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Teología, contexto y praxis:

Una visión de la tarea teológica


Juan Stam

Para enfocar bien el quehacer teológico, es importante recordar que la teología cristiana
tuvo un origen misionero. Podemos decir que el esfuerzo de coordinar coherentemente las
verdades de la fe nació del anhelo de evangelizar a los no-creyentes.

Ningún libro del Nuevo Testamento es un libro "teológico" (ninguno se parece a un


texto de teología sistemática), pero todos tenían carácter kerigmático, misionero,
evangelizador y pastoral. En ese sentido, la "teología práctica" antecedió a la "teología
sistemática". En los evangelios, no encontramos "teología" como tal, ni aun biografías de
Jesús, sino, como indica el nombre, proclamación de las buenas nuevas; en efecto, esos
cuatro libros son esencialmente mensajes evangelísticos. El libro de los Hechos es una
historia misionera de la iglesia primitiva. Las epístolas son mensajes pastorales dentro de
un gran movimiento de evangelización y expansión misionera.[1] El Apocalipsis es una
larga carta pastoral para las iglesias de Asia Menor, una especie de
"manual para mártires". También está lejos de ser un tratado de escatología sistemática.

Los padres apostólicos mantenían el esquema básico y el marco de referencia del Nuevo
Testamento; ellos tampoco escribían como teólogos sistemáticos. Clemente de Roma envía
una carta pastoral a la iglesia de Corinto. Otros escritos son bellas exposiciones de la fe
(Diogneto; Epístola a Bernabé). Didajé es un documento de orden eclesiástico, y San
Ignacio describe y defiende el sistema de gobierno de la iglesia de Antioquía. Pero ninguno
de los escritores de esta primera generación postapostólica intentó elaborar un sistema
teológico. Se puede decir que Justino Mártir preparó el camino para la teología como
proyecto de sistematización. Este apologista desarrolló muchos aspectos del pensamiento
cristiano con las categorías, el lenguaje y los esquemas mentales del neoplatonismo. Pero
la intención de Justino fue la de dar testimonio al mundo intelectual de su época, como
demuestran los mismos títulos de sus escritos (Apología I, Apología II, Diálogo con
Trifón). Justino escogió la filosofía como su marco de referencia, para testimoniar su fe a
sus colegas filósofos. En eso, seguro sin darse cuenta, Justino hizo una opción de
clase. Había también en la época importantes religiones populares, especialmente las
religiones mistéricas. Pero el mundo de los pobres quedó fuera de la visión misionera de
los antiguos apologistas.[2]

La teología sistemática se articuló en su forma definitiva en Alejandría a principios del


siglo III. Nació brillante, con Panteno, Clemente y Orígenes. Y nació misionera
también. Eusebio cuenta que Panteno, el fundador de la Escuela Catequística de
Alejandría, dejó su "cátedra" y su puesto de “director de facultad” para ir de misionero a la
India. Y detrás de todo el esfuerzo intelectual de ellos estaba el afán de contextualizar el
evangelio para el mundo que ellos conocían, dentro de la secular cultura de Alejandría.

Para ese testimonio, los padres alejandrinos escogieron como su instrumento básico la
filosofía, sobre todo la neoplatónica. Eso introdujo una nueva prioridad en la tarea
teológica: el Sistema (así con mayúscula). A partir del presupuesto del idealismo
racionalista, que la verdad es una, universal, abstracta, eterna y accesible por los procesos
de la racionalidad especulativa, la teología emprendió el proyecto de convertir la fe en un
Gran Sistema omnisapiente digno de compararse con los diversos sistemas filosóficos;
poco a poco, la pistis se iba reduciendo a gnôsis. Con esa dominante pasión por la
sistematización racionalista, la teología se volvió elitista y pronto perdió casi por completo
su relación con la misión de la iglesia.[3]

Este predominio filosófico en la teología como una nova philosophia se impuso sobre el
quehacer teológico durante muchos siglos. Sólo cuando los grandes "maestros de la
sospecha" del siglo XIX (Kierkegaard, Marx, Freud, Darwin, Nietzsche) cuestionaron
radicalmente el legado del idealismo racionalista en la historia del pensamiento occidental,
algunos teólogos también comenzaron a plantear nuevas perspectivas. Frente al anterior
monopolio de la filosofía como único instrumental del teologizar, exploraron las
posibilidades de la sociología, la sicología y otras ciencias como instrumental alternativo
para el teologizar.[4] En lugar del Gran Sistema como meta y razón de ser de la teología,
propusieron la praxis y la misión de la iglesia en el mundo y en la historia. Ya es hora de
redescubrir esa vital orientación misionera con la que nació la teología.

Niveles indispensables del quehacer teológico

La ciencia teológica es, por su naturaleza, multidimensional e interdisciplinaria. Para


hacer bien su trabajo, la hermana teóloga tiene que ser, en alguna medida, lingüista,
historiadora, socióloga, filósofa, sicóloga, científica y (ojalá) predicadora. Le ayudará
también tener sensibilidad artística con alguna capacidad en apreciación del arte plástico, la
música y la danza, la literatura y el cine. Sin pretender ser expertos en todos esos campos,
los y las teólogos sí necesitan una orientación básica hacia todas esas esferas de la vida
humana. Todas ellas son insumos para el menú de la vida intelectual y espiritual de los
teólogos.

Muchos teólogos han sido y son demasiado estrechos y desbalanceados para hacer bien
su trabajo. Pueden ser muy capaces, por ejemplo, en el hebreo, pero casi ignorantes de la
historia antigua o de la realidad contemporánea. Los hay que dominan el griego casi como
su lengua materna, pero paradójicamente, no saben aplicarlo bien en la exégesis del texto
bíblico. Otros conocen de memoria todos los capítulos de la teología sistemática, pero
viven aislados de la problemática del mundo que los rodea, de las expresiones artísticas, de
las luchas políticas y económicas del momento, del kairós en que Dios los ha puesto para
servir teológicamente a la misión de la iglesia. Pueden multiplicarse los ejemplos. La
teología exige de sus practicantes una gran amplitud y flexibilidad.

El primer nivel de la tarea teológica, y el básico, es el de la interpretación bíblica. En la


mayoría de los casos, eso requiere una capacidad adecuada de emplear los idiomas
originales, una conciencia adecuada de la crítica textual, un conocimiento del contexto
histórico de cada texto bíblico, y un sentido acertado de la interpretación fiel y correcta
(hermenéutica). Aunque puede haber trabajos teológicos que no sean explícitamente
bíblicos (p.ej, un estudio de la influencia del estoicismo en el pensamiento de Juan
Calvino), todo trabajo teológico tiene que realizarse conscientemente a la luz de las
escrituras y no a espaldas de ellas. Cualquier trabajo que está mal bíblicamente, está mal
teológicamente. Si está pobre bíblicamente, está pobre teológicamente. De mala exégesis
no se puede sacar buena teología. Ningún trabajo puede estar mejor teológicamente de lo
que está bíblicamente.

El segundo nivel es el de la teología bíblica, cuyo papel ha sido muy discutido en las
últimas décadas. Es la comprensión global del pensamiento bíblico según sus temas
principales y en sus propios términos. Mientras la exégesis se dedica a pasajes específicos,
para interpretarlos, la teología bíblica estudia por temas las grandes enseñanzas de la Biblia,
en su desarrollo progresivo durante las diversas épocas de la historia de la salvación. En
cierto sentido, es una especie de "teología sistemática" al nivel de las mismas escrituras,
según la temática, problemática y semántica de aquellos tiempos que no eran
necesariamente las nuestras de hoy.

En tercer lugar está la teología histórica, que "arranca" desde la teología bíblica para
seguir todas las diversas líneas del pensamiento cristiano a través de los siglos de la historia
de la iglesia. De nuevo, tiene que respetar la temática, problemática y semántica propia de
cada época, sin nunca analizar un momento histórico fuera de su particular situación ni
imponer los temas y problemas de otra época. Por ejemplo, para los Reformadores la
"inerrancia bíblica" como tal no era un tema, mucho menos un problema, pero un siglo
después, para los ortodoxos protestantes, era un tema muy problemático.

Ningún trabajo teológico puede ser bueno si no está bueno exegéticamente, bueno en su
análisis de teología bíblica, y bueno en sus perspectivas históricas.

El trabajo de lo que se ha dado en llamar "teología sistemática", en cuarto lugar, es el de


tomar todos los aportes de las disciplinas ya mencionadas, y a la luz de ellos, articular el
sentido de la fe y del mensaje bíblico para su propio momento y sus circunstancias
históricas y culturales. En vez de entender su tarea como la de armar un Sistema, la debe
entender como una labor de contextualización, para formular, de nuevo en cada momento,
el sentido más amplio de la fe, de las escrituras y de la existencia cristiana, frente a los
desafíos específicos del contexto histórico.

Finalmente, ya desde dentro de la esencia dcl quehacer teológico e inseparable de él,


están las disciplinas de la "teología práctica", sobre todo la ética pero también misionología
y teología de la evangelización, la homilética y la pastoral, la administración eclesiástica y
otras.

La teología como contextualización


Desde que comenzó el cautiverio idealista de la teología, secuestrada por la filosofía
racionalista, el sueño de todo teólogo fue el de lograr la síntesis de toda la verdad teológica,
en el Gran Sistema omnicomprensivo. Muchos teólogos, al modelo de sus colegas
filósofos, se ilusionaban con armar el Sistema definitivo y legarlo a las generaciones futuras
como fundamento permanente para todo pensamiento cristiano, per saecula
saeculorum (por los siglos de los siglos). Así se produjo el tomismo, el calvinismo, el
luteranismo, el wesleyanismo, el dispensacionalismo, el liberalismo, el fundamentalismo, la
neo-ortodoxia. Casi todas las veces, estos sistemas abrigaban una aspiración de ser la
verdad definitiva, la única y la perenne, de la fe cristiana (cf. la philsophia perenne del
tomismo). Pero igual que pasa en la filosofía, cada sistema tuvo su época y pasó a la
historia; ninguno (¡afortunadamente!) pudo establecerse como el único y el final.

Sin dejar de reconocer los valiosos aportes de esos esfuerzos, es importante notar que en
el fondo, en la mayoría de los casos la teología se olvidó casi por completo de su naturaleza
y su llamado misioneros. Es cierto que en algunos “sistemas” la pretensión era menos
ambiciosa: para dar unos ejemplos más positivos, la ecclesia reformata semper
reformanda ("iglesia reformada siempre reformándose") de los Reformadores, el principio
protestante que enuncia Tillich (“sólo Dios es absoluto”), la theologia viatorum de Barth y
la relación entre teología, ética y proclamación en su Dogmática. Pero en muchos casos,
como el fundamentalismo norteamericano, el culto al Sistema Absoluto llegó a ser idolatría
teológica.[5]

Aquí, en mi opinión, la teología evangélica hoy en América Latina tiene mucho que
aprender de los “maestros de la sospecha” del siglo XIX (en especial Kierkegaard y Marx)
y de los teólogos de la liberación.[6] Aun cuando la teología debe ser lo más racional y
coherente posible (sin suprimir las paradojas inherentes a la fe: la trinidad, la encarnación,
el misterio de la iniquidad, etc), es hora de destronizar al Sistema como la meta y
el summum bonum en la teología. Al contrario, la meta debe ser la misión y el summum
bonum debe entenderse como la fidelidad. El referente principal del quehacer teológico,
más que los sistemas filosóficos con que dialoga (y debe dialogar), debe ser el contexto en
que vive y lucha el pueblo de Dios, toda la realidad de ese mundo que rodea al teólogo y la
teóloga en su misión y ministerio.

Eso significa también que es hora de destronizar a la filosofía como único referente
dialógico e instrumental exclusivo para la teología, como lo ha sido desde Justino Mártir y
los Alejandrinos. De hecho, si el cristianismo es una fe esencialmente histórica,
llamándonos a ser discípulos de Cristo en la historia y a luchar en la historia por el reino de
Dios y su justicia, entonces la filosofía es uno de los instrumentos menos apropiados y
útiles como marco de referencia, lenguaje y lógica básica de la fe. Otros marcos de
referencia son mucho más importantes, como son la historia misma, la lingüística,
antropología, sociología y hasta las ciencias económicas y políticas. Pero todos ellos no
deben ser más que instrumentos, y frente a todos ellos la teología debe mantener su propia
autonomía y naturaleza como “la fe en busca de eficacia”.[7]

La tarea fundamental de la teología no es primordialmente la de sistematizar sino de


contextualizar, con miras a la misión fiel del pueblo de Dios en el mundo y en la
historia. Está llamada a realizar una “fusión de horizontes” (Gadamer) entre el mundo de la
fe, antes descrita (exégesis, teología bíblica, teología histórica), y el mundo actual en que la
iglesia tiene que realizar con fidelidad su misión. Si un teólogo no domina bien todas las
fuentes del insumo de su quehacer, no puede cumplir su tarea. Por otro lado, por mucho
que domine las disciplinas bíblicas e históricas, si no comprende y vive a profundidad su
propio momento histórico, tampoco puede hacer un buen trabajo teológico. Por eso,
cualquier trabajo que no sea bueno bíblica e históricamente, no puede ser un buen trabajo
de teología o ética cristianas. Pero si no comprende con acierto y profundidad los tiempos
en que vive, tampoco puede cumplir bien su cometido.[8]

El quehacer teológico tiene dimensiones que sobrepasan a las tareas bíblicas e


históricas. La teología está llamada a actualizar y contextualizar la fe para su propio
tiempo, con toda la problemática de la época. Por supuesto, responderá a los desafíos
filosóficos de su tiempo (existencialismo, marxismo, proceso; Kierkegaard,
Unamuno). Pero de aun mayor importancia, tiene que responder a los retos históricos,
políticos y socio-económicos del contexto. Para eso, tomará en cuenta las ciencias
historiográficas, la sociología y la politología con el análisis ideológico, la antropología[9] y
la sicología. Estará consciente de las grandes preguntas morales de la época y estudiará los
aspectos teológicos de los avances científicos (trasplante de órganos, clonación, viajes al
espacio; terremotos y volcanes). El hecho es que muchas personas, sean del pueblo lego o
expertos en esas ramas, estarán esperando una palabra teológica sobre todos esos temas y
desafíos.

Sobre todo, los teólogos deben ser muy sensibles al testimonio profético de las artes:[10] la
pintura[11], la escultura[12], la danza y la música[13], la poesía[14], la novelística[15] y el
cine[16], para mencionar algunos de los muchos ramos con que ha de entrar en diálogo la
teología y nutrirse de ellos, Aun cuando ningún ser humano puede ser experto en todos
estos campos tan diversos, los teólogos deben tener una orientación básica hacia ellos, un
sentido de sus aportes y algunas respuestas a sus desafíos.

Llama la atención que los teólogos realmente grandes del pasado lo fueron no sólo por
su conocimiento enciclopédico, su estilo literario o su producción vasta. Un requisito
esencial de grandeza teológica ha sido una conciencia a menudo intuitiva de la coyuntura
histórica. San Pablo, en la medida en que fue teólogo, lo fue en gran parte porque entendía
la transición del movimiento cristiano de una secta interna del judaísmo a una comunidad
multicultural internacional. A principios del siglo quinto, nadie entendía mejor la crisis del
imperio romano, y con él la de toda la cultura clásica, que San Agustín. San Anselmo
entendía los inicios del medievo feudal, y Santo Tomás el desafío del aristotelismo en el
siglo trece. Los Reformadores, cada uno a su manera distinta (Lutero, Calvino,
anabautistas), comprendían y vivían existencialmente el fin de la edad media y los dolores
de parto de la modernidad. Schleiermacher intentó responder a la crisis intelectual y
espiritual de su época, para comunicar la fe a los “despreciadores cultos” del cristianismo
del día. Karl Barth percibía mejor que nadie el colapso del liberalismo a inicios del siglo
XX. Ahora tenemos por delante el desafío del fin de la modernidad y la llegada paulatina
de nuevos tiempos posmodernos.

Hoy, en la coyuntura decisiva de la historia humana que estamos viviendo, los teólogos y
las teólogas estamos llamados más que nunca a "entender los tiempos" (1 Cron 12:32) y
"aprovechar al máximo cada oportunidad" (kairos, Ef 5:16) para caminar juntos con la
iglesia en estos tiempos de globalización, neoliberalismo, imperialismo unipolar y
posmodernidad. Es grande el desafío, y muy grande nuestra responsabilidad ante la
historia.
Teología y praxis:
La fe que obra por el amor
(Gal 5:6)

Si entendemos el quehacer teológico como aquí se propone, será evidente que la fe y la


praxis, la teología y la ética, la enseñanza teológica y la misión, no pueden separarse.
Hemos seguido a Jesús para ser sus discípulos, no para ser expertos en ideas sobre él y su
mensaje. Una teología que se queda en meras especulaciones sobre la fe y la doctrina, o
aun en las mejores interpretaciones bíblicas e históricas, es simplemente una teología
infiel. La fe sin obras es muerta, nos dice Santiago; la teología sin praxis es estéril, y muy
mala teología.

Puede extrañar a primera vista recurrir a una antigua palabra griega, “praxis”, cuando
existen buenos vocablos en español que parecen equivalentes: la práctica, la aplicación, la
acción. Pero el término “praxis”, popularizado por los escritos de Karl Marx, significa
mucho más que ellos. Significa una manera distinta de pensar, en la que desde un principio
la acción (la práctica) es parte integral y esencial del pensamiento (la theôria), y el
pensamiento es parte esencial de la acción.[17] En la larga tradición de idealismo
racionalista, el pensamiento puro debía separarse de la acción, para que fuera objetivo;
pensamiento y práctica estaban divorciados. En la epistemología praxeológica, son más
bien gemelos siameses. Separarlos es matar a ambos.

En este aspecto, Marx mismo, y también los teólogos de la liberación, nos llaman a
volver a la comprensión bíblica de la verdad, de la fe y del conocimiento.[18] En el hebreo,
el sustantivo AMeT va mucho más allá del raciocinio lógico, para significar fidelidad,
integridad, lealtad. El componente ético figura mucho más prominentemente en el
concepto hebreo del “sabio” y del “necio”. El necio no lo es por ignorante sino por rebelde
contra Dios y su voluntad (Sal 14:1). El sabio ama y teme a Dios y busca cumplir su
voluntad. No es sabio por saber más, sino por amar más y obedecer más.

La consigna para ser buen teólogo nos la da Marx en su undécima tesis contra
Feuerbach, que podemos parafrasear con "hasta ahora los teólogos han contemplado el
evangelio sólo para explicarlo y formar un sistema; de lo que se trata es de llevar las buenas
nuevas a todas las personas, a las naciones y a la historia, en servicio al reino de Dios". La
teología que no es praxeológica tampoco puede ser bíblica; nace con un virus desde sus
mismos inicios.

El prólogo del cuarto evangelio incluye en su mensaje una polémica aplastante contra el
idealismo racionalista anti-materialista. El autor vivía en Asia Menor, donde prosperaba la
filosofía y nacía el neoplatonismo. Por eso, comienza su tratado con el lenguaje filosófico
del “Logos”. Pero en la tradición platónica, el Logos no podía tener nada que ver con la
materia; más bien, existía en el esquema metafísico precisamente para separar a dios y la
creación. Es una emanación divina muy inferior y mal nacido, el Demiurgo, quien
torpemente da origen al mundo. En el platonismo, la función del logos era la de aislar
al theos de lo material (ta panta; kosmos) y de la carne (sarx). Pero después de atraer a los
filósofos con su terminología de Logos, el prólogo procede a dar dos puñaladas fatales al
idealismo. Primero, para la sorpresa de los filósofos, anuncia que toda la materia fue
creada por el mismo Logos y no por el demiurgo (Jn 1:3). Segundo -- ¡escándalo de
escándalos! – afirma que el mismo Logos se hizo aquello con que no debía tener ninguna
relación, se hizo sarx (carne). Es hora de reconocer que el idealismo racionalista, con la
que se casó la teología desde sus inicios, es de hecho incompatible con el pensamiento
bíblico y con la fe cristiana, y que una especie de “materialismo histórico”, con su corolario
de una epistemología praxeológica, está en realidad mucho más cercano y compatible con
ellos.[19]

Un énfasis similar aparece en la comprensión de la fe según las epístolas


novotestamentarias. La fe no es solamente, ni aun esencialmente, aceptación de doctrinas
correctas (ortodoxia), por importantes que sean. “Los demonios también creen, y tiemblan”
(Stg 2:19). Es conocida la denuncia de Santiago contra la fe sin obras, pero el mismo
concepto praxeológica de la fe caracteriza también a las epístolas juaninas y paulinas. En
términos aun más drásticos que Santiago, I de Juan afirma que quienes dicen haber nacido
de Dios y no practican la justicia, son mentirosos. Para este autor, la práctica de la justicia
es evidencia obligatoria del nuevo nacimiento:

Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace


justicia es nacido de él (2:29).

Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es


justo. El que practica el pecado es del diablo... En esto se
manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que
no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (3:7-
10).

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que


amamos a los hermanos...En esto hemos conocido el amor, en que
él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner
nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este
mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su
corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? (3.14,16).

Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y


en verdad (3:18: poniendo la vida y los bienes por los hermanos).

Es sorprendente la radicalidad de este pasaje; sobrepasa en vehemencia profética al


mismo Santiago. Sobre un tema tan medular para la teología evangélica, como es el nuevo
nacimiento, el autor llega al extremo de decir que todo aquel que hace justicia ha nacido de
Dios (2:29) y todo aquel que no hace justicia no ha nacido de Dios (3:10). Los exegetas
podrán discutir en qué sentido todos los que practican justicia han nacido de Dios; el pasaje
simplemente lo afirma, sin condiciones ni reservas. ¿Y si no han entregado sus vidas a
Cristo ni asisten a la iglesia? ¿Y qué de tantos "evangélicos", supuestamente "renacidos",
que para nada practican la justicia sino son "hacedores de maldad" (Mat 7:21-22)? Es
obvio que para este autor la praxis de la justicia es mucho más que una aplicación o una
evidencia del renacimiento espiritual; es la esencia misma en que consiste la
regeneración.[20] Aquí, en el pleno sentido de la praxis, fe y acción, regeneración y justicia
social, son gemelas siameses inseparables.

El pensamiento del misionero Pablo no es menos praxeológico. Siendo el gran apóstol de


la justificación por la fe, no duda en insistir repetidas veces que cada uno será juzgado
según sus obras (Ro 2:6-8; 1 Co 3:8,13-15; 2 Co 11:15), "según lo que ha hecho mientras
estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo" (2 Co 5:10). Para Pablo, la verdadera fe es "la
fe que obra por el amor" (Gal 5:6). Por eso Pablo pone gran énfasis en "la obediencia a la
fe" (Ro 1:5; 2:8 "obediencia a la verdad"; 6:17; 10:16 "obediencia al evangelio"; 15:18;
16:26).

Revisten especial significado las palabras de Pablo en Romanos 6:15-18:

"No sabéis que al ofreceros a alguno como esclavos para


obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis; bien del
pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia? Pero
gracias a Dios, vosotros, que erais esclavos del pecado, habéis
obedecido de corazón aquel modelo de doctrina al que fuisteis
entregados, y liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de
justicia." (Biblia Jerusalén, negrilla agregada).

Aquí de nuevo Pablo insiste en la obediencia de la fe, pero ahora la describe como
obediencia a "aquella forma de doctrina" (RVR; tupos didajês; la enseñanza evangélica),
quizás algo así como el conjunto de los contenidos de la fe. Eso no es idéntico con la
Teología Sistemática que evolucionó después, ya que de hecho aquella no se presenta en el
Nuevo Testamente ni corresponde al sentido de tupos ("modelo" es la mejor traducción),
pero podría considerarse como aproximado a lo que se ha entendido por "teología". Pero
hay dos diferencias muy importantes. Primero, Pablo no da gracias a Dios porque lo habían
entendido o lo habían creído, sino porque lo habían obedecido. Segundo, Pablo no dice que
esa teología les fue entregada a ellos (sentido común de paradidômi en otros contextos),
sino que ellos, al conocer la verdad, fueron entregados a ella (paradothête, aoristo pasivo,
segunda persona plural). Del contexto queda claro el sentido del verbo "ser entregado": fue
el término para la entrega de un esclavo a su nuevo dueño. O sea: la única respuesta válida
a la teología es la obediencia de siervos de la justicia. La prueba definitiva no se da en un
examen, ni escrito ni oral, sino en la praxis diaria de las demandas del evangelio.

La misma perspectiva praxeológica aparece en el evangelio según San Mateo. El


Sermón de la Montaña termina con una insistencia reiterada en la praxis. "La puerta es
estrecha" (Mat 7:13-14) porque "por sus frutos los conoceréis" (7:15-20). "No todo el que
me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos", por ortodoxo y piadoso que sea
(7:21-23), sino los que hacen la voluntad del Padre. Quien oye y no hace, construye sobre
arena; oír y hacer es edificar sobre roca firme (7:24-29). Según la parábola de las ovejas y
los cabritos, el Hijo del Hombre juzgará a todos según su praxis del amor como Jesús nos
enseña y ordena (25:31-46). La gran comisión que Cristo deja a la iglesia no es la tarea de
llevar una teología o una ortodoxia hasta los confines de la tierra, sino de hacer discípulos,
"enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (28:20), no sólo "a creer
todas las doctrinas que os he enseñado". La gran meta de la misión es la praxis obediente
del evangelio.

Los Reformadores protestantes, al insistir en la justificación por la gracia mediante la fe,


entendían bien este concepto bíblico de praxis. Para Lutero, la fe era una cosa activa e
inquieta, que siempre busca la acción. Somos justificados sólo por la fe, pero la verdadera
fe nunca está sola. En una famosa frase, Calvino declaró que omnia recta cognitio dei ab
oboedientia nascitur ("todo recto conocimiento de Dios nace de obediencia"). Pero sus
sucesores, los ortodoxos o "escolásticos protestantes", separaron la fe y la acción en una
dicotomía antibíblica y ubicaron la verdad del evangelio en la esfera de las ideas puras,
aisladas esencialmente del ser y del hacer. En la ortodoxia de los epígonos de la Reforma,
se juntaron el idealismo racionalista (“ortodoxia muerta”) con el fideísmo (salvación por
mantener la doctrina correcta). La nociva herencia de ellos se resucitó en el
fundamentalismo norteamericano del siglo XX.

Conclusión: El testimonio bíblico, como también los desafíos de nuevos tiempos, llaman a
la teología hoy a nuevos enfoques de su tarea. Para ser pertinente en el siglo XXI, sin dejar
de ser fiel a la Palabra de Dios y a las valiosas lecciones de veinte siglos de fe cristiana, la
teología tiene que asumir los retos de un nuevo mundo y orientar a los creyentes para su
obediencia fiel en el mundo moderno. Esto de ninguna manera significa que las ideas no
fueran importantes. Las doctrinas son muy importantes, pero no son una finalidad en
sí. Aunque sigue siendo la responsabilidad solemne de los teólogos de "combatir por la fe
que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre" (Judas 3, BJer.), eso se realiza
precisamente cuando somos fieles a la comprensión bíblica de la verdad y la fe y al modelo
bíblico de constante reinterpretación de la tradición en las siempre nuevas circunstancias
que trae la historia.

En su libro El Dios crucificado, Jürgen Moltmann analiza la tensión de la iglesia y de la


teología al moverse entre dos polos contrapuestos, el de la "identidad" y el de la
"pertinencia" ("relevancia"). Cuando se concentra sólo en guardar celosamente la
identidad, como una ortodoxia inmutable, pronto se pierde la relación esencial con la
realidad y con la misión y, a la postre, se termina guardando algo que tampoco es la fe y la
verdad de la Palabra sino un fetiche que las ha reemplazado. Pero si se dedica unilateral y
acríticamente a buscar la relevancia como summum bonum, como meta suprema de la
teología, fácilmente se termina contextualizando muchas cosas que de hecho no son el
evangelio. La tarea de la teología es la de contextualizar, pero de hacerlo fielmente, con
discernimiento.

En un registro de las tropas de Israel bajo David, encontramos una descripción muy
significativa de los hijos de Isacar: “éstos entendían los tiempos y sabían lo que Israel había
de hacer, y el pueblo los seguía” (1 Cron 12:32 RVR).[21] Podemos descubrir en esa
descripción la tarea y la meta para el quehacer teológico. Los y las teólogos deben ser algo
así como el “cerebro estratégico” de la iglesia para su misión en el mundo. Deben
comprender a fondo el tiempo en que viven. Deben ir orientando al pueblo de Dios con
pericia y percepción para las estrategias eficaces de su misión. Y deben tener liderazgo,
credibilidad y fuerza de convocatoria ante el pueblo, para acompañarlo en su marcha en la
historia, en servicio del Reino de Dios.
[1]
) Ni Romanos, quizá la carta paulina de mayor contenido teológico, pertenece al género "teología
sistemática". Es una epístola misionera, como muestran los capítulos 9-11, que lejos de ser un "paréntesis"
son el núcleo central del argumento de la epístola.
[2]
) Algunos podrán responder que las religiones mistéricas eran heréticas y anticristianas, pero, ¿lo
era menos el idealismo platónico? Además, en ambos casos, tanto la filosofía de los privilegiados como la
religión de los pobres no debía ser más que un instrumental y un referente dialógico, que no debía de haber
emplazado al evangelio y el kerygma como marco de referencia fundamental para la teología. Lo mismo se
aplica hoy a la sociología y las ciencias históricas y políticas como instrumental para la teología.
[3]
) Estos argumentos no deben entenderse como un menosprecio del estudio serio de la teología
sistemática, y aun de la filosofía, disciplinas importantes que los teólogos deben dominar. Más bien, son un
cuestionamiento del divorcio de tal estudio de la misión y de la praxis histórica. Pistis y gnôsis deben
encarnarse en praxis.
[4]
) Es importante el cambio de terminología, del sustantivo abstracto "la teología" al verbo activo
"teologizar" como "quehacer teológico". Ahora no se trata de transmitir "sistemas" ya hechos, sino de
reflexionar siempre de nuevo sobre el significado de la fe ante las realidades históricas siempre
cambiantes. A Kant se le atribuye la frase, "yo no enseño filosofía; enseño a filosofar", después de haberse
despertado del "sueño dogmático".
[5]
) Cf. el artículo sobre fundamentalismo en esta antología. Contra esta absolutización del Sistema
dogmático formuló Karl Barth el primer mandamiento para el quehacer teológico: “No tendrás otros dioses
delante de mí”.
[6]
) Véanse los artículos en esta antología sobre Marx y sobre la teología de la liberación.
[7]
) Aquí es definitivo el valioso libro de José Míguez Bonino con el mismo título. La teología es de
hecho “la fe en busca de entendimiento (la fides quarens intellectum de Anselmo), pero la inteligencia de la
fe no es su meta final, sino “la inteligencia obediente” y “la obediencia inteligente” a Dios en Cristo como
Señor de nuestra vida, de la iglesia y de la historia.
[8]
) Cf. Stam, "Exégesis Bíblica e Historia Antigua" (Boletín Teológico #50 6.93, 71-73): interpretar
la Biblia es como limpiar un vidrio: no basta limpiar un solo lado. La interpretación requiere igualmente una
clara comprensión del mundo antiguo y del contexto actual. Cualquier opacidad por uno de los lados mancha
y ofusca toda la interpretación.
[9]
) Para una teología latinoamericana orientada hacia la misión, la antropología será de especial
importancia (las religiones precolombinas, el Popol Vuh; la cosmología y la pedagogía indígenas).
[10]
) Es importante tomar en cuenta que nuestro mundo es cada vez menos verbal; hoy la
comunicación se realiza sobre todo por la imagen visual.
[11]
) Unos ejemplos casi al azar: Durero, el altar de Isenheim, Goya, Rembrandt, Edvard Munch,
Rouault, Chagall, Picasso (la Guernica), Guayasamín, los muralistas mexicanos.
[12]
) Miguel Ángel, Rodin, Thorvaldsen, Jiménez Deredia.
[13]
) El Aleluya de Händel, Mozart, Bach, Mahler, Silvio Rodríguez, Bob Dylan.
[14]
)(Rubén Darío, José Martí, Amado Nerva, Lorca, van Rilke, Ernesto Cardenal.
[15]
) Cervantes, García Márquez, Sábato, Sergio Ramírez, Saramago.
[16]
) Bergman, Buñuel, el Señor de los anillos.
[17]
) Curiosamente, la palabra theôria significaba originalmente "lo visto; espectáculo", del
verbo theôreô. El plural de praxis se usa en el título del libro de Los Hechos.
[18]
) Véanse de nuevo los artículos sobre Marx y la teología de la liberación en esta antología.
[19]
) Por “materialismo histórico” entendemos que los procesos históricos responden mayormente a lo
concreto material, más que a las ideas abstractas. Debe distinguirse del materialismo metafísico, que Marx
tildó de materialismo vulgar. Esta visión de la dinámica de la historia implica el concepto de praxis, como
enuncia Marx en su tesis XI contra Feuerbach: “Hasta ahora, los filósofos [aun los materialistas, como
Feuerbach] han contemplado la realidad para tratar de explicarla; pero de lo que se trata es de transformarla”.
El materialismo histórico no choca necesariamente con la fe en Dios, a menos que se entienda a Dios como
"la Idea Absoluta" (Hegel).
[20]
) Por supuesto, hay que tomar en cuenta la posibilidad de hipérbole o ironía en el pasaje, con
intención de impactar a los lectores. Es necesario también balancear el extremismo atrevido de este texto con
las demás enseñanzas del Nuevo Testamento al respecto.
[21]
) Otras versiones traducen la última frase como "con sus parientes". Es posible que detrás de
"conocer los tiempos" haya una referencia a la astrología, pero en el contexto se refiere claramente a pericias
militares y políticas.

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