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03/01/2018 el tarot: 14.

El Tiempo | Tannhäuser Cabaret

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el tarot: 14. El Tiempo


Análisis del triunfo del Tiempo (el
Ermitaño) durante el Renacimiento

archivado en: tarot / 30 junio, 2016 / serie: el tarot s t


El triunfo del Ermitaño resulta desconcertante. Por lo general, se encuentra en la
posición undécima, justo después de las vanidades humanas que conducen al
Infierno (la fama, la riqueza y el amor), lo cual rompe por completo el discurso
narrativo de la baraja. ¿Qué sentido tiene incluir un fraile antes de la secuencia
del mal? ¿No sería más razonable dada la bondad de la carta que estuviera
después de la Torre y el Diablo, antes o después de la secuencia de los astros
que conduce al Juicio final?

S AT U R N O , DIOS DEL TIEMPO

La respuesta a este problema es que, en realidad, este triunfo no representaba


en su origen a ningún fraile o ermitaño, sino al tiempo. Esto se advierte con
claridad en la iconografía de las barajas más antiguas. En el tarot de Pierpont
Morgan se encuentra ya la imagen característica que asumió en los tarots
italianos, un anciano con una barba blanca muy larga, que sostiene un reloj de
arena en una mano y en la otra un bastón. En el tarot de los Medici, el anciano
del triunfo del Tiempo no está cojo —quizás porque Piero, el padre de Lorenzo,
apenas podía andar por una gota congénita y no se consideró de buen gusto
incluir un elemento que podía relacionarlo con este triunfo siniestro—, pero
levanta el reloj de arena, símbolo por excelencia de la alegoría. Curiosamente,
esta misma representación es la que aparece en el tarot de Alessandro Sforza,
una semejanza que aún no se ha podido explicar satisfactoriamente.

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El triunfo del Tiempo en el tarot de Pierpont Morgan, de los Medici y de Alesandro Sforza,

Erwin Panofsky ha analizado en detalle cómo ha evolucionado la representación


del tiempo desde la Antigüedad al Renacimiento, cuando se fraguó la imagen
que vemos en los tarots italianos. Según este investigador, en la Grecia clásica
convivían dos imágenes alegóricas del tiempo. Una era el tiempo como «Kairos»
y se parecía mucho al concepto de Ocasión que vimos antes, es decir, un
momento fugaz y decisivo en la vida de los seres humanos. Otra era el tiempo
como «Aion», un principio cósmico ligado a la creación del universo, que solía
representarse acompañado de una serpiente mordiéndose la cola. Por otra
parte, sin que guardara relación alguna con estos dioses, creían en un dios de la
agricultura llamado Chronos, cuya leyenda era algo siniestra. Era el padre de la
generación olímpica presidida por Zeus y su arma principal era una hoz afilada
que había forjado su madre Gea. Como le habían vaticinado que algún día uno
de sus descendientes le destronaría, en cuanto su esposa Rea daba luz a un hijo,
se lo comía. Cansada de que su marido devorase su prole, Rea escondió al último
de ellos, Zeus, en una cueva de la isla de Creta. Pasado un año, Zeus alcanzó la
fuerza necesaria para vencer a Chronos, le obligó a regurgitar a sus hermanos y
le expulsó del Olimpo.

En época romana, hacia el siglo I, por la similitud entre el nombre de Chronos y la


expresión griega para designar el tiempo, Kronos, este antiguo dios de la
agricultura fue convertido en el dios del tiempo en sustitución de otros dioses
como Aion. Así, el dios del tiempo, Saturno como era llamado en Roma, pasó a
ser un anciano siniestro armado con una hoz. Durante el Medioevo, esta antigua
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herramienta agrícola se convirtió en una guadaña con la que segaba las vidas a
su paso, elemento este último que no aparece en los triunfos del tarot,
quizás para evitar repetirse con la guadaña que empuña el triunfo de la Muerte.

Poco a poco vamos despejando incógnitas. Ya sabemos la razón por la que el


tiempo se representa como un anciano, es una imagen heredada del Chronos
griego, pero ¿por qué está cojo y necesita apoyarse en un bastón? Según
Panofsky, el siguiente hito en la evolución iconográfica de esta alegoría se
produjo una vez que algunas divinidades clásicas se identificaron con los astros
de las esferas cósmicas, una identificación que se mantuvo durante la Edad
Media gracias a unos pocos textos astronómicos que sobrevivieron a la caída del
imperio romano de Occidente, como Las noches de Mercurio y Filología, de
Marziano Capella. Esta asociación, además, se reforzó a partir del siglo XIII,
cuando los intelectuales de la Escuela de Toledo de Alfonso X el Sabio
recuperaron para Occidente gran parte del legado astronómico de la
Antigüedad.

En este esquema donde se relacionan dioses clásicos con los astros, Diana, la
diosa virgen de la caza, se identificó con la Luna y su hermano Apolo con el Sol.
Mercurio, el dios del comercio y los caminos, el mensajero de los dioses, con el
planeta homónimo, al igual que sucedió con Venus, Júpiter y Marte y sus
respectivos planetas. Al dios del tiempo, al Saturno de los romanos, le
correspondió el planeta que lleva su nombre, el más lejano de la Tierra que se
conocía por entonces y el que más tardaba en completar su órbita solar, casi
unos treinta años, el triple de lo que tardaba Júpiter. En el arte y la literatura del
Renacimiento, esta lentitud se tradujo alegóricamente en una profunda cojera.
De ahí que el Tiempo del tarot de Pierpont Morgan necesite un bastón para
caminar.

LA COLUMNA DEL TIEMPO

En Italia, la evolución iconográfica del triunfo del Tiempo tendió a remarcar la


vejez del personaje y en muchas fuentes documentales pasó a conocerse como
«il vechio», el viejo. De hecho, en la hoja de Rosenwald, realizada quizás a
principio del siglo XVI, ya sólo se muestra un anciano sobre dos muletas, sin el
reloj, cargado de espaldas y vestido con ropa humilde. Es por este tipo de
representaciones que en algunos documentos el triunfo del Tiempo recibió el
nombre de «il gobbo», el jorobado, como sucede en el sermón de Steele. En la

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hoja de Rothschild que quizás era coetánea, el anciano tiene dos alas en la
espalda y al fondo se divisa una columna. Esta imagen se mantuvo en algunas
barajas italianas, como el tarocchino al Leone de 1770.

De izquierda a derecha, el triunfo del Tiempo en las hoja de Rosenwald, de Rothschild y el


tarocchino al Leone.

Dado que en Francia el triunfo del Tiempo se convirtió en el triunfo del Ermitaño,
se ha asociado esta columna con lo eremítico. El monacato cristiano nació a
finales del siglo III y principios del IV en la Tebaida, una región desértica del Alto
Egipto. Durante aquellos primeros tiempos, se produjeron ciertos
comportamientos exagerados que resultan esperpénticos iluminados a la luz del
sentido común. Una de aquellas exageraciones  estuvo protagonizada por los
estilitas, que vivían encima de una columna dedicados por completo a la vida
contemplativa y la oración. El primer estilita y más conocido se llamaba Simón y
nació en Sisan (Cilicia, Siria) hacia el año 388. En busca de una vida lo más
rigurosa posible, Simón fue a vivir a una cueva en el desierto, donde una gran
cantidad de peregrinos necesitados de consejos y milagros le impedían
permanecer apartado del mundo. Pidió entonces que levantasen una pequeña
plataforma encima de una columna de tres metros, que más tarde elevaron a 17,
y allí pasó el resto de su existencia entregado a la penitencia y la oración hasta
que murió en el año 459.

Por lo tanto, si en estas cartas estuviera representado un ermitaño, parece


razonable sospechar que la columna haga referencia a los estilitas. Sin embargo,

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no existe ninguna prueba documental que atestigüe que el Tiempo se había


convertido en el Ermitaño en la Italia del siglo XVI. El detalle de las alas confirma
esta observación, ya que eran uno de los rasgos iconográficos de esta alegoría,
tal y como explica Cesare Ripa: «Hombre viejo y alado, […] se encuentra en
medio de unas ruinas y tiene la boca abierta enseñando los dientes, los cuales
son del color del hierro. Se dibuja alado por el dicho Volat irreparabiles tempus».
De hecho, aún hoy en día seguimos diciendo que «el tiempo vuela». Entonces,
¿qué significa esta columna?

Posiblemente esté simbolizando el


poder destructivo del tiempo. Las
numerosas ruinas arqueológicas en
suelo italiano, los templos griegos y
romanos con sus grandes columnas
de piedra, se estudiaron al detalle
durante el Renacimiento. Eran la
prueba material de la grandeza del
mundo clásico; pero, a la vez,
también demostraban la
inexorabilidad del tiempo. Nada
escapaba a su paso. De ahí que en
muchas representaciones pictóricas
se incluyeran elementos
arquitectónicos de la Antigüedad
deteriorados, como unas columnas,
para mostrar el triunfo del tiempo, su
El tiempo destructor. Frontispicio de
implacable poder destructor, tal y
Segmenta Nobilium Signorum et Statuarum...
como había cantado Petrarca en de François Perrier (1638, Roma). El tiempo,
Triunfos: alado y con una guadaña, devora los
vestigios de la Antigüedad. La serpiente
sobre la columna que se muerde la cola es
Pasan las pompas y vuestras
otro símbolo del tiempo.
grandezas,
pasan los señoríos y los reinos,
y todo con el tiempo se interrumpe;
no favorece al digno ni al indigno,
y no sólo carcome lo de fuera,
sino incluso el ingenio y la elocuencia.
Huyendo así, consigo arrastra al mundo,
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y no se para nunca ni se vuelve,


hasta veros en polvo convertidos.

EL TIEMPO DESTRUCTOR

Resulta comprensible que se incluyera una alegoría del tiempo en el tarot, dado
que fue una de las grandes inquietudes del Renacimiento y más aún del Barroco.
En Revolución en el tiempo, el historiador británico David S. Landes liga el
nacimiento de esta inquietud con el resurgir de las ciudades a finales del
Medioevo, sobre todo aquellas de mayor carácter industrial, como Florencia o
Milán. Durante siglos, el tiempo había sido un elemento más del paisaje natural
y  su medición era patrimonio de los monjes, que con el tañer de las campanas
marcaban un ritmo diluido en el quehacer agrícola. Sin embargo, el ritmo de la
ciudad debía de ser mucho más preciso. Como explica Landes:

«A medida que se desarrollaba el comercio y se extendía la industria, la vida


y el trabajo se hacían más complejos y necesitaban una gran cantidad de
señales horarias. Al igual que en los monasterios eran las campanas las que
daban esas señales, y en este aspecto el municipio urbano fue el heredero y
el imitador de la comunidad religiosa. Las campanas tocaban para indicar el
comienzo del trabajo, la pausa de las comidas, el final de la jornada, la
apertura y el cierre de las puertas, la apertura y el cierre de los mercados, la
asamblea, los casos de urgencia, las reuniones del consejo, el fin del servicio
de bebidas, la hora de la limpieza de las calles, el toque de queda y así
sucesivamente, hasta una extraordinaria variedad de llamadas especiales,
propias de cada municipio de cada ciudad».

A medida que durante los siglos XIV y XV las ciudades se fueron volviendo más
sofisticadas, se fue dando cada vez mayor importancia al tiempo. Fue entonces
cuando se inventaron los primeros relojes mecánicos. Primero fueron los relojes
de torre, grandes armatostes que daban la hora mediante mecanismos de
sonería que se escuchaban por toda la ciudad; más tarde se consiguió reducir su
tamaño y se desarrollaron los relojes portátiles, que permitieron medir el tiempo
en las casas y los espacios de trabajo. En suma, se comenzó a tomar consciencia
del propio tiempo. Este reconocimiento, además, se mezcló con la nueva
importancia que adquirió el ser humano durante el Renacimiento: mi tiempo de
vida, en tanto que individuo, es un bien valiosísimo y no lo puedo desperdiciar
porque pasa en un instante. Así, junto al tiempo aparece su hermana: la

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fugacidad, la brevedad de la vida de la que se lamentarán los poetas del


barroco, como Quevedo, que plasmó esta idea en uno de sus poemas más
célebres:

¡Ah de la vida!... ¿Nadie me responde?


¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde,


la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;


hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Volviendo al Renacimiento, la referencia literaria indiscutible para comprender el


triunfo del Tiempo es Triunfos de Petrarca. Aquí aparece el tiempo destructor en
todo su apogeo. Tras la el triunfo de la Muerte ha llegado el triunfo de la Fama,
que por un momento parece capaz de otorgar la inmortalidad:

Después de que la Muerte hubo triunfado


en el rostro que en mí triunfar solía,
y fue arrancado el sol de nuestro mundo;
se marchó la que fue cruel y perversa,
soberbia, fea y pálida de aspecto,
que a la luz extinguió de la belleza;
cuando vi que llegaba de otro lado
aquella que a los hombres hace salir
del sepulcro de nuevo hacia la vida.

Pero todo es inútil pues por encima de la Fama se alzará más tarde el Tiempo,
ante el cual no hay hazaña humana capaz de resistir. «Todo lo arrasa y vence el
Tiempo avaro», se lamenta Petrarca. ¿De qué sirve, entonces, perseguir la fama

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o los bienes materiales si tarde o temprano el tiempo, siniestro e implacable,


arrastra todo al olvido?

El hielo vi, y allí mismo la rosa,


casi a la vez un frío y calor grandes,
que sólo el escucharlo maravilla.

Y quien juzgue con una mente sana


pensará que es así. Mas ¿cómo entonces
no lo vi? Por lo cual me irrito ahora.

Antes seguí deseos y esperanzas;


ahora tengo un espejo ante mis ojos
donde me miro y veo mi fracaso;

y todo cuanto puedo me preparo


para el fin de mi vida que es tan corta,
pues apenas fui niño y ya soy viejo.

¿Qué, sino un día es esta vida nuestra,


doloroso, con nieblas, breve y frío,
Están aquí la gloria y la esperanza,
y nadie sabe el tiempo de su vida.

Antes que los demás siento la huida


de mi vida, y del sol en su carrera
la evidente ruina de este mundo.

Aquí se encuentra la clave para entender por qué el Tiempo se encuentra en la


posición undécima en la jerarquía de los triunfos del tarot. Todo lo que hay por
debajo de él —el imperio, el papado, la fama representada en el Carro, el amor y
los bienes de la fortuna— está destinado a desaparecer, a perderse con el paso
del tiempo. Esta idea, además, se vio reforzada por un matiz muy interesante: el
tiempo no es solo una fuerza destructiva de carácter negativo, sino que también
actúa como un agente de justicia cósmica: es la figura del tiempo revelador, muy
similar al tiempo destructor pero sin el matiz negativo. El tiempo es un agente de
la honestidad, un juez que tarde o temprano descubre el velo de los falsos bienes
que otorga la fortuna, como ocurre, por ejemplo, en el Philodoxus de Leon
Battista Alberti.

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EL TIEMPO REVELADOR

El Philodoxus fue muy popular en Ferrara en el siglo XV. Fue escrita en latín por
Alberti durante su juventud, en 1424. Por entonces, Alberti estaba saliendo de un
período muy complicado de su vida. Tres años antes había muerto su padre y a
las penurias económicas consiguientes se había sumado una enfermedad, fruto
del estrés, que le provocaba pérdidas de memoria y dificultades visuales.
Durante unos años, mantuvo la autoría en el anonimato y dijo que había
encontrado el texto en un códice antiguo. El autor era un antiguo poeta romano
llamado Lepidus, que en la introducción de la obra se definía como un loco, un
sabio ignorante. Años más tarde, hacia 1438, Alberti confesó a Leonello d’Este
que él había sido el verdadero autor cuando le envió el manuscrito. No parece
que esto afectase el éxito de la obra, de la que se conocen una treintena de
manuscritos y dos ediciones impresas.

Con un argumento muy sencillo, el Philodoxus es una reflexión sobre la fama y su


relación con el tiempo y la fortuna. La acción se desarrolla en una calle lujosa de
Roma en la que hay tres casas. Una, a la izquierda, está medio en ruinas y
pertenece a un liberto, un esclavo liberado, llamado Ditonus, que representa la
riqueza. Enfrente de su casa hay una estatua de Pluto, el dios griego de la
abundancia. A la derecha se encuentra la casa de un barbero, que también
ejerce de médico y veterinario. En el centro se encuentra la casa de una joven
muy hermosa llamada Doxia, alegoría de la gloria, y su hermana Phemia, que
simboliza la fama, un concepto similar al anterior pero de menor importancia.

Dos hombres se disputan el amor de Doxia. Uno es el ciudadano ateniense


Philodoxus, hijo de Argos (la prudencia) y Minerva (el estudio y la laboriosidad).
Está acompañado de su buen amigo Phroneus, alegoría de la sabiduría, que
también es de Atenas. Otro es Fortunius, un hombre violento, rico y prepotente.
Fortunius es hijo adoptivo de Tychia, la fortuna, y sus padres sanguíneos son
Thraso, la vanidad, y Autadia, la insolente arrogancia. Está acompañado por un
esclavo de Tychia llamado Dynastes, que representa el poder y la tiranía.

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Personajes principales del Philodoxus de Alberti.

Para estar cerca de Doxia, Philodoxus y Phroneus tratan de granjearse la amistad


de su vecino, el liberto Ditonus. Cuando están a punto de convencerle, aparecen
Fortunius y Dynastes, muy amigo de Ditonus desde que trabajaba para Tychia.
Philodoxus se esconde y Phroneus idea una estratagema para quitárselos de en
medio. Se mancha de barro y, cojeando como si estuviera herido se acerca a
Fortunius, y dice que se ha herido mientras veía una fabulosa procesión triunfal
organizada por unos embajadores africanos. Entusiasmados, Fortunius y Dynastes
marchan a verla, Ditonus conduce a Phroneus al barbero para que atienda sus
heridas imaginarias, y Philodoxus aprovecha para encontrarse con Doxia. Los dos
jóvenes hablan de su mutuo amor y se las prometen felices, pero Fortunius no
está dispuesto a renunciar a su amada.

Fortunius envía a sus sicarios a raptar


a Doxia y, por error, se llevan a su
hermana Phemia. Aparecen entonces
en escena nuevos personajes:
Chronos, el tiempo, un hombre mayor,
lento y cojo, que es el capitán de la
guardia, su hija Alethia, la verdad, y
Mnymia, alegoría del estudio y la
memoria, que trabaja como tutora de
Alethia. En ese momento, Phroenus y
Mnymia descubren que se conocían
de antes, ya que hacía tres años Pieter Coecke van Aelst, el Triunfo del tiempo
habían sido marido y mujer. Como ha (c. 1550, Rijksmuseum Amsterdam). En esta
representación del tiempo inspirada en
señalado Teikemeier este encuentro
Triunfos de Petrarca observamos los atributos
simboliza la recuperación de Alberti, habituales de la alegoría: el tiempo
identificado con Phroenus, después representado como Saturno (devorando a

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de su larga enfermedad. Sigue un sus hijos) avanza en un carro tirado por dos
ciervos, un animal con el que solía asociarse,
pequeño revuelo y, finalmente, y a su paso arrolla la fama simbolizada en el
Chronos, el tiempo, impone su pasado clásico. Heracles está representado
en la esquina inferior derecha con una
autoridad sobre Tyche, la fortuna, y se
columna, pues en la antigüedad el estrecho
llega a una solución de compromiso. de Gibraltar se conocía como las columnas
Philodoxus, la virtud, el conocimiento, de Heracles.

se casa con Doxia, la gloria; y


Fortunio, el poder, la riqueza que otorga fortuna, se casa con Phemia, la fama.

El mensaje de la obra es evidente. Mediante las armas y la riqueza, mediante los


favores de la fortuna, sólo se puede conseguir una fama efímera, intrascendente,
destinada a desaparecer con el tiempo. La verdadera gloria, aquella que
conduce a la inmortalidad, se obtiene mediante el ejercicio de la virtud y la
búsqueda del conocimiento, es decir, mediante el amor a la sabiduría.

En síntesis, tras el triunfo del tiempo llega la verdadera vida, ya sea en el Infierno
o en el Cielo, por debajo de él, todo es vanidad de vanidades. Y esto nos vuelve
a llevar al enigma de partida, ¿cómo es posible que esta alegoría del tiempo se
convirtiese en la alegoría del ermitaño?

E L E R M I TA Ñ O
En los tarots franceses apenas queda rastro de la alegoría del tiempo. En el tarot
de Catelin Geoffrey, impreso en Lyon en 1557, el más antiguo que conocemos de
segura manufactura francesa, se observan ya los principales rasgos
iconográficos que adquirió este triunfo. El anciano cojo se ha transformado en un
fraile apoyado en un venerable bastón y, en vez del reloj de arena, lleva un farol.
Por su aspecto parece que se trata de un miembro de la orden de los
capuchinos. Esta orden había nacido poco antes, en 1528, como una escisión de
la orden franciscana, con la intención de recuperar el mensaje de Francisco de
Asís. Hicieron de la pobreza y la humildad sus votos más importantes y se
caracterizaban formalmente por llevar la barba larga, calzar sandalias y la
capucha de su hábito, todos signos en su conjunto de sencillez y austeridad. Por
su esfuerzo con los más desfavorecidos y la sinceridad de su fe alcanzaron
pronto gran popularidad entre las clases populares y se calcula que para finales
de siglo ya había más de tres mil capuchinos, sobre todo en Francia. Aunque no
tardó en popularizarse el nombre de capuchinos por su llamativo atuendo, en un
principio también se les conocía como «frailes menores de la vida eremítica», ya

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que el poder llevar una vida de “ermitaños” era uno de los principios que recogía
la bula Religionis zelus con que Clemente VII había sancionado la constitución de
la orden en 1528.

De izquierda a derecha, el triunfo del Ermitaño en el tarot de Catelin Geofrey, de París y de


Jean Dodal.

Por lo tanto, todo indica que a mediados del siglo XVI en Francia decidieron
cambiar el triunfo del Tiempo por el triunfo del Fraile, que a su vez se convirtió en
el Ermitaño una vez olvidada su ascendencia capuchina. Nos queda por analizar
el farol que sustituyó al reloj. Este motivo está relacionado con el filósofo
Diógenes el Cínico que vimos antes. La anécdota sobre Diógenes más célebre de
la época contaba que gustaba recorrer las calles de Atenas, farol en mano,
mientras preguntaba infructuosamente por un hombre honrado. Durante el siglo
XVI cobró fuerza una imagen de Diógenes como la de un ermitaño sabio, una
especie de fraile que no callaba la verdad cristiana ante los más poderosos, en
suma, una imagen acorde con la percepción que se tenía de los rigurosos
capuchinos. Dado que, por la descripción de Laercio, Diógenes se solía
representar vestido con unos harapos y con un bastón, es fácil comprender cómo
pudo terminar un farol en la mano de nuestro fraile ermitaño.

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Jacob Jordaens, Diógenes buscando un hombre honesto (c. 1642, Gemäldegalerie Alte
Meister, Dresde).

LOS H I J O S D E L O S P L A N E TA S

Las causas precisas del cambio del tiempo por el ermitaño son difíciles de
reconstruir. Es decir, ¿por qué los naiperos franceses decidieron sustituir la
alegoría del tiempo precisamente por un fraile ermitaño? No es más que una
conjetura, pero sospecho  que el cambio fue resultado, o cuanto menos
facilitado, por la relación de los ermitaños con los hijos de Saturno. Veamos qué
significa esto.

En el siglo XVI, cuando se reemplaza la alegoría del Tiempo, los triunfos carecían
de rótulos identificativos, por lo que se adaptaban con frecuencia a motivos más
conocidos en cada localidad. Por lo tanto, podemos pensar que, en parte, el
cambio se debió a la mera similitud iconográfica entre el Padre Tiempo y la
apariencia de los monjes capuchinos, barbados y con ropas ajadas, pero quizás
también intervino otro factor más complejo. La locución «hijos de los planetas»
se empleaba durante la Edad Media y el Renacimiento para referirse al carácter
que desarrollaban las personas según la conjunción astral, el signo del zodíaco o
la posición de las esferas, bajo la que habían nacido. Los hijos de la Luna eran
perezosos, amantes del dinero, de enojo fácil y pronto consuelo. Entre otras
profesiones, tendían a ser malabaristas, estudiantes, molineros y navegantes, ya
que estaban marcados por la tendencia al nomadismo. Los hijos de Mercurio
eran dados a la codicia y el conocimiento. Eran buenos orfebres, escribas y
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pintores. A los hijos de Venus, la diosa


del amor, les gustaban las fiestas, la
música y el baile. Del Sol se
esperaban hijos afortunados, de buen
porte, amantes de la lucha, el
deporte y la diversión. Marte, dios de
la guerra, sólo podía auspiciar hijos
belicosos, soldados profesionales,
herreros, alguaciles y médicos, todos
los que debían de hacer frente al
fuego y la sangre. Los hijos de Júpiter,
el rey de los dioses olímpicos, eran
felices y virtuosos, justos y sabios, de
modales elegantes y refinados.
Amantes de la caza, solían ser
hombres proclives al gobierno y los
asuntos de la corte.

Los hijos de Saturno heredaban la


mala fama de este planeta
Curiosamente, el triunfo del Ermitaño del
divinizado. Muchos terminaban en la
tarot de Vieville ha perdido el farol y empuña
pobreza o en la cárcel. No faltaban su propia túnica.
los cojos y siempre estaban
necesitados. A este grupo se
adscribían también los campesinos y los más pobres de todos los eclesiásticos, es
decir, los ermitaños. Así, en las representaciones de los hijos de los planetas, por
debajo de Saturno y sus dos signos zodiacales correspondientes, capricornio y
acuario, junto con campesinos, delincuentes y tullidos, solían incluirse ermitaños o
frailes de vida austera, como los capuchinos. Por esto sospecho que en un
principio los maestros naiperos franceses prefirieron mostrar al Padre Tiempo con
una imagen relacionada que les resultaba más familiar, como los monjes
capuchinos, hijos de Saturno, y que, con el paso del tiempo la alegoría perdió su
sentido original para convertirse en el Ermitaño que conocemos en la actualidad.

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Dos grabados con los hijos de Saturno. A la izquierda, una plancha del «Master of the
Housebook», c. 1475/85. El ermitaño se encuentra al fondo, consolando un prisionero que
lleva un alguacil. A la derecha, de la serie de grabados «Die Wirkungen der Planeten», c.
1470. A la izquierda de la ilustración se ve un ermitaño en su ermita.

BIBLIOGRAFÍA
Escribí esto hace tiempo y he perdido las referencias bibliográficas... Algunas
que tengo a mano por una razón u otra:

Landes, David S. Revolución en el tiempo. Crítica. Barcelona, 2007.

Lippincott, Kristen et ál. El tiempo a través del tiempo. Grijalbo. Barcelona, 2000.

Vitali, Andrea. L'Eremita. Le tarot.

Panofsky, Erwin. Estudios sobre iconología. Alianza. Madrid, 2008.

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03/01/2018 el tarot: 14. El Tiempo | Tannhäuser Cabaret

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