada, ni que algún amigo me llevara en
su coche a mi casa. Nunca me impuse y nadie se ocupó de mí.
Padecía con el conocimiento. En su libro Memorias del subsuelo,
Dostoievski atribuía su epilepsia a ser “hiperconsciente”. El conocimiento
susurra: “Nadie ni nada es para siempre”. ¿Por qué nadie ha venido hacia mí,
temprano en este día? ¿Así debe ser, hasta este punto? En mis sentimientos
tempranos recuerdo que estaba arañando en el aire, rogándole a mi madre que
me dejara salir al porche. Quería ver el sol. “Mamá... ¡Me estoy muriendo!, y
una y otra vez lanzaba esos gritos con toda mi alma. Yo quería que, al menos una
vez, ella se sentara conmigo en el porche para tomar el sol o el aire fresco.
Todo se relacionaba con los ataques. Había tropezado con el Instituto Primal,
confundido y dolido, ahí hablaría y luego sentiría. Conforme se acercaban los
sentimientos, también lo hacían los ataques, pero ya podía darle la espalda a las
sensaciones reales y desmayarme. Mi cabeza giraba en espasmos de dolor, mis
ojos rodaban en sus cuencas con un terror idiota, muerto, y entonces el terapeuta
decía: “Nombra el sentimiento, es un sentimiento, ¡dilo!” Mi lengua volvió a la
vida y sólo dije: “Mamá… Ya no puedo aguantar más”. No había nadie en el
mundo para ayudarme. ¡AYUDA!, grité una y otra vez.
Esos horribles momentos de mi infancia y niñez se habían inmortalizado en
la carne y la sangre de mi sistema, y se repetían constantemente. Mis viejos
ataques fueron como manijas útiles para lanzarme desde varios contenedores
llenos de dolor. Cada fragmento de mi memoria era como una llamada hacia la
libertad y a la salud. Los viejos dolores pasaron por mi pecho, como pedazos de
vidrio roto. Gracias a esas sensaciones extrañas pude adivinar la proximidad y la
severidad del primal que estaba por llegar; eran sensaciones previas al ataque,
las sentía en mi lengua y en mis intestinos. Ahora, en lugar de ataques, tuve la
misma fuerza: en sentimientos convulsivos. Ya tenía mi propio medidor
electrónico con el que podía localizar el sitio preciso que estaba entre los ataques
y mis sentimientos. Mientras más pequeños y más altamente cargados eran mis
fragmentos, me llegaban más fuertes las palabras mágicas, que no podían ser
más confusas. Se relacionaban con la cercanía del ataque. Fue entonces cuando
aumentó mi necesidad de enfocarme hacia mis sentimientos. Con los dolores
finalmente dispersos, los recuerdos llegaban a ser demasiado agotadores.
Pienso en los hombres que conocen estas experiencias sin haberlas resuelto:
Dalí y Artaud —histéricos para Freud—, sus ataques eran una extralimitación.
“Imitaciones” (así las llamaron) del proceso de nacimiento. El colapso moral y la
cura son diferentes, aun cuando la cura implica una especie de colapso. Desde
que era adolescente, no podía buscar sexo, porque mis convulsiones orgásmicas
eran realmente transmitidas como ataques. ¿Quién ha pensado en prescribir el
sexo para los epilépticos? A mi saber, solamente Shakespeare:
Sólo trata de imaginar, si lo deseas, que tienes nueve meses de vida y yaces
cómodamente en la oscuridad, en un medio ambiente cálido y seguro y, de
pronto, sin ninguna razón, te ves rudamente arrojado por un muy estrecho túnel,
con tu cabeza y tu cuerpo comprimidos en un espacio muy angosto, y de
inmediato te administran una droga muy fuerte. Necesitarás de todas tus fuerzas
para tratar de salir y empiezas a carraspear y a sofocarte a causa de los fluidos
que están entrando en tu sistema. Cuando apenas puedes comenzar a respirar, te
encuentras en un cuarto frío y esterilizado, y de pronto aparece un gigante que te
toma de los pies, te sacude de arriba hacia abajo y te da una nalgada lo
suficientemente fuerte para hacerte llorar de dolor; después te coloca solo en una
caja, en algún lugar en donde hay fuertes luces que lastiman tu mirada.
¡Bienvenido al mundo: acabas de nacer!
Sin lugar a dudas, el trauma de nacimiento es una de las maravillas del
mundo, y aunque nos integra a la civilización, eso nunca se detecta. Si alguien
señala hacia el trauma, se convierte en un paria que forma parte de la general
“conspiración del inconsciente”. Millones mueren por esa razón, aunque nadie
puede explicarse “realmente de qué se trata” ¿Por qué esa pesadilla? ¿Qué está
haciendo ahí el trauma? En primer lugar, ¿por qué se apoderó de nosotros?
LOS MODOS SIMPÁTICO Y PARASIMPÁTICO
Antes hablamos del prototipo del nacimiento. Se trata del diseño de una
personalidad que queda impresa durante un nacimiento traumático. La profunda
implicación del prototipo radica en que es el primer determinante de la
personalidad. En cuanto ésta se forma, tenemos ya un sistema que construye un
mundo que se adecua a su metabolismo, y ese metabolismo es controlado por el
prototipo. Lo que a partir de entonces hace la psique, es crear un mundo en el
que se pueden racionalizar los procesos metabólicos puestos en marcha
tempranamente, los cuales se constituyen como una constante tentativa de hacer
racional, en el presente, las reacciones que eran apropiadas durante el trauma
temprano. Si la velocidad del trauma nos apresura, entonces crearemos un
mundo adulto, plagado de actividad y negociaciones.
El trauma de nacimiento, para aquellos que lo experimentan como “el gran
trauma”, de por vida diseña al sistema hacia una de las dos principales
direcciones a las que llamo: los modos simpático y parasimpático. Ambos son
los modos de regulación metabólica gobernados por el hipotálamo, y cada uno es
controlado por un aspecto diferente del sistema nervioso autónomo. El modo
simpático energetiza, expande, moviliza y galvaniza el sistema. El modo
parasimpático lo conserva, lo calma, lo refresca, galvaniza y sana.
Volvamos la mirada a ambos sistemas con mayor detalle. El sistema
simpático hace el trabajo del caballo de carga: alerta y cambia el nivel de
actividad de todos los sistemas orgánicos, eleva la temperatura corporal y
aumenta las funciones vitales, como las del corazón, el pulso y la presión
arterial. Aumenta la producción de orina, produce espasmos en el intestino y
agita y regula las vísceras y el flujo periférico sanguíneo; para que en situaciones
de ansiedad, las manos y los pies se enfríen y la cara palidezca. Es el sistema que
dispara la producción de esteroides y las hormonas del estrés, media la
sudoración nerviosa, la sequedad en la boca, los estados de alta tensión
muscular, la rigidez en la cara y en la mandíbula. Eleva el tono de la voz y es el
agente del comportamiento impulsivo. Nos mantiene enfocados hacia lo exterior,
en lugar de dirigirnos hacia la reflexividad.
El sistema parasimpático tiene a su cargo el ahorro de energía. Domina los
sentimientos en el sueño profundo y en la relajación. Se le llama “sistema
anabólico” porque ayuda a reparar, dilata ciertos vasos sanguíneos para calentar
la piel y humedecer los ojos y la boca. Ayuda a relajar los músculos y a bajar el
tono de la voz. Las respuestas parasimpáticas predominan durante el descanso, la
recuperación y la salud y, lo más importante, en la expresión de los sentimientos.
En una sesión terapéutica, a medida que el paciente se encuentra experimentando
un sentimiento, podemos observar el cambio radical del funcionamiento
simpático hacia el parasimpático. El pulso, la temperatura corporal, el latido
cardiaco y ciertas ondas cerebrales, todo ello, dispara el modo simpático, hasta
que la persona disminuye sus defensas y comienza a sentir. Entonces, en cuanto
estas señales caen debajo de sus valores iniciales, se presenta un cambio hacia el
sistema parasimpático. Entonces nos percatamos de que un sentimiento se ha
controlado.
Si hay una diferencia entre los dos modos es porque el simpático ha
aprendido a intentar con el fin de sobrevivir, mientras que el parasimpático ha
aprendido a no tratar de sobrevivir. Por decirlo de otra manera, para el primero
intentar significa vida, para el segundo tratar significa muerte (pues alguna seria
actividad durante su nacimiento era letal). Todos los traumas posteriores sólo
integrarían los sentimientos básicos ocasionados por el trauma de nacimiento.
Así, ante una pequeña adversidad el parasimpático se rinde ante buscar el amor,
mientras que el simpático siempre trata de encontrarlo. El parasimpático se rinde
en la vida mucho más rápidamente que el simpático, y es de los que no terminan
sus proyectos. Está más dispuesto a ver a la muerte como un alivio porque
estaba, y sigue estando, más inclinado a considerar el suicidio. Este
parasimpático luchará contra la adversidad, pero en el minuto en que se sienta
avasallado, se rendirá. La dialéctica de su tratamiento es que antes de que pueda
sentir, él puede lograrlo, y debe de alcanzar un sentimiento profundo que diga
“puedo lograrlo”. En muchos aspectos, Felipe era el típico sujeto simpático.
Los rasgos que contribuyen a la dimensión que abarca el sistema
parasimpático/simpático son sumamente complejos y, además, existen a lo largo
de un espectro continuo. Cada uno es una mezcla de ciertas características.
Aunque estos rasgos están distribuidos normalmente, algunas personas caen en
uno o en otro espectro. En realidad, los tipos puros son muy raros, en cada uno
de nosotros hay una combinación de los dos sistemas. Una persona realmente
saludable tiene un adecuado equilibrio entre ambos estados, pero ese equilibrio
lo pueden romper traumas tempranos que datan de la vida intrauterina, de modo
que es posible que uno de ellos, de una manera u otra, predomine de por vida.
La importancia del modelo simpático/parasimpático radica en que nos
proporciona una base biológica para comprender la relación unitaria entre la
personalidad, el desarrollo fisiológico y la posterior enfermedad. Nos capacita
para dejar atrás la abstracción y la metáfora. Ya no necesitamos hablar sobre la
fuerza del Id como el tema básico en el desarrollo de la personalidad. Ahora
podemos hablar de los modos precisos que despliegan el cerebro y el sistema
nervioso al reaccionar ante sucesos no codificados de la vida, y cómo esas
reacciones se convierten en estados fisiológicos y psicológicos.
EL IMPRESO DEL TREN DEL TRAUMA
¿Cómo y cuándo termina el trauma del nacimiento? ¿El neonato está en un modo
simpático o en uno parasimpático? ¿El trauma termina cuando todavía está
luchando? ¿Termina después de horas de agonía o en forma natural y suave? ¿El
bebé sale al mundo todavía luchando o sale suave y naturalmente? ¿Aprendió a
rendirse o aprendió a luchar a pesar de los obstáculos? ¿Estuvo ahí para recibir
una fuerte dosis de anestésicos? ¿La labor de parto fue muy prolongada? ¿El
bebé salió del tren del trauma casi muerto, a causa de las drogas recibidas, y fue
necesario revivirlo con agua helada, con más drogas o con nalgadas? ¿El bebé
nació por cesárea?
Las respuestas relativas a los medios para salvar la vida de un bebé quedaron
impresas y se emplearán una y otra vez en las futuras situaciones de estrés,
porque representan lo que el sistema hizo para sobrevivir en su principal
experiencia de vida o muerte. El modo en que ocurrió el nacimiento ayuda a
determinar la clase de enfermedades que sufriremos más tarde en la vida. Si el
nacimiento fue una lucha y un síndrome de fracaso, donde a pesar de los
esfuerzos, en ocasiones monumentales, el nacimiento no fue fácil, quedarán
impresos ciertos procesos fisiológicos y un sentimiento de desesperación. Pero
los traumas asociados con el nacimiento son reprimidos inmediatamente y
permanecen inaccesibles e imperceptibles en lo profundo del inconsciente.
Transcurridas muchas décadas, y en cualquier momento, pueden culminar en una
enfermedad catastrófica. El prototipo puede determinar no solamente los límites
de nuestro comportamiento, sino también la configuración de nuestra fisiología.
Determinan si tendremos un tipo de personalidad hiperactiva o en extremo lenta.
Cuando el trauma de nacimiento es tal que el sujeto no tiene alternativas,
cuando no hay nada que él pueda hacer para cambiar su estado, dominará el
sistema parasimpático. Cuando fue estrangulado por el cordón umbilical su
agresividad será amenazadora, y su reacción sistemática será la de contenerse, en
una palabra, de reprimirse, y con ello experimentará una profunda
desesperación. He observado que el sistema inmunológico procesa este
sentimiento de derrota, y podemos encontrar el significado real de lo
“psicosomático” cuando la mente interactúa con el tejido celular, no como una
experiencia consciente, sino como un funcionamiento celular disminuido. Las
células siguen ahora el tipo de personalidad y funcionan de una manera activa y
menos agresiva.
En contraste, la personalidad simpática mantiene a sus sistemas en función
de “adelante”. La madre que estaba muy cerrada y no podía dejar salir a su bebé,
contenía a un feto que luchaba por vivir. La huella de esta lucha permanecerá de
tal modo que se convertirá más tarde en una tendencia ambiciosa, ignorante de
los diversos obstáculos. Será optimista (porque la salida lograda al nacer, en
realidad fue optimista), el bebé será incansable, insistente, agresivo, nunca
desesperado, nunca deprimido y jamás vencido. Es el candidato a un ataque
cardiaco, pero no a un cáncer. Si hubiera caído en un estado de desesperación,
habría dejado de luchar y eso le hubiera significado la muerte, de manera que la
palabra “desesperación” no existe en su vocabulario. En su vida adulta nunca se
rendirá y seguirá luchando sin importar las amenazas.
El simpático está “incendiando las calles”. No está en el modo de
conservación de energía, como lo hace el parasimpático, está en el modo de
“quemar energía” y eventualmente se le acaba el gas. Su pulso y temperatura
aumentan, está más ocupado en el sexo porque todos sus impulsos entran y
terminan fácilmente en él: está actuando hacia el exterior. El parasimpático se
reprime, se domina y ha aprendido a no intentar. Mientras que para el simpático
intentar significa sobrevivir, para el parasimpático intentar significa la muerte
(pues la actividad durante el nacimiento era letal). Todos los traumas posteriores
(en la infancia) solamente formarán parte de los sentimientos básicos
ocasionados por el trauma de nacimiento.
Felipe
Mi nacimiento fue una larga lucha de dieciocho horas. Yo sentía que aún no
había salido, así que no podía dejar de luchar, porque detenerme significaba
nunca poder salir. Estaba frustrado y asustado a causa de esa larga espera, dado
que no sabía lo que estaba sucediendo. Al nacer, estaba enojado, mi cabeza
estaba deformada y herida; posteriormente, siempre me sentía adolorido del
cuello y del torso superior. Sentía miedo de cualquier herida física, pero seguía
haciendo deporte con el fin de llamar la atención, sin embargo, nunca podía
jugar bien a causa de mi temor a ser lastimado (de nuevo).
Cuando era bebé acostumbraba darme de topes contra mi cuna, en la que me
mecía constantemente. Ahora sé lo que eso significaba, porque desde el
principio había estado dándome de topes para poder salir. Siempre que estaba
frustrado recurría a lo que originalmente había hecho para encontrar alivio y
libertad. Me amarraban para que dejara de darme de topes en la cuna; me ponían
una resortera (lanza proyectiles) bajo el mentón para inmovilizar mi cabeza, para
así evitar que me diera de topes en la cuna. En consecuencia, yo tenía que vivir y
revivir una y otra vez el dolor original de mi nacimiento, desde el momento en
que me agarraron de la cabeza para sacarme. Toda mi vida he sentido el dolor en
mi quijada. Supongo que por el esfuerzo de salir de ahí, a los treinta y cuatro
años de edad fui tratado por una artritis reumatoide.
También en la terapia tuve sesiones en las que revivía mis sentimientos
cuando una mano me agarraba de la cara y dos dedos presionaban mis ojos. En
cuanto sentí de nuevo ese dolor, desaparecieron los dolores de cabeza que sentía
arriba de mis ojos. Si ahora tengo un dolor ocasional, sé que algunos
sentimientos están surgiendo en mí, y en cuanto los percibo, el dolor desaparece.
Mi vida matrimonial era una locura. Siempre me sentí amarrado (atrapado) y
deseaba ser libre, pero no quería quedarme solo (me había sentido solo y
aterrorizado después del nacimiento). El acto de irme solo a la cama, en un
cuarto oscuro, me era doloroso y siempre luché contra ello. Necesitaba beber
para poder dormir, y de nuevo aquella soledad primordial me había dejado
atorado en un recuerdo de terror que nunca pude soportar. Ahora puedo disfrutar
una buena noche de sueño, y cualquier persona que tenga problemas para dormir
comprende que es una bendición dormir bien y despertar para disfrutar de una
mañana.
LA DESESPERACIÓN: RAÍZ DE LA ENFERMEDAD
Victoria
La otra mañana me desperté sintiendo que todo era demasiado para mí; incluso
el pensamiento de tener que levantarme para hacer el desayuno o para andar
errante por las tiendas. Durante el día me sentía tan avasallada por todo, que no
podía levantarme de la cama. Quería llorar y traté de hacer contacto con el
sentimiento. Lo primero que dije fue: “Todo esto es demasiado para mí,
simplemente no lo puedo hacer”. Entonces lloré durante un rato, y cuando lo
estaba haciendo, recordé lo que había soñado esa noche: mi marido y yo
estábamos de vacaciones y entrábamos a moteles que estaban por nuestro
camino. Cuando estábamos en los cuartos, yo tenía el presentimiento de que ahí
había un peligro, nada específico, era solamente un sutil sentimiento del peligro
de que ahí estaba alguien que nos podía lastimar, alguien que nos estaba
esperando, con un sentido inevitable de amenaza.
Mientras lloraba a causa del sueño, recordé que estaba terriblemente asustada
y lo había estado toda mi vida y cómo revisaba todas las noches, asomándome
debajo de la cama y en el armario, bajo las faldas del tocador y conservando la
luz prendida por la noche. Esto lo hice hasta a la edad de veintiún años, cuando
seguía rígidamente acostada en mi cama, esperando que alguien llegara a
lastimarme. Este sentimiento me condujo hacia mi madre, pues cuando mi padre
salía de viaje de negocios, ella hacía una cuerda con corbatas para que, en el
caso de que alguien llegara para asesinarnos, pudiéramos bajar por la ventana.
También ponía un montón de platos encima de la mesa y en la ventana, para
arrojarlos a casa del vecino, el administrador de la granja, en caso de que el
asesino cortara las líneas telefónicas. Luego, cerraba con llave la puerta del
dormitorio donde ella, mi hermano y yo dormíamos juntos. Cuando mi madre
estaba asustada, yo siempre me sentía tan aterrorizada, pensando que debería
haber algo tan grande y aterrador allá afuera, algo que podría matarnos a los tres.
Si ella que parecía tan grande, estaba tan asustada, ¿quién podría protegernos?
Esperaba ansiosamente que mi padre llegara a casa para hacer que nos
sintiéramos seguros.
Mi madre era una persona tan histérica que siempre estaba aterrada por todo:
por las figuras de autoridad, por el dinero y por el mundo en general, como si
todo “allá en el exterior, fuera potencialmente muy peligroso y dañino. Sus
temores eran algo muy infeccioso. Como yo solía llorar por las cosas más
pequeñas —pues había vivido asustada desde niña—, llegué a tocar el
sentimiento de haber nacido sin poder respirar bien, pues inmediatamente
después de nacer, me dejaron sola, a pesar de que era muy obvia mi necesidad de
cercanía con mi madre. Ella expresaba su miedo y pánico durante el parto
gritando de forma incontrolable y azotando su cabeza contra el poste de la cama.
Me comunicaba su terror, y durante el nacimiento y después de él, ese
sentimiento aumentaba al sentirme sola, cuando obviamente necesitaba que me
cargaran y confortaran. No sabía que alguien vendría a reconfortarme. Para mí
no existía el tiempo, sino una eterna soledad. Mi padre decía, mirando por la
ventana del cunero, que yo estaba gritando con todas mis fuerzas, y que
fácilmente se podían distinguir mis gritos de los de todos los demás bebés en el
cunero.
Este sentimiento describe muy de cerca por qué siempre me he enfrentado a
algo nuevo con la inmediata reacción de “No, no puedo hacerlo, aún no estoy
lista”. Mi primera experiencia de cosas nuevas fue aterradora. Segundo, porque
mi madre no podía ayudarme a nacer a causa de su propio terror y, luego, por no
haber sido cargada en sus brazos acabando de nacer. Conforme fui creciendo, mi
madre continuó reforzando los temores originales con todos sus miedos reales e
imaginarios. Sin importar cuál sea la situación, yo estoy en contra de ella, y sin
importar qué tan calificada esté para hacer algo, siempre pienso que no puedo
lograrlo. Esto también sucede cuando estoy haciendo las cosas bien y sé que
puedo lograrlas. Ahora comprendo la razón: hacer cosas nuevas me pone de
inmediato frente a mi nacimiento y a los sentimientos de soledad que
experimenté en la infancia. Cuando este sentimiento me presiona, siento que no
puedo hacer nada, a pesar de todas las evidencias de lo contrario y de que la
gente me dice que sí puedo.
Esa necesidad de reasegurarme, que por cierto nunca tiene éxito, está alojada
en mi más temprano dolor. La razón de que no hay palabras que de verdad
puedan reasegurarme de esos sentimientos, es porque se trata de un sentimiento
de nacimiento y no existen palabras para describirlo. Parece que tengo una
coraza de miedo e inseguridad, los cuales son mis sentimientos centrales. Mi
terapeuta dice que cuando estoy en estado de solicitar reaseguramiento, es como
si estuviera tratando de atrapar todo a mi alrededor, pero nada de lo que me
digan me reasegura verdaderamente. Él tiene razón, siento como si estuviera
cayendo en el espacio y que no hay nadie que me pueda devolver la seguridad.
Mi mente se dirige compulsivamente a cualquier problema que yo tenga,
tratando de encontrar su sentido, pero no hay ninguno. Aun después de que he
comprendido cómo corregir un error, no estoy satisfecha y continúo pensando en
él, con la misma obsesividad.
Para mí no existen palabras de reaseguramiento, sólo el desconcertante
sentimiento original hace que se detenga mi preocupación obsesiva. Por eso
siempre he dicho que ese sentimiento que tuve al nacer, es algo que abrazo con
felicidad porque la tortura mental que he sufrido en mi obsesión, es para mí una
agonía, no sólo un sentimiento traumático. Realmente me siento aliviada cuando
puedo conectar un sentimiento, porque sé que no pasará mucho tiempo para que
me sienta en paz. Toda mi vida he dicho: “Sólo quiero descansar”. Mi cuerpo
nunca descansa. Estoy constantemente en vigilia, preparada para una reacción,
después de algo que no llega, y sólo después de haber logrado evocar un
sentimiento de nacimiento, me puedo sentir relajada y sana. De modo que pensar
en que “Ya quiero descansar” es una afirmación tanto física, como emocional.
Cuando termino de sentir todo lo anterior, no puedo esperar a seguir adelante
con mis deberes, todo el día, ansiosamente. La amenaza ha desaparecido, de
hecho, miro y limpio un espejo que, por cierto, ya está muy deteriorado en mi
baño, pues he vivido con él durante cuatro años. Un decorador de interiores me
dijo que no se podía reparar y yo acepté su veredicto, pero ahora, interrogando a
varias personas en la tienda de pinturas, descubrí que sí había una manera de
repararlo. En el pasado, jamás lo hubiera hecho, habría aceptado su
pronunciamiento como un hecho irreversible. Ahora descubrí que ese
sentimiento me libera de las constricciones sobre mi imaginación, las cuales me
han mantenido alejada de todas las posibilidades de un comportamiento creativo.
Antes de sentir, me parecía que todo lo que esto implicaba era demasiado para
mí. Después de experimentar el sentimiento, ahora soy libre de hacer con
facilidad cualquier cosa que desee.
El caso anterior es ilustrativo de lo que llamo “integrar”, es decir, el trauma de
nacimiento era integrado por circunstancias muy similares, por ejemplo, con su
familia ella tuvo un nacimiento aterrador, todo el tiempo se sentía sola y
asustada, y luego su madre —que era histérica y siempre estaba temerosa—
logró transmitirle esos sentimientos.
También recuerdo el caso de una niña que durante su nacimiento fue retenida
por la enfermera, esperando a que el médico estuviera presente. A pesar de que
la pequeña estaba luchando, ahí había una mano que la retenía, asegurándose de
que ella no naciera. Sus signos vitales, durante la experiencia de revivir su
nacimiento, representaron un esfuerzo demasiado grande cuando ella luchaba
por salir, por lo que estaba a punto de rendirse. En ese punto, la presión en el
sistema casi fue fatal. Además de sus altos signos vitales, experimentaba un
sentimiento de derrota y desesperación: el terreno para una posterior y grave
enfermedad. Estamos ante un caso de síndrome de lucha y derrota, que a
menudo conduce a una depresión maniaco-depresiva: primero, porque todos los
sistemas entran en un franco frenesí maniaco y, segundo, por la sensación de
quedar exhausta y rendirse a la lucha (síndrome depresivo).
En el caso anterior, la joven tenía una pesada carga de cursos en el colegio, y
aunque hacía lo que podía, reconocía que estaba fallando. La situación presente
la arrastraba a la experiencia del pasado y eso significaba demasiado para ella.
Se rindió y cayó en una fuerte depresión. Nadie sabía por qué, y en la clínica del
colegio fue diagnostica como poseedora de una enfermedad mental denominada
“depresión endógena severa”. En este caso “endógena” quería decir “No
entendemos de dónde viene esta depresión, pero de cierto modo parece derivar
de alguna razón no aparente”.
La resolución de su profunda desesperación y de su depresión requerían de
una reactivación y de revivir la lucha que la tuvo cercana a la muerte, la cual
incluía casi todos aquellos signos letales. Incidentalmente, esos signos fueron los
que nos hablaron de que, sin lugar a duda, ella estaba atrapada en un viejo
recuerdo. Por eso se encontraba de nuevo en la siguiente dialéctica: estaba
deprimida porque en su vida actual se habían establecido un conjunto de
recuerdos inconscientes tempranos que le producían esa depresión; entonces, con
el fin de mejorar su problema, y para resolverlo, tuvimos que hacerla evocar —
esta vez conscientemente— el recuerdo, el mismo que significó un final
diferente. Después de evocar el sentimiento, cuando todos esos signos
disminuyeron, comenzaron los insights. Fue capaz de reconocer cómo, aun ante
la más ligera suposición, su cuerpo reactivaba el recuerdo de barreras
irremontables. Reaccionaba cavando y buscando, para luego rendirse.
Justamente, y de manera importante, la resolución de sus recuerdos cambiaba su
flujo sanguíneo, su tono muscular y su producción hormonal, de tal modo que
cambiaba la configuración de todo su cuerpo, incluyendo la textura de sus
cabellos y su complexión.
Sentirse sin esperanza no significa estar reprimida. Las enfermedades más
serias derivan de la represión de la desesperanza, no de su experiencia. Lo que
desde muy temprano en la vida llega con el sentimiento de desesperanza, puede
significar la muerte. Así que elige tus armas: puedes morir como un bebé,
sintiendo una desesperación catastrófica, o puedes reprimirla y mucho más tarde
morir de ella.
Estoy seguro de que si le digo a alguien que la razón de haber desarrollado
un cáncer a los cincuenta años, se debe a lo que pasó en su nacimiento, podrá
sentirse escéptico, cínico e incapaz de creerlo. ¿Cómo es posible que creas en
algo que no puedes ver, sentir, oler o tocar? Es como pedirle a alguien que crea
en el ratón que cambia los dientes por una moneda.
EL ACT-OUT O REPRESENTACIÓN DEL TRAUMA DEL NACIMIENTO
Maryanna
Julia
Cuando estaba en Los Ángeles no podía esperar para salir de ahí. Me estaba
sintiendo avasallada por la situación en que estaba viviendo, por mi trabajo y mi
vida personal o toda yo. Sólo podía pensar en un viaje en el que me alejara de
ahí. Pero cuando finalmente logré viajar al exterior, continuaba teniendo el
sentimiento de tener que alejarme del lugar donde estaba, exactamente como lo
había sentido en Los Ángeles. Al principio había un sentimiento de alivio
cuando llegaba a algún lado, porque en realidad había actuado el sentimiento y
había logrado alejarme. Pero cuando había estado en este lugar, aun por poco
tiempo, regresaba el sentimiento y sólo podía pensar en que me quería ir de ahí.
Así que me trasladaba al siguiente lugar y, después de poco tiempo, regresaba el
sentimiento de querer alejarme de ahí. Y cuando estaba en un nuevo lugar... la
historia se repetía. El sentimiento que tenía es uno que tuve al nacer: “Tengo que
salir de aquí”. Es un sentimiento terriblemente compulsivo que se apodera de mí.
Sólo quiero ir de un lugar a otro, y al siguiente, y deseo mudarme una vez más,
para liberarme de ese mal sentimiento.
Ayer estaba en una oficina de turismo comprando un boleto, hecho que
significaba que de nuevo me estaba cambiando, y tuve un gran sentimiento de
alivio; pero cuando llegué a casa, me di cuenta y me dije: “Pues ni modo, ya lo
hice”, y de nuevo regresó a mí el sentimiento. Es como si me fuera imposible
deshacerme de él, pareciera que sólo puedo alejarlo de mí. Al minuto de que
llego a un nuevo lugar, por un momento estoy bien, pero luego, en cuanto ya
estoy establecida y comienza una nueva rutina, me obligo a dejarlo.
Lo mismo me pasa con cualquier trabajo rutinario, es por eso que siempre he
evitado cualquier ocupación de ese tipo. No hay movimiento en la rutina, ésta es
como un ambiente muerto, y lo mismo debió suceder cuando estaba en el vientre
(antes de sentir la urgencia de salir de ahí). Siento que quizá los parasimpáticos
respondan mucho mejor a la rutina, porque a ellos no les gusta el cambio, quizá
para ellos el cambio signifique un peligro. Para mí un cambio nunca significó un
peligro. La cosa es que cuando huyes de algo y después regresas, siempre está
ahí, y realmente es cuando por fin logras llegar ahí. Mientras más me muevo a
otro lugar, el sentimiento se traslada conmigo. Estoy segura de que si yo siguiera
presionada por esos los cambios, a muy temprana edad me habría colapsado de
un ataque cardiaco.
La presión en realidad es una sensación física de la que probablemente estoy
inconsciente en muchos aspectos, pero eso sí, estoy bien consciente de la
presión. Es como si estuvieras dirigida o empujada por algo en tu cuerpo, por eso
nunca puedo quedarme quieta. Siempre tengo que estar haciendo algo, en la
cocina, cuando me levanto, hago esto o aquello, siempre en movimiento.
Supongo que para mí, el movimiento significa vida, o al menos sobrevivir. Lo
más horrible de mi situación es que nunca puedo estar en paz. La paz se
convierte en rutina. Hay tanta turbulencia dentro de mí, que tengo que salir,
manejar hacia cualquier lugar para poder tener paz. La única paz que parece que
conozco es la del movimiento, así que nunca puedo relajarme y sólo dedicarme a
descansar.
DEPRESIÓN MANÍACA, EL ORIGEN DE LA PERSONALIDAD CÍCLICA
Soy una mujer de veinticinco años, durante mucho tiempo he intentado una
tarea, después de otra. Estaba convencida de que había sido “elegida” para
hacerme cargo de grandes proyectos que mejorarían las condiciones de vida que
me rodeaban, o que me “harían una mejor persona”. Hacer algo con mi vida” era
una cruzada loca y compulsiva que empecé cuando era una niña, y que continué
de una manera más sutil en la adultez. En la escuela siempre fui la encargada de
toda organización a la que pudiera pertenecer: escribía editoriales para los
periódicos con la finalidad de ser una buena ciudadana. Estudié piano canto y
danza para ser artista. En el colegio me hice feminista, mística y organizadora de
un grupo de teatro revolucionario, con el fin de promover “una avanzada
iluminación”.
La mayoría de mis proyectos habían fracasado. Pero aun cuando tenían éxito,
yo nunca estaba satisfecha. Sabía que vivía ciclos de gran actividad, seguidos
por periodos de depresión, pánico o enfermedad. Conforme estos se hacían más
obvios, me daba cuenta de que no tenía control sobre mi vida y que nunca sería
capaz de hacer nada de lo que quería, hasta que dejara de repetirme a mí misma
que todo esto continuaba como mi nacimiento: una gran actividad, poco éxito en
realizarla y cayendo nuevamente en la desesperación, deseando rendirme, e
intentarlo de otra vez.
Jesse
Leslie
Susan
La gran cantidad de dolor que experimenté tratando de nacer, fue enorme. Todo
mi cuerpo estaba ocupado en la represión de dicha crisis. Comencé la terapia con
signos vitales caídos hasta el mínimo, que indicaban la extensión de la represión:
un pulso de 40 y una presión sanguínea tan baja, que después de comentar sobre
mi corazón de “atleta” las enfermeras siempre me preguntaban si había sufrido
de episodios de desmayo. Mi cuerpo estaba deprimido porque estaba estancado
en la huella de quedar siempre vacío. Mientras más cansada me sentía era más
difícil para mí, porque durante mi nacimiento, la labor de parto se extendió todo
el día, yo estaba más y más cansada y con menos energía disponible para la labor
requerida más adelante: nacer. Las señales de que estaba exhausta me indicaban
que debía seguir intentando, que debía trabajar más duramente. No había otra
alternativa y no podía dejar de insistir.
Toda mi vida he sido incapaz de descansar y de tomar las cosas con calma.
No había unos brazos amorosos que me cargaran y mecieran y yo no podía dejar
de insistir. Necesitaba que mi madre estuviera despierta y alerta para que yo me
pudiera relajar y dejarme ir. Pero ella no lo estaba, así que yo no podía hacer
nada. Ya fatigada me puse más desesperada y frenética. El insomnio para mí ha
sido una plaga toda mi vida. Ninguna cantidad de píldoras para dormir, vino o
antidepresivos podían noquearme cuando estaba en ese estado tan enervado.
Mientras me sentía más mareada, con más fervor me resistía al descanso, lo que
es, según supongo, un equivalente de experimentarme fallando en el acto de
nacer.
En las raras ocasiones en que paso una buena noche de sueño, me atormenta
un sentimiento de ansiedad, porque son raras las ocasiones en que puedo dormir
bien toda una noche. Me domina la ansiedad porque el aumento de energía me
hunde hacia el pasado —al principio del proceso de mi nacimiento—, en la fase
de antes de que me quedara atorada. Es claro que estar cansada, baja de energía y
deprimida es literalmente mi modo de existencia. No tuve otra elección que la de
no hacer nada para sobrevivir a mi nacimiento, cuando me reclamaba
desesperadamente que hiciera algo, me convertí en una niña que no me inclinaba
a leer porque el leer no me funcionaba entonces, y tampoco ahora. Así que todo
mi terror y todo mi dolor tenían que quedarse dentro de mí. Los signos externos
de todo ello eran efectivamente eliminados.
No olvidemos que mi madre era una mujer de tipo histriónico,
sobrerreaccionaba, hiperactiva, en continua estampida y haciendo berrinches
diariamente. Sin embargo, yo no tenía un espacio para hacer un sonido audible
en esa casa en donde sus incesantes carreras perneaban el aire. Es más, sus
rabietas fuera de control me horrorizaban y reforzaban mi tendencia a mantener
el sentido de mi vida en permanecer silenciosa y quieta. Si mi madre estaba
gritando como una bruja, yo tenía que ser algo así como una anémona del mar,
un blanco fácil, pero uno que soportaba empujones y dolor, simplemente
absorbiéndolo. Eso era todo lo que podía hacer desde el principio del tiempo,
quedarme acostada y quieta y tragarme todo. Y eso define la depresión que ha
me ha marcado durante toda mi vida.
¿Qué más puedo decir? Soy una verdadera creyente de esta terapia porque
sentir me hace volver a la vida, mis ojos se ponen brillantes, mi sonrisa
innegable, mi voz plena y rica. Solía estar completamente apagada, casi como
una zombi tropezando al correr, o vacía, sin la idea más vaga de cómo asumir el
cuidado de mí misma, porque nadie nunca cuidó de mí. Solía preocuparme y
agonizar, condenándome constantemente. Ya he sentido bastante de mi dolor
hasta el punto de que actualmente puedo experimentar la anticipación; en otras
palabras, puedo anticipar algunos eventos por venir, en lugar de aborrecer cada
momento de mi existencia. Todavía tengo la tendencia a luchar por ser todas las
cosas, para toda la gente, pero cuando me detengo y siento la futilidad
subyacente —como la que sentía con mis padres, que rechazaban cualquier parte
de mí, tal como yo era—, mi depresión de por vida casi literalmente se evapora
cuando siento que no puedo nacer, recibir leche, tener el amor que necesito,
entonces ya no tengo que vivir incapacitada para sentirlo todo. Lo que realmente
es deprimente es no ser capaz de sentir.
LA PREDICTIBILIDAD DE LA NEUROSIS
Michael
Fue el día antes del que pensaba dejar la terapia. Comencé a pensar en qué tan
seguro me había sentido siempre en este cuarto y lloré porque no me quería
retirar de él; entonces algo extraño me empezó a suceder. Era como si todo se
volviera negro y en calma, y yo estaba enrollando algo como una pelota,
inconsciente de todo. Este sentimiento de seguridad desencadenó un proceso
diabólico. Me parecía que yo estaba en el vientre materno y que mis
movimientos para salir desencadenaron mi proceso de nacimiento. Era una
horrenda cadena de eventos de un dolor agonizante; parecía tratar de salir, pero
todo estaba lleno de bordos y arrugado. Ahora me di cuenta de porqué siempre
tuve tanto miedo de dejar cualquier cosa, incluyendo el Instituto Primal. El
Instituto había sido hasta ahora un lugar en el que estuve en calma, seguro,
comprendido; por eso mi proyecto de salir era como la amenaza de una terrible
ansiedad que me hacía esperar que alguna vez sucediera una calamidad: después
de que tuve este sentimiento me di cuenta de que no me iba a ser tan difícil irme
y que podía enfrentar y manejar el abandono muy fácilmente. Sé que ahora estoy
más relajado, de una manera que antes me era imposible. No puedo enfatizar lo
suficiente este buen sentimiento que tengo, porque es la primera vez en mi vida
que me he sentido calmado y tranquilo. Tengo la impresión de que no habría
vivido mucho tiempo cargando siempre con tanta presión a mi alrededor.
Jennifer
Chris
Solían asaltarme terribles ataques de ansiedad. Desde los quince años de edad he
vivido un miedo mortal de tener un ataque al corazón. Cada vez que tenía un
ataque de ansiedad montaba en pánico; débil y sudorosa, me ponía muy pálida y
a veces me desmayaba. No hay palabras para describir la soledad y la
indefensión que sentía en esos momentos. Sentía que ya no había esperanza para
mí, que estaba condenada a sufrir. Estos ataques se convirtieron en el símbolo de
mi desesperanza. Ahora ya no tengo esos ataques y la razón es simple: ya no
construyo una avasalladora ansiedad y estrés. A veces me duele, todavía lloro o
me enojo y reacciono a eso, pero en lugar de aferrarme como lo hacía antes, lo
dejo ir. Mi pecho solía ser una olla de presión. Mis sentimientos no expresados
creaban esa gran presión en mi pecho (que actualmente la consideraría como un
síntoma de un ataque cardiaco). Todos esos sentimientos dentro de mí, tratando
de salir, empujando contra mi pecho, me hacían sentir que me iba a morir... sin
amor.
Actualmente dejo pasar la corriente. Me ha hecho tanto bien llorar por mi
padre, por la necesidad de que me hable, me toque y me ayude; por todas las
cosas de las que he estado privada. Todo el tiempo lloro por mis necesidades y
entro en contacto conmigo misma y logro ponerme menos tensa. Suena extraño,
pero la verdad es que sentir ese dolor me ayuda a reducir el estrés, la tensión y la
horrible ansiedad en mi vida
LA NATURALEZA DE LA ANSIEDAD
Todos hemos escuchado acerca de algún hombre que se lava sus manos hasta
cuarenta veces al día. Hay otros que no pueden pisar las rayas del pavimento.
Alguno se ve obligado a revisar todos los relojes de su casa al menos cuarenta
veces en el día. La atmósfera que crean les sirve para reforzar su neurosis. Se
trata de comportamientos repetitivos que parecen estar fuera de control. La
compulsión obsesiva realmente no es una categoría especial de neurosis, sólo es
la manera como se manifiesta. Toda neurosis es obsesiva en el sentido de que
repetimos ciertos patrones de conducta una y otra vez, durante muchas horas de
nuestra vida, y no somos capaces de controlarlos. El fumador consume un
cigarro cada cuarenta minutos del día, y cada día de la semana. El ninfomaníaco
o el sátiro están constantemente en busca de un compañero sexual. Otra persona
actúa una y otra vez con vergüenza, sin importar las circunstancias.
La diferencia es que estos comportamientos crecen con el tiempo y no son
controlados por las personas obsesivas que, además, son ritualistas. Estas
personas se las han arreglado para descubrir un comportamiento muy
circunscrito, nada diferente al de un pervertido sexual que ha elaborado un ritual
que le ofrece alivio. Ese ritual depende de dos factores: el primero es la
circunstancia que le deparó la vida, por ejemplo, crecer con una madre fanática
que insistía en que los niños se deben lavar las manos después de haber tocado al
perro, la puerta, la silla, etc. El segundo consiste en que el ritual debe reflejar un
sentimiento básico desde el pasado, por ejemplo: el sentirse sucio (en el amplio
sentido del término) y la necesidad de mantenerse constantemente limpio.
Una obsesión queda “adherida” cuando alguien se las arregla para reducir el
nivel de tensión, por ejemplo, cuando te sientes inseguro y asustado, revisas
todas las cerraduras y con eso disminuye tu temor. Conforme aumenta el miedo,
compruebas las cerraduras muchas veces más. El temor ostensible es que se
revisa porque pueden llegar intrusos. El miedo real es el de crecer con unos
padres que nunca te hicieron sentirte a salvo. Para comprender la obsesión
compulsiva necesitamos regresar al hecho de que cualquier trauma temprano no
está registrado en la parte baja del neuroeje, sino que todo el tiempo tiende a
moverse hacia la conciencia, buscando resolución y alivio. Siempre estamos
tratando de ser normales. Una de las estructuras clave activadoras en el tallo
cerebral es el llamado sistema activador reticular. Éste se encarga de alertar al
sistema vigilando todos los insumos sensoriales —ya sea los que vienen de fuera
y los de las huellas impresas— y los envía al córtex, primero, por la vía del
sistema límbico y hasta que llega a este sistema. El voltaje con el que se maneja
no es específico, es una cantidad de energía o de activación. El sistema límbico
le proporciona su contenido emocional.
El sistema activador reticular posee unas largas fibras proyectadas hacia el
neocórtex, de modo que tan pronto como un trauma temprano comienza a
moverse hacia la conciencia, el alto nivel la mente también se mueve hacia la
conciencia. En dicho nivel, la mente se percata de que está tensa, agitada e
incómoda; estado que es necesario porque la mente baja está diciendo:
“prepárense para el asalto”. Entonces la ansiedad comienza a desplegarse. A
medida que la presión de las huellas aumenta, también lo hace la presión
reticular que se mueve contra las fuerzas corticales inhibidoras. Ahora estamos
frente a un choque entre la inhibición del córtex frontal (sentimiento de
esperanza) y los impulsos ascendentes desde el dolor temprano, hacia el tallo
cerebral (sentimiento de desesperanza).
Las obsesiones indican una falla en la inhibición. Si le das droga a alguien
para someter su acción reticular, te las arreglas para reducir el conflicto y la
persona se siente más cómoda y menos obsesiva. Si no lo haces, entonces, para
tratar de contener la fuerza que se está elevando, la persona se ve forzada a
intensificar sus actos o sus pensamientos obsesivos, el córtex se ve presionado a
entrar en servicio con una más grande urgencia, y la persona se hace repetitiva,
vive pensamientos sin control de los cuales no se puede deshacer.
Lo que debe quedar claro, es que nadie puede sacar a otra persona de sus
ideas obsesivas o fobias con sólo hablarle, porque éstas no tienen nada que ver
con el córtex racional, dado que éste, teje a mano los impulsos de abajo, que
están obligados a aparecer.
Existe una jerarquía de síntomas físicos y mentales. Los síntomas parecen
seguir la evolución del ser humano. La pura ansiedad es un asunto de primera
línea. Las fobias y el uso de imaginería para contener y capturar el dolor y el
terror, pertenecen a la segunda línea. Se aplican para detener el sobreflujo de la
energía primal surgida del trauma temprano. Cuando las fobias se aplacan,
podemos encontrar las ideas obsesivas, que pertenecen a la tercera línea.
Éstas no son enfermedades diferentes, son maneras cada vez más sofisticadas
para contener el mismo dolor. Finalmente, las nociones bizarras y las ideas
paranoides se enlistan en el mismo nivel, en donde las ideas obsesivas presionan
al sistema de defensas hasta más allá de su capacidad. Aquí sucede el proceso de
cambio de la neurosis a la psicosis: es un cambio emocional que proviene de los
mecanismos más primitivos de la ansiedad, e incluso de los cambios más
recientes en la capacidad del cerebro humano (por ejemplo, la paranoia es una
forma avanzada de pensar).
Aquí podemos ver que la neurosis es una defensa contra la psicosis, de la
misma manera que el sueño simbólico ayuda a prevenir las pesadillas
aterradoras. La persona que es dominada por la ansiedad, generalmente no puede
arreglárselas para recordar sus sueños simbólicos o para defenderse de los
ataques de ansiedad causados por sus pesadillas. Del mismo modo, durante el día
no puede arreglárselas para tener un sistema de defensas bien estructurado. Nada
de lo que haga en la vida le funcionará para permitirle escapar de la ansiedad; y
lo que haga durante la noche tampoco le servirá.
Un sueño bien construido significa, por definición, que las estructuras están
en su lugar para simbolizar sus sentimientos. No es un accidente que la
esquizofrenia sea escasa en los epilépticos, siempre que para soportarlo uno
pueda descargar la presión construida de un modo masivo, porque entonces el
más alto nivel de conciencia no tiene que extenderse hasta lo bizarro. Vamos a
descubrir que casi todo lo que tratamos no es sino una sola enfermedad, sólo que
se traslada. Cualquier nivel de desarrollo consciente tiene su propia clase
peculiar de síntomas; esto es cierto tanto en la esfera física como en la
psicológica. La diferencia entre la diarrea y la artritis es sólo un largo salto
filogenético.
En la fobia, la imagen de una serpiente es suficiente para echar a andar una
respuesta de ansiedad. No se necesita imaginarla para observar la ansiedad que
produce, la cual revela un estado no imaginario y no verbal. La imaginería es un
desarrollo tardío que fija la ansiedad en el tiempo y en el espacio. Las fobias son,
sobre todo, la propiedad del que está en la segunda línea, cuyo desarrollo parece
que se ha detenido antes de la etapa intelectual. El fóbico puede evitar su blanco
y ya no sentirse ansioso. El obsesivo no tiene tanta suerte. El obsesivo ansioso
debe evitarse a sí mismo; algo que no se logra tan fácilmente.
Aquellos que son capaces de recordar su adolescencia sin vivir una ansiedad
avasalladora, pueden arreglárselas para vivir en su cabeza y producir ideas
obsesivas. Básicamente, éstos son sujetos de la tercera línea, que tienen mucho
más acceso a sus sentimientos, que el fóbico. El sujeto en la segunda línea está
viviendo en el nivel de imágenes y sueños, es más musical, artístico, menos
filosófico pero más emocional y menos controlado que el que está en la tercera
línea. La ventaja de pertenecer a la segunda línea es que se pueden aprender
lenguas extranjeras con mayor facilidad, y es posible escuchar las inflexiones del
sonido y el tono musical en el lenguaje. Con seguridad no pueden aprender
matemáticas tan fácilmente como los que están en la tercera línea (y por
supuesto tampoco física).
El sujeto en la segunda línea no podrá ser un buen ejemplar de la tercera
línea, debido al constante asalto que sufre de parte de los impresos del nivel más
bajo. El obsesivo puede estar tratando de usar su pensamiento para controlar y
enjaular al monstruo, que no se somete fácilmente a su contenido. A medida que
la obsesión-compulsión se intensifica, (aunque finalmente deja de trabajar,
porque los impulsos que se están moviendo hacia arriba son increíblemente
fuertes), tenemos una estructura de defensas descompensada que puede conducir
a la psicosis.
Hasta ahora, nuestras concepciones de cómo la mente cortical se estira hasta
el máximo cuando accede al dolor temprano, son muy bizarras. La diferencia no
está en la clase, pues se emplea el mismo aparato cortical para manejar el dolor y
el terror. Dado que en el psicótico hay una total ruptura —a través del material
temprano—, el psicótico se ve sumergido en el pasado remoto. La disparidad
entre la realidad presente y la pasada es tan grande, que por eso se considera a la
persona como loca.
Podemos ilustrar todo esto mediante el electroencefalograma que mide las
ondas cerebrales. El cerebro resistente tiene patrones de ondas que reflejan
generalmente la lucha entre activación-inhibición. Un nuevo paciente puede
mostrar un EEG de casi doscientos microvoltios, meses más tarde, puede bajarlo
hasta treinta. Claramente se aprecia que la activación y la presión en el córtex se
pueden reconocer, más o menos cuando es alta. Podemos esperar obsesiones y
compulsiones igual como podemos esperar, desde la epilepsia, ciertos tics
provenientes de otros síntomas de sobrecarga. Cualquier cosa que estimule la
actividad del tallo cerebral, desde la cafeína hasta las anfetaminas, ponen más
presión en el córtex, resultando, finalmente, en una posible psicosis. La presión
hacia arriba, causada por el dolor temprano, tiende a emplear la serotonina.
La serotonina es un químico clave como agente en la disminución de la
represión. Se distribuye por todo el cerebro, aunque hay claustros de serotonina
que están produciendo células a lo largo de la línea media del tallo cerebral.
Desde ahí, viajan cuando es necesario enviando redes de fibras, las cuales
forman el sistema límbico. Hay una droga que se llama éxtasis, o MDMA, que es
muy popular en estos días. Quienes la ingieren encuentran que están en un
verdadero éxtasis. ¿Por qué? Porque pueden sentir de nuevo. Están eufóricos
porque al fin están en contacto consigo mismos. La droga libera enormes
cantidades de serotonina y disminuye la inhibición. El problema es que en dosis
muy altas, esta droga puede matar a las células de serotonina, y sólo en casos
muy raros, puede causar la muerte.
El éxtasis permite grandes insights porque el sistema de defensas se
interrumpe y así se logra un acceso al nivel de los sentimientos. A pesar de esos
insights y a pesar del profundo cambio, la persona piensa que lo ha alcanzado
definitivamente, pero el cambio sólo es temporal. El dolor no se ha alejado, uno
simplemente lo dejó a un lado por el momento. Es necesario encontrar una
manera natural de lograr todo esto, porque, en caso contrario, se tendrá que
seguir tomando drogas como el éxtasis. Si se hace de manera natural, se logrará
una recaptura permanente: primero la agonía, y luego el éxtasis.
El papel de la serotonina en la inhibición se encuentra en diversas
investigaciones. En Finlandia, una institución dedicada a la atención del abuso
de drogas y alcoholismo llevó a cabo un estudio muy interesante: encontraron
que los asesinos tenían niveles muy bajos de serotonina. Estas personas tenían
una inhibición mínima y todos los demás impulsos eran actuados; si ellos
hubieran tenido un buen ritual obsesivo a su servicio, quizá no habrían matado.
Desafortunadamente, en general la muerte abrupta de muchos de ellos no les
permitió desarrollar obsesiones. Se encontraron casos violentos de suicidio
donde se disponía de un nivel muy bajo de serotonina. También hubo un bajo
índice de casos de Alzheimer.
El impulso neurótico, bajo en inhibición, parece actuar de muchos modos,
incluida la criminalidad. El sujeto se dirige a las drogas impulsivamente porque
necesita de un arreglo inmediato: su sistema necesita represión. Se le coloca en
prisión por tratar de matar su dolor. Separamos a las personas para que no tomen
las drogas que a menudo tienen el mismo efecto que los tranquilizantes, porque
no son prescritos por la gente adecuada. Nadie toma drogas —como la heroína—
si no las necesitan, pero la “necesitan” cuando aparece después la necesidad real,
aunque ya había sido enterrada.
SOBRE LAS DROGAS Y LA ADICCIÓN
Bill
Deena
Cuando tenía trece años, en nuestro libro de salud de la escuela había una
pequeña sección que nos advertía contra el uso de drogas, pero yo me sentía
atraída hacia ellas. Sabía que en cuanto tuviera una oportunidad, las consumiría.
Era el año 1963, cuando el uso de drogas no era común en ese pequeño pueblo
de Nueva Inglaterra, pero las cosas estaban cambiando rápidamente. Entre los
catorce y quince años empecé a merodear a los limpiabotas y chicos de la calle,
aunque era una buena estudiante con planes de continuar estudiando. También
empecé a beber con ellos y a actuar de forma rebelde, mostrando un
comportamiento antisocial. Me encantaba la excitación y el peligro. A los
dieciséis años empecé a fumar mariguana, acompañándola con dexedrina,
barbitúricos y heroína, y esto lo hice durante el resto del tiempo de la High
School. En dos ocasiones me arrestaron por cargos relacionados con drogas, ya
tenía dieciocho años. Para mi suerte, en ambas ocasiones me cancelaron los
cargos.
Las drogas y el estilo de vida correspondiente se relacionaban con mi vida.
Necesitaba escapar de mi hogar y de mis padres que peleaban constantemente, y
de una casa donde no había nada para mí. Me identificaba mejor con los chicos
de la calle que con los “bien educados” de la escuela. La rebelión y las drogas
hacían de mí una chica especial y diferente. Era un modo de llamar la atención.
Antes había sido una chica buena, pero eso no me condujo a ningún lado.
También siempre había sido muy tímida. El alcohol y las drogas me quitaron la
timidez y me dieron un sentimiento de pertenencia, algo que nunca había tenido
con mi familia.
De una manera perversa descubrí la esperanza en el lado oscuro, en la orilla.
Con las drogas siempre encontraba la esperanza de sentirme diferente, mejor y
buena, si tenía suerte. De algún modo pude sobrevivir y fui a un colegio estatal a
veinte millas de distancia. Los estudiantes eran muy rígidos, me aburrían, y de
nuevo me asustaba y volvía mi timidez. Un amigo me envió algo de LSD. Me
asusté pero tenía curiosidad de sentir la percepción alterada. Incapaz de
relacionarme con la gente que me rodeaba, sufrí durante el resto del viaje, sola
en mi cuarto. Mi mente corría velozmente. Estaba aterrorizada y pensaba que ese
sentimiento nunca se iba a acabar. Después tuve dificultades con la escuela hasta
que finalmente encontré personas que estaban en lo de las drogas, unos eran
artistas y se hicieron mis amigos. Pero después de un año me sentí marginada.
Mi familia se desintegró, mi novio se fue a la Marina para evitar que lo
enviaran a Vietnam. Terminé en Boston, sin límites y sola, totalmente alienada,
formando parte de la subcultura de las drogas. Mi vida giraba en torno a
obtenerlas. Me descubrí inyectándome. Me gustaba mucho, era erótico y me
satisfacía. La euforia que vivía, conforme las drogas entraban a mi sistema, eran
electricidad y puro éxtasis. Me inyectaba cristal y a veces heroína, me encantaba
la rapidez del meth, pero el final siempre era difícil y a veces me causaba una
psicosis ligera y temporal, con alucinaciones y paranoia; sin embargo, yo
continuaba con esa primera carga. La heroína era mejor, me creaba un total
sentimiento de bienestar. También probé el ácido y me hizo sentir alienada.
Siempre tenía el sentimiento de que no podía confiar en las personas que me
rodeaban y tenía que estar alerta, excepto una vez. Los alucinógenos realmente
magnificaron mis temores, pero de todos modos los seguí consumiendo. Viví en
esta situación cerca de seis meses y volví a la escuela, incluso logré graduarme.
Aunque pienso que mi sistema nervioso estaba ligeramente dañado, pues tenía
muchos dolores de cabeza y empecé a tener síntomas de ansiedad.
Después del College pasé por una etapa dedicada a consumir alcohol y
barbitúricos juntos. Conforme pasé por estos periodos, adoptaba una
personalidad diferente, recurría a cualquiera que no fuera yo misma, porque esa
“yo misma” era una niña pequeña tímida, asustada y sola. Esta vez era como
Sally Bowles, el personaje de Historias de Berlín, viviendo una vida decadente.
Usaba ropa de tiendas baratas y convivía con hombres gay. Cuando salía, podía
hacer cualquier cosa aventurada que asustaba a la pequeña niña dentro de mí. Me
detuve cuando me percaté de que ese comportamiento me podía llevar a la
muerte. Creo que también se trataba de que mi mecanismo de supervivencia es
tal, que me aburro muy fácilmente y nunca permanezco en un escenario por
mucho tiempo. Durante una temporada tomé Valium y Darvón prescritos para la
ansiedad y los dolores de cabeza. Dejé de usarlos cuando me di cuenta de que ya
me estaba convirtiendo en adicta a ellos.
Mi última pelea con las drogas fue a los treinta años. Pasé un invierno en
Key West. Entonces combiné la cocaína con metacualona, drogas que abundan
en esa isla. Ambas me hacían sentirme muy bien. Las dejé cuando volví al norte,
descubrí que ya quería crecer, pero no sabía cómo. Ésta fue una de las cosas que
me trajeron a la terapia. Para mí, el uso de las drogas estaba conectado con la
búsqueda de un sentido de pertenencia, junto con la automedicación para la
depresión y la ansiedad. Cada vez que había esperanza de que yo formara parte
de un grupo, las drogas me daban un sentimiento de identidad que me impedía
sentirme asustada y sola, y cuando me daba cuenta de que esas drogas no
funcionaban, me cambiaba de sitio.
En la terapia, casi cada sentimiento retorna al momento en que me siento
asustada y sola. Creo que cuando era bebé me dejaban sola durante mucho
tiempo. Nunca aprendí a conectarme ni a sentirme cómoda con otras personas, y
mi madre siempre estaba tensa, ansiosa y enojada. La falta de una comunicación
adecuada entre nosotras y la escasa estimulación en las etapas vitales de mi
desarrollo, tuvieron como resultado, durante toda mi vida, una extrema
incomodidad psicológica y física. Usaba las drogas en un intento de conectarme
y sentirme parte de algo o alguien, para compartir alguna experiencia (eso que
nunca pude sentir con mi madre). También era una manera de revivir las
incómodas sensaciones que estos sentimientos me causaban, física y
psicológicamente: se trataba de la tensión y la ansiedad.
Cuando en la terapia surgieron los sentimientos de alienación y temor, pude
permitirme sentirlos realmente por primera vez. Ahora no tengo que buscar
drogas y amistades decadentes con el fin de ligarme a ellas y racionalizar las
sobrecogedoras emociones y sensaciones que experimentaba. También me he
dado cuenta de que las personas con las que me relacionaba, únicamente me
hacían sentirme más sola y más asustada. Lo más importante de todo era que las
drogas representaban una esperanza: la de sentirme mejor (al menos por unos
momentos). Ahora finalmente he podido sentir la desesperanza y ya me puedo
bajar del “carrito de la feria”; puedo ser vulnerable y real, y al fin crecer: desde
la niña asustada y solitaria que mi madre menospreció, hasta una vida adulta,
vivida en la realidad presente.
Michelle
La primera vez que probé las drogas tenía dieciocho años y vivía en París, en
1969. Me educaron en la tradición judía, en una atmósfera que mi familia no
practicaba de forma estricta. Sin embargo, el ambiente era severamente represivo
en muchos aspectos. Intenté suicidarme unos pocos meses antes de comenzar a
drogarme. Estuve muy cerca de la muerte, y poco después de esa tentativa
abandoné mi hogar, sintiéndome incapaz de enfrentar las presiones en ese lugar.
Me encontré viviendo en París, que todavía estaba en fermento por los “sucesos”
de Mayo del 68, cuando el levantamiento estudiantil sacudió a la sociedad
francesa. Esa violenta disrupción representaba la postergada y explosiva llegada
a Francia de esa cultura juvenil que se originó en América en los años cincuenta,
con la protesta de la joven generación, la llegada del rock and roll y la búsqueda
de un nuevo modo de vida comunitaria.
La estrechez y la rigidez patriarcal de la vida familiar prácticamente
desaparecieron en Francia. Las características de esta “contracultura” fueron: el
extremismo político, la permisividad sexual, la experimentación de la
“expansión mental” mediante el consumo de drogas y el reto a los valores de “lo
establecido”. Mis conflictos interiores y mis aspiraciones se reflejaban
íntimamente en el modo y circunstancias de esos tiempos.
¿Por qué consumí drogas? Mi impulso inicial hacia las drogas se debió a su
estatus prohibitivo: mi deseo de establecer mi identidad personal requería de un
comportamiento radicalmente diferente, y por supuesto, inaceptable para mis
padres, que permanecieron instalados en su “autoridad”. Al mismo tiempo, todo
esto era el medio para crear una relación con las personas de mi edad. Para mí, el
deseo de libertad significaba escapar de la prisión de mis inhibiciones.
Necesitaba desesperadamente dejarme ir, sentirme hermosa, adorable y querida,
sobreponerme a mis sentimientos paralizantes de inadecuación física impresos
durante una vida de críticas, malos tratos, falta de aprecio... Estaba atrapada
entre la necesidad de acercarme emocionalmente a los hombres y el terror de
estar cerca de ellos, física y sexualmente.
Por desgracia en esos tiempos parecía inconcebible que los hombres
pudieran ser amigos míos, a menos que me fuera a la cama con ellos. Con el fin
de no condenarme a un estado de aislamiento total y de explorar el mundo de las
relaciones emocionales, tuve que sobreponerme a mi terror: las drogas parecían
tener la respuesta, sobre todo después de que vi una película que retrataba la vida
de la gente que vivía en una isla mediterránea: el sol, la bella naturaleza, la vida
relajada y la música, entretejidas con la libertad emocional y sexual y la
intimidad, parecía un sueño hecho realidad. La presencia de las drogas, como un
elemento clave, se proyectaba en la película subrayando los efectos
potencialmente trágicos (muerte por sobredosis). Sin embargo, y esto de
importancia crítica, a mí me atraían no sólo las drogas como una puerta para
ingresar a ese estilo de vida, sino también como una compuerta a la pasión y al
peligro.
Consumí mariguana y hachís durante un periodo de dos años, al ritmo de
entre una y cinco dosis al día. Me acompañaba de amigos y después lo hacía
sola. La primera vez que fumé, en unos pocos minutos me sentí violentamente
enferma. Parecía que mi estómago se había vuelto al revés. La reacción violenta
de mi cuerpo me asustó. Me acosté y mientras miraba a mi novio empecé a
alucinar: su cara se transformaba en un monstruo peludo con una mirada salvaje
y peligrosa.
¿Por qué a pesar de esos efectos tan confusos continué tomando drogas? La
razón requiere que vuelva varios años a mi pasado. Una de mis fantasías más
fuertes en mi adolescencia era que quería volverme loca, en verdad la veía como
una meta a futuro. La conciencia directa de este deseo la impulsó una película en
la que la ambición profesional conduce a un periodista a hacerse pasar como un
enfermo mental, con la finalidad de entrar a un hospital psiquiátrico de
incógnito. Como resultado de sus experiencias allí, logra genuinamente perder el
juicio y se convierte en un catatónico incurable. En la escena final su novia
muestra el gran amor que siente por él, en una tentativa por traerlo de regreso a
la vida, pero es en vano. En mi fantasía yo era ese hombre y mi madre la persona
que me mostraba tanto amor y desesperación por recibir de vuelta mi amor por
ella.
Asustada o no, las drogas quizá podrían volverme loca y, por tanto, amada,
así que continué. A medida que me sentía más profundamente sometida a la
influencia de las drogas, estaba teniendo un cambio sutil. Al principio me
permití pretender estar loca, dejando a mi imaginación crear visiones locas a las
que podía detener a voluntad. Estaba experimentando y haciendo creer al mundo
que yo estaba loca. Sin embargo, en una analogía exacta con el periodista de la
película, comencé a perder el control. Ya no me sentía la creadora de las
alucinaciones, sino su víctima. Un día, acostada en mi cama, miré hacia el piso y
me vi tirada en medio de un charco de sangre, me sentí realmente aterrada
porque no podía distinguir si esa “yo” que estaba en la cama, era la que en el
piso sangraba a morir.
Otro efecto de la droga fueron los episodios psicóticos. Me aterraban los
pequeños pedazos de vidrio roto, los tenedores, los cuchillos, las tijeras,
cualquier objeto filoso lo investía con vida propia y con el poder y el deseo de
lastimarme, por ejemplo, agarrando un cuchillo y matándome. Me horrorizaba
quedarme dormida, pues estaba convencida de que mientras estaba inconsciente
todos esos instrumentos tenían el deseo y el poder de lastimarme. Me aterraba ir
a dormir porque pensaba que en ese estado “yo” estaba desprotegida, y mi
cuerpo era como “otro yo” que podía encargarse de matarme.
Me sentí obligada a hacer actos y rituales de protección. Cualquier intrusión
de elementos peligrosos —por ejemplo, una botella rota en la calle— me podía
disparar los mismos terrores. Se alternaban periodos psicóticos con periodos de
remisión. Y en lo que toca a mi respuesta física al uso regular de drogas,
presentaba una ansiedad constante, algunas veces con temblores, a menudo
debidos a una aceleración de los latidos del corazón, sentimientos de ahogo e
incapacidad para comer.
Obviamente pagué un precio alto. Pero pude lograr rupturas parciales. Ya no
era tan extremadamente autoconsciente, ya no tenía sentimientos de ser tan
inadecuada, ni de no ser amada, etc. Ya no tenía miedo del contacto sexual, e
incluso me volví promiscua. Era capaz de disfrutar el sexo normal
genuinamente.
Otros resultados fueron que ya no estaba sola en mis sentimientos o alienada
por los hombres y mujeres jóvenes del grupo con el que me identificaba. A
menudo me sentía como “dueña del mundo”, como si mi vida fuera presentada
en una pantalla gigante en donde todos podían verme a mí y a mi dolor.
Inconscientemente había tomado el papel de heroína de la película y me
imaginaba hermosa, merecedora de amor y ya no estaba sola. De un modo
adelantado, mi vida era la reminiscencia de un mundo de fantasía en las playas
mediterráneas. No trabajaba y de algún modo me sentía inmune a intereses y
preocupaciones sobre la existencia material y sus contingencias.
Hacia fines del segundo año me fui con unos amigos a Ámsterdam, para
disfrutar de la libertad legal de usar drogas. Una noche uno de nosotros compró
provisiones a un extraño, y antes de que lo supiéramos, en lugar de fumar hachís
me encontré bajo el influjo de algo muy diferente (cuya naturaleza precisa
todavía desconozco). En unos segundos sentí un fuerte golpe en mi estómago y
mi corazón latía como si fuera a explotar. Sentí el terror más violento que jamás
había experimentado. Pasé la noche más larga de mi vida, enrollada en la cama o
caminando alrededor, en un estado de agitación frenética, rezando para que mi
corazón no explotara y que mi cuerpo recobrara el control, para que esta
experiencia de pesadilla se detuviera. Después de esa noche, que pareció durar
como cien años, vivida en un inmenso terror, el efecto de la droga se extinguió y
yo prometí que nunca, nunca más volvería a tomar drogas. Esta vez el temor a la
droga llegó a ser muy poderoso. La confrontación real con la muerte borró la
atracción de las fantasías de peligro y de estar al borde de… morir.
Tomé drogas de 1969 a 1984. Empecé con la mariguana, pasé por el alcohol y
los relajantes, al ácido y al opio y de ahí a la cocaína. Las únicas constantes en
mi vida fueron el temor y la soledad. Vengo de una familia muy represiva, con
un padre brutal que nunca me vio, y una madre que jamás estaba ahí. Parece
obvio que en el tiempo que tomaba drogas lo hacía como una reacción a mi
medio ambiente familiar en la edad temprana. Sin embargo, mi comprensión del
problema no tuvo efecto con la ingesta de drogas. Odiaba el sabor del alcohol y
los sentimientos que me llegaban con los relajantes; me ponía como loco con el
ácido y la mariguana y detestaba mi reacción física. Durante un tercio de mi vida
seguí usando todas las drogas en combinaciones muy curiosas. Estaba fuera de
control pero de algún modo sentía que estaba tratando de controlarme.
Por mi madre conozco muchos detalles de mi nacimiento. Fue al Hospital de
la Cruz Blanca en Columbus, Ohio, a revisión cuando ya tenía nueve meses de
embarazo. Saliendo de ahí, se tropezó y cayó sobre su cara y su estómago
ocasionando que se le rompiera la fuente y se iniciara la labor de parto.
Inmediatamente la llevaron a la sala de partos y la drogaron en un sueño
profundo, un poco en estado de conciencia y otro poco fuera de la conciencia.
Casi de inmediato las contracciones cesaron, y luego de varias horas le dijeron
que había tenido una falsa labor de parto y la regresaron a la casa. Un día más
tarde, la droga dejó de tener efecto y de nuevo comenzaron las contracciones.
Nací menos de una hora después.
El patrón de mi nacimiento ha sido el patrón de mi vida. Empiezo mis
proyectos y después de un largo periodo de pasividad, en el que siento como si
estuviera esperando algo que no soy capaz de identificar (puedo decir que
necesitaba ayuda, pero sentía que nunca iba a llegar). Siempre he sido
físicamente débil porque sentía que no podía mantener la energía necesaria para
el esfuerzo físico, pero ponía toda la que tenía en lo que hacía, cuando sentía que
era importante.
El otro aspecto de mi nacimiento se relaciona con el abuso de las drogas.
Empecé a beber desde que me gradué de la High School. Bebía hasta ponerme
en un estado obnubilado. No sentía dolor, así que me ponía en el límite de
sentirme vivo. Odiaba el sabor del alcohol, pero bebía la cosa más fuerte que
podía encontrar y, cuando era demasiado, ya no podía detenerme y descansar.
Tomaba relajantes y metacualona con el mismo efecto. Sólo puedo describir que
me sentía como “aproximándome al límite”. Sabía que si me detenía, algo
terrible me podía suceder. Empecé a fumar mariguana justo cuando empecé a
beber y a consumir LSD. Un año después, jugaba combinando las drogas, así que
mi vida se convirtió en un acto de equilibrio en el que podía ajustar mis altas y
mis bajas, buscando un estado perfecto en el que pudiera descubrir que
realmente existía, pero sólo lograba que fuera de manera transitoria.
En 1973 me mudé a Portland, Oregón, y abandoné mi pesada forma de beber,
pero continué con la mariguana. No dejé de consumirla hasta que tuve varias
infecciones en los riñones que me asustaron lo suficiente como para darme
cuenta de que me estaba haciendo daño a mí mismo. Un año antes de entrar a
terapia descubrí la cocaína. Con la coca había una reacción inmediata que me
hacía sentir que estaba vivo, y luego venía una constante lucha para obtener de
nuevo ese sentimiento (antes de que la desesperación se apoderara de mí). Me
sentía sin esperanza en todo, pero estaba “esa línea” que en el fondo de mi mente
me daba la esperanza de que esta vez fuera diferente y que lo iba a lograr… iba a
ganar. Gasté seis mil dólares en seis meses, y para entonces sentía palpitaciones
irregulares y un constante golpeteo en mi pecho que me parecía como si me
fuera a morir en unos pocos segundos. Pero no podía detenerme. El día que me
aceptaron en la terapia, dejé todo.
Lo que entiendo ahora es que mi abuso de las drogas estaba recreando mi
nacimiento y una reacción en su contra. Durante mi nacimiento pude crear un
análogo al estupor causado por la droga, y entonces traté de darme a mí mismo
un final distinto.
En mis primales estoy regresando a aquellos sentimientos, y leer esto me
hace llorar porque las circunstancias de mi abuso son exactamente como las
sensaciones de mi nacimiento, y una cosa dispara a la otra. Cuando siento los
temblores y sacudidas en mis manos, la incapacidad de respirar y pienso en la
muerte inminente durante un primal, la aceleración desaparece. La terapia primal
hizo lo que las drogas nunca pudieron: cambió mi vida.
Silvia
Siempre he vivido con listas: tengo una lista general para usarla día tras día y
otra para los fines de semana. A pesar de esta semiorganización, soy una persona
desordenada, nunca siento que lo tengo todo arreglado. Mi bolsa es un desorden
cargado con lo esencial, que son cosas que nunca necesito, pero que no puedo
dejar de cargar porque a mí nunca me cuidaron cuando niña. Mi padre nos
dejaba y mamá se iba a trabajar, nunca pude desarrollar una confianza en mí
misma. No confío en mí para recordar y me aterra cometer un error, por eso
amontono lista tras lista, pero generalmente me las arreglo para perderlas o
guardarlas sin recordar dónde están. Aun así, esas listas me dan seguridad.
Me molesto cuando alguien llega temprano o inesperadamente rompe mi
rutina. No me adapto fácilmente al cambio; necesito que me adviertan, como no
lo hicieron cuando nací (experimentando un dolor crucial). Necesito sentirme en
control de cualquier situación. Mis ideas preconcebidas tienen precedencia sobre
mis sentimientos. Necesito tener un cierto régimen y me aferraré a algo sin
importar las inconveniencias o incomodidades. Odio y amo las reglas. Detesto
las situaciones sociales no estructuradas en las que puedo encontrar personas
extrañas y no sé ni qué decir. Temo cómo vamos a reaccionar yo o los otros, y
luego me siento atorada, como lo estuve en mi nacimiento y después en mi loco
hogar.
Mi constante preocupación es no ser capaz de cuidar las cosas
apropiadamente, es una parte del desamparo que viví cuando era niña. En la
escuela me preocupaba todo el tiempo porque podía perder mis libros, la
sombrilla, las llaves, etc. Necesitaba que mi madre me ayudara y me hiciera
sentir segura. Ella trabajaba y me dejaba sola, yo sentía que todo era demasiado
para mí: cuidar de mí misma siendo tan pequeña. Cuando recibía instrucciones,
debían ser absolutamente claras y precisas y en un orden lógico. Si me
interrumpían, siempre tenía que recomenzar con la letra “A”. Cuando mi maestra
me decía algo agradable, me sentía desesperada, como si no mereciera sus
palabras, de modo que las escribía y las ponía en mi bolsa. Durante semanas
tenía ahí guardado el papel y lo sacaba con frecuencia para mirarlas y sentirme
bien. Cada vez que lo hacía, era como recibir un poco de amor. Obviamente
estaba guardando malos sentimientos hacia mí misma. Ahora puedo darme
cuenta de cuántos de mis cientos de rituales estaban destinados a mantener lejos
de mí la ansiedad y esos malos sentimientos. Nunca hubo nadie en mi casa que
me reasegurara. Al menos mis rituales servían a esa función.
Amaba los exámenes en la escuela porque podía mirar los grados obtenidos y
“saber” que yo era una buena y no mala alumna. Por eso era la consentida del
profesor. Todos los demás odiaban los exámenes.
Cuando estoy sola mi mente trabaja tiempo extra, ocupándose de mis últimos
esquemas para hacer mi vida mejor. Me preocupo tanto de ello, que apenas lo
noto. Es un modo de vida. Si alguien lastima mis sentimientos, me obsesiono
con ello; constantemente estoy pensando en qué tenía que haber dicho o hecho o
qué voy a decir. Repaso una y otra vez los errores de mi jefe, lo que es idéntico a
lo que hacía con mi madre, me disgustaba porque me abandonaba y, al mismo
tiempo, la necesitaba desesperadamente.
El ejemplo más claro de todo esto se resuelve en torno al romance y al sexo.
Si alguien me llega a interesar, paso horas despierta pensando en él, elaborando
cientos de fantasías acerca de cómo estaremos juntos (miradas, caricias, besos,
romance y sexo). Ahora me doy cuenta de que estas fantasías surgen del anhelo
de mi cuerpo de ser abrazado y amado. Es mitad placer y mitad dolor. Se
relaciona con el anhelo de estar con mi madre cuando era pequeña. Cuando mis
necesidades se dejan sentir, mis pensamientos se hacen más y más obsesivos y,
literalmente, me siento como un animal en celo.
Necesito el amor de mi madre con cada una de las células de mi cuerpo,
puedo sentirlas como si estuviera en la cuna, sólo que… nunca nadie llegó a
calmarme. Ahora tengo que elaborar situaciones en las que puedo recrear el
sentimiento del anhelo que sentía por mi madre. De esa misma manera me
obsesiono también con los hombres, pues mi necesidad se ha vuelto erótica.
Mientras más siento mi necesidad temprana, me obsesiono menos eróticamente
con los hombres en mi vida. Mi necesidad se convierte en lo que realmente es:
una necesidad de mi madre, a la que nunca tuve cerca. Pienso que cuando tenía
todos estos sentimientos básicos, entonces mi hogar era tan compulsivo que
aprendí a canalizarlo como una obsesión. La comida debía estar siempre lista, en
caso contrario, mi padre se ponía irritable. Abría la puerta de mi recámara todas
las mañanas y decía “Cinco minutos más”, luego: “Es hora de levantarse” y
después “Un minuto más”, etc. Todo en mi casa estaba reglamentado, incluidas
las vacaciones, los cumpleaños y los días festivos. Mi papá era el primero en
estar listo y luego se paraba al pie de las escaleras y comenzaba a contar
lentamente hasta diez, entonces teníamos que estar listas junto a él.
Puedo ver cuán caótica me siento en mi interior al tratar de poner un orden
fuera de mí, es algo que me hace sentir más segura. Creo que si llega a haber un
caos afuera, eso sería demasiado para mí. Parte de mis sentimientos están tan
fuera de control, que soy yo quien debe tener todo controlado. Siento que si no
puedo mantener todo unido, voy a volar en pedazos. Mi nacimiento y mi vida en
el hogar fueron un puro caos, por eso necesito estabilidad y rutina, así que la
hago donde quiera que esté. Si tomo tranquilizantes que eviten que surjan todos
esos sentimientos, podré por poco tiempo sentir como si estuviera totalmente
integrada. Cuando la píldora se consume, me obsesiono por mantenerme íntegra.
Felizmente, ya no soy tan obsesiva como solía serlo. En la mayoría de las
situaciones ya puedo ser espontánea y no quedar abrumada por cosas
impredecibles. Ya no necesito una rutina que me haga sentir estable ni listas para
sentirme segura. He sentido la verdadera razón. Así es como me he llegado a
sentir.
LA NATURALEZA DE LA TENSIÓN
Liz
Solíamos pensar que el sistema inmune sólo se relacionaba con alergias, fiebre
del heno y posiblemente con asma, y que ser alérgico significaba lo opuesto a ser
inmune. En otras palabras, si fuéramos inmunes a algo, ya no seríamos alérgicos.
Así, una persona con fiebre del heno era alérgica a varios antígenos, como el
polvo o el polen, porque el sistema inmune no estaba trabajando muy bien.
La investigación ha recorrido un largo camino desde aquellos días; ahora nos
damos cuenta de que el sistema inmune está implicado, de un modo o de otro, en
casi todas las enfermedades y que este sistema es clave para comprender muchas
enfermedades de naturaleza catastrófica.
Hasta ahora hemos sabido que el sistema inmune está hecho de una variedad
de funciones inmunológicas. Hay células B, T y NK, entre otras. En general
estas células forman parte de un sistema de vigilancia que reconoce y ataca a
cualquier intruso alienígeno, como virus, bacterias, polvo o polen. Los linfocitos
son células altamente especializadas, algunas ocupadas sólo en reconocer al
enemigo, mientras que otras son células que están a cargo de “buscar y destruir”.
Cuando se debilitan o disminuyen, estamos en problemas.
Estas células, por ejemplo, son muy importantes en la lucha contra el cáncer.
Una vez que una célula del cáncer es reconocida por un linfocito B o T, las
células naturalmente asesinas entran en acción, pues son como “armas
contratadas” por el sistema inmunológico. Literalmente son nuestros guardias
del cuerpo. Cuando se debilitan o disminuyen, estamos en problemas. Ellas
forman la primera línea de defensa en las células de combate que sufren una
transformación maligna. Están en la mira para un posible desarrollo de algún
cambio y casi literalmente pueden transformarse en células cancerosas malignas.
INVESTIGACIÓN SOBRE EL ESTRÉS, EL DOLOR Y EL SISTEMA INMUNE
¿Podría ser verdad que los traumas muy tempranos son tan importantes en el
desarrollo de un padecimiento serio? Después de que los pacientes han revivido
esos eventos tempranos, hemos revisado todo tipo de enfermedades graves. Esto
es cierto tanto en las esferas mentales como en las psicológicas, por eso, cuando
alteramos la personalidad en nuestras terapias también alteramos la
susceptibilidad a la enfermedad. A causa de una variedad de enfermedades,
muchos pacientes previamente han visto a toda clase de especialistas. Cada
especialista trató un diferente síntoma como si se tratara de una enfermedad
distinta, cada uno sin conocer la fuente subyacente del problema. En realidad
estaban tratando de atrapar al impreso.
No soy tan fuerte para soportar los remedios; lo único que puedo
hacer es soportar la enfermedad.
MOLIÈRE
__________
1 E. Hoffman y L. Golstein, “Hemispheric Quantitative Eeg Changes Following Emotional Reactions, Acta
Psychiatrica Scandinavica, Fall 1080. Erik Hoffman, “The Significance of the Right Cerebral Hemisphere
Hiperemotional Activity Measured by Quantitative Eeg”, Tercer Congreso Mundial de Psiquiatría
Biológica, Estocolmo, 28 de junio-3 de julio de 1981.
2 M. Gardiner, “Differences Between Eegs Recorded From Individuals at Differente Time Points During a
Psychoogical Treatment”, Conferencia sobre Funciones del Cerebro Humano, informe B19, 42, 1976, pp.
86-102.
3 Steven Rose y Sean Murphy, “Psicoterapia e imipramina ligadas con las plaquetas sanguíneas”, Grupo de
Investigación sobre el Cerebro, Universidad Abierta Milton Keynes, Reino Unido.
XII. La enfermedad como grito silencioso
DISCUSIÓN
Consideremos que el dolor forma una unidad con sus síntomas, obviamente es
un error retirar al síntoma de su contexto histórico. Ahora consideremos el
suicidio en adolescentes: uno puede investigar toda clase de procesos
sociológicos actuales que explican el aumento en la tasa de suicidios, pero hay
evidencias recientes que indican que un nacimiento en el cual un niño estuvo
muy cerca de la muerte, es uno de los indicadores clave de posteriores tentativas
de suicidio. En la revista científica Lancet se han publicado investigaciones en
las que se encontraron frecuentes relaciones entre el suicidio de adolescentes y el
estrés respiratorio, que se sufrió durante más de una hora al nacer.
También se menciona la ausencia de un cuidado prenatal adecuado. Esta
clase de investigaciones habría sido impensable hace pocos años. Sin embargo,
es exactamente lo que se necesita para atender las complejidades médicas. De
ningún modo estoy en contra del tratamiento que se hace a las enfermedades en
los centros especiales de atención, donde podemos recibir apoyo para luchar
contra la adicción a drogas o al alcoholismo; la ayuda profesional también ayuda
a enfrentar los problemas cotidianos. Debemos controlar nuestra dieta para
reducir la hipertensión, y usar drogas para controlar sus fluctuaciones. Pero éstas
son tareas si fin: sacudir la historia no es lo mismo que resolverla.
Cada vez es mayor el número de pacientes con cáncer de mama, cuyos
padres se divorciaron antes de que ellas cumplieran quince años, lo dicen las
estadísticas, pero pensemos en las implicaciones que ello tiene. Primero, algo
sucedió fuera de la persona para predisponerla a una potencial enfermedad fatal.
Segundo, ese hecho persiste en el sistema como si fuera el invitado menos
bienvenido, aunque no haga ruido ni cause algún problema. Tercero, su estancia
podría ser letal. La cuestión es, ¿cuál es el proceso en el que dos padres pelean y
finalmente, quizá dentro de una década o dos, su separación se traduce en un
tumor en el pecho de su hija? La primera implicación está clara. Algo que
sucede fuera de nosotros se las arregla para trasladarse dentro, para cambiar
nuestra fisiología lo suficiente para poco tiempo después enfermarnos. No sólo
enfermarnos, sino que enfermarnos lo suficiente para morir. En suma, el divorcio
de los padres puede matar.
Implicación número dos: se trata de una experiencia psicológica que se
registra en las células (y también en el cerebro), lo cual, a causa de tal recuerdo,
en algún momento se transforma en una malignidad. La necesidad de
estabilidad, confianza y seguridad ha sido sacudida en una joven. La chica puede
tratar de “sobreponerse”, pero sin importar lo mucho que lo intente, aunque
llegue a creer que lo ha logrado, el cuerpo nunca se sobrepondrá. Un día
encontrará un bulto en su pecho. Traten de convencerla que la causa es el
divorcio de sus padres, hecho que sucedió diez años atrás.
LA PRESIÓN DEL IMPRESO
¿Acaso todos necesitamos terapia? ¿Sólo la terapia primal puede deshacer todo
esto? Claramente he insistido en que el dolor es la base de la neurosis, la que a
su vez alimenta a una multitud de enfermedades. Cualquier terapia que sea
efectiva, debe dirigirse a las bases de ésta tan extendida enfermedad, y debe
hacerlo de manera sistemática, dolor por dolor, en un orden en reversa, que es el
modo en que el dolor original fue colocado. El más reciente y fácilmente
experimentado por primera vez y el último, el más remoto y catastrófico.
No todos pueden hacer terapia primal. No todos la necesitan ni quieren
hacerla. Hay una vasta población que “la está haciendo”. Son personas
saludables que se pueden adaptar a sus entornos. Lloran con un amigo cercano
cuando la necesidad que surge es importante. Tienen un hombro cálido dispuesto
para quien lo requiera. De tiempo en tiempo, todos necesitamos expresar cómo
nos sentimos, aun si no estamos reviviendo una vieja experiencia o
retorciéndonos de dolor en el suelo. Necesitamos hablar de nuestros
sentimientos, resentimientos, heridas y humillaciones. Si nos aislamos hasta no
tener amigos con quienes hablar, estamos peor aún. Por desgracia, aquellos que
están necesitando todo esto, en general son los que emocionalmente se han
separado de los otros y tienen muy pocos contactos.
Es importante “dejarse ir” de tiempo en tiempo. Si uno no puede llorar, con
sólo gritar podemos hacer surgir las lágrimas enterradas. El neurótico realmente
sólo tiene dos opciones: una es sentir y conectarse con sus impresos (huellas)
pasados, y segundo, puede descargar la energía de esos sentimientos que no
estaban apropiadamente conectados. Lo primero es resolver, lo segundo es
mejorar. Ambas actitudes son mucho mejores que la represión continua.
La terapia primal es una vía para recapturar sentimientos. Hay otras opciones
naturales como sentir los traumas de nuestra vida: cuándo ocurrieron, cuándo el
trauma es muy grande o cuándo la sociedad hace del sentimiento algo oprobioso.
Entonces mi terapia puede ser útil.
La gente puede sentir sin la terapia y sin duda lo hizo hace mucho, antes de
que la terapia existiera. Hemos sido forzados a inventar técnicas para arraigar los
sentimientos, únicamente porque los sistemas defensivos se han vuelto
laberínticos. Si no lo fueran, cualquier amigo podría arraigarlos. Se supone que
nosotros lloramos cuando estamos tristes, y actuamos sobre la situación cuando
estamos enojados. Estamos equipados para eso.
El sistema represivo es el respaldo que se hace cargo cuando no podemos
actuar naturalmente. Está a cargo de retener nuestros sentimientos naturales. No
es que nosotros estemos actuando de un modo no natural o irreal; somos no
naturales en el nivel más fundamental. Ser no natural y actuar en contra de
nuestra naturaleza biológica nos conduce hacia la enfermedad. Al restaurar
nuestras lágrimas, restauramos la habilidad del sistema para restaurarse a sí
mismo.
No hay un atajo y ningún camino fácil, y pienso que me gustaría poder
ofrecérselos. Creo que la única contribución de la terapia primal es ofrecer
acceso a las capas más profundas del inconsciente, que de otra manera serían
inalcanzables. Aunque Freud postuló las fuerzas inconscientes, no pudo
especificar lo que eran ni encontró un método para penetrar hacia abajo, a los
más profundos niveles. Esto lo hizo parcialmente porque él creía en un
inconsciente intemporal e inmutable que no se derivaba de la experiencia vivida,
sino de una caverna genética subterránea, él pensó que era mejor dejarla sola,
suprimida o controlada.
Así, para Freud y sus seguidores, el más liberador de los factores, el
inconsciente, se convirtió en un anatema que debía evitarse, a menos que la
persona se desintegrara o de algún modo perdiera su cohesión integral.
Regresando medio siglo atrás: ellos no tenían ni idea de cómo integrar las
fuerzas devastadoras inconscientes, porque pensaban que eran como una especie
de demonios psicológicos que nunca se podrían comprender. Ahora sabemos de
una manera dialéctica, que cuando se hace consciente a lo inconsciente,
establecemos las bases para la curación. Aunque la conciencia es el antídoto para
enfermedades serias, la inconsciencia era también un antídoto en nuestras vidas
tempranas, cuando demasiado dolor podía resultar letal.
NATURALEZA VERSUS NUTRICIÓN: EL PAPEL DE LA HERENCIA EN LA ENFERMEDAD
Sin el acceso a los orígenes remotos del desarrollo, nos vemos forzados a tratar
con lo que se conoce como fenotipos o apariencias. Por eso las terapias
fenotípicas —se trate de psicoterapia o de terapia física— basan sus resultados
en las apariencias, en lugar de apoyarse en los estados fisiológicos profundos.
Mientras más limitado es el acceso, es menos posible la cura. En cambio sí
facilita la remisión de los síntomas. También lo hace la mejoría temporal, el
alivio, pero la cura, ¡no! Tantos meses de drogas, tantas semanas libres de
síntomas no es lo mismo que la cura. Eso es sólo para recordar que el trauma no
se registra simplemente como una idea, sino como una experiencia, y debe ser
tratada como una experiencia, no simplemente analizada.
CONCLUSIÓN
Los problemas sexuales reflejan lo que somos como seres humanos totales y, por
ello, también reflejan nuestra neurosis. Para extraer de la condición humana el
problema del sexo, sería necesario considerar a la persona nada menos que como
un manojo de partes que aquí y allá necesitan un arreglo, punto de vista, por
cierto, muy mecánico.
Los problemas sexuales son muy parecidos a nuestros sueños, son una
condensación de nuestras vida completa, pero circunscrita, yque reflejan y
simbolizan profundos procesos inconscientes. Un problema sexual raramente es
sólo un problema sexual porque, sin importar qué tan fijado esté el neurótico, él
o ella no pueden ser verdaderamente sexuales a causa de la neurosis, que en
realidad es la represión del sentir, lo que sin duda es desexualizante. Para la
persona sensible, cada acto sexual es un acto sexual. Para el neurótico, el sexo
está cargado de viejas necesidades neuróticas que nunca pueden satisfacerse y,
en consecuencia, es una erotizada descarga de tensión.
LA FRIGIDEZ EN DOS MUJERES
Cuando uno está excitado sexualmente, hay una excitación general en todo el
sistema. La excitación sexual significa la excitación de todos nuestros
sentimientos, pues hasta los viejos sentimientos ascienden y provocan la
creación de símbolos: en ciertas perversiones, los sentimientos pueden dispararse
y transformarse de inmediato en rituales sexuales. Entonces el dolor primal
queda erotizado, de modo que ese dolor nunca se siente por lo que realmente es.
Para algunos es el sexo, para otros puede ser la comida. El impulso hacia el sexo
o la comida es igual a la fuerza del dolor. Si no podemos actuar de inmediato,
comenzamos a sufrir, no por la falta de sexo o de comida, sino por el dolor real
enmascarado por el ritual. Por ejemplo, en el exhibicionismo, varias personas
informan que cuando están en el paroxismo de su ritual sexual, sienten como si
estuvieran en otro mundo. La exhibición es un símbolo de su vida en el cual
predomina un viejo sentimiento de la infancia. Esto es lo que le da a la persona
el sentimiento de estar “en otro mundo”. El mundo de los sentimientos infantiles.
En alguna ocasión traté a un exhibicionista, solía ir a los estacionamientos
oscuros donde había mujeres que estaban colocando sus compras en sus coches.
¿Estaba tratando de probar su hombría, como lo habría planteado el
psicoanálisis? No, simplemente estaba tratando de trastornar a esas mujeres para
que mostraran alguna emoción. Solía exagerar hablando de su madre, porque
ella estaba tan “muerta” que una simple emoción no le provocaba nada.
Necesitaba tener a una mujer emocional que le respondiera, dado que en otros
aspectos de su vida —relacionados con el sexo— había una combinación de
motivos y un problema localizado en el área sexual.
Otro hombre que tuvo el mismo tipo de madre, se convirtió en un fenómeno
de revista pornográfica. Era un ejecutivo de una gran corporación; se
avergonzaba de tener muchas “compañeras” en salas porno, pero su intelecto no
podía detenerlo. ¿Qué es lo que perseguía? Deseaba ver el placer en la cara de
una mujer, tan simple como eso. Las mujeres en esas revistas disfrutaban el sexo
y hasta parecían extasiadas, razón para declarar esas revistas fuera de la ley.
Nuestra cultura, en este grandioso terreno, se las arregla para censurar las
revistas de sexo, quizá porque las mujeres que aparecen en ellas simulan una
gran alegría mientras están teniendo sexo. Esto es acorde con la vieja norma
cultural de que una “mujer buena” es únicamente una participante pasiva en el
acto, respecto a “su hombre”, y nunca disfruta del sexo o lo busca por su
iniciativa. Ese paciente compraba estas revistas, y mientras veía la cara de las
mujeres se masturbaba continuamente. En realidad se trataba de un acto a sexual
hecho con su órgano sexual… que le brindaba alivio a su necesidad básica.
De lo que hemos visto antes, podemos decir que un pervertido es alguien que
ha sido pervertido, no sólo sexualmente sino en todos los aspectos, en particular
en su búsqueda de amor. Cuando era un niño pequeño estaba cobijado por su
medio ambiente, y se volvió pervertido cuando maduró sexualmente. No es
posible que alguien sólo “sea un poco raro” en el sexo y perfectamente normal
en otros aspectos. Puede parecer normal, pero como todos los neuróticos, tiene
una vida interna secreta que no es tan aparente. Sólo cuando te involucras
emocionalmente con él, puedes descubrir esa faceta de su personalidad, a
menudo escondida como una perversión sexual.
EL YO DIVIDIDO Y LA SEXUALIDAD
Philip
Cuando tenía diez años encontré unas fotos pornográficas en un lote baldío. Fue
la primera vez que me di cuenta de que las mujeres tenían pezones. ¡Qué
impresión! Yo pensaba que sólo se trataba de unos conos hermosos y blancos en
el cuerpo de una mujer, creía que eran delicados y encantadores, aunque siempre
fuera de mi alcance. Los pezones se cruzaron en mi camino, y muy pronto ya no
pude concebir a la mujer sin ellos. No sé cuántas veces me masturbé frente a las
fotos en las que las mujeres parecían mirarme. Me excitaba: mientras más
grandes eran los pechos de las mujeres, que también me miraban, más excitado
me sentía.
Mi mamá tenía unos pechos muy grandes, pero nunca me miró a mí de una
manera comprensiva, así que lo que necesitaba, lo tenía con las fotos: una madre
que se exponía a si misma (como nunca lo hizo mi madre) y me ponían atención
(lo que también hicieron las fotos). Poco después comencé a exhibirme y me
convertí en un voyerista. También busqué la ropa interior de mi madre. Todo
esto era parte de una rutina diaria que repetí miles de veces durante tres y media
décadas. Pasé en mis rituales muchas horas de cada día. ¡Tanta energía gastada
de esta manera tan destructiva! Era la misma energía que pude haber empleado
para crearme una vida para mí.
El acto se desarrollaba de tal modo, que a las mujeres que pasaban por mi
ventana (o puerta, o coche) no les era fácil verme, y si me veían, me escondía a
toda prisa. La excitación era demasiado intensa para concebir que me vieran, por
más de uno o dos segundos. Después de todo, mi madre nunca me vio, y eso era
lo que necesitaba con todas mis fuerzas. Como todas las mujeres se convirtieron
en “mamitas” para mí, quería desesperadamente que me vieran pero al mismo
tiempo no podía soportarlo. Esto estaba más allá de mi comprensión emocional:
el que cualquier mujer me pudiera ver. Por eso nunca me arrestaron: era un
exhibicionista avergonzado. Hasta por el compulsivo acto de exponerme a la
vista, nunca pude concebir ser aceptado por una mujer.
La escena principal que me condujo, de niño, al exhibicionismo, fue cuando
mi hermano mayor me forzó a tomar un crayón con mi mano derecha, en lugar
de sostenerlo naturalmente con la izquierda. Mis gritos de terror, mis súplicas de
ayuda, mis contorsiones de agonía cayeron en oídos sordos y ojos ciegos. Esto
sucedió una y otra vez durante muchas semanas. Mi mamá pensaba que era
correcto que mi hermano se sentara encima de mí, con sus rodillas empujando
mis brazos hacia abajo, forzándome a colocar el crayón en mi mano derecha,
mientras yo, a los cuatro años de edad, gritaba por mi existencia. Ella nunca me
vio.
He estado reviviendo esta escena una y otra vez, y es el principio para
liberarme de la urgencia de exponerme. Al sentir el dolor de mis traumas
infantiles, me he hecho más consciente y menos compulsivo. Sé que he sanado
por dentro y ahora sólo puede afectar el modo como me comporto desde afuera.
Ted
Mis primeros recuerdos (cuando tenía alrededor de siete años) eran ir al cajón de
la ropa interior de mi madre y sentirme atraído por sus medias. Me las ponía y
disfrutaba sentirlas en mi piel. Pero también tenía ciertos sentimientos de
repulsión, como si lo que estaba haciendo fuera algo muy malo, y lo hacía cada
vez que estaba solo en casa. Cuando tenía como diez años empecé a interesarme
en las amigas de mi madre; me causaban una gran agitación y una de ellas me
gustaba. Siempre que visitábamos su casa, yo me escurría hasta su recámara y
me dirigía a su ropa interior, olía sus pantaletas y estiraba sus medias sobre mi
piel. Más tarde, al final de mis diez años, me gustaba echar una mirada a las
mujeres empleadas en los negocios de mi padre. Espiaba desde las ventanas del
baño, esperando verlas desnudas o sentadas en el excusado. Todo esto me
excitaba muchísimo y en esos momentos mi corazón latía como loco. Era un
niño tímido y aislado y me sentía muy avergonzado. Si alguna de esas empleadas
me ponía atención, sentía muy turbado…
Esta actividad era muy oportunista hasta que cumplí veinte años y comencé a
trabajar en una granja. Mi soledad se exacerbó en esta situación. Tenía mis
propias habitaciones y muy poco contacto social. Regularmente iba a echar una
mirada a las mujeres en la residencia de las granjas. Dos o tres veces a la semana
me arrastraba hasta sus ventanas para ver si las podía ver desnudas. Entonces me
excitaba y me masturbaba, y no me retiraba del lugar hasta tener un orgasmo. La
compulsión era tan fuerte que, aun sabiendo que podría perder mi empleo y ser
exhibido frente a mis amigos, no era capaz de detenerme. Siempre he tenido el
problema de demostrar a las mujeres que no necesito nada de ellas. Esto ha sido
tan dañino, que durante mi adolescencia y en mis veinte años, pasaba periodos
de años en completa soledad. Todo este tiempo deseaba con desesperación estar
con una mujer.
Para mí, el voyerismo es lograr una cierta cercanía de acceso a una mujer
(aunque fuera totalmente simbólico), sin exponerme o necesitarla. También
puedo dejar la escena después del orgasmo, sin estar comprometido a dar o hacer
algo a cambio. El impulso varía en frecuencia e intensidad, de acuerdo a qué tan
solo me siento y qué tanta actividad tengo en mi vida para distraerme. Esto lo
digo porque la presión es constante. Siento que me estoy perdiendo de algo. Sé
que estoy buscando a mi madre en forma simbólica. Nunca la vi desnuda y no
recuerdo que me haya abrazado o acariciado. Hasta hoy, siento una especie de
repugnancia cuando la saludo; no puedo sentir que es a ella a la que quiero.
Sé, por los hechos, que nunca tuve contacto con su cuerpo en los primeros
diez días de mi vida. Los pasé en el hospital donde nací, allí me mantuvieron en
el cunero y sólo me llevaban con ella para que me alimentara de acuerdo a un
programa detallado y estricto. En esos tiempos ella no me quitaba las mantas en
las que estaba envuelto, por eso nunca sentí su cuerpo. Básicamente mi
sentimiento es el de esa desesperanza de ser incapaz de conseguir lo que necesito
de una mujer, y mi compulsión es un esfuerzo para evitar ese sentimiento de
desesperanza. Al menos con él, tengo algún control para tratar de conseguir lo
que necesito, y no tengo que depender de una mujer para que me lo proporcione.
TERCERA PARTE
¿Cómo mejoramos?
XIV. Sobre la naturaleza de lo normal
¿Hay algo que se pueda señalar como prueba de que uno es normal? ¿La gente
puede hacer cosas normales? ¿Existe una escala de medida que indique cuando
has dicho algo normal? Cada uno de nosotros es diferente y, por tanto, lo que
para uno es normal no necesariamente es normal para el otro. Los estándares son
individuales, sólo puedes hacer lo que es normal para ti.
Lo que sucede generalmente es que el promedio se calcula con base en un
conjunto, y a eso le llaman “normal”; las desviaciones de la norma son, por
tanto, anormales. Pero ser promedio no es lo mismo que ser normal. Los
diseñadores de las pruebas psicológicas pueden no estar de acuerdo, dado que
están entre aquellos que toman las respuestas a ciertas preguntas del grupo, y
deciden lo que es normal promediando los resultados.
Normal significa que todos los sistemas están funcionando como se previó
que lo hicieran. Una presión sanguínea normal puede estar en 110/70. Alguien
con una presión sanguínea de 180/110 no es normal. Conocemos esto de forma
empírica porque una presión consistentemente alta, conduce tanto a una
enfermedad como a un ataque. Pero ahora volvamos a nuestra primera
contradicción: ¿el promedio de la presión sanguínea es normal? Puede serlo la
presión sanguínea de la población general de la que se extrajeron las muestras.
Similarmente, en nuestros estudios de la temperatura corporal hemos encontrado
que durante un periodo en la terapia primal, hubo una caída consistente en la
temperatura corporal de alrededor de un grado. Había muchas personas cuya
norma, después de la terapia, estaba abajo del estándar 98.6. Los viejos
promedios ya no eran válidos. No reflejaban lo normal.
EL CONTEXTO DE LO NORMAL
Lo que era normal para el grupo en terapia, cambió, y ese cambio ocurrió sólo
después de que tratamos de remover un cierto nivel de dolor en los sistemas.
“¿Lloras a menudo?”, es una pregunta diseñada para medir la neurosis en las
pruebas psicológicas. La mayoría de las personas no lloran con frecuencia. La
norma, por tanto, es “no”. Pero supongamos que descubrimos, como lo hemos
hecho, que la gente normal tiene un fácil acceso a sus lágrimas y que eso se ha
establecido en su cultura, tanto como el comportamiento de retenerlas, lo que en
realidad no es normal. En el momento de nacer, la mayoría de nosotros
estábamos inmersos en el dolor, de modo que pensamos que esa peculiar
desviación es normal. Llegamos al mundo de ese modo. Nuestro
comportamiento está diseñado por nuestra cultura, y esa cultura determina qué
comportamiento es normal. Ir a la escuela y sentarse en las clases durante
muchas horas diarias, por ejemplo, es un comportamiento que se considera
“Bien ajustado y normal”. No ir a la escuela se considera anormal. Cuando un
niño no se quiere sentar durante seis horas diarias, se cree que hay algo malo en
él, pues no se puede pensar lo contrario, es decir, que se trata de un niño normal.
La neurosis está destinada a que nos sintamos cómodos y normales. Cuando la
neurosis funciona, nos sentimos normales, cuando no funciona nos sentimos
anormales. Nos aproximamos a la normalidad teniendo acceso a nosotros (y a
nuestro dolor), aunque comenzamos a sentirnos anormales y mucha gente viene
a la psicoterapia para sentirse mejor, con el fin de sentir que es normal al
recuperar su neurosis, que nos lleva a ser el mismo ser normal de nuevo.
LA ESENCIA DEL SER HUMANO
A menos que estemos tratando con la enfermedad mental, no es propio que una
persona juzgue la normalidad de otra, ni que establezca ciertos criterios privados
para determinar lo que es normal. Ningún terapeuta puede saber lo que está
sucediendo en el cuerpo y el cerebro de alguien. Hace algunas décadas, Abraham
Maslow trató de establecer criterios para definir lo normal. En lo alto de su lista
colocó la autorrealización y las experiencias “pico”, cuya existencia es dudosa
pero es una posibilidad para la mente liberal de Maslow. De hecho, muchos de
nosotros elevamos nuestros problemas personales, nuestros impulsos, valores y
déficits al nivel de principios, y los llamamos “normales”. Por ejemplo, los
freudianos creen que la habilidad de diferir el placer es un signo de normalidad,
pero muchos neuróticos suelen retrasar el placer porque suelen tenerle miedo y
creen que si disfrutan mucho, algo malo les puede pasar. Algunas escuelas
holísticas creen que es normal el “ve a buscarlo”, pero “ir por ello” puede ser
una señal de espontaneidad o de impulsividad neurótica.
Lo que agrava más allá el problema de la normalidad, es que cada sistema
terapéutico tiene sus propios criterios sobre lo normal. Para algunos es la
habilidad de analizar nuestros sueños; para otros, la facilidad de llegar a la toma
de conciencia; para algunos más es el ajuste social: permanecer casados,
mantenerse en un trabajo, estar en un lugar. Ésa es la dictadura de la terapia. Los
terapeutas deciden lo que es normal para alguien más, aunque lo que deciden y
cómo lo deciden puede depender de sus propias desviaciones psicofisiológicas.
Yo he notado que los pensamientos y creencias de la gente siguen el camino de
lo que esa gente es. Un terapeuta que no reconozca sus propios sentimientos, no
va a plantear la capacidad de “sentir” como una condición para la normalidad.
Lo que es normal significa, entonces, que todos los sistemas están trabajando
normalmente. Eso se parece a una lógica circular, pero el dolor impreso tiende a
dislocar el funcionamiento en cada nivel del organismo humano. Así, el sistema
compensa cuerpo y mente en un esfuerzo para ser normal o establecer el
equilibrio. Esta compensación puede tomar la forma de una teoría elaborada
acerca de lo normal y lo desviado.
Casi todo comportamiento neurótico es una tentativa de normalizar o
“corregir” al sistema. Una persona puede tomar cinco tazas de café al día porque
sus huellas tempranas han producido una “baja en su sistema” con una baja
energía y una tendencia a la depresión. El café ayuda, y eso nos parece normal.
Esa persona se siente mejor después de tomar mucho café, se siente “él mismo”.
Sólo comienza a descubrir la anormalidad de su práctica después de que ha
sentido su prototipo temprano parasimpático.
Tomar cinco tazas de café no es normal, porque ningún sistema normal
puede tolerar una estimulación artificial tan abundante. La estimulación artificial
crónica —en la forma de cosas como el café, el whisky y los cigarros— no es
anormal sólo porque alguien decide llamarle así. Es anormal porque un sistema
total no permite tal abuso. Los bebedores de whisky deciden que la mariguana es
anormal y hacen leyes contra ella: ¿que es normal, su vicio o el que ellos
condenan? Los que toman LSD, ¡han visto la “luz”! y creen que el resto de
nosotros somos unas pobres almas ignorantes. Sienten y creen que es muy
normal sentir una conciencia cosmológica o que ellos están en contacto con
vidas pasadas. Quienes han sentido su dolor nunca tienen esas nociones. Los que
han hecho abreacción y permanecen desconectados sí lo hacen.
ORÍGENES DE LO ANORMAL
Una de mis pacientes dejó de tratar de comunicarse con otros, lo que la hacía
parecer estúpida. No hablar era algo que la protegía contra el sentimiento de que
no se podía comunicar con sus padres. El gran descubrimiento que hizo en la
terapia fue algo que, por cierto, parecía muy simple. Abandonó su necesidad de
comunicarse casi al mismo tiempo que aprendió a hablar, pues tratar de
comunicarse la hacía sentir la gran desesperanza que se apoderaba de ella. Así
que, sentir la imposibilidad de comunicarse le permitía comunicarse de nuevo.
Para ella, ser reticente no era normal.
Podemos decir que ser útil es normal, y sin embargo hay pacientes que
suelen ser neuróticamente útiles. Aprenden a estar quietos en presencia de sus
padres, a estar fuera de su camino y a ser completamente útiles para evitar un
castigo; en este caso, ser útil es ser neurótico. Una persona sin dolor también
puede ser útil, y en ese caso no es neurótica. Para mencionar otro ejemplo, la
curiosidad es y debe ser un rasgo normal, sin embargo, hay neuróticos que usan
la curiosidad como un medio de supervivencia: conocer exactamente qué clase
de gente están tratando y saber sus motivaciones. Esto puede ser consecuencia
de haber vivido con padres que uno siente que son peligrosos y, con el fin de
evitar el peligro, uno debe saber todo. En este sentido, la curiosidad intensa y la
receptividad pueden ser neuróticas.
¿Pero qué significa todo esto? Son solamente palabras: normales y
neuróticas. Lo que importa por ahora es que describen una condición que se
puede atravesar en el camino hacia un ajuste de la vida. El término “neurótico”
indica a una persona que no está en control de sí misma, dominada por poderes
ocultos. Eso no es lo mejor que le puede pasar. Por fortuna o por desgracia, la
mayoría de la gente no se siente dominada por fuerzas ocultas, simplemente
actúa de forma neurótica. Ser neurótico es la última condición obsesivo-
compulsiva porque uno está condenado a repetir los patrones una y otra vez,
durante toda la vida.
LA NEUROSIS COMO CORRUPCIÓN E INSATISFACCIÓN
He visto a miles de pacientes que han revivido su dolor. Tienen algunas facetas
en común a las que puedo llamar normales. Describiré este complejo: lo
característico de la normalidad es la habilidad para estar satisfecho. El neurótico
a menudo está insatisfecho con casi todo. Siempre se está perdiendo de algo
importante, así que nunca tiene dinero suficiente, ni seguridad, amor, sexo,
poder, prestigio o fama. Estar satisfecho con la propia vida es un gran logro, pero
al neurótico no le importa cuál es el regalo ni el logro. Nada hará a una persona
sin amor, sentirse amada. Ser completamente amada durante la infancia, es lo
que hace a alguien sentirse satisfecho. Es lo más relajante que existe sobre la
Tierra
Ser ambicioso es una norma cultural de nuestra sociedad; sin embargo,
después de remover el dolor impreso, mis pacientes son menos ambiciosos y
tienen menos impulsos, no porque estén convencidos de que es normal ser
menos ambiciosos, sino porque su sistema les dicta nuevos valores y
comportamientos. Ya no trabajarán doce horas diarias. Siempre depende del
paciente elegir sus valores. Su sistema sabe lo que deben ser esos valores, algo
mejor que cualquier otra cosa. A menudo lo que se conoce como ambición, es
solamente tensión transformada. Los altos niveles de energía basados en la
activación del dolor han derivado en una conducta dedicada a buscar y lograr
metas, a la que llamamos ambición.
Una persona quiere “seguir adelante”, pero eso puede significar seguir
adelante en el canal de nacimiento Este aparente “estirón de la imaginación”, a
menudo lo informan pacientes que han revivido tratar de salir del canal durante
un nacimiento complicado. El problema con los neuróticos que tienen una
energía muy alta, es que generalmente sienten la energía, pero no el dolor que
tienen en el fondo.
Creo que hay algunos criterios muy claros para definir la normalidad, los
cuales se pueden emplear de un modo general. Uno es la ausencia de lucha. El
neurótico ha aprendido a recibir amor por medio de la lucha, dado que
inicialmente el amor no le fue dado sin esfuerzo. El neurótico, hombre o mujer,
ha aprendido que ciertas maneras de comportarse son aprobadas y otras
reprobadas. La persona lucha por ser buena, modesta, tranquila y prudente. Estos
son comportamientos naturales, pero se han aprendido como un modo de llevarla
bien con los padres.
La lucha es el modo simbólico del neurótico para sentirse realizado o pleno.
El neurótico raramente va en línea recta a buscar el amor; al contrario, el patrón
es encontrar a un neurótico —como alguno de tus padres— y entonces luchar
para que te ame. Encuentras a una mujer muy fría y tratas de volverla cálida.
Encuentras a un hombre crítico e insatisfecho y tratas de hacerlo complaciente.
La lucha por el amor está relacionada con no conseguirlo. Lograr un amor
aparente hace al neurótico sentirse peor, porque los sentimientos subyacentes son
de no ser amado.
Algunas veces las neurosis se entretejen y pareciera que existe una relación
normal. Pero ambas partes se sienten insatisfechas. La mujer que tuvo a un padre
tiránico, necesita a un hombre débil al que no le tenga miedo, y se casa con un
hombre así. A su vez, él está buscando una mamá fuerte. Éste es un matrimonio
hecho en un cielo neurótico. Cada una de esas elecciones es simbólica, actuar en
el presente es una tentativa de dominar el pasado.
Otro factor para ser normal es la ausencia de tensión neurótica, esa tensión
que mantiene a alguien en movimiento constante, que habla demasiado, toca con
sus dedos y sus pies, con los ojos fijos, mueve la cabeza, la postura rígida, que
tiembla, pareciendo burbujeante y efervescente, o con un rostro impasible y
“congelado”. Las personas normales tienen un aire relajado. Hablan y escuchan
fácilmente, y como no están bloqueadas por dentro, su calidez no es aparente.
Hay un toma y dame en ellos. En su habla hay un tono de sensibilidad.
Una persona normal es cuidadosa porque tiene acceso a los sentimientos y
puede empatizar y simpatizar honestamente. A diferencia del neurótico, la
persona normal es capaz de regocijarse con los logros de los demás. El neurótico
tiene un problema con eso. De forma natural, el normal no se autoengrandece, no
es egoísta, agresivo, no cooperativo, centrado en sí mismo. Estar reprimido es no
ser totalmente humano, sin importar qué tan humanista y/o altruista uno crea ser.
Cuando parte de nuestra humanidad está encerrada en la lejanía, uno puede hacer
cosas insensibles y crueles, sin conocer los efectos de nuestros actos.
Por definición, el neurótico está centrado en sí mismo. Cualquier
conversación casi siempre relaciona consigo mismo. Es una persona con una
autorreferencia constante. No puede escuchar: su dolor y su necesidad le
impiden ver a los otros y se enfoca sin reservas hacia sí mismo. En cada ocasión
social trata de acaparar para sí mismo.
Nos percatamos de que el narcisismo es un valor clave para diferenciar lo
normal de lo anormal. ¿Hay críticas saludables? No, eso es algo incongruente,
una contradicción de términos. ¿El amor a sí mismo es normal? La gente normal
no se ama a sí misma, sólo vive y no considera si ellos se aman a sí mismos o
no. Esta cuestión no está en su repertorio. Una persona amada que ha sido
formada en un amor parental, no piensa en ello, es algo que le fue dado, como el
color de sus ojos: no es una cuestión debatible.
La persona normal puede aceptar la crítica porque su mundo no se va a
colapsar si alguien la desaprueba. No se va a sentir devastada si a alguien no le
gusta lo que hace. La neurótica se defiende contra esa clase de crítica porque se
le ha hecho sentir mal acerca de sí misma. “Debo ser mala porque no me aman”
es su ecuación consciente; por tanto, no está abierta a las sugerencias y a las
nuevas ideas o a cualquier cosa que le plantee un reto a lo que ha hecho. Lo
normal es estar abierta a lo que dicen los demás y poderlo aceptar. El
comportamiento defensivo no es normal.
¿Ocuparse de la política es normal? Nunca he visto a alguno de los pacientes
que terminaron la terapia primal que se haya pronunciado hacia ella. Al
contrario, no pueden imaginarse querer llevar la vida de alguien más, sólo la
propia. Éste es, en sí mismo, un trabajo de tiempo completo. Aquellos que no
han sido amados necesitan ser queridos y respetados por todos, y siempre
necesitarán más. Su realidad es que no se sienten realizados y, recordemos,
siempre respondemos primero a nuestra realidad interna primaria. Lo normal es
lo que hace cualquier gente, la clave es encontrar quién y qué es normal. Si has
sido aceptada y amada exactamente por lo que eres, con suerte eres normal. La
normalidad se irradia, del mismo modo que lo hace la neurosis.
Como no existe una dictadura terapéutica que determine qué y quién es o no
es normal, tenemos que encontrarlo por nosotros mismos. Es un descubrimiento
de alivio. ¿Puede hacernos normal un descubrimiento o una percatación en
nuestra neurosis? Un giro mental, como un descubrimiento, no va a cambiar una
psicofisiología alterada.
Lo normal es inteligente, sin necesidad de ser intelectual. Él o ella saben lo
que es correcto y bueno para ellos. Conducen la vida que necesitan vivir. No
cultivan falsas metas y luego luchan por lograrlas, sus necesidades son modestas
y razonables. No viven en su cabeza. El intelecto neurótico sirve para mantener a
la persona despegada de sí misma. Las grandes ideas y el gran conocimiento
raramente ayudan a la persona a establecer y mantener una relación, o a dejar de
fumar y beber. Originalmente, el intelecto fue diseñado para guiar nuestros
instintos y sentimientos con el fin de resolver nuestras necesidades. El intelecto
neurótico trabaja contra la necesidad.
La persona normal es un ser histórico. Si está consciente de su pasado tiene
acceso a sus recuerdos remotos. Siente la continuidad de su vida; para ella es
normal ser un todo integrado, pasado y presente. Ser neurótica significa estar
apartada de su propia historia: ser ahistórica.
Los sueños de una persona normal son tan claros y realistas como ella lo sea.
Los recuerdos en el bajo nivel ya no están bloqueados y dirigidos a símbolos
bizarros en los sueños. La memoria es lo que es. Esa persona no tiene pesadillas
y sabe lo que significan sus sueños, del mismo modo que conoce porqué tiene un
síntoma. En resumen, su cuerpo ya no es un misterio para ella.
La persona normal ya no carece de guía, no tiene fachada ni nada que
esconder, nada que pretender. Es lo que es y, por tanto, con su presencia permite
a los otros ser lo que son. No es alguien tan removido que sólo puede
relacionarse con gente suprimida, remota, sin emociones. No es un ser
dominante que sólo es capaz de relacionarse con almas débiles y pasivas. Una
mujer no es tan temerosa que no pueda dejar su casa. Tener miedo es normal
cuando hay una razón. Estar asustada, cuando no hay una razón aparente, es
neurótico.
En cierto sentido, el neurótico está incompleto; busca el resto de sí mismo en
la otra mitad de su sistema nervioso. La persona muy reprimida encuentra a una
muy desinhibida con quien relacionarse. El salvaje e incontroladamente histérico
encuentra a la pareja controladora.
Actuar de forma retorcida en la vida temprana significa que nuestros padres
neuróticos condicionaron su amor por nosotros, situación que exigía que tú
fueras lo que ellos necesitaban, en lugar de lo que eres. Lo que un padre necesite,
será siempre la única verdad. Los neuróticos evitan a los normales; no serán tus
compañeros de tragos y no jugarán contigo. No halagarán tu ego ni construirán
tu autoestima. No debes recurrir al “normal” para construir tu personalidad.
El principio es el siguiente: la realidad se rodea a sí misma de realidades, así
como la irrealidad es atraída por la irrealidad. La persona normal no necesita ni
aprecia los halagos; el neurótico vive para ellos. El normal puede aceptar un
sano elogio; el neurótico lo busca constantemente.
El neurótico místico no se va a relacionar bien con aquellos que no creen. Si
llega a buscar a un gurú protector, no va a permanecer con aquellos que sienten
que su búsqueda es ridícula. Sus ideas irreales necesitan reforzamiento, no
necesitan retos. La idea no es apartarse de aquellos que se adhieren a la realidad,
porque eso también puede conducir a descubrimientos dolorosos.
La persona normal se caracteriza por su estabilidad, la cual, por cierto, no es
sinónimo de “aburrimiento”. A la persona normal no la vamos a considerar tan
“excitante” como a la persona inestable que necesita viajar, buscar aventuras y
arriesgar su vida. La vida normal no la vemos como una “buena lectura”, como
aquella de un neurótico fuera de control que hace algo bizarro e inusual; pero eso
no significa que una persona normal no sea interesante. El suyo es un estado de
sentimiento interno complaciente, de acceso a su zona interior. Su significación
no está en la pirotecnia, sino en la experiencia interna.
¿QUIÉN ES EL JUEZ DE LA NORMALIDAD?
¿Correr diez millas cada día es normal? Puede ser, si eso es lo que quiere hacer
una persona normal. Pero hay muchas personas obsesivas que creen que deben
correr cada día. Están corriendo para eliminar la tensión y de ese modo sentirse
bien. Pero no es normal. ¿Cómo puedes notar la diferencia?
¿Hablar mucho es normal? Algunas personas hacen cosas normales de
manera neurótica. Son neuróticos normales porque hacen las cosas normales
neuróticamente. Uno de mis anteriores colegas corría por todo el país dando
conferencias. Elevaba su neurosis a la forma de un arte, “entregando sus
discursos”, que era de lo que realmente se trataba.
¿El normal es energético? Lo es porque su energía no se ha gastado en la
batalla de la represión. Sin embargo, el hiperenergético no es normal. ¿Cómo
puedes notar la diferencia? Porque está impaciente por demostrar que está
presente.
Podemos imaginar a una persona normal que está tomando un cigarro de un
paquete que dice: “Este artículo es dañino para tu salud”. No es normal ser
irracional. Cuando fumas, sabiendo que te expones a un alto riesgo de cáncer, no
es racional, pero el dolor fuerza a las personas a ser irracionales. Fumar y beber
son dos comportamientos neuróticos que intentan ser normales, haciendo que el
dolor disminuya a proporciones manejables.
El normal trata de hacer su vida más fácil. No es así en el caso del neurótico,
que complica su vida. A menudo no es capaz de organizar bien su tiempo para
estar puntual en sus compromisos. Quizá se retarde porque no puede soportar
estar esperando a los demás. Inconscientemente se las arregla para que lo tengan
que esperar. Debe funcionar bajo presión recreando una y otra vez la presión que
lleva dentro de sí, por eso espera hasta el último segundo para estar listo, y
entonces invariablemente se retrasará. “Ahí estaré a las ocho” significa algo muy
diferente, no llegará a esa hora, y puede estar tan distraído que se olvida de sus
compromisos.
El normal puede amar, es capaz de dar, de ser afectuoso, algo que es muy
difícil para un neurótico La madre neurótica a menudo está tratando de obtener
el amor de sus hijos, el cual no pudo obtener de su madre cuando era una niña.
El normal puede “dejar ser” a sus hijos, porque ellos no tienen que satisfacer sus
viejas necesidades. Siempre hay alguna clase de barrera emocional entre los
neuróticos y los otros. Mientras más nos acercamos a nosotros mismos y a
nuestros sentimientos, podemos llegar más cerca de los otros. Aquellos que están
emocionalmente removidos, son los primeros en removerse de sí mismos.
El hombre o la mujer “normales” son inusual y físicamente saludables. Su
sistema está funcionando sin todo el viejo equipaje que suele cargar en su cuerpo
el neurótico. El normal no va de inmediato con el doctor a causa de éste o aquel
padecimiento. Casi cada neurótico padece de algo: dolores de cabeza, de
estómago, sufrimiento, tensión muscular, tendinitis, dolores de espalda, etc. El
normal no gasta su dinero ni su tiempo en la búsqueda constante de salud. El
neurótico crea un “nido” en el que se siente seguro: el periódico que lee, la gente
con la que se relaciona, la música que escucha, todo le ayuda a reforzar sus
creencias y puntos de vista sobre el mundo.
¿TE PUEDES SENTIR NORMAL?
¿Ser normal es un sentimiento? ¿Te puedes sentir normal? Por desgracia, no. No
hay alguna etiqueta que diga “normal”. Si alguien puede experimentar todo lo
del propio yo, es normal —si no lo puede experimentar, no lo es—. Si piensas
que puedes sentirte normal, estás en un problema. Si te sientes contento,
relajado, sin presión y cómodo, eres normal. La frase clave en este caso es “si tú
sientes”. Si no lo sientes, tu imaginación va a trabajar para hacerte creer que eres
normal. El neurótico místico nunca se siente solamente “bien”. Se siente
“maravilloso”
¿Entonces no hay realmente criterios objetivos para hablar de “normal”?
Nuestros estudios de los niveles hormonales después de remover el dolor de los
pacientes, ayudan a contestar la pregunta. Después que el dolor ha disminuido,
todos nuestros pacientes tuvieron cambios hormonales, pero algunos hombres
encontraron elevados sus niveles de testosterona, y otros los encontraron bajos.
Lo normal no era materia de una opinión o de una validación consensual. Era
diferente para personas distintas.
Muchos profesionales de la salud mental no ven la neurosis como algo
biológico, así que, por supuesto, su concepto de normal está confinado a la
mente. Tú actúas normal, ergo, eres normal. Lo que es diabólico acerca de la
normalidad es que mientras estamos mejor defendidos, más podemos pasar por
normales. No tenemos lesiones aparentes, funcionamos y “ahí la llevamos”.
El simple término “profesional de la salud” indica los límites de la
psicoterapia. Freud lo decía con mayor claridad, hablaba de “neurosis orgánica”
y postulaba que los órganos manifestaban neurosis. Esa observación se disfrazó
en un murmullo freudiano acerca del Id y el superyó, pero aun así, Freud vio la
neurosis en nuestra biología.
¿Una psicoterapia nos puede hacer normales? No, una psicoterapia puede
alterar tu mente, pero no te hace normal. Solamente una terapia experiencial que
atienda al cuerpo y a la mente te puede enseñar a actuar de maneras que se
consideran normales, pero “la mera verdad”, ninguna terapia te puede volver
“normal”, sólo te puede convertir en un ex neurótico.
La psicoterapia sólo te puede enseñar a actuar de alguna manera que parezca
normal: es posible que aprendas a controlar tus impulsos o aminorar tu
compulsividad obsesiva, pero no serás normal. Tratando de modificar nuestro
comportamiento, la terapia moderna intenta producir una fachada normal. Eso
dirige al dolor más profundamente en el cuerpo y lo hace inaccesible. Entonces
se declara al paciente como “mejor”, aunque no haya nada “mejor” que alcanzar.
Lo más que podemos lograr es que alguien logre ser él mismo. Nunca podrás ser
algo mejor que tú mismo.
Algunos profesionales creen que una cierta cantidad de tensión es normal y
necesaria. Argumentan que necesitamos la ansiedad para galvanizar el sistema;
creen que no habrá manera de tener éxito si no hay tensión. Abrazan un estado
neurótico y apuestan por metas neuróticas que son consideradas como virtudes.
Yo todavía creo que, además de la neurosis, una de las más grandes aflicciones
de la humanidad es su tratamiento.
Los que tienen poca tensión —como lo he observado— todavía tienen
motivación y producen, y a menudo tienen éxito, pero no porque estén dirigidos.
El cerebro normal no está tan ocupado como otros, por eso podemos enfocar,
concentrarnos y tener un buen espacio para la atención.
El concepto de normal es importante porque la mayoría de las psicoterapias,
conscientemente o no, aspiran llegar a un estado que se considere normal. La
manera como definan “normal” determina sus métodos de terapia y las metas a
lograr por el paciente. Si el paciente está inclinado hacia metas irreales, aun si
llega a alcanzarlas, continuará no siendo real.
Por ejemplo, la terapia de retroalimentación decide que debes tener un cierto
patrón de ondas cerebrales que indiquen relajamiento. Pero lo “normal” no
significa controlar tus ondas cerebrales, significa tener ciertos patrones de ondas
sin esfuerzo o control. En otras terapias se está satisfecho cuando desaparecen
los síntomas. Se piensa que lo que no puedes ver, indica normalidad. Sabemos
que desviar lejos un síntoma no necesariamente es un indicador de normalidad.
Si el síntoma desaparece con la resolución del dolor, eso es una cosa, pero tratar
de manipularlo para que desaparezca, es otra.
Necesitamos tener confianza en el paciente, no nada más en lo que dice, sino
también en lo que su cuerpo está diciendo. No hay mejor juez en el universo que
el cuerpo; ningún experto podrá saber más que él. Esto significa que cada uno de
nosotros tiene dentro de sí criterios absolutos acerca de lo que es normal, y
también los medios para su propia cura. Los terapeutas ya no tienen que ser “el
doctor” que hace pronunciamientos sobre los pacientes, y éstos no tienen que
seguir actuando como seres brillantes o ajustados. Ellos también pueden confiar
en sí mismos, porque el cuerpo es el doctor. El cuerpo hace su propio
diagnóstico. Eso parece un milagro, pero sólo es normal.
XV. El papel del llanto en la psicoterapia
Las lágrimas por una pérdida temprana son la solución que disuelve las paredes
del inconsciente y liberan el dolor encapsulado. Los orígenes neurológicos del
llanto están en el hipotálamo. Ahí los circuitos neurales se distienden desde el
núcleo lacrimal, van a los centros del llanto y se elevan hacia el córtex.
El llanto profundo —tal como lo vemos en nuestra terapia— no es histeria,
sino una categoría única que implica alivio. Es el primer fenómeno convulsivo
que se relaciona con el proceso de alivio. Aquí, el cerebro adulto abre el camino
al cerebro infantil, viajando de regreso a un sentimiento exacto, en un momento
y en una escena exactos en los que el llanto debió tener lugar, pero no lo logró.
Las lágrimas quedaron suspendidas en el tiempo por la agonía de la experiencia.
La regresión del cerebro adulto al cerebro emocional y luego al perinatal
“prelacrimoso”, es la reversa exacta del desarrollo cerebral.
LAS LÁGRIMAS SON ÚNICAMENTE HUMANAS
Las lágrimas, con mucho, son únicamente humanas. Diferimos de los animales
en nuestra habilidad de llorar y lagrimear. Llorar es un proceso curativo. No creo
que uno pueda curar la enfermedad, o un conjunto de enfermedades serias, sin el
llanto. Sin embargo, por alguna razón esta función natural se ha hecho objeto de
oprobio. Solemos callar a nuestros niños y los ridiculizamos por ser “bebés
chillones”, considerando que una vez que han crecido no deberán llorar, porque
se cree que llorar es un signo de debilidad. Por eso solemos bloquear ese proceso
biológico innato y luego pagamos el precio, porque a ese bloqueo se anexan un
montón de supresiones y dislocaciones: no solamente se bloquean unas cuantas
lágrimas, sino un funcionamiento biológico básico. Por eso, cuando restauramos
esta función todo el sistema (incluidas las hormonas y las ondas cerebrales) se
normalizan.
Parece como si los efectos fisiológicos fueran análogos a no permitirnos reír.
Como suele suceder, aquellos que son inhibidos parecen inhibir su risa y sus
lágrimas. Eso es, finalmente, el espectro de su emocionalidad que es pisoteado
por la represión. Si dejamos llorar a un bebé hasta donde pueda, porque sus
padres no creen que sea bueno consentirlo o sobreprotegerlo, tarde o temprano el
bebé dejará de llorar porque su necesidad de llorar pidiendo ayuda ha sido
ignorada. Sin embargo, esas muchas horas de llanto ignorado permanecen y
seguirán saliendo varias décadas más tarde, cuando se revivan esas escenas en la
que no solamente se suprimen las lágrimas.
En el llanto ignorado del niño también hay un sentimiento de desesperanza
aprendida. La cantidad de tranquilizantes que serán necesarios en la vida adulta
dependerá, por cierto, de la cantidad de llanto reprimido. La parte optimista de
todo esto es que la cantidad de llanto que se quedó sin salir es finita, de modo
que si después lloras durante cierto tiempo, te sientes bien nuevamente, porque
has hecho algo que el cuerpo necesitaba hacer.
Cuando en la terapia repasamos nuestra historia y nos enfocamos en las
escenas pasadas, las lágrimas desbordan todo aquello que no fue expresado en la
primera infancia: la injusticia y la tragedia de todo ello, nos golpea. En esas
lágrimas está la agonía, el ruego, la urgencia y la demanda. El desbordamiento
de las lágrimas deja al descubierto la escena traumática completa, incluidos los
detalles que habían sido olvidados. Las lágrimas son los agentes de la memoria,
son la expresión más elocuente de aquel pasado. Recordemos que algunos
sentimientos son evidentes mucho antes de que tuviéramos palabras para
expresarlos; en una vuelta al pasado, en una vuelta a las lágrimas de entonces,
los sentimientos están en la memoria. A menudo no queda nada más que llorar.
LA REPRESIÓN DE LAS LÁGRIMAS
Algunas veces la represión ha durado tanto tiempo, que las lágrimas ya no son
recuperables. Aquellos en tal estado son candidatos a enfermedades serias,
porque esas lágrimas están en algún lugar. En algún lugar el cuerpo está
llorando. Recuerdo haber visto a una paciente que tenía una condición que
comprendía un constante lagrimeo en un ojo. La enfermedad tenía un nombre
sofisticado, pero cuando ella lloró con todo su corazón en la terapia, ya no
necesitamos encontrarle el nombre.
Los padres, además de prohibir las lágrimas a los niños, simplemente “no
están ahí para atenderlos”. El hecho es que no hay un hombro donde llorar,
ningún sentido de empatía o de bondad y suavidad humanas que sea suficiente
para secar las lágrimas. Un niño pequeño capta el mensaje muy rápidamente:
llorar es inútil, así que se vuelve a otros lenguajes como rabia, berrinches,
enfermedades psicosomáticas, discapacidad en el aprendizaje; llora pidiendo
ayuda de una manera que no le hace bien. Tiene que regresar al “lugar” en el que
su fisiología se detuvo. De otro modo se convertirá en un gruñón y quejumbroso.
Como lo dijo un paciente: “Me he quejado de todo en mi vida porque nunca supe
que estaba equivocado. Ahora que he sentido de lo que debí haberme quejado,
ya no lo tengo que hacer”. El niño cuya nariz constantemente está escurriendo,
está llorando por la nariz. Hemos visto desaparecer un gran número de alergias
cuando la persona de nuevo logra tener acceso a su historia. No tenemos que
teorizar acerca de la relación entre llorar y sanar. La vemos en acción.
LAS LÁGRIMAS Y EL SENTIMIENTO DE PÉRDIDA
Las lágrimas no sólo apuntan hacia una necesidad o un deseo, también a una
pérdida, que es el otro lado de una misma moneda. Existe la tentativa de
recuperar el contacto, restablecer una relación que significa supervivencia. Son,
como lo hizo notar Browming: “el lenguaje silencioso del sufrimiento”. Cuando
la aflicción es muy profunda, a menudo no hay lágrimas, uno se siente frío,
insensible. Cuando entramos en el dominio de la represión, generalmente
estamos más allá del llanto.
Para aquellos que sufren existe una terapia. En la terapia de “pérdida o
separación”, a esa persona simplemente se le alienta a hablar de la pérdida una y
otra vez, y a llorar por ello. Llorar parece ser el antídoto para la depresión,
primero, porque la depresión es realmente un estado elevado de represión en
donde hay muy poco acceso a recuerdos pasados y, segundo, porque el estado
psicológico del depresivo es el de una inhibición masiva acompañada de una
represión global de todos los sentimientos.
En la teoría freudiana, la depresión es una hostilidad que se vuelca hacia
adentro. Los pacientes psicoanalíticos alentados a dejar salir su rabia pueden
sentirse mejor por un tiempo, pero hemos encontrado que las personas
depresivas mejoran mucho cuando lloran, aun sin liberar su enojo. Y en verdad
el coraje, por sí mismo, no liberará ciertos bioquímicos represivos, como puede
liberarlos el llanto: las lágrimas son la expresión de la necesidad; el enojo es la
expresión de la frustración de una necesidad. Como lo hemos hecho notar, la
liberación de cualquier sentimiento ayuda a la depresión.
LA ABREACCIÓN
Hay muy pocas dudas acerca de que llorar libera el estrés. Dado que las
hormonas del estrés se encuentran en las lágrimas, en nuestra investigación sobre
las lágrimas, junto con el doctor William Frey, del Centro Médico St. Paul
Ramsey, en Minnesota, encontramos la liberación de ACTH, una hormona del
estrés producida por la glándula pituitaria en el cerebro. Estas mismas lágrimas
también liberan endorfinas. Tenemos que pensar en esto: las hormonas se
relacionan con el dolor, y en el estrés procesado en el sistema nervioso central se
encuentran las lágrimas. En realidad se encuentran en casi cada uno de los
fluidos liberados por el cuerpo. Literalmente ellas liberan y lavan el dolor.
Ayudan a remover los aspectos bioquímicos del estrés y son, por tanto, una
necesidad biológica.
La investigación conducida por el doctor Frey implicó estudiar ambos tipos
lágrimas: las producidas emocionalmente y las que resultaron por aspirar
vapores de cebolla. Esta investigación demostró que ambas clases de lágrimas
son una tentativa de remover toxinas. Unas externas, las otras internas. No es
accidental que en el centro encargado de la liberación de las lágrimas —la
glándula lacrimal— se pone en marcha la misma estructura cerebral que
organiza el dolor y lo cubre con receptores de endorfinas.
En 1978 se realizó otra investigación con treinta pacientes que admitimos en
la terapia primal. Conforme avanzaba su terapia, fueron catalogados como 1) los
que no lloraban, 2) los que experimentaron ligera humectación en sus ojos, y 3)
los que adoptaron posiciones infantiles acompañadas de un profundo llanto.
Medimos su presión sanguínea y el pulso cardiaco. Dieciocho pacientes llegaron
a llorar profundamente durante los seis meses de terapia, en los que mostraron
cambios significativos en los niveles de diversas hormonas, incluidas aquellas
que mediaban en el sexo, el crecimiento y el estrés. Después de veintiséis
semanas, en el grupo que lloraba intensamente encontramos un aumento
importante en los niveles de las hormonas.
El nivel de las hormonas masculinas (testosterona) también mostró grandes
cambios en el llanto profundo. Seis hombres con niveles de testosterona por
encima de 600, mostraron una declinación entre 15 y 35% después de seis
meses. Contrariamente, aquellos con muy bajos niveles de testosterona tuvieron
un aumento significativo (de 20 a 35%) como resultado de su llanto profundo.
Esto indica que quienes tuvieron cifras altas, bajaron, y los que estaban por
debajo de los niveles normales, se elevaron. Ambos cambios nos indican una
normalización del proceso: los niveles de las hormonas del estrés se redujeron en
la mayoría de los que lloraban profundamente.
Los pacientes que pudieron sentir un poco, pero que no lograron llegar a un
llanto profundo, no tuvieron los cambios antes indicados. Los grupos de control
tampoco mostraron cambios. Aquí, como en el grupo anterior, los niveles de la
hormona del estrés se redujeron en la mayoría de quienes lloraron
profundamente.
Los pacientes que sintieron un poco, pero que no alcanzaron niveles de llanto
profundo, no tuvieron dichos cambios. Igual que en caso anterior, los grupos de
control no mostraron cambios, y quienes actuaron “como si” estuvieran
sintiendo, que escupieron, golpeaban y gritaban, tampoco tuvieron cambios
significativos.
LA NECESIDAD DEL LLANTO
Para que las lágrimas curen, no necesariamente tiene que ser “llorando”. No
debe de tratarse de llantos de adultos, sino más bien de lágrimas de bebés,
asustados, solitarios, desprotegidos y no amados: eso los hace sanar, esas
lágrimas siempre están acompañadas por verdaderos berridos infantiles. Las
lágrimas de los adultos no sanan, sólo aligeran la experiencia. Todo esto lo
vemos con claridad en los pacientes que tienen dificultad para llorar, hasta que
realmente elevan sus brazos para alcanzar a su mamá. Con ese movimiento de
los brazos, las lágrimas brotan como nunca antes, y al mismo tiempo que lloran,
lanzan gritos que fueron codificados en los brazos que necesitaban alcanzar para
sentirse confortados. Otros no pueden llorar hasta que logran pronunciar la
palabra “mami”.
¿Por qué es necesario llorar en ese momento? Porque fue necesario llorar en
aquel tiempo. Las toxinas que llegan de un sistema que abusa de sí mismo —
desde todos esos estresores químicos— ahora son hechas a un lado. Ningún
sistema puede estar limpio cuando está inhibiendo una parte de sí mismo.
Cuando los principales subsistemas se dislocan, el cuerpo se intoxica; podemos
ver esta situación en las hormonas del estrés. Los pacientes que reviven traumas
mayores informan que nunca se habían sentido tan puros, tan claros, tan limpios
y relajados como después de haber elaborado un sentimiento.
No es suficiente hablar sobre la propia tristeza, hablar por hablar no puede
influir sobre la total homeostasis. Comprender lo que nuestros padres hicieron,
perdonarlos, racionalizar o decidir olvidar no cambiará nada en nosotros. No es
accidental que después de varios meses de revivir escenas y llorar, también hay
cambios mayores en la relación entre los dos hemisferios cerebrales, que parecen
ecualizarse, o no. Cada sistema mayor está implicado en el sentimiento o en su
bloqueo, nada se escapa.
Una de las razones del por qué los niños acaban por suprimir su llanto, es
porque los padres no toleran ninguna de las reminiscencias de su propio dolor
escondido. Así que uno escucha: “¡Deja de llorar, o te daré algo para que tengas
motivo para llorar!” El niño ya tiene algo por qué llorar, puede no ser
exactamente en respuesta a la situación actual, pero está llorando por alguna
razón, nadie llora porque sea divertido. Un niño llora para expresar alguna clase
de necesidad, infelicidad o tristeza. Los padres neuróticos quieren que lo
suprima. Mientras se siga quejando con su llanto, llegarán a golpearlo hasta que
finalmente se trague sus lágrimas. Entonces lo considerarán maduro, pues a los
ojos de sus padres, el bebé está creciendo. Sí, creciendo en neurosis.
Uno de los científicos asociados con la investigación, examinó la literatura
médica de los últimos 100 años en relación con el llanto. De unos 400 artículos
importantes —incluidos los del American Journal of Insanity, 1984, y el British
Journal of Psychiatry, que se empezó a publicar en 1856—, en este largo
periodo sólo encontró un puñado de artículos apenas relacionados con el llanto,
y ninguno con la cura. Algo tan obvio había sido completamente ignorado
La manera como una sociedad trata las lágrimas es indicativa de su grado de
humanidad. Creo también, con base en nuestras observaciones e investigaciones
—desde hace veinte años—, que el llanto aumenta la longevidad. Sería
fascinante hacer un estudio de la relación enfermedad-longevidad en diversas
tribus y sociedades, y cuál es su manera de tratar con las lágrimas. En nuestra
terapia, el llanto profundo ha afectado la colitis y las úlceras. Estos cambios
mostraron claramente la relación entre las lágrimas reprimidas y los trastornos
físicos. La piel “llora”, “los pulmones lloran”, cada uno a su manera.
Otro beneficio importante del llanto es su efecto calmante. Hemos visto que,
en promedio, hay una caída de 24 puntos en la presión sanguínea en nuestros
pacientes hipertensos y una disminución de diez latidos por minuto en las
palpitaciones cardiacas. También las encontramos en los informes subjetivos de
los pacientes: aquellos que lloraban, necesitaban progresivamente menos
tranquilizantes. Tomando en cuenta que en una tarea, asignada a un grupo, éste
encontró que recientemente más de dos millones de mujeres eran adictas a
tranquilizantes legalizados, podemos ver cuán importante es el llanto. Otro
cambio que vemos en nuestros pacientes, se relaciona con la respiración. Hemos
descubierto que respirar es una manera automática de detener las lágrimas. La
respiración superficial no llega hasta esa parte del cuerpo donde se almacenan
los sentimientos, eso ayuda a la represión. El llanto suele cambiar a
“respiradores profundos” a quienes tienen una respiración superficial; luego, hay
más “cuerpo” en la respiración y éste es un efecto del desarrollo físico,
particularmente en el área del pecho.
Hace mucho tiempo encontramos que el simple hecho de alentar la
respiración profunda en algunos pacientes, los hacía llorar —técnica que ya no
se utiliza—. De hecho, encontramos que es potencialmente peligroso alentar la
respiración profunda en aquellas personas que están sobrecogidas por el dolor.
Cualquier método mecánico extraño, a menudo hace surgir el dolor antes de que
sea el momento apropiado, provocando un trauma fuera de secuencia que
solamente sobrecoge, en lugar de integrar. Pero la relación entre el llanto y la
respiración es indiscutible. Los pacientes llegarán a la respiración y al llanto
profundos, en pequeños pasos, conforme puedan integrar más y más dolor. En
cuanto sienten con más profundidad, la respiración se hace cargo de sí misma.
EL LLANTO COMO MEDIO PARA SANAR
La cuestión es: ¿por qué la sanación tiene lugar solamente con el llanto y el
sentimiento? La respuesta es: porque el sufrimiento activo y la sanación ocurren
de forma simultánea. La razón por la cual no sanamos primero, es porque no
hemos sentido la totalidad de una serie temprana de traumas. Si uno llegara a
sentir a una edad corta un trauma propio, no habría motivo biológico para
reexperimentarlo.
Cuando la represión se establece, también bloquea el proceso de sanar; la
herida queda oculta. Uno solamente puede experimentar tanto dolor en una sola
ocasión, y después de ella, hay un mecanismo fail-safe que establece un límite
superior a nuestra habilidad de responder al dolor; ese mecanismo determina el
otro límite del sentimiento. Cuando hemos sido llevados lejos de ese límite,
estamos más allá de la plena reactividad, dejamos de llorar y, por tanto,
quedamos más lejos de la posibilidad de sanar.
Comúnmente la información neural acerca del dolor está apoyada en el
tálamo. Cuando el dolor no es avasallador, la información se envía al
hipotálamo, el cual inicia una variedad de respuestas, incluido el llanto, que
juega un papel muy importante en el proceso de sanar. Cuando la represión
existe, la información y las lágrimas se redirigen lejos del hipotálamo. Si esto no
ocurre, los excesos de actividad hipotalámica en la presión sanguínea, el pulso y
la temperatura, por ejemplo, serían letales. Por eso es importante que el
hipotálamo no acepte todo ese ingreso. El exceso de energía neural del dolor es
redirigido y encuentra su destino neurótico en el sistema límbico, y es a causa de
esta bifurcación que la plena salud no se puede lograr.
LA DIALÉCTICA DEL SUFRIMIENTO Y DE LA RECUPERACIÓN DE LA SALUD
Dado que la reactividad al dolor tiene un límite superior, más allá del cual no
puede llegar el sistema, simultáneamente se impone un límite superior más allá
del cual se impide sanar. En este sentido, el trauma temprano es una herida que
nunca se cierra; en tanto que todos tenemos una fábrica analgésica construida
por las endorfinas, es claro que los neuróticos no sanan tan rápido como
deberían.
El ejemplo más claro de mi punto de vista es el hecho de que los pacientes,
justo antes de entrar en la secuencia de revivencias, desarrollan una fiebre: la
misma que existe cuando uno está agudamente infectado por una bacteria. Lo
que causa la fiebre es la aproximación al sentimiento y, por tanto, el proceso de
sanar, en casos de fiebre, alberga una gran cantidad de reacciones curativas.
Todo esto lo ilustra muy bien el caso de un prisionero adicto a la heroína, que
para tratar su adicción, se le dio durante varios meses metadona (un supresor del
dolor). En ese tiempo se le aplicó una prueba TB. Muchos meses después, cuando
se eliminó la metadona, se le aplicó otra vez la prueba. Esta vez tenía una
enorme marca roja y una hinchazón que indicaba una posible reacción alérgica y
una probable exposición a la TB. Él ya tenía una historia previa de TB, la cual no
aparecía en la prueba mientras él estaba bajo los efectos de una represión
química del dolor. Cuando la represión le fue levantada, como mencionamos,
tenía una gran marca roja y una inflamación causada por los linfocitos que
portaban los anticuerpos contra el antígeno que le fue inyectado. En el tiempo
que estuvo en reposo, todas las reacciones y el alivio se suspendieron. El cuerpo
no pudo reaccionar como se intentaba que lo hiciera. La cura de la herida
llamada neurosis implica una plena reactivación de todo lo que fue reprimido.
Cada sentimiento profundo es un paso más hacia el alivio. La reactividad es
crucial.
Cuando los niños lloran porque se lastimaron ellos mismos, logran aliviarse
más rápidamente. El hijo de seis años de un paciente tuvo un accidente en el cual
la puerta del coche se le cerró sobre dos de sus dedos: los dedos estaban muy
lastimados y el niño lloró durante algunos minutos. Después dejó de llorar y
trató de olvidarse de lo sucedido. Dos días más tarde, en la mañana, parecía estar
muy agitado e irritable. Se sentó en una mesa con lápiz y papel, sostuvo el lápiz
en su mano traumatizada y trató de dibujar varias figuras. La mano le dolía más
conforme dibujaba, hasta que se sintió muy frustrado y empezó a gritar: “¡No
puedo dibujar, no puedo dibujar!” Luego se cayó de la silla, se torció la mano
derecha y empezó a gritar y a llorar: “Mi mano, mi mano”. Pronto se estaba
retorciendo en el suelo, en agonía. Esto sucedió durante más de media hora.
Después se mostró calmado, exhausto y ante su sorpresa dijo: “Estoy bien y mi
mano ya no me duele”. Desde ese momento la herida en sus dedos sanó con una
velocidad inusual.
Durante la terapia primal la historia se está afirmando. Por eso los pacientes
revivirán el sufrimiento emocional y físico, sufriendo por lo que sucedió hace
muchísimo tiempo; no es extraño para ellos revivir una cirugía, por ejemplo, en
la que estaban inconscientes (anestesiados).
Mientras más tiempo tienen los pacientes en mi terapia, es más profundo su
acceso a los niveles de conciencia. La ciencia ha descubierto que quienes reciben
una anestesia menos profunda durante la cirugía, parecen sanar más rápido, y
aquellos que recibieron anestesia hipnótica se alivian todavía más rápido. Así
que, claramente, el nivel de represión y de anestesia tienen algo que ver con el
alivio. Por eso no es posible sanar una neurosis en un nivel inconsciente, como
se intenta con drogas o hipnosis. La consciencia es crucial para el proceso de
sanar.
Llorar es sanar. Sentir es sanar. La represión va contra la salud. Cada proceso
de nuestro cerebro y nuestro cuerpo tiene una evolución racional. Bloquear el
llanto es correr contra el proceso de la evolución. Por eso, quienes lloran
profundamente parecen “recomenzar” dicho proceso: las barbas comienzan a
crecer a la edad de cuarenta, los dientes de la sabiduría se desarrollan a los
cuarenta y cinco. Los senos comienzan a crecer a los treinta y cinco.
Ahora el código genético puede proceder hacia su destino, el cual es
crecimiento, alivio y salud. No es un mal trabajo para unas minúsculas gotas de
humedad. ¡Imagínense!, las lágrimas tienen el poder de transformar nuestra
fisiología, cambiar nuestra personalidad y echar a andar la máquina de la
evolución. Lo que parecía debilidad para tantos de nosotros, resulta ser una de
las más poderosas fuerzas de la Tierra.
XVI. ¿Porqué tienes que revivir tu infancia
para sanar?
¿Por qué hemos de revivir la infancia para sanar? ¿Nos podemos preguntar por
qué los pacientes tienen que revivir su pasado, en lugar de simplemente hablar
sobre él? ¿Por qué tantas revivencias? Después de todo: ¿no es suficiente hablar
acerca de ello o hasta llorar a causa de nuestra vida? ¿Cuál es la diferencia
crucial?
REVIVIENDO LAS VIEJAS EMOCIONES
No es necesario evocar la escena que uno debe revivir en la terapia; más que la
escena, se trata de revivir su contenido emocional. He visto a padres que
estuvieron en psicoanálisis y analizaron detalladamente, minuto a minuto, ciertos
recuerdos. En la terapia primal se han puesto en contacto con el componente
emocional de aquellos mismos recuerdos, y eso hace completamente diferente la
experiencia. El componente del sufrimiento tiene un sitio de almacenamiento
distinto al de la evocación cognitiva. Al revivirlo, se abren las compuertas de las
diferentes áreas del depósito emocional. La agonía que nunca fue sentida, ahora
se experimenta; las lágrimas que nunca salieron, fluyen en el presente: la tristeza
o la rabia reprimidas están enmarcando todo, la energía bloqueada ha encontrado
una salida.
En la discusión, el aspecto energético de la memoria todavía está bloqueado.
La diferencia entre llorar por… y revivir la intensa agonía temprana de los
cuatro años de edad (cuando se nos enviaba a nuestro cuarto), es igual a la
diferencia entre dos universos. Uno es el del adulto recordando su infancia con
su aparato cortical, el otro es el de un niño inmerso con su cuerpo y su alma en
ese recuerdo.
Lo que está ahí es el recuerdo de un sentimiento —del que estamos hablando
—, que también estamos experimentando. Uno necesita de esta última
experiencia para la resolución. No podemos lograr la normalización
hipotalámica sin los sentimientos respectivos. Si un niño era enviado
repetidamente a su cuarto, y además se le hacía sentir malo o estúpido, no le
hacía ningún bien intelectualizar a ese respecto. El niño debió expresar su rabia
en el contexto real, pero esa realidad no le ayudará a comprender a sus padres, ni
a saber por qué lo tratan como lo hacen, porque la “comprensión” sólo ocultará
la realidad. La furia y la agonía sobre el sentimiento minimizado o ignorado una
y otra vez, permanecen ahí. Llevar a una persona a un regreso en el tiempo y
dejar que el viejo sentimiento lo inunde, despierta nuevamente el total recuerdo
de esa situación, junto con los sentimientos respectivos.
Lo que sucede de ahí en adelante es una progresión natural que no requiere la
interferencia de nadie. Si el sentimiento es de rabia —como a menudo lo es— y
además duele, porque el dolor casi siempre está bajo la rabia, entonces esa rabia
es lo que surgirá y lo hará con una fuerza inefable. Es una fuerza que acompaña
a la necesidad insatisfecha. En estos casos son esenciales las patadas, los gritos,
los golpes en la pared durante horas. Los chicos no fueron forzados a hacerlo,
simplemente surge en el presente, cuando se revive el contexto.
LOS NIVELES DE CONCIENCIA AL REVIVIR
El trauma que el paciente revive en las primeras tres semanas de terapia, nos
habla de su neurosis general y de su sistema de defensas. Sumergirse enseguida
en un material muy temprano (y esto se hace sin ninguna sugerencia del
terapeuta) significa que hay una estructura de defensas defectuosa. Quiere decir
que la conciencia constantemente se ve interrumpida por los traumas tempranos
mayores, lo que a su vez significa que hay un sistema más bien frágil. Por tanto,
nosotros cuidamos esta clase de sacudimiento vigilando que el proceso de
revivencia esté bien controlado, para que no ocurra un desbordamiento.
Revivir escenas del pasado es en realidad una neurosis en reversa.
Comenzamos con el cerebro adquirido más recientemente y con sus recuerdos, y
trabajamos hacia atrás. Es un viaje desde el neocórtex regresando al cerebro
reptiliano, o primitivo. El viaje se extiende a través del sistema límbico, donde
están algunas estructuras como el hipocampo, donde literalmente podemos
recortar los recuerdos en una secuencia. Por ejemplo, podemos ver a un paciente
sintiendo el hecho de que su novia lo dejó. Poco tiempo después, el sentimiento
lo lleva al pasado en el que vivió el rechazo o abandono de su madre. Entonces,
quizá meses o años después, logre revivir el abandono total del que fue objeto,
justo después de su nacimiento. Generalmente, sólo cuando un mayor segmento
del sentimiento ha sido revivido, los síntomas empiezan a desaparecer.
TEMPORALIDAD
Estoy consciente de que las técnicas empleadas en la terapia primal usadas para
inducir a los pacientes hacia primales no se han analizado con detalle en este
libro. Eso se debe a dos razones. Primero, cualquier mención acerca de una
técnica en mis libros previos, la emplearon “terapeutas” charlatanes en
detrimento de sus pacientes. Segundo, contrario a lo holístico, concebido como
tocar-sentir en las terapias altruistas, la terapia primal utiliza una metodología
precisa y científica que requiere años de entrenamiento para su aplicación
correcta. Las técnicas que maneja son complejas y se requeriría otro libro para
explicarlas.
Sin embargo, en este capítulo analizo varios aspectos importantes en la
terapia y anoto algunos de los errores comunes realizados por practicantes no
entrenados.
LA TERAPIA PRIMAL EMPLEA UNA METODOLOGÍA CIENTÍFICA RIGUROSA
Durante las primeras tres semanas de terapia es cuando el paciente aprende “el
estilo primal”, que es el modo en que característicamente logra llegar a un
sentimiento. Para cada persona esa llegada es diferente. Los pacientes aprenden
muy pronto por sí mismos lo que deben hacer para ayudarse a sentir.
Después de la tercera semana, el paciente entra a un grupo en el que siente,
junto a treinta o cuarenta pacientes, y esto lo logra como si fuera su propia
iniciativa. Algunos pacientes que necesitan un tratamiento más individual,
intentamos darles aquello que están esperando del grupo: los vemos una vez a la
semana durante seis meses o incluso un año. Después de los seis meses hay otra
semana individual de terapia en la cual se monitorea al paciente de nuevo para
determinar en dónde está, los sentimientos que está viviendo y qué tan bien los
está integrando. Algunos pacientes se sienten quebrados en este punto y los
sentimientos les llegan inundándolos. En algunos casos se emplean
tranquilizantes para suavizar el flujo de los sentimientos y para permitirles
integrarse más fácilmente. La finalidad es mantener al paciente sin drogas de
forma permanente. Se trata de retirar de ellos la necesidad de fármacos.
Durante las sesiones pueden suceder una de dos cosas. Algunas veces algo
que le ocurrió a la persona: una relación que se volvió mala o, por ejemplo,
cuando comienza a hablar hasta que aparentemente surge un sentimiento
profundo. Entonces se puede sumergir en ese viejo sentimiento durante una hora
o más. Otras veces el paciente está más fragmentado y cae en un total estado de
ansiedad, sin un enfoque preciso, y luego cae en un viejo sentimiento porque
está constantemente inundado por sus sentimientos.
El prepsicótico actúa de ese modo precisamente porque, en todos los años
que intervinieron entre el muy temprano trauma y la adultez, nunca desarrolló
una defensa adecuada; de modo que tenemos a un paciente perturbado
reviviendo de inmediato hechos que ocurrieron a los seis meses o un año de
edad.
CAER EN UN SENTIMIENTO
Lo que sucede con una terapia primal incorrecta es que el paciente puede tener
un dolor inconsciente que no ha reconocido. El terapeuta tratará con los hechos
cotidianos de su vida y con los problemas, dejando intacto un espacio de dolor
gigante. O al revés, a menudo es cierto que el terapeuta ignora el presente y
sumerge al paciente una y otra vez en el pasado, aun cuando existan serios
problemas que se deben resolver en el presente.
Alguien que tiene mucha angustia en el presente, raramente puede dirigirse
al pasado; en realidad ello depende de la habilidad del terapeuta para enfocarse
con el paciente. Algunas veces la fuerza del dolor es de primera línea —el
trauma de nacimiento o un trauma en el primer año de vida—, pero el terapeuta,
bloqueado de su propio dolor, automáticamente lo evita y se enfoca en hechos
posteriores.
Uno de los grandes errores que un terapeuta novicio puede cometer, es hablar
con el paciente y mantenerlo discutiendo mucho con sus sentimientos en el
presente, cuando el paciente ya está en sus sentimientos pasados. Así, el paciente
nunca irá a donde debe, y la terapia se convierte en un ejercicio verbal, mientras
que el problema está en otra parte. El silencio verdaderamente es oro en la
terapia primal, le da tiempo al paciente para deslizarse en un sentimiento y
dejarse llevar por él hacia el pasado.
Muchos terapeutas leen El grito primal y deciden aplicar la terapia sin un
entrenamiento previo; que en mi opinión, es algo parecido a hacer cirugía del
corazón en su cochera. Aíslan a los pacientes más perturbados manteniéndolos
solos y sin contacto social durante semanas. Como resultado, vemos a un buen
número de psicóticos llegar a nuestras oficinas. Adoptan aisladamente ciertas
técnicas de El grito primal, algunas de las cuales ya no se usan en la terapia
actual.
La respiración profunda, por ejemplo, es algo que raramente se usa y sólo en
circunstancias especiales. Sin embargo, charlatán tras charlatán (les llamo
“falsos terapeutas”) aplican la respiración profunda a sus pacientes. Los ponen a
hacer ejercicios como gritar esto o aquello, llamar a su mamá, golpear
almohadas, etc. Les dicen que hagan cualquier cosa, pero no sentir; no pueden
reconocer un sentimiento cuando lo están mirando y no tienen ni idea de todo lo
que se relaciona con cómo poder llevar a un paciente a sus sentimientos más
anteriores. Se apoyan en lo mecánico y a menudo le dicen a un paciente por qué
deben llorar, qué llorar; le dan bates de beisbol y les dicen cómo deben golpear
la pared. No hay nada que emane del paciente, en casi cada uno de los casos
están haciendo abreacción, que es lo opuesto de sentirse mejor.
La conexión con la memoria es lo que importa. Eso es lo curativo, no lo es
gritar y gritar sin control. Atravesar por las emociones, sin el apoyo de la
memoria, es tener una experiencia desvitalizada.
CONFUNDIENDO LA ABREACCIÓN CON EL SENTIMIENTO
Recuerdo a un paciente que dijo hace algunos años: “¿Por qué siempre somos
los pacientes los que venimos a verle? ¿Por qué usted no viene a nosotros?” Yo
le contesté: “Encuentre un lugar en su país y ahí llegaremos” (50% de los
pacientes vienen de Europa). Lo hicieron y así comenzó la tradición de los
retiros cada seis meses. Los pacientes encontraban un lugar en otro país y todos
se dirigían ahí, para participar en una semana de grupos intensivos y de terapia
de seguimiento individual.
Rentábamos, por ejemplo, un chalet en Suiza, un monasterio en Francia o un
hotel en Noruega. Todo el personal iba hacia allá y la intensidad de la terapia
estaba más allá de la imaginación. De estos encuentros salían matrimonios y
amistades para toda la vida, además de la oportunidad de ver el mundo y conocer
algo más de otras culturas. Se trataba de un encuentro de los pacientes con el
terapeuta. Ellos simplemente se hacían cargo de lo que necesitaban para asistir a
su propia terapia: organizaban el lugar, la comida, los viajes de recreo, etc. El
que se sintieran mal no significaba que fueran incompetentes, en general eran
mucho más que competentes. No habríamos cambiado por nada las experiencias
que tuvimos en esos encuentros en los cuales, entre todos, se hablaban de diez a
quince idiomas.
El formato para los retiros cambiaba con el tiempo, pero básicamente se
reunía un grupo cuatro veces a la semana, además de recibir terapia individual
durante el día. Al principio todos participábamos en la cocina o la limpieza.
Después, la escuela, el convento o lo que fuera se hizo cargo de ello. La
experiencia era en sí misma demasiado valiosa como para ponerse a gruñir
acerca de detalles menores. Cada uno aprendía personalmente la vida de las otras
culturas, sus hábitos, preferencias, lenguaje, tradiciones, vestido, etc. Era una
experiencia de aprendizaje que ninguno de nosotros habría podido tener de otra
manera.
Los pacientes organizaban todos los retiros, exhibiciones de talentos y
también la clínica. Llevaban o hacían trajes que expresaban su cultura o sus
sentimientos. Teníamos bandas, cantantes de jazz y de rock, ¡Qué maravilla ver
lo más cómico en una de estas exhibiciones al tiempo que estábamos en nuestro
momento más depresivo!: escuchar poemas maravillosos compuestos por
personas de clase trabajadora, que nunca antes habían presenciado actos como
estos o no habían visto el trabajo hecho por gente que, cuando descubrían sus
verdaderos yo, también descubrían al artista en ellos. No importaba si el cantante
se quebraba y lloraba, o el cómico no podía contener sus lágrimas de tiempo en
tiempo. El público de pacientes siempre era amable, tranquilo y comprensivo.
No hay nada como esos llamados “grupos de encuentro” que yo solía
atender, y de hecho correr, a causa de esos abrazos y besos que la gente
“amorosa” daba a unos y a otros. Había algo inefable y real en todo aquello que
pasaba entre los pacientes. Sobre todo, nadie se sentía avergonzado por su
sentimentalismo libre. Ahí estábamos todos literalmente juntos, y lo digo así,
porque los terapeutas también expresaban sus sentimientos frente a los pacientes.
TERAPEUTAS
Si el dolor impreso (algo que hemos visto en cada neurótico durante varias
décadas) no es reconocido ni aceptado, entonces sucede que el paciente no puede
mantenerse en el aquí y ahora; al mismo tiempo que está excluyendo a su
pasado. Los pacientes tratados en una terapia que no reconoce el dolor, van a
sentirse bien pero sólo en su mente, y se ajustarán mejor a su vida actual, se
esforzarán mucho más. Pero el dolor nunca será la meta de tales terapias, porque
se asume que ahí no hay dolor: que no lo hay en la circuncisión, en la cirugía del
nacimiento o en una vida de rechazo temprano, entonces, por supuesto, se podrá
ignorar el dolor.
El tiempo transcurrido antes de que un paciente esté relativamente bien, es
más largo de lo que en principio se suponía, pero el tiempo específico utilizado
en la clínica no lo es: después de un año o año y medio, ya están completamente
a cargo de sí mismos. Los seguimientos que se les hacen son sólo esporádicos.
Se les proporcionan las herramientas para sentir, y conforme seguimos adelante
les enseñamos sobre sus defensas y cómo llegar a los sentimientos. Tienen
mucho que hacer por sí solos, pero hay otras cosas en las que sí pueden necesitar
ayuda y ahí está nuestro problema. Nunca tenemos suficiente personal para dar a
cada quien el tiempo que necesitan, y aunque los grupos ayudan, hay quienes
necesitan una terapia más individual. Es entonces cuando estos problemas se
tornan caros en lo económico, porque prácticamente necesitamos un terapeuta
por cada paciente: algo del todo imposible.
Algunas veces, después de dos años, el paciente puede ingresar a algún
aspecto mucho más profundo y necesita una terapia constante. No siempre es
posible proporcionarle un terapeuta, por eso hemos instituido el sistema de
“compañeros” mediante el cual enseñamos a los pacientes las bases
fundamentales de la terapia primal, para que puedan sentarse juntos y ayudarse
mutuamente a llegar hasta los sentimientos. Todo el tiempo tenemos la clínica
abierta para eso.
Debo reiterar que, idealmente, los pacientes necesitan mucho más de la
terapia individual de lo que hemos podido proporcionarles Cuando están en un
dolor profundo, algo que puede surgir después de dos o tres años de iniciado su
tratamiento, necesitan recibir atención dos o tres veces por semana. Nunca
tenemos suficientes terapeutas para eso y la economía no nos lo permite. Lo que
necesitamos es un subsidio gubernamental para el tratamiento y el
entrenamiento. Efectivamente, esto sería más económico considerando la
enfermedad posterior que podríamos prevenir.
Los pacientes cambian mucho después del primer año, pero los cambios
mayores suceden luego de cinco a ocho años. Esto no significa atravesar tanto
tiempo por un dolor constante, al contrario, cada sentimiento es su propia
recompensa: a menudo, entre cada sesión el paciente se sienten mejor que antes.
Pienso que después de cinco años, la mayor parte del trabajo ya se ha llevado a
cabo. Parece mucho tiempo, pero recuerden: estamos deshaciendo toda una vida,
y una persona de treinta años todavía tiene por delante mucho que vivir. No
estamos atendiendo constantemente a nuestros sentimientos —aunque los hay,
pero podríamos decir que la cifra es casi insignificante—, en general entramos
en los sentimientos una vez por mes y luego nos integramos rápidamente.
¿La terapia primal es para los ricos? La mayoría de nuestros pacientes nunca
han sido ricos, son ahorrativos. La clase y el estatus social tienen poco que ver
con el dolor. Hemos tratado personas de la realeza, industriales, profesionistas y
trabajadores. También hemos atendido casos de bienestar social. En todos es lo
mismo: el dolor no reconoce clases. Lo que pasa es que el rico tiene más
oportunidades de diversión: pueden rentar yates, viajar, pagar acompañantes,
comprar un coche nuevo, ropa y toda clase de cosas que hacen demorar el día de
revisar la contabilidad. He visto a estrellas de rock que recibieron toda clase de
adulaciones cada día de su vida adulta, miles de personas aplaudiéndoles. Nada
pudo cambiar su dolor o les hizo sentirse amadas. No solemos sentirnos amados
cuando no nos han amado. Ésa es una ley.
LA TERAPIA PRIMAL ACTUALMENTE
¿La terapia primal es para una clase especial de personas? No lo creo. Hemos
visto depresivos, literalmente cientos de tentativas de suicidio, asesinos,
pacientes de migraña, de colitis, de cáncer, abusadores, atormentados por la
ansiedad, psicóticos traídos de hospitales mentales, el caso de un subsidiado que
amenazó con asesinar a sus hijos si no lo acepaban, casos de incesto,
exhibicionistas y cualquier otro caso que podamos imaginar que se siguen
tratando de casos de dolor y necesidad. Los psicóticos comparten algo con las
estrellas de cine y de rock: la más increíble carga imaginable de dolor. La
necesidad de ser amado por todo el mundo requiere de alguna clase especial de
dolor y fortaleza; así que es de esperar que sean tratables.
El hombre absolutamente insano que estaba a punto de matar a sus hijos,
actualmente se encuentra saludable. Los suicidas que acumulaban píldoras o
compraban dinamita y pistolas, ahora ni siquiera piensan en esas cosas: aman la
vida y ya no quieren ni imaginar cómo eran antes, sólo recuerdan que su
desesperación era devastadora.
¿Esta terapia es desintegradora para aquellos que son tratados? ¿Los
pacientes sólo son como máquinas sensibles que salen de cada sesión hechos
pedazos? Puedo decir que quizá sea cierto, cuando se trata de falsas terapias.
Nuestro trabajo es ver en ellos que cada día están sintiendo un aspecto del
sentimiento y luego lo integran a su vida cotidiana. Si esto no fuera así habría
una inundación primal. Obviamente, cada sentimiento completo requiere de
meses e incluso años para sentirlo del todo. No se puede sentir por completo en
una o dos sesiones. Por tanto, el terapeuta debe estar pendiente de que nada de
eso ocurra, detenerlo antes de que el paciente se vea avasallado. Debemos
recordar que la razón para reprimir el sentimiento es porque es demasiado
extenso para sentirse de la forma original. No queremos dejar abiertas las
compuertas neurales prematuramente.
El paciente debe salir de cada uno de sus sentimientos sabiendo lo que
significan y colocándolos en el contexto de su vida cotidiana. En suma, cada
nivel de conciencia debe quedar comprometido en el proceso curativo, de otra
manera sería sentir por sentir, condición necesaria, pero no suficiente para
mejorar.
La terapia primal se ha visto con suspicacia porque las emociones son
tratadas con suspicacia. El intelecto frío es muy apreciado, sin embargo, alguien
que está en contacto con sus emociones no es irracional. No es racional quien
está controlado por sus sentimientos inconscientes que lo conducen más allá de
su control. Lo que es irracional es la mente distorsionada por fuerzas ocultas. Es
mucho mejor ser emocional, no histérico, sino reactivo y sensible. Yo confío en
esa clase de personas, pues siempre sabes que vas a lograr una reacción
razonable de parte de ellas.
La labor de la neurosis es mantenernos lejos de ser reales. Para el neurótico
“real” significa dolor. En lugar de reprimir, nosotros liberamos. En lugar de
simbolizar, empleamos los símbolos para encontrar su lugar correcto en los
sentimientos. En lugar de construir una defensa, desmantelamos una. En lugar de
tener un sistema que se esté cerrando progresivamente, estamos comprometidos
a abrirlo, liberando la calidez con la que todos nacimos. Todos tenemos la
capacidad de ser ese niño que es abierto, cálido, curioso, comprometido,
valiente, atrevido y vivo. Ésa no es solamente una capacidad de los niños, es una
cualidad humana que debemos tratar de recapturar.
LAS DEFENSAS: ESTUDIO DE CASO
Cuando subí las escaleras mi corazón latía con fuerza. Pude ver a alguien
esperando en el balcón. Cubrí mi cara con mi sombrero y cuando llegué a su
departamento, la miré de frente. Había una extraña luz en sus ojos, como si no
creyera lo que veía, hubo un momento de suspenso, una expresión de sorpresa en
su cara justo antes de pronunciar mi nombre. El primer pensamiento me golpeó a
mí, y luego sentí que ahora yo le quería pegar, y hasta quería matarla. Se veía
como una mujer pequeña, frágil y vieja. Ya no existía la mujer loca del pasado,
el gran monstruo de mis pesadillas. En su lugar, estaba esta vieja flaca, enferma
física y mentalmente, temblaba tartamudeando, con una voz que no podía
reconocer. No pude sentir nada, sólo la miré, mi madre se veía ansiosa,
incómoda, exagerando. Mi hermana me dijo que después de su última operación
había cambiado un poco, pero no esperaba encontrarla en tan mal estado.
Hablamos un poco sobre cosas inocuas; no pude tener claros todos sus cambios.
Me fui diciéndole que regresaría para platicar con ella y vi, por primera vez en
mi vida, el temor en sus ojos. Recordé, regresé mentalmente a la casa donde
vivíamos todavía con mi padre. Había muchos cambios. La pintura en la casa
estaba descascarada; el hermoso jardín en el que mi padre había invertido mucho
tiempo, había desaparecido; la vista general era de un total descuido y el nuevo
propietario no nos permitió pasar.
Insistí en visitar a la vieja dama a la que solía llamar “tía Bertha”. Había
pasado dos semanas con ella precisamente después de que supimos del accidente
de mi padre. Estaba bastante sorda, pero se las arreglaba para hablar un poco y
yo me sentía feliz de caminar por la casa de la anciana que por un corto tiempo
me trató como a una niña pequeña. En cierto modo le mostré mi reconocimiento.
Más tarde ese día sentí intensos recuerdos que viví en las dos semanas que pasé
en aquella casa. La única llave hacia la existencia de la vida de una pequeña.
De regreso en Estados Unidos, me percate de que para Bertha yo sólo había
sido una de las muchas niñas que ella había cuidado durante años, y esto hizo
que un pilar de mi infancia finalmente se destruyera. Nunca fui alguien especial
para nadie. Éste fue el sentimiento más devastador que he tenido.
Mi realidad parece cambiar cada día, sin embargo todavía estoy sumergida
en el antiguo dolor, y a menudo no puedo distinguir el viejo sentimiento, del
presente. Hay una gran cantidad de déjà vu con nuevas personas en lugares
diferentes. Pero todavía pienso en amar a alguien, en ser aceptada, y eso es
suficiente para enviar mis sentidos a desenredarse locamente hacia la salida. Mi
mente siempre analiza los motivos de la gente, pero ahora soy más cuidadosa
con mis juicios sobre ella.
De algún modo, mi mayor descubrimiento es darme cuenta de cómo yo
operaba y solía pensar, y qué se derivaba de la pura reacción nacida de las
defensas y del dolor. Cuando esa verdad me golpeó perdí el único sentido de
protección que tenía, lo que yo pensaba que era el conocimiento de mí misma.
De hecho, estaba aprendiendo que no sabía nada de mí misma, que había
construido todo un edificio con el fin de protegerme del futuro dolor, y que la
mayoría de mis reacciones saludables o normales estaban, en efecto,
distorsionadas y que no había nada en mí que fuera espontáneo o que fluyera
libremente. No puedo expresar en palabras lo que se siente cuando uno se da
cuenta que toda su vida ha sido un conjunto de pretensiones y creencias.
Ahora estoy haciendo descubrimientos esenciales y aprendiendo más de todo
esto. Me asusta tener que aprender cómo ser con la gente y darme cuenta de lo
equivocada que solía estar. La principal conexión era respecto a preguntar a mis
padres para conocer mi existencia. He llegado a la conclusión de que sólo existí
para ellos como una molestia, una cosa sin nombre que debió haberse muerto
porque creaba demasiados problemas para la gente a la que realmente no
pertenecía y, por tanto, no debía estar con ellos.
El otro insight que tuve en este tiempo era sentir completamente que si mi
padre nunca me había reconocido, era porque jamás sintió que yo era su hija.
Ahora no quiero especialmente ser la hija de nadie. No estoy esperando
encontrar un mejor padre en algún sitio. El hecho es que ahora comprendo
porqué mi padre siempre me miraba de un modo interrogante, me evitaba y
trataba a mis hermanas de una manera muy diferente a como lo hacía conmigo.
Ahora todo tiene sentido, y para mí es suficiente.
En la actualidad tengo una relación de nueve meses con un sueco, y por
primera vez siento amor hacia él. Por primera vez, a través de mi amante, he
reconocido que detrás de todas mis “representaciones” con los hombres, siempre
sentía una profunda necesidad de sentirme reasegurada por ellos; ahora sé que
soy una persona real y el sentimiento de querer ser especial surge por primera
vez, quiero ser todo para ellos, algo que nunca han tenido. A su vez, me gustaría
sentirme necesitada y querida del modo en que siempre he deseado sentir.
Por desgracia me convertí en la mujer soñada. Una madre sustituta que hacía
a mis amantes descuidados y necesitados. Pero al final era yo la que se rompía
bajo la tensión de mis esfuerzos y terminaba la relación. Parece que yo no
permito a los hombres hacer algo por mí, cuidarme sin tener dentro de mí el
sentimiento de indefensión. Si ellos realmente saben cuidarse de sí mismos, si
son felices y están bien, no me necesitan a mí.
Para mí es importante sentirme necesitada y tener el control de la situación,
con el propósito de sentirme segura interiormente. Me he dado cuenta de que
para que se haga cargo de mí, primero trato de hacerme cargo de mi amante, para
que pueda merecer lo que él me dará. Pero de nuevo este intercambio es tan
pesado para mí, que una vez que alcanzo esa etapa, nada de lo que puedan hacer
es suficiente. Me aterra sentirme necesitada y sin ayuda, porque cuando niña
experimenté esos sentimientos... Ni siquiera puedo recordar sentirme indefensa y
necesitada. Sólo recuerdo un sentimiento terrorífico de nada o vacío, de
inexistencia en mí. Una vez que rompí con mi amante, tuve fiebre todo un día
hasta que él regresó. Nunca comprendí por qué.
Con mi amante he aprendido sobre mi verdadera sexualidad. Aprendí a
aceptar su tacto en todo mi cuerpo, y sobreponerme a la fuerte resistencia que
tenía a ser besada en mi parte sexual. Nunca antes deseé que alguien me besara
ahí. Con el tiempo y con paciencia, una noche fui capaz de relajarme lo
suficiente para aceptar ese toque íntimo y comencé a dejarme sentir todo ese
placer, y empecé a llorar muy profundamente: el sentimiento era simple. No me
sentía valiosa para recibir cuando yo no podía dar nada a cambio.
Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que la comida ha sido una obsesión
para mí. Todo mi día está planeado en torno a lo que comeré o me privaré de
comer. Me siento culpable de comer todo el tiempo, así que comía con
indulgencia y vomitaba bastante y no comprendo por qué. Así que comencé la
dieta Beverly Hills con mucha piña y otras frutas durante el día, todo un
régimen. Funciona los primeros dos días, pero es dura. El tercer día mi amante
me dio un poco de su pan bagel con crema y queso, que vomité inmediatamente
después de probarlo.
Un sentimiento muy extraño de privación me golpeaba. Era tan intenso que
empecé a llorar en la calle. Sentí que sobre mí caía el vacío de las escenas de mi
vida. Es algo absolutamente monstruoso. Me puedo ver a mí misma como una
pequeña, gateando en el piso hacia una puerta que está cerrada y gritando porque
tengo hambre. Nadie llega y lloro sola hasta quedarme dormida. En la siguiente
escena me están alimentando y mi pancita me duele porque no puedo tragar la
comida a causa del dolor que tengo adentro... por eso era. Conmocionada me
doy cuenta de que mi madre me hambreaba
Me han vuelto recuerdos de lo que decía: “Tú fuiste una bebé prematura y
los doctores dijeron que necesitabas ser alimentada en pequeñas cantidades de
comida cada dos horas...” Puedo ver su cara enojada, su impaciencia. Es
terrorífico ser tan pequeña y necesitar tanto. En la siguiente escena estoy
llorando en el piso, detrás de la puerta y trato de gatear. Escucho ruidos y, de
repente, la puerta se abre con tanta fuerza que me estrella contra la pared. Mi
madre entra —tan alta y tan enojada—, me agarra y me arroja de nuevo en la
cama. Por primera vez tengo miedo por mi seguridad. Me tuve que hacer cargo
de mí misma desde que era una bebé.
Aprendí muy temprano que la atención y el afecto no eran para mí. Lo que
verdaderamente me volvía loca era la idea de que cualquier cosa que hiciera,
nunca cambiaría la actitud de mi madre. Ser buena o ser mala, siempre era lo
mismo. Hace poco comencé a creer que algo estaba mal en mí. Éste es mi último
sentimiento sumado en una oración... en el fondo de mí me sentía como un
verdadero pedazo de mierda.
Los siguientes cuatro años de mi vida contribuyeron enormemente hacia ese
sentimiento de algún modo muy extraño. Me convertí en una corredora de arte,
volaba fuera de la ciudad para encontrarme con serios hombres de negocios, me
relacionaba con la gente poniéndome una verdadera coraza o actuaba con mi
parte irreal, hasta que ésta finalmente murió.
Durante esos cuatro años literalmente estaba todo el tiempo en el escenario,
en ferias, exposiciones de arte, poder, reuniones que finalmente me
proporcionaron la confianza en mí misma que nunca había tenido. Ahora he
experimentado la realidad de que yo era inteligente y astuta de un modo positivo.
He usado todas mis defensas para mi ventaja, y al fin me di cuenta de que podía
hacer mis elecciones y tomar decisiones en mi vida, algo que antes nunca pensé
que fuera posible. Nunca me había gustado el trabajo, nunca había creído en él.
El sentimiento era tan real, que por primera vez me hizo enfrentarme a un ser
falso, justo como ellos. Ahora ya no necesito jugar esos papeles nunca más.
XIX. Conclusiones: la terapia primal veinte
años después
¿Por qué sostengo que sólo hay una terapia efectiva para la neurosis, o todavía
pienso de ese modo? Después de todo, ahora tengo veinte años más y espero
también ser más sabio. Y aparte, tengo veinte años más y miles experiencias con
pacientes en las que me puedo apoyar. ¿Cómo podría haber alguna otra
aproximación, si estamos hablando de una terapia efectiva para la neurosis,
cuando el dolor sigue todavía ahí y continúa impreso y duradero? Si puede
resolverse reviviendo experiencias, entonces parece inevitable y lógico
perseguirlo y, sobre todo, no mezclarlo con otras psicoterapias llamadas
“holísticas”. En el nombre de la “mejoría”, no se puede mejorar en la realidad.
Pero sí funciona, no sólo porque es lógico, sino porque a donde quiera que
miremos encontramos cambios significativos.
PACIENTES POSPRIMALES
¿Cómo son los pacientes postprimales? Hace veinte años parecía como si fueran
más homogéneos de lo que son ahora. Pienso que la principal diferencia radica
en su sistema de valores. Entonces, como ahora, valoran su tiempo, la belleza de
la vida, la belleza en general, el medio ambiente y la santidad de las cosas
vivientes. A lo largo del tiempo aprendieron lo que quieren y tratan de
alcanzarlo. No permanecen en relaciones que son malas para la salud mental.
Aparecen más vivos, pues la mortalidad ha sido separada de su rostro.
Qué alivio ser capaz de amar y ser amado, poder aceptar calor y cuidado sin
tener que defender o mantener el viejo sentimiento de nunca ser amado. Qué
sentimiento tan agradable es ser agradable con uno mismo, sin ser manejado
durante doce horas diarias, ser capaz de tomar una vacación sin la molesta
preocupación de tener que regresar al trabajo. Qué alivio ya no estar plagado por
las obsesiones y pensamientos repetitivos que bloquean todo nuestro
pensamiento. Qué agradable que nuestras partes sexuales funcionen al fin y
trabajen con placer. Qué relajante es no tener que probarse a sí mismo ante todos
los demás y no sentirse devastadoramente inferior. Todo eso es de lo que se trata
la terapia.
El dolor no es la meta final de esta terapia. No somos ni sádicos ni
masoquistas. Abrazamos el dolor para seguir viviendo, nunca es un fin en sí
mismo. Solamente sucede que el dolor se planta en medio del camino del placer.
Para el neurótico, el placer es la analgesia exitosa. Para el normal, es un puro y
global estado de un buen sentimiento.
Cuando nos desprendemos de nuestros sentimientos perdemos el contacto
con el significado de nuestra experiencia, pero cuando ese significado se refería
a nuestras experiencias tempranas, se convertía en sobrecogedor, pues la
represión se alistaba para hacerlo carente de significado. Entonces pasábamos el
resto de nuestra vida buscando el significado. El sentimiento no sólo alivia, da
significado.
La última verdad acerca de la neurosis descansa en el nivel de la experiencia.
Ninguna cantidad de datos estadísticos ayudará a que la gente entienda qué son
los sentimientos, estos nunca pueden comprenderse en términos de esas ideas.
Mientras más racionalizamos y empleamos la lógica, entendemos menos acerca
de los sentimientos; ellos conforman todo un universo en términos de ideas. Los
que no pueden sentir, necesitan pruebas, pero ninguna prueba puede ayudar a
alguien a sentir la naturaleza de un sentimiento. La “prueba” es una invención
“civilizada”, los sentimientos anteceden a esa habilidad por millones de años.
A diferencia de otros padecimientos, la neurosis es una enfermedad de la
persona, no de un órgano. Es la última enfermedad humana. Por eso es tan difícil
encontrarla, está en todas partes y en ninguna, pero tiene una fuerza de acero que
crea presiones explosivas que irrumpen en la psique y dañan nuestros órganos.
Es una fuerza invisible e intangible que crea confusión; e incluso cuando la
señalamos, se la niega. Qué dilema que la neurosis secretamente invada cada
parte de nosotros y se oculte en el camino: cuando se le canaliza a una afección
específica, llegamos a pensar que se trata de la “verdadera” enfermedad.
En los días que hacía psicoterapia psicoanalítica, me encontré con grandes
oradores que nos entregaban unas obras maestras de insights que nunca se
aliviaban. ¡Más insights!, pensábamos, sin darnos cuenta de que los insights eran
una defensa más. La persona a veces se sentía mejor con sus insights porque se
convertían en una barrera protectora.
Pero comprender la enfermedad no significa algo mejor que un buen
diagnóstico que asegura que una alta presión sanguínea, la eliminará. ¿Por qué
en esta tierra llegamos a pensar que todo podía funcionar en el área mental?
Una vez que se integra cada aspecto de un sentimiento, no tiene por qué
sentirse nuevamente. No podemos regresar en el tiempo y ser otra vez
neuróticos. Uno tendría que colocar de nuevo esos dolores ya sentidos.
Lo que todos debemos aprender, es que no hay un camino fácil, no hay vías
cortas hacia la salud mental. No después de décadas de privación. ¿De qué otro
modo podría ser? ¿Podría alguien imaginar que había una solución mágica para
curar décadas de dolor y de falta de atención? ¿Podría haber una solución que se
alcanzara en unas cuantos fines de semana o quizá durante meses?
¿Cómo podría alcanzarse una solución por medio de un mantra, de la
concentración en una fuerza superior, meditación periódica, píldoras, etc.? Eso
simplemente no es posible. Las vitaminas no podrían revertir una infancia muy
ruda, aunque podrían atenuar sus efectos. No hay libros de “cómo hacerlo”,
libros que puedan revertir una vida completa sin afectos, sin importar lo que la
persona piense, a menos que los problemas de esa persona impliquen una seria
falta de conocimiento. Los libros de “cómo hacerlo” no pueden alcanzar a una
gran neurosis.
El único camino a la salida es el mismo por el que entramos: dolor y más
dolor. No hay algún camino sin dolor, por mucho que lo deseemos. Los que ya
han sufrido bastante, sienten la verdad del dolor escondido. Sólo necesitan un
lugar seguro a dónde dirigirse y sentir.
Nuestros pacientes consideran que la terapia es como un viaje increíble:
“¡qué gran trabajo de descubrimiento es!” Todo lo que el paciente tiene que
aprender yace en su interior, sólo tiene que descubrirlo. Sentir es como abrir un
libro con la propia historia, nos convertimos en estudiantes de nosotros mismos.
¿Es duradero? Sí lo es, porque al darle a alguien de nuevo sus lágrimas, le
estamos restaurando una función natural. Las lágrimas parecen regir el sistema
completo. Cualquiera que tenga un buen llanto sabe lo bien que se siente
después: imagínense llorando todo el sufrimiento de su vida.
Hemos hecho estudios de seguimiento durante cinco años que indican que la
terapia se sostiene. Después de que dejan la clínica, los pacientes continúan
sintiendo durante un largo tiempo, de modo que la terapia realmente sigue en
marcha para convertirse, más que en una terapia, en un estilo de vida. No creo
que sea posible erradicar hasta el último vestigio de dolor en nuestro sistema.
LA NECESIDAD COMO FUENTE GENERADORA