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“Carta Pan” - Julio de 2014

Extraído de un Servicio Divino realizado por el Apóstol de Distrito Norberto


Passuni.
Texto bíblico:
“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos
por su vida.”
(Romanos 5:10)

Hoy es un Servicio Divino que para nuestra fe tiene un significado especial,


tiene como un valor añadido, donde toda la comunidad creyente ora,
intercede por los que nos han precedido a la eternidad.
Donde activan los Apóstoles hay una sugerencia del Apóstol Mayor de
emplear un texto especial. En este caso es este texto de Romanos que hemos
leído.
La Epístola a los Romanos es una reflexión que hace Pablo. Y quizás, en
cuanto a su posición teológica, es la que siempre fue fuente de desarrollos
especiales, porque la escribe a una comunidad donde él no activó; no tiene
origen “paulino” Roma. Entonces está como libre de tratar ciertos temas, sin
identificar autores, o protagonistas, sin provocar ese efecto a veces no
deseado de que alguien se sienta señalado por la palabra. Entonces puede
explayarse con otra libertad.
Y nos habla del pecado. De eso que nos separa de Dios. Ese enemigo, casi
como el que se rebela contra Dios. Y uno tiene que pensar que Dios cura el
mal de raíz. No lo “maquilla”, lo sana. Y el mal comienza con una reflexión
de la sabiduría en el mundo, cuando el hombre inspirado piensa sobre el
espectáculo que le ofrece la vida, en su dolor, en su frustración, entonces le
ilumina Dios para que ubique un punto de ruptura en esa creación que el
Señor había hecho y que cuando la vio Dios mismo dijo que era buena.

Conocemos el relato, yo lo voy a decir brevemente. El hombre es colocado en


un ambiente especial, que es llamado el paraíso, el jardín del Edén. Y tiene
sólo un mandamiento: “podés hacer cualquier cosa, le vas a poner nombre a
los animales, a las plantas”; el ser humano domina, es colocado como corona.
“Sólo una cosa no quiero que hagas”. Cuando Dios le dice esto, le da un
mandamiento. No una imposibilidad física. Podría haber evitado Dios que
físicamente el hombre transgrediera el mandamiento. Pero lo dejó a su
libertad. “Tomar del árbol del conocimiento del bien y del mal”.

En el pensamiento judío las cosas a veces se sintetizaban por sus extremos.


Cuando se habla del “bien” y del “mal”, se habla de todo lo que está entre un
extremo y el otro. No se habla únicamente de un concepto ético, moral. Se
habla también de las ambiciones del hombre, de sus criterios de elección, se
habla de sus juicios. Ese árbol que el autor inspirado menciona en el tiempo
primordial de la creación, es la síntesis del hombre que no quiere la sujeción
a Dios. El hombre quiere ser autónomo, quiere decidir por sí mismo lo que
está bien y lo que está mal. No acepta que sea el Señor el que le diga, el que
se lo marque. Que aquel que le da la vida, le dé las instrucciones para que esa
vida pueda ser usada con bendición. Quiere hacer su propio camino. Ese es
el pecado.
Y si este es lo que nos separa de Dios, y de lo cual tenemos evidencias, no en
ese texto milenario, sino en la experiencia de todos los días. Entonces, si esto
es así en ese primer hombre, en ese padre, tiene que ser tipificado, como la
matriz con la que nosotros obramos. Adán pasa a ser como el modelo, con
muchas razones. Primero por los motivos. ¿Por qué peca Adán? Porque no le
interesa mantener la relación con Dios. Porque quiere ser autónomo. Y uno
diría, ¿pero no le dio Dios la libertad? Por supuesto. Y la libertad va asociada
a una responsabilidad. Porque cuando nos acercamos a Dios, no somos
menos libres, sino que somos más plenos en la libertad. Porque entonces la
vida nuestra se vive según la indicación de aquel que nos dio la vida y que
sabe lo que podemos hacer con ella.

Entonces ese es el motivo que lo mueve, que lo moviliza, que lo impulsa a


Adán; ahí tenemos una causa. Si en el pensamiento nosotros dejamos lo que
hace al testimonio de cada día, advertimos los desvíos que se siguen
tomando. Y en esos atajos que toma el ser humano, vemos cómo se
desfigura, cómo desaparece la imagen de Dios. Es difícil a veces reconocer la
última raíz de bondad en la creación, no en los animales, en los seres
humanos.
Pero Adán es ejemplo también en el paso siguiente. Una vez que transgrede,
¿qué hace? Se esconde. Se esconde de Dios y se disfraza de excusa, de
acusaciones. ¿No es lo normal? Es otro patrón de la conducta humana:
esconderse de Dios. Se tapó con hojas de higuera... Qué imagen, ¿no es
cierto?
¿Qué hizo? No aceptó su error. Casi lo culpa a Dios mismo, porque le dice:
“La mujer que tú me diste”.
Y hay un tercer escalón: cuando advierte lo que hizo, ya no puede volver
atrás. Él ya no puede arreglar lo que hizo. Entonces ahí tienen el derrotero
que hace el pecado. ¿Y qué dice el Apóstol Pablo? Es una interpretación
apostólica. Dice: en Adán pecamos todos. Es decir, el pecado no es
hereditario porque me lo transmitieron mis padres, ni abuelos. El pecado lo
tengo a título personal. Eso es lo que escandaliza al cristianismo en la
interpretación clara del Apóstol Pablo también, en la epístola a los romanos.
No dice: “por culpa de Adán”. No. Por el sólo hecho de pertenecer a la
condición humana, llevás a título personal este pecado. Por eso se le dice
“pecado original”, no hereditario. ¿Y esto qué produjo? Separó al hombre de
Dios. Y esa separación cada vez fue más ostensible, más pronunciada. Hubo
momentos en donde hasta el juicio de Dios cayó sobre el hombre para
terminar con esa multiplicación, esa proliferación del pecado.

Se instituyeron los ritos, los sacerdotes. El viejo sacerdocio levítico, aaronita,


en realidad postergaba el juicio de Dios. Entraba el sacerdote, una vez por
año, todos conocemos cuando el calendario judío señala el Yom Kippur, el
día del perdón, y entraba el sacerdote con la sangre de la víctima; su tarea
era llevar ante Dios sus propios pecados, los de los sacerdotes y los del
pueblo. Sobre dos machos cabríos, a uno se lo mataba y en el otro ponían la
mano sobre la cabeza del animal, confesaban los pecados del pueblo y lo
abandonaban al desierto. Toda una imagen para mostrar que no querían al
pecado en la presencia de Dios, en la cercanía del templo, sino lejos de la
vista de Dios. Pero estas eran sólo figuras. El que había pecado no era la
cabra, no era el cordero, el que pecó es el ser humano. Y Dios decide hacer
las cosas de nuevo. En Cristo recapitula todo. El sacrificio lo tenía que
brindar el hombre. Y qué extraño: no es el ser humano que agravió a Dios el
que hace el sacrificio, sino que viene Dios, el agraviado, a hacer un sacrificio
que enloquece, trastorna la razón. Porque no paga el que debe, sino que es el
acreedor que se ofrece. ¿Qué viene a hacer el Señor? Viene a mostrarnos
cómo es el ser humano que Dios quiere bendecirnos, en carne. El sacrificio
es a Dios. Pero también qué testimonio da de esto? Nos está diciendo hasta
dónde llega el amor de Dios. Uno ve ciertas causas, en la sociedad, en
nuestro tiempo, a las que las personas dedican todo su tiempo y su vida. Esas
personas no siempre son reconocidas. A veces después de muertos se les
hacen algunos actos, pero en vida, es poco el reconocimiento que tienen.
Pero llegado el caso y cuando está en riesgo esa misma vida, sostenidas por la
firmeza de sus convicciones esas personas conservan la posición. ¿Quién está
dispuesto a dar la vida por ellos? Aún los que lo acompañan, los más
próximos, los más comprometidos con las mismas ideas y quizás hasta con el
afecto personal. Es difícil que uno ofrezca la vida, porque el que da la vida da
todo lo que tiene. Por un justo. El Señor la dio por injustos. Un amigo nos
puede exigir una conducta, y uno para no defraudar a veces vacila. ¿Qué nos
podría exigir un enemigo? El Señor lo hizo por ellos. Hace el sacrificio. La
cruz es el símbolo de ese encuentro. La cruz está en el centro.
Cuando al Señor le cuentan los Apóstoles que el camino de Él pasa por allí, le
dicen que no lo haga. Y el Señor tiene que reprender en Pedro a Satanás, que
habla de dos cosas concretas, que habla de las cosas que hacen al sentido
común, que atraviesan toda la historia y las compartimos. Pero es extraño el
camino de Dios. Ese amor que era tan desbordante, porque sólo cuando
desborda, cuando es excesivo es suficiente. Entonces por eso lo primero: no
se agrada Dios del dolor, del fracaso, de la frustración. El único sacrificio
válido para reconciliarnos con Dios lo hizo el Señor. ¿Qué será nuestro
sacrificio, nuestra ofrenda? Por extraño que parezca, no es que hoy hayamos
tenido que salir o haber sorteado dificultades, que no dejan de tener valor
como experiencia; pero el verdadero sacrificio es el que no aceptó Adán. Es
tomar lo que Dios nos da. No darle a Él algo que no tiene. Es aceptar lo que
me pide, ¡ese es el sacrificio!
Y hoy el Apóstol Mayor nos dice: una preparación para el Servicio Divino en
ayuda para los difuntos podría ser esta, adorar a Dios. Porque cuando uno
acepta la voluntad de Dios y cuando uno siente que esa es la que le agrada,
está adorando. ¡No nos quiere humillar el Señor, hermanos! Nos quiere
reconducir el camino para bendecirnos. Y entonces el sacrificio del Señor
acaba con ese pecado original, para el que lo acepta. ¿Tan sólo es aceptar
eso? A esto le llamamos gracia. La fe es una obra de la gracia de Dios y una
tarea nuestra. Las dos cosas al mismo tiempo. Es Dios que viene a nuestro
encuentro, y con la fe es donde nos apropiamos de lo que Él nos ofrece.

Voy a leer entonces el texto donde Pablo habla de esto. De ese reencuentro.
Porque dice “reconciliarse” con Dios. No es Dios que se reconcilia conmigo.
Soy yo que me reconcilio con Dios. Pero cuando me reconcilio con Dios,
¿qué hago? ¿Sólo dejo de rebelarme? ¿Cuál es mi relación? No queremos
exagerar los paralelos con las experiencias humanas... ¿cuándo se da una
reconciliación plena, cómo se produce? ¿Cuáles son los efectos? Vamos a
decirlo de otra manera, ¿qué sucede cuando uno recupera en plenitud un
vínculo muy profundo? A veces no hay palabras para expresarlo. Y como
sabe qué vivió cuando esto estuvo dañado, ¿qué hacemos para cuidarlo? ¿Y si
el Dios que me reconcilia, además quiere ser mi amigo? Porque cuando
acabó la distancia ya no había razones, porque cuando hizo el sacrificio que
terminaba con ese espacio, no quería que las cosas quedaran en una
justificación puramente formal. Quería que progresivamente entráramos en
un vínculo de intimidad con Él. Entonces dice:

“Porque si siendo enemigos...”


Es decir, cuando nos rebelábamos delante de Dios.

“... fuimos reconciliados con Dios...”


Volvimos a tener contacto, comunión con Él. Entonces:

“...por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos


salvos por su vida.”
Hoy es un Oficio en ayuda para los difuntos. Esta vida no es la que Él perdió
en la cruz, sino la que le hace estar en medio de nosotros hoy.
Tuve un testimonio, había una hermana joven con una enfermedad muy
severa. La mamá, delante de ella, me dijo: el médico dijo que hay esta
probabilidad a favor y esta otra en contra. Esto que se resume en unas pocas
palabras es de una tensión muy importante. Le dije entonces que Dios no
juega a los dados, no está mirando para otro lado, no está sujeto a una
distribución de probabilidades. Está entre nosotros. Él va a producir la
respuesta. Y la respuesta va a ser un hecho de fe, sin ninguna duda.
Es por su vida que nos reconcilia. Nos dijo que lo podemos llamar “Padre”.
Un día los Apóstoles le dijeron que les enseñara a orar. Es la oración, la única
que hacemos en común, del Padre Nuestro. Fueron los Apóstoles los que le
dijeron: enséñanos a orar. ¿Por qué podemos decir “nuestro”? Porque si es
nuestro, tenemos los mismos derechos todos. Es porque hay diferencias que
desaparecieron. Hay distancias que ya no están más. El pecado nos había
separado de Dios, el sacrificio de Cristo nos permite tener comunión con Él.
¿Qué dice el Señor? Cuando vayas a orar, hazlo así: “Padre nuestro”. Pero
fíjense qué importante: el Señor nos dice las palabras con las que tenemos
que orar. Esto significa que cuando le oramos a Dios, estamos orando con las
palabras que Él nos enseñó. Y como nos enseñó lo que tenemos que pedir,
nos está mostrando qué persona quiere que seamos. Y en un punto dice:
“como yo perdono” [“como nosotros perdonamos”]. Un antiguo varón de
Dios, en Palestina, en la Edad Media, dijo: “Me imagino la Iglesia real del
Señor, no la formal, no quizás la visible, la de los que verdaderamente en
cualquier parte de este planeta están buscando a Dios, como un círculo. En
el centro está Dios. Y los radios de ese círculo son los caminos que cada uno
hace con respecto a Dios”. ¿Es posible acercarse al centro de ese círculo? ¿Es
posible acercarse a Dios si no nos acercamos en los trayectos de vida entre
nosotros? Y si quisiéramos medir la distancia a Dios, ¿no sería un buen
indicador ver qué distancia tenemos entre unos y otros?
En ese camino nos quiere encontrar el Señor. A veces dice: yo no pude
perdonar, ¿es digno que tome la Santa Cena? Hermanos, no es el resultado lo
que mira el Señor sino la intención. Él conoce nuestra debilidad humana. No
está como un fiscal persiguiendo nuestros actos o abultando nuestros
errores. Por eso una y otra vez renueva el perdón. Ahora, ¿hay un verdadero
arrepentimiento? Arrepentirse no es tomar una postura de desconsuelo.
Arrepentirse es cambiar el criterio, la mentalidad. Significa que uno hasta
donde puede repara el daño que hizo. Y a veces es un daño que es material, a
veces lo hicimos con obras, palabras, con acciones. ¿No sería bueno pedirle a
Dios las fuerzas para mostrar la sinceridad de ese cambio para el perdón? Se
hicieron votos, incluso quienes están en la eternidad, y nosotros hicimos
votos. El voto es una promesa que se le hace a Dios. Porque él la pide para
bendecirnos, para abrir la puerta a su manifestación. Los que están en la
eternidad, y nosotros también, y los que no están aquí hoy, ¿todos los días
cumplimos esos votos? Vuelve la mirada de Dios. Cuando alguien firma un
contrato y supone obligaciones para las dos partes, si una de las partes no
cumple la otra queda liberada, en reglas generales. ¿Por qué me exigen mi
parte cuando el otro no ha cumplido la suya? ¿Saben cómo es la alianza que
Dios nos propuso en los Sacramentos? Él es fiel a su palabra, Él dijo que lo
haría; el que se aleja soy yo. Pero si, como el hijo pródigo, vuelvo, me está
esperando con los brazos abiertos. Y la promesa sigue intacta. Y cada vez que
lo intento esto es así. Daremos testimonio de esto en la eternidad, hoy
también.

***

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