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Según un informe del Banco Mundial 2012 sobre el embarazo adolescente, América Latina y el
Caribe es la tercera región del mundo con mayor tasa de fertilidad y maternidad/paternidad
adolescente. Perú no escapa a este fenómeno: entre las mujeres de 18 y 19 años en Perú, casi
una de cada cinco ya ha tenido un hijo o hija.
Lo que ocurre en Perú con el embarazo adolescente es una gran preocupación de política
pública. La mayor parte de la evidencia internacional sostiene que el embarazo adolescente trae
impactos negativos tanto para los hijos como para los padres. En el caso de los padres, quien
es más afectada es la madre, al perjudicarse su logro educativo, y su participación en el mercado
laboral en el corto plazo. Si bien el impacto sobre participación en el mercado laboral tiende a
atenuarse en el tiempo, la productividad laboral de la mujer en el largo plazo resulta
comprometida. De ahí que las políticas públicas que buscan reducir el embarazo en la
adolescencia estarían contribuyendo también al empoderamiento económico de la mujer.
El progreso escolar juega también un rol importante. Ir a la escuela a la edad de 15 años y tener
una buena performance cognitiva a los 12 años está asociado con una reducción en la
probabilidad de ser madre en la adolescencia. Esto implica que las niñas que tienen un buen
desempeño en la escuela tienen más que perder si se convierten en madres adolescentes.
También hallamos que las niñas cuyas aspiraciones educativas y percepción de poder influir en
su propia vida —o auto-eficacia—empeoran durante la adolescencia —entre los 12 y los 15
años—, tienen un mayor riesgo de embarazarse. El posible que esta merma en las
competencias psicosociales y en las aspiraciones esté relacionada a un bajo desempeño en la
escuela.
Tanto las políticas sociales como las educacionales son relevantes a este respecto. Los
programas antipobreza, como Juntos cumplen el doble objetivo de reducir la pobreza, así como
brindar incentivos para que las niñas acaben su educación escolar. El Ministerio de Educación,
por su parte, está implementando actualmente la Jornada Escolar Completa, JEC, en las
escuelas públicas. Ese programa extiende la duración del horario escolar diario y provee
mejores servicios para los estudiantes de secundaria, en aéreas urbanas. A la vez que JEC
ayudaría a fortalecer el aprendizaje y motivar las aspiraciones educativas, tiene el potencial de
disminuir el embarazo adolescente. Ahora bien, JEC solo está disponible para las niñas
urbanas, por lo que se requiere replicar este modelo o uno similar en zonas rurales.
Finalmente, nuestro estudio encontró que cuanto más joven una adolescente inicia su vida
sexual, mayor es la posibilidad de que se convierta en madre adolescente. En tal sentido, las
políticas públicas orientadas a ofrecer educación sexual son esenciales para reducir la
probabilidad de un embarazo precoz. Así, hay espacio para que tanto los sectores educativos
como de salud trabajen juntos en educación sexual, que debería iniciarse, al menos, en los
primeros años de secundaria. Esto, además, necesita estar acompañado de un respeto al
acceso de parte de los adolescentes a los servicios vinculados a sus derechos sexuales y
reproductivos.
Promover estas políticas de forma simultánea es la estrategia más sensible, pues estas se
complementan entre sí, y su aplicación conjunta podría ayudar a crear una “red de protección”
para las adolescentes. Crear incentivos para que las niñas permanezcan en la escuela y aspiren
a educación postsecundaria es una estrategia efectiva, no solo para reducir el embarazo
adolescente, sino para empoderar económicamente la siguiente generación de mujeres.
VBXV31
Compromiso 1
Gestión de convivencia