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César Vallejo
César Vallejo:
Me Moriré en París
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Amadas sean las orejas sánchez.../ Amado sea aquel que tiene chinches,/
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas.../ ¡Ay de tanto! ¡Ay de
tan poco! ¡Ay de ellos!
Lo que García Lorca dijo de Neruda se aplica con mucho más propiedad a
Vallejo: "El tono descarado del gran idioma español de los americanos,
tan ligado con la fuente de nuestros clásicos..., pero que no tiene
vergüenza de romper moldes y se pone a llorar de pronto en mitad de la
calle".
Transcribiré algunos versos de un poema que junta bien las dos sangres,
culturas y sensibilidades de Vallejo:
Como un hospitalario, es
bueno y triste;
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despojo del Dios Infinito, que cobra, en forma de pura y casi desamparada
ternura, las dimensiones del hombre que lo siente, de su alma
crepuscular, de la tarde, del mundo. Dios camina, Dios anochece, Dios
mismo está un poco huérfano. Este contraste entre la inmensidad divina y
la humildad doméstica de los sentimientos y actos que se le atribuyen, en
imágenes simples e inapelables, es la tremenda fuerza del poema Dios.
¿Qué hay detrás de tal contraste, o incluso inversión. Ellos no serían
posibles sin el misterio cristiano: la Encarnación divina, Dios incorporado
al mundo pecador; los dolores del corazón de Cristo, ese enamorado
doliente de la cruz. El mestizo sabe bien su catecismo. Pero la religiosidad
indígena, con su sentido antropomórfico de lo sagrado, ha puesto también
su parte fundamental en esta síntesis. Y aquel carácter humano que se
proyecta en el Dios cristiano es justamente la afectividad del indio, su
pesimismo, su sentido fatalista, su pena taciturna, su buen corazón...
El soneto de la muerte
Me moriré en París - y no
me corro-
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testigos
la soledad, la lluvia,
los caminos...
Me moriré en París con aguacero... Hay aquí una nota inicial de fatalismo
indígena, potenciada por la tristeza del día lluvioso en que llegará la
muerte. Aquello que desconcierta y atrae en este primer verso es su
asertividad rotunda sobre el futuro, su seguridad profética. Hoy los morir
en han cundido en la literatura (en Moscú, en Berlín, en la Antártica), pero
el de este verso suena a nuevo e inaugural. Moriré, añade, un día del cual
tengo ya el recuerdo. Es un verso magnífico, que da comienzo al
deslizamiento cronológico de la muerte como eje del poema: del futuro
inicial (moriré) se pasa, mediante la recapitulación de la vida entera (me
he vuelto / con todo mi camino - transcurrido- ) al presente, y luego al
pasado (César Vallejo ha muerto). Por eso el hablante tiene ya el
recuerdo de su muerte futura. Las últimas décadas, con sus juegos
cronológicos a lo H. G. Wells, sus futurologías y sus trucos de película
hecha en EE.UU., han banalizado este tipo de expresión (recuerdos del
futuro, hacer memoria del porvenir), expresión que en el poema luce aún
virginal e inédita: un día del cual tengo ya el recuerdo.
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¿Cómo es esta nueva tercera persona de los tercetos, que nos notifica la
muerte del hablante de los cuartetos, y con su propio nombre: César
Vallejo? Por de pronto, es una típica fantasía infantil la de imaginar la
propia muerte como un alegato y queja hacia el mundo cruel, que nos
maltrató y nos echará de menos, pero demasiado tarde: a lo Tom Sawyer,
valga la comparación. También es propio de esa perspectiva seguirse
mirando a sí mismo - muerto ya- pero desde fuera. En seguida, ¿a quién
pegan? Al niño, al indiecillo: le pegaban / todos sin que él les haga nada...
El íntegro lenguaje del terceto es infantil, y lo es de modo especial la no
concordancia de los verbos: la sintaxis correcta pide el "le pegaban /
todos sin que él les hiciera nada"; pero no: no es "hiciera", es les haga
nada. Así habla un niño mestizo, que no domina los tiempos verbales
castellanos. En la misma línea, se notará que éste es el único verso no
endecasílabo del poema; ni siquiera es un verso métrico; es un decir
áspero y desaliñado, porque ni el niño ni el indio hablan en endecasílabos
de Petrarca o Quevedo. Si en nuestros análisis anteriores emparentamos
el sentido del verso con su eufonía métrica, ahora ocurre lo contrario...
pero lo mismo: la concordancia se da entre un sentido infantil y un sonido
quebrado, y algo análogo sucederá cada vez más con el verso libre de las
vanguardias.
A Vallejo le daban duro con un palo y duro / también con una soga... Otra
vez el pequeño se está complaciendo en sus quejas, con un poquillo de
masoquismo infantil. La duplicación de duro (con palo y con soga) es
estupenda, sobre todo a causa del encabalgamiento: y duro / también
con... Por último, vienen los testimonios: son testigos / los días jueves y
los huesos húmeros, / la soledad, la lluvia, los caminos... A primera vista,
este recurso parece ser la llamada enumeración caótica tan frecuente en
las vanguardias, pero no: es la enumeración sintética de todas las claves
anteriores del poema: jueves, húmeros, aguacero, caminos, soledad. Este
es el cuarto jueves del texto; los húmeros son los terceros; la lluvia y los
caminos son los segundos, y la soledad es la situación básica del poema,
que concluye así con su broche apropiado, con su clausura indispensable.
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