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Amador Fernández-Savater
05/01/2018 - 22:15h
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Ahora
No se diría si consideramos la cantidad de gente que acude hoy a terapia para que le
ayuden a recuperar la capacidad de vivir aquí y ahora porque su cabeza no para nunca
de viajar entre lo pendiente y lo posible: mails por contestar, entregas que acabar,
nuevos proyectos que abrir, etc.
Este me parece que es el corazón y uno de los hilos centrales del último libro del
Comité Invisible, titulado significativamente Ahora. Un libro abarrotado, como los
anteriores, de poderosas imágenes, reflexiones y sugerencias para captar el presente en
clave de transformación social.
La propuesta del Comité Invisible es muy distinta: entender lo que nos pasa desde una
crítica radical de la vida cotidiana y pensar el cambio social como un ejercicio de
atención plena a las potencias que laten ya en las situaciones que atravesamos (y nos
atraviesan). Revincular la regeneración de nuestras capacidades y la transformacion de
nuestras condiciones de vida, la sanación y la revolución.
¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos perdido el presente, quién nos lo ha robado? Según
el Comité Invisible, la explicación hay que buscarla en la expansión del dinero como
mediación de toda relación social, la mercantilización generalizada.
Nuestras destrezas, capacidades y saberes son “capital humano” que debemos cuidar y
gestionar. Somos a la vez el producto, el productor y el vendedor del producto. Cada
cual su propia empresa, guiada por el esfuerzo constante de autovalorización.
El Comité Invisible cita la novela de Bernard Mourad Los activos corporales, que
recrea la ficción de un capitalismo extremo en el que las personas pueden salir a bolsa
como “sociedades unipersonales” en el marco de la “Nueva Economía Individual”. Pero
no se trata de ninguna ficción, sino de la exageración de la realidad que ya vivimos.
Especulamos constantemente sobre nuestro valor: hay que hacerse creíble, merecer
crédito, que nos acrediten; aumentar nuestra apreciación, atractivo y reputación. Por
cierto, Mourad fue consejero especial de Emmanuel Macron en las últimas elecciones
francesas.
Pero, ¿cómo se relaciona todo esto con la cuestión del tiempo, del presente, del aquí y
ahora?
Es muy sencillo: ya nada es lo que es, sino lo que podría ser, lo que podríamos ganar
con ello. Siempre puede haber algo más, algo mejor. Mejor que la persona que tengo al
lado, mejor que el lugar en el que me hallo, mejor que lo que estoy haciendo. Vivir aquí
y ahora implica una renuncia insoportable a lo que podría ser, es de losers.
El dinero todo lo difiere, dice el Comité Invisible. Vivimos escindidos: estamos aquí,
pero también allí, al acecho “de algo más”. Nada alegra o basta por sí mismo, nada es
completo y redondo en sí mismo. La vida está en otra parte. Lo existente se nos aparece
en forma de opciones, equivalentes e intercambiables, y siempre puede haber una
mejor. La libre elección es hoy nuestra jaula. La imposibilidad para estar-ahí y la
incapacidad para estar-con son sus consecuencias.
¿Contra qué atenta esta expansión “totalitaria” del mercado? ¿Qué perdemos de vista
cuando optimizamos? ¿Con qué dejamos de tener relación?
No es el “yo” o el “verdadero yo”, como nos dicen tantas filosofías terapéuticas o New
Age, sino el mundo y la vida entendidos como una multiplicidad infinita y concreta de
situaciones que nos atraviesan y constituyen.
Como explica Juan Gutiérrez, somos seres abiertos y engarzados a otros seres. Vivimos
vinculados con los otros, pero también con las cosas, los lugares, las máquinas y los
demás seres vivos. La memoria nos engarza con los muertos y los no-nacidos heredan
las consecuencias de nuestros actos. Somos engarces, siempre singulares, de un tejido
del que también somos tejedores.
Según el Comité Invisible, la actual “fragmentación del mundo” es una ocasión para
percibirnos mejor en ese plano de realidad. ¿En qué sentido?
Por todas partes estallan las formas de lo Uno: las formas trascendentes, centralizadoras
y homogéneas de organizar la vida en común. La Ley y el Derecho, ideadas para una
ciudadanía indistinta y abstracta, se pulverizan en mil decretos, normas y legislaciones
de excepción con vistas a cuestiones o sujetos específicos; el Estado-nación se ve hoy
superado por arriba (debe doblegarse a poderes globales) y cuarteado por pulsiones
independentistas, secesionistas o autonomistas por abajo; las identidades fuertes (la
Humanidad, el Trabajador) ya no funcionan como polos de identificación; y la
biografía, como narrativa unitaria y coherente del Yo, se desmigaja en una sucesión de
“estados”, como nuestros perfiles de Facebook.
Podemos sin duda lamentar este desmantelamiento. Deplorar la disolución de las viejas
formas de pertenencia e identidad. Criticar, desde el resentimiento hacia el presente, el
“caos” que emerge y prolifera por todos sitios. Hay buenas razones: la fragmentación es
también choque y guerra civil entre distintas formas de vida, multiplicación de burbujas
autorreferenciales, aislamiento y babelización.
La política y lo político
El Comité Invisible nos dice: el tejido de las situaciones de vida es el plano de realidad
donde habitan las potencias de transformación del mundo. Es decir, la potencia está ahí
donde estamos, no en otra parte.
Pero la concepción clásica de la política nos dirige todo el rato hacia esa “otra parte”.
Nos tienta siempre en un mismo sentido: abandonar las situaciones de vida, juzgadas
como demasiado “limitadas”, “pequeñas” o “aisladas”, para empezar a jugar en otro
dominio “más serio”, “más global”: el poder político, el Estado, las instituciones, etc.
"La política” se piensa así como una esfera particular, separada y diferente de la vida
cotidiana, donde se decide sobre “lo general”, sobre “lo de todos”. Una esfera que es
siempre propia de especialistas y expertos: los políticos o los militantes revolucionarios
que aspiran a sustituirlos, tanto da.
Lo importante nunca está aquí y ahora, en este pedazo de realidad concreta que
comparto con estos otros también concretos, sino siempre “más arriba”, “más allá”,
“más tarde”. En el Estado, en la dimensión europea de las luchas, en la revolución
venidera...
De ese modo, el militante político está aquejado finalmente de los mismos males que el
“empresario de sí mismo” neoliberal: agobiado en mil proyectos, corriendo como el
hamster en la rueda, siempre proyectando "algo más", desea secretamente que lleguen
las vacaciones para “desconectar”. Es muy importante pensar esto a fondo: el mercado y
la política son dos figuras del nihilismo, es decir, dos formas de la desvalorización del
aquí y ahora en nombre de un “más allá”. Dos figuras de la falta.
El Comité Invisible sugiere distinguir “la política” de “lo político”. “Lo político” no
sería una esfera o un dominio propio. No sería un nombre, sino un adjetivo. Es decir, no
ocurre “más allá” de las situaciones de vida, sino que es una cierta intensificación o
declinación de estas.
Lo que hay aquí y ahora no es “restringido”, “limitado” o “pequeño”, como nos dice la
concepción clásica de la política, sino infinito. Sólo desde aquí podemos entender lo que
ocurre allí, como sólo tras el atentado de 2004 en Madrid pudimos entender lo que
ocurría a diario en Irak. Sólo desde “ahora” podemos relacionarnos de forma viva con el
pasado, que también fue un ahora y sólo puede volver a cobrar vida si lo leemos desde
las búsquedas del presente.
Desmercantilizar
Esta contracción del presente tiene que ver con la expansión “totalitaria” de las
relaciones de mercado a toda la vida social: cualquier espacio, cualquier momento se
vuelve una “ocasión de negocio”. Nunca es lo que es, sino lo que podría ser.
Vivir el presente pasa por percibirnos inscritos en situaciones y vinculados con otros,
engarces de una inmensa malla donde también tejemos y destejemos. La fragmentación
actual del mundo es una oportunidad para percibir con más claridad los aquí y ahora
concretos que nos constituyen.
La potencia de transformación late en esas situaciones de vida y no “en otra parte”. Pero
la concepción clásica de la política redirige siempre nuestra atención y nuestro deseo
hacia un “más allá”: más lejos, más arriba, más tarde.
Si el Comité Invisible habla tanto de amor -también de amistad, pero menos que en A
nuestros amigos- es porque se trata de la experiencia más común y masiva de un
“vínculo en interioridad”. El amor nos “enseña” que no sólo existen las relaciones
instrumentales.
Mientras que la relación instrumental es de “quita y pon” (la quitamos y nos quedamos
igual), el vínculo en interioridad nos constituye: duele si hay separación porque
perdemos un trozo de nosotros mismos.
En las zonas desmercantilizadas, las cosas pueden resplandecer de nuevo porque son
inconmensurables. Pueden permanecer singulares porque no tienen precio. Pueden
volverse concretas porque ya no son equivalentes ni intercambiables. Llevan la
recompensa en sí mismas. Están aquí y ahora.