Movimiento obrero en

América Latina 1917-1959

B. Koval.

Edición: Progreso, Moscú 1979.

Lengua: Castellano.
Digitalización: Koba.
Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/
Índice

Nota del redactor. ......................................................1

Introducción. ..............................................................2
Capítulo I. El Gran Octubre y la formación de los
partidos marxistas-leninistas en América Latina. ......4
Capítulo II. Estrategia de Frente Popular
antiimperialista. .......................................................19
Capitulo III. De la derrota del fascismo al triunfo de
la Revolución Cubana..............................................43
La lucha continúa.....................................................69
 #OTA DEL REDACTOR.
La historia de América Latina en el siglo XX
abunda en realizaciones revolucionarias que,
cumplidas por las masas populares, constituyen una
considerable aportación a la lucha común por el
progreso social. La Revolución Cubana ha sido y
sigue siendo la cumbre de las mismas.
La Revolución Cubana, además de derrumbar el
sistema de explotación capitalista en la propia isla,
asestó un golpe mortal a una leyenda que, a lo largo
de varios decenios, fue inculcando el imperialismo
estadounidense. Era la leyenda de que la parte Sur
del Hemisferio se hallaría en un estado de
“inmadurez” para la independencia y la libertad, para
un pacifico desarrollo democrático; de que en esta
región, inevitablemente y por largo tiempo,
continuarían dominando los “pulpos” monopolistas
foráneos.
Es lógico que tras la Revolución Cubana una serie
de amplios movimientos liberadores cundiera en los
países del continente; lo que puso en evidencia el alto
grado de madurez de las premisas objetivas y
subjetivas para la emancipación nacional y social,
para una exitosa lucha contra los monopolios
extranjeros y las oligarquías domésticas.
La Revolución Chilena coronó el auge alcanzado
por las batallas revolucionarias después de 1959. Su
importancia especial reside en que por primera vez
en el continente el proceso revolucionario iba al
triunfo por vía pacífica, valiéndose de los existentes
organismos e instituciones de la democracia
burguesa; por supuesto, las formas de lucha
extraparlamentaria no dejaron de incidir activamente.
La experiencia de Chile enriqueció
considerablemente a los revolucionarios
latinoamericanos. Su trascendencia no palideció, si
bien la revolución, a causa del complot de las fuerzas
unidas de la reacción interna y exterior, sufrió una
derrota temporal.
A raíz de la contrarrevolución chilena, una turbia
espuma de terror y violencia reaccionaria envolvió a
varios países latinoamericanos, en primer término a
Uruguay, donde las ferocidades de la derecha
alcanzaron su apogeo. El imperialismo Y la reacción
doméstica aplaudían: “¡Se puso fin a la revolución!”.
Pero se equivocaban de medio a medio. Después de
Chile los procesos revolucionarios en América Latina
continuaron, aunque en condiciones más complejas,
en otras formas y con medios distintos.
Los patriotas nicaragüenses escribieron una
admirable página en el capítulo poschileno de la
historia de la lucha por la libertad del continente,
cuyo sentido es: “¡No se puso fin a la revolución!”.
El proceso revolucionario en Nicaragua, que afronta
una ensañada resistencia del enemigo de clase,
adquirió significado verdaderamente simbólico.
Pero ahora, aparte de Nicaragua, constan
numerosos ejemplos de acción exitosa de luchadores
por la libertad. Crece la lucha antidictatorial en El
Salvador. Cobra vigor la resistencia antifascista en
Chile.
Si entre los movimientos progresistas de la región
tomamos el comunista, cabe notar que ha avanzado
mucho. Últimamente, los partidos hermanos de
Bolivia, la República Dominicana, México, Panamá
conquistaron el derecho de actuar legalmente. Los
comunistas de Venezuela, Colombia, Costa Rica,
Panamá y Ecuador lograron escaños en los
parlamentos y órganos de administración local. El
Partido Comunista de Chile, que restableció sus
organizaciones en todo el territorio del país, ha
alcanzado éxitos en su actividad clandestina. A las
filas de los partidos hermanos del continente se sumó
un nuevo combatiente: el recién creado Partido
Obrero de Jamaica.
Se va desenvolviendo felizmente el proceso de
lucha iniciado en los países latinoamericanos para
sacudir el yugo del capital extranjero y el dominio de
las pandillas reaccionarias. A medida que tal proceso
avanza, crece el papel internacional de estos países y
su aportación a la causa común de estimular el
progreso social, crear un ambiente de seguridad y
garantizar una tranquila vida pacífica para todos los
pueblos.
El actual acontecer latinoamericano confirma una
vez más el imperativo histórico del progreso social y,
en última instancia, el carácter irreversible de sus
conquistas. Y es de meridiana claridad que este
acontecer no ha caído del cielo ni ha surgido de la
nada. Es resultado de un largo desarrollo cuyos
orígenes se remontan muy lejos en el pasado.
Un lugar especial en este pasado -desde luego, a
la par de la primera liberación: la independencia
política conquistada en el siglo XIX, que conformó
un proceso de enorme trascendencia- corresponde al
período comprendido entre la Gran Revolución
Socialista de Octubre y la Revolución Cubana, o sea,
entre el inicio de la transformación socialista del
mundo, a la que dio comienzo el pueblo soviético, y
el triunfo de la primera revolución socialista en
2 B. Koval
América: la de Cuba.
Podemos afirmar categóricamente que si se ignora
lo que en estos años aconteció en los países
latinoamericanos y, en primer término, en su
movimiento obrero y comunista, no se comprenderá
correctamente lo que allí se está produciendo hoy
día. Porque es en el crisol de las violentas y
complicadas luchas clasistas ocurridas entre la
década del 20 y la del 50 donde se ha forjado la
fuerza que ahora rige los procesos revolucionarios en
los países del continente: la clase obrera y su
vanguardia comunista.
El presente volumen contribuye perfectamente a
dar una idea de cómo fueron desenvolviéndose estos
procesos. Entre sus méritos mencionemos que el
autor, conocido especialista soviético en temas
latinoamericanos, analiza la historia del desarrollo
del movimiento obrero y comunista en el continente
bajo diversos ángulos, de modo dialéctico. Siguiendo
la metodología marxista-leninista, observa este
desarrollo, primero, en estrecha ligazón con el
desenvolvimiento socioeconómico de los países
correspondientes, con su historia civil en general, y,
segundo, teniendo siempre presente el conjunto de la
situación mundial influenciada por la Revolución de
Octubre, y luego, por las realizaciones del
socialismo.
Además, no puede menos de ganar al lector el
afán del autor por analizar no simplemente el
desarrollo interno del movimiento obrero y
emancipador en todo el continente, sino la
interacción entre el mismo y las actividades de los
comunistas en sus respectivos países y en todos los
aspectos fundamentales: económico, político,
ideológico y teórico. Con lo cual logra presentar los
partidos comunistas de la región en imágenes vivas y
dinámicas.
Especial interés merecen los capítulos en que se
habla de las discusiones en torno a problemas
estratégicos y tácticos, llevadas a cabo en los partidos
comunistas en los años 30 y, después, en el período
de posguerra. El lector encontrará aquí copiosos
datos probatorios de que algunos debates actuales
sobre los caminos a seguir en América Latina, su
similitud o disimilitud con Asia y África, no son nada
nuevos. Estos temas fueron objeto de discusión en
los partidos comunistas de continente y en la
Internacional Comunista hace ya 30 ó 40 años. La
diferencia -¡muy sustancial!- entre los antiguos
debates y algunos nuevos, planteados por teóricos
burgueses de izquierda y socialdemócratas, consiste
en que mientras en el pasado los comunistas
buscaban su propia estrategia de lucha por el
socialismo, hoy día los partidarios del reformismo
intentan demostrar, cueste lo que cueste, que el
continente no está “maduro”, “preparado” para una
lucha de este tipo, que “necesita” detenerse por
mayor tiempo en la etapa capitalista de desarrollo.
Resumiendo, el material histórico es de
excepcional actualidad para el presente.
El libro de B. Koval será especialmente
interesante para el lector latinoamericano, entre otras
razones, porque los vínculos entre la Unión Soviética
y los países de esta región se amplían, e incluso
podría decirse que se intensifican. Resoluciones de
los congresos del PCUS y declaraciones del gobierno
soviético hacen constar que la URSS apoya las
aspiraciones de dichos países a consolidar su
independencia política y económica y aplaude el
crecimiento del papel que los mismos desempeñan en
la vida internacional.
Será interesante para el público de América
Latina enterarse de cómo los científicos soviéticos
estudian la historia de ese continente, conocer los
puntos de vista de un historiador marxista. Admito
que algunas conclusiones suyas puedan parecer
discutibles, y ciertos pasajes demasiado
fragmentarios. Pero en general, el intercambio de
opiniones permite impulsar y profundizar con
renovado vigor el estudio de la historia de los
procesos revolucionarios en el continente
latinoamericano.
Queda por añadir que el presente volumen viene
a ser, en cierto modo, una continuación de la obra
que, publicada en español en 1978, B. Koval dedicó a
la influencia ejercida por la Revolución de Octubre
en América Latina. Sería de desear que el autor
prosiguiera la labor emprendida y extendiera sus
estudios hasta nuestros días.
V. Zagladin, profesor.
I#TRODUCCIÓ#.
En el centro de la época actual, inaugurada por la
Gran Revolución Socialista de Octubre, se erige la
fuerza más revolucionaria que jamás conociera la
historia de la humanidad: la clase obrera
internacional. Va a la cabeza de la revolución social
mundial, cuya misión principal, como escribiera V. I.
Lenin, es la “abolición del capitalismo y de sus
vestigios, y el establecimiento de las bases del orden
comunista”1.
Participan en este proceso histórico universal,
además del proletariado, sus numerosos aliados. V. I.
Lenin con ironía y sarcasmo ridiculizaba a quienes
hacían conjeturas sobre una revolución socialista
“pura”, en la que se enfrentarían nada más que dos
clases: el proletariado y la burguesía. De hecho, a la
par con la clase obrera, son partícipes del proceso
revolucionario mundial las capas semiproletarias,
campesinas, pequeñoburguesas y otras. En algunos
casos, por ejemplo, en la lucha contra la dependencia
imperialista o contra la propiedad agraria feudal,
junto con los obreros puede actuar también la
burguesía nacional, hecho que no anula, ni mucho
1
V. I. Lenin. Sobre la lucha en el Partido Socialista
Italiano. Obras Completas, 5a ed. en ruso. t. 41, p. 471.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
menos, el antagonismo social existente entre ellos, si
bien incide en las formas del mismo. Por otra parte,
se conocen casos en que las fuerzas
contrarrevolucionarias, valiéndose del engaño y la
demagogia, supieron ganarse por algún tiempo
determinados sectores de trabajadores, incluso de
obreros.
Resumiendo, la distribución de las fuerzas en la
revolución conforma un proceso complejo y
cambiante. Es aún más complicado cuando se trata
de la revolución social mundial de la época actual,
que ha despertado a todos los países y continentes, a
todas las clases y capas de la sociedad.
Este proceso revolucionario mundial y único,
iniciado por el Gran Octubre, abarca las revoluciones
socialistas y de liberación nacional, la lucha de los
pueblos contra el imperialismo y el fascismo, los
movimientos democráticos masivos, los amplios
movimientos campesinos, las acciones del
estudiantado y de los sectores urbanos medios contra
los monopolios y la guerra.
Hay rasgos característicos fundamentales en la
revolución social mundial del siglo XX: en ella la
clase obrera internacional ejerce la función dirigente,
y el movimiento comunista internacional actúa como
vanguardia política de todas las fuerzas
revolucionarias.
En la oposición mundial entre los dos sistemas
sociales -capitalismo y socialismo-, de los que el
último no es sino un conjunto de Estados dirigidos
por la clase obrera, el papel predominante del
proletariado en los procesos revolucionarios se
manifiesta con especial evidencia. En efecto, en toda
acción revolucionaria de alcance más o menos
considerable, en cualquier país, es precisamente la
clase obrera la mejor organizada, la más decidida,
consecuente y abnegada.
Magnífico ejemplo de ello es la América Latina
actual, donde el proletariado precisamente
desempeña el papel rector en el movimiento
antiimperialista y antifascista, conduciendo a amplios
sectores del pueblo laborioso y relacionando la lucha
cotidiana de los trabajadores por sus intereses
esenciales con la lucha por el socialismo. En ello, el
mérito principal corresponde a los partidos
comunistas. “Lo principal es que los comunistas,
pertrechados con la doctrina del marxismo-
leninismo, ven con más profundidad y acierto que
otros la esencia y la perspectiva de los procesos que
acontecen en el mundo y sacan de ello conclusiones
precisas para su lucha por los intereses de la clase
obrera, de los trabajadores de sus países, por la
democracia, la paz y el socialismo”2 - se recalca en el
Informe del CC del PCUS al XXVI Congreso de
éste.
No fue de la noche a la mañana ni por casualidad
2
Pravda, 24.11.1981.
33
que el prestigio político del movimiento obrero y
comunista en el continente cobró su enorme vigor.
Para ello se requirieron años y decenios de lucha
tenaz y heroica. Con el triunfo de la Revolución
Cubana en 1959 se jalonó una etapa cualitativamente
nueva e importantísima en esa lucha. De hecho, todo
el periodo comprendido entre el Gran Octubre y la
victoria revolucionaria en Cuba se distinguió por la
gradual maduración de las premisas objetivas y
subjetivas para la primera conquista del socialismo
en América Latina, conquista que abrió una nueva
fase en la historia del continente.
El lapso entre 1917 y 1959 fue importante
también porque en estos años se estructuró el
movimiento comunista de la región, se elaboró una
moderna concepción científica de la revolución, se
ensayaron en la práctica la estrategia y la táctica de
los partidos comunistas y se acumuló una rica
experiencia de lucha.
Los cuatro decenios transcurridos entre la Gran
Revolución Socialista de Octubre y la Revolución
Cubana conformaron un periodo en que el
proletariado latinoamericano llegó a la madurez
política y se transformó en la fuerza revolucionaria
motriz del movimiento antiimperialista. En estos
años maduraron plenamente las condiciones para las
revoluciones emancipadoras que en las décadas del
60 y del 70 se produjeron en Chile, Perú, Panamá,
Nicaragua y en una serie de antiguas colonias.
La época comprendida entre 1917 y 1959
constituye una gran etapa independiente en la historia
del movimiento obrero y comunista en América
Latina, etapa llena de dramáticos combates de clases,
múltiples acciones de las masas obreras y
trabajadoras en general, revoluciones
antiimperialistas populares.
Este periodo es interesante también porque
permite caracterizar los obstáculos encontrados y los
errores estratégicos y tácticos cometidos en la
actividad de la izquierda. Tiene excepcional
importancia, además, el análisis que sobre la política
de los partidos comunistas y los problemas de la
región llevaron a cabo organismos de la Internacional
Comunista. La experiencia histórica muestra que, al
desarrollar una lucha ideológica sin compromisos
contra los oportunismos de “izquierda” y de derecha
en el movimiento obrero y democrático general, los
partidos comunistas de Latinoamérica siempre
buscaron ensanchar la colaboración política con
todas las fuerzas que bregaban por la democracia y el
progreso social.
El reciente acontecer histórico permite entender
mejor el carácter y las peculiaridades que presentan
la lucha de clases y el movimiento antiimperialista en
América Latina.
Es de lamentar que en la historiografia soviética
por ahora no haya estudios generales sobre los
problemas del movimiento obrero y comunista del
4 B. Koval
siglo XX en el continente. No obstante, muchos
aspectos esenciales de este importante tema los han
examinado documentos de los partidos comunistas de
la región, obras de sus dirigentes, artículos de
periódicos progresistas, publicaciones de la
Comintern, la Revista Internacional, etc. Grandes
aportaciones constituyen el trabajo de William Z.
Foster Esbozo de historia política de América, y,
especialmente, la obra de un grupo de autores
soviéticos La Internacional Comunista. Compendio
histórico (Moscú, 1969).
Lamentablemente, muchos de estos estudios son
poco conocidos por el lector latinoamericano, y su
difusión encuentra enormes dificultades, sobre todo
en los países donde tal tipo de publicaciones es
considerado “subversivo”. Como resultado, hasta
ahora en las librerías latinoamericanas prevalecen
obras sea de francos anticomunistas, sea de autores
burgueses liberales de toda laya, sea de renegados del
marxismo. A título de ejemplo, entre las ediciones
del primer tipo puede catalogarse el voluminoso libro
del “especialista” norteamericano Robert J.
Alexander El comunismo en América Latina; entre
las del segundo, los numerosos escritos del
historiador mexicano V. Alba; al tercer tipo
pertenecen los infundíos de T. Petkoff, E. Browder y
sus semejantes.
A decir verdad, considerable por su volumen en
rápido crecimiento, esta bibliografía no marxista y
antimarxista sobre el movimiento obrero y comunista
en Latinoamérica tergiversa de la manera más cínica
la historia, burdamente falsifica los hechos y los
documentos, vilipendia a la clase obrera y los
partidos comunistas, con lo que, en el fondo, engaña
y desorienta a las masas y, por lo tanto, causa serios
perjuicios a la causa de la revolución.
De ahí que desde hace mucho se hiciera
apremiante la necesidad de una historia científica y
verídica del movimiento obrero y comunista
latinoamericano en la que se analizaron con criterio
marxista-leninista los problemas medulares de los
procesos revolucionarios. Este noble objetivo movió
al autor de la presente obra a aportar su contribución.
Apoyándose en las investigaciones de sus
predecesores, comprendidos varios autores
soviéticos, en el libro se examinan los problemas
fundamentales del movimiento obrero y comunista
con el fin de descubrir la correlación dialéctica entre
las leyes generales y las particularidades nacionales
en la lucha de clases y el movimiento democrático
antiimperialista de las amplias masas trabajadoras de
Latinoamérica como importante parte del proceso
revolucionario mundial.
En el primer apartado se recogen tan sólo los
hechos más generales y necesarios para la
subsiguiente exposición, ya que en su obra anterior,
El Gran Octubre y América Latina, el autor analizó
el surgimiento del movimiento comunista en el
continente. El presente libro trata de su segunda
etapa hasta la victoria de la Revolución Cubana.
CAPÍTULO I. EL GRA# OCTUBRE Y LA
FORMACIÓ# DE LOS PARTIDOS
MARXISTAS-LE#I#ISTAS E# AMÉRICA
LATI#A.
Los orígenes del movimiento comunista.
La formación del actual movimiento comunista
internacional está indisolublemente ligada al
nacimiento del nuevo mundo, del mundo socialista,
anunciado por el triunfo del Gran Octubre. Antes de
ello, la corriente marxista en el movimiento obrero
mundial, pese a llevar a cabo una lucha abnegada
contra el oportunismo en la Segunda Internacional,
era relativamente débil. Fue en los años de la primera
conflagración mundial cuando la tendencia
revolucionaria e internacionalista se desenvolvió con
mayor intensidad.
En todos los países, bajo el impacto de la
Revolución de Octubre y el bolchevismo, crecieron
poderosamente la lucha clasista del proletariado y los
movimientos democráticos de masas no proletarias.
En estas condiciones, señalaba V. I. Lenin, comenzó
“una silenciosa, firme y modesta labor, no muy
rápida pero profunda”3, la labor de crear los partidos
comunistas.
También siguió este camino América Latina
donde, en numerosos países, habían madurado las
condiciones internas necesarias para empalmar la
teoría revolucionaria de vanguardia con la lucha de la
clase obrera y el movimiento liberador
antiimperialista en su conjunto.
La constitución del ala marxista en el movimiento
obrero latinoamericano se produjo en el transcurso de
un reñido enfrentamiento ideológico con las
posiciones capitulantes mantenidas por los líderes de
los tradicionales partidos socialistas y de los
sindicatos reformistas, por una parte, y con las
concepciones ultraizquierdistas de los anarquistas y
anarco-sindicalistas, por otra.
El proceso de formación de los partidos
comunistas fue por caminos difíciles y con ritmos
muy desiguales, hecho que se revela en la
cronología:
enero de 1918 - Argentina
noviembre de 1919 - México
setiembre de 1920 - Uruguay
enero de 1922 - Chile
marzo de 1922 - Brasil
1922 - Guatemala
1924 - Honduras
agosto de 1925 - Cuba
1926 - Ecuador
febrero de 1928 - Paraguay
3
V. I. Lenin. #otas de un publicista. O. C., t. 44, p. 421
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
octubre de 1928 - Perú
abril de 1930 - Panamá
julio de 1930 - Colombia
mayo de 1931 - Venezuela
junio de 1931 - Costa Rica
setiembre de 1934 - Puerto Rico
1935 - Haití
noviembre de 1940 - Nicaragua
1944 - República Dominicana
1949 - Guatemala (reconstitución del partido)
enero de 1950 - Bolivia
1950 - El Salvador (reconstitución del partido)
1950 - Guyana
abril de 1954 - Honduras (reconstitución del partido)
1957 - Martinica
1958 - Guadalupe
diciembre de 1978 - Jamaica
El amplio periodo durante el cual se fue formando
y difundiendo el movimiento comunista en el
continente (se trata fundamentalmente de 1918-1931)
pone en evidencia los distintos niveles de madurez
política de los destacamentos nacionales del
proletariado latinoamericano, las peculiaridades
ideológico-políticas de cada país y lo específico de la
lucha antiimperialista.
El primero en constituirse fue el Partido
Comunista de la Argentina. Y ello no fue casual, ni
mucho menos. Durante la Primera Guerra Mundial,
los socialistas de izquierda (V. Codovilla, A. Kuhn,
R. Ghioldi y otros) se pronunciaron decididamente
contra la línea oportunista mantenida por los
dirigentes del Partido Socialista con J. B. Justo a la
cabeza
En agosto de 1917 iniciaron la edición del
periódico La Internacional, y en enero de 1918
fundaron el Partido Socialista Internacional.
En el manifiesto constituyente del mismo se
desenmascaraban los infundíos que sobre los
bolcheviques y el gobierno soviético propagaban los
reaccionarios y oportunistas; se caracterizaba
claramente a la Argentina como país dependiente del
imperialismo; se llamaba a los trabajadores a bregar
por el derrocamiento revolucionario del régimen de
explotación.
El II Congreso del Partido Socialista
Internacional, celebrado en abril de 1919, aprobó la
resolución de incorporarse a la Internacional
Comunista creada un mes antes. El III Congreso
Extraordinario (diciembre de 1920) aprobó por
unanimidad las “21 Condiciones” de admisión a la
Comintern y el nuevo nombre: Partido Comunista de
la Argentina - Sección de la Internacional Comunista.
La fundación del Partido Comunista ejerció
considerable influencia sobre la situación en los
sindicatos del país. A iniciativa de los comunistas en
1922 se creó el Comité Nacional de Lucha por la
Unidad Sindical con el fin de poner término a la
55
escisión existente en el movimiento obrero.
Paso a paso, el movimiento comunista iba
cobrando vigor, penetrando cada vez más en las
masas. Quedaba por delante una lucha difícil y
complicada, el joven Partido Comunista aún no habla
superado la enfermedad infantil del “izquierdismo”,
no tenia programa integral, y sin embargo, se fue
operando un viraje en el desarrollo del movimiento
obrero y revolucionario en la Argentina. Despuntaba
una nueva etapa de lucha: la pugna bajo la bandera
de Octubre y del marxismo-leninismo.
A diferencia de la Argentina, en México no existía
un partido socialista influyente. El movimiento
obrero se desarrollaba, en muchos aspectos, de modo
espontáneo, estaba desmembrado. En los sindicatos
llevaban la voz cantante los líderes reformistas.
Al vencer la resistencia del reformismo, las
fuerzas revolucionarias de la clase obrera, incluidos
los grupos sindicalistas de izquierda, entusiasmados
por el triunfo de la Revolución de Octubre,
desplegaron intensas actividades en apoyo de la
República Soviética y, paulatinamente, fueron
comprendiendo la necesidad de crear un combativo
partido marxista de la clase obrera.
En 1918-1919, en varias ciudades surgieron
círculos marxistas. Durante cierto periodo actuaron
aislados, pero poco a poco fueron creando vínculos
entre sí.
Entre agosto y principios de setiembre de 1919,
en México se celebró el I Congreso Socialista
nacional que, por mayoría de votos, aprobó la
resolución de incorporarse a la Internacional
Comunista. En la conferencia efectuada en
noviembre del mismo año se decidió llamar la nueva
organización Partido Comunista Mexicano.
El surgimiento del movimiento comunista en
Uruguay se produjo en base a la descomposición
ideológica del Partido Socialista, cuyos dirigentes
sostenían posiciones reformistas. Además, en su seno
aparecían graves discordias debidas a las diferentes
actitudes adoptadas hacia la guerra. La mayoría de
los socialistas, encabezada por Francisco R. Pintos,
abrazó la posición internacionalista. La minoría,
reunida en torno a Emilio Frugoni, negaba el carácter
imperialista de la conflagración, apoyando, en
general, la línea oportunista sostenida por los líderes
derechistas de la Segunda Internacional. Esta
orientación, que no respondía a los intereses del
proletariado uruguayo, provocó enérgicas protestas.
Los mejores sindicalistas de izquierda se
pronunciaron sin vacilar en apoyo de la Revolución
Rusa.
El papel dirigente en la tarea de crear la
organización marxista lo desempeñó la mayoría
internacionalista del Partido Socialista.
El VIII Congreso del Partido Socialista Uruguayo,
convocado en setiembre de 1920, por mayoría
aplastante de votos adoptó la resolución de
6 B. Koval
incorporarse a la Internacional Comunista, hecho que
significó una gran victoria de alcance histórico. En
abril de 1921 se efectuó un congreso extraordinario
en el que se aprobó la nueva denominación del
partido: Partido Comunista del Uruguay.
En Uruguay, igual que en otros países de América
Latina, el joven Partido Comunista en un principio
no llegó a evaluar íntegramente la realidad nacional
ni a enfocar con criterio marxista creador los
objetivos de lucha. “Sin perjuicio de estos errores,
por demás explicables -sostiene Francisco R. Pintos-,
el Partido Comunista del Uruguay planteó claramente
los objetivos finales de la clase trabajadora, que
siempre hablan sido ocultados por los partidos de la
Segunda Internacional: la toma del poder político, la
instauración de la dictadura del proletariado para
destruir el viejo aparato del Estado capitalista,
quebrar la resistencia de la clase desalojada del poder
e iniciar más tarde la construcción del socialismo.
Afirmó con energía su fe en el internacionalismo
proletario...”4
Estos fueron los primeros y más difíciles pasos
dados por el nuevo sendero. También en otros países
el movimiento comunista debió enfrentar no pocos
obstáculos.
En Chile, el Partido Comunista fue fundado
formalmente algo más tarde que en la Argentina,
México y Uruguay, pero en realidad, la unión entre la
teoría revolucionaria y la praxis del movimiento
obrero se produjo aquí mucho antes. Ya en junio de
1912, en Santiago se habla creado el Partido Obrero
Socialista que reunió en su seno a las fuerzas
proletarias revolucionarias de vanguardia. La
plataforma política del partido, presidido por Luis
Emilio Recabarren, se asentaba en los principios del
socialismo científico. Los elementos revolucionarios
desempeñaron un importante papel no sólo en el
partido sino también en los sindicatos. En particular,
con la participación directa de Recabarren, la
Confederación de Trabajadores de Chile pasó a ser
una combativa organización clasista.
En 1919, la Confederación de Trabajadores
aprobó una declaración en la que hacía constar su
calurosa solidaridad con la Revolución Rusa. Esta
plataforma de una central sindical que reunía a 150
mil trabajadores fue resultado de una dinámica labor
política realizada por marxistas chilenos que hablan
logrado establecer estrechos contactos con las masas
obreras.
En el congreso del Partido Obrero Socialista,
celebrado en Valparaiso (diciembre de 1920), se
aprobó la resolución histórica de adherirse a la
Comintern y excluir del partido a los grupos
oportunistas.
En enero de 1922 se celebró el I Congreso del
Partido Comunista de Chile, en cuyos documentos se
4
Pintos. Historia del movimiento obrero del Uruguay.
Montevideo. 1960, p. 164.
reconocía la necesidad de instaurar la dictadura del
proletariado para el periodo de tránsito del
capitalismo al socialismo.
Así nació el Partido Comunista de Chile, la
combativa vanguardia política de la clase obrera de
esta nación.
Singular desarrollo registró el proceso de
estructuración del Partido Comunista en Brasil, país
en cuyo movimiento obrero predominaba el
sindicalismo revolucionario. Bajo la influencia de la
Revolución de Octubre, en aquél hicieron su
aparición tendencias absolutamente nuevas. Al
principio, se intentaba reconciliar las ideas de Marx y
Bakunin, Lenin y Kropotkin, trazar una orientación
intermedia entre el bolchevismo y el anarquismo.
Paulatinamente, del caos de corrientes contradictorias
y confusas surgieron dos tendencias fundamentales:
la mayoría se pronunciaba consecuentemente en
defensa de la Rusia Soviética, se solidarizaba con los
bolcheviques y la Internacional Comunista y
abrazaba la doctrina de Marx y Lenin; en cambio, la
minoría no estimaba posible renunciar a las dogmas
del anarquismo y criticaba violentamente la dictadura
del proletariado y la política de los bolcheviques.
En un contexto caracterizado por la profunda
crisis ideológica del reformismo y el auge del
movimiento obrero de masas bajo el impacto de las
ideas de Octubre, entre 1920 y 1921 se desplegó en
Brasil una activa lucha por la creación del partido
marxista. El primer paso dado en este sentido fue la
formación de pequeños grupos y círculos marxistas
en diferentes ciudades del país. Ya hacia fines de
1921 allí actuaban de 10 a 15 grupos comunistas.
Importante papel en la preparación de condiciones
para su convergencia desempeñó la revista mensual
O movimento comunista, editada en Rio de Janeiro
por el grupo de A. Pereira.
En marzo de 1922 se celebró el congreso
constituyente del Partido Comunista.
En sus Estatutos se decía que el Partido
Comunista Brasileño se planteaba el fin de promover
la organización política del proletariado para
conquistar el poder y, por consiguiente, lograr que la
sociedad capitalista se transforme política y
económicamente en sociedad comunista5.
El ensamble del movimiento obrero con la teoría
revolucionaria abría una nueva etapa en la lucha del
proletariado brasileño como parte integrante de la
revolución social mundial iniciada por el Gran
Octubre.
La pugna por la creación del partido comunista en
Cuba se desenvolvía en condiciones especialmente
difíciles.
Durante la Primera Guerra Mundial y, en especial,
bajo la influencia de la Revolución Rusa, en el país
5
M. Bandeira, C. Mello, A. T. Andrada. Ano Veimelho. A
Revoluçáo Russa e seus reflexos no Brasil. Rio de Janeiro,
1957. pp. 294-295.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
creció bruscamente el movimiento huelguístico y, en
febrero de 1917, estalló una insurrección
antigubernamental. En este momento, los EE.UU.,
alegando la pregonada “enmienda Platt”, volvieron a
invadir la isla. Las tropas norteamericanas ocuparon
Cuba hasta 1922, lo que puso serios obstáculos al
movimiento obrero revolucionario.
Entre 1918 y 1920 en Cuba se dieron los primeros
pasos para formar un partido marxista-leninista de la
clase obrera. En la conferencia de los socialistas de
izquierda (julio de 1922) se aprobó una Declaración
de Principios en la cual se recalcaba la necesidad de
constituir un partido unitario y reconocer la
plataforma de la Internacional Comunista. Esto echó
los cimientos para la unificación de los elementos
marxistas. Poco más tarde a ellos se adhirió una parte
de los sindicalistas de izquierda y el grupo estudiantil
revolucionario encabezado por Julio Antonio Mella.
En marzo de 1923, los partidarios de la
Internacional Comunista crearon el grupo comunista
en La Habana. Después aparecieron análogas
agrupaciones en varias otras ciudades. En el decurso
de una lucha sin compromisos contra los oportunistas
y venciendo el terror desencadenado por los círculos
gobernantes y la presión ideológica ejercida por la
Federación Americana del Trabajo, así como otros
obstáculos, los marxistas cubanos al fin lograron en
agosto de 1925 realizar clandestinamente su congreso
y constituir el Partido Comunista. Los delegados a
este evento aprobaron unánimes la proposición de
incorporarse a la Internacional Comunista como
“órgano supremo” del movimiento comunista
internacional6.
Pasados 50 años, al hacer uso de la palabra en la
solemne reunión conmemorativa de la fundación del
primer partido marxista-leninista en Cuba, Fidel
Castro, eminente revolucionario de la época actual,
sostuvo que el triunfo de la revolución socialista y la
formación del Estado de obreros y campesinos en
Rusia ejercieron influencia inspiradora en el
desarrollo del movimiento revolucionario en el
mundo entero. Añadió que el Partido Comunista de
Cuba, desde el primer día de su nacimiento, abrazó
las posiciones marxistas-leninistas ante todos los
problemas fundamentales.
Esta conclusión puede con plena razón aplicarse a
los partidos comunistas de todos los países de
América Latina. El hecho de que en los primeros
años tras la Revolución de Octubre se organizaran
partidos marxistas-leninistas en los seis más
importantes países del continente asentó sólida base
para que en la región continuara propagándose el
movimiento comunista y para consolidar en el
proletariado el sentimiento de su propia conciencia
clasista.
6
El movimiento obrero cubano. Documentos y artículos.
1865-1925. La Habana, 1975, t. 1, p. 449.
77
Crece el sentido político y la capacidad
organizadora de la clase obrera.
La segunda mitad de la década del 20 constituyó
una etapa de importancia en la historia del
movimiento obrero y comunista en América Latina.
Nuevo factor en la vida política del continente fue la
enérgica actividad revolucionaria de los partidos
comunistas en todo un grupo de países: Argentina,
México, Chile, Uruguay, Brasil, Cuba.
En algunos otros Estados, a principios de los años
20 también se dieron pasos para articular
organizaciones marxistas, pero en virtud de una serie
de causas objetivas y subjetivas estos intentos no
fueron coronados con éxitos. Sólo pasados varios
años, esto es en vísperas y durante la crisis
económica mundial de 1929-1933, se constituyeron
partidos comunistas en un considerable número de
países.
El hecho de que inicialmente dichos partidos sólo
surgieran en 6 países del continente, pone en
evidencia lo complicado que es el proceso de reunir
la teoría revolucionaria con el movimiento obrero,
proceso que es imposible organizar de modo artificial
o desde fuera. Para que se produzca, hacen falta
determinadas condiciones objetivas y subjetivas y
cierto grado de madurez en la propia clase obrera.
Sólo allí donde las ideas marxistas ya se hablan
arraigado, como sucedió a fines del siglo XIX y a
principios del XX en Chile, Uruguay, Cuba, Brasil y
Argentina; sólo allí donde, como ocurrió durante la
Primera Guerra Mundial, la clase obrera habla
acumulado su propia experiencia política,
comprendida la vivificante experiencia de acción
internacional solidaria; sólo allí donde el reformismo
y el anarco-sindicalismo, estos antípodas y a la vez,
gemelos, habían manifestado en la práctica su
impotencia; sólo allí donde los intelectuales
democráticos de vanguardia habían dado a conocer
entre sectores obreros las ideas del pensamiento
revolucionario mundial, sólo allí pudieron surgir los
primeros partidos comunistas. No fue la pregonada
“mano de Moscú” ni invisibles “agentes de la
Comintern” los que engendraron el movimiento
comunista en América Latina, como hasta hoy día
vienen machacando historiadores burgueses. No. La
Revolución de Octubre no hizo sino acelerar ese
proceso, contribuir a la formación ideológica y
política de los partidos comunistas en base a los
principios del marxismo-leninismo y el
internacionalismo proletario. Fue el factor esencial.
Pero la tendencia como tal toma su origen en la vida
misma, en el propio movimiento obrero y en la lucha
de clases en el continente. En esto radica su
incontrastable fuerza vital.
El primer decenio después de la Revolución de
Octubre fue en general un período durante el cual se
politizó universalmente el movimiento obrero,
entraron en crisis el reformismo y el
8 B. Koval
anarcosindicalismo, y el comunismo se difundió en la
mayoría de los países latinoamericanos.
Este fue un arduo proceso: la mejor parte de la
clase obrera debió luchar por una orientación nueva y
revolucionaria de verdad.
Magnífico testimonio de ello es la historia del
surgimiento y consolidación del movimiento
comunista en aquellos países de Centroamérica que
se encontraban en marcada dependencia económica y
política respecto a los imperialismos estadounidense
y británico. La clase obrera de estos países
presentaba un grado de desarrollo menor que,
digamos, el de Chile o Argentina. En el fondo, el
movimiento obrero allí sólo comenzaba a
desenvolverse. En tal proceso los grupos comunistas,
aparecidos en América Central bajo el impacto de la
Revolución de Octubre, desempeñaron relevante
papel.
Los comunistas de Guatemala lograron los
mayores éxitos. En este país ya durante la primera
conflagración mundial se había creado un centro
sindical unificado, comenzando a desarrollarse el
movimiento huelguístico en el que participaban
obreros bananeros, ferroviarios, constructores y
portuarios.
En 1919 se constituyó el Comité Obrero
Patriótico que, presidido por S. Ortiz, llamaba a los
trabajadores a luchar contra la dictadura de Estrada
Cabrera. Poco más tarde, este Comité se reorganizó
para convertirse en partido político: la Liga de los
Obreros de Guatemala, organización que gozaba de
considerable prestigio entre las masas. La clase
obrera, como todo el pueblo trabajador guatemalteco,
se sublevó contra la dictadura. Bajo el empuje del
movimiento de masas, el dictador fue derribado en
abril de 1920. La victoria infundió nuevas fuerzas a
la clase obrera, creciendo aún más la autoridad de los
sindicatos progresistas y de la Liga de los Obreros de
Guatemala. En el mismo mes, en el congreso de los
sindicatos de izquierda, se formó la Unión Obrera,
organización sindical nacional cuya posición se
fundaba en el reconocimiento de la lucha de clases.
En 1920 se efectuó una gran huelga de ferroviarios
que, declarada tras un llamamiento de dicha central
sindical, logró un aumento de salarios. Los obreros
consiguieron que por ley se implantara la jornada
laboral de 8 horas. En 1921 por primera vez se
celebró en Guatemala el 1º de Mayo.
Las organizaciones obreras y sindicales formaron
un centro político permanente -la Unión Socialista
Obrera- que muy pronto fue prohibida por un nuevo
gobierno militar. El ala izquierda de esta asociación,
que siguió actuando en la clandestinidad, fundó en
1922 el Partido Comunista de Centroamérica
(Sección Guatemalteca).
En aquella época, los comunistas estimaban que
en los países centroamericanos, dada la relativa
debilidad de los destacamentos nacionales del
proletariado y sus intereses comunes en la lucha
contra los monopolios estadounidenses, era más
conveniente estructurar un partido regional unitario,
constituido por secciones de los respectivos países.
De ahí que los comunistas guatemaltecos dieran un
nombre doble a su organización. Mas en realidad no
tenía carácter regional, sino nacional. Sus actividades
se desplegaban generalmente en la capital. Luego se
formaron grupos comunistas en otros departamentos
del país. En 1922 se empezó a editar el periódico El
Comunista, órgano central del partido. En 1924, los
comunistas fundaron la Federación Regional de
Trabajadores de Guatemala. El partido dirigió
grandes huelgas de obreros portuarios, ferroviarios,
panaderos, zapateros, tejedores. En 1925, los
comunistas contribuyeron a crear la sección
guatemalteca del Socorro Rojo Internacional, y en
1927, en la manifestación del 1º de Mayo, expresaron
su solidaridad con el País de los Soviets y protestaron
contra la amenaza de agresión imperialista.
A fines de 1931, el dictador Ubico desencadenó
cruentas represalias contra la clase obrera y logró
arrestar a dirigentes del Partido Comunista. Uno de
éstos, Juan Pablo Wanright, como también Bernardo
Gaytán, Secretario General de la Juventud
Comunista, fueron fusilados, otros metidos en la
cárcel. Más tarde, Bernardo Alvarado Monzón,
Secretario General del Partido Guatemalteco del
Trabajo (nombre tomado por la organización
comunista en 1952), ferozmente asesinado en 1972,
escribió: “La lucha firme y heroica de los comunistas
y las organizaciones populares y revolucionarias que
en la década de 1920 a 1930 levantaron en nuestro
país la bandera del socialismo, constituyen un
glorioso antecedente de nuestro Partido aunque,
lamentablemente, no haya logrado vertebrarse
entonces en forma definitiva, el partido marxista-
leninista de la clase obrera guatemalteca”7.
Análogos procesos se desarrollaban en el vecino
país de Honduras, donde reinaba de modo ilimitado
la United Fruit Company, Los obreros de
plantaciones bananeras, inspirados por la Revolución
de Octubre, se pronunciaron decididamente en
defensa de sus intereses de clase. R. Blackswell, M.
Calikso Herrera, J. P. Wanright y otros
revolucionarios que entre 1920 y 1922 organizarían
las primeras células comunistas, en los años de la
primera conflagración mundial desplegaron activa
propaganda antiimperialista y anticapitalista. En
1924 fundaron la sección hondureña del Partido
Comunista Centroamericano. Las actividades de este
pequeño grupo revestían caracteres verdaderamente
heroicos, pero bajo los golpes de la reacción,
desencadenada a principios de la década del 30, la
organización comunista resultó aniquilada. Sólo en
7
Cito según el libro de H. Alvarado Arellano. Apuntes
para la historia del Partido Guatemalteco del Trabajo. S.
l., s. d., pp. 12-13.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
1954, esto es pasados 25 años, el Partido Comunista
de Honduras fue reconstituido.
En El Salvador, los primeros grupos marxistas,
surgidos en 1924, mantenían estrechos vínculos con
los comunistas de otras naciones del continente. Los
delegados de la sección salvadoreña participaron
activamente en la Primera Conferencia Comunista
Latinoamericana celebrada en 1929. En base a dicha
sección, el 28 de marzo de 1930 fue fundado el
Partido Comunista de El Salvador. Asimismo se
crearon la Unión de Jóvenes Comunistas y la sección
nacional del Socorro Rojo Internacional. El joven
Partido orientaba las labores de la primera central
sindical -la Federación Regional de Trabajadores- y
las asociaciones de campesinos y de indios.
Las represalias desencadenadas por la
proimperialista dictadura militar del general
Hernández Martínez provocaron, en enero de 1932,
una insurrección armada de obreros y campesinos en
varios departamentos del país. Los comunistas
encabezaban el movimiento, en cuyo curso se
organizaron Soviets en muchas ciudades. La
dictadura, con la ayuda del imperialismo
estadounidense, ahogó en sangre la rebelión popular:
más de 30 mil trabajadores; entre ellos muchos
dirigentes del Partido, fueron masacrados. Hacia
1936 se logró restablecer los vínculos entre ciertas
organizaciones comunistas y reconstituir la dirección
central, pero solamente en 1950 se pudo reconstituir
plenamente el Partido.
También en Costa Rica, bajo el influjo de
Octubre, se desenvolvió un vasto movimiento social
con participación de obreros. En 1929, un grupo de
estudiantes con inclinación revolucionaria,
encabezados por Manuel Mora, se reunieron con lid
eres obreros que se habían destacado en el transcurso
de la lucha por reformas sociales desarrollada en la
década del 20 y formaron el circulo marxista llamado
Asociación Revolucionaria de la Cultura Obrera.
Esta organización identificó su destino con el de la
clase obrera, lo que le permitió promover la
fundación, el 16 de junio de 1931, del Partido
Comunista de Costa Rica. Si bien formalmente este
acto data de una fecha muy posterior a análogos
eventos en Guatemala y Honduras, en los hechos su
diferencia fue insignificante. En Costa Rica, igual
que en el resto de las repúblicas centroamericanas, en
la década del 1920 actuaban únicamente exiguos
grupos y células marxistas-leninistas. No obstante,
los comunistas de la región realizaban una labor
política de gran alcance, inculcando en el
movimiento obrero la conciencia y organización
revolucionarias.
Es característico que los comunistas, desde el
principio y de modo activo, se hayan sumado a la
lucha antiimperialista que en los años 30 cobró
especial envergadura.
Sirva de ejemplo la actividad combativa del
99
comunista Agustino Farabundo Marti, uno de los
fundadores de la sección salvadoreña del Partido
Comunista de Centroamérica y compañero de armas
del héroe nacional nicaragüense, general Augusto
César Sandino. El nombre de este último lo ostenta el
actual frente de liberación formado por los patriotas
de Nicaragua que derrocaron la dictadura somocista.
La #icaragua de los años 20 era una república
pobre en extremo y económicamente atrasada; en
parte, sigue siéndolo hasta hoy día. Era totalmente
dependiente de los monopolios yanquis que
señoreaban por entero en la economía y las finanzas
de esta pequeña nación centroamericana.
Aspirando a asegurarse importantes posiciones
estratégicas no sólo en Centroamérica sino también
en las zonas del Atlántico y el Pacifico (con miras a
abrir un canal por el territorio de Nicaragua), así
corno para explotar sin control los recursos naturales
de este país, el presidente norteamericano W. Taft
dispuso la entrada de las tropas yanquis en el
territorio del mismo.
Fue en mayo de 1910. Aprovechando la lucha
interna de distintos clanes políticos nicaragüenses,
los EE.UU. establecieron por largos años un régimen
de desembozado dictado militar colonial. Es natural
que el desenvolvimiento de las fuerzas
revolucionarias tuviese que enfrentar enormes
impedimentos.
A lo largo de muchos años, los patriotas de
Nicaragua, la clase obrera incluida, desarrollaron una
heroica lucha contra el imperialismo estadounidense
pero, debido a lo aislado y espontáneo de sus
esfuerzos, no pudieron alcanzar la tan deseada
victoria. Los partidos burgueses -conservadores y
liberales- incapaces de ponerse al frente de un
auténtico movimiento popular, estaban dispuestos,
por un escaño en el parlamento, a concertar cualquier
compromiso con los monopolios USA y la oligarquía
agraria doméstica. El proletariado era débil y
tampoco pudo desempeñar el papel hegemónico. Le
faltaba su partido revolucionario. Varios sindicatos
estaban dirigidos por la burguesía liberal.
En estas condiciones encabezaron la lucha contra
el imperialismo patriotas democráticos, de extracción
pequeño burguesa. El general Augusto César
Sandino (nacido el 18 de mayo de 1895) llegó a ser, a
fines de la década del 20, su reconocido jefe.
Sandino se negó a cumplir la orden de los jefes
liberales de deponer las armas y decidió organizar
independientemente la guerra de guerrillas contra los
odiados invasores. En julio de 1927, el ejército
rebelde de Sandino comenzó las hostilidades contra
las tropas norteamericanas. Codo a codo con el
legendario general peleó su consejero y compañero
de armas, el comunista Agustino Farabundo Marti.
Juntos tomaban las decisiones más responsables,
elaboraban la plataforma política del movimiento
liberador y la estrategia de la guerrilla en las
10
condiciones de Nicaragua. Sus esfuerzos hicieron
que el ejército sandinista rápidamente creciera de 30
ó 40 a 800 ó 1.000 efectivos.
La consigna de Sandino “Más vale morir como
patriota que vivir como esclavo. ¡Libertad o muerte!”
le granjeó el amor y reconocimiento de todo el
pueblo trabajador.
Los medios burgueses y terratenientes de
Nicaragua, los traidores y agentes norteamericanos
de toda laya -y no fueron pocos- tenían plena razón al
considerar a Sandino como el adversario político más
peligroso. Veían en el movimiento sandinista una
amenaza real a su dominio.
Las acciones revolucionarias y antiimperialistas
del ejército rebelde con Sandino a la cabeza alentaron
a todo el pueblo nicaragüense a luchar por la libertad.
Al faltar el partido de los trabajadores, el movimiento
sandinista de hecho actuaba como factor central en la
actividad político-militar de todas las fuerzas de
izquierda. De ahí que la propia figura de Sandino
pusiera furiosos a los reaccionarios. El presidente de
los EE.UU. H. Hoover y el Secretario de Estado H.
Stimson decidieron encomendar el asesinato de
Sandino al gobierno de Nicaragua que, según los
citados políticos norteamericanos, sabría realizarlo en
breve tiempo.
Esta tenebrosa misión le fue encomendada a
Somoza arribista y estraperlista sin principios.
El clan de los Somoza llegó a prosperar debido al
servilismo de que hizo gala ante el Pentágono ya en
los primeros años de la ocupación yanqui de
Nicaragua. Anastasio Somoza García, oficial del
ejército y rematado politicastro reaccionario, fue, por
sus “méritos” ante los invasores, nombrado jefe de la
Guardia Nacional nicaragüense y de hecho pasó a ser
dictador absoluto. La guardia Nacional de 7,5 mil
efectivos, que combinaba las funciones de ejército y
policía, por un largo periodo se convirtió en el sostén
principal de la dictadura reaccionaria. El destino de
la dinastía del general Somoza se entrelazó
estrechamente con la política de los monopolios
estadounidenses cuando la Guardia Nacional, bajo el
mando personal de Somoza, arremetió contra el
movimiento sandinista. Los patriotas sandinistas
combatieron heroicamente contra el enemigo y de
hecho alcanzaron la victoria, pues forzaron a las
tropas norteamericanas a largarse del territorio
nicaragüense. Esto hizo posible comenzar el proceso
de pacificación.
Pero los sandinistas, buscando que su patria se
liberara cuanto antes de la ocupación, transigieron
crédulamente con la reacción doméstica, cosa que
predeterminó la derrota del movimiento y costó la
vida al mismo Sandino. En febrero de 1934, el
general Anastasio Somoza, jefe de la Guardia
Nacional, consiguió aprehender a Sandino valiéndose
de una treta y ordenó a sus matones que lo
asesinaran.
B. Koval
Al aplastar el movimiento sandinista, el clan de
Somoza, apoyado por los EE.UU., firmemente se
adueño del poder. En 1956, víctima de un atentado
cometido por un terrorista “de izquierda”, pereció
Anastasio Somoza, el fundador de la dinastía, y su
hijo, Luis Somoza Debayle, heredó la dictadura. El
despótico régimen somocista sumió el país en una
profundísima crisis económica y política, en la
corrupción y el caos. Fueron las vastas capas
laboriosas las que sufrieron especialmente las
consecuencias del poder dictatorial: a los campesinos
los ahogaba la penuria de tierra (el 80% de los
pequeños propietarios poseía sólo el 14% de los
labrados8, al tiempo que los ricos terratenientes
literalmente se bailaban en el lujo. Los obreros en
vano buscaban trabajo; los que lo tenían no ganaban
lo indispensable para subsistir. Los estudiantes,
intelectuales y empleados también padecían
privaciones, en particular, todo tipo de persecuciones
y prohibiciones policiales. Incluso una parte de la
burguesía mediana y grande, así como muchos
oficiales y clérigos, manifestaban su descontento con
la política de Somoza y exigían que se alejara del
gobierno estatal a la “familia maldita”.
Considerable aporte en esta lucha hicieron los
comunistas nicaragüenses.
De 1931 a 1939, en Nicaragua habla actuado el
Partido Izquierda Laboral que se pronunció
enérgicamente contra la tiranía somocista,
expresando su simpatía por el socialismo.
En 1939, cuando la dictadura trató de establecer
pleno control sobre el partido, su ala izquierda logró
que el mismo se autodisolviera y pasó a la
clandestinidad. Sus dirigentes fueron arrestados y
deportados a Costa Rica donde en noviembre de
1940 fundaron, en la emigración, el Partido
Comunista de Nicaragua. Pero durante cierto periodo
(hasta 1944) no tuvo organización clandestina en
Nicaragua, agrupándose sus partidarios alrededor del
semanario legal Hoy.
Resumiendo, en los países de América Central el
movimiento comunista surgió y se consolidó en
condiciones especialmente difíciles, por lo que los
partidos comunistas nacionales de la región se
vertebraron definitivamente sólo en la década del 40.
Los primeros y abnegados pasos para crear
organizaciones marxistas-leninistas, dados en los
años 20 por los guatemaltecos y hondureños
partidarios de la Internacional Comunista, fueron
reprimidos del modo más brutal. Este es un hecho
irrefutable. Pero es imposible no tener en cuenta que
la clase obrera de las naciones centroamericanas aún
no estaba políticamente madura para empalmar su
práctica revolucionaria con la teoría revolucionaria
de vanguardia, era, digámoslo así, demasiado joven
8
Programa del Partido Socialista #icaragüense.
Aprobado en el Décimo Congreso #acional. Octubre de
1973, Managua, 1973, p. 13.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
para el marxismo. Como resultado, los grupos
comunistas, que reunían escasos sectores de obreros
avanzados e intelectuales revolucionarios, eran
débiles y no contaban con el apoyo de las masas.
Sólo pasadas dos décadas, el movimiento comunista
supo arraigarse definitivamente en Centroamérica y
países del Caribe. Fue éste un importante viraje
cualitativo en el desarrollo general de los procesos
revolucionarios en la región.
A diferencia de Centroamérica, por una parte, y,
por la otra, de los países del Cono Sur, cuyos partidos
comunistas se formaron al comenzar los años 20, la
más activa y eficiente lucha por crear partidos
marxistas-leninistas de la clase obrera en toda una
serie de otros Estados latinoamericanos se desplegó
entre los últimos años de la década del 20 y los
primeros de la del 30. Esto se debla a varias causas.
Primero, el nivel general de desarrollo del
movimiento obrero era allí relativamente inferior,
siendo más escasa la experiencia política de las
masas. Luego, Perú, Colombia, Venezuela y Ecuador
nunca conocieron tan activa inmigración europea
como, por ejemplo, Uruguay o Argentina. En fin,
dado el atraso cultural de vastas capas de población,
la falta de grandes sindicatos de izquierda y de
partidos socialistas tradicionales, la propaganda
revolucionaria prácticamente comenzaba de cero y
encontraba enormes dificultades en su camino.
Largos años (hasta mediados de la década del 20) el
grueso de la clase obrera de estas naciones ignoraba
casi todo lo referente a la Gran Revolución Socialista
de Octubre y a la existencia de la Internacional
Comunista.
Es natural que en estas condiciones, agravadas,
además, por las constantes persecuciones policíacas,
el movimiento comunista encontrara enormes
dificultades para surgir. No obstante, también allí
supo desbrozar indeclinablemente su camino.
En Ecuador, la victoria de la Gran Revolución
Socialista de Octubre provocó inaudito entusiasmo.
En el II Congreso nacional de sindicatos (1920) se
decidió crear organizaciones de combate que
defendieran los intereses de los obreros. Los
sindicatos dirigieron huelgas que en 1922
desembocaron en una huelga general de los
trabajadores de Guayaquil, cruentamente aplastada
por las autoridades (allí encontraron la muerte más de
1.500 huelguistas). Los obreros ecuatorianos en su
propia carne sintieron la necesidad de crear un
partido político revolucionario capaz de dirigir
eficientemente la lucha clasista y antiimperialista.
Los circulo s marxistas-leninista s que hicieron su
aparición al comenzar los años 20, empezaron a
editar desde 1924 el periódico La Antorcha del que
Ricardo Paredes fue uno de sus redactores. En enero
de 1925, en Quito se constituyó el Grupo Socialista.
A su semejanza, análogos grupos surgieron en otras
ciudades. En el mismo año, el renombrado pedagogo
11
11
mexicano Rafael Ramos Pedrueza llegó a Ecuador
como embajador de México y desplegó una activa
propaganda de las ideas marxistas-leninistas (por lo
cual pronto fue revocado por su gobierno).
Tras el pronunciamiento progresista ocurrido en
1925, en el que participaron miembros del grupo La
Antorcha, en Quito se formó la Sección Comunista
Ecuatoriana para la Propaganda de las Ideas de
Lenin. La integraban intelectuales y obreros
progresistas que se dirigieron a la Internacional
Comunista para solicitar su admisión en la misma.
En mayo de 1926 se celebró una asamblea socialista
nacional en la cual fue constituido el Partido
Socialista Ecuatoriano. En 1928 se dirigió a la
Comintern con análoga petición que fue satisfecha en
el VI Congreso de dicha organización. Los
comunistas ecuatorianos desde los primeros días se
incorporaron dinámicamente a la lucha contra el
yugo imperialista, por la democracia e
independencia.
Entre fines de la década del 20 y principios de la
del 30, en el contexto de la crisis económica mundial
y el auge del movimiento obrero y antiimperialista se
formaron los partidos comunistas de Paraguay, Perú,
El Salvador, Panamá y Venezuela.
En setiembre de 1928 se fundó el Partido
Comunista Peruano, encabezado por el destacado
marxista-leninista José Carlos Mariátegui. Muchos
años los comunistas de esta nación, así como de otros
países latinoamericanos, se vieron obligados a actuar
en la clandestinidad. Las especiales dificultades para
propagar el marxismo en Perú se debían a que allí
gozaba de considerable influencia en las masas un
partido pequeñoburgués y nacional-reformista: el
APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana),
cuyo líder Víctor Raúl Haya de la Torre se
presentaba como antiimperialista (más tarde este
político traicionó por entero los intereses de los
trabajadores). En la lucha contra el aprismo, el PCP
se fortaleció ideológicamente y desarrolló una vasta
labor en las masas.
Durante la crisis económica mundial, partidos
marxistas leninistas surgieron en varios otros
Estados: Colombia, Puerto Rico, Haití.
El auge del movimiento obrero y antifascista
internacional en los años de la Segunda Guerra
Mundial, así como la derrota de la Alemania fascista,
dieron el impulso necesario para que se formaran
partidos comunistas en países donde hasta entonces
no hablan existido organizaciones marxistas-
leninistas. En 1944 se creó el partido comunista de la
República Dominicana, así como las respectivas
secciones del Partido Comunista Francés en
Martinica y Guadalupe. Poco después, en 1950, se
formaron dos partidos más: en Bolivia y Guayana
Británica (Guyana actual). Entre 1957 y 1958 las
federaciones del PCF en Martinica y Guadalupe se
transformaron en organizaciones independientes. En
12
1978 fue fundado el Partido Obrero de Jamaica.
Así, paso a paso y a lo largo de 60 años, el
movimiento comunista se fue extendiendo por todos
los países de América Latina para llegar a ser una
influyente fuerza política, vanguardia combativa del
proceso revolucionario en el continente.
Primera Conferencia Comunista
latinoamericana.
La primera etapa del movimiento comunista en
América Latina fue un periodo en el que los jóvenes
partidos se estructuraron como organizaciones
políticas, elaboraron las bases estratégicas y tácticas
de la revolución y emprendieron una permanente
lucha ideológica contra el oportunismo de derecha y
el de “izquierda”. En cada país estos procesos
tuvieron sus peculiaridades, pero, sin embargo, se
desarrollaron en el cauce de las leyes generales que
rigen el movimiento obrero y comunistas de la época
actual. En algunos países -Argentina, Chile, Brasil,
Uruguay, México, Cuba- desde mediados de la
década del 20, de modo regular los partidos
celebraban sus congresos y conferencias, reunían sus
comités centrales y editaban periódicos comunistas.
En otros Estados, como Perú, Paraguay, Ecuador,
Colombia, Venezuela, la lucha por crear partidos de
nuevo tipo sólo comenzaba. En una serie de naciones
(Nicaragua, Bolivia, territorios coloniales) actuaban
exiguos grupos marxistas.
Paulatinamente iban consolidándose los vínculos
fraternales entre los comunistas de distintos países,
trazándose la línea política y la plataforma teórica
comunes y formándose los cuadros dirigentes.
Singular aporte a esta labor teórica hizo la primera
generación de comunistas latinoamericanos.
Para siempre han pasado a la historia del
movimiento obrero y comunista gloriosos nombres
de fundadores de partidos comunistas en el
Hemisferio Occidental: V. Codovilla y R. Ghioldi
(Argentina), C. Baliño y J. A. Mella (Cuba), A.
Pereira y O. Brandao (Brasil), J. C. Mariátegui
(Perú), A. Farabundo Martí (El Salvador), M. Mora
(Costa Rica), J. P. Wanright (Guatemala), F. R.
Pintos (Uruguay), L. E. Recabarren (Chile) y otros.
Muchos son los esfuerzos hechos por los
comunistas en una intensa labor creadora que les
permitió desarrollar la doctrina marxista-leninista
sobre la revolución conforme a las condiciones de
sus respectivos países.
Los escritos de Lenin, así como los documentos
programáticos de la Internacional Comunista
sirvieron de base metodológica y teórica para
estudiar la concreta realidad latinoamericana y los
problemas de estructuración de partidos, así como
para elaborar su estrategia y táctica.
Cabe reconocer que en sus primeros años de
existencia, los jóvenes partidos comunistas adolecían
de un evidente “izquierdismo”, enfermedad que se
B. Koval
manifestaba tanto en el plano teórico como en la
cotidiana labor práctica.
En aquella época estaba ampliamente difundida la
idea de que la clase obrera debla luchar directamente
por el socialismo, por la instauración inmediata del
poder soviético. Tendencias izquierdizantes se
registraban en la labor sindical. Al tropezar con las
menores dificultades, se creaban, a menudo sin
suficientes motivos para ello, sindicatos “rojos”
paralelos a los centros sindicales existentes. Tales
organizaciones nuevas resultaban, en muchos casos,
grupos poco numerosos y débiles. Se tardó en hallar
correctos métodos de labor entre los sectores urbanos
medios a los que, generalmente, se consideraba como
adversarios pequeñoburgueses e incluso como
contrarrevolucionarios. Además, durante cierto
periodo, en varios partidos (Argentina, México)
ejercieron influencia elementos trotskistas. En Brasil
se mantenían reminiscencias sindicalistas. Poco
menos que general era el influjo de tendencias
putschistas pequeñoburguesas. Se prescindía de la
labor en el agro. Serios errores se cometían también a
la hora de discutir los problemas teóricos de la
revolución latinoamericana. Estas observaciones
conciernen también a ciertos documentos de la
Internacional Comunista.
Zinóviev y Bujarin, que a la sazón dirigían el
Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CE
de la IC), no veían ninguna diferencia entre América
Latina, por un lado, y África y Asia por el otro. En el
fondo, imitaban a Kautsky, quien catalogaba los
países latinoamericanos entre las colonias feudales y
semifeudales.
Humbert Droz, uno de los dirigentes del
Secretariado Latino que abarcaba también la región
latinoamericana, burdamente tergiversó la tesis
leninista de que la mayor parte de los países de
Latinoamérica forman parte de un grupo especial “de
países dependientes que desde un punto de vista
formal, político, gozan de independencia, pero que,
en realidad, se hallan envueltos en las redes de la
dependencia financiera y diplomática”9.
Humbert Droz (quien más tarde se encontró fuera
del movimiento comunista) promovió la falsa idea de
que supuestamente, “cuanto más capitales invierte el
imperialismo en América Latina, tanto más se
desenvuelve la industrialización y tanto más
rápidamente el continente se transforma en
colonia”10. Este enfoque hacia creer que no es el
desarrollo del capitalismo, sino la “colonización” la
que interviene como factor objetivo primordial. De
tal manera, se escamoteaba la cuestión referente al
recrudecimiento del antagonismo entre el trabajo y el
9
V. I. Lenin. El imperialismo, fase superior del
capitalismo. O. C., t. 27, p. 408.
10
Informe taquigráfico del VI Congreso de la
Internacional Comunista (en ruso). Moscú-Leningrado,
1929, fase. 4, p. 108.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
capital, el papel de la clase obrera en el movimiento
antiimperialista. Antes, bajo la influencia de los
kautskistas, se habla propagado el erróneo concepto
de que éstos eran “países de capitalismo aún no
desarrollado”11, por lo cual la clase obrera, en
opinión de los oportunistas de derecha, no debía
luchar independientemente sino apoyar a la burguesía
doméstica.
J. A. Mella, J. C. Mariátegui, V. Codovilla y
muchos otros marxistas-leninistas enérgicamente se
pronunciaron contra esta falsa idea. Ya en 1926, V.
Codovilla escribía en las páginas de la revista
Internacional Comunista: “El desarrollo económico
de los países latinoamericanos varia no sólo según
los países sino también según las regiones... En
ciertas regiones... la economía reviste todavía
carácter semifeudal; en las empresas extranjeras y los
latifundios encontramos una explotación netamente
colonial. Pero en el centro principal del país, la
situación se asemeja a la europea”12.
En su artículo escrito en 1926, V. Codovilla por
primera vez propuso como criterio básico para
clasificar los países el nivel de desarrollo capitalista y
el grado de dependencia, destacando el papel rector
del modo capitalista de producción en los centros
económicos de la sociedad latinoamericana (urbes,
industria, bancos, transportes). Fue una posición
correcta y de buenas perspectivas, que estimulaba el
despliegue del movimiento obrero y la actividad de
los partidos comunistas.
Desgraciadamente, al finalizar los años 20 seguía
predominando el criterio de Humbert Droz y otros
kautskistas los cuales consideraban que el
movimiento revolucionario en América Latina era
“un movimiento de tipo democrático-burgués propio
de los países semicoloniales”13.
A propuesta de ellos, en las resoluciones del VI
Congreso de la Internacional Comunista (1928) fue
incluida la imprecisa fórmula de que la “creciente
expansión económica y militar de los EE.UU. en los
países de América Latina convierte a este continente
en uno de los focos más transcendentales de
contradicciones de todo el sistema colonial
imperialista”14. En este documento, las ideas
correctas (exacerbación de la rivalidad
interimperialista en torno a la hegemonía en América
Latina) se combinaban con la errónea tesis sobre la
dependencia colonial de los países latinoamericanos.
Era una típica manifestación del llamado
economismo imperialista, cuyos partidarios (Radek,
Piatakov, Humbert Droz, Pannekoek y otros)
sostenían que bajo el imperialismo, la
autodeterminación es económicamente irrealizable.
11
Kommunistlcheskiy Internatsional (Internacional
Comunista). 1925, Nº 9, p. 131.
12
Kommunistlcheskiy Internatsional 1926, Nº 14, p. 47.
13
Informe taquigráfico…, fase. 4, p. 117.
14
Informe taquigráfico..., fasc. 6, p. 125.
13
13
Identificaban toda forma de dependencia con el
colonialismo, y la lucha por la independencia,
desarrollada en unión con sectores no proletarios, la
consideraban una “negación de los fundamentos
primarios del socialismo”15.
Los marxistas-leninistas, y sobre todo, el propio
Lenin, siempre realizaron una aguda lucha ideológica
contra el “economismo imperialista”, lo que se
reflejaba en el Programa de la Internacional
Comunista.
Dicho Programa fue adoptado en el ya citado VI
Congreso en 1928. En este importantísimo
documento, los países latinoamericanos fueron
distinguidos del grupo de colonias y semicolonias
como “países dependientes (Argentina, Brasil, etc.),
con ciertos gérmenes de industria, y a veces con un
desarrollo industrial considerable, pero insuficiente,
en la mayoría de los casos, para una edificación
socialista independiente...” Para ellos se preveía que
sería indispensable “todo un periodo de
transformación de la revolución democrático-
burguesa (esto es, la revolución popular democrática.
-#ota del autor) en revolución socialista”16.
El hecho de que en diferentes documentos de un
mismo congreso aparecieron orientaciones opuestas
puso en evidencia que entre los dirigentes de la
Comintern existían distintos puntos de vista y una
lucha de opiniones. No era, pues, casual que en el VI
Congreso se evaluara muy erróneamente el papel que
en el movimiento antiimperialista desempeñaba la
burguesía nacional de la cual se decía, sin razones
suficientes, que se hallaba “en el campo de la
contrarrevolución”17. Esta tesis, por cierto, obedecía
a que en 1927, en el transcurso de la revolución
china, la burguesía encabezada por Chiang Kaishek
había pasado abiertamente al campo imperialista, lo
que llevó a algunos a la infundada conclusión de que
las burguesías nacionales eran contrarrevolucionarias
a escala mundial.
Todo esto se reflejaba en la opinión de Humbert
Droz y otros sobre, en primer lugar, la condición
semicolonial de los países latinoamericanos, en
segundo lugar, sobre el débil desarrollo registrado en
ellos por el capitalismo, y el contenido democrático-
burgués de la primera fase de la revolución, y, en
tercer lugar, sobre el carácter contrarrevolucionario
de las burguesías nacionales.
Estos enfoques fueron desarrollados con mayor
plenitud en las Tesis para la discusión, cuyo
proyecto se sometió a la Primera Conferencia
Comunista Latinoamericana efectuada en junio de
1929 en Buenos Aires. El autor principal del mismo
fue Humbert Droz. Las orientaciones del proyecto,
15
Cito según el libro Por la unidad de todas las fuerzas
democráticas (en ruso). Moscú, 1966, p. 122.
16
Programa y Estatutos de la Internacional Comunista
(en ruso). Moscú, 1936, pp. 126-127.
17
Informe taquigráfico..., fase. 6, p. 125.
14
presentado formalmente en nombre de la
Internacional Comunista, revestían carácter muy
abstracto, basándose en la concepción del
“economismo imperialista”. Humbert Droz y sus
allegados, que menospreciaban los objetivos
democráticos de la lucha, promovían la idea de que la
tarea primordial era que “la hegemonía pasara de
manos de la pequeña burguesía a manos del
proletariado y de su partido comunista”18. Empero se
planteaba el problema de cómo alcanzarlo. ¿Había
que colaborar, y en qué esfera, con las capas medias
pequeñoburguesas? ¿U oponerse a ellas como
competidores políticos en la lucha por la hegemonía?
¿O quizá consentir la alianza con la burguesía
nacional? Estos interrogantes quedaban sin respuesta,
lo que provocaba confusión al elaborar las consignas
tácticas y al promover la actividad práctica de los
partidos comunistas.
A la par con ello, se iba machacando la falsa idea
kautskista de que la expansión imperialista
inevitablemente genera un constante crecimiento de
la dependencia, y que es imposible detener o frenar
este proceso mientras no se alcance la victoria
completa del socialismo, por lo cual América Latina
toma “cada vez más el carácter semicolonial... Este
proceso de colonización de toda la América Latina
desarrollará el movimiento y la lucha de las masas
contra el imperialismo”, lucha que es “un apoyo, una
importante ayuda a la revolución proletaria mundial”.
Los autores del proyecto sostenían equivocadamente
que, sin embargo, “no se transformará en una parte
integrante de ella, si no cuando, bajo la hegemonía
del proletariado, la revolución democrática burguesa
se transforme en una revolución socialista”19.
Esta tesis de Humbert Droz demostraba a todas
luces que él no comprendía en absoluto el concepto
leninista del movimiento nacional-liberador como
parte integrante del proceso revolucionario mundial.
El proyecto de tesis promovía también un erróneo
punto de vista al afirmar que “en efecto, no existe
clase burguesa nacional luchando contra el
imperialismo y los restos del feudalismo, por el
desenvolvimiento autónomo del régimen
capitalista...” así pues “...la lucha revolucionaria de
las masas contra el imperialismo y los terratenientes
está dirigida también contra esta débil capa de la
burguesía nacional, aliada del imperialismo y de los
grandes terratenientes”20.
El llamamiento a combatir la “débil capa de la
burguesía nacional” -no su ideología sino ella
misma- de hecho equivalía a dar un carácter
anticapitalista a la primera fase de la revolución, lo
18
La Correspondencia Sudamericana. 1929, Nº 12-14, p.
8.
19
La Correspondencia Sudamericana. 1929, Nº 12-14, p.
8.
20
La Correspondencia Sudamericana, 1929, Nº 12-14, pp.
9-10.
B. Koval
que, sin embargo, contradecía la idea de que su
contenido era democrático-burgués. Esta, igual que
muchas otras contradicciones semejantes propias de
los razonamientos de Humbert Droz, así como
enfoques confusos y evidentes errores teóricos,
caracterizaban bien la época.
En el proyecto se manifestaron también otros
puntos débiles del movimiento comunista en el
continente. Como tarea central se proclamaba la
lucha por un “gobierno obrero y campesino”, “por
una unión federativa de las repúblicas obreras y
campesinas de América Latina”. Esta era una
desviación sectaria de izquierda, entonces típica en
varios partidos.
Durante la discusión en la conferencia de Buenos
Aires se advirtieron muchos de los errores graves
existentes en el proyecto, pero fue imposible
eliminarlos totalmente.
Humbert Droz y sus adeptos consiguieron en la
conferencia de 1929 una victoria pírrica. Fue claro
para todos que la posición centrista sólo era capaz de
empantanar a la clase obrera, separada del
movimiento antiimperialista de masas. Al mismo
tiempo se puso en evidencia también el peligro que
entrañaban las tendencias sectarias de izquierda y
oportunistas de derecha, las que los centristas querían
conciliar. En los tres casos, el origen de las faltas
residía en la incapacidad para combinar los intereses
de clase del proletariado con los objetivos de la lucha
liberadora antiimperialista, y, en un contexto más
amplio, para hallar la ligazón entre la lucha por la
democracia y la pugna por el socialismo en las
condiciones propias de los Estados capitalistas
dependientes del imperialismo. Este problema nada
fácil sigue siendo actual también hoy día. Las
distintas maneras de abordar su solución continúan
dando origen a tres tendencias análogas.
Los elementos sectarios de izquierda -incluidos
los “comunistas de izquierda” de los años 20,
sinceramente equivocados- tomaban como base la
tarea de luchar por el socialismo, pero enfocaban la
cuestión de modo formal, mecanicista, simplista. De
ahí su ingenuo afán de instaurar lo más pronto
posible el “poder de los Soviets”, al mismo tiempo
que negaban el papel progresista de la burguesía
nacional y acusaban a las capas pequeñoburguesas de
practicar un “hegemonismo político” con el fin de
traicionar la revolución.
En cambio, los oportunistas de derecha
consideraban como principal el problema de
dependencia imperialista, subestimando el nivel de
desarrollo del capitalismo doméstico y, por ende, de
sus antagonismos sociales. Se encontraban bajo
cierta influencia del nacionalismo burgués y
presumían que para liquidar el dictado colonial
imperialista era válido cualquier medio, comprendida
toda colaboración del proletariado con la burguesía
de sus países, inclusive bajo la dirección política de
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
la misma. Sólo en la segunda etapa -después de
resueltas las tareas de la revolución antiimperialista y
antioligárquica propiamente dicha, o sea en absoluta
alianza con la burguesía doméstica- era posible
defender los intereses clasistas del proletariado y
luchar contra las formas capitalistas de explotación.
Opinaban que entre las fases primera y segunda de la
revolución se extendía un prolongado período
caracterizado por un desarrollo capitalista más o
menos “pacífico” y “normal” y por la maduración de
las premisas para la lucha en pro del socialismo.
Los centristas tipo Humbert Droz, buscando
conciliar estas tendencias opuestas, se echaban ya a
la derecha, ya a la “izquierda”. Ora hablaban sobre la
dependencia colonial para complacer a los
derechistas. Ora discurrían sobre el carácter
contrarrevolucionario de la burguesía nacional para
granjearse el apoyo de los “comunistas de izquierda”.
Ora promovían consignas de lucha por el poder
soviético. Ora sostenían que los procesos
revolucionarios en América Latina sólo en un futuro
lejano llegarían a ser “parte integrante de la
revolución proletaria mundial”. Resumiendo, su
posición carecía de principios, era puramente
ecléctica, de tipo kautskista.
En la conferencia de 1929 se hicieron no pocas
observaciones sobre la “concepción” de Humbert
Droz y sus adeptos, si bien toda una serie de tesis que
éstos promovían pasó al texto de las resoluciones
políticas generales. Pero mientras en el terreno
teórico aún se registraba considerable confusión, la
mayoría de los partidos comunistas ya venían
superando en su labor práctica las debilidades de los
primeros años. En general, el oportunismo de
derecha y el centrismo fueron vencidos en sus rasgos
principales, pero hasta mediados de la década del 30
continuaron ejerciendo influencia ciertas
reminiscencias de la enfermedad infantil del
“izquierdismo”. Además de reconocer que existía
una tendencia a la colonización, la conferencia
resaltó el creciente desarrollo del capitalismo, si bien
considerablemente deformado por el imperialismo.
Recalcó la importancia de la lucha contra los
conflictos bélicos y el militarismo. Manifestó su
propósito de bregar por la unidad sindical y por
reformas agrarias radicales, planteó la necesidad de
consolidar la alianza entre la clase obrera y el
campesinado. Especial importancia tuvo la
resolución referente a las tareas para estructurar los
partidos comunistas y a la necesidad de una
minuciosa labor para transformarlos paulatinamente
en organizaciones masivas.
La conferencia de Buenos Aires fue un gran
evento en la vida de los partidos comunistas
latinoamericanos. En sus labores tomaron parte 38
delegados de 15 países del continente (Argentina,
Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Cuba, Ecuador, El
Salvador, Guatemala, México, Panamá, Paraguay,
15
15
Perú, Uruguay y Venezuela), así como representantes
de los partidos comunistas de los EE.UU. y Francia,
delegados de la Comintern y de la Internacional
Juvenil Comunista. La composición social de los
participantes fue la siguiente: 51% obreros, 11%
campesinos, 9% empleados de comercio, 10% de
profesiones liberales y 19% funcionarios de partido21.
La primera conferencia comunista de América
Latina desempeñó en lo fundamental un papel
positivo, impulsó la ulterior actividad teórica y
práctica de los partidos marxistas-leninistas y delineó
los principios estratégicos y tácticos generales de la
lucha revolucionaria. El rumbo trazado con el
esfuerzo colectivo, encaminaba a la clase obrera y
sus organizaciones a la lucha contra el enemigo
principal: el imperialismo. Se determinó el círculo de
aliados fundamentales de la clase obrera: el
campesinado, las capas urbanas medias, los
intelectuales progresistas. Sólo un concepto erróneo
seguía en pie, la evaluación de la burguesía nacional,
que pronto (a mediados de los años 30) también fue
modificada. Gran importancia positiva tuvieron las
recomendaciones prácticas de la conferencia
referentes a la organización de la labor política entre
las masas, a la actividad comunista en los sindicatos
y entre la juventud, a las tareas de las ligas
antiimperialistas, a la necesidad de desplegar la
unidad de acción de grandes fuerzas democráticas en
la lucha contra la reacción y el imperialismo, contra
la amenaza de guerra.
Se ofreció un detenido análisis del problema
agrario y campesino; la conferencia pudo adelantar
algunas reivindicaciones concretas y, lo principal,
proponer las reivindicaciones generales de un
programa agrario radical, incluidas las que defendían
los derechos de los proletarios rurales, de los
diferentes grupos de campesinos e indígenas y
estipulaban la realización de una profunda
reestructuración del sistema de propiedad y usufructo
de tierra.
La conferencia de 1929 demostró que los partidos
comunistas ya habían atravesado la etapa inicial de
lucha por la “revolución en general”,
inevitablemente, vinculada con cierto
“izquierdismo”. En el orden del día quedaba
planteada la exigencia de definir concretamente lo
esencial de la nueva etapa de lucha y su ligazón con
la venidera pugna por el socialismo, la necesidad de
evaluar con exactitud el rumbo del ataque principal y
las fases de la revolución.
Todo lo anterior ponía de relieve la trascendencia
de la Primera Conferencia Comunista
Latinoamericana. En general, sin lugar a dudas, se
dio un considerable paso adelante; los comunistas de
diversos países establecieron contactos mutuos,
intercambiaron experiencias vividas, discutieron en
21
La Correspondencia Sudamericana. 1929, Nº 16, p. 24.
16
conjunto varios problemas teóricos y políticos
fundamentales, trazaron de modo colectivo el curso
básico de la lucha.
Ello tenía especial importancia, tanto más que la
crisis económica mundial, desencadenada poco
después, causaría grandes conmociones en la vida de
toda Latinoamérica.
En vísperas de la crisis económica mundial.
Al finalizar los años 20, lo más notorio y señalado
fue el poderoso auge que el movimiento obrero y la
masiva lucha antiimperialista conocieron en la
mayoría de los Estados latinoamericanos. Los
campesinos y estudiantes progresistas redoblaron su
combativa actividad. Se fortalecieron las posiciones
de los sindicatos de izquierda que, en mayo de 1929,
crearon una central revolucionaria, continental y
unitaria: la Confederación Sindical Latinoamericana
que reunió a más de un millón de obreros y
empleados. En varios países, como se ha dicho más
arriba, comenzaron a actuar siete nuevos partidos
comunistas. Determinados éxitos tuvo la actividad de
las ligas antiimperialistas y juventudes comunistas,
surgidas a iniciativa de los comunistas.
A la par con estos cambios operados en el
desarrollo del movimiento obrero y comunista en
vísperas de la crisis de 1929-1933 y durante la
misma, se registraron algunos nuevos fenómenos de
alcance continental. Entre ellos figuran los
siguientes: empeoró bruscamente la situación
económica de los trabajadores, se elevó en flecha el
desempleo, se acentuó la rivalidad interimperialista,
entraron en crisis los tradicionales y tiránicos
regímenes militares y oligárquicos y se exacerbaron
las disputas por el poder en el campo de las clases
explotadoras, aparecieron en el escenario de la lucha
política los elementos nacionalistas de la burguesía
doméstica. Todo ello testimoniaba que se habían
operado serios cambios en la distribución de las
fuerzas de clases y que eran inminentes nuevos
procesos revolucionarios.
Durante la crisis la situación se complicó aún
más. Se produjeron conflictos bélicos entre Bolivia y
Paraguay, Perú y Colombia. Fuerzas reaccionarias
realizaron golpes de Estado en Argentina, Uruguay,
Guatemala, Cuba, Chile. Por todas partes se
observaba un recrudecimiento de las tendencias
fascistas y del terror blanco.
Como respuesta, en todo el continente cundió una
poderosa ola de movimientos obreros y
antiimperialistas que en algunos países (Cuba, Chile,
Brasil) estaba pronta a convertirse en revoluciones
populares. En varios Estados comenzó el movimiento
guerrillero y se produjeron grandes acciones del
campesinado (Brasil, Paraguay, Ecuador, Perú, El
Salvador).
El ímpetu con que se radicalizaban las masas y se
exacerbaba la lucha de clases aceleró y profundizó el
B. Koval
desmembramiento y la diferenciación de los partidos
y agrupaciones liberales de la burguesía y los
terratenientes o de la pequeña burguesía. En una serie
de países hicieron su aparición partidos fascistas y
profascistas (los integralistas en Brasil, los nacional-
socialistas en Chile, la Legión Cívica en Argentina,
etc.).
En esta situación, los partidos comunistas
desarrollaron una dinámica labor entre las masas,
ocupando las primeras filas en la lucha contra el
imperialismo y la reacción.
A iniciativa de estos partidos, en todos los países
se promovió una amplia campaña antiimperialista y
antibélica que alcanzó especial envergadura cuando
los insurrectos encabezados por Sandino desplegaron
en Nicaragua la lucha armada contra la intervención
estadounidense. En todas partes surgieron
asociaciones y comités “¡Manos fuera de
Nicaragua!”.
A fines de la década del 20, de conformidad con
las recomendaciones de la Internacional Comunista
sobre la creación de ligas antiimperialistas, y a
iniciativa de los partidos comunistas, estas
organizaciones se constituyeron en muchos países de
América Latina: Argentina, Brasil, Uruguay, México,
Cuba y otros.
Las ligas antiimperialistas las estructuraban
distintas organizaciones y personas que, sustentando
posiciones democráticas unitarias, acordaban luchar
conjuntamente contra el imperialismo y sus agentes
domésticos. Esta fue una forma específica de
movilizar la opinión pública y difundir en las masas
sentimientos antiimperialistas y patrióticos. Las más
de las veces, los comunistas llevaban la voz cantante,
en lo cual estriba su enorme mérito histórico. No
obstante, es preciso reconocer que los postulados
sectarios de izquierda, formulados por los partidos
comunistas, ponían serios obstáculos al
desenvolvimiento de las ligas antiimperialistas que,
en muchos casos, se limitaban a copiar sus consignas.
La actividad de las ligas antiimperialistas, que
existieron relativamente poco tiempo (hasta 1933-
1934), desempeñó, en general, un papel muy
positivo, pues dichas organizaciones fueron
prototipos de los frentes únicos populares
constituidos contra el imperialismo y el fascismo a
mediados del decenio de 1930.
Con su abnegada actividad, los partidos
comunistas ganaron gran respeto entre los
trabajadores, lo que determinó un considerable
crecimiento del número de sus afiliados,
convirtiéndose algunos de ellos en organizaciones de
masa. Hacia fines de 1934, según datos de la
Comintern22, en los partidos comunistas
latinoamericanos militaban:
22
La Internacional Comunista ante el VII Congreso
Mundial (Documentos). Moscú, 1935, pp. 390-422.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
Argentina - 5.000
México - 1.200
Brasil - 5.000
Paraguay - 500-600
Venezuela - 700
Perú - 3.000
Honduras - 300-350
Puerto Rico - 500
Cuba - 5.000
Chile - 4.000
Costa Rica - 300-400
Uruguay - 700-800
Colombia - 2.000
En total (Panamá, El Salvador y Ecuador
incluidos), los partidos comunistas contaban entre 27
y 30 mil militantes.
Desde luego, las cifras eran relativamente
modestas. En efecto, muchos partidos seguían siendo
exiguos grupos de comunistas y aún no hablan
llegado a jugar un notable papel político (en
Honduras, Costa Rica, Paraguay, Puerto Rico,
Venezuela). Pero sería injusto que, por este hecho, se
menospreciara cuanto hicieron para organizar el
movimiento obrero, fomentar la politización de las
masas y propagar la teoría revolucionaria. La fuerza
de los comunistas radicaba no tanto en el número de
sus militantes, como en su fusión con el movimiento
obrero, con los sindicatos.
Tras los sindicatos, guiados por los comunistas,
estaban ya no miles sino cientos de miles de
trabajadores: más de un millón de obreros y
empleados; impresionante fuerza que no se podía
menos de tomar en consideración.
Prácticamente en un plazo breve -unos 10 años
nada más-, debido a la heroica actividad de los
partidos comunistas, en América Latina surgió un
movimiento obrero masivo y genuinamente
revolucionario. Gracias a los comunistas, la clase
obrera iba rápidamente ocupando posiciones de
vanguardia en los movimientos antiimperialistas de
masas, demostrando en la práctica su capacidad de
convertirse en auténtico guía de las fuerzas
patrióticas.
En varios países (Argentina, Chile, Brasil, Cuba,
Uruguay, Perú), los comunistas gozaban de notable
influencia política, conducían a una parte
considerable de la clase obrera, dirigían grandes
sindicatos, editaban periódicos, folletos, etc.
Verdad es que se veían obligados a enfrentar
condiciones muy desfavorables. En muchos Estados
había que actuar en la clandestinidad, sufrir
constantes persecuciones y trabajar largos periodos
en el exilio. Pero no hubo obstáculos ni penas ni
represiones que pudieran detener el desarrollo del
movimiento comunista en Latinoamérica. Obreros,
campesinos, estudiantes progresistas e intelectuales
demócratas lo veían como el más consecuente y
17
17
decidido combatiente contra el imperialismo y la
reacción, defensor de los intereses vitales de los
trabajadores.
De este modo, hacia la década del 30, el
movimiento comunista en América Latina se
convirtió en una seria fuerza política que llegó a
desempeñar un papel independiente en la vida social
del continente.
Los éxitos alcanzados en el desarrollo del
movimiento obrero y comunista no significaban, por
supuesto, que estuviera exento de debilidades y
errores. Como todo movimiento intenso, tenia no
pocas dificultades, muchas de las cuales no fueron
superadas por completo. Esto lo reconocieron los
propios partidos y dio lugar a observaciones de la
Internacional Comunista.
Así, en los documentos publicados en 1935 en el
libro La Internacional Comunista ante el VII
Congreso Mundial, se señalaba: “El retraso en que,
pese a los éxitos alcanzados, siguen encontrándose
los partidos comunistas ante los grandes problemas
planteados por el movimiento de masas, y, además,
la débil organización del proletariado, constituyen los
principales obstáculos para el ulterior desarrollo del
movimiento revolucionario en los países de América
del Sur y del Caribe... En una serie de países, los
partidos comunistas aún están muy débilmente
vinculados con las masas y mucho les falta para
superar las tendencias sectarias... es insuficiente la
madurez ideológica de los cuadros dirigentes..., la
mayoría de los partidos comunistas todavía
desarrollan poca labor en el agro..., no en todos los
países existen organizaciones de la juventud
comunista... en muchos casos la ayuda que éstas
reciben del partido es casi nula... Las deficiencias
fundamentales... se manifiestan con especial nitidez
en la realización de la táctica de frente único... (se
trata del frente único obrero. -#ota del autor”)23.
En general, esta opinión era justa y recalcaba
correctamente los defectos principales de la labor de
partido.
Por ello no era casual que las cuestiones de
estrategia y táctica las discutieran especialmente la II
y la III Conferencias Comunistas Latinoamericanas
(1930 y 1934, respectivamente), los congresos y
plenos de los CC de varios partidos, celebrados en la
década del 30, y el Comité Ejecutivo de la
Internacional Comunista, lo que surtió efectos
positivos.
Paulatinamente, en la política de los partidos
comunistas de América Latina, parte integrante del
movimiento comunista internacional, se perfiló un
viraje hacia una nueva orientación, refrendada
definitivamente en las resoluciones del VII Congreso
de la Comintern (1935).
Ya entre finales de los años 20 e inicios de los 30,
23
La Internacional Comunista ante el VII Congreso
Mundial (Documentos). Moscú, 1935, pp. 397-398.
18
los comunistas, al sopesar sensatamente la situación,
comenzaron a superar las tendencias sectarias de
izquierda y se encaminaron hacia la política de
unidad de las fuerzas democráticas y efecto, el bloque mencionado existía sólo en Río de
antiimperialistas, consolidando sus vínculos con las
masas y formando coaliciones tácticas con las
fuerzas progresistas pequeñoburguesas y burguesas
de izquierda.
Es de gran interés en este sentido la experiencia
acumulada por el Partido Comunista Brasileño. En
1926-1927 se establecieron los primeros contactos de
los comunistas con el movimiento de militares
demócratas revolucionarios (tenentistas) dirigidos
por Luis Carlos Prestes. En 1927 fue formado el
llamado Bloque Obrero y Campesino que se presentó
a las elecciones municipales.
A iniciativa de los comunistas, en diversos
Estados del continente se crearon ligas
antiimperialistas con participación de elementos
pequeñoburgueses progresistas. Los comunistas
fueron los primeros en plantear la necesidad de
combatir la amenaza del fascismo. En abril de 1929
se celebró el Congreso Constituyente de la
Confederación General de Trabajadores de Brasil, en
cuyos organismos dirigentes los comunistas tenían el
mayor peso político. La fundación de la central
sindical nacional, que abarcó cerca de 80 mil
trabajadores, fue una relevante conquista del
proletariado brasileño. La fuerza del partido,
manifestaban con justeza los comunistas, depende en
gran medida “de su actividad en las organizaciones
sindicales revolucionarias”, de la consolidación del
frente único obrero.
Con miras a este objetivo, los comunistas
llamaron a todas las organizaciones políticas y
sindicales de la clase obrera y de la intelectualidad
progresista a presentarse a las elecciones municipales
de 1927 en “un frente proletario único, basado en una
combativa plataforma común que contenga las
reivindicaciones más elementales y generales de
todos los trabajadores”24.
Empero, los socialistas rechazaron este
llamamiento del PCB. El Secretario General del
Partido Socialista Brasileño señaló que los socialistas
no irían por el mismo camino que los “partidarios de
Moscú”25. A diferencia de ellos, varias
organizaciones obreras, sobre todo los sindicatos,
apoyaron con entusiasmo la iniciativa del PCB.
El Bloque Obrero y Campesino fue formado
como una organización democrática legal del
proletariado para actuar en las condiciones creadas
por la prohibición del partido comunista. El término
“campesino” tan sólo expresaba un deseo, una
24
A. Pereira. Formaçao do PCB. 1922-1928. #otas e
documentos. Editorial Victoria Limitada. Rio de Janeiro.
1962, p. 89.
25
La Internacional Sindical Roja: boletín de 3 días del
movimiento sindical. 1927, 10 de febrero, p. 30.
B. Koval
conjetura, indicando un propósito de los comunistas,
si bien realmente aún no se habían granjeado
importantes posiciones entre los campesinos. En
Janeiro y paulatinamente se convirtió en una
organización permanente, con sus cuotas y
reglamento. Según dijo el delegado brasileño en el
VI Congreso de la Internacional Comunista, el
bloque contaba con 21 organizaciones de base, y
desarrollaba “una activa agitación entre las masas
obreras”26.
Los éxitos alcanzados al formarse el Bloque
Obrero y Campesino hicieron que una parte de los
comunistas diera un peligroso bandazo subestimando
el papel del partido. Así, el III Congreso del PCB
(fines de 1928-inicios de 1929) oficialmente
sancionó la función del bloque como “sustituto legal
del partido comunista”, como “partido revolucionario
de todos los trabajadores”27. Con este enfoque no se
estaba lejos de un llamamiento a liquidar el propio
partido comunista. Por ello no fue casual que, en
junio de 1929, la I Conferencia Comunista
Latinoamericana corrigiera esta falta del modo más
resuelto, al señalar que el Bloque Obrero y
Campesino no era ningún partido, sino “una
organización masiva de frente único del proletariado
urbano y rural, de los campesinos y la pequeña
burguesía tendiente a proletarizarse”28. Esta
definición constituyó un paso adelante, aunque
tampoco entonces fue muy clara la evaluación del
Bloque Obrero y Campesino. Sin embargo, lo
principal no era encontrar una definición precisa y
óptima. El partido por primera vez intentaba en la
práctica crear una organización de frente único de
trabajadores, y esto constituía lo esencial.
Igual que en Brasil, intentos de formar una
coalición de fuerzas democráticas se efectuaron en el
deslinde de las décadas del 20 y del 30 en Argentina,
Uruguay y Cuba. Dada la complicada situación
existente en estos países, no se fue más allá de
conseguir la unidad de acción de los sindicatos y
acuerdos episódicos con otros partidos para actuar en
conjunto ante problemas concretos (apoyo a la lucha
encabezada por Sandino, movimiento antibélico,
publicación de materiales de propaganda, etc.). Sin
embargo, paso a paso se iban acumulando las
experiencias necesarias y cristalizaba una nueva
orientación estratégica.
La III Conferencia Comunista Latinoamericana
(1934) planteó la tarea de crear “un amplísimo frente
popular antiimperialista”29. Por primera vez se
formuló de forma muy precisa la idea de la posible
colaboración con la burguesía nacional y los
elementos y partidos pequeñoburgueses. Este
26
Informe taquigráfico..., fase. 4, p. 214.
27
La Correspondencia Sudamericana, 1929, Nº 11, p. 10.
28
La Correspondencia Sudamericana, Nº 12-14, p. 37.
29
Kommunistlcheskiy Internatsional. 1935, Nº 9, p. 31.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
planteamiento fue enérgicamente sostenido por la
revista Internacional Comunista, recalcando que la
denuncia a la coalición con la burguesía doméstica en
la lucha contra el imperialismo, el fascismo y la
oligarquía “en realidad significa negarse a preparar la
revolución de liberación nacional, inevitablemente
conduce a los partidos comunistas a aislarse de los
vastos movimientos populares”30.
***
La característica fundamental de la nueva etapa
consistía en que, tras el período de estructuración
orgánica e ideológica, el movimiento comunista se
presentaba como la vanguardia política que asumía la
iniciativa de unir todas las fuerzas revolucionarias y
antiimperialistas. Era un viraje cualitativo de
trascendencia histórica.
Por primera vez se encontraba el verdadero
camino para empalmar orgánicamente los intereses
de clase del proletariado con los objetivos
antiimperialistas nacionales, se encontraba una forma
de unir el movimiento obrero propiamente dicho con
la acción de sectores no proletarios. Con ello se
sepultaron para siempre los llamamientos abstractos
a una lucha “puramente proletaria” por el socialismo,
lo que había caracterizado a los primeros grupos
socialistas de fines del siglo XIX y a las sectas
anarco-comunistas de toda laya que hicieron su
aparición en los albores del presente siglo.
Se desecharon las retumbantes pero hueras
consignas izquierdizantes -difundidas en los años 20
y al comenzar los 30-, de instaurar inmediatamente y
en todas partes “el poder de los Soviets”. Asimismo,
se descartaron los exorcismos centristas de Humbert
Droz y otros embrolladores kautskistas para quienes
el crecimiento de la dependencia colonialista e
imperialista en Latinoamérica sería inevitable y muy
remota la posibilidad de que el continente se
incorporara al proceso revolucionario mundial.
También fue derrotada la línea oportunista de los
conciliadores de derecha, tendiente a renunciar a la
defensa de los intereses de clase del proletariado en
procura de una alianza con la burguesía nacional.
Dicho de otro modo, fue a mediados del decenio
de 1930 que en la historia del movimiento obrero y
comunista en América Latina, igual que en el mundo
entero, se inició una etapa nueva e importante. Sobre
cuáles eran los caminos que conducían a los
destacamentos nacionales del proletariado
latinoamericano hacia esta meta, sobre cómo
elaboraba cada partido comunista su propio y nuevo
curso estratégico, se habla en el capítulo siguiente.
Aquí sólo falta añadir que las semillas sembradas por
el Gran Octubre, al cabo de 10 ó 15 años dieron en
América Latina una relevante cosecha política: en
esta región del mundo, como en todas partes, se
articuló y consolidó como fuerza independiente el
30
Kommunistlcheskiy Internatsional, Nº 20-21, p. 109.
19
19
movimiento obrero y comunista. Precisamente esta
fuerza tuvo que desempeñar, en los años ulteriores,
un papel rector en la lucha que los pueblos de
Latinoamérica y el Caribe han venido librando por el
progreso social, la independencia, la democracia y el
socialismo.
La primera fase de estas severas pruebas la
constituyeron los combativos años 30, época de
pugna por formar frentes populares antiimperialistas
y antifascistas, de grandes batallas y realizaciones
revolucionarias, de valentía y voluntad sin par
mostradas por la clase obrera latinoamericana y su
vanguardia comunista, marxista-leninista.
CAPÍTULO II. ESTRATEGIA DE FRE#TE
POPULAR A#TIIMPERIALISTA.
Viraje en la estrategia y táctica de los
comunistas.
En el decurso de la creciente lucha clasista y
liberadora desarrollada por el proletariado
latinoamericano y otros sectores de trabajadores, el
movimiento comunista se reveló como la fuerza
política más consecuente en la pugna contra el
imperialismo y la reacción. Las severas lecciones
sufridas en carne propia contribuían a que los
partidos comunistas gradualmente se desembarazaran
de los vestigios del sectarismo de izquierda, sacaran
la conclusión de que era necesario concretar la
estrategia de lucha por el socialismo en las
condiciones creadas por el mantenimiento de la
dependencia imperialista y por el dominio de
regímenes tiránicos de la burguesía y los
terratenientes. En el contexto latinoamericano de la
época no cabía la lucha por el inmediato paso al
socialismo y la instauración de la dictadura del
proletariado. Para ello aún no se daban condiciones
objetivas ni subjetivas. La práctica demostró que
proclamaciones y llamamientos no pueden sustituir
las leyes objetivas del desarrollo social. Sin embargo,
al comienzo de los años 30, muchos partidos
comunistas del continente seguían orientándose a
luchar por el establecimiento del poder soviético y la
creación de un gobierno obrero y campesino. En
varios países (Cuba, Chile, Brasil) incluso se hicieron
tentativas de proclamar Soviets, pero todas ellas
fracasaron.
La lucha de vastas masas populares contra las
dictaduras militares y oligárquicas, desarrollada en la
primera mitad de la década del 30 en la mayor parte
de los países latinoamericanos, hizo revalorar la
distribución de las fuerzas de clase, sopesar
sensatamente las posibilidades reales y definir las
tareas del movimiento revolucionario.
Antes que nada había que concentrar los esfuerzos
en la lucha contra el enemigo principal, el
imperialismo, y su quinta columna, la reaccionaria
oligarquía latifundista y los militarotes fascistizantes.
Especial relevancia adquirió la tarea de conjurar el
20
peligro de que América Latina fuera fascistizada y
arrastrada a los preparativos de una nueva guerra
imperialista.
Como resultado de ello, la clase obrera del
continente y sus partidos marxistas-leninistas, junto
con todo el movimiento comunista internacional,
tuvieron que realizar un decidido viraje orientado a
crear un frente único popular, antiimperialista y
antifascista. Pero aún había que librar muchos
grandes combates y batallas para poner en práctica la
nueva orientación política encaminada a una más
estrecha cohesión de todas las fuerzas
revolucionarias y democráticas contra el
imperialismo, el fascismo y la guerra. Con especial
agudeza esta tarea la percibieron todos en 1933,
cuando los nazis llegaron al poder en Alemania. En
la Alemania hitleriana, como en otros países, las
bandas fascistas dirigían su ataque principal contra el
proletariado, pretendiendo derrotar el movimiento
comunista y obrero, suprimir los derechos y
libertades que los trabajadores habían conquistado en
una lucha tenaz, aplastar el movimiento democrático
de masas. Con este fin, cumpliendo la voluntad de
los más reaccionarios grupos del capital financiero,
los fascistas aspiraban a implantar en todas partes
regímenes militares y policíacos terroristas para los
que no había constitución ni parlamento ni moral ni
ley que limitaran sus excesos.
No se trataba de una ordinaria sustitución de un
gobierno burgués por otro, sino de un violento
derrocamiento del poder democrático-burgués para
instaurar una cruel dictadura fascista, un régimen
totalitario e ilimitado de los más reaccionarios
sectores del capital financiero internacional y sus
aliados militarotes ultraderechistas, grandes
terratenientes y burócratas. En esto se revelaba,
según escribiera V. I. Lenin, el rasgo político
fundamental del imperialismo como fase superior y
última del capitalismo, su putrefacción irreversible, a
saber: “La reacción en toda la línea y la
intensificación del yugo nacional”31, “la 'negación' de
la democracia en general, de toda la democracia”32.
En América Latina, esta cara el imperialismo la
mostró con especial cinismo y desfachatez, llegando,
incluso, a emprender directas intervenciones armadas
estadounidenses, incitando sin disimulo a las fuerzas
ultrarreaccionarias, realizando golpes de Estado
antipopulares y, por último, financiando bandas y
grupos fascistas y paramilitares. El peligro de
fascistización y negación absoluta de la democracia,
hasta en su forma más tradicional, burguesa y
limitada, se hizo extraordinariamente amenazante en
la década del 30.
El VII Congreso de la Internacional Comunista,
31
V. I. Lenin. El imperialismo, fase superior del
capitalismo. O. C., t. 27, p. 408.
32
V. I. Lenin. Sobre la caricatura del marxismo y el
“economismo imperialista“. O. C., t. 30, p. 93.
B. Koval
celebrado en agosto de 1935, hizo un profundo
análisis científico de la naturaleza clasista del
fascismo, subrayando que este régimen era el
enemigo mortal y más peligroso de la democracia y
la clase obrera. “Hoy, la contrarrevolución fascista
ataca a la democracia burguesa esforzándose por
someter a los trabajadores al régimen más bárbaro de
explotación y de aplastamiento. Hoy, las masas
trabajadoras de una serie de países capitalistas se ven
obligadas a escoger, concretamente para el día de
hoy, no entre la dictadura del proletariado y la
democracia burguesa, sino entre la democracia
burguesa y el fascismo” -manifestó J. Dimitrov en su
informe al Congreso mencionado33.
Esta situación caracterizaba, especialmente, a un
considerable grupo de Estados latinoamericanos
(Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, países de
Centroamérica), donde a ritmos rápidos iba cobrando
fuerza el movimiento profascista, al mismo tiempo
que, con el apoyo del capital monopolista
trasnacional -sobre todo, el alemán y el italiano-, se
perfilaba la inminente tendencia a la fascistización
del poder de la burguesía y los terratenientes.
La amenaza fascista en América Latina, lejos de
ser quimérica, revestía caracteres muy concretos. Los
monopolios alemanes e italianos, las fuerzas
reaccionarias de los EE.UU., Inglaterra y Francia, así
como la contrarrevolución doméstica, activamente
fomentaban el fascismo, subvencionando a los
partidarios de Hitler y Mussolini, prestándoles ayuda
moral y azuzando bandas militares de toda laya
contra los comunistas y demócratas.
En Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, El
Salvador y Costa Rica las posiciones de los fascistas,
comprendidos los grupos abiertamente nazis
integrados por inmigrantes alemanes, eran
particularmente fuertes. A su disposición estaban
centenares de escuelas, diarios, radioemisoras,
clubes, bancos, empresas, etc. Era una poderosa
fuerza económica y política que estaba preparando,
sin disimularlo, la toma del poder.
Para conjurar la propagación de la peste parda y
asestarle un golpe demoledor, existía sólo un camino:
el de la unión combativa de todas las fuerzas
democráticas y antiimperialistas. Para emprender tal
camino, se tenía que dejar de lado resueltamente el
sectarismo habitual y revisar una serie de ideas
erróneas: que toda la burguesía nacional se había
convertido en fuerza contrarrevolucionaria, que la
socialdemocracia y los partidos burgueses liberales
eran “gemelos del fascismo”, que la tarea inmediata
consistía en luchar por la instauración de un gobierno
de obreros y campesinos, que los sindicatos
reformistas no eran capaces de participar en acciones
33
J. Dimitrov. ¡Frente popular en todo el mundo!
Discursos íntegros de Dimitrov en el VII Congreso de la
Internacional Comunista. Ediciones Sociales
Internacionales. Barcelona. 1935, p. 97.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
conjuntas contra el imperialismo y la reacción, etc.
En breve, había que efectuar el decidido viraje hacia
una política nueva, realista y audaz, que hiciera
posible conseguir paulatinamente la unión de las
masas en base a una plataforma democrática, y luego,
paso a paso, ir incrementando el poderío de las
fuerzas revolucionarias. Sólo una política de unidad
de la clase obrera, una política de amplio frente
popular antiimperialista y antifascista era capaz de
realizarlo. El movimiento comunista halló en el
frente popular una forma de unión en la que el
proletariado podía desempeñar el papel rector en la
lucha por los objetivos democráticos generales y
ejercer influencia decisiva sobre el desarrollo del
acontecer político. Esta función del proletariado
conducía gradualmente a las masas, mediante la
realización de las tareas democráticas y
antiimperialistas generales, a luchar por objetivos
nuevos, socialistas.
En América Latina, la acción de las masas contra
la amenaza fascista estaba indisolublemente ligada a
la lucha contra el imperialismo y sus aliados, lo que
equivale a decir que, objetivamente, tomaba forma de
frente antiimperialista democrático. El VII Congreso
de la Internacional Comunista dedicó la más seria
atención a los problemas del frente único
antiimperialista como principal fuerza estratégica
para todo el período de lucha por la plena liberación
económica y social de los pueblos de los países
coloniales, semicoloniales y dependientes.
De este modo, dentro del proceso general del
movimiento antiimperialista, en varios países
latinoamericanos la lucha contra el fascismo se
presentó como la fundamental tarea política del día.
El enlace entre los objetivos antifascistas
(democráticos) y antiimperialistas (de liberación
nacional) era un importante rasgo de la lucha en
Latinoamérica. Además, los procesos revolucionarios
revestían allí un pronunciado carácter agrario-
campesino. Y, por último, dado que el desarrollo del
capitalismo habla alcanzado un nivel medio y que se
ahondaba el antagonismo entre el trabajo y el capital,
empezaban a madurar paulatinamente las premisas
objetivas y subjetivas para que la clase obrera luchara
por el socialismo.
Eso quiere decir que, en su conjunto, todas las
tareas comprendidas en la primera fase de la lucha
revolucionaria liberadora, de una u otra manera,
tenían un contenido democrático general, lo cual
permitía relacionar más estrechamente la acción
contra el nuevo enemigo -el fascismo- con el
desenvolvimiento de todo el movimiento
antiimperialista y antioligárquico que más tarde
podía convertirse en un combate por el socialismo.
En la historiografía burguesa está ampliamente
difundida la tesis de que esta orientación no
correspondía a los intereses de los pueblos
latinoamericanos, y que habría sido impuesta desde
21
21
fuera, por omnipresentes “agentes de la Comintern”.
Lo absurdo de este planteamiento es evidente.
Primero, en aquella época, la Unión Soviética, igual
que el resto de las fuerzas democráticas del planeta,
vela su objetivo central en la lucha contra el fascismo
y la guerra. Segundo, la estrategia de los partidos
comunistas de la región se basaba, antes que nada, en
las peculiaridades de la situación en el continente y
las tareas nacionales. Tal como sus semejantes, V.
Alba, el conocido falsificador de la historia del
movimiento obrero, trataba, contra todo buen
sentido, de argumentar en sus escritos la falsa idea de
que el imperialismo no tiene nada que ver con el
fascismo y los regímenes reaccionarios, por lo que la
lucha contra el imperialismo sería absolutamente
superflua34.
V. Alba, R. Alexander y muchos otros se
esfuerzan, en sus obras, por justificar al imperialismo
estadounidense, imputar el fomento del fascismo en
América Latina a Alemania e Italia, presentando a
los EE.UU. como un consecuente defensor de la
democracia. Esta es una mentira descarada, ya que,
en efecto, los monopolios yanquis, en grado no
menor que sus cofrades ítalo-alemanes, contribuían
directa e indirectamente a consolidar las tendencias
profascistas, subvencionando generosamente las
fuerzas más reaccionarias y reprimiendo a la
bayoneta los movimientos democráticos.
Los ideólogos burgueses, ahora como antes,
quisieran separar dos problemas interrelacionados: la
lucha contra el imperialismo y la lucha contra el
fascismo, criatura o, más bien, engendro del primero.
Estos pérfidos propósitos fueron oportunamente
comprendidos por los comunistas, quienes, en la
década del 30, además de prevenir la escisión de las
fuerzas democráticas y antiimperialistas,
consiguieron entrelazarlas en una extraordinaria
unión combativa.
Los partidos comunistas latinoamericanos
resueltamente luchaban contra todo tipo de
tendencias capitulantes, recalcando que las fuerzas
democráticas y la clase obrera no enfrentaban a
adversarios distintos, sino, en realidad, a un mismo y
poderoso enemigo: el frente unido de la reacción
doméstica y exterior, cuya parte más agresiva y
peligrosa era el fascismo, como definida corriente
política, como fuerza de choque de la reacción
imperialista internacional.
Pero era importante no caer en el error de
identificar el fascismo latinoamericano con sus
prototipos euroccidentales; correspondía ver las
claras diferencias existentes entre ellos y no
confundir con el fascismo los procedimientos
reaccionarios y dictatoriales empleados
habitualmente por los grupos gobernantes locales.
Por desgracia a veces se caía en este error. Sin
34
V. Alba. Politics and the Labor Movement in Latin
America. Standford, 1968, p. 468.
22
embargo, en general los comunistas latinoamericanos
actuaban estableciendo una diferencia táctica entre
las fuerzas fascistas propiamente dichas, o la
tendencia a la fascistización de regímenes existentes,
por una parte, y, por la otra, las actividades
antidemocráticas y anticomunistas de los gobiernos
burgueses democráticos, o de los grupos de la
burguesía nacional, que, en determinadas
condiciones, podían prestar cierto apoyo en la lucha
contra las acciones más agresivas de las bandas
fascistas y los monopolios germánicos e italianos que
las respaldaban.
Era necesario también tener en cuenta el
desenvolvimiento de las contradicciones
interimperialistas. El grueso de la burguesía
latinoamericana, después de la primera conflagración
mundial, se orientó a una alianza con el imperialismo
estadounidense, sin interesarse en fortalecer las
posiciones del capital ítalo-alemán. Los propios
monopolios yanquis adoptaban una doble actitud: por
un lado, recelaban de que el fascismo y los capitales
de ambos países fascistas se expandieran en América
Latina, por otro, apoyaban tendencias fascistas,
proponiéndose utilizarlas para sus propios fines en la
lucha contra el movimiento revolucionario liberador,
en especial, contra el movimiento obrero.
En su conjunto, los factores mencionados
complicaban extremadamente la situación, causando
muchas dificultades a la política de frente único
antifascista y antiimperialista. Los partidos
comunistas tenían que dar respuestas precisas a
muchos interrogantes concretos y específicos,
adaptando los planteamientos estratégicos y tácticos
generales a la contradictoria realidad
latinoamericana.
Por lo común, los comunistas del continente
cumplieron esta tarea con éxito, si bien en algunos
casos no pudieron evitar errores y fallos.
Para superar estos obstáculos, los comunistas
latinoamericanos contaron con la importante ayuda
de la Internacional Comunista. R. Arismendi, Primer
Secretario del CC del Partido Comunista del
Uruguay, manifestó al respecto: “El VII Congreso
fue un poderoso impulso a estas tentativas. Sobre su
base nuestros partidos inician una revisión más
profunda, teórica, ideológica y política. Se pone en
marcha un nuevo y amplio movimiento antifascista y
antiimperialista. Se pueden advertir en este
movimiento, dos direcciones entrelazadas: 1) En
muchos países son búsquedas para la formación de
frentes populares antifascistas y antiimperialistas en
medio de las conmociones revolucionarias que
entonces ocurren... 2) En algunos lugares, se
desenvuelven vastísimos movimientos de solidaridad
con España, particularmente en Uruguay, Argentina
y otros, y participan militantes de nuestros partidos y
pueblos en los campos de batalla de España.
Todo ello confluye, luego de la agresión hitleriana
B. Koval
a la URSS, hacia un amplísimo movimiento de
solidaridad y en el trabajo por la unión nacional
antifascista, de tanta importancia para nuestro
continente como contribución internacionalista y
como extensión de la política de los partidos
comunistas. A través de la unidad sindical
continental y, en varios países, de la unidad
antifascista, se eleva el papel independiente de la
clase obrera y arraigan en el proletariado diversos
partidos”35.
Una idea más clara sobre la heroica actividad que
los partidos comunistas de América Latina realizaron
en la segunda mitad del decenio 1930-1940 la
encontramos en el resumen de la lucha
revolucionaria en los países donde la política de
frente único antifascista y antiimperialista se cumplió
con mayor amplitud.
Lucha por la unidad de las fuerzas
democráticas en Argentina.
En Argentina, la pugna por formar el frente
popular se desarrollaba en condiciones
particularmente difíciles y, pese a los heroicos
esfuerzos del Partido Comunista, no se logró crear la
coalición democrática a nivel nacional. Ello se debió
a que, tras el reaccionario golpe de Estado, producido
en setiembre de 1930, el poder había quedado en
manos de la dictadura antipopular de Uriburu que
dirigió su ataque principal contra la clase obrera. El
Partido Comunista fue obligado a pasar a la
clandestinidad y en el país se instauró un régimen de
terror militar y policiaco. Miles de demócratas fueron
encarcelados. Para perseguir a los comunistas, el
gobierno creó una sección especial adjunta al
Ministerio del Interior. Con el respaldo de la
dictadura, comenzaron a organizarse las bandas
fascistas paramilitares de la llamada Legión Cívica.
También el gobierno del general Justo, elegido
presidente en febrero de 1932, mantuvo la política
antidemocrática. En junio de 1932, la policía hizo
una incursión en los sindicatos progresistas; en
diciembre, en la capital se volvió a proclamar el
estado de sitio. Luego de una corta tregua, el
gobierno de nuevo prohibió la actividad del Partido
Comunista.
En agosto de 1933, el presidente hizo pasar en el
parlamento una ley de pena capital por participación
en “actividades subversivas”. Entre los arrestados
figuraron varios centenares de comunistas y
demócratas, incluidos algunos miembros del CC del
PCA. Las bandas fascistas de la Legión Cívica
obtuvieron plena libertad de acción.
En esta complicada situación política, a iniciativa
de los comunistas, se empezaron a crear comités
locales de unidad de acción. Y aunque las fuerzas de
35
R. Arismendi. El VII Congreso de la IC y el fascismo en
América Latina hoy. Editorial Progreso. Moscú, 1977, p.
23.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
izquierda seguían divididas y aún no se habían
repuesto de los golpes de la reacción, los comunistas
lograron, a fines de 1933 - principios de 1934,
realizar una serie de importantes huelgas contra la
guerra y el fascismo. Estas actividades reflejaban
determinados cambios en el ánimo de los
trabajadores, entre los cuales existían sectores que
hablan sido intimidados por la reacción y otros que
se mantenían pasivos por confiar en las demagógicas
consignas de Justo sobre la “liberalización” del
régimen.
Como se señalaba en documentos de la
Internacional Comunista, “entre los obreros
socialistas y anarcosindicalistas ha comenzado a
manifestarse una fuerte propensión a la unidad, lo
que, sin embargo, no ha sido aprovechado en medida
suficiente por el Partido Comunista. El
acrecentamiento de la labor comunista entre las
masas llevó a ciertos éxitos en el terreno sindical...,
se acentuó, considerablemente el influjo del partido y
las juventudes comunistas en los estudiantes.
También se intensificó la labor del partido en el
campo”36.
Con especial éxito, la táctica de acción unitaria se
utilizó durante las huelgas y en los enfrentamientos
armados de la izquierda contra las bandas fascistas.
La aspiración de las masas a unirse en base a una
plataforma democrática provocó una profunda
escisión en el Partido Socialista, cuya dirigencia
derechista se negó a participar en el frente único. De
resultas, el ala izquierda constituyó el Partido
Socialista Obrero, muchos de cuyos militantes más
tarde serian comunistas. Bajo las consignas “¡Abajo
la reacción y el fascismo!”, “¡Abajo los líderes
sindicales lacayos de la burguesía!”, “¡Viva la acción
independiente del proletariado!” en todo el país se
efectuaban mítines, manifestaciones, huelgas. Ello
impulsó al presidente Justo a concertar un pacto
secreto con Brasil y Uruguay sobre conjuntas
medidas represivas contra los comunistas y
antifascistas.
No obstante todos sus esfuerzos, la reacción no
pudo frenar el auge del movimiento democrático. En
Buenos Aires y otras ciudades; en el curso de los
enfrentamientos con los grupos fascistas iba
cristalizando el frente único obrero y antiimperialista
con participación de socialistas, radicales de
izquierda y comunistas.
En enero de 1934 se celebró una conferencia
nacional del Partido Comunista, en la cual se
discutieron especialmente los problemas de la unidad
de acción y se planteó el objetivo de ensanchar y
consolidar la política de frente popular.
Luego de la conferencia, los comunistas supieron
ganar para el frente único a muchos activistas
socialistas, empero no pudieron utilizar plenamente
36
La Internacional Comunista ante el VII Congreso
Mundial, p. 404.
23
23
su crecida influencia para formar un sólido bloque
político de fuerzas democráticas.
En gran medida, esto se debía a que los más
experimentados cuadros dirigentes del partido se
encontraban en la cárcel o actuaban en la
clandestinidad, mientras la concreta labor cotidiana
la realizaba gente novata. Además, se patentizaban
vestigios de sectarismo y cierta incapacidad para
adaptarse a la complicada situación política.
Las resoluciones del VII Congreso de la
Internacional Comunista ayudaron a los comunistas
argentinos a entender con mayor profundidad el
significado y los objetivos de la política de frente
único, lo que les permitió dar un paso adelante. En
octubre de 1935, en la III Conferencia del PCA se
analizaron los errores cometidos y se elaboró el
programa de acciones concretas. La reunión dirigió
una propuesta oficial a los socialistas, radicales y
demócratas progresistas, así como a la Confederación
General del Trabajo, y otras organizaciones. En ella
les proponía formar una Alianza Democrática para
luchar conjuntamente contra el imperialismo y el
fascismo.
En mayo de 1936, en Buenos Aires, cien mil
argentinos acudieron a una manifestación
antifascista. Pronto comenzaron a surgir comités
populares de solidaridad con la República Española.
Muchos comunistas se sumaron a las brigadas
internacionales de voluntarios para combatir en
España. El auge de los sentimientos antifascistas
abarcó todo el país.
En este contexto, especial relevancia tuvo la
ayuda y el apoyo que a sus camaradas argentinos
prestaron los partidos comunistas hermanos.
A petición del Partido Comunista de la Argentina,
los problemas de lucha antiimperialista y antifascista
se discutieron especialmente en el Secretariado del
Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista en
junio-julio de 1937. Al hacer uso de la palabra en
esta reunión, J. Dimitrov destacó la correlación entre
la lucha contra el fascismo y la lucha contra el
imperialismo. Este fue el objetivo que tenía que
plantearse la Alianza Democrática, por cuya
formación abogaban los comunistas argentinos. “Es
conveniente, desde el punto de vista político, que la
plataforma de la Alianza Democrática haga hincapié
en lucha contra los usurpadores foráneos de las
riquezas del país, frutos del trabajo de los
campesinos y obreros argentinos... Esto contribuirá a
movilizar vastas masas del pueblo argentino y a
asegurar una victoriosa lucha contra la reacción y el
fascismo dentro del país”37 -manifestó J. Dimitrov.
La plataforma del frente popular antiimperialista,
apuntaba el comunista búlgaro, no podía incluir todas
las reivindicaciones de la clase obrera y su partido,
37
Cito según el libro Jorge Dimitrov, destacado líder del
movimiento comunista (en ruso). Moscú, 1972, pp. 260-
261.
24
sino que debía basarse en objetivos democráticos
generales, aceptables para todos los integrantes de la
coalición. Según indicaba la Internacional
Comunista, la tarea fundamental de aquella etapa
debía consistir en emanciparse de la dependencia
imperialista, “en liquidar los vestigios del feudalismo
y establecer en Argentina un régimen democrático
que permita a la clase obrera, a todos los trabajadores
y a todo el pueblo defender sus derechos e intereses y
mejorar las condiciones de vida”38.
A recomendación del Secretariado del CE de la
IC, el Partido Comunista de la Argentina elaboró una
amplia plataforma de la Alianza Democrática, cuyos
planteamientos básicos se concretaban a la lucha
contra el imperialismo, latifundismo y la reacción
fascistizante. Este enfoque hizo posible que se
lograra activar el movimiento de masas y consolidar
la unidad sindical.
Comenzó el proceso de formación efectiva del
frente único. Sin embargo, la reacción pudo asestar
un golpe a las fuerzas progresistas e impedir la
creación de una vasta coalición democrática. En julio
de 1936, cumpliendo una orden del gobierno, la
policía arrestó a casi todos los miembros del Comité
Central del PCA. En cierta medida, los culpables del
descalabro fueron los comunistas mismos al infringir
burdamente las reglas de la clandestinidad política.
Sea como fuere, este golpe debilitó
considerablemente al partido. De resultas, empezó a
menguar el movimiento de frente único, aún antes de
haber podido consolidarse. En las filas antifascistas
se produjeron divergencias; varios elementos
volubles se apartaron de la lucha activa temiendo ser
arrestados, otros -radicales y socialistas- decidieron
aprovechar el debilitamiento del Partido Comunista
para afirmar sus propias posiciones durante las
elecciones presidenciales. Así pues, no pudo
formarse la coalición electoral de los partidos de
izquierda. Fue lógico, entonces, que los protegidos de
la reacción alcanzaran la victoria en las elecciones de
1937.
En los años subsiguientes, en particular, durante
la Segunda Guerra Mundial, los comunistas
argentinos, pese a todos los reveses y dificultades,
continuaron su valerosa lucha. El masivo
movimiento de solidaridad con la Unión Soviética
constituyó una importante etapa en esa lucha.
A fines de 1942, el PCA volvió a plantear la tarea
de estructurar la Alianza Democrática, pero los
socialistas y radicales otra vez hicieron que todo se
limitara, a una transitoria coalición preelectoral,
frustrando con ello la unidad de las fuerzas
antiimperialistas y antifascistas.
El golpe de Estado producido el 4 de junio de
1943 puso fin a un periodo determinado de la historia
argentina y abrió un nuevo. Pero también en esta
38
La Internacional Comunista: breve esbozo histórico (en
ruso). Moscú, 1969, p. 454.
B. Koval
nueva situación histórica, los comunistas siguieron
desarrollando su nada fácil lucha en defensa de la
democracia y los intereses vitales de los trabajadores.
Peculiaridades del movimiento liberador en
Uruguay.
En Uruguay el movimiento de frente popular se
desarrolló en las condiciones particularmente
desfavorables creadas por el régimen dictatorial
proimperialista, establecido en marzo de 1933 tras el
palaciego golpe de Estado del presidente Gabriel
Terra.
Presionado por la reacción doméstica, este
politicastro sin principios dejó de lado las tradiciones
constitucionales y con toda la fuerza cayó sobre el
campo democrático, en primer término, sobre el
Partido Comunista y los sindicatos de izquierda que
integraban la Confederación General del Trabajo
creada a iniciativa de los comunistas en 1929. La
Liga Antiimperialista y las organizaciones juveniles
y femeninas progresistas también sufrieron cruentas
represiones. El movimiento liberal-burgués y
reformista tampoco evitó los ataques de la dictadura
militar y policíaca.
Incitada por el gobierno, en el país se reavivó la
tendencia profascista que, en 1930, con ayuda de
oficiales reaccionarios, había formado bandas
paramilitares. Los grupos liberales burgueses,
intimidados, retrocedieron ante la amenaza de
represalias de la derecha; su líder, Baltasar Brum, se
suicidó, al perder de vista toda perspectiva de luchar
contra la dictadura y el fascismo.
Como resultado, sólo la vanguardia de la clase
obrera, con los comunistas al frente, se pronunció en
defensa de la democracia. “Un desconcierto inmenso
-apunta Francisco R. Pintos- continuó imperando en
las filas de los partidos democráticos de la burguesía
durante el primer año de la dictadura. Incapaces sus
dirigentes de organizar las masas populares y
orientadas, vacilaban continuamente entre el
descontento, la desesperación o los proyectos de
conspiraciones prescindiendo del pueblo. El Partido
Comunista hizo todo lo que estuvo a su alcance para
mantener latente en el pueblo el sentimiento de odio
a la dictadura, tratando de organizado, combinando
métodos legales e ilegales de lucha, orientándolo
hacia las grandes batallas.”39
Despreciando el peligro de ser arrestados o
asesinados, superando la apatía y la confusión de
vastos sectores de la población, poniendo al
descubierto la demagogia del gobierno y la actividad
criminal de las bandas fascistizantes, los comunistas
a diario realizaban la labor propagandística
revolucionaria en las masas, organizaban mítines y
reuniones, repartían octavillas y el periódico Justicia,
editado en clandestinidad.
39
F. Pintos. Op. cit., p. 256.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
En noviembre de 1933, el Partido Comunista y los
sindicatos de izquierda promovieron la idea de crear
un frente obrero para la acción unitaria en defensa de
los intereses vitales de los trabajadores. Con tal
motivo, propusieron a las organizaciones reformistas
y anarco-sindicalistas formar parte de la coalición.
Análogas propuestas se hicieron a los dirigentes del
Partido Socialista. Sin embargo, esta iniciativa no
encontró apoyo.
Sólo el movimiento estudiantil de izquierda se
hizo eco de este llamamiento y, en conjunto, con los
comunistas, en mayo de 1934, realizó una huelga
general contra la dictadura. No obstante,
paulatinamente iban incorporándose a la lucha
sectores urbanos medios, descontentos con la política
económica del gobierno. En varios lugares se
produjeron disturbios campesinos que, sin embargo,
eran espontáneos y aislados.
En la segunda mitad de 1934 se perfiló un
determinado progreso hacia la consolidación de las
fuerzas opositoras. En agosto del mismo año, de
acuerdo con los partidos y grupos antidictatoriales, se
resolvió efectuar una masiva manifestación
reivindicando el restablecimiento de la democracia.
Pero los liberales burgueses de la oposición en el
último momento llegaron a un ignominioso acuerdo
con los reaccionarios. Ante tamaña traición, se
realizó una huelga general de obreros gráficos, con
los que se solidarizaron muchas organizaciones
proletarias de Montevideo y los sectores
democráticos del estudiantado. En el manifiesto de la
Federación de Estudiantes Universitarios se decía a
este respecto: “...Por los sindicatos libres frente a los
sindicatos estatales de tipo fascista, contra el pacto de
las empresas periodísticas (concluido con la
dictadura. -#ota del autor); por los principios de la
justicia social... llamamos a los obreros y
universitarios a formar un gran frente de combate”40.
Recelando que creciera la acción solidaria de los
trabajadores, el gobierno lanzó contra ellos la policía.
“Ha llegado el momento -dijo cínicamente el
presidente Terra- que ese abuso pernicioso de la
libertad debe ser combatido enérgicamente. En
primer término deben ponerse las cosas en su justo
lugar, utilizando a ese efecto todos los medios a
nuestro alcance. Luego prohibiendo en el futuro la
realización de reuniones nocturnas, de modo que sea
posible individualizar a los calumniadores a la luz del
día, sometiéndolos a continuación al fallo de la
Justicia, por último haciendo uso de las facultades
extraordinarias que la Constitución acuerda a los
Poderes Públicos alejándolos de la República o
confinándolos en el interior a los mentirosos
perturbadores del orden público.”41
Sin embargo, ni el terror, ni las intimidaciones no
quebraron la voluntad de la vanguardia proletaria. A
40
F. Pintos. Op. cit., p. 264-265.
41
F. Pintos. Op. cit., p. 265-266.
25
25
la llamada de los comunistas y los sindicatos de
izquierda, el 16 de octubre de 1934 comenzó una
huelga general en la cual tomaron parte más de 30
mil obreros industriales de la capital y varios miles
de estudiantes. Pero las fuerzas eran desiguales. La
dictadura aplastó a mano armada esta heroica acción.
Las tendencias antidictatoriales y antiimperialistas
se difundieron también en una parte de la oficialidad
uruguaya de origen pequeñoburgués. Pero las fuerzas
patrióticas en el ejército estaban desunidas y, en
general, los militares conformaban un sólido pilar del
régimen.
En enero de 1935, elementos pequeñoburgueses
realizaron un intento de rebelión para derrumbar la
dictadura de Terra, pero, aislados de la clase obrera y
el campesinado, fueron derrotados. Como lo recalca
Francisco R. Pintos al hablar de este golpe fallido,
“la pequeña burguesía, en los puestos de comando, le
imprimió su sello característico, excesivamente por
arriba, contando en demasía con el factor
espontaneidad”42.
El Partido Comunista, por su parte, fiel a su
propósito de unificar a todas las fuerzas
democráticas, promovió la consigna “¡Unidad contra
la reacción!” y llamó a luchar en defensa de los
intereses vitales del pueblo. La base de la plataforma
de unidad la constituía un mínimo de
reivindicaciones concretas: renunciar al plan
gubernamental de conceder el monopolio del
transporte a compañías imperialistas, aumentar los
salarios y liquidar el paro forzoso, dar libertad a los
presos políticos, asegurar la autonomía universitaria
y la libertad de palabra, prensa y reunión. Estos
propósitos se granjearon el apoyo de vastísimas
capas de la población, sobre todo de la
Confederación General del Trabajo que también
propuso elaborar un plan de acción unitaria contra la
agresión imperialista.
En marzo de 1935, el Partido Comunista volvió a
dirigir al Partido Socialista una carta especial en la
que le proponía mancomunar los esfuerzos en la
lucha contra la dictadura, pero tampoco entonces
obtuvo respuesta clara. Pasados unos meses, en
agosto del mismo año, el CC del PCU envió una
carta abierta a todos los partidos y organizaciones
masivas de la oposición presentándoles un programa
detallado de frente único. Los puntos principales del
mismo eran: “Por la anulación de las leyes y decretos
aprobados por la dictadura de Terra contra el
pueblo... Enjuiciamiento por un tribunal popular de
los representantes de la dictadura reaccionaria... Por
la libertad de asociación, reunión, prensa y palabra
para las organizaciones del pueblo, por la amnistía
para todos los presos políticos, deportados... Por la
disolución del Frente Patriótico (organización
fascista. -#ota del autor) y de sus bandas
42
F. Pintos. Op. cit., p. 270.
26
mercenarias. Por el armamento del pueblo. Revisión
de las concesiones a las empresas imperialistas...
prohibición de los monopolios... Expropiación de los
latifundios reaccionarios y sostenedores de la
dictadura, y división y entrega de ellos a los
campesinos y peones del campo. Moratoria sin
acumulación de intereses, por un plazo de cinco años,
para la deuda de los campesinos y demás pequeños
propietarios hipotecados... Por la jornada de 8 horas
en todo el país; seguro para los desocupados; por el
restablecimiento de todos los derechos de los
jubilados y el salario mínimo”43.
Estas reivindicaciones, las más esenciales de
carácter democrático y antiimperialista, podían echar
los cimientos de la unidad. Parecía que todas las
fuerzas de oposición, sin vacilar, podrían apoyar esta
plataforma, pero también esta vez rechazaron la
propuesta los líderes de los partidos liberales
burgueses, los dirigentes derechistas del Partido
Socialista y, de acuerdo con ellos, los venales jefes
sindicalistas.
Sin embargo, los trabajadores mismos, tomando la
iniciativa, venían creando comités locales de unidad
de acción. Las organizaciones de base del frente
popular hicieron su aparición, en Montevideo, Cerro
Largo, Tacuarembó y otras ciudades. Las acciones
unitarias nacían en el fragor de la lucha huelguística
y el movimiento de solidaridad con la República
Española. Pero, pese a todo ello, no se llegó a crear el
frente único a nivel nacional, pues lo impidió la
posición traidora de los líderes burgueses reformistas
y pequeñoburgueses. Estos, mientras de palabra se
manifestaban contra la dictadura, de hecho
conspiraban contra el movimiento obrero y
comunista, temiendo que “de abajo” se
desencadenara la iniciativa revolucionaria popular.
Sólo durante la Segunda Guerra Mundial y, en
especial, a partir de la derrota del fascismo, en
Uruguay se dieron las condiciones necesarias para
avanzar hacia la consolidación de las fuerzas
democráticas y antiimperialistas. Y entonces, las
ricas experiencias de la década del 30 jugaron un
papel muy relevante.
La clase obrera de Perú y el aprismo.
En Perú, como en Argentina y Uruguay, el
movimiento por la unidad de las fuerzas
antiimperialistas se desarrollaba en las condiciones
extremadamente difíciles creadas por la dictadura
reaccionaria y la forzada clandestinidad del Partido
Comunista. Este último, además, era muy joven y
desde el principio mismo se vio obligado a realizar
una agotadora lucha ideológico-teórica contra el
partido nacionalista pequeñoburgués APRA -muy
popular entonces- y su líder Haya de la Torre.
La relativa debilidad de la clase obrera peruana y
43
F. Pintos. Op. cit., pp. 273-274.
B. Koval
la pasividad política de la burguesía nacional
hicieron que, en el contexto del crecimiento
espontáneo de las tendencias antiimperialistas y
antioligárquicas de las masas, los demócratas
pequeñoburgueses llegaran a jugar, en la década del
20, un activo papel político. La pequeña burguesía
urbana, los intelectuales progresistas, los estudiantes
y el ala patriótica de la oficialidad -sectores estos que
renunciaban a la idea de la revolución popular pero
deseaban que se operaran cambios en el gobierno y
se oponían a la presión imperialista- venían trazando
paulatinamente su especifica línea política, fijando su
punto de vista particular sobre el futuro de la nación
y de América Latina. El rasgo fundamental de esta
orientación, intuitiva en muchos aspectos y teñida de
nacionalismo, era el afán de empalmar, de uno u otro
modo, la revolución y las reformas, o, más bien,
sustituir la revolución política por una guirnalda de
reformas políticas. No obstante, a diferencia del
banal reformismo burgués, los demócratas
pequeñoburgueses peruanos desde el principio
pretendieron lograr que su actividad contara con el
apoyo y la participación de las masas.
Con miras a movilizarlas bajo la bandera
pequeñoburguesa y evitar que ciertos cambios en su
conciencia las inclinaran en favor de la revolución y
el comunismo, se creó y estructuró una corriente
específica, el aprismo, cuyo jefe ideológico fue, a lo
largo de muchos años, Haya de la Torre. El aprismo
combinaba ciertas formas híbridas, revistiendo,
digamos, un carácter político intermedio,
semirreformista y semirrevolucionario, lo que
correspondía plenamente a la situación de los grupos
sociales cuyos intereses representaba. Por un lado, el
movimiento aprista (sobre todo, en sus albores)
ofrecía algunos rasgos progresistas, en primer lugar,
antiimperialistas, si bien se manifestaban en forma
extraordinariamente confusa e inconsecuente. Era un
antiimperialismo pequeñoburgués sui generis. En fin
de cuentas, esta posición llevó al APRA a traicionar
en absoluto los intereses nacionales y a arrastrarse
servilmente ante el imperialismo. Pero esto aconteció
más tarde.
Por otro lado, la ideología aprista se caracterizó
desde el principio por sus tendencias anticomunistas
y antisocialistas, que, fuertes y en constante
desarrollo, reducían a la nada los rasgos positivos.
Este dualismo era propio también de las formas
orgánicas del aprismo. Por una parte, el APRA se
presentaba como un partido político muy
centralizado, por otra, como un amorfo movimiento
populista con su propio líder e ideólogo
“carismático”.
La inestabilidad pequeñoburguesa en lo
ideológico y lo político, la vaguedad de ideas y
slogans, las formas populistas de movilización de las
masas, el anticomunismo vulgar: estos eran los lados
débiles y, a la vez, fuertes del aprismo, ya que
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
permitían a sus líderes inculcar simultáneamente en
cada uno de los distintos sectores de la población una
actitud diferente hacia el movimiento. Era una
corriente política camaleónica que sabia adaptarse a
cualquier situación de modo acertado, flexible y sin
escrúpulos. Fue el rasgo principal del aprismo que
supo, con la verdad o con la mentira, ganarse a
vastísimos sectores de trabajadores, incluidos
obreros, y no sólo en el propio Perú sino también en
varios otros países donde existían organizaciones de
la Alianza Popular Revolucionaria Americana
(APRA).
El aprismo aspiraba a la hegemonía política en
todo el movimiento de masas peruano bajo la
bandera del nacionalismo y del reformismo
pequeñoburgueses, opuestos al marxismo y al
comunismo como fenómenos presuntamente ajenos a
América Latina. .
Haya de la Torre promovió su propia
interpretación anticientífica del marxismo y una
especulativa aplicación de la teoría de la relatividad
einsteiniana al análisis de la realidad social
latinoamericana. En su opinión, el marxismo, nacido
en Europa, era viable nada más que en las
condiciones de la misma y absolutamente inválido
para América Latina, donde no existía y no podía
existir un proceso revolucionario único, estando éste
disociado en el espacio y en el tiempo44.
Haya de la Torre también interpretó a su manera
la lucha antiimperialista, de la que, en realidad,
alejaba a las masas. Así, propuso la concepción de
que, mientras en los países desarrollados el
imperialismo era la última fase del capitalismo, en
los Estados latinoamericanos sólo constituía la
primera etapa del mismo. Nuestros capitalistas,
manifestaba, nacieron con la llegada del
imperialismo, nacieron ya dependientes, ya que eran
un resultado del desarrollo superior del
imperialismo45. De ahí se sacaba la absurda
conclusión de que la acción revolucionaria contra el
imperialismo era inoportuna, siendo necesario llegar
a un acuerdo “pacifico” con el mismo, basándose en
un antiimperialismo “constructivo”, esto es,
conciliador.
El anticomunismo, combinado con el
nacionalismo y el reformismo, imprimía al
pequeñoburgués partido APRA un carácter
particularmente peligroso. Por eso, los comunistas
peruanos desde los primeros días se vieron forzados a
desarrollar una aguda lucha ideológica contra el
aprismo.
Relevante aportación a esta lucha hizo José Carlos
Mariátegui, fundador del Partido Comunista Peruano.
En sus obras demostró el carácter universal del
marxismo-leninismo como teoría científica, válida
también para interpretar y transformar
44
Cito según el libro V. Alba. Op. cit., p. 169.
45
Cito según el libro V. Alba. Op. cit.
27
27
revolucionariamente la realidad latinoamericana. Con
especial profundidad Mariátegui puso de relieve la
inconsistencia con que el aprismo analizaba la vida
cotidiana de la nación, el carácter de la revolución
peruana y de sus fuerzas motrices, en fin, el papel de
la clase obrera.
En su lucha por conseguir la unidad de las fuerzas
democráticas y afianzar las posiciones del socialismo
científico, el joven Partido Comunista, al mismo
tiempo que sostenía indeclinablemente su programa
revolucionario de lucha, tenía que combatir
constantemente la influencia del aprismo como forma
específica del oportunismo pequeñoburgués en el
movimiento antiimperialista y antioligárquico.
Los comunistas, que a partir de 1932 estaban en la
clandestinidad, lograron no pocos éxitos en la labor
política realizada entre los obreros y campesinos: de
1931 a 1936 organizaron una serie de importantes
huelgas y otras acciones de trabajadores.
En una batalla librada en dos frentes -contra la
dictadura de la burguesía y los terratenientes y contra
la traicionera política aprista - los comunistas
peruanos desarrollaron una enérgica labor en las
masas. El Partido dedicaba mucha atención al agro y
a los indígenas, al mismo tiempo que adquiría
merecida influencia entre los obreros, estudiantes e
intelectuales.
A iniciativa comunista, en 1934-1940 se creó la
organización masiva Movimiento Antifascista. La
campaña de solidaridad con la República Española
cobró en Perú amplia envergadura.
En vísperas de las elecciones de 1936 se formó un
frente único electoral, al que declaró su apoyo el ala
izquierda del APRA. La oposición consiguió una
victoria efectiva. Empero, el gobierno burgués del
presidente Benavides anuló los resultados de la
votación y prohibió las organizaciones de izquierda.
No obstante, las fuerzas democráticas pudieron
conjurar la fascistización del país.
Esta fue la principal conquista del pueblo
peruano. Relevante papel en la pugna por la
democracia correspondió al Partido Comunista al
revelarse como la más revolucionaria organización
de escala nacional. Durante la prolongada y
agotadora lucha ideológica contra el oportunismo
aprista, el PCP pudo vencer la desconfianza y
conseguir el apoyo de una parte considerable de la
clase obrera. Los comunistas argumentaron de modo
convincente el carácter no factible del modelo aprista
de desarrollo político del país y el peligro que
entrañaba la concepción del “antiimperialismo
constructivo”. Al mismo tiempo, el PCP siempre
sostuvo la diferencia entre la élite aprista con Haya
de la Torre al frente y las vastas masas de militantes
del APRA. La crítica al aprismo perseguía un fin
principal: sacar los miles de trabajadores apristas del
control bajo el cual los mantenía una burocracia
partidista que ocupaba posiciones oportunistas de
28
derecha, incorporar estas masas a la alianza con el
proletariado revolucionario con miras a desarrollar la
lucha común contra la oligarquía y el imperialismo.
De este modo, en el Perú de los años 30, a
diferencia de otros países, el Partido Comunista y la
vanguardia de la clase obrera tenían que dedicar
muchos más esfuerzos y tiempo a la extenuante lucha
contra la ideología de los concomitantes
pequeñoburgueses de la revolución. Desde luego,
esta circunstancia obstaculizaba la concentración de
todas las fuerzas para combatir el enemigo principal:
el imperialismo y la oligarquía. Sin embargo, gracias,
en primer término, a la iniciativa de los comunistas
peruanos, el movimiento liberador popular y la
resistencia antifascista alcanzaron gran envergadura
al finalizar la década del 30 y, en particular, durante
la del 40. En base a esta experiencia, algo más tarde -
ya en la década del 50- en el país se desplegó un
poderoso movimiento democrático que culminó con
el derrocamiento de la dictadura proimperialista.
Lucha revolucionaria del proletariado cubano.
El auge del movimiento obrero y democrático que
se produjo en Cuba durante la crisis, socavó el poder
de la reaccionaria dictadura de Machado, implantada
en 1925. En agosto de 1933, tras una lucha tenaz y
encarnizada, el pueblo cubano derrumbó al odioso
tirano. Destacado papel en esta victoria desempeñó la
Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC)
que, dirigida por los comunistas, agrupaba a unas 300
mil personas. La huelga general que el Partido
Comunista organizó en agosto y que amenazaba
transformarse en insurrección armada, asestó un
golpe decisivo a la dictadura del “Mussolini cubano”.
Ante el país se abrían nuevas perspectivas.
Verdad es que los elementos burgueses y
pequeñoburgueses llegados al poder, recelando la
consolidación del movimiento de masas, por todos
los medios trataban de frenar el avance de las fuerzas
democráticas. Sin embargo, el gobierno
revolucionario interino de Grau San Martín (llegó al
poder en setiembre de 1933 y existió 100 días), en el
que ejercieron considerable influencia los elementos
pequeñoburgueses patrióticos con Antonio Guiteras
al frente, realizó varias reformas progresistas:
implantó la jornada laboral de 8 horas, estableció el
salario mínimo, declaró el derecho de crear
sindicatos, parcialmente llegó a repartir tierras de
varios latifundios, proclamó el derecho de los
pueblos de América Latina a la autodeterminación,
etc.
El gobierno de Grau San Martín apoyaba en
vastas masas populares, cosa que presentaba ciertas
posibilidades para la unificación de las fuerzas
antiimperialistas del país. Sin embargo, el Partido
Comunista calificó las vacilaciones y los rasgos
pequeñoburgueses del nuevo régimen como traición
y, llevado por la inercia de su posición sectaria,
B. Koval
llamó a los trabajadores a luchar por establecer de
inmediato el poder de los Soviets. Dicho de otro
modo, se trataba de realizar la revolución socialista.
Así, en un manifiesto del Partido Comunista,
fechado el 6 de agosto de 1933, se decía: “Cread y
fortaleced los comités conjuntos de acción, de
obreros, campesinos y soldados, compuestos de
delegados de los Comités de Huelga y de todas las
organizaciones revolucionarias en un frente único
independiente. Estos Comités Conjuntos, que deben
dirigir la lucha de las masas en cada localidad,
constituyendo el embrión de los Soviets, es decir que
se convertirán en el momento oportuno, en los
órganos de lucha por el poder obrero y campesino”46.
Esta línea no correspondía a la situación real y de
hecho apuntaba contra el gobierno de Grau San
Martín, calificado erróneamente de “sangrienta
dictadura burgués-terrateniente”. El 1 de octubre de
1933, el Partido Comunista promovió la consigna
“¡Abajo el gobierno burgués-latifundista!... ¡Todo el
poder a los obreros y campesinos apoyados en los
comités de soldados y marinos!”47. Respondiendo al
llamamiento comunista, los trabajadores intentaron
proclamar Soviets en algunos lugares (Mabey,
Jaronu, Senado y otros).
El boicot del gobierno revolucionario provisional
por parte de la vanguardia de la clase obrera, en
cierta medida contribuyó a debilitar la posición de
Grau San Martín. Esto fue aprovechado por la
derecha que orquestó una ruidosa campaña bajo el
lema de salvar a Cuba de la “amenaza del
comunismo” estableciendo un régimen de mano
dura.
En enero de 1934, amenazando con la
intervención, el imperialismo de los EE.UU.
organizó un golpe de Estado, y colocó en el poder a
su criatura, el coronel Mendieta, que desde los
primeros días sostuvo una lucha abierta contra el
movimiento proletario y campesino. De hecho, quien
tomó las riendas del poder fue Fulgencio Batista,
nuevo jefe del Estado Mayor General del Ejército
Cubano.
Buscando conseguir la derrota del Partido
Comunista y los sindicatos progresistas, la reacción
recurrió ampliamente a las bandas fascistas (creadas
ya en 1931), así como a los grupos terroristas del
partido ABC que antes hablan luchado contra la
dictadura de Machado y ahora dirigían sus ataques
contra los comunistas. “Ideológicamente el ABC era
fascista, y además, pronorteamericano, racista,
procapitalista y antiobrero” -caracterizó con justeza
esta organización el renombrado historiador marxista
46
El movimiento obrero cubano. Documentos y artículos.
1925-1935. La Habana, 1977, t. 11, p. 385.
47
El movimiento obrero cubano. Documentos y artículos.
1925-1935., p. 441.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
cubano José A. Tabares48.
En el libro La Revolución del 30: sus dos últimos
años. Tabares cita extractos de documentos
programáticos del ABC que ponen en evidencia el
carácter fascista de su ideología y política. Así, al
pronunciarse por “una fuerte cohesión nacional” y
contra “el viejo individualismo liberal”, este partido
se fundaba en posiciones corporativistas. “La táctica
de la lucha de clases que el comunismo propugna
sólo conduce a la desintegración social... es, pues, un
ataque a la sociedad misma y, por tanto, un
movimiento de regresión a la barbarie... La paz social
no podrá advenir sino con el fin de la lucha de clases.
Será por lo tanto, la obra de un nuevo Estado... “49,
sostenía el ABC.
La lucha contra la dependencia imperialista, en
opinión del mismo, no tenia perspectivas, ya que
“Cuba no podrá salirse de ese sistema” por estar
situada “dentro de la órbita económica y política de
los Estados Unidos”50. Los “abecedarios” estimaban
esta situación como absolutamente normal.
La orientación anticomunista y proimperialista
que mantuvo el ABC se combinaba con una táctica
de terror y violencia, encaminada contra las fuerzas
democráticas. El ABC llegó al extremo de inculpar la
dictadura de Mendieta diciendo que su actitud hacia
el comunismo habría sido de una “tolerancia rayana
en la despreocupación... “, y que “...en cuanto al
terrorismo, el Gobierno careció igualmente de
iniciativas”51.
En estas condiciones, la lucha contra los
fascistizantes paniaguados del imperialismo que no
pensaban en otra cosa que en usurpar el poder,
adquiría enorme importancia. La amenaza de
agresión yanqui y el crecimiento del peligro de
derecha plantearon ante la izquierda cubana la tarea
de consolidar la unidad de acción con la perspectiva
de formar un frente popular democrático y
antiimperialista. Esto contribuyó a desenvolver el
movimiento huelguístico y las acciones masivas
contra los grupos fascistas. Obreros, estudiantes,
sectores urbanos democráticos, campesinos,
empleados iban incorporándose cada vez más
activamente a la lucha.
En marzo de 1934, el gobierno cubano estableció
el estado de guerra, disolvió todos los sindicatos y
48
José A. Tabares. La Revolución del 30: sus dos últimos
años. Editorial de Arte y Literatura. Instituto Cubano del
Libro. La Habana, 1971, p. 179.
49
José A. Tabares. La Revolución del 30: sus dos últimos
años. Editorial de Arte y Literatura. Instituto Cubano del
Libro. La Habana, 1971, pp. 187-188.
50
José A. Tabares. La Revolución del 30: sus dos últimos
años. Editorial de Arte y Literatura. Instituto Cubano del
Libro. La Habana, 1971, p. 183.
51
José A. Tabares. La Revolución del 30: sus dos últimos
años. Editorial de Arte y Literatura. Instituto Cubano del
Libro. La Habana, 1971, p. 436.
29
29
organizaciones, sometió al Partido Comunista a las
más cruentas represalias, entregó armas a los
destacamentos de “camisas verdes” del ABC.
El objetivo básico de la contrarrevolución
doméstica y extranjera, señaló el II Congreso
Nacional del Partido Comunista de Cuba celebrado
en abril de 1934, consistía en “desencadenar la
ofensiva decidida por los métodos violentos y
terroristas contra el movimiento revolucionario de la
población trabajadora”52.
Esto provocó una indignación general. En junio
de 1934 se rebeló la tripulación de la cañonera Cuba,
se cometió un atentado contra la vida del presidente
Mendieta, dos veces fue ametrallado un desfile de
“camisas verdes”, en todo el país cundió una ola de
huelgas, en las provincias se iba desenvolviendo el
movimiento campesino, y los peones del municipio
Realengo-18 (provincia Oriente) se alzaron en armas.
Los insurrectos (alrededor de 30 mil familias
guajiras) crearon un gobierno popular local,
defendiendo con las armas en las manos sus intereses
bajo la consigna “¡Tierra o sangre!”.
El Partido Comunista apoyó enérgicamente la
sublevación campesina y desplegó en el país una
poderosa campaña de solidaridad. Como resultado, el
gobierno se vio obligado a acordar una “tregua” por
el plazo de un año. La república campesina existió 5
años.
En pos de los guajiros, en febrero de 1935,
estudiantes universitarios, profesores y escolares
realizaron una huelga en la que participaron 350 mil
personas.
El auge del movimiento revolucionario de los
intelectuales y el estudiantado hizo que ya a inicios
de 1934 surgiera una organización política
revolucionaria, La Joven Cuba, a cuyo frente se
encontraba el valiente patriota Antonio Guiteras. La
Joven Cuba propugnaba una táctica putschista,
sobrestimando el papel del terror individual, si bien
sus planteamientos teóricos revestían marcado
carácter antiimperialista.
La misión fundamental que se asignaba La Joven
Cuba era la de derrocar la dictadura e instaurar un
gobierno revolucionario antiimperialista. Esta
organización política y militar de patriotas y
demócratas revolucionarios comenzó los preparativos
secretos para un movimiento insurreccional. Con este
fin, los guiteristas reunían medios organizando
colectas y realizando expropiaciones violentas;
además de adquirir armas, establecieron un
campamento de entrenamiento en una finca que
habían comprado en México, y crearon
organizaciones clandestinas en seis provincias
cubanas.
Los miembros de estas organizaciones se dividían
en grupos militares de 8 personas. Simultáneamente
52
El movimiento obrero cubano, t. II, p. 726.
30
se efectuaba la propaganda revolucionaria en los
centros obreros. En total, en los primeros meses de
1935, La Joven Cuba contaba con unos 15 mil
miembros, según testimonios de Pedro Vizcaíno, uno
de sus dirigentes53. Era una fuerza sólida y bien
organizada.
El propio Antonio Guiteras fue un verdadero
combatiente antiimperialista, precursor de la nueva
fase, la de la lucha guerrillera. En esencia, La Joven
Cuba fue el embrión del futuro Movimiento 26 de
Julio que en otra etapa histórica, bajo el mando de
Fidel Castro, constituyó la vanguardia de la
insurrección popular.
A. Guiteras y sus correligionarios propugnaron
una integra y bien pensada plataforma de lucha que
incluía los siguientes objetivos: reforma agraria,
nacionalización de los recursos naturales,
industrialización, liquidación de los monopolios,
reforma fiscal, creación de cooperativas
agropecuarias, supresión del latifundismo,
confiscación de la gran industria, reforma de la
instrucción popular con miras a la alfabetización, etc.
Esta plataforma plenamente correspondía a los
requerimientos de la situación concreta y, en el plano
estratégico, guardaba ligazón con la siguiente fase de
lucha. Las transformaciones que ella planteaba
fueron realizadas sólo 25 años más tarde, después del
triunfo de la Revolución Cubana en 1959.
El rumbo de La Joven Cuba revelaba el carácter
revolucionario democrático de esta organización, la
más afín a los comunistas.
El PCC dos veces -a fines de 1934 y en febrero de
1935- se dirigió a los guiteristas y al grupo de
izquierda “ABC-Radical” que habla roto el vínculo
con las fuerzas fascistas, proponiendo unificar las
acciones antidictatoriales. En el transcurso de los
preparativos y la realización de la huelga general de
700 mil trabajadores en marzo de 1935, se logró esa
unidad, si bien resultó precaria. Los demócratas
revolucionarios pequeñoburgueses se comportaban
de modo inconsecuente y divergían de los
comunistas en el terreno táctico. Debido a ello, el
frente único no llegó a vertebrarse, aunque los
comunistas emprendieron múltiples esfuerzos en este
sentido.
En verano de 1935, el Comité de La Habana y el
CC del PCC volvió. a dirigir a La Joven Cuba y al
Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), fundado
en febrero de 1934 por Grau San Martín y los líderes
del Directorio Estudiantil Universitario, la propuesta
de formar un frente único bajo las consignas “¡Cuba
para los cubanos!”, “¡Yanquis, fuera de Cuba!”,
“¡Por un gobierno nacional revolucionario!”.
El llamamiento comunista lo apoyaron los
sindicatos, la Liga Antiimperialista y las
53
José A. Tabares. La Revolución del 30: sus dos últimos
años. Editorial de Arte y Literatura. Instituto Cubano del
Libro. La Habana, 1971, p. 547.
B. Koval
organizaciones estudiantiles, pero los partidos y
grupos pequeño burgueses volvieron a adoptar una
actitud negativa, por lo que no fue posible formar el
frente único.
En medida considerable, esto obedeció a que el
propio Partido Comunista aún no había definido
claramente su táctica y, al mismo tiempo que llamaba
a la unidad, continuaba sosteniendo muchos de sus
antiguos puntos de vista sectarios.
A este respecto, Blas Roca resaltaba con plena
justeza que “la política del Partido en aquel
momento... dificultaba el desarrollo de una política
de coalición o frente único con las fuerzas
revolucionarias de la pequeña y media burguesía, que
encontraban en Guiteras uno de sus más radicales y
resueltos representantes”54.
La afición de los guiteristas al terror individual y
a la lucha armada impidieron que los comunistas
desentrañasen el carácter revolucionario de La Joven
Cuba, por lo que demoraron en establecer contacto
con ésta. En efecto, el primer ofrecimiento serio de
colaboración se hizo sólo cuando, por orden de
Batista, la policía y el ejército comenzaron un ataque
masivo contra esa organización. El día 8 de mayo de
1935 A. Guiteras murió en un enfrentamiento
armado.
El paso de la reacción a la ofensiva, la huelga
general de marzo frustrada, los obstáculos existentes
en la lucha por el frente único, la muerte de A.
Guiteras, la prohibición de las huelgas, el
establecimiento del control policiaco en los
sindicatos, la detención de varios dirigentes
comunistas: todos estos factores hicieron que a partir
de la segunda mitad de 1935 se perfilara una merma
en el movimiento revolucionario de masas. En estas
condiciones, no se podía aplicar activamente la
política de frente único democrático, y de hecho no
salió del marco de una campaña propagandística. En
1934 y 1935, las fuerzas revolucionarias afrontaron
la tiranía con valor indomable. Sin embargo, no
supieron unirse en la lucha contra la reacción.
Esto obedecía, en medida considerable, a que el II
Congreso Nacional del Partido Comunista de Cuba
había decidido luchar por el establecimiento
inmediato de “Soviets locales”. El partido llamaba a
los obreros a implantar su control en las empresas; a
los campesinos a apoderarse violentamente de las
tierras; a los desempleados a penetrar en los grandes
almacenes y apropiarse de todo lo necesario, así
como a ocupar las viviendas deshabitadas; a los
negros oprimidos a luchar por el “derecho a la
autodeterminación en la región habitada por ellos en
Oriente”; a todos los trabajadores a constituir
“Grupos de Auto-Defensa... embriones de las
milicias obreras y campesinas”; a los soldados y
54
José A. Tabares. La Revolución del 30: sus dos últimos
años. Editorial de Arte y Literatura. Instituto Cubano del
Libro. La Habana, 1971, pp. 206-207.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
marinos a crear comités en los cuarteles, buques y
bases militares; a todos los explotados y oprimidos a
bregar por que se constituyese “un gobierno fundado
en los soviets (consejos) de delegados obreros,
campesinos, soldados; y marinos”55.
Por los documentos del II Congreso se ve de
modo muy palmario que el Partido Comunista tomó
el rumbo general a la lucha armada e incluso creó un
ilegal Ejército Libertador, pero, a diferencia de La
Joven Cuba, se asignaba la misión inmediata de
instaurar directamente el poder soviético.
Esta consigna no se granjeó el apoyo de las masas
ni de los revolucionarios demócratas
pequeñoburgueses.
Las pequeñas organizaciones revolucionarias,
numerosos sindicatos -incluidos los que integraban la
Confederación Nacional Obrera de Cuba-, las fuerzas
antiimperialistas reformistas, los grupos antifascistas,
en principio, hubieran podido acordar acciones
conjuntas, pero no tenían experiencia ni estaban
interesados en la unidad, temiendo diluirse en un
frente amplio y perder su individualidad. El instinto
de conservación resultó en ellos superior a los
intereses de la nación y la democracia.
Como resultado, todos los intentos de constituir
un sólido frente único democrático de alcance
estratégico fueron vanos. Y si bien en algunas etapas
concretas de la lucha se logró formar diversos tipos
de coaliciones tácticas provisionales, al fin de
cuentas todas se disgregaron.
Tras el derrocamiento de la dictadura de
Machado, durante dos años se vio más de un ejemplo
de esta índole. Se requirió una larga experiencia,
comprendida la de los errores y fracasos, para que en
el movimiento revolucionario de Cuba se produjera
una reagrupación de las fuerzas políticas y se
elaborara una acertada línea de lucha. Esto sucedió
ya al finalizar la década del 30 y comenzar la del 40.
En mayo de 1936, el CC del PCC se orientó a
unificar las fuerzas democráticas en la lucha por que
se convocara la asamblea legislativa y se elaborara
una nueva Constitución. En todo el país iban
creándose comités en pro de la Asamblea
Constituyente; en esencia eran núcleos de frente
popular con participación de las más diversas fuerzas
antiimperialistas y antifascistas. Activo papel en este
movimiento correspondió a la Unión Nacional
Revolucionaria presidida por Juan Marinello. En
1938 formaban en las filas de esta organización unos
60 mil de los mejores representantes con que
contaban la clase obrera, la intelectualidad y el
estudiantado. El Partido Comunista, que a partir de
setiembre de 1938 actuaba legalmente, agrupaba
entonces a más de 23 mil militantes56.
El III Congreso Nacional del Partido Comunista
55
El movimiento obrero cubano, t. II, pp. 722-752.
56
Esbozos de la historia de Cuba (en ruso). Moscú, 1978,
pp. 263 y 266.
31
31
de Cuba, celebrado en enero de 1939, promovió la
consigna “¡Por la Constitución, la democracia, el
bienestar popular y la defensa de la economía
nacional!”, línea que adoptaron también la
Confederación de Trabajadores de Cuba (más de 300
mil asalariados), resurgida en base al ilegal centro
sindical de izquierda que existiera desde 1935, y la
Confederación Nacional de Campesinos de Cuba,
creada en 1939 a iniciativa de los comunistas. Un
paso de capital importancia para consolidar la unidad
fue el dado por el Partido Comunista de Cuba y la
Unión Nacional Revolucionaria, los cuales, al
unificarse, constituyeron, en agosto de 1939, la
Unión Comunista Revolucionaria, que más tarde (en
1944), pasaría a ser el Partido Socialista Popular. En
las elecciones de 1939, la UCR obtuvo casi 100 mil
votos, ganando 6 escaños en la Asamblea
Constituyente; 86 comunistas fueron elegidos en
órganos de poder municipales. Fue un éxito muy
importante.
Como corolario de la lucha realizada durante
muchos años por la izquierda cubana, en 1940 fue
promulgada la Constitución democrática. Empero, el
10 de marzo de 1952, al establecerse la dictadura
reaccionaria de Batista, se produjo un gran retroceso
en el país. Se requirieron nuevos y heroicos esfuerzos
para alcanzar, en 1959, la magnífica victoria de la
Revolución Cubana, la cual jalonó el inicio de una
nueva etapa en el desarrollo de los procesos
revolucionarios en toda América Latina.
La Alianza #acional Libertadora y las
insurrecciones armadas populares de 1935 en
Brasil.
A diferencia de otros países, el movimiento por la
articulación del frente popular en Brasil desde su
comienzo adquirió formas orgánicas precisas, hecho
que en grado considerable obedecía a la experiencia
acumulada por el Bloque Obrero y Campesino. Al
prohibirse las organizaciones del frente popular, las
fuerzas democráticas se alzaron en armas, siguiendo
las tradiciones combativas del movimiento
revolucionario democrático de las tenentistas en la
década del 20.
Forzoso en señalar que, en principio, la lucha por
la unidad de las fuerzas democráticas y
antiimperialistas que llevaron a cabo los comunistas
brasileños tenía muchos rasgos similares a la
experiencia de otros países del continente. Sin
embargo, habla no pocos aspectos singulares debidos
a la particular situación política. En plena crisis
económica, en 1930 estalló una profunda crisis
política. Además, a distinción de varias otras
naciones donde más o menos en la misma época se
habían producido golpes de Estado reaccionarios, en
Brasil se desplegó un poderoso movimiento
antioligárquico comandado por fuerzas burguesas
nacionalistas. Bajo la égida de éstas se fundó la
32
llamada Alianza Liberal que, ayudada por oficiales
pequeñoburgueses, inició la lucha armada por el
poder a fin de echar por tierra el dictado de la
oligarquía cafetalera. Las masas espontáneamente
apoyaron este movimiento y le imprimieron carácter
progresista y revolucionario. Luego de sangrientos
combates, se derrumbó el poder de los magnates
cafetaleros, a cuyas espaldas se encontraba el
imperialismo inglés. El nuevo gobierno burgués
nacionalista de G. Vargas que se orientaba hacia la
alianza con el imperialismo de los EE.UU. y ansiaba,
sin reparar en medios, prevenir el avance del
movimiento revolucionario popular, implantó un
rígido régimen dictatorial. Al mismo tiempo se
llevaron a cabo reformas y modernizaciones de tipo
burgués en lo económico, político y social.
El acertado manejo de las reformas y el amplio
uso de la demagogia ganaron para el gobierno de
Vargas la aureola de auténtico luchador por los
intereses nacionales y el progreso, de intrépido
abogado de los pobres y de los ricos
simultáneamente. En efecto -cosa que no se hizo
esperar- la nueva dictadura, con todo su
nacionalismo, se esforzó, en primer lugar, por
consolidar las posiciones de la burguesía doméstica,
y, en segundo lugar, por aplastar la lucha de clases.
El Partido Comunista y los sindicatos de izquierda
fueron colocados fuera de la ley, las huelgas
prohibidas y toda actividad política puesta bajo
riguroso control gubernamental. Gradualmente y casi
sin disimulado, la administración Vargas comenzó a
apoyar a las fuerzas fascistas, pretendiendo con su
ayuda derrotar al movimiento obrero y democrático.
El populismo de los primeros años 30, que
temporalmente unificara diversas fuerzas clasistas
dentro del movimiento antioligárquico, fue sustituido
por un deslinde político al mismo tiempo que se
exacerbaban las contradicciones sociales y crecía el
descontento general con los métodos dictatoriales de
gobierno. La tendencia a la fascistización del
régimen estatal se hizo muy peligrosa.
Con la connivencia y el apoyo del gobierno, y
mediante la unificación de pequeños grupos, en 1932
se creó un partido fascista nacionalista, la Acción
Integralista Brasileña, que hacia 1933 contaba con
186 mil miembros57.
Tratando de atemorizar a los pancistas
pequeñoburgueses, P. Salgado, el fanático fúhrer
integralista, afirmaba que los comunistas querían
“suprimir la religión, la familia y la patria, acentuar
la lucha de clases, destruir la cultura, el intelecto, los
pilares de la moral”58. De ahí que los integralistas -
según exclamaba su líder- vieran en el marxismo “un
ideal antirrevolucionario”, una peligrosa fuerza
destructora y el principal enemigo del progreso
57
#ew York Herald Tribune, 1934, 19-VIII.
58
P. Salgado. Obras Completas. Sao Paulo, 1955, vol. 9,
p. 49.
B. Koval
social. Arruinadas por la crisis, las masas de la
pequeña burguesía urbana -comerciantes, artesanos,
elementos lumpenproletarios- prestaban oídos a los
alaridos de integralistas, esperando mejorar su
situación económica con ayuda de los mismos. En el
Sur brasileño (Estados de Sao Paulo, Santa Catarina,
Paraná, Rio Grande do Sur y otros) cobraron
considerable fuerza los destacamentos fascistas de
inmigrantes alemanes e italianos que de modo
regular recibían dinero de Europa. Muchos de ellos
poseían armas, incluso ametralladoras y granadas.
Constituían un enemigo peligroso y pérfido que
ansiaba establecer en el país una dictadura militar
terrorista.
Ante las fuerzas patrióticas y revolucionarias se
planteó la tarea de crear un poderoso frente de lucha
contra las fuerzas unidas de la reacción doméstica y
externa, desarrollar las acciones de todo el pueblo
por la libertad, la tierra y la democracia.
Era tarea nada fácil movilizar las masas contra la
consolidación del movimiento fascista. La
vanguardia proletaria y el Partido Comunista
tuvieron que vencer no pocas dificultades y
obstáculos en este sendero. Pero al fin y al cabo,
lograron unir considerables sectores de trabajadores.
Entre 1933 y 1934, debido a la enérgica actividad de
los comunistas, en varias ciudades del país se
efectuaron importantes acciones antifascistas.
La conferencia nacional del PCB, celebrada en
julio de 1934, planteó como objetivo fundamental la
lucha por formar un frente único democrático. En
agosto de 1934, los comunistas se dirigieron a todos
los trabajadores llamándolos a unirse para
contrarrestar la ofensiva de la reacción.
En julio de 1934, en Sao Paulo se creó un bloque
único antifascista constituido por 87 sindicatos; en
agosto, a iniciativa de organizaciones democráticas
de la juventud se efectuó una conferencia nacional de
estudiantes antifascistas; el 23 de agosto en Rio de
Janeiro se inauguró el primer congreso nacional
contra la guerra. Temiendo que el movimiento
antifascista condujera a la formación del frente único
democrático, G. Vargas dio orden a la policía de
disolver el congreso.
Al caracterizar la situación registrada en el país, el
PCB señalaba en sus llamamientos que la reacción se
mostraba cada día más activa en su propósito de
establecer una dictadura fascista.
Al acrecentarse el peligro de fascistización de
Brasil, las fuerzas progresistas se vieron obligadas a
colocar en el primer plano la tarea de formar un vasto
bloque de agrupaciones y partidos democráticos. El
primer paso dado en esta dirección fue la creación, en
setiembre de 1934, del llamado Comité Popular de
Investigaciones que reunió a más de 100 mil
antifascistas representantes de distintas clases y
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
partidos59. Paulatinamente iban surgiendo
condiciones para vertebrar el frente popular. En
enero de 1935 hicieron su aparición los primeros
núcleos del mismo, y el 30 de marzo se celebró en
Rio de Janeiro una reunión solemne de 3 mil
antifascistas, en la cual se instituyó la Alianza
Nacional Libertadora. Era una coalición de distintos
partidos democráticos y organizaciones sociales
progresistas que propugnaban el desenvolvimiento
del movimiento antiimperialista, antioligárquico y
antifascista. La Alianza encontró cálido apoyo entre
los oficiales y soldados patriotas del Ejército
Brasileño. El programa del frente fue formulado en el
manifiesto que la Alianza publicó el 1 de marzo. Se
planteaban en él los objetivos de la lucha contra el
imperialismo, el latifundismo y la reacción.
Las funciones dirigentes en la Alianza las
desempeñaban, con derecho y razón, los comunistas
y los tenentistas de izquierda. Luis Carlos Prestes, en
ausencia suya, fue elegido su presidente honorario; a
la sazón ya era comunista y regresó clandestinamente
a la patria después de muchos años de exilio.
En el manifiesto del 5 de julio de 1935, Prestes
expuso los tres propósitos fundamentales del
movimiento del frente popular: 1) Emanciparse del
dictado del imperialismo foráneo, inglés y
norteamericano; 2) Liquidar los vestigios
precapitalistas y desbrozar el camino para un
desarrollo libre y armónico de la economía nacional;
3) Conquistar una auténtica democracia para el
pueblo.
“Dos campos se definen cada vez con mayor
claridad para las masas -se decía en el manifiesto-.
De un lado, los que quieren implantar en Brasil la
más brutal dictadura fascista, liquidar los últimos
derechos democráticos del pueblo y consumar la
venta y el sometimiento del país al capital extranjero.
Entre ellos está el integralismo, la terrorista brigada
de choque de la reacción. Del otro lado, todos los
que, en las filas de la Alianza Nacional Libertadora
quieren de todos los modos defender la libertad
nacional de Brasil, luchar por el pan, la tierra y la
libertad para su pueblo... El momento exige de todo
hombre honesto una posición clara y definida, en pro
o en contra del fascismo, en pro o en contra del
imperialismo. No hay término medio posible ni
justificable.”60.
Importante paso para consolidar el movimiento
revolucionario fue el congreso unificador de los
sindicatos (mayo de 1935), que, preparado y
organizado por los comunistas, resolvió dar pleno
apoyo a la Alianza Nacional Libertadora y su
plataforma de acción.
De esta manera, gracias a la tenaz y minuciosa
59
International Press Correspondence, 1935, Nº 41, pp.
1068-1069.
60
A. Bastos. Prestes e a revoluçáo social. Rio de Janeiro,
1949, pp. 304-315.
33
33
labor llevada a cabo por los comunistas, se
alcanzaron éxitos reales en la unificación del
movimiento sindical sobre una combativa base
clasista, llegando el propio movimiento obrero a ser
parte orgánica de la Alianza.
La actividad desarrollada por ésta en 1935
conforma una brillante página en la historia del
movimiento revolucionario. En un plazo breve, de
marzo a julio, se convirtió en una importante fuerza
política. En el país se crearon más de 1.500 células
del frente popular, las cuales desenvolvían su
actividad en 17 Estados y 300 ciudades o poblados, y
agrupaban a más de 1.500.000 activistas.
Los éxitos alcanzados por la Alianza sembraron
entre muchos miembros suyos, sobre todo entre los
tenentistas, ilusiones respecto de la relativa facilidad
de las próximas luchas. Los tenentistas de izquierda y
numerosos comunistas se sentían cada vez más
convencidos de que era posible una inmediata
insurrección armada, idea que se reflejaba también en
documentos del Partido Comunista Brasileño.
Temeroso ante la rapidez con que aumentaba el
prestigio de la izquierda, el presidente Vargas firmó,
el 12 de julio de 1935, un decreto por el que prohibía
la Alianza. En todo el país comenzó una campaña
masiva de arrestos y persecuciones de los elementos
democráticos.
En estas condiciones, el problema central del
campo revolucionario radicaba en conservar la
vitalidad de sus fuerzas fundamentales, desplegar la
labor clandestina y seguir luchando contra el
imperialismo y la reacción interna.
Pese a la manifiesta declinación del movimiento
democrático de masas, los dirigentes de la Alianza y
del PCB consideraron que sólo se habla producido un
pequeño retroceso y que se aproximaba la hora de la
ofensiva. Pasó a ser dominante la idea de que había
llegado la hora de iniciar la acción armada.
En el informe al VII Congreso de la Internacional
Comunista, J. Dimitrov, al indicar que con la
creación de la Alianza Nacional Libertadora se habla
sentado un principio acertado para el desarrollo del
frente único antiimperialista, pedía con insistencia
“hacer todos los esfuerzos para seguir extendiendo en
lo sucesivo este frente y mediante la incorporación,
en primer término, de las masas de millones de
campesinos, poniendo rumbo hacia la creación de
destacamentos de un ejército popular revolucionario
entregados sin reserva a la revolución, y laborar por
la instauración del Poder de la Alianza Nacional
Libertadora”61. Por la segunda parte de esta frase, sin
embargo, podía considerarse que se aprobaba el
rumbo a la insurrección armada.
En octubre de 1935, el Comité Ejecutivo de la
Internacional Sindical Roja oyó el informe de
Miranda, entonces Secretario General del CC del
61
J. Dimitrov. ¡Frente popular en todo el mundo!, p. 58.
34
PCB, sobre la situación política en Brasil.
Personalidad adventicia en el partido y propensa a
aventuras, Miranda calificó el estado de cosas como
crítico y apuntó que “no se podía esperar más”.
Poniendo fe en sus palabras, el CE del la ISR aprobó
en general la táctica de los comunistas brasileños. A
este propósito, el presidente del Comité Ejecutivo, A.
Lozovski, dijo en su intervención: “Sin lugar a dudas,
en el país más grande de América Latina... nos
encontramos ante un despliegue de enormes
acontecimientos políticos... Ya existe una situación
revolucionaria… Si en Brasil se registra una
situación revolucionaria, nosotros debemos
consolidar nuestras organizaciones y conseguir la
hegemonía del proletariado”. En la resolución
aprobada por el Comité Ejecutivo de la Internacional
Sindical Roja se resaltaba que era necesario, “en toda
la labor, tener en cuenta que existe una crisis
revolucionaria y que el movimiento sindical
revolucionario está obligado a apoyar y activar la
lucha de vastísimas masas contra el imperialismo y el
gobierno reaccionario”. Mediante huelgas masivas se
tenía que “ayudar a la Alianza a derrumbar el
gobierno e instaurar el poder revolucionario del
frente popular antiimperialista”62.
Pese a que L. C. Prestes ponía en guardia contra
una insurrección prematura, ya que el pueblo aún no
estaba preparado para la lucha armada, Miranda
insistió en lo suyo, empujando a los patriotas a la
acción manu militari. Su línea putschista halló eco
entre los elementos patrióticos del ejército que
sinceramente aspiraban a desplegar operaciones
militares contra la dictadura de Vargas y el fascismo
y constituir un gobierno revolucionario.
Los primeros en actuar fueron los obreros y
soldados revolucionarios de las regiones del
Nordeste, donde la situación del pueblo era
particularmente penosa. A fines de noviembre de
1935 en el mayor ferrocarril del Nordeste estalló una
huelga general. Las tropas enviadas para reprimir a
los obreros se negaron a disparar contra los mismos y
se pusieron a fraternizar con ellos. En la capital del
Estado Rio Grande do Norte, Natal, en la noche del
23 al 24 de noviembre se sublevó el 21° Batallón de
Infantería. Los insurgentes rápidamente se
apoderaron del cuartel, arrestaron a los oficiales
reaccionarios, tomaron el puerto y el telégrafo y
entraron en la ciudad, donde los obreros, artesanos,
aprendices, etc. se sumaron a ellos.
Al recibir la noticia sobre la rebelión en Natal, el
presidente Vargas urgentemente hizo aprobar en el
Congreso un decreto que establecía en el país el
estado de emergencia por 60 días. A la zona de
operaciones militares se enviaron inmediatamente
grandes unidades del ejército, los cruceros Bahía y
Río Grande do Sul y escuadrillas de bombarderos.
62
Internacional Sindical Roja. 1936, Nº 15-16, pp. 79-80.
B. Koval
En plenas hostilidades, se propaló la noticia de
que el Comité Revolucionario de los insurrectos
habla constituido un Gobierno Popular
Revolucionario que asumía el poder en la ciudad y
encabezada la lucha armada de las masas.
El Gobierno Revolucionario promulgó decretos
que preveían, respectivamente, castigar con
severidad a los alarmistas, proteger a los propietarios
de tiendas de comestibles y prohibir, so pena de
confiscar los artículos, que se suspendiera el
comercio de productos alimenticios. Además, se
nacionalizaron los correos y el banco; se formaron
destacamentos obreros y milicias populares para
mantener el orden revolucionario; se puso en libertad
a los presos políticos; se arrestó a muchos
integralistas y se les confiscaron sus bienes.
La actividad del Gobierno popular Revolucionario
de Natal se desarrollaba en las condiciones creadas
por los constantes combates contra las tropas del
gobierno central. Pese a la heroica resistencia de los
insurgentes, el 27 de noviembre, el poder
revolucionario cayó y las huestes de la reacción
entraron en la ciudad.
Mientras aún se combatía en Natal, también
estalló la insurrección armada en Recife, capital del
vecino Estado de Pernambuco. El 25 de noviembre
se sublevaron los soldados del 29º Batallón de
Fusileros, a los que se sumaron destacamentos
obreros y estudiantiles. Luego de sangrientos
combates que se prolongaron durante 22 horas, las
tropas gubernamentales consiguieron aplastar la
rebelión.
En estas condiciones, vencida ya la revolución en
Natal y Recife, comenzó también en Rio de Janeiro -
con evidente retraso, el 27 de noviembre- la
insurrección armada, pero la misma se limitó a las
heroicas acciones desplegadas por los cadetes de las
Escuelas de Aviación y de Artillería, así como por
los soldados del 3er Regimiento de Infantería. Luego
de sangrienta lucha, la sublevación fue aplastada.
No obstante el desastre sufrido por la Alianza
Nacional Libertadora y la derrota infligida a las
insurrecciones de noviembre, las batallas
revolucionarias de 1935 constituyeron una relevante
etapa en la historia del movimiento liberador y
obrero de Brasil, en la lucha de los trabajadores por
la democracia y el progreso social.
Las sublevaciones en noviembre de 1935 fueron
derrotadas y aplastadas por la reacción, sin embargo,
las victimas no cayeron en vano. Las acciones
revolucionarias contribuyeron en gran medida a
desenmascarar ante vastas masas populares la
naturaleza reaccionaria del integralismo, y obligaron
al gobierno de Vargas a renunciar a los planes de
fascistizar Brasil.
Pese a la derrota, el movimiento de la Alianza
Nacional Libertadora y las insurrecciones armadas de
noviembre de 1935 jugaron un papel de excepcional
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
importancia en el desarrollo de la lucha clasista,
emancipadora y revolucionaria.
Después de aplastado el movimiento de 1935,
declinaron por un largo período las actividades
democráticas y antiimperialistas, así como la lucha
clasista del proletariado. Sólo el brusco cambio de la
situación internacional debido al hundimiento del
fascismo en el transcurso de la segunda
conflagración mundial creó las premisas para que de
nuevo se animara y creciera la lucha revolucionaria
del proletariado brasileño.
La clase obrera y el movimiento
antiimperialista en México.
La situación en México difería considerablemente
de la existente en otros países latinoamericanos. Allí
el gobierno de Calles, que, llegado al poder en 1924,
había comenzado por aplicar una política nacionalista
burguesa y antilatifundista, luego -durante la crisis
económica mundial- pasó a colaborar abiertamente
con el imperialismo norteamericano y desplegó una
ofensiva contra las fuerzas democráticas. Al hacerlo,
el régimen dictatorial trataba de apoyarse en la
burocracia sindical de derecha. Luis Morones, líder
de la principal central sindical, fue nombrado
ministro de Industria, Trabajo y Comercio. Se
hallaban bajo su control la mayoría aplastante de los
sindicatos, los cuales tomaban posiciones de “paz
clasista”, frenando la pugna de los trabajadores
contra la explotación imperialista. Sin embargo, los
obreros iban desprendiéndose cada vez más del
control de la burocracia sindical.
Calles fue uno de los primeros en entender que no
bastaba contar sólo con la ayuda de los derechistas
burócratas sindicales. Hacía falta asegurarse, costara
lo que costara, la dirección política del movimiento
de masas. Con este fin, pretextando la necesidad de
desenvolver la “revolución mexicana”, el gobierno
creó, a inicios de 1929, el Partido Revolucionario
Nacional (PRN). Esta organización política
aglomeraba distintas fuerzas sociales: grupos
burgueses-terratenientes, representantes de la
pequeña burguesía urbana y sectores medios,
intelectuales, campesinos, como también parte de la
clase obrera, que se dejaba llevar de la rienda por los
líderes sindicales de derecha. Y Calles, el “jefe
supremo de la revolución”, sin ocupar formalmente
puesto alguno en el gobierno ni en el partido, de
hecho seguía siendo el dictador omnipotente.
A sus instancias, en junio de 1929 fue prohibido
el Partido Comunista Mexicano. Decenas de
activistas del mismo fueron encarcelados. En el país
se desencadenó el terror blanco.
Esto provocó un creciente descontento entre los
trabajadores. De resultas, una parte de las
organizaciones sindicales de base se pronunció
contra la línea conciliadora de Morones. Presionada
por las masas, una fracción considerable, con Vicente
35
35
Lombardo Toledano al frente, fundó, en 1933, la
Confederación General de Obreros y Campesinos de
México.
El gobierno aprovechó la escisión en el seno de
los sindicatos y procedió a crear organizaciones que
le fueran sumisas: las llamadas cámaras de trabajo
que formaron el núcleo del “departamento obrero”
del gobernante Partido Revolucionario Nacional.
Por una parte, al establecerse un riguroso control
gubernamental sobre los sindicatos, estimular las
tendencias conciliadoras y dinamizarse el
“departamento obrero” del PRN, y, por otra, al
utilizarse una amplia demagogia social cuyo tema
comprendía la “revolución mexicana permanente” y
la creación de condiciones para “socializar los
medios de producción y distribución, se dio a los
grupos nacionalistas de la burguesía la posibilidad de
ganarse a parte considerable del proletariado.
En esta situación, el Partido Comunista, que era
muy exiguo, se encontró ante inmensas dificultades
en su lucha por unificar la clase obrera y formar el
frente antiimperialista.
Tal estado de cosas cambió sólo en julio de 1934,
al llegar a la presidencia el general Lázaro Cárdenas,
líder del ala progresista del PRN. Los comunistas,
que en un principio veían en éste una criatura de
Calles, se presentaron en las elecciones
independientemente, formando el llamado Bloque
Obrero y Campesino, pero lograron menos de 2 mil
votos. Cárdenas obtuvo 2 millones 200 mil.
La política del nuevo gobierno se granjeó el
apoyo de vastas capas de la población debido a su
orientación antiimperialista y antioligárquica. A
partir de mediados de 1935, también el Partido
Comunista pasó a respaldar sus reformas
progresistas. Con beneplácito del presidente, en
febrero de 1936 se formó la Confederación de
Trabajadores de México (CTM) que llamó al pueblo
a pronunciarse contra la reacción doméstica y
exterior. La CTM, cuyos miembros eran en un
principio alrededor de 200 mil, hacia 1940 agrupaba
a un millón 500 mil63.
Lamentablemente, el Partido Comunista no
consiguió ocupar posiciones decisivas en esta central,
cuya dirección se concentró en manos de un grupo de
tendencia socialdemócrata, encabezado por
Lombardo Toledano. Este, igual que sus colegas,
apoyaba totalmente las medidas tomadas por el
presidente Cárdenas e identificaba la orientación
democrática y antiimperialista del gobierno con la
lucha por el socialismo. Esto obedecía a que el
propio Cárdenas más de una vez se pronunció en
favor del “futuro socialista” de México, sostuvo la
necesidad de implantar una “autoadministración
obrera” y se manifestó en contra de la explotación,
etc. Cabe mencionar que ésta no fue mera
63
Esbozos de la historia moderna y contemporánea de
México (en ruso). Moscú, 1960, p. 401.
36
demagogia. Las declaraciones de Cárdenas
expresaban el sincero afán con que un patriota
demócrata pequeñoburgués deseaba realizar
profundas transformaciones socioeconómicas y
políticas en beneficio del pueblo mexicano. La
política reformista de Cárdenas no revestía, desde
luego, carácter socialista; en muchos aspectos no
rebasaba el marco antiimperialista y antioligárquico,
pero en general era una política progresista y audaz
que correspondía a los primordiales intereses
nacionales de México.
El carácter progresista de su política, Cárdenas lo
mostró con especial nitidez en medidas como las
siguientes, adoptadas por su gobierno: prohibir
oficialmente la actividad de los grupos fascistas de
“camisas doradas”; nacionalizar los ferrocarriles y
ponerlos bajo la administración de los sindicatos;
desenvolver la campaña por la creación de
cooperativas obreras y campesinas; impulsar
activamente la reforma agraria, distribuyendo tierras
entre casi un millón de familias campesinas;
nacionalizar la industria petrolera; reestructurar
profundamente el sistema de educación e instrucción
escolar; restringir el poder del clero reaccionario;
brindar dinámico apoyo a la España republicana,
etc.64.
Estos actos de Cárdenas ofrecían una oportunidad
excepcional para unificar las fuerzas democráticas de
la nación no en contra del gobierno sino en alianza
con el mismo. En 1935, los comunistas y los
sindicatos progresistas instrumentaron la campaña en
favor de la formación de esta coalición democrática.
La iniciativa fue asumida por la delegación mexicana
en el VII Congreso de la Internacional Comunista,
que confeccionó un documento especial, una carta
que planteaba una nueva táctica de lucha. La unidad
sindical, se decía en la carta, debla llegar a ser el
punto de apoyo para luchar por la hegemonía del
proletariado en el movimiento popular. El Partido
Comunista tenía que seguir aplicando y
perfeccionando su nueva política respecto de los
líderes de las organizaciones reformistas, esto es,
tratarlos con amistad, proponerles una sincera
colaboración en todas las acciones, renunciar a
ensañados ataques y promover una tranquila
discusión. El proletariado, se sostenía en la carta, es
una clase que luchará conscientemente y hasta el fin
por una auténtica liberación nacional, apoyándose en
todo el pueblo65. De esta manera, se proponía una
más realista plataforma política de labor entre las
masas.
64
Sobre la política del gobierno de L. Cárdenas véase con
más detalle A. F. Shulgovski. México en un brusco viraje
de su historia (en ruso). Moscú, 1967.
65
Encuentro internacional celebrado con motivo del 30
aniversario del VII Congreso de la Internacional
Comunista. Praga, 21-23 de octubre de 1965 (en ruso).
Praga, 1966, pp. 307-308.
B. Koval
La pugna por el frente obrero único era estimada
en la Carta de la delegación del Partido Comunista
Mexicano en el VII Congreso de la Internacional
Comunista como un primer paso orientado a crear
una más amplia unidad de las fuerzas democráticas.
La política de frente popular antiimperialista es
correcta, correspondiendo a las actuales condiciones
históricas, económicas y políticas del país, se
manifestaba en este documento. Estas condiciones,
añadía, no sólo requieren, sino que también facilitan
la formación y el desarrollo de dicho frente.
Forzoso es recalcar que la carta presentaba
pronunciados rasgos autocríticos, analizando los
errores de tipo sectario cometidos por el Partido, en
particular, el de calificar al PRN como
“contrarrevolucionario” (Pleno del CC del PCM de
1929). La delegación mexicana en el VII Congreso
de la Comintern señaló, con plena razón, que el
gobierno de Cárdenas era un gobierno de orientación
nacional reformista que ocupaba posiciones más
izquierdistas que las de cualquier otro gobierno de
este tipo. En la carta se proponía un concreto
programa de frente antiimperialista, tomando en
consideración los intereses de todos los partidos y
grupos democráticos y planteando la tarea de luchar
por convertir el PRN en un partido del pueblo que
apoyara la plataforma del frente popular66.
En 1936, la idea de formar coalición
antiimperialista única fue respaldada enérgicamente,
primero, por la Confederación de Trabajadores de
México y, luego, por el gobernante Partido
Revolucionario Nacional y la Confederación
Nacional de Campesinos, dirigida también por
personas afines a la administración de Cárdenas.
No obstante, si bien parecían darse las
condiciones más favorables para articular el frente
popular, nunca llegó a formarse. La causa radicaba
en que la élite nacionalista burguesa del PRN,
buscando consolidar sus posiciones, se pronunció en
setiembre de 1936 por una unidad de acción que no
rebasara el marco del propio partido gobernante, con
miras a lo cual éste anunció la política de “puertas
abiertas” para los obreros y campesinos. Al sostener
esta línea, en marzo de 1938, el PRN fue
transformado en el Partido de la Revolución
Mexicana que oficialmente planteó el propósito de
luchar por la democracia y la liberación respecto del
dominio imperialista.
Cárdenas en persona, notable representante del
democratismo antiimperialista, estimaba que la
misión fundamental de la revolución mexicana
consistía en reestructurar radicalmente la sociedad,
pero haciéndolo “de arriba” y contando con el
respaldo de los “de abajo”, y en crear un sistema
favorable a los trabajadores donde “los principios del
66
Encuentro internacional celebrado con motivo del 30
aniversario del VII Congreso de la Internacional
Comunista..., pp. 310-312.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
individualismo cedan lugar a una economía con
marcadas tendencias socialistas”67. En el programa
del PRM se anunciaba, además, el objetivo de
“preparar al pueblo para la lucha por crear una
democracia de trabajadores y establecer un régimen
socialista”68.
Con esta posición suya, el gobierno y el Partido
de la Revolución Mexicana pudieron tomar la
iniciativa.
En el fondo, el PRM pretendía asumir el papel
rector en el frente popular mexicano. Todos sus
componentes guardaban autonomía política y
orgánica pero, al mismo tiempo, tenían que actuar en
el marco de su militancia colectiva en el PRM. En
estas condiciones, ante los comunistas se planteó el
problema de sumarse o no a este frente tan
especifico.
El entonces Secretario General del Partido
Comunista Mexicano, Hernán Laborde, y la mayoría
del CC, siguiendo los lineamientos del VII Congreso
de la Internacional Comunista y luego de vencer la
oposición de los sectarios, insistieron en la necesidad
de ingresar en el PRM. La situación mexicana,
sostenía Laborde, difiere de la situación en España y
Francia. En estos países, las fuerzas democráticas,
dispersadas en numerosos partidos políticos, se
encuentran ante una reacción unida que amenaza
conquistar el poder. En México, el Partido
Revolucionario Nacional está en el poder y goza del
apoyo de todas las organizaciones populares. En
estas condiciones, hacia resaltar Laborde, el frente
popular sólo es posible dentro del Partido
Revolucionario Nacional, o sea, a condición de que
en el PRN ingresen el CTM, la federación
campesina, el Partido Comunista y todas las
organizaciones dispuestas a aceptar un programa
común69 .
Lo peculiar del proceso mexicano consistía en que
allí no fue el frente popular el que echó los cimientos
del gobierno progresista, sino que la política
democrática y antiimperialista del gobierno de
Cárdenas contribuyó al surgimiento de una forma
específica de frente popular. Este último no tenía
estructura orgánica formal, más bien se basaba en la
coincidencia de enfoques de una serie de
organizaciones políticas, sindicatos, asociaciones
democráticas y del grueso del cuerpo de oficiales.
En esta situación, quedarse al margen de la línea
general, desechar el ingreso en el PRM a titulo de
miembro colectivo, equivalía a apartarse de todo el
movimiento democrático.
La Internacional Comunista aprobó la decisión del
Partido Comunista de apoyar la política de Cárdenas
e integrarse en el PRM. Este último, subrayó J.
Dimitrov al intervenir el 9 de agosto de 1938 en la
67
Cit. según el libro A. F. Shulgovski. Op. cit., p. 112.
68
Cit. según el libro A. F. Shulgovski. Op. cit., p. 133.
69
Kommunisticheskiy Internatsional. 1938, Nº 3, pp. 4546.
37
37
comisión mexicana del Presídium del CE de la IC,
podía emerger como una nueva forma de frente
popular en caso de que “llegara a ser un auténtico
bloque de los partidos y organizaciones del pueblo
mexicano que constituyen la base del régimen
revolucionario nacional”70.
Al mismo tiempo, el Presídium del CE de la IC
subrayó la necesidad de que el Partido Comunista
mantuviera su autonomía en lo ideológico y
orgánico, evitara el seguidísimo y la pasividad, y lo
puso en guardia contra el peligro de mezclarse con la
democracia pequeñoburguesa y la política de
Cárdenas.
La situación mexicana, en cierta medida, puede
equipararse a la que se registró en Inglaterra entre
1936 y 1937, donde para lograr la unificación de la
clase obrera se planteó la posibilidad de que el
Partido Comunista se incorporara como miembro
colectivo al Partido Laborista. Desarrollando la
táctica leninista, la Internacional Comunista se
pronunció en favor de esta solución, al estimar, como
apuntara J. Dimitrov, que ello tenia “perspectivas de
ser un frente popular, aunque con formas
especificas”71.
Análoga situación se observaba en México. Pero
en comparación con los laboristas, Cárdenas venía
aplicando una política más progresista. Verdad es
que, por cuanto en el movimiento antiimperialista
mexicano participaba también la burguesía nacional,
la política del PRM presentaba, entre otros,
elementos de hegemonismo nacionalista-burgués que
se traducían en el afán de ejercer “de arriba” un
control absoluto sobre todas las formas del
movimiento de masas. Semejante problema se
registraba en todos los países donde se desarrollaba
el movimiento popular antiimperialista, de modo que
en este caso su existencia no tenía nada asombroso.
Hacia 1940, el Partido de la Revolución Mexicana
contaba con unos 4 millones de militantes, entre los
que figuraban un millón 200 mil miembros de
distintos sindicatos -obreros y empleados-, 2
millones 500 mil campesinos, 55 mil soldados y
oficiales y 500 mil integrantes de organizaciones
juveniles, femeninas y cooperativas72. Resumiendo,
era una agrupación masiva capaz de aglutinar
diversas fuerzas democráticas. El Partido Comunista
no se incorporó formalmente al PRM, pero de hecho
colaboraba con él. Esta estructura reflejaba la real
distribución de fuerzas.
Cabe señalar que, pese al patente carácter
progresista del frente antiimperialista y democrático
que iba formándose en base al PRM, la evaluación
70
Cit. según el libro Jorge Dimitrov, destacado líder del
movimiento comunista, p. 262.
71
Jorge Dimitrov, destacado líder del movimiento
comunista, p. 258.
72
Véase Esbozos de la historia moderna y contemporánea
de México, p. 418.
38
del mismo en la historiografía marxista largo tiempo
fue negativa. Así, incluso en los Esbozos de la
historia moderna y contemporánea de México (1960)
se sostuvo que “el seudorrevolucionario programa
del PRM sembraba ilusiones entre los trabajadores,
corroía ideológicamente la clase obrera... y pese a
que su programa proclamaba como objetivo final el
establecimiento del régimen socialista en México, no
era sino un partido de la burguesía mexicana”73.
Por ejemplo, no fue casual que Laborde,
Secretario General del PCM y promotor de la idea de
ingresar en el PRM, fuera expulsado del Partido en
1940, sin motivo alguno para ello, inculpado de esa
audaz iniciativa que, además, habla sido aprobada
por la Comintern. Sólo pasados varios años sus
méritos fueron apreciados en su justo valor.
Lamentablemente, la interesante y aleccionadora
experiencia mexicana en el desarrollo del
movimiento de frente popular fue interrumpida en
1940, tras haber cesado Cárdenas en sus funciones de
presidente. Sin embargo, la fuerza y el respaldo del
pueblo hicieron posible que Cárdenas llevase a cabo
varias transformaciones progresistas de suma
importancia.
A. Shulgovski con plena justeza puntualiza en el
libro México en un brusco viraje de su historia, que,
gracias a la unidad popular, en la segunda mitad de la
década del 30 “en México existió la posibilidad de
que las fuerzas progresistas se valieran de las
transformaciones sociales para interrumpir la marcha
del país por la vía capitalista y para reforzar las
premisas que permitieran colocado en un nuevo
camino de desarrollo, un camino socialista. Otra cosa
es que esta posibilidad, en función de varias causas,
no se confirmó en la realidad mexicana y no llevó a
alcanzar el objetivo ansiado por las fuerzas
revolucionario-democráticas del país”74.
Pero estos esfuerzos no fueron vanos: pasaron a
engrosar el acervo común de experiencias del
movimiento revolucionario internacional,
contribuyeron a realizar varias e irreversibles
reformas socioeconómicas de contenido democrático
y antiimperialista, salvaron a México de la amenaza
fascista y del yugo imperialista, aseguraron el
progreso de la sociedad mexicana.
Experiencia del frente popular en Chile.
La experiencia de lucha por el frente popular en
Chile en los años 30 reviste especial importancia
incluso para la actualidad. Fue en Chile donde,
debido a los esfuerzos que durante muchos años
aplicaron el Partido Comunista y otras
organizaciones democráticas, en 1938 pudo formarse
-por primera vez en la historia de América Latina- un
gobierno de frente popular.
73
Esbozos de la historia moderna y contemporánea de
México, p. 418.
74
A. F. Shulgovski, Op. cit., p. 11
B. Koval
Los primeros pasos en este sentido se dieron ya
durante la lucha contra la dictadura reaccionaria de
C. Ibáñez (1927-1931), y luego en los 12 días de
existencia de la llamada República Socialista (junio
de 1932), cuando tras un pronunciamiento, la junta
cívico-militar pequeñoburguesa llegada al poder
definió como objetivo la creación de un “socialismo
de Estado”. Los trabajadores manifestaron su apoyo a
la “República Socialista”, si bien para el triunvirato
de la junta gobernante (Puga, E. M. Vetado y C.
Dávila) el “socialismo de Estado” no era nada más
que una política orientada a democratizar el régimen
burgués, distribuir más equitativamente la renta
nacional, fomentar la propiedad cooperativa,
establecer el control estatal sobre las finanzas y el
capital extranjero. Es decir, se trataba de una
posición típicamente pequeñoburguesa y reformista.
Empero, incluso este programa limitado
contribuyó a acrecentar la actividad política de los
trabajadores, ofreciendo, en principio, posibilidades
para desarrollar el movimiento antiimperialista,
democrático y obrero.
El Partido Comunista se mostró escéptico ante el
régimen de la “República Socialista”, sometiendo a
justas criticas su naturaleza pequeñoburguesa. Pero,
desgraciadamente, enfocaba la definición de su
propio programa a través de una óptica sectaria, sin
tener en cuenta la real distribución de las fuerzas de
clases en el país.
El PCCh veía su objetivo central en el
establecimiento inmediato de la dictadura de obreros
y campesinos en forma de Soviets.
A resultas de esta política, a la par con la
proclamación de la “República Socialista”, en
Santiago se formó el Soviet Revolucionario de
obreros, soldados y campesinos, dirigido por Elías
Lafertte, Presidente del PCCh. Órganos análogos se
crearon en varias otras ciudades. Esto implicó la
desunión de las fuerzas democráticas. Y como el
Soviet Revolucionario reclamó que la junta armara
sin dilación a los obreros, las relaciones entre ambos
organismos de inmediato se agravaron
considerablemente.
Cubriéndose con la consigna de que era necesario
dar término al crecimiento de la “amenaza
comunista”, la reacción chilena, en unión con el
imperialismo, derrocó violentamente la “República
Socialista” asestando el golpe principal sobre los
comunistas. En el país se implantó un régimen
dictatorial presidido por C. Dávila, un ex miembro de
la junta transformado en el Cavaignac chileno. A lo
largo de 100 días en todo Chile estuvo ensañándose
el terror blanco. Muchos comunistas y demócratas
fueron encarcelados; las huelgas, aplastadas
cruelmente; los oficiales democráticos, expulsados
del ejército; los mítines y las reuniones, prohibidos;
muchos sindicatos, disueltos. Respaldadas por el
gobierno, florecieron con exuberancia las
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
anticomunistas bandas paramilitares de la
denominada Guardia Civil.
La ofensiva contra las fuerzas democráticas del
país la continuó el gobierno .de A. Alessandri que
subió a la presidencia en diciembre de 1932. Con la
aprobación del Congreso, se legalizó la actividad de
la profascista “Guardia Blanca” que contaba con 50
mil efectivos. A la par con ésta, fueron rápidamente
cobrando fuerza los grupos nacional-socialistas de
orientación proalemana que crearon sus propios
destacamentos de asalto, financiados por monopolios
germánicos e italianos.
Ante las fuerzas progresistas de Chile se planteó
la tarea de frenar el proceso de fascistización, para lo
cual era preciso unirse en la lucha por la democracia.
La iniciativa la tomó el Partido Comunista que se
dirigió a todas las organizaciones progresistas y
democráticas llamando a crear el movimiento de
frente popular.
La Conferencia Nacional del Partido Comunista
de Chile, celebrada en julio de 1933, recalcó que en
el país venían madurando las condiciones para
preparar y llevar a cabo “la revolución burguesa
democrática, cuyo objetivo fundamental consiste en
acabar con la dominación de los monopolios
transnacionales y grandes latifundios”75.
En circunstancias en que crecía el movimiento
obrero y antiimperialista en 1934-1935, los
trabajadores mismos tuvieron la iniciativa de crear
comités locales de resistencia antifascista. Incluso en
el Congreso se formó un bloque de izquierda
integrado por diputados socialistas, demócratas y
radicales-socialistas. En abril de 1935 este grupo, a
titulo de protesta contra la reaccionaria política de
Alessandri, abandonó el Congreso.
En agosto de 1935, los comunistas y
representantes del bloque de izquierda formaron un
frente único para presentarse a las elecciones
complementarias al Senado. Esta coalición reclamaba
que se prohibieran las organizaciones fascistas y se
asegurara la autodefensa popular, y defendía los
intereses económicos y políticos de los trabajadores.
Después del VII Congreso de la Internacional
Comunista, el movimiento por el frente popular, al
que se sumaron sindicatos y organizaciones
campesinas y juveniles, cobró aún mayor
envergadura. Comenzaron a cristalizar también sus
formas orgánicas. En agosto de 1935, el CC del
PCCh dirigió al pueblo un manifiesto sobre la
creación del frente único para defender la paz, la
democracia y la independencia.
El gobierno pretendiendo detener, mediante
ínfimas concesiones y reformas, el desarrollo del
movimiento popular, decidió disolver la “Guardia
Blanca”, pero ya le era imposible sofrenar el ímpetu
75
Encuentro internacional celebrado con motivo del 30
aniversario del VII Congreso de la Internacional
Comunista..., p. 124.
39
39
de las masas. En el transcurso de una lucha difícil y
tenaz, en la que debió superar inmensos obstáculos,
el movimiento por el frente popular fue avanzando
indeclinablemente hacia su formación política y
orgánica.
En febrero de 1936, el Partido Comunista acordó
con los radicales de izquierda un programa de lucha
conjunta, de marcada orientación antiimperialista y
antifascista.
Además, decidieron incorporarse a la plataforma
del frente único el Partido Socialista, el Radical-
socialista y el Demócrata, así como la Confederación
de Trabajadores de Chile y varias organizaciones
antifascistas regionales y locales.
La composición social del frente único era de lo
más amplia. Comprendía obreros, campesinos,
pequeña burguesía urbana, empleados, intelectuales,
estudiantes universitarios, sectores liberales de la
burguesía nacional, oficiales demócratas, o sea, todas
las capas y grupos de la sociedad que se
pronunciaban, si bien de modo diferente y desde
posiciones diversas, en defensa de la democracia, el
progreso y la independencia del país.
En suma, la distribución de las fuerzas de clase y
agrupaciones políticas se perfiló con plena claridad:
de un lado estaba la coalición antiimperialista y
antifascista, del otro, el bloque de la reacción y el
imperialismo. El enfrentamiento entre estos bandos
opuestos determinó toda la vida política de la
sociedad chilena. Del resultado de esta pugna
dependía la solución del problema, determinando si
el país iría por la senda de fascistización o el pueblo
sabría defender y ensanchar la democracia.
Debido a las condiciones políticas objetivas y a la
influencia que tenía el hecho de que la rivalidad
interpartidaria constituía una tradición constitucional,
la lucha parlamentaria adquirió en Chile, a diferencia
de otros países, una importancia central en el
desenvolvimiento del Frente Popular. Mientras, en
Brasil, por ejemplo, prevalecía la forma de lucha
extraparlamentaria e incluso armada, en Chile, los
procesos revolucionarios de la misma época se
desarrollaban de manera pacífica. Se entiende que los
métodos extraparlamentarios de lucha -huelgas,
manifestaciones, labor revolucionaria de agitación y
propaganda y en ciertos momentos, las acciones
armadas (por ejemplo, cuando se establecieron los
Soviets en 1932 o durante los choques con las bandas
fascistas)- también en Chile desempeñaron
importante papel, pero en general, se imponía la vía
de lucha pacífica parlamentaria. Este rasgo se
manifestó especialmente en el proceso que llevó a la
formación y victoria del Frente Popular.
El primer enfrentamiento abierto se produjo
durante las elecciones parlamentarias en marzo de
1937, en las que los diputados del Frente Popular
lograron 65 escaños en la Cámara de los Diputados y
18 en el Senado. Si bien los partidos de derecha
40
obtuvieron mejores resultados (respectivamente, 82 y
27 escaños), aquel fue un considerable éxito de la
izquierda. La segunda batalla se libró en las
elecciones municipales de abril de 1938. El Frente
Popular consiguió un nuevo éxito al obtener la
mayoría en casi todas las provincias salvo en algunas
de las regiones más atrasadas en el sentido político,
donde conservaban su predominio los latifundistas.
Unos 500 representantes del frente fueron elegidos
para los órganos municipales del poder, incluidos los
60 puestos de concejales obtenidos por los
comunistas.
El propósito fundamental del PCCh fue consolidar
la unidad con los socialistas que gozaban de gran
popularidad en las masas. El Pleno del CC del PCCh
(enero de 1938) resaltó que, además de estos
partidos, toda la clase obrera, todo el Frente Popular
estaban interesados en la unidad.
La ampliación del Frente Popular, manifestaba,
era un caso de vida o muerte, y la responsabilidad
por ello recaía principalmente sobre los comunistas y
los socialistas ya que la amenaza del fascismo se
hacía cada vez más patente76.
El tercer y decisivo combate tuvo lugar en las
elecciones presidenciales de octubre de 1938. El
candidato del Frente Popular, el radical de izquierda
Aguirre Cerda, obtuvo la mayor votación. De este
modo, el Frente ganó la batalla.
El camino hacia este triunfo no habla sido nada
fácil. Los partidos integrantes del Frente Popular
tuvieron que vencer no pocos impedimentos,
aprender a transigir, organizar la colaboración
política con quienes se encontraban en posiciones
ideológicas distintas e incluso contrarias, hallar
fórmulas y soluciones aceptables con miras a
conseguir el objetivo central: la unidad de todas las
fuerzas democráticas en la lucha contra la amenaza
del fascismo, la reacción y el imperialismo.
He aquí un ejemplo característico. En la
conferencia de los partidos del Frente Popular (la
“Convención de Izquierda”), efectuada en abril de
1938, debieron celebrarse 14 rondas de votación
hasta que todos sus componentes, incluido el Partido
Comunista, llegaran a la conclusión de que era
necesario elegir un candidato común para la
presidencia del país.
Análogas dificultades surgían con frecuencia y se
debían a distintas causas, pero al fin y al cabo fueron
superadas, aunque, desde luego, las inevitables
transacciones de esta índole no eliminaban
automáticamente, de una vez para siempre, todas las
divergencias ideológicas y políticas existentes entre
los diferentes integrantes de la coalición democrática.
De ahí que la unidad no revistiera carácter absoluto,
sino relativo. El Frente Popular no estaba asegurado
76
Encuentro internacional celebrado con motivo del 30
aniversario del VII Congreso de la Internacional
Comunista... p. 126.
B. Koval
contra disconformidades y crisis que podían
producirse como resultado de cambios en la situación
del país.
Es natural que mucho dependía de la política que
sostendría el nuevo gobierno, pero éste se encontraba
en una situación extremadamente difícil por tener
que conciliar los deseos y las reivindicaciones de
todos los partidos y grupos componentes del Frente
Popular, en cuyo respaldo se apoyaba. El Partido
Comunista, al tomar en consideración esta
circunstancia, decidió abstenerse de participar en el
gobierno pero siguió brindándole el máximo sostén.
La constitución del gobierno del Frente Popular
constituyó un relevante logro político de las fuerzas
progresistas chilenas. En el libro La Internacional
Comunista: breve esbozo histórico se manifiesta a
este respecto: “Dicho éxito, combinado con las
grandes acciones huelguísticas de los obreros,
propinó un serio golpe a las posiciones de la reacción
chilena y el imperialismo extranjero. Los propósitos
reaccionarios de implantar una dictadura militar
fascista fueron desbaratados por las masas... No
obstante, la clase obrera de Chile aún no llegó a jugar
un papel dirigente en el Frente Popular, en lo cual
estribaba la debilidad del mismo”77.
Durante su breve existencia (1938-1941), el
gobierno del Frente Popular no pudo llevar a cabo
profundas transformaciones socioeconómicas. Sin
embargo, consiguió mejorar la situación económica
de los trabajadores, derrotar al movimiento fascista y
conjurar la guerra civil, así como ampliar
considerablemente la democracia, tomar varias
medidas antiimperialistas, confeccionar el plan de
electrificación y fomento industrial, comenzar la
reforma del sistema de instrucción pública, etc. De
no ser por la resistencia de la reacción burguesa, se
hubiera podido hacer mucho más.
En enero de 1941, el ala derecha del Partido
Socialista, con O. Schnacke al frente, insistió en que
socialistas salieran del Frente y, luego, del gobierno.
Los siguió el Partido Radical que se rehusó a
colaborar con los comunistas.
Pero esta acción traicionera no podía determinar
que las fuerzas de izquierda y amplios sectores de
trabajadores renunciaran a la idea del Frente Popular.
Por ello, un año más tarde, los comunistas llegaron a
un acuerdo con los radicales y socialistas, como
también con varios otros grupos, para reconstituir la
unidad sobre una base más amplia, formándose así la
Alianza Democrática.
En las elecciones de febrero de 1942, esta última
obtuvo la mayoría de los votos, pero luego los
radicales volvieron a faltar al acuerdo. Las
divergencias entre los componentes de la Alianza
Democrática otra vez se exacerbaron y, al fin de
cuentas, pese a las acciones conjuntas realizadas en
77
La Internacional Comunista: breve esbozo histórico, p.
454.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
la época de la guerra contra el fascismo, la auténtica
unidad y la verdadera confianza se perdieron.
En el X Congreso del PCCh se apuntaba a este
respecto que en el período de existencia del Frente
Popular lo malo no había consistido en que la clase
obrera actuara en alianza con la burguesía, sino en
que los comunistas y los socialistas actuaran por
separado, y que a veces entre ellos se llegara a
verdaderas batallas fratricidas. Lo malo había
consistido en que incurrieron en el error de
ilusionarse respecto a la burguesía; en que obligaron
a la clase obrera ir a la zaga de aquélla; en que, el
dirigir a la clase obrera no supieron convertirla en la
fuerza hegemónica del movimiento popular; en que
no consiguieron unir al proletariado con los
campesinos a fin de obligar a la burguesía a cumplir
consecuentemente el programa del Frente Popular78.
Sólo en los años de nuevo auge del movimiento
democrático registrado tras la derrota del fascismo,
se dieron las premisas indispensables para reanudar
la colaboración política de la izquierda. La gran
influencia que el PCCh adquirió en las masas entre
1946 y 1947 hizo posible que los comunistas
obtuvieran varias carteras en el gobierno de González
Videla. Sin embargo, al desatarse la ofensiva de la
reacción y comenzar la guerra fría, fueron eliminados
del gobierno y el Congreso y, luego, fue prohibida la
actividad del partido.
Sin embargo, la experiencia del Frente Popular de
la década del 30 no fue vana. La idea de alianza de
las fuerzas democráticas echó profundas raíces y en
una nueva etapa histórica llevó al bloque de la
Unidad Popular a su victoria de 1970.
***
La historia de la lucha por el Frente Popular en
Chile y otros países latinoamericanos muestra que las
formas y los métodos para aplicar una política
estratégica unitaria pueden ser muy diversos, lo que
depende de las condiciones nacionales y de las
particularidades que presentan la distribución de las
fuerzas de clases, las tradiciones, el carácter del
poder existente, etc. En este terreno no se hubiera
podido proponer un patrón ya que todo dependía de
la situación concreta. Especialmente difícil era, según
testimonia la experiencia, aprender a adaptarse a las
circunstancias, enfocar con acierto la solución de los
problemas, saber transigir en el momento oportuno,
atraer a su lado a los vacilantes y, de tal manera,
elevar la conciencia revolucionaria y el grado de
actividad de las masas.
En casi todos los países el Frente Popular chocaba
con un obstáculo para desenvolverse: la tarea de
asegurar que la dirección política de sus actividades
fuere firme y unitaria en medio de la heterogeneidad
política de sus componentes y de las inevitables
divergencias entre los partidos.
78
Encuentro internacional celebrado con motivo del 30
aniversario de la Internacional Comunista..., p. 130.
41
41
La experiencia de muchos países demostró que en
la lucha por la unidad de las fuerzas democráticas y
antiimperialistas fue especialmente difícil conseguir
una sólida alianza entre la clase obrera y el
campesinado. Salvo algunas federaciones
campesinas, guiadas por los comunistas, el grueso de
los campesinos y peones seguía siendo muy pasivo.
Gracias a la estrategia de unidad, se logró pasar de la
etapa de propaganda en favor del bloque obrero y
campesino a la formación orgánica del mismo como
importante “armazón de apoyo” de toda la coalición
democrática.
El rasgo más importante en el desarrollo de la
estrategia unitaria, cualquiera que sea el país donde
ésta se aplicara, fue, como regla, la extrema
inestabilidad de las relaciones entre la vanguardia
proletaria y los elementos urbanos medios,
comprendida la pequeña burguesía. Ello se manifestó
de manera especialmente notoria en las tendencias
vacilantes y los zigzagues de la colaboración política
entre los partidos comunistas y sindicatos de
izquierda, por una parte, y las pequeñoburguesas
corrientes y organizaciones reformistas y
nacionalistas, por otra.
No obstante ser objetivamente aliados en lucha
contra el capital monopolista y la reacción, la clase
obrera y los sectores urbanos pequeñoburgueses
mantenían frecuentemente cierta hostilidad mutua, de
tal manera que, a veces, las divergencias entre sus
organizaciones políticas adquirían un carácter muy
agudo. En los países donde el frente único no pudo
estructurarse orgánicamente ni consolidarse, la causa
principal de su fracaso, producido cuando aún se
hallaba en estado embrionario, fue precisamente este
tipo de antagonismo, desconfianza y alejamiento
recíprocos. Cabe notar que la iniciativa de la escisión
generalmente partía del bando de las fuerzas pequeño
burguesas reformistas, emponzoñadas con el
anticomunismo y propensas a la conciliación
cobarde, pese a que tampoco fue pequeño el daño
causado por las tendencias sectarias registradas en la
política de varios partidos comunistas.
De tal manera, el problema de colaboración
política resultaba ya no sólo una ciencia sino también
un arte: el arte de saber siempre barloventear,
adaptarse y transigir sin sacrificar los principios y sin
perder la fisonomía política propia.
En este terreno, especial lugar correspondía a la
unidad de la propia clase obrera como fuerza
revolucionaria rectora. En todos los países, los
sindicatos de izquierda iban desarrollando una lucha
intransigente contra el imperialismo y el fascismo,
conformando la armazón proletaria de la coalición
democrática.
Sin embargo, muchas centrales sindicales de
tendencia reformista continuaron su colaboración de
clase con la burguesía. En numerosos países las
uniones corporativistas y los lideres sindicales de
42
derecha se pronunciaron enérgicamente contra la
unidad de acción. Pero paulatinamente nuevos y
nuevos grupos de trabajadores iban incorporándose al
movimiento revolucionario, pues la experiencia los
convencía de lo enorme que era la fuerza de la
solidaridad de clase.
La lucha de los comunistas por conseguir una
sólida unidad de acción de las fuerzas
antiimperialistas estaba dirigida contra la política
conciliadora de los grupos nacionalistas burgueses y
pequeñoburgueses que hubieran querido que la
energía revolucionaria del pueblo sirviera los
intereses del capital doméstico.
Los comunistas trataban de lograr que en el
movimiento revolucionario, ya en su fase
democrática, participaran los más vastos sectores de
trabajadores, y hacían todo lo posible por que la clase
obrera se ganara el papel de vanguardia, así como por
vencer la pasividad de las masas, elevar el grado de
su conciencia política y organización.
En los diferentes países la situación era distinta,
pero en casi todos se observaba un entrelazamiento
de varias tendencias paralelas, a saber:
- el movimiento por el frente obrero único, o sea,
la colaboración entre los partidos obreros y los
sindicatos;
- la pugna por la unificación de las fuerzas
democráticas, incluidas las de carácter no proletario
(ligas y comisiones progresistas, asociaciones
femeninas y estudiantiles, etc.);
- las organizaciones de frente único,
antiimperialista y antifascista, comprendiendo la
pequeña burguesía y parte de la media;
- la labor para crear asociaciones campesinas
progresistas y asegurar su colaboración con los
sindicatos clasistas y los partidos comunistas;
- las actividades antiguerreras y el movimiento de
solidaridad internacional.
La combinación y el grado de influencia reciproca
entre estas tendencias poseían una amplia gama de
variantes según las condiciones nacionales concretas.
La rica experiencia acumulada en la década del 30
creó esa tan necesaria reserva política que permitió al
movimiento comunista dar un nuevo e importante
paso adelante en el subsiguiente periodo.
El desarrollo del movimiento revolucionario en
América Latina no se realizaba de modo aislado sino
en la más estrecha ligazón con el avance de todo el
movimiento obrero y comunista internacional. A lo
largo de más de dos decenios este proceso se
desenvolvió mientras existía un solo centro colectivo,
coordinador y dirigente, la Internacional Comunista.
Gracias a esa escuela de trabajo, que era la
Comintern, los partidos comunistas latinoamericanos
pudieron, en las nuevas condiciones históricas,
resolver de manera independiente y creadora los
difíciles problemas de la lucha revolucionaria.
En los años de la segunda contienda mundial, la
B. Koval
vida económica y política de los países
latinoamericanos registró una situación bien original.
Su singularidad consistía en que los medios
burgueses gobernantes, que en la época prebélica
habían considerado los grupos y bandas fascistas
como sus aliados en la lucha contra el movimiento
obrero, después, ante la declaración de guerra a
Alemania y las reclamaciones de las masas, se vieron
obligados a prohibir la actividad de las
organizaciones pronazis, cerrar sus periódicos y
radioemisoras, confiscar sus bienes, etc. Este cambio
de rumbo oficial produjo dos resultados: primero,
casi en todos los países del continente las fuerzas
fascistas de tendencias proalemana y proitaliana
fueron derrotadas de una vez para siempre. Algunos
grupos pasaron a la clandestinidad; en general, la
amenaza del fascismo fue liquidada. El aporte
fundamental en este logro histórico se debe a las
masas populares, sobre todo, a la clase obrera, y no a
los medios nacionalistas de la burguesía liberal que
sólo bajo el impacto de la nueva situación
internacional y las exigencias de la época de guerra
renunciaron a respaldar los movimientos profascistas
en sus países. Este curso correspondía entonces a los
intereses de la política exterior de los Estados Unidos
que aspiraban a fortalecer sus propias posiciones en
América Latina, desalojando al capital germano-
italiano.
Sea como fuere, se acabó con el fascismo en su
variante pronazi.
El segundo resultado -no menos importante- de
los cambios operados en la política interna y exterior
de los gobiernos del continente durante la contienda
fue cierta atenuación de las contradicciones sociales,
cierto aumento de confianza en el carácter patriótico
de la orientación antifascista seguida por la burguesía
gobernante.
Los intereses de clase del capital seguían, desde
luego, oponiéndose a los de la clase obrera, los
antagonismos no desaparecieron, sino que por algún
tiempo -en el periodo de la guerra- se vieron
subordinados a un objetivo central: la derrota del
fascismo. Lo que no pudo menos de traducirse en las
formas y la escala en que se desarrolló la lucha de
clases en aquella época. Es lógico, por ejemplo, que
el movimiento huelguístico aminorara verticalmente,
antes que nada en las esferas que estaban directa o
indirectamente vinculadas a la industria militar.
Además, según la ley, en las ramas de importancia
estratégico-militar las huelgas fueron rotundamente
prohibidas. Pero, aun sin ello, los propios obreros se
daban perfecta cuenta de que la pérdida de horas de
trabajo podrían causar considerable daño a las
operaciones bélicas, por lo cual se declaraban en
huelga sólo en casos excepcionales.
Los partidos comunistas, que en su mayoría
también durante la guerra seguían en la
clandestinidad realizaban una activa labor política
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
entre las masas, dedicándose primordialmente a
fomentar el movimiento de solidaridad antifascista,
consolidar las aspiraciones democráticas de los
pueblos y acrecentar la conciencia política de los
trabajadores.
En la situación creada por la guerra, la lucha de la
clase obrera latinoamericana se desarrollaba en tres
formas básicas:
1) movimiento de solidaridad con la Unión
Soviética y todas las fuerzas antifascistas (mítines,
huelgas de protesta, manifestaciones, colecta de
medios para los fondos de ayuda, etc.);
2) activa lucha contra las fuerzas reaccionarias,
fascistas y profascistas domésticas, continuando, de
una u otra manera, la estrategia del frente popular;
3) intensa labor en la producción de la industria
de guerra para satisfacer las demandas de los países
de la coalición antihitleriana, sobre todo, de los
EE.UU., en su lucha contra el fascismo alemán y el
militarismo japonés (construcción de bases militares,
extracción de valiosas materias primas estratégicas,
etc.).
Especial importancia para elevar la madurez
política de la clase obrera y vigorizar el prestigio de
los partidos comunistas, tuvo el movimiento de
solidaridad con la Unión Soviética, que hacia 1943-
1944 adquirió carácter masivo. Gradualmente, en el
continente se perfiló un nuevo auge del movimiento
obrero y antiimperialista y se produjo un rápido
crecimiento de los partidos comunistas. Las victorias
que en la zona de Moscú y en Stalingrado obtuvo el
Ejército Rojo, la derrota que las infligió a las tropas
fascistas alemanas en la batalla de Kursk, así como
los éxitos comunes de la coalición antihitleriana,
fueron hechos que contribuyeron a activar el
movimiento obrero y antiimperialista
latinoamericano.
En resumen, hacia 1944-1945 se logró una nueva
y más alta meta en el desarrollo del movimiento
obrero y comunista en el continente.
CAPITULO III. DE LA DERROTA DEL
FASCISMO AL TRIU#FO DE LA
REVOLUCIÓ# CUBA#A.
La clase obrera, vanguardia de las fuerzas
revolucionarias.
La derrota del fascismo alemán y del militarismo
japonés en la Segunda Guerra Mundial causó un
poderoso ascenso del movimiento obrero y
democrático en el mundo entero, incluida América
Latina. Bajo la presión de las masas, los medios
gobernantes de muchos Estados del continente se
vieron forzados a liberalizar los regímenes políticos.
Esta circunstancia abrió nuevas oportunidades
para la actividad de los partidos comunistas, muchos
de los cuales, tras un largo periodo de clandestinidad,
conquistaron el derecho de actuar legalmente.
Hicieron su aparición partidos marxistas-leninistas
43
43
nacionales en países donde las fuerzas comunistas
habían estado desunidas (Guadalupe, República
Dominicana, Guatemala, Bolivia, Guyana, Honduras,
Haití).
El factor internacional, por supuesto, desempeñó
un papel decisivo para cambiar la situación política
en Latinoamérica. Pero gran importancia tuvieron
también los heroicos esfuerzos hechos durante la
guerra por la clase obrera y los partidos comunistas,
los que con su valiosa aportación, contribuyeron a la
derrota del fascismo. Todo ello echó los cimientos
para un considerable crecimiento de la fuerza social y
política de la clase obrera latinoamericana.
En la vida de los partidos comunistas se operó un
viraje importantísimo, convirtiéndose muchos de
ellos en organizaciones revolucionarias masivas. A
título de ejemplo, en el Brasil de preguerra, el
partido, que tras ser derrotado en la insurrección de
1935 había sufrido graves golpes, contaba sólo con
3-5 mil militantes. Pero en cuanto salió de la
clandestinidad (abril de 1945), sus filas rápidamente
comenzaron a crecer, llegando hacia mediados de
1947 a 150 mil afiliados. En el Partido Comunista de
Chile militaban en 1940 alrededor de 10 mil
miembros, y hacia fines de 1945, 50 mil. El Partido
Comunista de Cuba pasó en el mismo periodo de 23
mil a 120 mil. A escala de todo el continente, el
movimiento comunista, que en vísperas de la
conflagración mundial abarcaba unos 90 mil, hacia
1947 se cuadruplicó, llegando a la cifra de 370 mil
efectivos79.
La afluencia de nuevas fuerzas equivalía a un gran
paso adelante, si bien es menester tomar en
consideración que en algunos países este proceso se
desarrollaba, en muchos aspectos, de modo
espontáneo. En un afán de ampliar su influencia en
las masas, algunos partidos admitieron el acceso libre
a sus filas para todos los que lo desearan.
Determinada influencia ejercieron las tendencias
liquidacionistas, según las cuales las nuevas
condiciones requerían que, en vez de partidos
proletarios de carácter clasista, se crearan
asociaciones democráticas pluralistas, friables en lo
ideológico y orgánico. Con especial energía
predicaba estas ideas E. Browder, entonces
Secretario General del Partido Comunista de los
EE.UU.
El browderismo fue una forma específica de
oportunismo de derecha y tuvo su origen en varios
factores: primero, en las particularidades de la
política reformista de “nuevo curso” iniciada por
Franklin D. Roosevelt; segundo, en la presión del
tradicional oportunismo de la élite sindical, y tercero,
en las circunstancias creadas por la colaboración
militar entre la URSS y los Estados burgueses,
79
Véase V. I. Ermoláev, A. F. Shulgovski. El movimiento
obrero y comunista en América Latina (desde Octubre
hasta nuestros días) (en ruso), Moscú, 1970, p. 28.
44
miembros de la Coalición Antihitleriana. Este último
factor revistió especial importancia ya que ofrecía al
browderismo un “argumento” especulativo
complementario para su justificación. El propio
Browder, que hasta la disolución de la Internacional
Comunista encabezó su Buró Centroamericano y del
Caribe (México incluido), a lo largo de varios años
interpretó erróneamente la estrategia de frente
popular sosteniendo que su finalidad consistía en
sustituir los partidos comunistas por un partido de
frente popular. Según Browder, la política de los
comunistas orientada a unificar las fuerzas
democráticas desembocaba en la política de creación
de un partido nuevo y más amplio y, por ende, a la
disolución del revolucionario partido marxista-
leninista de la clase obrera. Pero, durante cierto
tiempo, Browder no habló de esto abiertamente,
disimulando su liquidacionismo con los
llamamientos a consolidar la unidad de las fuerzas
democráticas, ensanchar los contactos organizativos
de los partidos comunistas, crear fuertes
organizaciones de frente popular, etc. Luego de
resolverse la disolución de la Comintern, y basándose
en este hecho, Browder osó hablar sobre la
posibilidad y conveniencia de que se autodisolvieran
los partidos comunistas en los países donde se daban
las condiciones para formar vastos frentes
democráticos. Esta idea oportunista recibió un nuevo
impulso en 1944, cuando Browder interpretó la
Conferencia de Yalta -entre los países de la Coalición
Antihitleriana- como una especie de señal para
fomentar la “colaboración de clases” entre el trabajo
y el capital, en el marco nacional de cada país. Sólo
faltaba un paso para plantear claramente la necesidad
de liquidar los partidos comunistas y sustituirlos de
inmediato por asociaciones democráticas masivas. El
peligro del browderismo estribaba en que la
tendencia liquidacionista se encubría con el
llamamiento a crear grandes organizaciones
revolucionarias y democráticas de masas, a formar un
“partido-frente”, etc. En el contexto del auge general
de democracia, a algunos les pareció que, por tal vía,
Browder y sus partidarios podrían estimular
realmente el avance de la lucha, y que, de tal manera,
continuaban la linea del VII Congreso de la
Internacional Comunista. Sólo después de que J.
Duclos, en nombre del PCF, publicó una carta abierta
en la que criticaba severamente al browderismo, se
desplegó una seria lucha ideológica y política contra
el oportunismo de derecha y el liquidacionismo. Esta
lucha fue especialmente aguda en los partidos
comunistas de los países de Centroamérica y en
México; parcialmente lo fue también en Brasil y
otros países donde el browderismo tenía no pocos
adeptos. Allí, sin embargo, los browderistas no
rebasaron el marco de los grupos fraccionistas y no
ganaron posiciones dirigentes, como sucedió en el
Partido Comunista de los EE.UU., pero no por eso su
B. Koval
peligro fue menor. De ahí que las fuerzas marxistas-
leninistas sanas desarrollaran la más enérgica lucha
contra esta tendencia. Los primeros en intervenir
fueron los comunistas de Cuba, luego, los de México,
Brasil y otras naciones. En breve plazo se acabó con
el liquidacionismo. Este no había echado profundas
raíces en América Latina; empero, originó una
disminución temporal de las condiciones exigidas a
quienes manifestaban su deseo de ingresar en el
partido.
La afluencia de nuevos militantes incorporados
sin control al movimiento comunista; el entusiasmo
que por el parlamentarismo provocaba la
liberalización general de la vida política, en fin, las
tendencias browderistas, eran hechos que
obstaculizaban el establecimiento de una firme
disciplina partidista, conducían al fraccionismo y
debilitaban la función dirigente del núcleo probado
del partido. Estos elementos negativos que
acompañaban el crecimiento del movimiento obrero
y campesino eran subproducto del histórico paso del
proceso revolucionario a una nueva y más alta fase
de desarrollo.
Las elecciones parlamentarias y municipales
efectuadas en muchos países entre 1945 y 1946
constituyeron una primera e impresionante
demostración de que había aumentado la fuerza
política del movimiento obrero y comunista. Para
sorpresa de muchos, los partidos comunistas que
acababan de salir de la clandestinidad pudieron
alcanzar destacados éxitos. Antes de la guerra, sólo
habían tenido sus diputados en los parlamentos de
Uruguay y Chile. En 1947 habla grupos comunistas
en las cámaras legislativas de 12 países
latinoamericanos. En las elecciones municipales de
Cuba y Chile, los partidos marxistas-leninistas
obtuvieron la mayoría relativa de votos. En Brasil, el
grupo comunista en el Congreso Nacional era de 15
diputados. Más de 500 comunistas fueron elegidos
alcaldes, concejales municipales, prefectos. En
Ecuador, los comunistas ganaron 13 escaños en el
parlamento, en Perú 5, en Chile 21, en Uruguay 6 y
en Cuba 12.
En total, en los primeros años de posguerra a los
cuerpos legislativos supremos de los países
latinoamericanos se habían incorporado más de 100
diputados comunistas que desplegaban una dinámica
labor política defendiendo los intereses de los
trabajadores. Era un importante éxito de la izquierda
que, por primera vez, había conquistado el derecho
de representar a las masas populares en los
parlamentos.
En Chile, durante 6 meses (noviembre 1946 -
abril 1947) los comunistas Carlos Contreras Labarca.
(Secretario General del PCCh), Víctor Contreras y
Miguel Concha integraron el gobierno de González
Videla.
En Ecuador, en mayo de 1944, tras la insurrección
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
popular contra la dictadura reaccionaria de Arroyo
del Río, el poder pasó a la Alianza Nacional que
reunía todas las fuerzas de oposición, comprendidos
los comunistas. El representante de estos últimos
formó parte del gobierno de Velasco Ibarra hasta
enero de 1945.
En Cuba, los comunistas Juan Marinello y Carlos
Rafael Rodríguez también desempeñaron puestos
ministeriales entre 1943 y 1944.
El hecho de que representantes de la clase obrera
obtuvieran el derecho de laborar en el parlamento, y
de que en algunos países, incluso se les otorgaran
carteras ministeriales, ponía en evidencia el gran
avance del movimiento comunista como real fuerza
política. Y aunque la posibilidad de actuar en los
supremos órganos de poder no duró mucho, esta
actividad dejó una profunda impronta en la historia
de América Latina. Gracias a los diputados
comunistas, en las constituciones de varios países se
insertaron importantes artículos democráticos. A
iniciativa de los mismos, se aprobaron nuevos
decretos sobre el trabajo, comenzaron a prepararse
reformas agrarias y a adoptarse medidas para
nacionalizar los recursos naturales.
Los éxitos del movimiento obrero y comunista en
1945-1947 eran explicables por 3 factores
fundamentales:
1) el cambio cardinal de la situación internacional
a favor de las fuerzas del socialismo, la democracia y
el progreso, debido a la derrota del fascismo en el
transcurso de la Segunda Guerra Mundial, así como a
la formación del sistema mundial del socialismo que
incidió enormemente en el ambiente mundial;
2) la profunda crisis en que se hallaba el poder
económico y político de los grupos proimperialistas
de la oligarquía burguesa y terrateniente
latinoamericana, grupos que durante muchos años se
habían orientando al terror y la violencia en la
política interior, y a la colaboración con el
imperialismo internacional en la política exterior;
3) el crecimiento de la combativa actividad
antiimperialista desplegada por los más amplios
sectores de trabajadores y, sobre todo por el
proletariado, bajo el aliento de la histórica victoria de
los pueblos sobre el fascismo.
Hacia fines de la guerra, el proletariado
latinoamericano se transformó en una inmensa fuerza
social. En los años del conflicto bélico se acrecentó
considerablemente y, en grado desconocido hasta
entonces, se fortalecieron los destacamentos del
proletariado fabril. Países como Argentina, Brasil y
México contaban, cada uno, con un proletariado
industrial que sobrepasaba el millón de personas;
hacia 1950, en todo el continente habla 10 millones
de obreros. La proporción de los obreros fabriles
(empresas con más de 20 personas ocupadas en la
producción) en el total de los que trabajaban en la
industria alcanzaba al 72,8% en Brasil (1950), al
45
45
68,1% en Argentina (1954), a más del 60% en
México, Chile, Colombia, Uruguay, Venezuela y
Cuba.
Esto significaba que se había realizado un
considerable progreso en el desarrollo de la clase
obrera, elevándose el nivel de su concentración y
consolidándose su combativo núcleo revolucionario.
No fueron pocos los cambios operados en la
estructura social de los trabajadores del campo, más
de la mitad de los cuales se convirtieron en peones
jornaleros (en 1950, en el agro trabajaban más de 10
millones de asalariados)80.
Tan importantes modificaciones producidas en la
estructura social de los trabajadores urbanos y
agrícolas crearon una base objetiva para el auge del
movimiento obrero de masas. Los empleados,
estudiantes e intelectuales participaban cada vez más
activamente en la lucha huelguística. Los vínculos
entre el movimiento obrero y el antiimperialista se
estrechaban de día en día y, entrelazándose, se
fusionaban en un proceso revolucionario único.
El movimiento obrero y antiimperialista se
hallaba, pues, en ascenso y obtenía éxitos evidentes
en la lucha contra la reacción: en abril de 1944 cayó
la dictadura de Martínez en El Salvador, en marzo
del mismo año había triunfado la Alianza
Democrática en Ecuador, y en octubre se produjo una
insurrección popular armada en Guatemala,
constituyéndose el gobierno democrático de Juan
José Arévalo; crecía el prestigio político de los
partidos comunistas, se consolidaban los sindicatos
progresistas y se fortalecía el movimiento campesino.
Todo ello alarmó muy seriamente al imperialismo
internacional y la reacción doméstica. Como si
obedecieran a una orden, los reaccionarios
latinoamericanos pasaron a la ofensiva, dirigiendo su
ataque principal contra el movimiento obrero. Entre
fines de 1947 e inicios de 1948, en la mayoría de los
países los comunistas, otra vez puestos fuera de la
ley, se vieron obligados a pasar a la clandestinidad.
Varios gobiernos rompieron las relaciones
diplomáticas con la URSS. Bajo la bandera de la
lucha contra la “amenaza del comunismo”, en
setiembre de 1947 se firmó el Pacto de Defensa del
Hemisferio Occidental. En todas partes se fueron
implantando regímenes militares, reaccionarios y
dictatoriales. En mayo de 1940, bajo la égida de los
EE.UU. se creó la Organización de Estados
Americanos que proclamó, como uno de sus
objetivos básicos, la “consolidación de la seguridad
interna”, esto es, la lucha contra las fuerzas
democráticas.
Se generalizó un ambiente de histeria
anticomunista en medio de burdas arbitrariedades
policiales; en lo económico y político los EE.UU.
intervenían en forma abierta o disimulada; una serie
80
Véase El proletariado de América Latina (en ruso).
Moscú, 1968, pp. 18-19,31, 48-70.
46
de golpes de Estado de signo reaccionario,
sancionados por Washington, causaron un cambio
radical en la situación latinoamericana, dificultando
al extremo la actividad de los partidos comunistas,
muchos de cuyos eminentes revolucionarios cayeron
asesinados por verdugos y mercenarios.
A resultas del terror desatado a escala continental,
la reacción pudo afirmarse en el poder y restablecer
las posiciones perdidas entre 1945 y 1947.
Amedrentados por las persecuciones y represalias,
los elementos vacilantes que se habían sumado a la
lucha en los primeros años de posguerra,
cobardemente renunciaron a seguir participando en el
movimiento obrero y comunista. Como
consecuencia, los partidos comunistas decrecieron
numéricamente, llegando su militancia a la cifra
aproximada de 280 mil, pero en cambio el
movimiento se vio más cohesionado en el plano
político y orgánico. Al superar las privaciones más
duras, la clase obrera y su vanguardia política
revolucionaria continuaban su lucha heroica y
abnegada, conduciendo a los trabajadores adelante,
hacia nuevas batallas.
El enfrentamiento entre las fuerzas del progreso y
las de la reacción adquirió especial agudeza e
intransigencia durante la guerra fría. En esta lucha, la
clase obrera y sus partidos marxistas-leninistas
actuaban como vanguardia de todas las fuerzas
democráticas y antiimperialistas.
El éxito de la pugna por la hegemonía del
proletariado en el movimiento antiimperialista
dependía de dos condiciones interrelacionadas:
1) que se superara la influencia ideológica y
política de los medios burgueses nacionalistas que
pretendían arrastrar las masas al inofensivo cauce del
reformismo controlado “de arriba” y de la “armonía
social”;
2) que se asegurara la unidad de la clase obrera
misma y, sobre todo, de los sindicatos.
Partiendo de esta doble tarea, los partidos
comunistas, venciendo inmensos obstáculos,
desarrollaron una dinámica labor ideológica y
organizativa. A este respecto, hicieron una aportación
relevante en la lucha por unificar el movimiento
sindical, que, a causa de la traición de los líderes de
derecha, se había dividido en tendencias opuestas.
Los sindicatos progresistas, unidos desde 1938 en
la Confederación de Trabajadores de América Latina
(CTAL), guiada por los comunistas, contaban con
unos 4 millones de miembros. En muchos países
(Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica,
Cuba, México, Chile, Uruguay, Ecuador) existían
grandes centros sindicales nacionales que sostenían
firmemente la lucha clasista y antiimperialista.
Varios de ellos se incorporaron a la Federación
Sindical Mundial (FSM), fundada en 1945.
A fin de debilitar el movimiento obrero
revolucionario, los reformistas y la burocracia
B. Koval
sindical de AFL, con activa ayuda financiera de los
medios empresariales de los EE.UU., crearon en
1951 una central continental reaccionaria, la llamada
Organización Regional Interamericana de
Trabajadores (ORIT) que abarcó unos 6 millones de
miembros. Con ello se asestó un serio golpe a la
unidad del movimiento sindical, pues una parte
considerable del mismo siguió a los líderes gremiales
de derecha que abrazaban las posiciones
anticomunistas y propugnaban la “armonía entre los
intereses del trabajo y los del capital”. La élite de la
ORIT siempre intercedió y sigue intercediendo en
provecho del gran business estadounidense,
pronunciándose contra la unificación de los
sindicatos sobre una común plataforma de lucha en
defensa de los intereses de los trabajadores.
Los partidos comunistas y los sindicatos clasistas
no podían, lógicamente, aceptar esta política
oportunista, y desplegaron enérgicas acciones contra
la línea traicionera de ORIT y por la unidad de la
clase obrera, contra el aislacionismo y el
economismo panamericanos y por el ensanchamiento
de los vínculos con las centrales internacionales de
los sindicatos progresistas.
Contra la política proimperialista de la ORIT se
pronunciaron los sindicatos católicos, bien que
basándose en criterios nacionalistas y reformistas
pequeñoburgueses. En 1954, estas organizaciones
constituyeron la Confederación Latinoamericana de
Sindicalistas Cristianos cuyas filas agrupaban un
millón 200 mil personas.
Buscando desenvolver el movimiento sindical en
base a una plataforma de reivindicaciones clasistas y
antiimperialistas, los comunistas sostuvieron una
línea orientada a desarrollar centrales sindicales
autónomas y progresistas que no estuvieran
vinculadas formalmente con las federaciones
internacionales o nacionales. Eso hizo posible crear
una corriente independiente que, representando a
unos 6 millones de miembros, colaboraba en los
aspectos más importantes con la CTLA y la FSM, sin
estar ligada a ellas orgánicamente.
De este modo, en el movimiento sindical
latinoamericano de posguerra se perfilaron
claramente tres tendencias básicas:
1) izquierdista: la CTLA y las centrales
progresistas autónomas que, en total, sumaban
alrededor de 10 millones de trabajadores; a su cabeza
se encontraban los comunistas;
2) centrista: los sindicatos cristianos que sostenían
una orientación pequeñoburguesa, nacionalista y
reformista, y se pronunciaban contra el curso
reaccionario de la ORIT; en varios casos concretos
colaboraron con los comunistas;
3) derechista, oportunista y proimperialista: los
sindicatos de la ORIT (“oritistas”), que, guiados por
su ensañado anticomunismo y antisovietismo,
respaldaban al imperialismo de los EE.UU. y a su
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959 47
47

política internacional. más importantes.

En estas condiciones, los comunistas tuvieron que La clase obrera que a lo largo de varios decenios
cargar sobre sus hombros la enorme responsabilidad se había pronunciado activamente contra la agresión
de conseguir la unidad de las masas. En ciertos casos, y la guerra, también esta vez se puso en las primeras
se pudo incorporar a acciones conjuntas a algunas filas de luchadores por una paz sólida y democrática.
organizaciones sindicales de base, de tendencia A la par con el poderoso movimiento huelguístico de
“oritista”. La línea de la unidad de acción se aplicaba protesta contra la política reaccionaria del Pentágono
con especial éxito en el transcurso de las luchas y los militarotes latinoamericanos, los obreros
huelguísticas de los trabajadores. tomaron parte activa en la creación de numerosos
En la época de posguerra, el número de comités de partidarios de la paz. Las fuerzas
huelguistas iba creciendo cada año, lo que ponía en patrióticas de todo el continente instrumentaron una
evidencia la capacidad de combate de la clase obrera campaña en pro del Manifiesto de Estocolmo (1950-
y otros grupos de trabajadores. 1951). Más de 10 millones de trabajadores
latinoamericanos pusieron su firma bajo este
Dinamismo del movimiento huelguístico en América documento histórico. Un año después, fueron más de
Latina81 12 millones las personas que suscribieron el
Número de participantes en las huelgas, Llamamiento del Consejo Mundial de la Paz a
Año
en millones concertar el Pacto de Paz entre las cinco grandes
1945 0,6-0,8 potencias.
1946 1,0-1,5 En setiembre de 1949, en México se celebró un
1947 0,7 congreso continental en defensa de la paz, en el que
1948 0,8-1,0 participaron unos 1.000 delegados de 19 países
1949 2,5 latinoamericanos. En los documentos del congreso se
1950 3,0 reflejaba la voluntad de millones de trabajadores, su
1951 2,5 sincera vocación por la paz, la decisión de pugnar por
1952 4,5 la soberanía nacional, contra los intentos de arrastrar
1953 5,6 a América Latina a la órbita de la reaccionaria
1954 7,4 soldadesca internacional.
1955 9,1 En cuanto a su contenido, la lucha por la paz se
1956 9,7 entrelazaba de modo orgánico con el desarrollo de
1957 8-9 todo el movimiento obrero y antiimperialista que en
1958 11,8 el periodo de posguerra más de una vez dio origen a
grandes acciones revolucionarias, echando los
El movimiento huelguístico de masas se destacaba cimientos indispensables para el triunfo de la primera
por su vigoroso empuje y su gran variedad de las revolución socialista en América Latina.
formas. En algunos países (Argentina, Chile, Brasil, En cada país, desde luego, estos procesos se
Cuba, Uruguay), a iniciativa de los comunistas más desarrollaban conforme a la situación concreta del
de una vez se efectuaron huelgas nacionales. mismo, pero en su conjunto, creaban en el continente
Las acciones que los trabajadores realizaban en el clima político favorable para la lucha de la clase
defensa de sus intereses económicos (salarios, obrera y los partidos comunistas.
empleo, vivienda, etc.) se combinaban de modo Rasgo común de la situación registrada en
orgánico con grandes acciones políticas, cuyos vísperas de la Revolución Cubana, es decir, en el
promotores y dirigentes casi siempre eran los decenio de 1950, fue la acentuación de las
partidos comunistas. Entre los relevantes contradicciones entre el imperialismo de los EE.UU.
movimientos de esta índole debe catalogarse, sin y los pueblos de América Latina. Esas
lugar a dudas, la heroica lucha en defensa de la paz. contradicciones existían ya antes de la guerra, pero
En la segunda mitad de la década del 40 y en la estaban embrolladas con la rivalidad existente en la
del 50, la política agresiva del imperialismo revistió lucha por el poder entablada entre la burguesía
caracteres especialmente peligrosos: la formación del doméstica en desarrollo y la conservadora oligarquía
bloque militar noratlántico, el fomento de la alianza feudal-terrateniente. El imperialismo, sin dejar de
militar panamericana, la intervención estadounidense mantener estrechos vínculos con los medios agrarios
en Corea en 1950, la creación de nuevas bases y comerciales, venia inclinándose paulatinamente
militares en territorios latinoamericanos, el hacia la alianza con las burguesías nacionales.
crecimiento general del militarismo, etc. En esta Esta tendencia se manifestó con meridiana
situación, la cuestión de la paz se planteó entre las claridad ya en la época de la crisis y de las
revoluciones antioligárquicas de los primeros años
30.
81
El proletariado de América Latina (en ruso). Moscú, En el periodo de posguerra, debido a la
1968, p. 255.
48
consolidación de la burguesía industrial
latinoamericana, comenzaron a recrudecer sus
desavenencias con el imperialismo, causando, en una
serie de casos, una aguda rivalidad (Brasil,
Argentina, Venezuela, Colombia).
La clase obrera y sus partidos, que no podían
prescindir de esta importante circunstancia, buscaban
aprovechar al máximo las aspiraciones
antiimperialistas de los sectores nacionalistas y
reformistas de la burguesía doméstica. Pero cabe
decir que, al hacerlo, tenían que enfrentar crecientes
obstáculos que obedecían a la agravación de las
contradicciones entre el trabajo y el capital, y, sobre
todo, entre la clase obrera y la burguesía.
En función de este complejo entrelazamiento de
diversos antagonismos sociales y nacionales, los
procesos revolucionarios en el periodo comprendido
entre la derrota del fascismo y el triunfo de la
Revolución Cubana se desarrollaron de modo
desigual, a veces provocando una intensificación de
los movimientos nacionalistas masivos bajo la égida
de los medios burgueses reformistas y con la más
activa participación de vastos sectores de
trabajadores, a veces originando una extrema
exacerbación de la rivalidad entre el trabajo y el
capital en lo ideológico y lo político, hasta tal punto
que la burguesía gobernante llegó a la represión y el
terror. Generalmente, uno y otro caso se
desarrollaban simultáneamente, entrelazándose del
modo más estrafalario y obstruyendo el
desenvolvimiento general del proceso revolucionario.
En esta contradictoria y compleja situación
histórica, en América Latina se registraba un proceso
de paulatina maduración de las premisas objetivas y
subjetivas para que se produjera un nuevo ascenso
del movimiento obrero y antiimperialista y se
lograran profundas transformaciones revolucionarias.
En la década del 50, en varios países adquirieron
especial importancia las relaciones entre la clase
obrera, dirigida por los comunistas, y el movimiento
populista de carácter antiimperialista, guiado por los
círculos burgueses nacionalistas. En este sentido,
Brasil y Argentina ofrecen un ejemplo palmario.
El proletariado brasileño y el populismo
antiimperialista.
En el periodo de posguerra, complicados y
contradictorios acontecimientos políticos saturaron la
historia de la lucha clasista y del movimiento
antiimperialista en Brasil, el mayor Estado
sudamericano. Sin embargo, lo esencial consistía en
que objetivamente la clase obrera empezaba a jugar
un papel activo en todos los procesos políticos de
alguna importancia; además, las acciones clasistas y
patrióticas (esto es, antiimperialistas) de los obreros
iban fusionándose cada vez más, complementándose
y enriqueciéndose mutuamente.
El proletariado brasileño empleaba el arma de la
B. Koval
huelga de modo acertado, defendiendo sus intereses,
no sólo los económicos sino también los políticos de
alcance nacional. En 10 años (1947-1957) el
promedio anual de huelguistas creció de 150 mil a
800 mil, cifra que en 1954 se elevó a un millón 200
mil.
A iniciativa del Partido Comunista Brasileño, se
consiguió organizar varias huelgas nacionales en las
que tomaron parte simultáneamente más de un millón
de trabajadores (por ejemplo, la huelga del 2 de
setiembre de 1954, realizada en Sao Paulo).
El desarrollo del dinámico movimiento obrero
ejerció enorme influencia sobre el proceso general de
la lucha democrática contra el imperialismo y la
reacción, así como sobre la política de los sectores
nacionalistas de la burguesía, la cual se vio entonces
forzada a tomar en consideración el estado de ánimo
imperante en las masas. Así, no fue casual que,
además del poderoso movimiento huelguístico, en
Brasil adquiriera auténtico carácter nacional la lucha
en defensa de las riquezas naturales del país frente al
pillaje realizado por los monopolios trasnacionales.
La consigna “¡El petróleo es nuestro!” unió a todas
las fuerzas patrióticas, sobre todo a la clase obrera.
Presionado por las acciones de masas, el gobierno
burgués nacionalista de G. Vargas emitió en octubre
de 1953 un decreto por el que se creaba la compañía
petrolera estatal Petrobras. Fue ésta una relevante
victoria de las fuerzas antiimperialistas que, en abril
de 1954, fundaron una masiva organización
patriótica, la Liga de Emancipación Nacional.
Frente al imponente auge del movimiento obrero
y antiimperialista, los medios gobernantes
orquestaron una campaña propagandística con miras
a encauzarlo hacia el nacionalismo burgués.
Conforme a la política de Vargas, las medidas
antiimperialistas sólo eran admisibles “de arriba” y a
condición de que se lograra la “paz social” en el país,
un pleno apoyo al gobierno y el cese de la
“subversiva actividad comunista”. Esta línea fue
sostenida con especial empeño por el gobernante
Partido Trabalhista, creado en 1945 a iniciativa de
los medios burgueses reformistas.
La propaganda nacionalista atrajo a una parte
considerable de los trabajadores, e incluso de los
obreros, pero esta vez la burguesía no consiguió
someter a su control al movimiento de masas, como
lo hizo el mismo Vargas en 1930. Las independientes
acciones patrióticas de trabajadores, sobre todo, del
proletariado, iban adquiriendo carácter cada vez más
organizado, dándole combatividad a todo el
movimiento inspirado en el amor al país.
En la lucha por realizar la primera etapa de la
revolución -la etapa democrática y antiimperialista-,
no era la burguesía, sino solamente la clase obrera la
que podía desempeñar el papel de fuerza dirigente, lo
que se planteó por vez primera en el periodo del
Frente Popular, en 1935. Luego, pasados 10 años, el
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
proletariado empezó a actuar en las primeras filas de
los que luchaban por restablecer la democracia, y en
1945-1947 alcanzó considerables éxitos. En los años
subsiguientes, el movimiento obrero siguió
acrecentándose y más de una vez frustró las
tentativas reaccionarias de acabar con las conquistas
democráticas de los trabajadores.
Al aumentar la influencia política de la clase
obrera y sus organizaciones, los elementos
nacionalistas burgueses se vieron forzados a encarar
seriamente el problema de relaciones en el campo
laboral. Los presidentes Getulio Vargas (1950-1954)
y Juscelino Kubitschek (1956-1960), tratando de
controlar los sindicatos, utilizaron la táctica de las
concesiones y reformas realizadas bajo la bandera del
nacionalismo.
Con ello entendían promover, bajo la dirección
del gobierno, la unidad “patriótica” entre las fuerzas
del trabajo y del capital, establecer la armonía y la
colaboración de todas las clases para estabilizar el
“orden social” y asegurar el desarrollo económico de
la nación. El propio desarrollo económico era
considerado como un fin en sí, sin considerar a costa
de quién podría obtenerse. En opinión de los medios
gobernantes, no sería posible alcanzar el progreso si
no se continuaba aumentando la explotación de los
trabajadores, o sea, de la mayoría abrumadora de la
nación; y todo ello, para que prosperara la minoría
explotadora. Y cuando los trabajadores oponían
resistencia a dichos propósitos, la policía,
cumpliendo órdenes del gobierno, aplastaba
violentamente las huelgas y manifestaciones,
desencadenaba amplias represalias contra las fuerzas
democráticas, ante todo contra los comunistas.
El peligro del nacionalismo burgués consistía en
que condenaba a la clase obrera a mantener una
docilidad pasiva y a respaldar al capital nacional,
cuyos ideólogos propugnaban la falsa tesis de que en
los países subdesarrollados, Brasil incluido, el
socialismo sólo podía surgir basándose en el máximo
progreso del capitalismo doméstico.
Al apoyar la tendencia antiimperialista de la
burguesía nacional, su afán de acelerar con las
reformas el desenvolvimiento de la economía del
país y lograr mayor independencia, los comunistas, al
mismo tiempo, explicaban a las masas el sentido
clasista de la ideología burguesa nacionalista, su
carácter perjudicial y peligroso. El reformismo
burgués nacionalista y el movimiento populista de
masas, vinculado con aquél, eran, según el PCB,
incapaces de resolver los problemas palpitantes del
país, ya que objetivamente llevaban a subordinar los
intereses de los trabajadores a los propósitos egoístas
del capital nacional y a establecer el control
gubernamental sobre el movimiento obrero y
antiimperialista. El Partido Comunista Brasileño se
esforzaba por impulsar las masas a que, con pleno
conocimiento e independencia, emprendieran
49
49
acciones patrióticas y una auténtica lucha
revolucionaria en defensa de los intereses del pueblo.
Gracias a la enérgica labor política de los
comunistas entre las masas, los sectores burgueses
nacionalistas no consiguieron someter a su control el
movimiento obrero.
Es forzoso tener en cuenta que en aquel periodo
los intereses de los trabajadores y los de los grupos
progresistas de la burguesía nacional coincidían en
cierta medida, sobre todo al oponerse a las
pretensiones expansionistas de los monopolios
norteamericanos y al conservadurismo de la
oligarquía agraria terrateniente. La convergencia
temporal y parcial de los objetivos inmediatos de
distintos sectores y grupos sociales, registrada en
Brasil en la década del 50, hizo que surgiera un
movimiento nacionalista policlasista. La clase obrera
tomaba activa parte en el mismo; sin embargo, no se
dejaba llevar de la rienda por la burguesía, actuando,
en varios aspectos, como fuerza independiente. El
mejor testimonio de ello era el dinamismo con que se
desarrollaba la lucha huelguística, a despecho de la
voluntad y los deseos de la burguesía gobernante que
abogaba por la “paz social”.
El problema de los movimientos nacionalistas
masivos (el populismo) en los países
latinoamericanos es uno de los más intrincados y
discutibles. Es que en las condiciones creadas por la
dependencia imperialista y la pervivencia del
latifundismo, así como por el desarrollo del
capitalismo doméstico y sus antagonismos sociales,
es inevitable que se produzca una situación
contradictoria y enmarañada en extremo. De modo
especialmente complicado se combinan y enfrentan
los intereses de clase de los diferentes participantes
en la lucha antiimperialista y antioligárquica, en
primer término, los de la clase obrera y los de la
burguesía nacional. Aliadas en esta pugna, a la vez
son antagonistas sociales. Con frecuencia, esta
contradicción hace que las masas, incluida una parte
del proletariado, en determinada etapa sean
arrastradas espontáneamente al cauce del
movimiento nacionalista dirigido por los elementos
burgueses antiimperialistas. De este modo, surgen los
movimientos de tipo populista.
La concepción burguesa del populismo se
caracteriza por considerar que en esta tendencia
participan las “clases populares”, en las que
habitualmente se ve esa “mayoría que no ocupa
posiciones de alto prestigio o poder, o educación, o
situación económica, etcétera”82. Pero este enfoque,
aparentemente correcto, pretende esfumar el carácter
social de esa “mayoría” y su lugar en la sociedad.
Varios sociólogos burgueses renuncian rotundamente
a definiciones precisas, maniobrando a sus anchas
82
G. Germani. Psicología de la modernización. Estudios
teóricos y metodológicos aplicados a América Latina.
Buenos Aires, 1969, p. 71.
50
con el término “masas”. En la mayor parte de sus
estudios, los sociólogos burgueses consideran que el
populismo es una instintiva manera de obrar, propia
de la multitud, o de la plebe. Hasta hoy está en boga
la idea del filósofo español Ortega y Gasset sobre
cierto “instinto social” de toda persona que,
presuntamente, se esfuerza por imitar a otra que lo
supera por sus cualidades. En este sentido, se define
el populismo como una conducta de las masas
originada en el afán con que la gente sencilla trata de
remedar a un jefe, líder o caudillo que posee el don
divino de llevarse tras de sí a otros (el llamado
carisma).
El conocido sociólogo argentino Torcuato S. Di
Tella califica el populismo latinoamericano como
una forma específica de “movimiento político que,
aunque se funda en el apoyo de las masas proletarias
urbanas o del campesinado, no se origina en la acción
autónoma y organizada de cada uno de estos
sectores. Además, ese movimiento también encuentra
respaldo en sectores no proletarios que sostienen
ideologías anti-statu quo”83. Estos movimientos
masivos, según opina Di Tella, sólo son explicables
en áreas y países subdesarrollados o 'factor' del desarrollo social sólo donde, cuando y en
“insuficientemente instruidos”, como una especie de
“revolución de crecientes expectativas”, como una
corriente de “entusiasmo colectivo”.
Esta evaluación es justa en medida considerable,
pero sería erróneo, como lo dice Di Tella, subestimar
el papel de las clases y la lucha clasista, ya que el
populismo no es sino una forma específica de esta
lucha.
En la América Latina del siglo XX, el populismo
hizo su primera aparición entre finales de los años 20
e inicios de los 30, es decir, cuando el movimiento
obrero, suficientemente desarrollado y masivo, ya
tenía sus organizaciones gremiales y políticas. En el
campo se desenvolvía una aguda lucha de clases. No
obstante, en muchos países, en uno u otro periodo y
en mayor o menor medida, surgían movimientos
populistas de orientación antioligárquica y
antiimperialista, aparecían líderes y partidos
nacionalistas. Masas considerablemente vastas,
obreros incluidos, participaban en esos movimientos
y seguían a esos lideres, lo que no era casual.
Al analizar el populismo, los marxistas-leninistas
dan preferencia al rol de las masas, sin subestimar,
por supuesto, la influencia y la autoridad de los
líderes nacionalistas. Ya G. Plejánov habla señalado
que si el líder sabe (entiende, siente, conjetura) qué
dirección toman los cambios operados en la vida
social y económica, tiene la posibilidad de influir en
el ánimo de las masas y que “influir en la psiquis
83
Di Tella, Torcuato S. Populism and Reform in Latin
America. In: Obstacles to Change in Latin America. New
York, 1965, p. 47.
B. Koval
social es influir en los acontecimientos históricos”84.
Pero esta influencia no es absoluta, sino relativa; en
cambio, el influjo de las masas no es relativo sino
absoluto.
Los marxistas no niegan que los políticos
destacados poseen capacidades especiales. A título
de ejemplo, V. I. Lenin más de una vez reconoció en
ellos cualidades tales como la de saber expresar el
estado de ánimo de las masas, saber “infundirles un
espíritu de protesta o acción (que muy a menudo
yace oculto, inconsciente, sin despertar”)85.
Sin embargo, entre la posición que ocupa, la
sociología burguesa y el enfoque marxista, hay una
enorme distancia. Para M. Weber y sus adeptos
contemporáneos, la voluntad de los “líderes
carismáticos” es capaz de irrumpir profundamente en
la historia, transformar la sociedad, infringir las leyes
económicas.
En su época, G. Plejánov, que desde posiciones
marxistas dilucidó el verdadero papel de las grandes
personalidades en la historia, dio una magnifica
réplica a semejante idealismo sociológico. “El
carácter de la personalidad -escribía- constituye un
tanto se lo permiten las relaciones sociales...”86
No son los “líderes carismáticos” ni los héroes
aislados o mesías-caudillos sino las masas populares,
los trabajadores, los que actúan como principales
héroes de la historia, como su fuerza motriz. Por lo
demás, en las distintas fases de la historia el mismo
concepto de masas, según escribiera V. I. Lenin,
“cambia en el sentido de que por él se entiende una
mayoría, y además no sólo una simple mayoría de
obreros, sino la mayoría de todos los explotados”87.
El populismo como forma específica de
movimiento masivo, en varios casos reúne bajo sus
banderas a la mayoría de los explotados, ya que todas
las clases y grupos sociales están interesados en
modificar la situación existente y se niegan a vivir “a
la antigua”.
Como el desarrollo de América Latina se producía
y produce en las condiciones creadas por el
mantenimiento del latifundismo y la dependencia
imperialista, en determinadas etapas se promovían al
primer plano objetivos en cuya realización estaban
interesadas, de uno u otro modo, todas las clases y
grupos sociales opositores a la oligarquía y el
imperialismo. Estas condiciones objetivas
precisamente contribuyeron al surgimiento y
desarrollo de un populismo que reflejaba todas las
contradicciones y el dinamismo del desarrollo social.
84
G. V. Plejánov. Obras filosóficas escogidas (en ruso).
Moscú, 1956, t 2, p. 334.
85
V. I. Lenin. La enfermedad infantil del “izquierdismo”
en el comunismo. O. C., t 41, p. 64.
86
G. V. Plejánov. Op. cit., p. 322.
87
V. I. Lenin. III Congreso de la Internacional
Comunista. O. C., t 44, pp. 31-32.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
El populismo, interpretado de la manera más
amplia, probablemente puede calificarse como una
forma específica y constante del dinamismo que
reflejan las masas en su ánimo y comportamiento.
Esta forma, lejos de negar la existencia de una
diversidad de clases, capas, pequeños grupos y
partidos, los tiene en cuenta y establece los más
variados vínculos y contactos con ellos en una
cooperación que resulta muy compleja. Es lógico que
cada clase, cada grupo enfoque de modo particular el
interés nacional y social y actúe de manera distinta
en el movimiento patriótico, pero todos operan en
conjunto y siguen, más o menos, la misma dirección.
Precisamente esta situación se observó en los años 50
y 60 en Brasil y varios otros países.
Al señalar el carácter masivo de los movimientos
nacionalistas, el destacado marxista-leninista
latinoamericano V. Codovilla subrayaba que el
propio movimiento “está colocado bajo dos presiones
contradictorias, una progresista y otra
88
reaccionaria” , por lo que puede desarrollarse en
distintas direcciones.
El populismo no es solamente una forma especial
de masiva conducta social sino también la vocación
de protesta de vastas masas, la forma embrionaria de
su actitud hacia el mundo, el sistema determinado de
sus expectativas, planteamientos y aspiraciones y,
por fin, de su activa acción social condicionada por
factores socioeconómicos y políticos objetivos. En
los procesos similares, lo social y lo psicológico se
entretejen estrechamente, formando un todo único.
Lo espontáneo en el proceso de lucha colectiva,
lejos de equivaler siempre a lo inconsciente, significa
sólo que el movimiento es espontáneo, no
organizado, que le falta un concreto programa de
acción y un objetivo claro. Pero, desde luego, esto no
equivale al comportamiento inconsciente, a la
ausencia absoluta de toda aspiración socialmente
acondicionada. La experiencia de la vida causa en las
masas una actitud negativa hacia el orden existente,
incitándolas a la lucha, pero ocurre que, al comenzar
espontáneamente esa lucha, las masas van
adquiriendo paulatinamente conciencia política,
acumulando su propia experiencia en este terreno. V.
I. Lenin escribió precisamente sobre este proceso de
formación de la conciencia política, recalcando que
“el elemento espontáneo no es sino la forma
embrionaria de lo consciente”89.
Esta fue la posición que los comunistas brasileños
adoptaron ante el populismo. Calificaron este
movimiento existente en su país como una forma
inicial de amplia coalición de los trabajadores con la
pequeña y la mediana burguesía nacionalista en la
88
V. Codovilla. Una trayectoria consecuente en la lucha
por la liberación nacional y social del pueblo argentino.
Trabajos Escogidos. Tomo I. Buenos Aires, 1964, pp.
269.270.
89
V. I. Lenin. ¿Qué hacer? O. C., t. 6, pp. 29-30.
51
51
lucha contra la oligarquía agraria y el imperialismo.
Los movimientos populistas patrióticos hacen su
aparición en situaciones históricas en que, según
define Lenin, “todo el viejo régimen 'se ha revuelto' y
en que la masa educada en ese viejo régimen, y que
ha mamado con la leche de su madre todos los
principios, costumbres, tradiciones y creencias de ese
régimen, no ve ni puede ver cómo es el nuevo
régimen que 'se va posando', qué fuerzas sociales lo
hacen 'posarse' y cómo lo hacen, qué fuerzas sociales
pueden traer la liberación de las innumerables y
extraordinariamente graves calamidades, propias de
las épocas de 'demolición'“90.
Al tomar en consideración los rasgos progresistas
del populismo, al mismo tiempo que percibían su
estrechez burguesa nacionalista, los comunistas
brasileños trataban de fomentar las aspiraciones
patrióticas de las masas, a cuyas acciones les daban
carácter antiimperialista consciente y dinámico. El
PCB se daba cuenta también de que el populismo,
como forma específica del movimiento de masas,
desempeñaba un papel negativo al restar intensidad a
la lucha e impedir que madurara la situación
revolucionaria y la revolución misma,
sustituyéndolas con movimientos masivos
desarrollados bajo la égida de elementos burgueses
nacionalistas. Este papel es similar al de una reforma
que en algo resuelve el problema pero de otro modo
que la revolución.
En su labor, los comunistas brasileños también
prestaron atención al hecho de que, mientras iba
desarrollándose el movimiento populista, surgían
distintas corrientes. Después de que el presidente
Vargas se suicidó en agosto de 1954, las tendencias
centrífugas en el nacionalismo se acentuaron aún
más. Entre 1961 y 1964, cuando la excitación y el
dinamismo de las masas alcanzaron su apogeo, en los
documentos del PCB se señalaba que en el
movimiento nacionalista populista se habían
estructurado diversas tendencias de considerable
similitud en cuanto a la composición social, pero
cada una con su propio líder y no pocas diferencias
en lo político. A la par con la izquierda encabezada
por L. Brizola, M. Arrais y F. Julião, estaba el ala
moderada con el presidente J. Goulart al frente y, en
fin, las derechas tendientes a transformarse en
corrientes fascistas, lideradas por C. Lacerda y A. de
Barros.
En general, los sentimientos nacionalistas
difundidos en el Brasil de posguerra, por supuesto,
no podían menos de ejercer influencia sobre el
proletariado, cuyos diferentes sectores y grupos no
pasaron de inmediato ni simultáneamente a la lucha
revolucionaria de clase.
El auténtico espíritu revolucionario del
proletariado supone una sicología y un estado de
90
V. I. Lenin. L. #. Tolstoi y su época. O. C., t 20, p. 102.
52
ánimo plenos de combatividad clasista, un alto grado
de conciencia política y una conducta militante
organizada, o sea, luchar bajo la dirección del partido
marxista-leninista. Esta cualidad, en esos años,
correspondía plenamente a la vanguardia de la clase
obrera, pero aún no era inherente a toda la masa del
proletariado.
La mentalidad de la clase obrera brasileña de la
década del 50 tenía una estructura muy compleja,
cosa que obedecía, sobre todo, a la contradictoria
situación objetiva. En general, la caracterizaba una
firme conciencia antiimperialista.
Más complicado era el proceso de formación de la
conciencia anticapitalista, puesto que en la etapa
democrática y antiimperialista de la revolución, parte
de la burguesía doméstica y la pequeña burguesía
desempeñaban un papel relativamente progresista.
Este hecho dificultaba la afirmación de las
aspiraciones y enfoques socialistas. Los cuadros
proletarios, templados en los combates, y, sobre todo,
la vanguardia obrera, armada con la teoría marxista-
leninista, se veían forzados a hacer muchos esfuerzos
para politizar a las masas trabajadoras.
El Partido Comunista Brasileño, al elaborar su
estrategia, en general definió acertadamente las
particularidades de las relaciones reciprocas entre la
clase obrera y el populismo nacionalista, haciendo
una gran aportación al desarrollo del movimiento
antiimperialista popular. Los comunistas procuraban
unir las aspiraciones patrióticas de las vastas masas
con su lucha social, dar carácter consciente y
organizado al movimiento, liberar las masas de la
ideología y el liderazgo de la burguesía nacionalista.
En ello consistía el rol histórico del Partido
Comunista como vanguardia política del proletariado
brasileño.
Argentina: el movimiento obrero y el
peronismo.
Procesos análogos en muchos aspectos se
desarrollaban en la Argentina de posguerra, donde
también se plantearon en el primer plano los
problemas referentes al nacionalismo burgués, a las
formas populistas de movimiento, a la combinación y
el entrelazamiento de la lucha clasista del
proletariado con las acciones patrióticas de las masas.
La diferencia respecto del Brasil estribaba en que
Argentina no conocía tan fuertes tradiciones
populistas como aquél, donde ya en 1930 la
burguesía nacional liderada por Vargas supo ganarse
las masas.
Importante particularidad de la forma argentina de
populismo fue el predominio del aspecto social sobre
el nacional, lo que originó el fenómeno político del
peronismo, o más bien, del justicialismo: la ideología
burguesa reformista y la política de “justicia social”,
“colaboración social”, que sostuvo el gobierno
burgués del general Perón y el Partido Peronista por
B. Koval
él creado.
En Argentina, en virtud de varias causas de
carácter interno y exterior, tras el golpe de Estado
producido en 1943 por el Grupo de Oficiales Unidos,
el poder llegó a manos de la dictadura militar
reaccionaria con el general Ramírez al frente. Hasta
enero de 1944 mantuvo una neutralidad benévola
respecto de los países del eje fascista. El gobierno
disolvió el parlamento, prohibió todos los partidos
políticos, dispersó la CGT-2, progresista central
sindical. La policía y el ejército implantaron un
régimen de cruento terror. Tales hechos provocaron
gran indignación en las masas trabajadoras.
A causa de la presión interna de las masas, y la
que de afuera ejercían los EE.UU. e Inglaterra,
descontentos con la orientación proalemana del
gobierno de Ramírez, éste cayó en febrero de 1944.
Fue constituido un nuevo Gabinete; el general Farrell
asumió la presidencia y el coronel Juan Domingo
Perón, la vicepresidencia. Precisamente a este último
le cupo pronto la misión de estabilizar la vida política
en el país, donde bajo el impacto de la derrota del
fascismo iba cobrando creciente envergadura el
movimiento obrero y antiimperialista.
A lo largo de diez años (1946-1955) Perón fue
presidente de la república. A su nombre está ligada la
formación y el desarrollo del movimiento peronista
de masas, la creación del sistema sindical
corporativo, la elaboración de una nueva legislación
social y laboral, la promoción de la doctrina del
justicialismo, etc.
Todo ello cambió radicalmente la situación en el
país, planteando nuevas y difíciles tareas ante la clase
obrera y su partido comunista.
Bajo la junta “de generales” (1943-1945), la
izquierda se basaba en la posibilidad y necesidad de
desarrollar la lucha popular armada por el
derrocamiento de la dictadura y la formación de un
gobierno democrático. El Partido Comunista calificó
el pronunciamiento de 1943 como fascista.
Sin embargo, el rumbo hacia la insurrección
armada no halló suficiente eco en las masas. Esto
obedecía, en gran medida, a que el régimen de
Ramírez, al aplicar su política reaccionaria, supo
desorientar a considerables sectores de trabajadores
con su demagogia sofisticada. A ello contribuyó, en
cierto grado, la promulgación de decretos que
regulaban las relaciones laborales, la asignación de
los medios fiscales para construir viviendas baratas
para obreros, el aumento de salarios para algunas
categorías de trabajadores, así como otras
concesiones del gobierno que pretendía, a toda costa,
asegurarse una base social. El Gabinete Farrell-Perón
sostuvo este curso con especial energía, lo que
ocasionó un crecimiento de la popularidad de Perón y
su doctrina de “justicia social”.
En este contexto, los elementos de vanguardia de
la clase obrera, sobre todo el Partido Comunista,
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
desplegaron una dinámica lucha ideológica contra la
orientación peronista hacia la “paz entre las clases” y
la búsqueda de una “tercera” vía de desarrollo, que
no fuera capitalista ni socialista, sino “justa y
nacional”.
A principios de 1945, la izquierda argentina
formó un frente democrático sui generis, la Patria
Libre, en el que participaron socialistas, radicales,
comunistas y otras fuerzas y agrupaciones políticas.
Formalmente, la Patria Libre, los sindicatos de
izquierda y otros sectores patrióticos no desechaban
el curso hacia la insurrección armada, pero de hecho,
su meta central pasó a ser gradualmente la lucha por
la amnistía política general y el restablecimiento de
la democracia con sus derechos y libertades. Y esta
lucha fue coronada con el éxito. En abril de 1945, el
Partido Comunista salió de la clandestinidad, se
comenzó a poner en libertad a los antifascistas, los
sindicatos obtuvieron el derecho de actuar
libremente. Ante la presión de las masas, el gobierno
de Perón hizo varias concesiones sociales.
En esta situación, la consigna de la insurrección
armada no respondía al estado real de cosas, de ahí
que fuera retirada. La IV Conferencia Nacional del
Partido Comunista de la Argentina, celebrada en
diciembre de 1945, planteó una nueva estrategia para
luchar por transformaciones revolucionarias en la
política y la economía del país: realización de la
reforma agraria, reorganización de la industria sobre
una base progresista, mejoramiento de la situación
económica del pueblo, pleno restablecimiento de la
democracia.
Según apuntó la conferencia, para dirigir el
movimiento democrático del pueblo era preciso
vencer el periodo “de confusión política e ideológica,
de demagogia social desenfrenada, de aventurerismo
político” y, lo principal, conseguir la transformación
del PCA “en el gran partido de la clase obrera y del
pueblo”91.
En este camino se encontraron enormes
dificultades originadas en el carácter ambiguo de la
política social, burguesa nacionalista, que aplicaban
los medios gobernantes con Perón al frente. Astuto y
ágil político, éste puso la mira en ganar para su causa
a los trabajadores, en especial, a las nuevas capas del
proletariado que poco antes, en los años de la guerra,
habían abandonado el agro sin alcanzar a templarse
en los combates de clase (estos sectores los
componían cerca de 300 mil obreros)92. Con tal fin, y
a iniciativa de Perón, en noviembre de 1945 se
constituyó una nueva agrupación política, el llamado
Partido Laborista. La base del mismo la
constituyeron los sindicatos y el núcleo dirigente lo
91
V. Codovilla. #uestro camino desemboca en la victoria.
Escritos y Discursos. Editorial Fundamentos. Buenos
Aires. 1954, p. 267; Una trayectoria consecuente..., p.326.
92
Esbozos de la historia de Argentina (en ruso). Moscú,
1961, p. 432.
53
53
integraron los burócratas sindicales nacionalistas y
anticomunistas, amamantados entre 1943 y 1945 por
el gobierno, en el que era ministro de Trabajo y
Seguridad Social el propio Perón, antes de asumir la
vicepresidencia.
La ideología del Partido Laborista tenía marcado
contenido burgués-nacionalista y social-reformista.
Combinaba consignas antiimperialistas, utópicas
ideas sobre una “tercera vía” para desarrollar el país
y superar los antagonismos sociales por medio de la
política de justicialismo estatal al margen de las
clases, así como llamadas a aplastar el “comunismo
subversivo”, en bien de la nación. La demagogia
vocinglera y la especulación con las aspiraciones
patrióticas del pueblo permitieron a la gobernante
élite peronista granjearse considerable popularidad y
atraer a muy vastos sectores de trabajadores, incluso
de los obreros, muy especialmente a sus capas
“semiagrarias”.
Preocupado por el rápido aumento del prestigio de
Perón, el Partido Comunista, junto con los
socialistas, radicales y demócratas progresistas,
formó, a fines de 1945, una coalición para
presentarse en las elecciones presidenciales; esta fue
la Unión Democrática, que, sin embargo, no
consiguió establecer la debida unidad. Perón, al
obtener el 54% de los votos, en febrero de 1946 fue
elegido presidente.
Tras subir al poder, se encontró ante la presión de
fuerzas sociales heterogéneas. Los trabajadores, que
habían dado crédito a las promesas de Perón, exigían
que el desarrollo del país se realizara por vía
democrática e independiente. La burguesía y los
latifundistas esperaban que el nuevo presidente
“pusiera orden”, defendiendo sus intereses tanto
frente a las “pretensiones extremistas” de la clase
obrera como a la supeditación impuesta por el
imperialismo internacional. En esta situación, Perón
y sus allegados se vieron forzados a nadar siempre
entre dos aguas, tranquilizando ya a unos ya a otros,
pero invariablemente dando preferencia a los
intereses de la burguesía doméstica.
Al hacer uso de la palabra en la Cámara de
Comercio ante los miembros de la misma, Perón
manifestó: “...no encontrarán ningún defensor más
decidido que yo, porque sé que la defensa de los
intereses de los hombres de negocios, de los
industriales, de los comerciantes, es la defensa
misma del Estado... “93. En aras de esta defensa creó
el corporativista sistema del “sindicalismo
verdaderamente gremial”, en substitución del que
llamaba “sindicalismo político”, expulsó de los
sindicatos a los comunistas, socialistas y “otras
yerbas”, los que, según sus palabras, eran los
“verdaderos enemigos a quienes habrá que hacer
frente en la posguerra, con sistemas que deberán ser
93
Cit, según el libro V. Codovilla #uestro camino
desemboca en la victoria, pp. 432, 433.
54
tan efectivos y radicales como las circunstancias lo
impongan. Si la lucha es tranquila, las medidas serán
tranquilas; si la lucha es violenta, los medios de
supresión serán también violentos”94. Pragmático
hasta la médula, Perón siempre estaba muy atento a
los cambios de la situación, aprovechando
hábilmente las diferencias y los antagonismos
sociales, especulando con promesas y manipulando
con concesiones. Fue ésta una evidente política de
mano dura en guante blanco.
El XI Congreso del Partido Comunista de la
Argentina celebrado en agosto de 1946, al analizar el
desarrollo de las contradicciones internas del
movimiento peronista, señalaba: “El gobierno actual
se ve cada día más colocado bajo dos presiones que
lo impulsan a imprimir uno u otro rumbo a la política
interna y exterior”95.
El objetivo central de Perón mismo como
representante de la burguesía nacionalista era
asegurar el nuevo mecanismo de gobierno de la
sociedad argentina a fin de mantener y consolidar la
estabilidad del régimen explotador. Para ello era
menester enmascarar el capitalismo, disfrazado de
reformista, inculcar en las masas la confianza en la
viabilidad de la transformación justicialista de la vida
social a fin de mantenerlas bajo su control ideológico
y político. Pretendiendo detener la efervescencia
política, debilitar las fuerzas revolucionarias, los
ideólogos burgueses trataban de crear la ilusión de
que todas las aspiraciones de los trabajadores pueden
ser satisfechas mediante reformas y una gradual
renovación, sin necesidad de transformar
revolucionariamente el régimen existente.
Como uno de los postulados fundamentales de la
doctrina justicialista, se afirmaba que en la futura
“sociedad justa y nacional” todos los ciudadanos
obtendrían el legitimo y equitativo derecho de
coparticipar en la política y economía del Estado, que
se alcanzada armónica coexistencia de la propiedad
privada con la colectiva socializada y el sector
estatal. La creación de tal sociedad, sostenían los
apologistas del peronismo, sólo era factible por
medio de reformas y con una activa participación de
los ciudadanos en la edificación de la Argentina
futura bajo la dirección de Perón y los partidos y
sindicatos que le eran fieles. Al afirmarlo, se suponía
que de este modo el desarrollo de Argentina podía
realizarse por un camino propio, que no fuera
capitalista ni socialista.
Uno de los más peligrosos rasgos del peronismo
era el mito del papel transformador que desempeñada
el método de la “participación social”. Parte de los
medios gobernantes del país vio en el
ensanchamiento de la “participación social” un nuevo
y eficaz medio de integrar la clase obrera y otros
94
V. Codovilla #uestro camino desemboca en la victoria,
p. 433.
95
V. Codovilla. Una trayectoria consecuente..., p. 263.
B. Koval
grupos de trabajadores en el sistema capitalista. Bajo
el pretexto de defender la democracia, al llamar a las
masas a “participar” en la creación de valores
sociales y en una eficaz actividad de las instituciones
del sistema burgués, la doctrina peronista difundía el
conformismo político.
Al eliminar anticipadamente de la concepción
justicialista todo contenido de clase, los ideólogos
peronistas de hecho intentaban unir los viejos
métodos selectivos de dirección política con la
ampliación de la formal democracia burguesa. En
efecto, se volvía a las añejas ideas de M. Weber
sobre la “democracia de masas” como gobierno
basado en el caudillismo.
Según la lógica de Perón, si la mundividencia
conformista adquiriera proporciones masivas y la
lucha de clases se redujera al mínimo, el capitalismo
dejada de ser capitalismo y comenzaría la “era del
justicialismo”.
De esta manera, la teoría y la práctica
justicialistas se basaban en el hecho de que aumenta
el papel de las masas en la política, pero hacían todo
lo posible para evitar una incontrolada explosión de
la energía social del pueblo. En esto radicaba su
contenido clasista básico.
Esta teoría estaba llamada a inculcar en vastas
masas de trabajadores determinado sistema de
valores y orientaciones políticos, crear en el común
de la gente la ilusión de que participaba en la vida
política. De tal modo se pretendía detener la
desintegración de la sociedad capitalista y sembrar en
las masas la vana esperanza de que, en tal sociedad,
es posible superar la alienación del individuo, lo que
constituía una receta sui generis para restaurar la
perdida “coherencia social”.
Al desechar las engañosas consignas justicialistas,
los comunistas aspiraban a organizar políticamente a
los trabajadores, impulsados a luchar de modo
consciente y organizado, señalando que la
incorporación a la política del mayor número posible
de ciudadanos es una importante condición para
desenvolver la lucha de clases. Los comunistas
desarrollaban una enérgica lucha para ampliar la
participación independiente de las masas en la
política, a fin de que los trabajadores, valiéndose de
los derechos democráticos, e incluso en el marco de
la Constitución burguesa, pudieran expresar y
defender libremente sus intereses económicos y
políticos.
El Partido Comunista de la Argentina no
planteaba los problemas de la democracia de una
manera abstracta, sino que los relacionaba con las
concretas tareas pendientes: reformar la Constitución,
ampliar la libertad de prensa, de reunión y de
conciencia; garantizar la inmunidad personal y el
derecho al trabajo; liquidar todos los tipos de
discriminación; reformar el sistema de instrucción
pública, democratizar las Fuerzas Armadas y el
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
aparato estatal; promover la lucha por la paz y una
política exterior independiente, etc. Este enfoque se
basaba en las indicaciones de Lenin acerca de la
correlación entre la lucha por la democracia y la
lucha por el socialismo. En esencia, se trataba del
camino a seguir para orientar la energía social de las
masas: el de participación conformista o el de la
pugna revolucionaria.
La plasmación de las radicales transformaciones
democráticas que propugnaban los comunistas estaba
llamada a consolidar las posiciones de la clase obrera
y sus aliados, socavar el poder de los monopolios,
quebrantar los pilares del capitalismo, asegurar
condiciones más favorables para seguir luchando por
el socialismo.
Además, al emitir juicios sobre el peronismo, el
Partido Comunista siempre estableció una diferencia
cardinal entre, por un lado, la élite burguesa
nacionalista con Perón al frente y la derechista
burocracia sindical, y, por otro, las masas
trabajadoras del movimiento justicialista. En las filas
del peronismo, había muchos que, sincera y
enérgicamente, se pronunciaban contra el
imperialismo, creyendo que bajo la dirección de
Perón se podía lograr la liberación nacional y crear
una sociedad de genuina justicia social. Por supuesto,
estaban en un error, que obedecía tanto a su
inexperiencia política como a su profundo anhelo de
renovar la vida sobre una base democrática.
De tal manera, la tarea de los comunistas consistía
no sólo en criticar la demagogia y las limitaciones
que en el aspecto clasista caracterizaban la política
nacionalista burguesa y socialreformista del
peronismo, sino también en evitar que los vastos
sectores de trabajadores que seguían a Perón se
apartaran de la vanguardia revolucionaria del
proletariado, así como en conseguir la unidad de
acción con las masas peronistas, orientando su
energía hacia la lucha organizada e independiente en
defensa de los intereses nacionales y del pueblo
trabajador. “Si no se contribuye decididamente al
fortalecimiento del sector obrero y popular que apoya
a Perón -manifestó V. Codovilla en su informe al XI
Congreso del PCA-, si no se marcha unidos con ese
sector, si no se está prevenido ante las maniobras de
los elementos golpistas, pueden ocurrir sorpresas
desagradables. Puede suceder que en este creciente
forcejeo por la hegemonía en el poder y para dislocar
la base de masas en que se apoya Perón triunfen los
sectores reaccionarios y profascistas, apoyados
directa o indirectamente por la oligarquía
terrateniente y los monopolios imperialistas”96.
De ahí que en ese contexto político el PCA
decidiera criticar las medidas reaccionarias del
gobierno, al mismo tiempo que respaldaba las
progresistas. En el ya citado informe, V. Codovilla
96
V. Codovilla. Una trayectoria consecuente..., p. 270.
55
55
apuntaba: “Si se quiere evitar que el país caiga en
nuevas emboscadas fascistas, es preciso no hurgar
demasiado en el pasado para encontrar motivos de
desunión entre los obreros y las masas populares,
sino fijar la mirada en el presente; donde existen
sobrados motivos para impulsar la unión de todos los
argentinos y habitantes de este país, amantes del
progreso, del bienestar social y de la libertad.
Por eso los comunistas debemos realizar, cada día
con más audacia, una política que tienda a ligamos
estrechamente con las masas que están bajo la
influencia de Perón, puesto que se trata de masas
revolucionarizadas, cuya conciencia política está en
pleno desarrollo y con las cuales, en bien de nuestro
país, se puede y se debe marchar unidos”97.
La indeclinable y consecuente realización de este
curso del partido surtió su efecto en la pugna por la
unidad de la clase obrera y las fuerzas democráticas,
por la organización del movimiento huelguístico
masivo.
El desarrollo del movimiento obrero durante el
gobierno peronista adquirió aún mayor envergadura
que en la época anterior, lo puse en evidencia el
fiasco de la administración argentina en su política de
“paz social”. Más aún, a despecho del propio Perón,
muchos sindicatos por él creados se sumaron
dinámicamente a la lucha huelguística, reivindicando
justicia en la esfera laboral.
Ante la presión de los trabajadores, los peronistas
se vieron obligados a adoptar una serie de medidas
para mejorar la situación de los obreros y empleados
y para ampliar los derechos de los sindicatos, pero
estas maniobras eran presentadas como beneficios
otorgados por Perón, el “jefe supremo de la nación”,
quien, se decía, abogaba por la justicia y el bienestar
para todos los argentinos independientemente de la
clase a que pertenecieran. Esta propaganda no sólo
caracterizaba al peronismo sino también a todos los
movimientos populistas similares. Su propio
surgimiento y desenvolvimiento testimoniaban que
se cubría una etapa de transición en el desarrollo
social y político. En esta etapa la burguesía ya no
podía dirigir las masas “a la antigua”, estando
forzada a coquetear con ellas, tomar en consideración
sus expectativas y reivindicaciones, mientras la clase
obrera y su partido aún no tenían suficientes
posibilidades para encabezar todo el movimiento
popular, reunir en torno suyo las capas urbanas
medias y pequeñoburguesas y aislar la élite burguesa
nacionalista. En realidad, en la Argentina de los años
50 se registraba cierto equilibrio entre las fuerzas
políticas, aunque el peronismo mantuvo alguna
preponderancia durante varios años y hasta la
dimisión de Perón. Sólo muy gradualmente y a costa
de grandes esfuerzos, los comunistas consiguieron el
cambio, al percibir con perspicacia que se venía
97
V. Codovilla. Una trayectoria consecuente..., p. 274.
56
perfilando la vuelta de las masas peronistas a la
izquierda.
Se acentuaban las contradicciones internas del
régimen, caía el prestigio personal de Perón y se
izquierdizaban las masas; por otro lado, se
complicaban las relaciones del gobierno con el
ejército y la Iglesia. Todo ello, junto con la
nacionalista política exterior y la búsqueda de una
“tercera vía” de desarrollo, causaron el crecimiento
del movimiento obrero independiente y la crisis
ideológica del justicialismo.
Más tarde o más temprano, los factores
mencionados, en su conjunto, debían desembocar en
la caída del gobierno peronista, cosa que se produjo
en setiembre de 1955, cuando los medios militares
realizaron, casi sin efusión de sangre, un golpe de
Estado y llevarán al palacio presidencial un equipo
burgués más derechista y pronorteamericano. So
pretexto de luchar contra el peronismo, el gobierno
del general Aramburu concentró las represalias sobre
el movimiento obrero y comunista. Esta política
provocó una explosión de indignación popular y, en
última instancia, determinó que importantes círculos
de trabajadores peronistas se desplazaran aún más
hacia la izquierda.
Los vastos sectores de obreros, que perdieron la fe
en el justicialismo, comenzaron a pasar a posiciones
clasistas combativas, lo que se tradujo también en el
crecimiento del Partido Comunista. El número de sus
militantes, que en 1955 no pasaba de 20 mil, creció
en 1958 a 80 mil. En los años subsiguientes continuó
acrecentándose, a resultas de lo cual el Partido
Comunista de la Argentina llegó a ser uno de los más
masivos en América Latina.
Sin embargo, también en la época posterior uno
de los problemas centrales de la vida social del país
continuó siendo el de las relaciones entre el
movimiento obrero y el populismo justicialista
dirigido por los peronistas, que, incluso después de
haber sido depuesto Perón, continuaban manteniendo
posiciones bastante fuertes.
La compleja interacción de los fenómenos afines
en su forma pero disimiles en su contenido social -el
nacionalismo y el patriotismo, el populismo y los
auténticos movimientos populares, el reformismo
burgués y la lucha de los trabajadores por reformas
estructurales- determinaba las formas que adoptaba y
las vías que seguía la combinación de los intereses
clasistas del proletariado con la defensa de los
objetivos nacionales. El rechazar simplemente al
justicialismo y a análogos tipos de populismo
antiimperialista significaría para los comunistas caer
en el sectarismo y aislarse de las vastas masas. El
apoyar incondicional y plenamente a las tendencias
nacionalistas equivaldría al incurrir en el seguidismo
y a perder la individualidad política. Ambas variantes
se excluían mutuamente. Era menester encontrar una
línea que correspondiera al nivel de politización de
B. Koval
las masas y que, al mismo tiempo, las impulsara
adelante, a una etapa superior de la lucha
revolucionaria, contribuyendo a desdorar la ingenua
fe en cualquier tipo de “héroe carismático”.
Dada la firmeza de los sentimientos populistas, a
los comunistas les era especialmente difícil arrebatar
las masas de la influencia de los jefes burgueses
nacionalistas y conducir tras si a los trabajadores.
Pero no existía otro camino. Los comunistas
argentinos, que supieron granjearse enorme autoridad
en el pueblo, consagraron toda su actividad a esta
tarea.
El análisis dialéctico tanto de las relaciones
reciprocas entre el peronismo y el movimiento obrero
en Argentina, como de la experiencia presentada por
el populismo brasileño en la década del 50, reviste
suma importancia para entender los procesos
análogos que se están produciendo en América
Latina hoy día. Si bien la situación actual en el
continente es totalmente distinta de la registrada dos
o tres decenios atrás, también ahora se plantea
agudamente ante la clase obrera y los partidos
comunistas la tarea de hallar una acertada posición
respecto del nacionalismo burgués y los movimientos
populistas.
Las revoluciones antiimperialistas en Bolivia y
Guatemala.
Las revoluciones populares antiimperialistas en
Bolivia y Guatemala, producidos en el primer
decenio de posguerra, constituyeron grandes eventos
de relevancia continental e internacional. La
revolución de abril de 1952 en Bolivia conmovió a
toda América Latina y puso en evidencia la
podredumbre de la aparentemente todopoderosa
oligarquía feudal y burguesa, aglutinada alrededor de
los tres más ricos clanes industriales mineros -
Hochschild, Patino y Aramayo- a cuya espalda
estaban las transnacionales inglesas y
norteamericanas.
La victoria del pueblo boliviano sobre la
oligarquía repercutió tanto más cuanto que Bolivia
era uno de los más atrasados y pobres países
suramericanos, con predominio de relaciones
semifeudales y patriarcales. Después de la guerra con
Paraguay por el Chaco Boreal (1932-1935),
provocada por la compañía estadounidense Standard
Oil, en Bolivia se registró un acelerado desarrollo de
las relaciones capitalistas, se construyeron varias
fábricas importantes y se desplegó la red bancaria.
Un raudal de capitales extranjeros afluyó al país.
El fomento de la minería y de algunas ramas de la
industria transformadora acarreó el crecimiento
numérico del proletariado fabril que venía
desarrollando una dinámica lucha en defensa de sus
intereses. Los sindicatos y el Partido de la Izquierda
Revolucionaria (PIR), creado en 1949 por
intelectuales demócratas, iban a la cabeza del
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
movimiento obrero. En su programa, el PIR
formalmente reconocía los principios fundamentales
del marxismo-leninismo, pero sostenía la tesis de que
era posible pasar al socialismo mediante reformas.
Dicho partido no tenia sólidos vínculos con las masas
y se limitaba a propagar las ideas socialistas,
antiimperialistas y antioligárquicas. Eran los
sindicatos los que realizaban una labor concreta entre
las masas. Gozaba de considerable influencia el
burgués Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR) presidido por Víctor Paz Estenssoro. El
prestigio de Estenssoro y su partido se debía a que,
ya en 1943, el MNR -junto con un grupo de jóvenes
oficiales- habla derrocado la dictadura de Peñaranda,
a lo que se agregaba el hecho de haber promovido, en
1949, una nueva insurrección contra la dictadura
reaccionaria de Urriolagoitia. En las primeras filas de
los insurrectos se hallaban los obreros mineros de
Santa Cruz, Cochabamba y Oruro. La sublevación
fue aplastada, pero el recuerdo de 1943 y 1949 se
mantenía indeleble en los corazones de los
trabajadores.
Era muy influyente entre los obreros el líder de la
Confederación Boliviana de Mineros, Juan Lechin,
quien, en principio, mantenía posiciones reformistas
y nacionalistas pero, teniendo en cuenta el estado de
ánimo de las masas, se pronunciaba por las formas
activas de lucha, en primer término, por la huelga. La
mezcla singular de revolucionarismo y nacionalismo
pequeñoburgués, las constantes vacilaciones y
zigzagues, el entusiasmo oscilante entre las reformas
y las huelgas, todo ello era característico en Lechin,
típico líder sindical latinoamericano.
Los jefes burgueses nacionalistas y su paniaguada
élite sindical, valiéndose de la demagogia y las
concesiones, alcanzaron no pocos éxitos en el
forcejeo por las masas, en su afán de controladas por
completo y utilizarlas como palanca principal en la
lucha parlamentaria por el poder.
En estas condiciones, la vanguardia del
proletariado boliviano y los elementos
revolucionarios de la intelectualidad, comprendida el
ala marxista del Partido de la Izquierda
Revolucionaria, se esforzaban por librar a los
trabajadores de la admiración hacia el nacionalismo
burgués y sus líderes, por impulsar la clase obrera a
luchar conscientemente, y, en perspectiva, por
encabezar el movimiento antiimperialista y
antioligárquico para desbrozar el camino hacia el
socialismo. Con este fin, en enero de 1950, fundaron
el Partido Comunista de Bolivia. Los comunistas
enseguida desarrollaron una activa labor, pero muy
pronto, en abril del mismo año, por un decreto del
gobierno, el partido fue obligado a pasar a la
clandestinidad.
Ante la ofensiva de la reacción doméstica y
exterior, las fuerzas antioligárquicas del país,
especialmente los líderes de la oposición
57
57
nacionalista, se orientaron hacia la lucha armada
contra la dictadura del general Ballivián.
Esta decisión se basaba en el estado real de cosas.
En 1951 el gobierno había anulado sin más ni más
los resultados de las elecciones en las que triunfó el
candidato del MNR, Paz Estenssoro. Ello demostró
que la vía pacífica de lucha por el poder y la
democratización del régimen, de hecho quedaba
excluida.
Esta opinión era compartida también por los
comunistas que, en su manifiesto de 1951, llamaron
al pueblo a luchar contra el gobierno de traición
nacional y a liquidar plenamente la dictadura
burguesa y feudal con miras a sustituirla por un
gobierno representativo de todas las fuerzas
integrantes del frente popular de liberación nacional.
El 9 de abril de 1952, cumpliendo una orden de
los generales que concertaron un acuerdo con los
líderes políticos del MNR, varias unidades de ejército
comenzaron la lucha armada por el poder. Pero
debido a la mala preparación y a la cobardía de
algunos jefes militares, las tropas gubernamentales
consiguieron al anochecer una supremacía casi
absoluta. En estas condiciones, los dirigentes del
MNR se decidieron a armar a los obreros, que ya
comenzaban a intervenir en las acciones contra la
dictadura. Un grupo de obreros encabezado por A.
Lima, uno de los fundadores del PCB, tomó por
asalto el arsenal. Otro grupo, bajo el mando de J.
Lechin, se apoderó de un depósito de municiones.
Mineros de Milluni y Lima acudieron a La Paz en
ayuda de los insurrectos. La heroica lucha del
proletariado determinó la derrota de las unidades
gubernamentales. Especial relevancia tuvo la acción
armada de los obreros de Oruro y otras ciudades
corno Cochabamba, Potosi, Sucre y Santa Cruz. El
Partido Comunista, que hizo gran aportación al
triunfo de la revolución, se dirigió al pueblo
llamándolo a tomar parte activa en la lucha contra la
dictadura, por la nacionalización de las minas, la
reforma agraria, la democracia, el mejoramiento de la
vida de los trabajadores y la creación de un nuevo
gobierno progresista. En el decurso de la lucha
sangrienta (sólo en La Paz el número de muertos
pasó de 400), la dictadura fue derrumbada y llegó al
poder el Movimiento Nacionalista Revolucionario
que, intérprete de los intereses de la burguesía liberal,
los sectores medios y la pequeña burguesía urbana,
también tomaba en cuenta en su política la vocación
antiimperialista y antioligárquica de los trabajadores
bolivianos.
El gobierno de Paz Estenssoro, que subió al poder
como resultado de la revolución de abril, comenzó a
llevar a cabo, paulatinamente, una serie de
transformaciones democrático burguesas. Entre ellas,
el lugar central lo ocupaban la reforma agraria, la
nacionalización de la industria minera -antes que
nada, los dominios de los “tres barones del estaño”,
58
Hochschild, Patiño y Aramayo-, la democratización
del ejército, la aceleración del desarrollo del sector
económico estatal, la ampliación de las libertades
políticas, etc. Fueron importantes conquistas del
pueblo, que desbrozaron el camino para desarrollar,
con mayor rapidez, la economía nacional y mejorar
la vida de los trabajadores.
Desgraciadamente, el avance de la revolución
boliviana no fue continuado, y las conquistas del
pueblo fueron gradualmente desvirtuadas. Esta
“extinción” de la revolución y la contraofensiva de
las fuerzas reaccionarias se debían a tres factores
fundamentales:
1) la continúa intromisión, directa e indirecta, en
los asuntos internos de Bolivia por parte del
imperialismo norteamericano;
2) el inconsecuente proceder de los medios
burgueses nacionalistas que llegaron al poder en abril
de 1952, su política conciliadora y su incapacidad
para continuar el proceso revolucionario;
3) la debilidad del proletariado boliviano y de su
joven Partido Comunista, que no se hallaron en
condiciones de encabezar la lucha revolucionaria de
las masas.
Un cuadro más o menos análogo se observaba
también en Guatemala, donde el proceso
revolucionario, tras un periodo de auge (1944-1954),
fue igualmente aplastado por las fuerzas
reaccionarias. Además, a diferencia de Bolivia, allí
este proceso desembocó en una directa intervención
militar del imperialismo estadounidense.
En Guatemala, pequeña república
centroamericana aún más atrasada económicamente
que Bolivia y casi totalmente dependiente de los
EE.UU., a lo largo de muchos años (desde febrero de
1931) el poder estuvo concentrado en manos de la
tiranía proimperialista del general Jorge Ubico, que
cruelmente aplastaba toda acción opositora. Con
especial fuerza se reprimía a los comunistas y los
sindicatos obreros. El Partido Comunista, que desde
1922 habla actuado como un pequeño grupo político
clandestino de marxistas-leninistas, en 1932 fue
totalmente aniquilado. Los sindicatos progresistas,
sobre todo, la Federación Regional de Trabajadores
de Guatemala, sufrieron muy duros golpes. El terror
semifascista estorbó seriamente el desarrollo del
movimiento obrero. Sólo bajo el influjo de las
victorias del Ejército Soviético sobre el fascismo y en
el contexto del auge general del movimiento
democrático y antiimperialista en América Latina, el
pueblo guatemalteco y, en primer término, el
proletariado pudieron iniciar una decidida lucha
contra la dictadura. La dirección ideológica y política
de las fuerzas de oposición la asumieron los oficiales
de tendencia patriótica, intelectuales
pequeñoburgueses y grupos nacionalistas de la
burguesía. Estas fuerzas sociales heterogéneas se
unificaron, de hecho, en el fragor de lucha contra la
B. Koval
odiosa dictadura. Su aspiración de contribuir con su
apoyo a la lucha común de los pueblos contra el
fascismo fue también un importante factor
aglutinador. Asimismo, sirvió de valioso estimulo las
heroicas acciones del hermano pueblo salvadoreño
que, en mayo de 1944, se levantó contra la dictadura
de Hernández Martínez; frente a la ira popular, éste
se vio obligado a huir a Guatemala bajo la protección
de Ubico. Este hecho causó un descontento general.
Fueron los estudiantes los que iniciaron las
actividades revolucionarias. En pos de ellos se
levantaron los obreros y empleados. Entre junio y
agosto de 1944 en el país cundió una ola de huelgas y
manifestaciones masivas. El grueso del cuerpo de
oficiales se pasó a las fuerzas antidictatoriales.
Intentando salvar la situación, el dictador se vio
forzado, en junio del mismo año, a entregar el poder
a un triunvirato militar. Sin embargo, no
consiguieron evitar la explosión revolucionaria.
A mediados de octubre de 1944 empezó la huelga
general bajo la consigna del restablecimiento
inmediato de la democracia, y el 20 del mismo mes,
un grupo de oficiales patriotas, encabezados por el
capitán Jacobo Arbenz, el mayor Francisco Arana y
el demócrata pequeñoburgués Jorge Toriello, quien
había preparado el levantamiento estudiantil, se
apoderaron del arsenal y entregaron armas a la
población civil. La lucha fue sangrienta (perecieron
más de 1.000 personas) y en ella participaron
activamente destacamentos de obreros armados de la
capital. Como consecuencia, el poder de la junta fue
derrumbado. El gobierno provisional militar y civil,
constituido por Jorge Toriello, Francisco Arana y
Jacobo Arbenz, apoyándose en la fuerza armada del
pueblo y el ala progresista del ejército, adoptó de
inmediato las medidas necesarias para establecer en
el país un régimen democrático. El ex dictador Ubico
huyó de Guatemala, un grupo de generales
reaccionarios fue arrestado, el viejo gobierno y el
parlamento, disueltos.
En diciembre de 1944, por primera vez en la
historia de esta nación, se realizaron comicios
democráticos para elegir a un nuevo presidente,
puesto al que llegó Juan José Arévalo, liberal y
patriota pequeñoburgués. Durante varios años,
venciendo la resistencia del imperialismo y la
reacción doméstica, el gobierno de Arévalo aplicó
una política de reformas: se sancionó la nueva
Constitución, así como un código de leyes laborales;
se dictó un decreto sobre la protección de los
recursos petroleros, y se reestructuró el aparato
gubernamental. Estos pasos, por más importantes que
fueran, no implicaban una transformación radical del
sistema socioeconómico.
Medidas más enérgicas de carácter
antiimperialista y antioligárquico fueron las que
aplicó el gobierno del Jacobo Arbenz, elegido
presidente en 1950. Entre 1950 y 1954 se pudo
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
plasmar una radical reforma agraria y nacionalizar
muchos latifundios feudales, crear el sector de
haciendas cooperativas y estatales, expropiar las
posesiones no labradas de la United Fruit Company,
desplegar la construcción urbana, tender nuevos
caminos y construir puertos. El gobierno de Arbenz
se esforzaba por sostener una política exterior
independiente, ampliar la democracia en el país,
restringir las actividades de la reacción, etc. Esta
línea democrática y progresista fue respaldada
activamente por todos los trabajadores del país,
incluyendo la clase obrera y el entonces joven y poco
numeroso (unos 1.000 militantes) Partido Comunista
de Guatemala, que, resurgido en setiembre de 1949, a
partir de 1952 pasó a llamarse Partido Guatemalteco
del Trabajo. Durante el gobierno de Arévalo, los
comunistas más de una vez habían sido objeto de
represalias, pero cuando Arbenz se hizo cargo de la
presidencia, el partido pasó a actuar legalmente y
pudo alcanzar determinados éxitos.
En noviembre de 1951, el Partido Comunista
publicó su primer documento detallado, en el que se
planteaban las reivindicaciones de la lucha por la
reforma agraria y se exigía mejorar las condiciones
materiales de vida de los trabajadores e industrializar
el país. La pugna contra el imperialismo se promovía
como tarea central.
En junio de 1952, el partido se pronunció
enérgicamente en apoyo de la ley de reforma agraria,
adoptada bajo el Gobierno de Arbenz. Era un paso
acertado y oportuno. Los comunistas iban
desarrollando una valiente y decidida actividad en el
marco de la Confederación General de Trabajadores
de Guatemala, fundada en octubre de 1951.
El Pleno del CC del Partido Guatemalteco del
Trabajo, efectuado en octubre de 1953, trazó la vía
para formar un frente unido de las masas.
Con ayuda del presidente, comenzó a formarse un
frente nacional democrático, integrado por varias
organizaciones patrióticas pequeñoburguesas, centros
sindicales, asociaciones estudiantiles y campesinas,
así como por el PGT. Este proceso de unificación de
las fuerzas democráticas alrededor del gobierno de
Arbenz se iba vigorizando con rapidez, lo que alarmó
seriamente al imperialismo estadounidense y los
elementos contrarrevolucionarios domésticos,
incluida parte de la alta oficialidad.
Las fuerzas reaccionarias desplegaron activos
preparativos para el golpe de Estado a fin de derrocar
al gobierno democrático de Arbenz. El rabioso
anticomunista Castillo Armas, teniente coronel del
ejército guatemalteco, se puso al frente de los
conspiradores. Bajo la bandera de lucha contra el
gobierno “comunista” de Arbenz, en junio de 1954 la
reacción interna y destacamentos armados de
mercenarios extranjeros realizaron el golpe contando
con el abierto apoyo militar, financiero y político de
los EE.UU. y con la aprobación del presidente
59
59
Dwight D. Eisenhower en persona. Adoptada
tardíamente, la resolución de Arbenz de formar
milicias populares de hecho no pudo llevarse a la
práctica. Buscando evitar la efusión de sangre,
Arbenz dimitió. De este modo fue derrotado el
proceso revolucionario en Guatemala, iniciado en
octubre de 1944. En el país se implantó un régimen
de dictadura militar proimperialista; presidido por
Castillo Armas.
En la resolución adoptada por la comisión política
del Partido Guatemalteco del Trabajo (junio de 1955)
se dio una profunda evaluación de las causas de la
derrota.
En los documentos del partido se recalcaba que
los acontecimientos políticos de 1944-1954 pusieron
en evidencia la incapacidad de las fuerzas burguesas-
nacionalistas y pequeñoburguesas para dirigir con
éxito el proceso revolucionario, pese a que el
presidente Arbenz se había esforzado al máximo por
desarrollar “una orientación democrática, popular y
patriótica. La clase obrera, por su inmadurez, no
pudo conquistar la hegemonía en la dirección de la
revolución, aunque desempeñó un papel de primer
orden en la lucha contra la reacción subversiva y la
intervención imperialista, así como en el respaldo
firme a las medidas revolucionarias del gobierno de
Arbenz”98.
Esta deducción, válida para Guatemala, lo es
también para Bolivia. Las revoluciones
antiimperialistas y antioligárquicas, ocurridas en
ambos países en la década del 50, constituyeron una
especie de prólogo del nuevo y poderoso auge del
proceso revolucionario latinoamericano, culminado
por el triunfo de la heroica Revolución Cubana.
Hundimiento de las dictaduras militares y
policíacas en Perú, Colombia y Venezuela.
La segunda mitad de los años 50 se distinguió por
grandes y victoriosas acciones revolucionarias de los
trabajadores, pese a que el imperialismo
estadounidense, a partir de la victoria de la
revolución popular en Bolivia en 1952, utilizó todos
los medios a su alcance para mantener sus posiciones
en América Latina: desde secretas maquinaciones
para organizar golpes de Estado y derrocar gobiernos
indeseables hasta abiertas agresiones militares tales
como la que, realizada en 1954 contra la Guatemala
democrática, significó una exportación directa de la
contrarrevolución.
Con la más activa ayuda del imperialismo, al
finalizar la década del 40 y comenzar la del 50 en
varios países fueron puestos en el poder
reaccionarios regímenes dictatoriales burgueses y
latifundistas; de tal manera se encaramaron al poder
Manuel Odria en Perú (1948), Pérez Jiménez en
98
Guatemala contra el imperialismo (1954-1964). Las
luchas populares y la acción armada. La Habana, 1964, p.
22.
60
Venezuela (1950), Fulgencio Batista en Cuba (1952)
y Rojas Pinilla en Colombia (1953). .
En este periodo, la lucha de la clase obrera y de
todas las fuerzas patrióticas contra el imperialismo y
los regímenes dictatoriales y por el restablecimiento
de la democracia fue la parte más importante de los
procesos revolucionarios en América Latina. En cada
país la pugna tenia tanto rasgos peculiares, como
generales.
El movimiento obrero y comunista en Perú en los
primeros años de posguerra se desarrollaba en
condiciones especialmente difíciles debido a la
traicionera posición proimperialista del partido
APRA, que ejercía notable influencia sobre las
masas. Los apristas y su líder Haya de la Torre con
mucho empeño propugnaban la falsa tesis de que era
necesaria una “colaboración constructiva” con el
imperialismo de los EE.UU. Al mismo tiempo, los
apristas de hecho concertaron una alianza con la
oligarquía, tomando posiciones de rabioso
anticomunismo y antisovietismo.
Como lo hizo resaltar R. Arismendi, la doctrina y
la política del aprismo sólo contribuían “a la
conservación de las prescritas estructuras del atraso
económico, encadenadas a la voracidad del capital
financiero internacional”99. En esta situación, los
comunistas, que en 1944-1945 participaron en el
Frente Nacional Democrático junto con el APRA, se
vieron obligados a renunciar decididamente a la
colaboración con la reaccionaria élite aprista, traidora
de los intereses nacionales. Sin embargo, las
generosas promesas de los jefes del aprismo, su
capacidad para atraer las masas, influían sobre los
campesinos y obreros que, recién llegados del
campo, carecían de experiencia política. La
orientación proimperialista y anticomunista del
APRA contribuyó debilitar las fuerzas progresistas.
Situación especialmente complicada se registró en el
país en octubre de 1948, cuando el ala izquierda del
APRA organizó una sublevación en la Marina de
Guerra, dirigida contra el presidente Bustamante que
trataba de realizar una política de “pacificación
constitucional” del país. El gobierno aplastó el
levantamiento en un plazo relativamente breve y, por
decreto, prohibió el APRA, pero la situación siguió
siendo difícil. Esta coyuntura la aprovecharon los
militarotes reaccionarios que, apoyados por las
fuerzas conservadoras e instigados abiertamente por
el imperialismo yanqui, empezaron a preparar la
implantación de una dictadura desembozada. A fines
de octubre de 1948; el régimen democrático burgués
fue derrumbado y sustituido con una junta presidida
por M. Odria, ex ministro del Interior.
Contribuyó a la actividad de los putschistas el
hecho de que el Partido Comunista Peruano,
99
R. Arismendi. Problemas de una Revolución
Continental. Montevideo. Ediciones Pueblos Unidos. S.
A., p. 520.
B. Koval
debilitado por la lucha existente en su propio seno y
la escisión que ésta provocó, no supo orientarse
correctamente en la situación creada ni oponerse
debidamente a los conspiradores.
No obstante, en el transcurso de la heroica lucha
de ocho años contra la dictadura de Odria, los
comunistas llegaron a consolidar paulatinamente sus
fuerzas, granjeándose un gran prestigio en el pueblo.
Al mismo tiempo, volvieron a presentarse ciertas
oportunidades para una colaboración política con los
apristas, que habían recibido muy duros golpes del
nuevo régimen. El propio Haya de la Torre, para
evitar la ejecución, fue obligado a refugiarse en la
embajada colombiana hasta 1954.
Se entiende que los militares, al desatar la
represión contra los apristas, estaban lejos de
combatir su doctrina de “antiimperialismo
constructivo”, ni los rasgos reaccionarios del aprismo
como tendencia anticomunista pequeñoburguesa. Al
contrario, el golpe fue apuntado precisamente contra
los aspectos positivos del movimiento de apristas de
fila, contra la masiva corriente nacionalista que
aspiraba a desempeñar un papel independiente en la
gran política. La dictadura, que se congraciaba con el
imperialismo y la reacción burguesa y terrateniente
doméstica, actuaba contra todo movimiento opositor,
así como contra toda tendencia antiimperialista y
antidictatorial del populismo peruano dirigido por los
apristas, por más insignificante que ella fuera.
Sin embargo, las represalias desencadenadas
contra los apristas por el régimen de Odria hacían
posible, en cierta medida, un acercamiento táctico
entre los mismos y los comunistas, a despecho de sus
contradicciones ideológicas medulares y en aras de
una lucha común contra la dictadura. Merced a ello,
la clase obrera de Perú, sin impresionarse por los
decretos atemorizadores y las represalias más duras,
supo actuar en un frente único contra el régimen
dictatorial, organizar huelgas y manifestaciones
reivindicando el restablecimiento de la democracia.
La dictadura militar proimperialista de M. Odria no
logró asegurarse una amplia base social y se mantuvo
en el poder sólo merced a la fuerza de las bayonetas
y al apoyo de los EE.UU.
Pero esta situación no podía perdurar. El
movimiento antidictatorial iba cada año cobrando
vigor y al fin de cuentas, en 1956, venció: la tiranía
de M. Odria fue liquidada y el régimen constitucional
restablecido.
Se entiende que esto no implicaba un cambio
radical en el carácter clasista del poder; el nuevo
gobierno, igual que el anterior, era burgués-
terrateniente y proimperialista, pero se había
alcanzado una nueva fase en el desarrollo del proceso
revolucionario, una importante victoria política.
Era distinto el proceso de lucha de clases en
Colombia, donde en esta época también estaba en el
poder una dictadura militar reaccionaria. El paso de
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
la democracia representativa al despótico régimen
militar y policiaco se produjo en junio de 1953,
mediante un golpe de Estado palaciego, pretextando
la necesidad de acabar con el periodo de violencia y
guerra civil. Es que ya en 1949 el forcejeo que por el
poder habían entablado los partidos tradicionales, el
liberal y el conservador, acarreó enfrentamientos
armados entre los regionales grupos burgueses
terratenientes que respaldaban a aquéllos. Se llegó a
considerar el empleo de la fuerza o, más bien, de la
violencia, como el único e inevitable método para
conquistar la hegemonía política y el poder.
En esencia, el ambiente de violencia política no
controlada, más aún, incentivada de todas maneras
por los medios gubernamentales, se registró en
Colombia a lo largo de varios decenios. Durante el
gobierno conservador de Ospina Pérez (1946-1950),
el terrorismo adquirió el significado de
procedimiento casi legítimo de lucha política,
utilizado en escala especialmente amplia por los
grupos más reaccionarios. El más bárbaro crimen del
ala derecha de los conservadores, instigados por el
imperialismo estadounidense, fue el vil asesinato, el
9 de abril de 1948, del líder del partido liberal, Jorge
Eliécer Gaitán, demócrata y patriota
pequeñoburgués, partidario del “nacionalismo
combativo”, esto es, de enérgicas acciones masivas
contra el imperialismo y la oligarquía.
La muerte del democrático revolucionario
colombiano provocó la sublevación espontánea de
los habitantes de la capital y una ola de
manifestaciones antigubernamentales en todo el país.
En respuesta, los medios gobernantes utilizaron aún
más el arma de las represalias y el terror.
Prácticamente, a resultas de la rivalidad en el seno
de las clases explotadoras, Colombia se vio
arrastrada a una prolongada guerra civil. El grupo
gobernante, pretextando la tensión existente, decretó
el estado de guerra, lo que dio base jurídica para las
acciones violentas que el ejército y la policía
emprendieron no sólo contra los liberales y sus
partidarios sino también, y principalmente, contra el
movimiento obrero y campesino. Las persecuciones
políticas so pretexto de “defender la nación y el
gobierno” revistieron carácter masivo.
Como respuesta a las represalias, en varias
regiones comenzó un espontáneo movimiento
guerrillero, en primer término, en el campo, donde
los soldados reducían a cenizas aldeas enteras y
saqueaban y asesinaban impunemente miles de
habitantes. Por ejemplo, en el pueblo de Cocuy
mataron a 1.500 vecinos, y en el de Líbano, a 5 mil,
so pretexto de que serían partidarios de los
liberales100. El terror y la violencia obligaron a los
propios campesinos a empuñar las armas para salvar
a sus hogares y familias. También en las ciudades la
100
Véase Movimiento obrero y nacional-liberador en los
países de América (en ruso). Moscú, 1966, p. 327.
61
61
lucha se desarrolló por la vía armada.
El Partido Comunista respaldó la táctica de la
autodefensa de las masas como eficaz método de
lucha en las condiciones específicas creadas por la
violencia del gobierno y los clanes burgueses
terratenientes. Los liberales de izquierda y los
comunistas tomaron activa parte en la guerrilla,
considerándola “una expresión heroica de la
resistencia de nuestro pueblo contra la represión
terrorista de la dictadura y contra la violencia de las
bandas reaccionarias”101.
En cumplimiento de las resoluciones de su VII
Congreso (1952), los comunistas colombianos
prepararon y celebraron en julio del mismo año la
Primera Conferencia Nacional de Guerrilleros, que
elaboró una nueva estrategia. Esta consistía en ligar
la lucha armada con las acciones masivas por la
realización de la reforma agraria y con el
establecimiento de un régimen popular
revolucionario en las zonas dominadas por las
guerrillas102.
Los liberales participantes en la guerrilla se
opusieron a esta orientación; muchos de ellos se
inclinaban hacia la “pacificación” y el cese de la
lucha armada, pues no deseaban ampliar ni continuar
junto con los trabajadores, la lucha por
transformaciones radicales, Mientras en el campo de
la izquierda, incapaz de conseguir la unidad
necesaria, se debatía la estrategia y la táctica de la
pugna ulterior, la soldadesca reaccionaria decidió
concentrar todo el poder en sus manos y de una vez
para siempre acabar con el movimiento guerrillero
popular y consolidar la autoridad del gobierno
central.
Tras un pronunciamiento, al poder llegó la junta
reaccionaria presidida por el general G. Rojas Pinilla.
El golpe del 13 de julio de 1953 y la inmediata
promulgación del decreto de amnistía para los
guerrilleros liberales que voluntariamente
depositaran las armas, causaron la escisión en la
guerrilla. Los comunistas se pronunciaron contra el
desarme de los destacamentos populares, pero este
llamamiento fue seguido sólo por una parte de los
grupos guerrilleros; éstos, habiéndose adentrado en el
país, se situaron en la zona de Marquetalia y Río
Chiquito, donde constituyeron una peculiar región
liberada.
Como el gobierno de Rojas Pinilla no realizó la
prometida reforma agraria ni decretó una cabal
amnistía política, y, por el contrario, prohibió el
Partido Comunista y continuó la política de
violencia, la guerrilla volvió a cobrar fuerza. En sus
101
Treinta años de lucha del Partido Comunista de
Colombia. Bogotá, 1960, p. 94.
102
Véase Revista Internacional. 1961, Nº 5, p. 37.
62
filas combatían unos 100 mil patriotas103. La guerra
civil continuaba; además, esta vez revestía un
carácter social más pronunciado: la dictadura militar
y los desavenidos grupos políticos burgueses
actuaban, de hecho, en un frente único contra los
trabajadores de la ciudad y el campo, pretendiendo, a
hierro y fuego, aplastar totalmente la lucha de clases
en el país. Grandes unidades militares, empleando
carros de combate, artillería pesada, bombarderos,
cayeron sobre los destacamentos de autodefensa y los
grupos guerrilleros. Los comunistas, cuya influencia
en la guerrilla llegó a predominar, se esforzaron por
unificar las fuerzas del pueblo para la lucha contra la
dictadura y alcanzaron no pocos éxitos.
La política de “pacificación”, que Rojas Pinilla
intentaba asegurar por medio de la violencia y la
escisión de la izquierda, fracasó. En cambio, merced
a los comunistas, la clase obrera colombiana se
solidarizaba cada vez más con las actividades de los
campesinos y coordinaba sus acciones con las del
movimiento guerrillero.
Cuanto más ensañadas se volvían las represiones
y el terror, tanto mayor era la indignación y la
protesta popular contra el dictador y su gobierno. El
movimiento democrático de masas se desarrollaba
bajo las consignas de “¡Abajo la dictadura!”, “¡Abajo
la bota de la soldadesca!”, “¡Por la unidad!”.
La profundización del contenido social del
movimiento obrero y campesino, el crecimiento del
prestigio de la guerrilla, el ensanchamiento del frente
opositor como resultado de la reaccionaria política de
la dictadura, alarmaban cada vez más a la burguesía y
los terratenientes colombianos, así como al
imperialismo estadounidense. La reacción doméstica
y la exterior llegaron a la conclusión de que valía
más sacrificar al dictador que admitir una explosión
revolucionaria nacional que desembocara en la
victoria de la izquierda.
La huelga general realizada entre el 8 y el 10 de
mayo de 1957, en señal de protesta contra el intento
de Rojas Pinilla de ser reelegido presidente para el
nuevo periodo, constituyó un palmario testimonio de
que la clase obrera desempeñaba el papel de
vanguardia en la pugna por la democracia. Bajo el
impacto de la lucha popular, la dictadura no pudo
seguir manteniendo las riendas del poder; Rojas
Pinilla se vio obligado a huir del país. Otro grupo de
militares subió al poder, para después entregarlo a un
gobierno civil presidido por el renombrado líder
liberal A. Lleras Camargo.
El restablecimiento del régimen constitucional fue
una relevante victoria de las fuerzas antidictatoriales,
una manifestación de la crisis general de los tiránicos
regímenes militares que, a la sazón, existían en varios
países latinoamericanos.
103
S. A. Gonionskiy. América Latina y los EE.UU.: 1939-
1959. Esbozos de historia de las relaciones diplomáticas
(en ruso). 1960, p. 444.
B. Koval
El hundimiento de las dictaduras militares
antipopulares en Perú y Colombia puso en evidencia,
además, la incapacidad del imperialismo y la
reacción burguesa terrateniente para gobernar a la
antigua. América Latina se avecinaba a una nueva
etapa de su historia.
Otro testimonio de ello fue el proceso de lucha
revolucionaria en la Venezuela vecina.
La vida política de Venezuela en el periodo de
posguerra en gran medida la determinaba el hecho de
que en octubre de 1945, tras un pronunciamiento en
las altas esferas militares, el poder llegó a parar a
manos de la pequeña y media burguesía nacionalista.
Rómulo Betancourt, líder del partido burgués
nacionalista Acción Democrática, llegó a ser
presidente de la recién constituida Junta
Revolucionaria. Luego, entre diciembre de 1947 y
noviembre de 1948, la presidencia estuvo a cargo de
otro líder del mismo partido, el famoso escritor
Rómulo Gallegos.
Los tres años de gobierno de la Acción
Democrática se distinguieron por algunas reformas
de carácter progresista realizadas con miras a
consolidar las posiciones del sector estatal en la
industria petrolera, llevar a cabo la reforma agraria,
limitar la salida del país de las ganancias obtenidas
por las compañías extranjeras, etc. Esta posición,
fundamentalmente antiimperialista y antioligárquica,
se combinaba con la pronunciada ideología
anticomunista de la AD, típica organización
policlasista dirigida por los círculos burgueses
liberales y pequeñoburgueses. Los lideres nacional-
reformistas trataban de infundir en los trabajadores la
idea de que debían sacrificar sus intereses en
beneficio de los de “toda la nación”, renunciar a la
lucha clasista y aspirar a la “paz social” con los
empresarios. Partiendo de esta tesis, se consideraba
al movimiento obrero y comunista como una “fuerza
antinacional” que debía ser excluida de la vida
política.
En esta situación, ante la clase obrera y su partido
se planteó una tarea muy compleja y contradictoria:
por un lado, apoyar las medidas progresistas del
gobierno burgués nacionalista, defendiendo frente a
los ataques de la derecha (el imperialismo y la
reacción interior) y, por el otro, impulsar el
movimiento independiente de las masas, desarrollar
una lucha intransigente contra la ideología burguesa
y, sobre todo, contra el anticomunismo. Resolver
estos problemas era aún más difícil en el contexto de
la crisis interna por la que atravesaba el Partido
Comunista de Venezuela a causa de las tendencias
liquidacionistas difundidas en 1944-1945 y de la
división en tres corrientes contrapuestas.
Precisamente esta circunstancia fue aprovechada,
en un principio, por los dirigentes de la Acción
Democrática que se ganaron considerables sectores
de trabajadores. Según ciertos datos, en 1945 la AD
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
contaba con unos 100 mil afiliados: obreros,
artesanos, pequeños y medianos empresarios,
intelectuales. La capa pequeñoburguesa era la más
gruesa104. Tomando en consideración el estado de
ánimo antiimperialista de los medios nacional-
reformistas gobernantes, los comunistas, basándose
en el marxismo-leninismo, se pronunciaban en apoyo
del gobierno, puesto que sus postulados
programáticos respondían a las aspiraciones de las
vastas masas populares. Al mismo tiempo, los
comunistas subrayaban la necesidad de formar un
poderoso frente único nacional para mantener y
defender las conquistas democráticas105.
El primer escalón en la lucha por estos objetivos
era la unificación de la propia clase obrera y de su
Partido Comunista que seguía estando dividido. En
las elecciones de octubre de 1946, se dio un resuelto
paso para superar las divergencias: los comunistas
presentaron una lista única de candidatos a la
Asamblea Nacional. No obstante, la influencia del
PCV entre los obreros seguía siendo insuficiente. En
las elecciones sólo obtuvo 50.800 votos, mientras por
la AD votaron más de un millón de venezolanos106.
Los resultados de las elecciones obligaron a tomar
medidas a fin de superar, cuanto antes, la escisión del
partido. De tal modo, muy pronto (en noviembre de
1946), se efectuó el I Congreso (Unificado) del PCV.
El dar término a su división y el lograr su
resurgimiento como fuerza unitaria basada en el
marxismo-leninismo y el centralismo democrático
constituyó una importante victoria de toda la clase
obrera, si bien aún quedaba un largo camino a
recorrer para que el Partido Comunista se convirtiera
en una organización de masas.
Los comunistas tuvieron que encarar obstáculos
especialmente serios en los sindicatos, donde la
Acción Democrática gozaba de enorme influencia,
apoyándose en la pequeñoburguesa burocracia
sindical. Pero por más esfuerzos que ésta hiciera por
menguar la lucha del proletariado, el movimiento
huelguístico crecía cada vez más. Por otra parte, la
clase obrera iba librándose paulatinamente de la
influencia nacionalista.
El mayor dinamismo del movimiento obrero
contribuyó a consolidar el Partido Comunista que, en
1948, contaba en sus filas con unos 15 mil militantes.
El II Congreso del PCV (agosto de 1948) planteó la
tarea de afirmar las posiciones del partido en los
sindicatos y dinamizar la labor política en las masas.
Con respecto al gobierno burgués nacionalista, el
partido decidió apoyar sus medidas progresistas y
104
E. S. Dabaguián. El nacional-reformismo en la
Venezuela actual (en ruso). Moscú, 1962, p. 55.
105
Cit. según el libro E. V. Diómushkin. Venezuela
después de la Segunda Guerra Mundial (en ruso). Moscú,
1969, p. 42.
106
E. V. Diómushkin. Venezuela después de la Segunda
Guerra Mundial (en ruso). Moscú, 1969, p. 42.
63
63
criticar las concesiones hechas a los reaccionarios y
al imperialismo.
Los comunistas, al desenmascarar la política
conciliadora de la AD, se pronunciaban
resueltamente en defensa de la democracia burguesa
y contra las tentativas de la reacción de realizar un
golpe de Estado; al mismo tiempo, llamaban al
gobierno de R. Gallegos a adoptar enérgicas medidas
contra los conspiradores militares. Empero, las
divergencias ideológicas existentes impidieron que se
consiguiera la unidad de las fuerzas antiimperialistas.
Como resultado, el 24 de noviembre de 1948, la
soldadesca reaccionaria respaldada por el
imperialismo realizó el golpe.
La dictadura militar cayó con todo su peso sobre
la clase obrera y sus organizaciones, aplastando
manu militari las huelgas, encarcelando miles de
personas, despidiendo de trabajo a centenares de
“sospechosos”, prohibiendo los sindicatos
progresistas. N o obstante todo ello, no se consiguió
acabar con el movimiento obrero. Más aún, el
proletariado de Venezuela dinamizó su lucha. Las
batallas de clase adquirieron carácter especialmente
agudo en 1950, cuando 40 mil obreros petroleros se
declararon en huelga. En señal de solidaridad con
ellos intervinieron obreros de varias otras ramas y
estudiantes. Como respuesta, la reacción pasó a la
ofensiva en todo el frente: 47 sindicatos disueltos, el
Partido Comunista prohibido, más de 3 mil presos
políticos en las cárceles. La situación se complicó
aún más debido al nuevo recrudecimiento de la lucha
sectaria en el seno del propio Partido Comunista.
Con el fin de derrotar definitivamente a la
izquierda, los medios más reaccionarios, apoyados
por el imperialismo estadounidense, implantaron en
diciembre de 1952 un régimen todavía más brutal, a
cuyo frente se puso el coronel Marcos Pérez Jiménez.
En defensa de la democracia, los comunistas
plantearon la necesidad de formar un bloque unido de
todos los que se pronuncian contra la dictadura
militar y policíaca, en base a un programa mínimo
que estipule la lucha por el restablecimiento de las
garantías constitucionales. Se trataba, en primer
término, de conseguir la unidad de acción con el
partido burgués nacionalista Acción Democrática que
también había sufrido enormes pérdidas y, en
condiciones de clandestinidad, actuaba contra el
régimen militar.
Por ello se rechazó la denigrante tesis sostenida
por los fraccionistas de “izquierda” que militaban en
el PCV, quienes opinaban que no era la junta militar
sino la Acción Democrática, en función de su
naturaleza inconsecuente y burguesa, el enemigo
principal de la clase obrera. Los partidarios de este
punto de vista pasaban por alto la muy importante
circunstancia de que los “demócratas” gozaban de
gran influencia en las masas y de que, en cierta
medida, podían realizar reformas antiimperialistas.
64
De ahí que la consigna de la unidad de acción,
pese al retraso con que la planteó el Partido
Comunista, tuviera importancia cardinal para todo el
ulterior proceso de la lucha antidictatorial. Durante
cinco años, los trabajadores venezolanos, sobre todo
la clase obrera, desarrollaron una lucha tenaz y
heroica contra el reaccionario régimen de Pérez
Jiménez que entregó el país al saqueo por los
monopolios petroleros norteamericanos.
La política antinacional de la dictadura causó el
descontento general. La lucha del pueblo venezolano
iba creciendo de hora en hora hasta alcanzar
proyección nacional en 1957.
A mediados de 1957, los representantes de todas
las organizaciones ilegales de oposición, incluidos el
Partido Comunista y el ala izquierda de la Acción
Democrática, crearon la Junta Patriótica, un amplio
frente democrático que tenía como objetivo el
derrocamiento de la camarilla gobernante.
En enero de 1958, en Caracas, capital venezolana,
comenzó una huelga general que se transformó en
insurrección popular armada. Bajo las consignas “Por
la libertad” y “Muerte a la tiranía”, los trabajadores
se lanzaron a la batalla decisiva. En el curso de
combates sangrientos, el pueblo de Venezuela salió
victorioso: la odiosa dictadura fue derrocada y el
dictador huyó vergonzosamente del país.
La victoria del 23 de enero de 1958 la conquistó
el amplio frente de partidos políticos y grupos
militares, que representaba la enorme mayoría de la
nación.
El proletariado venezolano y su Partido
Comunista hicieron una relevante aportación al
derrocamiento de la dictadura. El influyente órgano
de los monopolios norteamericanos, The Wall Street
Joumal, se vio forzado a reconocer que, debido a su
coraje, “los rojos salieron de la Revolución de enero,
que echó abajo a Pérez Jiménez, poco menos que
como héroes nacionales”107.
En Venezuela, igual que en otros países, se
manifestó con claridad el papel combativo de la clase
obrera como el más consecuente luchador en la brega
por asegurar la democracia y liberarse del yugo
impuesto por el imperialismo extranjero. No es
casual que, como en Perú y Colombia, y luego en
Cuba, también en Venezuela la huelga general
proletaria, organizada por los comunistas y otras
fuerzas de izquierda, constituyera el acorde final en
la victoriosa lucha por el derrumbamiento de la
dictadura reaccionaria.
El movimiento obrero, avanzando constante e
indeclinablemente en forma de acciones
huelguísticas, se transformaba cada vez más en una
combativa corriente de masas, que iba incorporando
a la lucha crecientes sectores de la población.
Considerable fue también el aporte que para
107
The Wall Street Joumal. 1958, 10-VI.
B. Koval
derrocar la dictadura hicieron los estudiantes
progresistas e intelectuales, las capas medias de la
ciudad y los campesinos, así como grupos
democráticos de la burguesía nacional media y
pequeña.
Todo ello testimoniaba que las fuerzas
reaccionarias de la burguesía y los terratenientes y el
imperialismo estadounidense, no habían conseguido,
en principio, asegurarse una base social masiva.
***
El periodo comprendido entre la derrota del
fascismo y el triunfo de la Revolución Cubana fue
breve -tan sólo de quince años- pero saturado de
importantes procesos sociales y políticos y
trascendentales cambios en la distribución de las
fuerzas de clases en el continente.
El resultado principal fue la consolidación de la
clase obrera y sus partidos comunistas como la más
organizada fuerza revolucionaria en la sociedad
latinoamericana.
Vastos sectores de trabajadores se convencían
cada día más de que precisamente los comunistas
eran los que tenían la capacidad de luchar
consecuente y abnegadamente contra el imperialismo
y la reacción, en defensa de los intereses vitales de
los pueblos.
La actitud hacia los partidos burgueses era
totalmente distinta. En los años de posguerra se
manifestó con meridiana claridad el comportamiento
conciliador, e incluso traidor, de dichos partidos, su
tendencia a valerse de métodos dictatoriales de
gobierno, a aplastar violentamente las acciones
masivas de los trabajadores.
Estos rasgos caracterizaban también a los grupos
nacionalistas de la burguesía doméstica. Los
demagógicos procedimientos que, para hacer
ostentación de antiimperialismo y radicalismo social,
empleaban con frecuencia los líderes de los
regímenes burgueses nacionalistas, aún surtían
considerable efecto, ilusionando a determinados
sectores de trabajadores que alimentaban la ingenua
esperanza de que las reformas importantes se
realizaran “de arriba”. En cierta etapa estas
tendencias contribuyeron incluso al desarrollo del
movimiento populista encabezado por lideres
burgueses, pero gradualmente, incluso dentro del
propio populismo, fue perfilándose con creciente
nitidez la corriente proletaria clasista.
Eran las masas trabajadoras las que empujaban
hacia adelante a la cobarde burguesía nacionalista,
exigiendo que se sancionara una nueva legislación
social, se protegieran las riquezas nacionales, se
aplicara una política antimilitarista, se ampliara la
democracia. Sólo merced a esta presión “de abajo”,
América Latina no se convirtió en el apéndice
colonial del imperialismo estadounidense, ni perdió
su independencia política.
El recrudecimiento de las contradicciones sociales
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
implicaba objetivamente que en el eslabón más flojo
del sistema capitalista latinoamericano, más tarde o
más temprano, se produciría un proceso histórico tan
grande y trascendental como la heroica Revolución
Cubana, la primera revolución socialista en América.
La Revolución Cubana y su trascendencia
internacional.
La heroica epopeya de la Revolución Cubana es el
jalón central en la historia de todos los pueblos
latinoamericanos. La distinguen acontecimientos
remarcables: la prolongada y valiente pugna
emprendida por los trabajadores de Cuba, su clase
obrera y los comunistas contra la dictadura
reaccionaria de Fulgencio Batista (1952-1958); el
abnegado ataque armado al que los patriotas
dirigidos por Fidel Castro se lanzaron contra el
cuartel Moncada en julio de 1953; la proeza del
combativo núcleo revolucionario que, en diciembre
de 1956, desembarcó del yate Granma, y la historia
de las subsiguientes ofensivas del Ejército Rebelde;
la lucha clandestina de los comunistas; la
insurrección general del proletariado de La Habana,
concluida el 1 de enero de 1959 con el derrocamiento
de la dictadura antipopular, la transformación de la
revolución democrática y antiimperialista en la
socialista. Estos son hechos expuestos con nitidez y
plenitud en documentos publicados, intervenciones e
informes del camarada Fidel Castro Ruz, así como en
numerosos estudios de historiadores marxistas,
incluidas múltiples obras de científicos soviéticos. En
1978, con motivo del 20 aniversario del triunfo de la
Revolución Cubana, apareció la obra Ensayos de la
historia de Cuba, trabajo de síntesis, realizado por un
grupo de estudiosos soviéticos; por ello, sería
superfluo analizar aquí el curso revolucionario en ese
país. Basta con caracterizar sólo algunos aspectos
fundamentales de su trascendencia para los destinos
de América Latina y el proceso revolucionario
mundial en su totalidad.
“Cuba -señalaba L. Brézhnev- es el primer país
socialista en el Hemisferio Occidental. En esto
residen su papel histórico y su responsabilidad
histórica.”108 Con la victoria de la Revolución
Cubana culminó, en cierto modo, el prolongado
desarrollo de la lucha clasista y del movimiento
antiimperialista en todo el continente.
Esta victoria la predeterminaron dos factores
objetivos interrelacionados, el interno y el exterior,
en los que se reflejaron las leyes generales que rigen
la época en que la humanidad pasa del capitalismo al
socialismo. F. Castro definió con claridad el rol del
factor exterior: “...La Revolución Cubana fue posible
porque mucho antes hubo Revolución Rusa en 1917.
¡Sin la existencia de la Unión Soviética no habría
108
L. I. Brézhnev. Por el camino de Lenin. Moscú, 1974, t.
4. p. 403.
65
65
sido posible la Revolución Socialista de Cuba!”109.
La ayuda fraterna del pueblo soviético y de otros
países socialistas, la valiente y consecuente
solidaridad de la Patria del Octubre con la Cuba
revolucionaria desempeñó un papel extraordinario
para frustrar las intenciones de la contrarrevolución
doméstica y foránea. Merced a lo expuesto, la
primera revolución socialista en el Hemisferio
Occidental pudo resistir en la pelea mortal con el
imperialismo.
La relevancia del factor exterior no desvaloriza el
rol de los factores internos del proceso
revolucionario en Cuba. Entre ellos cabe mencionar
en primer lugar el hecho que ya en la década del 30,
según se manifestó en el I Congreso del Partido
Comunista de Cuba (1976), la clase obrera,
“consecuente con su papel histórico, constituyó la
clase más revolucionaria de nuestra sociedad, y la
base principal de las luchas por las radicales
transformaciones que exigía nuestra realidad
económica, social y política”110.
A lo largo de varios decenios, el proletariado, que
aspiraba al socialismo y veía en el establecimiento de
éste su misión histórica, desarrolló una heroica y
abnegada lucha contra el imperialismo y la reacción.
La fortaleza de la clase obrera se manifestó con
especial claridad en los años de lucha contra la
reaccionaria dictadura de Batista, si bien la
burocracia sindical de derecha, encabezada por E.
Mujal, presidente de la Confederación de
Trabajadores de Cuba, se esforzaba por asegurar de
todas maneras el apoyo social al dictador. El régimen
batistiano proimperialista desató masivas represalias
contra el movimiento obrero y el Partido Socialista
Popular.
Sin embargo, contra los cálculos del imperialismo
y la reacción, el terror causó, en vez de miedo, un
auge del movimiento de oposición. En el campo de
los adversarios políticos de la dictadura militar-
fascista se vieron las más distintas capas de la
sociedad: obreros, campesinos, intelectuales, sectores
urbanos medios, parte de la burguesía nacional. El
proletariado de la ciudad y del agro constituía
objetivamente la fuerza social rectora en la lucha por
las transformaciones revolucionarias. El movimiento
obrero presentaba el mayor grado de masividad y
organización. Es significativo que en los 7 años de
pugna del pueblo cubano contra la dictadura de
Batista, el proletariado, superando las graves
consecuencias de la escisión y la traición mujalista,
desplegó un activo movimiento huelguístico. Las
109
F. Castro. La Revolución de Octubre y la Revolución
Cubana. Discursos 1959-1977. Instituto de Historia del
Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de
Cuba, adjunto al Comité Central de Partido Comunista de
Cuba. La Habana, 1977, p. 69.
110
Plataforma programática del Partido Comunista de
Cuba. Editora Política. La Habana, 1978, p. 12.
66
más importantes acciones obreras revestían marcado
carácter antidictatorial. El Partido Socialista Popular
desempeñó relevante papel en la organización de un
masivo movimiento de protesta y unidad de la
oposición, pero su capacidad para dirigir las masas
era a la sazón muy limitada. La propaganda
anticomunista, el terror y las intimidaciones, el
ostracismo al que lo condenaban los partidos
burgueses y pequeñoburgueses que se pronunciaban
contra la dictadura pero no querían colaborar con los
comunistas, todo ello debilitaba las posiciones de
éstos entre las masas, obstaculizando el avance del
movimiento de resistencia antidictatorial.
En esta situación, la histórica misión de encabezar
el proceso revolucionario la asumió Fidel Castro y
sus correligionarios, que decidieron crear su propia
organización revolucionaria político-militar,
independiente de los partidos tradicionales,
planteándose como el objetivo central la preparación
de la lucha armada contra la dictadura.
El ataque contra el cuartel Moncada, el 26 de julio
de 1953, constituyó la primera acción combativa de
los jóvenes patriotas, acción que, pese a su derrota,
estremeció a toda Cuba, contribuyendo a crear una
situación revolucionaria.
Los comunistas no supieron en seguida evaluar
correctamente la insurrección armada de los
fidelistas. Su partido, al llamar a desenvolver el
movimiento de masas, no llegó a entender que ya era
hora de pasar de las formas pacificas de lucha a las
armadas.
Como resultado, las palancas principales de
dirección ideológica y política paulatinamente fueron
pasando al grupo revolucionario “Movimiento 26 de
Julio” con Fidel Castro al frente.
Al explicar las causas de ello, pasados 20 años del
triunfo de la revolución, F. Castro manifestó que bajo
la dictadura de Batista en el país reinaba el
anticomunismo, el pueblo estaba desorientado y el
Partido Comunista, fuertemente aislado. De ahí que
en ese entonces el Partido Comunista no tuviera
posibilidades objetivas para ponerse al frente de la
revolución en Cuba. El actual líder cubano opinaba
que, si se hubiera logrado conducir las vastas masas
sin hablar de comunismo se habría podido tomar el
poder. Pero él consideraba indispensable tener un
programa revolucionario cuyo objetivo final debía
ser el socialismo.
En lo esencial, el programa elaborado por F.
Castro y expuesto por él en el discurso pronunciado
durante el proceso judicial montado contra los
participantes en el asalto al Moncada, se basaba en la
teoría marxista-leninista, y sus posiciones, en gran
medida, coincidían con el programa del PSP.
Los comunistas y los fidelistas se pronunciaban
contra la dictadura y el imperialismo, por
transformaciones profundas y, en perspectiva, por la
edificación del socialismo, pero enfocaban de manera
B. Koval
distinta las vías y formas de la lucha revolucionaria.
Los comunistas, en su manifiesto del 26 de
setiembre de 1956, reconocían que, ante la coacción
reaccionaria por parte del gobierno, al pueblo no le
quedaba otro medio para expresar su voluntad que el
de desenvolver una lucha directa de las masas unidas,
a fin de promover la huelga general y la insurrección
nacional.
F. Castro y sus correligionarios del “Movimiento
del 26 de Julio” elaboraron la estrategia del
movimiento rebelde armado como forma básica de
lucha revolucionaria por el poder, pronunciándose
resueltamente contra irreflexivos planes de organizar
una “comedia insurreccional”.
Pese a los distintos planteamientos tácticos, entre
los comunistas y fidelistas se establecieron contactos
operativos que se consolidaron especialmente en el
período de lucha armada contra la dictadura. La
participación directa de los comunistas en el
movimiento insurreccional comenzó en los primeros
meses de 1958. Así, paso a paso, iban unificándose
las fuerzas revolucionarias, de las que el Ejército
Rebelde, de tres mil efectivos, ocupó el lugar central.
La clase obrera de la ciudad y el agro, el
campesinado y la pequeña burguesía progresista
constituyeron las fuerzas fundamentales de la
revolución.
Este factor hizo que la Revolución Cubana
rápidamente atravesara por su primera fase
(democrática) para, a fines de 1959, entrar en la etapa
socialista que, hacia el otoño de 1960, culminó, en lo
esencial, con la implantación de la dictadura del
proletariado. “Una característica especifica del
tránsito de la etapa democrático-popular, agraria y
antiimperialista a la etapa socialista en Cuba reside
en que se efectuó en un periodo breve y bajo la
misma dirección revolucionaria -se señala en la
Plataforma Programática del Partido Comunista de
Cuba-. En lo esencial, el problema del poder político
había sido resuelto ya desde los primeros momentos
para ambas etapas de la Revolución.
En la primera etapa se expresó como una
dictadura democrático-revolucionaria de las masas
populares: de obreros, campesinos, pequeña
burguesía urbana y demás capas de la población con
intereses opuestos a la dominación del imperialismo
y de la oligarquía burgués-latifundista. Ahora, en la
segunda etapa de construcción socialista, se expresó
como dictadura del proletariado en alianza con los
campesinos trabajadores y con las demás capas de
nuestra sociedad con intereses opuestos al régimen
capitalista.”111
De tal manera, la Revolución Cubana parecería
haber abarcado el presente y el futuro de América
Latina en su totalidad, ya que en todos los países del
continente la lucha contra el imperialismo y la
111
Plataforma programática del Partido Comunista de
Cuba. Editora Política. La Habana, 1978, p. 44.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
oligarquía va entretejiéndose cada vez más con la
lucha por el socialismo.
Merced a esto dicha revolución ejerció una
influencia verdaderamente gigantesca sobre
Latinoamérica y abrió una nueva etapa, la etapa
actual de la lucha revolucionaria. “Si algún privilegio
le ha correspondido a nuestro país -sostuvo F.
Castro- es el que le confiere la historia al haber sido
el primero que derrotó al capitalismo y al
imperialismo en esta parte del mundo, y el primero
en que se comenzó a construir el socialismo. No fue
ningún milagro, sino la fuerza invencible de la
ideología marxista-leninista, fundida con nuestras
tradiciones revolucionarias, y el heroísmo masivo del
pueblo, unido al apoyo formidable de la solidaridad
internacional, lo que hizo posible que las inmortales
banderas de la Gran Revolución de Octubre
flamearan triunfantes sobre el primer Territorio Libre
de América.”112
La incidencia del ejemplo cubano sobre la lucha
de los pueblos latinoamericanos revistió las más
distintas formas, provocando un poderoso auge de la
actividad revolucionaria de las masas trabajadoras.
En varios países se dinamizó el movimiento
campesino y guerrillero. Los estudiantes realizaron
valerosas acciones antiimperialistas. En todas partes
fue desarrollándose la lucha democrática, cundió una
potente ola de solidaridad con la Cuba
revolucionaria.
Palmario testimonio del impetuoso crecimiento de
la actividad combativa de las masas trabajadoras es la
dinámica del movimiento huelguístico: mientras que
en 1958, en vísperas del triunfo de la Revolución
Cubana, el total de huelguistas en Latinoamérica
alcanzaba a 11 millones 800 mil, en 1959 -el primer
año de la Revolución- se habla duplicado, llegando a
20 millones (cifra registrada también en 1960), y a 21
millones en 1961113. Esto significa que los
huelguistas latinoamericanos constituyeron en
aquellos años aproximadamente un tercio del total
registrado en el mundo capitalista.
La Revolución Cubana mostró a los trabajadores
de todos los países la posibilidad real de conquistar la
independencia, liquidar las relaciones de explotación
y construir la sociedad socialista, e inspiró a las
fuerzas revolucionarias del continente para la lucha.
Bajo el impacto de Cuba, se desenvolvió un
proceso de acelerada politización de las masas, se
profundizó su desconfianza hacia las promesas y
consignas de los partidos burgueses tradicionales y
sus líderes.
La agresiva política anticubana de los EE.UU., en
primer término el bloqueo económico y el
desembarco de mercenarios en Playa Girón, causó en
todos los países un auge extraordinario de los
sentimientos antiimperialistas. A diferencia de la
112
Granma. 19.1.1977.
113
El proletariado de América Latina, p. 255.
67
67
etapa precedente, dichos sentimientos se
manifestaron de modo más estable y consciente y a
menudo se tradujeron en acciones muy dinámicas. El
ejemplo de la victoriosa revolución en Cuba disipó el
mito de la imposibilidad de superar la dependencia y
de evitar la intervención militar. Fue un viraje radical
en el desarrollo de los factores subjetivos del
movimiento antiimperialista.
La resuelta política internacionalista de la URSS y
otros países socialistas que protegieron a Cuba frente
a la intervención imperialista, fue acogida con
entusiasmo por los trabajadores de toda América
Latina, contribuyendo a que se produjera un cambio
en la conciencia de las masas en favor del socialismo
y el comunismo.
***
La dinámica de los procesos revolucionarios
registrados desde la insurrección de octubre de 1944
en Guatemala hasta el derrocamiento de la dictadura
batistiana el 1 de enero de 1959 arroja una
regularidad fundamental: la forma indeclinable en
que se profundiza y amplia el contenido social de la
lucha y el crecimiento de las tendencias
anticapitalistas. Paso a paso, año tras año, iba
fortaleciéndose la aspiración de las masas
trabajadoras -sobre todo, de la clase obrera y sus
partidos comunistas, así como de la vanguardia de la
democracia revolucionaria- a que la revolución
rebasara el marco de las reivindicaciones
antiimperialistas, antioligárquicas y antidictatoriales,
para darle una orientación socialista. En un breve
periodo se recorrió un largo camino culminado con la
victoria de la heroica Revolución Cubana. Esta
pareciera concentrar toda la experiencia acumulada
en los años precedentes: insurrecciones armadas y
huelgas proletarias generales que acarrearon la caída
de dictaduras reaccionarias (Guatemala, Bolivia,
Perú, Colombia, Venezuela), formas guerrilleras del
movimiento rebelde, superación de la violencia
contrarrevolucionaria por medio de la violencia
revolucionaria (Bolivia, Colombia), primeras
reformas agrarias radicales y nacionalización
democrática de la propiedad imperialista (Guatemala,
Bolivia), colaboración combativa de los comunistas
con las fuerzas revolucionario-democráticas
pequeñoburguesas (Guatemala), enseñanzas dejadas
por los éxitos y las derrotas, experiencia en la
elaboración de una concreta plataforma política de
lucha revolucionaria y dirección de las masas.
Estas y muchas otras realizaciones de las fuerzas
progresistas se plasmaron de modo notable y original
en la Revolución Cubana, a la que le dieron esa
vivificante base latinoamericana, sin la cual no habría
podido alcanzar tan magnífica victoria. Puede decirse
con pleno fundamento que este triunfo hubiera sido
imposible sin las revoluciones en Guatemala y
Bolivia, sin la experiencia dada por la lucha de los
pueblos de Perú, Colombia, Venezuela y otros países
68
contra las dictaduras militares terroristas, sin la
demostración práctica y teórica de la inconsistencia
del reformismo nacionalista burgués y del populismo
en Argentina y Brasil, en fin, sin el viraje operado en
la conciencia de las masas al comprender la
naturaleza agresiva y contrarrevolucionaria del
imperialismo estadounidense.
Precisamente estos factores ofrecen la clave para
entender correctamente la trascendencia internacional
y la necesidad histórica de la Revolución Cubana.
Este triunfo marcó el inicio de una etapa
completamente nueva en la historia de toda América
Latina y, antes que nada, en el desarrollo de procesos
revolucionarios más profundos y multilaterales por
su contenido social, superiores por su carácter
masivo y por su combatividad. De ahí en adelante,
todas las formas de lucha de clases y de los
movimientos antiimperialistas en América Latina,
toda la vida política, ideológica y teórica en el
continente están directamente vinculadas -en
reciproca cooperación- con la Cuba socialista, con el
socialismo real que triunfó en el corazón mismo de
América, con la perspectiva socialista. Esta fue una
auténtica conquista histórica de todos los pueblos
latinoamericanos.
***
El periodo que comienza con la victoria de la
Gran Revolución Socialista de Octubre y la
formación del movimiento comunista internacional, y
se extiende hasta la Revolución Cubana, constituyó
una relevante y grande etapa en la historia del
proletariado latinoamericano. Durante las décadas
anteriores -aproximadamente desde mediados del
siglo XIX- en el continente se había desarrollado el
proceso de surgimiento y configuración de la clase
obrera. Al finalizar el siglo, en la mayoría de los
países ya existían grandes sindicatos y el movimiento
huelguístico había adquirido amplias proporciones.
Entre 1880 y los albores del siglo presente, en
varios Estados latinoamericanos hicieron su
aparición los primeros círculos y partidos socialistas,
comenzando la propagación de las ideas marxistas.
Al periodo inicial del movimiento obrero lo
caracterizaron, en general, luchas en las que
predominaban la espontaneidad y los motivos
económicos. Sólo una pequeña parte de los obreros e
intelectuales progresistas -en su mayoría, inmigrantes
de Europa- conocían la teoría marxista y se
pronunciaban contra el capitalismo como sistema.
El advenimiento de la época imperialista condujo,
primero, a acentuar la dependencia económica de los
países latinoamericanos y, segundo, a desarrollar el
capitalismo doméstico. En vísperas y durante la
primera contienda mundial, el proletariado se
acrecentó considerablemente, en particular, su núcleo
fabril.
Al intensificarse la explotación de los trabajadores
durante la contienda bélica, se agudizó el
B. Koval
antagonismo social entre la clase obrera, por una
parte, y el capital doméstico y extranjero, por otra, lo
que originó una nueva corriente revolucionaria
internacionalista en el movimiento obrero. Se perfiló
una profunda crisis de la política conciliadora y
reformista de los partidos socialistas, que apoyaban
las posiciones de la Segunda Internacional. Además,
la actividad de los elementos anarquistas y anarco-
sindicalistas, que predominaban en los sindicatos,
provocaba creciente descontento entre los obreros de
vanguardia.
Bajo la inmensa influencia del Gran Octubre y el
bolchevismo, en varios de los países más
desarrollados del continente se empezaron a crear
partidos comunistas nacionales. Fue un viraje de
trascendencia histórica, que abrió una nueva etapa en
el avance del movimiento obrero y la lucha
antiimperialista en América Latina.
Los cuatro decenios subsiguientes, coronados con
la victoria de la primera revolución socialista en
América, constituyeron el segundo gran periodo en la
historia del proletariado latinoamericano. En el
transcurso de una encarnizada lucha, la clase obrera
fue destacándose paulatinamente en la vanguardia de
los procesos revolucionarios que se desarrollaban en
el continente, y en algunos países llegó a desempeñar
un papel hegemónico.
La tendencia comunista, que en esos decenios se
acreditó como vanguardia revolucionaria de la lucha
liberadora de los pueblos de América Latina,
adquirió enorme fuerza política.
En el desarrollo del movimiento obrero y
comunista entre 1917 y 1959 pueden destacarse
ciertas etapas, cada una de las cuales tiene sus rasgos
específicos y su propio significado.
1917-1925: Impetuoso auge del movimiento
obrero y antiimperialista; la creación de los primeros
partidos comunistas (Argentina, México, Chile,
Uruguay, Brasil, Cuba); directa influencia ideológica
y política del Gran Octubre, y descomposición de los
viejos partidos socialistas y del anarco-sindicalismo.
1925-1929: Consolidación ideológica y orgánica
de los partidos comunistas ya creados y surgimiento
de algunos nuevos; elaboración -y control en la
práctica- de los primeros documentos programáticos
y bases de la estrategia revolucionaria de los partidos
marxistas-leninistas.
1929-1934: Ascenso del movimiento obrero en
los años de la crisis; formación de un considerable
grupo de partidos comunistas en países donde antes
no existían; primeros intentos de elaborar una línea
estratégica unitaria de los comunistas del continente
(la conferencia, de 1929). La clase obrera y otras
fuerzas democráticas consiguieron importantes
victorias en la lucha contra las tiránicas dictaduras
militares. En este periodo, igual que en los anteriores,
aparte de los éxitos, se registraron serias debilidades
y errores ideológicos y teóricos.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
1935-1945: Etapa muy importante en el desarrollo
de una nueva política de los partidos comunistas, la
política de frente único antiimperialista y antifascista
que, basada en las ideas de Lenin, habla sido
elaborada en los documentos del VII Congreso de la
Internacional Comunista. En este decenio la política
de frente único se desarrolló de modo diferente en
cada país, pero en todas partes demostró su vitalidad
y contribuyó poderosamente a que la clase obrera y
sus partidos marxistas-leninistas encabezaran los
procesos liberadores revolucionarios.
1945-1947: Etapa breve pero sumamente
importante: en la mayoría de los países los partidos
comunistas, saliendo de una prolongada
clandestinidad, comenzaron a actuar legalmente. Los
partidos crecieron rápidamente, convirtiéndose
algunos de ellos en organizaciones políticas masivas.
En varios países los comunistas alcanzaron
considerables éxitos en las elecciones parlamentarias
y municipales. El movimiento comunista en su
totalidad pasó a jugar un papel de peso en la vida
social de América Latina
1947-1958: Decenio de impetuoso crecimiento de
la clase obrera; se consolidan las posiciones políticas
de los comunistas, y los trabajadores emprenden
formidables y heroicas acciones dirigidas contra las
reaccionarias dictaduras proimperialistas. La década
se destacó por eventos tan importantes como las
revoluciones en Guatemala y Bolivia, las
insurrecciones populares antidictatoriales en
Colombia, Perú y Venezuela, el comienzo de la
revolución en Cuba. Es en aquellos años cuando
definitivamente maduraron las premisas internas e
internacionales para el triunfo de la heroica
Revolución Cubana que inauguró una nueva etapa en
la historia de toda América Latina.
Tomado en su conjunto, el periodo comprendido
entre el Gran Octubre y la Revolución Cubana se
caracteriza, pues, por procesos sumamente
importantes. Resumiendo, su esencia consiste en que
en estos cuatro decenios, merced a los esfuerzos de la
clase obrera y sus partidos comunistas, América
Latina se colocó en un nuevo deslinde de su historia:
el paso directo del capitalismo al socialismo.
LA LUCHA CO#TI#ÚA.
Conclusión.
Los dos decenios transcurridos desde que en La
Habana entró el Ejército Rebelde de Fidel Castro, se
distinguieron por cambios importantes producidos en
el desarrollo político y económico de América
Latina. El éxito con que se edifica el socialismo en
Cuba, la creciente incidencia de la Revolución
Cubana en todo el proceso liberador en la región, la
forma en que se profundiza y amplia el
enfrentamiento entre las fuerzas de la revolución y
las de la contrarrevolución conformaron los rasgos
fundamentales de esta nueva fase en la historia del
69
69
subcontinente.
Los cambios esenciales en favor del socialismo,
operados en la correlación de fuerzas en la palestra
mundial, la crisis del nacional-reformismo y de la
política conciliadora de los gobiernos burgueses, el
recrudecimiento de las contradicciones entre los
EE.UU. y los países latinoamericanos, en fin, la
acentuación de la rivalidad interimperialista, fueron,
todos ellos, factores que contribuyeron directamente
a desarrollar la lucha de clases y el movimiento
antiimperialista.
En el decurso de la creciente resistencia opuesta
por la reacción y la contrarrevolución, en un grupo de
países, en pos de Cuba y bajo su influencia, se
produjeron revoluciones antiimperialistas (Panamá y
Perú). Poderosas acciones revolucionarias se llevaron
a cabo en Bolivia, Ecuador y la República
Dominicana. Pueblos de territorios coloniales, tras
los largos años de lucha, consiguieron su
independencia política (Guyana, Surinam, Trinidad y
Tobago, Barbados y otros). Puerto Rico, que de
hecho es una colonia norteamericana, formalmente es
considerado como Estado “libremente incorporado” a
los EE.UU. En cuanto a los dominios franceses
Guadalupe y Martinica, ya en 1946 obtuvieron el
status de “departamentos franceses de ultramar”, si
bien hasta ahora no gozan de plena independencia
nacional. Sin embargo, precisamente en los 20 años
últimos se asestó en Latinoamérica un golpe
demoledor al colonialismo que habla existido durante
siglos.
En los años transcurridos desde la victoria de la
Revolución Cubana, el masivo movimiento obrero y
antiimperialista adquirió envergadura y profundidad
aún mayores en países como México, Venezuela,
Colombia y Costa Rica.
El rasgo nuevo e importante de la última veintena
consistió en que la lucha clasista del proletariado
contra la explotación capitalista se entrelazó de modo
aún más estrecho con el movimiento liberador
democrático y antiimperialista.
En la tercera fase de la crisis general del
capitalismo, ocurrió que, al triunfar la Revolución
Cubana, así como al fortalecerse en el mundo el
socialismo real y la clase obrera internacional, los
países latinoamericanos más de una vez vivieron
situaciones revolucionarias, que, en varios casos,
desembocaron en auténticas acciones populares de
contenido antiimperialista y democrático.
Este tema, tan importante y decisivo, requiere un
análisis especial y detallado, por lo cual aquí sólo
podemos hacer resaltar los aspectos más
fundamentales del desarrollo de los nuevos procesos
revolucionarios en el continente. Por supuesto, estos
procesos se desarrollaron en el contexto nacional de
cada país concreto y presentaron no pocas
peculiaridades pero todos ellos, en su conjunto y en
una u otra medida, sintieron la influencia ideológica
70
y política de la Revolución Cubana, su experiencia y
ejemplo heroicos. No es casual que en todo un grupo
de Estados (Perú, Panamá, Bolivia, Ecuador, la
República Dominicana y Nicaragua) entraran en la
arena central de la lucha política los sectores cultos
de los militares revolucionarios y democráticos, las
capas urbanas medias y los estudiantes, inspirados en
el ejemplo de Fidel Castro, Che Guevara y sus
compañeros de armas.
La intrépida política antiimperialista sostenida por
el gobierno cubano incidió también en los medios
burgueses nacionalistas de algunos países
latinoamericanos. Valga el ejemplo de Brasil, donde
la administración del presidente J. Goulart (1961-
1964) realizó ciertas reformas progresistas y mantuvo
posiciones independientes en política exterior. En el
país comenzaron a perfilarse condiciones favorables
para que se produjera un poderoso auge del
movimiento popular contra el imperialismo y la
reacción doméstica. La lucha huelguística de los
trabajadores alcanzó proporciones inauditas. En
1963, en las huelgas tomaron parte más de tres
millones de personas; además, se efectuaron varias
acciones políticas de alcance nacional.
En 1964, en Brasil empezó a estructurarse el
frente popular, en el que los comunistas
desempeñaban activo papel. El gobierno de J.
Goulart, y el Partido Trabalhista por él encabezado,
se manifestaron dispuestos a apoyar el programa de
lucha por radicales reformas socioeconómicas y por
una política patriótica y democrática. Ante el país se
abrían grandes perspectivas, más el imperialismo
estadounidense y las fuerzas de la contrarrevolución
interna pudieron, en abril de 1964, ejecutar un
reaccionario golpe de Estado y prevenir la explosión
revolucionaria.
Pero además el imperialismo “puso orden” en
Brasil, en la República Dominicana estalló en abril
de 1965 una insurrección popular encabeza por el
coronel Francisco Caamaño. Los trabajadores
empuñaron las armas, y la sublevación, literalmente
en pocos días, destruyó el aparato burocrático-militar
del régimen anterior. Los comunistas desempeñaron
importante papel en los acontecimientos
revolucionarios de 1965.
Temiendo que se repitieran los sucesos ocurridos
en Cuba, el imperialismo norteamericano, pisoteando
todas las normas internacionales, intervino
militarmente y, tras cuatro meses de combates
sangrientos, aplastó la revolución democrática en la
República Dominicana. Esta bárbara acción indignó
a todo el continente. Una vez más, el imperialismo
yanqui había mostrado su carácter agresivo.
La vocación patriótica de los militares demócratas
se patentizó con mayor plenitud en Perú y Panamá,
donde, en octubre de 1968, los oficiales nacionalistas
revolucionarios respaldados por las masas, tomaron
el poder y entraron en conflicto abierto con el
B. Koval
imperialismo y la oligarquía. Los gobiernos militares
nacionalistas de V. Alvarado en Perú y de O. Torrijos
en Panamá siguieron una política exterior
independiente defendiendo consecuentemente los
intereses nacionales y el progreso social. Fue una
actitud valiente y lógica que se granjeó el más
dinámico apoyo de los trabajadores.
Luego de Perú y Panamá, también en Bolivia los
oficiales patriotas derrumbaron -en setiembre de
1969- el régimen burgués reaccionario y
constituyeron un gobierno nacionalista con Torres a
la cabeza. En 1972 su ejemplo lo siguió el ala
democrática del ejército en Ecuador y Honduras.
De este modo, en un grupo de países se
establecieron regímenes militares revolucionarios de
orientación antiimperialista y antioligárquica.
Los gobiernos militares revolucionarios de Perú y
Panamá realizaron una serie de transformaciones
radicales: acabaron con el latifundismo,
nacionalizaron las riquezas naturales, reforzaron las
posiciones del sector estatal, aseguraron una política
exterior independiente, extendieron las libertades
democráticas y llevaron a cabo importantes reformas
en el terreno de la instrucción y salud públicas.
La causa principal de que cayeran los regímenes
militares nacionalistas residía ora en la intromisión
directa de los EE.UU. -como en el caso de su
descarada intervención en Santo Domingo-, ora en el
hecho de que los propios oficiales patriotas se
aislaron de las vastas masas populares. Los dirigentes
militares revolucionarios de origen pequeñoburgués,
con frecuencia evitaban incorporar las masas a la
lucha política temiendo perder el control sobre los
acontecimientos.
En la etapa actual, en el contexto del agudo
enfrentamiento entre las fuerzas de la revolución y
las de la contrarrevolución, los comunistas,
basándose en la experiencia acumulada, prestan
especial atención a su política ante el ejército,
dinamizando la labor entre la masa de soldados,
luchando por profundizar los contactos con los
oficiales progresistas a fin de conseguir una unidad
combativa entre el ejército y el pueblo, en beneficio
de la lucha común contra el imperialismo y la
reacción por la paz, la democracia y el progreso
social.
La práctica ha evidenciado que en los países
donde las posiciones rectoras en la lucha contra el
imperialismo y la oligarquía las ocupan militares
demócratas pequeñoburgueses que tomaron el poder,
el desarrollo de los procesos revolucionarios afronta,
en determinada etapa, el peligro de una degeneración
reformista burguesa de los regímenes militares. En
primer lugar, la presión del imperialismo y la
reacción; en segundo, el aburguesamiento de algunos
funcionarios militares, y, en tercero, el miedo ante la
imposibilidad de controlar “de arriba” el potencial de
energía e iniciativa de los “de abajo”, son los factores
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
que contribuyen al surgimiento de tendencias
capituladoras e incluso a tentativas de restaurar el
régimen anterior. Si bien durante los años en que la
revolución avanzó dirigida por militares patriotas, en
general se consiguieron algunos resultados
irreversibles (distribución de tierras entre los
campesinos, liquidación del latifundismo,
constitución del sector estatal en la economía,
nacionalización de recursos naturales, aplicación de
una política exterior progresista, etc.), en
determinadas condiciones puede producirse un
“repliegue” que implica el abandono de las
conquistas alcanzadas.
La inconsecuencia pequeñoburguesa, el
eclectismo ideológico y la debilidad ante la presión
exterior condujeron a que, en la etapa decisiva, los
regímenes militares revolucionarios de varios países -
Perú, Ecuador, Honduras- degeneraran en un
reformismo burgués y nacionalista.
Al evaluar el significado del pronunciamiento
patriótico del 4 de diciembre de 1972, los comunistas
hondureños recalcan que la razón fundamental de la
victoria obtenida por las tendencias patrióticas
existentes en el ejército fue el auge del movimiento
antioligárquico masivo a finales de los años 60, y que
el mayor dinamismo en la lucha de clases y la
creación de condiciones favorables para desarrollar el
movimiento de masas constituyeron la consecuencia
principal de la rebelión que privó del poder a la
oligarquía proimperialista114.
Pero después, precisamente al aumentar la
iniciativa popular y consolidarse las fuerzas
democráticas, el gobierno militar de Honduras se
asustó, ya que, debido a su carácter pequeñoburgués,
siempre obró conforme a una ideología de élite y
desconfió de la gente sencilla. De este modo, el
viraje a la derecha operado en la política de los
militares se debió, en considerable medida, al viraje a
la izquierda producido en el desarrollo del
movimiento de masas. Esta es la dialéctica normal de
la lucha.
Al seguir apoyando sincera y enérgicamente todos
los pasos progresistas de los regímenes militares, los
comunistas someten a una crítica abierta sus
vacilaciones e inconsecuencias, luchan del modo más
tesonero por formar un frente único que pueda
asegurar el desenvolvimiento del proceso
revolucionario.
En la declaración aprobada por la Conferencia de
los Partidos Comunistas de los Países de América
Latina y el Caribe (La Habana, 1975), se manifiesta a
este respecto: “El proceso que se opera en el seno de
las fuerzas armadas es complejo. El imperialismo
refuerza por todos los medios su labor en ellas, con
vistas a aburguesar a los oficiales de extracción
popular a quienes trata de corromper. Ante el avance
114
Programa del Partido Comunista de Honduras. III
Congreso. s. 1, 1977, pp. 10-11.
71
71
de las luchas populares el imperialismo recurre cada
vez más a los golpes militares con el fin de establecer
una dictadura reaccionaria o fascista. Al sacar las
fuerzas armadas de los cuarteles y convertidas en
árbitros de la vida social, al hacer que se manchen las
manos de muchos soldados con sangre de sus
hermanos obreros y campesinos, al transformar en
torturadores a quienes estudiaron para manejar las
armas en defensa de la patria, se acrecienta la lucha
ideológica en su seno...
Habiéndoseles inculcado el veneno anticomunista,
a través de la educación impartida en los cuarteles
bajo la influencia del imperialismo y la reacción, la
realidad de la vida comienza a hacer comprender a
sectores cada vez más numerosos de militares
latinoamericanos el engaño en que se les envolvió, la
bancarrota de la ideología y la práctica del
anticomunismo”115.
En las fuerzas armadas continúa el avance de las
ideas revolucionarias, aunque en su camino tiene que
enfrentar considerables dificultades y obstáculos. Es
un proceso basado en la sucesiva profundización de
los antagonismos sociales de todo el continente
latinoamericano y en el crecimiento de las
aspiraciones antiimperialistas, antioligárquicas y
anticapitalistas de las vastas masas de trabajadores.
La premisa objetiva de este proceso es el
desarrollo de las relaciones de producción capitalistas
en las condiciones creadas por la subsistente
dependencia respecto al imperialismo y las no
acabadas reformas democrático-burguesas en el
sector agrario. La formación en varios países
(Argentina, Chile, Brasil, México, Venezuela,
Colombia, Uruguay) del capitalismo estatal
monopolista llegó a conformar un nuevo factor
importante en las dos últimas décadas, aunque en lo
económico América Latina sigue siendo
relativamente pobre y atrasada. Esta situación
contradictoria sólo ha sido posible debido a la
impetuosa internacionalización del capital, fenómeno
en el que han influido la revolución científico-
técnica, el ahondamiento de la crisis general del
capitalismo y, con respecto a ello, el inevitable
aumento del papel del Estado burgués en la tarea de
organizar la reproducción económica en la sociedad.
A este propósito, el Partido Comunista de Chile
manifiesta en su Programa que en la década de los 60
en el país se formó “una oligarquía financiera
monopolista, parasitaria, crecientemente poderosa,
que constituye verdaderos centros de poder
económico y político”116.
El Partido Comunista de Colombia saca análoga
115
América Latina en lucha contra el imperialismo, por la
independencia nacional, la democracia, el bienestar
popular, la paz y el socialismo (en ruso). Moscú, 1975, P.
44.
116
Programa del Partido Comunista de Chile. Santiago de
Chile, 1969, p. 29.
72
conclusión, apuntando en su Programa: “Sobre el
atraso y la dependencia, se ha formado un núcleo de
grandes monopolios industriales, entrelazados con
intereses comerciales y financieros que además son
dueños de vastos dominios territoriales y tienen
profundas raigambres con las compañías
imperialistas. Este núcleo monopolista domina lo
esencial de la vida económica del país”117.
Al evaluar los cambios operados en el desarrollo
del capitalismo latinoamericano en las últimas
décadas, el Partido Comunista del Uruguay
manifestó en la Resolución General de su XX
Congreso (1971): “... la gran burguesía..., con
frecuencia, ostenta rasgos de la burguesía
monopolista... concentra lo fundamental del poder
económico y político... será, en su conjunto, enemiga
de la revolución y expropiada y destruida por ésta ya
en su fase agraria antiimperialista. Esta entraña, por
ello, desde sus primeros actos, objetivos
anticapitalistas que preparan y facilitan el tránsito de
la revolución, en plazos históricos muy breves, a su
fase propiamente socialista”118.
El surgimiento y la consolidación de las
tendencias monopolistas y estatal-monopolistas en el
desarrollo del capitalismo latinoamericano activaron
intensamente el movimiento obrero y motivaron un
viraje a la izquierda realizado por vastos grupos no
proletarios de la población trabajadora: empleados,
pequeñoburgueses, elementos urbanos medios,
estudiantes, intelectuales. Al comenzar los años 70,
este proceso se reflejó muy palmariamente en la vida
política de la mayoría de los Estados
latinoamericanos. Valga el ejemplo de las amplias
coaliciones democráticas que, con participación de
los comunistas, se formaron en Uruguay, Argentina,
Colombia, Costa Rica y muchos otros países.
Entre fines de los años 60 e inicios de los 70, en
todas partes se registró un considerable progreso al
fortalecerse la unidad de acción de los sindicatos y
dinamizarse las federaciones campesinas. En las
diversas capas de la sociedad fue acentuándose el
deseo de renovar el régimen existente, realizar
importantes reformas y ampliar las libertades
democráticas. El reformismo capitulador y los
intentos de transigir con el imperialismo y la
oligarquía provocaban creciente irritación en las
masas populares, a cuyo frente iba cada vez más
segura la clase obrera.
Resumiendo, en toda América Latina y de modo
indeclinable, aunque irregular, se desarrollaba una
medular tendencia revolucionaria y maduraban las
premisas objetivas y subjetivas para nuevas batallas
de clase y transformaciones políticas.
Estos procesos se plasmaron de modo
117
Programa del Partido. Por la Unidad Popular para el
Futuro de Colombia. Documentos del XII Congreso del
Partido Comunista de Colombia, p. 101.
118
Estudios. 1971, Nº 58.
B. Koval
genuinamente histórico en la heroica Revolución
Chilena de 1970-1973.
Esta se caracterizaba precisamente porque su
contenido socioeconómico era más profundo que el
de las otras grandes batallas revolucionarias de los
dos decenios últimos. Fue una revolución
auténticamente nacional, popular, antiimperialista,
antioligárquica, antimonopolista y agraria que iba a
desbrozar el camino al socialismo.
A diferencia de Perú, Panamá y otros países,
donde la dirección política del movimiento
revolucionario la habían asumido los militares
demócratas pequeñoburgueses, en Chile fueron la
heroica clase obrera y los partidos comunista y
socialista los que encabezaron al pueblo.
Las grandiosas transformaciones que el gobierno
de la Unidad Popular realizó en sus tres años de
existencia, la aguda lucha de clases en sus formas
más diversas, la valerosa actividad de los socialistas
y comunistas, las extraordinariamente ricas
experiencias dejadas por las creadoras acciones
revolucionarias de las amplias masas de trabajadores,
en fin, el enfrentamiento que entre las distintas
ideologías y corrientes políticas se produjo al abordar
los problemas estratégicos y tácticos fueron, todos
ellos, elementos que dieron a la Revolución Chilena
de 1970-1973 enorme trascendencia internacional,
destacándola entre las más magnificas hazañas
revolucionarias del proletariado latinoamericano y
sus aliados.
Un nutrido grupo de autores extranjeros, sobre
todo los ultraizquierdistas y neotrotskistas de toda
laya, se esfuerzan por demostrar que la experiencia
chilena habría refutado la concepción leninista de
que existe una vía pacífica para desarrollar la
revolución, pretendiendo demostrar que sería justa la
tesis trotskista-maoísta sintetizada en la consigna: “El
fusil lo decide todo”. En opinión de estos autores, sin
lucha armada (en América Latina, sobre todo
guerrillera) ninguna revolución victoriosa es posible.
A titulo de argumento fundamental, aducen el hecho
de que en Chile, la revolución fue finalmente
derrotada, lo que, según ellos, habría estado
predeterminado, precisamente por el carácter de la
lucha principal, concebida sólo en el marco del
desarrollo pacífico de la revolución. Esta
circunstancia, opinan, habría restringido
considerablemente la iniciativa de las masas y
convertido la revolución en una especie de proceso
evolutivo de reformas llevadas a cabo de arriba, por
iniciativa del gobierno de la Unidad Popular cuyas
decisiones las aplicaba sometiéndose consciente y
estrictamente a la legalidad constitucional.
Tal es, más o menos, el esquema de los
razonamientos formulados por quienes tratan de
demostrar que la estrategia de vía pacífica para la
revolución no es adecuada en los países
latinoamericanos, y esto concierne no sólo al
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
presente sino también al futuro.
Para convencerse de que esta opinión es errónea,
cabe recordar, aunque sea sucintamente, el
planteamiento leninista sobre la posibilidad de una
vía pacífica para la revolución, o más bien, sobre el
proceso de transformación pacifica de la revolución
democrática en revolución socialista. Esta idea,
promovida por C. Marx y F. Engels ya en 1852, fue
desarrollada por V. I. Lenin, quien la convirtió en
una armoniosa concepción estratégica.
Al reconocer la posibilidad -aunque poco
frecuente en la historia- de que las fuerzas
revolucionarias tomen el poder por medios pacíficos
(no armados), V. I. Lenin llamaba a los comunistas
“a que se haga todo lo posible para asegurar la
'última' coyuntura de desarrollo pacífico de la
revolución exponiendo nuestro programa, explicando
su carácter popular, haciendo ver que coincide
indiscutiblemente con los intereses y las
reivindicaciones de la inmensa mayoría de la
población”119. Entre 1970 y 1973, los revolucionarios
chilenos hicieron, precisamente ese “todo lo posible”.
Reprochados por este hecho es no entender que la vía
pacífica de desarrollo de la revolución no depende de
los deseos subjetivos de nadie sino de otros factores:
la distribución de las fuerzas de clases, la posición
tomada por el ejército, la capacidad de las masas para
emplear formas armadas de lucha, la política del
adversario, etc.
Los partidos comunistas latinoamericanos, ya en
el decenio de 1920, declararon que, en circunstancias
excepcionales, la revolución podía desarrollarse por
una vía relativamente pacífica, pero que, en
principio, las formas armadas de lucha eran
inevitables en la mayoría de los casos. A mediados
de la década del 50, debido al fortalecimiento del
socialismo real y la clase obrera internacional, se
operó un cambio favorable a la estrategia de la vía
pacífica, sin que se excluyeran las formas violentas,
incluidas las armadas.
Los comunistas chilenos, al desenvolver la
estrategia del camino pacífico, lejos de considerado
como el único posible, estimaban que era el más
factible pues correspondía mejor a las tradiciones y la
situación concreta de Chile.
Este planteamiento estratégico, en esencia,
desarrollaba la política de frente popular de los años
30. En las nuevas condiciones históricas, las fuerzas
de izquierda, merced a la alianza entre socialistas y
comunistas, en el bloque de la Unidad Popular,
tenían más probabilidades de vencer que en 1938.
El forcejeo por la presidencia fue prolongado y
difícil. El socialista S. Allende, candidato de la
coalición, tres veces resultó derrotado en las
elecciones, si bien el potencial político de la Unidad
Popular crecía en cada prueba. Por fin, en setiembre
119
V. I. Lenin. Las tareas de la revolución. O. C., t. 34, p.
230.
73
73
de 1970, el candidato del pueblo obtuvo la mayoría
relativa de los votos y, en correspondencia con la
Constitución, fue elegido presidente de la República.
El movimiento obrero y popular habla conquistado
una importante palanca: el poder ejecutivo. Como lo
señalaba la Declaración de la conferencia realizada
por los partidos comunistas en La Habana (1975), “la
victoria popular fue el resultado de intensos
combates de masas que abarcaron todos los frentes
de la lucha social. Fue posible porque el movimiento
popular consiguió unirse en torno a una línea política
correcta que señaló con precisión los enemigos
fundamentales: el imperialismo y la oligarquía
monopolista y terrateniente y apuntó en esa dirección
el golpe principal de su lucha... El movimiento
popular chileno abrió la vía a transformaciones
revolucionarias de la sociedad chilena”120
El gobierno popular, con activa colaboración de
los trabajadores, nacionalizó los bancos y las grandes
empresas extractoras de mineral de cobre; creó un
fuerte sector estatal basado sobre la propiedad
monopolista confiscada; realizó una profunda
reforma agraria liquidando el latifundismo; promulgó
una serie de otros decretos revolucionarios que
beneficiaban a los trabajadores en la esfera de la
vivienda, salud pública, enseñanza. Se dio un enorme
paso tendiente a desarrollar la democracia y dar al
pueblo mayores posibilidades de participar en la
decisión de los destinos del país: estos “son hechos
que subrayan el carácter profundamente nacional,
popular y revolucionario del Gobierno que
encabezaba Salvador Allende... estos logros
constituyen una herencia inapreciable para el pueblo
de Chile... subsistirán como banderas de lucha de la
clase obrera y los más vastos sectores del pueblo”121.
Esta apreciación hecha por la Conferencia de La
Habana es plenamente fundamentada.
La experiencia chilena, como la de otros países,
ofrece ejemplos de combates de clase
extremadamente reñidos, incluyendo directos
enfrentamientos armados y otros medios de lucha
que distan mucho de ser pacíficos. Si se tienen en
cuenta las más diversas formas de violencia
revolucionaria que caben dentro de las normas
constitucionales, como las que se aplican al
nacionalizar y confiscar grandes propiedades,
prohibir por decreto las actividades antiestatales,
proclamar el estado de emergencia, se puede decir
con plena seguridad que la vía pacífica de desarrollo
de la revolución no entraña carácter absoluto, sino
relativo, expresando sólo una tendencia básica que
excluye en todo el periodo o aunque sea por un lapso
determinado, una franca lucha armada entre la
revolución y la contrarrevolución.
Todas estas condiciones se daban en Chile de tal
manera que, de no ser por el golpe fascista de 1973,
120
América Latina en lucha..., p. 23.
121
América Latina en lucha..., p. 31.
74
la revolución, sin lugar a dudas, hubiera continuado
desarrollándose felizmente por vía pacífica.
¿Significa la victoria del fascismo que la estrategia
de la vía pacífica fue errónea? No, por supuesto.
Aquí es menester distinguir dos problemas: primero,
el de la estrategia de la revolución, por la vía pacífica
o por la violenta, y, segundo, el de la necesidad de
defender la revolución frente a los ataques armados
del enemigo. En el segundo caso, ya no se trata de la
vía que debe seguir la revolución, sino de la
imprescindible defensa de sus conquistas empleando
todos los medios -incluso la fuerza de las armas y
hasta el “terror rojo”- a fin de reprimir las acciones
contrarrevolucionarias.
La experiencia chilena volvió a demostrar que las
viejas clases no entregan el poder voluntariamente,
sino que, por el contrario, lo defienden con la mayor
saña, cometiendo los crímenes más aborrecibles y
bárbaros. “La experiencia chilena muestra a las claras
que el movimiento revolucionario no puede desechar
ninguna de las vías de acceso democrático al poder,
pero tiene también que estar plenamente preparado y
dispuesto a defender, con la fuerza de las armas, las
conquistas democráticas”122, se manifiesta en la
Declaración de La Habana de 1975.
Lo ocurrido en Chile planteó de manera muy
aguda un problema tan importante como el de la
alianza de la clase obrera con las capas intermedias
de la sociedad y la pequeña burguesía urbana y rural.
Es sabido que fueron precisamente estos sectores los
que, en determinada etapa, entraron en conflicto con
el gobierno de la Unidad Popular y, de modo
efectivo, contribuyeron a que las fuerzas de la
reacción derrocaran el poder popular revolucionario e
implantaran la dictadura fascista de Pinochet.
La experiencia de Chile demostró con toda
nitidez, primero, la factibilidad de la alianza
combativa entre todas las fuerzas progresistas
aglutinadas por la clase obrera y, segundo, el carácter
extremadamente inconsecuente del comportamiento
político de los grupos pequeñoburgueses e
intermedios de la población. Este rasgo suyo era muy
bien conocido ya antes de los acontecimientos
chilenos, pero la práctica del movimiento
revolucionario en Chile confirmó que, incluso en el
marco de acciones constitucionales realizadas en el
contexto de un desarrollo pacífico de la revolución,
los aliados no proletarios actúan de la misma manera
y, en el momento más difícil son capaces de agachar
la cabeza y hasta de pasar al bando enemigo.
Esta circunstancia planteó ante los comunistas la
necesidad de analizar más profundamente la
situación y el nivel político alcanzado por los
elementos medios, de elaborar una política realista de
alianzas amplias y flexibles y de asegurar una
dirección unitaria, firme y homogénea de la coalición
122
América Latina en lucha..., p. 31.
B. Koval
antiimperialista.
Durante los años en que la Unidad Popular y el
gobierno de S. Allende lucharon con la
contrarrevolución de derecha, adquirió especial
gravedad el peligro de una contrarrevolución “de
izquierda” que patentizaba la típica tendencia
pequeñoburguesa del putschismo, aventurerismo y
anarquismo. Objetivamente, el crecimiento de las
corrientes ultraizquierdistas reflejaba en los sectores
intermedios y pequeñoburgueses un despertar de la
lucha política activa, despertar que no siempre ni
mucho menos, se manifestó en formas correctas. En
efecto, la derecha y la ultraizquierda se empalmaron,
formando un frente único sui generis apuntado contra
el gobierno popular, pese a que actuaban partiendo
de distintas posiciones políticas. Como resultado,
para la ultraizquierda, ya no eran el imperialismo y la
reacción sino la propia Unidad Popular y su gobierno
los que constituían el enemigo principal.
La lección de Chile tiene enorme trascendencia:
contribuye a desarrollar tanto el movimiento obrero
latinoamericano como todo el proceso revolucionario
mundial. De hecho, la Revolución Chilena fue una
continuación de la Revolución Cubana en nuevas
condiciones y en otras formas. Debido a numerosas
causas objetivas y subjetivas, el gobierno de la
Unidad Popular, después de tres años de lucha
heroica, cayó bajo los golpes de la reacción interna y
externa, y el propio presidente S. Allende pereció en
un combate desigual. La noche oscura del fascismo
cayó sobre Chile, pero la clase obrera y otras fuerzas
democráticas del país no claudicaron ante la
reacción; ni por un minuto cesan su lucha por
rescatar la democracia, por liberar la nación de la
sangrienta dictadura antipopular de Pinochet.
La experiencia de Chile adquiere especial
importancia en la actualidad, cuando la tarea común
de luchar contra el imperialismo y la reacción
fascistizante, por la democracia y el progreso, se ha
colocado en el centro de todo el movimiento
revolucionario de América Latina. En esta pugna
toman parte las clases y agrupaciones políticas más
diversas, con el proletariado al frente. El futuro del
continente y de todo el proceso revolucionario va a
depender de la solución que se dé al problema de
conseguir una nueva y más sólida unidad de las
fuerzas antiimperialistas, incluidos los sectores
burgueses nacionalistas y liberales, las capas
pequeñoburguesas e intermedias, el campesinado, los
grupos de militares demócratas, la Iglesia y las masas
católicas.
El imperialismo ha sido y es el enemigo mortal de
la clase obrera y todos los trabajadores. Igual que
antes, pretende implantar en todas partes dictaduras
de ultrarreaccionarios grupos militares, así como de
la oligarquía terrateniente y de todos los elementos
antipopulares y anticomunistas. Terror sangriento y
burdo pisoteo de la democracia; violencia contra la
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
personalidad humana y acecho generalizado;
asesinatos en masa, corrupción y pillaje; guerras y
agresiones, falsedades y demagogia: tal es el clásico
arsenal de la reacción. Sus formas actuales,
sintetizadas comúnmente en lo que se llama
neofascismo, se destacan sólo por sus más refinados
crímenes contra la sociedad. En este sentido, el
neofascismo de tipo pinochetista en Chile superó a
todos, con excepción, quizás, del nazismo hitleriano,
al que imitó en muchos aspectos.
El criminal golpe asestado a Chile impone la
necesidad imperiosa de estrechar las filas para
arrostrar toda amenaza fascista en América Latina y
enseña que esta lucha es inseparable de la pugna
contra el imperialismo. La Declaración de La Habana
de 1975 reza: “Los comunistas uniremos siempre
nuestros esfuerzos con todos los partidarios de la
democracia... Al mismo tiempo nos oponemos a
aceptar que la defensa de la democracia burguesa
frente a la amenaza fascista conlleve la renuncia al
avance social y la aceptación de un injusto estado de
cosas. La unidad en la lucha democrática, más amplia
en sus marcos que la unidad revolucionaria
antiimperialista, enlaza dialécticamente con ellas... el
combate al fascismo, la defensa de la democracia y la
lucha contra el imperialismo y las oligarquías y la
participación efectiva del pueblo en la definición de
la vida política se desarrollan como parte de un
mismo proceso”123.
Esta conclusión tiene significado de principio.
Pese a las represalias y el terror, pese al bozal
fascista que el imperialismo norteamericano y sus
aliados de clase -la gran burguesía monopolista, la
soldadesca reaccionaria y la oligarquía terrateniente-
tratan de poner a toda América Latina, el proceso
revolucionario continúa en cada país.
Los partidos comunistas han alcanzado
importantes éxitos en la lucha por la unidad, tras
elaborar en su conferencia continental -La Habana,
1975- una estrategia común de pugna revolucionaria.
En 1978, en Nicaragua estalló la victoriosa
insurrección popular contra la dictadura policial de
Somoza. Los regímenes militares fascistas de Chile,
Uruguay y otros Estados entraron en una fase de
crisis profunda.
Todo lo anterior muestra que varios anos después
del repliegue temporal causado por los golpes
militares de tipo fascista ocurridos al iniciarse la
década de los 70, a fines de la misma comenzó un
nuevo ascenso de la lucha revolucionaria en la
región. La iniciativa en la organización de las
grandes acciones antiimperialistas la asumen, en
todas partes, la clase obrera y sus partidos
comunistas, hecho que, en última instancia,
constituye una regularidad fundamental en el
desarrollo de la lucha de clases y del movimiento
123
América Latina en lucha..., pp. 46-47.
75
75
liberador en la América Latina actual. En el
continente han formado ahora un todo único las tres
corrientes principales de la revolución social mundial
de nuestra época: el socialismo existente, el
movimiento obrero y la lucha antiimperialista de los
pueblos por su liberación social y nacional.
El proceso de lucha de clases y el movimiento
antiimperialista tiene en la etapa actual varias
peculiaridades importantes. Esta lucha se complica
porque las fuerzas de la gran burguesía y el
imperialismo aprendieron las lecciones de los años
anteriores y, espantados por la creciente envergadura
de la lucha revolucionaria de masas, acuden a
maniobras de índole reformista, socialdemócrata
inclusive.
En estas condiciones, sobre la clase obrera y sus
partidos comunistas cae enorme responsabilidad
histórica.
En base al estudio detallado y profundo de las
experiencias acumuladas, los partidos comunistas de
los países latinoamericanos dieron un nuevo e
importante paso adelante en la tarea de elaborar una
estrategia -científicamente fundamentada- del
proceso revolucionario en las condiciones actuales.
La conferencia, celebrada en julio de 1975 en la
capital de la Cuba socialista, llegó a ser el más
relevante resultado de la intensa labor teórica y
política efectuada por todos los partidos comunistas
de los países de América Latina y el Caribe.
La Declaración de esta conferencia contiene
varias tesis nuevas e importantes sobre los actuales
problemas estratégicos y tácticos. Entre ellas puede
destacarse la conclusión de que algunos países del
continente no sólo han alcanzado el nivel medio de
desarrollo capitalista sino que ofrecen también rasgos
propios de capitalismo monopolista. La conferencia
remarcó que la penetración de los monopolios en la
agricultura agudiza la crisis agraria en momentos en
que la superioridad tecnológica de los EE.UU. y
otros países imperialistas refuerza la dependencia. En
lo político, tiene gran importancia el que los partidos
comunistas hayan reconocido -señala el documento-
que en el nuevo contexto histórico, bajo el impacto
de la Revolución Cubana, y el fortalecimiento del
socialismo real y del movimiento obrero y de
liberación nacional, se han ampliado las
posibilidades de crear en el continente gobiernos
democráticos que opongan resistencia al
imperialismo y sostengan una política progresista en
lo social.
Tiene importancia de principio la tesis de que la
experiencia de Chile testimonia la necesidad extrema
de que las masas tengan disposición y habilidad
suficientes para defender las conquistas democráticas
por todos los medios, inclusive con la fuerza de las
armas.
La Conferencia de La Habana subrayó que la
distensión internacional contribuye al desarrollo del
76
proceso revolucionario en América Latina, paraliza
las fuerzas agresivas del imperialismo y crea
condiciones para vincular la lucha por la paz y la
democracia con la lucha por el progreso social, la
independencia y el socialismo.
En su estrategia, los comunistas latinoamericanos
se basan en que, actualmente, la lucha contra el
imperialismo y por una auténtica independencia está
ligada de modo orgánico con la lucha contra todas las
formas de explotación y opresión, por el socialismo;
el imperialismo sigue siendo el enemigo número uno;
el movimiento antiimperialista popular, que
comprende también la lucha contra el fascismo y las
oligarquías reaccionarias, constituye la primera fase
de la revolución, cuyo objetivo final es el socialismo.
Como planteamiento estratégico, la conferencia
llega a la conclusión de que continúan polarizándose
las fuerzas políticas en el ejército y acrecentándose
las tendencias democráticas entre los militares; así
mismo, recalca el desarrollo de las aspiraciones
patrióticas entre los católicos y jerarcas de la Iglesia,
y acentúa la necesidad de apoyar los gobiernos
burgueses nacionalistas que se pronuncien contra la
hegemonía imperialista. Empero, los comunistas
tienen presente que esta táctica nunca debe, en aras
de unos compromisos coyunturales, causar daño a la
alianza básica -la alianza entre los obreros y los
campesinos, trabajadores y sectores medios- ni
tampoco a la independencia clasista del proletariado.
Es sumamente importante el punto referente a la
necesidad de hacer distinciones políticas entre los
que -aunque no son comunistas y se inclinan por otra
ideología- mantienen, en general, posiciones
patrióticas y progresistas, y los que conscientemente
sostienen una línea anticomunista, esto es, defienden
ideas contrarrevolucionarias. Además, ningún
movimiento que sustente opiniones anticomunistas y
antisoviéticas puede ser considerado como
revolucionario o de izquierda.
En la conclusión final de la conferencia se hace
resaltar que la actual situación histórica de América
Latina determina que la gran batalla ante la cual se
encuentran sus pueblos debe convertirse en el
segundo y último combate por la independencia, la
verdadera democracia, el bienestar popular, la paz, el
progreso y el socialismo.
Estos y otros postulados teóricos de la
Declaración de La Habana de 1975 contribuyen a
evaluar la situación actual en América Latina,
discernir la perspectiva real de lucha y el lugar que
en ésta pertenece con pleno derecho a los partidos
comunistas, intérpretes y defensores de los genuinos
intereses y objetivos de la clase obrera y de los
pueblos de sus naciones.
Reconociendo la orgánica acción reciproca entre
las fuerzas básicas de la contemporaneidad -el
socialismo, el proletariado internacional, los
movimientos democráticos, comprendidos los de
B. Koval
liberación nacional-, la Conferencia de La Habana
caracterizó profundamente la influencia mutua entre
la lucha clasista del proletariado latinoamericano y el
movimiento antiimperialista en el continente.
Todos los partidos comunistas estructuran su
estrategia en base al concepto “el imperialismo es el
enemigo principal”, tesis que plenamente
corresponde al estado real de cosas. A diferencia de
los países coloniales y semicoloniales, los Estados
latinoamericanos conservan la independencia
política, pero en lo económico están sometidos a las
compañías transnacionales imperialistas, en primer
término, a los monopolios norteamericanos.
Es lógico que todas las fuerzas antiimperialistas
se pronuncien en contra de tal sometimiento, si bien
cada una de ellas define a su modo el camino
conducente a la liberación.
En opinión de los ideólogos de la pequeña y
media burguesía doméstica, para acabar con esta
situación es menester dinamizar al máximo el
desarrollo del capitalismo nacional, modernizar la
estructura de la producción y, antes que nada,
industrializar definitivamente los países. Esta
concepción ostenta algunos aspectos racionales, pero
al mismo tiempo representa un intento de atribuir al
capitalismo la capacidad de asegurar una vía
independiente de desarrollo. Empero, toda la
experiencia histórica confirma que tales propósitos
son irrealizables.
Al pronunciarse contra semejantes enfoques del
neorreformismo burgués y nacionalista, los
ultrarrevolucionarios trotskistas llegan a otro
extremo, negando toda posibilidad de aminorar la
dependencia y de acelerar el desarrollo económico
mientras subsista el régimen capitalista. Según ellos,
el desenvolvimiento del capitalismo latinoamericano
significa sólo una especie de fatal “reproducción
ampliada del atraso y la dependencia”.
Este concepto equivale a la conclusión de que, por
más que los pueblos latinoamericanos luchen contra
el imperialismo, por mayores que sean los esfuerzos
de los sectores antiimperialistas y la clase obrera, el
atraso y la dependencia siguen aumentando
constantemente, de tal manera que resulta imposible
disminuir su peso bajo el régimen existente. Con este
enfoque, el criticar al capitalismo -incapaz, por
supuesto, de superar en su totalidad el relativo grado
de atraso y dependencia-, significa menospreciar
involuntariamente el papel de las fuerzas
antiimperialistas y sus posibilidades de lograr, ya
ahora, cierta disminución de ese atraso y esa
dependencia.
La experiencia testimonia incontestablemente
que, incluso dentro de la vía capitalista de desarrollo,
se puede alcanzar determinado progreso y atenuar la
presión imperialista. Mencionemos, a título de
ejemplo, la nacionalización de empresas
monopolistas extranjeras realizada entre fines de los
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
años 60 e inicios de los 70 en Perú, Colombia,
Venezuela, México y varios otros países, la
regulación estatal de las inversiones de capitales, los
métodos proteccionistas, etc. En el dominio de la
política exterior, verbigracia, el imperialismo
estadounidense se mostró incapaz de imponer a todos
los Estados latinoamericanos la participación en el
bloqueo económico de Cuba.
Resumiendo, allí donde las fuerzas
antiimperialistas están cohesionadas y actúan con
decisión, es posible -en cierta medida- disminuir la
dependencia imperialista.
Se entiende que la dependencia de la economía
latinoamericana respecto del imperialismo en
principio sólo puede ser liquidada totalmente
mediante profundas transformaciones
revolucionarias. En lo que atañe a determinados
éxitos concretos en la lucha por la independencia
económica, cabe apuntar que no son nada imposibles.
Eso depende de cómo marche la pugna que entre las
fuerzas clasistas progresistas y las reaccionarias se
desarrolle en el país del que se trate y en la palestra
internacional.
En los documentos de la Conferencia de La
Habana de los partidos comunistas se enfatizaba que,
en las condiciones actuales, el imperialismo apela a
las formas más refinadas de penetración y dominio,
en particular, creando, junto con el gran capital local,
empresas mixtas para esquivar la nacionalización y
continuar sin traba sacando ganancias de América
Latina. Con este fin, se vale de toda clase de
maquinaciones ilegales, cosa que acarrea la
exacerbación de las contradicciones entre el
continente y el imperialismo y abre nuevas
posibilidades para formar gobiernos democráticos
que le hagan frente y sostengan una política
progresista. En el proceso de esta lucha “empezaron
a gestarse cambios que expresan la profundidad de
las crisis del poder imperialista en América Latina y
la perspectiva de la lucha victoriosa para nuestros
pueblos”124.
El planteamiento relativo a la profundización de
la crisis del dominio imperialista reviste especial
importancia para comprender que la dependencia
económica del continente, pese a mantenerse, no
posee carácter absoluto, y la lucha de los pueblos va
abriendo considerables brechas en ella.
Los partidos comunistas de América Latina, que
van en la vanguardia de la lucha contra el
imperialismo, se apoyan en la tesis de que “los
pueblos latinoamericanos no podrán lograr ningún
progreso real sin desalojar del poder político a los
representantes de las clases y sectores aliados del
imperialismo. Ni será posible introducir en nuestros
países cambios socioeconómicos sustanciales -y
mucho menos pasar a la realización del socialismo-
124
Véase América Latina en lucha..., pp. 21, 22,
77
77
sin derrotar, la opresión del imperialismo
norteamericano sobre cada una de nuestras tierras,
sin eliminar de ellas el dominio de las corporaciones
transnacionales”125.
Por supuesto, el planteamiento estratégico unitario
de los partidos comunistas, lejos de negar las
particularidades de las situaciones y métodos de
lucha contra el imperialismo en diversos países, las
presupone, pero estas diferencias más bien se refieren
a la esfera de la táctica. Cada partido toma en
consideración el estado concreto de cosas y, a su
modo, de acuerdo con la situación, modifica los
procedimientos tácticos buscando unir todas las
fuerzas democráticas y progresistas, organizar
conjuntas acciones combativas contra el principal
enemigo común: el imperialismo.
A la par con las reivindicaciones antiimperialistas,
importante lugar en la estrategia del movimiento
obrero y comunista corresponde al problema agrario
y campesino, lo que obedece a las siguientes causas
objetivas:
1) pervivencia de la gran propiedad agraria
terrateniente y de las tradicionales formas
semifeudales de oprimir a los trabajadores del
campo; 2) predominio del sector agropecuario en la
economía de varios países; 3) proceso de
diferenciación social del campesinado y, muy
particularmente, proletarización de sus capas
inferiores; 4) desarrollo de la lucha de clases en el
agro y del movimiento campesino por la tierra, como
importante parte del proceso revolucionario en su
conjunto.
En los albores de su actividad, los jóvenes
partidos comunistas lograron determinar sólo la
orientación más general de la lucha por realizar la
revolución agraria y por atraer el campesinado al
lado de la clase obrera. El estudio concreto del
problema agrario y campesino comienza ya en los
años 20. En la conferencia efectuada por los partidos
comunistas en 1929, se apuntaba con plena razón que
“la gran propiedad agraria en América Latina
representa cada vez menos una forma de producción
pre-capitalista feudal... se incorpora cada vez más al
sistema de explotación capitalista e imperialista y
forma una de las bases de la explotación de las masas
obreras y campesinas, del latrocinio de América
Latina por los diversos imperialismos, en primer
lugar, por el imperialismo yanqui. La lucha contra el
régimen de la gran propiedad agraria y contra el
imperialismo están, pues, estrechamente ligadas”126.
Este planteamiento estratégico sigue siendo
vigente en nuestros días.
De igual modo debe evaluarse la política de los
partidos comunistas orientada a formar alianzas
combativas de obreros y campesinos, en las que el
125
América Latina en lucha..., p. 37.
126
La Correspondencia Sudamericana. 1929, Nº 12-14, p.
4.
78
papel dirigente corresponde al proletariado. Nótese
que ya en la década del 20 se manifestaba con plena
justeza que “el campesinado no es una clase
uniforme, que está dividido en capas, que, por su
diversidad de intereses, algunas se ligan con la
burguesía, mientras otras se ligan con el proletariado
y que, por consiguiente, el proletariado y los partidos
comunistas deben, ante todo, conquistar la confianza
de los semiproletarios agrícolas y de los campesinos
pobres y, apoyándose en ellos, influenciar a los
campesinos medios luchando contra los campesinos
ricos ligados a los grandes terratenientes”127.
En los documentos de los partidos comunistas se
concede importante lugar a las características de
concretos grupos especiales de campesinos
explotados: arrendatarios, aparceros, jornaleros
temporarios, colonos, etc. Era una labor sumamente
necesaria y seria, sin la cual resultaba imposible
llegar a comprender la complicada red de las distintas
formas de producción y relaciones sociales en el agro
latinoamericano, donde coexistían y se conservan
hasta ahora tanto las formas administrativas
inferiores (propias de la sociedad primitiva) como las
superiores (correspondientes al gran capitalismo).
Ante esta diversidad de tipos de relaciones
agrarias, los partidos comunistas muy acertadamente
señalaron el objetivo principal, colocando en el
centro la lucha contra la gran propiedad terrateniente:
el latifundismo.
La Conferencia de La Habana subrayó en sus
documentos que la penetración del capital extranjero
en algunas ramas de la agricultura latinoamericana
“introdujo... formas modernas de explotación que
constituyen también una nueva manera de extraer los
recursos naturales de nuestras tierras”. La producción
agraria destinada para la exportación se elevó a un
nivel más alto, pero a la vez “subsisten atrasadas
formas de explotación de la tierra. En general,
millones de trabajadores rurales viven en condiciones
de miseria y explotación. Una de las causas
fundamentales de esta situación es el monopolio de la
propiedad territorial ejercido por los latifundistas y
las empresas capitalistas nacionales y extranjeras.
...Menos del 8% de propietarios latifundistas detenta
el 85% del área total agrícola”128.
Lógicamente, los programas agrarios varían de
acuerdo con las condiciones concretas, pero todos
ellos plantean como tarea fundamental la consigna de
liquidar el latifundismo. “Los obreros agrícolas, los
semiproletarios, los campesinos sin tierra, los
pequeños propietarios, los aparceros y todos los
sectores empobrecidos de nuestros campos -se dice
en la resolución de la Conferencia de La Habana de
los partidos comunistas-, forman un poderoso
contingente humano interesado en la modificación
del régimen de tenencia de la tierra y de cambios
127
La Correspondencia Sudamericana. 1929, Nº 15, p. 19.
128
América Latina en lucha..., p. 6.
B. Koval
profundos en la vida económica y política de
nuestros países. La explotación y la miseria en que
viven los conducen a múltiples confrontaciones de
clase que forman parte de la lucha emancipadora de
nuestros pueblos.”129
Relevante lugar en la estrategia de los partidos
comunistas corresponde a la evaluación general de
las premisas materiales de la lucha por el socialismo,
hecho que permitió orientarse a desarrollar la
revolución por etapas. Según sostuvo la Conferencia
de La Habana, el “socialismo sólo se convertirá en un
programa de realización inmediata en el conjunto de
los países de América Latina, a través de un periodo
de intensas luchas y transformaciones radicales, de
experiencias directas de los trabajadores”130.
Desde luego, ambas etapas de la revolución -la
democrática y la socialista- se interrelacionan.
Además, esta ligazón se acentúa a medida que se
desarrolla el capitalismo.
A este particular, en los documentos del XX
Congreso del Partido Comunista de Uruguay se hizo
resaltar que dichas etapas, lógicamente, se
diferencias entre sí, pero al mismo tiempo convergen
en un proceso revolucionario único e
ininterrumpido131.
Los partidos comunistas del resto de América
Latina comparten esta conclusión confirmada en la
práctica de la Revolución Cubana.
Según opinan los comunistas mexicanos, la
revolución tiene, desde el principio mismo, “carácter
democrático y socialista”.
Por consiguiente, el reconocer que han madurado
las premisas materiales para la lucha por el
socialismo no supone, de ninguna manera, que se
plantee una revolución socialista inmediata y que, en
cualquier momento, sea posible comenzar la lucha
por el poder.
En la solución de las tareas democráticas y
antiimperialistas, las principales fuerzas motrices de
la revolución son: la clase obrera; todo el
campesinado, comprendidos los grupos de granjeros
acomodados; la pequeña burguesía urbana, así como
los sectores urbanos medios, o sea, los intelectuales,
empleados asalariados, estudiantes, personas de
profesión liberal, etc. En cierta medida, en esta etapa
también pueden participar en la lucha los elementos
liberales de la burguesía media nacionalista, parte
considerable de los grupos lumpenproletarios y
marginales de la población urbana, los militares
progresistas, determinados sectores de la Iglesia
católica, es decir todas las clases y capas que, por una
u otra razón, están interesadas en las
transformaciones socioeconómicas de carácter
democrático y antiimperialista. Por supuesto, cada
participante en la lucha tiene sus propios intereses y
129
América Latina en lucha..., p. 40.
130
América Latina en lucha..., p. 37.
131
Estudios. 1971, Nº 58, p. 126.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
actúa con distinto grado de dinamismo.
La colocación de las fuerzas de clases cambia
sustancialmente en el decurso de la pugna por las
transformaciones socialistas.
Entre las clases y grupos sociales participantes en
el movimiento emancipador antiimperialista y
antioligárquico, sólo el proletariado es capaz de
actuar con la máxima consecuencia y decisión,
vinculando la lucha contra el imperialismo y el
latifundismo con la lucha por el socialismo. Los
demás, al contrario, pretenden aislarla, presentando
el objetivo central de la pugna antiimperialista y
antioligárquica como una alternativa que reemplaza a
la del socialismo; calculan que, al debilitarse la
dependencia y modernizarse el capitalismo
doméstico, se obstruirá el ulterior crecimiento de la
lucha de la clase obrera y sus aliados por el
socialismo.
De este modo, la lógica de las reales
contradicciones sociales del desarrollo por vía
capitalista -realizado, además, bajo la dependencia
imperialista y en un relativo atraso económico- lleva
inevitablemente a la conclusión de que la clase
obrera es, de hecho, la única capaz de desempeñar el
papel de vanguardia revolucionaria y de encabezar la
lucha contra el imperialismo y el latifundismo hasta
su término completo y definitivo, con el fin de pasar
a transformaciones socialistas que puedan impedir
por completo la restauración de la dependencia
imperialista y del régimen capitalista.
Entre los importantísimos planteamientos
estratégicos de los partidos marxistas-leninistas de
Latinoamérica mencionemos el que promueve la
unidad de todas las fuerzas democráticas en base a
una plataforma común de reivindicaciones y
combativas acciones conjuntas.
Los comunistas latinoamericanos dieron los
primeros pasos en esta dirección ya a fines de los
años 20. En la conferencia de 1929 se planteó la tarea
de formar “el frente único revolucionario nacional de
las organizaciones proletarias, de los partidos
comunistas con las otras clases o capas sociales
revolucionarias, la masa campesina y la pequeña
burguesía”132.
El rumbo fijado por el VII Congreso de la
Internacional Comunista hacia la formación del
frente único antiimperialista de acuerdo con las
condiciones concretas de los diversos países echó los
cimientos de la nueva estrategia política. En la
actualidad, la política de unidad de las fuerzas
democráticas sigue siendo un planteamiento básico
de los comunistas en su labor entre las masas.
A este particular, la Conferencia de La Habana de
1975 recalcó especialmente la “necesaria unidad en
los planos nacional y continental de todos los pueblos
y de todas las fuerzas progresistas emancipadoras en
132
La Correspondencia Sudamericana. 1929, Nº 12-14, p.
10.
79
79
América Latina”133.
Los comunistas en todos los casos subordinan la
lucha por crear la coalición democrática a la tarea de
formar el ejército político de la revolución, teniendo
en cuenta la transformación de la etapa democrática
general y antiimperialista de la revolución en etapa
socialista.
La alianza revolucionaria de distintas clases y
grupos sociales, según arroja la experiencia, puede
llegar a ser sólida y permanente sólo a condición de
que todos los participantes en la coalición
reconozcan un programa que abarque tanto los
propósitos nacionales, como los intereses vitales de
las fuerzas integrantes de dicha alianza. La lucha por
defender la soberanía nacional, realizar reformas
agrarias radicales, liquidar el predominio de
monopolios extranjeros, desarrollar la industria
nacional, elevar el nivel de vida de la población,
democratizar la vida social, sostener una política
exterior independiente, así como la solidaridad con
las fuerzas revolucionarias del mundo entero, son las
principales tareas democráticas generales en cuya
realización están interesadas las vastas masas
populares.
Las dificultades que se encuentran en la lucha por
la unidad obedecen a varios factores objetivos y
subjetivos, entre los que tienen especial importancia
los siguientes:
a) las masas son extremadamente heterogéneas en
su composición social; las diversas capas y grupos se
diferencian por su situación en la sociedad, así como
por sus reivindicaciones, psicología y nivel político;
es distinta su actitud ante los problemas, incluso ante
los de alcance nacional;
b) los cambios en el nivel de vida y en la
estructura de los distintos grupos de la población, así
como en el papel que desempeñan en la producción
influyen de modo diferente sobre su psicología y
comportamiento;
c) las clases gobernantes y las fuerzas políticas
reaccionarias que luchan por influir en las masas se
adaptan con flexibilidad a la situación y aprovechan,
hábilmente y para sus propios fines, los prejuicios de
los distintos grupos sociales.
Teniendo en cuenta estas circunstancias, Lenin
llamaba a los comunistas a ir a todas clases de la
población y “aprender a abordarlas del modo más
paciente y cauteloso, a fin de poder comprender las
peculiaridades y los rasgos originales de la psicología
de cada sector, profesión, etc.”134.
Sin tomar en consideración los rasgos específicos
de cada grupo social, sus problemas e intereses
profesionales, así como su particular enfoque de los
problemas comunes, es imposible unir la mayoría de
los trabajadores.
133
América Latina en lucha..., p. 59.
134
V. I. Lenin. Tesis para el II Congreso de la
Internacional Comunista. O. C., t 41, p. 192.
80
Sin embargo, en la práctica no siempre se
consiguen éxitos absolutos, ni mucho menos. Con
más frecuencia, la política de coaliciones se presenta
sólo como una tendencia determinada, abriéndose
camino a través de todo tipo de obstáculos,
desviaciones, errores.
Los partidos comunistas, al reconocer su
especifica responsabilidad en el logro de una sólida
alianza entre las fuerzas revolucionarias, se dan
perfecta cuenta de que serán capaces de desempeñar
el papel dirigente sólo “en la medida que se
conviertan en los más firmes combatientes por la
liberación nacional y social, asumiendo en la lucha
las auténticas posiciones de vanguardia, mostrando
ante los pueblos en la práctica sus programas de
acción, sus posiciones estratégicas y tácticas
dirigidas a unir todas las fuerzas antiimperialistas y
orientar los procesos hacia ulteriores
transformaciones revolucionarias”135.
Esta conclusión de la Conferencia de La Habana
de 1975 pone en evidencia el realismo con que los
partidos comunistas enfocan la formación y el
desenvolvimiento de las coaliciones políticas.
Hoy día, el movimiento comunista constituye la
vanguardia de todas las fuerzas políticas de la
revolución. Este honroso y responsable papel
histórico fue conquistado por los comunistas en el
transcurso de una lucha sumamente intensa y a costa
de enormes esfuerzos. Ello se justifica objetivamente,
pues toda la actividad de los comunistas está
subordinada al cumplimiento de la misión histórica
del proletariado: liquidar el régimen explotador y
edificar la nueva sociedad socialista, y luego, la
comunista.
La teoría marxista-leninista y los principios del
internacionalismo proletario constituyen la gran
supremacía ideológico-política del movimiento
comunista sobre todos los otros partidos y
organizaciones democrático-revolucionarios.
La solidaridad y la unidad de acción en la lucha
contra el enemigo común, el imperialismo,
caracterizan en la actualidad a las amplias masas de
trabajadores latinoamericanos, comprendidos los de
origen no proletario. Esto significa que el
revolucionario internacionalismo proletario se
convierte, con nitidez creciente, en bandera
combativa de todas las fuerzas que pugnan contra el
imperialismo, por la paz, la democracia y el
socialismo.
Los ideólogos burgueses, en su afán de sofrenar la
lucha de la clase obrera internacional, tergiversan
radicalmente el contenido del internacionalismo,
atribuyendo a los comunistas una actitud nihilista
hacia los intereses nacionales y democráticos de los
pueblos.
Algunos creen que, en las nuevas condiciones
135
América Latina en lucha..., p. 51.
B. Koval
históricas, el contenido proletario clasista del
internacionalismo ha caducado y se ha disuelto entre
los componentes democráticos generales de la lucha
antiimperialista, mezclándose con las demás formas
ideológicas y políticas del antiimperialismo y el
democratismo.
Los partidos comunistas latinoamericanos se
pronuncian enérgicamente contra las opiniones
erróneas sobre el internacionalismo y consideran que
la aparición y el desarrollo de nuevas formas de
solidaridad no han dado origen a un
internacionalismo “nuevo”, más amplio por su
aspecto y sentido, y, sobre todo, más revolucionario
y consecuente que el proletario. En documentos de
los partidos comunistas latinoamericanos se recalca
que esta posición equivale, en realidad, a reducir la
misión revolucionaria de la clase obrera en la lucha
contra el imperialismo y la reacción.
El contenido del internacionalismo proletario lo
determina la misión histórica universal a cuyo
cumplimiento está llamada la clase obrera. Esto
significa que la solidaridad en la pugna por el
socialismo en escala mundial es la base del
internacionalismo proletario.
La ideología y la política del internacionalismo
proletario, socialistas por su contenido fundamental,
no son indiferentes ante los problemas generales de
la democracia y la revolución democrática, incluida
la de liberación nacional. Los obreros políticamente
conscientes de América Latina, en primer término los
partidos marxistas-leninistas, en sus actividades
internacionales siempre se han basado y se basan en
la correlación orgánica entre la lucha clasista del
proletariado y la lucha por la democracia.
El contenido democrático general del
internacionalismo proletario no se opone al contenido
socialista del mismo: al contrario, están
estrechamente interrelacionados. De ahí que, tanto en
la etapa de la lucha democrática como en la
revolución socialista, sea precisamente el
proletariado el llamado a ser la fuerza rectora más
consecuente, la clase de vanguardia.
En América Latina, los oportunistas de derecha
quisieran presentar el aspecto democrático general
como el esencial y exclusivo, por decido así, como el
elemento “mínimo” indispensable del
internacionalismo proletario, olvidando o, más bien,
renunciando a su contenido socialista. Los
oportunistas de “izquierda”, en cambio, prescinden
del aspecto democrático, llamando a una inmediata
guerra revolucionaria “socialista”.
En los hechos, precisamente la combinación entre
el aspecto democrático y el socialista constituye la
cualidad orgánica e inalienable del internacionalismo
proletario. Otra característica de la ideología y
política de la solidaridad proletaria es la conjugación
dialéctica entre los intereses nacionales e
internacionales de los trabajadores. Es por eso que
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
los partidos comunistas latinoamericanos siempre se
han pronunciado y se pronuncian por un desarrollo
más amplio de todas las formas de solidaridad
internacional.
La historia del movimiento obrero y comunista en
el continente muestra que las tradiciones combativas
y las experiencias del pasado revisten suma
importancia para la fase actual de la lucha. La fuerza
del proletariado revolucionario y sus partidos
marxistas-leninistas estriba en la continuidad de la
estrategia y táctica políticas y en su constante
enriquecimiento y profundización, en la lealtad a los
ideales revolucionarios y socialistas y a los principios
del internacionalismo proletario.
Las ricas experiencias de lucha, acumuladas por la
clase obrera y los partidos comunistas entre 1917 y
1959, ante todo, en la década del 30, constituyen una
importante premisa para desarrollar los actuales
procesos revolucionarios en América Latina.
Basándose en estas experiencias, aprovechando el
apoyo del socialismo real y la solidaridad proletaria,
la clase obrera y las demás fuerzas progresistas
encabezadas por los partidos comunistas marxistas-
leninistas, disponen de todas las condiciones
necesarias para iniciar una nueva y poderosa ofensiva
y lograr triunfos decisivos.
La heroica victoria de los patriotas nicaragüenses
sobre la dictadura del proimperialista clan de Somoza
jalonó una nueva etapa en el desarrollo actual del
movimiento emancipador de los pueblos
latinoamericanos.
Los éxitos de las fuerzas revolucionarias en
Nicaragua dieron un nuevo impulso al avance del
movimiento antiimperialista y antifascista en otros
países y pusieron en evidencia la profunda crisis de
la política exterior de los EE.UU., su incapacidad de
mantener el “orden” con métodos policíacos. La vida
demostró que ni las exiguas reformas dispuestas en
tiempos de la “Alianza para el progreso”, ni las
dictaduras militares fascistas, ni el bloqueo
económico, ni el terrorismo, ni la utilización de
grupos ultraizquierdistas pudieron aplastar los
procesos revolucionarios en América Latina ni
impedir que la clase obrera pasara a ocupar
posiciones de vanguardia.
En el deslinde de los años 70 y 80 se produjo un
importante cambio cualitativo en el desarrollo de los
procesos revolucionarios, a saber: comenzó una fase
de nuevo auge de los movimientos antiimperialistas y
antidictatoriales. Por otra parte, el imperialismo de
los EE.UU. pasó a una brutal política de fuerza y casi
no disimulada intervención militar en los asuntos
internos de sus “inquietos vecinos sureños”. A su
vez, esta circunstancia contribuyó a dinamizar los
sectores derechistas, que, en 1975, llegaron al poder
en Perú, y, en 1980, en Bolivia y Jamaica. Los
grupos reaccionarios de Colombia, Costa Rica y
varios otros Estados comenzaron a pasar a la
81
81
ofensiva de modo cada vez más descarado.
Como resultado, se exacerbó el enfrentamiento
entre las fuerzas de la revolución y las de la
contrarrevolución. Según testimonia el ejemplo de El
Salvador, en algunos casos (que pueden repetirse) la
lucha es susceptible de transformarse en prolongada
y sangrienta guerra popular. No se trata de aisladas
acciones guerrilleras de la vanguardia revolucionaria
sino de un vasto movimiento rebelde semejante a la
heroica epopeya cubana de 1956-1959 o a la guerra
antidictatorial emprendida en Nicaragua, en la
década del 70, por el Frente Sandinista de Liberación
Nacional.
Sea como fuere, la vida aportó muchas cosas
nuevas a la distribución de las fuerzas de clases, a las
formas y métodos de los movimientos
revolucionarios, a la conciencia política y a la
organización de las masas. Como todos estos
problemas pueden ser tema de un estudio especial,
aquí sólo es necesario destacar algunos aspectos
básicos de la situación actual en el continente.
En el XXVI Congreso del PCUS, celebrado en
febrero de 1981 en Moscú, los jefes de las
delegaciones de los partidos comunistas y
revolucionarios de América Latina expusieron
detalladamente los rasgos y objetivos esenciales de
los procesos revolucionarios en la etapa histórica
actual.
El camarada Rodney Arismendi, Primer
Secretario del CC del Partido Comunista del
Uruguay, en su discurso en dicho congreso señaló
con justeza: “Washington debe saber que ésta es una
nueva hora del mundo y que América Latina vive
una nueva etapa de su proceso liberador.
¡Cuba no está sola! A su heroísmo -expresado en
el 'Patria o muerte' de Fidel- se suman el apoyo
soviético y de los países socialistas y la solidaridad
de los pueblos del mundo. Es consigna sagrada de los
pueblos latinoamericanos...
La crisis de la dominación yanqui es hoy
irreversible. El combate del pueblo de El Salvador, la
brega guatemalteca, el aislamiento de las dictaduras
de Chile y Uruguay, el proceso democratizador en
Brasil, las luchas en diversos países, el crecimiento
de corrientes democráticas, incluso de gobiernos
nacional reformistas, crean condiciones de avance
hacia la autodeterminación económica y política”136.
La unidad y la cohesión, manifestó el camarada
Rodney Arismendi, contribuyeron a que el pueblo de
Uruguay resistiera en la lucha contra el fascismo y le
asestara golpes sensibles. Pese a la existencia en el
país de miles de presos políticos, al terror y las
torturas, a los asesinatos y destierros, no se logró
quebrantar la clase obrera y el pueblo de esta nación.
Más aún, durante el plebiscito de 1980, la junta
136
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, pp. 301-
302.
82
gobernante se vio completamente aislada.
Sigue agravándose también la crisis de la
dictadura fascista de Pinochet. A principios de los
años 80, se produjo un importante cambio en el
desarrollo de la resistencia antifascista de Chile, cuyo
pueblo mártir, después de derrocado el gobierno de la
Unidad Popular, ni por un momento cesó su heroica
lucha en defensa de la democracia. El camarada Luis
Corbalán, Secretario General del CC del Partido
Comunista de Chile, dijo en su intervención ante el
XXVI Congreso del PCUS: “En Chile se entra en
una nueva fase. A la par que el tirano se aferra al
poder y sus planes, pasan a posiciones críticas
numerosos grupos que lo han acompañado, crece el
campo de sus adversarios y la respuesta popular se
hace cada vez más combativa”137.
Esta conclusión es compartida también por el
participante en dicho magno evento, el camarada
Alejandro Bello, miembro del CC del Partido MAPU
Obrero y Campesino de Chile. “Es el movimiento de
masas -subrayó- el principal actor y factor de la lucha
antifascista. Su reactivación ha sido la principal
victoria que hemos obtenido en el último tiempo.
Desafiando el poder de la dictadura miles y miles de
chilenos se han reagrupado y reencontrado en viejas
y nuevas organizaciones, desarrollando en ellas
nuevas escuelas de unidad, experimentando a partir
de ellas nuevas formas de combate, que expresan su
protesta y rebeldía.
Se trata de un proceso en curso, que pese a los
avances aún no alcanza la envergadura necesaria. Se
requiere profundizarlo y convertirlo en un poderoso
movimiento nacional, democrático y de masas que
articule a la nación en un sentido democrático y que
lleve hasta los extremos finales el divorcio entre el
país y el estado fascista.”138
El movimiento democrático popular en Chile paso
a paso va cobrando vigor. Los intentos hechos por el
dictador para encubrir la naturaleza fascista del
régimen con ropajes constitucionales no surtieron el
efecto esperado: la oposición va creciendo y
ampliándose, con la particularidad de que la clase
obrera chilena se encuentra en las primeras filas de
los que luchan contra la tiranía y el imperialismo.
Análogos procesos se están operando en el Brasil
actual. Al hacer uso de la palabra en el XXVI
Congreso del PCUS, el camarada Giocondo Dias,
Secretario General del CC del Partido Comunista
Brasileño, ofreció un profundo e interesante análisis
de la situación en este país. En Brasil, como en
muchas otras naciones del continente, la crisis del
régimen militar y el auge del movimiento
democrático masivo fueron sincrónicos y se hicieron
especialmente patentes en el deslinde de las décadas
137
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, p. 315.
138
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, p. 483.
B. Koval
del 70 y el 80.
Las fuerzas democráticas del país consiguieron
que se derogara el Acta Institucional N° 5, que
otorgaba ilimitados poderes al presidente, y que se
decretara la amnistía política; además, por sí mismas
conquistaron el derecho de huelga. Tras 16 años de
cárceles, torturas y persecuciones, los comunistas
brasileños empezaron a actuar en una relativa
legalidad. “La liberalización es la tendencia
dominante del actual proceso político en Brasil. A
nuestro modo de ver -manifestó el camarada
Giocondo Dias-, ella se explica con tres causas
fundamentales:
- la activa resistencia de las fuerzas democráticas
al régimen, que empezó en 1974 y desembocó en
abiertas acciones de masas;
- las divergencias en el bloque de las fuerzas que
arribaron al poder como resultado del golpe de 1964.
La principal causa de dichas divergencias es la
creciente desigualdad en la distribución de la renta
nacional entre las clases gobernantes. El 'modelo
económico' de desenvolvimiento no sirve hoy al
fortalecimiento del viejo bloque de fuerzas, sino a la
formación de un grupo gobernante nuevo;
- el cambio de la situación internacional cuyo
rasgo característico fue el viraje hacia la distensión.
No obstante, la liberalización tiene por ahora
carácter limitado. Esto es consecuencia también de la
situación creada en las filas de la oposición, en las
que no hay todavía una unidad suficiente, lo cual no
permite movilizar, organizar y orientar debidamente
a las grandes masas a las acciones políticas
consecuentes.”139
Esta conclusión refleja correctamente la situación
actual en Brasil, donde se vienen confrontando dos
tendencias principales: por un lado, la política de
liberalización “de arriba” con miras a dividir el
campo opositor y asegurar un paso evolutivo al
nuevo modelo de gobierno, y, por el otro, la lucha en
pro de una auténtica democratización “de abajo” con
el fin de restablecer plenamente el régimen
democrático en beneficio de las masas trabajadoras y
no de la oligarquía monopolista nacional que se ha
fortalecido en los últimos tiempos. La lucha de estas
tendencias constituye el eje de toda la vida política
en el Brasil de hoy.
Procesos en cierta medida análogos se han estado
produciendo en la Argentina actual que ya desde
hace años ha venido atravesando un periodo de
inestabilidad social y política, resultado de una
orientación fijada en beneficio de las corporaciones
transnacionales imperialistas y en perjuicio de los
intereses del pueblo y de las masas trabajadoras.
Con este fin se reprimía la actividad normal de los
sindicatos y partidos políticos y se conculcaban las
139
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, pp. 94-
95.
Movimiento obrero en América Latina 1917-1959
libertades democráticas. Todo ello dejó profundas
heridas en la sociedad y provocó gran descontento en
amplios sectores progresistas, desde la clase obrera y
el campesinado trabajador hasta las capas medias y
parte de la burguesía nacional. “Se trata ahora -
manifestó en su intervención ante el XXVI Congreso
del PCUS el camarada Athos Fava, Secretario
General del Partido Comunista de la Argentina-, de
que ese malestar se exprese más organizadamente, de
manera que la voluntad de la mayoría se haga
escuchar y sea respetada. Por ello buscamos los
caminos de un Convenio Nacional Democrático que
aglutine a todas las fuerzas sociales, sindicales y
políticas, creyentes o no, civiles o militares, que
estén comprometidas en la brega por una Argentina
moderna, democrática y amiga de la paz.”140
Los patriotas de Haití, cuyo pueblo a partir de
1954 sufre bajo el yugo de la dictadura militar
fascista de Duvalier, también enfrentan la
complicada y difícil tarea de unificar las fuerzas
democráticas del país. La situación en Haití se
distingue por la forma inaudita en que crece la
miseria y se acentúa la explotación de las masas
trabajadoras. Cerca de la mitad de la población apta
para trabajar carece de empleo. Miles de trabajadores
haitianos, escapándose de la dictadura y la miseria,
ilegalmente abandonan la patria y emigran a otros
países de la región.
El camarada René Theodore, Secretario General
del CC del Partido Unificado de los Comunistas
Haitianos, al evaluar la actual situación existente en
su país, recalcó: “La lucha de las fuerzas
democráticas, patrióticas y revolucionarias en Haití
es, ante todo, consecuencia de la más cruel
explotación de las masas trabajadoras y de la política
de opresión, aplicada por el gobierno antipopular de
la tiranía hereditaria.
...Todos los patriotas conscientes de Haití ven en
el imperialismo estadounidense a un enemigo directo
del pueblo haitiano, enemigo que se lucra con la
explotación reinante en Haití. Crece, cada vez más, el
número de patriotas de Haití que se alzan a la lucha
contra la dictadura de Duvalier y los planes
intervencionistas del Pentágono”141.
Por supuesto, sería erróneo creer que en la etapa
actual sólo se operan cambios positivos. En varios
casos la reacción ha alcanzado éxitos temporales,
como, por ejemplo, en Jamaica. Tras los 7 años del
gobierno progresista de Manley, que había adoptado
una orientación socialista, en las elecciones de
octubre de 1980 ganaron las fuerzas de derecha.
Según señaló el camarada Trevor Munro, Secretario
General del Partido Obrero de Jamaica, ello “...fue
140
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, p. 78.
141
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, pp. 105-
106.
83
83
resultado de una campaña de desestabilización
organizada por el imperialismo estadounidense en
alianza con la reacción local. En el curso de esta
campaña se utilizaron todos los medios posibles de
presión psicológica y económica y de terrorismo
abierto. La causa de la derrota fue asimismo el hecho
de que nuestro movimiento de liberación nacional no
dio la debida réplica revolucionaria a la reacción.
Hoy, cuando está en el poder un nuevo Gobierno,
nuestro partido y las organizaciones de masas por él
encabezadas se empeñan en fortalecer nuestro
movimiento y alcanzar una amplia unidad para dar
réplica a las tentativas de anular los derechos y
libertades políticos del pueblo trabajador”142.
En Perú, el problema de las vías y formas de
lucha contra la reaccionaria junta militar adquirió
significado fundamental, ya que en este país se
planteaba la necesidad de movilizar a todas las
fuerzas democráticas y prevenir el deslizamiento
hacia el fascismo.
Análogo peligro se va acentuando, de hecho, en
Colombia y Ecuador, así como en Costa Rica.
El camarada Gilberto Vieira, Secretario General
del CC del Partido Comunista Colombiano, en su
intervención ante el XXVI Congreso del PCUS, al
evaluar la situación existente en su país dijo: “En
Colombia prosigue el enfrentamiento entre las
fuerzas democráticas y los sectores
ultrarreaccionarios que tratan de abrir paso a una
falsa salida militarista de problemas económicos y
sociales cada día más agudos. En estas condiciones el
Partido Comunista Colombiano trabaja tenazmente
por la unidad de acción de la clase obrera y por la
formación del frente democrático, contra el estado de
sitio permanente y la amenaza de predominio
militarista”143.
Pese al agravamiento de la situación en Perú,
Bolivia, Colombia, Costa Rica, Jamaica y en varios
otros países, los procesos revolucionarios, bajo el
impacto de la victoriosa revolución nicaragüense,
tuvieron un nuevo impulso, lo que se manifestó con
especial nitidez en Centroamérica y el Caribe.
En el discurso pronunciado en el XXVI Congreso
del PCUS, el camarada Carlos González, Secretario
General del Comité Central del Partido Guatemalteco
del Trabajo, con plena razón expuso deducciones
fundadas en los principios: “El desarrollo de los
acontecimientos en América Central, llaman cada
vez más la atención de la opinión mundial, sobre
todo, después del triunfo de la Revolución Sandinista
en Nicaragua. La heroica lucha del pueblo
salvadoreño: es uno de los hechos que jalonan la
historia contemporánea en el área. América Central
constituye uno de los focos de más recia
142
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, p. 343.
143
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, p. 191.
84
confrontación entre las fuerzas del progreso y la
revolución de un lado y las fuerzas de la reacción y el
imperialismo del otro. América Central es, en el
momento actual, el eslabón más débil de la
dominación imperialista en América Latina. Las
clases reaccionarias dominantes son incapaces de
seguir gobernando como lo venían haciendo antes y
los pueblos no están dispuestos a seguir soportando
el yugo de la opresión y la explotación”144.
El ejemplo de los patriotas de Nicaragua y
Granada provocó un nuevo auge de la lucha
emancipadora de los pueblos latinoamericanos. Ello
no es casual sino lógico, ya que cada victoria de las
fuerzas revolucionarias en América Latina, lejos de
limitarse al marco nacional, adquiere significado y
resonancia continentales. .
En su discurso pronunciado en el XXVI Congreso
del PCUS, el camarada Carlos Núñez Tellez,
Miembro de la Dirección Nacional del Frente
Sandinista de Liberación Nacional y Presidente del
Consejo de Estado de la República de Nicaragua,
manifestó: “En 1959, cuando la heroica Cuba
apareció con su triunfo como una esperanza en
nuestro continente, el imperialismo juró que no
permitiría otra revolución en América Latina. Dos
décadas después, ese parto se produjo nuevamente,
siendo el vientre de Centro América el que se ha
contraído para dar paso al nacimiento de la
Nicaragua Revolucionaria. Somos una pequeña
nación, un pueblo digno con una gran revolución
clavada en el centro de América...
Se nos quiere convertir en victimas, en
escarmiento de otros pueblos y otros países que
ansían la libertad, la independencia, la liberación
definitiva... Se nos quiere obligar a renunciar a
nuestros principios, a deponer nuestra posición
internacional basada en la autodeterminación
nacional, nuestro espíritu internacionalista de apoyo
moral a otros pueblos, entre ellos a la justa causa del
indoblegable pueblo salvadoreño, a nuestro derecho
de absoluta soberanía.
Nicaragua ni se vende ni se rinde ante las
adversidades y estamos dispuestos a atravesar estos
escollos para hacer realidad las reivindicaciones
históricas de nuestro pueblo. Dispuestos a todo, a
soportar las peores penalidades, pero nunca
volveremos a ser conquistados de nuevo”145.
Esta opinión la comparten todas las fuerzas
patrióticas y revolucionarias de la América Latina
actual.
Cabe destacar, sin embargo, que con la llegada de
la administración Reagan a la Casa Blanca la
144
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, pp. 115-
116.
145
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, pp. 451-
452.
B. Koval
situación política en el continente se agudizó de
golpe. Todas las fuerzas progresistas en América
Latina y en el mundo entero se dan perfecta cuenta
de ello.
La etapa actual de la lucha la caracterizó de modo
preciso la brillante exposición que en el XXVI
Congreso de los comunistas soviéticos hizo el
camarada Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del CC
del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los
Consejos de Estado y de Ministros.
El líder cubano apuntó: “Cuando el peligro de
guerra se avizora de nuevo, cuando la agresión
proyecta su sombra y la intervención amenaza a los
pueblos, la Unión Soviética y su glorioso Partido
Comunista... emergen una vez más como esperanza
de la paz y garantía de que los imperialistas no
podrán imponer sus pretensiones de dominio y hacer
prevalecer su arrogancia agresiva.
...Se multiplicarían los conflictos sociales y los
focos de tensión y peligro de guerra. Sería un gran
crimen contra la Humanidad.
Los imperialistas yanquis pretenden ahora,
igualmente, identificar el movimiento de liberación
nacional y la lucha de los pueblos por cambios
sociales con el terrorismo. Para ellos ser
revolucionario, ser simplemente progresista o
luchador por la democracia es ser terrorista. Con
estas falacias y mentiras abandonan definitivamente
la hoja de parra de los derechos humanos para
proclamarse una vez más, con toda impudicia,
gendarmes mundiales.
...El socialismo ha demostrado que sabe también
defenderse, que no tiembla ante ningún enemigo, y
los pueblos revolucionarios no vacilarán en realizar
los esfuerzos y los sacrificios que las circunstancias
exijan para preservar su derecho a la vida, a la
independencia, a las ideas justas, al bienestar y la paz
de las presentes y futuras generaciones”146.
Las fuerzas progresistas latinoamericanas entran
en la década del 80 del presente siglo con renovada
confianza en sus futuras victorias. Armados con la
teoría marxista-leninista, enriquecidos con la
experiencia de las batallas revolucionarias, inspirados
en el formidable éxito de los patriotas nicaragüenses,
los trabajadores y, en primer término, la clase obrera,
van incrementando su poder, aunando sus filas,
avanzando con valor. Sin lugar a dudas, nuevos
triunfos son inminentes. Desde luego, exigirán
múltiples esfuerzos y sacrificios, pero la libertad y la
independencia de los pueblos constituyen el objetivo
a cuya consecución los auténticos revolucionarios y
patriotas han consagrado y consagran todas sus
fuerzas, toda su vida. ¡La lucha continúa!
146
Palabra de amigos. Saludos de partidos comunistas,
obreros, democrático-nacionales y socialistas…, pp. 32,
33, 35.