Este es uno de los grandes desafíos que tenemos los adultos mayores: Seguir aprendiendo. Nadie puede enseñar a otros si no aprendió antes. Si como adultos mayores deseamos ayudar a las futuras generaciones es fundamental que no nos quedemos. Podemos apropiar para nosotros la primera ley del maestro que expresa: “Si usted cesa de crecer hoy, cesa de enseñar mañana”1. En la medida que tenemos entusiasmo por aprender crecemos como personas y nos sorprendemos por la calidad de vida que vamos adquiriendo. Pablo expresó esta verdad aplicándola a su experiencia cristiana escribiendo: “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13,14). De igual manera notamos que Pablo no dejó de estudiar, ni de leer. Cuando estaba preso en Roma, siendo anciano y habiendo predicado en gran parte del mundo conocido y escrito varias de sus cartas apostólicas, pidió a Timoteo que lo visitara y que le llevara, entre otras cosas, “los libro, mayormente los pergaminos” (2 Timoteo 4:13). Muchos adultos mayores consideran que ya vivieron suficientemente, que ya saben todo, que ya no necesitan aprender más y se dejan estar. En la medida que perdemos el interés y la curiosidad por aprender vamos muriendo. La lectura, el estudio, la conversación con personas de distintas edades, incluso con niños y jóvenes, nos permiten abrir nuestra mente y el panorama de nuestra vida. Esto nos da sentido, perspectiva y la capacidad de vivir a la par del progreso de la humanidad. Es verdad que no podremos alcanzar a comprender todos los conocimientos nuevos, pero sí podemos y debemos tener una idea de lo que está pasando y esto nos permite compartir conversaciones con personas de todas las edades y de diversos niveles de cultura. La disposición a seguir aprendiendo tiene distintas dimensiones, desde la curiosidad de preguntar lo que no entendemos, hasta prestar atención a lo que nos están diciendo en cualquier conversación. Muchas veces, cuando las personas que están con nosotros tocan temas que no comprendemos, dejamos de escuchar y con esa actitud perdemos la oportunidad de enriquecernos. Desde cómo plantar una planta en el jardín, hasta cómo la ciencia está creando vacunas para sanar enfermedades, todo lo que escuchamos nos capacita para tener material para hablar inteligentemente con otras personas. Por otro lado la inquietud por aprender renueva nuestra vida, le da significado porque se transforma en una aventura. Otra forma de saciar nuestra sed de aprender es inscribirnos en cursos que se dan en los colegios, casas de la cultura, en las reuniones de estudio de nuestra iglesia, etc. Muchos saben que teniendo casi sesenta años y siendo presidente de nuestra denominación y del consejo directivo del Instituto Bíblico de Buenos Aires y profesor de materias de Teología Práctica, volví a las aulas. Fue una experiencia interesante y enriquecedora. En el aula compartía y competía con jóvenes de poco más de veinte años
1 Hendricks Howrad. Enseñando para cambiar vidas. Editorial UNILIT