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CUENTOS CHINOS

PAN GU

EL FORMADOR DEL MUNDO

En una época inmemorial no existían el cielo y la tierra. El universo era


una nebulosa caótica y embrionaria que tenía la forma de un gran huevo.
Allí dormía, apacible y tranquilo, un gigante llamado Pan Gu.

Al cabo de dieciocho mil años, el gigante se despertó. Encolerizado


porque en derredor suyo reinaban las tinieblas, sacudió sus brazos,
vígorosos, como el hierro, para separarlas yel gran huevo se reventó La
nebulosa caótica y primitiva, que había permanecido concentrada en un
solo sitio durante varios cientos de miles de años, empezó a girar
convulsivamente. Las materias ligeras se levantaron vertiginosamente,
despersándose para formar el cielo azul, mientras que las pesadas
comenzaron a precipitarse dando origen a la tierra. Pan Gu, desahogado y
alegre, exhaló un suspiro mientras se afirmaba entre el cielo y la tierra.

A pesar de que el cielo y la tierra se habían separado, Pan Gu,


preocupado de que se volvieran a unir, resolvió sostener al primero con
las manos e hizo progresar su talla vertíginosamente. Creció diariamente
3,3 metros, separándose a este mismo ritmo el cielo y la tierra. Después
de que transcurrieron otros dieciocho mil años, ell cielo alcanzó mayor
altura y la tierra se solidificó. Por su parte, Pan Gu llegó a tener una
estatura de 45,000 kilómetros y, apoyando sus pies sobre la tierra,
sostuvo el cielo con la cabeza: era digno de que se le llamase gigante. Y
debido a su esfuerzo, el cielo jamás volvió a fusionarse con la tierra. Las
tienieblas y el caos se disiparon para siempre, pero Pan Gu agotó todas
sus energías y murió extenuado pocoo más tarde.

Pan Gu aspiraba a crear un mundo bello y resplandeciente donde


coexistieran el sol y la luna, las montañas y los rìos, y todas las especies.
Desgraciadamente, murió sin poder plasmar esta grandiosa causa.

Sin embargo, como hecho muy extraño, en el momento de su muerte, su


cuerpo sufrió una metamorfosis repentina, dando origen a todo lo que
nos rodea:

De su aliento nacieron el viento primaveral y las nubes que nutrían a los


seres; su voz se convirtió en el trueno ensordecedor. Su ojo izquierdo se
transformó en un sol brillante, y, el derecho, en una hermosa luna; sus
cabellos y la barba dieron origen a incontables estrellas. Sus cuatro
extremidades y el tronco dieron principio a los cuatro puntos cardinales y
a las cinco grandes montañ sagradas.

De su sangre brotaron enormes y tumultuosos ríos y sus tendones se


transmutaron en ampios caminos dispuestos en todas las direcciones.
Sus músculos se conviertieron en tierras fértiles; y los dientes, los
huesos y la médula de sus huesos, en blanco jade e infinitas reservas
minerales. El fruto de sus vellos fueron las plantas, la hierba y los
árboles, y el de su sudor, la lluvia y el rocÍ. En una palabra, gracias al
poderío mágico del gigante Pan Gu nació un mundo exuberante, pletórico
de colorido y esplendor. Y se dice que el hombre surgió en el espíritu y
alma de Pan Gu que habían permanecido concentrados durante largo
tiempo.

Es decir, somos descendientes directos de Pan Gu.

CUENTO CHINO # 2

NÜ WA

CREA AL HOMBRE Y RESTAURA LA BOVEDA CELESTE


Después que se separaron el cielo y la tierra, la diosa Nü Wa viajó por entre ellos. En el
cielo brillaban el sol, la luna y numerosas estrellas. En la tierra, las montañas y los ríos
eran majestuosos; las flores, las plantas y los árboles crecÍan exuberantes, y los pájaros,
los animales, los insectos y los peces se multiplicaban vigorosos. Reinaba la vitalidad.

El regocijo que sentía la diosa por todo este espectáculo, era indescriptible. sin
embargo, sentía que algo faltaba. En verdad, había necesidad de un ser que fuera el más
inteligente, capaz de labrar la tierra y, en último término, gobernar y guiar a todas las
criaturas que se hallaban bajo el ciel. De lo contrario, el mundo acabaría siendo como
antes, desértico y solitario, no importa que los paisajes fuesen pintorescos o que
hubiese mayor número de seres.

Después de meditar el asunto, Nü Wa se puso en cuclillas y tomó un puñado de arcilla, la


que empezó a modelar a su imagen y semejanza. De este modo creó unas pequeñas
figuras que podían sostenerse erguidas, caminar y hablar. El gozo de la diosa fue
extraordinario. a medida que continuaba modelando, fueron apareciendo sucesivamente
grupos de hombres y mujeres que saltaban y gritaban a su alrededor. Nü Wa rió,
alborozada. La diosa bautizó a estas figuras con el nombre de "humano", porque podían
caminar.

Como quiso que la tierra estuviera poblada por tales criaturas, quienes tenían el don de
la inteligencia y sabían hablar, Nü Wa trabajó día y noche hasta el cansancio, sin
embargo, estos seres no lograban llenar la inmensidad de la tierra. De repente, se le
ocurrió una idea: tomó una rama de liana y ató uno de sus extremos a una gran piedra;
luego, amontonó arcilla sobre aquélla y comenzó a agitarla sin cesar. a medida que hacía
esta operación, la arcilla que iba salpicando se convertía, como por arte de magia, en
pequeñas figuras, las que a su vez lanzaban un gemido. De este modo fueron
apareciendo paulatinamente los seres humanos que poblaron la tierra y se esparcieron
por todas partes.

Nü Wa quiso entonces que se propagara la especie, para lo cual les enseñó a los seres
humanos a contraer uniones, animándolos a que se amaran, engendraran hijos y
fundaran familias. Es por ello que fue conocida en la remota antigüedad como la "diosa
casamentera".
Habían transcurrido ya muchos años desde la creación del hombre, cuando se produjo
un hecho insólito: Gong Gong, el dios del agua, y Zhu Rong, el dios del fuego, se
trenzaron en un combate encarnizado, a causa del cual se desplomó el cielo, y la tierra
dio un vuelco. Los seres humanos sufrieron por ello una catástrofe que casi los
extermina.

Todo sucedió así: Gong Gong, quien era un dios tiránico y caprichoso, ambicionaba ser
el amo y señor del cielo y la tierra. Pero tenía, un enemigo mortal: el irascible y feroz Zhu
Rong, quien también codiciaba gobernar al mundo. Gong Gong tenía dos cortesanos. El
primero de ellos, Xiang Liu, era un individuo cruel y mezquino, cuya figura repugnaba a
la vista pues su cuerpo era de serpiente, de color azulado, y tenía nueve cabezas con
rostro humano. El segundo, Fu You, era un malhechor que merodeaba por todas partes
recurriendo a la violencia y a la extorsión. El dios del agua tenía además un hijo. Este, al
igual que su padre, también era un bribón, ambicioso, y cometía toda clase de fechorías.

Estos tres sujetos siempre le sirvieron de cómplices a Gong Gong en todas sus
atrocidades y, como era de esperarse, participaron en la pelea contra Zhu Rong.

El día en que se produjo el combate, Gong Gong llegó con sus cómplices en un barco
para atacar a Zhu Rong, levantando las olas y el viento para hacer ostentación de su
poder&iacuteo militar. Pero Zhu Rong no se dejó intimidar. Al ver la superioridad
numérica de Gong Gong, adoptó un aire de impotencia y retrocedió con el propósito de
atraer a los enemigos a tierra firme. Entonces, les lanzó bocanadas de fuego y de humo,
cercándolos. Como resultado, Xiang Liu fue muerto y Fu You recibió quemaduras en
todo el cuerpo. Este, haciendo un esfuerzo, rompió el cerco de llamas y se arrojó al río
Huai, donde finalmente murió a causa de la gravedad de las quemaduras. El hijo de Gong
Gong, quien a la hora de la verdad era un incapaz para el combate, quedó paralizado por
el terror que le causó la escena, motivo por el cual su padre lo partió en dos de un solo
tajo.

Habiendo sufrido tantas pérdidas, y al no estar en condiciones de combatir, el dios del


agua se vio obligado a retirarse. Pero el arrogante Gong gong no pudo tolerar esa
derrota ignominiosa. Avergonzado y enfadado a la vez, tuvo un arranque de ira en el cual
arremetió contra la montaña Buzhou, con tanta fuerza, que una de las columnas que
sostenían al cielo se desplomó.

Según se dice, habían cuatro enormes columnas de piedra que sostenían la bóveda
celeste bajo la cual los seres humanos vivían pacíficamente en la tierra.

Al quedar destruida esta columna, que le servía al cielo como soporte en el noroeste,
una parte de aquél se desprendió, apareciendo en él un gran agujero. Se produjo un gran
choque y la tierra dio un vuelco. Las aguas brotaron de su centro y se desbordaron los
ríos, lagos y, mares, quedando convertida aquélla en un vasto océano cuyas olas
rozaban al cielo.

Al chocar las piedras, se produjeron chispas que incendiaron los bosques,


conviertiéndolos en un mar de fuego. Los animales tuvieron que salir en estampida
azotando gravemente a los seres humanos.

¡Era un espectáculo aterrador!

En verdad, el mundo se había convertido en aquel entonces en un infierno, como lo


propagan los mitos.

Nü Wa, creadora y madre bondadosa de los seres humanos, se sintió conmovida al ver
esta situación y decidió restaurar el cielo para que sus hijos y nietos pudieran continuar
viviendo. La diosa, que estaba en el centro de la tierra, miró en derredor y trazó un plan,
después de meditar un poco.
Recogió muchas piedrecitas de distintos colores y las fundió con el fuego, creando una
masa con la cual remendó el cielo. Además, quemó gran cantidad de juncos y con las
cenizas de éstos rellenó las grietas que se produjeron después de que la tierra se
hab&iacutea volteado.

Sin embargo, el cielo ya no era como antes: había quedado inclinado hacia el noroeste,
por donde se ocultaban el sol, la luna y las estrellas. Después del cataclismo, la tierra
también cambió de posición, inclinándose un poco hacia el sureste. Por eso, a partir de
ese momento, los ríos corren en esa dirección pero tal cambio no ejerció ninguna
influencia sobre la vida de los seres humanos; por el contrario, precisamente debido al
movimiento del sol, la luna y las estrellas, aparecieron en la tierra las distintas
estaciones: la primavera, el verano, el oto&ntildeo y el invierno; y la división del día y la
noche.

Justamente, debido a que las aguas de los ríos corrían ininterrumpidamente hacia el
sureste e irrigaban a ambos lados grandes extensiones de tierra, la hierba y los árboles
crecieron exuberantemente y hubo cosechas abundantes de cereales. En fin de cuentas,
la humanidad no fue la única en beneficiarse: la tierra se volvió más próspera y
pintoresca.

Al cumplir todo esto, Nü Wa montó en un dragón y, atravesando las nubes, se dirigió


hacia el imperio celestial para revenciar al soberano del Cielo e informarle
detalladamente sobre lo que había hecho. No obstante, éste no mostró ni asomo de
alegría. Por el contrario, pensó que, al haber aparecido el hombre, el único ser dotado de
inteligencia, éste, con su sabiduría y habilidad aprendería a cambiar el cielo y la tierra,
crearía lo nuevo y, finalmente, llegaría a ser el dueño de todo el universo. Para entonces,
su autoridad divina se vería seriamente amenazada. Sin embargo, como el Soberano del
Cielo no podía expresar sus pensamiento a Nü Wa, sólo aprobó con la cabeza, diciendo:

- ¡Actúe como le plazca!

Mas Nü Wa no compartía esta idea ni se jactaba de haber creado al hombre y restarado


el cielo. sus preferencias estaban por los hijos que había creado con sus propias manos
y se preocupaba porque siempre fueran felices. Por todo esto, las siguientes
generaciones de seres humanos mostraron su agradeciemiento a su bondadosa madre,
cuya imagen quedó grabada para siempre en el corazó de sus descendientes.

SHEN NONG

PROBO LAS CIEN HIERBAS


Los seres humanos llevaban una vida bastante difícil y penosa en la remota antigüedad,
debían atravesar herbazales y corrientes de agua, desafiando el sol ardiente del verano y
el frío riguroso del invierno, y corriendo grandes riesgos cuando cazaban pájaros y
bestias o recogían frutas silvestres para subsistir. Pero a pesar de ello, nadie padecía
enfermedades.

Pero, ¿por qué la humanidad padeció posteriormente distintas enfermedades y


epidemias ?

Se dice que al Occidente, muy lejos, había una cordillera conocida como Kunlun en la
cual existía un Estado llamado Xitu que era gobernado por la Reina Madre del Oeste. En
el centro, en lo alto de la montaña Yushan, se encontraba el palacio de la Reina Madre.
Allí había una fuente cuyas aguas corrían al pie de la montaña formando un lago llamado
el Estanque de Jade. Al gozar de un clima templado, éste era un lugar pintoresco y de
eterna primavera. Tanto en la montaña como en los alrededores del Estanque de Jade
crecían hierbas y flores extrañas y maravillosas, deambulaban animales raros y volaban
pájaros fantásticos. Según se dice, allí se producía el elixir de la inmortalidad. Este elixir
no era más que el fruto de los durazneros abonados con migajas de jade e irrigados por
las aguas del Estanque. Estos durazneros sólo florecían cada tres mil años y daban
frutos al cabo de otros tres mil. Si alguien comía uno de ellos, se volvía inmortal. Según
se dice, el dios Hou Yi, luego de pasar innumerables penalidades, llegó a la sede de la
Reina Madre del Oeste para obtener este elixir.

La Reina Madre del Oeste radicaba en un hermoso palacio ubicado en la resplandeciente


cumbre de la montaña Yushan. Allí tenía como sirvientes a tres grandes pájaros, con
cabeza roja, ojos negros y plumas verdes como las esmeradas. Uno se llamaba Dali, el
otro, Shaoli, y el tercero, Qingniao.

Dali le llevaba todos los días frutas exquisitas, Shaoli le brindaba agua del Estanque de
Jade en un vaso de jade y Qingniao era su mensajero. La reina tenía, además, un raro
pájaro de tres patas, vista aguda y garras afiladas, que volaba día y noche vigilando el
palacio.

Por encargo del Soberano del Cielo, la Reina Madre del Oeste tenía la responsabilidad de
guardar el precioso elixir de la inmortalidad y de vigilar las tres grandes cuevas que
había en el monte Kunlun en las cuales estaban confinados los reptiles y bestias que
transmitían plagas y enfermedades. Las puertas de las cuevas habían sido cerradas con
pesados candados de piedra y se hallaban cubiertas en su interior de moho y musgo por
haber permanecido clausuradas durante varias decenas de miles de años.

Pero hubo un suceso inesperado.

Cierto día, el pájaro de tres patas pasaba volando por una de las tres cuevas, cuando
oyó chillidos y gemidos que salían de allí. Movido por la curiosidad, se detuvo y miró a
través de las junturas de la puerta. Al darse cuenta de su presencia, los reptiles y las
bestias empezaron a suplicarle que los sacara de allí.

— No se puede — respondió el pájaro —. Si les dejo salir, perjudicarán a la gente.


Ustedes fueron recluidos aquí por orden del Soberano del Cielo y, además, la llave está
en manos de la Reina Madre del Oeste. Yo no puedo hacer nada.

— Entonces, por lo menos abre un poco las junturas para que penetre el aire. De verdad,
respiramos con dificultad. ¡Ay, todos saben que tú eres bondadoso!

Imposible. Aprovecharían la oportunidad para escapar — dijo el pájaro.

— Eso no sucederá. No te preocupes, pues no queremos comprometerte. Sólo


necesitamos respirar un poco de aire fresco — Los animales daban intencionadamente
gritos lastimeros.
Entonces, el pájaro crédulo voló a la alcoba de la Reina Madre del Oeste para robar la
llave. La reina estaba durmiendo, cosa que aprovechó el pájaro para abrir sigilosamente
un enorme cofre y sacar de allí la llave de piedra, que pesaba varios kilos. Luego, volvió
a la cueva; pero no bien acababa de abrir la puerta, cuando los reptiles y bestias salieron
apretujándose. El pájaro quiso cerrar la puerta para evitar que se escaparan todos, pero
fue en vano pues los animales se dispersaron en todas direcciones y desaparecieron en
un abrir y cerrar de ojos.

Al conocer lo sucedido, la reina quedó horrorizada. Colérica, ordenó encarcelar al pájaro


de tres patas. Luego, envió a Qiongqi, Tenggen y otros diez que sabían volar bien para
que persiguieran y arrestaran a las bestias, pero todos sus esfuerzos cayeron en el
vacío.

De ahí en adelante, se iniciaron epidemias que se propagaron entre los seres humanos.
Afortunadamente, solamente había sido abierta una cueva; de otro modo, la humanidad
padecería aún mayores enfermedades.

Por la época vivía un hombre llamado Shen Nong; era inteligente y laborioso, y tenía un
corazón ardiente puesto al servicio de la gente. Según se dice, él fue el inventor de la
agricultura. Originalmente, en la remota antigüedad, los seres humanos vivían
principalmente de la caza, pero a medida que fue aumentando la población, el número de
animales comenzó a disminuir. Para subsistir, los seres humanos se vieron obligados a
buscar vegetación o mijo silvestre, aunque no todas las veces los hallaban. Ante esta
situación Shen Nong decidió roturar la tierra en sus alrededores para plantar cereal de
modo experimental. Tales cultivos crecieron sanos y dieron muy buenas cosechas, lo
que permitió almacenar el cereal para garantizar la vida de los seres humanos durante
todas las cuatro estaciones del año.

Precisamente, a ello se debe su nombre de "Shen Nong" – dios de la agricultura–.

Viendo que los seres humanos eran atacados frecuentemente por las enfermedades,
Shen Nong se entristeció. " ¿Qué hacer ? —pensó — ¡Qué bueno sería si yo pudiera
encontrar algunas hierbas medicinales o inventar algunos remedios para aplacar el dolor
de la humanidad!"

Pero en la tierra había tantas variedades de hierbas y árboles, que era imposible saber
cuáles eran curativas o para qué enfermedades servían. Entonces, decidido a salvar a la
humanidad, probó todas las hierbas y los árboles para buscar los que fueran
medicinales.

A partir de aquel entonces, Shen Nong erró por el campo y las montañas, recogiendo
toda clase de plantas, observando detenidamente su apariencia y probándolas. Entre
ellas, había muchas variedades: acres, dulces, amargas, picantes y saladas; unas le
hacían sentir calor a la gente, otras, refrescaban; algunas fortificaban a los humanos
mientras que otras servían para eliminar la hinchazón y calmar los dolores. Pero había
algunas que eran sumamente venenosas. Durante su investigación, cierta vez, Shen
Nong se envenenó más de setenta veces en el curso de un día. Por este solo hecho, la
gente lo admiraba.

El espíritu de autosacrificio de Shen Nong emocionó mucho al Soberano del Cielo, quien
envió un cortesano con el encargo de ofrecerle un "látigo divino", el cual fue conocido
como el "látigo ocre rojizo" debido a que tenía este color. Este tenía poderes mágicos,
gracias a los cuales se podía saber de inmediato la eficacia medicinal de las plantas
según los cambios en el color del mismo. Por ejemplo, si el látigo sé tornaba rojo,
significaba que la planta era medicinal y tenía un carácter caliente; si se volvía blanco, la
planta era de carácter frío; si no cambiaba de color, la planta no era medicinal, y si se
transformaba en negro, significaba que la hierba era venenosa.
El cultivo de los cereales y el descubrimiento de las plantas medicinales fue un gran
acontecimiento en la existencia de la humanidad. Por eso, no es de extrañar que, con la
sola mención de Shen Nong, la gente expresara un respeto profundo hacia él.

CUENTO CHINO # 4

SUI REN

PRODUJO FUEGO POR FROTAMIENTO

En la remota antigüedad los hombres no tenían fuego. Este estaba en manos del dios
trueno, un monstruo de cabeza humana y cuerpo de dragón que solía recorrer el mundo
de los seres húmanos durante a primavera y el verano. Cierta vez, cuando pasaba por un
bosque, agitó su cola chocando contra los árboles secos, lo que produjo un incendio.
Los seres humanos se asombraron al ver las brillantes llamas que devoraban a los
árboles y abrasaban y hacían huir a las bestias.

El fuego era sorprendente, pero útil: con él, la carne, al ser cocinada o asada, era más
exquisita; las tinieblas se desvanecían, haciendo que la noche fuera tan brillante como el
día y la gente podía vencer el frío más riguroso.

Los humanos necesitaban el fuego, pero salvo el que les daba de casualidad el dios del
trueno, no sabían dónde encontrarlo.

En efecto, éste existía en el Oeste distante y árido, en un lugar donde no había sol ni
luna. Allí hubo un Estado llamado Sui Ming, donde no hacía frío, las cuatro estaciones
eran tibias como la primavera y la noche era tan brillante como el día. La causa de esto
era un árbol descomunal que crecía allí, llamado "Suimu"; era tan grande, que para
abarcar su tronco se necesitaban varias decenas de personas con los brazos extendidos
y sus ramas eran tan frondosas, que se extendían por miles y miles de hectáreas a la
redonda. Como despedía incesantemente calor y luz, también fue llamado "árbol del
fuego". Quien lograra llegar hasta él para obtener algunas ramas que sirvieran como
semillas de fuego, sería un afortunado.

Pero ya habían transcurrido incontables años y nadie había logrado llegar hasta aquel
sitio, pues era necesario atravesar mil montañas, cruzar diez mil ríos, recorrer
innumerables caminos y tropezarse con diversas dificultades y peligros inesperados.

Se dice que varios hicieron el intento pero, desgraciadamente, fracasaron. Los unos, se
habían despeñado; otros, se habían ahogado en un río o habían sido devorados por las
bestias; otros más, habían muerto de insolación o de frío, e incluso hubo quienes
retornaron a mitad de camino, asustados por las dificultades y penalidades.

En aquella época, había un joven conocido por su inteligencia y valentía en todas las
tribus. Era muy alto y fornido, como si fuera de hierro; tenía una energía asombrosa, y
era sumamente despierto y hábil. Era un experto en tirar al arco, escalar montañas y
cruzar ríos, pero, en particular, se distinguía por su nobleza y porque quería traerle la
felicidad a la humanidad. Al saber que había un "árbol del fuego" en el Estado Sui Ming,
decidió ir allá. A pesar de los fracasos anteriores no vaciló en su firme convicción. A
toda costa debía ir por el fuego, para iluminar al mundo y para que los seres humanos
tuvieran calor.

Cierto día, armado de arco y flechas, se despidió de su pueblo natal y marchó hacia el
Oeste. Verdaderamente, las dificultades y los peligros eran innumerables: Venció las
altas montañas trepando rocas; cruzó los ríos en una canoa hecha con un tronco y a
veces tuvo que luchar contra los tigres y las boas. El calor tórrido le quemaba el cabello
y la piel, y el frío riguroso le paralizaba las manos y los pies. Muchas veces cayó abatido
por el hambre, la sed y la fatiga, pero volvió a levantarse con una tenacidad asombrosa.

Había perdido la cuenta del tiempo y de la distancia recorrida. Pero continuó caminando
sin cesar hasta que el sol y la luna se ocultaron detrás de él y la tierra se sumergió en las
tinieblas. Mas, deseoso de obtener el fuego para la humanidad, continuó marchando a
tientas.

Cierto día, descubrió de repente una débil luz a lo lejos, semejante a los arreboles en el
Este. Cuanto más se aproximaba a ella, tanto más brillaba. Al comprender que había
llegado al Estado Sui Ming, corrió con infinita alegría.

Ciertamente, aquí crecía un árbol descomunal y único. Sus raíces entrelazadas, sus
nudos intrincados y sus frondosas ramas ocupaban una superficie de casi diez mil
hectáreas. Como por arte de magia, todo el árbol despedía un fuego brillante, que
resplandecía al igual que perlas y piedras preciosas, alumbrándolo todo.

Evidentemente, era el Sui Mu, el llamado "árbol del fuego" que ambicionaba tener la
humanidad desde hacía mucho tiempo. El joven se acercó y observó detenidamente de
dónde salía el fuego.

En el árbol, había muchas aves semejantes a los búhos que picoteaban el tronco y las
ramas. Con cada picotazo, se producían chispas. Mientras contemplaba el espectáculo,
el joven imaginó súbitamente un método para producir el fuego. Trepó en seguida al
árbol y arrancó algunas ramas. Para hacer un ensayo, frotó una rama gruesa con las
pequeñas hasta que, de veras, se produjeron chispas. Entonces, pensó: "¿Será posible
lo mismo con las ramas de otro árbol Inmediatamente hizo la prueba. Aunque tuvo que
hacer un gran esfuerzo, se produjeron chispas que luego se convertían en llamas al
frotar incesantemente.

Lleno de alegría, regresó enseguida a su pueblo natal y transmitió el método de producir


fuego a los demás, quienes a su vez lo transmitieron a otros. De ahí en adelante, la gente
pudo obtener fuego en cualquier momento, sin necesitar del dios del trueno.

Al tener el fuego, la gente podía asar o cocinar sus alimentos, calentarse en tiempos de
frío riguroso, alumbrar la noche, encender hogueras para espantar a las bestias que
intentaban atacar, e incluso, fundir minerales para fabricar armas más afiladas.
Producir el fuego por frotamiento era, en apariencia, muy simple; pero fue un
conocimiento obtenido a costa de dificultades e hizo, a partir de ese mismo instante,
avanzar a la humanidad hacia la civilización. Para honrarlo, la gente le puso al joven el
nombre de "Sui Ren Shi", que quiere decir "inventor del fuego".

CUENTO CHINO # 5

EL AGRÓNOMO HOU CHI


Hubo una mujer llamada Jiang Yuan que era bondadosa y laboriosa. Ya había cumplido
cuarenta años de edad, pero no tenía hijos y vivía sola y abandonada.

En una primavera, cuando las golondrinas volaban hacia el Norte, llevó una ofrenda al
campo, y rezó, pidiéndole a su dios que le diera un hijo. Después, regresó a casa. En el
camino vio que una golondrina volaba y se detenía trinando, seguida por un pichón. En
efecto, la madre le estaba enseñando a su hijo a volar y buscar alimentos. Al contemplar
esta escena cariñosa y alegre, Jiang Yuan sintió envidia y pensó:

"¡Cuan hermoso sería si yo tuviera un hijo mimado!"

Mientras caminaba, meditaba. Súbitamente descubrió una huella enorme, tan grande,
que el dedo pulgar era del tamaño de un hombre. Ocurrió entonces algo muy extraño:
Jiang Yuan quiso pasarla, pisando cuidadosamente. Pero, al dar el primer paso, sintió
una poderosa corriente de energía que le recorrió todo el cuerpo, haciéndola estremecer.
Cuando finalmente regresó, refirió a todos lo sucedido, suscitando muchos comentarios.

— ¡Es un mal agüero! ¡Quizás te ocurra algún día una tragedia, algo muy fuera de lo
común !

— Es posible que hayas profanado alguna vez al Soberano del Cielo. De otro modo,
¿cómo podría haberte sucedido algo tan extraño?

Al oír estas palabras, Jiang Yuan quedó en ascuas, preocupada porque le sobreviniera
alguna catástrofe.

En un pueblo vecino vivía un anciano conocido por su sabiduría, a quien todo el mundo
le consultaba en caso de que ocurriera algo extraño. Ese día, Jiang Yuan, intranquila, fue
a visitarlo y le contó lo sucedido desde el principio hasta el fin.

Meditativo, el anciano dijo afablemente:

— La golondrina es siempre un ave de buen agüero que anuncia la llegada de la


primavera. La escena que viste simboliza mayor felicidad. Una mujer tan bondadosa y
laboriosa como tú, jamás podrá tener ninguna desgracia. La huella que pisaste es una
señal evidentemente dispuesta por el Soberano del Cielo. A mi parecer, tal vez tendrás
dentro de poco un bebé fuerte.

Jiang Yuan se tranquilizó un poco al escuchar estas palabras, pero aún no quedó del
todo en paz.

El tiempo voló como una flecha y las golondrinas regresaron al sur. Ese día, Jiang Yuan
dio a luz un bebé robusto, lo que provocó otra vez comentarios.

— El niño ha nacido de un modo muy extraño y la madre dio a luz sin problemas. ¡ Habrá
una desgracia!

— Causará una gran catástrofe si le dejamos vivir entre nosotros. ¡Debemos sacarlo de
aquí lo más pronto posible!

Sin preocuparles el dolor que le causaban a Jiang Yuan, los aldeanos se llevaron a la
fuerza al niño.

Al principio, lo abandonaron en un sendero de la montaña, pues como todas las tardes


los rebaños regresaban por allí, estaban seguros que el niño moriría pisoteado.

Cuando el sol estaba a punto de ocultarse, comenzaron a bajar de las montañas los
rebaños de bueyes y ovejas, en tropel, luchando por pasar primeros por el sendero. Pero
los animales que iban al frente se detuvieron de repente al ver al niño abandonado.
Luego, dando mugidos y balidos, pasaron esquivando al niño. Los que venían atrás
hicieron lo mismo y el niño quedó incólume.
Extrañados por lo que había ocurrido, los aldeanos recogieron al niño para abandonarlo
al día siguiente en el bosque. Justamente, esa noche cayó una nevesca. Los copos de
nieve danzaban por el aire. Como hacía tanto frío, todos acudieron al bosque y cortaron
leña para reparar sus casas y calentarse. Decidieron entonces abandonar al niño en un
río helado. Lo colocaron sobre el hielo pero, tan pronto como se retiraron, en el cielo
aparecieron cientos de aves que volaban en círculo sobre el bebé. Luego, descendieron
y lo abrazaron con sus alas. El niño, que ya estaba congelado, comenzó a llorar, con
tanta fuerza que se podía oír a gran distancia.

Al oír el llanto del bebe, Jiang Yuan sintió que el corazón se le desgarraba. Sin importarle
las consecuencias, fue a buscarlo para llevarlo a casa. Bajo estas circunstancias, los
aldeanos, perturbados, no insistieron más en su empeño de dejar abandonado al niño.
Sin embargo, lo trataron con desprecio y le pusieron el mote de "abandonado".

El niño fue creciendo bajo los cuidados cariñosos de la madre; al igual que ella, era muy
laborioso. Cultivaba con frecuencia semillas de cereales y las observaba detenidamente
cómo crecían, brotaban y maduraban. A veces, el mijo que él cultivaba daba granos
mayores que el silvestre. En la remota antigüedad, el mijo se llamaba "chi" de ahí que la
madre le diera el nombre de Hou Chi. Cuando llegó a la mayoría de edad, Hou Chi
desarrolló más su inteligencia, y se volvió más reflexivo y laborioso.

En aquella época, los seres humanos aún no sabían cultivar los cereales, teniendo que
vivir de la caza y los frutos silvestres. Por eso, tenían que trasladarse con frecuencia de
un lugar al otro y, a veces, debían hacer largos recorridos a pie para asegurar la
subsistencia. Fuera de eso, corrían el peligro de ser atacados por las bestias o ser
envenenados al comer frutas ponzoñosas.

Hou Chi decidió cambiar esa situación con su trabajo y su inteligencia. Esa primavera,
fabricó algunos aperos simples; para ello, ató pedazos de piedra o de hueso de buey a
varios palos, roturando con ellos una gran parcela. Luego, seleccionó las mejores
semillas entre las que había recogido el año anterior y las sembró. Además, llevó las
aguas de un riachuelo para irrigarlas. Poco después, apareció una extensión de brotes
verdes. Desde entonces, Hou Chi trabajó su parcela con más entusiasmo, desyerbando,
irrigando, mulliendo y escardando, olvidándose de las dificultades y la fatiga.

Cuando llegó el otoño, las espigas habían crecido frondosas como las colas de zorro. El
sorgo rojo, la soja verde y las grandes calabazas estaban madurando. Todos quedaron
asombrados. Cuando saborearon sus calabazas, les parecieron más sabrosas y más
dulces que las silvestres; la soja y el sorgo crecían más hermosos que las especies
silvestres.

— ¿Qué ha sucedido ? — muchos preguntaron con curiosidad, rodeando a Hou Chi —


Todas las primaveras, el Soberano del Cielo le ordena a la tierra que produzca calabazas,
frutas y cereales para nosotros, pero nunca han sido tan hermosos y sabrosos como
éstos.

Hou Chi respondió serenamente:

— Sí. El Soberano del Cielo no solamente nos ha dado qué comer en abundancia, como
calabazas, frutas y cereales, sino también nos ha otorgado a cada uno una cabeza y dos
manos. Si sabemos emplear la cabeza y las manos, podremos, al igual que él, hacer
muchos milagros.

Muchos quedaron convencidos con estas palabras, aunque algunos dudaban, afirmando
que seguramente Hou Chi había obtenido las mejores semillas del Soberano del Cielo,
pues de otro modo, no podría crear tal milagro. A pesar de estas opiniones, la noticia de
que Hou Chi era un experto en la agricultura, se fue propagando ampliamente. Muchos
iban a pedirle que les transmitiera los conocimientos sobre el cultivo de los cereales, por
considerar que esto era de suma importancia para la vida de los seres humanos.

Hou Chi, que era un hombre bondadoso y modesto, le enseñaba pacientemente todo a
los aprendices: recoger las semillas, arar la tierra, desyerbar, sembrar y cosechar.

A partir de aquel momento, todos empezaron a dedicarse a la agricultura. Esto les dio la
posibilidad de construir cabañas relativamente sólidas y depósitos para almacenar los
cereales. Los seres humanos tuvieron entonces mayor seguridad y garantizaron su
subsistencia.

Al poco tiempo, la hazaña de Hou Chi llegó a oídos del soberano, el emperador Yao,
quien, como demostración del respeto que le tenía, lo nombró como "agrónomo". A
partir de entonces, mientras trabajaba con la gente, Hou Chi creó muchas nuevas formas
de cultivo e inventó numerosos aperos agrícolas. En particular, junto con su hermano
menor, Tai Xi, y su sobrino, Shu Jun, domesticó a los bueyes y dio comienzo a la
labranza, empleando estos animales. De este modo, alivió el trabajo de la gente y
desarrolló grandemente la técnica de la labranza.

Hou Chi murió después de haber vivido entre 100 y 200 años. Consagró toda su vida
laboriosa a la humanidad para que ella pudiera vivir felizmente. Como homenaje, lo
sepultaron en un lugar pintoresco, entre montes y ríos. Todas las primaveras, cuando se
abrían las flores y se iniciaba la siembra, y todos los otoños, después de obtener
abundantes cosechas, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, acudían en masa ante la
tumba de Hou Chi, donde cantaban, bailaban y le ofrendaban las flores más bellas así
como espigas y calabazas seleccionadas.

CUENTO CHINO # 6

HUANG DI VENCIÓ A CHI YOU


La nación china tuvo su origen en la cuenca del río Huanghe. Esta era una tierra
próspera ya en la remota antigüedad. El río, con nueve curvas, junto con sus numerosos
afluentes, irrigaba las tierras a ambas riberas. A lo largo del arrollador Huanghe se
ubicaban una gran llanura fértil que era favorable para la agricultura, una infinita selva
frondosa y una inmensa pradera rica en aguas. El clima era más templado que en la
actualidad y vivían allí diversos animales, incluidos los elefantes.

Y era precisamente allí donde los antepasados de nuestra nación se dedicaban a la caza,
la agricultura y la ganadería. Todos eran laboriosos y valientes, y llevaban una vida
tranquila y pacífica.

Aquellas tierras y sus moradores tenían como jefe a un dios llamado Huang Di, el
fundador de nuestra nación, quien sobresalía por su inteligencia y su habilidad para la
guerra.

Huang Di tenía, naturalmente, su morada en el cielo, aunque a la vez tenía su capital en


la tierra, ubicada al Oeste, en el monte Kunlun. Allí tenía un palacio majestuoso y
magnífico que se destacaba por tener un jardín colgante entre las nubes. Se alimentaba
de plantas gramíneas y calmaba su sed en el Estanque de Jade.

La fisonomía de Huang Di era muy extraña; tenía cuatro rostros, es decir, podía mirar
simultáneamente hacia todos los puntos cardinales, lo cual le facilitaba gobernar la
tierra, a donde descendía con frecuencia para ayudar a sus pobladores.
Como en aquella época no existían barcos ni carros, los pueblos que estaban separados
por las aguas, incapaces de salvarlas, no tenían la posibilidad de tener relaciones;
además, sólo podían ir a pie sin lograr llegar a los lugares distantes. Huang Di les
enseñó a construir canoas con los troncos de los árboles y carruajes de dos ruedas para
que de este modo tuvieran más facilidad en las comunicaciones.

Tampoco existían los números ni la división del tiempo. La gente sólo sabía que el
tiempo pasaba del frío al calor, del calor al frío, y así sucesivamente; que la vida del
hombre transcurría del nacimiento a la juventud y de la juventud a la vejez. En una
palabra, todos vivían en el desconcierto. Huang Di inventó entonces los Troncos
Celestes y las Ramas Terrestres para enumerar el tiempo. Los Troncos Celestes estaban
constituidos por diez "signos empleados en las enumeraciones o perío-<l >s de tiempo,
los cuales se combinaban con las Ka mas Terrestres, que eran doce signos y servían
para formar el cielo sexagesimal. De esta manera, la humanidad tuvo un calendario
primitivo.

Huang Di también les ordenó a sus subalternos Cang Jie y Zi Ling que crearan la
escritura y redactaran un tratado de música, respectivamente. El mismo, junto con Qi Po,
escribió una obra médica, el Huang Di Nei Jing. En una palabra, la vivienda y todos los
objetos de uso cotidiano fueron creados por Huang Di. Si lo comparamos con los
llamados emperadores que hubo después en la historia, tan estúpidos como feroces,
quienes se denominaban a sí mismos "hijos del cielo", Huang Di, nuestro primer
antepasado, fue inteligente y bondadoso, y sirvió con afán a su pueblo.

Sin embargo, en el mundo no sólo existe el bien, sino también el mal.


No se sabe en qué época apareció de repente, en el Sur, un demonio llamado Chi You,
quien luego se apoderó de esta región. Su fisonomía era horrenda: tenía rostro humano
y cuerpo de animal, cuatro ojos, seis brazos y los pies eran parecidos a los cascos de un
buey. Era capaz de hacer cualquier estrago, matando y saqueando a la gente. Tenía
ochenta y un hermanos y había reclutado numerosos forajidos. Primeramente, al mando
de sus cómplices, ocupó el Sur y estableció un gobierno despótico. Insaciable en su
ambición, invadió al Norte. Por donde pasaba, asesinaba indiscriminadamente a
hombres y mujeres, jóvenes y ancianos; robaba el ganado, pisoteaba los cultivos y
quemaba las casas, haciendo que en mil li a la redonda la tierra quedara seca.

Naturalmente, Huang Di no podía tolerar que continuase esta situación, de modo que se
produjo un gran combate entre ambos.

Cierto día, Chi You, al mando de sus malhechores, penetró al norte del río Huanghe,
ocupando la tierra de Zhuolu. Al enterarse de la noticia, Huang Di salió a su encuentro, al
mando de sus hombres, entre quienes se encontraban varios generales intrépidos: Chao
Ying, el guardián del jardín, quien era un dios de rostro humano, cuerpo de caballo con
rayas de tigre y dos grandes alas; Li Zhu, el defensor del Árbol de Jade Blanco, quien
tenía tres cabezas y ojos brillantes como antorchas. Como sus tres cabezas tenían la
facultad de dormirse separadamente, podía vigilar el árbol precioso con los ojos abiertos
día y noche. También cslaban Chi You, Xiang Wang, Shen Tu, Yu I.c¡. su hijo Miao Long y
su nieto Shi Jun, cada i no de ellos con una habilidad determinada. I'ara animar a los
combatientes, Huang Di en-\ió al frente osos, leones, panteras y tigres.

El demonio Chi You no era débil, ni mucho menos. Por eso, hubo una batalla encarnizada
en Zhuolu, que estremeció la tierra y sacudió el cielo.

Bajo los violentos ataques de Huang Di, los bandidos de Chi You se vieron obligados a
ceder sucesivamente sin poder sostenerse más. En el momento crucial, Chi You rompió
el cerco y arrojó bocanadas de niebla hacia el cielo. En un abrir y cerrar de ojos, el cielo
se oscureció y la tierra quedó en tinieblas, produciéndose de inmediato una gran
confusión entre los hombres de Huang Di, quienes quedaron completamente
desorientados.
Huang Di hizo venir a Feng Po, el regente del viento, para que produjera un ventarrón
que disipara la niebla. Pero ésta era tan espesa, que luego de soplar durante tres días
con sus noches, no pudo dispersarla. En medio de la niebla que cubría al cielo y la tierra,
los hombres de Huang Di corrieron de un lado al otro, sumidos en un maremágnum. La
situación se había tornado sumamente peligrosa.

De repente, Huang Di recordó que, según sus observaciones astronómicas, la Osa Mayor
siempre se mantenía en un punto determinado del cielo. Inspirado en ella, inventó un
carro: éste era de madera, con un par de ruedas y una figura, también de madera, con un
brazo extendido que siempre indicaba el Sur, sin importar el rumbo que se tomara.
Orientados de esta manera, los hombres de Huang Di lograron romper el cerco.

Chi You, estupefacto, intentó atacar de nuevo a Huang Di, cuando éste aún no había
logrado todavía consolidarse, y envió a varios Chi Mei y Wang Liang para que lo sitiaran.
Los Chi Mei eran los espíritus malignos de las rocas y de los árboles, tenían rostro
humano y cuerpo de animal, y cuando aullaban, aterrorizaban a la gente. Los Wang Liang
eran unos gromos malignos que moraban en los montes; tenían la piel negra, orejas
largas, ojos rojos y cabello largo. Tenían el poder de hechizar a la gente,
insensibilizándola, sin que por ningún motivo pudiera liberarse de ellos. Pero Huang Di
conocía muy bien su punto débil: se espantaban ante los "rugidos del dragón".
Entonces, les ordenó a sus hombres que tocaran cuernos imitando el rugido del dragón,
con lo cual los espíritus malignos, atemorizados, no se atrevieron a aproximarse.

Pero, ¿cómo se podría vencer a Chi You? \ Huang Di se le ocurrió entonces la idea de 1
teer un gran tambor para animar a sus hombres. Sabía que en el monte Liuposhan, en el
Mar del Este, vivía un Kui, que era un monstruo parecido a un buey sin cuernos y con
una sola pata. Cada vez que salía del mar o entraba en él, provocaba una gran
tempestad. Sus aullidos retumbaban como el trueno y sus ojos brillaban como
antorchas. Justamente, Huang Di se las ingenió para hacer un tambor con la piel de este
animal y un par de palillos con los huesos de una bestia llamada Lei Shou. Un tambor
como éste podía producir un sonido que se oía a más de doscientos cincuenta
kilómetros de distancia, estremeciendo al cielo y haciendo temblar a la tierra.

Al poco tiempo, Huang Di tuvo otro encuentro con Chi You. En efecto, alentados por el
intenso redoble del tambor que hacía estremecer la tierra y sacudir las montañas, los
hombres de Huang Di cayeron valientemente sobre el enemigo. Espantados y
estupefactos, los bandidos de Chi You no se atrevieron a luchar. Finalmente, Chi You se
vio obligado a luchar solo. Luchó a muerte, empuñando con sus seis manos la alabarda,
el arco y el sable; incluso, blandía armas con sus pies, impidiendo que los hombres de
Huang Di se le acercaran.

Pero como tras nueve rondas de combate, Huang Di no había logrado vencer a Chi You,
decidió pedirle ayuda al dragón Ying. Este era un gigantesco animal que podía arrojar
chorros de agua por la boca y barrer legiones de corceles y hombres con la cola.
Cuando llegó al frente de batalla, el dragón Ying arrojó una bocanada de agua que
arrastró a los hombres de Chi You. Aprovechándose de la situación, los hombres de
Huang Di quisieron perseguir y atacar al enemigo. Pero Chi You, que tenía el poder de
invocar al viento y la lluvia, saltó al aire y dio un silbido. Inmediatamente comenzó a
soplar un viento impetuoso y cayó una lluvia torrencial, convirtiendo la tierra en un mar
estruendoso. Contrariamente a lo que se esperaba, los hombres de Huang Di estuvieron
a punto de ahogarse. En ese momento crítico, Huang Di no tuvo más remedio que llamar
a su hija Nü Ba, que vivía en el monte Xikunzhi. Esta, que era la diosa de la sequía, podía
despedir un calor intenso, ahuyentar las nubes y disipar la lluvia. Adondequiera que
llegara, el sol era ardiente y la tierra se secaba en mil // a la redonda. Para evitar que la
gente su friera perjuicios, Huang Di la confinó en el monte Xikunzhi. En esta
oportunidad, Nü Ba hizo gala de su destreza, impidiéndole a Chi You que ulili/ara su
magia. Cuando ella irrumpió en el campo enemigo, comenzó a despedir calor, quemando
a los forajidos. Presa de pánico, Chi You huyó apresuradamente. Pero Huang Di avanzó
con una rapidez increíble y le corló la cabeza.
Huang Di salió victorioso al terminar esta batalla encarnizada. Pero, después de ser
decapitado, el cuerpo de Chi You desapareció de repente, rodando por la tierra su
cabeza sola. Fsta era gigantesca y tenía una gran boca como una cueva y dos colosales
alas en ambos lados. Huang Di sabía que anteriormente había sido un animal de una
codicia insaciable, llamado Tao Tie, que significaba "glotón".

Con la muerte de Chi You, la gente volvió a vivir y a trabajar en paz. Para celebrar la
victoria, Huang Di realizó dos cosas: primero, fundió un gran trípode de bronce
empleando cobre de Shoushan, y en él grabó las diversas escenas de la batalla y, en
particular, la cabeza decapitada de Chi You para advertir a las futuras generaciones que
los hombres de una codicia insaciable y capaces de hacer cualquier fechoría, no
tendrían un buen fin. Luego, compuso la obra musical Melodía del gran tambor,
caracterizada por su ritmo majestuoso y marcial, la cual estaba dividida en diez partes,
tales como "Furor del trueno", "Terror del tigre", "Rugido del monstruo Kui", etc., y que
debería ser interpretada en las celebraciones.

CUENTO CHINO # 7

HOU YI DERRIBÓ LOS SOLES


Se dice que en los tiempos del emperador Yao, aparecieron en el cielo simultáneamente
diez soles que provocaron graves sequías en la tierra.

Esto sucedió de la siguiente manera: La madre del sol había dado a luz diez hijos,
quienes vivían en Tanggu, un gran estanque que quedaba al Oriente, allende el mar. Allí,
los hermanos sol se bañaban y retozaban todos los días y, por lo tanto, las aguas se
mantenían calientes durante todo el año. En el centro de aquél crecía un árbol llamado
"Fu Sang" que tenía una altura de varios miles de metros y cuyo tronco sólo podía ser
abarcado con los brazos unidos de mil personas. El árbol tenía extendidas diez ramas
gruesas que eran los lugares de reposo de los hermanos sol.

De acuerdo con las disposiciones del Soberano del Cielo, cada día uno de los diez
hermanos sol debía ir a trabajar al mundo de los seres humanos. En general, el sol que
estaba de servicio, se levantaba por el Este, por la maña na, y, tras pasear por el cielo
infinito, descendía por el Oeste cuando empezaba a anochecer, ofreciéndole a la gente
luz y calor. Por eso, los hermanos sol se alternaban cada diez días.

El mundo era hermoso: Había montañas enormes, ríos turbulentos, bosques frondosos y
flores lozanas, así como tierras cultivadas por los hombres laboriosos. . . En una
palabra, el mundo era más divertido que el Estanque Tanggu.

Pero los hermanos sol eran muy traviesos. Cierto día, se enfrascaron en una discusión.

— Tanggu es un lugar sin interés. Simplemente, ya no aguanto más esta situación de


tenernos que poner en cuclillas nueve de cada diez días — dijo uno, quejándose.

— Tienes razón. El Soberano del Cielo nos ha restringido tanto, que no nos permite ir a
los lugares más divertidos. ¡No me dejaré con vencer jamás! — intervino otro.

— ¡Quizás sean razonables las disposiciones del Soberano del Cielo! -— dijo un tercero
—. Si saliéramos juntos al cielo, seguramente la gente no podría vivir más.

Al oír estas palabras, el primero que se había quejado se enfadó, y exclamó:


— ¡Razones, razones . . .! ¡Divertirnos plenamente es nuestra razón! ¡Nadie puede re
sistir encerrado en casa todos los días! A mi parecer, deberíamos salir mañana juntos
para divertirnos lo más que podamos.

Los demás estuvieron de acuerdo.

Al día siguiente, a despecho de la orden del Soberano del Cielo, los diez hermanos sol
salieron del Estanque Tanggu hacia el cielo.

Cuando solamente había un sol en el cielo, la tierra gozaba de luz y de calor. Pero,
cuando aparecieron simultáneamente los diez soles, se produjo una situación
sumamente terrible: Los violentos rayos solares convirtieron a la tierra en una extensión
blanca, sin ninguna sombra. La temperatura subió rápidamente y las plantas se
marchitaron y los ríos se secaron. La gente se mantenía sofocada y se escondía en las
cuevas, sin atreverse a salir.

Pero, los hermanos sol se paseaban y se divertían en el cielo, como si no hubiese


pasado nada, e incluso, se sentían alegres por su picardía.

En ese momento, el emperador Yao — quien era un virtuoso que vivía en una cabana
rústica, se alimentaba de una forma sencilla y frugal y se preocupaba porque el pueblo
no sufriera — tomó la iniciativa para exigir que los soles abandonaran el cielo y salvar
con ello la vida de la población. Sin embargo, los hermanos no pres taron atención a
este sincero pedido y continuaron paseando y divirtiéndose en el cielo. El emperador
Yao no tuvo más remedio que acudir ante el Soberano del Cielo, a quien le contó todo lo
que había ocurrido. Enfadado, el Soberano del Cielo llamó a un valiente llamado Hou Yi,
y le ordenó:

— Los hijos de Xi He han traicionado mi voluntad y hacen alarde de su poder en el cielo.

Por su culpa, en la tierra ha habido una gran sequía y los seres humanos se arriesgan a
no poder seguir viviendo. Toma este arco rojo y estas diez flechas blancas y castígalos.

Acatando la orden del Soberano del Cielo, Hou Yi descendió en seguida a la tierra, donde
se sintió afligido al ver los sufrimientos que padecía el pueblo bajo el calor insoportable.
Enardecido, miró hacia el cielo, donde los diez soles se desmandaban, y le disparó a uno
de ellos. Entonces se escuchó un estruendo espantoso y se vio caer como una bola de
fuego. Espantados, los demás soles huyeron apresuradamente, pero no lograron
escaparse. De este modo, derribó nueve de los diez soles. Cuando sacó la última flecha,
el emperador Yao, deteniéndolo, le dijo:

— ¡No tires más, por favor! El sol es muy útil para la humanidad y ésta sufre sólo cuando
hay demasiados. Como ahora solamente queda uno, no hay necesidad de derribarlo.

Hou Yi aprobó con la cabeza y puso a un lado el arco y la flecha. En el cielo aún
permanecía un sol, pálido del susto.

Con la muerte de los nueve soles, la tierra volvió a ser como antes. La gente salió de las
cuevas y se sintió feliz al ver que la sequía había pasado. Todos reiniciaron una vida
pacífica, dedicados a cultivar, recoger leña, cazar, reparar sus viviendas y construir
nuevas.

Hou Yi quiso regresar al cielo luego de cumplir la tarea que le había encomendado el
Soberano del Cielo. Pero las gentes del lugar intentaron retenerlo de mil maneras, ya
que, para expresar el agradecimiento y el aprecio que le tenían, querían pasar, junto con
él, varios días para celebrar la gran victoria. Además, deseaban que él les ayudara a
eliminar otras calamidades que aún existían en la tierra. Hou Yi estuvo de acuerdo y
decidió quedarse algún tiempo.
Aunque ya había pasado la sequía, el dios del agua, He Bo, empezó a actuar
desenfrenadamente, paseándose por entre las aguas bajo la forma de un dragón blanco.
Adondequiera que llegaba, provocaba siempre inundaciones que anegaban los cultivos,
destruían las casas y arrastraban a la gente y al ganado. Hou Yi decidió entonces acabar
con este flagelo, haciéndose eco de las demandas de la gente. Un día, llegó a hurtadillas
a la orilla de un río y se escondió detrás de un sauce, esperando a que llegara He Bo. En
efecto, poco después apareció un dragón blanco que levantaba enormes olas en el curso
superior del río, haciéndolo desbordar. Hou Yi, que estaba preparado, disparó un certero
flechazo, atinando en el ojo izquierdo del animal. Dando un grito de dolor, el dragón
blanco agitó la cola y se sumergió en las aguas.

Después, He Bo se presentó ante el Soberano del Cielo y acusó a Hou Yi:

— Sin mediar motivo alguno, Hou Yi me hirió en un ojo cuando yo paseaba por el río.
Quiero que, en venganza, el Soberano del Cielo lo mate. De otro modo, ¿qué sentido
podrían tener las reglas celestiales? — dijo.

Pero el Soberano del Cielo, que estaba enterado de lo sucedido, le respondió en tono de
reproche :

— Eres el dios del agua y tu deber es llevar la felicidad a las personas; pero te paseas
por todas partes, levantando olas y viento para perjudicar a la gente.

Quien siembra vientos recoge tempestades.

He Bo, desconcertado, se retiró sin decir una palabra, sumergiéndose en las aguas. A
partir de ese instante, no se atrevió a cometer más desatinos.

De ahí en adelante, Hou Yi vivió muy feliz en la tierra, donde era querido y respetado por
todos. Como su afición era la caza, frecuentemente perseguía y atacaba a las fieras en
los bosques y montes. Por la época, había demasiadas bestias que obraban a su antojo
en todas partes, perjudicando a la gente, lo que se constituyó un gran azote para la
humanidad.

Se dice que en Jas planicies centrales medraba una bestia extraña llamada Ya Yu, cuya
fisonomía era como la de un buey, tenía pelo largo y rojo, rostro humano y patas como
las del caballo. Era experta en correr y tenía una fuerza descomunal. Por eso, era poco
probable que alguien escapara con vida si se llegaba a encontrar con ella. También
asolaba a menudo las tribus, derribando las casas para atrapar a la gente. ¡ Eran
incontables las personas que habían devorado!

Cierto día, siguiendo las pistas que le habían proporcionado las gentes del lugar, Hou Yi
l'uc a la selva para buscar a la fiera. Cuando llegó a un valle, vio que por todas partes
había calaveras y huesos humanos diseminados; delante de ellos, estaba la bestia
acostada en una gran roca devorando a sus presas. La escena le repugnó mucho a Hou
Yi, quien disparó una flecha a la fiera. Esta lanzó un gemido y cayó rodando hacia el
valle. A partir de entonces, la gente pudo vivir en paz.

También había una fiera llamada Zao Chi, que vivía en el Sur, donde la agricultura era
próspera. Tenía dientes como de dos metros de largo, tan afilados, que parecían
estiletes; generalmente reposaba en las aguas o en los pantanos, asaltando súbitamente
a los transeúntes. Era muy difícil hacerle frente, ya que su piel tenía un grosor de varias
pulgadas, como si estuviera cubierta por una armadura impenetrable. Pero el hábil Hou
Yi la mató, disparándole una flecha a la garganta en cierta ocasión que la fiera se le
abalanzó con la boca abierta.

En el Sur, había un río llamado Xiongshui. Había recibido este nombre porque allá tenía
su dominio un monstruo llamado Jiu Ying. Todos los que llegaban a este lugar, eran
devorados por él y nadie tenía la suerte de escaparse, Jiu Ying era un ave feroz y enorme
que tenía nueve cabezas y podía lanzar agua y llamas por la boca. Hou Yi sabía que si
solamente le cortaba una de las nueve cabezas, el ave no moriría sino, por el contrario,
se volvería más feroz. Entonces, le disparó casi simultáneamente nue ve flechas, dando
con todas en el blanco. De este modo, fue eliminado otro azote.

A la orilla del lago Dongting, muy cerca del río Xiongshui, vivía una serpiente larga,
codiciosa y maligna, que podía tragarse de un bocado a un jelefante. Digería lentamente
todo lo que tragaba y luego escupía los huesos al cabo de tres años. Se dice que estos
huesos eran un magnífico ingrediente para preparar una medicina capaz de curar todas
las enfermedades internas. La serpiente era tan terrible, que por donde pasaba, la gente
salía despavorida. Sólo tras una dura lucha, Hou Yi logró vencerla y la mató. Los huesos
de la fiera formaron un monte, que posteriormente se llamó Baling.

Después de aniquilar todos estos azotes en el Sur, Hou Yi regresó al Norte. Cuando
pasaba por las aguas de un lugar sagrado situado al Este, vio que las gentes allí se
lamentaban. Le contaron que allí aparecía un rocho de tamaño desmesurado y fuerza
extraordinaria, llamado Da Feng. Cuando volaba, sus alas podían ocultar la mitad del
cielo y provocar un huracán, arrancando árboles y casas, y perjudicando a la gente. Hou
Yi sabía que si no lograba matarlo de un flechazo, la cosa sería peor. Por tanto, se las
ingenió atando un hilo a la flecha para poder recuperarla después de disparar. Este
método fue muy eficaz y logró matar al rocho. El método fue asimilado por los
descendientes, quienes lo usaron para cazar fieras mayores.

Poco después, Hou Yi visitó la región de Shangcun. Allá mató a un gigantesco jabalí
llamado Feng Xi y un gran zorro conocido como Feng Hu, que podía tomar la apariencia
de diversas figuras humanas.

Hou Yi eliminó todas las plagas en la tierra, con lo cual hizo un aporte invaluable a la
humanidad. Por eso, a la sola mención de estos sucesos, las siguientes generaciones
sentían nostalgia por él.

CUENTO CHINO # 8

CHANG E SE REFUGIO EN LA LUNA

De acuerdo con el calendario lunar, el 15 de todos los meses, en el cielo claro aparece
suspendida una luna de blancura resplandeciente, como si fuera una beldad que mirara
tiernamente a la tierra. Según se dice, en ella vivía una diosa llamada Chang E, quien era
la esposa de Hou Yi, el héroe mencionado en el capítulo anterior. Veamos por qué ella
vivió en la soledad de la luna.

Después de cumplir la orden del Soberano del Cielo de derribar a los nueve soles y
eliminar las plagas, Hou Yi se convirtió en un héroe querido y respetado por la gente.
Vivía en la tierra muy alegre, donde estrechó relaciones con muchas personas y viajó
por conocidos ríos y montañas.

Cierto día, cuando Hou Yi regresaba de una cacería y pasaba por un río, vio a una
muchacha que sacaba agua con una caña de bambú. Acercándose a ella, le pidió un
poco de agua para apagar la sed. Al ver que el visitante lleva ba un arco rojo y flechas
blancas, la muchacha adivinó que éste era Hou Yi, el héroe que había eliminado las
plagas, y lo recibió afectuosamente, ofreciéndole un ramo de flores lozanas como
prueba de su respeto. Hou Y i le regaló, a su vez, una de sus presas, una preciosa piel de
zorro plateado. El héroe se enteró que la joven se llamaba Chang E y que sus padres
habían sido víctimas de las plagas; vivía sola y vestía de blanco todo el tiempo para
expresar la nostalgia que sentía por sus padres difuntos.

Hou Yi sintió simpatía por la muchacha y la consoló. Ella, que veneraba al héroe, quedó
emocionada por su preocupación y se enamoró de él. Poco después, Hou Yi tomó a
Chang E como esposa, convirtiéndose ellos en una pareja donde reinaban el amor
mutuo y la felicidad.

Acompañado por Chang E, Hou Yi viajaba y cazaba en los montes, olvidando por
completo que tenía que regresar al cielo.

El tiempo pasó volando. Sin darse cuenta, Hou Yi ya llevaba tres años viviendo en la
tierra. El Soberano del Cielo le urgió entonces que regresera. Cuando supo la noticia,
Chang E lloró de tristeza. El héroe también sentía pesar por tener que separarse.

Al enterarse de que Hou Yi se había casado en la tierra y no quería regresar, el Soberano


del Cielo se enfadó y lo destituyó de su puesto celestial, condenándolo a no poder
regresar jamás allí. Pero a Hou Yi no le importó el castigo que le imponía el Soberano del
Cielo, pues se sentía mucho más feliz en la tierra que en el cielo. Amaba los montes, los
ríos y los bosques de la tierra, a las personas sencillas y a su hermosa mujer confidente.
Se quedó entonces tranquilamente en la tierra.

No obstante, los hombres tenían una vida muy limitada: setenta, ochenta o a lo sumo
cien años.

Cierto día, Hou Yi le dijo a su mujer:

— Cuando estaba en el cielo, oí decir que en el monte Kunlun vive la Reina Madre del
Oeste, quien guarda el elixir de la inmortalidad. Valdría la pena que fuera a pedírselo.

Sumamente contenta, Chang E se puso a preparar el aprovisionamiento para su marido.


Le recomendó con insistencia que cuidara de su salud durante el camino y que
regresara lo más pronto posible, apenas obtuviera el elixir. Como ésta era la primera vez
que se separaban después de su casamiento, Chang E se sintió apesadumbrada; pero al
pensar que podían vivir juntos para siempre cuando su marido regresara con el elixir de
la inmortalidad, lo despidió decididamente. Hou Yi, armado de su arco rojo y sus flechas
blancas, montó sobre su cabalgadura y marchó hacia el Oeste.

La morada de la Reina Madre del Oeste era un lugar de difícil acceso. Para llegar allí, era
necesario atravesar innumerables montañas elevadas, bosques infinitos y desiertos
donde el viento levantaba la arena y arrastraba las piedras. En particular, había dos
grandes obstáculos cerca del monte Kunlun, difíciles de superar: el río Ruoshui y la
montaña ardiente. Las aguas del río Ruoshui eran tan extrañas, que hasta la pluma más
liviana se hundía en ellas, por no decir de cruzarlo en barco o a nado. La montaña
ardiente era imposible de ganar. Sus llamas bailaban rozando el cielo y despedían tanto
calor, que se quemaba la piel de los que se acercaban.

Luego de múltiples peripecias, Hou Yi llegó finalmente a la ribera del río Ruoshui. "¿Qué
hacer?", se dijo a sí mismo ante esta inmensa superficie de agua. Recordó de repente
que en la selva había visto un árbol colosal, llamado "Buchenmu" (el que no se hunde),
cuando estuvo en el Sur eliminando a las fieras. La madera de este árbol era dura pero
muy ligera. En aquella época, había arrancado al azar algunas ramas y las había echado
al agua, pero, extrañamente, se habían mantenido a flote, como si las estuviera
sosteniendo una corriente de aire, Hou Yi pensó que quizás esta madera mágica podría
ayudarle a salvar el obstáculo.

Entonces, se desplazó al Sur para buscar el árbol. De su madera hizo una canoa y la
arrastró hasta la orilla del río Ruoshui. Cuando la metió en el agua, ésta se mantuvo, en
efecto, por encima de las aguas, como flotando en el aire. Contento, Hou Yi subió a
bordo junto con su caballo y, con un remo ligero, dirigió la canoa rápidamente hacia la
orilla opuesta. Aunque el río tenía varios cientos de kilómetros de ancho, llegó allá en un
lapso de tiempo muy breve.

Poco después de cruzar el río, llegó a la montaña ardiente. Hou Yi estaba seguro de
hacerle frente. Había conservado la piel del pájaro de nueve cabezas que había vencido
en el río Xiong-shui, porque ésta era impermeable y resistente al fuego. De modo que,
previendo alguna contingencia, la llevaba consigo. Entonces, confeccionó una especie
de caparazón para él y su caballo.

Cuando estuvo listo, se lanzó cabalgando hacia la montaña. Las llamas y el humo lo
sofocaban. Pero el corcel, que podía recorrer mil en un día, lo llevó raudo, atravesando
en un instante la inmensa montaña. Excepto la cola del caballo, que sufrió ligeras
quemaduras, ambos salieron ilesos.

Así, con su sabiduría y valentía, Hou Yi venció enormes dificultades en el camino y llegó
finalmente al pie del monte Kunlun, donde estaba la morada de la Reina Madre del Oeste.

Esta tenía su palacio en la montaña Yushan, en el centro del monte Kunlun. Cuando Hou
Yi se estaba aproximando, el pájaro Qingniao, que era el mensajero de la Reina, le
informó a su dueña. Ella ya sabía que Hou Yi era un dios que había sido enviado a la
tierra para eliminar las plagas y que había salido airoso en su empresa. Por eso lo
respetaba mucho.

Cuando se enteró de cuál era el motivo de su presencia, la Reina Madre del Oeste estuvo
de acuerdo y le ordenó al pájaro de tres patas, que era el guardián del elixir de la
inmortalidad, que trajera de una de las cavernas una delicada calabaza de peregrino en
la que guardaba el elixir precioso. Este había sido elaborado con duraznos mágicos
producidos por un árbol inmortal que sólo florecía cada tres mil años y daba frutos al
cabo de otros tres mil.

— Tómalo, por favor, sólo queda esto — dijo la Reina Madre del Oeste entregándole la ca
labaza a Hou Yi—pero es suficiente para ustedes. Si cada uno toma la mitad del elixir,
podrá ser inmortal. Si alguien lo llega a tomar todo, subirá al cielo, convertido en un
genio.

— No, no es por eso. Vine a pedir el elixir únicamente porque mi querida esposa y yo
queremos ser inmortales. Pero no me interesa el mundo de los genios inmortales — dijo
Hou Yi. Aceptando con gratitud el elixir, se despidió de la Reina Madre del Oeste.

En el momento de la partida, la Reina Madre del Oeste le ordenó al pájaro de tres patas
que trajera una hierba de jade que crecía al lado del Estanque de Jade, para enviársela a
Chang E como regalo. Esta era una hierba preciosa y mágica pues en ella se había
transformado Yao Ji, la hija mayor del dios del sol, Yan Di. Esta es su historia: Yao Ji era
una hermosa doncella cariñosa que a los 18 años de edad se enamoró de Chi Song Zi,
encargado de la lluvia de Shen Nong, el dios de la agricultura. Al principio, ambos se
querían, pero Chi Song Zi le fue infiel. Poco después, él la abandonó y se marchó. Loca
de amor, Yao Ji fue a buscar a su querido a las regiones del Sur y del Norte, pero cuando
llegó al monte Kunlun, se enteró que aquél ya tenía una nueva amada y se había
marchado con ella a otro lugar. Yao Ji murió de tristeza y se transformó en una hermosa
hierba que creció al lado del Estanque de Jade. A medida que fue pasando el tiempo, la
pendiente y las riberas del estanque se fueron cubriendo de ella. Por el hecho de haber
nacido al lado del Estanque de Jade, ésta tomó su nombre. Según se dice, la hierba
siempre está cubierta de rocío, que son las incontables lágrimas de la doncella
afectuosa.
La hierba tenía una virtud especial: con sólo olería, cualquier muchacha se volvía más
tierna, más bella y más amable. Por eso también se conocía como "hierba fascinante".

Luego de obtener el medicamento, Hou Yi se puso en camino para regresar. Hacía ya


más de medio año que había salido de su hogar. Cuando llegó, la alegría de la pareja fue
imaginable. Mientras le contaba a Chang E las peripecias que tuvo en el camino, Hou Yi
le entregó el elixir, diciendo:

— ¡He aquí el elixir de la inmortalidad que conquisté luego de mil penas y diez mil
sufrimientos! La Reina Madre del Oeste me ha dicho que uno será inmortal si sólo toma
la mitad de él y subirá al cielo, convirtiéndose en un genio, en caso de tomarlo todo.
Guárdalo bien, mientras escogemos el día apropiado para tomarlo.

Después de que Chang E guardara bien consigo el elixir, Hou Yi le entregó una hierba de
jade y le dijo, exclamando:

— ¡ Mira, es un regalo especial que te envía la Reina Madre del Oeste!

Chang E la tomó en sus manos y, después de examinarla detenidamente, dijo alegre:

— ¡ Cómo es de hermosa y maravillosa!

Mientras decía estas palabras, acercó la hierba a la nariz. De repente, hubo algo
prodigioso: la muy hermosa Chang E se hizo más bella y más amable.

Debido a la larga permatiencia de Hou Yi en la tierra, muchos jóvenes acudieron a


suplicarle que les enseñara a disparar con el arco. El, que era un hombre entusiasta, lo
hizo a conciencia y pacientemente. Bajo las enseñanzas de un maestro de tanto
renombre, surgieron algunos discípulos sobresalientes, entre los cuales había varios
arqueros distinguidos.

Feng Meng era el que más se destacaba entre todos. Pero era un hombre perverso y
cruel. Ambicionaba ser el arquero de más renombre en el mundo, y quería que su
maestro muriera lo más pronto posible.

Pero, el hecho de que Hou Yi tuviera el elixir de la inmortalidad, constituía un serio


obstáculo para la ambición ds Feng Meng. Este, en el colmo de la envidia, concibió un
ardid. Cierto día, aprovechando que su maestro salía de cacería, entró a hurtadillas en la
casa de aquél. Al tiempo que le apuntaba a

Chang E con una flecha, exclamó:

— Si no me entregas ahora mismo el elixir de la inmortalidad, ¡te atravesaré la garganta


con mi flecha!

Todo fue tan de repente, que Chang E quedó pasmada.

—¿No eres acaso Feng Meng, el discípulo de mi marido ? ¿Cómo puedes ...?— preguntó
ella.

— Hace ya mucho tiempo que desconozco a Hou Yi como mi maestro. ¿Tendré que ser
acaso un arquero de segunda categoría durante toda mi vida? ¡Es una lástima que él no
se haya muerto! — afirmó sarcásticamente Feng Meng.

Chang E quiso responderle, pero la cólera le ahogó las palabras.

— ¡Entrégame ya el elixir! — exclamó Feng


Meng de manera apremiante, amenazándola con sus armas.

"¡No! ¡No se lo puedo entregar a este malvado !" — pensó Chang E. Entonces, sacó
lentamente el elixir y, cuando Feng Meng intentó arrebatárselo, lo apuró de un solo trago
y huyó.

Cuando salió de allí, Chang E se sintió más ligera, como si estuviera sostenida por
nubes suaves, y se percató de que iba por los aires, subiendo. Pero no sabía hacia
dónde se dirigía. Pensando en el cariño que le tenía a su marido, decidió ir primero a la
luna, que era el lugar más cercano a la tierra. Cuando la beldad llegó al Palacio de la
Luna, ésta despedía rayos más tiernos y hermosos.

Luego de haber regresado de la cacería, Hou Yi se sintió sumamente golpeado por lo


sucedido. Levantando la cabeza, comenzó a mirar fijamente hacia la luna. Sus ojos se
humedecieron por las lágrimas cuando pensó que jamás volvería a ver a su mujer.

Pero ante la sola idea de la vileza e ingratitud de su discípulo, salió apresuradamente,


tomando su carcaj. Sin embargo, aquél estaba al acecho, escondido en un bosque que
quedaba delante de la casa de Hou Yi. Cuando éste pasó por el lugar, Feng Meng se
apareció de improviso, como un fantasma, y le asestó un garrotazo en la cabeza. Hou Yi
se desplomó mortalmente herido y expiró.

El crimen cometido por Feng Meng fue descubierto por los discípulos de Hou Yi, quienes
lo capturaron y lo amarraron a un árbol enor me. Allí lo ejecutaron, disparándole flechas.

Después de la muerte de Hou Yi, para conmemorar sus hazañas, todas las familias
dibujaron su retrato y lo colgaron en la pieza principal de la casa, donde lo veneraron
bajo el nombre de dios Zhong Bu, o sea, aquel que administraba los cuatro puntos
cardinales para difundir una política benefactora por todo el mundo. Se dice también que
el alma de Hou Yi se preocupaba por la vida de la gente. Cada vez que se producían
sequías o inundaciones, él siempre se ponía del lado del pueblo y luchaba contra los
demonios. Era el dios tutelar de la población.

Sin embargo, Chang E vivía en la soledad en el Palacio de la Luna. Aunque éste era un
sitio majestuoso y ella era inmortal, sentía una infinita soledad, angustia y tristeza.

Allí también vivía un conejo de jade que todos los días se dedicaba a pulverizar hierbas
medicinales con un mortero. Este había sido confinado en la luna por el Soberano del
Cielo porque había robado una hierba mágica. Posteriormente, llegó alguien llamado Wu
Gang cuyo castigo consistía en talar un canelo. Con eso, expiaba un error que había
cometido cuando se ejercitaba en la práctica de la perfección. Según lo ordenado por el
Soberano del Cielo, Wu Gang solamente podría regresar al cielo después de derribar el
árbol. Pero el canelo de la luna era mágico y no podía ser abatido. Por eso, Wu Gang
talaba incesantemente todos los días, deseando poder derribarlo algún día para regresar
al cielo.

Precisamente, como el conejo de jade y Wu Gang llevaban en la luna una vida de


redención, las generaciones siguientes tuvieron una idea equivocada de Chang E,
creyendo que ella había sido enviada allí por haber robado el elixir mágico. Por ejemplo,
Li Shangyin, quien fue un renombrado poeta de la dinastía Tang, escribió estos versos:

Chang E, arrepentida por haber bebido en secreto el elixir, todas las noches anhela el
mar y el cielo azules.

Pero, en realidad, la historia sucedió de otra manera.


CUENTO CHINO # 9

LA HISTORIA DE YAN DI,


EL DIOS DEL SOL

Tal como se relató en la historia "Hou Yi derribó los soles", la humanidad se salvó al
derribar aquél nueve de los diez soles. Pero, ¿cómo actuaba el sol sobreviviente?

Desde que sus nueve hermanos habían sido abatidos, el sobreviviente tenía miedo.
Todos los días partía del Este y descendía por el Oeste, dando una larga caminata
celeste, sin atreverse a descuidarse ni a holgazanear. Pero, a medida que fue pasando el
tiempo, se volvió cada vez más negligente. A veces, se divertía en el Estanque Tanggu y
se retrasaba para ir al cielo; otras veces se quedaba dormido en la Rosa de China
durante largo tiempo, sumergiendo al mundo en las tinieblas, de modo que no se podían
distinguir el día y la noche. Las plantas estaban a punto de marchitarse; la temperatura
bajaba y los seres humanos, las aves y los animales se arracimaban. El mundo estaba al
borde de la ruina completa.

Cuando se enteró de esta situación, el Sobera- no del Cielo envió en seguida al Este a un
dios llamado Yan Di para que vigilara la labor del sol. Este despertaba al sol a una hora
fija y conducía su Liu Chi que era un carro tirado por seis dragones sin cuernos, en pos
del sol para intimarle a cumplir su tarea del día. Yan Di era, pues, un dios del sol
encargado de administrar al sol. Por haber vivido junto con el sol en el Este, también
recibía el nombre de Soberano del Este.

El dios del sol era elegante y marcial. Vestía una blusa verde y una túnica blanca. En la
mano izquierda llevaba un látigo llamado "Ruó Mu" y en la derecha un arco. El látigo
"Ruó Mu" estaba hecho de una madera mágica y luminosa que se obtenía en el Oeste.
Tenía dos virtudes: arreaba al sol y lo limpiaba en caso de que lo mancharan las nubes,
la bruma y el polvo. El arco, junto con sus largas flechas, servía para matar al lobo
celeste. Se dice que, al igual que en la tierra, en el cielo también existían varias fieras. El
lobo celeste era una bestia feroz que se escondía en el cielo para cazar y comer
estrellas. Incluso, cuando tenía hambre, se abalanzaba sobre el sol o la luna para
morderlos. Por eso, este dios no solamente era el vigilante sino también el protector del
sol.

Para que el sol pudiera despertarse a una hora fija todos los días, el Soberano del Cielo
también envió allá un gallo de jade. El plumaje de éste era completamente blanco, el pico
y sus espuelas eran dorados y la cresta roja. Tenía su morada en la Rosa de China,
donde vivía el sol, y cada día, cuando ya iba a amanecer, cantaba, alargando el cuello,
con una clara entonación que podía llegar a gran distancia. Al oír el primer canto del
gallo de jade todos los gallos de la tierra respondían en coro en seguida. Cuando el sol
partía desde el Este, Yan Di conducía su carro tirado por seis dragones sin cuernos para
seguirlo hasta el monte Yanzi, en el Oeste, donde el sol se ponía tranquilamente. Detrás
del monte Yanzi también había un gran estanque llamado Mengshui. Después de su
ardua jornada de trabajo, el sol se bañaba complacido en el estanque para quitarse la
fatiga. Después, entraba en Yuyuan, que era un canal que se comunicaba con el
Estanque Tanggu, por el cual regresaba a su lugar de partida. Finalmente, dormía
apaciblemente en la Rosa de China para poder cumplir bien la tarea del día siguiente.

Cierto día, como de costumbre, Yan Di conducía su carro siguiendo al sol. Sin embargo,
al pasar por el río de las Aguas Rojas los seis dragones se detuvieron de repente porque
tenían sed. Este río, cuyas aguas claras salían serpenteando de los barrancos, debía su
nombre a que se había originado en el monte Flor de Durazno donde había por todas
partes huertos de melocotoneros frondosos. Dicen que una vez, cuando llegó la
floración en la primavera, las aguas del río se tiñeron de rojo, y de ahí su nombre. Yan Di
paró entonces el carro y condujo a los dragones a la orilla para que abrevaran.
En ese momento, se oyó un murmullo y hubo un tintineo, como si las aguas chocaran
contra una roca. Era un sonido muy claro y agradable al oído, pero algo melancólico. Yan
Di miró hacia el lugar de donde provenía el sonido y vio una beldad que estaba tocando
laúd sentada al lado de una fuente.

Esta era la hija de la diosa del río de las Aguas Rojas y se llamaba Ting Yao. Vivía sola y
abandonada en el monte. Cada vez que se sentía solitaria, se sentaba al lado de esta
fuente y tocaba su laúd para pasar el tiempo. La melodía, acompañada por el murmullo y
el tintineo de las aguas, vibraba por el aire, como si revelara la tristeza de la muchacha.
La melodía era tan emocionante y triste, que hasta las hierbas en las orillas del río y las
flores de durazno derramaban lágrimas furtivamente. El lugar había recibido por eso el
nombre de Fuente de la Tristeza.

Siguiendo a la melodía, Yan Di se acercó sigilosamente a la muchacha y, escuchando


extasiado, se apoyó en una roca verde. Ting Yao tocaba tan absortamente que no se
percató de la presencia de Yan Di. Apenas terminó de tocar la muchacha, Yan Di dijo con
voz de sorpresa:

— ¡Ah! ¡Qué melodía tan emotiva! ¡Llega al fondo del corazón!

Sólo entonces, la muchacha descubrió que a su lado había un hombre imponente y


guapo. Una llamarada le recorrió las mejillas mientras se apresuraba a recoger el laúd
para marcharse.

— La melodía que tocas es muy conmovedora, pero algo triste. ¿No te sientes bien?—
preguntó en tono cordial Yan Di.

Cohibida de tener que hablarle de su soledad a un desconocido, en particular, a un


hombre joven, la muchacha sólo echó una mirada a Yan Di sonriendo y bajó la cabeza.

— Mira, ¡ qué hermoso es el paisaje de la primavera! La tierra está llena de energía y


vitalidad: Los pájaros cantan alegremente entre los árboles; los peces nadan libremente
en el agua; la gente trabaja en el campo; y las plan tas crecen frondosas bajo la brisa
primaveral. ¿Por qué no tocas una melodía alegre?—dijo el optimista Yan Di, mientras
reía a carcajadas.

Las palabras de Yan Di impresionaron profundamente a Ting Yao y, como los rayos del
sol, penetraron en su corazón. Levantó la cabeza y lo miró sintiendo una oleada de calor
y de alegría, pero, como era tímida, no quería revelar sus sentimientos. Bajó la cabeza y
comenzó a tocar el laúd. Ahora la música era agradable al oído y llena de esperanza.

Desafortunadamente, Yan Di no podía detenerse más porque tenía que continuar su


marcha. Aprobando con la cabeza, se despidió de la muchacha apresuradamente.

Pero durante el camino, la melodía que había tocado Ting Yao siguió resonando en los
oídos de Yan Di y la hermosa figura de la muchacha persistía ante sus ojos. En realidad,
estaba enamorado de la joven.

A partir de aquel día, cada vez que pasaba por allí Yan Di siempre se detenía por un
momento so pretexto de que tenía sed o que debía hacer un alto en el camino, para
charlar con Ting Yao y escuchar lo que ella tocaba. Ella, a su vez, también se sentía
sumamente alegre con la compañía de Yan Di. La melodía ya no era tan triste como antes
sino llena de pasiones y esperanzas.

Ambos se enamoraron y posteriormente se casaron, viviendo en perfecta armonía de


sentimientos y quereres. Tuvieron un hijo y dos hijas. El hijo se llamaba Yan Ju, sobre el
cual no se transmitió a la posteridad ninguna historia. La hija mayor se llamaba Yao Ji y
la menor Nü Wa. Ambas son conocidas pues aparecen en las historias "Chang E se
refugió en la luna" y "Jing Wei llenó el mar".

CUENTO CHINO # 10

JING WEI LLENO EL MAR

Nü Wa, la hija menor de Yan Di, el dios del sol, era una chica muy linda, ingenua y vivaz.
Todos los días iba a la costa para divertirse, contemplando el oleaje y recogiendo
conchas de diversos colores.

Un día que quería ir a la playa, la madre se lo impidió, diciéndole que era probable que
hubiera una tempestad. No obstante, la chica fue sin hacer caso a las palabras de su
madre.

En la playa, después de recoger muchas conchas de colores, Nü Wa subió a una gran


roca para observar la blanca espuma que levantaban las olas cuando chocaban contra
los riscos o las blancas gaviotas que volaban describiendo círculos sobre las verdes
aguas del mar.

"¡Qué hermoso es el mar! ¡Con razón mi padre viene a bañarse aquí todos los días!"
pensó la chica, sin percatarse de que se aproximaba una tempestad.

De repente hubo una bocanada de viento húmedo y ardiente y llovió a cántaros. Las olas
se levantaron como montañas, chocando contra la costa. Nü Wa no logró eludir una
enorme ola que la arrastró hacia el mar.
En ese momento, la madre Llegó a Ja playa. El viento la hacía tambalear y la lluvia no le
permitía ver nada. Comenzó a gritar en todas las direcciones, llamando a Nü Wa.

Pero no escuchó ninguna respuesta, fuera del rugido del viento, la lluvia y el mar. Poco
después, la tempestad se aplacó y el mar volvió a su calma de antes. Pero la chica no
apareció por ninguna parte. Con el corazón desgarrado, la madre se puso a llorar,
sentada en la playa.

Después de su muerte, el alma de Nü Wa se convirtió en un pájaro llamado Jing Wei que


tenía la cabeza rayada, el pico blanco y dos garras rojas. Vivía en el monte Fajiu, al
Oeste. Era tanto el odio que abrigaba la chica hacia el mar que le había arrebatado su
vida, que juró llenarlo para vengarse.

Desde entonces, el pájaro llevaba día y noche, con la boca, ramas secas y piedras para
arrojarlas al inmenso mar. Así pasaron los años, sin suspender nunca su trabajo, dando
muestras de una voluntad férrea.

Se dice que posteriormente Jing Wei contrajo matrimonio con el petrel y tuvieron
muchos hijos, de los cuales el macho era petrel y la hembra Jing Wei. Cada vez que
había una tempestad, los hijos volaban valientemente, dando vueltas sobre el mar,
atravesando las nubes y desafiando a las olas, y lanzaban gritos combativos de
venganza. Herederas de la tarea que había comenzado su madre, las hijas llevaban, año
tras año, de generación en generación, ramas secas y piedras para arrojarlas al mar.

CUENTO CHINO # 11
KUA FU PERSIGUIÓ AL SOL

Segun se dice, en la remota antigüedad hubo un hombre de gran estatura y muy fornido
llamado Kua Fu, quien andaba como si volara.

Es posible que el sol de la antigüedad girara más rápido que el actual, porque la gente
creía que si no alcanzaba a hacer sus labores tan pronto amanecía, al poco rato llegaría
la noche. Como no existía el alumbrado, a todos les incomodaba la noche tan larga. Por
eso, estaban descontentos con el sol.

Al enterarse de la situación, Kua Fu fue a pedirle cuentas al sol:

— ¡Oye, haragán! ¿Cuánto tiempo duermes cada día? Saliendo tan tarde y regresando
tan temprano, estás faltando a tus deberes.

Pero, el sol, que era un arrogante, hizo caso omiso y corrió hacia el Oeste tan rápido
como antes. Kua Fu, sumamente enfadado, decidió perseguirlo, llevando un garrote en la
mano. Cuanto más se acercaba al sol, más se sentía sofocado por el calor tórrido. Pero
desabotono su chaqueta y continuó persiguiéndolo, desafiando al calor.

Kua Fu sudaba a chorros y tenía la garganta seca por la sed. Cuando estaba a punto de
alcanzar al sol, no pudo soportar más y no tuvo más remedio que ir apresuradamente al
río Huanghe y desocuparlo de un sorbo. No obstante, las aguas del río no le apagaron la
sed. Corrió luego hacia el río Weihe, vaciándolo también, pero aún tenía sed. Finalmente,
se vio obligado a ir a un gran lago que quedaba en el Norte, pero desgraciadamente
murió de sed a la mitad del camino.

El garrote que dejó Kua Fu se volvió un frondoso bosque. Desde entonces, el bosque da
todos los años frutos para que los hombres apaguen la sed, y sombra para que se
refresquen en ella.

CUENTO CHINO # 12

LA HISTORIA DEL HÉROE XING TIAN


En la remota antigüedad hubo un héroe llamado Xing Tian, quien, armado de un hacha y
un escudo, vagaba por el mundo acabando' con los déspotas y ayudando a los débiles.
Era un hombre de talento y de justicia a quien todos estimaban.

En aquel entonces, el mundo estaba dominado por un dios tonto que sólo se dedicaba a
divertirse, sin preocuparse por la vida del pueblo, que llevaba una vida amarga, pues
unas veces la sequía se prolongaba durante varios meses, secando las plantas y los
sembrados y otras, la lluvia torrencial caía sin cesar, también durante varios meses,
sumergiendo las casas y los árboles.

Xing Tian se sintió enojado ante tal situación y decidió ir a ver al dios, a quien le dijo en
tono enérgico:
— ¡Estúpido! ¿Por qué atormentas tanto al pueblo? Si no quieres proporcionarle
felicidad, ¡lárgate de aquí que yo tomaré tu lugar!
Naturalmente, el dios no quería abandonar su dominio. Respondió sarcásticamente:

— ¡Hago lo que me venga en gana! ¡Es mejor que no te metes en lo que no te incumbe!
De otro modo, ¡te haré probar mi castigo!

Ante la rudeza del dios, Xing Tian, iracundo, se abalanzó sobre él blandiendo su hacha.
Así se inició un duelo encarnizado. La lucha era formidable: se desplazaban del cielo a la
tierra y de la tierra al cielo, desde el monte Kunlun hasta el Mar del Este y desde el Mar
del Este hasta el monte Kunlun. Al cabo de muchos días, aún no se sabía quién era el
vencedor. El combate levantaba humo y polvo que se extendían por todas partes,
eclipsando al sol y la luna, y haciendo temblar a. las estrellas, tanto, que estuvieron a
punto de caer del cielo.

Un buen día, cuando estaban trenzados en un combate cuerpo a cuerpo, sin poder
separarse, de repente el dios lanzó un grito, como un rugido, y acudieron desde todas
las direcciones fantasmas y demonios de rostro humano y cuerpo de león o de cabeza
de perro y cuerpo humano. A pesar de que luchó valientemente, Xing Tian no pudo
resistir a tantos enemigos, situación que aprovechó el dios para cortarle la cabeza. Sin
embargo, el héroe no cayó y continuó luchando, convirtiendo sus dos tetillas en ojos y el
ombligo en boca.

Aterrorizado por el heroísmo de Xing Tian, el dios puso pies en polvorosa hacia el Oeste,
pero aquél lo persiguió. No obstante, murió de fatiga cuando se aproximaba al monte
Kun-lun.

Aunque el dios logró mantener su dominio, se sentía temeroso cada vez que recordaba
la batalla con Xing Tian. Por eso, de ahí en adelante no se atrevió a cometer más
desatinos.

Aunque Xing Tian había muerto, su moral sublime y su heroísmo siempre fueron motivo
para que las generaciones siguientes sintieran nostalgia por él. inspirado en este mito, el
poeta de la antigüedad Tao Qian escribió los siguientes versos:

"Xing Tian lucha contra el enemigo blandiendo su hacha y escudo;


el heroísmo demostrado por él vivirá siempre en nuestros corazones."

CUENTO CHINO # 13

DAYU SOMETIÓ LAS AGUAS

Se dice que en la remota antigüedad en China hubo una gran inundación que acarreó
inimaginables desgracias a la gente: la tierra se convirtió en un inmenso mar, los
sembrados quedaron anegados y las casas destruidas; la gente, ayudando a los
ancianos y llevando en brazos a los pequeños, se refugió en las montañas o subió a los
árboles.

Pero poco después, al no poder soportar los embates del viento y la lluvia, y en
particular por no haber podido encontrar alimentos, muchos murieron de hambre o de
frío. Aquellos que tuvieron la suerte de refugiarse en las grandes montañas, pudieron
vivir en cuevas o en chozas construidas con las ramas de los árboles y calmar el hambre
comiendo hierbas silvestres y cortezas. Simultáneamente, las fieras y las serpientes
venenosas también se refugiaron en las grandes montañas, amenazando a la gente. ¡No
se sabe cuántos murieron diariamente de hambre, de frío o por el ataque de las fieras!

La gente no tuvo más remedio que recurrir al Soberano del Cielo y suplicarle que
sometiera las aguas, pues de lo contrario todos morirían. No obstante, al Soberano del
Cielo lo único que le interesaba era divertirse en su palacio, alejado totalmente de los
seres humanos y despreocupado por la suerte que corrían.

Sin embargo, un nieto del Soberano del Cielo, un dios llamado Gun, conmovido ante los
sufrimientos del pueblo, decidió interceder ante su abuelo para que oyera las demandas
de la gente. A pesar de su rango, no le fue fácil entrevistarse con su abuelo. Había
pedido audiencia muchas veces, pero siempre era detenido por los guardianes o le
notificaban que el Soberano del Cielo estaba muy ocupado y no tenía tiempo para
celebrar entrevistas.

Un día, sintiéndose muy afligido, Gun irrumpió por la puerta del cielo, sin reparar en
nada y dispuesto a exponer sus inquietudes al Soberano del Cielo. Los guardianes no
tuvieron más remedio que informarle a su superior y lo llevaron al palacio.

En ese momento, el Soberano estaba divirtiéndose : delante de él había diversos frutos


preciosos mientras que un grupo de hadas estaban bailando. Al ver que su nieto había
irrumpido allí, el Soberano del Cielo le preguntó fríamente:

— ¿Cuál es el asunto tan urgente?

— Abuelo, las aguas han inundado el mundo y los hombres están sufriendo una
desgracia. ¡Hay mucha pobreza! ¡Debemos someter las aguas! — respondió Gun.

— ¡No es posible! —dijo enfadado el Soberano del Cielo — Los seres humanos han
cometido muchos crímenes y deben ser castigados con calamidades. Además, no tengo
suficiente tiempo para ocuparme de sus asuntos. ¡De ahora en adelante, espero que no
me importunes más!

Gun tuvo que retirarse silenciosamente. Su corazón estaba atormentado por las
amarguras del pueblo. Andaba de un lado al otro, meditando.

"¡Debo salvar a toda costa a la humanidad de la muerte!" —cavilaba.

Pero, ¿qué podría hacer si todo el poder estaba en manos de su abuelo?

Las aguas continuaron subiendo a tal punto, que cubrieron las colinas y los montes. La
escena era terrible: las aguas turbias se extendían por todas partes mientras la gente
gritaba desesperadamente en las cumbres de las montañas. El mundo y los seres
humanos estaban a punto de desaparecer.

Gun sabía que lo único que podía contener la inundación era un tesoro mágico llamado
"Tierra Viviente", que era un terrón de color amarillo, Aunque sólo tenía unos cuantos
centímetros cuadrados de tamaño, su peso era extraordinario. Con sólo colocarla en la
tierra y decir "¡Crece!", en un abrir y cerrar de ojos aumentaba su tamaño en varios
kilómetros, luego en varias decenas de kilómetros y finalmente en varios ciento de
kilómetros, expulsando las aguas en todas las direcciones y descubriendo la tierra.

Pero la "Tierra Viviente" estaba bajo la custodia del Soberano del Cielo y era muy difícil
obtenerla.
Cierto día que pasaba volando un gavilán, Gun, como por arte de magia, lo detuvo,
diciéndole:

— ¿Has visto que la gente está sufriendo calamidades ?

— Claro que sí; las aguas corren impetuosamente y la humanidad está a punto de ser
exterminada — respondió el gavilán.

— Como siempre te paseas volando dentro y fuera del palacio, a lo mejor podrías
contarme algo que quiero saber.

— ¿A qué te refieres ?

— Para someter las aguas es necesario conseguir la "Tierra Viviente" que tiene mi
abuelo, el Soberano del Cielo. ¿Sabes acaso dónde guarda el tesoro.

— No me he dado cuenta — dijo el gavilán, meditabundo —. Pero lo debe guardar en el


palacio posterior. Allá hay muchos cofres de jade y he oído decir que él guarda todos
sus tesoros en ellos.

— Entonces, averiguarlo por favor, ya que de ello depende la salvación de la humanidad.

El gavilán asintió con la cabeza y se alejó. Como ya anochecía, las puertas celestiales
habían sido cerradas. Entonces entró volando al palacio posterior y se posó en la parte
exterior de una de las ventanas. Desde allí pudo ver claramente que en el recinto había
muchos cofres de jade ordenados en hilera, cada uno de los cuales tenía grabados
caracteres dorados, tales como "Elixir de la Inmortalidad", "Garrote de Mil Años", "Soga
para Subir al Cielo". ¡Y entre todos ellos, en un rincón, se distinguía uno con la leyenda
"Tierra Viviente"!

El gavilán regresó inmediatamente adonde Gun para contarle lo que había visto.

Pero se presentó otro problema. El gavilán no podía llevar el tesoro con la boca por su
peso extraordinario. Entonces Gun fue rápidamente hasta el río del cielo para pedirle
ayuda a la gigantesca tortuga inmortal, que era la única capaz de cumplir esta tarea. En
efecto, la tortuga estaba allí, dando un paseo por la ribera. Gun le refirió todo lo acaecido
y ella asintió moviendo la cabeza.

Luego, dejándose guiar por el gavilán, la tortuga inmortal llegó hasta el palacio posterior
donde abrió un agujero en la pared y penetró. Con todas sus fuerzas, ambos lograron
apoderarse de la "Tierra Viviente". Acto seguido, la tortuga la llevó a cuestas. Cuando
llegó al río estaba empapada en sudor y sofocada.

Eufórico al ver el tesoro, Gun le pidió a la tortuga que lo transportara al mundo de los
seres humanos y lo colocara en la tierra. Y tan pronto como Gun dijo "¡Crece!" la "Tierra
Viviente" empezó a aumentar de tamaño, expulsando las aguas en todas las direcciones.

Finalmente, la humanidad se salvó y los refugiados regresaron a sus lugares natales.


Llenos de contento, comenzaron una nueva vida, cultivando los campos y
reconstruyendo las casas.

Sin embargo, al poco tiempo el Soberano del Cielo se enteró del robo de la "Tierra
Viviente". Lleno de cólera, hizo llamar a Gun, a quien dijo en tono severo:

— ¡ Cómo te has atrevido a robar mi tesoro! ¿Acaso eso no significa rebelión?


Como estaba convencido de que su acción había sido justa, Gun, envalentonado, le
respondió a su abuelo en tono enérgico:

— El mundo pasó por una catástrofe. Los seres humanos perdieron sus hogares y sus
medios de subsistencia. Creo que hubiera sido injusto no tratar de salvar a los que
estaban luchando contra la muerte.

— ¡Cállate! ¿Cómo te atreves a ofenderme?— replicó ensoberbecido el Soberano del


Cielo al tiempo que echaba rayos y centellas. Inmediatamente le ordenó a su subalterno
Zhu Rong que ejecutara a Gun en Yushan, un sitio del polo norte, y que recuperara
cuanto antes la "Tierra Viviente".

La furia de las aguas volvió a hacer estragos y la gente, que apenas acababa de
establecerse, se vio obligada a huir para salvar la vida.

Aunque Gun había muerto, su corazón ardoroso y justiciero siguió viviendo. Luego de
tres años, el cadáver de Gun seguía intacto, sin corromperse. El Soberano del Cielo,
asustado y preocupado porque de pronto Gun resucitara para vengarse, envió a un
general celeste para que le abriera el vientre a aquél. Pero, de improviso, el abdomen de
Gun se abrió y su corazón se volvió persona: su hijo Da Yu. Inmediatamente, Gun se
hundió en el río Yuyuan y desapareció nadando, convertido en un pez mágico.

Al igual que su padre, Da Yu era un dios bondadoso y honrado, pero más inteligente y
más valeroso. Para continuar la obra inconclusa de su padre, decidió llevar a término la
salvación de la humanidad.

Era tanto el odio que abrigaba hacia el Soberano del Cielo, que jamás fue a verle. En
lugar de ello, decidió dirigir a los hombres para someter las aguas valiéndose de sus
poderes mágicos.

Como sabía que las inundaciones eran provocadas por los genios de las montañas y los
demonios del agua que estaban bajo las órdenes de Gong Gong, el dios del agua,
resolvió eliminar primero a estos malvados.

Para tal fin, reunió a los diversos dioses en la montaña Maoshan, un lugar ubicado a la
orilla del Mar del Este.

Esta era una causa justa compartida por todos. A la reunión asistieron numerosos
dioses, entre ellos Po Yi, el dios de los pájaros, Wu Mu You, el dios de los árboles, Tung
Lü, el dios de las reglas del cielo, Geng Chen, el dios del tiempo; también se hicieron
presentes el dragón sin cuernos y con una sola pata, el dragón alado, y otras criaturas
fantásticas.

Los asistentes manifestaron que la zona de la montaña Tungpo, en las planicies


centrales, era la que sufría la inundación más grave. Este lugar estaba bajo el dominio de
Wu Zhi Qi, el astuto y cruel dios de los ríos Huai y Wo, cuya fisonomía era la de un mono.
De frente alta, nariz chata, cabeza blanca y cuerpo negro. Tenía los ojos relucientes
como el oro y colmillos tan blancos como la nieve. Podía alargar su cuello hasta cien
pies y su fuerza era tan descomunal, que era capaz de soportar a nueve elefantes.
Generalmente aparecía y desaparecía en el agua y era muy ágil y difícil de capturar.
Además, era el subalterno favorito de Gong Gong. Por eso, valiéndose de sus poderes,
levantaba a menudo olas y viento, actuando a su antojo en el lugar. Precisamente, Da Yu
había presenciado en tres oportunidades la terrible escena.

Siguiendo las órdenes da Da Yu, Tung Lü y Wu Mu You fueron los primeros en salir a
pelear, pero no lograron vencer a Wu Zhi Qi. Después, Da Yu mandó a Geng Chen. A
pesar de su agilidad, Wu Zhi Qi no logró escapar de las manos de Geng Chen.
Justamente, cuando intentaba huir zambulléndose en las aguas, fue alcanzado por la
lanza de Geng Chen y capturado. Por orden de Da Yu, fue confinado al pie de la montaña
de la Tortuga, en el curso inferior del río Huai. Allí lo ama rraron con cadenas al cuello y
le colocaron una sarta de timbres de oro en las ventanas de la nariz para que no volviera
a actuar a su antojo.

El paso siguiente era atacar a Gong Gong, quien por aquel entonces se encontraba en la
zona de Kongshan. Para evitar que éste huyera al enterarse de la noticia, Da Yu convocó
otra reunión en Maoshan con el propósito de organizar un cerco. Pero, debido a que el
dios que contenía los vientos, el cual debía participar en la batalla, no llegó en el
momento previsto, Da Yu perdió un tiempo precioso. Durante este lapso de tiempo, Gong
Gong logró informarse de que el dios de los ríos Huai y Wo había sido capturado y que
los dioses querían emprender una expedición contra él. Inmediatamente hizo que las
olas y el viento se levantaran e inundaran la zona de Kongshan. Aprovechándose del
caos, huyó sin dejar huellas. Cuando llegó el dios que contenía los vientos a la montaña
Maoshan, fue ejecutado por Da Yu por haber sido el causante del retraso. Se dice que
aquella montaña recibió posteriormente el nombre de Huiji para honrar la memoria de Da
Yu.

Después de la huida de Gong Gong, la tarea más apremiante era conducir las aguas al
mar. Para tal fin era necesario conocer primero la topografía. Da Yu dio órdenes a dos de
sus subalternos, Da Zhang y Jian Hai, para que midieran la tierra. Da Zhang caminó
desde el extremo Este hasta el Oeste y obtuvo la cifra de 100.016.750 kilómetros y 225
pies. Jian Hai, por su parte, caminó desde el extremo Norte hasta el Sur y logró
exactamente la misma cifra. Ambos informaron que, además de los ríos que corrían a lo
largo y a lo ancho de la tierra, habían descubierto numerosos abismos enormes y
profundos. En efecto, no era fácil encauzar las aguas en aquella inmensidad.

Pero cuando hay fuerza de voluntad se logra éxito. Da Yu no se asustó ni mucho menos
por las dificultades y se entregó con cuerpo y alma a realizar los trabajos para someter
las aguas. Junto con varios de sus subalternos, atravesó montañas y ríos, desafiando el
viento y la lluvia, cruzó los nueve continentes y recorrió diez mil países. En su correría
experimentó innumerables aventuras y llegó a muchos lugares despoblados, donde vio
muchas cosas sorprendentes las cuales les contaré en el capítulo siguiente.

Durante los trabajos, Da Yu obtuvo la ayuda de los dioses de diversos lugares. Cierta
vez, cuando estaba observando la configuración del terreno en el monte Lungmen, Fu Xi,
que vivía allí en una cueva, le obsequió el "Plano de los Ocho Diagramas", cuyos
símbolos señalaban la naturaleza del cielo, la tierra, el viento, el trueno, el agua, el fuego,
las montañas y los lagos, y los métodos para someterlos y utilizarlos. En el capitulo que
contaré mañana sabrán ustedes el origen de estos antiguos signos del taoísmo
recogidos en el Libro de las Mutaciones, y con los cuales se descubre el futuro.

En otra ocasión, cuando estaba investigando la fuerza de la corriente a lo largo del río
Huanghe, apareció de repente un monstruo por entre las olas, de rostro humano y
cuerpo de pez, el cual le regaló el "Mapa de los Ríos". Según se dice, éste era Feng Yi,
una divinidad del río Huanghe. El mapa señalaba la orientación y la fuerza de la corriente
de todos los ríos grandes y pequeños en las planicies centrales. Ahora que disponía de
estos materiales de referencia, y considerando sus propias experiencias, Da Yu estaba
seguro de poder someter las aguas.

De inmediato se inició la construcción de obras hidráulicas. Da Yu, portando una azada y


un canasto, dirigió a millares de personas para que cavaran lagos, construyeran diques,
acarrearan tierra y rellenaran abismos. La tortuga inmortal también colaboró en las
obras. Esta podía transportar una colina de un solo viaje y llenaba un profundo abismo
al término de pocas jornadas. La ayuda que prestó el dragón alado también fue muy
valiosa. Con su cola, tan dura como el acero, excavaba la tierra y podía dragar varios
ríos en el lapso de un día.
De todas las obras hidráulicas, la más peligrosa y ardua fue la excavación del monte
Lungmen. Este monte, que cubría un área de varios cientos de kilómetros, yacía sobre la
cuenca media del río Huanghe, cerrándole así el paso a la corriente, la cual sólo podía
atravesar el lugar por un canal muy estrecho. Por eso, cada vez que había un diluvio, el
río se desbordaba, inundando la tierra.

Da Yu participó en las obras de Lungmen. Bajo el sol ardiente de verano y desafiando el


frío glacial, todos comían y dormían a la intemperie. Finalmente abrieron por cinco años
un boquete en el monte y las aguas corrieron sin ningún obstáculo.

Cuando la obra fue completada, la alegría fue inimaginable. Hombres y mujeres,


rodeando a Da Yu, vitoreaban sin cesar, en una forma tan atronadora, que el Palacio del
Cielo se estremeció. Cuando el Soberano del Cielo echó una mirada hacia abajo, se
sobrecogió de estupor, pues nunca había imaginado que los seres humanos tuvieran
una energía tan enorme.

Posteriormente, Lungmen devino en un lugar encantado. Cada primavera, las carpas del
río Huanghe acudían allí para reunirse y luego rivalizaban tratando de saltar por encima
de la puerta Lungmen. Se dice que las que lograban hacerlo, se convertían en dragones.
Las que no, se estrellaban contra las rocas. A pesar de eso, todas querían probar
fortuna.

La mujer de Da Yu provenía del monte Tu-shan, en el Sur, y era conocida como la


Muchacha de Tushan. Cuando se casó con ella, Da Yu sólo permaneció en casa cuatro
días. Posteriormente, la mujer dio a luz un hijo al cual le puso Qi, nombre que había sido
escogido por Da Yu en el momento de su partida. Qi significaba "ponerse en camino" y
con él quería recordar el día que se despidió de su mujer y se puso en camino para
someter las aguas.

La muchacha frecuentaba una colina que quedaba delante de la casa. Iba allí, llevando
en brazos a su hijo, con la esperanza de que su marido regresara pronto. Inspirada,
había compuesto una canción titulada "Esperando al hombre". Cuando la entonaba, lo
hacía con sentimiento.

Cierta vez que se encontraba en la colina con su hijo, miró a lo lejos y vio que se
acercaba un hombre: era su esposo. Pero, a primera vista, no lo reconoció. Da Yu, quien
antes tenía un porte majestuoso, ahora se veía agotado, vestido de harapos y con las
manos y los pies cubiertos de gruesos callos. Sólo sus ojos brillantes reflejaban como
antes, su inteligencia y tenacidad.

La muchacha sintió alegría al vez que Da Yu regresaba pero también se condolió


íntimamente al ver su aspecto. Cuando le pidió insistentemente que volviera a casa para
descansar, él rehusó, argumentando:

— ¡Es imposible! Los refugiados se encuentran aún bajo la amenaza de las aguas.
¡Ahora, lo urgente es salvar a la gente!

— Pero puedes permanecer sólo por un tiempo — dijo la muchacha —. Además, es


necesario que te remiende el vestido y debes ponerte otro par de sandalias de paja.

— ¡Pero el tiempo es precioso! Ya sé que tú pasas dificultades porque no estoy en casa


— dijo Da Yu, excusándose — pero no puedo hacer un alto en el camino cuando las
aguas aún se desmandan.

Cuando terminó de decir esto, Da Yu tomó con sus manos al hijo y lo besó. Después de
consolar a su mujer, se marchó sin volver la cabeza.
Así, durante el tiempo que duraron las obras para controlar las aguas, a pesar de
haber pasado en tres oportunidades por delante de su casa, Da Yu no entró jamás en
ella.

Transcurrieron los años y Da Yu iba a pie desde el Sur hasta el Norte, del lugar donde
se levantaba el sol al lugar donde descendía, desafiando el viento y la lluvia, sin
importarle la fatiga ni el peligro, para dirigir a los millares de personas que trabajaban
en el control de las aguas. Después de trece años de esfuerzos, llenaron los abismos,
excavaron los lagos y dragaron los ríos. Las llanuras volvieron a aparecer y la gente
regresó a su lugar natal para iniciar una nueva vida.

Bajo la guía del valiente e inteligente Da Yu, la gente logró someter las aguas valiéndose
de sus propias fuerzas, sin tener que suplicarle al Soberano del Cielo ni utilizar la "Tierra
Viviente". Esto no solamente fue un mérito de Da Yu sino también el orgullo de la
humanidad. En agradecimiento, todos estuvieron de acuerdo con que fuera soberano. Da
Shun, que así se llamaba el soberano que gobernaba por aquella época, decidió cederle
el trono a Da Yu, pues ya no se sentía fuerte a causa de la edad.

Según se dice, Da Yu fue el primer soberano de la dinastía Xia. Después de subir al


trono, llamó a Po Yi y Gao Tao para que le ayudaran en la administración. Aunque todo
estaba en orden en el imperio, Da Yu seguía preocupándose por la vida del pueblo.
Frecuentemente realizaba giras por todas partes y ordenaba transportar productos de
los lugares prósperos a los lugares más necesitados para que todos pudieran vivir en
felicidad y trabajar en paz. Además, le enseñaba a la gente a plantar árboles en las
pendientes y sembrar arroz en los terrenos ricos en aguas.

Entre los gobernantes de la antigüedad, Da Yu fue un soberano ilustre que hizo grandes
contribuciones al pueblo. Por eso, las generaciones posteriores acuñaron el dicho "No
ser inferior a Da Yu" para elogiar a los hombres de mérito.

CUENTO CHINO # 14

LA HISTORIA DE FU XI
Según una leyenda, en el Oeste había un Estado llamado Hua Xu Shi, el cual era atravesado
por el gran río del Trueno, en cuyas riberas moraban sus habitantes.

El río tenía su nacimiento en el gran lago del Trueno, donde vivía el dios del trueno. De ahí su
nombre. Como aquel dios tenía un temperamento voluble, pues a veces era alegre y en otras
ocasiones colérico, el río también cambiaba de carácter. Unas veces corría tranquilo y en él se
reflejaba, como en un espejo* el paisaje de ambas riberas. En otras oportunidades se convertía
de repente en una bestia furiosa que corría rugiendo y se lanzaba en todas las direcciones,
arrasándolo todo, destruyendo las casas y anegando los cultivos. En aquellos momentos, la
gente comprendía que el dios del trueno estaba de mal humor.

El río del Trueno estaba causando calamidades año tras año. Si hubiera alguien que pudiera ir
a visitar al dios del trueno para aconsejarle que abandonara el lago del Trueno, a lo mejor no
habría más calamidades. Pero, ¿quién se atrevería a ir?

A la orilla del río del Trueno vivía una pareja de ancianos con su única hija, llamada la
muchacha de Hua Xu. Ella era una muchacha muy inteligente y hermosa, valiente y
bondadosa, pero, como todos los hijos únicos, siempre actuaba a su antojo.

Cierta vez se produjo otra inundación. Los ancianos se lamentaban:


— ¡Ay! ¿Cuándo se acabarán estas interminables calamidades? Las aguas volvieron a
arrastrar las casas y el ganado.

— Es necesario ir al lago del Trueno para discutir el asunto con el dios del trueno — dijo
indignada la muchacha de Hua Xu.

— El dios es un tirano. ¡Nadie se atrevería a irritarlo!—dijeron al unísono los ancianos,


meneando la cabeza.

— En realidad, el dios debería vivir en el cielo. ¿Por qué provoca sin ningún motivo
calamidades en la tierra, sólo para perjudicar al pueblo ? ¡Voy a discutir con él! — afirmó
enérgicamente la muchacha.

Temerosos, sus padres le replicaron apresuradamente :

— ¡No puedes ir! ¡Han pasado muchos años y nadie se ha atrevido siquiera a acercarse al lago
del Trueno! Tú ...

La hija permaneció en silencio, pero por sus labios apretados y la mirada enérgica, se podía
adivinar que había tomado la decisión de ir.

A los pocos días, abandonó su lugar natal y a sus padres, y marchó a lo largo del río del Trueno
en dirección al curso superior. Por el camino, recogió frutas silvestres para matar el hambre y
bebió agua del río para apagar la sed. Después de varios días de camino, de repente apareció
ante sus ojos un inmenso lago de aguas negras. ¡Era el lago del Trueno! Pero no sabía dónde
encontrar al dios del trueno. Sin embargo, súbitamente se levantaron las olas y salió de las
aguas, en medio de un gran estruendo, un monstruo de rostro humano y cuerpo de dragón.
Asustada, la muchacha retrocedió apresuradamente para esconderse detrás de un gran árbol,
pero pisó un gran vestigio y sintió escalofrío, como si una corriente eléctrica la atravesara de la
cabeza a los pies, inmovilizándola.

— ¡Cómo te atreves a venir a mi santa morada! — retumbó la voz del trueno.


Sin esperar la respuesta de la muchacha, el dios del trueno subió al borde y se la llevó a su
palacio en el fondo del agua.

El palacio del dios del trueno era alto y ara plio, pero muy sobrio en su mobiliario. Dentro de él
había un trípode del cual colgaba un gran tambor, al lado del cual había un gigantesco palillo.
Estos eran los instrumentos con los cuales el dios hacía sonar el trueno. Cada vez que él
viajaba, volando por el cielo y tocando el tambor, en la tierra se oía la tronamenta. A veces,
cuando se embriagaba, tocaba el tambor en el palacio para disipar la melancolía, provocando
altas olas en el lago del Trueno y el río del Trueno, causando con ello calamidades a los
habitantes de la comarca.

— ¡Cómo te atreves a entrar en mi santa morada! — preguntó de nuevo el dios del trueno con
un tono de voz aterrador.

— ¡Vine a pedirte una explicación! — dijo la muchacha tranquilamente —. El Soberano del


Cielo, el tío del viento y la madre del rayo viven en el cielo. ¿Por qué te has establecido en la
tierra, que es nuestra?

— Por que me gusta ... — replicó el dios despectivamente.

— ¡ Pero has causado desastres al pueblo que habita en las dos riberas del río del Trueno!

— argüyó la muchacha.
Fueron tan justas las argumentaciones de aquella muchacha honrada, que el dios del trueno, a
pesar de su soberbia, no fue capaz de re plicar, y se sometió dócilmente. Pero también cayó
vencido ante la hermosura de la muchacha.

— ¡ Está bien! Me trasladaré dentro de poco al cielo, pero tendrás que ser mi mujer. De todas
maneras, ya no tienes posibilidad de regresar — dijo el dios, con tono suave.

Mientras la muchacha meditaba la propuesta, el dios agregó, con voz todavía más tierna:

— ¡Puedes estar tranquila! ¡Seré bondadoso contigo!

Al llegar a un acuerdo, la muchacha decidió casarse con él. De ahí en adelante, el dios la trató
dulce y amablemente y no volvió a tocar el tambor a su antojo. El lago y el río también se
tranquilizaron.

Poco después, la muchacha de Hua Xu dio a luz a un hijo. El dios del trueno quiso regresar al
cielo llevando consigo a su mujer y a su hijo. Pero, sintiendo nostalgia por su lugar natal, la
muchacha pensó que, si ella misma no podía regresar a casa, por lo menos debería enviar al
hijo al Estado de Hua Xu Shi.
Cierto día, aprovechando que el dios se había ausentado, la muchacha puso a su hijo dentro
de una gran calabaza y la colocó en el río, donde comenzó a flotar a favor de la corriente, hacia
el curso inferior.

Afortunadamente, ese día, el padre de la mu chacha de Hua Xu estaba pescando en el río.


Mirando las aguas que corrían impetuosamente, el anciano sentía nostalgia por su hija,
sintiéndose algo afligido. De súbito, apareció flotando una gran calabaza. El anciano,
extrañado, la sacó fuera del agua y se la llevó a casa. Cuando la abrió, encontró que adentro
estaba durmiendo un bebé rollizo, envuelto en un traje hecho con tela floreada. La madre gritó
alarmada: ¡La envoltura era el traje de su hija! Luego examinó detenidamente al bebé: Sus
facciones era una copia casi fiel de las de su hija, de frente amplia y piel blanca. La anciana
confirmó que éste era su propio nieto.

Este inesperado suceso trajo gran consuelo a los ancianos que llevaban ya largo tiempo
lamentándose por haber perdido a su hija. Ambos le cogieron gran cariño al nieto. A medida
que se fue propagando la noticia, las gentes del lugar venían para felicitarlos. La abuela bautizó
al niño Fu Xi, significando con ello la calabaza que lo había traído.

Fu Xi fue creciendo gradualmente. Por ser el hijo del dios del trueno, se distinguía mucho de los
hombres corrientes: Tenía gran estatura, su oído era fino y la vista penetrante. Además, su
arrojo era sobrehumano; en particular, podía subir al cielo por la escalera celeste.

Según se dice, en la remota antigüedad se podía ir del cielo a la tierra y viceversa. Esto se
debía a que en el centro de la tierra había un árbol gigantesco y extraño llamado Jian Mu, que
comunicaba a la tierra con el cielo y cuya corteza parecía de cuero. No daba ninguna sombra
bajo los rayos del sol y era la escalera por la cual los dioses descendían del cielo hacia la tierra.
Sin embargo, para los hombres corrientes era imposible trepar por él.

Fu Xi amaba apasionadamente a la patria de su madre, el Estado de Hua Xu Shi, y a su


pueblo, al cual había prestado grandes servicios valiéndose de su inteligencia sobrenatural. Así
por ejemplo, al ver cómo las arañas atrapaban a los insectos, se inspiró en las telarañas e
inventó la red de pesca tejiéndola con cuerdas. Asimismo, le enseñó a la gente a cocinar para
que acabaran con la costumbre de comer crudos los alimentos. Por eso lo llamaban también
Bao Xi, que significaba el mejor cocinero.

Según la tradición, la mayor contribución de Fu Xi fue la creación del Cuadro de los Ocho
Diagramas. Estos eran ocho signos que representaban las correspondientes materias que
componían la naturaleza:
(Qiang) el cielo Ez (Kun) la tierra Ez (Kan) el agua EE (Li) el fuego
(Gen) las montañas EE (Zhen) el trueno (Xun) el viento EE (Dui) los lagos

Fu Xi le explicaba a la gente la esencia de todas estas cosas y las relaciones que tenían
entre sí, ya que la existencia de los seres humanos no podía desligarse de la naturaleza.
En caso de conocer a fondo los caracteres de estas cosas y su utilización, de dominar
sus relaciones recíprocas y sus cambios, la gente, al igual que los dioses, podría evitar
los perjuicios que podían causar ellas y utilizarlas correctamente para buscar la felicidad
de la humanidad. Eran, pues, Ocho Diagramas simples, pero mágicos.

Se dice que al cabo de algunos años, en la dinastía Yin, cuando el emperador Zhou
estaba en el poder, un ministro llamado Ji Chang, quien posteriormente sería el
emperador Zhou Wen Wang, exhortó al emperador a deponer su tiranía. El emperador no
sólo desoyó las palabras de Ji Chang, sino que le encarceló en Youli. Angustiado, Ji
Chang estudió allí el Cuadro de los Ocho Diagramas. Al integrarlos con sus propias
experiencias, logró esclarecer muchas dudas durante el estudio. Todo esto lo fue
anotando como anexo al Cuadro de los Ocho Diagramas, para que la gente
comprendiera los diversos cambios que se producen en la naturaleza y la sociedad. De
este modo creó el Libro de las Mutaciones, el cual se ha transmitido hasta nuestros días.

El Soberano del Cielo, al ver todas las contribuciones que había hecho Fu Xi a la
humanidad, lo nombró rey del Estado de Hua Xu Shi. Este, valiéndose de su poder
mágico y sus capacidades, puso en orden al país. Por ejemplo, entre sus subalternos de
talento estaba Ju Mang, ministro de agricultura, quien gozaba de buena reputación.
Según se dice, Ju Mang tenía rostro humano y cuerpo de pájaro; volaba del este al oeste,
con un medidor en la mano, ayudándole a la gente a medir las tierras y ur-giéndola a
sembrar. Ju Mang, que quiere decir "germinar", era conocido también como el dios de la
primavera.

De acuerdo con los anales de la historia, el Estado de Hua Xu Shi fue un lugar
sorprendente para la época. Todos sus habitantes sabían distinguir los fenómenos
celestes y pronosticar la llegada del viento y de la lluvia; conocían profundamente la
naturaleza de las montañas, los ríos, los terrenos y las plantas; sabían cultivar de la
manera más apropiada, por lo que siempre obtenían ricas cosechas. Todos vivían hasta
una edad avanzada, habiendo entre ellos muchos ancianos que tenía de cien a
doscientos años de edad. A diferencia de los demás mortales, el agua no los ahogaba y
el fuego no los quemaba; podían ver a través de la bruma y las nubes y los truenos no
les afectaban el oído; y atravesaban las montañas como si anduvieran por terreno plano.
Es posible que los descendientes de Fu Xi tuvieran tantas capacidades y llevaran una
vida ideal debido a que se inspiraban en los Ocho Diagramas. Incluso, quienes estudian
ahora los Ocho Diagramas, afirman que ellos encierran muchas cosas que podrían
inspirar a la gente para conocer y dominar las leyes de los fenómenos naturales.

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