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CONDICIONANTES DE LA VIDA SOCIAL

Cualquier persona está rodeada de circunstancias ambientales y socioculturales


condicionantes. Son, por ejemplo, el clima, la presión atmosférica, o la humedad, así
como el horario, la religión o el tipo y calidad de los alimentos. Respecto a las primeras,
a las ambientales, poco se puede hacer por cambiarlas en el siglo XIX, pero las segundas,
las socioculturales, al ser producto de las adaptaciones humanas, si se pueden cambiar.
Cuando hay modificaciones, suelen ser lentas. La libertad, permite cambiar alguna de
esas condiciones o hábitos ambientales. Sin embargo, lo más corriente es que cada
individuo se deje llevar por ellas.

Los días y las horas.


Uno de los casos es el horario, marcado por las horas de luz, sueño y comidas. Los
españoles del siglo XIX tenían un horario distinto de algunos europeos. Se puede hablar
de un modelo mediterráneo construido por portugueses, italianos y españoles.

La hora de levantarse más común en el mundo rural era muy temprana, entorno a las cinco
en verano y a las seis o siete en invierno. Era también una hora bastante frecuente en las
ciudades. La verbena de la Paloma, zarzuela que se desarrolla en Madrid a finales del
siglo XIX, se inicia con una boda a las siete de la mañana, siendo un día de diario donde
los invitados posteriormente asistían a sus trabajos. Los colegios de enseñanza media
empezaban a las ocho de la mañana.

Según los meses, las cinco o las seis o siete de la mañana era la hora frecuente para
levantarse. La levantada general era aproximadamente una hora antes de la citada. Así lo
practicaban desde algunos reyes, como Carlos III, que lo hacía a las seis en punto todos
los días después de su época napolitana, sin cambiar sus costumbres cuando llego a
España, hasta la mayoría de campesinos, jornaleros y labradores. En todo caso, había
ciudadanos que se levantaban mucho más tarde, siendo este uno de los diferenciadores
sociales. Se podía estratificar algunos grupos sociales por la hora de salir a trabajar, los
primeros eran los barrenderos, los mozos de cuadra, los pinches de cocina, los horteras
abriendo las tiendas, los lacayos, los escribientes de oficinas del estado. A las once
empiezan a salir los empleados de más sueldo, los corredores de comercio, los estudiantes
universitarios, y después de las doce, los banqueros, los títulos de castilla. Algo asi hacia
una de las protagonistas de La Regenta, la marquesa de Vegallana, que se levantaba a las
doce para almorzar, por la tarde-noche iban al treatro o se quedaban de tertulia. Eso debía
ser frecuente entre las mujeres de alta y media clase en las ciudades. Eran grupos ociosos,
mal vistos por ciertos sectores de esas mismas clases, que consideraban madrugar como
una virtud y lo contrario como un vicio. Pero a parte de la hora de levantarse, la hora del
almuerzo, entre las doce y la una y media, era común para todos los españoles en el sigo
XIX. Las doce del mediodía era la hora en la que millones de habitantes de los países
católicos paraban sus tareas para rezar e ángelus. Normalmente esta oración seguía el
amuerzo. En Madrid y otras ciudades, el almuerzo se retrasó un poco a lo largo del siglo
XIX, y solia ser a partir de la una.

La comida del medidia iba seguida de una costumbre frecuente de los españoles, la siesta,
sueño reparador de duración diferente según lugar y estación del año. La tarde se dedicaba
a trabajar por algunos, pero paraa otros era ya tiempo de ocio. a lo largo del siglo XIX, a
medida que las ciudades se fueron iluminando, cambiaron paulatinamente las costumbres
horarios y muchas representaciones teatrales o circenses tenían lugar después de las siete.

La hora de la cena marcaba algo mas las diferencias sociales. Las clases bajan cenaban
pronto, sobre todo en invierno, antes de que anocheciera. Las personas de clases medias
y altas que solian tomar una merienda o cualquier tentempié de media tarde, podían
retrasar la cena a las siete y media o las ocho si no iban al teatro. La mayoría de los
españoles dedicaban diariamente las ultimas horas de la tarde y las primeras de la noche
a la tertulia familiar o de amigos. A las diez, como muy tarde, se solian disolver estas
reuniones.

A lo largo del siglo XIX, la iluminación de gas ya había modificado algo de las
costumbres (por ejemplo, lo relativo a las funciones teatrales); sin embargo, debio ser a
principios del siglo XX, tal vez por el uso de la luz eléctrica, cuando cambiaron los
horarios de los españoles de clases medias de algunas ciudades, como Madrid, Bilbao,
Santiago de Compostela, o Palma de Mallorca. La primera modificación, probablemente,
fue la hora de la cena. En vez de hacerlo antes del teatro o de las tertulias, cuyo comienzo
era en torno a las ocho, se empezó a retrasarlo para después. Ese retraso horario iba
diferenciando a los españoles de italianos y portugueses, que lo mantuvieron a las doce y
a las siete con dos comidas fuertes y lo hacían aun mas distintos de los anglosajones, que
hacían una comida ligera a mediodía y una cena mas fuerte en hora mas temprena que los
mediterráneos.

La jornada de trabajo solia ser muy larga. De echo, a finales del siglo empezó una
reivindicación para rebajar la jornada de trabajo. la mayoría de los trabajadores urbanos
superaba las diez horas. El horario de los dependientes de comercio dependía de cada
sector: 10 horas diarias, los peluqueros; 12, los dependientes de tiendas de lujos y mozos
de cafés y restaurantes; entre 10 y 13 los empleados en librerías; sin horario, los
empleados de las tabernas. Por su parte, en las tiendas de ultramarinos se llagaban a las
15 horas.

La comida y la bebida

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