You are on page 1of 299

Antropología de lo barrial

Estudios sobre producción simbólica de la vida urbana


COLECCIÓN CIENCIAS SOCIALES
NOVEDADES

Mujeres en situación de violencia familiar


Rosa Entel

Niñez, pobreza y adopción


Florencia Altamirano

Trabajo social hoy


María Eva Castro - Ñora Raque! Rubio - Geraldine Ponce - María Martina Jasse - María Cecilia Bottini
Claudia Aab - María de los Angeles Brusco - Rita Cristina Rodríguez - Rubén Aroldo Santillán - María
Cristina Ventura - Ana Inés Facal - Alicia Valli - Gladys Aguilar - Olga Garmendia - Ana María Compan
María de los Ángeles Commisso - Ester H. Alvarez -Sandra C. García - Estela M. Ray - Elsa A. Torres

Las metamorfosis del clientelismo político


Miguel E. V. Trotta

Los vínculos familiares. Reflexiones desde la práctica profesional


Liliana Sarg

Trabajo social y enfoque gestáltico. Una propuesta holística para la práctica cotidiana
Lidia S Reynoso - Liliana Calvo

Trabajo social con Adultos Mayores. Intervención profesional desde una perspectiva clínica
Liliana Cordero - Silvia Cabanillas - Gladys Le re huno! i

La discapacidad: una cuestión de derechos humanos


Carlos Erales - Carlos Ferrares (compiladores)

Reconfigurando el Trabajo Social. Perspectivas y tendencias contemporáneas Olga


Lucia Vélez Restrepo

Sobre tesis y tesistas. Lecciones de enseñanza - aprendizaje


Gloria Edel Mendioca

Calidad de vida y desgaste profesional. Una mirada del síndrome del burnout
Graciela Tonon

Expresiones colectivas y práctica política. Jornadas de Trabajo Social


Varios autores

Abuso sexual infantil intrafamiliar. Abordaje desde el Trabajo Social


Marta del Carmen Podestá - Ofelia Laura Rovea

Las Organizaciones de la Sociedad Civil. Un camino para la construcción de ciudadanía


Laura Acotto

Código de Ética Profesional - Trabajo Social


Colegio de Asistentes Sociales o Trabajadores Sociales de la Provincia de Buenos Aires

Reflexiones acerca del Trabajo Social en las cárceles


José Antonio Acevedo

Formación Académica en Trabajo Social. Una apuesta política para repensar la profesión
Universidad Nacional de Entre Ríos Facultad de Trabajo Social

Trabajo Social y las nuevas configuraciones de lo social


Seminario Internacional. Varios autores.
Antropología de lo barrial
Estudios sobre producción simbólica de la vida urbana

Ariel Gravano

ESPACIO
EDITORIAL
Buenos Aires
Gravano, Ariel
Antropología de lo barrial: estudios sobre producción simbólica de la vida urbana. -
1* ed. - Buenos Aires: Espacio, 2003. 296 p.; 23x16 cm. - (Ciencias sociales)

ISBN950-802-172-1

1. Vida Urbana I, Título


CDD 307.336 2

ESPACIO
EDITORIAL
editora - distribuidora
importadora - exportadora
Bolívar 547 - 3° P. of. 1
(106ÓAAK) Ciudad Autónoma de
Buenos Aires
Te!: 4331-1945 E-mail:
espacioedit® ciudad.com. ar

Armado y diseño de tapa: Claudia Solari


Corrección: Ernesto Gutiérrez
Coordinación y Producción editorial: Osvaldo Dubini

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o
modificada, escrita a máquina, por sistema "multigraph", mimeógrafo, impreso por
fotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos
reservados.
Cualquier utilización Hebe ser previamente solicitada.
LA FOTOCOPIA
1' edición 2003 MATAAL LIBRO
Y ES UN DELITO
1" reimpresión 2009

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Queda hecho el


depósito que marca la ley 11.723

© 2003 Espacio Editorial ISBN 950-802-172-1

Este libro se laminó de imprimir en el mes de Julio de 2009


en INDUSTRIAS GRÁFICAS ENRIQUE MUSSO S.R.L.
Buenos Aires ■ Argentina ■ 15-4086-4059
emartesgrafi cas@hotmail.com
Agradecimientos
Estos trabajos -dentro de mi tesis de doctorado en la Universidad de Buenos Aires-
fueron comenzados o mediados de los ochenta. He trabajado con continuidad des-
de entonces, pero las condiciones de a-premio (no premio) económico y laboral
propias del sector científico nacional (padezco ser investigador del CONICET), me
obligaron o realizarlo con lineo punteado en algunos períodos. Quiero expresar mi
reconocimiento a Carlos Herrón, por su generosa dirección y disponibilidad del
Instituto de Ciencias Antropológicas déla Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.,
como lugar de trabajo. Aún con fechas que se me han venido encima (presupuesto
universitario mediante), ese espacio físico e institucional resultó fundamental en una
larga etapa de mis estudios. Y quiero recordar a Ester Kaufman, por haberme facili-
tado también espacio para mis toreas, durante olro período. De varios de mis cole-
gas y amigos he aprendido mucho de lo que volqué en la tesis. Hasta los tomé, sin
querer-casi-, como "informantes". Algunos por ser (o actuar) como de barrio, otros
por /o contrario. Y o lo largo de todo el trabajo luché por no mechar mis propias
vivencias barriales en los análisis. Seguro que no /o logré. Pero ahora, desde esta
página inicial-final, puedo blanquear mi identidad barrial, la profunda, la del siempre-
antes.

Yo nací en Avellaneda
donde se templa el acero,
eran todos pobrecitos,
pero ningún traicionero '.

Quiero dedicar el traba/o o los mujeres y hombres, viejos y jóvenes que desde los
barrios me dieron lo letra de la melodía que intenté hilvanar; a los alumnos (que ya no
son) a los que convoqué en mis primeros pasos de investigación empírica; o Rosana
Guber; a los bibliotecarios; al personal no docente; a la memoria de los entrañables
Liliana Guzmán y Carlos Cruz.

A Patricia, de la que recibí un apoyo único; a mis hijos/a, a los que no dejé de dedicar
tiempo por mi trabajo, espero; a mi madre, chica de su casa pero barría/; a la tía Nelly;
y a mi padre, un muchacho que muy temprano dejó su barrio para estar en mi corazón.

Ariel Gravano

' Estrofa tomada de un vecino.


Ariel Gravano 1
Doctor en Ciencias Antropológicas (Universidad de Buenos Ai-
res), investigador de Carrera del Consejo Nocional de Investi-
gaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y profesor titular
de Antropología Urbana en la Universidad Nacional del Centro
de la Provincia de Buenos Aires (Facultad de Ciencias So-
ciales, Olavarría).
Dicta continuamente seminarios de post-grado en diversas uni-
versidades e institutos de Argentina. Con el titulo de la tesis de
doctorado que sirve de base a este libro dictó un seminario
dentro de la Maestría en Ciencias Humanas de la Cuenca del
Plata de la Universidad de la República, en Uruguay, y en la
Maestría en Arquitectura y Diseño Urbano de la Universidad
Mayor de San Andrés en La Paz, Bolivia.
Ha actuado como consultor del Relevamiento sobre Imagina-
rios Urbanos del Plan Estratégico de la ciudad de Campana
(Provincia de Buenos Aires], como director de la investigación
sobre imaginarios urbanos del Programa de Rediseño del Es-
pacio Público del Centro Poiesis de la Facultad de Arquitectura
y Urbanismo de la UBA y como consultor metodológico del
relevamiento de los imaginarios barriales del Programa Patri-
monio Urbano, Memoria, Comunidad y Planeamiento (Con-
venio entre la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA,
el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el Pratt's Graduate
Center for Planning de New York). Se desempeña como coor-
dinador y facilitador organizacional de programas de desarro-
llo local y barrial.
Es autor de numerosos trabajos, publicados en revistas espe-
cializadas.

1
Para comunicarse con el autor, dirigirse a la dirección electrónico
gravano@ciudad.com.ar
Prefacio
Celebro que Ariel Gravano haya encontrado el tiempo para adaptar al formato de
un libro su importante y voluminosa tesis doctoral. Para lo ocasión de la defensa
pública de dicho trabajo, como integrante del jurado, al cual me había invitado
Carlos Herrón, tuve que exponer como es norma el resultado de la evaluación y, no
confiando demasiado en mi memoria, di lectura a la síntesis de mis impresiones sobre
el conjunto de la investigación y del texto.
Aquellas notas un tanto informales, ya que sólo el acta recoge el dictamen formal,
fueron apreciadas en su momento por el autor, quien se reconoció en la lectura que yo
había hecho de su producción. Ahora y ante la inminencia de una publicación, me
comprometió a reiterarlas bajo forma de prólogo.
Quizás estaría tentada de decir aquí mucho más o abordar aspectos diferentes, pero
se mezclarían otras lecturas y otras reflexiones inspiradas en el incesante devenir de lo
historia, del tránsito personal y profesional por otras ciudades, por las historias que
suceden en las ciudades. En otras ciudades, en cualquier lugar, uno ya no puede,
sencillamente, dejarse vivir distraídamente sin aplicar el escalpelo de la mirada
antropológico. Arte y parte de la profesión. Forma específica e intencional de mirar,
que ya instalada como una segunda naturaleza, nos coloca siempre en situación de
ver el lado contingente, socialmente construido de diferencias sociales, el carácter
cultural y/o arbitrario de usos y costumbres, de formas de pensamiento, de formas de
culto, de estilos arquitectónicos, de organización del tránsito, de motivos representa-
dos en monumentos, etc. etc. La propia materialidad de los mercados, de la econo-
mía de mercado, tiene diferentes resoluciones según cada contexto... No pretendo
aquí extenderme sobre el punto, sino simplemente evocar la espesura en la que nos
internamos, cada vez que partimos en pos de un objeto de estudio, sobre todo cuando
se colocan escenarios urbanos en el centro de la indagación. Las grandes ciudades
concentran complejidades extremas y cambiantes, densidad fenoménica que pone a
prueba esquemas teóricos y metodológicos de la antropología contemporánea. Ante
tanto desafío, podría pensarse que la antropología se frenó en las puertas de los
urbes, o que se replegó buscando refugio en laboratorios, en simuladores virtuales, o
que se autolimitó al estudio de grupos pequeños y/o controlables. Sin embargo se
puede constatar que en todas partes, y cada vez más, la disciplina asume riesgos, no
evita los multitudes, ni los grandes espacios. En esa línea inscribo el trabajo de
Gravano, reconociendo el coraje tranquilo con el cual se presentó ante la
enormidad de barrios populosos y populares, mundos densos y diversificados en
sí mismos, entrelazados dentro de la complejidad de la gran ciudad de Buenos Aires y
su Región Metropolitano.
En primer lugar destaco el mérito de problematizar en tomo al barrio, revisando
exhaustivamente antecedentes de aproximaciones al tema, en un ordenamiento tem-
poral y disciplinario (que, me informa el autor, irá en otro libro). Luego propone
categorías innovadoras para desentrañar la lógica de la producción de sentido por
parte de actores sociales en su cotidianeidad, en términos culturales stricto sensu, es
decir como puesta en práctica colectiva de asignación de funciones instrumentales y
simbólicas, las razones prácticas (en términos bourdianos) de la teoría inconsciente de
todos y cada uno- y por lo tanto como matriz de acción, de directivas de vida en
grupos etarios y en lugares concretos, historizados.
En esa empresa llega a descubrir gran variedad de ángulos para captar el barrio, o
más bien para aclarar de qué estamos hablando cuando hablamos de un barrio, de
los barrios como categorías distinguibles de lo urbano. A. Grava no persigue definirlo
casi indefinible, es decir (recurro aquí a terminología de la etnografía africanista)
abordar el sutil e intransferible espíritu -el hau- de la cosa barrial, eso que compone
lo barrial como estado y como calificativo distintivo. Coloca en un primer plano la
paradoja de lo barrial, que cuanto más parece desaparecer, por lo menos así lo
expresan los discursos identitarios, más temas y/o valores provee para su reproduc-
ción. En el imaginario o historia base, que hístoríza el presente, como dice Gravano y
como lo cuentan los adultos que encuentra en e! barrio, pero sobre todo en los nuevos
mapas mentales que resueltamente vivencian los jóvenes.
Algo más sobre el hau de las cosas: es lo que no se pierde, verdadero "resto" que
permanece adherido por el sentido social-histórico. Un objeto puede ser donado,
transmitido, transferido, pero el hau o "resto" de sentido lo persigue, de forma tal que
se independiza de la contingencia de personajes o circunstancias concretos. Sentido
puro que es captado en otro nivel... se vuelve memoria y afecto que envuelve a la
cosa, más allá de su propia transformación. Amistades de barrio, lealtades o rivalida-
des de barrio, actitudes y discursos, reivindicaciones, que tienen un sentido connotado
y que designan posiciones específicas dentro de la sociedad global. En cuanto al
soporte material, el territorio que contiene y conforma al barrio, compone un temo
recurrente de imaginarios individuales y colectivos, y remite sin duda a lo que Gastón
Bachelard llamaba "la imaginación material" de las ciudades y barrios. Estamos ya
hablando del arraigo, de la fijación de un punto en el continuum urbano y global, de
la necesidad de reconocer(se) un lugar en la ciudad -contexto y continente-
ineludible para los urbícolas: a mayor expansión social, urbana y demográfica se
constata mayor definición y reconocimiento del lugar "propio". Rodeados de no-
lugares (como apuntó certeramente M. Auge) o de espacios cada vez más ajenos -
intransitables a veces por apropiaciones exclusivas y excluyentes-, los actores sociales
tienden cada vez más a marcar locaciones o localidades, a fijar ejes de circulación,
que permiten re-crear, re-conocer el ámbito de validez de un universo domesticado,
donde operen relaciones y normas conocidas.
Para habitantes de barrios, en una ciudad cada vez más exigente y masificada, la
lucha por la sobrevivencia paso también por la lucha contra la tendencia a la anomia
ola vida sin identificaciones estructurantes, aspecto que trae a luz claramente el traba-
jo de Gravano. Algunos antropólogos ya hablan de nuevos acomodamientos urba-
nos, cuando los ciudades se expanden más alió de lo imaginable y se convierte en
cuestión de vida o muerte que los habitantes produzcan estrategias y reconozcan la
importancia de la pertenencia en un espacio controlable, reconocible. Cada "tribu"
en su territorio al caer la noche? A la importancia del territorio se agrego lo ineludible
exigencia del hábitat, de una vivienda como lugar fijo, principio y fin de los itinerarios
cotidianos.
Mientras leía las páginas (muchas más en su versión original) del trabajo de Gravano,
se me representaba con claridad lo profundamente antropológico del tema: el barrio
como objeto intelectual, lugar donde poner a trabajar la teoría antropológica; en ese
sentido, la investigación y el texto de Gravano revelan la "puesta en acto" -en barrios
de Buenos Aires y por parte de sus habitantes- de recursos universales del pensamiento,
del instinto vital. Podemos visualizar la conexión y la lucho de los individuos dentro de
sistemas que los preceden, y los exceden: el más ¡oven de los "muchachos de
barrio" o de la chica "de su casa" viviendo su destino marcado y que llego hasta los
límites que predefinen las macro voluntades económico-políticas. Así los historias de
Villa Lugano y Lugano I y II, barrios y complejos habitacionales, fluyen desde una
realidad atrapada en procesos de desindustrialización, de tercerización de la economía,
de mundialización en fin. Aspecto que da cuenta de esta tensión: contradicción entre
la educación como valor coda vez más exigido por el Estado, las instituciones y por
ende por la familia, junto a la falta evidente de lugar social/cultural para jóvenes
estudiantes de barrios periféricos y pobres. Temas que ve A. Gravano en Buenos Aires
y que se corresponden con lo que vio Loïc Wacquant en ciudades de USA, donde
algunos barrios pueden ser caracterizados como prisiones sin muros, Cárceles de la
Miseria (2000), como los llamó Wacquant; o con lo que recogió Pierre Bourdieu como
testimonios de La Miseria del Mundo (1999).
Gravano demuestra asimismo hacia dónde apunta la mirada agudo de lo antropo-
logía en una de sus especializaciones: reconocer y describir esos procesos, descubrir
reglas de producción desigual sentido de la ciudad, demostrar la relación dialéctica
entre el pensamiento y el medio. En la misma empresa desnaturaliza procesos, cues-
tiona o interroga desde otro lugar los prejuicios, creencias y mitos urbanos - los de tal
o cual barrio "son violentos" o también "son gente de trabajo" o son "todos solida-
rios". Como analogía etnográfica puedo citar que en el barrio del Cerro, de Monte-
video, esa cualidad de "ser solidarios" auto-atribuida, y repetida por la ciudad como
un eco, cubre siempre cualquier asomo de sentimientos o actitudes intolerantes para
con los nuevos vecinos más pobres.
Es decir que también hacia adentro de los barrios actúan mecanismos de exclusión y
estigmatización, porque están inmersos y sometidos a similares condiciones por la
sociedad global. Y no se trata de que la mirada antropológico levante -sobre su
terreno de investigación- una visión encantada, uno idealización de comunidad inte-
grada. La violencia larvada corre también adentro de los barrios, se comunica en
actitudes y en lenguaje. Barrio contra barrio? Y si, de eso también se nutre la identidad
y va a veces contra la corriente, contra la solidaridad de clase. En este proceso, no hay
que desconocer el protagonismo de los medios de comunicación, la construcción
mediática sobre los barrios que termina afectando a lo barrial, produciendo etiquetas
que son usadas, resemantizadas en las relaciones sociales. Así se produce un proble-
ma, simbólico y funcional, que afecta la vida misma de las personas concretas, cuan-
do al dar cuenta de un domicilio en un barrio etiquetado como "violento" o "margi-
nal" las cubre una sospecha que tiene origen en ese proceso de etiquetaje social. En
ese proceso, la ciudad se diferencia en colores y temperaturas: barrios rojos, barrios
calientes...
Finalmente, me hubiera gustado, y espero que se hayo equilibrado en este nuevo
formato, que Grava no se permitiera a sí mismo más espacio en el texto, que dejara
fluir su sensibilidad más allá de la constricción a lo académicamente correcto. Estaba
convencida desde las primeras páginas, que era importante conocer lo que él había
encontrado, buscando desde la superficie hacia el fondo de lo barrial. Cuando habla
el autor y cuando hablan los actores sociales, se mezcla el placer de encontrarse con
hallazgos antropológicos y con figuras de estilo populares, con inspiración literaria.
A modo de postdata, y recuerdos del camino como para seguir discutiendo sobre la
cuestión de lo barrial con una perspectiva más universal, en la línea de
desconstrucción de mitos sobre supuestas homogeneidades de toda aldea, de la
comunidad aldeana como sociedad sin fisuras ni diferencias: haciendo trabajo de
campo en el pueblito de Tifra, -no más de 1500 personas contando incluso a los
muchos jefes de familia, trabajadores emigrados, ausentes por largos períodos- en la
región berbere de Argelia, me costó darme cuenta que esa variedad en las relaciones
y las costumbres, en la tensión que percibía objetivamente, se vinculaban con la
existencia de cuatro barrios bien diferenciados y que correspondían a los grandes
grupos parentales de origen. Cada una de las fuentes de agua, adonde se
aprovisionaban las mujeres del pueblo, tenía una razón histórico-territorial-social
que iba más allá de una lógica utilitaria; cada barrio tenía su tradición, sus
personajes reconocidos, sus formas de integración y de exclusión.
En las rutas me tocó recoger personas que esperaban al borde del camino y que
luego se bajaban en lugares sin referentes específicos aparentes, pero que eran reco-
nocidos como tal o cual lugar, por algún signo que yo no lograba visualizar de
inmediato.
Tal como pueden ser imperceptibles las fronteras entre barrios de similares condicio-
nes socioeconómicas, en Buenos Aires, Montevideo o cualquier otra ciudad, hasta
que captamos el sentido producido sobre esos territorios. Tarea de antropólogo, que
está servida por A. Gravano con entusiasmo y calidad profesional en este trabajo,
que queda así presentado.

Sonnia Romero Gorski


Paris, marzo 2003.
Introducción

Objeto y camino
Gran parte de la vida social contemporánea se presenta en una variedad
de situaciones que suelen ser definidas, desde los discursos hegemónicos,
como problemas urbanos. Se los ve como realidades caóticas que deben
solucionarse, ¡o que coloca en el debate el tema del orden urbano y la trans-
formación social. La mayoría de esos problemas ocurre en barrios. Sin embar-
go, la temática barrial no suele aparecer, en los discursos profesionales, como
algo determinante de los contenidos de esos problemas, sino más bien como
escenario o continente (aunque particularizado) donde esos problemas pue-
den ser encontrados. Como realidad espacial, administrativa o incluso social, el
barrio es considerado casi como una condición natural, en el que se tienen en
cuenta el habitar y el convivir en una parte del espacio urbano. Para esta
perspectiva, el barrio parece jugar un papel instrumental respecto de otras
determinaciones, localizadas materialmente en instancias a las que se atribu-
ye mayor importancia social y política. No obstante, llama la atención la
recurrencia de la noción de barrio en el plano de las significaciones, dentro de
prácticas, discursos y situaciones muy diversas.
Para el imaginario disciplinar profesional del diseño urbano, el barrio se
erige como modelo de estilo de convivencia, referenciado en el típico paisaje
de casas bajas y hasta en los complejos habitacionales. Y se lo asocia tanto al
espacio abierto y público, cuanto a los barrios cerrados. El barrio aparece
también como un símbolo en contextos donde se intentan destacar determi-
nados valores considerados positivos, como las relaciones primarias, la
tradicionalidad, la autenticidad, la pertenencia a las bases populares, la soli-
daridad, la virilidad; o negativos como la vulgaridad, la baja categoría o la
promiscuidad informativa (el chisme), entre otros. También se plantea el ser o
no ser de barrio, más que de tal o cual barrio. Valores, creencias e identificacio-
nes alrededor de los cuales se llega a debatir incluso sobre cuál barrio es más
barrio y quién es más de barrio.
Cabe preguntarse si esta variedad de significados es propia sólo de cierto
tipo de sociedades urbanas o procesos de urbanización. Para esto tendremos
que observar los procesos históricos de surgimiento y vinculación entre lo
barrial, lo urbano (y lo preurbano) y lo social en general, de modo de tener un
marco de referencia amplio. Y luego tener en cuenta las explicaciones acerca
del papel del barrio en la vida social. Anticipamos nuestra sospecha de que la
secundarización de lo barrial quizá provenga de la ilusión positivista que pre-
Antropología de lo barrial
12
tende encontrar las determinaciones principales de la realidad en ciertos locus
cosificados, asociados a las ¡deas clásicas de Estado, clase social, sistema de
producción y poder central (fábrica, oficina pública, sindicato, partido político).
A nuestro entender, esos lugares no son más que referentes empíricos en
donde pueden hallarse indicadores directos y mediatos de ejes determinan-
tes, pero no adquieren el valor de la determinación como algo dado. Las asam-
bleas barriales surgidas en Buenos Aires a fines de 2001 bien podrían consi-
derarse muestras de un debate que de ninguna manera puede iniciarse natu-
ralizando esos lugares fuera de los contextos que les dan significación.
Pretendemos mostrar un estudio antropológico sobre el barrio como espa-
cio simbólico-ideológico y referente de identidades sociales urbanas. Se ha
desarrollado mediante un análisis comparativo de la realidad barrial contem-
poránea en diferentes contextos urbanos de la Región Metropolitana de Bue-
nos Aires. Se trata de comprender lo barrial como producción ideológico-sim-
bólica (como parte del imaginario social urbano), además de la consideración
del barrio como elemento de la reproducción y la transformación social. En
términos más específicos, se pretende: a) interpretar qué hay "detrás" de lo
barrial como símbolo; b) determinar los mecanismos de producción de sentido
mediante los cuales los actores sociales en distintos tipos de barrios estable-
cen relaciones de identidad social y cultural referenciadas en cada barrio en
su vida cotidiana, y c) establecer las razones históricas de esas construccio-
nes ideológico-simbólicas y de esas identidades.
El barrio parece ocupar un papel de "fantasma urbano", parafraseando la
definición de Armando Silva (1992): todos lo mentan y está ahí, en el espacio
material y físico de la ciudad, pero poco se ha sistematizado su significación
profunda como producción de sentido1, ideológica (Herrén 1986) o de desplie-
gue y constitución de identidades (Gravano 1991). En suma, en su carácter de
enigma, tal como se lo podría concebir siguiendo los enfoques metodológicos
acerca de la producción simbólico-histórica de Mijail Bajtin (1980)2. En un nivel
estratégico, se estipularon como objetivos específicos de estas investigacio-
nes: l) sistematizar el marco histórico y teórico sobre el concepto de barrio y
la problemática barrial en su diversidad y unidad, y 2) analizar los significados
de lo barrial en forma concreta y empírica, mediante un análisis en diferentes
contextos urbanos, tomando como ámbito general de las muestras la Región
Metropolitana de Buenos Aires.

Como alguna vez propusieron Gerard Althabe (1984), Peter Ñas (1983) O J. Gutwirth
(1987).
Como parte del escenario urbano, ha recibido hasta ahora escasos tratamientos
antropológicos que pongan el acento en los "tránsitos de significados" (Hannerz, 1976),
como trama densa entre el cruce de la perspectiva interpretativa cultural propia de la
visión antropológica y el análisis social del proceso de reproducción social (Giddens,
1987 y Bourdieu & Passeron, 1995), para poder aportar una mayor comprensión
como representación y realidad (al estilo de las propuestas que -en otros planos- han
desarrollado Edmund Leach (1978) o Clifford Geertz (1987) en Antropología, y Jurij
Lotman (1979) y Vladirnir Propp (1970 y 1974) en los análisis de significados históri-
cos).
13
En principio, se destacan dos necesidades para las que la noción de ba-
rrio parece servir de respuesta conceptual: a) la de denotar la situación de
diferenciación y desigualdad dentro de la ciudad, y servir de indicador del
proceso de segregación en el uso y estructuración del espacio urbano y b) la
necesidad de connotar determinados valores e ideales, que hacen a la con-
vivencia y a la calidad de la vida urbana en comunidad. Esto coloca el objeto
en la relación inicial entre lo urbano —como marco general— y lo barrial,
como realidad específica.
La vida urbana históricamente representó un mejoramiento de las condi-
ciones de vida de vastos sectores sociales, debido a sus ventajas comparati-
vas respecto a zonas pauperizadas del campo o de centros menores. Es el
proceso que dio origen a los fenómenos migratorios clásicos, que formaron
ciudades o cambiaron radicalmente el rostro de éstas, al acelerarse lo que
Christian Topalov llamara el "efecto útil de aglomeración" (1979), esto es: el
valor de uso de la ciudad misma. Lo urbano, empero, no se agota en el con-
cepto de ciudad, sino que abarca los sistemas espaciales que integran la
reproducción necesaria de la vida social y material, como resultado de ese
efecto de concentración espacial para la reproducción del capital (Castells,
1974 y 1983; Portillo, 1991; Singer, 1981, y Topalov). Como producción, la
ciudad —marca de lo urbano pero no su única manifestación— implica hablar
de un asentamiento espacial determinarte, que ha pasado a formar parte de
las condiciones de la producción material y a ser instrumento del proceso de
dominio socio-político (Weber, 1979). Su contradicción principal, dentro del ca-
pitalismo, está dada por el carácter necesariamente socializado de su exis-
tencia material (la ciudad como un recurso), simbólica (la ciudad como un dere-
cho) y la apropiación privada de su espacio.
En términos de constitución misma del fenómeno urbano, las ciudades pa-
recen crecer por medio de sus barrios, estableciéndose en su interior marcas
de diferenciación. Por eso, un primer contexto de necesidad impone a la no-
ción de barrio un sentido de diferenciación espacial física y social, cuyo resul-
tado más notorio es la segregación urbana, que desde los distintos paradigmas
teóricos ha sido considerada variable independiente (por ej., algunos estu-
diosos de la escuela de Chicago) o consecuencia de los procesos histérico-
estructurales que enmarcan y determinan lo urbano ( E n g e l s ) . La
institucionalización del derecho ciudadano a hacer uso público de la ciudad
siempre ha estado relacionada con una consideración de la vida urbana aso-
ciada a la Modernidad y a cierto grado de calidad de las condiciones materia-
les y espirituales de esa vida moderna. Este sería un segundo contexto de
necesidad de la noción de barrio, que lo connota con un sentido de vida comu-
nitaria "digna". El barrio mismo, de acuerdo con esta perspectiva, constituiría
un consumo colectivo al que debería tener derecho cualquier ciudadano. Hoy,
la retirada del Estado de Bienestar de la provisión y control de los consumos
colectivos urbanos —que ni el capital ni el salario directo jamás cubrieron en
su totalidad—, principalmente la vivienda y toda la infraestructura urbana, ha
profundizado la crisis estructural de las ciudades y ponderado en la agenda
Antropología de lo barrial
14
política las movilizaciones de vecinos y ciudadanos. Éstas se encarnan en una
gramática y semántica colectivas donde los contextos barriales han generado
una producción ideológica determinada, capaz de condicionar comportamien-
tos y visiones.
En la primera parte del libro se analizan y se reconstruyen las lógicas alre-
dedor de las cuales lo barrial adquiere valores ideológico-simbólicos en la vida
cotidiana, tomando como fuente los medios de difusión. Luego se analizan los
procesos históricos de surgimiento y vinculación entre lo barrial, lo urbano
(incluyendo lo pre-urbano) y lo social en general, tomando como fuente la
producción de los historiadores de lo urbano. A partir de aquí, se plasma en
una primera aproximación un modelo formado por el conjunto de variables de
lo barrial, resultado de una sistematización de interrogantes, propósitos E
hipótesis emanados de esos primeros análisis, a lo que se suma un balance
de los enfoques teóricos. La conclusión principal es que los aspectos menos
desarrollados son los referidos a las variables que tienen que ver con la di-
mensión simbólica y los mecanismos de construcción de las identidades
referenciadas en el espacio barrial. En la segunda parte, se expone el análisis
de casos concretos, partiendo en principio de las carencias teóricas y la
reformulación de las variables y su focalización. Se enmarca el proceso urbano
y los barrios en la Región Metropolitana de Buenos Aires. Con estos elemen-
tos, se pasa a un último capitulo, en el que se pretende sistematizar la totali-
dad del trabajo y, sobre todo, el aporte propio a la indagación sobre la proble-
mática barrial.
Si nos guiáramos por el consejo de Umberto Eco sobre la formulación de un
"título secreto" para un trabajo, el nuestro sería algo así como: Antropología de
lo barrial: un estudio antropológico del barrio como espacio, símbolo, identidad,
ideología y cultura, en el marco de la realidad urbana actual, con vistas a descubrir
el o tos papeles históricos jugados y a jugar por lo barrial —como producción de
sentido— dentro de los procesos de reproducción y transformación social. Bien,
ahora el titulo no es secreto.

Polisemia y ambivalencias
En torno a la noción de barrio se abre un abanico de debates que hacen a
cuestiones generales de la teoría y la práctica social y a las problemáticas
específicas de numerosas disciplinas. Empezando por la pregunta —como dice
Kevin Lynch— sobre "s/ todos deben vivir en barrios o nadie debe hacerlo", cuando se
trata de discutir el planeamiento urbano. "Sería interesante —en consecuencia—
saber bajo qué condiciones resulta útil el concepto de barrio, para quién y de qué
modo" (Lynch, 1985: 278). Las acepciones más generalizadas de palabras
como barrio (que, proveniente del árabe, pasa en el siglo IX al español, significando
—en ese entonces— "afuera de una ciudad", "el exterior de una ciudad" [Vidart
1995] o vecindario en castellano, neighborhood o district en inglés, quartier en
francés, etc., que se pueden hallar, por lo común, en los diccionarios; nos
hablan de "agrupamiento espontáneo de individuos [...] con
Introducción
15
contactos frecuentes entre sí" (Petroni & Kenigsberg, 1966) y "partes en que se
dividen los pueblos grandes" (Espasa-Calpe, 1936). Como se ve, aparecen las
¡deas de la distancia al centro urbano, como parte dentro de un todo, y las
relaciones primarias frecuentes y no institucionales (espontáneas). En la
polisemia de las categorizaciones compartidas entre los ámbitos académicos,
de gestión, y en la vida cotidiana de amplios sectores sociales, la cuestión se
complica, ya que el barrio puede aparecer como apropiación de la acepción
específicamente arquitectónica, urbanística y espacial, como opuesto al cen-
tro de la ciudad, como opuesto al conjunto de "tugurios" o villas miseria, o
como antípoda de la parte "moderna" de cualquier ciudad. A la vez, al centro
de la ciudad también se lo suele llamar barrio, lo mismo que a la villa miseria y
al complejo moderno de departamentos. Y también se lo usa como indicador
de la puja de clases —o de los consumos colectivos de las clases—, cuando se
coloca como parte de la utopía urbanística de determinados sectores, que la
manifiestan en consignas como "barrio sí, villa no"3.
La definición de Pierre George —una de las clásicas— lo sitúa como unidad
significativa e identitaria: "La unidad básica de la vida urbana es el barrio. Se
trata a menuda de una antigua unidad de carácter religioso, de una parroquia que
todavía subsiste, o de un conjunto funcional [...] Siempre que el habitante desea
situarse en la ciudad, se refiere a su barrio. Si pasa a otro barrio, tiene la sensación
de rebasar un limite [...] Sobre la base del barrio se desarrolla la vida pública y se
articula la representación popular. Por último —y no es el hecho menos importan-
te—, el barrio posee un nombre, que le confiere personalidad dentro de la ciudad"
(George, 1969: 94). Y parecería que el barrio se halla desde tiempos
inmemoriales en la conciencia colectiva de los pueblos; atravesar los limites
del barrio, por ejemplo, ha sido típicamente descripto como parte de un ritual
(Van Gennep, 1960), e nirse al otro barrio" puede significar nada menos que
pasar a! otro mundo, o a l'eternité (Maraval & Pompidou, 1976: 149). Hablar de
significación implica situarnos ante valoraciones hechas por sujetos e intere-
ses sociales, con sus aspectos tanto transformadores como encubridores.
Apuntaremos a una primera problematización que considere al barrio como un
signo (en sentido amplio), cuyo referente pueda admitir diversas interpreta-
ciones, según su anclaje y entrecruce entre ciertos actores, determinados
social e históricamente.

Ver —para Argentina— desde Segre (1964) hasta Oszlak (1992), para citar extremos
temporales.
Aproximaciones barriales
La ñata contra el barrio

Uno de los tópicos más vigorosos de la ritualidad y el imaginario barrial


porteño (de la ciudad de Buenos Aires) es el bar, el cafetín de la asidua parada
de la sociabilidad segunda, después de la familiar, donde se aprende la filoso-
fía de la vida en la vida misma, y que plasmara el tango con la figura de 'Va ñata
contra el vidrio", desde donde el mundo refleja un imaginario cóctel '"de sabi-
hondos y suicidas", fárrago de personajes, paradojas, símbolos y utopías4.
¿Cómo aparece el barrio en el imaginario social generalizado, principalmente
en el sentido común y los discursos públicos y notorios (po l íticos y
massmediáticos)? ¿Cómo se ve el mundo a través de ese vidrio-barrio imagi-
nario?

Saqueaos los unos a los otros


En los sucesos de saqueos y represión de finales de la década del 'SO, en
reiteradas ocasiones y por diversos medios, fue denunciado por los vecinos
del Gran Buenos Aires y Rosario que la policía fomentaba "el enfrentamiento
entre barrios". Se vieron imágenes de jóvenes parapetados detrás de barri-
cadas, ostentando palos y armas de fuego, "para defender el barrio" o a la
espera de la "invasión" de los del "otro barrio". Los policías —además de
advertirles sobre la "amenaza" lindante— hasta les habían sugerido el uso de
vinchas para identificarse claramente entre uno y otro bando barrial. Estos
enfrentamientos, sin embargo, actualizaban —según los testimonios— viejas
"picas"5, casi siempre producto de la distinción social entre barrios, o dentro
incluso de un mismo barrio (por ej., el de los chetos [ricos] y el de los gronchos
[pobres]). Pero también —y este punto fue acentuado por la policía— entre

Se nace referencia a la letra del tango Cafetín de Buenos Aires, de Enrique Santos
Discépolo.
"Pica" es una rivalidad mantenida entre dos bandos o grupos, que se aguijgnean
mutuamente durante un cierto tiempo y, en ocasiones puntuales, buscan la oportuni-
dad de demostrar quién de ellos es el mejor de acuerdo con ciertos valores, y le hace
pasar un mal rato al otro. No se agota en el contexto barrial: la "pica" puede darse
entre las distintas fuerzas de un mismo ejército, entre grupos o corrientes estéticas,
entre facultades dentro de la misma universidad, o entre carreras dentro de la misma
facultad, y aflora en forma plena en guerras, otorgamiento de premios, concursos,
distribución de partidas presupuestarias, etc. V, por supuesto, puede darse también a
nivel de naciones, y manifestarse con pasión en las guerras, la mayoria de las veces
entre países limítrofes.
La ñata contra el barrio
19
barrios de una misma condición de pobreza. A las oposiciones ínter e
intrabarríales, basadas sobre la distinción socio-económica, se sumaba la opo-
sición interbarríal, sin distinción socio-económica.
"Hace quince años tenía la misma impresión —relataba un cronista de un
diario proclamado de izquierda acerca de lo acontecido en su propio barrio—:
hay dos San Miguel...[uno, mío, el de los pobres; el otro, el de] los trepa (como
se llamaba entonces a los chetos). Ayer ambos recuerdos se hicieron certeza. El
San Miguel de las barriadas pobres llenó de fogatas el atardecer, armó cientos de
barricadas... dejando cortinas metálicas deformadas por los golpes... y góndolas
vacías, se ajustaban unas [sic] inentendibles vinchas rojas y tenían palos en las
manos. Hablaban de defender el barrio... Otras veinte cuadras hacia adentro... el
barrio 5armiento [donde] las cabezas lucían vinchas blancas y otros desarrapados,
también con palos, decían que estaban defendiendo el barrio"6. A pesar de apelar a
ía locución "inentendible" —que parecería pretender producir el efecto de
englobar al lector en esa misma falta de comprensión del cronista—, se muestra
que el uso de las vinchas resulta, para el cronista, algo inentendido, no
obstante ser conocedor del barrio y sus distinciones sociales internas. Es como
si se supusiera más lógica la oposición entre barrios (o partes de barrios)
pobres y ricos, pobres y trepas, gronchos y chetos, que entre partes o barrios
igualmente pobres. Y esta suposición actúa en realidad de freno para que el
cronista detecte (o al menos suponga) la existencia de otra lógica; una racio-
nalidad por la cual pueda explicarse el enfrentamiento entre barrios pobres,
que —y esto es lo más importante— es lo que él mismo está observando y
registrando (sólo que parece no entenderlo, de acuerdo con su lógica). Lo
que la policía parecía hacer, en este caso, era sólo aprovecharse e incentivar
una oposición ya existente en el imaginario social urbano, entre los distintos
grupos y actores barriales.
¿Qué decían los vecinos de esto? "La policía nos dijo que así [con las vinchas] nos
indentificaban mejor desde los helicópteros... Nosotros somos vecinos trabajadores,
y estamos desesperados, no tenemos nada para comer." Acá parecería que la
policía iría a tomar partido, o defender la causa de algún barrio en particular,
para lo cual necesitaba identificar a ciertos vecinos mejor, desde el poder visual
de los helicópteros. Pero éstos decían: "Queremos comer, porque nos estamos
cagando de hambre; también Queremos protegernos de los de Villa Mitre, que no
sólo roban supermercados, sino que van a venir a arrasar con nuestras casas y
violar a nuestras mujeres y asaltar el único almacén que nos queda, mientras la
policía no hace nada por protegernos". La campana se agita para uno y otro lado:
la policía aparece protegiendo y desprotegiendo, las casas aparecen como
presas de arrasamientos posibles, las mujeres como objetos de violaciones
posibles y el almacén ( q u e "nos queda") parecería pasar raudamente —en
esa imagen— a ser de todos, o sea del barrio. Los hechos reales, sin embargo,
constatarían solamente, como datos, los asaltos a supermercados. No se
conoce una sola crónica de esos días que registrara vio-

Diario Nuevo Sur, 1/6/89.


Antropología de lo barrial
20
laciones ni de domicilio ni de mujeres, y sólo esporádicamente se avanzó so-
bre algún almacén. Todo eso quedaría dentro del imaginario, categoría que
ahora se torna evidentemente eficiente, como conjunto cruzado de imágenes
sobre el espacio urbano vivido o representado por distintos grupos (en este
caso, barriales y de poder), con autonomía relativa o a una cierta distancia
con los hechos de la realidad, como lo prueban las distintas imágenes de los
vecinos, por un lado, y del cronista, por el otro. En la ciudad de Buenos Aires,
más precisamente en el barrio de Núñez, durante varias tensas horas los
vecinos y comerciantes esperaron (cerrando ventanas, vidrieras y puertas) a las
"hordas de villeros" que —se rumoreaba— irían a "invadir el barrio". El imaginario
producía comportamientos reales y todos los negocios fueron cerrados durante
medio día, a pesar de no lindar el barrio con ninguna villa.
Pero los saqueos no fueron cuestión de "villas" en ninguno de los centros
urbanos conmocionados. En el sur de la ciudad de Rosario comenzaron en dos
barrios obreros que en los últimos tiempos habían sufrido un acelerado proce-
so de desempleo: el barrio Fonavi, poblado mayormente por metalúrgicos
desocupados y donde residían los despedidos de los frigoríficos. Sólo en un
segundo momento los actos de violencia se extendieron al cordón de villas
miseria. Cuentan los rosarinos que la policía abordó a los vecinos de uno de
aquellos barrios que habían iniciado los saqueos y les dijo que vendrían
"extremistas" de las villas, que les tiraran "a las patas" o los mataran sin
problemas7. Es decir: los verdaderos saqueadores eran alertados por la poli-
cía para que se protegieran de eventuales saqueadores villeros y, de paso,
se llevaran alguno a mejor vida. Los vecinos escucharon, esperaron toda la
noche y finalmente "no pasó nada". Ni vinieron los otros, ni ellos salieron de
su barrio. Nuevamente la amenaza de guerra parecía producir la paz, el ima-
ginario parecía ser más real que la realidad y las coloraturas barriales se
reteñían de significados e imágenes dispares, según los actores e intereses.
Más recurrentes que las referencias a enfrentamientos fueron los titulares,
fotos y testimonios que mostraban a cada barrio como un todo en la tarea de
saquear e incluso reivindicar esos saqueos ("todo el barrio vació las góndolas").
Cuando el gobierno acusó de esos delitos a ciertos 'activistas", los partidos
políticos aludidos declararon —no sin orgullo— que sus militantes estaban en las
calles "porque son del barrio". "Lo que ocurrió fue el resultado de ¡a bronca de la
gente; nuestros simpatizantes estaban allí, es cierto, pero porque eren del barrio"8,
decía un dirigente de un partido de izquierda, de escaso caudal electoral,
apelando aparentemente a un sentido legitimador que tendría el barrio, como
una especie de aval de pertenencia a la realidad concreta, de la que la izquierda
ha sido acusada de estar ajena, en Argentina.
La idea de una heterogeneidad barrial paradójicamente asociada al barrio
actuando como un todo, parecería corroborarse también por las numerosas
denuncias, hechas por propietarios de supermercados pequeños, sobre el

Dato proporcionado por el Prof. Edgardo Garbulsky.


6
Diario Página 12, 28/5/89.
La ñata contra el barrio
21
accionar saqueador de gente de condición acomodada, residente en el mismo
barrio, a los que "apunté con la escopeta y me di cuenta de que era el profesional
que me compra todos los días, llevándose una botella de whisky". Este tipo de
testimonio fue el de mayor difusión televisiva, con el evidente propósito de
impugnar las justificaciones de los saqueos como producto del hambre colec-
tiva real. En los medios que podríamos rotular como pro-gubernamentales en
aquel momento, se trató de justificar tanto la represión policial (luego de re-
clamarla cuando ésta resultaba "inoperante") como la reacción de los particu-
lares perjudicados por los saqueos. Y el barrio quedaba, dentro de estas
imágenes hiper propagadas por la televisión, por un lado, como agente de los
saqueos, si se trataba de barrios "marginales" (villas), y por otro lado, como
víctima eventual, si se trataba de barrios "normales" (no villas). El hecho es
que no hubo ningún barrio invadido por ninguna villa ni por ningún otro barrió.
Pero, —como en el chiste de quien supuestamente espantaba elefantes chas-
queando sus dedos, y cuando se le señalaba que allí no había elefantes res-
pondía: "Eso demuestra que da resultado"—, bien podría respondérsenos,
en forma un tanto paradójica, que no hubo enfrentamientos porque las
rivalidades interbarriales fueron lo suficientemente fuertes como para
impedirlos. Un ejemplo de cómo las representaciones —en este caso de las
identidades barriales— inciden o producen las acciones.

La notoriedad oculta de los barrios estigmatizados


Que se asocie a ciertos barrios con armas, delitos y violencia no es algo
exclusivo de tiempos de crisis y conmociones nacionales. Las páginas policiales
de los diarios o de noticieros televisivos cotidianamente se hacen eco de su-
cesos violentos que son atribuidos a la propia identidad de algunos barrios, y
se asocian al imaginario colectivo con que se concibe la misma ciudad en sus
partes "bravas": delincuencia, promiscuidad, conductas amorales, drogas,
patotas, caos y descontrol. Dos de las zonas que se destacan por estas atri-
buciones son, en la ciudad de Buenos Aires, San Telmo (considerado un "ba-
rrio histórico", pues se conservan edificaciones de la época colonial) y Ciudad
Oculta (la clásica "gigantesca villa miseria").
En San Telmo había, entre 1980 y 1990, un centenar de casas "tomadas"
(habitadas en forma ilegal). Es muy frecuente allí la realización de razzias por
parte de la policía. Un concejal neoliberal de derecha pidió en una ocasión un
censo de población, remarcando que "es una verdadera vergüenza que en pleno
barrio histórico, visitado por turistas de todo el mundo, se levante esta muestra
de promiscuidad y abandono material"9. Cinco'años más tarde, un vecino incre-
pó a otro (peruano él) por arrojar basura a un patio interno. Éste, "luego de
beber copiosamente", mató al otro con un revólver, lo que justificó una nota
editorial del centenario diario La Nación (de orientación conservadora), donde
se manifestó que el episodio ponía al descubierto la realidad de un barrio en

Página l2, 28/6/88.


Antropología de lo barrial
22
acelerado proceso de "deteriorio físico y moral", ya que la casa en donde se
había desencadenado el crimen era usurpada, poblada por "bandas dedicadas
a cometer todo tipo de atropellos", compuestas por extranjeros residentes ile-
gales, que básicamente se ocupaban de hurtar carteras de damas y maleti-
nes de caballeros, por lo que —se ufanaba el editorial— quedaba comprobado
que se esté en presencia de "punguistas internacionales". Además de tener en
el barrio la oferta de todo tipo de drogas, podía verse debajo de los puentes
de las monumentales y modernas autopistas —seguía describiendo el edito-
rialista— a estos "peligrosos desocupados", "en condiciones de indisimulable pre-
cariedad" (¿quién querría disimular? ¿El editorialista?). Finalmente, lo peor que
se señalaba (y justificaba la mayor de las alarmas) era caer en la cuenta de
que este "ghetto peligroso e incontrolable" se hallaba "a pocos metros del centro
de la ciudad y la sede del Gobierno [nacional]"10.
La liberalidad de este tipo de pretensiones de argumentación, ¿será exclu-
siva de este prejuicioso editorialista y de aquél edil? ¿O estarán representan-
do el pensamiento de una gran franja de la población urbana, que incluye
también a los habitantes de San Telmo, y no exclusivamente a los chetos7 Nos
queda claro, al menos, que el hilo argumental tiene su base en un problema
de imagen más que de condiciones reales de existencia: los turistas extranje-
ros tienen ante ellos esa muestra indisimulable e intolerable a pasos del cen-
tro y de la Casa Rosada. Lo que podría implicar que lejos del centro de la
ciudad y del poder, tanto deterioro físico y moral sería tolerable, lógico, y no
sería necesario disimularlo. ¿Dentro de qué lógica? Parecería que el problema
es la imagen del barrio más que la situación de precariedad —realmente
¡ndisimulable— de esa gente. Y, por otra parte, no es posible haliar este tipo
de asociaciones entre un crimen y la tipificación de un barrio entero ("ghetto
peligroso e incontrolable") cuando se trata de crímenes ocurridos en barrios
donde no residen extranjeros pobres hacinados en conventillos o casas to-
madas. La identidad del barrio es traída a colación cuando se trata de esos
barrios. ¿Por qué será? ¿Para qué servirá? ¿A quién le servirá?
"Entre 1985 y 1986 hubo en Ciudad Oculta el más alto número en toda la
Capital de personas muertas por la policía en situaciones en las que no estaban
cometiendo delito alguno. En un año, seis fueron abatidas por no acatar la voz de
alto y siete durante un procedimiento de identificación. Al asumir el comisario Juan
Pirker la jefatura de la Policía Federal, relevó al jefe de la seccional 42S. y la ma-
sacre se detuvo por arte de magia" (Verbitzky, 1989: 9). Los asaltos tipo redada
a la Ciudad Oculta llevados a cabo Üegalmente en horas de la madrugada por
la Policía Federal, nunca exhibieron demasiada eficiencia en sus resultados. El
14 de octubre de 1987 se realizó una batida gigantesca, con perros, armas de
todo calibre, tanquetas y carros de asalto, anunciada luego como "relevamiento
sanitario y habitaciona!", con médicos y asistentes sociales incluidos. De las
30.000 personas que habitaban la villa, sólo se detuvo a cinco, que tenían la
captura recomendada. Sin embargo, la villa de por sí continúa jugando, para

Diario La Nación, 11/3/93.


La ñata contra el barrio
23
el imaginario colectivo, un papel de mancha negra' dentro de la ciudad, ence-
rrada en la paradoja de ser uno de los lugares más notorios de Buenos Aires,
precisamente por ser oculto.
¿El imaginario actúa por simple y libre capricho inventivo, estigmatizando
sin razón alguna partes de la ciudad, sin asidero en hecho alguno? ¿Nada hay
en la realidad que se parezca al menos a lo que la gente (cierta gente) piensa
de esas partes? En la misma proporción que debemos considerar al imagina-
rio social como productor, condicionante o determinante de conductas, no po-
demos atribuirle una falsedad total en sus contenidos ni un desfasaje absolu-
to respecto a esa realidad, como si supusiéramos que todos los habitantes de
la ciudad sufren una enajenación idéntica que se plasma en las mismas repre-
sentaciones de contenidos. Seguramente funcionarán acá tradiciones y asun-
ciones del sentido común. Cuando éstas son alimentadas, provocadas o inclu-
so producidas por los medios masivos de difusión, los aparatos del Estado y la
cultura en general, adquieren vigencia siempre y cuando se encuentren rei-
nantes antes en el sentido común dominante. El barrio territorial, por ejem-
plo, representa una jurisdicción quizá tan o más importante dentro del mundo
del delito (los clásicos territorios de los hampones) como de la estructura ad-
ministrativa formal de las policías y municipalidades. Eso es un "hecho" fuerte-
mente arraigado en ¡as suposiciones colectivas. ¿De dónde proviene? ¿Es un
puro invento? La novela policial negra de la época de esplendor de la Chicago
gangsteril puede poner al día al lector más desprevenido sobre el papel del
slum, o barrio bajo, dentro del prototipo de ciudad capitalista. Es una zona
tan sórdida y oculta como conocida, porque "todos saben lo que pasa allí". Como
rasgo de identidad, su importancia se ha extendido —al menos en su califica-
ción— a la totalidad del mundo urbano, a la totalidad del mundo capitalista y
— quizá— a la totalidad eventual de los barrios, como coto de acciones
delictivas. La prueba está en que, ante la debacle socialista y reconversión al
capitalismo de la ex Unión Soviética, "varios grupos organizados de delincuentes
se reparten los barrios de Moscú"11.
No se nos escapa que la vinculación "natural" entre determinadas identi-
dades barriales con lo delincuencial se registra desde que surgen en la histo-
ria los problemas urbanos y los barrios comienzan a ocupar, en la estipulación
de esos problemas, sin duda el papel de indicadores espaciales, sociales y
culturales, de acuerdo con cada tipificación. Acá queremos señalar, en forma
expresa, qué ocurre cuando una parte de la ciudad adquiere una determina-
da identidad barrial que podemos llamar —retomando el rótulo novelístico—
negras, que acciona como clave para la preadjudicación de sentidos o signifi-
cados a esos espacios urbanos, el de los otros11. Porque es importante destacar
la manera como se constituye imaginariamente el espacio barrial del noso-

Diario Clarín, 16/1/89.


Para el caso de la Región Metropolitana de Buenos Aires, los trabajos de Rosana
Guber, Ester Hermitte (et al.) y Carlos Herrén describen la forma como se entretejen
las tipificaciones estereotipadas y mutuas referenciadas en la identidad villera y la
identidad barrial "digna" (no «¡llera, no manchada).
Antropología de lo barrial
24
tros: apuntando hacia el otro desde el poder de la categonzación y la
construcción del estigma. Y en esta categoría se debe incluir, por
supuesto, al lector-destinatario-cómplice de la novela negra, como al
ciudadano-vecino-cómplice de la leyenda negra de esas partes de la
ciudad ocultas por hiperconocidas, la de los barrios mancha.

Defensa de la blancura del barrio


Han existido casos en que los vecinos denunciaron en forma conjunta tanto
a los grupos delincuentes como a la policía, y se armaron contra ellos. Y en
esas ocasiones fue reivindicada por sus pobladores la "verdadera" identidad
de cada barrio, contra aquellas imágenes negativas y estigmatizantes que los
consideraban como partes negras de la ciudad. "La justicia nunca llega a eslos
barrios pobres", se autoconvencieron los pobladores de Ciudad Oculta y, en
febrero de 1988, expulsaron por mano propia a una banda de delincuentes
residente en la villa, que operaba —según denunciaron la comisión barrial, la
capilla local y la pastoral villera— con la connivencia de algunos funcionarios
policiales. "Es que aquí pasa lo mismo que en todos los barrios de Buenos Aires, hay
de todo", repetían, Impugnando la negra fama de la villa que, explicaban, es
"por ser pobre". "A Ramón lo mataron [los policías] porque sí nomás, porque
tenían ganas de pegarle un tiro a alguien y le tocó a él", relataba un vecino del
complejo habitacional Ejército de los Andes, en Cludadela Norte, hacia el oeste
de la Capital Federal, en diciembre de 1986. "Nosotros no vamos a negar que
aquí hay patotas, delincuentes y aguantaderos, pero sabemos que la policía los
tiene bien identificados y nunca los han detenido; cuando allanan el barrio, a los
departamentos que ellos utilizan jamás los 'visitan"'. Los vecinos —según ellos
mismos dicen — , en su mayoría obreros, terminaron armándose para defen-
derse a dos puntas. Como una saga recurrente en la Región Metropolitana,
los relatos de allanamientos, muertes y torturas por parte de la policía se
entrecruzan con la defensa del barrio como entidad de pertenencia, a la que
se asigna, desde adentro, el cuestionamiento de lo que se le endilga desde
afuera, como si a lo negro se le contrapusiera la blancura del "nosotros" barrial: "Aquí,
en este barrio, todos somos gente de trabajo y muchos ni tienen dónde; es injusto
que además tengamos que soportar las peleas entre patotas y los
allanamientos que nada solucionan".
Sin embargo, el barrio Ejército de los Andes, también llamado "Fuerte Apa-
che" (con clara e irónica connotación épico-guerrera que evoca al caótico far
west de la ley del revólver), fue allanado en octubre de 1992 por un ejército,
pero no de los andes sino de policías (140 hombres), que "se tirotearon" du-
rante cuatro horas con seis presuntos narcotraficantes chilenos, matando a
uno, no pudiendo evitar que el resto huyera, e hiriendo a una veintena de
vecinos. Ineficiencia reiterada el 12 de marzo de 1993, cuando 80 agentes
federales rodearon el barrio, hicieron explotar una puerta —que, luego se
constató, no tenía cerradura — , provocando rajaduras en todo el edificio. En
esa ocasión detuvieron a un hombre, una abuela de 62 años, un joven de 18,
La ñata contra el barrio
25
un chico de 11 y una bebita de dos años, a los que hicieron salir encapuchados
(incluida la beba). Cuando la policía provincial quiso acercarse, ya que era su
jurisdicción, el barrio hervía de indignación: "La gente nos quería matar", tes-
timonió un uniformado. ¿Es posible pensar que se pueda actuar de esta ma-
nera tan torpe e ineficiente, pero tan focalizada sólo en ciertos barrios? ¿O
más que ineficiencia y mera crueldad estaríamos en presencia de acciones
condicionadas por esas imágenes negras que "todo lo dicen" y predisponen?
El final reciente del cuento fue la lisa y llana demolición de parte del complejo,
motorizada por las palabras del gobernador de turno: "pero antes se desalojará
a la gente", ya que el fantasma de! imaginario barrial insinuado en ciertos
graffitti y titulares de diarios de letra amarilla dictaba: que lo demuelan con la
gente adentro.
Los vecinos de estos lu gares tejen explicaciones que van desde la
estigmatización de la propia policía (convertida así en enemigo principal del
barrio, pero a la que se denuncia como inoperante porque se le exigen accio-
nes eficientes contra los otros, los "verdaderos" delincuentes), hasta
contextualizaciones políticas, donde el barrio organizado representa la im-
pugnación de la fama negra: "Cada vez que empiezan a amontonarse los tarííazos,
cuando la cosa económica se pone espesa, cuando un barrio como éste comienza
a organizarse, con la pastora! social y los partidos, justo cuando sacamos la cabeza
del pozo, trácate, nos invaden", declaraba un vecino de Ciudad Oculta luego de
ser invadidos por 1.500 policías13. Dentro el imaginario social urbano circulan y
se distribuyen estas imágenes de acuerdo con el mapa de los espacios distin-
tivos categorizados como inferiores, marcados, los que son considerados desde
el sentido común como "malos ambientes" de la ciudad, las manchas negras
de! espacio urbano, construidos desde el sentido que pretende concebir a la
ciudad, muchas veces en forma paradójica, como una unidad, pero que nece-
sita de sus chivos expiatorios, los barrios culpa, defendidos sólo por sus resi-
dentes.

"Barrio sí, villa [y asentamientos] no"


Como unidad distintiva, el barrio emerge también cuando, por ejemplo, se
informa que "fue ocupado todo un barrio por intrusos", en los casos de viviendas
construidas como parte de planes de adjudicación oficiales, lo que en ocasio-
nes también ha ocasionado enfrentamientos violentos. Los casos son
numerosísimos y casi siempre coincidentes con períodos de gobiernos consti-
tucionales o en vías de constituirse, o cercanos a procesos electorales, esto
es: aparentemente respetando la lógica de la mayor movilización social y po-
lítica y el clientelismo a flor de piel. Los enfrentamientos más comunes son
entre la policía y los intrusos, o entre éstos y los adjudicatarios, o entre
adjudicatarios intrusos en sus propias viviendas y la Justicia, cuando ha teni-
do lugar alguna cuestión controvertida. Si bien estos hechos pueden vincular-

Página 12, 18/10/87.


Antropología de lo barrial
26

se con las ocupaciones ilegales de unidades de viviendas, de diverso tipo, o


con la subdivisión de grandes casas en unidades habitacionales mínimas, en
el caso de la toma de complejos lo que se da en forma recurrente es la reivin-
dicación, de parte de los vecinos legales como de los intrusos, del barrio como
ideal- de convivencia urbana. Reivindicación que se relaciona estrechamente
con la más notoria, que opone el "barrio digno" a la villa miseria. Esto podría
explicarse porque, en la gran mayoría de los casos, los intrusos en departa-
mentos de monobloques han sido residentes de villas a los que les habían
prometido dichas viviendas, pero también porque el barrio puede cumplir el
papel de utopía respecto a la vida en la villa, dado que esta reivindicación
tiene fundamental vigencia también dentro de las villas mismas. La síntesis se da
en consignas como: "Esto debe ser un barrio, no una villa", "Nosotros queremos un
barrio, no una villa". La Coordinadora de Núcleos Habitacionales Transitorios y
Villas de Capital Federal declaraba, en 1987, por intermedio de uno de sus
dirigentes: "Nosotros no queremos que se vuelva al método de la topadora, que
utilizaban los militares; insistimos en que se obtenga la titularidad de las tierras y
asi que otra vez no las ocupe nueva gente, y sigan siendo siempre villas marginales
y no barrios dignos"11. Se trataría de un cambio cualitativo auto-requerido por los
villeros hacia su propia condición de ocupantes ilegales pero legitimados por su
derecho a la vivienda; no a cualquier vivienda (la casilla de la villa, al fin y al
cabo, lo es) sino a la vivienda digna, cuyo contexto urbanístico vendría a ser el
barrio, como el opuesto de la villa. ¿Por qué? Según dirigentes y asistentes,
porque el barrio tendría orden, una disposición del espacio organizada según
pautas urbanas, y no sería un mero aglomerado de viviendas separadas
apenas por el pasillo de la villa. Lo que se contrapondría a la imagen de la villa
caótica seria el barrio ordenado, con sus calles, sus plazas, sus espacios con
destino comunitario y público. Sin embargo, cuando los villeros —siguiendo su
consigna de barrio sí, villa no— decidieron ocupar terrenos para auto-construir
barrios, el imaginario colectivo no los concibió como tales, sino que pareció
proyectar sobre ellos la misma imagen de la villa caótica, pero esta vez sin
prestar aparentemente mayor atención a los indicadores externos de esa
misma imagen de caos.
En enero de 1988, doscientas cincuenta familias ocuparon terrenos en La
Matanza; eran vigiladas por la policía, mientras detrás del cordón azul se for-
mó otro, de vecinos habitantes del barrio Ciudad Evita, que trataban de impe-
dir el avance de los nuevos, convencidos de que esas tierras debían ser "para
un proyecto de viviendas serías y no para una toldería". Esto, a pesar de que un
representante del gobierno municipal les había prometido a los ocupantes
una regularización de los planos y toda la ayuda posible para organizar allí un
"barrio digno". Los dirigentes del grupo ocupante aseguraron (con sorna y
satisfacción) que en la Villa "22 de Enero", de donde provenían, había una
capilla, cloacas y hasta un colegio "que envidiarían los de el barrio de enfren-
te"1S. Para la misma época, los vecinos de varios barrios de Bernal y Wilde,
14
Páginal2, 14/10/87.
15
Págmal2, 28/1/88.
La nota contra el barrio
27
exponían en sus carteles: "i No a los asentamientos!", en protesta por la toma
de terrenos por parte de "carenciados". Decía la crónica: "En Lomas de Zamora,
3.000 familias carecientes ocuparon un amplio predio en un lugar llamado El Olim-
po; marcaron los lugares para una escuela, plaza, comisaría, jardín de infantes,
sala de primeros auxilios e iglesia, y ocuparon el resto, comenzando a construir las
viviendas precarias. 'Un lugar que antes servía para matar gente', según dijo uno de
ellos"16.
Rosana Guber explica que la identidad social villera se construye con dos
características manifiestas: la pobreza y la inmoralidad. La primera es una cate-
goría relativa, pues se establece por comparación ante la carencia de satisfac-
ción de las necesidades básicas. A pesar de que el villero reconoce una mejora
en su situación, ya que la mayoría son migrantes de zonas aisladas y despro-
vistas de todos los beneficios que puede brindar una ciudad —trabajo, escola-
ridad, salud, luz eléctrica, etc.—, la carencia de recursos necesarios actúa como
efecto multiplicador de la pobreza. Si bien el villero reconoce esta situación de
carencia, la relativiza de acuerdo con la mencionada mejora con su arribo a la
ciudad ("los beneficios relativos que redundan de vivir en una villa miseria"), y
explica su pobreza a través de argumentos sobrenaturales o terrenos, recono-
ciendo limitaciones cuyas causales, en general, quedan lejos de su alcance. En
estas personas, explícita o implícitamente, aparecen los deseos de movilidad
socioeconómica y el valor negativo de la pobreza. Ante la falta de oportunida-
des, el villero —dice Guber— recurre a diversas estrategias para satisfacer sus
necesidades, a través de las redes sociales solidarias y el mercado informal. El
mismo hecho de vivir en la villa sería una prueba del "propio esfuerzo" y de la
genuina capacidad de un individuo para hacer frente a sus necesidades. La
otra característica, la inmoralidad, es una atribución extra-villera, resignificada
por el villero, "quien la admite y la sustenta". Sabe que declarar "soy villero"
puede generar sospechas sobre su moralidad, ya que la villa es considerada
como un "antro", y él comparte esa opinión. Aunque reconoce que en su vecin-
dario habitan delincuentes, señala que no es un "producto natural" de la villa,
sino de extra-villeros que operan en el lugar y además lo usan como refugio
transitorio ("trastienda de la ciudad"), ya que es un lugar propicio para burlar la
persecución policial. Y también a la asignación de inmoralidad corresponde la
ocupación ilegal de la tierra, en la que confluyen la incertidumbre y la ilegalidad. "La
línea fronteriza Que separa a villeros de no-villeros es el ámbito de residencia [ . . . ] ;
las condiciones de ocupación del suelo y la vivienda homologan a todos aquellos que
comparten un estigma," Ser villero es un estigma que se aprende. Siendo
definitorio de un estereotipo negativo, obliga al residente de la villa a ocultar su
identidad —como el factor que lo diferencia con los extra-villeros—, sobre todo
a aquellos que tienen o vislumbran posibilidades de ascenso social. Como no
siempre es posible ocultar su condición, la persona se declara "carenciado", o
adopta una actitud de inferioridad defensiva o agresiva, o como aliado de los no-
villeros, etc. Pero también reivindica la conversión de su espacio

Clarín, 8/2/88.
Antropología de lo barrial
28
asumidamente ilegal y caótico, en la imagen espaci.ilmente ordenada, moral-
mente digna y des-estigmatizadora del barrio, al que se le dice sí, en oposición
a la villa.
Los enfrentamientos entre residentes en barrios y aquellos que —aspirando
a hacerlo— ocupan pacíficamente en forma ilegal terrenos linderos con esos
barrios, parecería, ser una nueva forma de actualizar en el imaginario social
urbano la oposición entre las partes negras de la ciudad y los barrios blancos.
Aun encontrándonos ahora con que estas ocupaciones se realizan bajo la
consigna explícita de colocar el orden del barrio como una meta a conseguir.
A esas ocupaciones, para distinguirlas en forma precisa de las villas y de los
barrios ya constituidos, se las ha llamado asentamientos. Sin reducirse a una
cuestión de nomenclatura, debajo de la realidad de una villa bien organizada o
de un asentamiento bien planificado y ordenado, bien podría adivinarse que,
dentro de los sentidos con que los vecinos de los barrios intentaron expulsar
a los invasores, tiene plena vida el fantasma de la imagen de lo que
podríamos llamar el caos antibarrial, aplicado convenientemente a las partes
negras de la ciudad y que parecería proyectarse tanto sobre las villas como
sobre los asentamientos. Todo esto a! mismo tiempo que los villeros reivindican y
reclaman su reconocimiento como constructores de un orden barrial, figura
simbólica que, en el fondo, parecerían compartir ambos bandos. Para unos es
algo aparentemente ya constituido, mientras para los otros es algo por lograr.
Y la ambigüedad señalada de quienes no ven barrio aun donde los
indicadores del orden barrial son ostensivos, nos habilitaría para hacer la
pregunta de si se trata en realidad de un mismo sentido de lo barrial que
sostienen estos dos grupos, o el barrio aquí no es más que un atajo ideológi-
co para justificar o amparar determinadas actitudes entre los grupos.

Barra de barrio
En términos generales, la violencia urbana es un fenómeno tan notorio
como problemático, pero la mayor parte de las veces se ve reducido
conceptualmente a su aspecto exclusivamente delincuencial, al menos desde
los grandes medios de difusión, por donde se expresan la opinión pública, la
de los expertos y la del Estado. La nota común es concebir como violencia sólo
a las agresiones físicas sufridas por el ciudadano individual, en desmedro de
la vi ol enc ia simbólica y la agresión social, como la segregación y la
estigmatización de grupos y sectores. Además, parecería que se piensa sólo
en términos de conductas individuales desviadas de la norma media (o de la
clase media) y cuyo contexto no iría más allá del lugar físico donde ocurren (la
calle, el transporte). Cuando se trata de establecer causas puntuales de esos
hechos se las reduce a la familia "mal constituida", a individuos "marginales"
("los inadaptados de siempre"), con que se compone el cuadro de las "patolo-
gías" urbanas, de acuerdo con una extrapolación biologicista muy recurrente
y cuyos antecedentes teóricos se remontan a la clásica Escuela de Chicago y
a sus modelos desviacionistas, que tomaban a lo que podríamos llamar la
Lo ñola contra el barrio
29
media americana como paradigma de la vida urbana querible, por digna y
"normal". El barrio —corporizado en determinadas identidades barriales— cons-
tituiría, según estas concepciones dominantes, una marca de la distribución
aparentemente desigual de la violencia y la moral urbana a lo largo y a lo
ancho de la ciudad. Para corroborar esto, basta dirigirse a las páginas policiales
de cualquier periódico y detenerse en las tipificaciones apriorísticas acerca de
tales o cuales barrios calificados como "verdaderos aguantaderos".
Sin embargo, el barrio, actuando como eje protagóníco de la violencia dife-
renciada dentro de la ciudad, emerge con significativa presencia en el "pro-
blema" conocido como barra de la esquina, barra brava o patota, que en forma
también recurrente se ve tratado por aquellas mismas opiniones dominantes
como facetas de un mismo fenómeno. Así como —a apriori al menos— no
puede atribuirse ni el mismo carácter ni la misma causa a la totalidad de la
violencia urbana, tampoco resulta conveniente englobar la totalidad de refe-
rencias que se hacen desde el sentido común a la delincuencia juvenil, las
barras o las patotas. Un ejemplo de esto se hace evidente en las pintadas de
aerosol con los nombres de cada barra en los frentes de los edificios. Están
las que se identifican en términos abiertamente ideológicos (desde nazis a
anarquistas), o con nombres de grupos de rock; ambos tipos semejando fe-
nómenos similares de Europa. Y están las que se identifican con los nombres
de los barrios en donde residen o tienen sus paradas esos grupos de jóve-
nes. Los alumnos de algunos colegios secundarios de Buenos Aires, por ejem-
plo, suelen diferenciar entre las "patotas" de tal o cual barrio y. las de los
"nazis" que los agreden. Sin embargo, a ambos tipos de barras se les atribu-
ye tener un lugar de base, casi siempre mencionando un barrio (Borgna, 1989).
En enero de 1987, en la localidad de Caseros, se enfrentaron a golpes de
puño y elementos contundentes varios grupos de jóvenes. Fue a la salida de
un local bailable y el saldo incluyó dos jóvenes muertos y numerosos heridos.
Los distintos medios recogieron testimonios de los vecinos que hablaron de
"un barrio aterrorizado por temor a las represalias" entre las barras. ¿Por
qué? Porque los ejes de aglutinación e identificación de las barras se refleja-
ba en sus nombres: los de Wilüam Morris, los de Martín Coronado, los de
Fernández Moreno, los de Santos Lugares; todas referencias a sus bases
barriales. Si bien puede establecerse, entonces, una diferencia entre los
agrupamíentos juveniles establecidos al calor de tal o cual identidad barriaf y
otros tipos de barras, podría ser que lo barrial, o algunos de los mecanismos
que se desencadenan en la construcción de esas identidades, constituyera
un eje de identificación o diferenciación presente —con distintos matices— en
casi todos esos acotamientos grupales, tanto desde afuera de los grupos
como desde su interior.

El barrio del fútbol


El 30 de junio de 1989 una bala se detiene dentro del corazón de Germán
Ventura, de 18 años, en el barrio de Parque de los Patricios. Como "motivo"
Antropología de lo barrial
30
de la muerte, los diarios citan el hecho de "ser de Huracán". Los agresores
fueron señalados como parte de la barra brava de San Lorenzo, la que "se ha
hecho dueña de las calles del barrio, acentuando una rivalidad futbolística alimen-
tada en casi un siglo de 'picas de barrio". Este es simplemente un ejemplo entre
muchísimos que podrían citarse. Constituyen acontecimientos violentos en los
que aparece la imagen de que los que se enfrentan son distintos barrios.
Tanto, que se acepta la existencia de rivalidades "eternas" directamente en-
tre barrios —casi siempre linderos—, no entre tales o cuales grupos o perso-
nas. Estos conflictos latentes y patentes van mucho más allá de la simpatía
por uno u otro club y están jalonados por un número no reducido de muertes
violentas, casi siempre de jóvenes.
La policía es acusada muchas veces de tener animadversión contra un
"barrio entero", como en el caso del club Nueva Chicago, donde "todo Mataderos fue
atacado por personal policial", según denuncias de vecinos a los medios de difusión.
Suele pasar que el barrio se levante como eje de distinción en el seno de una
misma simpatía futbolera, como fue el caso de la puja dentro de la barra brava
de la hinchada del club Boca Juniors, porque "ahora la vamos a liderar los que
verdaderamente somos del barrio"17- La cuestión hubo de dirimirse entre varias
decenas de hombres jóvenes y a golpes de puño, patadas y cadenazos; todos
de Boca, pero de un lado los del barrio y, del otro, los otros. Con lo que
tendríamos, entonces, que la identidad barrial trascendería el color futbolístico, para
constituirse, en este último caso, en una especie de variable independiente
respecto al amor por la camiseta. También se da el caso de las "eternas
rivalidades" entre clubes del mismo barrio, como son los casos de Defensores
de Belgrano y Excursionistas en el barrio de Belgrano, o Chacarita y Atlanta. Y
los casos más comunes, que constituyen las rivalidades (expiicadoras de
agresiones incluso institucionales, como la de la policía, y hasta de muertes)
entre distintos barrios.
La relación entre fútbol y barrio se sitúa en otra dimensión cuando este
último se utiliza para referir a valores trascendentes. Recién transferido al
medio europeo, el futbolista Ariel Ortega fue figura destacada por los medios,
tanto que un intelectual del fútbol, ex-jugador, técnico y gerente, Jorge Valdano,
para graficar mejor sus elogios, expresó: "Fue un debut ilusionante, Ortega
tiene una extraña capacidad para desconectarse de todo lo que lo rodea [en el
sentido de no marearse por el triunfo]... él trae las armas de su barrio: la habilidad,
la gambeta..." 18.

Los barrios fusilados


En los últimos años, tanto en la Capital Federal como en su conurbano y en
las grandes ciudades del interior del país, han abundado episodios en donde
lo barrial tuvo un papel de relevancia. Es el caso de las denuncias de jóvenes

Revista El Porteño, junio de 1989.


18
Clarín, 9/3/97.
Lo ñola contra el barrio
31
"fusilados" por el "gatillo fácil" de la policía en plena vía pública, y que fueron
reivindicados luego por "todo el barrio" como inocentes, pero no sólo por no
ser delincuentes, sino precisamente por ser "muchachos de barrio". El 8 de
mayo de 1987 son abatidos por la policía tres jóvenes trabajadores en una
esquina de Ingeniero Budge, en el partido de Lomas de Zamora. La policía y el
gobierno provincial (radical) acusaron desde un principio a los "delincuentes
de frondoso prontuario" de estar armados y haber atacado a la comisión po-
licial, siendo refutados por las numerosas pruebas en contrario, y que harían
(cinco años más tarde) que se condenara a los agentes. Pero nos interesa
ver con qué elementos los vecinos levantaron su reivindicación, además de
la inocencia de los jóvenes asesinados. "Estos jóvenes no salen ni siquiera
del barrio", afirmaba León Zimmerman, abogado de un testigo de lo que pasó
a llamarse "el caso Budge", y añadía lo que entendía era la causa del accio-
nar policial y gubernamental en conjunto: "Existe una necesidad de mantener
en calma estas barriadas populares, porque, si no, pueden resultar explosivas y
molestas para algunos [...] el sistema los necesita como reserva de mano de
obra. Entonces hay que mantener el orden creando el temor, por medio del
'gatillo fácil"'13. O sea, el barrio popular en su conjunto considerado víctima y
objeto de la agresión estatal por razones de la lógica dominante del siste-
ma socioeconómico de explotación, y a su vez la mención del barrio para
avalar la inocencia (ni siquiera salían de él).
El 28 de junio de 1987 es asesinado en Lanús el militante político "barrial"
Osvaldo Villanueva, ignorándose quiénes fueron los autores (Clarín, 29/6/87).
El 20 de enero de 1988 muere un joven en Rosario en circunstancias similares
a las de Budge (Clarín, 22/1/88). El 5 de junio, ante la muerte de dos jóvenes
en San Francisco Solano, los vecinos reclamaron, organizados mediante la
Coordinadora de Asentamientos, originariamente creada para luchar por la
tierra y la vivienda digna: "No nos engañan con esa mentira de decir que fue un
enfrentamiento entre patotas, los mató la policía. Javier Sotelo y Agustín Ramírez
fueron muertos por su rebeldía juvenil y porque estaban dando películas acá en el
barrio". Un diputado nacional afirmó que este caso "tiene más connotaciones
políticas que la matanza de Ingeniero Budge y se produce porque para muchos ser
joven es un delito"; rememorando una frase acuñada durante la última dictadura
militar20. "En este barrio es preferible cruzarse con una patota que con un
patrullero", se oyó decir a un joven en Solano, "iNo era un ladrón!, era un mu-
chacho de barrio, modelo de trabajador, sólo estaba ahí como diente", reivindica-
ban los vecinos de Monte Grande contra un titular de periódico que se refería
a la muerte de un joven a manos de un comerciante que había sido asaltado
y había disparado su arma contra quien tenía el aspecto de ser el ladrón. Eí
cura párroco y el "barrio todo" salieron a desmentirlo. "Acá somos pobres pero
decentes; ponga, señor periodista, que Marcelo era un muchacho de barrio y que
esta no es ninguna villa, como se dijo: esto es un barrio"21
19
Revista Fin de Siglo, octubre de 1988.
20
Página l2, 22/6/88.
21
Clarín, 23/8/86.
Antropología de lo barrial
32
En los episodios de La Tablada del 23 de enero de 1989, cuando un grupo
de civiles atacó un destacamento militar y fue reprimido, uno de los primeros
detenidos en las proximidades del cuartel resultó ser un joven cuya libertad
fue inmediatamente exigida por los vecinos pues, en realidad, "no tenía nada
que ver", ya que era simplemente "un muchacho del barrio""'2. Metido en un
automóvil por la policía, pudo ser salvado de que lo reventaran —tal lo que le
prometían— sólo por la fuerza del reclamo barrial.
A partir del caso Budge se escalonaron una serie de acontecimientos simi-
lares, con grandes movilizaciones barriales, casi siempre en barrios pobres,
populares, de residencia obrera. Si bien el caso de denuncias de fusilamientos
policiales a jóvenes siguió dándose en otros tipos de lugares, lo común siem-
pre fue el abatimiento de muchachos que ocupaban, en todos los casos, el
espacio público barrial. Lo que sí aconteció sólo en aquellos barrios fue la
reivindicación de la memoria de las victimas como "muchachos de barrio". ¿Sen-
tiría todo el barrio, tal como parecen reflejar los medios periodísticos, que era
afrentado en su dignidad? ¿Ofendía más ese sentimiento la estigmatización
como zonas negras en boca de funcionarios, policías y titulares de diarios y
noticieros, que las muertes en sí? ¿Es la violencia la que genera estas reaccio-
nes barriales, o hay algo previo que brinda'los contenidos con los cuales ca-
nalizar la reivindicación? Es dificil arriesgar respuestas unívocas, pero el caso
es que la recurrencia de los enfrentamientos barrio/policía, en donde el signi-
ficado del barrio ha adquirido estos contenidos de globalidad y reivindicación,
nos obliga a indagar sobre sus razones históricas más allá de la
contextualización en episodios de violencia, en forma similar a lo que hemos
sugerido para los procesos de violencia social (saqueos, etc.). El interrogante
sería, entonces, ¿qué hay "detrás" de este ser de barrio?

El barrio participado
La seguridad urbana se ha convertido en un tema de proclamada prioridad
y, como parecerían decir los testimonios vistos hasta aquí, engloba como parte
del problema tanto a la delincuencia como a la policía. Y los barrios son el con-
texto específico en donde emergen carencias y reclamos, si bien la unidad
operativa de la gestión pública sigue siendo mayormente la ciudad y no el con-
texto barrial, a pesar de los intentos de descentralización. No obstante, ya en
el Primer Encuentro de Seguridad Urbana, realizado en 1988, se concluyó que
uno de los abordajes más imperiosos al problema de la inseguridad (que suele
encabezar las encuestas sobre problemas que preocupan a la opinión pública) es
el del logro de una "ciudad democrática", que sea "sentida como el lugar al que se
pertenece con simpatía", y la clave es la relación de identidad que debería
establecerse entre la gente y su pertenencia a ese lugar en donde —entre
otras cosas— podría pretenderse que, por ejemplo, "La comisaría sea como un
club de barrio para la gente" (Página 12, 25/10/88). Para arribar a las metas
de

Nuevo Sur, 30/8/89.


La ñata contra el barrio
33
una convivencia urbana segura, la participación vecinal ha resultado ser uno de
los recursos al que más asiduamente se ha apelado, al menos en los discursos.
Participación entendida en general como presencia física dei vecino en las acti-
vidades de las instituciones intermedias de su barrio, que abarcan desde las
genéricamente "culturales" hasta las llamadas de "recuperación de la identi-
dad barrial". Fue durante la administración radical de la ciudad de Buenos Aires
en los ochenta cuando comenzó a implementarse la recuperación de la "historia
viva de los barrios", a través de la propuesta de que los propios vecinos fueran
quienes protagonizaran el "rescate", mediante encuentros, exposiciones
audiovisuales, jornadas de reflexión, espectáculos y talleres (Programa Cultural
en Barrios, 1986). 'Los vecinos comenzamos a recuperar el pasado para comprender
nuestro presente", rezaban las consignas. En 1986, la Secretaría de Cultura de
la Municipalidad produjo un programa de televisión donde se reflejó parte de la
política cultural "hacia ios barrios". Su titulo fue precisamente "Participación". Y las
respuestas y propuestas de los vecinos eran, coincidentes, en exaltar los
valores de la convivencia barrial y comunitaria.
Además de la recuperación de la identidad y la historia barriales, otra faceta
de este tipo de acciones —que toman al barrio como ámbito específico y ponde-
rado— son las ligadas al deporte". Un tercer aspecto de "recuperación", donde
el barrio cumple un papel proclamadamente importante desde el Estado, es la
descentralización administrativa. Este ha sido el tema central del discurso go-
bernante en los últimos años —independientemente de los gobiernos—. La
instalación de juzgados barriales en la ciudad de Buenos Aires, apunta a aten-
der cuestiones de "convivencia vecinal", por medio de juicios orales. Y en los
planes sobre transferencia de la educación pública desde las instancias nacio-
nales, pasando por las provinciales y las municipales, se culminaría en instan-
cias de "participación comunitaria barriales", lo que algunos críticos han interpre-
tado como manejo de las escuelas y de sus planes de estudio por los vecinos
más influyentes de cada barrio, ya que serían éstos los que mantendrían eco-
nómicamente cada establecimiento. En cuarto término, el barrio ha servido tam-
bién para proclamaciones de "recuperación cívico-política". Durante la gestión
1984-1989, se intentaron formar Consejos para la Consolidación de la Demo-
cracia. En los anuncios se decia que la libertad debía crecer "desde los barrios",
desde sus organizaciones intermedias, con la participación de la gente.
Son todas instancias donde se convoca e invoca la participación (cultural,
deportiva, administrativa y política) de los vecinos, y en las cuales el barrio funcio-
naría como ámbito destacado, por poseer valores intrínsecos como la cohesión,
la pertenencia, la identidad y la integración comunitarias. Parece que el barrio
constituiría, en este sentido, un valor en sí mismo, al que se debería apelar con-
tra la apatía cívica y el "dejar hacer" a las cúpulas dirigentes. Lo paradójico es

En casi todos los gobiernos constitucionales el deporte ha estado estrechamente


asociado al barrio. En los Juegos Barriales de los últimos años en la Capital Federal
han participado alrededor de 90 clubes. Los anuncios municipales llamaban a partici-
par "en su propio barrio, sin tener que trasladarse". Entre los fines planteados se
citaban [a integración y participación comunitarias, para "recuperar el terreno perdido
durante la época de autoritarismo" (Clarín, 15/9/86).
Antropología de lo barrial
34
que en los discursos de estos dirigentes aparece con mayor asiduidad el conjun-
to de llamados a la participación barrial a los no dirigentes, con lo que tendríamos
así dos tipos de actores: a) los que participan y llaman a participar, y b) los que
son llamados a participar porque —para los primeros— no participan. En las con-
vocatorias se piensa mayormente en un barrio compuesto por instituciones (pú-
blicas, cívicas, municipales, sociales, religiosas, educativas, culturales, deporti-
vas); y el parámetro de la participación y de la no participación, en estos casos,
se reduce a la presencia de los miembros de esas organizaciones y organismos
dentro de sus ámbitos físicos, de sus edificios, para las ocasiones en que son
convocados por los dirigentes desde las instituciones.

El barrio perdido de los medios


Una noción de lo histórico como una reconstrucción de la identidad barrial
"perdida", dentro de la realidad urbana, aparece en numerosas publicaciones
barriales, en donde el barrio mismo es visto como una permanente pérdida y
donde se reivindica con explícito sentido de nostalgia la necesidad de la histo-
ria barrial como un "rescate" de esa identidad. Los periódicos editados por
asociaciones voluntarias de vecinos destacan la necesidad de conocer más a
fondo el propio barrio, y abonan esta actividad con relatos recogidos de viejos
y reconocidos residentes arraigados casi siempre desde los orígenes mismos
del barrio o, si no, tomando como referencia libros y revistas de varias déca-
das de antigüedad, sobre la base de la labor de aquellos que se han consti-
tuido voluntaria y aficionadamente en historiadores de cada barrio. Se propo-
nen ese rescate de la identidad barrial haciendo hincapié en el afecto y el
recuerdo del pasado histórico como "historia menuda pero importante, respecto
a lo que se sobreentiende como Gran historia" (Del Pino, 1986: 16). En la prensa
masiva nacional, las referencias a los barrios coinciden con estos significados
de las publicaciones de barrio. Se asocia el barrio a ""viejo rincón", "de ayer a hoy",
"a pesar del olvido", "lo que se va", "languidecía", "recinto de la memoria de
generaciones", "cargado de historia", "conserva viejas costumbres", "guarda la
memoria", "donde todavía se conserva el alma de barro y asfalto", etc.; donde lo
que es calificado como nuevo, "invasor", irrumpiente y representativo del pro-
greso, se opone al alma y a la esencia del barrio.
El registro y análisis de la presencia del barrio en las letras de canciones
requeriría un trabajo particular. El tango daría múltiples ejemplos". Sin em-
bargo, son muchos los géneros en donde juega un rol protagónico; recuérde-
se el Pedro Navaja del panameño Rubén Blades o algunas de las canciones del
norteamericano Bruce Springsteen (Pérez de Albéniz, 1985), sin retrotraernos

24 En la memoria tanguera tarareada en los barrios pueden hallarse sin esfuerzo


referencias al barrio: "Almagro, Almagro de mi vida..." (de Almagro, de Tirnarli y San
Lorenzo); "Barrio, que tenes el alma inquieta de un gorrión sentimental" (de Barrio, de
Gardel y Le Pera); "Barrio de tango, luna y misterio..." (de Barrio de tango, de Troilo y
Manzi); o "Qué me hablas ds New York, qué me hablas de París, a mi déjame en mi barrio
[...] aquí nací, aquí he amado y aquí tendré que morir" (.4 mí déjame en mi barrio, de
Edmundo Rivero).
La ñata contra el barrio
35
a los clásicos del rock inglés (Frith, 1978). Lo mismo ocurre con la literatura, e!
teatro (Por ej., Osvaldo Dragún y su Historia de mi esquina) y la historieta. La
televisión también ha dado muestras, por ejemplo con la personificación de
"las vecinas" de los actores Jorge Luz y Jorge Porcel, y la entrevista para el
periódico "La Voz del Rioba", hecha por Minguito (Juan Carlos Altavista) y El
Preso (Vicente Larrussa).
La cuestión barrial se vincula con los medios de comunicación masiva de
otras maneras, tanto en los aspectos emisivos como de la recepción. Para las
empresas medidoras del rating televisivo, por ejemplo, los indicadores que
sirven para aglutinar al público receptor en niveles sociales de audiencia coin-
ciden con distinciones espaciales con cierta correspondencia con las barriales.
En los últimos años, las radios "comunitarias" de frecuencia modulada, cuyo_
alcance no va más allá de uno o pocos barrios, se han establecido —en algu-
nos casos— en función de una búsqueda de alternativas comunicacionales
independientes, y en ellas tiene una presencia creciente la valoración y los
llamados explícitos a la participación ligada a la problemática barrial. Y en las
radios del circuito formal, el barrio aparece en una forma curiosa: haciendo las
veces de patronímico de los oyentes que llaman por teléfono o envían correos
electrónicos y que, de esta forma, dejan sentada su identidad personal mediante
su barrio: "Nos llamó Fulana, de Almagro" o "Mengano, de Boedo". Identidades que
adquieren una dimensión colectiva y distintiva en ¡os medios específicamente
callejeros, como los graffitti ("Lugano, capital del peronismo") y los carteles de
publicidad {"Núñez, ciudad universitaria", "Belgrano, un país").

El barrio como base popular auténtica


En un nivel de trascendencia simbólica e identificatoria, el barrio parece
expresar el pulso de las identidades culturales más profundas: "Las tres raíces
culturales argentinas son el cabecita negra, el gallego y el taño. Ahora los tres
troncos están desprestigiados y por eso el ascenso social significa que la gente
huya de sus barrios. Por esta razón tiene peso el psicoanálisis en la Argentina,
porque al cortarse las raices se provoca desarraigo y anomia". Esto decía en 1989 el
entonces secretario de Cultura Julio Bárbaro (justicialista), enlazando ele-
mentos de gran variedad, e indudable importancia, referenciados en el barrio
(diario Sur: 30/7/89). Los mismos que —desde el otro partido político mayori-
tario en Argentina— fueran valorados como propios de un proceso de moder-
nización, trascendente a las ideologías: "En los barrios se confirma la evidencia
de la tendencia hacia la transformación de ios sectores tradicionales ligados al
trabajo, en beneficio de ios vinculados a los servicios, la tecnología, la computación
y la robótica" (Germán López, radical, en Clarín, 15/0/85).
Los intentos de reconstrucción de las historias barriales se referencian con
la residencia actual o pretérita, en el mismo barrio, de personajes sobresa-
lientes de la vida pública —artística, política o deportiva nacional—: "Acá en el
barrio tenemos la casa donde vivió Fulano, antes de hacerse famoso". En primer
lugar, se lo asocia con el valor de la autenticidad, en oposición a la vida cosmo-
Antropología de lo barrial
36
polita y extraña de lugares y situaciones que aparentemente estarían aleja-
dos de ese contexto de base del personaje famoso, de su origen barrial. En
segundo término, el barrio parece representar una extracción que, en la ma-
yoría de los casos, se relaciona con la noción de lo popular, pero en donde se
destaca principalmente si el personaje tuvo o no actitudes consecuentes con
ese origen y con los valores que representa. Y se focaliza en quienes han
podido ascender en la escala socio-económica y acceder a la notoriedad públi-
ca; lo que se sintetiza las frases, para el primer caso, 'salir de pobre" y, para el
segundo "salir del barrio". Lo importante no es haberse ido, sino seguir siendo
de barrio, o bien no olvidarse de ese origen cíe abajo, que el barrio representa.
En una ocasión se transmitía por televisión un reportaje a una rueda de jubi-
lados; las preguntas rondaban por las nacionalidades: "yo soy de Paraguay",
"Yo vine de Italia", etc. El último sonrió con picardía y respondió: 'Yo shoy de
Pompesha"21.
El ejemplo de los futbolistas profesionales es sintomático, por la idolatría
que produce el fútbol como fenómeno popular. En 1974, la selección nacional
queda eliminada del Campeonato Mundial que se jugaba en Alemania Federal.
En esos días muere el presidente Juan Domingo Perón. Al regreso de la delega-
ción, un diario reportea al jugador Rene Houseman, quien expresa su pesar por
la muerte de su líder y su apego a la villa del Bajo Belgrano (en Buenos Aires),
desde donde había emergido a la fama y a la carrera profesional. El periódico
titula la nota de esta manera: "Auténtico: 'A mí déjame en mi barrio'. Houseman
se enorgullece de ser argentino, villero y peronista, Europa no llega a tentarlo" 26 .
Ser de barrio, reivindicarlo y recordarlo, se coloca a la par de las mayores con-
secuencias de la identidad social, tanto nacional como política.
La oposición entre el barrio —como símbolo del origen auténtico— y lo forá-
neo o lo no nacional, como sinónimo de potencial pérdida de esa autenticidad,
es recurrente con referencia a personajes notorios, dentro del contexto de la
diáspora argentina de los últimos años. Escritores, actores, políticos, han ex-
presado casi con unanimidad su vínculo afectivo con el barrio, fortalecido con
el exilio o la lejanía. Una década después de las palabras de Houseman, otro
medio publicaba el regreso de "Héctor Alterío: un actor entre dos mundos que
siempre regresa al barrio" (Clarín Revista). El haberse ido físicamente del barrio
parecería estar inversa y proporcionalmente relacionado con reivindicar su
memoria (o su eterno regreso) como muestra de autenticidad popular. Por
eso, quedarse en el mismo barrio, a pesar de la fama, implica mucho más que
la mera localización en la geografía urbana; tanto que las palabras pueden en
ocasiones apretujarse ( e n torno a la noción de barrio) en una abigarrada
condensación de símbolos: "Vivo en el barrio de Las Latas porque ... cuanto vale
más salir a la calle y llamar a cada vecino por su nombre . . . e s como el fútbol, el
fútbol es picardía, es jugar descalzo en el baldío ¿me interpreta?" (declaraciones

Pompeya (pronunciado con la "y" arrastrada del habla portera) es uno de los barrios
populares emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires.
26
Diario Noticias, 7/7/74.
La ñata contra el barrio
37
del director técnico de Rosario Central, Julio Zoff; Clarín, 20/7/87). Y a muchos
años de aquel regreso de Houseman, los diarios continúan destacando que
vive en el mismo barrio (la villa miseria ya no existe), como signo de no haber
perdido vínculos con su origen y con sus afectos más profundos. Esos que se
expresan también cuando el barrio se asocia a los sentimientos íntimos y
privados, en oposición a la vida profesional, pública y notoria. Enrique Macaya
Márquez, uno de los comentaristas de fútbol más notorios, y con fama de
mesurado, estaba siendo interrogado sobre su labor profesional. Inquisitivo,
el cronista le preguntó de qué club concreto él era "hincha" (aficionado), quizá
con el propósito de poner bajo sospecha la pretendida imparcialidad que los
aficionados al fútbol requieren de un relator. La respuesta fue seca: "Sí es
cierto, pero ese es un amor de barrio" 27.
¿Qué ocurre cuando los personajes notorios son políticos? Acá se pasa a
acentuar la asociación del barrio con las bases populares que el político pro-
clama representar. Durante la campaña electoral de 1989, el vehículo que
transportaba al candidato Carlos Menem por toda la ciudad de Buenos Aires
circulaba entre mucha gente por la avenida Rivadavia. Menem —cuenta la
crónica— empezó a señalar una esquina, ordenó detener el ómnibus, pidió un
micrófono y dijo: "/Vo puedo pasar por esta esquina sin recordar que aquí había un
bar que trae a la memoria la vida de barrio y el tango de la ñata contra ei vidrio; de
purrete yo viví aquí cerca y en ese bar aprendí billar, escoba, truco, tute..." Fue
ovacionado y un hombre le gritó: "Lo que pasa es que vos sos del pueblo,
Carlitos" 28. Tres años más tarde, un dirigente del movimiento de jubilados,
frente al Congreso de la Nación, le espetaba —frente a las cámaras— al minis-
tro de Economía del presidente Menem: "Dr. Cavallo, usted dice que somos
demagogos; ipor qué no baja a los barrios, a ver cómo hay gente que pasa ham-
bre!" (26 de agosto de 1992).
El barrio vendría a configurar el símbolo de la residencia de la base social
que el político popular dice representar, ya que lo contrario equivaldría a re-
presentar sólo a la "cúpula" del poder. Por eso los políticos —sobre todo en
campaña electoral— acostumbran a "caminar los barrios", proclamando que
no lo hacen sólo en campaña electoral, esto es: afirmando que no se olvidan
de sus bases populares. La noción de barrio representa a las bases, y el
personaje de la cúpula que quiera tener su apoyo debe obligadamente "ba-
jar". Barrio, base y bajar no sólo parecerían poseer un mismo componente
lingüístico sino también semántico, referenciado socialmente.
Incluso un partido político policlasista como el Justicialista referencia celo-
samente parte de su identidad obrera y popular en determinados barrios y no
en otros. Aun después de 1993, en que el voto mayoritario de los barrios de
clase "alta" se volcó por primera vez hacia el justicialismo menemista, las dis-
tinciones barriales resultan indicadores precisos del carácter de base de las
expresiones políticas. Sigue hoy sin ser lo mismo, dentro del discurso partida-
27
Página l2, 12/2/89: 19.
2S
Página l2, 12/5/89: 3.
Antropología de lo barrial
38
rio peronista de la ciudad de Buenos Aires, provenir de las bases de Lugano
que de las de Barrio Norte. Y esto no es nuevo, al igual que en todo movimien-
to masivo. En ocasiones se reitera por diversos medios que cuando en la
década del '60 ganó las elecciones el candidato peronista Andrés Framini y las
Fuerzas Armadas le impidieron asumir el poder, corrió por la ciudad el rumor
de que las bases peronistas irían a "incendiar Barrio Norte". Como contraparte,
fue recurrente la amenaza de "bombardeo al nido de ratas", como llamaban los
"gorilas" (contrarios al peronismo) al barrio de Lugano.
Barrios hay muchos, pero representativos de las bases populares y de
determinados contenidos políticos asociados a lo popular serían sólo los ba-
rrios obreros, de clase trabajadora. Un poco la síntesis entre el político y el
futbolista es el ejemplo del jugador Claudio Morressi. Cuando un periodista lo
inquirió sobre la probable influencia en su conciencia política de tener un her-
mano desaparecido durante la dictadura del general Videla, su respuesta fue: "No,
¡o de la política ya viene de casa: puede ser que influyera que mi viejo nos
contaba lo del 17 de octubre [de 1945]", y remata: "Aparte, uno nadó en un
barrio, no te voy a decir obrero, pero sí de clase baja, como Parque Patricios [don-
de] desde muy temprano palpamos las injusticias" 29.
Aunque, en general, en el discurso político, la mención del barrio —cuando
no se explícita que se habla de barrios "bacanes", "garcas" o "ricos"— es sinó-
nimo de bases populares, hay veces que el barrio parece representar de por
sí a las bases, sin que se haga expresa mención de lo popular. Por ejemplo, al
reproche de "no bajar a los barrios", que se le hace a muchos dirigentes
políticos, se le suele sumar la directa acusación por "haberse ido del barrio",
tal como hizo en un debate televisivo el candidato a diputado del partido
radical Dante Caputo con su par neo-liberal Adelina de Viola, a quien reprochó
haber "abandonado su propio barrio, no como yo" (mayo de 1989). Otros ejem-
plos pueden servir para ver de qué manera la pertenencia no ya a un barrio
sino a ser de barrio se utiliza para calificar implícitamente de popular. El 31 de
enero de 1989, en un programa de televisión, el dirigente de izquierda Luis
Zamora establecía tajantemente sus diferencias ideológicas y políticas res-
pecto al grupo civil armado que había asaltado el cuartel del Ejército de La
Tablada, haciendo hincapié en que los soldados de la guardia "pertenecen al
pueblo"; y relataba así su visita a uno de esos soldados heridos: "Estuve con el
conscripto Díaz, un pibe de barrio".
Ser de barrio, ser de abajo, pero una bajeza entendida como exaltación de
valores como lo popular y lo auténtico. Al contrario de un sentido degradante
que también parecería coexistir con el anterior y también vinculado con perso-
najes notorios. Es cuando el barrio se usa para desvalorizar una conducta o
una manifestación que se supone debería ser más trascendente, por lo públi-
ca y no cotidiana. Aquí el barrio vendría a representar una parcialidad degra-
dada dentro de una totalidad trascendental: lo que vale menos artísticamen-
te, por ejemplo, pasa a ser "de barrio"; lo que vale menos deportivamente,
29
Página 12, 21/7/87: 12.
La ñata contra el barrio
39
entonces es "de barrio". En esta línea, la información promiscua del chisme
barrial (recurrentemente atribuido a las mujeres) tiene la particularidad de
convertir en imagen pública aspectos de la vida privada y, asimismo, es un
sinónimo de poca seriedad, informalidad y bajeza. Por eso, cuando lo que se
espera es un intercambio de opiniones "serio" y lo que se produce es un
desprolijo cruce de epítetos y alusiones narrativas sobre aspectos privados,
se apela a la noción de barrio. Al acentuarse la polémica interna en el servo del
partido político Unión del Centro Democrático, un diario publicó —sobre una
fotografía de las dirigentes de ese partido María Julia Alsogaray y Adelina D.
de Viola— este título: "Broncas de barrio" (Páginal2, 23/4/89; 6). ¿Estas ambi-
güedades dependerán exclusivamente de los intereses disímiles representa-
dos en los distintos contextos de uso de la noción de barrio? ¿O la capacidad
de condensación del barrio, cuando actúa como un símbolo —como señalába-
mos más arriba— podría contener generosamente todos estos sentidos apa-
rentemente contradictorios?

Barrio y luchas
Ligada a la tarea institucional barrial se encuentra la acción vecinalista,
la cual, en el caso de Buenos Aires, tiene una larga trayectoria, que en
los años de proclamas de apertura y profundización democrática se in-
tentó reimpulsar, y adquirió un nuevo sentido con las movilizaciones del
verano 2001-2002. Las jornadas históricas de la actividad vecinal orga-
n i z a d a han estado enmarcadas en l a s grandes luchas en el terreno de
la reproducción social y por los consumos colectivos y de servicios urba-
nos, en distintas épocas y contextos, que en los inicios de la decada del
'80 hicieron eclosión en todo el Gran Buenos Aires. A partir de allí pare-
cieron actualizarse, adquiriendo básicamente tres formas: a) reclamos
contra desalojos y tarifazos, en los barrios donde los servicios estaban
instalados; b) reclamos por su funcionamiento, luego que se privatiza-
ran, durante el gobierno justicialista, y c) reclamos por la instalación de
los servicios en los asentamientos autoconstruidos. ¿Con qué s i g n i f i c a -
dos de lo barrial se desarrollaron estas acciones y estas luchas? ¿Con
qué concepto de lo que es el barrio actuaron los distintos grupos de
vecinos? ¿Podríamos a n t i c i p a r que, para las tres formas, el concepto
prevaleciente se situaría cercano al barrio como ámbito local de reivindi-
cación del uso de la ciudad como totalidad de servicio, como consumo
colectivo, dentro del derecho ciudadano más específico? En el tercer caso
se sumaría seguramente el s e n t i d o de b a r r i o como comunidad d i g n a ,
como ideal, al estilo de la consigna "barrio si, villa no".
La asociación del barrio a los conflictos sociales puede llevarnos a buscar la
relación entre el barrio y la clase social en los Imaginarios. Además de los ya
vistos, también podemos ver cómo el barrio se utiliza para tipificar épocas e
identidades, como las mutaciones en la composición de las clases, cuando se
suele tomar a los barrios como indicadores. Para mostrar la desigualdad so-
Antropología de lo barrial

cial se suelen señalar dos dualidades en la ciudad de Buenos Aires: 7a falta de


energía eléctrica es purgada por los barrios más pobres pero no por la City financiera
[zona de negocios]" (Mario Wanfield, en Páginal2, 8/2/89); sin embargo, la
diferencia no sólo se plantearía —para el caso de la suspensión de este con-
sumo colectivo— entre el centro y los barrios, sino entre distintos barrios,
representativos de distintas clases. En efecto, durante los cortes de energía
de 1989, que abarcaron la totalidad del territorio nacional, barrios como La
Recoleta —residencia prototípica de las clases dominantes— no sufrieron nin-
guno; y cuando se implemento la práctica del cepo para los automóviles mal
estacionados se eximió de dicha sanción a los automóviles mal estacionados
del mismo barrio.
El tópico recurrente de la segregación urbana como fenómeno universal
dentro del capitalismo encuentra también en los barrios indicadores específi-
cos. Una de las muestras evidentes de la política de segregación racial en
Sudáfrica fue la existencia ostensible de barrios de negros y barrios de blan-
cos- Los primeros, segregados, agredidos y reprimidos en forma oficial desde
siempre, y los segundos, atacados cuando las luchas contra el régimen racista
se acrecentaron. Como cuenta la crónica: "Por primera vez en la historia de este
país, jóvenes mestizos y negros atacaron dos barrios residenciales de blancos,
siendo repelidos con disparos"30. Desde hace mucho tiempo, las mismas crónicas
internacionales recogen noticias de disturbios étnico-barriales y sociales en las
zonas segregadas de gran cantidad de ciudades de los países industrializados,
cuyos hitos más notorios fueron, en la ultima década del siglo, París y Los
Angeles. Pero quizá la nota mas llamativa, en lo que hace a los conflictos sociales
en donde lo barrial adquiere importancia destacada, se haya dado en las luchas
por los consumos colectivos urbanos en la ciudad de México, con la aparición
de Superbarrio: un hombre con contextura física de luchador profesional, con
un atuendo similar al de Superman o el Chapulín Colorado, de colores rojo y
amarillo, calzado con zapatillas y enmascarado al estilo Batman, se une a las
movilizaciones de vecinos por reclamos urbanos diversos. Su origen se
remonta a la formación de la Asamblea de Barrios, luego del terremoto de 1985,
cuando el gobierno corrupto se declaró impotente para dar respuestas a la
reconstrucción de las zonas más afectadas, coincidentes con los barrios más
pobres, por ser construidos sin recaudos antisísmicos. A alguien de la
Asamblea se le ocurrió que la figura de un justiciero podía representarlos
simbólicamente y en forma personificada en sus reclamos ante el Estado y
contra los propietarios de los inmuebles. Y hasta hoy Superbarrio ejecuta
combates simbólicos con sus enemigos más acérrimos, uno de los cuales ya
había sido estereotipado en el Señor Barriga de la serie televisiva El Chavo
(Gilbert & Pérez, 1989).
El barrio tiene una importancia dentro de la vida cotidiana actual que lo
trasciende y lo involucra en los conflictos sociales, sobre todo en el ámbito de
la reproducción social. Cabría interrogar sobre la relación concreta entre es-
30
Clarín, 6/9/93; 24.
La ñata contra el barrio
41
tos significados emergentes de lo barrial con las representaciones simbólicas
de las contradicciones sociales propias de la esfera de la producción, tal como
sugiere la copla coreada por una manifestación de vecinos y amas de casa,
quienes al ritmo de cacerolas y tachos protagonizaron la llamada Marcha de la
Tristeza, el 3 de setiembre de 1988, en el barrio de Flores (Buenos Aires),
unificados en su protesta contra los aumentos de tarifas anunciados por el
gobierno comunal y nacional radical:

"A ver, a ver,


quién defiende los salarios
el que llora en su casa o
el que lucha por el barrio,"

Quince años después, los cacerolazos de las capas medias se han conver-
tido en parte consistentes del paisaje convulsionado de las Asambleas Barriales,
con focalización en el centro financiero junto al piquete del conurbano, uno de
cuyos ejes de aglutinación también se asienta en la movilización barrial. Am-
bos fenómenos tomaron como foco escénico y protagónico el ámbito barrial31.

Ideas de llegada y partida


Habíamos establecido como hipótesis de trabajo que detrás de los distin-
tos usos de la noción de barrio debían subyacer elementos simbólicos comu-
nes, construidos ideológicamente por los actores en situación. En consecuen-
cia, los tomamos como significados en pugna, como una lucha latente por
imponer sentidos. Nos encontramos con choques de lógicas, como la raciona-
lidad que subyace al no entendimiento del cronista de izquierda por la
autoadjudicación de identidades barriales diferentes en barrios de igual con-
dición de pobreza. La hipótesis podría ser que se supone aquí que la pobreza
o situación social debería actuar como variable independiente para la atribu-
ción de las identidades sociales, en este caso la barrial, y la realidad marcaría
lo contrario. La lógica opuesta estaría representada por el aprovechamiento
policial de la distinción previa de las rivalidades barriales, para controlar y
mantener la situación de orden gracias a las identidades barriales. Para esta
lógica, entonces, el que actuaría como variable independiente sería el barrio,
por encima de la condición social igualitaria. ¿Cuál de estas lógicas era la
compartida por los vecinos? Sus declaraciones muestran que compartirían la
representación de la identidad barrial como eje principal de determinación de

La notoriedad de las movilizaciones presentes nos exime de extendernos, pero


baste como muestra que, luego de una primera etapa de aglutinamiento en torno a
reivindicaciones políticas y económicas, sintetizadas en la consigna "que se vayan
todos", tanto las Asambleas como el movimiento piquetero pasaron a una etapa de
atención de los problemas concretos de los barrios.
Antropología de lo barrial
42
los comportamientos, sobre todo cuando prevaleciera la oposición barrio vs.
villa. Luego, la lógica del editorialista del diario de derecha y del concejal de
derecha sería la siguiente: resulta una contradicción lo negro de la ciudad
cerca del poder y del centro urbano, con lo que queda implícito que no resulta-
ría extraño a esta lógica asociarlo -como algo natural- si estuvieran situados
lejos de esos centros (urbanos y políticos), es decir en los barrios naturalmen-
te negros y no "históricos".
En general, vemos que el barrio no juega solamente el papel de ámbito
donde suceden cosas, sino que aparece actuando como un valor en si mismo,
como eje de asunciones, preconceptos y disyuntivas; no se presenta como
una condición neutra sino relevante y significativa. Si tomamos como referen-
cia a los actores vistos, el barrio (en su forma abstracta) constituye un valor
principal cuando sirve de eje de distinción por encima de otros signos
atributivos, como es el caso de los hinchas de fútbol, las patotas barriales y
los militantes políticos. Es ostensiva además la afinidad de la noción de barrio
con la reivindicación o rescate de una vida perdida y añorada, un valor cons-
tructor de una identidad social dolorida por el presente, por eso nostalgiosa
(dolor de nosotros), cuya recuperación —prácticamente imposible— puede
lograrse mediante el conocimiento del barrio, como "rescate" de lo propio. El
barrio, así, juega papeles intercambiables según los contextos de emergen-
cia. Esto se puede ver en su relación con otros ámbitos concebidos como
valores, como la parte estigmatizada de la ciudad, que resultaría ser algo
trascendente a lo barrial, un valor de mayor peso, de mayor capacidad de
determinación, y frente at cual lo barrial se subordinaría. Pero no ocurre lo
mismo respecto a la condición social, para la que el barrio actuaría con mayor
trascendencia, como si fuera algo que puede asignarse o negarse, más allá
de determinados indicadores empíricos de tipo urbanístico, como ser el
monoblock, la villa, el barrio rico o el barrio pobre.
Otros de los valores condensados serian la dignidad, el orden, la inocen-
cia, la cohesión, la integración, la tradición, la autenticidad y el sentido de
pertenencia social, de raíz cultural y de base popular. Y como nudo simbólico
aglutinador aparecería la figura del muchacho de barrio, como el significado
más naturalizado y autónomo en su función de asignar inocencia e impugna-
ción de hecho frente a la acción oficial-dominante. Parecería que estamos en
presencia de lo barrial como algo genérico, capaz de ser esgrimido socialmen-
te para establecer distinciones, dentro de las luchas por los significados. Y
sería un valor que trascendería la distinción dada por la atribución o identifica-
ción con tal o cual tipo de barrio, con alguna identidad barrial particular. ¿Será
este el sentido unitario y más común de lo barrial que creíamos poder encon-
trar al principio de nuestro recorrido?
La idea central que surge del análisis es que la identidad barrial actúa
como variable independiente en los casos de una misma condición socio-eco-
nómica de los barrios y de otras situaciones que quedan relegadas en cuanto
a posibilidades de determinación de los comportamientos sociales. Una se-
gunda consideración puede ser que una de las funciones que cumple es servir
La ñata contra el barrio
43
para la construcción de identidades estigmatizadas (los otros) y asumidas
como propias (el nosotros), independientemente del carácter físico-social de
las unidades espaciales referenciadas, lo que explicaría que lo que denomina-
mos negritud se pueda extender tanto a la villa miseria como al complejo
habitacional, o aun al barrio "histórico". Una tercera complementa a la ante-
rior y entiende que hay casos en que la identidad referenciada en la villa
miseria puede parangonarse con la identidad referenciada en un barrio "nor-
mal" (en cuanto a la asunción del nosotros social —por ej. la acción de los
vecinos contra los delincuentes—) y con lo que denominamos defensa de la
blancura barrial, sumada a la función del barrio como símbolo (muchacho de
barrio contra el poder oficial). Pero el contenido axiológico de esta hipótesis
es secundario con relación a ías anteriores, ya que -en lo que vimos- lo que se
asume es la negación del carácter negro de la unidad en cuestión. Y una cuarta
consideración (complementaria de la segunda) nos dice que lo negro de
ciertas partes de la ciudad es trascendente aun a lo barrial, ya que abarca lo
villero (como su referente) y to barrial; lo que muestra nítidamente el mecanis-
mo del estereotipo en la construcción de las identidades sociales segregadas
en el espacio urbano.
En síntesis, el barrio aparece, entonces, como realidad tangible y material
y como parte del imaginario; como práctica y como representación, como valor
cultural, identidad colectiva, especificidad espacial, polo de disyunción ideoló-
gica y sede social de las más variadas relaciones y dinámicas. Podemos aglu-
tinar tres sentidos de lo barrial: a) el barrio como componente de la reproduc-
ción material de la sociedad, como espacio físico, parte de la ciudad; b) el
barrio como identidad social, atribuida y adscripta por los actores sociales; y c)
el barrio como símbolo y conjunto de valores condensados y compartidos so-
cialmente. Intentaremos ver de qué manera coinciden estos primeros pasos
ordenatorios de los sentidos de lo barrial con realidades empíricas
sistemáticamente estudiadas y con la producción teórico-académica ocupada
de la problemática barrial; y, a continuación, cómo se relaciona con el surgi-
miento de lo barrial en el proceso histórico de desarrollo de las ciudades.
El barrio en la historia

Desde el prisma heurístico de la Modernidad, de la mano de


lo urbano
¿Cuándo aparece e! barrio en la historia? ¿Por qué? ¿Cómo fueron los ba-
rrios en las distintas épocas? ¿Qué significaciones se les dieron en cada uno
de esos momentos? Vamos a responder a estos interrogantes no por la bús-
queda del mero pasado, sino desde nuestra problematización del presente
como relación histórica, de modo de observar las condiciones en que se nece-
sitaron referenciar relaciones espaciales, de identidad social y representación
simbólica en el espacio barrial de cada época32. No es posible hallar referen-
cias a barrio más que asociadas al fenómeno urbano, en ios asentamientos
que son definidos como ciudades, tanto las grandes (cities) como las peque-
ñas (towns)3i: como una parte de una aglomeración urbana ("una de las partes en
que se dividen los pueblos grandes o sus distintos grupos de casas"; Espasa-Calpe,
1936). Será importante observar cuál podrá ser el criterio de esa participación de
la ciudad. Deberemos obligadamente, entonces, seguir el derrotero de esos
"pueblos grandes", equivalente al proceso de surgimiento, desarrollo y
consolidación del fenómeno urbano. Una triple coincidencia justifica nuestro
primer subtítulo; en primer lugar, la constatación de que la misma categoría
de lo urbano denota como su opuesto a todo lo previo a su propia existencia;
segundo, la evidencia de tal categorización como propia y resultado del
paradigma de la Modernidad en uno de sus aspectos más específicos; por
último, el hecho de la adscripción lógica de todos los historiadores de lo
urbano a tal perspectiva moderna y, en consecuencia, conformando la totali-
dad de las fuentes a nuestra disposición para reconstruir no la historia de los
barrios sino los barrios en la historia.
Tanto para lo que Gordon Chiide llamó "revolución urbana" y Lewis Mumford
"implosión", y coincidentemente con la caracterización de los modos de pro-

Un estudio de lo barrial a través de etapas pretéritas será posible sólo de dos


modos: rastreando en la documentación bruta, sobre la base de una determinada y
previa definición de barrio, o apelando a la obra de los historiadores y a su propia
utilización de ese término. Ambas alternativas tienen en común que no podemos ir a
indagar directamente a los actores protagonistas de cada momento acerca de sus
propios barrios y sus representaciones de ellos. La primera opción queda excluida de
nuestras propias fuerzas. Y la segunda nos impone irremediablemente encontrarnos,
en primer lugar, con las nociones de barrio de esos historiadores.
Incluso los llamados "clanes-barrio" de China son particiones en unidades ciánicas
de centros urbanos, no rurales (Johnson, 1968: 216).
El barrio en la historia
45
ducción antiguo y asiático, el surgimiento de lo urbano se da como resultado
de la existencia de un excedente de alimentos, capaz de lograr la reproduc-
ción de una considerable cantidad de trabajadores y artesanos, base de la
construcción de las grandes obras arquitectónicas que componían esos cen-
tros urbanos (Childe, 1973: 174-179). La constatación de las relaciones de clase
es clave: Ya revolución urbana fue un acontecimiento liberador [...] y constituyó la
condición previa pars todo futuro progreso de la ciencia y de la tecnología, creando
en el terreno económico la primera acumulación de capital necesario para una
explotación más completa de los recursos naturales de la tierra y, por lo tanto, para
la emancipación del hombre de su dependencia parasitaria de un medio no
humano, [Pero] la revolución urbana creó tanta pobreza como prosperidad; el
capital requerido, fue acumulado gracias a los ahorros obligatorios de las masas,, lo
cual es sólo un eufemismo para expresar la explotación de las masas" (Childe,
1968:90-91). ¿Dónde residirían estas masas? ¿Compartirían la totalidad del
espacio urbano naciente? ¿En qué partes de estos diversos tipos de ciudades
las podremos encontrar?

El barrio y el mundo del trabajo de los vivos


Mumford hace hincapié en que "el primer germen de ciudad está en el lugar
ritual de reunión que sirve como meta del peregrinaje" (Mumford, 1966: 17), razón
por la cual sitúa a la "ciudad de los muertos" como predecesora de la ciudad de
los vivos (ibid.: 13). El eje del proceso productivo tiene importancia en el
relevamiento de diferenciaciones dentro de estos centros urbanos. Es difícil
mostrar en forma plena la "historia interna" de las ciudades (Martindale, 1984:
16), que dé cuenta de otras partes más que los centros ceremoniales, los tem-
plos y predios deportivo-rituales u otras entidades arquitectónicas por el estilo,
No obstante, en ocasiones, se distinguen unidades interiores a las grandes
urbes antiguas, como es el caso de las "ciudadelas" amuralladas de la ciudad de
Chan Chan, del reino Chimú, en la costa norte de Perú (Rodríguez Suy Suy,
1968). También encontramos la asociación entre la cuatripartición del Cuzco
incaico en los conocidos suyos, y los barrios de la ciudad actual (Zuidema
1968:46). Y ya sea en l a s ciudades-Estado como en las ciudades menores,
propias de los cacicazgos americanos, en todos los casos encontramos la hete-
rogeneidad o la diferenciación social. Pero los especialistas se han hecho cargo
en mayor medida de la descripción de las grandes obras monumentales, sobre
todo de la funebria principesca de ias ciudades, en desmedro de las viviendas
del grueso de la población. Al respecto, la hipótesis de la arqueóloga Bárbara
Price nos dice, en relación con los citados cacicazgos, que "no es el tratamiento
diferencial en cuanto a la muerte lo que distingue a la jerarquización de la estratifi-
cación [social]. Más bien puede verse la expresión material de la estratificación
social en la disposición de la vivienda de los vivos. La muerte de un cacique es un
acontecimiento público y su sociedad le ofrece un montículo funerario elaborado y
costoso. Sin embargo, mientras vive, su casa no es necesariamente más amplia ni
se halla más artísticamente decorada o construida con materiales distintos de los
usados por sus seguidores" (Price, 1975: 69). Pone Price el acento en que es la
Antropología de lo barrial
45
contradicción entre "e/ capital y el trabajo" (ibid.) la verdadera causa de la dife-
renciación social, tanto en los casos de desarrollo urbano de cacicazgos cuanto
de los estados, y allí donde esta estratificación se verifica es posible hallar,
como indicador efectivo, la diferenciación en la calidad y el tamaño de las vivien-
das (por ejemplo, una "vivienda para élites"), no en los monumentos funerarios
ni en los edificios cívicos (ibid.: 70)34. Se apoya sn la evidencia arqueológica
sobre procesos de destrucción de esas sociedades urbanas tempranas autó-
nomas —y con una menor diferenciación social— por parte de los grandes impe-
rios de regadío, que sólo lograban volver a "integrar" nuevamente a esos pue-
blos por medio de las nuevas religiones urbanas (Martindale, 1984: 16-17).
En efecto, "en las primeras ciudades, los barrios se alzaban sobre los territo-
rios ocupados por las tribus que se habían asociado y confederado para formar la
ciudad" (Ledrut, 1976: 118). Y la vivienda se convierte en un indicador firme de
la diferenciación social. En Teotihuacán, cuenta Millón, "la concentración de los
restos de distintos tipos en zonas bien definidas hace pensar que grupos artesanales
tales como los alfareros o los tallistas de la piedra y la obsidiana tendían a vivir
juntos en sus propios barrios" (Millón, 1979: 98). Sjoberg señala la residencia
de la clase dominante en el centro de la ciudad primitiva, de esta manera
protegida y prestigiada a la vez, mientras "más alejadas del centro se encontra-
ban las casas y talleres de los artesanos —aibañiles, carpinteros, herreros, joye-
ros, alfareros— [...]- l-os diversos grupos artesanos, algunos de los cuales pudie-
ron haber pertenecido en un principio a minorías étnicas específicas, tendían a
establecerse en barrios o calles especiales. Esta conducta se ha dado de forma
característica en las ciudades preindustriales de todas las culturas, desde los tiem-
pos más primitivos hasta nuestros días" (Sjoberg, op.cit.: 22). Los barrios apa-
recen, entonces, como ámbitos de residencia del pueblo trabajador; pero,
¿en qué relaciones respecto a lo urbano y con qué valoraciones?

La paradoja de ser una muestra pre-urbana


Es notable que estos prehistoriadores no sólo señalan la existencia de
barrios en las ciudades de este momento inicial, sino que aprovechan para
discurrir sobre el valor que este tipo de asentamiento podía tener para la
integración de estas sociedades: "Una disposición de este tipo, en la que los
ocupantes de las viviendas estuviesen unidos por una trama de intereses y
actividades comunes, habría sin duda fomentado la estabilidad social [...]. Si los
grupos con intereses comunes vivieran no sólo en el mismo edificio, sino, tam-
bién en el mismo barrio, el problema del gobierno de la ciudad se habría simplifi-
cado notablemente. Una organización así de grupos podría haber constituido un
nivel intermedio entre el individuo y el Estado. Los lazos de cooperación, de com-
petencia o incluso de enfrentamiento entre los habitantes de los distintos ba-

El punto de vista más clásico no contradice esta hipótesis: "La mayor parte de las construcciones
edificadas sobre infraestructuras bajas y en pequeñas dimensiones han desaparecido por
completo, a! haber sido realizadas con materiales perecederos; se sabe que muchas de
ellas tenían una función residencial" (Hammond, 1979: 79).
El barrio en la historia
47
rrios podrían haber creado un tipo de estructura social de gran cohesión interna"
(Millón, ibid.). Visión que enmarca teóricamente el papel social del barrio desde
tempranas épocas y cuya base serla considerarlo como una especie de puente
entre el mundo de la aldea pre-urbana y el de la ciudad ya constituida, razón por la
cual "los habitantes de las ciudades [antiguas], algunos de los cuales
permanecen en ciertos barrios de tipo aldea, dentro de las propias ciudades, dan
señales de revivir las raíces de la propia aldea en los nuevos suburbios" (Dyckman,
1964: 169).
El barrio adquiere el contenido de muestra, dentro de la ciudad, de un
equivalente a la comunidad aldeana "integrada", previa al surgimiento del
fenómeno de concentración urbana. Sería ésta, a su vez, una manifestación
de la concepción culturalista y difusionista en los estudios de las sociedades
antiguas y "primitivas", capaz de evaluar como un mero proceso de "propa-
gación de la forma urbana" el hecho de que en determinado momento históri-
co aparecieran las ciudades en el planeta (Sjoberg, op.cit.: 24). Los historia-
dores de lo barrial Jorg Kirschermann y Christian Muschalek registran en
primer plano este componente cultural del barrio, sólo que para ellos sería
más bien una consecuencia de las dos causas que determinaron la existen-
cia de los barrios en las ciudades de la Antigüedad: la división del trabajo y
las relaciones de poder35. Distinguen los barrios del resto de las construccio-
nes religiosas, administrativas y económicas. En la de Mohenjo-daro, a ori-
llas del Ganges, las concentraciones de edificios funcionales para el Estado
"crean una distancia social y espacial respecto de los barrios de trabajo y de
vivienda". En la mesopotámica Ur, 'los barrios residenciales constituían el segunda
anillo, la ciudad externa". Las ciudades egipcias eran, a su vez, un muestrario de
"la división de la población en dominantes y dominados". Esto se ve con claridad
de acuerdo con los materiales de construcción, en el momento de la
reconstrucción arqueológica: mientras las grandes construcciones centrales de
la élite sacerdotal se han mantenido en pie por milenios, las viviendas de las
clases populares, construidas con ladrillos de barro secado al sol, pueden ser
reconstruidas sólo mediante inferencia y deducción, sobre la base de sus
huellas arqueológicas. En los restos de Kahun se distinguen dos barrios
incluso separados por una muralla, en donde queda claro dónde vivían los
ricos y dónde se aglutinaban los esclavos y demás trabajadores (ibid.). Lo
mismo señalan para Tell el Amarma, donde inclusive el "barrio obrero" estaba
rodeado por un muro que impedía el traspaso hacia las restantes zonas de la
ciudad. Con lo que tenemos plena corroboración de lo que Max Weber enunciara
seis décadas antes: "La división interior de la ciudad en barrios es común,
naturalmente, a la Antigüedad y a la Edad Media con las ciudades orientales y
del Lejano Oriente" (Weber, 1979: 1027). Esta consideración
"La diferenciación y separación de cada uno de los ámbitos urbanos como consecuencia de la
diversa organización del trabajo y de las relaciones de poder especiales —diversas formas de
comportamiento de los esclavos— reflejan con claridad la ubicación socioespacial de los
barrios 'puros' en los planos urbanísticos de aquellos tiempos. En los fructíferos valles fluvia-
les de India, Mesopotamia y Egipto se formaron barrios urbanos primitivos, dotados de la
correspondiente organización social" (Kirschermann & Muschalek, 1980: 9).
Antropología de lo barrial
48
del barrio como elemento común a los tres tipos de ciudades cobra mayor
importancia en la medida en que sean tomadas en cuenta las diferencias
entre estos tipos. La principal de ellas —señalada con detenimiento por el
mismo Weber— es la ausencia de toda vinculación mégico-animista de cas-
tas y clanes (con sus correspondientes tabúes espaciales) en las ciudades
clásicas del Mediterráneo (ibid.: 959).
El barrio se constituye en una parte ostensible de la ciudad de las socieda-
des orientales, comúnmente consideradas —por los autores marxistas— den-
tro del modo de producción asiático y distinguidas de las clásicas del Medite-
rráneo. En primer lugar, como fracción distintiva de las funciones organizativas
de la ciudad en tanto unidad política; en segundo término, como indicador de
la diferenciación social y, por último, como una muestra pre-urbana en plena
concentración urbana.

El barrio en la Antigüedad Clásica: libertad y diferencia


La ciudad de la Antigüedad, en efecto, más que una ciudad de castas será
una ciudad de linajes y, fratrías militares, y en torno a ellas se organizarán los
barrios.
Dentro del modo de producción antiguo, los especialistas en su mayoría
sitúan los imperios esclavistas del Mediterráneo en general y del Mar Egeo
en particular. En ellos adquiere importancia crucial la categoría de ciudada-
no, dentro de la comunidad urbana autónoma, la ciudad-polis (Southall, 1983:
12-13). Tanto para Platón cuanto para Aristóteles, la ciudad, más que pre-
sentarse en un plano meramente espacial, era sinónimo de organización
social y política (Mumford, 1966: 150-251; Dyckman, 1964: 183). ¿Cuál era
el papel del barrio dentro de la ciudad antigua clásica? En términos estructu-
rales, no encontramos grandes variaciones respecto al de las ciudades del
modo de producción asiático, ya que el barrial sigue siendo el espacio desti-
nado a la residencia de los sectores trabajadores, en su mayoría no ciuda-
danos y comúnmente pertenecientes a etnias conquistadas. La ciudad de la
Grecia antigua había sido considerada —hasta las tesis de Childe— como el
primer escalón del surgimiento de la ciudad en la historia. En la actualidad
tiene mayor aceptación la idea menos clasico-céntrica de lo urbano que veni-
mos exponiendo. Sin embargo, debemos reconocer que con las ciudades
griegas se estabiliza una manera de construcción de la ciudad con el sistema
reticular de "parcelación uniforme de los barrios" (Kirschenmann & Muschalek,
1980: 11), como sector privado de la ciudad, distinguible asi de los edificios
públicos y religiosos. Por su parte, es en la Roma antigua donde se detecta
el fenómeno ligado más estrechamente a cualquier proceso de urbanización
y, a su vez, en gran medida provocador de él: el traslado de la población del
campo a la ciudad. Esto produjo el crecimiento acelerado de Roma, que llegó
a contener —en época de los Césares— a dos millones de habitantes, distri-
buidos en forma harto diferenciada: por un lado las escasas, grandes y
asoleadas residencias de la clase dominante, con avanzadísimos sistemas
El barrio en la historia
49
sanitarios, calefacción y otros lujos; y por el otro, "la degradación de los ba-
rrios y la miseria de la población" pobre, que debía soportar el encarecimiento
y la especulación inmobifiaria, incluso en forma directa por parte de algunos
gobernantes, lo que causaba el hacinamiento en habitaciones cada vez más
pequeñas superpuestas, de paredes cada vez más delgadas, oscuras e in-
salubres (Kirschenmann & Muschaiek, 1980: 12).
Con todo el esquematismo que encierra el cuadro europeo-céntrico de las
épocas históricas, es posible hablar en términos genéricos de los barrios de las
ciudades de la Antigüedad, entonces; pero haciendo la salvedad, que, así como
cada tipo de sociedad tuvo "su" ciudad, el barrio organizado según las castas y
clanes de las concentraciones urbanas estamentales de Oriente —como mar-
caba Weber— se diferencia del barrio organizado en fratrías militares y linajes
de la Grecia antigua, y de los míseros barrios donde se hacinaba el "proletaria-
do" (ibid.) advenido a la Roma imperial. En esta relación entre ciudad como
todo y barrio como parte, o entre los tipos de ciudades y los tipos de barrios,
creemos importante destacar cómo ambos elementos son capaces de gene-
rar identidades sociales. Todos los historiadores coinciden en señalar que a
partir del surgimiento del fenómeno urbano, la ciudad autónoma actúa, en
primer lugar, como factor de organización social de distintas agrupaciones y,
además, —decimos nosotros— como constructora de esas identidades. Así, la
identidad citadina se ilustra en la Antigüedad como unidad política guarnecida
dentro de sus murallas, en donde la esfera dominante de las relaciones socia-
les es 'Va comunidad de los guerreros", y en la Edad Media —como veremos
enseguida— como conjunto de hermandades corporativas {Weber, op.cit.: 993-
964). La ciudad de todos estos momentos históricos, en un proceso pronun-
ciado, posee la nota común de ser —como afirmaba Childe, siguiendo a Marx y
Engels pero también a Weber— "un lugar de ascenso de la servidumbre a la
libertad", haciendo lugar al conocido dicho "el aire de la ciudad hace libre", donde se
apuntaba a la desaparición de las distinciones de tipo estamental y a la
acentuación de las diferencias de clase, de las que los barrios emergían como
Indicadores socio-espaciales específicos.

El barrio medieval: residencias y profesiones


La paradoja de la ciudad del Medioevo es que se consolidó como entidad
social a medida que se despoblaba y declinaba su pujanza, a partir de la deba-
ele del Imperio Romano. Es que en el modo de producción feudal la ciudad
retrocede en cuanto a la proyección directa que podía hacerse de su crecimiento
poblacional en el seno de los imperios esclavistas antiguos. Los señores
construyen sus castillos fuera de las ciudades y la sociedad en su conjunto, en
sus rasgos genéricos, se ruraliza. Sin embargo, a la vez que se solidifica el
predominio económico de los feudales sobre los reyes, se consolida en la ciu-
dad la administración central de tos negocios —sobre todo a partir de los gran-
des viajes y exploraciones—, bajo el predominio de los intereses de la naciente
burguesía mercantil. Prueba de ello es que parte del patriciado se ve obligado
Antropología de lo barrial
50
a domiciliarse en la ciudad para participar en esos negocios, ya que las posibi-
lidades lucrativas de ésta atraen hacia ella ahora a los linajes nobles terrate-
nientes, ranciamente "antimercantiles" (Weber, op.cit: 992-995).
Un rasgo exterior del barrio de la Edad Media es su semejanza con las
viviendas rurales e incluso con el ambiente campesino, en el que se mezcla-
ban los animales domésticos junto a las casas. Si bien el feudalismo fue un
modo de producción basado en el trabajo rural, la prosperidad no brilló entre
los campesinos, lo que trajo como consecuencia la continuación del proceso
de afluencia a las ciudades comenzado en la Antigüedad. La imagen clásica
que plasma este proceso es la de la maloliente ciudad medieval abundante en
pobres, mendigos, vagabundos y enfermos. El arrinconamiento de estos po-
bres en determinados barrios se ve convalidado, en algunos casos, por el
trazado de las calles que van paulatinamente parcelando la ciudad, de acuer-
do con las pautas de la renta del suelo y de la separación tajante entre
menesterosos y pudientes (Kirschenmann & Muschalek, 1980: 14-21). En tér-
minos generales, no puede afirmarse que constituyan el típico barrio obrero
de la modernidad industrial. Girando alrededor de esta comparación, se llega
a tipificar, para la edad Media, que "la ciudad era un conjunto cultural, dirigentes
y pobres parásitos vivían en una especie de simbiosis. Ni siquiera era preciso tanto
como ahora que ambas clases estuviesen separadas. La metrópoli medieval o
absolutista tradicional no tiene barrio bajo: los barrios pobres y ios mercados calle-
jeros estaban contiguos a los palacios" (Hobsbawm, 1983: 176).
En los barrios del Medioevo mermó el poder de la comunidad local anterior
a la ciudad, en el contexto de las luchas entre los distintos estamentos. El
poder localizado en el barrio —como ayuntamiento— pasa a situarse como
opuesto a los gremios y las corporaciones. En Italia, esta oposición entre
gremios y barrios se muestra en el "popólo" medieval, compuesto por empre-
sarios y artesanos, que luchan contra los ayuntamientos heredados de la
ciudad de linajes de la Antigüedad y se insertan en la puja ya instaurada
contra los nobles. En la ciudad de Londres, en el siglo XIV, el rey estableció la
elección del council por barrios, que un siglo más tarde sería eliminado por el poder
de los gremios. "La lucha de los estamentos dedicados a actividades lucrativas,
organizadas en los gremios, en tomo al poder de la ciudad, se manifestaba en la
oposición entre la elección de los representantes y funcionarios de la comunidad
por los barrios (ars) y sus representantes, en ios que predominaban los linajes
terratenientes, y la elección de los gremios (liveries), y el poderío creciente de
estos últimos se manifiesta en la dependencia de todos los derechos de burgués
de la pertenencia a una asociación profesional" (Weber, op.cit.: 996). Esto se da,
paradójicamente, en la época de mayor desarrollo del barrio como unidad
de interacción soc ia l , de acuerdo con lo revelado por la c l á s i c a obra de
Mumford. Para él, el barrio medieval es un modelo de "humanización"
de la ciudad, en contraposición, sobre todo, a la posterior ciudad
industrial. Constituye el ámbito de un proceso de descentral i z a c i ó n y vida
social particular, de relaciones primarias y comunitarias. En el barrio de
la Edad Media, la iglesia, por ejemplo, no es algo exclusi-
El barrio en la historia
51
vamente sagrado s i n o también comunal, que t i e n e una función social
bien determinada, ya que alrededor de ella se desarrolfan las fiestas, la
oratoria, el teatro y las prácticas sociales barríales, tanto sagradas como
profanas, tanto formales o institucionales como cotidianas. Y lo mismo
ocurre con plazas y mercados.
El fenómeno de descentralización de instituciones y sus correspondientes
edificios era común y —valora Mumford— verdaderamente "a escala humana"
(Mumford, 1966: 375). Un reflejo de esto es la típica calle irregular del barrio
medieval, donde "grupos de artesanos o de edificios institucionales formaban
barrios autónomos o 'islas', sin que guardara relación la disposición de los edificios
con las vías públicas. En el interior de estas islas, y a menudo afuera, los senderos
señalaban las idas y venidas cotidianas de sus habitantes" (ibid.: 1966:376).
Este aislamiento proviene también del origen amurallado de estos barrios. En
el siglo IX se descubre que la población rural no militarizada puede proteger-
se de las invasiones bárbaras del norte de Europa mediante la fortificación de
los poblados. Se produce, entonces, una comunidad entre ese asentamiento
y cada señor feudal en torno a un nuevo centro urbano, producto de la iden-
tificación y centralización del original poblado disperso. Posteriormente, ese
suburbio se convierte en el centro de la ciudad, pero especializándose en
algunas funciones como, por ejemplo, la comercial o la industrial-artesana
(Mumford, 1959: 12). A su vez, otras partes de la ciudad adquieren identidad
como barrios de acuerdo con los tipos étnicos de residentes (por ejemplo, el
barrio judio, el barrio cristiano) y el tipo de actividades profesionales existen-
tes, lo que llevará a establecer su relación con el distrito funcional: "En un sentido,
la ciudad medieval era un cúmulo de ciudades pequeñas, cada una de las cuales
gozaba de cierta autonomía y cada una estaba formada tan naturalmente sobre la
base de necesidades y propósitos comunes que sólo se contribuía a enriquecer y
completar el conjunto. La división de la ciudad en barrios, cada uno de los cuales
tenía su iglesia o sus iglesias, a menudo con un mercado local, y siempre con su
propio abastecimiento local del agua, consistente en un pozo o una fuente,
constituía un rasgo característico" (Mumford, 1966: 378).
El barrio, en síntesis —como "integración en unidades residenciales prima-
rias, compuestas por familias y vecinos"—, no es lo mismo que el distrito funcio-
nal, instituido por "la profesión y los intereses" (Mumford, 1966: 379). Sin em-
bargo la distinción no resultaría tan nítida, desde el momento en que como
ejemplos de la división en distritos funcionales se da la constitución de los
"barrios" de comerciantes, de universitarios, de artesanos, de funcionarios,
de militares; lo que estaría planteando que el significado de barrio se exten-
dería hacia esa división. Esta aparente confusión es aceptada como una rea-
lidad clásica dentro de los estudios urbanísticos. Para Raymond Ledrut, por
ejemplo, las corporaciones determinaban la identidad de cada barrio medie-
val: "En la ciudad medieval, los barrios se constituían en tanto que realidades
colectivas a partir del estatuto social y profesional de la población residente" (Ledrut,
1976: 135). Quiere decir que aquella oposición señalada por Weber entre el
barrio y ta organización profesional parecería aquí problematizarse. Los gre-
Antropología de lo barrial
52
mios serían considerados como factores tanto opuestos como germinales de
la constitución e identificación de determinados barrios. Por otra parte, ciertas
funciones urbanas quedarían en situación de oposición respecto al barrio y al
mismo tiempo —en un sentido directo o mediato— como formando parte de su
identidad.

El barrio de la modernidad excluida


El proceso de urbanización a partir de esta época discurrirá al calor de la
producción de nuevas formas de motorización de energía, base del creciente
proceso de industrialización de los países capitalistas de Europa. La primera
revolución industrial tendrá como principal floración espacial la ciudad indus-
trial, con sus novedades y contradicciones. Esta concentración trascenderá
radicalmente la función de intercambio económico, para situarse como punto
de hiperconcentraaón demográfica y como ámbito específico del poderío polí-
tico, acentuando —como una de sus consecuencias más ostensivas— la com-
plejidad social. Las ciudades existentes hacia la finalización del Medioevo y el
paso a la Modernidad, adquirirán signos de profundas transformaciones no
sólo infraestructurales sino como generadoras de identidades sociales. Por
un lado, la aún imberbe internacionalización del capital había producido
ya la casi extinción de la autonomía de las ciudades, y algunos estudio-
sos califican como de verdadera ruptura del fenómeno urbano lo produ-
cido entre este tipo de asentamiento y el proceso posterior de desarrollo
histórico de las ciudades (S)oberg, op.cit.; 26). Esto ocurre gracias al
despliegue de la etapa mercantil del capitalismo europeo y se apoya en
la expansión colonialista. Por otro lado, hacia el fin de la Edad Media se
pierde también la ciudad como hermandad, con su s í m b o l o religioso
identificatorio, y con el sentido dominante de protección correspondiente.
La ciudad moderna es autodefinida —desde la Modernidad misma— como
sinónimo de civilización, de cultura (refinada, erudita, libresca, del arte supe-
rior), y ámbito excelso de la libertad del individuo; se la asocia a las institucio-
nes, símbolos y normas de conducta más cercanas a la perfección civilizada y,
en términos ideológicos, a todo sistema de orden y a la idea de destino, "donde el
ritual se transforma en drama activo de una sociedad diferenciada y conciente de sí
misma" (Mumford, 1959: 12). Esta verdadera "obra cumbre del arte humano",
"modeladora de la mente", "haz rico de significado social" y "forma y símbolo de
una relación social integrada", crecerá, se multiplicará y, aun dentro de su puja
con las remoras feudales, seguirá vertebrándose en 'el" sistema de asentamiento
humano propio de la era moderna. Sin duda, la causa más inmediata de su
relumbre será su propio crecimiento, impulsado por la concentración del comercio
y la industria. A partir del 1600, por ejemplo, el grado de concentración
demográfica fue tal que algunas ciudades duplicaron en poco tiempo su
población, aumentando de esta manera la densidad. Para nuestros fines inte-
resa detenernos a observar el modo de este crecimiento. Si bien podría decir-
El barrio en la hisloria
53
se que una ciudad aumenta su población, previo haber delimitado lo que con-
sideramos su espacio original (acordando desde ya sus límites), en realidad el
fenómeno producido podría categorizarse más como un cambio en la identi-
dad misma de la ciudad, como un todo y en sus partes. Por ejemplo, en la
ciudad industrial se radicaron las industrias y su correspondiente sostén
existencial: la fuerza de trabajo. La ciudad misma resultó ser una parte funda-
mental de la reproducción necesaria de esta clase obrera (además de un
instrumento especifico del dominio —Singer, 1980—). Del mismo modo, el sec-
tor terciario continuó requiriendo espacios auto-constituidos como centrales
para el sistema todo, del que la ciudad era un indicador y un continente tam-
bién. Por lo tanto, estos procesos de centralización y concentración constitu-
yen un aspecto del crecimiento en extensión también, sobre todo teniendo en
cuenta los procesos de unificación de diversos centros urbanos, que durante
el Medioevo gozaban de autonomía distintiva.
La descripción de los procesos de "estiramiento" de los límites de las ciu-
dades mediante expropiaciones de terrenos aledaños, hasta englobar a al-
deas y pequeños centros urbanos cercanos, es lo que da lugar al surgimiento
del suburbio, poblado en un principio por las clases no trabajadoras. Esto
explica que en algunos barrios residenciales se comenzaran a prohibir los
talleres e industrias. Luego —en una gran diversidad de situaciones— fueron
poblados también por las clases trabajadoras expulsadas del campo, lo que
explica que adquirieran importancia las normas que empezaron a ordenar las
relaciones vecinales, de construcción y de comunicación urbana. Además, no
se debe olvidar que la nobleza amplia la ciudad, pero lleva siempre a sus
sirvientes a vivir en sus sótanos o en los tugurios que deja a su paso en los
centros industrializados, mientras ella se retira al suburbio a respirar aire más
puro. Tanto un suburbio cuanto una parte del centro no "aumentan" ni en
ellos "crece" la población, sino que ese acto es la constitución misma del su-
burbio y de esa parte como algo distintivo de la totalidad urbana. Y esto ten-
drá importancia para nosotros si en este proceso de extensión de espacios se
constituyen nuevos barrios o algunas de esas aldeas unidas a la ciudad mues-
tran una cierta identidad distintiva dentro del todo.
El crecimiento de la ciudad industrial moderna toma, en consecuencia, la
policromía socialmente distintiva de los sectores sociales que la poblarán, pero
también, principal y mayoritariamente, el tono gris del humo y el hacinamien-
to. Con la Modernidad crece el capital, en la medida que crece el trabajo que lo
produce. El primero se asienta en el valor y el otro habitará los barrios obreros
o "bajos". En contra de la opinión generalizada sobre la supuesta esponta-
neidad en la formación de la ciudad y sus barrios correspondientes, en esta
época detectamos intentos explícitos de formar barrios y de influir desde el
Estado en la reforma espacial de muchas partes de la ciudad. En París, por
ejemplo, ya desde 1549 se trató de orientar la formación de barrios, o en
algunos casos de separar los barrios de inmigrantes de las residencias lujo-
sas del centro. Lo mismo se documenta en la Amsterdam del siglo XVII.
Los mecanismos más recurrentes de estas regulaciones eran l a s orde-
Antropología de lo barrial
54
nanzas que prohibían la construcción de ciertos edificios en determina-
das zonas, implementando un proceso creciente de exclusión del espa-
cio ciudadano destinado a las clases trabajadoras. Y en esto mucho ten-
dría que ver el ensanche de las ciudades por medio de las grandes ave-
nidas y calles, cuyo objetivo era la comunicación entre pares, esto es:
entre los sectores sociales no trabajadores, circunscribiendo de hecho
el espacio de residencia de éstos a los bolsones "bajos", que la v i s i ó n
marxista definiría luego como en una relación de dependencia respecto
a los espacios de residencia de los ricos.
Uno de los procesos generalizados consistía en la insuficiencia del salario
para que los trabajadores pudieran acceder a viviendas propias, por lo que
debían alquilar las que dejaban los ricos, que se mudaban a la periferia de la
ciudad, lo que producía la subdivisión de las grandes casas en unidades de
vivienda menores, profundizando la concentración, el hacinamiento y las con-
diciones de pobreza extremas: nEn los siglos XVII y XVIII casi la cuarta parte de
ia población europea se componía de desocupados y mendigos" (Mumford, 1959;
156). Cuando Mumford se refiere a los barrios posteriores a la Edad Media, en
forma predominante describe el barrio "bajo", dentro de la ejemplificación de
los aspectos nocivos y perjudiciales de la ciudad, como confluencia de proce-
sos de desintegración social y como consecuencia del crecimiento "caótico" de
las ciudades industriales. Es cuando se verifica "una cristalización de! caos; el
desorden se solidificó formando barrios miserables y los distritos fabriles [como]
áreas cíe perturbación social" (Mumford, 1959: 15). La arquitectura palaciega, la
urbanística principesca y la estrategia militar de seguridad, reflejada en el
trazado de calles y avenidas, marcan a la ciudad industrial moderna con el
sello del ejercicio del Estado absoluto y soberano. El diseño de las ciudades
es reflejo del miedo a los pobres y mendigos de parte de los nobles y reyes36.
Desde un principio, lo paradójico de la ciudad industrial capitalista es que
ella provoca tantos problemas como las características que la distinguen y cua-
lifican. La radicación de las industrias, la vivienda y demás condiciones de vida
de la fuerza de trabajo resultan una "virtud" del centro urbano, que permite la des-
servilización de numerosos contingentes de población, pero a la vez se
convierte en un obstáculo al propio desarrollo libre que proclama para ellos. En
la ciudad industrial se equiparan los problemas del perseguido económico y
militar, del expulsado del campo, del obligado al paro forzoso, del mendigo y del
pobre, aunados todos como problemas de la ciudad, cuando —precisamente
para ellos— la ciudad aparece como la solución de sus males. Como señalan
Kirschenmann & Muschalek, "/os beneficios de los tiempos modernos no tenían
validez para estos grupos de población" (op.cit.: 23). Además, se declama la liber-
tad precisamente cuando comienzan las regulaciones para satisfacer en forma

Cálculos de la época dan cuenta de que un 60% de la población de París estaba


compuesta por mendigos e indigentes y un 30% no llegaba a nutrirse lo suficiente,
mientras un 9% vivía en forma acomodada y sólo un 1% se hallaba en "buena situa-
ción" (Kirschenmann & Muschalek, op.cit.: 24).
El barrio en la historia
55
mínima la reproducción de la fuerza de trabajo, junto al proceso de segregación
cada vez más patente. La historia de las ciudades es la historia de la pobreza y
de las clases trabajadoras, de sus luchas, derrotas y victorias. Y en la ciudad de
la Modernidad el panorama social se traduce en pobreza, migración y hambre,
junto a la libertad y el trabajo, indicados por el salario y la industria.
La Modernidad queda de hecho definida sobre la base de la posibilidad del
goce de sus beneficios y la restricción y exclusión de los mismos para las
grandes mayorías. En suma; el atractivo de la unidad y la totalidad
contenedoras de la ciudad moderna industrial conllevan la diferencia y la par-
tición, de las que los barrios serán escenarios específicos. Cierto que la Mo-
dernidad construirá una imagen y una identidad de la ciudad como ámbito
"natural" del concepto moderno de Historia, "donde la experiencia humana se
transforma en signos visibles" (Mumford, 1959: 11) y en marcas donde el tiem-
po adquiere una envergadura totalizante: "Debido a la diversidad de sus es-
tructuras temporales, la ciudad, en parte, escapa a la tiranía de un solo presente y
a la monotonía de un futuro que consiste en repetir un solo latido oído en el
pasado. Mediante una orquestación compleja del tiempo y del espacio, y asimismo
mediante la división del trabajo, la vida en la ciudad adquiere el carácter de una
sinfonía; las aptitudes humanas especializadas y los instrumentos especializados
producen resultados sonoros de un volumen y una calidad que no podrían obtenerse
empleando uno solo de ellos" (Mumford, 1959: 12). Pero, no obstante tamaña
majestuosidad, el historiador no puede obviar la constatación de los aspectos
de ruptura social de la ciudad: "Cuando la ciudad deja de ser un símbolo de arte
y de orden actúa en forma negativa: expresa y contribuye a dar mayor amplitud al
hecho de la desintegración" (ibid.: 14). Y esa será la situación en la que el barrio
de los trabajadores aparecerá como indicador de "desintegración", muestra
ostensiva de la diferenciación de sujetos sociales y, de hecho, de una des-
igualdad social totalizada en la ciudad y distribuida en los barrios.

El barrio obrero, tipificaciones y paradojas


La perspectiva culturalista nos describe a la ciudad industrial como aque-
lla tipificada por rasgos particulares, como una "mayor fluidez en los sistemas
de clases", o por la presencia de la educación popular, de los medios de
comunicación de masas y el "desplazamiento de parte de la élite desde el centro a
la periferia urbana" (Sjoberg, op.cit.: 26). En general, se atribuye a la ciudad
a secas lo que se concibe como parte esencial del sistema capitalista,
fundamentalmente "que [las ciudades] abren los canales de la oportunidad y
asi dan mayor importancia como base de ia posición social y los logros que ai
nacimiento" (Davis, 1979: 304). A su vez, junto a estos rasgos progresivos
se describe ese conjunto de características negativas que se tomarán como
propias de la ciudad i n d u s t r i a l a secas; segregación, pobreza y
deshumanización de la vida social. Las tres son consideradas consecuen-
cias de la complejidad social de los tiempos modernos. ¿Qué papel ocupa el
barrio en esos enfoques?
Antropología de lo barrial
56
En cuanto a la segregación y la pobreza, el barrio será el receptáculo de
viviendas donde se hacinan en forma disruptiva las clases trabajadoras urba-
nas y aquellos sectores sociales "no integrados" a la maquinaria de empleo
formal. Esta posición asocia al barrio de trabajadores con el típicamente
desintegrado slum (Mumford, 1959: 205-214). Sus condiciones de vida quedan
comparativamente calificadas así: "Tanto los barrios viejos como ios nuevos [de la
ciudad industrial del siglo XIX] eran quizá más insalubres que las chozas de la
Europa medieval" (lbid.: 209). Y también se relaciona al barrio con la presencia,
dentro de las grandes ciudades de los siglos XIX y XX, de minorías étnicas,
adquiriendo el carácter de ghettos (Tauber, 1979). El Slum y el ghetto aparecen
como los puntos problemáticos de la ciudad moderna occidental. Pero la
realidad barrial típica del siglo XIX estará constituida por los barrios obreros,
que rodearán a las grandes industrias, cuyas viviendas, por ejemplo, serán
descriptas como "asoladoras" (Kirschenmann & Muschalek, op.cit.: 31) y
paradójicas, ya que, como señalaba Fassbinder, "como consecuencia de los
bajos salarios que perciben los proletarios es de suponer que, a medida que au-
menta el número de trabajadores dentro de un barrio, disminuirá la capacidad de
pago del promedio de los habitantes; debido a esta causa, empeorarán las condi-
ciones de las viviendas. Todo lo dicho tendrá refíejo en el hecho observable de que
cuanto peores son las viviendas de un barrio mayor es el número de los que
intentan encontrar alojamiento en él" (Barrios obreros berlineses; citado por
Kirschenmann & Muschalek, op.cit.: 50). Esto sin olvidar la existencia de los
barrios residenciales habitados por la burguesía, los barrios comerciales y los
nuevos suburbios que serán tildados también de barrios. El fenómeno de
traspaso y adaptación de los grandes caserones burgueses como casas de
inquilinato de los obreros se profundiza, transformando la Identidad de los
barrios o constituyendo esas mismas identidades.
Las condiciones generales de existencia de estos lugares pueden
categonzarse como una extensión cuantitativa de lo descripto para la ciudad
industrial en general, si bien el siglo XIX ve surgir lo mismo pero acentuado
hasta adquirir signos cualitativamente distintos, en los aspectos sociales,
políticos e ideológicos. Nos referimos al grado de importancia que tendrán en
este siglo las luchas sociales en relación con las luchas nacionales, junto a
procesos de acceso al poder real (la Comuna de París, por ejemplo), y al papel
creciente que asumen las reformas específicas dentro de las condiciones de
vida urbana, tanto en función de intereses de transformación como desde el
punto de vista de los capitalistas mismos. Paradójicamente, la asunción de la
problemática específicamente urbana será la que provoque un mayor número
de respuestas alternativas generales desde los reformadores sociales o
utopistas, que no estarán alejadas del horizonte ideológico en gestación de
las nuevas capas medias urbanas pequeño-burquesas, con sus ideales, valo-
res, identidades y contradicciones. Y el barrio obrero se constituye no sólo en
el escenarlo de las luchas entre patronos y obreros, sino entre los obreros
mismos para usufructuar el espacio urbano, en una seguidilla de rencillas
barriales constantes que sabotean el espíritu de unidad de la clase y por el
El barrio en la historia
57
que "el sentimiento de comunidad [del proletariado] se tambalea y muere"
(Fassbinder, op.cit.). Además, el temor a las insurrecciones no será mayor que
el fastidio por la molesta presencia del pobre cerca de la residencia burguesa.
El primero se neutralizará con la construcción de las grandes avenidas y los
grandes parques desde donde se pueda usar la artillería contra las masas. Y
para los momentos de calma se utilizará a los agentes de policía, reclutados
en los mismos barrios pobres (Hobsbawm, 1978).
Una de las preguntas hechas desde algunos enfoques históricos de estos
procesos urbanos es en qué medida la vida en esos barrios incide en el desa-
rrollo de los procesos políticos de la época. Y, consecuentemente, cómo se
establece la relación entre los órdenes público y privado respecto a los acto-
res sociales residentes. Se identifica sin duda la "vida de barrio" con la vida, en
las calles de los barrios, y sus relaciones con el espacio semi-público de la
taberna (a la que penetraría la vida de barrio), donde el contacto entre los
actores individuales genera procesos culturales y políticos particulares
(Garrioch, 1986). Todo esto redunda en que se ponga en el tapete la cuestión
del para quién de la ciudad, desde donde se gestarán, a partir de esta época,
las respuestas alternativas, para las cuales la ciudad adquirirá el valor de
escenario ponderado en la discusión sobre las utopías sociales. Por eso se
desembocará, en el siglo XIX, en el planteo de "las grandes esperanzas", du-
rante oposición a las cada vez más explícitas denuncias contra la ciudad in-
dustrial (Benévolo, 1967: 30). Es el momento en que surgen las primeras
aproximaciones conceptuales sobre el fenómeno urbano y, como consecuen-
cia de ello, de la realidad barrial.
Variables, haberes y deberes
teóricos de lo barrial

Distribuyamos en un mapa conceptual el conjunto de variables tratadas


hasta ahora. Distinguimos en principio los aspectos que tienen que ver con el
concepto más restringido, que acota el barrio al espacio físico-arquitectónico
de una parte de la ciudad; lo que podemos llamar espacialidad de lo barrial.-Se
articulan a éstos la cuestión de las marcas, los límites y la consideración de!
barrio como unidad física, y su actuación como referente tangible de identida-
des y símbolos. En segundo término, lo que se podría llamar escenificidad del
barrio, entendido como recinto o escenario social, en el que se aglutina la
problemática social general y a lo que cabe preguntar en qué medida pueden
establecerse, para cada uno de esos problemas urbanos, relaciones de de-
terminación o subordinación, o bien cómo se traducen cada uno de estos
problemas en las realidades barriales particulares. En tercer lugar, la
funcionalidad estructural del barrio, o el rol que juega dentro de la estructura
socio-urbana. Definida la ciudad por su papel en la reproducción social y mate-
rial, como un recurso cuyo valor de uso abarca diferentes funciones, el barrio
conforma una porción de este proceso. ¿Cuáles son los usos urbanos especí-
ficos del barrio que se distinguen de los consumos generales del espacio que
ejerce la ciudad en forma amplia? La respuesta a este interrogante está en
los distintos tipos de ciudades constituidos a través de la historia, cada uno
de los cuales desarrolló, a su vez, barrios donde ciertas características funcio-
nales resaltaban del resto, como la residencial, la localización comercial, in-
dustrial, administrativa, y se articulan otras variables como el poder local, el
centralismo, las organizaciones intermedias y las unidades administrativas.
Estas tres variables (espacialidad, escenificidad y funcionalidad) adquieren
sentido dinámico en una dimensión estructural dentro del sistema urbano,
que sitúa el barrio como insumo de la reproducción necesaria de las clases
trabajadoras, resultado de la división del trabajo y de la distribución desigual
de la urbanización, en oposición a los espacios centrales de las ciudades,
apropiados por las clases dominantes. Este carácter estructural-dinámico de
lo barrial se podría sintetizar con el término segregacionalidad, con el que apun-
tamos al barrio como consecuencia de la lucha de clases en el ámbito de la
reproducción social referenciada en el espacio, y que antes habíamos resumi-
do en lo que llamamos el primer contexto denotativo del significado de barrio.
Se asocia al sentido paradójico de ser aquellas partes de la ciudad que más
atractivas se tornan para las masas que forman la fuerza de trabajo —en
actividad o en reserva— en la misma medida en que se deterioran sus condi-
ciones materiales. Este proceso constituye la pobreza y exclusión urbanas,
Variables, haberes y deberes teóricos de lo barrial
59
que se distinguen de la rural en cuanto a sus ventajas comparativas, por la
cercanía relativa con los satisfactores de consumos colectivos que, en la ciu-
dad, resultan al menos reivindicables. El barrio juega, entonces, el papel de
indicador espacial y variable dependiente de la diferenciación social y la lucha
de clases. Ubicamos luego lo que podemos llamar intersticiatidad de lo barrial,
como espacio en el que confluyen lo público y lo privado y donde emerge lo
popular. Lo barrial abarca el espacio de la interacción primaria y se distingue
del espacio urbano destinado a los centros y monumentos religiosos y estata-
les, pero no se reduce al espacio doméstico, que en la Modernidad se consti-
tuirá en paradigma de lo privado.
Es posible distinguir, asimismo, las relaciones de inclusividad de lo barrial,
como parte de un todo. Esto pone en consideración las diferentes relaciones
del barrio con el escenario mayor que lo abarca, la ciudad. El paradigma de la
Modernidad gesta la ponderación de determinados valores que actúan como
ejes de diferenciación entre los lugares centrales y las partes barriales. La
idea de centralidad de lo urbano va pareja a la de penfericidad de lo barrial. La
idea de "barrio bajo" pre-moderno es el resultado de esta diferenciación:
parte de la ciudad que queda por debajo o al margen de lo moderno-urbano
y marcado principalmente por su carácter "caótico" y "marginal". Desde aquí
se constituye también la necesidad de la "integración" de las partes
disfuncionales o "patológicas", a las que la noción de movilidad social da alien-
to, referenciándose en los diferentes tipos de barrio. 5e establecen, enton-
ces, las posibilidades de cambio o adaptación a los modos de vida central-
mente concebidos como urbanos. Y esto se verifica en la teoría y en la asun-
ción de los actores, como constatamos con el lema de la relación entre el
barrio reivindicado y la villa miseria. Sin embargo, no debemos olvidar la atri-
bución de centralidad al barrio cuando se lo confronta con la parte negra de la
ciudad. El barrio mismo actuaría como una problematizadón del componente
totalizador de la ciudad.
En torno a las diversidades barriales, tanto en la dimensión sincróni-
ca como en la h is tór ica se plantean otras tres variables, relacionadas entre
s í : la identidad, la segmentalidaü y la tipicidad. La i d e n t i d a d social referenciada
en distintos barrios es lo que definimos cuando los actores o grupos
s o c i a l e s asumen i d e n t i f i c a r s e o pertenecer a determinados barrios,
como forma de distinguirse y condicionar las conductas colectivas. La
hipótesis ya expuesta dice que la i d e n t i d a d barrial actúa como variable
independiente en los casos de una misma condición socio-económica de
los barrios. La segmentalidad es la particularidad que tienen l o s barrios
de i n c l u i r en su i n t e r i o r a sectores con i d e n t i d a d e s heterogéneas,
sin perder la relación de unidad dentro de la misma identi dad barrial. Por
ejemplo, el funcionamiento interno de grupos sociales como las barritas.
La tipicidad es la atribución de categorlzaciones genér i c a s , dicotómicas y
estereotipadas sobre determinadas identidades barriales, cuando se
recorta con cierta autonomía la relación entre los problemas urbanos y el
barrio como soiución ideológica, cuando las iden-
Antropología de lo barrial
60
tidades estigmatizadas actúan como variables independientes, al ser
usadas prejuiciosamente como "causas" de esos problemas, dando como
resultado que no se tome conciencia de l a s determinaciones reales de
esos problemas. Se recordarán l a s hipótesis que establecían, por un
lado, que la negritud de ciertas partes de la ciudad es trascendente aun
a lo barrial, ya que abarca la villa (como su referente) y el barrio (por ej.,
de monobloques, o a u n el "histórico") y, por el otro, que una de l a s
funciones cumplidas por estas asunciones es servir tanto para la cons-
trucción de identidades desde lo propio (el nosotros), cuanto para las
estigmatizaciones ( l o s otros), independientemente del carácter físico-
social de las unidades espaciales. Por último, se vio cómo la identidad
referenciada en la v i l l a miseria se parangona con la identidad de l o s
barrios y con lo que denominamos defensa de la blancura barr ia l .
Pueden diferenciarse, a continuación, las variables que refieren a aspectos
significacionales y simbólicos. Hablamos de la capacidad de lo barrial para cons-
truir y ser construido por el imaginario social; lo que podríamos llamar la
imaginalidad de lo barrial. De acuerdo con esta variable, el barrio actúa como
referente de una representación, de una imagen sostenida por actores. Junto
a su carácter físico-espacial pasa a ser un conjunto de rasgos, atributos, signos
ubicables en la esfera ideológico-simbólica y ligada a la relación entre esas
imágenes y las ocupaciones del espacio barrial concreto. En términos históricos
lo colocábamos en las imágenes ciánicas, fratriales, gremiales y de clase social,
según las épocas. La relación contrastante entre las marcas urbanas de lo
barrial y las vivencias barriales, se manifiesta en el desfasaje entre las unida-
des administrativas, circunscripcionales y distritales, y los barrios concretos vivi-
dos por los vecinos. Y la imaginalidad también tiene importancia en la reivindica-
ción de lo barrial como utopia o aspiración, en relación con las condiciones y
calidad de vida urbana, de la misma manera que un sentido connotativo lo
situaba como ideal de vida comunitaria, humana y digna dentro de la totalidad
urbana, lo que podríamos llamar idealidad, cuando la noción de barrio es en sí
misma idealizada, tanto hacia el pasado cuanto hacia el futuro.
Dentro del conjunto de variables asociadas a la capacidad de lo barrial
para ser representativo o sustituto de valores, debemos incluir, entonces, lo
que —para continuar con los neologismos— podríamos llamar simbolicidad de
lo barrial. Los valores así construidos por los actores en situación tienen en el
barrio su referente socio-espacial, que se refleja en la producción de sentido
del imaginario urbano, con representaciones no sólo no coincidentes con las
marcas físicas sino hasta contradictorias. Entre los más recurrentes (además
de la referida idealidad) está la emergencia como símbolo de las bases popu-
lares, de cohesión e integración social, de orden, inocencia, tradición, autenti-
cidad y pertenencia, pero también degradación. El barrio mismo aparece como
un valor principal cuando sirve de eje de distinción por encima de otros signos
atributivos, como es el caso de los hinchas de fútbol, las patotas barriales y
los militantes políticos, condensándonse de modo más específico en la figura
del muchacho de barrio. Esta trascendencia simbólica de lo barrial, como valor1
Variables, haberes y deberes teóricos de lo barrial
61
en si mismo, compartido por distintos grupos sociales, podría plantear la posi-
bilidad de constituirse en cultura, entendida como sistema de representacio-
nes y prácticas compartidas socialmente en torno a valores distintivos; poten-
cialidad a la que vamos a llamar cultuncidad de lo barrial.
Finalmente, se nos plantea la articulación de los interrogantes e hipótesis
desglosados hasta ahora, principalmente la trascendencia o subordinación
del barrio dentro de la totalidad urbana, donde se apuntaría a establecer sus
relaciones con los niveles de determinación social estructurales de la socie-
dad moderna y, en segundo término, a delinear su papel como valor de trans-
formación y alternativa social.
Por razones de espacio dedicamos enteramente otro trabajo a los
marcos teóricos del barrio y lo barrial, que en parte ya hemos esbozado
en otra publicación (Gravano, 1995). Aquí ofrecemos sólo l a s conclusio-
nes (con el riesgo de ofrecer poco basamento probatorio para los no
conocedores de la bibliografía).
En principio, nos encontramos ante una visión mecanicista ahistórica y otra
dialéctica e histórica, que tienen efectos en el tratamiento de los fenómenos
asociados a lo barrial. La primera hunde sus raíces en el idealismo de los
utopistas comunítarístas del siglo XIX y se desarrolla en plenitud en el
tipologismo weberlano de la escuela de Chicago y dualismos diversos del pen-
samiento social actual, principalmente amparados en la ideología de la inte-
gración-adaptación funcional-desarrollista. La segunda no constituye un cor-
pus ordenado ni armado, sino un conjunto de ofertas y contraofertas teóricas
que tienen al marxismo como telón de fondo y emergencias notorias, como la
teoría de la dependencia y la teoría del conflicto. Ambas posiciones conforman
una unidad de opuestos que pueden complementarse, a partir de una para-
doja inicial: desde el marxismo —y su basamento en los procesos histórico-
estructurales y las contradicciones sociales— se edificó una visión fundadora
del fenómeno urbano (con Federico Engels); pero la lectura literal del argu-
mento de la ciudad como variable dependiente del proceso social general
tuvo como efecto un interregno teórico, desde la asunción de esperar que los
problemas urbanos hallaran soluciones definitivas en la revolución social, lo
que dio como resultado un relativo estancamiento de los aportes teóricos
específicos sobre el urbanismo. Del otro lado, los teóricos e ideólogos
funcionalístas e idealistas construyeron un conjunto de formulaciones especí-
ficas acerca de lo urbano, al considerarlo variable independiente de las gran-
des determinaciones, y sin tener en cuenta las condiciones materiales de cla-
se que formaban su marco. Ambas tendencias, más que repelerse se necesi-
tan; unas por totalistas pero no específicas y otras por específicas pero no
totalistas. Y así como nos resulta difícil aceptar el ahistoricismo urbanicísta sin
criticarlo desde el materialismo histórico; el deductivísimo y la hipertrofia de
posturas totalistas nos aparecen insuficientes al momento de dar cuenta de
procesos concretos. Nuestro balance respecto del barrio en la teoría social
intenta recuperar lo que nos resulta pertinente a nuestro objeto y plantear
aquello que esté vacante de indagación.
Antropología de lo barrial
62
El paradigma compuesto por la oposición entre lo moderno y !o tradi-
c i o n a l sitúa a lo urbano dentro del primer término, en tanto en el polo
opuesto quedaría la comunidad aldeana pre-urbana. Esta fue actualiza-
da, primero, ideológicamente por las utopías (socialistas del siglo XIX) y
l ue go teóricamente por [as tipologías (de cuño weberiano). La primera
corriente p l a n t e ó soluciones ahistóricas a las problemáticas urbanas
modernas, sobre la base i l u s o r i a de que el ordenamiento urbano y el
sistema social eran lo mismo y que la "naturaleza humana" resultaba
opuesta de por sí a la complejidad de la ciudad industrial. Tradujeron su
oposición al sistema y sus reclamos de reforma social en términos de
reordenamíento espacial-urbano, sobre la base de la noción de comuni-
dad. El i d e a l i s m o filosófico que les imbuía no les hizo ver la inserción
inevitable dentro del sistema capitalista industrial de las realidades que
intentaban Inventar. No cuestionaron, así, el sistema de clases, y reem-
plazaron la actividad política contra éste por el voluntarismo de tipo
salvacionista. Sustancializaron la concentración urbana capitalista a l r e -
dedor de la industria y no fueron más allá de los síntomas que deseaban
eliminar, cuyos indicadores principales eran colocados en los barrios obre-
ros. Oponían la noción de comunidad a la de barrio, concentrando en
éste la carga negativa de los centros industriales modernos.
Esta misma oposición sirvió de base para los enfoques tipológicos. Al
dilema sobre las posibilidades de vida humana comunitaria en el seno de las
"jaulas de hierro" (Weber) se lo despojó de las intenciones reformistas, para
integrarlo en la construcción de modelos empíricamente constatables que
partirían de los datos de la ciudad real del industrialismo. Una paradoja de
base enmarca la emergencia del dilema, al preconcebirla como un obstáculo
natural e inevitable para el desarrollo pleno de la vida comunitaria, repre-
sentada, a su vez, por las relaciones de vecindad en la ciudad misma, lo que
denominamos idealidad de lo barrial-comunitario. Estas tipificaciones han
sufrido diversos vaivenes, ai ritmo del eje del orden y desorden urbano.
Precisamente la teoría de la desorganización o del desvío, señala que lo que
se aparta de la imagen de la clase media constituiría el foco de la urbanística
(los problemas urbanos) y de la ciencia social en general (los grupos desvia-
dos). Más que la ciudad como laboratorio (como enunciara Robert Park),
fueron los barrios distintos respecto a esa media los que se constituyeron en
tubos de ensayo de la emergente ciencia de los fenómenos urbanos. Se
articulan aquí las distintas atribuciones del barrio bajo como realidad caótica
o desordenada de por sí o respondiendo a un orden típico y particular, cuya
causa se sitúa en la cultura originaria de sus pobladores, en su continuidad
tradicional, o en el surgimiento de situaciones inéditas que encontraban en
la cultura la forma de posicionarse estratégicamente en los contextos de
conflicto social entre grupos migrantes y la sociedad mayor (cuya imagen no
era otra que la de la clase media). Esta relación de causalidad mecánica
entre fenómenos sociales emergentes no dejó de estar presente en la pro-
ducción sobre el urbanismo central y sobre la urbanización subalterna, si
Variables, haberes y deberes teóricos de lo barrial
63
bien hubo quienes pretendieron ast'mir una crítica que (salvo desde el mar-
xismo) muy pocas veces tomó un carácter antagónico. El planteo de fondo,
en efecto, partía de una concepción de las clases sociales no como el resul-
tado de intereses y contradicciones sino como conglomerado mecánico y
yuxtapuesto, basado ¡decimente en la integración homeostática (teoría del
equilibrio; ver Gravano, 2003). Es lo que se refleja tanto en las teorías del
slum, de la comunid?d, de la vecindad, de la margínalldad (desde la moder-
nización), en las que permanentemente subyace la dicotomía entre un polo
dinámico —el moderno— y otro esencialmente estático —el barrial — . Los
datos más notorios de l o s barrios que s i r v e n para corroborar estas
formulaciones —la pobreza y la problemática social — , son explicados por la
polaridad en sí y sus causas son, en el fondo, atribuidas a los barrios mjs-
mos. El dualismo de fondo se ha transformado hoy en una serie de dicoto-
mías renovables, que fluyen y adquieren estatuto de objetos, al compás de
las modas académicas.
Estos enfoques mantienen la integración social (al mundo de la clase me-
dia típica) como parámetro básico y universal del paradigma, manifestando
así su soclocentrismo. Y cuando se plantea en términos culturales, aparece
con nitidez el etnocentrismo. Los barrios que constituyen sus objetos, en tan-
to, quedan subsumidos en sus explicaciones inherenciales. Estas visiones
ocultan la segregación, cuando no la justifican, en aras de la neutralización de
los conflictos sociales. El conflicto social ocupa, dentro de estos planteos, el rol
de un obstáculo, no de una motorización de la dinámica social. Por eso se
destaca el papel de la noción de "pérdida". La comunidad barrial, en relación a
la vida urbana moderna, aparece siempre como algo que se pierde. Las rela-
ciones de vecindad, respecto al crecimiento del urbanismo, también "se pier-
den". Sería algo así como la preconcepción de una puja donde hay marcados
de antemano ganadores y fracasados (lo urbano venciendo al barrio).
El modelo de la sociología funcionalista, principalmente norteamericana,
cierra en su balance ideológico y empírico pues está soldado a su base
dualistica y tipológica, sostenido por su concepción mecanicista de las clases
sociales, y amparado por un positivismo metodológico que le hace ver en la
realidad indicadores que en su mayoría obedecen a los contenidos de las
representaciones de las capas medias. De ahí su amplia aceptación y su vi-
gencia actual como parte de la ideología con la que se opera respecto a las
políticas y acciones urbano-barriales. Coincide, además, con las tipificaciones
más recurrentes en el sentido común, para ías cuales en gran medida ha
servido de sustento teórico. La consideración de ciertos barrios tipificados de
la ciudad concebida como variable independiente, capaz de condicionar com-
portamientos sociales e individuales, se transforma en usina de muchas de
las asunciones sobre lo barrial que describimos en otra parte de este trabajo,
titulada La ñata contra el barrio.
En contrapartida, se plantea la necesidad de recuperar la idea de la totali-
dad y unidad del mundo tradicional y moderno, desarrollado y subdesarrolla-
do, central y periférico, y de sus relaciones dialécticas de oposición dentro de
Antropología de lo barrial
64
esa unidad. El barrio, en el marco de estas relaciones, pasa a ser una parte
de un todo interrelacionado y en interrelación con él, no una comunidad cerra-
da. Dentro de esa relación de totalidad, es necesario ponderar el papel
estructurante e histórico (generador de contradicciones) de la lucha de cla-
ses. En ella el barrio ocupa el lugar de indicador de los procesos de segrega-
ción urbana. Los contrastes de clase (de la que los barrios son marcas físicas)
se dan por la apropiación del excedente urbano dentro de la propia unidad
ciudad, entendiendo por urbano el valor de uso de la ciudad como insumo
necesario para la reproducción material y social.
La visión dialéctica de este proceso de constitución de lo urbano y lo
barrial desbarata la posibilidad del dicotomismo esencialista, pero ia re-
lación de to tal id ad que genera no es suficiente si no da cuenta de los
procesos concretos situados a nivel de la vida d ia ri a de los actores so-
c í a l e s sujetos a esta determinación histórica y estructural. Esta crisis de
la hipertrofia deductivista de la t o t a l i d a d es subsanada mediante los
enfoques que tratan de proyectar la misma mirada dialéctica en el inte-
rior de los procesos y no se conforma sólo con las grandes líneas exter-
nas a esos procesos. Por eso reafirmamos que lo importante no es consi-
derar a las realidades barriales fuera o dentro de la lucha de clases, sino
concebirlas desde la perspectiva de la lucha de clases. Resulta indispensa-
ble la teoría de la dependencia, pero proyectada desde la visión de la inde-
pendencia, que dé cuenta de las relaciones de subordinación y poder en los
barrios, hacia los barrios y desde los barrios, en términos de desafío
interpretativo más que de hiper deducción abstracta.
Al interesarnos el problema de la generación de significados, principal-
mente los que sirven para constituir identidades, obligadamente debere-
mos situarnos en un proceso de construcción de hegemonía y poder, desde
el plano meramente significativo y comunicativo hasta el más complejo de lo
que en términos marxistas sería un problema de conciencia social, de la cual
la producción ideológica constituye un fenómeno más amplio. A nosotros
nos interesará indagar el modo como se construye esa identidad respecto
al barrio y finalmente responder al porqué histórico de existencia y genera-
ción de esa construcción ideológica. Estos últimos niveles de análisis son los
que han servido para fundamentar el reclamo, que compartimos con Jesús
Martín-Barbero, acerca de la necesidad de profundizar en la dimensión sim-
bólico-cultural-histórica de los barrios como ámbitos de un valor simbólico
todavía secundarizado en las investigaciones, que promueve nuestra pos-
tura de focalizar un estudio antropológico del barrio y no sólo de lo que
acontece en el barrio.
Al plantear la inserción de esa trama de significados dentro de todo proce-
so de lucha ideológica y no sólo de los efectos simbólicos, el barrio estará
representado obligadamente por las voces de quienes lo viven, desde la asun-
ción con que Waiter Benjamín nos inspira a pararnos ante la producción ideo-
lógica y cultural, que es lo que mostraremos en los capítulos siguientes.
Realidades barriales
El proceso urbano
y los barrios en Buenos Aires

Vamos a plantear la necesidad de investigar ia producción de sentido


con referencia al barrio sobre la base de dos ejes: la identidad y la
simbolicidad del barrio en función de nuestro interrogante p r i n c i p a l so-
bre su significación. Desde un enfoque inductivo-deductivo, trataremos
de hacer el primer acercamiento semiótico —tal como lo planteara Yurij
Lotman (1979)— al concepto central, en términos antropológicos: no un
significado abstracto sino el que los actores dan al barrio. Para esta
tarea, apelaremos a lo que llamamos teoría de la alternidad de la pro-
ducción ¡deológico-cultural, que desarrollaremos en el c a p i t u l o siguien-
te. Tomaremos la producción de sentido que construye una relación de
identidad en torno al espacio barrial. El propósito es encauzar nuestras
indagaciones hacia un fenómeno constituido en la historia no como algo
en sí, s i n o dentro de relaciones de contradicción e interdependencia,
tanto en su constitución interna cuanto en su contexto global. Asi, tra-
taremos de introducirnos en ios mecanismos internos de esa producción
histórica de sentido que tiene al barrio como referente.
Para definir nuestras unidades de observación, en principio, apuntare-
mos al barrio extenso, se lo conciba o no como vecindario (de relaciones
primarias), de acuerdo con sus marcas externas, para pasar así al barrio
vivido por los actores. Este ir y venir entre lo estructural y lo vivido, lo
personal y lo histórico, nos impone también Introducirnos en el proceso
urbano de la Región Metropolitana, donde ubicaremos nuestras investiga-
ciones. Decidimos comenzar la investigación en un barrio de la ciudad de
Buenos Aires visto desde el imaginario generalizado como típicamente "obre-
ro" y "medio", pero fundamentalmente como "un barrio": Villa Lugano. En
forma paralela, hemos realizado trabajos menos intensivos en dos barrios
de las mismas características (Parque de los Patricios, de la misma ciudad,
y Gerli, en el partido de Avellaneda, de la RM) que nos sirvieron para dise-
ñar una aproximación a un modelo de identidad referenciada en este tipo
de barrios. De ahi nos dejamos conducir por los ejes y contenidos de la
investigación misma y pasamos a estudiar un complejo habitacional cerca-
no en la geografía y lejano en los significados del barrio-barrio. Luego nos
distribuimos en varios y distintos barrios de la Región para verificar nues-
tras hipótesis emergentes de los trabajos que fuimos escalonando. Final-
mente, complementamos los estudios sobre las representaciones simbóli-
cas de lo barrial con el enfoque acerca de las prácticas barriales.
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires 67

La matriz inicial
El proceso de urbanización del Litoral argentino entre finales del siglo XIX
y mediados del XX, ha estado subordinado a la inserción del país dentro de
(as relaciones internacionales de producción e intercambio (división interna-
cional del trabajo), en el contexto de la dependencia de los centros económico-
financieros dominantes (británico, norteamericano y multinacional-
globalizado, según los momentos). La dependencia del desarrollo urbano
respecto de la estructura económica no implicó una correspondencia directa-
mente sincrónica. Según sostienen Vapnarsky & Gorojovsky (1990), la etapa
de factoría agro-exportadora, que en términos económicos había finalizado
entre 1914 y 1930, continuaría su expresión urbana (entendiendo por ésta
la distribución espacial de los mercados de consumo y mano de obra) hasta
mediados del presente siglo. ¿Cuál fue esta expresión urbana? En primer
lugar, la reapropiación por parte de la ciudad-puerto Buenos Aires, de las
prerrogativas que gozaba durante el régimen feudal colonial. En segundo
término, para el desarrollo urbano central, el país en ciernes continuó atado
al eje agro-exportador, cuya marca más patente fue el sistema de comunica-
ción ferroviario, matriz a su vez del surgimiento y crecimiento de centros
urbanos regionales, todo en relación de dependencia con Buenos Aires. El
signo urbano más evidente de este proceso fue la macrocefalia porteña,
política, económica y cultural, opuesta (en rigor, desde sus clases dirigentes)
al desarrollo del mercado interno y de una industrialización nacional relativa-
mente autónoma (lo que habría invalidado, de hecho, un crecimiento urbano
desequilibrado entre las distintas regiones del país). La densificación de las
concentraciones, principalmente Buenos Aires y Rosario, adquirió un carác-
ter aceleradísimo37. La ciudad de Buenos Aires pasó de alojar 150.000 habi-
tantes en 186S, a 433.000 en 1887 y 1.500.000 en 1913, incrementando su
población, entre 1869 y 1947, unas 25 veces. Para mediados del siglo XIX
vivía en ella más del 30% de la población nacional, estimada en 17 millones.
¿Cuáles contigentes, cultural y socialmente hablando, corporizaron este hiper-
crecimiento urbano? Principalmente eran el resultado de la inmigración
transoceánica, ya que, como demostrara James Scobie, por cada europeo
radicado en el ámbito rural, diez se iban a ocupar de actividades urbanas
(Scobie, 1986). Italianos y españoles en su mayoría, imprimirían en la reali-
dad urbana una huella no sólo étnica y social (el grueso eran fuerza de
trabajo expulsada del campo y las ciudades europeas) sino también cultural,
constructora de identidades urbanas, cuya tipicidad mucho iba a tener que
ver con las realidades barriales de los grandes centros urbanos.
En Buenos Aires, este proceso se manifestó dentro de una morfología ur-
bana clásica del fenómeno llamado "primacía" (respecto a su región de in-

Mientras en 1869 sólo un 28% de la población argentina vivía en ciudades, en 1895


ese porcentaje subía a! 37% ; en 1914 a jn 53%; en 1947 a un 62%, y en 1960 a un
72%, alcanzando casi un 80 por ciento al finalizar la década del sesenta (Vapnarsky
S Gorojovsky, 1990: 14).
Antropología de lo barrial
68
fluencia), con un sistema radiocéntrico de urbanización cuyo nodo principal
fue el puerto38. Los afluentes migratorios externos se asentaron en forma
mísera y pretendidamente efímera en el centro de una ciudad cuyas clases
dominantes miraban cada vez con mayor obnubilación estética y formal hacia
París, más que a su interior regional o nacional. Hacia el sur de la ciudad —ya
abandonado por la élite, luego de la epidemia de fiebre amarilla de 1871—,
los barrios La Boca y Barracas habían compuesto el primer anillo de residencia
de la fuerza de trabajo, en las cercanías de las primeras fuentes de empleo
(talleres artesanales e industrias livianas). Las misérrimas condiciones de vida
en los conventillos (ocho personas en una pieza) inauguraban el marco de
contrastes urbanos en el que transcurriría el siglo. Desde su centro, la ciudad
comenzó a extenderse en forma tentacular, ayudada luego por la red tranviaria,
hacia los nuevos barrios. Al oeste y al norte, invadiendo zonas de quintas y
según los ejes del ferrocarril: Flores y Belgrano. La conurbancíón de la otrora
Gran Aldea estaba en marcha —hacia los años veinte— en forma anárquica y
acelerada, a pesar de los primeros ensayos reguladores (Bases, 1989: 21).
Según Horacio Torres (1975: 290), hacia 1910 comienza el acceso a la propie-
dad urbana de poco menos de la mitad de los primeros inmigrantes europeos,
que coincide con su ascenso social, lo que en términos urbanos va a configurar
el proceso de suburbanización de la ciudad. Este traslado desde el
conventillo al resto de la ciudad o a sus suburbios no implicará de todas ma-
neras un cambio más que para este sector, ya que aun el paisaje urbano de
inquilinatos de La Boca, por ejemplo, continuará con su función de residencia.
mísera y hacinante hasta muchas décadas después. Lo que cambiaría sería el
lugar de origen de sus habitantes, no sus condiciones de vida (Grillo, 1988;
Lacarrieu, 1990 y 1993).
Entre la crisis de los treinta y mediados de los cuarenta, se acentúa un
proceso firme de industrialización (sustitución de importaciones), que es in-
ductor de una suburbanización por loteos para vivienda unifamiliar de la fuer-
za de trabajo industrial. Se produce un crecimiento urbano extensivo con baja
densidad. La industria se localiza en ejes de circulación que adquieren la típica
morfología urbana de casas de una planta y obrera —San Justo, San Martín,
Munro, Avellaneda-Lanús—. El Estado de Bienestar se impondrá como necesi-
dad estructural y como resultado de las luchas sociales. Comenzará a actuar
en el terreno de la provisión de vivienda social. A partir de 1945 se acrecien-
tan los planes estatales de vivienda, que toman dos modalidades: por un
lado, el crédito inmobiliario personal, que expande la alfombra urbana hacia el
Gran Buenos Aires, acompañado de la autoconstrucción, que constituye un
fenómeno constante hasta la actualidad y cuyo indicador más patente es la
proporción de propietarios suburbanos, que pasa del 43% en 1947 al 67% en

Al puerto, la ciudad —habitada por quienes vivían de él— le daba "la espalda" en
términos urbanísticos. Precisamente es la construcción del puerto la que produce la
paradoja de escindir la ciudad de su río durante la década del 'SO, y una centuria
después se reforzaría con la construcción del "último barrio": Puerto Madero, producto de la
gentríficación.
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires 69

1960. Por otro lado, comienza a producirse la edificación de grandes conjun-


tos habitacionales, que se construyen —según los expertos— sin correspon-
der con la trama urbana pre-exístente, por lo que se constituyen en enclaves
que rompen el tejido urbano y conforman verdaderas barreras que impiden la
integración de ciertas áreas (Bases: 24). Son intentos de crear barrios de nue-
vo tipo, cuyas contradicciones se continúan debatiendo hoy día, y que tratare-
mos luego en particular. No obstante, en otros barrios que se construyen
desde el sector público durante el primer peronismo, preponderan el ideal del
estilo arquitectónico californiano por sobre el racional megalómano de propie-
dad horizontal (Caveri, 1976: 192): la casita baja, obrera, tipo chglecito. Para-
dójicamente, durante esta época, más precisamente entre 1950 y 1952, se
registra la mayor inversión histórica por parte del sector público en vivienda
popular, en tanto no se logra reducir el agudo déficit habítacional y surge el
fenómeno que signará una nueva etapa del desarrollo urbano, estrechamen-
te ligado —por aparente oposición— al fenómeno barrial: la villa miseria o "de
emergencia". Entre 1947 y 1970 la aglomeración metropolitana crece en ex-
tensión bajo estas tres modalidades {barrio, compiejo y villa), pasando de 19 a
31 kilómetros de radio teórico, en tanto la densidad baja de 80 a 56 habitan-
tes por kilómetro cuadrado. Mientras la población de la región no llega a dupli-
carse, la superficie urbanizada se sextuplica.

La ciudad crece por sus barrios


Nunca existió en Buenos Aires una delimitación estricta de las superficies
barriales; los límites entre cada unidad distintiva se instalaron en el imaginario
social subordinados a identidades de diverso origen. La industrialización y las
comunicaciones tuvieron mucho que ver en esto. Algunos historiadores con-
cuerdan en afirmar que la formación de los barrios se da por la delimitación
parroquial —San Nicolás de Bari, Monserrat—, por una inicial identificación en
torno a pulperías cercanas a polos laborales, como saladeros, barracas, cuarte-
les, —Caballito, Liniers—, encrucijadas de caminos —Belgrano—, estaciones de
ferrocarril —Almagro, Flores—, la extensión de la vía tranvial y las consecuen-
cias de los remates subdivisorios de grandes quintas y chacras (Luqui Lagleyze,
1994: 250). El epicentro de la región, la ciudad de Buenos Aires, creció desde la
orilla del río hacia el sur primero, hacia el norte luego, y se abrió en el semi-
abanico de la tierra interior hacia el oeste, de acuerdo con las extensiones de
transporte y el crecimiento industrial y de servicios. En el interior de la ciudad de
Buenos Aires, entre 1920 y 1945, se reafirma el barrio como tipicidad urbana.
La extensión tranviaria (Scobie asocia directamente "e/ tranvía y los barrios",
como parte de una misma configuración urbana y cultural) permitirá la comuni-
cación y a su vez la diferenciación entre el centro de la ciudad y enclaves de
identidad nueva, donde —según los historiadores— el desarrollo de un localis-
mo provinciano se verá permanentemente contrarrestado y desafiado por aquella
posibilidad de intercambio rápido y asimétrico desde el centro. Podemos decir
que nacen los barrios a la par del prestigio que adquieren "las luces del centro"
para los imaginarios surgidos en esos mismos barrios.
Antropología de lo barrial
70
Un equipamiento local también emerge en esta época como amalgama
tanto morfológica como comunitaria, aun cuando sus antecedentes puedan
hundirse en la sociabilidad semi-rural o aun de los pueblos de provincias. Clu-
bes sociales y deportivos, cafés de la esquina, cines de barrio, bibliotecas
populares, definen este paisaje barrial compartido en sus formas (Baudizzone
et al., 1988: 31). El pasaje de las viviendas colectivas (incluso desde los
conventillos) a la "casita propia" fue acompañado por el estrechamiento de
lazos de solidaridad mecánica horizontal entre vecinos que compartían tanto
la ocupación del mismo espacio urbano como un mismo origen y extracción
social (García Delgado & Silva, 1985: 69): la típica matriz social para la típica
vida de barrio. Una de las manifestaciones más características de esta vida la
constituyó el fenómeno social de proliferación de las sociedades de fomento,
agrupaciones vecinales voluntarias nucleadas en torno a las necesidades de
los nuevos barrios.
Los historiadores coinciden en que el fomentísmo comenzó con la funda-
ción de asociaciones de ayuda mutua y la cooperación entre vecinos de ba-
rrios relativamente homogéneos s o c i a l y étnicamente, en su mayoría
inmigrantes europeos. Las demandas cubiertas por las sociedades de fomento
durante el período de auge, en las décadas del veinte al cuarenta, apuntaban
al proceso de arraigo de unidades de vivienda nucleares de los sectores
populares en barrios cuya tipicidad principal estaba dada por la marca urbana
de sus casas bajas, de gente de trabajo que accedía a ellas por extensión
espacial hacia barrios nuevos, dada por el crecimiento de la clase obrera de
origen ultramarino, tanto en la etapa de Industrialización plena del Litoral
como durante la crisis del treinta. Respecto de esta primera etapa del movi-
miento es posible hablar de un protagonismo basado sobre la participación
activa de los vecinos y la utilización de la sociedad de fomento para canalizar
reclamos urbanos concretos. La primera protesta fomentista de notoriedad
callejera se da en 1920, con la ocupación del Concejo Deliberante por vecinos
que denunciaban fraudes en la adjudicación de viviendas construidas por la
Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. Se extiende hasta la época que
Luis Alberto Romero llama "el repliegue en los barrios", entre 1930 y 1943,
cuando, a consecuencia del golpe de Estado del general Uriburu y "cerrados 'os
caminos de la participación en la gran escena política, los sectores populares se
replegaron en los ámbitos celulares de la sociedad, en una serie de organizaciones
que se desarrollaron en los barrios y en las cuales era posible mantener una cierta
experiencia de participación igualitaria" (Romero, 1985: 68). Durante la década del
treinta, la presencia de las sociedades de fomento se expandió, al ritmo de la
extensión de las ciudades y las necesidades básicas de todo proceso de
urbanización "espontánea", frente a las cuales el Estado no se hacía cargo si
no se le reclamaba. Podría hablarse de una segunda etapa dentro de la
constitución de barrios de 'casitas bajas" más heterogéneos en su composi-
ción social, a los que poco a poco comienzan a agregarse las familias de
migrantes internos, desde las provincias pobres. Como describen García
Delgado a Silva: "Se introducen nuevos valores, ya que si la primera genera-
ción había resuelto sus problemas dentro del mundo étnico, los hijos de los
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires 71

inmigrantes comienzan a sentirse con más derecho ciudadano y a peticionar al


Estado. En consecuencia, las sociedades de fomento pierden ía homogeneidad
social e ideológica de sus comienzos" (García Delgado & Silva, 1985: 70). Con
el primer gobierno peronista, las sociedades de fomento adquieren un creci-
miento paradójico, ya que son integradas para la discusión y resolución de
los problemas municipales en las llamadas Juntas Comunales, pero al costo
de las contradicciones ideológicas surgidas a partir de la adhesión o no al
justicialismo, lo que implicaría en algunos casos una disociación para la
militancia. Al darse un crecimiento de la participación de la clase obrera y
demás sectores populares en otras organizaciones (sindicatos, unidades
básicas), que se aglutinan mayoritariamente bajo la identidad peronista, se
abre una competencia de hecho con las organizaciones vecinales tradiciona-
les de raigambre socialista, tanto en sus afanes movilizadores como en sus
funciones respecto a la sociedad política y el Estado.
El derrocamiento del peronismo corta la vinculación formal entre las socie-
dades de fomento y el poder político, al eliminarse las Juntas Vecinales y pro-
hibirse en forma expresa las "actividades políticas" dentro de las organizacio-
nes vecinales. En su relación con el Estado, queda situado nuevamente un
"vecinalismo de petición", como lo llaman García Delgado & Silva. Sin embargo,
a partir del re-encauce semi-constitucional de 1958 a 1966, las sociedades de
fomento se sumarán a los nuevos movimientos urbanos de la época. Los ba-
rrios, empero, compondrán un mosaico cuya relativa homogeneidad cultural —
dada por los componentes recién nombrados— no será incompatible con
una indudable diversidad social, verificada por las distinciones entre barrios
de disímil prestigio y "categoría". De esta manera, durante las décadas del
cincuenta y el sesenta los ejes del prestigio urbano pasarán por tres conjun-
tos conformados, al norte, por Samo Norte™ -Belgrano, al noroeste por Villa
Devoto, al Centro por Flores-Caballito, en forma proporcional a la estigmatización
del sureste (La Boca-Barracas) y el extremo suroeste de la ciudad (Villa Soldati-
Villa Lugano-Mataderos), los barrios más industriales.
Decíamos que sólo en el imaginario se distingue a los barrios en forma
nítida. Es imposible tener un panorama de las realidades barríales sin un ac-
ceso a parte de ese imaginario. La idea misma de centro es propia del imagi-
nario y del Centro (el clásico "trocen" de los porteños) de la ciudad más toda-
vía. Esta oposición entre centro y barrios {para parafrasear al texto de Scobie)
debería redimensionarse agregando la ¡dea de "centros barriales", de Florencio
Escardó, que expresa y pinta en su ensayo Geografía de Buenos Aires: "[Quien
recorre la ciudad se encontrará con numerosos] 'centros de barrio', con sus cines,
sus cafés, sus negocios, sus habitúes, su historia, sus tipos, su mística, en los que
vive gente que no conoce el obelisco" (Escardó, 1966: 36). Detengámonos en
este autor, para ver cómo se verifica nuestra asunción del barrio como

El Barrio Norte "no existe" para la historiografía positivista barrial, ya que engloba lo
que recibe oficiosamente los nombres de Recoleta y Retiro. Si apuntamos al imagina-
rlo social, en cambio, vemos que es uno de los barrios de mayor incidencia en la
ciudad de Buenos Aires, como símbolo de "clase alta", "pituca", "garca", "cheta".
Antropología de lo barrial

pre-texto para referir valores que hacen a un más allá apto para la interpreta-
ción simbólica (que incluye la ironía). "Buenos Aires no es una unidad: sus barrios
son diversos, múltiples, cada uno con su personalidad y su estilo. Barracas, intenso
y laborioso, sencillo pero sin humildad, con esquinas para esperar mujeres que
nunca llegarán ... Belgrano, millonario de árboles altísimos, lujoso y sin vida, con
mucho de mausoleo, con calles solemnes y sombreadas, que cruza de vez en
cuando un anglosajón que pasea su perro ... barrio exquisito, prestigioso y ajeno,
que parece habitado exclusivamente por gerentes de banco y gente que tiene un
pantalón de franela que usa con un saco de otro color, y cuando habla entrecasa de
nosotros dice: 'los nativos'. Villa Crespo, comercial, futbolístico, con aire de ghetto
... Villa Devoto, habitada en chalets, por gente que no tiene bastante para vivir en
Belgrano. La Boca, mito turístico y caserío que no termina nunca de desembarcar
... barrio que sería una magnifica fuente de recursos si los porteños fuésemos
capaces de industrializar el miedo. Y Flores, que tuvo quintas y corsos y
kermeses y una aristocracia supérstite de 'quiero y no puedo': que sigue con
humos de grandeza y fuerza centrípeta [repitiendo] Va gente de Flores'. Y los barrios
obreros de verdad, Nueva Pompeya, Nueva Chicago, Versalíes, Villa Mazzini,
Saavedra, Patricios. [...] Inmensa, fragmentada, plurifacética [Buenos Aires] ...
es una ciudad adolescente, sin posesión de sí misma" (Escardó, op.cit.: 37-38). Este
adolecer de una centralidad, paradójicamente repulsada en cada identidad
barrial, nos coloca en una especie de plano superpuesto al barrio como
escenario y a cada barrio como escenario. Parecería orientarnos hacia una
lectura por encima de las estructuras y formas edilicias, para detectar que los
barrios no sólo surgieron o se formaron con gente sino por la gente.

El macro-contexto urbano de la década del sesenta


La expansión económica dentro de la dependencia produce asimetrías so-
ciales y regionales y es matriz a su vez de procesos de urbanización y creci-
miento desequilibrado, cuyo indicador más notorio es el déficit habitacional,
ante el cual el Estado aparecía —promediando el siglo— dando respuestas
parciales e ineficientes, a la par de manipuladoras. Nuevos contingentes se
habían sumado al escenario social, sobre todo del interior del país a los gran-
des centros urbanos, extendiéndolos y multiplicando los tipos de asentamientos
donde se reproduciría la fuerza de trabajo. Es lo que José Luis Romero (1983)
llama la "ciudad de masas", marco productor de luchas urbanas crecientes,
que tuvieron como consecuencia la organización de diversos movimientos,
como la Federación de Villas y Barrios de Emergencia. No es casual que la
institucionalización de este movimiento, como antes el fomentista, se corres-
pondiera con períodos de convivencia no dictatorial. Las distintas manifesta-
ciones de los movimientos urbanos tuvieron delante un mismo enemigo ideo-
lógico y económico, que estaba al acecho para actuar desde el poder político
directo, ya que la democracia formal no resultaba suficiente dique de conten-
ción a sus desarrollos. ¿Qué había ocurrido con la matriz urbana que se des-
cribió para el inicio de los últimos cuarenta años?
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires 73

Con la dictadura de Onganía (1966) se da una vuelta de tuerca más a la


profundización de la dependencia, con un entrelazamiento estrechísimo entre
los intereses monopólicos nacionales y los internacionales, dentro de una
relativa industrialización sustitutiva en expansión y con el amparo del intento
explícito de despejar el camino de la "modernización" sin los molestos obstá-
culos de ia democracia, aunque con el aprovechamiento del consenso, inclui-
do el vecinal. Una opinión pública hegemonizada ideológicamente por nuevas
capas medias urbanas favorecidas por la expansión económica ayudó a ga-
nar ese consenso, oscilando entre el temor a las masas obreras y sus propios
impulsos de cierta autonomía relativa. El gobierno de Onganía da piedra libre
de una vez por todas (desde la clase dominante) a lo que se venía prometiendo
desde el derrocamiento de Perón: modernizar y racionalizar el país "anacróni-
co", liberalizar las relaciones económicas y sociales de modo de no atarse al
proyecto estatista de la democracia de masas de signo comunista o peronista.
Alcanzar, en última instancia, el sueño argentino pequeño y mediano burgués
del desarrollo individual, ia movilidad social y el progreso, que por fin ubicaría
a esíe país europeo que somos en ei sitial que merecía de potencia acomodada
en el concierto capitalista. Las contradicciones entre este espejismo y el país
real se irían a reflejar en forma casi directa dentro de los avatares post-golpístas.
Las soluciones más recurrentes Fueron otros golpes dentro del golpe, que
sumaron fracasos tras fracasos a los que las grandes movilizaciones de fines
de la década pondrían su sello distintivo, aunque no homogéneo. Entre las
bambalinas del poder se continuaron deslizando las mismas siluetas de inte-
reses, aunque cambiaran los nombres y los titulares de los cargos, en un
proceso que recién se transformaría cuaiitativamente en 1976. Entre tanto, el
país crecía, al ritmo de una expansión cada vez mayor. Se acrecentaron las
extensiones urbanas a lo largo y ancho del país, con predominio de los ejes
de primacía industrial y comunicacional. Lo más notorio queda reflejado en la
relación entre el crecimiento anual medio total de la población del país {que
para 1970 fue de un 16%) y el de la población de la Región Metropolitana de
Buenos Aires, con un 22 por ciento. En la misma región urbana de mayor
tamaño del país y con un porcentaje de primacía del 50%, el crecimiento
vegetativo del período censal '60-70 fue dei 10,2%, mientras el producido por
migraciones externas (incluidas las de países lindantes) fue del 3,2% y por
migraciones internas de un 8,6% (Brito & Maur, 1990: 15).
Estas cifras señalan la primera vez en el siglo que el crecimiento vegetativo
superó al migratorio, modificando de esta manera la matriz anterior. Indican,
además, la reproducción directa de los contingentes urbanizadores (y sobre
todo suburbanizadores) de los períodos anteriores: hijos y nietos de la migra-
ción externa europea, e hijos y nietos de las migraciones internas de! '40-'50.
¿Dónde y de qué manera se habían instalado, expandiendo de tal forma los
paisajes urbanos? La instalación de grandes plantas fabriles comenzó a for-
mar en esta época un segundo cinturón de localidades industriales de la RMBA,
ubicado en un radío de 40 kilómetros aproximadamente desde el centro de la
ciudad. La lógica de la espacializacíón llevó a estas industrias a establecerse
Antropología de lo barriaI
74
en función de las principales vías de comunicación. Surgieron así los llamados
Eje Sur (alrededor de las rutas 1 y 2), con Berazategui y Ensenada, Eje Su-
doeste (en torno a la ruta 3), en San Justo e Isidro Casanova; el Eje Oeste
(ruta 7), en Merlo, y el Eje Norte (Panamericana=Acceso Norte), con Gral. Pacheco,
Garin y Pilar. Este patrón de asentamiento industrial no se subordinó a la
residencia anterior de la fuerza de trabajo. Produjo concentraciones nuevas
sin infraestructuras urbanas capaces de mantener esos nuevos lugares con
relativa calidad residencial y, por otro lado, sobrecargó el transporte en las
mismas vías dentro de la región. Dio comienzo al proceso de relleno intersticial
de las zonas vacantes entre aquel crecimiento tentacular sobre los ejes del
transporte, sin que se desarrollaran corredores a n u l a r e s que unieran
funcionalmente esas áreas, lo que produjo el aislamiento interlocal de con-
centraciones cuya vía principal de comunicación estaba sólo enfilada hacia
Buenos Aires.
Aquel inicial y paulatino proceso de suburbani;ación extensiva y de baja
densidad de la matriz anterior fue adquiriendo un carácter implosivo, multipli-
cado y ya neta y ostensivamente urbano más que suburbano. Los problemas
de aquella matriz de la etapa anterior a los sesenta se agravaban al ritmo de
esta expansión alrededor de la ciudad central, mientras en ella misma el cre-
cimiento en intensidad de ocupación (cuya tipología fundamental se basaba
sobre la propiedad horizontal) "no era acompañado de un mantenimiento o
mejoramiento de los standars de espacio público, ni cualitativa ni cuantitativamente"
(Baudizzone & otros, 1988: 31). El problema principal era la falta de vivienda
urbana. Para principios de los '70 se calculaba un déficit habitacional de 2,4
millones de unidades, cifra que involucraba al 40% de la población nacional,
en tanto un 40% de ese déficit afectaba al 55% de la población. Esta pobla-
ción estaba imposibilitada de resolver el problema de la vivienda por sus pro-
pios medios y caía entonces dentro del área de acción del Estado asistencialista
y benefactor, propio de la etapa de expansión. Estaba compuesta por clase
obrera no calificada, habitantes de villas miseria; pero en una situación igual-
mente necesitada de vivienda se encontraban los sectores obreros
sindicalizados, que finalmente serían beneficiados por políticas de cooptación,
como se verá más adelante en uno de los casos estudiados.

La matriz urbano actual: estructura e imaginario en la


posmodernidad
La Región Metropolitana de Buenos Aires incluye hoy la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires (Capital Federal) y veintiséis partidos del Conurbano Bonae-
rense, incluidos los del llamado tercer cinturón. El área contiene unos
11.500.000 de habitantes. El distrito federal concentra el 28% de la población
de la Región y el 7,2% de su territorio (Di Pace & otros, 1992: 67). Nos situa-
mos en la Región, ya que abarcamos barrios de la ciudad de Buenos Aires y
del Conurbano. La alfombra urbana de la RMBA difícilmente pueda ser tratada
de acuerdo con distinciones formales, sobre todo cuando nuestro objeto de
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires 75

estudio apunta al imaginario y a las identidades sentidas. Los dos cinturones


o coronas que rodean a la Capital se han densificado al ritmo de la instalación
industrial y terciaria, básicamente paralela al eje fluvial. Hoy Buenos Aires ha
producido —mediante las políticas fiscales y urbanísticas— el desplazamiento
de las industrias hacia su periferia, y el resto de la Región en conjunto sufre
las consecuencias de la recesión iniciada a principios de [os sesenta y agudizada
luego en forma multiplicada. Entre 1974 y 1985, la caída de la cantidad de
establecimientos productivos fue de un 48%. La tercera parte de la población
de los partidos que conforman el Conurbano tiene —según las versiones ofi-
ciales— necesidades básicas insatisfechas. Un escenario de relocalización y de-
terioro industrial {básico en toda la zona), con una extensión multiplicada de
la margínalidad urbana (particularmente las villas miseria), una creciente masa
de población expoliada respecto a los consumos colectivos y expulsada del
mercado laboral formal, con procesos de aglomeración dispersa y, sobre todo
en la Capital Federal, con una privatización inédita del espacio público (Bases,
op.cit., Flores, 1993). La extensión de los barrios de la Región se ha producido
dentro de esta matriz de crecimiento caótico'111, suburbanización precaria, ex-
clusión respecto a los servicios y prevalencia de las lógicas de la radicación
industrial y del régimen inmobiliario mercantilista, dentro de un marco de
metropolitanízacion en una economía dependiente, bajo el predominio de la
hiperconcentración económica transnacional.
Parte de esta matriz se manifiesta a nivel urbano con la ruptura de las
tramas barriales clásicas en damero a partir de la construcción de complejos
habitacionales, autopistas e hipermercados. Los efectos de esta matriz se
fueron evidenciando con los cíclicos episodios de tomas de terrenos y vivien-
das y formación de barrios mediante asentamientos41. Y parte de esta misma
matriz produce modificaciones materiales y en el imaginario, que incluyen "pér-
didas" de identidades y visiones. En éstas, el barrio ocupa un lugar de impor-
tancia como síntoma de una crisis que se presenta a veces como resultado del
choque de lo típico contra el "progreso", que desde nuestra visión teórica
definimos en términos de dependencia, privatización y expoliación de los es-
pacios urbanos, entre ellos, el barrial.
Lo cierto es que ese imaginario hoy se elabora con mucho de lo que se
describe como generalidad para el conjunto de ciudades en la posmodernidad,
tanto en la condición del espacio como en la constitución de una cosmovisión
de lo global y lo fragmentario de ese mismo espacio y sus modos de habitarlo,
entre "ciudadanos y consumidores" (García Canclini, 1995). Martín-Barbero se-
ñala (1994), entre las notas principales de la ciudad posmoderna y sus cultu-
ras, un proceso de generación de nuevas formas de sociabilidad y de identi-
dades, caracterizadas por la circulación comunicaciona! y física desde el para-
digma de la información, la des-espacialización como borradura de la memoria
y de la identidad de los sitios urbanos, el descentramiento de la ciudad, su

Ver una crítica a la "lógica del desorden" en Oszlack, 1992: 61.


Ver: Fara, 1985; Merklen, 1991; Iñigo Carrera S Podestá, 1990.
Antropología de lo barrial
76
des-urbanización y el desuso de los espacios públicos, la ruralización de la
ciudad por las migraciones y su efecto en la cultura del rebusque, la pérdida de
los lugares como referentes cargados de sentido, la precariedad de los mo-
dos de arraigo, la diversidad de tribus urbanas más que la generalidad de la
masa, la sustitución de la interacción comunicativa por la textualidad informa-
tiva y el "ocio claustrofílico" (Gubern, 1993), los "no lugares" (Auge, 1994) y el
anonimato. Todo como matriz, a su vez, de la imperiosa necesidad de recons-
truir solidaridades que, para él, se configurarían paradigmáticamente en el
barrio.
En Buenos Aires, esto puede ejemplificarse con la "pérdida" del presti-
gio del clásico Barrio Norte del status, por la "invasión masiva" de sectores
de clase media, por el rápido ascenso social de antiguos barrios periféricos
—Palermo Viejo, Bajo Belgrano, Caballito—, por "huidas" de la alta peque-ño-
burguesía hacia lugares más "seguros" (los barrios privados), o de la
clase media en picada hacia espacios más precarios (villas, asentamientos,
inquilinatos, casas tomadas... la calle 4 2 ). Hoy el trabajo está lejos de la vi-
vienda, si bien hay mayores facilidades para la movilización. Pero los gran-
des centros de atracción (colegios, facultades, clubes) "s*:an" a los jóvenes
del barrio. La imagen predominante, en suma, es la de la contracción de la
vida social al núcleo familiar, con prescindencia del trato vecinal, y la imagen
de no pertenencia al barrio, casi como lo expresó Marcos Winograd (1982);
¿Vivimos en ciudades más que en barrios...?

En 1998 conocimos el censo hecho por el Gobierno Autónomo de Is Ciudad de


Buenos Aires, donde se detalla que, de las 1.000 personas que vivían en la calle,
todas hablan tenido un oficio y el 28% habían completado el secundario (acceso
directo a los resultados).
El barrio-barrio:
identidad e ideología

Perfiles barriales
"Antes se pescaba pejerrey en el Puente La Noria, no estaba contamina-
da el agua. La Salada y el Matanzas eran lugares obligados para ir. Yo pesca-
ba en el Matanzas- Había piletas: Punta Mogotes, Atalaya, Puente Doce; ahí
íbamos. Esto era como una isla, todo agua alrededor. Salías de Flores, si
venías de la Capital [sic] y te metías en el agua y por ahí aparecía Lugano.
Por eso había vida de barrio; a Lugano lo mató un poco la cercanía de la Capital"
(JC, 54, ex-obrero metalúrgico, profesor de secundario, parado en una
esquina del barrio).

"Lugano creció conmigo; perdóneme, la emoción es muy grande, es una emo-


ción porque yo me crié en el barrio, nos vinimos, mis padres vinieron, yo era una
criatura... entonces, uno vio todo, vio todo crecer, las fábricas, vio asfaltar las
calles, poner la luz de mercurio; le pido disculpas, creo que todos los que vivimos
aquí debemos sentir lo mismo, perdón, pero soy un poco sentimental, vi todo esto
crecer conmigo..." (FC, 78, comerciante, en el bar del Club Yupanqui, en Villa
Lugano).

"Yo quiero a Lugano porque primero que nací aquí, mis padres vinieron,
mis vecinos, la gente de mi edad vive toda aquí, fuimos al colegio juntos,
jugábamos, con Coqui, que de chico y de grandes ya nos frecuentamos,
vamos... no, íbamos al cine, que ya no está, por el cable y el video. Nos
encontrábamos, con amigos, caminamos por Lugano, que yo no puedo ca-
minar, hay veces que dejo de caminar porque me paro a cada rato a charlar:
qué tal, cómo estás, que haces; es una forma de vida que ya estamos acos-
tumbrados, que los viejos pienso que nos vamos a morir así, porque hay
gente que viaja, que tiene otros horizontes, pero acá la mayoría, los hijos
también, viven en Lugano, qué le va'cer..." (MT, 66, jubilada metalúrgica,
en la verdulería del yerno, una mañana de sol invernal).

"Y venían los vecinos a escuchar la radio a casa. Poníamos a Churrinche —usté
capaz que no lo sintió nombrar— a Juan Carlos Chiape; había muchas novelitas
que escuchábamos... era lo único que había, porque después salir no nos dejaban
salir tampoco, en aquél tiempo no dejaban como ahora. Antes íbamos todos a dar
una vuelta, íbamos todas juntas, éramos cinco hermanas y un varón, el Chiquito.
Antropología de lo barrial
78
Después aparecía mi mamá a ver dónde estábamos. íbamos de acá hasta la pla-
za... Cuando éramos chicas pasaba el que apagaba las luces; nosotros dejábamos
los banquitos afuera, algún juguete, y él pasaba a la mañana y tiraba todo pa 'dentro,
nadie se llevaba nada" (ED, 70, jubilada metalúrgica, en una vereda de Riestra).

"Lo que pasa acá en Lugano decide un montón de cosas; lo que pasa en las
empresas es lo que pasa en el país, y en el barrio popular como éste también; no
es casual que Lorenzo [Miguel] esté aquí... Acá todavía hay lugar donde la gente
trabaja y está toda esta juventú desorientada, porque no es como antes..." (GG,
28, docente, en la plaza del centro de Lugano).

"—Yo me crié acá; qué querés que te diga, para mí no hay como Lugano" (AB,
38, ama de casa, en la vereda, dirigiéndose a otra vecina).
"—Era ¡o que decía yo, l'otro día se lo dije al muchacho que me hablaba y
hablaba de Laferrere, que se tuvo que ir. Ese de l'esquina del Tolo, que se junt...,
que se ... bué, no es que importe, pero que era novio de la Mina, la hija de
Francisco y se... bué, ya tienen chico... la cuestión é que se fue para el lado de
Laferrere y me hablaba que ya los chico se aclimataron, se adataron, porque
nacieron ahí, que a él le costó: 'Uy, cómo sufrí, Rosa', me decía, y la Mirta tamién,
pero se están arreglando... Al principio él me vino con que Laferrere esto, que
Laferrere lo otro, pero a la final me reconoció que como Lugano no hay" (RG, 50,
vecina, misma vereda).
"—Mismo lo que yo digo... Yo me crié acá, con el barro por acá, los pasto por
acá, cuando íbamos a la escuela, ¿te acordes?" (MF, 65?, jubilada metalúrgica).
"—Cómo no me voy a acordar... pasaban las vaca; yo ... es lo que le digo
siempre: yo cambiaría todo lo que tengo no por los años menos que me den sino
por la vida esa... Lugano..." (TF, 70, jubilada).
"—No, qué años, é por la época esa, que Lugano era todo una fiesta para
nosotros..."
"—Y no había maldá..."
"—Eso, no había maldá, jugábamo, eran todos pasto y agarrábamos mariposa
y hacíamos senderito entremedio y clavábamos las mariposas por las alitas en los
pinches para despué saber cómo teníamos que volver porque nos perdíamos..."
"—Era lindo todo eso..."
"—Qué queré que te diga, ya le decía yo al muchacho, a mi me gustaba más, yo no
digo que, a cade cual le gusta su tiempo, pero Lugano era eso..." "—Eran
estupidece, quién diría que con poco nos conformábame..."
"—Eran cosa sanas... porque la gente era más unida, sería porque había me-
nos gente, se trataban más, era mejor un vecino que un familiar..."
"—No, pero ahora los vecinos no son malos tampoco..." "—
No, pero ahora uno se reconcentra más en su casa,.." "—
Ah, eso sí..."
El barrio-barrio: identidad e ideología
79

"—En cambio, ante, uno necesitaba algo, 'En Fulana, ¿me prestas cinco centa-
vos?' y allá se venía tres cuadra..."
"—La verde, esa vida era linda..."
"'—Lugano es eso, que uno se sentía como en una gran familia, era tranquilo;
ahora es tranquilo igual, pero hay más ruido, hay más patota, más que hay que
cuidarse, es toda gente buena, yo Me gustaba más la vida esa, las calles sin
asfaltar, todo era mejor. A lo mejor parece de inorante decir esto, que la juventú
me diga: mira lo que dice... Pero me gustaba..."
"—Porque ahora todo adelantó, la juventú no se queda en el barrio, e nosotro
no nos dejaban salir, ante no te dejaban salir ni a la esquina, por favo..."

"Lugano te da eso... recorriendo las calles vos encontras recuerdos... te


encontras con alguien que sabes que hay algo que tiene que ver con vos, no
sé... te acordes de aquél, del otro, que la hija quiere meter al chico en el
colegio, entonces vos le recomendás a alguien, hay esas cosas, todavía...
Yo necesito tal cosa, 'Ah, mira sé de tal que tiene, que te puede decir', y te
comentan... El otro día me encontré con una compañera de CAMEA, de mu-
chos años, hacía mucho tiempo que no la veía, que después resultó que la
hija se casó con un primo mío y empezamos a recordar, ¿viste? Los tiem-
pos de la fábrica, todas esas cosas, de vivirlas juntas, sabes aquél, que
está... Bueno, no es cosa de meterse en la intimida, pero uno recuerda...
Eso te da Lugano, es la manera clásica de un barrio... No sé, no sé si será
por las casas, que en departamentos ni te llevas. A mi hija le pasa; bueno,
aunque ahora se lleva con los vecinos, pero al principio le costó, cuando se
mudó de Lugano, claro... en Flores, hay departamento, es más difícil...
Lugano te da más eso, que por las cesas bajitas vos te llevas más, te
encontras en la panadería; claro con la gente de antes, porque también está
quien no te saluda... Los hijos ya no tienen ese conocimiento; por ejemplo,
yo sé que mis hijos a la gente que yo conozco de hace muchos años ellos no
la conocen... Lo que pasa es que vamos quedando con los recuerdos que te
da el barrio y cada vez somos menos..." (ME, 67, jubilada metalúrgica, en
su casa, con el mate).
"La hija de ME, a su lado, suspiraba y decía: Sí, io que te da Lugano no lo
encontras en otro lado, pero yo no me puedo quejar porque desde que me
mudé la gente de allá es cada vez más accesible, ¿viste? No es como Lugano
(mirando a la madre), pero nos vamos acostumbrando... Para la nena ya es
distinto porque ella ya se está criando allá, y no es lo mismo que yo, que me
acuerdo de Lugano".

"—¿Lugano? ¿Qué es Lugano? Si vo sabe lo que é... Es un barrio, chabón,


un barrio con mayúscula, todavía sigue siendo un barrio, gracias a dio, por-
que todavía no invadieron los edificios grandes, esos de los monobloque se
quieren morir, pero tampoco hay como en Flore, como en Caballito, que no
digo Barrio Norte; allá es un loquero, bocina, escape, grito, no se puede viví.
Antropología de lo barrial
80
Acá tené un poco de tranquilidá, que cada vez es meno, pero todavía podes
tocar el timbre y te conoce, está más seguro... podes recurrí, hay un cono-
cimiento mucho mayor, todavía acá no llegó el enfriamiento que te da el
progreso, todavía Lugano te sigue atrapando..." (JL, 35, empleado, en ron-
da de caf é e n el centro d el barri o).
"Si, pero no se funciona como antes, no me vas a decir: los clú no son lo
mismo, vos ante tenías el clú lleno todos los día, estábamo todos, el que faltaba
era porque estaba enfermo, cartas, billar, el fóbai, era otra cosa, ahora los pibe no
van a los clube..." (CD, 36, cuentapropista).
"—Atendeme: en el Yupanqui van jóvene. Hasta a las bocha juegan y no son
viejos... Lo que pasa es que se fue muriendo otras cosa, que ahora tenes más
posibilidades, que te vas a..." (GS, 34, desempleado zapatero).
"—No, para, ante en el Teni tenías bocha y ahora no, los jóvenes ya dicen que
es cosa de viejo, ya no hay ese entusiasmo".
"—Es que Lugano cambió...".
"—Para saber lo que es Lugano tenes que preguntarle a la gente mayor".
"—Dale, como si nosotro seríamo chico, si acá en el café la historia de Lugano
la conocen todos; bueno, no todos, esto era descampado y mira ahora...".

En la carnicería “El Impertérrito", entre frase y frase de tangos, don Enrique


atiende a las amas de casa. "¿Qué le doy hoy, doña? (mirando de reojo al
antropólogo); nunca falta bolsa nueva cuando un pobre se divierte; parece que
estamos echando buena, se la ve linda a la bolsa, reluciente como teléfono de
carnicero, como se decía antes, ¿no? Asi es, mi amigo, acá la gente tiene mucha
plata... ¿No ve cómo estrena bolsa a cada raro?"
Las vecinas festejan de distinta manera la ironía de Enrique. A alguna se le
oye decir: "Acá el único que hace plata es el carnicero". Cuando se van y se quedan
solos actor y antropólogo, el discurso cambia y el primero se pone serio:
"V, Lugano, vos vite, yo no sé si vo serás o no, pero desde la época de Perón
cambió, vite, fue un vuelco total, ya la gente ganaba má; ahora dios te libre. Lo
que pasó es que los que vinieron depué fueron todo peore, je, ya no se sabe qué
hace... yo no sé, vite, las ideas son las idea; éste, el Turco, ya se pasó de ¡a raya,
yo estoy seguro que se hizo todo los negociado ya, y se puede retirar tranquilo,
ya se llenó... Pero podría repartir un poquito, buscar la forma de dar más trabajo,
yo no sé. Yo soy de San Lorenzo, ¿vite? Y ya no cambio... Y acá está todo pa'
peor, y acá se nota má porque para el obrero ante las cosas estaban mejor, era
un barrio de gente media, obrera; Lugano siempre fue así y lo es ahora, aunque
ahora hay má comercio, que no le vende a nadie, je, je. Pero acá habrá cuatro o
cinco familia de mucha plata, vos lo ves en los chalé, de la loma, pero el resto,
vos ves las casas, todas baja, todo hecho con sacrificio; este es un barrio que
hubo mucho italiano, mucho trabajador, aquí nadie les regaló nada, se lo gana-
ron, yugaron todos... Y en un momento fue netamente industrial, pero ahora te
El barrio-barrio: identidad e ideología
81
hacen todo con máquina, y vo ves a los pibe, no saben qué hacer, andan por ahí,
y son los hijos, los nietos de los obreros que ante eran todos... y no consiguen
trabajo. Claro habrá algún vago, que ahora son todo vago, pero no consiguen...
También... quieren enseguida ganar como ejecutivo, y prefieren anda por la calle,
con la droga, por ahí; los ves, te da una... no sé... esto es tranquilo, como en
todos lado".

Era todo descampado


El barrio Villa Lugano se encuentra en el límite sud-occidental de la ciudad
de Buenos Aires. Formalmente está rodeado por los barrios Mataderos y Pa'r-
que Avellaneda en el norte, Villa Soldati en el este. Villa Riachuelo hacia el sur
y por el partido de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, hacia el oeste.
Pertenece a la zona de la ciudad más tardíamente poblada en forma masiva.
Si se observa un plano de cinco décadas atrás, se verá que toda el área figura
como "espacio verde", aunque el tono real era de un gris humoso, propio de
los terrenos utilizados para la quema de basura con el objeto de su rellenado.
Se encuentra en la margen izquierda de un Riachuelo que, hasta la rectificación
de su curso, dibujaba meandros en medio de un paisaje anegadizo, inundado
y nauseabundo. Hoy se yerguen en toda el área varios complejos
habitacionales que le han cambiado cualitativamente el rostro a esta parte de
Buenos Aires. La información censal habla de más de cuatrocientos mil habi-
tantes afincados en los últimos treinta y cinco años. Pero el núcleo más an-
tiguo de V i l l a Lugano se sitúa a los flancos de esta zona rellenada y
rehabilitada, en un punto que es topográficamente el segundo de altura
dentro de la ciudad.
Ahí nos ubicamos para la investigación inicial. Los límites del área están
marcados por las calles Larrazabal, Castañares, avenida General Paz y ave-
nida Gral. Roca {ver plano). Luego de haber hecho una prospección por un
área mayor, decidimos circunscribirnos a esta unidad de observación. Se la
considera, desde instancias institucionales dentro del barrio, el "centro del
Lugano histórico", y se diferencia del área de complejos. Es el centro comer-
cia] y la zona aledaña a una gran fábrica (de tres manzanas) de laminado y
trafilado de alumnio y talleres metalúrgicos menores. Para el lado de Mata-
deros, queda la Villa Ciudad Oculta (ver La ñata contra el barrio), y en su flanco sur-
oriental se ubica la Villa 20.
Realizamos un relevamiento calle por calle y casa por casa. Esta prospec-
ción abarcó un total de 300 manzanas. Obtuvimos un mapa del uso del sue-
lo43 . Sobre él se elaboró un plano de transparencia que permitió ubicar nú-
cleos de sociabilidad, en los que se focalizarían las entrevistas y la observa-

se tomaron categorías convencionales como vivienda, comercio minorista, industria,


espacios verdes; con subcategorizaciones diversas y categorías puntuales como clubes,
establecimientos educativos, religiosos, partidos políticos, sociedades de fomento.
Antropología de lo barrial
82
ciórr4. Para la etapa posterior, el área de entrevistas se restringió a la mitad.
La muestra abarcó unos ochenta y dos registros de campo. Mediante un cál-
culo cualitativo se llegó a establecer la población del área que se tomó como
unidad de observación en 17.000 personas (la información censal carece de
este tipo de datos por manzana). Otros tipos de información se tomaron de
los registros de las escuelas y otras fuentes secundarias'.
Básicamente, el barrio está habitado por familias de obreros (metalúrgicos,
zapateros, textiles) y empleados, y jubilados de esos gremios. Hasta hace cinco
décadas el mismo contingente que hormigueaba alrededor de las fábricas y los
talleres a la hora de entrada y salida vivía en el barrio. En la actualidad, la gran
mayoría de los trabajadores de esos establecimientos fabriles de Lugano — los
que restan, en pleno proceso recesivo— viven en el conurbano bonaerense, en
localidades como Laferrere, González Catán o Merlo, que conforman el segundo
cinturón dentro de la RM. En algunos casos, son los hijos de los habitantes de
Lugano que al formar familia debieron establecerse en esa línea de ciudades.
Otro sector de la población del barrio trabaja en el resto de la ciudad. Esto hace
que Lugano sea una zona de tránsito para quienes trabajan en la parte céntrica
de Buenos Aires (polo laboral) y que deben atravesar el barrio en transporte
colectivo. En segunda instancia, Lugano se constituye en un polo habitacional
para la gente que trabaja en el centro de Buenos Aires. Y en tercer lugar, el
barrio es el polo laboral del mayoritario sector que vive en la provincia de
Buenos Aires. Este fenómeno de circulación es importante para las relaciones
con otros barrios dentro del proceso de cambio que tuvo lugar en los últimos
tiempos. Morfológicamente hablando, en Villa Lugano, fuera del ámbito
específico de los complejos, no hay casi edificios de más de tres plantas. Las
edificaciones más recurrentes son viviendas unifamiliares de una planta y de un
nivel que se podría calificar de medio (no son precarias, ni de chapa, por ejem-
plo), con un sector de chalets reducido y bien circunscripto (unas ocho manza-
nas). El área mayor del estudio (150 manzanas) cuantifica siete escuelas, ocho
iglesias, siete clubes, una sociedad de fomento y diez locales de partidos políti-
cos (la mayoría justicialistas).
Ni la caracterización física y social ni la historia del barrio pueden excluir
¡as representaciones del imaginario, irremediablemente permeado en rela-

Se realizaron entrevistas y observaciones en visitas intensivas a alrededor de una


cincuentena de actores, proporcional en mitades por sexo, en un 37 % obreros indus-
triales, un 32% comerciantes, un 16% empleados, un 10% arras de casa y un 5%
estudiantes, distribuidos en las siguientes franjas etarias:
Menores de 30 años 5%
entre 30 y 40 años 21%
entre 40 y SO 11%
entre 50 y 70 47%
mayores de 70 16%

En los relajamientos empíricos participaron mayormente los estudiantes (en aquella


época) de Antropología Liliana Guzmén, Silvia Luppmo, Rosana Bonaparte, Nahuel
Tarquini, Mercedes Cravero, Juan Medina, Susana Sel, Sandra Jiménez, Alicia Villalba
y Ménica Rivarola.
El barrio-barrio: identidad e ideología
83
ción a todo tipo de fuentes, desde los testimonios de vecinos ("deposita-
rios" de la historia del lugar) hasta publicaciones con la historia local. Por tal
razón, en vez de pretender positivizar una visión de estos datos excluyendo
esas imágenes, proponemos compartirlas en la lectura, ya que son parte de
esta construcción social que se da en llamar el barrio de Villa Lugano. El
Vado de La Noria quedaba junto a los campos de Lomas de Zamora y la
estancia Los Tapiales. Cerca estaban los "corrales viejos". Eran campos de
Arroque, Lorenzo Torres, Felipe Rufino, Julio Caloao. En 1880, por Ley Nacio-
nal 2.374, la Sociedad de Tierras General La Pobladora obtiene los terrenos,
con la prioridad de regularizar las aguas del Riachuelo-Matanzas y construir
un puente (de La Noria). En 1895, en la que —dicen— fue la "primera casa de
material", ubicada en la hoy Plaza Sudamérica, halló refugio el gobierno na-
cional puesto en jaque por la Revolución de 1890. Y Villa Lugano tiene fecha
de fundación: el 18 de octubre de 1908, cuando el ciudadano suizo-italiano
José Ferdinando Soldati realizó el primer loteo de tierras que había adquiri-
do, en 1890, a La Pobladora. Bautizó el lugar con el nombre de su ciudad
natal en Suiza, gestionó la donación (o donó él mismo, según las versiones)
y aseguró dos años de paga al personal del ferrocarril francés que pasaba
por el lugar, para que construyera la estación (inaugurada cuatro años des-
pués). La forma de acceso a la tierra fue por compra de lotes y remates
iniciados por el propio Soldatl. Los primeros habitantes fueron todos em-
pleados jerárquicos del ferrocarril ('familias patriarcales, franceses", detalla
entusiasmado un vecino), y comenzaron a edificar sus viviendas con crédi-
tos de la Caja Ferroviaria. En los relatos de los vecinos, Soldati aparece
haciendo panaderías, casas, repartiendo ladrillos entre los que se asenta-
ban; pero también aparece llamándose "Lugano", repartiendo casas que
"eran de él", o vendiendo tierras o casas. La narración de la fundación nos
fue reiterada por el 70% de nuestra muestra, a pesar que, de ella, sólo uno
de los entrevistados había nacido para la época cronológica de esos hechos
(1908). El aniversario se sigue celebrando mediante una entrega floral puesta
al pie del monumento a la madre (en el centro del barrio) solamente por el
Centro de Comerciantes y "cada vez con menor concurrencia de gente".
La imagen preponderante es la de Lugano como una especie de isla dentro
de la ciudad. Además del agua real que la rodeaba, el aislamiento provenía de
su lejanía respecto del centro y las dificultades para transportarse hacia el más
cercano barrio de Flores. El futuro barrio se apaisajaba con esbozos de calles
de tierra, terrenos descampados y quintas. Para la década del treinta se afincan
las empresas que convertirán la zona en prototipo de barrio obrero, con mayo-
ría de población de origen italiano por sobre lituanos y españoles, y edificacio-
nes de casitas bajas autoconstruidas, tipo chorizo, que permitían el agregado
de piezas, con quintita propia, habitadas a medio revocar. El crecimiento indus-
trial de la década del cuarenta se refleja en la llegada de contingentes del
interior del país que se superponen a la población inicial. Luego, el proceso de
expansión que da lugar a la ampliación del sector servicios y comercio, y la
movilidad social de algunos de los descendientes de primera generación de
algunos de aquellos primeros pobladores, hicieron que algunos sectores del
Antropología de lo barrial
84
barrio dieran espacio para viviendas de una o dos plantas pero con tejas y con
la típica piedra Mar de! Plata, que en cierto modo era la marca de ese proceso de
ascenso individual del hijo de obreros que estudió (la chapa en la puerta lo
ostenta en algunos casos), se hizo comerciante □ industrial, pero que no pre-
tendió "salir" del barrio, si bien pudo "salir de pobre".
La empresa más importante del barrio, CAMEA, se asentó por el '35 y alrede-
dor de ella se formó el Lugano típicamente obrero y orgullosamente metalúrgi-
co. Se produce en los treinta el auge de los clubes de fútbol de segunda gene-
ración en la ciudad. Descuellan el Yupanqui, el Lugano Tennis Club y el Belgrano
Athletic Club, que en principio era la Compañía General Buenos Aires de Obre-
ros Ferroviarios. En esta época también se teje la imagen del Lugano de matre-
ros, cuchillos, aislamiento y temor preventivo de los que no eran del barrio. Sólo
parecían no temerle los niños bien —Jorge Newbery, Florencio Parravicini— que
iban a volar al Primer Aeródromo Argentino, situado a un costado del centro de
Lugano, en las actuales calles Chilavert y Larrazébal, frente a los complejos;
claro, ellos llegaban a los "campos de voiación" en las baturé de la época (Corradi,
1969). La etapa de fundación va pegada cronológicamente a la de crecimiento
del barrio, o a la transformación de ¡o que era "un pueblito" en una "zona indus-
trial". Quizá la metamorfosis de l a s viviendas-talleres —al principio todos
subsidiadas por las grandes empresas metalúrgicas— fue clave: viviendas con-
vertidas en negocios, instalados en el frente. El transporte se va acercando: de
tener que ir al centro en carreta y bote, sólo había que tomar tres colectivos,
pero "los colectivos hacían olas y les tirábamos piedras", porque el agua seguía
siendo parte del paisaje de una zona aún no urbanizada en forma planificada.
El barrio adquiere lo que se considera "vida propia" con las instituciones barriales
clásicas de la época: biblioteca y club. Luego aparece —en este imaginario his-
tórico— el peronismo y el ascenso social, el bienestar, la estabilidad, que "des-
pués resultó difícil mantener".
Y el barrio fue todo eso y, aunque lo sigue siendo, luego vino el cambio:
"Primero las villas de alrededor, luego los complejos de alrededor, luego la
autopista que nos partió al medio; todo parece haber cambiado, los clubes
están cambiados, las calles no son como antes, la gente no es la de antes... El
barrio ... el barrio sigue, pero..."
Compartimos muchos momentos con los vecinos de Lugano, desde las ins-
tancias de entrevistas y momentos cotidianos, hasta movilizaciones diversas
dentro del barrio y fuera de él. Nunca hemos dejado de sentir, respecto al barrio
algo que a lo largo de la investigación misma fuimos descubriendo y que diera
lugar a una parte de nuestro propio trabajo analítico y teórico-interpretativo: lo
barrial del barrio. Y lo sentimos porque lo compartíamos, a pesar de nuestra
tozuda pretensión de apartarlo del análisis si no era provisto por los datos de
campo que suponíamos más directos. Hoy, a varios años de aquellos primeros
registros empíricos, nos parece que nuestra propia asunción de ese sentido de
lo barrial se ha saturado (como establecen Glasser & Strauss), a la vista de la
consecución de las investigaciones posteriores en una gama muy diversa de
barrios. Sentimos la tentación de olvidarnos de esos primeros momentos (que
El barrio-barrio: identidad e ideología
85
sabemos sustanciales para estas investigaciones) y de exponer la síntesis aco-
tada a un simple capitulo final sobre "nuestro descubrimiento": lo barrial como
variable (que incluso varios colegas están usando en algunos de sus lineamientos
iniciales). Pero seríamos no sólo desagradecidos con aquellos momentos de
análisis menudo y arduo, sino también poco consecuentes con nuestro preten-
dido rigor metodológico, si no expusiéramos esto ahora. Porque, en realidad,
fue por esa vía que llegamos al modelo de lo barrial. Discutible será, como toda
construcción; pero tan real como el tiempo invertido en llevarlo a cabo. La mis-
ma inversión (aunque mucho menor) que pretendemos para su lectura, como
modo de constatar que nuestras postulaciones teóricas son el resultado de
esta fajina analítica, que ofrecemos a continuación. El eje de esta tarea consis-
tió en tomar los discursos de los vecinos referidos al barrio y analizarlos en
torno a la pregunta de fondo sobre cómo construían ellos una relación de iden-
tidad social respecto del barrio, para ver con qué elementos, cualidades y valo-
res componían, dentro de sus sentimientos, de su imaginario, un sentido equis
—no sabíamos cuál podría ser a priori— que tomara como referente a su barrio.
Para ello nos apoyamos en dos modelos de análisis: uno referido al concepto
de identidad social y otro a la producción ideológica, o sistema de representa-
ción simbólica, materia prima de nuestro análisis.

Los ejes de la identidad


En la reseña de teorías hemos visto el profuso tratamiento que se da al
concepto de identidad, en particular al de etnicidad urbana. Sin embargo,
señalamos la carencia de enfoques que apuntaran a la referenciación espa-
cial —urbana— de las identidades. En un cuadro sintético de las dimensiones
más salientes de esos tratamientos podríamos agrupar, de un lado, los proce-
sos generados y detectados desde el exterior de los grupos sociales (atribu-
ción por marcas externas, relaciones sociales objetivas y procesos de segre-
gación urbana) y, por el otro, desde dentro de esos mismos grupos
(autoatribución, representaciones simbólicas, interacciones y manipulaciones
simbólicas).

Atribución Marcas externas Autoatribución


Relaciones sociales objetivas Representaciones de los actores
Segregación urbana Relaciones de interacción
Manipulación simbólica

El eje de esta generación y detección de procesos está dado por la dialéc-


tica permanente de constitución y autoconstitución de los conjuntos sociales
en procesos mutuos y abiertos, lejos de tos contenidos autónomos con que
los consideraron los enfoques etnológicos clásicos45- Lo que a nosotros nos

Las bases de explicitación de estos ejes y dimensiones las hemos extraído de los
trabajos de Guber (1984 y 1986),. Bromley (1979), Sennett (1975), Hidalgo & Tamagno
(1992), Garbulsky (1990), Romero (1987).
Antropología de lo barrial
86
interesa es aquella relación de identidad que se referencia en el espacio barrial
de acuerdo con la visión de los actores. De esta manera, les cedemos en todo
momento la palabra, Y esto tiene que ver con la metodología, que nos obliga
a no colocar un sentido a priori de lo barrial en el análisis. No pretendemos
demostrar que en nuestro trabajo de campo no hemos condicionado esos
significados, ya que en la medida en que compartimos con nuestros actores
una comunidad lingüistica, social y macrocultural, el cero semántico se torna
una empresa más que imposible, por ilusa. Pero, para el análisis no pretendi-
mos partir más que del nivel de competencia lógico-sintáctica que relacionaba
esos significados con los que nosotros teníamos como observadores.
Vamos a partir de una visión dialéctica de la identidad social, que la vincula
estrechamente con el concepto de ideología, en un sentido amplio, o imaginario
social, compuesto por las imágenes o significados construidos socialmente y
por ende compartidos en parte por un conjunto social en condiciones históricas
determinadas y atendiendo a los condicionamientos contextúales de esos grupos,
principalmente las visiones, imágenes y significados con que son vistos, o
construidos desde el exterior de ellos mismos, si esa construcción incide y se
relaciona con ellos. Definimos identidad social como la producción de sentido de
una atribución recurrente y contrastante entre y hacia actores sociales. En la
investigación veríamos si esa atribución se verificaba en el barrio, con qué
características y mediante qué elementos de significación. Ya hemos señalado
como carencia principal de trabajos sobre lo barrial, la indagación —y nuestro foco
de interés— sobre los mecanismos internos de la constitución y generación de
identidades sociales como proceso de significación, ideológico (en su acepción
amplia). Para eso procedimos a un ordenamiento de los elementos de
interrogación mediante un encuadramiento de la identidad que contenia las
siguientes variables:
- Homogeneidad: donde se intentaría detectar los elementos o rasgos de la
identidad que resultaran comunes, no problematizados ni contradichos,
o con tendencia a afirmar aspectos propios y específicos del barrio.
- Heterogeneidad: donde se intentaría detectar los elementos que se dife
renciaran internamente sin romper la identidad o la imagen que los mis
mos actores tenían de su barrio.
- Identificación: donde se trataría de observar cuáles eran las referencias
incluidas en los discursos que resaltaran rasgos del barrio en confronta
ción con otro tipo de identidades, fundamentalmente otros barrios.
- Diferenciación: donde se intentaría señalar el costado complementario de
la variable identificadora respecto a otros barrios o a otro tipo de diferen
ciaciones.
Este encuadramiento sirvió de parámetro sobre el cual se fue colocando
en un principio el material empírico. La hipótesis de base, y que se verificó,
decía que habrían elementos de significación que coincidirían dentro de estas
categorizaciones, y se pudo constatar positivamente que existía una serie de
características por las cuales los actores tenían una imagen atribuida a su
El barrio-barrio: identidad e ideología 87

barrio, que tenia cierta homogeneidad y que era capaz de establecer una
identificación-diferenciación respecto a otros barrios. Una imagen que ence-
rraba en su interior la distinción de sectores o grupos heterogéneos que, aun
distinguiéndose entre sí, no dejaban de pertenecer al barrio. Una primera aproxi-
mación al interrogante inicial se cumplía. Los actores mismos destacaban en
forma explícita una identidad de ese al que definían, además como "roí" ba-
rrio. A este esquema lo hicimos funcionar como un esqueleto lógico no por el
contenido de una determinada lógica, sino por el ordenamiento de tipo sintáctico
de contenidos eventuales. En él podíamos volcar los sentidos registrados
empíricamente de los actores. El supuesto básico era que toda relación de
identidad como atribución de sentido se compone por una relación entre con-
junción y disjunción. Un significado se define porque se junta-con otro signifi-
cado (y se establece, de esta manera, un campo semántico común entre am-
bos, que podrían haber sido opuestos, o diferentes, o contrarios). Y un signi-
ficado se define si se dis-junta con otro también, si se diferencia de él.
El eje de una identidad social, entonces, es el resultado de una idealización
simbólica de referentes que giran alrededor de esa oposición lógica inicial de lo
conjuntible / disjuntible. Su reproducción social como modelo axiológico se meca-
niza mediante valores que afianzan el polo conjuntivo con un cierto grado de
homogeneidad. Esta es una dimensión que llamamos lógico-conceptual. Tanto
en ella como en la praxis social, el polo conjuntivo-identiftcador-homogéneo, for-
mado por el eje axiológico, sólo encuentra su razón de ser en el seno de su
contradicción con su opuesto heterogéneo-diferenciador-disjuntivo. Eh el plano de
la ideología —que forma parte de la praxis social y no es extraña a un orden
lógico específico—, esta contradicción básica se actualiza mediante símbolos
compartidos que se construyen a partir de la realidad referencial y a su vez
construyen su propia realidad de segundo orden (simbólico). Y esto forma par-
te del proceso de constitución de la conciencia social (definida a la manera de
Marx), ámbito en el que situamos la identidad y la ideología.
Dijimos que la materia prima del análisis iban a ser los discursos y las
prácticas de los actores, con las representaciones acerca de su barrio, logra-
dos en contextos de registro de campo. El propósito, entonces, era tener en
nuestras manos una herramienta que nos permitiera analizar los registros
con rigor, más allá de nuestra mejor voluntad objetivante. En realidad, es el
trabajo de cocina, lo que los antropólogos en genera! dicen que hacen pero
raramente muestran. Nos permitimos —con todos los riesgos que esto impli-
ca— mostrarlo, aunque en forma sucinta. Tratamos de tomar los elementos de
diversos modelos de análisis, pero no optamos por ninguno en exclusividad y
tratamos de sistematizar una formulación un tanto pragmática. Pretendíamos
analizar los registros de entrevista aun con los sentidos contextúales de nues-
tra propia observación, pero a la vez sin ilusionarnos con esa interpretación.
En última instancia, siempre podríamos cruzar los sentidos obtenidos por el
análisis de discurso, mediante el modelo, con los nuestros, a la manera del
antropólogo como autor (Geertz, 1989). Con cierta humildad, no confiábamos
tanto en nuestra autoría hecha desde el sentido común. El compositor y poeta
Antropología de lo barrial

cubano Silvio Rodríguez dijo una vez que cuando no puede escuchar la can-
ción que le gusta, la compone! Nos dimos a la tarea, entonces, de componer
este modelo combinatorio que, si bien no ambiciona ser original, amerita ser
expuesto para la justa evaluación de los resultados obtenidos.

Ideología y conciencia: análisis proposicional


Para un estudio sobre la categoría de producción ideológica, tomada en el
sentido clásico de conciencia social, puede tomarse lo ideológico como objeto
producido en un contexto. En cada discurso se actualizan determinados conte-
nidos ideológicos. Pero lo ideológico siempre remite a un más allá no actualiza-
do en el discurso, que proviene de su posibilidad de adquirir distintos sentidos.
Precisamente la producción ideológica es la refracción práctica (Voloshinov) de
un mundo objetivo por su representación en otra realidad (el signo) que pasa a
formar parte de la totalidad material. Tomamos la acepción amplia del concepto
de ideología, entendida como conjunto de ideas incluidas dentro de la conciencia
social, independientemente de que la acepción restringida (como "falsa con-
ciencia") quepa en aquélla, de acuerdo con el principio de la no conciencia, por el cual
ningún sujeto es consciente de la totalidad de sus condiciones de existencia y,
por lo tanto, sus ideas siempre serán determinadas en relación con su contexto
histórico y su lugar dentro de las contradicciones estructurales de cada
sociedad46. Lo ideológico se compone básicamente de dos elementos; lo ideo y
lo lógico. Un conjunto de ideas materializadas en un lenguaje de signos, con un
campo referencial correspondiente (ideas sobre algo), estructuradas y
funcionantes según una lógica. Por su carácter sígnico, lo ideológico remite a
una significación, como resultado de una confrontación de discursos y sus co-
rrespondientes contenidos. La confrontación es el único estado posible o modo
de ser propio de lo ideológico: sin contradicción dialógica entre una ideología y
otra no hay ni siquiera una ideología. A la ideología no se la puede estudiar sin
ponerla en la mesa de su confrontación con otra producción ideológica, la que
debe estar necesariamente materializada en otro discurso. En una investiga-
ción, este otro discurso puede ser un marco teórico, la ideología del propio
analista o cualquier otra producción que se tome como objeto para confrontar,
incluido el resultado del propio análisis.
Aun cuando diversos discursos puedan reflejar una misma ideología, es de
la diversidad de las ideologías que surge la posibilidad de hablar de niveles de
conocimiento o de conciencia sobre un objeto. No hay conciencia sin otra con-
ciencia sobre un mismo objeto. El mero hecho de la contraposición sujeto vs.
objeto supone un nivel de conciencia respecto a ese objeto, por el cual se
tomará a la predicación que haga el sujeto como ideológica, esto es: que pue-
da coincidir o no con ¡a conciencia previa confrontatlva (por ejemplo, la científica,
si nos atenemos a la acepción restringida del mismo término ideología).

' Véanse Ansart (1982), Eagleton (1997), Geertz (1971), Gómez Pérez (1985), Gravano
(1988 y 1988a), Thompson ¡1984) y Voloshinou (1965),
El barrio-barrio: identidad o ideología
89
La conciencia siempre es relativa a su propio ser consciente como conciencia
en el tiempo, en la historia. Es real en tanto no absoluta. Es conciencia sólo si
está despegada de algo de lo que tiene conciencia y sólo si hay otra conciencia
respecto a ese algo. No hay conciencia sola. Solamente hay conciencia respec-
to a, o contra un objeto que sea, a su vez, objeto para otra conciencia. Si la
conciencia se materializa en la contraposición de lo discursivo como ideológico —
como sígnico, como lo que refiere con un sentido—, como actualización de lo
ausente referido, debe tener una regularidad que lo sitúe en el tiempo y que
ponga límite a sus posibilidades de sentido; una restricción mediante reglas.
Las reglas sólo se visualizan en su actualización, por lo tanto no son la
actualización. Están más allá, en una profundidad respecto a la superficialidad
del discurso. Toda interpretación debe partir de una superficie que esté en
relación con una profundidad adonde se debe llegar para acceder al sentido.
Es el paradigma del buceo de las ciencias sociales, a partir de la consagración
de la ideología como objeto de estudio. Por el habla, por ejemplo, se recons-
truye la lengua y se desciende a la profundidad de las reglas subyacentes
que regularizan y restringen su uso. Se revela así una trama interior, ciertas
jerarquías y una estructura que, de no interrogar a la superficie, no se brindan
de por sí mediante el mero uso.
El grado de conciencia de esa trama requiere una conciencia de la concien-
cia. Cuando se usa una regla no se la concientiza. Se toma conciencia cuando
se la confronta con una posibilidad contraria por la cual esa regla se revela
como tal. Esto proviene del mismo mecanismo de la sustitución. Toda expre-
sión es, en última instancia, es un entramado simbólico, una gran parábola
que consiste en sustituir algo que está más allá con algo que se trae hacia el
más acá de la expresión. Ese gran salto, con ser elemental, no es explicativo,
no enuncia ni justifica por sí solo la razón de ser de esa sustitución concreta.
La elección de un símbolo para representar un determinado objeto no es
natural ni está dada: requiere siempre una explicación, una interpretación de
su sentido y de su porqué. El símbolo siempre está apto para la interpretación
de su sentido porque eso es: posibilidad de ser sentido. Pero quedarse en la
constatación de lo posible no es explicar el porqué de ese sentido entre los
sentidos posibles. No se trasciende lo tautológico que implica constatar mera-
mente la sustitución, al concebir lo humano en general (lo simbólico, lo cultu-
ral, lo sígnico, inclusive lo ideológico y todo fenómeno de conciencia) como
mensaje y nada más. El salto debe ser buceado en su interior. Deben estable-
cerse los escalonamientos o niveles que median entre la posibilidad y la ac-
tualización. Y si se concibe que pueda haber un medio, un grosor que permite
hablar de ideología como profundidad del discurso, será necesario establecer
cuáles son los elementos que se movilizan dentro de ese grosor, de ese me-
dio. Elementos discretos que tendrán, a su vez, una superficie y una profundi-
dad, pero acotadas al nivel de la mediación en que sean distinguibles. Es
necesario distinguir niveles y, dentro de esos niveles, unidades.
La unidad del discurso es el enunciado. En el discurso se distinguen, en
forma clásica, habla y lengua. Aun cuando desde algunas posturas teóricas se
Antropología de lo barrial
90
equipara lo discursivo con el habla, siempre se acuerda con que lo rige una
lengua. Las unidades de estos distintos niveles son, según nos dice el lingüis-
ta ruso V. S. lurchenko, de la lengua, la oración; del habla, la frase; y del
pensamiento, el juicio (lurchenko, 1970: 155). Esto del pensamiento tiene
importancia pues se trata de establecer las relaciones entre lo materializado
del pensamiento y los mecanismos por los cuales éste se estructura y genera
nuevas actualizaciones posibles. Pero en lo ideológico la unidad mínima de
análisis no puede reducirse a la frase, ni a la oración, ni al juicio, ni al enuncia-
do. Preferimos buscar una unidad que suponga a éstos, pero que los tras-
cienda. Una unidad que apunte centralmente a lo ideológico en sus dos com-
ponentes: la ¡dea y la lógica.
Ésta unidad puede ser la proposición. Por ella se entiende un contenido,
sostenido por un enunciado, que puede estar expuesto en una frase y/o en
una oración y por el cual puede emitirse un juicio; pero en sí no es ninguna de
esas cosas. Situarnos frente a un contenido implica necesariamente suponer
su continente, lo que a su vez supone que ese mismo contenido podría haber
sido otro pero fue ése, razón por la cual es contenido y no es su continente.
Desde Saussure sabemos que la arbitrariedad y la convencionalidad son la
base de lo propuesto en la proposición. La convencionalidad de lo propuesto
tiene como base lógica también la posibilidad. La posibilidad es un modo de
presentación que tiene la determinación. Por lo tanto, debe suponerse que
hay algo más allá de una posibilidad actualizada. Algo que la confronta nece-
sariamente y por lo cual puede hablarse de posibilidad, de actualización y de
determinación; en suma, de ideología. Ese algo más allá no es una sustancia
sino una relación con el más acá de lo discursivo, de lo materializado y actua-
lizado. Esa relación, para ser tal, mínimamente es concebible en términos lógi-
cos; no de una lógica absoluta sino de una lógica definida precisamente por
esa relación.
Apuntar a lo ideológico significa tratar de caracterizar esa relación, de
tipificarla en su calidad. No hay otra materia prima para partir que el nivel de lo
materializado en un enunciado, en una frase, en una oración o en un juicio.
Sólo que cada uno de estos niveles tiene su normatividad propia y específica
y ninguna de estas unidades lleva, como diría Simpson, "su forma lógica en la
frente" (Simpson, 1964: 33). Si bien es perfectamente admisible que pueda
hablarse de contenidos de las frases, de los enunciados, de las oraciones y
de los juicios, nosotros preferimos —al situarnos ante lo ideológico— hablar
de proposiciones o contenidos preposicionales. En este camino, necesitamos
comenzar por algún lado, tomar una punta del discurso que nos brinde la
mayor garantía de orden, de visualizar eslabonadamente una estructura. Esa
punta es, para nosotros, el componente sintáctico, pues se nos presenta
como el más estructurante y estructurado, dado que su razón de ser es el
ordenamiento, la regimentación, la puesta en caja más cercana a la
estructuración lógica (esto no significa negar la cualidad estructurada y
estructurante de los demás componentes). El más cercano a la trama del
espectáculo brindado por las ideas esparcidas en lo discursivo. Es a lo que se
El barrio-barrio: identidad e ideología
91
refiere Greimas cuando dice: "El juego sintáctico que consiste en reproducir cada
vez, en millones de ejemplares, un mismo espectáculo, que comporta un proceso,
algunos actores y una situación más o menos circunstanciada" (Greimas, 1976:
179). El espectáculo de ideas que se aborde, entonces, debe tener un refe-
rente. Mediante su análisis se llegaré a extraer una lógica estructurante y
estructurada, en la materialización de la ideología de determinados actores,
expuesta en contextos también determinados.
Puede hablarse de un punto de partida —para el análisis— que consista
en no saber nada de lo que dicen, actúan, refieren o significan esos actores, de
modo de tener mucho más abierta la posibilidad, de captación de los sentidos
posibles y no reducir o circunscribir el análisis al sentido dado de antemano
por el analista. Pero esto no deja de ser un prurito del rigor con el que quere-
mos realizar el análisis. Es que, desde ya, "sabemos" que esos discursos
(directos o que describan acciones, ya que acciones en sí nunca es posible
analizar) son al menos el producto de determinadas condiciones de produc-
ción. Conocemos a sus productores (o los hemos tipificado mínimamente como
humanos, que no es poca cosa) y, por sobre todo, sabemos que esos son
discursos, rupturas de hecho con lo dado, un "no" (dis) al curso natural, son
materializaciones expresivas con posibilidad de actualizar distintos y diversos
sentidos. Es que siempre, en términos absolutos, una exteriorización discursiva
tiene un sentido, aunque más no sea el de lo que una comunidad de parlan-
tes sepa que es "lo desconocido". Desde un punto de vista metodológico, en
cambio, es posible pretender no saber nada de lo que dice un discurso y, de
acuerdo con esta premisa, desarrollar el análisis.
Sin embargo, como todo análisis, es imprescindible categorizar y priorizar
elementos. Para esto es necesario e inevitable establecer un mínimo de signi-
ficación de los términos y contenidos incluidos en los discursos. Un mínimo que
permita distinguir por lo menos que un determinado término ocupa el lugar de
una función verbal, o de un sujeto, o de un atributo, que nos permita esbozar
la distribución en categorías. Implica partir de un mínimo suelo designativo, tal ¡a
definición de Eugenio Coseriu: "Designación es, en el acto de hablar, la utilización
de un significado, y no está determinada sólo por éste, sino, al mismo tiempo, también
por principios generales del pensar..." (Coseriu, 1976: 207). La referencia a estos
principios del pensar nos ubica nuevamente en nuestro intento de adherirnos lo
más posible al esqueleto lógico subyacente a lo discursivo e ¡r, en forma
escalonada, hasta el sentido.
Este primer escalonamiento implica una distribución de recipientes de los
contenidos, a los que llamaremos categorías proposicionales- Son receptácu-
los donde necesariamente se incluyen los contenidos proposicionales. Su se-
mejanza con las categorías sintácticas no es casual, ya que de acuerdo con I. I.
Meshchaninov, "en todas las lenguas hay un sustrato sintáctico común basado en
la utilización sintáctica de las categorías lógicas [que son comunes a toda la
humanidad, y] las categorías lógicas reciben su expresión en el lenguaje y para
transmitirlas se utilizan las correspondientes construcciones gramaticales"
(Meshchaninov, 1970: 17). Entre el componente sintáctico y el lógico, enton-
92 Antropología de lo barrial

ces, hay semejanza pero no Identificación. La terminología que exponemos no


pretende ser ni definitiva ni excluyente, habida cuenta que algunos de estos
términos tienen otro uso en la teoría de la comunicación y en algunos enfo-
ques de semántica estructural. El sentido que les damos se reduce a las defi-
niciones que siguen. Las categorías preposicionales son básicamente de dos
tipos: constitutivas y funcionales. Las primeras son aquellas donde el conteni-
do proposicíonal no implica de por sí una relación o una funcionaltzación, sino
que "emiten" o "reciben" esa relación o funcionalización. Son:
- Destinador; categoría cuyo contenido proposicíonal emite o es agente de
una funcionalización; puede ejemplificarse con su coincidencia en lo
sintáctico con el sujeto de la oración, del cual "parte" la acción verbal
("...£7 dotor Almada recorría el barrio...", donde el destinador está señalado
por el dotor Almada).
- Destinatario: categoría proposicional cuyo contenido recibe una
funcionalización; en lo sintáctico puede coincidir con los llamados objeto
directo e indirecto (en el mismo ejemplo seria el barrio).
- Atributo: categoría cuyo contenido es el producto de una funcionalización
atributiva, que cualifica; esta atribución bien puede ser el producto de
una marca verbal ("ser") o de una atribución directa extraída de! mínimo
nivel de designatividad al que nos referíamos ("Lugano es tranquilo").
Las categorías funcionales son aquellas cuyo contenido proposicional impli-
ca una relación dinámica o una funcionalización entre elementos constituti-
vos. Distinguimos dos tipos:
1. Verbales: coincidentes con el "núcleo de la oración", el verbo. Por el míni
mo de su designación es posible teologizarías en: acciónales,
atribucionales y enunciativas.
2. Relaciónales: estas categorías funcionales-relacionales son ias que enla
zan contenidos preposicionales, cuando en el discurso se actualizan
categoremas o conjuntos categoremáticos, que consideramos también
como marcas (un categorema es un signo sin significado léxico, por ej.:
"y", "aunque"). Pueden ser incluidas aquí la conjunción, la disyunción, la
adjunción, la condicionalidad, la adversatividad y la causalidad. Por ejem
plo, "trabajar, antes, era un orgullo, si [condicionalidad] uno no era ato-
rrante, pero [adversatividad] ahora, como [causalidad] son todo más ato-
rrante, aunque [adversatividad] está el que perdió el laburo...").
La unidad mínima a la que se puede acotar un contenido proposicional
está compuesta por el contenido de la o las categorías constitutivas que se
relacionan en torno a una categoría funcional. La llamamos figura proposicional.
En su expresión más elemental está compuesta por un destínador y una
funcionalización (por ejemplo, "el barrio creció") y se lo puede graficar: B—► .
Una vez realizada la distribución de los contenidos de acuerdo con (as catego-
rías, lo que se obtiene es que la totalidad del discurso a analizar se convierte
en una superficie dividida en espacios —categorías— donde se incluyen esos
contenidos. Se compone un gran cuadro en donde figurará siempre un núme-
El barrio-barrio: identidad e ideología
93
ro de referencia para cada contenido, que permita en cualquier momento ob-
servar el contexto de donde se lo extrajo porque, a la postre, nos dará un
panorama exhaustivo de l a s recurrencias de contenidos y las categorías
proposicíonales en donde esos contenidos funcionan.
Veamos un ejemplo, ante los siguientes textos extraídos mediante entre-
vistas. Son fragmentos que corresponden al análisis de lo que arbitrariamen-
te llamamos rasgo "solidaridad". Para aislarlos, tomamos convencionalmente
los contenidos designativos de términos como solidaridad, socorrer, ayudar, cuidar,
pedir, estar alerta, asistir, prestar, etc., y apartamos los contextos. No detallamos
aquí las variables de base de los entrevistados porque caben en la tipificación
que hemos hecho de la muestra.
1. —¿Qué es lo que más le gusta de Lugano?
"La gente."
—Y de la gente, ¿qué le gusta más?
"La solidaridá, la amista que te brinda. Es gente desinteresada... Yo venía de
Flores y, cuando vine, vine a vivir... y en eso una señora muy humilde me dijo, le
digo: la verda que me encuentro rara, las calles llenas de tierra; dice: usté va a
ver, dice, cuando se acostumbre a acá, de Lugano no se quiere ir más... y es así,
yo de acá no me quiero ir más... Es un sentimiento..."
—¿Y si tuviera una posibilidad económica muy buena?
"Tampoco... menos... es un sentimiento. Yo pregunté a mucha gente de Lugano
Uno y Dos [el complejo habitacional] y se quiere ir, pero en Lugano [viejo], qué
sé yo, la gente te da mucha confianza... Yo paseo por Lugano tranquila, tengo una
tranquilidá..."
2. —¿Cuál es la característica más importante de Lugano?
"Es un barrio típico, si alguna vez algún vecino necesita algo, más de uno de
acá lo socorre... Mi mamá estaba enferma y la ayudó el vecino... Se te acercan,
vienen, te piden socorro, te piden el teléfono, te piden ayuda, que lo cuides, qué sé
yo, yo creo que acá nadie se niega porque son vecinos de muchos años."
3. —¿Qué me puede contar usté del barrio?
"Que le puedo contar... Nada, que es lindo, que me gusta... de vida tranquila,
todo normal, toda gente buena, trabajadora, nadie se lleva mal con nadie, si uno
precisa del otro..."
4. —¿Por qué dice usté que aquella época era mejor?
"Porque la gente era más unida, sería porque había menos gente... se trataban
más, era mejor casi un vecino que un familiar... Ahora uno se reconcentra en su
casa... En cambio, antes, uno necesitaba algo... 'Eh, Fulana, me hacen falta cinco
centavo, ¿me lo prestas?' Y allá se venía tres cuadra, le gritaba de la otra esquina... Mi
mamá le curaba la garganta a los chico, les hacía gárgara con agua y sal; el dotor las
recetaba pero los chico no querían y las madre le pedían y con mi mamá lo hacían."
5. "Son todos buenos, acá son todos gente buena... Los barrios viejo no hay
gente mala, por lo menos yo sirvo a cualquiera, a cualquiera que me pide... me
Antropología de lo barrial
94
necesitan a mí y... ya le digo... a las casa no ir, pero siempre estamos alerta uno
con los otro... Yo cosas mala nunca vi, sinceramente."
6. Como otro ejemplo, podemos citar la matriz de rasgos general de los
personajes del barrio que con mayor recurrencia fueron nombrados, que incluye:
típico, conocido, arraigado en el barrio, asistente, bueno y relacionado con el actor.
Lo de asistente proviene de las menciones de dos médicos {de pueblo, como
los de antes) y un cura "gaucho". A los tres se los pinta recorriendo el barrio
(algunos de a caballo) en forma desinteresada. La emoción de algunos
entrevistados al recordarlos fue intensa.
¿Cómo procedemos? Agrupamos primero todos los destinadores. Se pre-
sentan entonces nominaciones de esos destinadores: la gente de Lugano, más de
uno, el vecino, nadie, gente, Fulana, mi mamá; y destinadores tácitos, dados por
las personas gramaticales ellos, vos, ella, yo, nosotros. Procedemos entonces a
ver si es posible agrupar esas nominaciones. Cuando agrupamos de esa
forma decimos que estamos formando una matriz nominal. Una matriz
nominal es el resultado de la operación de matrizaje, que consiste en agrupar
los elementos contenidos dentro de una serie de estructuras proposicionales
isomórficas. Nos referimos a los contenidos que mantienen entre sí la relación
de estar dentro de una misma forma que los contiene, que es la categoría
proposicional —en este caso— de %estinador. La matriz nominal es, entonces,
la amalgama de esos contenidos afines estructuralmente. En algunos casos
es necesario proceder a una operación de asimilación por afinidad de ciertos
contenidos, por medio de una convención consecuentemente explicitada. Esta
asimilación es producto de la necesidad de economía de análisis y de ordena-
miento e implica una convención también necesaria para ir acotando los ele-
mentos de análisis. Permanentemente pueden ser revisadas en particular.
Por ejemplo, todas esas nominaciones explícitas y tácitas se podrían asimilar
a la matriz gente del barrio. Puede haber casos en que se torne necesario
analizar el detalle de cómo en esos discursos se establecen diferencias entre
las nominaciones o entre las personas gramaticales. Siempre se estaré a tiem-
po, si previamente a la asimilación se compuso el cuadro con esos detalles.
Por ejemplo, hubo algunos casos en que nos interesó ver cómo, ante tales o
cuales contenidos o situaciones, algunos entrevistados colocaban dentro de la
escena que narraban a su interlocutor ("Y si te llegan a agarrar, no salís vivo",
por ejemplo), lo que podría ser indicador del involucramiento proyectivo que
hacen los actores en esos contextos y ante determinados temas. En ocasión
de estar circunstancialmente acompañados en nuestro trabajo de campo por
una alumna de veinte años, el entrevistado —un puntero político del barrio—
, de unos cincuenta años, cada vez que debía referirse a riesgos de violación,
tratos obscenos de los jóvenes respecto a las mujeres en el barrio o referen-
cias a lugares peligrosos, sacaba sus ojos del antropólogo y los dirigía casi
mecánicamente hacia los de la joven y en su discurso la colocaba indefectible-
mente en el lugar que le correspondía según alguna asunción profunda, o vaya uno
a saber por qué: "Si vas por ahí no sabes lo que se les puede ocurrir hacerte",
"Yo, te veo..., sos una piba que podías ser mi hija, pero hoy hay cada cosa...".
El barrio-barrio: identidad e ideología
95
Se procede luego a observar las funcionalizaciones de esos destinadores,
pero ahora con la ventaja de haber agrupado esos destinadores en matrices
nominales. Podemos entonces ocuparnos de cada uno de ellos en particular.
Con las funcionalizaciones es posible realizar una operación similar a la asimila-
ción de nominaciones, que consiste en sustantivar los verbos, lo que también
implica una convención tendiente al acotamiento de los contenidos. Obtene-
mos asi las matrices funcionales. Convencionalmente, operamos, en caso de
ser necesario, sustantivando los lexemas de los verbos mediante participios
que representan esas funcionalizaciones preposicionales. En el ejemplo, po-
demos formar dos matrices funcionales, que representamos con dos colum-
nas, indicadoras de destinadores y destinatarios que, en realidad pueden ser,
a su vez, asimilados a la misma matriz nominal gente del barrio.

Ejemplos Destinador Destinatario


1 solidarizante
2 socorrente necesitante
ayudante enfermo
acercante pidiente
viniente
cuidante
no negante
34 precisante
unida necesitante
viniente haciente fatta
prestante
curante
sirviente pidiente
alerta necesitante
asistente

En la columna de la izquierda se aglutina a las funcionalizaciones que se


ubican como núcleos de una relación de condicionalidad respecto a las
funcionalizaciones de la derecha, que actuarían como condiciones de las otras.
Podemos asimilar luego las funcionalizaciones, a dos términos convencionales
(por ejemplo: ayudante y pidiente), y disponemos gráficamente las matrices
asi (incluso podríamos convenir en un símbolo para la condicionalidad, que
ahora no hacemos e indicamos por el categorema "si"):
GENTE DEL BARRIO AYUDANTE si
GENTE DEL BARRIO PIDIENTE
Ahora observemos que como destinatario de las dos funcionalizaciones
podemos ubicar a la misma matriz nominal. La fórmula queda, entonces (aho-
ra abreviamos los contenidos):
Antropología de lo barrial
96
gB AYUDANTE a g8
Si
gB PIPÍENTE a gB
El trabajo con matrices permite detectar con rigurosidad relaciones que
no aparecen tan nítidamente en la superficie del discurso. Es cierto que en
un principio no adquieren de por sí significado, que sólo podrá obtenerse
mediante el análisis semántico. Pero son relaciones entre lo nominal y lo
funcional, pero permiten enunciar las primeras hipótesis tentativas sobre
los elementos diferenciales más "gruesos" y recurrentes que contienen esos
discursos. Como todavía no tenemos el significado de esos elementos recu-
rrentes, de esos "paquetes gruesos", hablaremos de "rasgos". En el mo-
mento de analizar sus significados apuntaremos a dos aspectos básicos: lo
sintagmático, en gran medida ya acotado por el ordenamiento preposicional,
y lo paradigmático, cuando inquiramos si esos rasgos funcionan como valo-
res dentro de un sistema o paradigma. La definición de "rasgo" que vemos
más semejante a nuestro criterio es la de F. G. Lounsbury: "Rasgo es un
término de caracterización última en un conjunto de términos descriptivos, apro-
piados para el análisis de un paradigma particular" (Lounsbury, 1978; 82). De-
finición donde observamos la coincidencia entre "conjunto de términos des-
criptivos" con el interior de nuestras matrices, y "términos de caracterización
última" precisamente con el rasgo aislado. Los rasgos son para nosotros
sustitutos sintéticos —porque son el resultado de una asimilación conven-
cional— de funcionalizaciones preposicionales del discurso y son indicadores
de contenidos recurrentes. Son el producto de una envoltura de contenidos
encerrados por convención en matrices que se pueden analizar en particu-
lar sin el temor de estar operando con la mera intuición del analista. Las
matrices o conjuntos de rasgos sirven para ordenar y analizar. Una vez que
se operó con e l l a s pueden ser "desenvueltas" y sus contenidos
desasimilados, pero con la certeza de haber captado su basamento lógico-
proposicional, que no se reduce a lo meramente sintáctico, ni al enunciado,
ni se coloca todavía en el plano de los significados, pero que representa un
contenido proposicional con la significación de ser recurrente y sintomático
para el análisis de la lógica, los significados y el sentido.

El trabajo con los significados: arbitrariedad y estandarización


El trabajo con significados es una etapa intermedia entre el nivel de
lo designativo y el a n á l i s i s de sentido. El objetivo es determinar los sig-
nificados de ios rasgos. Para esto se debe establecer el ordenamiento
s i n t a g m á t i c o y el funcionamiento p a r a d i g m á t i c o de l o s elementos
desglosados mediante el a n á l i s i s proposicional. A e l l o s habíamos l l e g a -
do por dos vías: una s i n t á c t i c o - l ó g i c a , por la que obtuvimos el encade-
namiento l i n e a l entre nominaciones y funcionalizaciones, y otra la asimi-
l a c i ó n designativa (semántica) de conjuntos que llamamos matrices. Al
pretender saltar a una instancia donde esos rasgos revelan su s i g n i f i c a -
El barrio-barrio: identidad e ideología 97

do, apelaremos en reversa hacia sus contextos asociativos, esto es:


observando sus relaciones no ya dentro de la proposición sino en sus
relaciones con las proposiciones con las cuales se encuentran asociados
en los discursos. Pero, como esas proposiciones ya las teníamos sinteti-
zadas a su vez en otros rasgos, las relaciones a que apuntaremos re-
sultarán ser asociaciones entre rasgos. Se nos presenta un primer nivel
de asociación que al menos nos muestra una relación de contigüidad o
relación en serie, entre rasgos. Por ejemplo, "acá es todo obrero, se ve en
las casas... bajas, de clase media, tranquilo, todo se conocen, el obrero, así, je,
peronista..."). Por otra parte, pretendemos llegar a establecer cuáles
serán las cualidades distintivas y/o semejantes que subyacen a estas
relaciones de tipo lineal.
Una de las condiciones de producción del discurso a analizar será sin duda
el grado de inducción que posea, en la medida en que sea el resultado de
entrevistas, o conversación cotidiana espontánea, o esté contenido en espe-
cies determinadas (frase emblemática, poesía, refrán, chiste}. De cualquier
manera, es difícil que pueda evitarse una confluencia hacia un campo referencial
determinado en torno al cual se eslabonen los distintos significados de los
rasgos recurrentes. Nos referimos a lo Que podría ser llamado una temática
central de un discurso específico o de una requisitoria investigativa que inte-
rrogue a cualquier discurso sobre un eje determinado, de acuerdo con los
intereses y objetivos de la indagación. En nuestro caso, este lugar lo ocupa
primordialmente el barrio, pero en las instancias de campo, los "temas" de
conversación los pusieron los entrevistados tanto como nosotros. En algunos
estudios sobre campos semánticos, a esta confluencia de significaciones par-
ciales que es capaz de circunscribir incluso los límites del campo referencial, se
la llama "significado de base", y su paradigma o constelación de pares opositivos
incluiría obligadamente el resto de los significados (Lounsbury, 1978: 83). La
categoría significado podemos acotarla según la definición de Coseríu, por la cuaí
"significado es siempre y exclusivamente, en sentido estricto, ia faz de contenido de
un signo lingüístico (o de construcción constituida por varios signos); es la
estructuración en una iengua de las posibilidades de designación" (Coseriu, 1978:
207). Para obtener un significado apelamos al uso del signo en diferentes
contextos, según la clásica fórmula de Ludwig Wittgenstein (1982). Esto pone
en relación a un conjunto de signos cuyo significado no será otra cosa que la
tipificación de sus relaciones diferenciales con otros signos. En nuestro caso
hablamos de rasgos como signos: "El significado de un espécimen depende de
ias diferencias entre él y otros especímenes que podrían haber ocupado el mismo
puesto en una secuencia determinada", establece Jonathan Culler (1979: 29)
cuando fundamenta la aplicación del modelo lingüístico a la cultura. Como es
de clásico conocimiento a partir de Saussure, las relaciones diferenciales son
básicamente de dos tipos: secuenciales y virtuales. Ambas implican oposicio-
nes: en un caso, respecto a lo que antecede y continúa al signo dentro de la
linealidad de su enunciación (sintagma); en el otro, respecto a su oposición
por semejanza y diferencia con otros signos que no aparecen precisamente
porque aparece dicho signo y que forman un paradigma. La demostración de
Antropología de lo barrial
98
la linealidad de los signos al menos ofrece una relación de contigüidad entre
ellos. Nuestros rasgos se ordenarán según la cadena extensiva tal como la
superficie del discurso nos la muestra. Formarán series y, si nos lo propusiéra-
mos —no teniendo en cuenta distinciones de enunciaciones dentro de mismo
discurso— una sola serie47. Los elementos asi' alineados constituyen los
sintagmas y las relaciones establecidas de esta forma son relaciones
sintagmáticas. Por otro lado, nuestra pretensión es ahondar en las causas de
ese alineamiento, en las razones que impulsan la emergencia de cada rasgo
ordenado en la serie superficial, en la estructura que subyace a ese nivel
extensivo sintagmático de acuerdo con el cual podemos saber qué "cosa" son
esos elementos. Y en este intento lo que necesitamos es apuntar (más que al
qué) al porqué o al para qué. Mínimamente, en el plano de los significados
donde estamos ahora, deberemos orientarnos hacia las relaciones de asocia-
ción entre los mismos rasgos expuestas en el mismo discurso, de manera de
obtener el más allá del sintagma, esto es: el valor del rasgo o el rasgo como
valor. Pero para esto tendremos que ver primero el valor del rasgo dentro de
la constelación (Mounin, 1974: 60) que formará en sus oposiciones con los
otros rasgos. Lo que quiere decir que antes del porqué —que finalmente abor-
daremos en el análisis del sentido— tendremos que enfilar a desentrañar qué
hace el rasgo respecto a los otros, cómo funciona, cómo se engarza en el
sistema, bajo qué tipo de relaciones queda dentro del sistema y qué lugar
jerárquico ocupa en él. El punto de partida será entonces la descripción de las
asociaciones. Saussure las enunciaba como lo que los términos tienen en
común, que "no se basan en la extensión, su sede está en el cerebro. [Son rela-
ciones asociativas.] Es una conexión 'inabsentia' en una serie virtual" (op.cit.:
208). Tomaremos el "cerebro" de Saussure como equivalente a ese ir más allá,
como equivalente a la virtualidad, a la diferencia que se escapa y que sófo
reside como posibilidad actualizada. Lo virtual respecto a lo sintagmático es lo
paradigmático, la serie puesta en funcionamiento y que, a su vez, puede ex-
plicar la serie. Es la profundidad de lo contiguo. Lo que se escapa a la presen-
cia, sólo es captable por la combinación de presencias y hace posible la rela-
ción de analogía de significados. Mientras en lo sintagmático hablaremos de
partes y un todo, en lo paradigmático el todo se nos escapará como límite
pues estamos en el reino de lo virtual, donde lo determinante serán las rela-
ciones de cada paradigma y cada paradigma será tal si se respetan esas
relaciones. Además, nunca el paradigma aparecerá como tal. Su forma exte-
rior, su modo de entrar a escena será mediante el orden sintagmático, para el
cual el paradigma será su razón de ser funcional.
Diversos autores han establecido paralelismos entre el uso de este mode-
lo de lo sintagmático y lo paradigmático y otros pares de opuestos: metoni-

47
"Elementos alineados uno tras otros en la cadena (del habla) -decía Saussure-, son combi-
naciones que se apoyan en la extensión y en lo lineal de la lengua (...) Siempre se compone
de dos o más unidades consecutivas. Un término sólo adquiere valor porgue se opone al que
le precede o al que le sigue o a ambos. Es una conexión "in praescentia" en una serie
efectiva" (Saussure, 196S: 207).
El barrio-barrio: identidad e ideología 99

mia/metáfora (Jakobson, 1980) es uno de ellos; la extrapolación del mismo Lévi-


Strauss para el análisis de la producción simbólica es otra (1968: 46); la
diferenciación que hacen Mulder y Harvey entre signo y símbolo en estos mis-
mo términos sería otro también. La más ilustrativa es quizá la relación entre
"melodía/armonía" que hace Edmund Leach (1978). La primera como modelo
de la sucesión linea! de unidades discretas (notas musicales) en relaciones de
contigüidad, donde algunas son más recurrentes que otras. La segunda como
modelo de asociación sincrónica de cada una de las notas con otras. La línea
melódica (sintagmática) y la estructura armónica (paradigmática) —decimos
nosotros— recurren en forma interdependiente de la tonalidad elegida para la
ejecución, no pudiendo apartarse de ella sin correr el riesgo de producir una
disonancia. Esa tonalidad, respetada en toda la pieza es el paradigma que
restringe las posibilidades del juego arbitrario (innovativo) de lo melódico y lo
armónico"6. Rescatamos cierta utilidad en la distinción de los paralelismos cita-
dos, ya que con el planteo inicial saussureano sólo es posible acceder a una
analogía entre el modo de existir de las palabras (signos) y nuestros rasgos,
pero se nos escapan algunas características de estos últimos. Leach señala la
equivalencia aproximada de las duplas;
Signo Símbolo
Metonimia Metáfora
Sintagma Paradigma
Melodía Armonía
Destaca para los conceptos encolumnados en primer término la característica
común de estar más adheridos a lo "estandarizado" en determinados contextos,
y a los de la segunda columna de estar más alejados de esa estandarización y,
por lo tanto, estatuidos en forma más arbitraria. La primera relación la describe
como metonímica, tomando este concepto según una de sus cualidades: "La
metonimia existe cuando 'una parte representa a un todo'; el indicador que funciona
como un signo es contiguo a lo significado y forma parte de ello" (Leach, 1978: 20).
De algún modo, dice, implica esto una relación de tipo "intrínseco" —en el sentido
de su estandarización— y da como ejemplos los "signos naturales". La segunda
encierra una vinculación "por semejanza" establecida en forma arbitraria —en el
sentido de lo menos estandarizado—, sin base intrínseca alguna. Y Leach remite
finalmente toda esta problemática al "sentido de identidad entre las cosas del mundo y
sus nombres" (op.cit.: 28). En un artículo titulado "E lenguaje como medio para
la formación del pensamiento", el lingüista y semiólogo A. D. Nasedkin se
planteaba el modo según el cual el lenguaje —de acuerdo con las tesis de W.
Humboldt y A. Potebniá— constituye el medio para la formación del pensamiento.
Afirmaba que la función nominativa, la más de las veces puesta como modelo de
lo que es el funcionamiento a secas del lenguaje —como parecería sugerir
Leach—, no es suficiente para abordar la calidad del problema. La "referencia de la

Tanto la analogía de Leach como la utilidad de su diferenciación misma entre metá-


fora y metonimia han sido criticadas, no sin aciertos pero en forma abstracta (Reynoso,
1987: 113-118).
Antropología de IO barrial
100
palabra a una determinada cosa denotada" conlleva el inconveniente de la arbitra-
riedad y ambigüedad. La situación paradójica sería, según Nasedkin, que "no hay
palabra que pueda poner de manifiesto el fenómeno por ella designado" (1970: 74).
Dice que para explicar la conexión entre la palabra y el objeto la mera función
nominativa resulta insuficiente y es necesario tener en cuenta, además, ¡a fun-
ción descriptiva, cuya esencia estriba en que toda unidad lingüística, cualquiera
que sea, se inclina hacia un aspecto singular de la cosa denotada (hacia una de
sus partes, de sus propiedades, de sus relaciones); arranca de la función norma-
tiva, de la que parece, a primera vista, una variedad, mas al usarse en el habla
descubre su naturaleza antitética respecto a esa función, pasando a través de
todos los niveles (excepción hecha del fonológico) de la lengua; la función des-
criptiva entra en determinadas relaciones con la función nominativa. Pueden des-
tacarse cuatro relaciones funcionales básicas: contagma, paratagma, hipotágma
y sintagma, este último en por lo menos tres variedades: morfémico, léxico y
predicativo (Nasedkin, 1970: 74). Contagma "es la combinación de la función no-
minativa y de la función descriptiva en una unidad lingüística". Paratagma "constitu-
ye una relación de dos unidades lingüísticas diferentes y contiguas que cumplen
funciones homogéneas"; por ejemplo, "el cisne, la mariposa y el pejerrey cantaba y se
reía", donde la relación paratagmática sería la concerniente a "el cisne, la mariposa
y el pejerrey". Sintagma "es una conexión subordinante de dos unidades lingüísticas
diferentes", esto es, que cumplen funciones diferentes (nominativa + descriptiva);
por ejemplo, "amanece" y "el amanecer". Hipotágma "constituye una relación de
funciones en la cual dos o más funciones descriptivas se integran en una unidad
nominativa"; por ejemplo, "el día de la victoria". El autor establece luego que
estas funciones se dan en forma combinada, y de esa combinación surge otra
función que llama "representativa" y que se da a nivel del texto. 'El texto como
fenómeno lingüístico no está simplemente ligado con ei pensamiento, sino que lo
contiene literalmente en sí mismo. Así se explica que escuchando un texto podemos
obtener información incluso acerca de objetos que no hemos visto nunca y de los
que nada sabíamos... La lengua no sólo es capaz de designar los objetos sino,
además, de describirlos y representarlos. El resultado de tal representación constitu-
ye la descripción del objeto o ei conocimiento acerca del mismo. Y esto es, precisa-
mente, el pensamiento" (Nasedkin, 1970: 79).
Puede observarse la analogía entre las funciones señaladas por Nasedkin y
lo que nosotros nos proponemos cuando hablamos de matrizajes nominales,
funcionales y de rasgos. La función nominativa del soviético coincide con nues-
tras matrices nominales; la descriptiva con nuestras matrices funcionales y fi-
nalmente la representativa con nuestra obtención de las matrices-rasgos. Como
se trata en esta ocasión de la manera como operar con esos rasgos, tomamos
las distinciones de este autor en cuanto a las relaciones que pueden estable-
cerse cuando apuntamos a la combinación de funciones. Nos interesa la rela-
ción paratagmática que pueda establecerse en la superficie del texto entre dos
más rasgos cuando entre ellos no pueda detectarse más que una contigüidad.
Hasta ahora se incluía esta relación dentro de lo sintagmático. Pero la diferen-
ciación que hace Nasedkin se nos ocurre apta para intentar probar su utilidad
en nuestro análisis, aun cuando pudiéramos concluir que lo paratagmático, en
El barrio-barrio: identidad e ideología 101

suma, no deja de estar in_.uido dentro de lo sintagmático o, mejor dicho, que lo


paratagmático forma parte de las relaciones metonímicas generales.
Mientras el trabajo de matrizaje es una tarea de "envoltura" designativa,
el trabajo de análisis de significados de lo matrizado es una tarea de "desen-
voltura" semántica. Pero una desenvoltura hecha sobre la base de lo recu-
rrente ordenado proposicionalmente, no de lo a i s l a d o apriorística y
subjetivamente. Así como recurríamos al escalón de lo designativo, ahora lo
pondremos bajo sospecha analítica, y quizá algunos de aquellos paquetes
(matrices) se nos descompondrán en dos o más unidades de significación. El
análisis de significados es un trabajo de remisión constante entre los rasgos.
Con las remisiones construiremos la estructura del significado de cada rasgo.
Esa estructura estará formada por componentes y relaciones. Los componen,
tes son los elementos terminales de las relaciones. Ya establecimos que las
relaciones son de dos tipos: metonímicas y paradigmáticas. Las sintagmáticas
y paratagmáticas formarán lo que puede llamarse red metonimica, y con las
relaciones de oposición semántica compondremos la constelación de valores o
paradigma. El procedimiento consistirá en escalonar los siguientes elementos:

a) términos del léxico que sirvieron para componer el rasgo;


b) matrices nominales (MN) de los contenidos preposicionales del rasgo;
c) matrices funcionales (MF) de los contenidos preposicionales del rasgo;
d) relaciones sintagmáticas del rasgo;
e) relaciones paratagmáticas del rasgo y
f) relaciones de oposición del rasgo.

Las operaciones serán:

1. Barrido de las matrices para detectar los rasgos recurrentes o pertinen-


tes.
2. Reserva hacia las MF y MN que componen el rasgo.
3. Constatación de los lexemas.
4. Establecimiento de las relaciones sintagmáticas, paratagmáticas y de
oposición.
5. Enunciado y formalización de los significados de cada rasgo sobre la
base de esas relaciones.
6. Cuadro global de las tres relaciones y su análisis, con vistas a
establecer la red metonimica y el paradigma, lo que permitiré hablar ya
de valores. Estos valores serán los interrogados luego en el análisis de
sentido.

En el ejemplo que veníamos siguiendo, ya hemos dado algunos de estos


pasos.
Antropología de lo barrial
102
Red metonímica y constelación paradigmática
Habíamos dicho que el conjunto de relaciones paratagmáticas y
sintagmáticas formaban una red que, para distinguirla en la nomenclatura de
la red sintagmática —como se la acostumbra a llamar en análisis del discur-
so—, denominamos red metonímica. Por su parte, el funcionamiento del para-
digma, que no revelará el conjunto de valores, quedaré establecido con las
relaciones de oposición. Es necesario tener, en principio, un panorama total
de cada una de estas relaciones, para pasar luego a confrontarlas en el aná-
lisis de sentido. Indicamos en forma gráfica las relaciones paratagmátícas con
el signo "//" y al conjunto de rasgos atados a esta relación lo colocamos a
continuación entre paréntesis. Por ejemplo, si al rasgo "x" le corresponde el
conjunto paratagmático compuesto por los rasgos "a", "c", "d", lo expresamos
así: x // (a c d). A su vez, cada uno de estos rasgos posee su propio conjunto
paratagmático, que se encadena de la misma forma. Y cada rasgo de esos
conjuntos puede encadenarse con cada uno de los paratagmas de cada uno
de esos rasgos. No hay límite lógico para la extensión de esta cadena, salvo si
en la actualización concreta de esos rasgos surgiera una ambigüedad, nega-
ción o contradicción. Si el rasgo como paratagma no es negado ni contradicho,
ni ambiguo en el corpus estudiado, no hay límite determinado para su exten-
sión paratagmática. Esto significa que cada vez que se detecta su concurren-
cia será dable establecer que junto a él puedan estar concurriendo (como
parte de su significado) el conjunto de rasgos que componen "su" conjunto
paradigmático. El establecimiento de los conjuntos paratagmáticos puede te-
ner una importancia clave en la construcción de hipótesis sobre el funciona-
miento y generación de ideología.
SI volvemos al ejemplo de solidaridad, podemos ver las relaciones
sintagmáticas y paratagmáticas, y como paratagma el rasgo se vincula a amis-
tad, desinterés (por mera contigüidad); y, a su vez, el conjunto de tres
paratagmas se relaciona sintagmáticamente como objeto de lo que el destinador
gente del barrio (gB) brindante. Todo ese conjunto aparece como causa del
gusto por el barrio. Un gusto que se enlaza sintagmáticamente con rasgos
que, ya sustantivados, convencionalizamos como sentimiento, no-yente (no
se quiere ir del barrio), gB dante confianza, tranquilidad. En un gráfico, "B" sería
barrio, "fe" la relación de causalidad, las llaves representan una posible asimi-
lación de contenidos preposicionales y " = " significa la relación atributiva. En
caso que se prefiera relevar la relación paratagmática sólo con los paratagmas
con que concurre en forma unánimemente explícita y que se quiera atener el
análisis a los contextos de concurrencia concretos de la relación paratagmática,
tampoco habría impedimento lógico para afirmar la posibilidad de su encade-
namiento con los paratagmas no contradictorios que se den en otros contex-
tos de su concurrencia. La operación que haríamos sería leer el cuadro de
relaciones paratagmáticas desde un rasgo, deteniéndonos en cada uno de
sus paratagmas y leyendo a cada uno en sus propios paratagmas, y así con-
secutivamente, a la manera de la muñecas rusas contenidas unas dentro de
las otras en forma encadenada.
El barrio-barrio: identidad e ideología
103
Un cuadro general de las relaciones paratagmáticas nos coloca ante sus
actualizaciones concretas, no ante las posibles de la cadena lógica que, por su
extenslvidad, terminaría diciéndonos bien poco, a menos que la comparáramos
con la cadena correspondiente al discurso de otra unidad de estudio o simple-
mente a otro discurso. Pero es posible centrar un tanto más el interés, mediante
lo que denominamos interpenetrabiíidad paratagmática, que es la relación
paratagmática mutua entre dos rasgos, cuando uno de ellos concurre como
paratagma del otro y viceversa. Es una relación bilateral, porque cada rasgo
puede tenerla con más de uno. El hecho de que entre dos rasgos se establezca
esta interpenetrabiíidad —pues cada uno está paratagmáticamente contiguo
al otro— puede servir para detectar nudos paratagmáticos, cuyo valor consitirá
en indicarnos relaciones metonímicas por excelencia, donde la asociación entre
ellos no estaré mediatizada por ninguna funcionalidad sintagmática ni relaciona!
(como podría ser la relación de causalidad, por ejemplo); donde el único "funda-
mento" de la relación estará en lo "dado" de la contigüidad; donde no habrá
"explicación" (en el propio discurso) ni atadura lógica que subordine un rasgo al
otro; donde reinará la "asociación libre" de lo metonímíco. ¿Qué valor puede
tener esta red para nuestros fines interpretativos del sentido ideológico? En
primer lugar, que la red paratagmática representa lo que en el discurso se
expresa como dado, sin necesidad de establecer relaciones de subordinación o
enlace jerárquico entre los rasgos. Estos se distribuyen en un "plano" y forman
un encadenamiento que no revela prevalencías de uno u otro sobre el resto.
Los rasgos en su encadenamiento no se subordinan entre sí. En segundo lugar,
el hecho de que no haya dependencia supone que no existe la necesidad de
que esta relación de subordinación se dé en ese discurso, porque no subyacen
contradicciones entre los rasgos. La red paratagmática representa, entonces,
lo que se revela en el discurso como relación "natural" entre rasgos que no se
cuestionan. Y como no se cuestionan, no cabe la necesidad de oponerlos, de
contraponerlos a nada, o viceversa. Lo paratagmático representa lo explícita-
mente dado como intrínseco o más estandarizado, como diría Leach; lo no cues-
tionado ni puesto a prueba, lo que es considerado de por sí. Y la red de
interpenetrabilidad paratagmática representa el núcleo más adherido a esta "na-
turalidad". Si estos rasgos son a su vez valores, cada uno llevará a la rastra en
sus mismas relaciones de oposición a sus conjuntos paratagmáticos, con lo que
la red paratagmática se "estiraré", siguiendo las rugosidades de la constela-
ción de oposiciones.
La red paratagmática nos brinda información de las relaciones
hiperproposicionales; relaciones entre los rasgos que son el resultado de la
asimilación de contenidos preposicionales en relación de mera contigüidad
enunciativa. La red sintagmática, en cambio, está compuesta precisamente
por el nivel hipoproposicional de esos rasgos: por las predicaciones que ha-
cen posible hablar de esos rasgos. Dentro de lo proposícional es necesario
indicar mediante qué categorías preposicionales se predican los contenidos
de los rasgos. Disponemos entonces las categorías y las relaciones en un
cuadro general que nos brinda la red sintagmática mediante la cual se predi-
can los rasgos. En principio pueden hacerse cuadros parciales de acuerdo con
Antropología de lo barrial
104
las categorías preposicionales desde donde se extraiga cada rasgo, y luego
puede diagramarse la red total. Pero cabe una operación de simplificación de
esta red, consistente en asimilar las concurrencias de los rasgos en las cate-
gorías preposicionales atributo, funcionaiización y destinador. Esta red simplifi-
cada nos permite una confrontación menos engorrosa con la constelación de
valores. La red sintagmática funcional representa los contenidos preposicionales
que, aun sin revelar relaciones opositivas, se "distancian" de la naturalidad,
de lo dado de la red paratagmática. Existe funcionaiización, en efecto, porque
se necesita incluir un contenido dentro de una categoría que es su continen-
te. La funcionaiización misma significa diferenciación y posibilidades de que el
contenido de un rasgo "caiga" en el destinador, en el destinatario, en el atri-
buto o en la funcionalización verbal misma. Subyace a este tipo de relaciones
y a esta red un grado mayor de "problematización" que en la red paratagmática
y la naturalización, en consecuencia, es aquí menor. En la red sintagmática
funcional puede verificarse, asimismo, la importancia del mosaico de
destinadores proposicionales, lo que nos indica un grado de heterogeneidad
en cuanto a las posibilidades de actualización del significado de cada rasgo,
pero fundamentalmente porque se constata la "necesidad" de señalar esta
atribución en forma explícita, debido a que cabe la posibilidad de su no atribu-
ción. Por eso es que en la red sintagmática funcional aparecen rasgos "en
negativo". Por eso es que son estas relaciones las que muestran taxativamente
lo que los rasgos "son". Ahora bien, si los rasgos presentes en ¡a red
sintagmática se estructuran también como valores en torno a relaciones de
oposición, estas relaciones "estirarán" la red sintagmática y la harán "envol-
ver" cada valor. Lo sintagmático representa un grado mayor de problematización
que lo paratagmático, pero en lo sintagmático la misma relación es la que
aporta la "solución" a lo problematizado, mediante la funcionallzaclón. Si es
necesario que se deba enunciar algo verbalmente y en forma explícita, por
medio de una relación sintagmática, ello es porque subyace la posibilidad de
que lo enunciado sea negado, y al enunciarlo, se compromete al rasgo en una
relación de significado. Con decir que algo "es" se "soluciona" que pueda no
serlo, porque se obtura el no-ser, pero siempre bajo el supuesto de que pue-
da no serlo, por lo que se hace necesario enunciarlo.
En la relación paratagmática, en cambio, cuando se encadenan por mera
contigüidad rasgo con rasgo, el supuesto del problema o contradicción subya-
cente representado por esa relación es menor que en la relación sintagmática,
porque lo subyacente es la "naturalidad" plena. Los rasgos presentes en la
red sintagmática "llevarán" con ellos sus conjuntos paratagmátlcos, con lo
que nos encontraremos con una nueva red, producto de la superposición de
la paratagmática y la sintagmática. Y aquí será necesario observar el grado de
homogeneidad que obtengamos de esta superposición y el número de con-
tradicciones y/o ambigüedades que encontremos. Estas contradicciones tie-
nen para la red una importancia crucial, pues representan la forma en que la
ideología "historiza" sus propios contenidos. Entre las relaciones sintagmáticas
incluimos los elementos funcionales "relacionales" del modelo proposiclonal.
Los más recurrentes son de tres tipos: de condicionalidad, de adversatividad
El barrio-barrio: identidad e ideología
105
y de causalidad. La red de relaciones causales explicitadas en el discurso
representa un grado menor de naturalización y supone un grado mayor de
problematización subyacente. Aqui nos encontramos con el grado máximo de
"explicación", de fundamentación, de necesidad de "solucionar un problema"
dentro de (o metonimico. En la relación causal se establece una mayor dife-
renciación y dístanciamiento, hasta el punto que ostensivamente se plantea
una relación de subordinación entre un núcleo (una causa) y su consecuencia.
La necesidad de fundamentar es mayor porque mayor es también el conflicto
que subyace. Esto implica una mayor restricción al sentido de un rasgo y, por
lo tanto, revela valores explicitados por el propio discurso. Hay aquí un grado
mayor de distinción y menor naturalidad. Lo que todavía no se observa son
las oposiciones implícitas de esos valores que sólo serán reveladas en el pa-
radigma. El grado de "solución" es, en la relación causal, en suma, mayor que
en la relación sintagmática a secas. El valor mayor que asignamos al análisis
del nivel metonimico reside en que muestra el grado de naturalización de lo
ideológico, de no cuestionamiento, de no problematización, de no contradic-
ción y de no diferenciación. Es lo que se tiene por intrínseco, dado y estanda-
rizado. Denuncia lo que para esa ideología es "naturalmente" y por eso está
meramente "al lado", sin oponerse más que a su antecedente y a su conse-
cuente. En la dialéctica de le mismidad y la distinción, lo metonimico representa
el primer polo. Su única posibilidad de dinámica se da por una relación de
deslizamiento, del "desplazamiento" freudiano, según Lacan {nun recorrido
por asociaciones externas al sentido"; Friendenthal, 1986). En estos términos,
lo metonimico revela lo que, si bien estará obligatoriamente involucrado en
relaciones de oposición, es "de por sí", "naturalmente", dentro de esas mis-
mas relaciones inclusive. Es !o que no se da sin escindir lo posible de lo no
posible. Implica una unicidad del mundo posible, lo que es porque si. La impor-
tancia de lo metonimico en un estudio sobre ideología radica en que es más
importante desentrañar aquello que para esa ideología es "asi porque sí" que
lo que se fundamenta mediante valores explícitos. Eso que podríamos llamar
carga paratagmática o carga de paratagmas de cada significado representa lo
que cada significado no se cuestiona, lo que tiene de "natural" para esa ideo-
logía. Dentro de lo metonimico vimos que hay niveles que se inclinan hacia
una mayor o menor naturalización. Lo paratagmático indica el grado mayor y
lo causal el grado menor. Pero, junto con lo sintagmático funcional, conforman
una red donde se muestra lo dado en contraposición a las relaciones de opo-
sición que representan restricciones en el sentido.
En los gráficos, las oposiciones aparecen representadas por la barra obli-
cua (/), y los signos ">" y "<" significan "mayor que" y "menor que", respec-
tivamente. Dijimos que inquiriríamos sobre el funcionamiento de los rasgos
como valores dentro de un sistema o paradigma. En el trabajo con los signi-
ficados apuntábamos a l a s relaciones diferenciales capaces de dar cuenta
de aquellos rasgos que podían ocupar virtualmente el "lugar" del rasgo en
estudio y no lo ocupaban precisamente por hacerse éste presente 3llí. Esta
relación entre lo virtual y lo actualizado era básica para la obtención del
paradigma subyacente a los rasgos estudiados y se concretaba en esta
Antropología de lo barrial
106
operación de permutabilidad o sustitución. Establecimos que era necesario
ver cómo actuaba el rasgo, de qué manera se engarzaba en el sistema,
bajo qué condiciones se subordinaba o no a otros valores del paradigma,
qué lugar jerárquico ocupaba dentro de él y en qué contribuía a que el para-
digma funcionara como tal. Lo paradigmático —dijimos— representaba el
funcionamiento, la "explicación" y la profundidad de lo contiguo. Lo que se
escapaba a la presencia y sólo era captable por la combinación de presen-
cias. Las diferentes relaciones de oposición de cada rasgo dijimos que for-
maban lo que Mounin llama una "constelación" de valores (Mounin, 1974:
60). En esta constelación habré valores que actuarán como principales y
otros como secundarios, en la medida en que establezcan entre sí relacio-
nes de subordinación. Por valor entendemos lo que puede adquirir una ex-
presión sígnica binaria de oposición (+/-), tal que operativamente pueda ser
sustituido en su expresión por uno de los extremos de esa asignación. La
base de esta acepción la encontramos en Román Jakobson y sus seguido-
res, para quienes la oposición binaria es la operación fundamental de la
mente humana, básica para la producción de significado: "Esa lógica elemental
que es el común denominador más pequeño de cualquier pensamiento" (Lévi-
Strauss, 1968: 130).
No se nos escapan las dificultades con que se asocia este tipo de dicoto-
mía, pero creemos que más se deben al modo en que pueda ser explicado el
esquema binario que a la existencia misma del mismo como eje de la
estructuración de valores. Por nuestra parte, no buscamos oposiciones de
tipo lógico sino semántico, asociadas o engarzadas en una constelación de
relaciones mutuas concretas y actualizadas en discursos particulares, de modo
que su riqueza mayor consistiré en el grado de oblicuidades o relaciones
antonómicas arbitrarias y no convencionales o menos estandarizadas que
contenga. Riqueza de disonancias ante armonías esperadas y lógicas.
Oblicuidades producto de la contraposición de sistemas de valores diferencia-
les, cada uno con sus respectivas cargas paratagmáticas de naturalizaciones
indicadas por lo rnetonímico de los discursos. El análisis del sentido supone
entonces, por un lado, una dimensión de análisis y descubrimiento de lo que
los especialistas llaman relaciones de "eficacia simbólica", apuntando al me-
canismo de la sustitución, de lo que anida "más allá" de los referentes conte-
nidos en los discursos y el "para qué sirve" de cada símbolo. Y, por otro lado,
una dimensión histórica en donde se topa el más allá con el "más acá" de lo
concreto histórico y contradictorio, de lo que inquiere con interrogantes, con
cortes y rupturas respecto de lo dado, de lo que historiza esas relaciones de
eficacia preguntando por los porqué, por las relaciones de necesidad que ha-
cen posible la restricción del sentido a ese sentido. Nuestra llegada metodológica
a esta dimensión histórica no es desde "fuera" de la producción ideológica
sino desde su "interior", concebido como histórico, tan develador como encu-
bridor, tan rupturista como naturalizado^ en una dialéctica donde la produc-
ción de representaciones (ideología) halla su propia razón de ser, hacedora y
hecha por la historia.
El barrio-barrio: identidad e ideología
107
Los valores del barrio-barrio
En la aplicación de esta herramienta de análisis, hubimos de obtener las
matrices de rasgos manifestadas en el nivel de los discursos, como indicadores
de las imágenes (definidas como refracción significativa de un referente) que
los actores se hacían de su barrio y de los componentes significativos relacio-
nados con él. Colocamos en un gran cuadro los contenidos proposicionales de
acuerdo con la sintaxis lógica. Era la forma en que nosotros, como analistas,
atribuíamos un mínimo de significación (aun no sabiendo nada). Partes de ese
esquema lógico fueron los ejes de la identidad, en función de los cuales
diagramamos cuatro grandes espacios en donde habría de caber la interroga-
ción analítica. Nuestro objetivo era confrontar ese nivel esquemático y abs-
tracto con el de la producción concreta de los actores. Estas relaciones, pro-
ducto de esa comparación, se expondrán en el análisis de sentido, cuando
dispongamos ya de los significados que esos mismos actores asignan a los
rasgos recurrentes que obtuvimos mediante el análisis proposicional. En el
cuadro de matrizajes fue volcado todo el material ya ordenado proposicional-
mente, de modo de contar con un solo corpuS. Así, se destacaron —dentro de
la totalidad de ese corpus— los destinadores de mayor recurrencia, producto de!
matrizaje nominal: 1. Lugano, Villa Lugano, el barrio. 2. La gente de Lugano, la
gente del barrio. 3. Las barras, los jóvenes, los viejos, las familias, los chicos, los
villeros, la gente de la villa, la gente de los complejos (todos incluidos
semánticamente dentro del barrio). 4. Mataderos, Soldati, Celina, Flores, Viüa
Riachuelo, el Centro (los otros barrios).
A los cuatro conjuntos, o matrices nominales, les correspondieron distintas
matrices funcionales, con las que obtuvimos la caracterización de cada una de
aquellas, por lo que "eran" (atributos) o por lo que "hacían" (funcionalizaciones
acciónales). Por medio de los matrizajes llegamos a los rasgos. Extrajimos los
más recurrentes para analizar sus significados. A cada rasgo debíamos darle
un nombre, un código para el análisis. Nos vimos obligados a rotularlos con
términos del lenguaje, pues apelar a una codificación numérica habría resulta-
do de difícil comprensión. Pero requerimos —ahora, en la instancia de esta
lectura— que no se asigne a priorí ningún significado a estos rótulos (en rigor,
cuando trabajamos con ellos lo hicimos con una codificación por medio de
letras y ecuaciones). Los rasgos de Lugano son, entonces, aquellos elemen-
tos significativos con que se refiere en los discursos a !a identidad del barrio.
Son ellos: solidaridad, tranquilidad, arraigo, reiacionalidad, gusto, bondad, pobre-
za, familiaridad, obrero y cambio. En conjunto, conformarían el e;e axiológico de esta
identidad, que definimos como el conjunto de valores que vertebran el sistema
de representaciones simbólicas o de producción ideológica de estos actores
con referencia al barrio.

Solidaridad
Tal como se vio en el ejemplo, la solidaridad es lo que se funcionaliza me-
diante el término solidaridad y las funcionalizaciones socórreme, ayudante, no
Antropología de lo barrial
108
negante, prestante, asistente, entre destinador y destinatario proposicionales
que comparten la misma nominación gente del barrio, cuando el destinatario se
funcionaIiza como necesitante, pidiente y precisante. Se relaciona
paratagmétlcamente con ios rasgos barrio, bueno, gusto, tranquilidad, obrero,
arraigo, relacionalidad, típico, desinterés, amistad, normalidad, unidad, como
funcionalizaciones de la misma matriz nominal gente del barrio. Es —proposi-
cíonalmente— causa explícita de que a la gente del barrio le guste el mismo,
de la tranquilidad del barrio y de que la gente no se vaya de él. Es consecuen-
cia en la relación de causalidad respecto a menos gente y al arraigo, que ac-
túan como causas de la solidaridad. Comparativamente, la solidaridad es mayor
respecto al barrio que a lo familiar ("es mejor un vecino que un familiar"). En la
oposición antes/ahora se corresponde con su oposición principal "+ solidari-
dad I - solidaridad" ("ahora ni un mate te dan"). En principio, entonces, pode-
mos definir el valor de la solidaridad barrial como lo que es capaz de establecer
una relación entre la gente del barrio representada por la ecuación "solidarizante si
pidiente", causada por el arraigo y porque antes los vecinos eran menos cantidad,
por lo que antes había más solidaridad que ahora. Ante la disyuntiva del eje barrio
/ familia, la solidaridad es "mejor" en el primer término. Actúa como causa
del gusto por el barrio, de que la gente no se vaya del barrio y de que el
barrio sea tranquilo.

Tranquilidad
La concurrencia lexemática para aislar este rasgo fue homogénea, ya que
estuvo dada por un solo término: "tranquilo". Sus destinadores proposicionales
fueron en un 80% el barrio y en un 20% la "vida" en el barrio. La relación
sintagmática recurrente fue atributiva del barrio. La particularidad del significado
de este rasgo es la no concurrencia de su antónimo explícito. Lo no tranquilo, en
efecto, está expuesto mediante oposiciones indirectas u oblicuas, que se dan
básicamente en la dimensión temporal, cuando se plantea el eje de la
oposición entre el barrio y "otros" barrios. Debemos ir a buscar entonces las
asociaciones de estas dos terminales de oposición {ahora y otros barrios), para
entrar en detalles de qué es lo que se opone a la tranquilidad. El hoy está
asociado paratagmáticamente con el cambio, el adelanto, que a su vez está
asociado sintagmáticamente con lo bueno y por adversatividad a lo barrial gustado
como su opuesto ("el adelanto es bueno pero no me gusta"). El resto de los rasgos
que componen el conjunto paratagmático del "hoy" son: "más robo", como
funcionalización de los destinadores "jóvenes" y "barras", a quienes se les
niega el rasgo de "trabajador" y el rasgo "familiar", mediante la incidencia de la
oposición temporal: "antes entregábamos un porcentaje de! sueldo a la madre /
hoy le roban hasta a la madre", cuando el destinador proposlcional es "la
juventud" para los dos casos; sólo que en el primero es el joven de "antes" y
en el segundo es el joven de "hoy". Cuando lo tranquilo se opone a "otros
barrios", el conjunto paratagmético de éstos esté compuesto por "bocinas",
"ruidos" y "corridas". Una oposición relevante de este rasgo es la que lo coloca
como contrapuesto al "acontecimiento" y al "hecho". Las respuestas inmedia-
El barrio-barrio: identidad e ideología 109

tas más recurrentes a la pregunta sobre algún hecho importante ocurrido en el


barrio fueron, en primer término, negativas, debido precisamente a que "este
es un barrio tranquilo"; luego, del total de "hechos" mencionados por los acto-
res, en un 24% se referían a los "cambios" sufridos por el barrio, los edificios y
los complejos (rasgo recurrente del "adelanto"), y en el 76% restante se men-
cionaron acontecimientos vividos por los propios actores asociados a conflictos
de tipo político, gremial, vecinal y policial, cuyos dos ingredientes más recurren-
tes eran la violencia y la muerte. El conjunto de rasgos asociados
paratagmáticamente con lo "tranquilo" está expuesto por los términos "senci-
llo", "simple", "lindo", "normal", "bueno", y con funcionalizaciones que pueden
ser asimiladas a los siguientes rasgos que, como se verá, son recurrentes en
casi todos los significados: solidaridad (Lugano "es de vida tranquila, si uno
precisa de otro..."), relacionalidad ("nadie se lleva mal con nadie, todo tranqui-
lo"), gusto ("me gusta, es tranquilo"), no irse ("de acá no me voy, es tranquilo"),
trabajo ("acá es tranquilo, un barrio tranquilo, acá todos trabajan"), arraigo (acá
la gente es muy... antigua, es muy tranquilo"), no robo ("era un barrio tranquilo,
había algún rata, pero habla uno, hoy pasa tu vieja y le roban la cartera"). En el
análisis de solidaridad vimos de qué manera ese rasgo era colocado en una
relación de causalidad con "barrio gustado" y con el hecho de que la gente no
se fuera del barrio y que a su vez mantuviera una relación paratagmática con la
tranquilidad; por lo que puede señalarse esta relación de lo tranquilo como
consecuencia causal de lo solidario.

Arraigo
Este rasgo es el resultado de la asimilación de diversas funcionalizaciones ("de
muchos años", "originaria", estantes de antes, vivientes, quedantes,
mantenientes, criantes, poblantes, nacientes) aplicadas a una matriz nominal que
incluye los destinadores proposicionales gente de barrio, gente de los complejos,
gente de la villa, viejos y chicos. La oposición que está implicada en este rasgo se
ubica en un plano temporal y está representada por las mismas
funcionalizaciones, las que se colocan todas en oposición a lo nuevo, lo
alquilante, lo no originario, pero no respecto al barrio respecto a sólo dos de
sus destinadores: la gente de los complejos y la gente de la villa. En efecto,
dentro de la gente del barrio no concurre lo no arraigado; sólo concurre para
distinguir, por un lado, la gente de la villa arraigada y la gente de la villa no
arraigada y, por el otro, la gente de ios complejos arraigada y la gente de los
complejos no arraigada. Esta función distintiva que cumple el rasgo arraigo
llega a plantearse en términos de causalidad. La gente de los complejos arrai-
gada recibe una matriz funcional que se identifica con los rasgos atribuidos a
la gente del barrio (del Lugano "histórico"), como ser: trabajadora, buena,
tranquila, familiar, relacionada. Lo mismo ocurre con la gente arraigada de la
villa. Esta identificación no se expresa en forma directa en el discurso; en él sí
se hace mención a la distinción entre las nominaciones ("gente de los comple-
jos", "gente de la villa"), pero sus matrices funcionales coinciden. La relación de
causalidad explícita se extiende a que la gente del barrio es así (solidaria,
Antropología de lo barrial
110
gustante del barrio) "porque son vecinos de muchos años", "porque son los que
poblaron". El arraigo funciona, entonces, para distinguir a dos sectores dentro
de villas y complejos, a los que se asignan los mismos rasgos que a la gente
del barrio cuando son arraigados; y, por otra parte, funciona explícitamente
como núcleo causal de los rasgos del barrio gustado y solidario. El conjunto
paratagmático de rasgos asociados con lo arraigado incluye lo familiar, lo bue-
no, la amistad, la tranquilidad, la relacionalidad, lo trabajador y lo obrero.

Relacionalidad
Este es el rasgo de mayor amplitud en el espectro de las funcionalizaciones
que se le han asimilado. Apunta a la vida en relación de los vecinos, al modo de
llevarse entre si, de conocerse. Por convención asignamos a unas
funcionaíizaciones un valor afirmativo del rasgo, compuesto por conoscente,
encontrante, recorriente, conviviente, llevante, tratante, relacionante, concurrente,
reuniente, parante, jugante, conversante, charlante, y a otras un valor negativo
del rasgo, compuesto por las funcionalizaciones peleante, discriminante y aislante.
En un principio habíamos analizado en forma separada estas dos matrices
funcionales, pero luego las incluimos dentro del mismo a n á l i s i s del rasgo
relacionalidad —con la salvedad de distinguirlas—, dadas sus relaciones de
oposición concurrentes. Los destinadores preposicionales de cada una de es-
tas matrices funcionales son, para la afirmativa: gente de barrio, gente de la villa,
viejos, chicos y barras. Y para la negativa: barras, villeros y jóvenes. Se nota la
diferencia de nominación al rasgo en cuanto a gente de la villa / villeros, por un
lado, y que las barras se ubican en ambos polos, mientras el destinador jóvenes
sólo actúa en el costado negativo. La relación de oposición más neta de este rasgo
es la que lo contrapone a "estar de casa en casa" o "andar que Fulano que Mengano".
Otra es la que se corresponde con trabajo/vida barrial, cuando el rasgo trabajo se
asocia paratagmáticamente a vorágine, apuro, y se asocia a la oposición
explícitamente dada por los actores como símil de ciudad/pueblo de provincia;
donde el barrio es "como un pueblo de provincia" y ai llegar del trabajo "uno tiene
tiempo para conversar horas con un amigo en el club, o en una esquina". Una
oposición recurrente es la que se asocia con la oposición barrio/otros barrios,
cuando a este último término se asocia la vida en departamentos, donde uno "ni
se saluda", mientras en el barrio "tocan el timbre y sabes quién es". Es unánime
en la información la correspondencia con la oposición de lo temporal, donde
antes/ahora se corresponde con + relacionaiidad / - relacionalidad ("la gente ahora
está cada vez más para su lado"). La relación sintagmática más recurrente de este
rasgo es la que coloca a la gente del barrio como destinador y como destinatario de
sus funcionalizaciones, en familia y en el club del barrio, pero subordinada a la
oposición + antes / ahora. El conjunto paratagmático con que se asocia incluye
los rasgos: solidaridad, tranquilidad, familiar, bueno, arraigo, gustado, trabajo, lindo,
típico y normal. Se destacan sus relaciones de causalidad, cuando se ubica como
núcleo causal del gusto por el barrio ("el barrio me gusta porque uno se encuentra
con la gente en la calle, conversa, se relaciona") y es consecuencia causal directa
del rasgo menos gente: antes había menos reía-
El barrio-barrio: identidad e ideologia
111
ción entre los vecinos porque "éramos menos". Cuando su destinador es la
gente de la villa, la relacionalidad es causada por el arraigo y por el fútbol ("/os
de la villa la romper?*, por eso son aceptados en ios equipos de Lugano"). Su
negatividad es recurrentemente causada por la falta de arraigo.

Bondad
Este rasgo se opone a "mala" cuando es atributo de la gente de la villa y la
de los complejos en forma explícita. Paratagmaticamente se relaciona con la
relacionalídad y el arraigo. Cuando es atributo de la gente del barrio se opone
por comparación en correspondencia con la oposición antes/ahora en forma
explícita. Por lo tanto, funciona como valor para distinguir !o que era "más" la
gente del barrio antes. La gente de la villa y la gente del complejo reciben- el
rasgo con signo negativo, mientras la gente del barrio lo hace con ambos
signos, pero cuantitativamente prevalece el positivo. Sólo surge la oposición
respecto al eje temporal. Lo que se plantea es una concurrencia de bueno,
buena para el ahora cuando se omite el antes. Pero, ni bien surge la oposición
antes/ahora, el signo de! rasgo pasa a ser unánimemente negativo en una
gradualidad comparativa. En suma: la gente es buena, pero antes era más buena.
Por definición, podemos asimilar gente del barrio al rasgo barrio; por lo tanto,
aquí estamos en presencia de la oposición barrio / no barrio, representando el
polo no-barrial, la gente de la villa y la de los complejos.

Pobreza
Sintagmáticamente es atributo del barrio y de la gente del barrio y sólo asi
se asocia paratagmáticamente a bajo nivel, no acceso a nada, no dinero. Pero
también es atributo de villeros y de jóvenes. En forma explícita no actualiza su
opuesto. Prevalece la relación sintagmática de atribución de gente del barrio
y dei barrio, tanto en el presente como en el pasado, pero cuando se presen-
ta el eje antes/ahora en forma ostensible surge la oposición que, por compa-
ración, queda signada +/-.

Familia
Es uno de los rasgos de mayor recurrencia. Es el producto de la asimila-
ción designativa inicial de diversos términos (familiar, familia, padre, madre,
etc.). Funciona como atributo del barrio y de la gente del barrio. Actúa bási-
camente como destinador de su funcionalización más recurrente: controlante
a jóvenes en el antes. Paratagmática y sintagmáticamente se relaciona con
una mayor relacionalidad, con el arraigo, ¡a tranquilidad, la seguridad, la
prohibición, el barrio, lo obrero, la pobreza, el trabajo, la negación del estu-
dio, la no inteligencia, el antes y el gusto por el barrio. Es núcleo causal de
que el barrio sea lindo, familiar y gustado. Es consecuencia causal de que el

"Romperla" significa, en la jerga futbolística, jugar muy bien, sobre todo en contacto
con la pelota, al extremo de "destrozarla" o "hacerla de trapo".
Antropología de lo barrial
112
barrio sea un barrio, del arraigo y de que antes hubiera menos gente en el
barrio. Se opone al ahora, a los villeros y a lo que no es barrio. En el análisis
de este rasgo se destacaron contradicciones y ambigüedades que imponen
el desglose de oposiciones como padre/hijos, en correspondencia con opo-
siciones como gente del barrio/jóvenes, antes/ahora, más gusto/menos gusto,
de las que nos ocuparemos más adelante y que son todas coincidentes con
la oposición principal del rasgo: familia controlante /jóvenes solos, a su vez
coincidente con la relación sintagmática básica: familia controlante a jóvenes,
y en correspondencia con la oposición antes/ahora, en la que lo familiar que-
da signado +/-.

Obrero
También podría ser rotulado trabajador o trabajo. Llegamos a él por la asimi-
lación de términos como trabajo, trabajador, trabajar, obrero, laburo, yugo.
Debido a su gran recurrencia, hicimos un análisis pormenorizado de cada uno
de ellos y recién al constatar que no había contradicciones en sus usos volca-
mos el análisis en la descripción de un significado homogéneo. Sus relaciones
paratagmáticas de mayor recurrencia se dan con rasgos como italianos, traba-
jadores, la fábrica en el barrio, los obreros en el barrio, las casas bajas, el peronismo,
la relacionalidad (llevarse bien), la pobreza, la tranquilidad y la "gente media". En
cuanto a las relaciones sintagmáticas, tanto como destinador, cuanto como
atributo o como funcionalización, el rasgo también es negado
proposicionalmente. Comparemos a cuáles destinadores les es atribuido y
negado el rasgo:

Afirmado Negado

gente de barrio
barrio
gente arraigada de la villa gente no arraigada de la villa
barras obreras de antes barras no obreras juventud
de ahora

Ya nos encontramos aquí con oposiciones que nos resultarán significativas


en el análisis de sentido. Entre las relaciones de oposición concretas con que
se asocia este rasgo se destacan tres conjuntos. Uno en donde se pueden
reunir las que hacen referencia al barrio o a lo barrial, en las que principalmente
se identifica a Lugano como "barrio obrero" en oposición a los complejos, al
cambio producido en el propio Lugano, a la vida de departamentos, a la "clase
media", a la "gente extraña", todo en correspondencia con el eje bueno/malo.
Un segundo conjunto en donde se hace referencia a la oposición antes/des-
pués como eje de la distinción entre una época donde el "obrero vivía mejor",
"habla trabajo", no trabajar significaba una vergüenza, hacerlo implicaba un
"orgullo", "el obrero pudo estudiar", "hacerse la casita", y a partir de allí "la lucha
El barrio-barrio: identidad e ideología
113
fue por mantener el bienestar conquistado"; una referencia recurrente fue la
época de Perón (1945-1955). Otro eje de distinción similar fue situado en el
antes de esa época y en esa época precisa, correspondiendo para el antes la
mayor pobreza y la imposibilidad de estudiar del obrero. Fuera de estas dos
referencias cronológicas concretas, las principales relaciones de oposición se
situaron en torno a la distinción antes/ahora, en correspondencia con oposiciones
como trabajo / robo, gente de trabajo de! barrio / esos del pool (jóvenes), peronistas
/ "de todo", obrero / esos (jóvenes) vagos y atorrantes, gente de trabajo /
barritas (de jóvenes), dar un porcentaje del sueldo a la madre / robar a la madre,
antes se tenía más cariño por la fábrica / hoy eso se ha perdido. Estas últimas
relaciones de oposición son las que reunimos en un tercer conjunto, porque
son las que indican el eje distintivo preponderante de lo obrero y lo que se
opone a lo obrero como valor; pero todas se subordinan a la oposición ya
señalada del antes/ahora que no determina una época referencial particular.
La relación entre las referencias de la época de Perón y este "antes" no
referenciado no es directa. Son dos distinciones, pero la que apunta a la épo-
ca de Perón sólo se asocia con el bienestar económico y, si bien no se contra-
dice con ese "antes" indeterminado, tampoco se confunde con él.

Gusto
Este rasgo es de gran recurrencia, tanto en los casos en que se lo indujo
medíante preguntas, como en el conjunto total de las entrevistas. Obsérvese
incluso su presencia dentro de las relaciones sintagmáticas de los otros rasgos.
Es el producto de la asimilación de la funcionalización verbal actualizada con el
término gustar, querer, encantar. La relación sintagmática básica donde concurre
sitúa como destinador a la gente del barrio y como destinatario proposicional
las distintas referencias que los entrevistados colocaron como objetos de su
gusto. La relación de tipo comparativo estaba planteada en una pregunta que fue
recurrente en las entrevistas (¿qué es lo que más le gusta de su barrio?), lo que
podría habernos impulsado a suponer que se encontrarían referencias acerca
de lo que menos gusta del barrio en relación directamente inversa al gusto.
Esto fue planteado taxativamente, entonces, en otra pregunta y en dos instancias
de trabajo de campo. De ambos conjuntos de respuestas se podría haber
extraído un significado negativo (que significa el no gusto por el barrio). Pero el
resultado de esta confrontación fue que el gusto se define por un conjunto de
rasgos que son coincidentes en forma plena con los atribuidos a Lugano (tranquilidad,
familiaridad, solidaridad, relacionalidad, trabajo, arraigo, amistad, casas bajas,
"la gente", y el no querer irse del barrio), que se sitúan proposicionalmente
como destinatarios de la funcionalización "gustante". El no gusto no se definió
por los rasgos opuestos a aquéllos, sino por una serie de rasgos que hasta
ahora no habían concurrido y que podemos sintetizar como "no servicios", ya
que las respuestas recurrentes fueron: "falta de desagües", "falta de asfalto",
"falta de transportes", "mugre", que compusieron el 60% de las respuestas a la
pregunta sobre lo que no gusta del barrio, mientras el 40% restante fueron
"nada, me gusta todo", 'nooo, sacar defetos noo".
Antropología de lo barrial
114
Sobre esta aparente contradicción volveremos en el análisis de sentido.
Nos sirve señalarla aquí porque de ella resulta que en los discursos no se
explícita unánimemente aquello que se opone al gusto por el barrio. Al no
gusto se lo niega en un 40% y se lo hace equivaler en un 60% con la falta de
servicios. Pero el gusto no se define por el rasgo "servicios" en positivo, sino
por los rasgos recurrentes ya citados, que componen, en general, los valores
que se asignan al barrio. Quiere decir que el gusto no se pone a prueba, no se
confronta con la negatividad de esos rasgos, no actúa como un eje por el cual
esos rasgos adquieren un valor. Esos rasgos no condicionan el gusto en su
oposición al no gusto. Esto nos remite a las otras relaciones de oposición que
concurren en el conjunto. Del total se destacan tres tipos. El más recurrente
es el que plantea la oposición entre irse del barrio y quedarse (en cuanto a
vivir en él); disyuntiva no planteada para nada en forma directa en las "pre-
guntas y que surge de la relación paratagmática ("de aquí no me iría nunca, me
gusta").
El segundo tipo es el que no contrapone al barrio con otros barrios y asocia
este polo de la oposición a los rasgos departamentos (opuesto a casas bajas),
enfriamiento, adelanto, no relacionalidad. Y el tercero incluye la oposición de tipo
temporal, en referencia directa al antes más gustado contrapuesto al ahora
menos gustado. La relación causal en la que se incluye el gusto lo coloca como
consecuencia del rasgo arraigo (el que a su vez es causa de la relacionalidad
asociada con lo obrero). De gran recurrencia son las respuestas de que lo que
más gusta del barrio es caminar por sus calles, porque "uno se encuentra con
los amigos, con los compañeros de CAMEA, porque nos acordamos de aquellas
épocas". Acá estamos haciendo el análisis del rasgo gusto y no de lo que a la
gente le gusta del barrio o por lo que a la gente le puede gustar del barrio, lo
que remitiría a las respuestas predominantes, que fueron "todo" y "que siga
siendo un barrio" o "que todavía es un barrio". Queríamos saber qué era gustar en
referencia al barrio y nos encontramos con un rasgo que remite a otros
rasgos a los que les captura la posibilidad de oposición. Mediante el gusto no
se obtiene aquello que se opone a los valores gustados en forma explícita y
sólo es posible acceder a ésos por inferencias de oposiciones incluidas dentro
de las relaciones paratagméticas, las que son recurrentes con barrio / otros
barrios y antes / ahora.

Cambio
Dentro mismo de la convencionalidad designativa por la cual aislamos este
rasgo nos encontramos ya con una relación de oposición de la cual el análisis
de su significado no puede estar ajeno. La implicancia de un antes y un des-
pués o ahora es parte fundamental de este rasgo. Se apuntó, por lo tanto, a
los significados incluidos en ambos polos de esa oposición y a los ejes por los
cuales el mismo discurso efectuaba tal distinción. Los términos tenidos en
cuenta para determinar la presencia de este rasgo fueron: cambio, transfor-
mación, nueva etapa, vuelco total, progreso, bisagra histórica, se rompió, se fue
perdiendo, se fue muriendo, y la más recurrente relación opositiva manifiesta
El barrio-barrio: identidad e ideología
115
50
entre un antes y un después, un ahora y un hoy . Las relaciones sintagmáticas
del rasgo no revelaron una prevalencia de alguna forma determinada: como
destinador un 10%, como funcionalización un 25% y como atributo un 4%. Su
oposición básica (antes/después) abarca, empero, la mayor proporción de su
actualización tanto con la presencia de sus dos términos explícitos (29%) como
con uno (32%). Como se ha venido viendo hasta aquí, este rasgo está pre-
sente en todos los demás. Por lo tanto, una definición del cambio implica la
ubicación del resto de los rasgos en torno al eje antes/después de acuerdo
con cada definición de los rasgos. Esto significó agrupar conjuntos
paratagmátícos y sintagmáticos de cada rasgo según esta relación de oposi-
ción. Con estos conjuntos se formaron dos redes de relaciones paratagmáticas
y sintagmáticas que llamaríamos metonímicas y desde cuya confrontación podría
definirse lo que el discurso sobre Lugano quiere significar cuando se refiere'al
cambio en el barrio51. El significado del cambio puede sintetizarse con el con-
junto o red metonímica incluido en el ahora de la relación de oposición básica
respecto del antes. Las relaciones de causalidad explicitadas por las cuales se
produjo ese cambio fueron: la época de Perón, la invasión de los complejos, el
hecho de ser más gente en el barrio, el golpe de '76 y la desaparición de los
potreros en el barrio. En realidad no podemos ir más allá en la enunciación de
este significado, porque, irremediablemente nos internaríamos en el análisis
del sentido y para ello necesitamos todavía describir el paradigma. Es que
para comprender cabalmente el significado de este rasgo tenemos que ver el
conjunto de los significados, detenernos en sus ejes más relevantes y estipular
la red total de relaciones de todos los rasgos, pues el eje antes/ahora es el
que sin duda atraviesa en forma unánime el conjunto de los significados
esbozados aquí. Pasamos, por consiguiente, a totalizar estos resultados par-
ciales con vistas a describir el paradigma o constelación de valores —con su
correspondiente red metonímica— de la identidad barrial de Lugano en los
discursos analizados. En principio veamos la red metonímica y luego la cons-
telación paradigmática.

La red metonímica de la identidad barrial


Es posible hacer un cuadro general con las relaciones paratagmáticas de to-
dos los rasgos, y podemos señalar, dentro de esa misma red, entonces, los
casos de interpenetrabilidad paratagmática. Tanto se lea el cuadro desde los
paratagmas como desde los rasgos, el contenido de las relaciones es equiva-
lente. De acuerdo con ese cuadro podemos obtener las relaciones
interparatagmáticas de cada rasgo. Como en este tipo de relaciones no se con-
templan jerarquías ni subordinaciones, cada rasgo está a su vez atado a los

Un análisis diferenciado del uso de estos términos no dio resultados que contradije-
ran los que en el análisis del sentido se expondrá, por lo que no es pertinente
reproducirlo aquí.
La lectura de ambas redes sólo sirve en términos comparativos, y su valor teórico
será analizado en la dimensión temporal de sentido.
Antropología de lo barrial
116
que posee dentro de su conjunto paratagmético. Cada uno lleva a la rastra este
conjunto en forma "natural" dentro de esta ideología. Si quisiéramos unificar
panorámicamente la visión de estas relaciones mutuas, tendríamos que super-
poner gráficamente las relaciones de cada rasgo, con lo que nos quedaría ex-
puesta la red de la interpenetrabilidad paratagmática del discurso referido de la
identidad barrial de Lugano tal como muestra el cuadro de relaciones
paratagmáticas. Sí estos rasgos son a su vez valores, cada uno llevará a la
rastra en sus mismas relaciones de oposición a sus conjuntos paratagmáticos,
con lo que la red paratagmática se estirará siguiendo las rugosidades de la
constelación de oposiciones. De acuerdo con este valor teórico funcional que le
asignamos a la red paratagmática, en la identidad barrial se nos presenta la
relacionalidad como lo menos cuestionado, lo más natural, debido al grado de su
atadura a la propia red. Esta atadura lo vincula estrechamente, como se ve en el
diagrama, a los rasgos obrero y tranquilidad. Este sería el núcleo más dado den-
tro de lo dado de la naturalidad de este discurso. Por otro lado, se puede
observar que los rasgos menos atados a la red son pobre, lindo y el arraigo.
En el cuadro de las relaciones sintagmáticas, ocupan, como ya vimos, un
lugar importante las de causalidad. Con la totalidad de las relaciones causales
explícitas de cada rasgo del discurso sobre la identidad barrial en Lugano
puede diagramarse un cuadro general en el que puede verse que hay rasgos que
sólo ocupan el papel de núcleos o causas: el arraigo, el fútbol, los potreros, la
época de Perón, el hecho de ser más gente, la edificación de los complejos y el golpe
de! '76. Hay rasgos que son sólo consecuencias: la tranquilidad, la no
relacionalidad, lo lindo, el cambio y lo opuesto a lo barrial. Y, por otra parte,
hay rasgos que actúan como núcleos y como consecuencias: solidaridad, fa-
miliar, gusto, relacionalidad y lo barrial. Los rasgos más consecuenciales de las
relaciones causales son el cambio, lo barrial, la relacionalidad, el gusto y lo
familiar. El que actúa como núcleo más recurrente es el arraigo. Por su parte, el
rasgo obrero ni siquiera concurre en las relaciones causales. Definimos la red
metonímica por ser a q u e l l a compuesta por las redes de relaciones
paratagmáticas y sintagmáticas. Hemos graficado la primera. La red metonímica
denuncia lo que para esa ideología es natural y por eso está meramente al
lado, el lo contiguo, sin oponerse más que a su antecedente y a su consecuen-
te. En la dialéctica de lo mismo / distinto, lo metonimico es lo que representa
el primer polo, una parte del todo que es el todo. Su única posibilidad de
dinámica se da por una relación de deslizamiento". En estos términos, lo
metonimico revela lo que, si bien estará involucrado en relaciones de oposi-
ción, es de por sí, "naturalmente", dentro de esas relaciones inclusive. Es lo
que se da sin escindir lo posible de lo no posible. Implica una unicidad del
mundo posible. De lo que no se tiene conciencia de su no ser. Y esto tiene
relevancia si nuestro objetivo es analizar la producción ideológica. Puede ser
más importante desentrañar aquello que para esa ideología es porque sí que
lo que se fundamenta mediante valores explícitos.

Puede asociarse al desplazamiento freudiano, según Jacques Lacan: "Un recorrido por
asociaciones externas al sentido" (Friedenthal, 1986).
El barrio-barrio: identidad e ideología
117
Eso que llamamos la carga paratagmática o carga de paratagmas de cada
significado representa lo que en cada significante no se cuestiona, lo que
tiene de natural para esa Ideología, lo que, por ejemplo, para los teóricos de
la Etnometodología, seria una "asunción incorregible" (Garfinkel, Wolf, Herltage),
que nosotros hemos trabajado en el plano organizacional de nuestras inves-
tigaciones, llamándolo "núcleos rígidos de creencia" (Gravano, 1992), y que
algunos colegas han aplicado en barrios del Conurbano bonaerense (Ceirano,
1995). Dentro de !o metonímico ya vimos que hay niveles que se inclinan hacia
una mayor o menor naturalización. Lo paratagmático representa el grado mayor
y lo causal en grado menor de naturalización. Pero, junto con lo sintagmático-
funcional, conforman una red donde se revela lo dado en contraposición a las
relaciones de oposición que representan restricciones en el sentido. De más
está decir que cuando distinguimos lo metonímico de lo paradigmático no es-
tamos refiriéndonos a dos realidades sino solamente a dos aspectos de lo
Ideológico (de lo sígnico, de lo simbólico, de lo cultural). Un discurso meramente
expresado por las relaciones metonímicas es un discurso patológico, de
circunvalación permanente. El discurso "normal" se manifiesta mediante lo
metonímico (sintagmátlco-paratagmático) y lo paradigmático. Siempre será
posible establecer la constelación de valores que subyacen a lo encadenado.
Y nosotros así lo hemos hecho con nuestro discurso referido al barrio. Pero el
detalle está en apuntar a lo que para esa ideología queda como naturalizado
a pesar de las relaciones de oposición. Interesará saber fundamentalmente:
a) si se rompe —y por dónde— esa naturalización, o b) cómo ia naturalización
puede ser capaz de envolver en su red metonímica a los valores de esa ideo-
logía. Envoltura y ruptura serían ¡os términos de esta dialéctica de permanente
construcción del fenómeno ideológico.
Como conclusiones parciales acerca de la red metonímica podemos decir
que: la relacionalidad es lo menos cuestionado, pues es lo más atado a la red
paratagmática; le siguen la tranquilidad y lo obrero; lo menos atado a la red
paratagmática son lo pobre y, a continuación, lo lindo, lo bueno y el arraigo; el
núcleo paratagmático lo componen los rasgos relacionalidad, obrero y tranqui-
lidad; en las relaciones sintagmáticas funcionales se revela la heterogeneidad
de los destinadores que se funcionallzan mediante los rasgos; al superponer la
red sintagmática con la paratagmática se ve una coincidencia entre ambas; el
núcleo principal de las relaciones de causalidad está compuesto por el arraigo
como causa intermediatizada por los rasgos relacionalidad, solidaridad y fami-
liar, que converge en lo barrial como consecuencia final, pero con el gusto como
convergencia causal intermedia entre esos rasgos y lo barrial; si comparamos
la red paratagmática y la causal, vemos que: lo obrero no concurre en las
causales y sí pertenece al núcleo paratagmático; la tranquilidad es sólo conse-
cuencia causal y también pertenece al núcleo paratagmático. Esto es coheren-
te con la red paratagmática, pero también muestra cómo dos rasgos muy adhe-
ridos al núcleo paratagmático se distancian de las relaciones causales. El arrai-
go, por otra parte, está presente entre lo menos atado a la red paratagmética;
o sea, es lo menos naturalizado y lo menos necesitado de fundamentar o expli-
car causalmente, con lo que se corrobora, por su opuesto, la afirmación ante-
Antropología de lo barrial
118
rior: a mayor paratagmatización le corresponde menor causalidad, o a mayor
naturalización menor causalidad. Puede concluirse que el núcleo más cercano a
lo dado-naturalizado está representado en la red metonímlca por la conjunción
de la relacionalidad, lo obrero y la tranquilidad. Y lo menos naturalizado, por el
arraigo como causa y el barrio como consecuencia. Esto implica que en esta rela-
ción entre el arraigo y el barrio reside el mayor "problema" que debe salir a
solucionar la causalidad. Y en una relación de causalidad, el problema está colo-
cado, por definición, en el componente consecuencial; lo que equivale a decir,
en lo barrial. Y lo barrial es "explicado" por lo arraigado. Y aquí podríamos pre-
guntar por qué. ¿De dónde proviene lo que pone en contradicción al barrio?
¿Qué es lo que implica un riesgo para su no posibilidad de sentido? ¿En dónde
reside la capacidad explicativa del arraigo? Esto será respondido mediante la
confrontación de la red metonímica y la constelación de valores, en el análisis
de sentido.

Relaciones de oposición
Nos detendremos en cada significado para ver las relaciones de oposición
en forma global. Apuntamos a las relaciones entre las oposiciones mismas,
con el fin de detectar cuál de ellas actúa como valor principal y de qué manera,
respecto a los otros valores. Por valor entendemos lo que por medio de una
relación de oposición puede adquirir una expresión sígnica binaria (+/-), de
manera que operacionalmente pueda ser sustituido en su expresión por esa
asignación. No estamos en busca de oposiciones lógicas —o de nuestra lógi-
ca— sino semánticas, de significado para ese discurso. En todo caso, nos
interesan las oposiciones que conforman la lógica propia del texto que anali-
zamos, con sus contenidos específicos. De esta forma, nos interesarla sobre-
manera el tipo de oposiciones que podríamos llamar oblicuas, en las que lo
opuesto a un rasgo no es su antónimo lógico o designativo (por ejemplo, lo
opuesto a tranquilo no es intranquilo sino acontecimiento). Dispusimos, en un
principio, un cuadro general con las relaciones de oposición. Luego vimos que
era posible agruparlas de acuerdo con tres variables:

a) Las del uso de los rasgos en juegos de oposición puntuales respecto a su


propio opuesto. Vemos que la mitad explicitan su antónimo designativo:
bueno / malo, lindo /no-lindo, arraigado / no-arraigado, relacionado / no-rela-
cionado, gusto / no-gusto y obrero / no-obrero. La otra mitad no lo hacen:
pobre, tranquilo, solidaridad, familiar, cambio. Si vemos en conjunto las opo-
siciones de estos rasgos podemos observar que, en orden de recurrencias,
el cambio se opone a cuatro de ellos: a la tranquilidad, a la relacionalidad,
al gusto y a lo obrero. Ei rasgo "peleas" se opone a la relacionalidad y a lo
lindo. El "robo" se opone a la tranquilidad y a lo obrero. La juventud se
opone a lo familiar y a lo obrero. El resto de opuestos forman conjuntos
que concurren sólo para oponerse a un rasgo, entre los que se destacan:
bocinas, ruido, corridas y acontecimiento, opuestos a la tranquilidad; pala-
El barrio-barrio: identidad e ideología
119
brotas a lindo; departamentos a relacionalidad; inseguridad, no prohibición y
no control a io familiar y estudio, vagancia, atorrante, barras, a lo obrero,
b) Las del uso de los rasgos en juegos de oposición que refieren puntual
mente a lo barrial, cuyo eje es la oposición barrio / no-barrío y que apunta
rla en forma ostensible al significado base (recordar la definición de
Lounsbury citada). Entra en juego en todos los significados salvo en po
bre. Aquí se confirma la no explicitación del opuesto a lo pobre por un
lado, y por el otro se unifica a lo barrial con lo villero y con lo joven, sin
oposición a lo pobre. El rasgo común se convierte en valor sólo en su
oposición implicada con lo barrial (es común a "todo" barrio) y no tiene
opuesto. Lo lindo referido a lo barrial es planteado explícitamente como
negado, aunque adversativamente relacionado con la oposición barrio /
otros barrios por no irse del barrio, con lo que se subordina su valor nega
tivo a barrio. El rasgo familiar se opone a !o barrial por su subordinación al
valor solidaridad, que queda aumentado por lo barrial y disminuido por lo
familiar. Estos cuatro valores, entonces, están subordinados a lo barrial.
c) Las de uso de los rasgos en torno a la oposición más recurrente: antes
/ ahora, que entra en juego en todos los rasgos, y que los signaliza en
forma correspondiente como "+/-". Se destacan aquí los rasgos que se
convierten en valores precisamente al entrar a jugar la oposición antes
/ ahora, sin la cual son meras atribuciones. Ocurre esto con lindo, de
quien su opuesto surge sólo cuando se plantea el ahora; con pobre, que
ni siquiera tiene opuesto, al igual que solidaridad; con lo bueno, que sólo
entra en oposición al jugar el ahora; con el gusto, que adquiere un signo
negativo solamente ante la oposición antes/ahora. Principalmente ocu
rre con tranquilidad, en su oposición a robo, cuando las relaciones
paratagmáticas de robo revelan su actualización en el antes y en el aho
ra en contradicción con las sintagmáticas, que sólo lo actualizan en el
antes y se relacionan allí paratagméticamente con el rasgo tranquilidad.
Existe en todos estos casos una subordinación de las oposiciones pro
pias, especificadas para cada rasgo, hacia la oposición antes / ahora.

Podemos considerar que la oposición antes/ahora es la principal del para-


digma, ya que no sólo es unánimemente recurrente sino que su eje de oposi-
ción es capaz de convertir en valores a otros cuyo funcionamiento como tales
de otra forma se relativiza o desaparece. Estos valores son: lo lindo, lo bue-
no, lo pobre, lo solidario, el gusto y lo tranquilo. Y podemos considerarlos
subordinados al eje antes/ ahora. En el análisis del cambio habíamos estable-
cido que era coincidente, para todos los otros valores, el ahora de la oposi-
ción que podríamos llamar temporal, con lo cambiado. Podemos corroborarlo
con las redes paratagmáticas y sintagmáticas de lo cambiado. Lo fundamental
es que la oposición temporal funciona para distinguir al conjunto de los valo-
res adheridos al barrio, atravesando la contradicción de que el barrio es, en el
presente, sólo que antes lo era más. Era más tranquilo, más solidario, más
bueno, más pobre, más lindo, más gustado. Pero, a su vez, hoy sigue siendo
Antropología de lo barrial
120
un barrio: es tranquilo, gustado, lindo, solidario, bueno, pobre, respecto —en
el ahora— a otros barrios, villas, departamentos, ciudad (y el trabajo en la
ciudad) y respecto a los jóvenes y a las barritas. Se entrecruzan entonces
aquí la variable temporal — c)— con la referida al barrio en si —b)—. Si la opo-
sición principal —planteada desde la investigación incluso— es barrio/no ba-
rrio (¿qué es, qué significado tiene el barrio y qué se le opone, como significa-
do base?), en lo temporal el barrio es en el antes y en el ahora, pero porque
"todavía"... Con lo que esa oposición barrio / no-barrio se corresponde propor-
cíonalmente con antes / ahora.
Todos los valores analizados ostentan la misma relación opositiva (+/
-) en correspondencia con la temporal. Las oposiciones reales nos dan un
cuadro de relaciones oblicuas, que dijimos que es el juego de oposiciones
que más puede interesarnos si pretendemos apuntar a la l ó g i c a propia
del discurso que analizamos. Porque esta opacidad de lo oblicuo es tal
sólo respecto a la lógica abstracta de los antónimos. Por eso hay rasgos
que sólo son valores ante la oposición temporal, y establecimos que es-
taban —como tales— subordinados a ese eje. Cuando no se hace patente
la oposición temporal, prevalece su aparente transparencia, no dicen
nada; s ó l o forman parte de la cadena s i n t a g m á t i c a , o revelan
sintomáticamente una adherencia —por contigüidad— a otros rasgos o
valores, pero en la red de lo metonímico, sin resolver ninguna contradic-
ción porque no la plantean. Al toparse con el eje antes / después se
tornan intercambiables, adquieren valor de cambio semántico y se rompen
internamente. Si dejamos de lado aquellos valores que explicitan su opues-
to y encolumnamos el resto de las oposiciones aceptando que todos los
valores en su positividad son equivalentes o componentes del significado
base barrio, nos r e s u l t a la real c o n f i g u r a c i ó n de lo que no es
(axiológicamente) el barrio:

cambio corridas sacar defectos al barrio


peleas acontecimiento andar de casa en casa
robos departamentos irse del barrio
jóvenes inseguridad vida privada
barritas no prohibición otros barrios
Barrio palabrotas no control villeros
bocinas estudio gente de complejos
ruido vagancia ahora
clase media trabajo en ciudad miedo
ciudad porteño
no peronista invasión

Estas relaciones semánticas de oposición —distribuidas según las tres va-


riables citadas— y la red metonímica, son la materia prima del análisis de
sentido de la identidad barrial que expondremos a continuación.
El barrio-barrio: identidad e ideología
121
Análisis de sentido: determinación y alternidad
Cuando fundamentamos el modelo de análisis proposicional y el trabajo con
los significados nos habíamos referido al sentido. Vamos ahora a tratar de sin-
tetizar el porqué de esta etapa de análisis en particular. En primer lugar, sentido
"es el significado particular de un texto o de una unidad textual, precisamente aquei
contenido que no coincide simplemente con el significado y la designación" (Coseriu,
1978: 207). Nosotros apelábamos a la designación en la etapa del matrizaje de
los contenidos preposicionales y a los significados en el momento de definir
semánticamente cada uno de los rasgos del discurso referido a la identidad
barrial en Lugano. En última instancia, todo nuestro recorrido analítico se sitúa
en torno al eje referente / sentido de G. Frege, como modo de desentrañar lo
ideológico como producción en lo discursivo, cuya materialización básica se da
en lo sígnico. Y es este carácter sígntco el que remite al sentido de la producción
ideológica: "Un producto ideológico no sólo constituye una parte de una realidad
como cualquier cuerpo físico... sino que también refleja y refracta otra realidad exte-
rior a él. Todo lo ideológico posee sentido: representa, figura o simboliza algo que
está fuera de él. En otras palabras, es un signo. Sin signos no hay ideología (...) La
comprensión sólo puede producirse en un material semiótico... El signo se dirige al
signo... La conciencia misma puede surgir y llegar a constituir un hecho posible sólo
en la concreción material de los signos. La comprensión de un signo es, al cabo, un
acto de referencia entre el signo aprehendido y otros signos ya conocidos" (Voloshinov,
1965). Hemos destacado en la cita del lingüista ruso los términos "dirige" y
"posible", ya que una interrogación sobre el sentido implica una interrogación
sobre la dirección de lo significativo dentro de las posibilidades de sentido. Direc-
ción como movimiento que une dos puntos de una relación de comienzo y llegada
que, en este caso, será una superficie y una profundidad sígnica: un referente
y su sentido, una realidad que sirve de referencia, de punto de anclaje y otra
que le atribuye una dirección signica y que hace que ese referente adquiera
una significación determinada.
Pero un sentido que seré siempre la actualización de una entre una gama
de sentidos posibles. Hablar de posibilidad implica, necesariamente, suponer
una restricción de sentidos posibles. Lo que nos remite a la categoría de deter-
minación —como límite— de sentidos y a la interrogación sobre el origen y cau-
sas de la determinación. El concepto de dirección nos sitúa también en las
relaciones reales históricas de existencia de la producción ideológica: en su
carácter confrontativo, dialógico, escindidor y contradictorio. La primera relación
de contradicción estaré representada por este eje referente / sentido y se basa
sobre el carácter arbitrario, convencional y determinado de la producción sígnica
en general y de la ruptura con lo dado de la naturalidad. Por io tanto, en esen-
cia, no hay ni es posible hablar de un sentido sino en el seno y como producto
de una confrontación de sentidos, único modo de ser del sentido como posibili-
dad actualizada. Podríamos, entonces, reemplazar en la definición de Coseriu
"contenidos" por resultado de ia confrontación de contenidos. De esta forma, lo
barrial sóío tendrá posibilidades de tener un sentido en ei ring de su confronta-
ción con algo que se le oponga. ¿Cuál puede ser ese algo? Veamos cómo reper-
Antropología de lo barrial
122
cute esta pregunta en lo metodológico, ya que estamos fundamentando un
momento del análisis. Nos encontramos con que todo nuestro esfuerzo radicó
en lo paradójico de tratar de no atribuir un sentido a príorí a nuestro objeto de
análisis (el discurso referido a lo barrial), pero todos nuestros pasos debieron
recurrir a paulatinas y escalonadas atribuciones de sentido. Él primero estaba
representado por nuestro encuadre lógico de la identidad social en general,
con sus ejes particularizados en lo barrial. El segundo estuvo representado por
el nivel designativo convencional que atribuimos a los componentes lexemáticos
del discurso obtenido en las entrevistas y por el sentido sintáctico lógico que
compartíamos —por su carácter universal— con ese discurso. Luego pusimos
en duda ese nivel designativo cuando pasamos al análisis de los significados. Y
ahora pasamos al análisis del sentido propiamente dicho del conjunto de esos
significados organizados en el paradigma y la red metonímica del discurso refe-
rido a lo barrial. Lo nuevo del análisis del sentido tal como lo acotamos para
diferenciarlo de la designación y el significado es que ahora ya no estamos
obligados a circunscribirnos a lo intrínseco del discurso referido a lo barrial (como
campo referencial) sino al resultado de su confrontación con otro u otros senti-
dos posibles acerca de ese mismo campo referencial. ¿Cuáles serán ese o esos
sentidos que contrapongamos al sentido del discurso referido a lo barrial? En
principio optaremos por analizar las variables más salientes que provengan del
análisis de los significados del paradigma y la red metonímica del discurso sobre
lo barrial y su encuadramiento lógico propio. De esta manera, el sentido con
que confrontaríamos a lo barrial manifestado en ese discurso seria la lógica
propia de ese sentido. Pero no una lógica intrínseca, desgajada de las relacio-
nes históricas reales o encajada en relación a un código preconcebido como su
opuesto, sino una lógica construida sobre la base de las oposiciones y contra-
dicciones que ese mismo sentido revele.
Es sabido que, como dice Mounin, "no hay isomorfísmos entre la estructura de
los significantes y la de los significados; si no, todas las lenguas serian lógicas"
(Mounin, 1974: 56). Así como las lenguas no son lógicas pero sí tienen una
lógica interna que les da coherencia, el sentido tiene una lógica precisamente
por ese carácter de actualizar sólo parte de lo posible. Es una lógica interna de
ese sentido, pero que sólo lo adquiere en la medida en que es confrontada con
otro sentido que provenga de las posibilidades no actualizadas. Y hablar de
posibilidades no actualizadas nos remite al sistema de reglas, al código capaz
de determinar la actualización. Si bien, en el plano ideológico, los códigos son
parte de toda construcción de la hegemonía {Williams, 1980), a nosotros nos
interesa, en todo caso, cuál es el resultado de esa construcción y qué es lo que
se le opone alternamente a la hegemonía. Nos interesa, en principio, el código
propio de la identidad barrial y de esta producción ideológica. No es que preten-
damos desgajar uno del otro, pero tampoco partiremos de omnipotenciar teó-
ricamente la relación de dominio social o institucional o político como la única
desde donde proviene la determinación, pues de esa manera deberíamos con-
cebir a los sectores no dominantes de la sociedad -los que no imponen los
códigos- como meros entes pasivos del decurso histórico, fatalmente determi-
nados por la relación de dominio. La relación de determinación no se puede
El barrio-barrio: identidad e ideología
123
reducir a la de dominio. En última instancia, la determinación proviene de la
dialéctica estructura / superestructura, pero no como correspondencia especu-
lar sino en el juego de la dialéctica determinación / autonomía, cuya base es la
posibilidad y la confrontación de sentidos. Pensamos en un sentido alterno
antes que sub-alterno. Pensar la hegemonía implica, incluso, preguntarse por
la causa de la necesidad de esa hegemonía, de ese significado y no otro. Si la
hegemonía de sentidos existe y trata de imponer o ganar consenso para de-
terminados significados, es sólo desde determinados intereses. Y esto significa
que el sentido hegemóníco trata de contraponerse, neutralizar o eliminar otro
sentido. Quiere decir que la razón de existir de este otro no es solamente la
relación con el dominante sino que él mismo es, previo a su sub-alternidad, una
alternidad en algunos de sus contenidos o aspectos.
Se nos plantea entonces el sentido de la identidad barrial como un sentido
propio antes que dominado por un sentido concebido a priori como dominan-
te. Un sentido propio, organizado de acuerdo con aquello a lo que se está
realmente oponiendo y con aquello a lo que está realmente simbolizando; y,
como tal, activo en cuanto a actualizar determinadas posibilidades de sentido
a esa parte de su vida que incluye lo barrial. Ya habíamos visto el rol del
mecanismo de la sustitución dentro de la producción simbólico-ideológica. Se
recordará, por otra parte, que el interrogante central de todo nuestro trabajo
es qué hay detrás de lo barría!. Preguntar por este detrás, entonces, implica
preguntar; ¿qué es lo que se está sustituyendo mediante el símbolo o el
significado del barrio? y ¿cuál es la dirección de esa sustitución?
Para sistematizar estos interrogantes, los colocamos en lo que definimos
como dimensión simbólica: el sistema de valores —organizados metonímlca y
paradigmáticamente— alrededor de los cuales se actualiza la producción ideo-
lógica que toma a la identidad de un barrio' como referente. Luego podremos
proseguir con el resto de los interrogantes analíticos del sentido, que se basen
sobre la lógica de nuestro punto de partida teórico del modelo metonímico-
paradigmático y del sentido. ¿Por qué se restringen las posibilidades de senti-
do a ese sentido de lo barrial? ¿De dónde proviene esa restricción / actualización
de determinadas posibilidades de sentido de lo barrial? Lo responderemos en
la dimensión histórica del sentido. Queda establecido, entonces, que nuestra
interpretación del sentido consiste básicamente en una interrogación y no en
un dejarse llevar por lo intrínseco de ese sentido a la manera fenomenológica. A
estas dos dimensiones básicas (simbólica e histórica) deberemos sumar las
que emerjan como propias de variables destacadas del mismo análisis. Como
puede observarse en el análisis de las relaciones de oposición, estas variables
son la temporal y la que refería puntualmente en tomo al eje barrio / no-barrio,
ambas incluidas dentro de la dimensión simbólica.

Dimensión simbólica de la identidad barrial


Dentro de la primera variable se destacaron tres opuestos recurrentes a los
valores del paradigma: la juventud (o barritas juveniles), los otros barrios y el
Antropología de lo barrial
124
cambio (o "adelanto") en el propio barrio. Si se observa el origen sintagmático
del resto de los opuestos, se ve que todos remiten finalmente a estas tres
recurrencias. Podemos afirmar que esos tres componentes (cambio, juventud y
otros barrios) constituyen lo que se opone a los valores recurrentes de ¡a iden-
tidad barrial de Lugano y se corresponden con las otras dos dimensiones men-
cionadas, la de los ejes barrio / no barrio y la de la oposición antes / ahora, si
oíros barrios lo incluimos en el primero y cambio en el segundo. Restaría por
definir la dimensión de juventud, ya que podría ser incluida en la temporal como
en la social, si nos atuviéramos a su designatividad como sector social etario.
Recordamos que la juventud se opone a lo familiar y a su vez se ubica como
destinatario de la funcionalización controlado por parte de lo familiar. Lo joven
define, por oposición, el significado de lo familiar. Pero también se opone a lo
obrero y a la relacionalidad y se funcionaliza y asocia paratagmáticamente con
rasgos como el robo, las peleas y las drogas, que forman parte en su totalidad
de la red metonímica del ahora del significado del cambio. Los rasgos que esta-
ban más cercanos a la naturalización eran la relacionalidad, la tranquilidad y lo
obrero. Este último era el único que no concurría en las relaciones de causalidad.
Es posible establecer, entonces, que el valor más naturalizado en la ideología
barrial de Lugano es lo obrero. Es lo que no necesita explicación, lo que está
más adherido en forma "natural" a Lugano y comparte relaciones de oposición
con la juventud y el cambio, pero no así con otros barrios. Quiere decir que en
función del valor obrero, la identidad barrial de Lugano no cierra sus límites, sino
que es capaz de quedar abierta, posibilitando que mediante este valor el barrio
se identifique con otros barrios. Es destacable y sintomática la relación de lo
obrero con el rasgo peronista, con el cual s ó l o mantiene una r e l a c i ó n
paratagmática. En todas las referencias a lo peronista, ningún actor estableció
ni siquiera una relación de tipo causal entre ambos rasgos.
Lo efectivamente opuesto a cada uno de los valores, salvo los que actua-
lizaban su antónimo, eran el conjunto de rasgos que ahora apuntamos y cu-
yos componentes más recurrentes son el cambio, ¡a juventud y ofros barrios.
Aquellos que actualizaban su antónimo lo hacían cuando entraban en corres-
pondencia con la oposición antes / ahora, por lo que estaban subordinados en
sus antinomias a la dimensión temporal. A lo obrero le siguen, en orden a su
naturalidad, la tranquilidad y la relacionalidad. Lo familiar se ubicaba como opuesto
a la juventud, a la falta de control, de prohibición, y a la inseguridad; pero todo en
correspondencia con la dimensión temporal, donde lo familiar servia para
distinguir el ahora del antes donde se lo situaba. En resumidas cuentas, el
paradigma de la identidad barrial de Lugano se estructura sobre la base de
dos relaciones de oposición principales: antes / ahora y barrio / no barrio, que
estudiaremos a continuación. El resto de los valores se subordinan a esas
dos oposiciones. Establecemos esta subordinación porque las relaciones de
oposición de cada uno de esos valores se ven envueltas metonímicamente
con uno de los polos de esas dos oposiciones: ahora y ofros barrios. Estos
valores son: lo obrero, como lo más naturalizado ideológicamente dentro de
la identidad de Lugano, al que le siguen en menor medida la relacionalidad y la
tranquilidad. Lo familiar, también naturalizado en su adherencia metonímica
El barrio-barrio: identidad e ideología 125
con el resto de componentes de la identidad, es lo que se opone básicamente
a la juventud. Las oposiciones fundamentales de estos valores son
recurrentemente el cambio, la juventud y otros barrios.

"Cada barra tenía su punto de reunión, pero a veces se juntaban varias en la


misma esquina, aunque éramos distintos y nos saludábamos y todo, pero salían
uno para un lado y otros para el otro. El club más importante es el Yupanqui.
Nosotros éramos una barra del Yupanqui, ahí hacíamos bailes, en la calle. Ahí es
donde paraba la barra mía. Después estaba el Ideal, acá cerca, que era otra cosa,
otra gente. Mi barra era de fabriqueros, todos éramos fabriqueros, trabajábamos
en distintos talleres. La aspiración máxima era trabajar en una gran empresa. El
que no trabajaba era mal mirado. Ninguno estudiaba. Yo empecé el secundario ya
muy grande. Eramos una barra obrera, de! barrio, no porque trabajáramos en el
mismo taller. Antes se conseguía trabajo más fácilmente. Le dábamos un porcen-
taje a la vieja y el resto era para nosotros. Nuestros padres eran todos obreros. Yo
tuve una bicicleta a la que le puse en el guardabarro: Soy orgullo de un obrero
que se conforma con poco..." (FV, 50, metalúrgico).

l
'Los picnics eran toda una institución, salía todo el barrio, en dos o tres camio-
nes, todas las familias, sesenta o más personas. Había una vieja que organizaba
todo. El que andaba de novio no iba con su familia sino con la familia de su novia,
porque todos nos conocíamos y el que noviaba no iba a andar haciendo quilombo si
la piba era del barrio. Nuestro fin de semana típico era: sábado a la mañana laburo,
a la tarde fútbol, a la noche baile, hasta la madrugada; a las cuatro, rueda de mate
en alguna casa. A veces sin dormir ya nos íbamos al picnic o al fútbol, y si dormía-
mos un poco despué del picnic o del fulbo del domingo, volvíamos todos a algún
otro baile. Por eso el obrero odia tanto el día lunes... Nuestras banderas eran
laburo, moral y amista" (CM, 48, metalúrgico).

"Teníamos todos apodos: Negro, Ruso, Judio (aunque no fuera judio), Gallego.
A uno lo llamábamos Labruna... veinte años con la misma camiseta. También
hacíamos desastres: tirábamos gorriones en el cine... nos agarrábamos con la
barra de la UOM; ésos eran pesados, no laburaban, eran atorrantes, trabajaban a
sueldo del sindicato. Nosotros los evitábamos, pero cada dos por tres te tenías que
encontrar y no podías arrugar. Eran de Tacuara; algunos de nosotros eran de la
Federación Comunista, en el barrio nos conocíamos y nos saludábamos, pero cuando
actuaban en política ya la cosa los dividía. Pero en el barrio, si había que defenderlo
de los de Soldati o Mataderos, allí estábamos todos juntos, era lindo aquello..."
(AR, 55, ex-obrero del calzado).

"Después la vida te va separando y el barrio te tira pero te vas alejando: te


casas y estás poco en la calle, ya el barrio de la infancia desaparece. También
estaba el que se casaba y se iba del barrio" (LP, 47, obrero).
Antropología de lo barrial
126
"¿Acá barras? ¿Usté dice patotas? No, acá este es un barrio que se caraterizó
por la buena vecindá de la gente, como todos los barrios... Así, de barras bravas, no,
nunca esistió, a pesar de que se tenia mucho temor en una época, uno tomaba un
tasi y decía que iba a Lugano... era lo mismo que decir que iba a Mataderos, no te
querían traer, pensaba que lo iban a matar o qué sé yo, pero cosas así de patota, no,
o problemas de pendencia, de barrio contra barrio, no, no; había sus cosa de cada
uno que se hablaba que tenían una muerte o que habían dado un puntazo, o cosa
así..., pero de muchacho, era común, se hablaba, si, no..." (61, ex-obrero).

n
En la estación Lugano se juntaban barras, porque venían las chicas de! Co-
mercial 12, entonces todos paraban ahí, viste, había malones de pibes, viste,
cuando paraban las pibas... Después lo de Chilavert y Cuaminí era por el '73, época
de democracia, después se fue perdiendo eso, cuando lo del golpe de Estado, que
ya empezaron a controlar más las esquinas, qué sé yo; vos ibas a un bar y llegaba
la cana y te metían en cana, no te hacía mucha gracia, y en esa época se empezó
a parar en los boliches de Ramos, porque acá al barrio lo persiguieron, este era un
barrio peligroso para ellos, mucha clase, viste, mucho obrero, ya se empezaron a
ir del barrio, a Pinar de Rocha, pero antes, ios bailes eran acá, en Lugano, yo vivía
acá en la esquina y me Iba caminando pero ya después no; antes se salía por el
barrio... después se empezó a salir del barrio..." {AR, 41, ama de casa).

"—Yo creo que en ese momento aunque habría guita se salía por el barrio, pero
ahora aunque no hay guita tampoco no se va acá en el barrio... todo fue cambian-
do" (FD, 43, ama de casa).
"—Pero fue después del golpe, antes se salía por acá, pero después no..." (CV,
50?, ama de casa).
"—Era todo una angustia..." (SS, 50?, ama de casa).

"Antes, no era como ahora, seguro, ahora cambió, ahora vas a un baile y viene
la policía y le tenes que tener miedo, y está el pobre pibe que se fuma un porro y le
ponen veinte y le dan una paliza que lo dejan muerto, por pegarle nomás... Antes
cada baile, bueno, también, cada baile terminaba a las trompada, o incluso cuchi-
llada, pero era entre la gente... Estaba la piba que te gustó, y alguno que no le salió
a bailar, le dijo que estaba cansada, y conmigo salió, y te tenias que peliar, hacerle
frente, porque había salido con vos y con el otro no, y se armaba cada pslea, era muy
común" (FS, 40, empleado).

"Y cada lugar tenía su barra; estaba la de las casitas baratas, ésos eran
guardespaldas de Lorenzo Miguel, pesados" (AR).

"Acá todos éramos y somos peronistas, el que no cantaba la Marcha capaz que
'lo fajábamos' (con sonrisa cómplice) porque Lugano es así; no era por alardear,
pero siempre fue peronista esto. Ahora cambió, hay de todo, pero el corazón de
El barrio-barrio: identidad e ideología
127
Lugano yo creo que sigue tirando para el lado del peronismo, de la gente de traba-
jo... Nosotro, la barra nuestra terminamo todos como dirigentes sindicales porque
siempre nos interesó la política, pero de la gente, del sindicato, no de la unidad
básica, aunque alguno está ahora ahí, echó buena; pero ojo que a otros los mata-
ron, en el Proceso y antes, me acuerdo de la toma del frigorífico, ahí estuvo pesa-
da, la gente de Mataderos y Lugano nos acordamos bien de eso porque no se podía
decir que eras peronista, te aparecías en una zanja, con el CONINTES, de Frondizi...
por eso, todo, esta zona... peronista" (T, 55, sindicalista).

"Lo de las barras era temible, si una iba a un baile, la otra no iba... Los puntos
de reunión eran la Galería Lugano, algunas esquinas, los clubes..." (AR).

"Ahora no son barras como antes, que nos agarrábamos a gomerazos, me


acuerdo, cuadra contra cuadra; ahora son todos maricones, juegan con muñequitas.
Eso no existe más, ahora con el estudio, con el adelanto, están todos con el video,
con las maquinitas, con la droga; la vida cambió, capaz que te agarran por la calle
con un arma y son unos mocosos..." (IG, 52, comerciante).

Acá queda nítidamente indicado el barrio extenso, aunque incluido en él la


vida de barrio como relacionalidad, como una sociabilidad particularmente
marcada por las relaciones interpersonales e intergrupales en el espacio de la
cuadra o de pocas cuadras a la redonda. Pero lo que prevalece, en la atribu-
ción de la identidad de lo que se considera el barrio, es Lugano, todo, como la
unidad de escala mayor.

El barrio como un tiempo


Definimos esta dimensión del sentido por las características inherentes al
concepto de representación simbólica, como vuelta a presentar (re-presenta-
ción) un determinado contenido referencial con una determinada significación,
la que inherentemente nos coloca en una dimensión temporal. Pero también
lo destacamos por el hecho de la recurrencia, dentro de la producción ideoló-
gica de la identidad barrial, del eje arraigo / no arraigo. Es decir que esta di-
mensión temporal a la que nos referimos aquí emana del mismo análisis de los
valores del paradigma en concreto, como de nuestro enfoque metodológico.
Es una dimensión que resulta difícil aislar de la misma dimensión simbólica, tal
como se demostró cuando se describió la variable compuesta por el eje antes
/ ahora de las relaciones de oposición y llegamos a la conclusión de que es
ésta una oposición básica del paradigma. Vimos que había valores que sólo
devenían como tales al plantearse la oposición de marras: tanto los que os-
tentaban su antónimo directo como ios que no planteaban oposición alguna,
salvo precisamente en el caso de que surgiera la distinción antes / ahora,
donde su cadena metonímica se rompía mediante la asignación correspon-
diente +/-. A su vez, el resto de los valores en positivo correspondía al antes y
Anlropologia de lo barrial
128
en negativo al ahora. Concluimos que la oposición temporal funciona para dis-
tinguir el barrio de lo que no lo es. Pero esta distinción no apunta a marcas
físicas del barrio en cuestión, o por lo menos no se reduce a ellas. En rigor, a
esta altura, ya el barrio como referente espacio-social urbano no es equipara-
ble a esto que ya podemos llamar con mayor propiedad lo barrial. Avala esta
afirmación el valor que adquiere la sociabilidad representada por el rasgo de
la relacionalidad y el gusto por el barrio, donde el espacio barrial {"caminar por
las calles y encontrarse") funciona como un recuerdo en acto, al que está ad-
herido metonimícamente lo obrero como característica considerada "natural"
del barrio y de la vida de sus habitantes. Es decir: el espacio juega un papel
dentro de la identidad porque entra en la constelación de valores que define
a esa identidad como una identidad barrial, dentro del paradigma de lo barrial.
Volver cotidianamente al espacio barrial significa actualizar los valores me-
diante ¡o arraigado; ésta es la síntesis del gusto. El recuerdo del pasado ac-
tualiza los valores en el espacio del barrio, que pasa a ser un espacio con
significación. Un espacio que representa sólo el más acá de un símbolo que
remite básicamente a lo temporal, el arraigo. No es casual que en la red de
relaciones de causalidad (dentro de la red metonímica) el arraigo funcione
como el término inicial de la cadena: como causa del resto de los rasgos. V
volver al espacio significa actualizar los valores, pero no aislados sino funcio-
nando dentro del paradigma, con sus cargas paratagmáticas "a la rastra". El
barrio como espacio es sólo el campo referencial, el referente que trae más
acá esos valores. El arraigo, la dimensión temporal, representa el hilo conduc-
tor de esos valores, una especie de residencia del paradigma. Si el gusto por
el barrio comienza en el arraigo y termina en el barrio —dentro de la cadena
causal—, su opuesto, el no gusto, no está representado como negación de lo
barrial (con sus rasgos). Por eso el gusto no tiene opuesto, no lo admite. El
gusto por el barrio queda finalmente atrapado en la cadena metonímica y no
tiene "explicación" salvo la del arraigo; está naturalizado (es de por sí).
El arraigo se aleja de lo naturalizado pero siempre dentro de la red metonímica.
Sólo que al oponerse a él el cambio, cuyos paratagmas y sintagmas son la
gente "nueva" de villas y complejos, y al servir para distinguir entre la gente de
la villa y de los complejos, que significan lo mismo que la gente del barrio en
tanto estén arraigados, se constituye en un valor de radical importancia, cuyo
contenido nos remite al antes de la oposición del cambio. Como esa oposición
se basaba en la contraposición proporcional entre dos redes simétricamente
opuestas, esta red del antes del cambio es la causa —mediatizada y directa-
de lo barrial, pasando por la relacionalidad, lo familiar, la solidaridad y lo gusta-
do. Se recordará, empero, que a los fines de la interpretación privilegiábamos
más las implicancias que las explicaciones directas dadas por las relaciones de
causalidad. Si bien no encontramos contradicción, ya que nítidamente se afirma
que al barrio se lo valora porque en él “se vive la infancia", se lo vio "crecer con
uno", y un vecino es aceptado y prestigiado cuanto más arraigado esté en el
barrio, importa más cuando el arraigo juega por oposición y por implicancia que
por ostensividad. Y esto se establece en la contraposición de las redes
El barrio-barrio: identidad e ideología
129
metonímícas opuestas del cambio, donde, por un lado, en el polo del antes,
queda diagramado el costado positivo del paradigma de la identidad barrial, y
en el polo del ahora queda cada opuesto, tanto los antónimos directos como
los oblicuos. Entre estos últimos se destacan la oposición tranquilidad / aconte-
cimiento (que trataremos en la dimensión histórica) y todas [as oposiciones
respecto de la juventud. Una de las concesiones del análisis de esta dimensión
temporal es que ser del barrio (que a una persona se la considere valora-
.tívamente como del barrio; el que alguien sea un "muchacho de barrio") no se
define por habitar el barrio sino por estar arraigado en él. Y esto remite a la
pregunta de quién está en condiciones de ser arraigado en el barrio. Ya que
podría pensarse que la juventud, entendida literalmente como grupo de edad,
estaría en condiciones menos favorables de ser del barrio, debido a su menor
tiempo natural respecto a los adultos. Sin embargo, en el discurso de los acto-
res, la juventud no se ubica como un grupo de edad sino como parte de la
ruptura simbólica del paradigma de lo barrial.
Los valores del paradigma cuyo referente es el barrio son los que se oponen
a la juventud. En forma inmediata se sitúa dentro de la relación de oposición
con lo familiar, cuando lo familiar teje su red metonímíca con el control, la prohi-
bición y la restricción. Ahora bien, el control, la prohibición y la restricción —cuyo
agente es la familia como destinador de todas las funcionalizaciones— son ta-
les sólo en la oposición a la juventud del hoy, del ahora; sólo cuando se hace
presente la oposición temporal. Pero no entre dos generaciones, no entre dos
grupos o sectores sociales demarcados en un presente entendido como un
tiempo que comparten esos grupos (el de los viejos y el de los jóvenes), sino
que es una oposición entre dos presentes de dos juventudes. Lo que se opone
no es el paradigma de valores de los viejos y el que esos viejos atribuyen a los
jóvenes (y, como veremos, mucho menos entre los jóvenes y los viejos directa-
mente), sino el paradigma de valores de la juventud de los viejos y la juventud
de los jóvenes. Asi, mediante un a n á l i s i s detallado de cuáles eran l a s
funcionalízaciones del destinador barras de antes y cuáles son l a s
funcionalizaciones del destinador barritas de ahora, llegamos a la conclusión de
que son las mismas. Sólo que es distinta su significación, al subordinarse al eje
temporal-simbólico del antes / ahora. Las de antes eran "hazañas": de un baile,
"irse sin pegar unas trompadas era como irse incompleto a la casa"; éramos "gente
que tenía su coraje"; "tener una muerte hacia que te respetaran". En cambio, las
de ahora, son peleas entre "maricones", "drogadictos", "no se sabe para que lado
patean", "juegan más a las muñecas"; y, por otro lado, "antes no había maldá", la
gente era "mas unida", más "familiar", más "solidaria". Ahora patotean, se pe-
lean, se matan, no trabajan, se escucha cada palabrota; antes para decir "boiudo"
se decía "laburador", pera "éramos gente de trabajo"; ahora hasta le roban a la
madre, antes les dábamos un porcentaje del sueldo; ahora no laburan, andan por
el "pul", todo el día; roban, pero "en mi época se conocían ladrones en serio, yo
conocí al Pibe Cabezas". En suma, peleas eran las de antes, robos eran tos de
antes, muertes eran las de antes, barras eran las de antes, juventud era la de
antes.... No puede describirse plenamente el paradigma, entonces, sin remitir-
Antropología de lo barrial
130
se a la dimensión temporal cprno su propia base. Incluso los valores que están
subordinados a ella, aun cuando se estructuran con diferencias y oblicuidades,
se oponen recurrentemente a tres componentes (cambio, juventud, otros ba-
rrios) que remiten también a la dimensión temporal. La juventud aparece en el
paradigma entonces como un símbolo en cuyo opuesto está el barrio y cuya
razón de ser depende de esta oposición a los valores del barrio en su dimen-
sión temporal.
A esta altura del análisis podría formularse la pregunta respecto de cuál
es, cronológicamente hablando, ese antes; o bien si ese antes resulta de la
descripción o atribución de una época referencia! en particular. Podrían ensa-
yarse dos respuestas. Una, sobre la base de las referencias particulares de
los actores, si sitúan ese antes en una época determinada. La otra, tratando
de establecer nosotros los nexos por semejanza entre ese antes y alguna
época que sea referida por los mismos actores. De acuerdo con la primera
alternativa, podemos decir que la época de Perón (1946-1955) es la que más
marcadamente aparece contrapuesta al ahora. Para corroborar esto nos re-
mitimos al análisis del significado de lo obrero, donde el eje de la oposición
pasa, en este aspecto, por la situación económica del obrero y del barrio, en
la que el bienestar y la alegría de esa época se oponen a la falta de trabajo,
a los bajos salarios y a la falta de horas extras deí ahora, pero un ahora como
después, no como oposición directa al antes, sino con un limite temporal explí-
citamente establecido, cuyo eje especifico es la época de Perón. Otra referencia
concreta a una época es la de la "invasión", del "progreso", del "adelanto",
representado ello por los complejos habitacionales en las décadas de los '60-
70, que funcionan como causa explícita de un principio de ruptura del barrio,
junto a la "aparición" de las villas, aunque "'todavía" lo bueno que tiene es que
"no dejó de ser un barrio". Una referencia de menor recurrencia sitúa al golpe
del '76 —y de la policía como su agente en el barrio— también como causa de
cambios, sobre todo del abandono de los jóvenes de Lugano, debido a la
persecución de la policía en los bailes y bares. Pero ninguna de estas referen-
cias concretas a épocas determinadas puede hacerse corresponder en forma
neta con el antes de la oposición principal. Sus referencias se dan más que
nada en las relaciones causales y siempre después que los actores se plan-
tearon la existencia de un cambio, o de una "bisagra histórica", como alguno
la llamó. Pero el eje antes / ahora es unánimemente recurrente en la base
oposltiva de todos los valores, sin ostentar referencias concretas a épocas
determinadas. Este tipo de referencias son excepcionales respecto a la regla
de hacer pasar las valoraciones por la distinción temporal indeterminada. El
antes del eje de la dimensión temporal es básicamente un antes indeterminado
o, si se quiere, determinado por la relación de oposición más que por una
referencia a una época concreta. Es, en suma, un antes simbólico, idealizado,
no referencial; y, a la vez, es un antes que funciona para la distinción, para la
ruptura de los rasgos y la instauración de esos rasgos como valores.
En cuanto a la segunda forma de responder a la pregunta, podemos apelar
a la descripción que los entrevistados hacen de lo que ellos mismos llaman
El barrio-barrio: identidod e ideología 131

"historia de Lugano". Distinguen cuatro etapas: la "fundación" (1908); la for-


mación de! barrio (hasta 1945); la del "crecimiento" (hasta 1960) y una cuarta
de "cambio". En un 70% narraron la fundación de Lugano. De éstos, un 56%
dijeron haber escuchado el relato de vecinos y en menor grado de familiares;
sólo un 12% dijeron haberlo leído, y un 32% mecharon el relato del origen del
barrio con experiencias personales de ía época inmediatamente posterior a la
de la fundación. El promedio de los entrevistados quedan situados
cronológicamente naciendo más de 12 años después de producida la funda-
ción. Lo que demuestra un grado muy acentuado de adherencia de esos acto-
res a las fuentes referenciales de los relatos pero, a la vez, estableciendo una
mediación entre éstas y su experiencia personal respecto a la fundación. Esta
mediación es objetiva, establecida por nosotros mediante el cálculo de que
necesariamente debieron haber recibido, más que vivido, la época de la funda-
ción. Pero, en términos subjetivos, algunos hasta se ofuscaron ante la re-pregunta
¿quién se lo contó? o ¿cómo lo sabe usted?, pues para ellos la información que
brindaban era de primera fuente: "Je, que me lo vengan a contar a mi.,.". Luego,
al discurrir el relato, resultaba que se lo había contado tal o cual vecino, o el
padre, o un tío. Y a cada instante de la narración se insertaban referencias
concretas de testigos que indefectiblemente "vivían acá a la vuelta", con nom-
bres, apellidos y anécdotas que servían para verificar la veracidad de la infor-
mación; incluso para buscar avales a la propia: "Usté tiene que ir a ver al viejo
Verüú, él sabe mucho de todo eso, va a ver que lo que le digo él se lo acuerda
también". Sólo en la descripción de la etapa de cambio surge la comparación con
otra época; pero esa época con la que se confronta el cambio no se identifica
en particular con alguna otra etapa de la historia del barrio o, en todo caso, se
opone al resto de las etapas en bloque. La descripción de esas etapas no se
realizó por medio de comparaciones sino de relatos puramente descriptivos. La
oposición central del eje antes / después de la dimensión temporal no se refie-
re puntualmente a ninguna etapa. Cuando se plantean las oposiciones, al an-
tes no se lo enuncia nombrándolo (salvo ¡as excepciones, señaladas). Es un
antes simbólico. Por eso la dimensión temporal nos queda incluida en la dimen-
sión simbólica. Porque refiere al barrio como un tiempo y porque sirve eficaz-
mente para diferenciar y resaltar valores respecto a los cuales el barrio es
ubicado, también como símbolo, en una época en la cual era "más barrio", por*
que eran más todos los valores que, a su vez, son tales por el solo hecho de ser
situados en ei antes de la dimensión temporal. El antes es una época indeter-
minada respecto al tiempo cronológico porque funciona como símbolo de iden-
tificación dei barrio. Más que un erónos es un tiempo que representa un ethos,
como conjunto de modalidades distintivas (Winick, 1969: 254).
Llamamos a este tiempo idealizado época base, y la colocamos como uno de
los componentes fundamentales de la identidad barrial, junto a lo que llama-
mos eje axiológico. Es imposible escindir ese eje axiológico, conformado por los
valores del paradigma, de la época base. Una época que es el producto de una
idealización, pero no en términos de no realidad sino porque es el resultado de
una oposición capaz de distinguir otros valores. Es una parte esencial de la
propia capacidad valorativa del paradigma y la parte basal del mismo. No es
Antropología de lo barrial
132
mera referencia al pasado sino la actualización del pasado como arraigo, como
lo presente, como un pasado re-producido. Es la reproducción eficaz y en acto
de los valores que adquieren la función de tales cuando se subordinan al eje de
lo arraigado / cambiante, del antes / ahora como opuestos, y cuya referencia
directa en el espacio de la vida cotidiana es el barrio como un tiempo simbólico
que vertebra global y totalmente esos valores. La manifestación ejemplar del
barrio como un tiempo simbólico la tenemos en la relación de simetría invertida
entre las redes metonímicas del cambio. Ya habíamos establecido que en la red
metonímica se reflejaba lo que en la ideología se tiene como natural. Pero la red
no existe sin su correspondencia con una constelación de valores que giran en
torno a sus ejes de oposición. El estiramiento de la red se produce al contacto
con la constelación de valores, cada uno de los cuales lleva a la rastra su parte
de la red. La red viene a representar entonces lo que la ideología no se cuestio-
na, lo que es por ser dado, natural y porque sí; no implica relaciones antónimas.
Cada parte de la red equivale a una parte de lo mismo, que es la red. La red
representa un nivel isotópico —en el mismo nivel de significación— de lo discursivo
como integrante de lo ideológico. Sus relaciones de contigüidad mantienen una
homogeneidad sin saltos metafóricos, ios que sólo provendrán de las relacio-
nes de oposición, de los valores.
Dijimos que esos valores están compuestos a su vez por parte de la red
metonímica que llevan a la rastra, pues ambos componentes (metonimia) y
paradigmático) son dos caras de lo discursivo y por ende de lo ideológico. El
valor del arraigo, en consonancia con el antes y la época base de la identidad
de Lugano, está compuesto por esa red del antes que gira en torno al eje
arraigado / cambio y que, además, se sitúa en la base del paradigma. Y es la
base porque no es capaz de romper o desgarrar —mediante una contradic-
ción— a esa red metonímica, sino que precisamente la sostiene como tal. Por
eso el arraigo es el valor básico. Si hubiera contradicciones que fueran capa-
ces de romper la red, se introducirían por ahí otros valores (contradictorios
con el paradigma). Los valores, entonces, son un peligro para la red. Pero a la
vez son la razón de ser de esa red, en tanto lo que prepondere sea, como en
este caso, una relación lo suficientemente estable (la de simetría invertida)
como para que la red subsista.
Esto nos lleva a plantear —y bien que estamos en la dimensión temporal—
que es el riesgo de ruptura el que provoca la necesidad de la reproducción en
el tiempo de la red de la época base. El riesgo que implica que los opuestos al
valor básico o la red compuesta por los opuestos a la época base terminen
envolviendo o prevaleciendo por sobre la red del arraigo o del antes. Porque el
papel que juega el antes o época base es el de representar el elemento esta-
ble respecto a su opuesto cambiante; lo permanente, pero sólo en la relación
básica de oposición. La reproducción es una característica que nos la brinda la
propia ideología de la identidad barrial como su contenido fundamental: el
antes, la época base, es antes porque es el pasado re-producido, es pasado
como referente del presente. Es lo que el paradigma, como código compuesto
por los valores de esa identidad, nos está regimentando que debe reprodu-
El barrio-barrio: identidad e ideología
133
cirse. El concepto de reproducción nos lleva a dos categorías necesarias e
imbricadas en él: la persistencia y la analogía. Sin algo que sea análogo a otra
cosa no se puede hablar de persistencia de ese algo, y sin la persistencia
como condición existencial de ese algo y de esa cosa no se podría hablar de
analogía entre nada.
En la identidad barrial de Lugano —aun cuando nos sobran indicios para
suponerla— no podemos afirmar que estamos ante una persistencia objetiva,
ya que para eso deberíamos contar con estudios similares realizados en el
pasado que nos permitieran categorizar a dos discursos como análogos, y
sólo como tales nos permitiríamos hablar de una cierta persistencia. Sin em-
bargo, podemos atenernos a lo que la misma ideología barrial del presente
nos dice de sí misma: se basa sobre el arraigo, que significa actualizar el
pasado como pasado-presente (con presencia) o preterizar el presente como
presente con pasado análogo. Trata, en suma, de reproducir en el tiempo
ciertos y determinados valores. Sin ir a buscar en el exterior del fenómeno,
entonces, podemos analizar la necesidad de su intento de permanencia. La
analogía estaría representada, en estos términos, por ese intento de re-pro-
ducir valores concebidos como ya producidos. Y con esta tipificación de la per-
sistencia de lo análogo del paradigma nos basta para estipular que estamos
ante un intento de deshistorizar esos valores. Porque se trata de reproducir-
los en el tiempo a pesar del tiempo, del acontecer, del cambio y de la historia,
entendida ésta como sucesión de contradicciones, como su opuesto. De otra
forma: el cambio histórico se instituye en su opuesto pues el fin del paradigma
es mantener esos valores.
Esta deconstrucción del tiempo histórico se lleva a cabo mediante una
sustantivación o sustancialización de una época a la que se le asigna ser
agente o sujeto de la identidad que, en sí misma, no requiere explicación
porque no es cuestionada ni problematizada. Una época que es capaz de
explicar pero que en sí misma no requiere explicación, ya que es el término
final de una cadena donde los elementos no se oponen más que a sus ante-
cedentes y consecuentes. Es parte básica de relaciones de linealidad que
están dadas, y cuyas posibilidades de sentido están restringidas a su mísmidad,
a su ser de por sí, sin oposición o contradicciones internas que puedan actua-
lizar otros sentidos. Este sentido dado es un sentido natural, no histórico, y
es parte también de una deshistorización. Ya que encontramos que la
deshistorízación está representada por la época base y que ésta queda indi-
cada en el discurso por la red metonímica de uno de los polos del valor básico
de la identidad barrial en su relación de simetría invertida respecto a su opuesto,
podríamos enunciar como hipótesis para otros estudios de identidad que, al
haber dos redes metonímicas simétricamente invertidas en torno al eje tem-
poral, estamos en presencia de una deshistorización. Ambos polos mantienen
en su interior no cuestionado una homogeneidad donde todo lo que cae den-
tro de cada red es capturado y sus posibilidades de sentido se ven restringi-
das por la regla del eje básico. Esto implica la no existencia de fisuras en cada
red, ya que en el interior de cada una las relaciones son naturales, dadas, sin
Antropología de lo barrial
134
cuestionamiento alguno, por lo tanto, sin sostén alguno salvo el del eje que
produce la inversión simétrica. La naturalidad de cada red sólo puede ser rota
por contradicciones internas que sean capaces de desgarrarla y que proven-
drán de otros valores que abran las posibilidades de sentido restringidas por
el eje principal, con lo que terminarían cuestionado o poniendo en peligro el
mismo eje y, por lo tanto, a la misma naturalidad y a la deshistorización, a la
manera de las disonancias en el paradigma de una misma tonalidad musical,
como imaginaba Leach. Esta propuesta teórica sobre el isoformismo que exis-
tiría entre la red metonímica y el eje temporal de un paradigma como indicadores
en lo discursivo de una deshistorización que estaría en la base de la ideología
de toda identidad, apenas si queda esbozada aquí, pero se nos hace patente
en la identidad barrial del barrio estudiado en forma intensiva, más los que
sirvieron de corroboración.

Dimensión social: con y sin-juntos, o lo barrial como variable


La otra variable de importancia emergente deJ análisis de las relaciones
de oposición está compuesta por el eje barrio / no barrio, que proviene de
referencias puntuales estructuradas en torno a este eje. Extrajimos sus ras-
gos subordinados y un listado de componentes recurrentes de todas las
relaciones de oposición alrededor de lo barrial/no barrial, que incluía a otros
barrios, juventud, villeros y gente de los complejos como los cuatro elemen-
tos más presentes en las oposiciones de todos los significados. Tenemos
entonces definido lo barrial por la conjunción de valores que forman el para-
digma y definido lo no barrial por estos cuatro componentes. Uno de ellos ya
lo hemos encontrado en la dimensión temporal (la juventud). Los otros tres
los habíamos señalado como destinadores recurrentes de diversas
funcionalizaciones con relaciones estrechas con el destinador de mayor
recurrencia, que es la gente del barrio. Se nos plantea entonces una diversi-
dad espacio-social, ya que las villas, los complejos y los otros barrios
designativamente nos remiten en un principio 3 una heterogeneidad en el
espacio. A esto lo llamamos dimensión social. La identificamos también cuan-
do se inquiere sobre el carácter grupal de la significación, sobre el eje de lo
compartido / no compartido, que brinda el grado de vigencia en un determina-
do corte temporal, manifestada en una extensión de tipo espacial. Apuntar a
esta dimensión de lo barrial significa preguntar por los aspectos del polo de
la disjunción dentro de los ejes lógicos de la identidad de Lugano, En princi-
pio, oíros barrios nos deriva al contraste del paradigma de la identidad de
Lugano con el polo diferenciador, en tanto que los otros tres componentes
no son de fácil ubicación, sin atender primero a su significación, de modo de
ver si pueden ser considerados dentro de la heterogeneidad del barrio o se
inclinan centrífugamente hacia su exterior diferenciado. Por último, tratare-
mos de ver qué papel cumple cada uno de estos componentes concretos y, a
la luz de su análisis, cada eje de la identidad. En particular, nos va a intere-
sar el papel de la heterogeneidad interna y externa a la identidad, siguiendo
el eje disjuntivo.
El barrio-barrio: identidad e ideología
135
Comenzaremos por el polo diferenciador de los otros barrios que, según
vimos, se oponen semánticamente al barrio. La pregunta que se debe res-
ponder es: ¿Qué eficacia puede tener el paradigma para diferenciar-identifi-
car al barrio de los otros barrios? En primer lugar, se aglutinan rasgos de la
identidad que se subordinan al valor de lo barrial. Por ejemplo, lo común,
señalado como una de las características del barrio, lo es en cuanto otros
barrios puedan ser barrios, con lo que lo barrial pasa a ser un valor por medio
del cual otros puedan ser barrios sin ser Lugano. Queda, de esta manera,
escindido el barrio de lo barrial. Algo similar ocurre con el rasgo bueno, que
pueden compartir con la gente del barrio tanto la gente de los complejos
como la de las villas, en tanto compartan el rasgo arraigadas, que es la base
del paradigma. Pobre, por su parte, sirve para englobar tanto al barrio como a
los complejos y villas; la distinción (identificación-diferenciación) no pasa por
él. Con lindo ocurre lo mismo, en la medida en que a otros barrios pueda
atribuírseles este rasgo o aun su aumentativo, sin que el barrio (Lugano) deje
de ser barrio. Y, finalmente, queda señalado el carácter explícitamente
identificador del arraigo, como capaz de hacer coincidir la significación de la
gente del barrio con la de los complejos y villas. Son éstos, por lo tanto, valo-
res del paradigma que funcionan para identificar pero no para diferenciar, dado
que en la medida en que otros barrios los posean se unifica la significación
que reciben con la de Lugano. Y de ninguna manera se establece que no
puedan poseerlos. Con lo que lo barrial se coloca por encima del barrio, que
seré tal siempre y cuando comparta estos valores de lo barrial.
En segundo lugar, tenemos valores que sí se erigen en escindidores —
mediante sus juegos opositivos— entre el barrio y otros barrios; éstos son: la
tranquilidad, la relacionalidad, la solidaridad, lo familiar, lo obrero, el gusto y el
cambio. Pero es necesario hacer distinciones. Todos, salvo el cambio, están
adheridos metonímicamente al polo del barrio en su oposición al no barrio.
Este no barrio no siempre se actualiza como los otros barrios. Para el caso de lo
obrero, por ejemplo, se valoriza mucho más lo obrero del barrio, en contrapo-
sición con lo obrero en general. Se destaca el cariño por la fábrica instalada en
el barrio y se lo actualiza con las narraciones sobre los obreros del barrio
apagando incendios de la fábrica y cuidándola, "como si fuera suya", pintando
sus paredes, etc. Todo con una remisión al pasado y una actitud de lamento
hacia eso "que se ha perdido ahora" (el cariño por la fábrica) debido a que los
obreros que trabajan en la misma ya no son del barrio. Y el haber perdido ese
valor actualizado por la imagen recurrente de que "el barrio era un hormiguero
de gente, de sus casas a la fábrica", se representa en el cambio y en el ahora de
la oposición temporal, y no es casual que coincida con lo referido ya para el
valor obrero como parte natural de la valorización de Lugano. Lo destacable
es que por medio del valor obrero no se establecen diferencias entre Lugano
y los otros barrios, aun cuando (como veremos) sí se establecen diferencias
en el tipo de trabajo y el tipo de gente que genera cada ocupación laboral.
Asociado a lo familiar surge también la oposición barrio / no barrio, actualiza-
da en oposiciones entre el barrio y la villa y, correspondientemente, entre lo
Antropología de lo barrial
136
familiar y la villa. Esto se da porque lo familiar forma parte fundamental del
paradigma en el polo de lo barrial. Por este valor, entonces, se escinde la opo-
sición barrio / no barrio y este último término se actualiza como otros barrios. Lo
mismo ocurre con la tranquilidad, que funciona como valor capaz de distinguir lo
barrial de lo no barrial, también actualizado por los otros barrios. La relacionalidad,
la solidaridad y el gusto por el barrio forman un conjunto (como parte del para-
digma) que se opone recurrentemente a lo no barrial en términos de la vida en
departamentos {"cárceles"), el apuro del centro, los complejos y las villas. Y ya
habíamos visto cómo se asociaba este polo al del cambio, como opuesto a lo
barrial, y cómo se disponían estos rasgos dentro de la red metonímica del aho-
ra, como opuesta al barrio. Por lo tanto, lo no barrial puede ser definido como lo
opuesto a los valores del paradigma, pero sólo se identifica con otros barrios
por las relaciones de oposición con lo tranquilo, lo relacional y lo familiar, verifi-
cándose un paralelismo con la dimensión temporal, en la medida en que otros
barrios tiene la misma significación que el cambio y el ahora. Esto se ejemplifica
nítidamente cuando la pérdida de la asociación entre lo barrial y lo obrero es
lamentada como rasgo identificatorio de Lugano (el "hormiguero"). En función
de lo que vimos para el primer conjunto de rasgos, lo barrial es un valor capaz
de ser aplicado para identificarse con otros barrios.
Por el segundo conjunto, se identifica a Villa Lugano y se lo diferencia de
otros barrios, dando cabida dentro de esta identidad Villa Lugano a los com-
plejos y a las villas miseria, sólo que con la restricción de basarse en el valor
arraigo, único capaz de posibilitar la identificación entre la gente del barrio, la
gente de la villa (que en estas ocasiones no son llamados "villeros") y la gente
de los complejos. Y vimos que tanto v i l l a s como complejos en sí se colocan
entre lo opuesto al barrio. El valor de lo obrero, por su parte, no funciona
como diferenciado^ salvo cuando t a l l a la oposición obrero/clase media (que
no es recurrente) o cuando se atribuye lo no trabajador a villas y complejos,
pero sí como identificador de Lugano. Establecido entonces que no es lo mis-
mo lo no-barrial que los otros barrios, de la misma manera que no es lo mismo
lo barrial que el barrio, debemos dar ahora un panorama de las valorizaciones
con que el discurso de la identidad barrial de Lugano asume la relación con los
otros barrios. Estos otros barrios no estaban definidos a priori. Apuntamos a
lo que los vecinos de Lugano nos refirieran en forma concreta. Por eso, el
croquis de los límites espaciales objetivos adquiere la rugosidad de la signifi-
cación que los mismos luganenses le atribuyen en su imaginario y muestra
cómo hacia algunos de sus lados Lugano se opone a otros barrios y para
otros se opone a lo no barrial.
El señalamiento de los límites del barrio por parte de los actores demues-
tra que a mayor nitidez en la estipulación corresponde mayor relación con el
barrio lindero (por ej., la delimitación con Mataderos es coincidente en un 82%,
mientras que con Villa Riachuelo lo es sólo en un 45%). Esto se refleja hasta
en el orden en que se enuncian los límites y se verifica con las respuestas
sobre los otros barrios que rodean a Lugano, donde Mataderos, Celina y Soldati
se señalan en forma taxativa, en tanto para el lado sur las respuestas mués-
El barrio-barrio: identidad e ideología
137
tran mayor difusidad. La síntesis de esto es la nominación "provincia", que es
recurrente para señalar la frontera sur de Lugano, cuando en realidad la pro-
vincia también engloba a Villa Celina y hacia el Sur el distrito capitalino conti-
núa con Villa Riachuelo. "Provincia" aparece como lo no barrial, no es otro
barrio. Es lo extraño. A la provincia se "pasa", a los otros barrios se 'Va". La
provincia es "allá", en tanto a los otros barrios se los nombra.
También de este análisis de las relaciones con otros barrios surge que a
Mataderos se lo estereotipa como lugar de "matones", "que andan con cuchi-
llos", debido a su trabajo en el frigorífico, que es "otro tipo de trabajo" que el de
la gente de Lugano. Se le atribuye a Mataderos la mala fama que tiene Lugano
en otros barrios de la Capital ("los taxis no vienen a Lugano por no pasar por
Mataderos"). Se lo ve como un lugar de peleas y violencia. Estos son los ras-
gos que sirven para diferenciar los dos barrios. Pero la mayor diferenciación
surge ante la mayor relación entre ambos barrios: las peleas que se cuentan
son entre la gente de Mataderos y la gente de Lugano; los taxis no iban a
Lugano, por su cercanía con Mataderos; se compara la forma de trabajar en
Mataderos con la de Lugano; en suma: "con Mataderos somos parientes, pri-
mos hermanos", aunque Lugano es "más una familia". Mataderos es el barrio
contra el cual se juega al fútbol, a las bochas, al truco. Se verifica, entonces,
que a mayor grado de diferenciación corresponde un mayor grado de relación.
Mataderos es otro barrio, pero no lo no barrial, porque comparte los valores
de Lugano y ese compartir surge de la confrontación donde esos valores son
disminuidos en grado para Mataderos y aumentados en grado para Lugano.
En este imaginario, ambos comparten, aunque en gradación diversa, lo barrial
como barrios.
Soldati también es estereotipado. Es un "barrio de cirujas"; rasgo atribuido
explícitamente al hecho de haber sido poblado por la gente que "tenia el oficio
de cirujear" en fa "quema" sobre la que se expandió Soldati, cuando fueron
construidos los grandes complejos, un gigantesco supermercado y un gigan-
tesco parque de diversiones, "toda una gran belleza sobre la basura". La mayor
diferenciación entre Lugano y Soldati se marca por las "barras bravas" de
Soldati, "gente de la pesada" de gran renombre, "chorros bien organizados", con
equipo de fútbol propio, orgullosos, bien empilchados los domingos, que cuando
concurren a jugar a Lugano son bien recibidos porque gastan mucha plata por
lo ostentosos que son y a los que Lugano respeta porque, en Lugano, los de
Soldati "no laburan [no roban]". Al igual que con Mataderos, entonces, la ma-
yor diferenciación es de grado y pasa por el eje de la ocupación (obreros/
chorros y obreros/cirujas), y es proporcional a las relaciones entre los dos
barrios, materializadas principalmente por el fútbol.
Celina es un barrio "nuevo", que no es estereotipado por los luganenses
como los otros dos. El grado de diferenciación es mucho menor. A Celina se lo
califica de barrio obrero y sus relaciones con Lugano se circunscriben a las
picas entre barritas en los bailes y alguna pelea por el fútbol, pero son recien-
tes, al contrario de lo que sucede respecto de Mataderos y Soldati. Hay, por lo
tanto, una diferenciación más difusa, y la identificación de Lugano no se apoya
Antropología de lo barrial
138
en su oposición 3 Celina. Flores es lo que se señala como destino del conteni-
do proposicional muy recurrente acerca de los jóvenes (después de controla-
dos por la familia en el antes): jóvenes que se van del barrio (a bailar, a divertir-
se) a Flores. Aquí la diferenciación pasa por lo más comercial que es Flores
respecto de Lugano, más obrero. No se atribuye a los dos barrios ningún otro
tipo de relación que la de los bailes en lugares de mayor prestigio que los de
Lugano; es lo "muy diferente". Los jóvenes, para la gente de Lugano, no van
a Flores sino "a Bamboche", el boliche que queda en Flores. No se le atribuye,
en suma, ser un barrio, por no poseer rasgos de lo barrial. A Villa Riachuelo se
lo considera como más "rudimentario" que Lugano, porque abundan los talle-
res de marmolería y cerámica en contraposición a los talleres metalúrgicos
y fábricas de Lugano, que están más prestigiados. Pero, en rigor, no se
verifica diferenciación, e incluso vimos que la delimitación respecto a
Lugano es difusa y para no pocos vecinos es una "continuación" de
Lugano, o prácticamente no lo mencionan como barrio aparte. A Laferrere
se lo valoriza como "ahora más importante que Lugano" debido a que
h a c i a al l í "se fue la gente que trabajaba en Lugano" y muchos de l o s
hijos de quienes viven en Lugano. Al "Centro" (de Buenos Aires) se lo
menciona escasa vez, y cuando se lo hace es para diferenciarlo nítida-
mente por el juego de oposiciones del paradigma como básicamente lo
opuesto a Lugano y a lo que es un barrio, esto es: a lo barrial. El centro
es sinónimo de lo no barrial.
En el discurso sobre la identidad barrial, entonces, a Lugano se lo
identifica-diferencia respecto a los barrios linderos (Mataderos, Soldati)
por "poseer" en menor grado los rasgos que en otros barrios le a t r i -
buían a Lugano: tener "ambiente malo", "fama de lugar violento", con pe-
leas, barras bravas, y un rasgo fundamental que es lo peronista, ya que
la nominación de Lugano como "capital del peronismo" (por los peronistas)
y de "nido de ratas" (por los " g o r i l a s " ) se ubica en el pasado: hoy en
Lugano "hay de todo". Además, se lo identifica-diferencia por poseer los
rasgos del paradigma, que les son disminuidos a esos barrios linderos y
aumentados a Lugano. Se diferencian entre sí dentro de una misma
compartimentación (de un compartir grados de valores) establecida por
lo barrial, el ser barrios, reflejada incluso en las relaciones de causalidad
e x p i a t o r i a s de la mala fama compartida entre Lugano, Mataderos y
Soldati, y por el hecho de compartir principalmente las peleas entre ba-
rras barriales como a l g o propio de los tres barrios, sólo que Lugano es
"más tranquilo", "familiar", etc. Los linderos son considerados "barrios"
aunque se l o s distingue de Lugano por esa g r a d u a l i d a d en más o en
menos y no por negaciones u oposiciones. Y a mayor relación social
interbarrial corresponde una mayor diferenciación-identificación.
La identificación-diferenciación más tajante y absoluta se da respecto a
otros barrios no linderos, que no son nombrados en particular y que son defi-
nidos por el paradigma de la identidad de Lugano como lo no barrial. Aquí el
modelo opera eficazmente para colocarlos en el polo opuesto a lo barrial. Son
El barrio-barrio: identidad e ideología
139
definidos por oposiciones como "casas bajas / departamentos" o 'barrio / com-
plejos" y por el resto de oposiciones del paradigma, entre las que se destacan
el abandono del barrio por parte de los jóvenes, contrapuesto al no querer
irse (gustado) como rasgo naturalizado de Lugano y de la gente de Lugano. Y
cuando se actualizan estas relaciones de oposición se remite indefectible-
mente a la vida de los complejos habitacionales, independientemente de que
en el mismo discurso se haya considerado a los complejos como incl ui do s
espacialmente dentro de Villa Lugano. Los complejos son mencionados como
lo opuesto a lo barrial, por su significación, aun cuando se los considere den-
tro del barrio en cuanto al espacio.
En suma, a una mayor relacionalidad y un compartir rasgos corresponde
una mayor diferenciación gradual entre Lugano y sus barrios linderos. Y a una
menor relacionalidad, independientemente de la lejanía o cercanía espacial y
una difusidad nominal, le corresponden una corroboración y reafirmación de
las relaciones de oposición del paradigma de la identidad de Lugano, como
conjunción de lo barrial y el barrio.

Tu nombre me sabe o complejos, villas y barrio


Veamos ahora cómo se ubican las villas miseria y los complejos respecto a
la identidad barrial de Lugano, ya que fue señalada su recurrencia en corres-
pondencia al eje barrio / no barrio.

"Cuando yo me vine a vivir aquí, en Buenos Aires había una sola villa, Villa
Jardín, pero después empezaron a proliferar, empezaron a aparecer villas por todos
lados, pero las villas eran como si no fueran Lugano, estaban en Lugano, pero era
como si no... Vos con la gente de la villa te juntabas para jugar al fútbol, nada
más... En las villas las casas estaban apretadas como hormigas en carozo. No se
te ocurriera levantar una casa en la cancha. Capaz que de un pelotazo levantabas
un techo, porque las casillas estaban pegadas a la cancha, pero la cancha era
sagrada, no la tocaba nadie. Y nosotros le decíamos cabecitas y ellos nos decían
caracoles (babosos, cornudos y rastreros), eso nos decían, je, había pica... Eran
lindos momentos, fue el tiempo de la industrialización del país y eso en Lugano se
vivió mucho, había trabajo, pero había casas en el barrio y ranchos en las villas, así
no más era... Ahora no se da eso, si se encuentran se matan" (JG, 51, ex-meta-
lúrgico, cuentapropista).

Este relato fue registrado el mismo día que en la esquina de Murguiondo y


Somellera detectáramos un grupito de jóvenes de alrededor de entre doce y
trece años, que tardaron unos 45 minutos en reunirse en número de doce. De
pelo castaño unos, rubios otros, vestidos a lo clase media, con ropas deporti-
vas, nuevas y de marca extranjera. Con seriedad comenzaron a dirigirse ha-
cia la Villa 20. Al llegar los esperaba el equipo de la villa, morochos todos,
pelilargos, de ropas deportivas gastadas; la pelota la pusieron éstos; tam-
Antropología de lo barrial
140
bien los saludos eran serios, con formalidad y buen trato. La cancha era de
tierra, ladera a la parroquia con leyendas de la Iglesia de ios Humildes. E!
partido terminó 9 a 2 favorable para los de la villa. Las diferencias eran noto-
rias: los del barrio eran más gorditos, morrudos, lentos con la pelota, sin "mo-
ral" para poner la pierna. Los de la villa eran flacuchos, chiquitos, morochos
"hasta en lo blanco del ojo", ligeros, displicentes para jugar, habilísimos, un
tercio paraguayos y el resto argentinos. Los "insultos" o formas de reproche
recurrentes eran sólo entre compañeros de equipo. Entre los del barrio el más
común era "bolú", "chabón"; entre los de la villa eran "boliviano de mierda",
"boliviano hijo de puta". Claro, bolivianos no había. Apodos por ambos lados:
Alambre, Pato Lucas, Batata. El clima era de cordialidad y seriedad entre ambos
bandos, sin una sola jugada mal intencionada. Mostraban conocerse. Al termi-
nar, cinco prendieron cigarrillos. Los del barrio se alejaron reprochándose
mutuamente la "falta de huevos" y reconociendo: "juegan bien los paraguas,
bolú"... El atardecer roseaba la pared recién pintada de blanco de la parroquia
y algunos "agárralo que colea" (coreanos) llegaban para catecismo. Antes y
ahora, fútbol, villa y barrio.

Debemos recordar que nuestros entrevistados fueron escogidos dentro de


lo que ellos mismos nominaban "Lugano histórico" o "antiguo" o "Lugano
Viejo", dentro del cual no se incluyen espacialmente ni las villas ni los com-
plejos. Éstas y éstos surgen aquí del propio discurso de esos actores. Antes
de preguntarnos directamente sobre el uso y eficacia del paradigma respec-
to a villas y complejos, destaquemos ciertas condiciones que hacen a la
inclusión o no de las villas y complejos dentro de nuestro barrio. En principio,
prestamos atención a una diferenciación entre dos formas de nombrar al
propio barrio: "Lugano" y "Villa Lugano". Sin tener en principio una certeza
que de este análisis pudiera surgir algún elemento de relevancia en cuanto
a la significación, observamos que el uso de "Villa Lugano" concurría con alta
frecuencia mediante funcíonalizaciones enunciativas y atributivas (por ej.,
"la gente le dice Villa Lugano", "esto es Villa Lugano"), mientras la mención
"Lugano" concurría mediante nexos proposicionales {"de Lugano", "en
Lugano"). Partimos de la base que el primer conjunto de enunciaciones im-
plica la existencia necesaria de dos componentes lógicos: un algo (repre-
sentado en los ejemplos por "le" y por "esto") que "es" o "le dicen" Villa
Lugano, donde se presenta una escisión lógica de tipo "S es P", subyaciendo
la necesidad de ostentar mediante este tipo de enunciación que 'S es P'
porque podría no serlo (o podrían no decirlo). Esta escisión implica un distan-
ciamiento que para el caso de las enunciaciones preposicionales no se veri-
fica, ya que "Lugano" se conecta en forma directa (sin funcionalización ver-
bal) y allí no se implica la no posibilidad, pues ésta depende en todo caso de
la f u n c i o n a l i z a c i ó n verbal de la proposición pero no de la relación
preposicional. En efecto, la categoría circunstancial, donde se actualiza
"Lugano", no cuestiona (por presencia o ausencia) en términos lógicos el
contenido proposicional. Está, por lo tanto, más adherida de hecho (y no de
El barrio-barrio: identidad e ideología
141
derecho) a este contenido. No hay aquí ese destanciamiento lógico que existe
en el uso de "Villa Lugano". En un caso hay distancia lógica implicada y ten-
sión provocada por la posibilidad lógica de la contradicción, y una resolución
mediante la funcionalización atributiva o enunciativa; mientras que en el
otro no hay tensión sino adherencia e inmediatez. Hecha esta diferencia-
ción, notamos que ambos usos también se diferencian en otro aspecto: "Vi-
lla Lugano" se usaba en contextos donde se refería a lo administrativo, a lo
formal, a la circunscripción, en referencias al municipio, etc. y "Lugano" era
usado cuando directamente se hablaba del barrio, sus características, su
historia, su gente y, por cierto, este uso fue el de mayor recurrencia.
Ahora bien, cuando en el discurso de las entrevistas —sin que hubiera
ninguna pregunta que apuntara en forma directa a las villas y a los comple-
jos— concurría la mención a las villas y complejos en cuanto a ser incluidos
dentro de los límites del barrio, la nominación que la gente usaba era "Villa
Lugano". Esto es: en términos formales, con referencia al aspecto institucional
del barrio, las villas y complejos eran consideradas dentro del barrio "Villa
Lugano". Pero cuando se hacía referencia a las relaciones cotidianas con la
villa o los complejos, el que tenía esas relaciones era "Lugano". Y es de hacer
notar que a la pregunta de los límites del barrio se respondió en forma coinci-
dente incluyendo a las villas y a los complejos dentro del mismo. En suma:
villas y complejos pertenecen al barrio formal (Villa Lugano) y no pertenecen
al barrio del paradigma de lo barrial (Lugano). Esto fue corroborado mediante
el análisis de las nominaciones internas del barrio. En el pasado ("a esta parte
le decían") se referían diferencias de nominación dentro del "Lugano Viejo" (La
Loma, La Pobladora, La Siberia, Villa Perro, Las casitas baratas), mientras en el
presente las diferencias se circunscriben ("le dicen") al Lugano Viejo y tal o
cual "complejo" o "villa". En el presente, las diferenciaciones dentro de Lugano
Viejo no son tenidas como del presente (por eso "le decían"), porque el cintu-
rón de diferenciaciones na sido corrido hacia los límites de Lugano. Si se re-
cuerda la red metonimica del rasgo cambio se verificará que villas y complejos
quedan incluidos en el ahora, en ¡a etapa del cambio acontecido en el barrio.
Lo que significa que villas y complejos son considerados en forma muy ambi-
gua como pertenecientes al barrio, ya que, dentro del paradigma, se oponen
al barrio precisamente por estar incluidos en él, como rasgos del cambio acon-
tecido en el barrio. Son parte de la "invasión", del "adelanto", de lo que "es
bueno, pero...". Las villas aparecen, los complejos aparecen, los villeros se me-
ten, la gente de los complejos se metió en los edificios. Desde afuera irrumpieron
en el barrio y por eso el barrio cambió.
Surge entonces la pregunta: ¿Dónde está el límite entre el barrio y lo barrial
que hablamos distinguido en la dimensión temporal? Por ahora tendríamos
dos barrios: el institucional (Villa Lugano), donde está el Viejo Lugano y las
villas y complejos, y el barrio-üamo del paradigma de lo barrial, donde las villas
y complejos están y no están. Planteamos entonces la hipótesis de que las
villas y complejos están en el barrio y no están en lo barrial del paradigma.
Veamos entonces la relación entre los valores del paradigma (su uso) y las
Antropología de lo barrial
142
villas y complejos. De acuerdo con el valor de Iq obrero, tanto las villas como
los complejos se oponen a lo barrial, salvo que medie la distinción entre la
gente de las villas y la gente de los complejos arraigada —quienes comparten
el valor de trabajo y lo obrero— y no arraigados, a quienes se les asigna la
oposición total del paradigma. Es de hacer notar aquí el uso distintivo de los
términos "villero" cuando se opone a lo obrero y "gente de la villa" cuando la
referencia es hacia el grupo arraigado y "original", cuya significación (demos-
trada por sus matrices funcionales) es coincidente con la gente del barrio. Lo
mismo ocurre con la atribución recurrente de "buena" hacia la gente de com-
plejos y villas: sólo al grupo arraigado. Pero lo paradójico es que este arraigo,
en términos cronológicos, no puede extenderse más allá de los años en que
precisamente se ubica la etapa del cambio en el barrio, pues en esa etapa
aparecen las villas, y bastante más acá en el tiempo, los complejos. Se corro-
bora así que el valor de lo arraigado no puede reducirse a una época, a un
erónos, sino más bien a un ethos, a un conjunto de modalidades distintivas
ubicadas idealmente en un tiempo, pero no en este o aquel tiempo en forma
definida, sino en un tiempo que se usa para diferenciar.
En cuanto a la relacionalidad, el villero es confesadamente "aceptado" por
sus dotes de buen jugador de fútbol, lo que hace que integre los equipos de
los clubes del barrio. Pero la distinción no desaparece en cuanto que se lo
sigue considerando villero, aun cuando prevalece el status de jugador de ¡a
institución y, por ende, de "muchacho de barrio". En el contexto de las escue-
las, por ejemplo, para los residentes de Lugano Viejo, los hijos de las "familias
obreras tienen que convivir con los chicos pobres, descalzos, de la villa". Lo familiar
no es concurrente para el villero, salvo que se corresponda con la distinción
por medio del valor arraigado / no arraigado. Cuando así ocurre, la gente de la
villa es descripta como queriendo "salir" de su condición de ser "villero", siendo
recurrente que los destinadores sean las madres. La atribución que más
acercaría al villero o a la gente de la villa en forma Indistinta con la gente de
Lugano es la pobreza, pues es un rasgo compartido por ambos
destinadores. Salvo cuando surge la comparación entre ambos grupos, en ¡a
que indefectiblemente la gente del barrio pasa a ser "gente media" o de "cla-
se media" para diferenciarla del villero. Es el único contexto en que concurre el
término "clase". Como se ve, no todos los componentes del paradigma hacen
posible la conjunción (en la significación que le asignan los luganenses) de las
villas con los complejos.
Pero básicamente comparten la misma matriz de rasgos, esto es: compar-
ten la misma significación. Y si a esto se le suma el "tema" de la droga o del
robo, la coincidencia es casi total (y, como veremos, la comparten con las ba-
rritas juveniles del barrio). En resumidas cuentas, lo barrial es un valor
antonómico a la villa y a los complejos, de no mediar el arraigo como condición
para que la gente de la villa o de los complejos "se parezca" a la gente del
barrio. Y esto se corrobora con la atribución que se hace del grupo villero
arraigado de "querer formar un barrio" y, cuando se refiere esto, inmediata-
mente surgen los valores del paradigma; "porque las madres quieren contro-
El barrio-barrio: identidad e ideología
143
lar dónde están sus hijos", "porque, en realidad, esa es gente trabajadora,
sólo tiene problemas de vivienda", "se los puede tratar", "es como en todos
lados". Como en todos lados —parafraseamos nosotros— donde quepa la
posibilidad, donde se asigne la posibilidad de lo barrial. Y para lo que es la villa
como significación, lo barrial es sólo la posibilidad, pues la villa, en sí, no está —
significativamente hablando— dentro de lo barrial, aunque pueda ser parte
del barrio. Las villas y complejos pueden clasificarse como parte de la hetero-
geneidad del barrio, pero el paradigma de lo barrial, el valor de lo barrial, tiene
la capacidad y la eficacia para hacer la distinción, dentro del barrio, de lo barrial
y de lo no barrial. Y villas y complejos son parte de lo barrial sólo si comparten
esos valores o si coinciden en la posesión de esos valores, lo que de hecho
escinde su esencia como villas y complejos, ya que esta esencia es en sí, para
el paradigma, opuesta a lo barrial.

La barra como motor de la identidad barría


Interesa detenernos ahora —habida cuenta del aspecto simbólico-tempo-
ral de la juventud para la identidad del barrio— cómo las barritas juveniles
caen dentro de lo opuesto a lo barrial o al barrio, a la luz de lo que vimos
recién para villas y complejos. Porque resultan muy sintomáticas las coinci-
dencias en la significación que adquieren para la identidad barrial las villas, los
complejos en su variante no arraigada y los jóvenes de Lugano mismo. Me-
diante una comparación de sus matrices es posible observar una semejanza
en rasgos como drogadicción, robo, no trabajo, no apego al barrio,
incontrolados por los padres, yéndose del barrio, inmorales, etc. A su vez,
estos mismos rasgos —salvo el de la droga— son paradójicamente opuestos
a la juventud del antes, totalmente adherida al paradigma de la identidad
barrial, fundamentalmente por ser de antes, ya que los "desmanes" de las
barritas de ahora eran "hazañas" en ese antes. Lo destacable es que estas
barritas son, en la representación de la identidad barrial, expiatoria e ideoló-
gicamente expulsadas del barrio, con el unánime recurso de aclarar que "no
son de acá", cuando, por lo que analizamos, la barrita barrial está
recurrentemente adherida a lo que denominamos época base de la identidad
del barrio y la significación que adquieren para esa identidad no es más que la
proyección invertida de las barritas de antes.
Las barritas juveniles son, en términos de esta ideología, paradojales y
ambivalentes respecto a la identidad barrial. Se oponen a los valores del pa-
radigma y por eso no es el barrio sino el paradigma el que las expulsa, atribu-
yéndoles "no ser" de Lugano. Y esto sin que nos deba importar ahora si estas
barritas realmente son o no de Lugano, porque, en última instancia, que no
sean de Lugano ("de acá") es simplemente señalar que no duermen, no co-
men, no tienen su residencia en el barrio, cuando precisamente lo que se está
indicando es que esas barritas son de Lugano, porque es en Lugano donde
se ocupan de ser barritas, donde funcionan como barritas. Lo que no compar-
ten con el barrio (con la ideología de la identidad barrial) es lo barrial que tiene
Antropología de lo barrial
144
el barrio. Y he aquí la aparente contradicción: las barritas son del barrio pero
no son de lo barrial porque, para el paradigma, barritas "eran las de antes".
Son lo extraño dentro del barrio que hay que expulsar, al contrario de las villas
y complejos, que eran lo diferente invasor que el mismo paradigma (por medio
del arraigo) podia llegar a incluir dentro de lo barrial. Se las expulsa precisa-
mente porque son del barrio y son una contradicción dentro de lo barrial.
Ambos componentes (barritas juveniles y villas-complejos) rompen la ho-
mogeneidad de lo barrial como valor porque se oponen a ella. Pero villas-
complejos (fuera de su inclusión formal dentro de Villa Lugano) pueden más
fácilmente ser situadas fuera de los limites de la identidad barrial que,
sintomáticamente (como ocurría con los barrios linderos) se abre si el valor
básico del paradigma —el arraigo— así lo permite. A las barritas juveniles, el
destino que el paradigma les asigna es otro: deben estar allí, en el barrio,
oponiéndose a lo barrial como ethos, como valor o conjunto de valores, para
que el paradigma siga teniendo eficacia. Las barritas son el motor interno de
la identidad barrial. Sin su permanente tarea de oposición, el paradigma care-
cería de dinámica interna, de contradicción interna, de su razón de ser propia.
Recuérdese que habíamos concluido que desde lo diferente de afuera (de los
barrios no linderos y linderos) la identidad se reafirmaba. Y lo hacía en un
plano meramente sincrónico, sin demasiadas vinculaciones con la dimensión
temporal. En cambio, el carácter de motor interno que le asignamos a la barri-
ta juvenil garantiza la necesidad de reproducción del paradigma en el tiempo.
La barrita representa el riesgo de ruptura de los valores de! paradigma,
porque implica una ruptura paradójica de la reproducción, al reproducir el an-
tes pero con la significación del ahora. Pone en peligro la reproducción (de la
época base) porque posibilita la actualización de ese antes en el ahora y eso
implica que ese antes pueda pasar a ser el ahora; y, si se consumara esto, la
identidad, cuya base es ese antes, dejaría de existir como tal. La barrita juve-
nil representa lo heterogéneo dentro de lo barrial que no logra romper la
homogeneidad del paradigma precisamente porque es el que la contradice
internamente y, de esta manera, la pone en marcha. Es lo heterogéneo que
está en permanente acechanza de convertirse en lo diferente pero que no lo
logra, porque, de convertirse en diferente, pasaría a estar fuera de la identi-
dad y ésta carecería de motor interno, que es su propio riesgo permanente de
ruptura. Porque desde lo diferente externo, de lo que no es ese barrio, no
proviene el peligro de contradecir la identidad sino precisamente lo contrario:
desde el exterior se la reafirma —porque es el otro afuera— y el peligro radica
en el otro adentro. Entonces, cumpliendo fielmente ese destino de la barrita
juvenil como peligro necesario, el mismo paradigma la envía afuera ("no son de
acá"), hacia la diferenciación, porque desde allí ya no es peligrosa, en un jue-
go que nunca acaba, a riesgo real de romper la identidad.
De lo expuesto hasta aquí emerge un interrogante: ya que la juventud
recibe de parte del paradigma una significación que la confina a ser su opues-
to necesario e interno riesgoso, con la paradoja de expulsarlo, ¿cuál será la
significación que para esa juventud tendrá el barrio y qué paradigma de lo
El barrio-barrio: identidad e ideología
145
barrial podré ser ubicado como subyaciendo a esa significación? Esto hizo que
encaráramos un trabajo específico con los jóvenes de Lugano, que expondre-
mos en un capítulo aparte.

La dimensión histórica
En los fundamentos del análisis de sentido habíamos anunciado que era
necesario colocar el funcionamiento y la composición de la identidad barrial en
una dimensión histórica, en la que respondiéramos al porqué de la restricción
de las posibilidades de sentido a ese sentido y al porqué de su actualización
en la ideología de la identidad de ese barrio. Esto implicaba inquirir acerca de
las relaciones de necesidad que determinan el sentido de ese producto ideo-
lógico. Esta dimensión es donde las relaciones de necesidad objetivas del
producto ideológico dan sentido a la identidad referida al barrio; donde se
inquiere sobre las causas en términos de procesos de determinación / autono-
mía y hegemonía / alternidad. Con este nivel de análisis lograríamos acercar-
nos a otro de nuestros objetivos: descubrir aquello que el barrio estaba sus-
tituyendo —como producción simbólica— y de qué manera lo hacia. Nos topa-
mos, entonces, en forma más directa con las categorías de determinación y
dominio, concebidos como límites y restricciones a las posibilidades de senti-
do. Decíamos que sólo era posible captar ese sentido en el ring de su con-
frontación con algo que se le opusiera, y que sólo era posible hablar de sen-
tidos mediante la confrontación de sentidos. Establecimos también que no
iríamos a buscar ese opuesto en el exterior del fenómeno.
Podemos reforzar ahora nuestro argumento diciendo que un enfoque de
ese tipo implicaría el riesgo de concebir a prior'' que la relación de dominio se
establece entre sectores o clases sociales cosificados, como estantes (que
están-antes) a los que de antemano se deberían adjudicar determinados con-
tenidos ideológicos por el solo hecho de ser esas clases o sectores, perdien-
do de este modo la perspectiva real de la relación concreta, histórica y contra-
dictoria entre los productos ideológicos (Gravano, 1988: 3-4). Nos apoyamos
en las posturas de estudiosos como Edward P. Thompson, cuando postula ia
necesidad de un estudio entre relaciones y ejes de contradicción más que de
contenidos estáticos; o en el enfoque de Raymond Williams, también coinci-
dente en el estudio de los procesos de mediación más que el de sentidos
dados a priori; y de Mijail Bajtin, cuando muestra la fertilidad del concepto de
circularidad para los fenómenos histérico-culturales. A estos conceptos vamos
a sumar el de la necesidad de una perspectiva que tenga en cuenta las
oblicuidades en los análisis de sentido en una dimensión histórica. Peter Burke
y Carlo Ginzburg lo proponen para las producciones culturales ocultadas por
las visiones dominantes. A su vez, necesitamos apoyarnos en la propuesta de
Yurij Lotman para la construcción de un objeto de estudio sobre la base de la
unidad dialéctica entre la semiosis estructural (el significado extraído de los
componentes significacionales de la producción de sentido a un nivel sincróni-
co) y la perspectiva histórica, sobre la base de los significados del fenómeno
Antropología de lo barrial
146
en distintas etapas (lo que nosotros hemos intentado en capítulos anteriores
con el concepto de barrio). Pero la base fundamental está dada en el enfoque
de Vladimir Propp, cuando propone el estudio de la dimensión histórica de las
producciones simbólicas sobre la base del estudio de las contradicciones in-
ternas de esa producción —que, en su perspectiva, representan contradiccio-
nes históricas materiales— (Propp, 1974). Todos estos autores (incluida la
base del Marx c l á s i c o en su enfoque metodológico eminentemente
deconstructor de la producción ideológica burguesa) coinciden en un suelo
común que coloca a la historia como construcción, que no puede concebirse
fuera de un proyecto de lograr la transparencia dentro de una dialéctica con la
opacidad inherente a la propia producción simbólica y como camino nunca
acabado del proceso de objetivación de la realidad, es decir: de construir.una
objetividad relativa al mismo proceso de rupturas y encubrimientos u
opacidades. Es aquí donde pretendemos situar nuestro propósito, para el
caso puntual de la producción referenciada en los barrios.
¿De qué manera entonces proseguiremos el análisis? Hay dos alternati-
vas. Una puede consistir en confrontar lo actualizado de la ideología de la
identidad barrial con aquello que no actualiza, con aquella parte de las posibi-
lidades de sentido que para la ideología barrial no tendría sentido. Un ejem-
plo: la belleza. ¿Aparece la belleza como valor en la ideología de la identidad
de Lugano? No. Los actores seguramente tienen un sentido de la belleza,
sería un despropósito suponer lo contrario. Pero, concretamente, no se han
referido a ella en su discurso acerca de su barrio. Y así la gama de no actuali-
zaciones podría ser muy amplia. Pero lo estaríamos haciendo desde una base
o presupuesto abstracto para esa ideología; lo estaríamos haciendo muy des-
de afuera, al menos para nuestras propias asunciones metodológicas
antropológicas. Además, sólo será posible establecer lo no actualizado si se
parte de su actualización en otro discurso con el que se lo confronte. Otro
discurso que puede ser, como el caso de este ejemplo, el del autor o el que el
lector quiera concebir como posible. Porque sólo es posible interrogar sobre lo
posible de tener sentido. Y el sentido depende de la interrogación que se le
haga. Por lo tanto, para poner el acento en lo no actualizado deberíamos
tipificar antes nuestro propio sentido.
La otra alternativa —por la que optamos— es coherente con la que asumi-
mos al fundamentar el análisis de la dimensión simbólica, cuando evitamos
salir a buscar lo dominante afuera. Y se corresponde con la hipótesis de las
dos redes metonímicas simétricamente invertidas como indicadores de una
deshistorización. Porque ahí establecimos que la naturalidad de cada red sólo
puede ser rota por contradicciones internas que sean capaces de desgarrar-
las hasta llegar a la ruptura. Estas contradicciones deben aparecer como pa-
radojas o disonancias dentro de la armonía del paradigma. Se vinculan con
aquellas relaciones de oposición que dimos en llamar oblicuas y con las ambi-
güedades en el uso de determinados términos o hasta en algún rasgo mismo.
¿Por qué las reunimos aquí, cuando estamos intentando establecer la dimen-
sión histórica y las relaciones de necesidad objetiva del modelo? Porque las
El barrio-barrio: identidad e ideología 147

contradicciones representan lo que el modelo mismo, como sistema, logra o


no superar. Si no lo logran constituyen pequeñas partecitas (ejes parciales de
signos opuestos a lo que marca el paradigma, dentro de la constelación de
valores), pero que por más que pujan —contradiciendo—, apenas si llegan a
producir en el modelo diminutas rupturas. Si no logran producir una fisura
hasta romperlo totalmente, producen en el mismo una especie de desgarro
(como fibrillas rotas que sólo logran que un músculo se tuerza sin romperse).
El modelo en su conjunto las supera, cuando le es posible, por medio de una
escisión en el significado de un mismo referente o envolviéndolas en la red de
una naturalización. Cuanto más importante son las contradicciones, la red
necesita ser más envolvente, y de esta forma se naturali¿an en mayor medida
los términos de la contradicción, apelando aun más al de por sí de lo dado. La
envoltura mayor de que es capaz el modelo es la deshistorización en una red
naturalizada que dimos en llamar época base de la identidad.
Vamos a analizar algunas ambigüedades, contradicciones y oblicuidades,
con el fin de observar si tienen en común elementos que nos sitúen en una
relación de transparencia respecto al mundo objetivo construido detrás de la
opacidad de la identidad barrial y, por lo tanto, si son capaces de producir
rupturas e historizaciones o son envueltas en las redes metonímicas de lo
naturalizado.

La familia como control contra lo barrial


Se vio que uno de los valores de lo barrial es lo familiar, incluso reflejado en
la imagen del propio barrio como "una gran familia", aunque, eso sí: "nada de
meterse con la vida de cada uno, del umbral de la casa para adentro nada". Pero lo
familiar había sido definido básicamente como control sobre la juventud, o sea
control sobre uno de los objetivos de la familia misma: la reproducción. La
gente habla del barrio, lo asocia paratagmáticamente a la familia y termina
asignando a ambos términos la misma función: controlar a los jóvenes, que
naturalmente son incontrolados (propios y/o extraños). Decimos que ambos
términos controlan: la familia está dicho, ¿y el barrio? El barrio controla en la
medida en que, al ser un tiempo, remite a un antes en donde los niños esta-
ban controlados porque estaban dentro de lo barrial (o sea el antes). En el
presente, en el barrio los únicos controlados en realidad son los "nuestros",
porque son más parecidos a lo que "éramos nosotros". E identificar a los
nuestros implica diferenciarlos de "esos", incontrolados porque no son "nues-
tros". La continua observación nos hizo ver de qué manera los adultos valora-
ban como contrapuestas conductas y prácticas de los jóvenes que en térmi-
nos objetivos no se diferenciaban mayormente y, además, eran valoradas por
ellos mismos como equivalentes, aunque perteneciendo a grupos distintos.
Estamos hablando del "estar" simplemente o parar en un lugar del barrio, un
negocio, una esquina.
Hay proposiciones que pueden resultar sintomáticas para el análisis: cuan-
do surge la oposición recurrente muñeca / mamá ("antes teníamos quince años
Antropología de lo barrial
148
y jugábamos a las muñecas, ahora ya son mamá de verdá") el rasgo familiar (por
designatividad de "mamá") queda ubicado en el ahora, lo que produce una
contrariedad en el paradigma, que situaba a lo familiar en el antes. Esto se
supera con la instauración de un nuevo significado que rompe el rasgo, cuando
"mamá de verdá" adquiere el valor de la mujer sola (sinónimo de pecaminosa,
en este contexto). Es como si desde la red metonímica (que tiene capturado el
significado de madre dentro de lo famikar y a lo familiar dentro del barrio y al
barrio dentro de la época base) se proporcionara un mero referente para que,
mediante un uso metafórico —por eso nuevo— la red pueda seguir envolviendo
la contrariedad. Lo mismo ocurre con el uso de "muñecas" cuando se opone a
"pelea" ("antes éramos de pelear / ahora juegan a las muñecas") y se da como
equivalente a degeneración del sexo ("no se sabe para dónde patean"), lo que
contraría la recurrencia del paradigma respecto a la relacionalidad en la dimen-
s i ó n temporal ( - / + ) y a lo f a m i l i a r ( - / + ). Cuando "padre" se adhiere
metonímicamente a la situación de la mujer (esposa-hija) dentro de su casa e
impedida de tener relacionalidad dentro del barrio ("mi padre, por empezar: 'la
mujer en su casa', as! que a mí de grupos en el barrio no me preguntes"), el
resultado, dentro del cuadro de las relaciones de oposición, es un signo nega-
tivo del valor relacionalidad, lo que contradice el significado mismo de la
relacionalidad como metonímicamente capturada en la red de la época base.
Pero no se escinde aquí el significado de lo familiar, porque es plenamente
coincidente con su significado más recurrente: controlante. Así, lo que se escinde
es la mujer (como esposa-hija) del significado de lo familiar. La esposa-hija,
para quedar dentro del significado de la familia, debe ocupar entonces el lugar
del destinatario de la acción de controlar: debe ser controlada; si no, no será,
porque "mujer sola" está fuera del modelo. Aquí no se supera mediante una
metáfora sino escindiendo el significado de la familia por la oposición menciona-
da entre el padre-esposo controlante, por un lado, y la esposa-hija controlada,
por el otro. Lo mismo ocurre con la oposición padre / hijo cuando el hijo ocupa
el lugar proposicional de destinatario de controlar (controlado) y sólo en esa
relación es incluido en el significado de lo familiar. Cuando en diversas ocasio-
nes se asocia metonímicamente el irse del barrio a causa del casamiento se
rompe la designatividad del rasgo familiar pues el casamiento (que era parte de
este rasgo) contradice la adherencia metonímicamente constante de lo familiar
con lo barrial. Y lo contradice ostensiblemente porque en otros contextos el
casamiento aparecía también causalmente asociado con lo barrial ( l a s fiestas
de casamiento dadas por los vecinos como causa del buen recuerdo y del gusto
por el barrio). Aquí no se constata un uso metafórico del casamiento, con lo que
la contradicción aparente sigue en pie.
Estos ejemplos tienen como referente a la institución familiar. Los tres pri-
meros tienen en común la contradicción planteada por el eje de lo controlado /
no controlado, que se manifiesta por la recurrente mujer sola del ahora que se
correspondía con la juventud incontrolada, por la restricción concreta del pa-
dre respecto a hija-esposa y por el hijo controlado por el padre. En los tres
casos, la contradicción al paradigma queda capturada por su correspondencia
El barrio-barrio: identidad e ideología
149
con la significación de la época base y el propio significado del valor de lo
familiar como controlante. Sería difícil afirmar que el uso de un significante
recurrente del rasgo familiar (mamá) para la solución metafórica del primer
caso es casual: más bien aparece como reforzando lo que en los otros dos
ejemplos se da en forma directa, sin metaforización: familia como control. Pero
no un control indeterminado o propio de todo el significado de lo familiar, sino
un control que es ejercido desde la familia porque dentro de ella, a su vez, el
control es determinado por uno de sus componentes: el padre-esposo. Es un
control cuyos destinatarios son el hijo, la hija, la esposa, y del que sólo se
escapa la mamá de la metáfora. La familia, cuyo significado es ser lo controlante,
queda de esta manera reducida al control del padre. Esta escisión aparente
del significado de lo familiar como solución no es ni más ni menos que una
operación realizada por el propio modelo en cuanto a despojar al valor fami-
liar de sus elementos puramente subordinados: hijos y esposa, los que sólo
valen en cuanto sean destinatarios del control por el padre-esposo.
En el cuarto ejemplo se constata que el modelo no apela a ningún tipo de
solución, pues la ambigüedad del casamiento respecto al barrio sigue en
pie. Podemos afirmar que el modelo no se hace cargo de solucionar la razón
de la contrariedad que plantea el casamiento —como parte del significado
de lo familiar— respecto al barrio (como causa de irse del barrio), porque
necesariamente el casamiento no es un problema en sí. Y si no es un proble-
ma debe ser porque es una solución, el término de algo y no el inicio de algo.
¿Cuál podría ser el problema del cual el casamiento es una solución? Vea-
mos. ¿Quiénes son las que deben casarse? ¿Las jóvenes, solas? No, las
"chicas de su casa". ¿Con quién? Con el "muchacho de barrio". ¿Cuál es el
problema de ambos para esta ideología? Que estén incontrolados. ¿Cuál es
el camino para que la chica de su casa siga en su casa superando el pasaje
de chica (hija) a mujer? Que no sea una entre las "mujeres". ¿Cuál seré la
única solución? Que sea esposa y, como tal, siga estando controlada por la
familia, esto es: por el esposo. Por eso, para el modelo, poco importa que
esto se dé dentro del barrio o fuera de él. ¿Dónde podemos situar lo que se
opone, lo que resulta lógicamente objetivo a este aspecto del modelo? En el
hecho de que los jóvenes, al casarse, deben irse del barrio. Y el problema
queda sin solución, porque para la ideología barrial esto no es problema, aun
cuando sea recurrente el lamento por los jóvenes que abandonan el barrio.
Es que el irse del barrio no pone en peligro el paradigma, no pone en riesgo
a lo barrial que tiene el barrio. Lo barrial sirve para obturar la problemática
de por qué los jóvenes casamenteros se van del barrio. Se irán, pero el
barrio seguirá, en última instancia, siendo lo barrial. Para verificar esto se
realizó un trabajo de campo con preguntas puntuales. El resultado de la
requisitoria sobre el casamiento fue coincidente en que significa una solu-
ción al problema "en la calle", para ambos sexos, y que el casamiento hace
que "uno ya no esté en la calle tanto", volviendo al control de lo familiar. Pero
un control sobre el sexo, para el que el barrio (la calle) no es control eficaz,
como el familiar, salvo mediante la proyección de ese control hacia la policía.
Antropología de lo barrial
150
El cambio incon-otro-lado de lo barrial
Cuando la bondad atribuida al barrio se relaciona sintagmáticamente con
el "adelanto" (el cambio) y ostensivamente en relación de adversatividad con el
no-gusto ("el adelanto es bueno, pero me gustaba más lo de antes"), lo que subyace
es que lo bueno puede apartarse de la red que lo adhiere al barrio en el
antes cuando se lo condiciona por el valor del cambio; lo que provoca que se
use lo "bueno" con un significado subordinado a aquellos contextos de uso en
donde eventualmente alguien, otro, en algún otro lado podrá, en todo caso,
decir que el adelanto es bueno, y entonces a lo bueno se le contrapone el gusto.
El gusto, en consecuencia, se distingue de lo bueno porque se lo remite al
antes, al barrio y al no cambio. Lo mismo ocurre con el significado de lo lindo
cuando se lo distingue del gusto y se restringe su significado en función del
gusto. La paradoja es que e! barrio es y "no es lindo pero me gusta", o "no será
lindo pero me gusta". Lo lindo pierde su carácter de valor cuando se lo asocia
con el gusto, porque se subordina a él. Y si el gusto remite a la época base, lo
lindo queda contradicho cuando se lo coloca en el ahora ("el barrio es lindo, muy
¡indo"). La superación de esta contradicción se da por medio de la naturalización
del gusto porque si, que, por otra parte, se refuerza por la oblicuidad de la
oposición del no gusto. Lo lindo queda así naturalizado también.
En la relación entre lo barrial, el gusto por el barrio y la falta de servicios se
produce esta contradicción: al plantear lo que no gusta o menos gusta del
barrio, la respuesta recurrente es (luego de negar el no gusto sobre algo que
naturalmente gusta) la falta de servicios. Y eso viene a ser el significado del no-
gusto. Luego, como rasgos característicos del cambio acontecido en el barrio se
enumeran los nuevos servicios, que se califican como buenos ("el progreso es
bueno..."). Y las respuestas recurrentes a cuáles serían las cosas que deberían
cambiar en el barrio rondan alrededor de la mejora de los servicios. Con lo
que tendríamos que al gusto por el barrio le corresponde el rasgo servicios.
Pero servicios es propio del cambio y del ahora, y esto contradice al conjunto
paratagmático del cambio, dado que la conclusión de su significado es que se
correspondía con lo no barrial. Al igual que se contradice con la red de la
época base, para la cual el gusto se coloca en el antes y en oposición al cambio,
reforzado por el mismísimo uso del término cambio para expresar el rasgo
gusto: "cincuentami! veces cambiaría todo lo que tengo por ia vida de antes". El
peligro de ruptura de la red se supera escindiendo los significados del gusto por
los servicios y del cambio. En estas tres contradicciones internas al paradigma se
corrobora que el gusto por el barrio está naturalizado, por caer enteramente
dentro de la red metonímica de la época base y, por lo tanto, forma parte
fundamental de la deshistorización.
La ruptura de esa red que podrían provocar lo bueno, lo lindo y los servi-
cios, no llega a consumarse porque la red no deja de envolverlos, al continuar
subordinados al gusto y a la deshistorización. ¿Cuál es el elemento común
que plantean estas contradicciones solucionadas? En los dos primeros ejem-
plos, la escisión del significado de lo bueno y de lo lindo tiene su base en la
El barrio-barrio: identidad e ideología
151
remisión a que desde algún otro lado o desde algún alguien pueda decirse o se
haya dicho que e! barrio no es lindo y el adelanto es bueno, y sintomáticamente
se agrega a los dos: "pero...". A la ideología barrial, en última instancia, no le
importa constatar la lindura del barrio pues se la subordina al gusto, y el gusto
es de por si natural, no es un problema. La subordinación es la solución, y la
contradicción queda solucionada. Para el caso de lo bueno del adelanto y la
paradoja de los servicios en relación al mismo adelanto, podemos observar
que en ningún momento el adelanto o el cambio o los servicios satisfechos
(que ya no son "falta") son asumidos como propios del eje fundamental de la
ideología barrial; precisamente se colocan como opuestos a ésta.
El adelanto y los servicios no son propios de lo barrial, no se los apropia
la ideología de lo barrial, no están entre sus posibilidades actualizadas, no
están en su poder, no están bajo su control, le son ajenos. Por eso no ss
casual la remisión a ese alguien, a ese otro lado desde donde se pueda
decir que el adelanto es bueno y que el barrio "no es lindo, pero". Y lo que
sigue al "pero" sí es coincidente con la ideología barrial: a mí no me gusta [el
adelanto] y cambiaría el ahora del cambio por el antes. El cambio-adelanto no
está bajo el control de quien se hace cargo de la ideología barrial. El control
del cambio y del adelanto le son ajenos pues no están bajo su control. El
trabajo de verificación puntual de estas contradicciones dio como resultado
un cúmulo de quejas acerca de lo inconsulto de todos los cambios acaecidos
en el barrio en cuanto a servicios {el puente sobre la autopista que divide al
barrio, las actividades de la Secretaría de Cultura con artistas de "afuera", el
asfalto de las calles que fue prometido por años). La salvedad a esto es el
caso de los procesos de autogestión vecinal, relatados como refuerzos de la
oposición temporal: "antes la gente se juntaba más, se ayudaba... Acá hicimo
una coleta y un festival para que a alguno no le remataran la casa; ante se
pintábamo los arbole con cal, por las infecione; ahora qué se va a hace, cada uno
esté pa' su lado".

Robos eran los de antes


Cuando los robos quedan paradójicamente ubicados en el ahora producen
una contradicción a la regla del paradigma que los colocaba únicamente en el
antes. El mismo referente (ladrones, robo) es negado en correspondencia con
la época base; pero no sólo por ser en el ahora, sino por no estar relacionado
con el actor (en cambio, en el antes, "yo conocí a todos los ladrones"). Es au-
mentado en el ahora porque es propio de los jóvenes, o sea por estar incon-
trolado. Aquí ia contrariedad sólo es superada por ta envoltura metonímica de
la época base y la deshistorización. Respecto a la tipificación del concepto de
delito o la estipulación del límite entre lo delincuencial y lo decente para la
ideología barrial, nos encontramos con una problemática de importancia es-
pecífica, que es la referida al juego clandestino dentro del barrio o por el
barrio mismo. En efecto, la quiniela clandestina teje una extensa red de con-
fianza mutua basada sobre el arraigo y la relacionalidad dentro del barrio y
Antropología de lo barrial
152
respetando en un todo el eje de valores de'lo barrial. Dentro de estos valo-
res, el delito asume una significación especial: se acepta formalmente que el
juego clandestino es un delito, pero sólo porque alguien en algún otro lado así
lo ha dicho (el gobierno, alguna ley, etc.). Pero jugar, "juega el que quiere", es
decir, el que controla sus propios actos, aun cuando se acepta que "hay cada
enfermo mental que se juega hasta la madre; eso está mal, pero un numerito de
vez en cuando...". Es decir: con control, no como el "enfermo mental" que es
alguien que no controla sus actos. En suma: ¡a quiniela clandestina no es
delito para la ideología barrial porque se puede ejercer control sobre ella y en
el ejercicio de jugar cuenta, por sobre todas las cosas, que se lo hace con la
gente del barrio, que indefectiblemente "vive acá a la vuelta", proposición que
funciona recurrentemente como sinónimo de confianza, acercamiento,
relacionalidad y, por sobre todo, control: "nadie te deja amurado en una postu-
ra... si todos viven en el barrio", explicaba un qulnielero clandestino. El delito
atribuido a los jóvenes, en cambio, si es delito y se lo rechaza; sí es robo,
porque es lo de ahora, lo de los jóvenes, lo incontrolado, lo que está y no está
dentro del barrio y de lo barrial.

Juventú éramos los de antes


La juventud ("esos que andan por ahí"), no entendida acá como
categoría etaria sino como rasgo de esta producción simbólica, es —para
esta ideolo-gía— algo peor que la delincuencia. Esas barritas son peores
que los delin-cuentes, porque "yo conocí a todos" y sé lo que son. En cambio,
de "ésos ¿qué sabe uno?"; son lo incontrolado de por sí. Esto se naturaliza,
aún con contra-dicciones. Cuando se establece la distinción entre el trato
o relacionalidad entre la gente mayor y los jóvenes se destaca que ahora
los jóvenes hablan "de igual a igual" con un "grande", cosa que antes "¡qué
iba a venir un pibe a hablar de igual a igual conmigo!". Esto hace que el
signo de la relacionalidad en el ahora resulte positivo, lo que contradice al
paradigma, ya que éste establece que, en correspondencia con el
antes / ahora, el signo de la relacionalidad deber ser +/-. Esta
contradicción no es resuelta por la red del antes sino por la del ahora, que
al envolver a los jóvenes también en una relación de naturalidad como
opuestos de por sí al antes, termina valorando esa mayor relacionalidad
como una implícita "falta de respeto". Esa relacionalidad, por ser de
los jóvenes, es inevitable e incontrolada. Dentro de las relaciones que
llamamos de oblicuidad se destacaban las oposiciones familia / no-
control, familia / juventud y barrio / juventud, lo que nos remite
nuevamente al control / no-control. La paradoja que se planteó en el análisis
de los jóvenes respecto a la piba de su casa y el muchacho de barrio en torno
a lo familiar, no se supera más que con el control de parte de la familia y de
la policía, respectivamente. La ideología barrial se hace cargo del problema
del control y apela a su solución simbólica por medio de la
deshistorización, por uno de sus valores más importantes, la familia, y
mediante la proyección de la función controlante hacia la policía, que ocupa
el lugar de la familia. En el trabajo de verificación de estos aspectos
puntuales se constató que, por
El barrio-barrio: identidad e ideología
153
un lado, la mayor relacionalidad entre jóvenes y mayores (el hecho de que
los jóvenes ya no respeten a ios mayores, al hablar de igual a igual con
ellos) se da "por el estudio", asociado metonímicamente a lo joven y al cam-
bio. Por otro lado, a preguntas directas acerca de si las chicas jóvenes de-
ben o no "quedarse en su casa", las respuestas explícitas coincidieron en un
60% en que no debía ser así, que la mujer debía "salir", "pero..."; y las
relaciones de adversatividad ("pero debe acompañar al marido", "pero debe
saber defenderse", "si, claro si quiere salir que lo haga, pero todos sabemos
córqo es la calle"), resultaron ser muy superiores a aquella aceptación.

Tranquilidad e historia
Cuando es negada la existencia de barritas en el presente ("no, aquí barritas
no hay, es tranquilo") se produce una contradicción que llega incluso a producir
que se inviertan los signos del valor tranquilidad dentro de la relación en ambas
redes de la dimensión temporal. Al analizar esto establecimos que un mismo
referente acerca de la violencia adquiría distinta significación (hazañas / desma-
nes). La forma de superar esta contradicción está dada por un estiramiento de
la red de la época base hasta el presente, mediante el valor de la tranquilidad.
No se escinde el significado ni se metaforiza. La contradicción sigue en pie y
sólo es capturada por la red de la deshistorización. La captura consiste en
incluir dentro de la tranquilidad del antes los desmanes como hazañas. La obli-
cuidad tranquilidad / acontecimiento funciona para obturar la existencia del acon-
tecimiento dentro del barrio y entra en contradicción con la lista de aconteci-
mientos (toma del Frigorífico Lisandro de la Torre por los obreros, huelgas, muer-
tes a balazos, asambleas barriales, muerte de Eva Perón, etc.) que finalmente
se mencionan, los que se refieren en un 76% a conflictos en general, en un
52% a conflictos con violencia explícita y en un 49% se asocian con la muerte.
Estos dos ejemplos de contradicción del modelo de lo barrial —que remiten a
los opuestos de la tranquilidad en el barrio—, no muestran una relación apa-
rentemente directa con el eje del control que veníamos reseñando. Sin embar-
go, no podemos dejar de señalar que lo opuesto a las barritas juveniles era
precisamente el control por parte de la familia y la policía, y que el referente de
la violencia también remitía al control, en cuanto a que se escindía entre la
violencia propia y controlada del antes y la violencia ajena e incontrolada del
ahora de la juventud. Y tampoco podemos soslayar que el acontecimiento es
tan opuesto a la tranquilidad como lo son los jóvenes y las barritas.
Teniendo en cuenta entonces que: a) la falta de control es recurrente como
eje del resto de las contradicciones; b) la violencia rechazada por el paradig-
ma se asocia con el eje de la deshistorización y su oposición a la juventud
incontrolada; c) la muerte —designativamente— podría tomarse como una
manifestación extrema del no control sobre la vida (la muerte como inevitable
e incontrolable); d) que las respuestas inmediatas del 50% de los entrevista-
dos, ante la pregunta sobre un acontecimiento, fueron negativas ("acá no,
nunca pasa nada, esto es tranquilo"), y e) que la tranquilidad es uno de los
Antropología de lo barrial
154
valores básicos del modelo; podemos establecer como hipótesis —ya que la
relación no es directa como en el resto de las contradicciones— que el aconte-
cimiento se opone a lo barrial porque en su significación subyace la diferencia-
ción entre el control / no control, y se lo sitúa en el segundo término de la
oposición. Lo barrial se opone a lo que "pasa" como acontecimiento porque lo
barrial representa el control (deshistorizado) sobre lo que tiene que pasar y
el acontecimiento tiene la significación de lo incontrolado (histórico). Se desta-
ca la asociación directa con la violencia, el conflicto y la muerte. Respecto a lo
barrial, lo acontecido históricamente representa —hasta donde llega nuestro
análisis— en forma mediata un choque con lo incontrolado.

Trabajo y barrio
Cuando el trabajo se opone al apuro, la vorágine, y sintomáticamente se
asocia a lo no barrial en la época base, contradice al paradigma. Esto se
soluciona mediante la escisión de su significado; como valor se adhiere a lo
barrial en el antes, y como tipificación de determinadas condiciones del trabajo
del obrero se adhiere al barrio independientemente del eje temporal, ya que
también se da en el ahora. Cuando surge la oposición obrero / estudio, el estudio
es una "aspiración del obrero" y se establece un nexo remitiendo el no estudio
del obrero a ciertas condiciones de su ser obrero. Inclusive, cuando se
valora la época de Perón se destaca que "el obrero pudo estudiar", y en todo el
discurso de los propios obreros el estudio es una aspiración negada en la
realidad para sí mismos y proyectada como posibilidad querida sólo para sus
hijos, a costa de su propio "sacrificio" (rasgo adherido metonímicamente al
trabajo del obrero) y de su no estudio. Pero en la red paratagmática se revela
cómo el no estudio queda naturalizado para el obrero, en correspondencia
con la oposición obrero / juventud.
En la época base lo pobre está adherido a lo sacrificado y al trabajo del
obrero, y en el ahora lo pobre sólo adquiere un valor negativo cuando se
adhiere metonímicamente a lo comercial {"el barrio es menos pobre porque es
más comercial"). Pero a Su vez lo comercial no es suficientemente recurrente
en el ahora como para poder eclipsar la caracterización de pobre para el Lugano
presente. Esta pobreza es un rasgo general del barrio mientras no medie la
oposición temporal, que es cuando adquiere un valor aumentativo en la épo-
ca base, pero como sacrificio. Y en el hoy pierde eficacia como identificador de
Lugano, ya que es uno de los rasgos —junto a lo obrero— que más posibilitan
la no diferenciación de Lugano respecto a otros barrios e inclusive su identifi-
cación con las villas y otros barrios. La ambigüedad producida por el signo
positivo de lo pobre en el presente queda entonces superada mediante su
subordinación al eje de lo comercial en lugar de la subordinación en la época
base al eje del sacrificio. Estas últimas tres contradicciones del modelo refie-
ren a ciertas condiciones de existencia del obrero: su trabajo como sacrificio,
vorágine, apuro; una de sus aspiraciones, el estudio —condicionada a su vez
por su ser obrero— y un rasgo naturalizado en su adherencia metonímica a lo
El barrio-barrio: identidad e ideología
155
obrero, el ser pobre. A las tres aplicamos la hipótesis del no control, en térmi-
nos, que lo que subyace a esa determinada condición de su trabajo, su posi-
bilidad de estudio y su ser pobre son aspectos de la vida del obrero que él no
controla, que actúan por sobre la posibilidad concreta de su manejo de los
mismos y de las causas que los provocan.
En un trabajo de verificación puntual, con una serie de preguntas en las
que se trató de focalizar el trabajo, el estudio y "cómo salir de pobre" o "progre-
sar", se obtuvo como resultado que el trabajo es concebido como algo inevita-
ble, una obligación, una aspiración y un orgullo, y se lo asocia unánimemente
al sostén de la vida familiar. Se destaca un gran temor por su pérdida y se lo
vincula con el bienestar económico, refiriéndolo siempre a un antes en que el
trabajar rendía más y estaba ligado en forma más directa a ese bienestar. Al
contrario de ahora, cuando el incierto futuro económico depende cada vez
menos del trabajo propio y mucho más de la situación económica general "del
país", que maneja "el gobierno" y que depende más de "los gobiernos" que
del propio esfuerzo y sacrificio. El estudio, por su parte, se considera algo
"necesario", pero no para mejorar el bienes'.ar del obrero sino para dejar de
ser obrero o directamente para no ser obrero. Es necesario que los hijos estu-
dien para que "sean alguien", en el sentido de que no sean obreros, cuando
obrero se relaciona con la no relación directa con el control del bienestar. Se
remite a que el control del bienestar (el progreso) sólo puede depender de
salir de la situación de obrero, y el estudio ocupa el papel de medio para esa
salida y para lograr ese control. Para salir de pobre o progresar hay que
trabajar, cuando el trabajo es un valor opuesto a la vagancia, pero las posibi-
lidades reales de salir de pobre no remiten al trabajo tan recurrentemente
como a "ser capaz", "ser vivo pa' los negocios", "'estudiar", en forma coincidente
con lo dicho anteriormente. Con esto se verifica incluso la relación ya aludida
entre lo pobre y lo comercial. El control de la pobreza/no pobreza, entonces,
se deposita en el dejar de ser obrero, por un lado, y en el trabajo como valor,
pero disminuyéndole su eficacia para ese cambio de situación, en tanto la
eficacia del control sobre el bienestar económico se deposita más en otro lado
que en el trabajo propio.

El porqué de esta ideología barrial: ¿lo incontrolado?


De acuerdo con lo que hemos visto, entonces, todas las contradicciones
reseñadas remiten a la falta de control de algunos aspectos de las condiciones
de existencia de estos actores: la juventud y la mujer dentro de la institución
familiar; la juventud y el delito en el marco del barrio y lo barrial como modelo,
que incluye a la institución policial; la efectivización de los cambios acaecidos en
el barrio en cuanto servicios; el acontecimiento histórico, y las condiciones de
existencia propias del obrero. Las contradicciones manifiestan que el agente
del control de estos aspectos no es el actor. Se lo remite recurrentemente a un
control en otro lado, por eso podemos afirmar que es un control \n-con-tro-la-do.
Hemos reseñado algunos significados que objetivamente se escapan a las po-
Antropologla de lo barrial
156
sibilidades de control de los actores y lo que el modelo apunta a solucionar con
su eficacia simbólica. Con esto respondemos al primer interrogante, planteado
en la dimensión histórica. Decimos objetivamente porque es lo que se opone al
modelo como problema. Es objetivo porque siempre se le presenta al modelo de
lo barrial como algo proyectado frente a él (objetum) y al que tiene que salirle al
cruce la identidad barrial como producto ideológico. Porque es algo que dejó de
ser mero referente del producto ideológico para pasar a ser —de acuerdo con
nuestro análisis— algo que está a la vez dentro y fuera del paradigma. En
términos de una dialéctica de esta significación, es algo que debe ser lo sufi-
cientemente externo como para que el modelo tenga necesidad de incluirlo en
él, y lo suficientemente interno como para que el mismo modelo se ponga en
marcha, motorizado por esas pequeñas causas eficientes, que representan su
riesgo de ruptura: las contradicciones.
Como hemos visto, algunas de estas paradojas, ambigüedades y contra-
dicciones no son efectivamente solucionadas por el paradigma. Y esto es algo
que no debe extrañar, porque es imposible que el modelo pueda convertirse
en solución final. De ser asi, carecería de motorización interna y de la capaci-
dad de contraponerse a un problema, por lo que directamente dejaría de
tener eficacia, ya que ni siquiera cabría la necesidad de que la tuviera y, por lo
tanto, carecería de existencia como producto ideológico. Es que la ideología, a
la vez que no puede reducirse al sujeto (los actores que la producen) sin el
mundo objetivo que le da razón de ser, tampoco puede reducirse a agotar las
condiciones de existencia del objeto captándolo en su totalidad, pues de ser
así dejaría automáticamente de ser ideología para subsumirse a ser ese objeto.
Sí lo ideológico, tal como lo hemos tomado —idea sobre un referente según
una lógica — , implica ruptura con lo dado, al mismo tiempo implica una ruptura
pero nunca en la medida en que lleve a su auto-dilución en el objeto mismo.
Siempre habré algo que se le escapará y que sólo será detectable mediante la
confrontación con otros sentidos. En este caso le hemos contrapuesto el
resultado de sus propias contradicciones, dentro de su lógica interna. Esas
pequeñas paradojas que nos pueden ayudar a romper con la opacidad de su
carácter simbólico, de modo de poder interpretar qué hay detrás de esa
producción, qué está simbolizando. Por otra parte, las contradicciones de la
ideología producida a propósito de la identidad barrial, generan la necesidad
de un estiramiento de las redes metonímicas, ostentadoras de las natu-
ralizaciones y lo que llamamos un estiramiento de eje axiológico.
Aparece así una especie de eje transversal, compuesto por este corrimiento
de ciertos valores por medio de las contradicciones. La pregunta sería qué
estén mostrando esas diferencias entre los significados de cada valor que
dicta el paradigma y estas otras fibrillas rotas. El resultado de nuestro estudio
establece que la producción ideológica de la identidad barrial sale al cruce de
la expropiación del control sobre sus actores de sus propias condiciones de
vida. La existencia misma del modelo de lo barrial tiene su raíz en las condicio-
nes históricas de existencia de la clase obrera industrial y las capas medias
que conforman socialmente esos barrios. En el mundo objetivo al que se en-
El barrio-barrio: identidad e ideología 157

frenta la identidad barrial como símbolo se ubican básicamente dos institucio-


nes: la Familia y la policía, el control doméstico y el control público. En torno a
este eje juegan su papel. Como puede verse, son dos instituciones de distinto
tipo: una es consuetudinaria y la otra es parte de los aparatos institucionales
estatales. Pero ambas cumplen una misma función: controlar. Dentro de esta
dialéctica hay un eje que la vertebra: las posibilidades de control, lo que remi-
te a los medios para el control y a los agentes del control. Si la falta de control
sobre la propia condición de vida es parte del significado base de lo barrial,
debe estar implicada necesariamente una desposesión de los medios para
ser agente del control, porque los medios son los que lógicamente pueden
brindar las posibilidades de control sobre las propias condiciones de vida so-
cial. Y estos medios (como restricción de posibilidades) son restringidos por-
que se incluyen en la dialéctica apropiación / desapropiación, ya que de otro
modo no sería posible hablar de desposesión. Si el control existe como posibi-
lidad desposeída es porque desde algún otro lado se ejerce la restricción de un
determinado control. Ese otro lado esté definido por la relación de dominio que
el mismo modelo esté objetivando activa y concretamente mediante la trans-
parencia de sus contradicciones no resueltas (paradojas). Al deslindar la
agencialidad del control, lo barrial se autoubica en una relación de subalternidad
a otro modelo, que podemos llamar hegemónico, bastándonos para ello con
el modelo estudiado, sin necesidad lógica de buscarlo en el exterior.
La construcción ideológica de la identidad barrial estudiada objetiva de
esta manera la relación de dominio. Hasta qué punto puede medirse el grado
de objetivación alterna de esta producción es una pregunta que habrá que
contextualizar y no responder en abstracto. Lo que hasta ahora podemos
establecer es que esta identidad barrial representa, en consecuencia, la for-
ma de transar con la restricción dominante de sentidos. Es una forma concreta
y activa de solucionar lo que se escapa objetivamente al control de la propia
vida social de estos actores sociales. Aun la deshistorización más extrema de
la época base de esta identidad resulta ser un producto con una dinámica
interna por la cual penetra en su interior la problemática histórica y objetiva
de las relaciones sociales de esos actores. Esa misma deshístorización repre-
senta una forma de objetivar el mundo, de instaurar y asumir lo problemático
de ese mundo en forma activa, porque nunca deja de tener una dinámica
interior por la que se cuelan las relaciones históricas. Así como nunca habrá un
cien por cien de naturalización y deshistorización, tampoco habrá un cien por
cien de historicidad y ruptura, porque de esta dialéctica parten las posibilida-
des de generar ideología. La riqueza de la deshistorización puede residir tam-
bién en lo que el etnólogo Ernesto De Martino señalaba como el "abrir de
nuevo" de todo proceso ideológico, aun el más deshistortzante; e! mostrar un
indicio de ruptura al objetivar el mundo (De Martino, 1965). El desafío analítico
consiste en descubrir esa brecha activa en su relación dialéctica y contextúa!,
como expresan en común los autores en los que nos apoyamos. Podemos
establecer que la identidad referenciada en un barrio como el que estudiamos
actuaría como pre-texto de una ideología que, mediante la identidad, se ac-
Antropología de lo barrial
158
tualiza en la dimensión social, y cuya determinación en la última instancia está
en las restricciones del control de la propia existencia de los actores; pero que
a su vez genera una producción ideológica activa. Esa es precisamente su
razón de ser, de objetivar el mundo, de instaurar y asumir lo problemático de
ese mundo en forma activa y dialéctica.
Dado el papel que cumplen dentro de la producción de la identidad barrial
del barrio "viejo" expuesta, abrimos a partir de aquí dos posibilidades: 1)
estudiar la identidad barrial de quienes ocupan el papel de opuesto interno al
modelo recién descripto, los jóvenes, y 2) indagar los contextos urbanos en
donde se referenciaron —para los actores de la identidad barrial que vimos—
los valores contrarios a lo barrial; éstos podrían ser la villa miseria o el complejo
habitacional. Optamos por este último. Se expondrá, en consecuencia, la
identidad barrial de los jóvenes del barrio viejo y de los vecinos de un barrio
relativamente nuevo, al que desde la identidad del barrio antiguo se atribu-
yen los sniv-valores de lo barrial, una especie de ant/'-barrio.

La identidad barrial de "esos"


Al destacarse el papel de la juventud en este modelo que se nos fue ar-
mando, resolvimos dirigirnos a los propios jóvenes, ya que resultaban ser los
actores que el discurso sobre la identidad de Lugano refería con singular pon-
deración. El resultado de la confrontación entre la ideología de la identidad
barrial de los adultos y la de los jóvenes acerca de su barrio es el siguiente. En
principio, no nos planteamos que fueran "residentes" en el barrio. No nos inte-
resaba una categorización externa respecto a la propia significación. Nos pre-
guntamos qué significa residir, vivir en, ser de un barrio: ¿dormir en él? ¿trabajar
en él? ¿haber nacido en él? Ninguna de estas categorizaciones era —para nues-
tros propósitos— suficiente. Nos dirigimos directamente a los que se nos ha-
bían señalado, desde nuestra muestra anterior, como "esas barritas», "esos
que andan por ahí", pero que "no son de acá". El resultado inmediato fue que de
la primera muestra53 de "esos", solamente tres vivían fuera de Lugano. En
cuanto a la caracterización de "barritas", sólo el 15% se autoadscribió a algu-
na en particular. El ejercicio que hicimos respecto a las barritas 'que no son de
acá", consistió en un seguimiento durante varios días de dos grupos de ado-
lescentes que se juntaban en las calles céntricas del barrio y que en algunos
casos habían sido señalados por los vecinos adultos como los "patoteros que
hacen los desastres acá pero no son üe acá". El resultado fue que sólo cinco de ellos
no pudimos observar dónde vivían; el resto se metían en sus casas dentro
del barrio al caer la tarde. Decidimos abordar a "esos" en los "ahí", o lugares
que nos eran referidos. Nos concentramos en el Club Belgrano, la

La muestra inicial a la que nos referimos (ya que el trabajo de campo con los jóvenes
fue mucho más extenso), abarcó a 39 jóvenes, entrevistados en distintos puntos del
mismo barrio. Sus edades oscilaban entre 13 y 17 (en un 40%) y entre 18 y 24 años
(60% restante), en un 63% asalariados (obreros en un 20%, el resto empleados) y
un 29% estudiantes, distribuyéndose por géneros en partes proporcionales.
El barrio-barrio: identidad e ideología 159

plaza central de Lugano y los bares que la circundan. Ya vimos que la repro-
ducción de la identidad barrial implicaba teóricamente un intento por trasladar
rasgos análogos en el tiempo. Esto nos obligaba a concebir actores que se
pudieran sustituir en el uso y sostenimiento del paradigma de lo barrial. Los
jóvenes tendrían que ser, teóricamente, los únicos que podrían con el tiempo
sustituir a aquellos actores de los cuales habíamos obtenido el paradigma.
Nuestro objetivo se centró entonces en establecer: a) mediante qué valo-
res se relacionaban estos jóvenes con el barrio, y b) qué tipo de relación
había entre esos valores y el paradigma de lo barrial ya visto. El procedimiento
consistió en la confrontación de estas dos etapas de nuestra investigación,
tomando como base el modelo de la identidad barrial ya descripto. Apunta-
mos a esa juventud con una hipótesis de trabajo que afirmaba que habría
algunos de los valores del paradigma que debían estar —por lo menos en
ciernes— asumidos como propios por los jóvenes, fundamentalmente los va-
lores que no tocaran de lleno la dimensión temporal como una deshistorización,
sino que se basaran más sobre lo interreladonal, en la diferenciación de gru-
pos dentro del barrio; esto es: en la dimensión social de su propia identidad,
más que en la dimensión temporal. Esta hipótesis tenía como supuesto que
para que se afirme un proceso de deshistorización debe haber una cierta
extensión temporal objetiva en los actores (en este caso, su edad o perma-
nencia en el barrio), lo que para estos jóvenes tenía que ser menor que en el
primer conjunto de entrevistados. De los entrevistados, sólo el 20% resulta-
ron ser obreros, y de éstos, sólo la mitad trabajaba en talleres pequeños del
barrio. El 63% eran asalariados, pero cerca de la mitad del total eran emplea-
dos, cifras que corroboran el cambio acaecido en la composición social del
barrio: de netamente obrero-industrial a "no obrera". Aun así, una de las ca-
racterísticas del barrio más señaladas, para los jóvenes, fue la "obrero", aso-
ciada a rasgos muy recurrentes en nuestro paradigma: sencillo, humilde, tran-
quilo, lindo, familiar, solidario y, por sobre todas las cosas, gustado y querido:
"un gran barrio", "tiene de todo", "me gusta mucho", "completo", "lo mejor", "lo
más", siempre en relación de contigüidad al carácter obrero, inclusive cuando
se indicaba su ser "ahora más comercial" y "menos obrero". Pero es notable
una diferenciación respecto al valor del trabajo, pues en relación con el
barrio se lo asocia más con el trabajo de sus padres: sacrificado, "yugaron
como negros", "veinte horas por día", y en un 40% (entre los más jóve-
nes) terminaban con un cuestionamiento: "¿y para qué? ¿de qué les sirvió? se
les fue la vida..." "y quieren que nosotros seamos iguales a ellos". "Y ahora si
no la gastas, para qué te sirve [la plata]... ellos porque pudieron ahorrar, ahora
no se puede". Entre el grupo de mayor edad, el trabajo también fue
asociado a una valorización de la "constancia" y el "sacrificio" de " l o s
viejos" como ejemplo, y con el bienestar, con la vivienda propia, con el
dinero, pero de "los viejos"; en tanto para ellos (los jóvenes), casarse
estuvo siempre adherido en el discurso a tener que i r s e del barrio por
el "problema" de la vivienda. En suma, cuando lo obrero es referido al
barrio es resaltado y asociado a l o s valores propios de Lugano, por los
cuales el barrio es querido, gustado y "lo másimo". En
Antropología de lo barrial
160
cambio, cuando es referido al aspecto l a b o r a l , como trabajo, aun para
los jóvenes obreros, es remitido al antes y sus destinadores sintomáticos
son "los viejos", con las características ya descriptas.
Es como si lo obrero tuviera que adherirse al barrio y a ios padres para ser
un valor positivo. En cambio, como trabajo de obrero, para los mismos jóve-
nes se ubica en las antípodas cuando se lo condiciona al bienestar o al vivir
bien: adquiere un valor negativo por su ineficacia para el bienestar económi-
co. Y este bienestar sólo es situado en la época de los padres, a costa de
sacrificio, lo que hoy no es posible y, en consecuencia, "es al pedo". Lo que
titulábamos para el paradigma como gusto es el rasgo de mayor recurrencia
entre los jóvenes de Lugano. Del barrio, lo que más gusta es la "tranquilidad",
asociada principalmente al "ser un barrio", "donde todos nos conocemos"
(relacionalidad), donde "todo está bien" y "acá te sentís orgulloso de vivir acá", cosa
que "en otros barrios no se da". Esto del gusto por el barrio no fue preguntado
en forma directa. Proviene del análisis de preguntas muy diversas y de no
pocos diálogos entre los mismos jóvenes. Por ejemplo, a la pregunta de si se
¡rían a vivir a otro barrio, sólo dos respondieron que sí, pero el único no
residente en Lugano expresó que le gustaría mudarse a Lugano. El valor más
destacado para fundamentar la negativa a irse fue la tranquilidad de Lugano
y el hecho de haberse criado y crecido en él. En la búsqueda del opuesto al
gusto por el barrio e¡ resultado del análisis difiere del ya visto —se recordará
que las respuestas sobre esto habían sido unánimes: falta de servicios—,
pues entre los jóvenes la falta de servicios tuvo una importancia muy relativa
(12%), dada sólo por la "falta de transportes". En cambio, la mayor recurrencia
se dio respecto a las villas y complejos, a la droga y a la violencia, como fenó-
menos estrechamente ligados: los complejos y las villas arruinan a "Lugano
City" (como algunos llamaron al centro del barrio), son una "cueva de Lobos",
tienen mala fama, hay drogas, alcoholismo, delincuencia, está lleno de patotas,
balazos, "es deprimente". Villas y complejos son concebidos dentro de Lugano,
al contrario de lo que ocurría con el paradigma de los mayores.
La tranquilidad de Lugano es otro de los valores de mayor recurrencia en
todo el discurso de los jóvenes. Es explícitamente ubicado como causa del
gusto por el barrio. A la pregunta que tratamos de formular en forma regular
sobre ¿cómo debe ser un barrio?, se contestó en un 40% que debía ser "tran-
quilo". Esta tranquilidad se asocia sólo a lo barrial, ya que dentro del barrio, y
s¡n plantear contradicción alguna, se incluyen los balazos, la droga (asociada
a balazos), las cuchilladas, las patotas, las peleas, los robos. Es sintomática la
asociación entre “los flacos que se fuman" con la tranquilidad... "pero son tran-
quilos". Flacos a quienes se sitúa dentro del barrio, con mención de lugares y
apodos (nunca de nombres y apellidos, aun entre ellos), a los que se critica
porque "pierden el tiempo"... Pero el barrio es y debe ser tranquilo. Al plantear-
se entre los varones la relación con "mujeres" dentro o fuera del barrio, la
tranquilidad queda adherida al polo opuesto a la relación con mujeres, salvo
las "amigas" o "compañeras", a quienes se las "mira de otra manera", ya que
no se "sale" con ellas. A las mujeres se las va a buscar a otro lado (en ningún
El barrio-barrio: identidad e ideología
161
momento se dice "a otro barrio"). Y el día consagrado a tales menesteres es el
sábado, al que se le contrapone el domingo, como día dedicado a quedarse en
el barrio, con la familia o en el club, o en una casa tomando mate: "el domingo
me tomo franco (de las mujeres) ... me quedo en el barrio". Y al contestar por
qué no se irían del barrio fundamentaron principalmente que "a pesar de lo que
digan, esto es tranquilo". La tranquilidad del barrio, entonces, incluye la violen-
cia de la patota, la droga, el alcoholismo y, en suma, todo lo que puede haber
en el barrio. Y se opone también —tal como en el modelo visto— al aconteci-
miento. Pero a lo que se opone la tranquilidad en forma explícita, para estos
jóvenes, es a la policía, porque "molestan", n joden", "te fajan", "te meten en
cana por cualquier cosa y te suspenden en el laburo". Inclusive varias de las
respuestas sobre lo que habría que cambiar en el barrio, junto con la falta de
transportes, fueron: sacar la comisaría.
El arraigo entre los jóvenes carece de la importancia que tenía en el grupo
anterior. Sin embargo, referido al barrio, es muy recurrente. Por ejemplo, casi
el 40% de los jóvenes hizo referencia al origen del barrio, pero sólo uno de
ellos mencionó la fundación por Soldati. El resto opuso al ahora del barrio una
época donde "era todo descampado", o lo asoció con los inmigrantes italia-
nos, con la fábrica CAMEA o con el "personaje" más mencionado (después de
Lorenzo Miguel) entre los vecinos "viejos": el Dr. Almada, el "típico médico de
pueblo". En cuanto a la oposición antes / ahora, lo recurrente es oponer una
época de los padres a la de ahora. La época "de los viejos" no se define por
referencias cronológicas sino por relaciones de oposición con los jóvenes mis-
mos. Se apunta centralmente a lo que los viejos opinan de los jóvenes: que
somos locos, que hacemos solamente lío, que aprovechamos la democracia, que
nos drogamos, que faltamos el respeto, que somos vagos, haraganes; dicen que
quieren que yuguemos como ellos, dicen que ellos ya hicieron todo y nosotros no
hacemos nada, que en su época no se hacían esas cosas, que las chicas ahora
andan desnudas. Esta imagen es cuestionada con la calificación que se hace
de los viejos, pero que no cuestiona en el fondo ni niega la existencia de esa
época, sólo que es propia de los viejos. Impugnan lo que los viejos dicen de
ellos por medio de su propia calificación de los viejos: son tradicionalistas, con-
servadores, muy cerrados, se criaron dentro de lo prohibido, no existe complicidad
con nosotros. Pero también lo recurrente en lo personal es que con los viejos
"me llevo bien", "no hay problemas". El rasgo de mayor diferenciación entre dos
épocas (antes/ahora) dentro de la misma vida de los jóvenes es la droga:
hace quince años no había droga, "eso es nuevo". También se adjudica una
etapa al barrio, vivida por ellos, en la que la gente era "más unida", "más
solidaria", "la familia se juntaba más", se compartían más las fiestas (la variable
de la edad no es proporcional a estas respuestas).
El significado de lo que en el paradigma de la identidad barrial de Lugano
definíamos como relacionafidad sufre, entre los jóvenes, una diferenciación
mayor, que lo coloca en una relación de secundariedad respecto a otros ejes.
El principal de ellos es la relación sexual, que repercute notoriamente en no
pocos aspectos de la relación de los jóvenes con el barrio. Tanto para los
162 Antropología de lo barrial

muchachos como para las muchachas, el barrio representa lo alejado del sexo
(como relación social). Al otro sexo se lo debe ir a buscar a "otros lados",
representados por los boliches de Flores o de Ramos Mejia. La relación dentro
del barrio es, o bien entre personas del mismo sexo (para reunirse, jugar,
conversar) o de distintos sexos, pero sólo "de amista". Este tipo de diferencia-
ción concurre en el discurso adherida por relaciones paratagmáticas notables
con dos elementos: el control policial y el control familiar, aunque en forma
distinta. A la policía se la coloca como lo opuesto a todo tipo de relación social
(no solamente entre distintos sexos o referidas al sexo) y explícitamente se la
ostenta como causa del "tener que irse del barrio a otros lados".
A la familia se la envuelve más en la red metonímica asociada al control
sobre lo sexual de los jóvenes. Se naturaliza su papel de control, tal cual lo
verificábamos en la identidad de Lugano de los viejos. Y paralelamente se la
ubica en el antes de la época base de los viejos, tipificada por la prohibición, el
control y la restricción. A la familia se le opone, entonces, el irse del barrio, pero
no a otros barrios. El joven se va sólo por la oposición entre su pertenecer a la
familia (rasgo adherido a la cadena de lo barrial), ser controlado y restringido
en su actividad sexual (restricción de la que él se apropia cuando califica a las "pibas
del barrio" como "sólo amigas", a quienes se las ve "de otra manera Que a las
mujeres"), o desarrollar su actividad sexual o de género. En esta relación, el
trabajo no juega un papel opositivo a la no restricción. El trabajo, como activi-
dad del joven, no está adherido metonímicamente a la independencia del o de
la joven; no representa una ruptura con lo familiar (vimos que se lo asociaba a
lo familiar en cuanto al sacrificio de los viejos en "su" época).
Otra de las diversificaciones de la relacionalidad es la vida en los bares,
galerías, boliches, esquinas, todos lugares con significación diferenciadora.
Parar en uno de estos lugarares y no en otro es síntoma de pertenencia a un
grupo diferenciado. Y los lugares reciben las mismas estigmatizaciones de estos
grupos: "ambiente malo", "ahi van los 'bolitas' de la villa", los de tal o cual colegio.
A la vez que los grupos reciben los nombres de esos lugares (incluso de las
esquinas), nombres que señalan diferenciaciones dentro del barrio. Esto es
rotativo y depende de las fluctuaciones de gustos, cambios de dueño y de
fama de los boliches, o se basa sobre la evolución misma de los jóvenes, que
van cambiando de boliche según una distribución por edades que, aun sin
ser fija, se mantiene. El otro contexto significativo de la relacionalidad de los
jóvenes es el club de barrio. Nosotros concentramos nuestro estudio en uno
de ellos, el Belgrano. Ahí el joven deja de ser uno de esos y asume todos V
cada uno de los valores del paradigma de la identidad barrial. Pudimos com-
probar que esto ocurre independientemente de la edad del joven. Ahí, en el
"dú", su escala de valores es la del paradigma de la identidad barrial de los
viejos. Fundamentalmente, la prevalencia del eje temporal simbólico y la asun-
ción de su oposición con "esos que andan por ahí", aunque tengan su misma
edad. Aquí, en el club, el joven vale por sus rasgos de no joven (tal cual lo
valora el paradigma), Sus trompadas, sus tragos, sus prepotencias, su
escolazo, no son más que hazañas; no es como "esos maricones"...
El barrio-barrio: identidad e ideología
163
Cuando complementamos el análisis del discurso de los jóvenes con la
tarea de observación en el contexto del club, pudimos constatar que para el
joven arraigado en el club de barrio (esta definición es de los jóvenes y se
refiere puntualmente al Belgrano, mientras que otros clubes como el Yupanqui
y el Tennis, aun con otras características, mantienen esta dicotomía entre la
juventud de afuera del club y la del club) el control necesario sobre los otros
es importantísimo, como única manera de "educarlos", teniendo como modelo
a él mismo, que recurrentemente es caracterizado por la gente dei club como
"muchacho de barrio", en oposición a "esos". Y es sintomático que esta tarea
de control también se le adjudica a! club y a su capacidad de continencia, de
restricción ("acá no pueden hacer lo que quieren, si entran se quedan chitos"), como
a la policía. Un dato que puede corroborar esto es que en los bailes que organiza
el club en su salón "Fancy Life", regenteado por jóvenes de 24-25 años
(definidos como "muchachos de barrio"), concurre un número promedio de
150 jóvenes definidos como "esos", cuyas edades oscilan entre los 15 y 18
años. Durante todo el baile permanecen estacionados en la puerta dos patru-
lleros con su dotación completa; otro ronda cada media hora, y en el interior
del salón permanecen cuatro policías femeninas y once hombres, todos de
civil, ostentando su prepotencia de policías. Pudimos constatar numerosas
detenciones (aproximadamente una cada dos horas en promedio), la mayoría
de las cuales se motivaban en que "esos" les habían "faltado el respeto" o se
habían "desacatado", y en los casos de menor recurrencia por "tenencia y con-
sumo de drogas" o "ebriedad". Uno de los organizadores —quien contrata ef
personal policial— narró con autodefinido "orgullo", por lo que representaba
como "ejemplo", la introducción por parte de la policía de cuatro cigarrillos de
marihuana en el bolsillo de algunos detenidos, utilizados como "pruebas" en
el momento de ser conducidos al patrullero, antes de recibir la "zalipa": "así se
educa acá...". En estos contextos del baile en el club, la identidad barrial se
hace evidente al promediar cada noche, cuando, ante un tema musical en
particular —que todos esperan—, una parte de la concurrencia corea: "Y Lugano se la
banca... y Soldati se la aguanta...", o "V Lugano se la banca... Mataderos se la
aguanta". A lo que contesta otro grupo (mezclado con el otro dentro del salón):
"Mataderos se la banca... y Lugano se la aguanta...". Y lo mismo otros con Soldati.
En los eventos presenciados no se escucharon menciones a otros barrios,
pero los organizadores narraron que a la gente "de la provincia [de Buenos
Aires]" no la habían dejado entrar más al baile, pues al llegar esa parte, ante
la sola mención de un barrio que no fuera Lugano, Mataderos o Soldati, "se
armaba el quilombo" y "había que pegarles a todos para que se comporten". "Gritar
el nombre de! barrio es una costumbre que tiene como treinta años, se hace en
todos lados [del barrio]; es la pica de los barrios en el baile".
Se nos evidenció una relación de identidad ostensiva respecto al barrio,
que no se reduce al Lugano Viejo. Muchos de los jóvenes concurrentes a los
bailes son residentes de los complejos aledaños al Viejo Lugano, sobre todo
de Lugano Uno y Dos. Respecto a las villas y complejos, se constata entre los
jóvenes el mismo grado de identificación en la significación de ambos, que
Antropología de lo barrial
164
incluso llega a que algunos hayan identificado nombres de complejos con nom-
bres de villas, en contextos donde emerge la necesidad de distinguir lo barrial
del barrio viejo: "Me gusta el ambiente de barrio de Lugano, con familias que se
conocen, qus salen a pasear, se ven... por esa solidaridad, porque todos se ayu-
dan... ¿Por qué? por la clase de gente, gente que hacía peñas, acá en el Teni, gente
que venía a comprar al negocio de mi papá que los atendía como a sus hijos, eran
bolivianos y paraguayos, obreros; claro, mi papá vende ropa de trabajo... Y eso
ahora se perdió porque la gente de las villas viene poco, no es lo mismo, o se fue
para Villa Lugano Uno y Dos, y ahí tienen sus negocios". "¿La gente de Lugano
Uno y Dos? Hay de todo, la buena es la que estaba de ante, no hay problema, la
mala es la que copó, la que tomó el barrio y se quedó ... vinieron de la villa, roban,
hay mucha droga, les gusta la fácil". "Sí, hace unos años los metió el Padre Mujica;
habrá sido muy patriótico, pero hicieron un desastre, rompieron todo, fueron esas
tomas las que arruinaron todo". Este diálogo con los tres jóvenes residentes en
el Lugano Viejo condensa tanto el modelo de la identidad barrial afín con el de
los adultos, ya expuesto, sobre todo con la prevalencia del valor de lo barrial
que se le adjudica a Lugano y se le niega a las villas y al complejo, al que
directamente se identifica con una villa.
La relación respecto al fútbol se da de la misma manera descrita para los
viejos. Sólo que en nuestro trabajo de observación de eventos de fútbo! en
potreros aledaños a la villa o en canchas dentro mismo de ésta no pudimos
presenciar ningún tipo de violencia, salvo en los partidos donde se enfrenta-
ban entre sí equipos de gente de la villa. En los partidos entre equipos de
jóvenes de la villa y del barrio las relaciones eran totalmente deportivas, sin
violencia extra-juego alguna, ni siquiera verbal, notándose que los insultos
intercambiados por los equipos del barrio nunca incluyeron el recurrente (en
el barrio) "villero", sino insultos clásicos o "boliviano", cuando en el equipo con-
trario jugaban "paraguas".
Entre las conclusiones del análisis del trabajo con los jóvenes de Lugano y
el trabajo de campo posterior sobre algunos aspectos puntuales del paradig-
ma podemos sintetizar: s) para los jóvenes, el barrio sigue siendo asumido
en el valor de la tranquilidad, entendida como una vuelta a la infancia, sin sexo,
donde el control familiar no necesita ser control; b) la naturalización de lo
obrero no es tal para los jóvenes, quienes lo remiten al mundo de sus padres,
aun explicitándolo como un valor positivo; c) el gusto por el barrio se funda-
menta causalmente en la tranquilidad y en oposición con los complejos y vi-
llas, asociados a drogas, violencia y delincuencia; d) para los jóvenes, el pasa-
do del barrio es el presente de sus padres, opuesto al presente de ellos, los
jóvenes; para ellos, ese pasado no está deshistorizado, lo cuestionan y se
oponen a ese presente del pasado como a la estigmatización que ese pasado-
presente de los viejos hace de ellos (los jóvenes) como incontrolados; e) la
droga dentro del barrio se plantea como "problema" pero se la asimila a la vida
tranquila del barrio; molesta la droga de los de afuera, villas y complejos; f) la
violencia también es asimilada cuando es propia y se la justifica porque
siempre se la particulariza; cuando se la refiere en su generalidad, se la re-
El barrio-bomo: ¡denudad e ideología
165
chaza; de igual manera, se rechaza en los discursos la violencia de la policía,
pero no por ser violencia sino por ser control, restricción.

Paradoja del muchacho de barrio y la chica de su casa


"Uno fue conociendo los barrios por las novias que tuvo" (Roberto A.).
Los jóvenes encuentran la salida al control familiar —específicamente con
relación al otro sexo— en "otros lados". Entre los varones, el paradigma les
dicta que a las mujeres (para su sexo) se las encuentra en esos otros lados. Y
la familia es asumida como el paradigma dicta: como control. La relación del
joven ante el control familiar es dual: acepta el control cuando significa no
control (su vida como muchacho de barrio, amistosa, cuando sus violencias
son hazañas) y rechaza el control yéndose, cuando significa restricción a su
vida sexual. Irse a otro lado significa irse del control de los padres, que a su
vez es necesario para ser valorado como muchacho de barrio (tranquilo, con
amigos, compañero, escolaceador, quinielero, jugador, peleador, macho) y, para
la mujer, como "chica de su casa", no "del barrio". Pero esta salida del control
es el resultado de la aceptación del control dictado por el paradigma, que es
el que lo expulsa a ser hombre — sexualmente hablando—, fuera del barrio. Y,
como mujer, a confinarse en el no ser parte de las mujeres, por ser una "chica
de su casa" (de su familia, esperando ser encontrada para formar otra familia).
El modelo no da cabida —ya lo habíamos visto— a la relación de pareja (hom-
bre/mujer), porque no admite la familia como algo parejo, sino que el hombre
restringe las posibilidades de la mujer. Y la consumación de la familia como
reproducción se deja librada a la infracción al código por el cual una mujer no-
mujer (chica de su casa) debe ser hallada por un hombre hecho hombre con
mujeres-mujeres en "otros lados" y al que no se le permite buscarla como
mujer-mujer en el barrio porque ella está "en su casa", pero se le obliga a en-
contrarla para formar familia dentro del barrio o, mejor dicho, dentro del valor
familiar que incluye lo barrial. La reproducción de la familia sin pareja es incluso
la que subordina el arraigo como un valor para los jóvenes, pues prevalece
para ellos la relacíonalidad diferenciada, principalmente por las contradicciones
producidas en torno a la vida sexual. Lo que se opone a lo familiar —adherido al
barrio— es lo sexual de los jóvenes. El joven recibe el mensaje del paradigma:
tiene que ser hombre teniendo relaciones con mujeres. Pero mujeres con la
significación de mujer sola, fuera de la familia, fuera de control, en tanto no
pertenezca a un hombre, es decir, en tanto no sea mujer de su casa, de su
familia, porque pertenecer a un hombre no significa ser mujer sino conformar
una familia. Ese tipo de mujeres ("putas") no debe ser buscada en el barrio.
En el imaginario barrial habrá una (con apodo), estigmatizada desde los valo-
res de lo barrial como "mujer sola" —sin hombre, o lo que es peor, con muchos
hombres—, pero necesaria para la diferenciación dentro del barrio. A la mujer
para ser hombre se la debe buscar afuera, pero a la mujer para formar una
familia se la debe encontrar adentro, sin buscarla porque debe ser antes una
chica de su casa, no del barrio. Esta paradoja no la resuelve el paradigma de
lo barrial. Como posibilidad, el paradigma la trunca. Y como tal se la apropian
Antropología de lo barrial
166
los jóvenes. Tanto que en el medio del baile todos esperan que el disjockey
pase un tema a cuyo estribillo todos por igual pondrán letra. Los muchachos
cantarán: "Mujeres". Las niñas preguntarán a coro: "¿Quéeeeeee?". Los chicos
atronarán: "Putaaaaas". A lo que ellas contestarán: "Gracias". Y seguirá el baile
(este rito se cumple Indefectiblemente en todos los bailes y es, según mentan,
"único, de aquí, de Lugano").
Así como se asume paradójicamente el control de la familia yéndose del
barrio, al control de la policía se lo rechaia, se lo "aguanta". La policía no
satisface mediante ninguna valoración explícita al muchacho de barrio, salvo
en los casos de transacciones en contextos de poder, como puede ser para
los organizadores del baile o para los que escolacean. Incluso se cuenta con
satisfacción la concurrencia de la autoridad policial al escolazo del club. La
protección policial es la transacción necesaria para que el margen del delito
quede en el interior de la cuota de poder ejercida en el club por el que transa
con la policía. Pero para esos no arraigados al ejercicio del poder que da la
pertenencia al club, para los que no son muchachos de barrio, la policía es,
además de "enemigo", el opuesto al modelo de su propia vida, tanto sexual
como relaciona!. Para el paradigma que levanta el modelo del muchacho de
barrio, "esos" que se escapan a ese modelo son más que delincuentes. Por-
que el delito es lo que se domina y por sobre lo que se puede ejercer repre-
sión, represalia, educación y control. Lo de esos es delito, pero porque es
incontrolado; constituyen la proyección invertida de lo que no se debe ser
pero se está en peligro de ser. Sólo estando en peligro de serlo puede eso ser
peligroso.
El eje de lo barrial para los jóvenes pasa por una asunción del barrio como
propio por su pertenencia familiar, con su carácter esencialmente controlante
también asumido y dependiendo, en consecuencia, del paradigma de la iden-
tidad ya descripto. Aun planteándose contradicciones que, como el caso de la
paradoja de la salida del barrio, no representan más que una subordinación
al eje del control ejercido por lo familiar y potenciado en sus aspectos represi-
vos por la policía. La identidad barrial de los jóvenes de Lugano se correspon-
de con el modelo de identidad que ya analizamos. Por esta relación de corres-
pondencia que asumen esos actores y que el modelo mismo concibe como su
opuesto, definimos al modelo de identidad barrial como dominante en relación
al de los jóvenes. Dominante porque es el modelo desde el cual se restringen
las posibilidades de sentido que el barrio y lo barrial tienen para los actores
que ese mismo modelo sitúa como su opuesto, la juventud. Es que de la
confrontación que efectuamos entre la identidad barrial de los viejos y de los
jóvenes no podemos concluir que conforman un mero modelo compartido. La
relación entre ambos es de dominio y, más específicamente, de hegemonía,
en la medida en que desde el sentido de los jóvenes se establece una asun-
ción subordinada al sentido de la identidad barrial. El sentido de la identidad
barrial de los jóvenes está restringido por las reglas del sentido de la identi-
dad barrial de los viejos, que llega incluso a relativizar la acepción de los
jóvenes como grupo de edad. Estas reglas se manifiestan por el paradigma
El barrio-barrio: identidad e ideología
167
en la dimensión simbólica del sentido y en las dimensiones temporal y social
que incluimos dentro de aquélla.
En el análisis han surgido problemáticas que se escapan de nuestro acer-
camiento hacia lo barrial: la juventud, la familia, la policía. Necesitan enfoques
específicos, van más allá de su engarce con la problemática de lo barrial. Sin
embargo, no podemos soslayar que, puestos a inquirir acerca de los resortes
sociales profundos que vertebran la problemática de lo barrial en la ideología
popular, estas dos instituciones ocupan un lugar de importancia como agen-
tes de control social que se muestra de una manera ostensible en el marco
del barrio. Por otra parte, tomaremos el tema de la juventud en dos momen-
tos más: al analizar el complejo habitacional y al realizar un trabajo de
relevamiento en diversos barrios de la Región Metropolitana. No se nos escapa,
por ejemplo, que la paradoja de la chica de su casa y el muchacho de barrio subyace
en la ideología de muchos de estos contextos; pero también se están
produciendo quiebres en el plano de las relaciones concretas, donde, por
ejemplo, las muchachas están ocupando lugares crecientes dentro de las
barritas barriales. Sin embargo, por lo que pudimos constatar hasta ahora, la
ideología sigue en píe, sólo que con la inclusión de las chicas dentro del rol de
muchacho de barrio. Lo cierto es que, familia y mujeres afuera o adentro del
barrio, la identidad emerge cuando se la necesita esgrimir, como estandarte
de una condensación pluri-simbólica irreverente, como la del padre de no más
de veinticinco años, ingresando con su esposa y su pequeño hijo, suegramente,
al balneario de una ciudad serrana, en enero de 1998, al ritmo del estentó-
reo, barrial y futbolero canto de:
"No soy de Recoleta,
yo no soy de Belgrano,
soy del barrio más loco,
soy de Villa Luganoooo !!!
El anti-barrio:
imagen histórica o fantasma

n
Yo amo a Lugano I y II"
(escrito con marcador negro en
un banco de la estación de Núñez
del ferrocarril, exactamente en e!
vértice opuesto a Lugano Uno y Dos
dentro de la ciudad)

Fantasmas y perfiles anti-barriales

Marcelo era docente universitario; de "Exactas", más precisamente. Cuan-


do se enteró, a fines de los ochenta, que iniciaríamos un trabajo de investiga-
ción en Lugano Uno y Dos, preguntó con total naturalidad: "¿L^as armado,
no?", y siguió caminando por Ciudad Universitaria.

A mediados de los noventa Adriana era promotora de la jubilación privada.


Viajando en un colectivo por Parque Patricios le comenta a una amiga: "Sí, éste
creo que te lleva hasta la Villa [sic] Uno y Dos, tené cuidado, nena...".

Santiago tiene 40 años, escasa altura, mirada vivaz, una pequeña impren-
ta y muchos recuerdos. Lo cruzamos en una conversación informal en el cen-
tro de Buenos Aires. Se considera conocedor "de todo lo que pasa en barrios y
villas", aunque reconoce que "ahora me fui retirando, no es como en la década
del setenta... ahora la única militancia que tengo es jugar algún partido [de fútbol]
con ios muchachos en La Cava [la villa más grande de todo el Conurbano bo-
naerense]". Hazaña más, hazaña menos, se enorgulleció de "informarnos":
"Las villas están muy organizadas... Mira, en La Cava, había hace veinte años una
radio clandestina gue transmitía el partido de al lado de la cancha, para toda la
villa... Eso era lo mismo que para el VI ó '72 en Uno y Dos, allá en Lugano: era
todo una villa gue sacaron prometiéndoles darles los departamentos. Después
hicieron unos edifícios enormes y pusieron policías, milicos, empleados municipa-
les, y a ningún villero de los que habían sacado le dieron nada. ¿Qué hicieron?
Fueron y se tomaron los departamentos: 'esto es mío', y tenían razón. A los tiros
andaban. Es que hay todo un cordón alrededor de la Capital, todos se comunican,
tenes el barrio Ejército de los Andes, La Cava, Uno y Dos... Mira, en aquella época
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
169
yo sabía todo lo que pasaba en Lugano... Y fíjate que pasó lo mismo en el '83,
que se tomaron los departamentos. Yo en esa época me enteraba de todo lo que
pasaba porque mi vieja era profesora de música en la cárcel de mujeres que que-
daba acá en el centro, y ella lo sabia por las presas, que le contaban...".

Ahora un vendedor de kiosco ilegal dentro del complejo Lugano Uno y Dos,
debajo del edificio que, según se dice, está "todo tomado"; 35 años: "Por acá
es tranquilo, yo no tengo ningún problema, me compran, les vendo, a vece me
dicen que después me pagan, a algunos no les fío, a otros sí; todo tranquilo, como
en todos lados... a vece si no les fias son capace de romperte la vidriera de un
piedrazo, ¿viste? Pero a mí no me hicieron nunca nada, é como en todo lado, de
acá se habla, que Lugano esto, que Lugano lo otro, que cuídate, pero es má fama
que otra cosa, son manso, no hay problema, lo que pasa es que andan por ahí, la
gente los ve y se asusta y los mira mal... Lo que pasa é que tampoco tienen
mucha oportunidade, se aburren y capá que rompen un farol, un vidrio".

Dentro de la Sociedad de Fomento el clima se habla convulsionado. Entró


Graciela con ef rostro desencajado y encaró a la Tere, con quien charlábamos:
"Ay, llegué tarde, perdóname Tere, pero he visto algo que me puso, no sé, es
terrible, tremendo que ocurran estas cosa. Fui a buscar a un chico a la escuela y
dos muchachones acababan de meter de un empujón a un chico de diez años
adentro de la entrada, le pegaron y lo drogaron, le dieron de tomar droga, qué sé
yo, y el chico salió y se desmayó, y está en coma, salió vomitando espuma, lo
agarraron para darle droga, así después le piden a ellos, así meten la droga; yo no
sé en qué va a terminar esto. Los dos se escaparon porque la gente nos queda-
mos a ayudar ai chico y la policía tardaba y tardaba... [volviéndose a nosotros]
Esto es terrible, que pasen estas cosas, aquí hay peces muy gordos metidos en
esto de la droga, que le dan a los chicos... Ya no se puede seguir así... Usté puede
creer que la semana pasada violaron a un chico ahí al lado de la escueid y la
supervisora no quiso reconocer su responsabilidad porque lo habían violado en el
bosquecito que está fuera de la escuela... Y la gente no coopera, no dice nada, se
quedan callados, parece que no les importara... Acá los que pasan la droga son ¡a
policía entendida con los poderoso del barrio; esto es tremendo... Yo no estoy para
nada con Romay, pero acá vamos a tener que llamar a Nuevediario... Y la gente se
encierra... ¿No vio las torres? ¿No vio lo que hicieron? Transformaron las torres en
guettos, sí, alambraron todo, la canchila donde nosotros llevamos a los chicos,
con la Asociación de Fomento, a jugar al fútbol... Y ahora no los podemos llevar
porque alambraron. Yo les digo: señores, ihay que tratar de que la droga no llegue
a todos ios chicos, no solamente a los de las torres! Pero a ellos les preocupa lo
suyo. El otro día, tuve que correr por otro chico de nueve años Que fumó marihua-
na, escupió una puerta y la policía se lo quería llevar preso, y la madre dijo por el
portero que cuando terminara de ver televisión bajaría... y yo tenía miedo porque
si se lo llevan le pegan... nueve años,--"-
Antropología de lo barrial
170
¿El complejo habitacional como indicador de la modernidad
anti barrial?
Ya dijimos que el interés por el complejo habitacional (corrientemente lla-
mado barrio de monobloques) ha sido motivado, en primer lugar, por los estu-
dios previos sobre la identidad y la ideología referenciadas en el barrio viejo,
de viviendas de una planta, tipificado genéricamente como tradicional y po-
blado por clase obrera industrial y capas medias. Hemos podido observar una
diferenciación que, apoyada en la distinción edilicia o física, muestra elemen-
tos de valorización mutua entre sectores sociales en una forma similar a la
que se constata incluso para las villas miseria, con el proceso de estigmatizacion
de sus pobladores54. Dijimos que desde el barrio tradicional se tipifica al barrio
"moderno" de monobloques como verdadero ant/'-barrio, porque en él se
corporizan los antivalores o todo lo opuesto a aquello que se considera propia-
mente como "un verdadero barrio". B complejo habitacional es concebido —des-
de la ideología con que se construye la identidad del barrio "viejo"— como una
muestra del "cambio" o "progreso", opuestos de por sí a la identidad barrial
tradicional. En segundo lugar, nos llamó la atención que, dentro de esas imáge-
nes de la ciudad, ios barrios relativamente recientes de monobloques se des-
tacan por ser generalmente considerados lugares pletóricos de problemas
urbanos, habiendo sido planificados y construidos precisamente para consti-
tuir "soluciones urbanas modernas" al problema urbano por excelencia: la falta
de vivienda de los sectores más bajos de la pirámide social. Vimos en la rese-
ña de teorías que es generalmente compartida la idea de que el espacio tiene
una significación que lo trasciende como hecho exclusivamente físico. El espa-
cio urbano se constituye sobre la base de ser, en todo caso, un hecho físico
para y por sujetos sociales determinados, que obligadamente lo conciben, lo
viven y lo representan, además de haberlo construido y estar habitándolo
físicamente. Y tanto la extensión física como su vivencia se dan en el tiempo y
en la representación que de él se hacen los sujetos.
Con el concepto de imagen histórica del espacio urbano intentamos seña-
lar el resultado del entrecruce del espacio vivido (o subjetivo) con el tiempo
vivencial producido por los actores sociales con referencia a cada lugar de la
ciudad. Partimos del supuesto de que junto a la vivencia individual y social del
espacio se articula la representación de la identidad de ese espacio en una
dimensión temporal. Nos interrogamos sobre la importancia que la imagen y
significación histórica del espacio urbano adquiere para el caso acotado del
barrio, y más precisamente del barrio de monobloques, en un contexto con-
creto en el que el mismo barrio se sitúa como producto histórico de luchas por
el espacio urbano. ¿Sobre qué base es posible establecer, tal como consta en
el título mismo del capítulo, lo antibarrial o lo barrial de cada barrio? ¿Cómo lo
hacen los propios vecinos residentes y demás actores del barrio? ¿De dónde
proviene esta calificación y qué valor teórico se le puede adjudicar, más allá

Ver Guber, 1984, 1986, 1991.


El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
171
del que le da la gente? Es respecto a la dimensión simbólica e ideológica (de
los vecinos residentes en el barrio viejo) que el barrio de monobloques ocupa
el papel de antibarrio ("esas cárceles", "palomares").
La dimensión temporal del espacio vivido no ha tenido un papel preponde-
rante en la teoría urbana. Un trabajo de Kevin Lynch, De qué tiempo es ese
lugar (1972), se destaca precisamente como excepcional. Y no es casual que
él vinculara el tema de la identidad adquirida por ciertos lugares de ia ciudad
con la vivencia del tiempo referenciada en ellos: "Tocio ciudadano tiene largos
vínculos con una y otra parte de su ciudad y su imagen está embebida de recuer-
dos y significados" (Lynch, 1966: 9). Muchos han tenido en cuenta el natural
factor tiempo en la evolución de las ciudades (pensemos en los clásicos traba-
jos de Mumford). Otros, como Ledrut, se han ocupado del tiempo vivido de la
gente en su ciudad. Pero lo que estos autores resaltan es la experiencia
personal e individual que los habitantes de las ciudades tienen respecto al
espacio. Nosotros apuntamos al papel simbólico que adquiere la dimensión
espacial en su construcción de la identidad para un determinado grupo social.
Un rol que es capaz de re-presentar (traer al presente) imágenes del pasado —
real o no— del espacio con un propósito no explícito y cumpliendo una función
actual. Objeto de estudio semejante al que Marcel Roncayolo ponderara como
"memoria de la ciudad en el marco de la etnohistoria" (1988: 133), esto es: la
historia que construyen los pueblos en su imaginario social. No nos interesa
tanto el tiempo como erónos, como sucesión de acontecimientos reales del
pasado, sino su proyección en el presente, más precisamente en la construc-
ción simbólica e Ideológica del presente. La hipótesis central de este capítulo
puede enunciarse en estos términos: la imagen histórica del barrio sirve de
base para la construcción del símbolo o valor más importante (significado de
base) de la identidad social que los vecinos (residentes o no) actores del
barrio comparten —aun en forma diferenciada— respecto a ese barrio. La
historia misma del barrio sería una historia condensada en una imagen del
espacio urbano, que adquiriría una significación trascendente respecto a sus
meros referentes físicos o espaciales. El camino de su verificación lo escalona-
mos desde tres fuentes: en primer lugar, lo que damos en llamar el barrio de
ios papeles, o la historia recogida de fuentes secundarias; segundo, el barrio
del observador y sus indicadores básicamente espaciales. Y en tercer lugar el
barrio de la gente, en donde nos encontraremos con la historia vivida o lo que
el barrio significa para los distintos actores que lo viven.
Ya se vio cómo los barrios de hoy, como realidades tangibles e históricas,
pertenecen, sin duda, al mundo de la modernidad (urbana, industrial); pero,
en gran medida, han sido valorados —dentro mismo de la ideología de la
modernidad—, como una muestra paradigmática de un romántico ideal pre-
moderno, donde la vida comunitaria de relaciones primarias se valora como
auténticamente humana y es considerada decadente en el mundo moderno.
No sorprende, incluso, que hoy se visualice y valore al barrio como parte de un
valor sustituto de las determinaciones globales de la vida social —como las
clases sociales—, en beneficio de las indeterminaciones posmodernas. La cues-
Antropología de lo barrial
172
tión es que el sistema de construcción de bloques premoldeados es precisa-
mente propio de la corriente modernista del urbanismo y la arquitectura, de
amplio desarrollo en zonas de rápida y planificada urbanización; proceso que
Christian Topalov llama "urbanización periférica", consistente en 'Va creación a
partir de la nada de efectos útiles de aglomeración" (1979: 34). Esto es: el valor
de uso como vivienda necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo.
El complejo que nos ocupa tiene sus antecedentes en originales de Francia,
donde se los erigió como modelos de crisol de una sociedad capaz de anular
diferencias de clase, de grupo y de etnias (Roncayolo, 1988: 61). La decaden-
cia de esos conjuntos ha sido tan abrupta como su nacimiento, al terminar
despoblados y desprestigiados dentro del paisaje urbano. En nuestro medio,
la problemática de estos barrios, que son presentados desde el Estado como
una solución pública moderna al problema de la vivienda, en principio no pue-
de reducirse a ios aspectos exclusivamente arquitectónicos o económicos, ya
que adquiere una dimensión ideológica y simbólica, reconocida desde los mis-
mos aparatos estatales que, cuando no es tenida en cuenta en la planifica-
ción, llega a traducirse en ulteriores "costos sociales" de difícil reversión (CMV,
1984 y HU, 1989). Esto es lo que ocurre con nuestro anti-barño —dentro del
imaginario social urbano—, considerado desde el Estado como "zona roja" en
problemas urbanos. Sin embargo, uno de los problemas principales de estos
complejos es la puja por el acceso a los mismos. Hoy (al igual que hace vein-
ticinco años) pueden verse a sus veras cómo se azulan por fuera y se aburren
por dentro los carros de asalto policiales que custodian especialmente algu-
nos de esos edificios, ya que la historia pasada y presente de los mismos se
jalona con intrusiones y tomas de las viviendas. La zona de la ciudad de Bue-
nos Aires a la que se considera desde el Estado con mayores problemas urba-
nos —Parque Almirante Brown (una séptima parte de la superficie de la ciu-
dad)— es casi la única destinada para estos fines de provisión de vivienda
"social", y los numerosos complejos habitacionales allí erigidos son ostensi-
blemente presentados como "verdaderos barrios", que albergan a cerca de
trescientas mil personas. E¡ caso de los complejos podría ser planteado en
estos términos: ¿Se solucionó realmente con ellos el problema de la vivienda?
¿Puede hablarse sólo de un problema de vivienda, en términos puramente
funcionales? ¿Qué puede decirse sobre el modo en que allí se vive? ¿Es posi-
ble abordar la problemática de los complejos habitacionales prescindiendo de
cómo viven los actores en juego e' complejo, más que cómo viven en el com-
plejo? Pensamos que respondiendo a este último interrogante aportaremos
a iniciar una respuesta para los otros, y esa es la razón de esta indagación.

El barrio de los papeles: única fierra de nadie en Latinoamérica


Nuestra unidad de observación empírica, Lugano Uno y Dos, denominado
oficialmente Barrio General Savio (en homenaje al defensor de la explotación
nacional de los recursos naturales), fue erigido en terrenos anegadizos relle-
nados y urbanizados pertenecientes a la Municipalidad de la Ciudad de Bue-
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 173

nos Aires (por medio de la Comisión Municipal de la Vivienda, CMV) hacia fines
de la década del sesenta, en el contexto de las "soluciones permanentes"
implementadas por el Estado al problema habitacional de la ciudad de Buenos
Aires, notoriamente corporizado en las villas miseria. La CMV se había creado
a mediados de los cincuenta con el objetivo de dar solución a los sectores
carentes de condiciones "dignas" para la residencia urbana, de hecho los con-
tingentes de las villas. "[La CMV] estará destinada a los sectores de la población
de bajos recursos económicos y, de manera prioritaria, de aquellos grupos margi-
nados en villas de emergencia... [quienes] tienen el derecho y la obligación de
participar activamente en el proceso, planteando metas, problemas y prioridades,
acompañando el desenvolvimiento de los trabajos y verificando el grado de real
acierto obtenido con las soluciones dadas" (CMV, 1973: 43). Como es sabido, la
población de l a s v i l l a s estaba compuesta en sus orígenes por grupos
migratorios de las provincias y países vecinos, demandados como fuerza de
trabajo por el proceso de industrialización producido a partir de la década
anterior, principalmente durante la presidencia del general J. D. Perón. Luego
del derrocamiento de éste por las Fuerzas Armadas en 1955, se implementaron
alternativas de política económica desarrollísta y liberal.
La promoción de la reproducción de la fuerza de trabajo necesaria dentro
de este modelo de desarrollo fue llevada a la práctica con las contradicciones
que el mismo modelo impuso. De esta manera, la política dominante en el
área de vivienda se centró en la eliminación de los efectos del problema de la
vivienda, o sea: la erradicación de las villas —fenómeno que tendría sus picos
durante todos los gobiernos militares siguientes—. Son ilustrativas las pala-
bras de uno de los intendentes municipales de la época, de quien dependía la
política de vivienda de la ciudad: "Seré implacable para barrer de una vez por
todas con esas villas que son una verdadera vergüenza para el pueblo argentino
que tanto ha sido engañado durante la dictadura [de Perón]" (Clarín, 28 de enero
de 1957). La meta de la eliminación de villas, entonces, contextualizaba las
soluciones aportadas para la relocalización de sus pobladores y al proceso de
urbanización en una dimensión continental, dentro de una relación de depen-
dencia no sólo económica, tal como da cuenta este discurso ( v a l e la pena
citarlo completo): "En el país —explicaba ei arquitecto G. Nolasco Ferreyra en
el Centro de Ingenieros, en 1961— existe una gran crisis de vivienda, de tal
magnitud que hace peligrar nuestro orden político-jurídico y nos precipitará al caos
social. Nuestro país, por su filosofía occidental y cristiana, y como miembro signa-
tario de la llamada Alianza para el Progreso, a cuya cabeza está la poderosa demo-
cracia del Norte, debe requerir de la misma parte de la colaboración ofrecida por
ésta, los fondos necesarios para llevar a cabo esta magnífica empresa, cuya solu-
ción no sólo interesa a nuestra paz interna, sino también a la supervivencia de
nuestra modalidad occidental y del 'modus vivendi' de los Estados Unidos" (Clarín,
4 de octubre de 1957).
A uno de los gobiernos del momento, por ejemplo, el ingenio popular le
colocó el alias de "el de los medios caños", pues las erradicaciones, violentas
de villas culminaban con la erección de "barrios modelos" compuestos por
Antropología de lo barrial
174
habitaciones de cinc y aluminio de forma semi-tubular, cuyo programado ca-
rácter provisorio fue verificado por sus destinatarios dado su pronto deterio-
ro, más que por la efectivización de las soluciones permanentes prometidas.
Dentro de éstas estaría la construcción del complejo Lugano Uno y Dos, por lo
que, en cierta medida, puede resultar un caso paradigmático, aunque sus
particularidades sean innegables. El proyecto fue financiado con fondos del
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y asesoramiento de la Agencia In-
teramericano de Desarrollo (AID), anunciado públicamente con el expreso pro-
pósito de la eliminación de villas. A su vez, el Banco Hipotecario Nacional accio-
nó como intermediario distribuidor de créditos individuales y la CMV como ente
regulador y productor. El criterio de construcción se atenía explícitamente al
principio del valor de la tierra: allí donde fuera bajo, las viviendas a construir
serían individuales (tipo casa), y allí donde el valor fuera alto se erigirían gran-
des monobloques. El alto valor del Parque Almirante Brown estaba dado por
su cercanía relativa al centro de Buenos Aires, comparado con zonas del
conurbano. A mediados de 1968 es colocada la piedra fundamental del com-
plejo. En el acto hace uso de la palabra el intendente, general Iricibar, quien
expresa: "Wo será esta la única obra, por cuanto es necesario proporcionar habi-
tación a los habitantes de las 33 villas de emergencia que existen en la metrópoli
y a todos cuantos se verán afectados por el proceso inexorable de modernización
urbana (...) Lugano I y II es la [obra] más importante que realiza la comuna y
también el mayor programa de desarrollo urbano integral iniciado en ei país" [Cla-
rín, 21 de junio de 1968, destacado nuestro). ¿Quiénes se supone que habi-
tarían esa obra?
Según la estimación de Osear Yujnovsky, la cifra mínima de las cuotas a
pagar por los futuros adjudicatarios estaba al alcance de sólo el 12 por ciento
de las familias residentes en villas miseria para esa fecha. Esto podría explicar
que, de las 506 personas provenientes de villas ¡nicialmente programadas
para relocalizar en Lugano Uno y Dos, sólo pasaran al barrio 73, según
datos del mismo autor (Yujnovsky, 1984: 194). La incongruencia entre
dichos y he-chos oficiales prueba que para la población villera las
"soluciones definitivas" (por ej.. Lugano Uno y Dos) no resultarían ni lo uno ni
lo otro. ¿Esto se debió a un cambio de política, o estaba pautado —aun
como incoherencia— desde un principio? La evidencia histórica nos impone
pensar ambas alternativas en forma articulada. "Comiencen a ahorrar para
tener una suma de dinero para dar al recibir sus viviendas, [las que] serán
adjudicadas... siguiendo ia prioridad del mayor ahorro" (Clarín, 17/11/62): esto
les decía el ministro de Economía, capitán Alvaro Alsogaray, a los villeros
destinatarios de estos planes de vivienda, allá por noviembre de 1962.
Resulta difícil imaginar que se estuviera pensando realmente en los villeros,
aunque el discurso fuera hacia ellos. Por otra parte, estas palabras se
pronunciaban cuando los incendios, operativos relámpagos, razzias y
demás tareas de "saneamiento urbano" hacia las villas eran noticia de
todos los días. Pero también se verificó la incidencia de las cuestiones
directamente políticas. El acrecentamiento cualitativo de las luchas sociales
del momento provocó que la dictadura militar intentara modificar la
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
175
acción oficial hacia determinados sectores, de modo de parar la marea popu-
lar. Según lo expresa el mismo Yujnovsky, hacia 1971, "tras la caída del gobierno
del teniente general Ongania sobreviene un cambio en la política con respecto a las
villas, debido a la necesidad de incorporar a sus pobladores al proyecto global ensa-
yado desde el Estado. Desde los organismos del gobierno comienzan a aplicarse
políticas asistencialistas que intentan la cooptación de la población villera y los
funcionarios responsables de la ejecución de estas políticas aspiran a capitalizarlas
personalmente en términos de apoyo político en la coyuntura, en la que se avizo-
ra, hacia las postrimerías del período (1973), la contienda electoral. En particular
fueron dos los puestos con funciones claves: el Ministerio de Bienestar Social y la
Intendencia de Buenos Aires" (op.cit.: 191).
Creemos que las instancias de poder puestas en juego en la adjudicación
efectiva de los departamentos de Lugano Uno y Dos no se agotan con la
mención de esos aparatos gubernamentales, sino que se extienden hacia las
relaciones entre el Estado (ya desde tiempos del general Ongania) y la buro-
cracia sindical, jaqueada para ese entonces también por el crecimiento de las
alternativas de lucha gremial y social, que signaron esos años de grandes
movilizaciones de masas. La búsqueda por consolidar una adherencia del
movimiento obrero organizado al proyecto de poder hegemónico (con o sin
militares en la superficie del manejo estatal) de parte del sector gremial deno-
minado participacionista fue, asimismo, otro de los signos de la época. Y en
esta dinámica son reconocibles movimientos pendulares mutuos entre el go-
bierno saliente del general Lanusse y los sindicatos más poderosos, dentro
de las necesidades por pactar el próximo advenimiento al poder del peronismo.
Ei hecho es que en marzo de 1973, casi horas antes de las elecciones nacio-
nales, nuestro Lugano Uno y Dos aparece en grandes letras de molde, en un
aviso de una página con el título: "3.700 viviendas para obreros y empleados
municipales". Con él, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires publicita a
Lugano Uno y Dos como "centro urbano único en el país y Latinoamérica" (Cla-
rín). Y, en forma simultánea, se llega a afirmar que el complejo ha sido directa-
mente "construido por la Unión Obreros y Empleados Municipales, para sus afiliados"
(Clarín, 4 de marzo). El acto de entrega de las llaves a los empleados
municipales es presidido por el mismo presidente de la Nación (de fado) gene-
ral Lanusse, su ministro de Trabajo, el intendente de la ciudad y la cúpula
sindical municipal. En definitiva, el "barrio del año 2000", como se lo rotulara
pomposamente desde la CMV, quedó presentado a y desde la política de la
coyuntura como un símbolo de la modernización, el bienestar, la integración y
los logros mancomunados de "la comunidad", del "interés social de los sectores
postergados", junto a la tarea "de servicio" del gobierno y el sector sindical, en
el crisol del Gran Acuerdo Nacional" . Sin embargo, las contradicciones en que
se desenvolvía la sociedad argentina se vieron pronto reflejadas en el barrio,
hasta convertirlo en una "tierra de nadie"... única en Latinoamérica. Cinco me-

El llamado GAN era presentado por el gobierno como la alianza necesaria para con-
dicionar la entrega del poder formal.
Antropología de lo barrial
176
ses después, ya asumido el gobierno democrático del Dr. Héctor L Cámpora
(peronista), el titular sería:
"Incidentes por la ocupación de un complejo de viviendas. En la noche del
sábado último se produjo la ocupación de las unidades habitacionaies desocupa-
das en los monobloques Lugano I y ¡I... Los ocupantes ilegales, procedentes de
las villas de emergencia de la Capital y el cordón conurbano, declararon a nuestros
cronistas que su acción tenía como objetivo terminar con lo que consideraban un
injusto estado de cosas. 'Pese al largo tiempo transcurrido desde su terminación —
expresaron— estos departamentos no fueron entregados o no fueron ocupados por
los destinatarios que, según parece, no tienen necesidad de habitarlos'. En
conocimiento de la situación, las personas que tenían departamentos adjudica-
dos, y que no habían hecho efectivas la posesión, se trasladaron al lugar con
enseres y muebles, con el objeto de ocupar las unidades que les correspondían.
Este intento, a su vez, fue resistido por los ocupantes ilegales y en la madrugada
de! domingo se produjo un enfrentamiento entre unos y otros, que se transformó
en batalla campal, con profusión de pedreas y disparos de armas de fuego.Entre los
ocupantes de facto se formó una Comisión, que se disponía a realizar gestiones
ante la CMV. Por su parte, los representantes de ¡a Comisión Vecinal —adjudicatarios-
manifestaron que, si bien comprendían la urgente necesidad de viviendas para
quienes se vieron obligados a vivir en una forma absolutamente precaria, las uni-
dades de los barrios Lugano I y II ya habían sido adjudicadas y pertenecían a sus
beneficiarios" {Clarín, 28 de mayo de 1973).
Cuando el cuerpo de delegados de los trabajadores de la CMV convoca a
una conferencia de prensa para explicar los sucesos, su titular manifiesta que las
viviendas fueron "otorgadas injustamente a otros destinatarios que los ini-
cialmente propuestos" {Clarín, 29 de mayo de 1973). De las crónicas se des-
prende que entre los intrusos había efectivamente gente de v i l l a s miseria,
pero no se hacen referencias a villeros adjudicatarios. Ni los documentos de la
época ni los estudios posteriores revelan una clara y única definición ideológi-
ca de estos hechos, si bien coinciden en caracterizarlos como parte de la puja
interna del justicialismo dentro de los sindicatos y de las organizaciones villeras.
En un trabajo de Dávolos, Jabbaz & Molina se describe la situación como polí-
ticamente ambigua y orgánicamente caótica, y al propio barrio como "tierra de
nadie" (1987: 52). Las autoras atribuyen las tomas a la derecha peronista y a
sectores "lúmpenes", y la resistencia a las mismas la adjudican a los "verda-
deros adjudicatarios", los villeros. Sin embargo, debemos decir que en ningún
órgano partidario (por ejemplo, El Descamisado, del Movimiento Peronista
Montoneros), ni en medio periodístico afín (como podría ser el diario Noticias,
de la época) se hace posible corroborar esta atribución. Al igual que en el
resto de la prensa, los villeros intrusos aparecen como legítimos adjudicatarios,
pero sólo porque debían ser ellos los destinatarios de las viviendas; lo que no
significa que fueran esos villeros precisamente a quienes se las había adjudi-
cado la CMV. El "injusto otorgamiento a otros destinatarios que los originaria-
mente proclamados" queda en pie como problemática emergente y objetiva,
en que Lugano Uno y Dos aparece c omo ámbito urbano de la puja s ocial
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 177

dentro del marco político general del año '73, con la herencia de la acción
descripta de parte del gobierno militar anterior y su política de vivienda puesta
al servicio de la salida política, en connivencia con un sector de la burocracia
sindical. Queda planteada la paradoja del papel jugado por un Estado nece-
sario para la reproducción de la fuerza de trabajo y a su vez obstáculo de su
consumación plena, como establecieran Oszlack & O'Donnell: "Las políticas
estatales de control-exclusión del sector popular y de asignación cooptativa de
beneficios diferenciales para algunas de sus capas" (1976: 7),
La relación de totalidad histórica en la que hemos situado a nuestra uni-
dad de estudio abarca las relaciones macro entre la política económica domi-
nante en nuestro país durante los últimos treinta años, inmersa en el proceso
de profundización de la dependencia y de las problemáticas específicas de 1a
crisis estructural, en la que el problema de la vivienda ocupa un lugar central.
En este marco, el barrio —proclamado como solución distintiva y moderna— es
el resultado histórico de un proceso que se hace muy dificultoso considerar
"solucionado" cuando, transcurrida una década de aquellos sucesos, y nue-
vamente en el contexto de la emergencia de un gobierno'democrátíco, lo tuvo
nuevamente como protagonista notorio: "Brutal represión en Lugano: balas y
gases. Se detuvo a más de un centenar de intrusos provenientes de villas de
emergencia que intentaron tomar dos torres antes de ser inauguradas (...) Un
vocero de los villeros confío que habían tomado la decisión debido a que las unida-
des habitacionales fueron construidas para personas de escasos recursos, 'tal
como somos nosotros', dijo" (Diario Popular, 27 de octubre de 1983). Las torres
fueron adjudicadas a miembros de la Policía Federal, la misma institución que
se ocupó de reprimir a los intrusos.
El complejo está ubicado en el extremo meridional de la ciudad de Buenos
Aires y se extiende por una superficie de más de sesenta hectáreas. Distribui-
dos en tres planes entre 1968 y 1989, se fueron poblando los casi 5.000
departamentos, el 63% de dos dormitorios y el resto de tres. Los equipamientos
del conjunto incluyen guarderías, cuatro jardines de infantes, cuatro escuelas
primarias, dos secundarias, una especializada en bellas artes, correo, comisa-
ría, centro asistencial, banco, registro civil, sede del Consejo Vecinal de la
circunscripción, biblioteca, club deportivo, y 86 locales comerciales. La CMV
estima un número aproximado de 36.000 habitantes residentes en el conjun-
to. Los consideraba en 1985 como de nivel económico-social "medio bajo"
(58%) y "medio medio" (30%), ya que estipulaba que el 87% de los jefes de
familia trabajaban en forma permanente y que dentro de este grupo el 57% lo
hacían en relación de dependencia sin personal a cargo (CMV: 13). Cuatro de
cada diez trabajaban en el Estado (por ej., Municipalidad), un 20% en servi-
cios, un 14 en comercio y sólo un 10% en industria. Habían completado el nivel
de instrucción primaria la mitad de los jefes de familia y un 20% había iniciado,
sin completar, el secundario; en tanto que un 3% tenían educación universita-
ria completa o incompleta. Nueve de cada diez familias son propietarias de su
vivienda y sólo una tercera parte todavía deben cancelar el crédito original
por la compra. La relación entre el número total de residentes y las habítacio-
Antropología de lo barrial
178 ___________________________________________________________
nes hace que el informe de la CMV concluya en que una cuarta parte de la
población de Lugano Uno y Dos "vive en condiciones de hacinamiento" (CMV;
18). La composición etaria de los habitantes establece que una tercera parte
de la población es menor de 20 años.

El barrio del observador y el grito de las paredes


El entorno del barrio lo componen la parte "vieja" de Villa Lugano que
incluye casas de una o dos plantas, un barrio de monobloques de cuatro
pisos, dos villas miseria, un barrio jardín de casas bajas prismoides, el
autódromo municipal, diversos establecimientos industriales grandes, y un
campo de golf (cuyo cuidado contrastaba con los espacios verdes del barrio
en el momento de nuestra investigación). Al complejo se puede acceder por la
avenida central y por las calles que lo cruzan en forma transversal. Los bordes
del barrio se encuentran alambrados en aproximadamente un 50% y cerca-
dos por un muro en un 10%. La avenida tiene dos manos de circulación sepa-
radas por un bulevar embaldosado y arbolado. Hacia lo que seria el centro del
barrio se interrumpe el bulevar para dar paso a una serie de edificios donde
se nuclean las instituciones ya mencionadas, el "centro comunitario". Los edi-
ficios están dispuestos en diez series o tiras paralelas a la avenida, que se
continúan en torno a las calles transversales. La longitud de las tiras es
irregular, lo mismo que el número de edificios que contiene cada una. Las hay
de siete edificios y hasta de catorce. Estos están numerados con tipografía
irregular, pero no todos en forma consecutiva, lo que torna difícil su identifica-
ción. La mayoría tiene el mismo color gris, de un mismo tipo de construcción,
con bloques premoldeados, y todos tienen la misma altura (14 pisos). Los que
dan hacia la avenida central tienen entrepiso con locales comerciales a los
que se accede por una vereda elevada con baranda y columnas que forman
una recova debajo de los departamentos. A esa vereda se llega o bien desde
el interior de los edificios o exteriormente por escaleras situadas en los extre-
mos de cada tira. Por medio de seis puentes peatonales se conectan los
entrepisos y los edificios de las tiras centrales con el centro comunitario. Si se
camina por estas vías es posible no cruzarse con ningún vehículo automotor
de los que puedan estar circulando por la avenida. La puerta de entrada a
cada edificio de la avenida central se encuentra unos tres metros adentro del
techo o recova que forma la vereda del entrepiso, de modo que todo a lo largo
de las tiras, en forma consecutiva y sin interrupción alguna, se extiende una
especie de pasillo bordeado por las paredes frontales de los edificios y las
gruesas columnas que sostienen la vereda elevada. Lo de gruesas es porque
detrás de cada una es posible que se pueda encontrar un conjunto de cuatro
o cinco personas sin que sea posible visualizarlas hasta no llegar a ese lugar.
Hacia el interior de las tiras se ubican los fondos de los edificios. En un 90%
de los casos, en estos terrenos con césped y árboles existen quínenos de
troncos y techos de paja, con parrillas de material, sillas, mesas, juegos de
plaza para niños y, en un porcentaje menor, canteros con flores, la mayoría
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 179

mostrando cuidado profesional. Es mirando hacia estos interiores de las tiras


que pueden observarse las cinco torres de 22 pisos con 136 departamentos
cada una, dispuestas en forma de "Y", de aspecto más costoso, ya que osten-
tan pintura, balcones y una construcción e instalaciones superiores a las de
fos edificios de las tiras. Las entradas de cada torre son visibles sin esfuerzo
desde cualquier punto del sector interior citado. Las torres son más nuevas,
mejor dispuestas para el viento, el sol y la acústica, y más amplias en el am-
biente de estar cotidiano (la cocina). En ellas vive gente de mayor poder adqui-
sitivo, algo ostensible desde el exterior por las marcas de los automóviles
estacionados en las playas y por el número de aparatos de aire acondiciona-
do que se esparcen por sus costados. Son las que se intentaron tomar en
1983. No fueron ocupadas por adjudicación sindical ni por desalojos, sino por
venta o adjudicación institucional. El único restaurant-bar del barrio es el que
funciona dentro del club Savio 80. En este club se hallan instalaciones para
varios deportes, incluido el fútbol profesional (con una cancha respectiva),
natación, tenis, básquet, pero llama la atención la importancia del boxeo en-
tre sus actividades (comparándolo con similares de la ciudad). La comisaría y
el pre-metro fueron instalados mientras realizábamos la investigación, justo
en vísperas electorales, ocasiones en las que llegó a concurrir el presidente
de la Nación (Raúl Alfonsín). Faltan en la actualidad locales de espectáculos (el ex-
cine no cumple esa función) o para reuniones colectivas (por ej., bailes).
El espacio común está sectorizado de acuerdo con el régimen de propie-
dad horizontal, que toma como unidad administrativa y formal al edificio y no
al complejo, como suele ocurrir en otros conjuntos. Los accesos a edificios y
quinchos están también sectorizados y restringen la movilidad espacial a la
misma unidad. La distinción por edificios contrasta con el énfasis puesto en la
distribución de los servicios del Centro Comunitario, donde aquella distinción
cesa. Lugano Uno y Dos se destaca arquitectónicamente como lugar único y
particular por la diferenciación entre el tránsito peatonal y el vehicular y por la
disposición de los edificios en torno a la avenida central, aspectos que lo dis-
tinguen no sólo respecto a los barrios viejos de casas bajas sino también
respecto a los más clásicos complejos habitacionales.
El espacio urbano se expresa por medio de sus muros, sin duda. En las
paredes del barrio se observan cuatro formas de expresión bien diferencia-
das: el afiche, la pintada, la escritura (graffitti) y el mural. Las cuatro son comu-
nes a toda la ciudad, pero en Lugano Uno y Dos se destacan más que en
otros barrios las dos últimas (el graffitti y el mural). Entre las pintadas a pincel
pueden observarse —además de las netamente partidistas— referencias a!
barrio: Lugano se la banca, Lugano: capital del peronismo, Lugano corazón!. Las
realizadas con aerosol refieren más a una temática rockera y juvenil. Los
murales pintados durante una de las primaveras durante la investigación por
los alumnos de la Escuela de Bellas Artes Lola Mora —que funciona dentro del
centro comunitario— se diseminan, a su vez, por las paredes de las plantas
bajas del barrio en número cercano al centenar. Sus motivos principales os-
tentan temas como la paz, el trabajo, la solidaridad, la fraternidad y la líber-
Antropología de lo barrial
180
tad, tanto en sus símbolos icónicos (manos de esperanza, puños de lucha,
palomas de paz, caminos y soles de destino y futuro, etc.) como en sus escri-
tos adjuntos o integrantes de los murales. Los graffitti se desparraman por
casi todas ias paredes del barrio, si bien es detectable su recurrencia en cier-
tas columnas y frentes de las plantas bajas de las tiras. El contenido más
profuso de las leyendas es de tipo amoroso: corazones con flechas, nombres
de pila, etc. El otro tópico es el referido a la droga como elemento diferenciador
y/o identificador, que se refleja en textos como: Soy feliz con fruía en la nariz; Si
no sos forro fúmate un porro; Dios fuma marihuana; La policía mata, la marihua-
na no; La droga mata de a poco, no importa, no tengo apuro. Son comunes, como
se ve, a toda la Región Metropolitana de Buenos Aires. Es también abundante
la asociación entre nombres propios, la explicitación del edificio, piso y depar-
tamento donde viven determinadas personas, e insultos, como "careta" [quien
no se droga], "ortiba" [derivado de batidor —al revés—, quien delata], "puto"
[homosexual], con sus correspondientes tachaduras y respuestas de éstos
con otros insultos en seguidillas interminables. Las acusaciones más asiduas
apuntan a episodios de "batidas" o avisos dados por los insultados a la "cana"
[policía]. En plena recolección pudimos presenciar el fastidio de los vecinos
adultos involucrados hacia esta forma de comunicación mural de "las patotitas".
En conjunto, las paredes del barrio reflejarían tres sujetos sociales dife-
renciados emisores de mensajes, que coinciden en parte con la diferenciación
que hemos hecho según las formas. Pueden agruparse, por un lado, los afiches
y las pintadas, emitidas por organizaciones políticas, religiosas y culturales;
luego los murales hechos por los alumnos de la escuela y, en último término,
las escrituras, emitidas por los grupos de jóvenes que se reúnen en el barrio.
De acuerdo con los contenidos, se evidencia que tanto los afiches como las
pintadas y los murales se proponen plantear alternativas de tipo político, re-
ligioso, estético y socio-histórico. En cambio, ias escrituras ostentan
autoidentificación mediante la droga y el rock y diferenciación respecto a la
legalidad, con su oponente principal corporizado en la policía y en residentes
en el barrio a quienes se atribuye estar adheridos a la legalidad misma.

El barrio de la gente: entrecruces de las imágenes del barrio


El discurso barrial no se reduce al registrado en las paredes, aunque sea
muy importante por lo sintomático. El principal registro de lo que el barrio
significa para la gente está dado por los discursos y acciones de la gente
misma con referencia al barrio. Pretendimos entonces obtener esa perspecti-
va de parte de los pobladores y de quienes desarrollaban alguna actividad
dentro del barrio. El número de entrevistados fue de 60, tanto en entrevistas
de calle como en instituciones y dentro de las residencias. Eran argentinos, de
ambos sexos, con edades entre los 16 y los 65 años. El 23% eran infantes o
adolescentes en la época de habilitación del complejo; un 42% eran jóvenes
en esa época y un 35% eran adultos en el momento del poblamiento del
barrio. El 43% eran asalariados del sector servicios y el resto se distribuía en
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 181

partes iguales entre cuentaproptstas, comerciantes y amas de casa de fami-


lias de asalariados. El grupo familiar predominante estaba compuesto por
matrimonio y dos-tres hijos.
Por el lugar de residencia y ocupación dentro del barrio distinguimos las
siguientes categorías: a) Los que residen y no trabajan en e! barrio (un 35%
del tota! de entrevistados), b) Los que residen y trabajan o se ocupan en el
barrio (un 32%). c) Los que trabajan o se ocupan en el barrio pero no residen
en él (un 27%), entre los que pueden distinguirse los que viven en barrios
linderos (un 12%) y los que viven en otros lados no linderos (15%). Y d) los
que no viven ni trabajan en el barrio (un 7%). Del total de entrevistados, un
67% reside en Lugano Uno y Dos (incluyendo los que también trabajan en el
barrio). Según el tiempo de residencia, el 58% viven o vivieron desde el origen
mismo del complejo.
La ponderación de estas últimas variables de base de nuestra muestra
tiene importancia por el papel que juega el arraigo dentro de las identidades
barriales de los barrios considerados viejos, por lo que supusimos que la sig-
nificación del barrio iba a ser distinta entre aquellos que residían en él desde
sus orígenes y entre aquellos que trabajaban en él o hacían ambas cosas.
Además, iba a tener importancia la edad durante el poblatniento del barrio,
por el papel que dentro de la construcción de la identidad barrial tiene la
juventud. Luego de un trabajo prospectivo, establecimos una hipótesis que
sostenía que nuestros actores tenían o compartían tres imágenes del barrio,
a las que llamamos positiva, negativa y crítica, cuyo sentido analítico se justifi-
caba sólo si se las representaba en relación y confrontación mutua. Por ejem-
plo, un indicador discursivo como querer irse del barrio tenía un valor —asigna-
do por nosotros— negativo sólo y explícitamente en relación con el querer
quedarse en el barrio, que ilustra -para nosotros- el valor positivo sólo respecto
al anterior. Este trabajo con pares opositivos nos evitaría caer en asignacio-
nes indebidamente arbitrarias.
Llamamos imagen positiva del barrio a la forma en resultante de enunciados
del tipo me gusta esto, quiero mucho a Lugano Uno y Dos, o yo defiendo al barrio,
en los que se representaba una reivindicación del barrio y una posición de
oponente a o en función de negar la imagen negativa que se tiene de él por lo
que dicen otros sujetos ubicados fuera y dentro del barrio. Esta relación de
oposición se manifiesta por adversatividad ("pero") o por negación directa
{"no es como dicen").
La imagen negativa es coincídente con la que se concibe a Lugano Uno y
Dos desde el Lugano Viejo. No es casual que de esta imagen se obtengan los
términos-síntesis con que se tipifica al barrio como un todo: desastre, palomar,
dormitorio, porquería, farwés, cárcel, jaula, villa, aguantadero, hotel (todo
entrecomillado). Los contextos de enunciación de estos términos son, en or-
den de recurrencia: "esto es...", con agregados también recurrentes como ncon
eso le digo todo", o entonaciones donde se revela eí valor de síntesis de los
términos ("¿Esto? Esto es u-na-vi-lla, ¿me comprende? ¡U-na-vi-lla'."). Pareja a
esta caracterización del barrio va la enunciación de los deseos por mudarse a
Antropología de lo barrial
182
barrios de "mejor nivel". En general, los atributos dados a los barrios desde
donde provienen los entrevistados (antes de su llegada al complejo) son coin-
cidentes con los opuestos a esta imagen negativa: la tranquilidad, la relación
entre vecinos y la importancia de la vida social "en barrios de casas bajas".
También concurren en esta imagen otros rasgos cuya asignación negativa no
proviene de su literalidad ni de su textualidad sino del contexto expresivo de
enunciación, como, por ejemplo, el cliché "esto es una ciudá dentro de otra
ciudá", cuando se acompaña de gestos de desaprobación.
La imagen crítica del barrio consiste en admitir los contenidos de la imagen
negativa para relativizarlos, enunciando explicaciones de tono crítico que apun-
tan a sus causas. Por ejemplo, al "dicen que..." se le contrarresta con el "de acá se
habla más porque es un barrio obrero y pobre", y se avala esto con lo qua se
entiende como positivo, recurrentemente ligado a la propia inserción del actor
dentro del barrio y su tarea específica. Por ejemplo, el caso de los militantes
de organizaciones voluntarias, cuando relativizan a las barritas de jóvenes
("patotas") pues "es cuestión de saberlos tratar", ya que "de a uno no se atreven [a
ser violentos]... Yo no he tenido problemas". Hablamos de crítica porque
pretende ir más allá o partir de razones explicativas que rompen la globalidad
de las imágenes positiva y negativa. Orbítan alrededor de ella las distintas
soluciones acerca de los problemas del barrio. El solo hecho de no negar la
imagen negativa sino de relativizarla se edifica sobre la base de distinguir
críticamente entre problemas, causas y soluciones. Y ese tipo de entrevista-
dos siempre han puesto el eje de su valoración sobre el barrio justificando su
propia inserción laboral en él.
Entre los elementos comunes que las tres imágenes comparten puede
situarse el contenido de la imagen negativa, ya que los referentes de ella no
son ignorados ni soslayados por quienes expresan la visión positiva ni la criti-
ca. Pero difieren por las explicaciones que se hacen sobre esos contenidos
desde esta última o por ta refutación (como no verdaderos) que se realiza de
ellos desde la visión positiva. A continuación intentaremos mostrar de qué
modo este cruce de imágenes se constituye ideológicamente sobre la base de
esa negatividad del pasado histórico del barrio.

El local de la Unión Cívica Radical situado en el corredor comercial de una


de las tiras del complejo era vigilado desde la pared por la barba solemne de
don Leandro N. Alem, en tanto la voz chillona de la militante de turno se
descargaba acerca de las elecciones recién perdidas en el barrio: "Acá, al ar-
gentino no le gusta trabajar, somos cómodo... acá en la circunscríción las cosa se
trabajaron con el concejal, y la gente recibió, pero les gusta que les den más;
ahora con este resultado no sé qué va a pasar, porque hay que respetar el voto...
Yo, mire, yo se lo digo así: yo soy antiviliera, yo no quiero que me roben la luz, que
yo sola pague impuesto y despué que vengan a pedir que quieren esto o lo otro.
Acá hay que sacar a todos los villero. Se van a hacer plañe de vivienda, pero para
el que pueda pagarla, no para el cómodo. Acá pidieron el Pre-Metro y se les dio,
pidieron la media merienda para los chico de las escuelas y se les dio, se dieron los
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
183

suicidio [sic] para jardine, pidieron las plaza y se hizo, pidieron la comisería y ahora
está la comisería 52... pero así y todo quieren má, siempre critican... usté viene
acá un sábado a la mañana y no ve a nadie, están todos en el Jumbo y vuelven con
los paquete así...".
-Quiere decir que están bien pero quieren más... [ensayamos, para seguir].
"Noooo, lo que pasa que son asi, cómodo, mire, lo que pasa que aquí se trajo de
todo, de los piso dié para arriba se trajo de la villa [sic] 9 de Julio, se lo dieron a los
villero. Los trajo un cura peronista. En esa época había que estar haciendo guardia
para que no se le metieran adentro de su departamento. Y despué se los termina-
ron dando. Por suerte despué se volvieron a la villa de nuevo, porque estaban más
cómodo, y porque las espensa son cara, hay que pagarla, y por suerte eso va
cambiando al barrio, para mejor".

La Unidad Básica del justicialismo dormitaba su etapa post-electoral sin de-


masiados compromisos de movilización. Sin embargo, el músculo duerme y la
ideología parece no descansar. AN —(a) El Nene— (41, estibador portuario,
tucumano, viudo y luganense) se recuesta en una columna cercana mientras
reconoce que su presencia ahí se debe a que "estos son unos piolas, se acomodaron,
yo estoy aquí porque hay que tener buena relación, pero los de la UB salen todos en
autos casi cero kilómetro y tienen cada casa... Esto está todo podrido, vamos cada
vez peor, a vos te parece que los yanquis van a ayudarno... En el puerto ya se
murieron quince este año, vó tenes que verlos: se toman un vinito para el asado
mientras esperan que nos den laburo, despué viene otro y otro, y cuando se quieren
acordar están borrachos... El mal de este país es que hace falta un tirano que
venga y le saque la tierra al que no la hace producir, uno que diga a ver usté, venga,
¿no trabaja la tierra? ¡Vial Por eso esta duda es una mierda, se está perdiendo lo de
ante, yo me acuerdo que mi maestra te ponía la cabeza contra la paré y bum, un
coscorrón, no fuerte, pero al otro día vó estudiaba. Ahora no les importa, los pibe
no saben nada... En el interior es distinto, la gente es más buena. Acá laburá y
labura, si conseguís, y cada vez te va peor. Los pibe rebelde tienen razón, para qué
se van a romper como los viejo si no logramo nada. Te rompe el culo laburando y
siempre hay un vivo que no labura. Mira los coreano de los negocios de las tira: se
ayudan entre ellos... pero nosotro no, y así nos va. Este barrio son monoblock, yo
ante vivía en una villa y aquí estoy mejor, pero el problema es con los acomodado, los
que les gusta la fácil. El cura que nos organizó, cuando peliamo por esto, alquilaba, se
murió con una mano atrá y otra adelante. Y ninguno de los que él ayudó para
conseguir casa en otro barrio de acá lo atendió cuando se murió. Bueno, me voy a
buscar a mi viejo para ir a ver a Chicago...".

Del barrio ideal ol barrio disociado


Desde la CMV se proclamó a Lugano Uno y Dos como "el barrio del año
2000" (CMV, 1973), dado su carácter moderno en lo funcional (por eso lo de
Antropología de lo barrial
184
2000), y a la vez ideal en lo social (por eso lo de barrio). Hoy, a casi un paso de
esa fecha símbolo del futuro, ¿qué podemos decir desde nuestra investiga-
ción puntual? En principio, que del cruce de todas esas imágenes (incluida la
del observador), es posible ver que Lugano Uno y Dos aparece como un lugar
distintivo, edilicia y urbanísticamente hablando, respecto a la zona que lo ro-
dea. En términos funcionales, se constata su disociación respecto a su entorno
en el aspecto socio-laboral, ya que la ocupación de la población activa
mayoritaria se localiza en las terminales de transporte colectivo, que tienen ai
barrio como polo residencial. Sin duda, un detalle importante de esta "urbani-
zación periférica", que ha soslayado la variable estructural de la "creación de
nuevos empleos" (Topalov, íbid.). En lo cultural y recreativo se verifica el mismo
distanciamiento espacial y social, dado no tanto por la falta de servicios de
ese tipo dentro del barrio, sino por la no concurrencia efectiva de la gente a
donde debería concurrir. Es notable, además, un dísfuncionamiento en su inte-
rior. Su contraste respecto al barrio de casas bajas se acentúa más por los
resultados reales (el barrio concreto, histórico) que por cómo fue planificado.
La falta de un bar público —fuera del situado en el interior del club—, por
ejemplo, no es una carencia "planificada" para el barrio, ya que abundan los
comercios; es un resultado histórico y notoriamente contrastante con la forma
de vida barrial tradicional.
La oposición ideológica y de hecho con los barrios de casas bajas parece
funcionar como causa simbólica y globalizadora de sus problemas. Así se re-
fleja en ia cotidianidad del barrio. Por ejemplo, los grupos de jubilados se
reúnen delante de un quiosco de diarios en particular y en la plazoleta, donde —
según nuestros registros— las conversaciones comienzan recurrentemente
con algún tema de ocasión, notorio por su difusión periodística, y terminan
indefectiblemente refiriéndose a los problemas del barrio. Éstos son atribui-
dos al hecho de haberse dado "gratis" los departamentos: "Lugano Uno y Dos
tendría que ser un jardín, pero así estamo, iipor favór!!". Ese estar así es
ejemplificado con el estado de descuido y mugre del barrio, signo de la falta de
moral y corrupción de los tiempos que corren, que ya no son como antes, cuando
se trabajaba más y con más cariño, decencia y educación y etc.
Paradójicamente, el causante de lo malo det barrio sería su propio origen,
dentro del cual podríamos situar su propia planificación. Para el observador,
pueden ser indicadores del descuido y suciedad la bolsa de plástico plena de
basura cayendo desde lo alto hacia algún quincho, los huevos estrellados
contra la vereda y ia calle, el césped crecido en forma irregular en los espacios
que separan veredas y playas de estacionamiento, los papeles y envases
vacíos esparcidos por el viento turbulento de la zona; pero, a fuerza de com-
parar con algún parámetro concreto, no se observan en Lugano Uno y Dos
esos basurales apilados, esas veredas rotas y esos baldíos roedorísticos que
son comunes en muchos rincones de la gran ciudad. Es más que difícil compartir
la imagen negativa, aunque resulten ciertos muchos de los indicadores que le
sirven de asidero. Lugano Uno y Dos, por ejemplo, no presenta más des-
arreglo urbano que cualquier barrio de la ciudad de Buenos Aires. La contra-
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 185

dicción se da entre las instancias y movimientos institucionales concentrados


alrededor del centro comunitario, no concurrido por el grueso de los vecinos
en general. Las instituciones terminan por ser parte fundamental de la ima-
gen negativa del barrio, adherida ideológicamente a su origen, que los veci-
nos recuerdan como caótico y que plantea nuevamente el desfasaje entre lo
planificado y su resultado histórico. En este mismo sentido, es notable la diso-
ciación entre la relación diferenciada de la circulación espacial (peatonal y
vehicular) originariamente planificada y proclamada como un rasgo de progre-
so y orgullo arquitectónico {"único en Sudamérica"), con el resultado histórico,
consistente en la circulación peatonal y parada social de las distintas catego-
rías de residentes (jubilados, chicos, jóvenes) a la altura y alcance de los
vehículos, precisamente lo contrario de lo planificado.
Algo similar ocurre con los espacios sociales dentro de la unidad consorcio,
por ejemplo los quinchos. A este respecto, hemos notado una oposición entre
lo que significa concurrir al bar del club, como recinto de sociabilidad o de
relación social, y los quinchos, lugares que son a veces vistos como sinónimo
de distinción entre quienes los cuidan y quienes no, entre quienes ostentan
tener plata y quienes sólo quieren tomar algo entre amigos: "Si yo vengo acá [al
club] es para tomar juntos, el que va al quincho se emborracha solo, es un antiso-
cial; ¿qué podes hacer en el quincho, allá atrás, solo con el vidrio?"36 Pero tam-
bién, respecto a ios quinchos, es posible observar actitudes de orgullo en los
vecinos que se jactan de haberlos construido y mantenido correctamente,
estando en muchos casos arbolados y cuidados, encandados y alambrados,
se observándose incluso la actividad de jardineros profesionales.
Y donde el alambre abunda dentro del barrio es en los contornos de las
torres. No es posible imaginar qué podría ocurrir si fuera necesario evacuar
rápidamente uno de esos edificios, en caso de incendio. El doble carácter
disociado del complejo (hacia su exterior e interior) se constituye fundamen-
talmente por su contraste con el barrio planificado desde un paradigma pre-
moderno (ei barrio-barrio de casas bajas), asociado al modelo moderno de
una integración y una funcionalidad comunitarias abstractas.
Los atributos y valores con que se conforma la imagen positiva son básica-
mente la tranquilidad y carácter obrero, dos de los rasgos principales de la
identidad referenciada en los barrios viejos. Esto se halla presente en el complejo
sólo entre los vecinos residentes que no trabajan en el barrio. Se destaca
aquí que el ser obrero tiene el significado de actualizarse en ocupaciones
cuyo rasgo común es el carácter asalariado, pero no necesariamente indus-
trial. Por su parte, la tranquilidad se utiliza para contraponerla adversativamente
a la imagen negativa del barrio: "en oíros lados hablan y hablan de aquí, que es un
aguantadero, que no se puede vivir, que somos todos chorros, que te matan si
entras, pero esto es tranquilo, como en todos lados". Este tipo de atribución
contrasta con la recurrencia de los términos síntesis (farwés, villa) entre las

'Vidrio' refiere al material del envase (botella) de vino, y se extiende a cualquier


bebida alcohólica.
Antropología de lo barrial
186
personas que trabajan en el barrio y no residen en él, para quienes los pro-
blemas del barrio actúan como causas de esos términos síntesis. En cambio,
para los que trabajan y residen en el barrio, los problemas son desglosados
en forma particular y no se coloca al barrio como causa en sí de esos proble-
mas, aun compartiendo en ocasiones la utilización de los mismos epítetos.
Los términos síntesis son, en cambio, casi la única forma de valorar a Lugano
Uno y Dos entre quienes habitan en barrios linderos y no trabajan.
La imagen positiva parecería estar subordinada a la variable residencia en el
barrio, de la misma manera que la imagen crítica se subordinaría a la variable
trabajo en el barrio y la negativa a la no residencia en el complejo. En forma
asociada a este tipo de caracterización se da la relación de oposición compara-
tiva con la villa, recurrente entre los que no trabajan ni residen (para quienes el
barrio queda en desventaja valorativa) y entre los que trabajan sin residir (para
quienes el barrio es semejante a la villa). El contraste entre el barrio y oíros
lados u otros barrios es planteado por las tres categorías de entrevistados que
residen y/o trabajan en el barrio. Entre los residentes es coincidente la oposi-
ción entre Lugano Uno y Dos y Barrio Norte, el que concurre como referente
para oponerse al carácter obrero de Lugano, por el cual de éste se habla y de
Barrio Norte no, siendo que en ambos ocurrirían las mismas cosas (droga, ro-
bos, violaciones). Pero la relación de oposición unánime en esos tres actores es
entre la forma de vida en casas y la de departamentos, en la que el barrio
queda ubicado en este último extremo, mientras el otro se corporiza —para
quienes trabajan en el barrio, residentes o no— en Lugano Viejo, unánimemente
valorizado como mejor, "de otro nivel" que Lugano Uno y Dos.
Para los residentes, en cambio, el polo del modo de vida en casas se corporiza
en el barrio donde cada entrevistado vivía antes de llegar al complejo. Surge
entonces "e/ precio que hubo que pagar para ser propietario": pasar de vivir en un
barrio, en una casa alquilada, a vivir en Lugano Uno y Dos. La CMV estima que
un 32% mejoró —con el acceso al barrio— la condición de vida de sus
padres, en tanto un 18% la empeoró, y se mantiene en el mismo nivel un
50%. Esta oposición entre casa y departamento, asociada a la propiedad del
segundo, se sitúa como articulante de lo que podríamos llamar el no-gusto
por el barrio, cuando —aún entre los residentes— se listan los problemas o
males del barrio, a los que se adjudica como causa misma el vivir en departa-
mentos. Su contrapartida, el gusto por el barrio, en tanto, se detecta
sintomáticamente entre los residentes más jóvenes que no trabajan en el
barrio, asociado al hecho de haberse criado en Lugano Uno y Dos, en forma
coincidente con lo que ocurre con la identidad de los barrios viejos. Por otra
parte, el gusto entre los residentes que trabajan se diferencia del gusto de
los que no trabajan en que establece una mayor distancia analítica, pues
apunta a los problemas como rasgos negativos de la imagen crítica del barrio
y a sus respectivas causas y soluciones.
Por último, se destaca la importancia de las diferenciaciones, manifestadas
por el conjunto de quienes trabajan en el barrio, que tienen que ver con su
propia inserción laboral en los servicios, ejemplificada en el cariño que sienten
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
187
por el barrio cuando éste se asocia a sus fines o metas personales de tipo
político, social o cultural (el barrio "vale la pena para trabajarlo"), asi como las
relaciones explicativas entre los términos síntesis y sus causas y la asunción57
de la imagen negativa del barrio como referente para las situaciones conflicti-
vas entre distintos sectores o grupos dentro del barrio, que se verifica cuando
surge algún problema entre instituciones o personas: se atribuye al o los
adversarios el tener los riesgos de lo que se dice de Lugano Uno y Dos en
bloque: "ese es un chorro, como todos acá". Adquiere entonces importancia la
valorización acerca de la gente del barrio y las diferenciaciones internas que
se hacen por la forma de acceso a él y por el tipo de gente que lo habita.

Los otros y los unos


Los cuatro actores definen a la gente del barrio recurrentemente como
trabajadora, no participante de la vida comunitaria, y heterogénea. Con ma-
yor rigor, los únicos que consideran que la gente del barrio es exclusivamente
"de trabajo" son los residentes que no se ocupan en el barrio. Para los que
trabajan en el complejo (residan o no en él), el asunto es ambivalente: la
gente de Lugano Uno y Dos sería "gente de trabajo" pero, entre otras cosas,
"no les gusta ¡aburar". En cambio, para los que no trabajan y no residen en el
barrio, la gente directamente es "bestia" y "no labura". La consideración de
que no participan y —planteado como problema— es patrimonio exclusivo de
la visión de los que trabajan en el barrio. Aparece asociada de modo causal
con el argumento del costo: "la gente no participa ni cuidan del barrio porque
recibieron todo, les dieron todo y no les costó nada". La mayor imagen negativa
respecto a la comunicatividad o falta de relación comunitaria entre la gente
del barrio proviene del sector de residentes que no trabajan en el barrio,
apelando al argumento de la propia idiosincrasia (el clásico "todos son asF).
Por su parte, para aquellos que desarrollan sus actividades de servicios
dentro del barrio, estos mismos contenidos apuntan más hacia una crítica a la
falta de conciencia de ciertos deberes ciudadanos que la gente no cumpliría.
Se distingue el grupo de fomentistas, quienes hacen hincapié en las causas
por ias cuales la gente sería así: la crisis, donde se destaca una inclinación a
ubicar ideológicamente a la gente del barrio dentro de una problemática político-
social más general, en la que esta gente, como este barrio, "valen la pena", ya que
son los que "no tienen nada que perder" y "saben que no pueden ir a otro lado". El
otro sector de residentes que trabajan en el barrio, para quienes la única
causa sería que nada les costó, encadenan a ésta el resto de rasgos tipificadores
de la gente de acá: drogadictos, chorros, dejados, cómodos, sucios, etc. Por su
parte, entre los no residentes, los que trabajan en el barrio cualifican a la gente
de Lugano Uno y Dos como carenciados y marginales, mientras,

El término asunción lo aplicamos acá con el sentido teórico de los estudios


etnometodológicos sobre cotidianidad (Wolf, 1988), que apuntan fundamentalmen-
te a núcleos duros de creencia.
Antropología de lo barrial
188
para los que no trabajan en el barrio, "son peor que los de la villa". El tópico de
la diversidad, heterogeneidad o simplemente "mezcla" originaria de gente
dentro del barrio sólo es argumentado —como causante de problemas— por
quienes residen en el barrio, destacándose el énfasis de los que trabajan y/o
militan en el barrio hacia su propia inserción en él como campo de acción, de
acuerdo con su adscripción a las distintas fracciones dentro del mismo.
Hemos dicho que en Lugano Uno y Dos residen sectores económicamente
bajos y medio-bajos, con una diferenciación entre tiras y torres dada por el
mayor nivel económico, la diferencia en el sistema de adjudicación y la supe-
rioridad edilicia de estas últimas. Por la combinación de las variables sexo,
edad y ocupación, distinguimos, como categorías o sectores dentro del barrio,
a los niños, los jubilados, las amas de casa, los adultos y los jóvenes. Cada
categoría tiene una forma distinta de ocupar el espacio barrial. Las dos últi-
mas, a su vez, se desglosan entre aquellos que participan de actividades
institucionales dentro del barrio (recordemos al sujeto social de las pintadas
políticas y los murales) y el resto —mayoritario—. El grupo más evidente para
la vida barrial es el juvenil, compuesto mayoritariamente por jóvenes que
trabajan y/o estudian y paran en el barrio en las horas y días no laborables, y
otro sector minoritario que aparentemente no trabaja ni estudia y ocupa el
espacio barrial de la misma forma que el anterior pero apenas con mayor
frecuencia. Son estos dos conjuntos los que situamos como sujetos emisores
de las escrituras murales. Por último, son distinguibles dos grupos —com-
puestos por adultos, jubilados y jóvenes— en que se divide políticamente la
gente que participa de las instituciones en el barrio y que no tiene correspon-
dencia directa con las divisiones de tipo partidista.
Cada uno de estos actores establece diferenciaciones dentro del barrio.
Las hemos encontrado en los residentes y entre los que no residen pero
trabajan en el barrio. Para aquellos que no residen ni trabajan y viven en los
barrios linderos, Lugano Uno y Dos está compuesto básicamente por un solo
tipo de gente: salvajes. Todas las diferenciaciones son duales y cada catego-
ría de actores se autoadscribe protagónicamente a uno de l o s polos
explicitados. Los dos ejes principales son el acceso a los departamentos y el
tipo de gente que la gente sería por lo que fue en el origen del barrio, esto es:
por la forma de acceso que tuvo a él. Los residentes articulan sus diferencia-
ciones de acuerdo con las oposiciones que vemos en el cuadro 1. En cada uno
de los casos, los actores se autoubican en los polos que aquí colocamos en la
primera columna. Los dos últimos pares de oposición entre los residentes que
no trabajan en el barrio requieren una aclaración. La distinción entre los que
adquirieron limpiamente y los que coimearon (pagaron una comisión ilegal)
para obtener el departamento se explícita como dentro del sector de los
adjudicatarios. Y la distinción sobre los "aristócratas" se explícita como exclu-
sivamente ideológica, señalándose desde esos mismos vecinos la contradic-
ción entre "ser unos tirados como todos aquí y creerse coma de barrio Norte".
Imagen coincidente con la que señalan algunos para la decada del ochenta,
cuando "muchos en el barrio, por estar a la moda, decían que eran de la Ucedé
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
189
[partido de derecha neo-liberal] y después votaban por el peronismo" (ganador
más recurrente en la circunscripción).
Para la categoría de los residentes que trabajan en el barrio, las oposicio-
nes —expuestas con el mismo criterio— son las del cuadro 2. Todas equivalen-
tes a los dos primeros pares de oposiciones de les residentes que no trabajan.
El caso de los que trabajan (o se ocupan, o militan) en el barrio y no viven en él
muestra una marcada diferencia con las otras dos categorías, ya que las rela-
ciones de oposición que encontramos respecto a una diferenciación entre la
gente de Lugano Uno y Dos se realiza de esta manera: primero, colocan en un
polo ai barrio y en el otro se sitúan ellos; luego, en función de ese eje tenido
como dado y ya establecido sin cuestionamlento, hacen distinciones dentro del
barrio, distinciones que la soia mención de ese eje se supone que explica de por
sí. Las relaciones de oposición son las que se muestran en el cuadro 3. Como se
ve, Lugano Uno y Dos en bloque queda situado en el segundo extremo. Pero,
cuando estos actores indican distinciones internas dentro mismo del barrio,
utilizan esos mismos parámetros. Y es entonces cuando nos encontramos con
que "en el barrio hay de todo también, hay familias, no todo es patota ni villero; hay
quien incluso se adaptó a vivir en departamentos". Los dos primeros pares de
oposiciones sirven para conformar ¡a teoría basada sobre el deterninismo geo-
gráfico-biológico que habla de la inferioridad per se de los provincianos para
integrarse a la vida urbana, "porque les gusta la tierra, ¿vio? Entonces no se
adatan a la vida en la ciudá" (dicho por un consejero vecinal del barrio).
Las estadísticas refutan esta teoría en forma contundente. Según el infor-
me evaluativo de la CMV, la mitad de las familias residentes en el barrio han
nacido en la ciudad de Buenos Aires y un 10% en el Gran Buenos Aires. Un 34
% nació en el interior del país, en tanto sólo un 12% lo hizo en zonas rurales.
De estos migrantes, las tres cuartas partes residen en la ciudad (aun antes
de vivir en el complejo) desde hace más de 20 años. Los residentes en Bue-
nos Aires desde mediados de ia década del setenta constituyen el 92%. Para
esta ideoiogía, no obstante, sólo habría excepciones respecto a lo que el ba-
rrio y su gente es de por sí. Claro está que el punto de vista más recurrente
opuesto a éste establece que el barrio "no es un aguantadero" y niega
críticamente la imagen totalmente negativa del barrio. Pero, aun en esos ca-
sos, se reconoce que el barrio es más un lugar para dormir que para arraigar-
se como vecino, con lo que el carácter excepcional adquiere sólo una diferen-
cia de matiz entre ambos puntos de vista del mismo conjunto de actores.
Pondremos el acento, entonces, en esta asociación que podemos hacer entre
la gran categoría autoadscripta de los residentes: los adjudicatarios gente de
trabajo que obtuvieron legalmente la unidad y son pudientes para cumplir con las
obligaciones para habitar el barrio. Del otro lado —siempre según los residen-
tes- quedan situados ios intrusos ilegales de origen villero que no pueden pagar
impuestos y por eso se deben ir o se adaptan.
La visión de los no residentes que trabajan en el barrio coincide con las
otras dos en situar a los villeros (a los que suman los conventilleros) dentro
del polo propio del barrio y a su vez causa de lo que el barrio es (imagen
Antropología de lo barrial
190
negativa mediante). Sólo que esta categoría de actores explicitan estas rela-
ciones en términos de causalidad, de teoría explicativa de lo que pasa en el
barrio como problema. Es destacable la diferenciación interna que la totalidad
de actores sitúa referenciando partes o sectores espaciales dentro del barrio.
Son ellas las que se muestran en el cuadro 4. En las tres últimas, los actores
adscriben al primer término de la oposición: viven "de la salita pa'cá" y, por
supuesto, no en el sector equis, donde ios edificios "son todos tomados". Es
coincidente este conjunto de distinciones con los ejes de tas anteriores: la
forma de acceso y el tipo de gente. La diferenciación entre las torres, donde
vive gente "de más roce social", y las tiras, donde caben los términos síntesis
de todo el barrio, es compartida por las cuatro categorías, aunque notamos
un mayor énfasis en acentuar la diferencia entre los no residentes. Esta dife-
renciación entre tiras "desastres" y torres "bien" no la ponen de manifiesto
sólo los residentes en las torres. Depende en gran medida de otro eje de
diferenciación, de tipo ideológico-político, o de clase. Una parte del espectro
de entrevistados —residentes en las torres o no—, en efecto, marca la dife-
rencia entre las torres habitadas por "gente que está de paso, que se irá a la
primera de cambio, arribistas, comerciantes, hasta parapoliciales que esperan su
nueva oportunidad", y la gente de las tiras, "porque son /aburantes".
Por último, es necesario destacar una nota que tiene que ver con los resi-
dentes que trabajan en el barrio, pues son los únicos en resaltar la diferencia-
ción interna entre el nosotros interno y el resto, dentro del barrio. Nos referi-
mos a esa distinción hecha sobre la base de la homogeneidad de origen o de
acceso, o de residencia previa a la llegada a Lugano Uno y Dos: "lo bueno es
que éramos todos de donde estaba la 9 de Julio, después vino gente de otros
lados"... "Esto era todo municipal, bah, tenía que serlo, pero despué se mezcló
todo...". Este resfo que señalaría el límite de la identidad propia dentro del
barrio se da a la vez como algo diferenciado dentro de él y como algo por lo
cual el barrio tiene problemas; lo que se da en llamar la "mezcla". Como puede
verse, los dos ejes ya indicados del acceso y el tipo de gente anudados por el
origen articulan en última instancia las diferenciaciones internas que concibe
la gente dentro del barrio.

El pecado original de los dueños de la tierra de nadie


La propia historia oficial plantea como cuestión notoria del contexto de
origen de! barrio la diferencia entre adjudicación e intrusión, y la contradicción
entre los destinatarios ideales y los reales. El proceso histórico de construc-
ción y poblamiento del barrio, y el barrio mismo como lugar ideológicamente
distintivo, fue el resultado de las luchas sociales y políticas de las décadas de
los sesenta y setenta, como se ha visto. Pero, ¿terminaron esas luchas? En lo
que podríamos llamar su partida de nacimiento, el barrio lleva el sello de la
problemática de las villas miseria de la década del sesenta, dentro de la cual
el barrio mismo se yergue como parte ideal de las soluciones "permanentes"
y "definitivas" —en oposición a ¡os núcleos transitónos, a los "medios caños"
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
191
y a las villas relocalizadas—. El eje principal de los conflictos iniciales en el
barrio es la dicotomía entre los destinatarios política y socialmente ideales de
los departamentos, y los adjudicatarios reales. Es que las referencias a este
origen pecaminoso del barrio brotan de los poros de Lugano Uno y Dos. Las
tomas de departamentos del año '73 serian et núcleo ideológico generador
del carácter problemático actual del barrio. Y el problema que la imagen nega-
tiva más relaciona con esto es el de las barritas del barrio, las que, a su vez,
constituirían la causa de la mala fama de éste. Esta ecuación origen + villa +
tomas = problemas se corporiza en las barritas, a las que se considera hijos
del pecado original del barrio {villas + tomas). Y estas son asunciones comu-
nes a nuestras cuatro categorías de actores.
Sin embargo, pueden señalarse diferencias. En primer lugar, los residentes
diferencian lo que llamamos agentes del origen del barrio, entre los que se
señalan nominaciones particularizadas (ej., el presidente Lanusse o la CMV) y
el más recurrente y genérico ellos, los que "hicieron" el barrio y "dieron" los
departamentos. En cambio, para los no residentes, el propio origen del barrio
se ubica como agente del barrio como problema, con la carga de la imagen
negativa a cuestas. Está el ejemplo de quienes refieren a la supuesta exis-
tencia (no comprobada) de la villa que "era" el barrio antes de cometerse el
pecado original de edificarlo. En segundo lugar, notamos que, entre los resi-
dentes, los que trabajan o se ocupan en el barrio presentizan el tema de los
copamientos del origen, y no por casualidad son los que más acentúan la
marca del caos violento ("farwés") como típica del Lugano Uno y Dos original.
Pero, a su vez, son los que con mayor énfasis establecerán diferenciaciones
díacrónicas dentro del barrio y los que más se refieren al cambio, sobre todo
al proceso de "adaptación" de los villeros "intrusos". Y esta diferencia es mu-
cho más notable respecto al conjunto de los que trabajan dentro del barrio
sin residir en él, para quienes el cambio en el barrio casi no existe, pues,
además de ser el barrio mismo su propio agente o gestor como problema,
mantiene —para ellos— la misma esencia villera de los orígenes. Es como si el
prejuicio antivillero actuara para negar ideológicamente el derecho a la vivien-
da no viliera, el complejo habitacionai. La asociación del barrio con la villa o las
villas también es diferencial. En principio, para los residentes que no trabajan
en el barrio esa asociación es parte de la imagen negativa, del dicen que de
Lugano Uno y Dos que ellos refutan. Refieren a la villa sólo en el caso de la
narración de las tomas, y siempre relativizando el vínculo entre villa y barrio,
haciendo hincapié en la diferenciación.
Un modo de establecer esta diferenciación lo demuestra el afirmar que el
barrio tenía como originales destinatarios a los villeros, pero que después se
entregó a adjudicatarios sindicales, de las Fuerzas Armadas, etc. Incluso se
relaciona causalmente este originario destino con los hechos de las tomas:
tomaron porque no se los dieron. Para los residentes que trabajan en el barrio —
cuyo involucramiento laboral o militante en él es muy pronunciado— la aso-
ciación barrio-villa cumple la función de establecer una diferencia precisamente
entre el barrio y las villas, cuyo mensaje implícito es: el barrio tiene problemas
Antropología de lo barrial
192
—para los cuales se requiere mi actividad— pues en él se mantiene en el presente
aquel pecado de origen villero (las tomas). Esta última concepción la comparten
con el grupo quienes que trabajan en el barrio sin residir en él, para los que el
origen era el agente de los problemas. Y lo paradójico es que quienes no
trabajan ni residen en el barrio son los que hacen una mayor diferenciación
entre villa y barrio, pero contradiciendo la asociación. Atribuimos esto a la
residencia de estos entrevistados en los barrios linderos desde la época del
origen de Lugano Uno y Dos y a la extracción villera de algunos de ellos. Pero,
fundamentalmente, se nos ocurre que esta no asociación entre villa y barrio la
hacen sobre la base de su no involucramiento personal con el propio barrio.
Las posiciones ideológicas o de valoración política sobre las tomas disienten
en forma explícita en torno a la cuestión del derecho o no de los villeros a
habitar el barrio que "se les había prometido". Esta distinción la comparten quie-
nes trabajan en el barrio, residan o no en él. Se ve acentuada entre algunos de
los no residentes, cuando hacen la distinción, dentro de los pobladores iniciales
del barrio, de dos sectores sociales: los villeros y los trabajadores de los gre-
mios. A ambos se ¡os considera "necesitados" y se les atribuyen derechos so-
bre ias viviendas; unos, porque les había sido prometida, y otros, porque les
habían sido adjudicadas. A las tomas se recurre ideológicamente para explicar
el presente del barrio ("hay edificios completos tomados"). Esta visión, aunque
unánime, se acentúa entre los residentes. Y dentro de esta categoría, para los
que trabajan en el barrio las tomas —en el presente ideológico dei barrio-
funcionan a la vez como causas explicativas y tipificadoras de los problemas
(robos, no participación, barritas, violencia, etc.) dentro del barrio. Para el con-
junto de residentes que no trabajan en el barrio, las tomas se articulan con sus
propias "llegadas" al mismo, en las que prepondera la oposición entre las adju-
dicaciones sindicales legales —donde se ubican ellos— y las tomas ilegales,
asociadas a los villeros intrusos, traídos, "metidos" en el barrio por el padre
Mugica55 y Lorenzo Miguel", en forma alternada. Se eslabonan acá los relatos
de aquellos acontecimientos, donde los residentes se actualizan como defen-
sores de sus viviendas adjudicadas, haciendo guardias en prevención de las
intrusiones, siendo aceptado en forma unánime que los departamentos ocupa-
dos ¡legalmente no estaban, hasta ese momento, adjudicados: "Tuvimos que
venir a ocuparlo, si no, lo tomaban... Los trajeron organizados, se metieron en
departamentos que no estaban adjudicados y después se los dieron".
La asociación entre las tomas, el presente del barrio y las vil la s no tiene
excepciones entre los residentes que trabajan en el barrio, independientemen-

La figura del padre Mugica se destacó durante finales de los sesenta y principios de
los sesenta, atendiendo y solidarizándose con los habitantes de las v i l l a s miseria:
a d h i r i ó al peronismo en su tendencia de izquierda y fue asesinado por la Triple A
(Alianza Anticomunista Argentina), grupo terrorista organizado desde el Ministerio de
Bienestar Social del gobierno peronista de 1973-1976.
Lorenzo Miguel: dirigente gremial de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica (OUM),
notorio a nivel político y sindical a nivel nacional, nacido en Villa Lugano y residente
en el barrio.
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 193

te de su posición político-ideológica. En cambio, entre los residentes que no


trabajan en el barrio se nota una remisión de las tomas más hacia el pasado
superado del barrio, tal como lo describen algunos trabajadores o militantes
comprometidos con la misma política de vivienda (sindicalistas y funcionarios).
Un lugar aparte, dentro de las referencias a las tomas y más particularmente a
las villas, merece la serie de relatos tildados muchas veces de mitológicos por
los especialistas en el tema villas (desde Ratier, 1971, a Guber, 1991). Para
nuestro caso, los hemos encontrado, solamente en los actores que trabajan
dentro del barrio (residentes o no). En este aspecto, la nota estuvo dada por
los relatos que hacen referencia a que los villeros intrusos "hacían fuego con el
parqué" o "levantaban el bidé" o "llenaban la banadera de plantas y las regaban con ¡a
ducha", siendo que los departamentos de Lugano Uno y Dos sólo tienen
pisos de placas vinílicas y carecen de bidet independíente y bañera... La indica-
ción más recurrente apunta a las tiras de un lado del barrio, como el sector de
"edificios tomados", en coincidencia con algunas de las diferenciaciones espa-
ciales dentro del barrio. Sin embargo, de acuerdo con las referencias concretas
sobre los números de los edificios tomados (un total de 18, equivalente al 16%
del total, según nuestros informantes y las coincidentes crónicas de la época),
vemos que éstos se distribuyen en ese sector en la misma proporción (un 39%)
que en lo que —de acuerdo con la variable puramente espacial vista en un
plano— sería la parte central del barrio, mientras el resto (22%) se ubica hacia
el lado opuesto al de los "edificios tomados". En términos objetivos, entonces,
no hay un sector más tomado que otro.
La cuestión del acceso al barrio o a la vivienda no se reduce a la oposición
entre adjudicación y toma, .pues ya vimos que, para el caso de los residen-
tes, esa relación toma cuerpo entre el sector según el cual cada uno de los
vecinos tuvo acceso al departamento y el resto de sectores. No son pocos
los que atribuyen parte de los males del barrio al hecho de haberse "mezcla-
do" gente que debía ocupar originaria y exclusivamente el barrio con "otro
tipo" de gente", con lo que se recurre nuevamente al origen. Se llegan incluso
a detectar actos fallidos de quienes dicen "sea también trajeron gente de villa
9 de Julio", refiriéndose a los desalojados para la construcción de la ancha
avenida del centro de la ciudad. Pero se refleja también, en forma inversa,
entre los propios desalojados, para quienes lo bueno que tiene el barrio
estaría dado por esa homogeneidad de "venir todos del mismo barrio". No
podemos dejar de asociar a esto la contradicción dada por la diferenciación
entre 'Vos que podemo pagar las espensa" y los "villeros intrusos que roban la
luz y no pagan Impuestos porque no quieren, y que no pueden pagar las expensas
porque son caras", cuya ida del barrio y vuelta a la villa significa —para
algunos de los que trabajan en el barrio— un cambio acontecido "para bien
del barrio". Es notable que los residentes que no trabajan en el barrio hagan
hincapié en la "injusticia" de las tomas, por el hecho de que los intrusos
fueran ya propietarios, en coincidencia con los no-residentes que trabajan
"en el barrio, que enfatizan la figura del villero intruso de aquella época como el
que "se metió para hacer diferencia y después vendió", a la vez de señalar los
"acomodos" de muchas adjudicaciones. Las referencias al acceso al de-
Antropología de lo barrial
194
partamento, en suma, no resultan ser, para estos actores, un problema sino
una solución ideológica, aunque marcada por el conflicto o contradicción
cqrporizada en las tomas que, como hemos visto, no son señaladas como
efectuadas en departamentos previamente adjudicados. Amén del proceso
de blanqueo, adaptación o cambio acaecido en el barrio, por el cual las con-
secuencias de las tomas quedaron sin efecto, lo que entra en contradicción
con el valor que las tomas tienen para identificar los males del barrio actual.
Pero lo que llama más la atención son las contradicciones pasadas por alto
por algunos respecto a su propio acceso al departamento. Por ejemplo, quie-
nes consideraron como adjudicación legal recibir la vivienda de manos de
"mi tío sindicalista, porque él se había quedado con cinco departamentos para
disponer", o quienes evadieron en un principio toda alusión a su propia adju-
dicación, por considerarla un tema por lo menos "complicado" y "personal". O
el caso de una toma de una unidad desocupada realizada en las propias
narices del investigador, porque "es preferible sufrir el juicio de desalojo acá
que donde estaba alquilando, total: no vive nadie".
Otra contradicción respecto a las adjudicaciones de los departamentos es
detectable entre los dichos de residentes que reivindican con orgullo no ha-
ber "puesto un peso", no haber "coimeado a nadies" para obtener la propiedad,
tal como Fulano o Mengano, etc., entre los que finalmente fueron adjudicatarios.
Y otros que narran sus "verdaderas luchas" en el seguimiento de sus expe-
dientes de adjudicación en la CMV, mientras los no-residentes dicen que "aque-
llos intrusos que finalmente pagaron pudieron quedarse con los departamentos".
Esto es: ninguno de nuestros actores hace referencia alguna a que los intru-
sos no hayan pagado o hayan ocupado departamentos que ya se habían
adjudicado; y, por otra parte, los que reconocen que los villeros intrusos pa-
garon son aquellos a los que ubicamos como portadores de una imagen ne-
gativa del barrio, de la cual es parte fundamental la toma de edificios y depar-
tamentos por los villeros intrusos. En cambio, los acomodos, pagos, coimas y
adornos son, para el conjunto de entrevistados, concretos y particularizados
(con nombres y apellidos) y siempre con referencia a las adjudicaciones lega-
les. ¿Dónde podemos situar, entonces, la mayor ilegalidad? ¿Entre los acomo-
dos de ciertos adjudicatarios legales o entre los intrusos ilegales? La legitimi-
dad de estos últimos, dada por su derecho original como villeros, parece re-
sultar proporcionalmente inversa a la ilegitimidad de los acomodos legales.

Juventud vista en banda: esos bajitos no tan locos


Los adultos —residentes y no residentes— hacen distintas valoraciones so-
bre las barritas juveniles, aun compartiendo ciertos rasgos. Para ambas cate-
gorías de actores, las barritas son parte principal de la imagen negativa y de los
problemas del barrio, y la razón por la cual éste ha adquirido su mala fama, que
ellos cooperan en afianzar con esa imagen que reiteran de tas barritas. Pero
para los no residentes, las razones del comportamiento de las barritas (asocia-
do al robo, la droga y al caos de conductas) son inexplicables, porque son así de
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
195
por si. Han naturalizado esa especie de esencia de la barrita. Los residentes, en
cambio, racionalizan las causas de la existencia de los jóvenes en el barrio. Por
ejemplo, el no control de parte de los padres y —para algunos— la impotencia
o ineficacia policial. Se los considera fundamentalmente una consecuencia del
propio origen del barrio, no tanto por haber nacido estos jóvenes en él sino
más que nada por haberse criado y crecido en el barrio. Y se los asocia conse-
cuentemente con el carácter v i l l e r o de quienes tomaron los edificios en ese
origen. Se los hace aparecer como actores pasivos y como recibiendo o care-
ciendo de acciones cuya agenciatidad se concentra en la policía o en quienes les
proporcionan la droga y en los padres que no los controlan. El problema de las
barritas no se sitúa —para este grupo— en torno a esos jóvenes en si, sino al
hecho de estar "en la calle", como polo opuesto a estar en la casa, dentro del
control familiar o "haciendo algo". Fuera de la casa, se los considera "no haciendo
nada". Los no residentes, por su parte, ven a las barritas sin relación causal
alguna y las consideran más como agentes propios de su ser así. Un extremo
de naturalización consiste en la deshistorización de un antes, tal como demos-
tramos que ocurre en los barrios viejos: "¿os de antes también lo hacían, porque,
para qué lo vamo a negá, yo, nosotro, también cada uno tenia su barra, pero lo que
yo no entiendo es... que nosotro podiamo agarrarno a trompada entre dié y era
entre nosotro, una barra contra la otra, pero qué necesidá tienen de, por hacer una
gracia, romper todo un auto, por maldá nada má". Aun cuando se remite la exis-
tencia de las barritas a causas externas a las barritas mismas, como cuando se
las da como un signo de la época o se esgrime el argumento de que eso "pasa
en todos lados". Para los no residentes, en general, las barras son parte del ya
son asi y de la naturalización correspondiente,
En el caso del barrio viejo, vimos que ser del barrio no se reduce a vivir, a
residir en él, sino que implica también compartir la valoración de esa época
base de la identidad de ese barrio, a estar arraigado y a reproducir ideológica-
mente la época base. Los depositarios objetivos de esa reproducción son los
jóvenes del barrio, mientras que para la ideología de la gente adulta las barri-
tas juveniles ocupan el papel de oponente interno a la identidad del barrio
misma y, a su vez, de motor interno de esa identidad. Poco importa que se
describa a las barras de antes haciendo lo mismo que las barritas de ahora; el
hecho es que se vive lo de antes como valor de por sí mejor que el ahora,
precisamente porque el presente historiza el pasado, lo convierte en pasado
y, para esta ideología, ese pasado es re-presente (re-producido), y por fo tan-
to no puede aceptarse que haya otro presente más que ese pasado. Había-
mos señalado una asociación muy recurrente entre el solo hecho de ser joven
y la atribución de conducta delictiva; y, para el caso de Lugano Viejo, referida
en forma puntual a su asociación con el complejo de monobloques cercano,
pues a este lugar se le atribuye ser la residencia de las barritas de Lugano
Viejo, cuando se explícita que "esos no son de acá". Sólo en una ocasión nues-
tro seguimiento de casi la totalidad de las barritas ocupadas en el barrio viejo
nos llevó hasta Lugano Uno y Dos. En la mayoría de los casos, las puertas que
se abrían eran del mismo barrio viejo, bien acá del "acá".
Antropología de lo barrial
196
El principio de nuestra relación con los jóvenes del complejo resulta para-
digmático en términos de la construcción de los datos que corroboran nues-
tras ideas sobre su relación de identidad con el barrio mismo. De manera que
conviene reproducir casi textual el registro de ese encare, ya que implica ex-
poner la otredad construida en campo. Entre los jóvenes (todos varones en
este caso) que citamos en esta charla, las variables de base son mayormente
coincidentes; sus edades oscilan entre los 17 y 20; trabajan de empleados
(cadetes, la mayoría), buscan trabajo o estudian secundario o terciario; y per-
tenecen a familias adjudicatarias de empleados. Hemos entrevistado a mu-
chachas en otras barras del barrio, casi siempre siendo novias o hermanas de
alguno de los muchachos. Sin embargo, los contenidos volcados aquí a modo
de ejemplo no se contradicen con los del resto de los registros empíricos.

[Transcribimos de la libreta de campo]


La lluvia en Lugano Uno y Dos me parece más gris. Decido ponerle colores
a esa sensación, leyendo la graffitteria del columnaje (escrito con marcador
negro en letras de dos centímetros de alto):
Pueblo vrs. policía
60
Para subir al cielo / se necesita / una caja de vino/ y una chalita .
No puedo seguir, porque soy interrumpido por tres chicos (17 a 20 años,
ropa deportiva) que pasan por detrás de-mí y justo en ese momento otro
desde atrás de una columna —que seguramente me estaría viendo— les gri-
ta: "iNo escriban las paredes, che'". Calculo que se refiere a mi, así que sin
detenerme trato de aprovechar, actuando bajo estos supuestos: si la dejo
pasar, me quemo con toda la tira, pues no van a saber nunca la razón de por
qué yo me fijaba en las escrituras y el muchacho está automáticamente esta-
bleciendo una distancia respecto a mí que no me conviene para el futuro. Sigo
caminando cuatro pasos, el grupo de tres no me mira, doy media vuelta y
regreso —no me ven, por el grosor de las columnas—. Cuando el que les gritó
mira hacia los otros, yo ya estoy encarándolo. Me le pongo a la par, me agacho
(él está sentado), lo que le hace sonrojar levemente las mejillas. Sonrío como padre
y le digo: — Estoy estudiando cómo se vive aquí; vos vivís aquí... Lo afirmo sin
preguntarle. Su cara de veinteañero me recibe sin obstáculos aunque sí con
la tensión que lo sigue sonrojando. Su ropa —igual que la de los otros—
muestra informalidad a mis ojos, sin suciedad ni descuido. Dice, señalando
con la mano para arriba:
"Acá, en este edificio, arriba."
—¿De hace mucho?
"Diecisiete año", raspa, poniendo la boca como haciendo pucheros,
canyenguemente, con un sentido de ¡cuánto, no! —Claro, ¿y tenes..?

60
"Chalita" refiere al cigarrillo armado, específicamente —en este caso— de marihuana.
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 197

"Diecinueve... práticamente me crié acá."


Pongo cara de admiración y en tono confidencial pregunto, al mismo tiem-
po que me siento a su lado:
—¿Y qué es [o que más te gusta de acá [no menciono ni la palabra barrio ni
el nombre, por eso de la otredad y de dejar que surja de él]?
"Toooodo, todo", exagera la raspadura de la voz y vuelve al tono canyengue,
inflando las mejillas de supuestos; trato de que los explicite:
—¿Per qué me decís "todo"? ¿Qué cosas te gustan?

—¿No hay algo que no te guste?


"No... tooodo, jugar a la pelota, acá [señala detrás de la tira] o si no en la plaza
La Victoria, nos ponemo a jugar a la pelota, muchas cosa acá no tenemo [reflexio-
na] y, si no, me voy a ver video..."
Con las pestañas le pregunto dónde.
"Acá, en el edificio diecinueve, video, metegole..."
—Los amigos...
"Si, de diecisiete año me los conozco a todos, de jugar a la pelota en ios campionato
de chicos..."
Los otros se fueron acercando y rodean al dúo dialogante. Uno de ellos se
mete al ruedo y conmigo:
"¿Usté es nuevo, señor?"
—No [me doy vuelta y gestualmente los invito a sentarse], estoy haciendo
un laburo y me interesa saber las opiniones de los jóvenes, porque me parece
que esto es distinto a otros lugares, saber qué se hace fuera de la casa.
[Metidos en un tema concreto, superponen:]
"Video, pelota, fíipers, qué sé yo..." Piensan, se ríen, se miran, hasta que uno
dice: "las chica..." y tintinean las risitas. Empiezan a conversar entre ellos y
sólo de vez en cuando me miran.
"Las chica que podes encara por ahí, afuera del barrio, porque las de acá te las
conoce a toda y no te podé meter..."
Un tanto abrumado por tamaña verificación de mi hipótesis del muchacho
de barrio, pregunto, a lo ingenuo:
—¿Qué? ¿No pasa nada con las chicas de acá? "Sí,
no, lo que pasa es que somo todo amigo..." "Es que
llega un momento que sos amigo y..."
"No, lo que pasa que te podé sarpá con la hermana de un pibe del barrio y...
tonce..."
Se cruzan tantas miradas cómplices en la misma proporción que parece-
rían hacer de cuenta que no estoy, porque ya ni se fijan en mí e inician un
diálogo entre e l l o s donde abundan nombres, apodos, risas, manotazos, que
Antropología de lo barrial
198
se me torna imposible reproducir... Cuando vuelve la calma de tanta excitación
parece que volvieran a darse cuenta de que delante de ellos está el "señor":
"A mí, realmente, lo que no me gusta [con énfasis] es eso..." y señala con las
dos manos abiertas hacia la Comisaría 52 que está frente a nosotros. "...Por-
que no me cuida a mí, porque a mí me afanaron acá a la vuelta y esto no agarraron a
ninguno. Yo estoy acá [en el sentido de estar cerca de la comisaría] y le quisieron
robar el estéreo a mi viejo y esto no salta nadie. Para mí [señala con la pera], esto
es una basura, porque me vienen a agarrar a mí, que yo no estoy haciendo nada
a nadie. Yo capá que estoy acá sentado y me agarran y me la ligo..."

"Y a mí, a nosotro, me gusta estar aquí, esto [señalando el barrio] es nues-
tro... yo, por ejemplo, no cruzo a las casa [del barrio viejo], te divertís acá [los
demás se suman en coro]... Aunque ves las misma caras te divertís igual..."
"Estos días que son melancólico igual en el barrio la pasamo rebién... ahora si
te queré ir a baila no podes acá, no hay nada..."
—Hmmm...
"Porque somo mucho, no podé pone un boliche poque tené que da el derecho
de amisión y capá que no deja entra a nadie o tené que echa al cincuenta por
ciento porque no somo nada de vestí [se toma con ambas manos el buzo gasta-
do y se mira las zapatillas]... un bar o un boliche acá adentro no podé poner..."
"Y si lo pones tiene que ser sin bebida alcohólica..."
-Pero si en otras partes se puede, ¿por qué no acá?
"Porque esto es una duda, no es una parte; por ejemplo, no podé compara con
Copelio [otro complejo habitacional del barrio de Soldati], que son cuatro edificio
locos, que vó cruza y ya está en una casa, con esto... Acá no podé poner un lugar
con bebida porque... si cuando vá arriba [por el piso de negocios] y pedí una cerveza
te dicen 'no la tomes acá', bah, no te dicen nada por una cerveza, pero nunca te
toma una, te toma mucha... Somos mucho y somos todo de tomar mucho."
— Entonces hay que salir...
"Claro, salimo, vamo a boliches de otros lados; acá, con las amiga jugamo al
Estanciero, je..."
"Yo de los once año que empecé a salir, por Lugano Viejo, y de los catorce a
otros lados..."
Se suman tres más, ruedan los besos y me tienden la mano. Parece que
hubieran estado escuchando, porque se integran a la conversación:
"Cuando salimo, capá que somo treinta..."
"Eso es lo que me gusta de este barrio, para mí... yo no lo comparo con ningún
barrio, aya en las casa [señalando el Lugano Viejo] se juntan sei a lo másimo,
pero de acá somo quiiiince, veeeinte, eso es lindo..."
Y el coro asiente agregando adjetivos al barrio. Al rato me escucho pregun-
tarles cómo ven al barrio los viejos o tíos de ellos:
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
199
"Noooo, no le gusta..."
"Ellos lo ven de otra forma."
"Lo ven peligroso."
"Lo ven peligroso porque no sé... Mi viejo tiene cincuenta y siete año, me da
vuelta, seguro, como una media [aparecen, saludan y nos rodean —me ro-
dean, porque parece que el que está en el centro soy yo— cinco más], pero hay
cosa que, tenga la edá que tenga, no me puede gana á mí, porque él a mi edá no
era capá de hace ni la quinta parte de lo que hago yo. El hacía bar, billar, nami y
a otra cosa... En cambio yo voy por todo lado, no corto a nadie, sea la persona
que sea, no me interesa lo que haga, lo que no haga, para mí lo conozco de pibe del
barrio y punto... Y mi viejo nooo, él é má esigente..."
"Ellos vivieron otra época, ahora es otro tiempo y supuestamente nuestros
hijos van a ser peores..."
"¿Por qué peores? ¡Mejores!"
Y se largan a interpelarse mutuamente sin escucharse. La síntesis serla
que hoy la joda es más pesada, lo que para algunos representa que es mejor
y para otros que es peor, comparándola con la de los padres.
"Para mí viejo, yo a lo dieciocho soy un pendejo, y él cuenta que a esa edá se
recorría toda la dudé... Por eso, que no me venga a rompe las pelotas que adonde
vas, que a qué hora volvés..."
"Mi hermano no, tiene veinticinco y ya é un viejo, parece de treinta... él é feli
jugando al truco con lo grande, se juntan allá en los quincho. Yo capá que voy con
lo grande, pero un par de hora, pero llega el momento que me guta habla a mi
manera, me guta sarpá, y te miran con una cara como diciendo qué me etá dicien-
do; tené que hablarle de otra manera, tené que hablarlo pausado... Te puedo jugá
un partido de truco, pero depué me voy, yo pienso que cada cosa etá su edá, ¿no?"
n
5í... pero a mí me gusta con los grandes también, los padre..."
"Sí, bueno, tá bien... eyo dicen lo mismo pero con otras palabra, ¿cómo que
no?, yo los quiero..."
"Mi viejo dice: yo pibe cuando vo vení, yo ya fui y vine die mil vece..."
"Sí, y tiene razón, eyo son superíore en caye, pero no por eso le tené que dá la
razón..."
"No, pero hay una cosa: si vó le haces entender cómo lo veían a él cuando él
tenía tu edá..."
"A mí me saca corriendo..." "Nooo, si a eyo
le daban con un hacha."
"Para que salga así, tienen que haberle dado con un hacha... por eso ellos a
nosotros nos dan con un hacha"
—Ellos se juntan en los quinchos...
n
Sí, acá vinieron todos los municipale."
"También policías... torres enteras plagadas de cana..."
Antropología de lo barrial
200
"Esto es como una ciudá adentro de una ciudá..."
"Pa' mí esto es una ciudá... si."
"Cuando el coletivo se mete en Crú, lo ves, é alucinante, vó vé que de Crú para
acá é una cosa aparte..."
"Hablando de crú, a éste lo tienen como un barrio cruz, lo tienen mal, le hicie-
ron la cruz a este barrio..."
"Y... hay gente que no lo conoce... Yo cuando tenia que decir dónde vivía: barrio
Lugano, ¿y dónde queda eso? Lo tené que ubicar por otras cosa, le decí el Parque
de la Ciudá y te entienden..."
"Sí, pero no sólo no saben... también te miran mal: Lugano... Uno y Dos... te
miran como si fueras un caníbal..."
—¿Por qué será..'
"Y... lo tienen junado al barrio..."
"Como un barrio bravo."
"Dicen: ojo, que entras ahí y te matan."
"Claaaro, nosotros decimos [poniendo la voz cavernosa y amenazante]:
somos maldiiitos..."
'7.0 que pasa que hay ondas; nosotro no tenemo onda mala, pero hay parte
que la onda é fulera, si vas por el fondo te encontrá con cada mono, no podes
sentarte así, a charlar..."
"Si vé por el Fondo te vienen y qué hace, raja, se alucinan que venía buchoneá...
Foque de la mita para allá ya é otro barrio..."
"Nosotro somo la punta de acá y ello dicen que son la punta de allá, je."
"Sí, yo, a vece, me da no sé qué camina por allá... yo a alguno, con alguno hice
la escuela y son distinto, pero a vece que no me animo..."
—¿Y por qué la diferencia?
"Son ofra clase de pibes... entre ello no son así, pero con otro, con nosotro,
capá que va el señor y le dicen deja la campera... hay cada vago..."
Yo me acordaba de la charla similar que había tenido con otra barra, justo
en la otra punta, con discursos parecidos y total amabilidad, sólo que con
indicadores de ser muchachos más pesados o estar en la pesada, aunque no
me pidieron nunca la campera... Pero respecto al barrio, los significados eran
muy similares, y respecto a las otras barras lo mismo.
"Ojo, que no son todo de acá... allá llega la barra del [barrio de la provincia]
Sarmiento, que como no son de acá se hacen los malo."
"No, sí, allá para gente del Sarmiento, de Celina, de Budge, hay de todo, es otra
clase de gente, conmigo son de primera, pasan por acá, saludan... son del barrio,
no pasa nada... Con lo que no conoce puede ser que haya bronca, porque es otro
barrio."
"Lo mismo Piedrabuena, no podé entré."
"Me da terror, yo un día fui y me silbaban, me llamaban, 'flaquito'; no me di
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 201
vuelta que si me doy vuelta eran como treinta, sabe qué paliza..."
"Y también está Soldati..."
"Eso es apaaarte, é otro mundo."
"Eso [señalando la Avenida Cruz] es la frontera, esa es la frontera, es otra
cosa."
"Y allá tené Lugano Viejo, eso sería lindo: si todo estaríamo en casa sería otra
cosa, poque si tené casa se supone que tu viejo tiene má guita, tendríamo coche...
estaríamo todo parando en un café, en un bar, allá en el barrio, o en la casa
misma, pero con dos televisore... Acá no podé estar en tu casa, que tu viejo quiere
el dó, que tu vieja quiere el once, vó capá que queré ver el nueve y no se puede."
"Sí, pero en un barrio de casas, vos salí y listo, estás en la calle, en cambio acá
vos salís de tu casa y todo el mundo te ve y sabe lo que hace..."
"Eso a vece é bueno, pero si queré... si queré curtí una pibita te junan todo, te
tené que ir... ahí al [barrio] Macía, a los monobloque, que hay dó o tré pibita que
ahí é distinto porque só de otro lado y no te molestan ni hablan, tené má liberta..."
"Las piba que tené que conocer siempre es mejor que sean nueva..."
"Pero acá hay tres colegio, dentro del barrio, y desde chiquito nos conocemo
todo... Eramo indio y seguimo siendo indio..."
"Acá, en el barrio, cambió la'stética, nada má que la'stetica, pusieron eso mo-
saico, baldosa nueva, pero sigue siendo todo igual..."
"Es que los viejo no dan bola al barrio, andan todos arriba [señalando los
departamentos], no están en el barrio, no les gusta, se juntan a vece en los
quincho... siempre igual, llegan del laburo, prende la tele o ponen el canal que a ello
les gusta y prepárame un poco de comida y a la cama."
"Se llevan bien con todo, pero nada má..."
"Mí viejo hace diecisiete año que vive aquí, saluda a todo, pero en el barrio no
está, nosotro estamo..."
-Y ustedes a los quinchos no van...
"Noooo, ahi é como una vidriera, te ven todo, se escucha todo lo que decí,
todddo, é imposible está tranquilo, no se puede..."
"Adema, si vó queré juntarte despué de la doce te echan, los viejo quieren
dormir..."
"Despué de las veintiuna te tiran con cualquier cosa..." "Papa, zapato, chapita..,
total, les queda en el territorio de ello y despué lo juntan"
—¿Territorio?
"Sí, territorio es todo lo que rodea al quincho, es todo del consorcio, nadie se lo
puede llevar, está todo alambrado, parece una jaula"
— El barrio, entonces...
"Sí, é lo má grande que hay, esto a nosotro nos gusta porque vivimo y nos
críamo, no podemo hablar mal de donde estamo, lo único malo é conseguí una
Antropología de lo barrial
202
minita nueva, no podé, acá las conoce a toda y sos amigo, y no se puede, el barrio
tira má para ser amigo..."
"Adema, nosotro tenemos tres piba que siempre están con nosotro, y nosotro
somo veinticinco chabone con tre, te imagina, te miran desde arriba y dicen: mira
esas dos piba, son loca con todo los vago eso..."
"Bueeeeno, pero hay vieja que les molesta todo, siempre te están mirando mal..."
Poco a poco, siento que desde lo gris de la tarde se formó un arco iris de
colores, con los gorgojeos q^ie me rodean. Casi de repente pasé a segundo
plano... y ellos fueron trayendo y llevando el barrio de su imaginario a favor o
en contra de sus valores, afectos y necesidades más profundas... Poco a poco
fueron entretejiendo una trama de significados con la que es posible recons-
truir paradigmáticamente su relación con el barrio. Casi sin darme cuenta, me
encontré con que ya eran veinte, todos alrededor de mí, pero yo ya no era el
centro... Me resultaba difícil hasta concebirme entre ellos, pasé a ser fondo y
sus voces, figura. Incluso me pareció que los tres del principio se apiadaron
de mi posición y se acurrucaron para reflexionar cerca de mí: "Vio cómo ya
somo un montón...". Como gorriones al ponerse el sol, cruzaban diálogos,
manotazos, carcajadas, escupitajos bien apuntados a cierta baldosa o planta
del cantero, que sí bolú, que no bolú, que vamo' al metegol, no que ya estuve,
que adió jefe, que chau nos vemo, que siempre paramo aquí, que chau, chau...

En Lugano Uno y Dos hemos encontrado que los miembros de las barritas
mismas son los que establecen lazos de identidad más firmes respecto al
barrio, semejantes a los que constatamos en la identidad barrial del barrio
viejo. Son los que quieren a Lugano Uno y Dos porque sí... "Esto es lindo, es alegre,
acá somos mucho, el barrio es lo mas grande que hay... y, si a uno no le gusta el
barrio de uno, te levantas a la mañana, te miras al espejo y ¿qué haces? te puteas..."
La identidad del barrio se fusiona directa y expresamente con la identidad
personal. Pero, ¿cómo ocupan el espacio barrial7
Se reúnen alrededor de las columnas o en los corredores elevados. Pero
no lo hacen en forma indiscriminada en cualquier tira ni en cualquier columna
ni a cualquier hora ni día. Esos movimientos están pautados. No vamos a
exponerlos en detalle, pero el espacio barrial a media tarde en forma indivi-
dual o de a dos o tres en las entradas de los edificios, chicos y chicas, de
entre 15 y 18 años, con cortes y peinados a la moda, ropas deportivas no
caras, miradas dirigidas a puntos imprecisos de la avenida central, manos
sin callosidades, ojos recién lavados e hinchados. A medida que pasa la
tarde se reúnen en mayor cantidad. No sonríen, conversan entre ellos y de
vez en cuando estallan en carcajadas. Casi todos fuman. En muy escasas
ocasiones puede observarse alguna actitud de furtividad que podría sugerir
el consumo de marihuana. Lo que se verifica más fácilmente es el alto consu-
mo de gaseosas y en menor proporción de cerveza y vino en caja, delante
de las despensas. Al anochecer el barrio se ve iluminado por grandes colum-
nas de luz de mercurio. La concentración de los grupos entonces es mayor.
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
203
Algunos varones suelen dirigirse a jugar uno o dos partido □ dos de fútbol en
los terrenos verdes cercanos. Los equipos informales suefen organizarse
por pertenencia a ciertas tiras y torres. Los días sábado, esta presencia de
jóvenes en el barrio se acrecienta a más del doble, asi como abunda mucho
más ei fútbol, las gaseosas, las cervezas y el vino. De edad un poco mayor
son los que, en número de 15 a 17, se reúnen en un punto preciso en torno
a una o dos motos que atruenan con sus escapes la avenida central entre
las 15 y las 18 horas. Algunos de los grupos prácticamente no aparecen más
por el barrio hasta que regresan de los bailes (en otros barrios)
madrugadamente, cantando letras que reivindican burlonamente el consu-
mo de drogas e impugnan a ios "caretas"61. Ellos son los que ocupan real-
mente el espacio barrial en forma objetiva y material, y también dentro de la
imagen subjetiva con que los vecinos adultos componen su idea de barrio-
problema, resultante de su pecado de origen. Forman parte de esa genera-
ción problemática (¿cuál no lo fue?), criada en el barrio durante la década del
setenta y que esgrime tal hecho como parte de su propio apego al barrio,
resumido en la expresión; "¡Como no me va a gustar esto si aquí me crié!.". Son
ellos los verdaderos dueños de la Identidad barrial de Lugano Uno y Dos, tal
como estableciera Park para los incipientes gangs de Chicago: "Los mucha-
chos son los verdaderos vecinos" (Park, 1952: 63).

¿La fama es puro cuento?


Al revisar lo que se dice de Lugano Uno y Dos o la mala fama de la que goza
(o sufre) el barrio, no encontramos mayores diferencias entre los cuatro gru-
pos de actores. El contenido de eso que se dice del barrio es coincidente con
lo que se decía en Lugano Viejo sobre Lugano Uno y Dos. Ahora lo hemos
corporizado en lo que dimos en Mamar imagen negativa sobre el barrio. Ob-
servamos una correspondencia entre la imagen positiva y el vecino residente
desde los orígenes en el barrio. A la vez, un distanciamiento valorativo acerca
del barrio (representado por la imagen negativa), proporcional a la no resi-
dencia en él, estaría determinando la construcción de la imagen critica. En
suma, los vecinos residentes en el barrio desde su inauguración, a los que se
les habían adjudicado los departamentos, reivindican en forma directa una
imagen positiva, al contrario de los trabajadores del sector servicios destaca-
dos en el complejo, quienes comparten tanto la negativa como la crítica.
Los residentes que no trabajan en el barrio evidencian más una actitud de
refutación de la imagen negativa, acentuada cuando se acepta y se denuncia
que han sufrido algún perjuicio, cargada, o desprestigio por el hecho de confe-
sar a amigos o compañeros de trabajo (residentes en otros barrios) que "uno
vive en Lugano Uno y Dos". Para ellos, el vivir en este barrio significa una "lucha"
por cambiar las evaluaciones de sus círculos de relaciones personales respecto

"Careta" es, literalmente, el que no se droga y se connota con una conducta ordena-
da, que sigue las normas de la sociedad en abstracto, fuera de los códigos del
endogrupo que comparte el ritual de la droga.
Antropología de lo barrial
204
al barrio en forma exclusiva. "Para nada" esto implica —según ellos— que esos
amigos o compañeros "piensen mal de uno, nooooo, 'porque a uno lo conocen y no
necesitan pruebas, porque son amigos; pero igual... a uno le da bronca lo que digan
de su barrio, ¿no?". A este hincapié en el protagonismo de cada entrevistado y
su involucramiento personal en la propia asunción se lo trató de incentivar en
todo momento, pero de igual manera surgía sin ningún tipo de inducción, a lo
largo de todo el trabajo de campo. Y esto se nota en todas las categorías de
nuestros entrevistados u observados: allí donde surge la primera persona gra-
matical tallando en el discurso es porque el actor pasa a ser el eje de sus
contenidos. Es cuando se detectan los cambios ideológicos con referencia a
temas que hasta ese instante podían mantenerse en la frialdad del mero brin-
dar datos sobre el barrio. ¿Qué pasa entonces con eso que dicen? "Que de acá
se habla mucho, y en parte tienen razón, pero muchas veces se exagera... Sí,
problemas hay, pero en mi edificio no, ahí es todo tranquilo".
Es muy recurrente que se relaten los mismos hechos referencíales como
ocurridos en todo el barrio —por caso, la agresión de una barrita— ejemplificando
con un episodio acontecido en el propio edificio donde vive el vecino y, a su
vez, se continúe negando que esas cosas pasen en "mi" edificio. Es como si, al
surgir un contexto propio del entrevistado donde éste se autoubica como
protagonista, se produjera un distanciamlento entre el referente y su s i g n i f i -
cado. Es lo que describimos cuando la red metonímica envuelve una contradic-
ción y prácticamente la encubre en forma total. Y estos mecanismos son los
mismos para las cuatro categorías. En forma sucinta, a lo que se dice desde
los otros barrios sobre Lugano Uno y Dos se responde: a) negando el grado
de veracidad de los dichos sobre el barrio, pero sin negar la existencia misma
de los referentes; más bien se apunta explícitamente a neutralizar las "exa-
geraciones"; parte de este mecanismo de negación de lo que dicen o exage-
ran es la comparación con otros barrios, representantes simbólicos del todos
lados, y previa a la fundamentación de por qué de Lugano Uno y Dos se habla
más que en esos lazos donde pasa " l o mismo"; b) se hace g a l a del
protagonismo personal referenciado o se apela a alguien conocido y cercano
que dé fe de sus dichos concretos y pormenorizados para contrarrestar las
generalizaciones exageradas que se dicen desde los otros lados; c) se enun-
cia la atribución de "eso que dicen", o del hecho que se hable de Lugano Uno
y Dos, a distintas causas: por un lado, que el barrio es obrero y pobre y, por el
otro, que es "abierto" y —a causa de la disposición de los edificios— "acá se
ve todo lo que pasa", que equivale al argumento del todos lados y, sobre todo,
en Barrio Norte (representante simbólico de otra clase social), pero de acá se
habla más. Como se ve, entre fas causas se articula una de tipo evidente y
empírica y otra que va más allá de la experiencia inmediata, y donde se hace
necesario apelar a! contraste entre lo pobre y lo obrero con ese algo que
produciría los dichos sobre el barrio, por ser lo opuesto a lo pobre y lo obrero.
La fórmula relativista del todos lados parecería enmarcar ese contraste opositivo
concreto con Barrio Norte y por cierto no deja de contradecirla al situar el
oponente del barrio como la parte principal dentro del "todos".
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 205

Una de las oposiciones, implicada en las relaciones entre las tomas, el tipo
de gente, los problemas del barrio y sus causas, es entre casa y departamen-
to. El no enterarse de lo que ocurre, el no ver todo lo que pasa es patrimonio
—en esta relación— de la vida en casas y no en departamentos, de los que
Lugano Uno y Dos es un ejemplo prototípico para esta argumentación. Los no
residentes que trabajan en el barrio, si bien comparten los mismos conteni-
dos con el resto, acentúan el interés por corroborar la certeza de los dichos
sobre Lugano Uno y Dos y por eso abundan en relatos que parecerían justifi-
car esos dichos; aunque hemos notado que en la mayoría de los casos se
termina apelando al argumento del rodos lados y a la causalidad de lo abierto
del barrio, sin encontrar el tópico de lo obrero y pobre del barrio como causal
de que se hable tanto de él. Por último, los que no trabajan ni viven en el
barrio establecen una relación de tipo comparativo entre éste y la villa, donde
Lugano Uno y Dos aparece siendo peor. Sin duda que las relaciones persona-
les de esos actores están condicionando estas valoraciones, pues algunos de
ellos habían vivido en villas y otros tenían con respecto a Lugano Uno y Dos
relaciones de tipo ambivalentes, relativizadas incluso por "no haber tenido yo
ningún problema, porque esto es como en todos lados".
Vista desde el interior y ya no desde otra identidad barrial, la mala fama
del barrio tiene rugosidades y texturas en el modo de articularse con los inte-
reses personales (laborales, políticos, ideológicos). Estos intereses chocan y
pujan en forma concreta con las condiciones de desarrollo de la vida social
cotidiana y son los que, de esta manera, historízan los contenidos ideológicos
que esa misma v i d a va construyendo, a la vez que se producen
deshistonzaciones en la medida en que se naturaliza una época idealizada. El
proceso de presentización ideológica del origen del barrio se inscribe dentro
de esta dialéctica y articula no pocos componentes de las distintas imágenes
con que es concebido el barrio. Además, actualiza las distintas identidades
con que la gente tipifica en forma global el barrio por lo que éste debió haber
sido, aunque esta imagen histórica impugne de hecho su propia presencia en
el barrio, ya que si los adjudicatarios ideales (los villeros) hubieran sido rea-
les, ellos no vivirían hoy allí. Y la gente sigue —con las diferencias señaladas
entre los cuatro actores— viviendo ese proceso en el presente, como una
parte de la imagen histórica con que el barrio se extiende en el espacio urbano
y dentro de sus vidas en él.
Que nuestra unidad de estudio no ha resultado ni social ni ideológicamente
homogénea como se atribuía desde afuera se desprende nítidamente del aná-
lisis. Así y todo, los términos síntesis nos alertan sobre los mecanismos de natu-
ralización con que la producción ideológica cotidiana se hace cargo de la reali-
dad barrial y cómo ésta se utiliza para referenciar identidades y conflictos que la
trascienden. Que la contradicción entre el barrio planificado y el barrio real inva-
de el conjunto de la problemática actual se evidencia a cada paso y en cada
rincón del análisis. Pero, de la misma manera, esos problemas del barrio son
sólo la manifestación fragmentada del barrio mismo como problema en sí, a
partir de lo que llamamos —parafraseando a los actores— su pecado de origen,
Antropología de lo barrial
206
como parte también de la deshistorización. En forma sintética, entonces, puede
afirmarse que la identidad barrial de Lugano Uno y Dos se estructura en torno
a un eje simbólico-temporal principal constituido por la articulación de su pecado
original, por la significación actual que tienen para los vecinos las tomas lleva-
das a cabo en el origen del barrio en oposición al acceso por vía adjudicatoria y
la relación de oposición entre una idealizada homogeneidad del tipo de gente,
valorada como positiva respecto a la mezcla o heterogeneidad que se habría
producido realmente. Este nivel ideológico gira alrededor de una oposición de
tipo objetivo entre el barrio moderno planificado como ideal de la vida urbana
dei año 2000 y su resultado histórico pleno de contradicciones.
Hablar del origen del barrio es —para la gente del barrio— hablar del ori-
gen de sus problemas. Y el problema central confluye hoy en las barritas del
barrio, causadas precisamente por el pecado original de las tomas. Pero el eje
del acceso al barrio o a la vivienda no se reduce a la oposición adjudicación vs.
toma. Para los residentes, esa oposición toma cuerpo entre el sector según el
cual cada uno tuvo acceso al departamento y el resto de sectores; esa mezcla
que muestra la paradoja de la heterogeneidad vista, por un lado, como homo-
geneidad y concebida como causa de los males del barrio y, por el otro, como
contradicción entre lo que éste debió haber sido y lo que realmente terminó
siendo. Es necesario considerar, junto a la deshistorización, ios puntos de
ruptura cotidiana con que el proceso histórico de todos los días es capaz de
fracturar, desbloquear y transformar a las distintas construcciones ideológicas
dadas, en escalones de conciencia desde lo propio de cada uno de esos inte-
reses heterogéneos y desde lo propio de cada uno de los involucramientos
concretos, tal como hemos visto para cada una de las categorías de actores.
El conjunto que ostensivamente se muestra como ocupante del espacio colec-
tivo es el de las barritas juveniles. Son, a la vez, las que evidencian un mayor
apego al barrio, actualizado por valores semejantes a los que se reflejan en
la identidad barrial (tanto de adultos como de jóvenes) del barrio viejo. Esas
mismas barritas son parte principal de la imagen negativa del barrio y forman
parte de sus problemas y de su mala fama. Pero esa semejanza de valores se
revela también en el hecho de que los vecinos residentes en el barrio utilizan
esos mismos valores para negar "eso que se dice de Lugano Uno y Dos" (la
imagen negativa), fundamentalmente la tranquilidad y su carácter obrero.
Lugano Uno y Dos constituye hoy una porfiada realidad barrial en la que se ha
criado una generación problemática y a su vez concebida como parte de los
problemas del barrio, pero única capaz de dejar su sello en un banco perdido
de la antípoda espacial de la ciudad, allá por Núñez, en el corazón-símbolo de
una identidad encerrada en cuatro palabras: Lugano Uno y Dos.

El fantasma barrial en la lucha por los consumos


y los significados
Armando Silva define al fantasma urbano como "aquella presencia indescifra-
ble de una marca simbólica en la ciudad, vivida como experiencia colectiva, por
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
205
Una de las oposiciones, implicada en las relaciones entre las tomas, el tipo
de gente, los problemas del barrio y sus causas, es entre casa y departamen-
to. El no enterarse de lo que ocurre, el no ver todo lo que pasa es patrimonio
—en esta relación— de la vida en casas y no en departamentos, de los que
Lugano Uno y Dos es un ejemplo prototípico para esta argumentación. Los no
residentes que trabajan en el barrio, sí bien comparten los mismos conteni-
dos con el resto, acentúan el interés por corroborar la certeza de los dichos
sobre Lugano Uno y Dos y por eso abundan en relatos que parecerían justifi-
car esos dichos; aunque hemos notado que en la mayoría de los casos se
termina apelando al argumento del todos lados y a la causalidad de lo abierto
del barrio, sin encontrar el tópico de lo obrero y pobre del barrio como causal
de que se hable tanto de él. Por último, los que no trabajan ni viven en el
barrio establecen una relación de tipo comparativo entre éste y la villa, donde
Lugano Uno y Dos aparece siendo peor. Sin duda que las relaciones persona-
les de esos actores están condicionando estas valoraciones, pues algunos de
ellos habían vivido en villas y otros tenían con respecto a Lugano Uno y Dos
relaciones de tipo ambivalentes, relativízadas incluso por "no haber tenido yo
ningún problema, porque esto es como en todos lados".
Vista desde el interior y ya no desde otra identidad barrial, la mala fama
del barrio tiene rugosidades y texturas en el modo de articularse con los inte-
reses personales (laborales, políticos, ideológicos). Estos intereses chocan y
pujan en forma concreta con las condiciones de desarrollo de la vida social
cotidiana y son los que, de esta manera, historizan los contenidos Ideológicos
que esa misma vida va construyendo, a la vez que se producen
deshistorizaciones en la medida en que se naturaliza una época idealizada. El
proceso de presentizacíón ideológica de! origen del barrio se inscribe dentro
de esta dialéctica y articula no pocos componentes de las distintas imágenes
con que es concebido el barrio. Además, actualiza las distintas identidades
con que la gente tipifica en forma global el barrio por lo que éste debió haber
sido, aunque esta imagen histórica impugne de hecho su propia presencia en
el barrio, ya que si los adjudicatarios ideales {los villeros) hubieran sido rea-
les, ellos no vivirían hoy allí. Y la gente sigue —con las diferencias señaladas
entre los cuatro actores— viviendo ese proceso en el presente, como una
parte de la imagen histórica con que el barrio se extiende en el espacio urbano
y dentro de sus vidas en él.
Que nuestra unidad de estudio no ha resultado ni social ni ideológicamente
homogénea como se atribuía desde afuera se desprende nítidamente del aná-
lisis. Así y todo, los términos síntesis nos alertan sobre los mecanismos de natu-
ralización con que la producción ideológica cotidiana se hace cargo de la reali-
dad barrial y cómo ésta se utiliza para referenciar identidades y conflictos que la
trascienden. Que la contradicción entre el barrio planificado y e! barrio real inva-
de ei conjunto de la problemática actúa! se evidencia a cada paso y en cada
rincón del análisis. Pero, de la misma manera, esos problemas del barrio son
sólo la manifestación fragmentada del barrio mismo como problema en sí, a
partir de lo que llamamos —parafraseando a los actores— su pecado de origen,
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 207

todos o una parte significativa de sus habitantes, por la cual nace o se vive una
referencia de mayor carácter imaginario que de comprobación empírica" (Silva 1992:
102). En los adultos, el origen pecaminoso del barrio se constituiría en fantas-
ma barrial, cuando es deshistorizado para construir la imagen negativa, lo que
contrasta con la época base de la identidad barrial de los barrios viejos, que
servía para colocar ideológicamente al barrio dentro del valor de lo barrial. Y
aun el grupo de residentes más arraigado en el complejo mantiene esta asun-
ción de lo barrial referenciado en sus barrios propios, de su infancia y adoles-
cencia, en su mayoría de casas bajas, donde no eran propietarios. Este barrio
idealizado es el que se sobrepone a los defectos que se le puedan encontrar
al barrio real. Pero sólo coincide con el modelo de la identidad barrial tradicio-
nal en el caso de los jóvenes del complejo. Ellos son los que están constru-
yendo hoy la identidad barrial del barrio nuevo de monobloques.
Ha quedado expuesta aquí la forma contradictoria y heterogénea en que
estos actores viven el complejo, más que cómo viven en él. El relevamiento de
esta imagen histórica nos permite afirmar que lo contradictorio del barrio se
sitúa en su gestación misma. Con su habilitación y la puesta en práctica de su
valor de uso, más que solucionar un problema de vivienda se pusieron al
descubierto las condiciones con que dicho problema se constituye en eje del
conflicto social en la esfera de la reproducción necesaria. Y es en el valor
ideológico de este tipo de complejos donde emerge la imagen espectral y
expiatoria de los que quedaron afuera de la "solución", corroborada material-
mente por el guardián carro policial e idealmente por lo que se dice, como
máscara de lo que se teme, en el contexto de una lucha por el espacio urbano
que está muy lejos de haber cesado con la provisión de vivienda para consu-
mo colectivo de un sector.
En el complejo habitacional, entonces, no sólo hay problemas sino que el
barrio mismo aparece como un problema en si, por e! mandato histórico de su
pecado de origen, hecho hoy fantasma urbano. Es lo contrario de lo que ocurre
con los barrios viejos. De éstos, se considera que pueden tener problemas en
su interior, pero en sí no son considerados "problema", tal como ocurre con
complejos y villas. Y la tipificación de estos estereotipos desde el sentido co-
mún se realiza de acuerdo con los valores de lo barrial, pero invertidos. Estos
valores, como se ha visto, quedan, de hecho, "depositados" o en vigencia
plena en los actores sustitutos de aquellos que compusieron a "su" tiempo
las identidades barriales de los barrios viejos constituidas en ideología: los
jóvenes, como practicantes efectivos de la identidad barrial.
¿Quiénes son los actores sociales que más se "especializan", que se ocu-
pan en forma teórica en estas cuestiones barriales? Veamos de qué manera
establecen los vecinos, principalmente los militantes barriales y algunos pro-
fesionales del diseño de estos barrios "modernos", los arquitectos, las causas
de este ser-problema de estos complejos y, por lo tanto, cuáles decursos de
solución plantean. Nuestra hipótesis —junto a una experiencia que narrare-
mos— es que esta nueva línea de análisis, que tiene en cuenta la dimensión
simbólico-histórica de constituirse el fenómeno urbano-barrial, puede ser de
Antropología de lo barrial
208
utilidad para un mejor posicionamiento respecto a esta problemática, como
modo de contrarrestar el prejuicio del barrio-problema. Es posible estructurar
el conjunto de causas atribuidas por la gente a esos problemas en lo que
podríamos llamar teorías de la gente acerca de los problemas barriales del
complejo habitacional. En realidad, la misma pre-concepción del barrio como
"problema" nos está colocando ante una serie de componentes de prejuicio
que difícilmente podremos con propiedad calificar de "teorías". Las llamamos
así pues son los mismos actores —tanto los dirigentes, funcionarios o militan-
tes— como los vecinos en general quienes, en forma recurrente y ostensiva,
apelan a este término: "sobre esto yo tengo una teoría". Tiene un alto valor que
ellos lo expresen así, pues implica la asunción de un pensamiento que preten-
de ser reflexivo y que se ha detenido a considerar flujos de información (par-
cial y opaca, pero información al fin, compuesta por la misma materia prima
que la que manejan los especialistas profesionales). Sobre todo por el carác-
ter de generalización de las argumentaciones, que intentan así trascender el
nivel de la observación particular, lo que, por lógica, encierra su riesgo de
preconcebir la realidad barrial como el resultado de las certezas que esas
mismas "teorías" producen, o a las cuales se reducen.
Este nivel de abstracción de las teorías de la gente sobre los problemas
barriales abarca aspectos de la ideología más vasta de estos actores, para la
cual el barrio actúa como referente. Cuando se teoriza sobre el barrio se está
mostrando lo que se piensa respecto a muchas más cosas. Se podría estable-
cer una relación indiscutible entre ciertos componentes de estas teorías de
sentido común con los modelos que reseñamos en el capítulo respectivo so-
bre el papel del barrio en la teoría social. Y se vio ahí mismo de qué manera los
paradigmas bajan al sentido común tanto como son construidos desde el sen-
tido común. Un sentido compartido por teóricos y diseñadores a partir del
hecho de que muchos de ellos también crecieron en barrios cuyo significado
más profundo han naturalizado o idealizado. Lo concreto es que mucho de lo
que ahora forma parte del sentido común constituyó una parte de la teoría
oficial de hace unas décadas. Véanse si no las coincidencias entre los modelos
de la sociedad foik, la unidad vecinal, el modo de vida urbano, la cultura de la
pobreza, el barrio como cultura y el modelo dualista en general, con las asun-
ciones siguientes. Proponemos una clasificación hecha sobre la base de un
análisis de la relación entre problemas, causas y soluciones, las que, sumadas,
darían las teorías. Las agrupamos en seis tipos:
Sustancialistas: cuando apelan a explicaciones de tipo inherencial, por
idiosincrasias y tipologías sobre la gente residente, los barrios o determina-
das situaciones a-historizadas. Las encontramos tanto entre quienes actúan
profesionalmente en el barrio como entre los vecinos. En gran medida compo-
nen la imagen negativa del complejo, y deshistorizan la emergencia de un tipo
de gente, que sería la "causa" de todo lo que ocurre de malo en el barrio. El
efecto es la pérdida de iniciativa hacia soluciones cooperativas, y cuando és-
tas se intentan llevar a cabo desde organizaciones intermedias tienen como
consecuencia una letanía de quejas por la no participación de ese tipo de gente
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 209

en las soluciones pre-concebídas por los dirigentes o militantes. Asumen, de


esta manera, en forma ostensiva, la variable de la tipicidad de nuestro modelo
aproximativo. En muchos casos, esta teoría se combina con la del costo —que
veremos a continuación—, con las cultura I-urbanísticas (esta es "gente no acos-
tumbrada a la ciudad") y con las participacionistas.
Economicistas (teoría del costo): son las asunciones que hacen hincapié en
que lo que cuesta se cuida y a los que "no les costó nada llegar al barrio"' —pues
"les entregaron" los departamentos— nada les interesa del barrio. Subyace la
variable de la segregacionalidad, que pondría en caja a cada quien en su lugar.
Su paradoja es que los que coimearon para conseguir departamento son los
que pagaron más. En realidad, atribuye los problemas del barrio a su origen
mismo, a su razón de ser como vivienda provista por el Estado como un consu-
mo colectivo. Y se refuerza esta asunción con la valoración de los episodios de
tomas de departamentos, ya que ese sería el colmo de la entrega gratis, sin
ningún costo. Esto se referencia al interior del barrio mediante la diferenciación
entre los que recibieron y los que compraron, y entre las torres y las tiras.
Culturalistas (teoría de la cultura urbana): son las que relativizan los proble-
mas del barrio por su existencia en rodos lados, o que ponen como causas la
"falta de adaptación a la vida urbana" de determinados sectores socio-cultu-
rales. El dualismo de base plantearía nuevamente la tipicidad y, en forma
subyacente, la éspacialiüad y la idealidad como elementos salientes. El espacio,
los edificios, la oposición campo/ciudad y la falta de identidad que producirían
barrios como este, son las causas, en contraposición proporcional con los
"barrios de casas bajas". Una asunción también incluida en ésta es lo que
podríamos llamar la teoría del complejo habitacional, avalada por significaciones
negativas hacia estos lugares donde "no se puede vivir", porque son "paloma-
res", "se ve todo", no hay privacidad, la gente vive amontonada, etc. La contra-
dicción estaría dada por el hecho de haber significado —para la mayoría— una
verdadera "salida" (como consumo urbano) a una situación de falta de vivien-
da real.
Humanistas: cuando se establece como causal de los problemas sociales
en el barrio la "falta de educación", de "cultura" (como conocimientos y nor-
mas de buen comportamiento), el no control de los padres sobre los hijos, la
falta de control policial, el "abuso" de la libertad y la falta de cobertura estatal
de los problemas. Se vincula con la anterior cuando se argumenta que en fos
barrios de casas bajas los chicos pueden estar en la calle en tanto el barrio los
controla. La paradoja es que en el complejo literalmente no hay calles y sí
espacios funcionalmente dispuestos para contener niños, pero que no se usan
para ello, lo que plantearía una funcionalidad invertida en sus resultados de
acuerdo con la inclusividad como carencia dentro del sistema moral superior.
La calle, en realidad, acá adquiere un valor simbólico: el del no control.
Participacionistas: las que se basan sobre la falta de participación de la
gente, o en que el barrio no haya sido "elegido" por los vecinos para vivir. El
desinterés de la gente por participar sería el causante de los problemas
barriales. Y el concepto de participación se acota a la frecuentación de las
Antropología de lo barrial
210
instituciones barriales, con lo que aparece nuevamente la idealidad de rela-
ciones como fondo.
Historicistas: las que colocan como causas de los problemas la crisis econó-
mica, la dictadura, la represión, los gobiernos (municipal, nacional) y otros
hechos de tipo histórico-político, particulares o generales. Es netamente
inclusívista, ya que esas totalidades explicarían el barrio. Se acercan al
sustancialismo cuando estas causas actúan de obturantes del descubrimien-
to de otras determinaciones particulares de menor rango, que hacen a los
modos de organizarse de la gente en el barrio o de la construcción de identi-
dades.
Cada uno de estos conjuntos enuncian o actúan en función de lo que con-
ciben correspondientemente como soluciones de los males del barrio. Sea por
el tipo de gente, porque no les costó, por el diseño del espacio, por la falta de
educación o control, por la no participación o por razones macro-históricas, lo
concreto es que ninguna teoría de este conjunto, tiene en cuenta la relación
de mediación entre el escenario histórico general y los actores concretos que
viven el barrio, además de vivir en el barrio. Se privilegian las variables
escenográficas y deshistonzadamente identitarias de lo barrial, en desmedro
de las construcciones históríco-simbólicas, o lo que nosotros hemos llamado
el barrio como significado social: el barrio sentido por la gente. Todas las cau-
sas se colocan en el exterior de esa constitución histórico-social dada por el
hecho de vivir el barrio. Quedan, en realidad, fuera de estas argumentaciones
las realidades concretas de la identidad barrial, sentida principalmente por los
jóvenes del barrio, tal como hemos mostrado.

Epílogo proyectual: "Me están ofendiendo al barrio"


Los arquitectos no diseñan los barrios tradicionales, pero viven en ellos o los
añoran cuando viven en edificios de departamentos, y sí diseñan los complejos,
desde una asunción de sentido común de lo que debe ser un barrio. Por tales
razones resulta importante ver cómo relacionan los problemas del complejo
con su visión del diseño urbano. A tales efectos, vale mostrar una experiencia
que tuvo como protagonista a "nuestro" Lugano Uno y Dos, a la que llamamos
intertribal, donde desarrollamos un trabajo de colaboración de la Antropología
Urbana con la Arquitectura". El propósito fue re-proyectar el espacio público
del complejo, sobre la base de tomar como objeto de estudio —previo a la
acción de los arquitectos— el imaginario de la gente del lugar respecto al propio

Investigación Proyectual realizada en el Centro Poiesis de la Facultad de Arquitectura y


Urbanismo; investigación dirigida por el Arq. Jorqe Sarquis —director del Centro—, con la
coordinación de María Luz Pomar para el Grupo de Estudio de Arquitectura y Antropología,
integrado por Alicia Londoño, Horacio Cappa, Cristina Saavedra y Alberto Spadoni, y el
Taller de Investigación Proyectual, coordinado por Gabriela Pérez e integrado por Irene
Brewer, M. Ovidia, A. Kaplansky, L. Dubrosky, R. Torandell, E. Martínez, M. Pérez, F.
Moskovitz y D. Avramovich. Nuestra tarea personal fue de consultaría y asesoramiento
en los aspectos que hacen a lo antropológico y al análisis del imaginario.
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 211

barrio. La elección de Lugano Uno y Dos por el grupo de arquitectos estuvo, en


parte, motivada por nuestros propios trabajos. Dos colegas junto a los arqui-
tectos entrenados por el autor fueron al campo a realizar entrevistas y obser-
vaciones. Pudimos asi nosotros analizar ese material, con el cual elaboramos
algunas hipótesis sobre el imaginario. El contenido de esas hipótesis fue proce-
sado por todo el equipo y traducido a proyectos concretos de redíseño del
espacio público por ese mismo grupo de arquitectos, a los que se sumaron
otros tres equipos de proyecto. A continuación, los cuatro proyectos fueron
expuestos a un grupo de habitantes del complejo en la sociedad de fomento
dentro del mismo. Del intercambio con los vecinos surgieron nuevos análisis. La
pregunta que articulaba la acción era de qué manera o de acuerdo con qué
variables es posible realizar y profundizar una tarea como la que planteamos,
en la cual los diseñadores tengan en cuenta el imaginario de la gente destina-
taria de sus obras. El trabajo tenia un carácter meramente proyectual e hipoté-
tico, ya que las modificaciones no se harían efectivas. De todas maneras, se lo
encaró como si realmente esto fuera a suceder63. De acuerdo con esta primera
aproximación, llegamos a las siguientes hipótesis sobre el imaginario del espa-
cio público en el complejo, que volcamos al equipo de arquitectos.
"Es la gente de Lugano Viejo y Lugano Savio —nos decía, ya hace unos años,
un arquitecto residente en el complejo— la que ha llevado a crear fronteras; éstas
no existían antes. En Lugano Viejo había villas, no había fronteras. A través de la
aparición de los compiejos habitacionales sí comenzaron las fronteras..." Coincidía
con los pibes de la barra: "pa'ilá es otro mundo..." El tópico más recurrente, para
los entrevistados, fue el problema de la "seguridad" en el barrio, dado su aisla-
miento, su vivir dentro de un "ghetto". Se concluyó que esta sería la clave
(Rapoport, 1984) de acuerdo con la cual los vecinos del barrio interpretarían
según el código de sus propias expectativas a las propuestas de los diseñadores,
porque era así como sentían en esos momentos al barrio mismo. La gente
entrevistada consideraba la inseguridad como el problema prioritario a encarar,
sobre todo cuando se le planteaba una modificación o mejora de su espacio
barrial. En principio, pudimos distinguir diferencias respecto al significado de
seguridad según los diferentes actores: para las jóvenes mujeres residentes en
las tiras, parecería que el complejo resulta muy inseguro, al contrario de lo que
ocurre con los jóvenes varones que viven en las tiras, para los que el barrio
resulta más seguro. A su vez, esta calificación del barrio seguro parecería ser
compartida por gente de la tercera edad y adultos, también de las tiras. Pero,
en realidad, lo que expresan más que nada es la negación o refutación de la
idea de que el barrio tenga problemas de segundad en forma especial. Porque
no niegan que haya problemas de seguridad, sino que las relativizan con el

Nuestro enfoque no apuntó a lo representativo con respecto a las muestras. Se trató


de realizar entrevistas abiertas y significativas y un encuentro en la institución recono-
cida. Fueron catorce entrevistas. El valor de éstas estaba en su carácter experimental
por el hecho de realizarlas antropólogos y arquitectos y su alcance no iba más allá de
un sentido prospectivo. No hubo selección a príorí sobre variables de base de los acto-
res, ya que fueron encuentros realizados al azar en el espacio público.
Antropología de lo barrial
212
argumento de que "aquí pasa lo mismo que en todos lados" —o teoría urbanísti-
ca—. Podemos afirmar que, en general, los adultos lo ven más inseguro que los
más jóvenes y que desde las torres se lo ve como más inseguro que desde las
tiras. Por lo tanto, se habría de tener en cuenta esta diferenciación como clave
para la proyección de espacios comunes a tiras y torres.
El análisis de significado lo hicimos de acuerdo con las combinaciones de
asociaciones y oposiciones dentro de los discursos, como expusimos en nues-
tro modelo de análisis. Así, la seguridad se asocia con el conocimiento que la
gente tiene entre sí, que llega al extremo de presumir el ”salir a defender" cuando
alguien está en peligro de asalto. En cuanto a los referentes espaciales
concretos, la seguridad es asociada con los quinchos y con los negocios de las
tiras por las jóvenes. Pero hay que recordar que nuestra investigación demostró
que los quinchos resultan ser un espacio no usado más que en forma ex-
cepcional. A su vez, la gente de las torres trata de moverse "dentro de lo que
conocemos", que llega a constituir una identidad —dicho por ellos— "tipo ghetto",
("somos una isla"). Los espacios comunes son considerados más seguros en las
torres que en las tiras. En realidad, la identidad social de las torres se constitu-
ye, en parte, tanto mediante la asociación con la seguridad como en oposición
a las tiras, donde están las "barritas que roban", naturalizándose la ¡dea de que
las víctimas son de las torres. Como puede inferirse, el conocimiento mutuo (la
relacionaiidad de nuestro modelo) constituye uno de los valores. En lo que res-
pecta a la seguridad, se opone al exterior de los edificios, a los asaltos (asocia-
dos a las barritas de las tiras), y lo principal es que las tiras mismas aparecen en
estos discursos como "causas" de la inseguridad del complejo. En oposición a la
seguridad los espacios verdes aparecen vividos como particularmente insegu-
ros. Lo mismo ocurre con el espacio vacío e inseguro de atrás de los edificios. Y
lo mismo con el "parque enorme", asociado a la inseguridad. El espacio de la no-
calle, de noche, se asocia a la inseguridad, lo mismo que los recovecos que
tiene el espacio del complejo, por ejemplo las galerías y puentes, donde estén
las barras de las tiras. Y los comercios tampoco se usan para circular con tran-
quilidad, debido al temor por los robos. En general, entonces, se ve cómo se
considera más seguro todo el espacio más frecuentado, y más inseguro el que
no se frecuenta, porque el valor que prevalece es el del "conocimiento" mutuo
de la gente. Lo importante es ver cómo no se frecuentan espacios que
funcionalmente estarían destinados a la concurrencia de la gente (espacios
verdes, pasillos, negocios, y el fondo verde de los edificios). Los espacios que
componen el arras (las no-calles, los verdes, etc.) no frecuentados serían —dentro
de la concepción de la gente— lo que Solé Morales llama terrein vague, o en
cierto sentido pueden coincidir con los "no lugares" de Marc Auge, esto es: espa-
cios que no construyen identidades, ni identificación, ni sociabilidad. Nuestra hi-
pótesis central fue: para la gente residente en er complejo, el espacio no condiciona
en primera in$tancia los usos del espacio público como ella representación del "tipo de
gente", el "elemento", el "ambiente", que ocupa una función preponderante como
"causa" de los problemas del barrio y el barrio mismo como problema. Esto había sido
notado más en las entrevistas rápidas. En las más extensas se reconocían los
recovecos y las gruesas columnas, por ejemplo, pero se señalaba que el
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma
213
problema de la no concurrencia de la gente a los lugares públicos era por la
inseguridad (si bien se ponderaba el espacio natural del barrio: "el verde, el sol,
el aire puro"). Sin embargo, ei análisis de asociaciones y oposiciones nos de-
mostró que en realidad, los actores también cruzan este significado profundo
de "seguridad" con el uso concreto y material de los espacios públicos. La prue-
ba está en que cada uno considera más seguro el lugar que frecuenta más, y
que tiene asunciones y consideraciones pre-disciplinares64 sobre el espacio, lo
que reforzaba una idea de territorio propio, asignada o referenciada en los
espacios conocidos.
Una hipótesis dirigida hacia los proyectos afirmó que la gente recibiría posi-
tivamente las modificaciones del espacio público que se apoyaras en convertir
los "no lugares", como los atrases de la no-calle de los fondos, en espacios que
impulsen la reunión, pero no en abstracto sino de los "conocidos", de aquellos
grupos afines. Esta seria la clave para empezar, sin forzar en abstracto que
grupos distintos frecuentasen el mismo espacio. El desafio era no segmentar ni
segregar, sino facilitar levemente la afinidad grupal y tender a que los grupos
todavía no afines pudieran entrar en contacto como para paulatinamente en-
trar en la categoría de "conocidos", valor clave de los usos sentidos como segu-
ros. Como se ve, la posibilidad de encontrar un intento del estar juntos no
dejaba de estar presente aun en contextos de "colapso" del espacio público,
como lo habían definido los arquitectos. Y en esto tuvieron que ver aspectos
que hacían a la identidad del barrio y de los actores que más se sentían
involucrados en la constitución de una identidad social respecto de él.
El equipo de arquitectos acotó uno de los sentidos de lo público del espa-
cio urbano precisamente como el encuentro entre los cuerpos, referenciándolo
en las circulaciones y los encuentros de la gente dentro del complejo. Las
hipótesis de proyecto apuntaron al rasgo más saliente en la hipótesis central
del imaginario relevado: la sensación de inseguridad y aislamiento. Estos ele-
mentos fueron tomados como material proyectual. Se abordó la exigencia
externa del espacio de acuerdo con la necesidad de re-establecer la claridad
espacial de todos los ámbitos, apuntando a eliminar la sensación de inseguri-
dad y de conectar al conjunto entre sus distintas partes internas, que gene-
raban la ghettización. Algunos proyectos intentaron reconstruir la trama urbana
tradicional, haciendo atravesar por las partes colapsadas del espacio público
del complejo —lo que en el imaginario aparecerían como los arrases-unas
huellas de calles tradicionales o senderos arbolados. Otro apuntó a no anular la
experiencia espacial de los vecinos, amasada en dos décadas de residencia en
el complejo, y apuntaron a respetar las formas no tradicionales, si bien se
esmeraron en abrir y clarificar los espacios. Otro propuso convertir en figura el
espacio público que dentro del imaginario es vivido como fondo. La

Lo predisciplinar —según Sarquís— es el conjunto de conocimientos y asunciones que los


sujetos tienen respecto de ciertos objetos o campos objetuales de acuerdo con lo que
suponen o sobre la base de parámetros tomados de disciplinas profesionales; en este
caso, la arquitectura: la gente no sabe cómo hacer una casa, pero supone ciertos prin-
cipios (que no tiene sistematizados como un profesional) de lo que "debe ser" una casa.
Antropología de lo barrial
214
muestra de los trabajos fue realizada en la organización intermedia que fun-
cionaba dentro del barrio. El contacto con los dirigentes de la misma había
surgido durante el trabajo de campo. En esa jomada fue donde se condensa-
ron algunos aspectos que hacen a la experiencia definida como de intertríbus.
El día de las exposiciones, ya al llegar el contingente de profesionales al
barrio hubieron de serpentear por entre los alambres que cercaban los frag-
mentos del espacio público alrededor de las torres. Cercanos al local de la so-
ciedad de fomento nos apartamos de la fila india y nos acercamos a dos hom-
bres y varios chicos que miraban con quietud resignada un gran boquete en
uno de los alambres que cercaban la canchita de fútbol, "lo hicieron por pura
maldá... Aquí sólo se juntan los pibe del barrio... Tratamo que no estén en la calle,
viene un montón de pibe, los entrena Castro, que jugó en la primera de Boca...". El
rumiar era casi unánime entre los presentes, mientras retorcían el alambre ya
retorcido por los nocturnos visitantes de la canchita... "Total, si no se puede robar
nada, es por maldá no más..." "¿Quiénes son? Y... vienen de ahí [señalando una
tira]; son tres o cuatro, pero mire lo que hacen...". Las preguntas que nos queda-
ron flotando eran: ¿para qué cercar si no hay nada que robar? ¿Para que no se
ingrese a un lugar vedado? Pero no las pronunciamos. Sólo nos dejamos llevar
por las significaciones nativas, actitud que dio sus frutos porque a los pocos
minutos nos estábamos enterando de que el esfuerzo de los vecinos para
juntar el dinero que había posibilitado la construcción del local de la asociación
civil, más las instalaciones deportivas diversas, había sido acompañado por un
subsidio de un diputado nacional, que casi equivalía al monto invertido.
En la reunión quedó en evidencia la distinción entre las categorías de los
arquitectos y las de los vecinos. Entre estas últimas se suponía —por nuestras
hipótesis acerca del imaginario— que las imágenes preponderantes serían las
de la inseguridad y la fragmentación dentro de las partes valoradas en forma
diferenciada del complejo (tiras / torres, por ejemplo). Los conceptos no nativos
del lugar (aunque sí nativos de la tribu arquitectoril) produjeron en algunos
casos cierto hermetismo en la recepción de los discursos. Por ejemplo, cuando
se hicieron referencias al "exceso programático". Se notó también una diferencia
entre los arquitectos que habían trabajado junto a los antropólogos y quienes
no. Uno de éstos afirmó que "la seguridad es subjetiva", contradiciendo de hecho
la hipótesis de resignificación del espacio con que se había concurrido a hacer la
exposición, que establecía que los vecinos leían el espacio público del complejo
de acuerdo con la clave de la inseguridad. En otro momento, desde el mismo
equipo que no había trabajado junto a los antropólogos se llegó a criticar a
quienes habían alambrado los perímetros del espacio público con la frase "cam-
pos de concentración". Uno de los vecinos se levantó enojado y protestando: "Me
están ofendiendo al barrio, me voy". Y se fue.
Este problema de traducción, que se había previsto desde esas hipótesis
del imaginario, tenía su base en la construcción de la otredad de los habitan-
tes, principalmente partiendo de la no coincidencia entre los significados de
ellos y los de los arquitectos. Y esto se puso en evidencia con el no uso de la
hipótesis por parte de estos profesionales. En campo —durante la exposi-
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 215

ción— nosotros pudimos, ademes, constatar nosotros una ventaja de la cons-


trucción del otro, cuando —mediante entrevistas ocasionales— obtuvimos un
dato que podemos categorizar como la no espontaneidad o desinterés de los
vecinos presentes; en realidad, eran todos militantes barriales —además de
vecinos— y con participación en la interna barrial. El episodio de la partida del
vecino ofendido sirvió también para constatar el afecto y el sentido de perte-
nencia hacia el barrio, su identidad, según él cuestionada por el profesional.
Esto se vio reforzado, durante el intercambio, por datos sobre la visión positi-
va sobre el barrio mismo de los jóvenes nacidos en el complejo y de los mis-
mos adultos residentes. El tópico de la inseguridad dentro del imaginario que-
dó plenamente verificado. Tan es asi que varios vecinos habían concurrido
directamente con la idea —que se había originado en los subsuelos latentes
del mismo imaginario y se había transformado en rumor patente— de que
"esos arquitectos vienen a poner un bar dentro del barrio". El rumor fue tan fuerte
que concurrieron para expresar su oposición al proyecto: "porque si acá ponen
un bar no se va a poder estar tranquilo ni seguro ... alguna vez pusieron uno y lo
tuvieron que cerrar ... venimos a oponernos por la segundé del barrio".
La hipótesis que el equipo había trabajado acerca del imaginario sobre la
territorializadón del complejo de parte de los distintos grupos quedó corrobo-
rada por medio de lo que los vecinos verbalizaron: "el espacio que no ocupa-
mos nosotros lo ocupan otros ... esto fue como la Conquista del Desierto ...
emprendimos una lucha y lo obtuvimos". La misma constitución de la sociedad
de fomento era considerada como una ocupación territorial del espacio público,
contra los otros, lo que verificó, además, nuestra idea sobre la afinidad cons-
tructora de diversas terrítorializaciones dentro del barrio, vividas como gestas
barriales ("acá era todo descampado... lo hicimos a pulmón"). Los alambres, como
se puede ver, no eran la causa de la fragmentación del espacio público, y su
correspondiente segmentación del uso, sino la consecuencia de la asunción
del espacio concebido como territorio, tal como lo definen Hall o Silva. "Acá la
segundé no funciona en el espacio abierto, ahora estamos pensando en sacar los
alambres ... y levantar paredes."
-Finalmente, corroboramos también, en el trabajo de campo adjunto a la
reunión, la hipótesis de que la causa principal de los problemas del barrio
— principalmente la inseguridad— es, en el imaginario, el tipo de gente que
lo habita, o sea: nuevamente el sustancialismo y el pecado de origen. Un
dirigente barrial lo ilustró de esta manera: "el problema de este barrio es que
la gente lo usa de dormidero ... es barato, está muy desvalorizado... por la
gente que vive. Fíjese que ahora si demuelen Fuerte Apache65 y les dan veinte
mil pesos, como dicen, ¿adonde van a ir? Y... se vienen acá". Esta argumenta-
ción —tan "teórica", por lo demás— de hecho era imposible de obtener en

Fuerte Apache es el ya citado (en La ñata contra el barrio) Barrio Ejército de los Andes,
uno de los complejos habitacionales más "manchado" dentro del imaginario urbano
de la Región Metropolitana. Pocos días antes había sido propuesta por el gobernador
de la Provincia de Buenos Aires su dinamitación (efectivizada luego en parte), que es
a lo que refiere el entrevistado.
Antropología de lo barrial
216
la reunión pública, pero sí en-el contacto personal, etnográfico. En la reunión sí
quedó reforzada la asunción de que el barrio está estigmatizado desde el qué
dirán o el dicen que, es decir: desde la imagen que se hacen de él los habitantes
de los otros barrios. Se escucharon todas las frases típicas de este tipo de casos:
"acá ios taxis no te traen . . . l a gente, nosotros, yo, bah, tienen vergüenza de decir
dónde viven, porque te preguntan '¿no tenes miedo?, yo no voy ni loco'... de otros
colegios no mandan los chico a los de acá ... nos ven mal ... acá hay droga, pero es
corno en todos lados, acá se ve ... los vecinos, en general no luchan, no se mueven,
soto hubo una movilización muy'grande cuando amenazaron con trasladar a la
Villa 31 acá enfrente, ahí sí que se movilizó todo el barrio".
Un trabajo de acción interdisciplinana como el que planteamos tiene su
base en el criterio y en el hecho de que los diseñadores tengan en cuenta el
imaginario de la gente destinataria de sus obras. Para esto es importante
que el arquitecto mismo incluso vaya al campo, a construir la otredad (Gravano,
1995). Esto no implica el seguidismo a ios actores en sus expectativas, ya que
éstas siempre son elaboradas desde criterios pre-disciplinares (respecto a la
arquitectura), en el sentido, que ningún actor ignora lo que es una casa, una
calle, y siempre tendrá una noción de sentido común con la cual responder,
incluso para expresar una demanda. Del cruce entre las hipótesis sobre el
imaginario construidas por nosotros (y eventualmente por otros analistas,
como semiólogos, por ejemplo) con las hipótesis profesionales sobre el espa-
cio surgirá la acción proyectual, que llevarán a cabo los arquitectos. A partir de
aquí, pueden tenerse todos los contactos que se requieran entre los destina-
tarios y los diseñadores. El problema es cómo desarrollar esta tarea, de modo
que no se reduzca a un mero diálogo asimétrico o a una acción de marketing
superficial. En este sentido, el enfoque antropológico colabora para obtener
una visión analítica profunda, cuestionados de la realidad, que apunte a los
significados implicados y a la simbolicidad barrial y no sólo a los discursos
explícitos. Hay que tener presente la diferenciación entre las categorías ana-
líticas y profesionales de los arquitectos y ¡as de los vecinos, tal como se
evidenció en el contacto que describimos. Esto impone no renunciar a los
discursos hegemónicos teóricos de cada disciplina sino traducirlos, domesticar
los conceptos, de modo que no resulten herméticos a los destinatarios; que
se establezcan puentes que hagan posible la comunicación, en suma: familiar
lo exótico. El episodio registraba el no tener en cuenta la clave de la inseguri-
dad del imaginario tal como la internalizan los vecinos y el sentido de perte-
nencia e identidad respecto al barrio corrobora esa necesidad.
Relacionada con esta diferenciación debe ser tratada la distinción que se
dio en la reunión con los vecinos entre la visión profesional y la de ios actores,
cuando —desde los vecinos-militantes mismos— se menospreció esta última.
Aquí se puso en evidencia el sentido no protagónico (pasivo) que los militan-
tes asignan a los actores (y que autoasumen cuando ellos se consideran
actores), cuando depositan —en su asunción— el saber sólo en los profesio-
nales. En realidad, lo que hacen es competir con ellos. Y el actor no compite,
participa o no, actúa o no, protagoniza o no. La actitud de autoasignarse
inferioridad por no ser profesional implica asumir que sólo aporta el que es
El anti-barrio: imagen histórica o fantasma 217

depositario profesional de ese saber y el actor queda, de esta manera, des-


autorizado, aunque sea el personaje usuario del proyecto. En cierto sentido,
el actor es el que más sabe, porque es el que wVe el proyecto. No se lo puede
soslayar. Esto es algo de suma importancia para tener en cuenta en la conti-
nuidad de esta experiencia. Ningún intento de mejoramiento o modificación
puede abordarse desde una mera mirada técnica que no tenga en cuenta a
los actores involucrados, de la misma manera que no es válido tomar como
único punto de partida la opinión de los actores. El re-diseño que apunte a un
proyecto de mejoramiento debe tener en cuenta la confluencia y entrecruce
de ambas racionalidades, la de los destinatarios y ia de los profesionales. El
cruce entre el tema de la identidad barrial y el de la particularidad de este tipo
de asentamientos urbanos es clave: el primero nos pone en contacto con la
hipótesis de una matriz de sentidos de pertenencia desarrollados en forma
desigual entre los actores que habitan el espacio barrial, principalmente los
jóvenes. Y el segundo nos impone ver las variables que inciden en la construc-
ción y re-construcción de las identidades y de lo que Lynch llama procesos de
identificación espacial. Concretamente: la historia de las generaciones acos-
tumbradas a la vida barrial típica y tradicional, de casas bajas, donde el espa-
cio se cuadricula en los sentidos de pertenencia de lo barrial, se reconvierte
en el complejo moderno gracias a las ausencias de la cuadra, la calle, la esqui-
na. Así como se reconvierte el espacio físico, ei vivido encuentra otras claves
para su legibilidad.
Lo señalado en el caso del contacto intertribal entre profesionales y veci-
nos militantes adquiere el sentido doble de verificar las hipótesis de interpre-
tación social (sobre sus preocupaciones más sentidas, por ejemplo) y consta-
tar la dinámica contradictoria de los procesos de gestión social u organización
intermedia, entre los que irremediablemente debe insertarse toda acción
proyectual. Se trató aquí de reconstruir un mapa mental de estas imágenes
significativas, que nos colocara ante los problemas que acarrearían las solu-
ciones, esto es: el conjunto de prejuicios, creencias, imágenes y valores arrai-
gados acerca del barrio y de la ciudad que tienen sus habitantes, en-general
y como destinatarios (o eventualmente agentes) de esos cambios. El re-
saltamiento del espacio y el tiempo vividos de la realidad barrial urbana —más
allá de lo físico— se constituyen (o se deberían constituir) en una parte funda-
mental de la perspectiva integral con que este tipo de proyectos podrían ser
abordados, dejando de lado la exclusividad de los ideales abstractos del pla-
nificador, en aras de la indagación por los entrecruces complejos y contradic-
torios de las representaciones y las realidades concretas. Es necesario refor-
zar en forma interdisciplinaria (o intertribal), entonces, una tercera línea de
investigación de la problemática urbano-barrial, que tenga en cuenta las dos
señaladas en los dos contextos de necesidad del concepto de barrio (diferen-
ciación socio-espacial e ideal de vida), pero que apunte a desentrañar el pa-
pel del barrio en la reproducción y transformación tanto de la vida social mate-
rial como de la producción ideológico-simbólica que insoslayablemente la com-
pone, para lo cual resulta de fundamental importancia la reconstrucción de la
Imagen histórica del espacio urbano, aunque le ronden los fantasmas.
Diseminación de lo barrial

Los valores de lo barrial en la diversidad


Visto lo barrial como un conjunto de valores capaces de generar la cons-
trucción de una producción ideológica y una identidad, quisimos ver de qué
manera y con qué alcance algunos de sus sentidos tienen vigencia más allá
de esos contextos particulares donde los registramos en principio y en forma
intensiva. Intentamos, asimismo, dar un cierre a las muestras empíricas, me-
diante una serie de registros puntuales sobre el significado de lo barrial en
distintos tipos de barrios en la Región Metropolitana y la Ciudad de Buenos
Aires. Abarcamos un universo amplio, en el que distinguimos tres tipos de
barrios, a los que denominamos a, b y c, teniendo en cuenta variables
morfológicas66, socio-históricas67, de ubicación6G y categorizaciones dentro del
imaginario. El a) es el de mayor prestigio dentro del mercado inmobiliario69,
habitados por sectores funcionalmente vinculados con el capital, de origen
familiar inmigratorio europeo. En el b) incluimos una gama muy amplia de sec-
tores medios, que en el imaginario no ocupan un valor extremo, ya que no son
usados para simbolizar a los sectores más altos ni más bajos70. El c) engloba
barrios de sectores más pobres, básicamente de trabajadores, con prepon-
derancia de procedencia familiar inmigratoria interna y de países limítrofes,
tanto en lugares céntricos (deteriorados, independientemente de su origen
medio o aun alto) como producto de loteos, periféricos, en asentamientos de
autoconstrucción en terrenos intrusados, e inc lus o algunos complejos

Tipos de vivienda: carácter de la construcción, número de plantas, valores compara-


tivos.
Función preponderante, clase social, sectores ocupacionales, étnicos, origen.
Provincia, distrito federal, anillos periféricos.
La muestra abarcó los barrios de Belgrano R, Beigrano, Recoleta, Palermo, en la
ciudad de Buenos Aires, y Lomas de San Isidro y La Lucila, en el Conurbano.
La muestra abarcó las partes de los barrios que se nombran a continuación que
coinciden con la tipificación dada: Villa Pueyrredón, Villa del Parque, Caballito, Catalinas
Sur, Villa General Mitre, Coghlan, Colegiales, Chacarita, Villa Ortúzar, Floresta, Villa
Urquiza, Once, Liniers, Saavedra y San Telmo, en Capital Federal, y Caseros, Munro,
Santa Rita, Ciudad Evita, Olivos, Jardines de Moreno, Pelufo, San Justo, Ciudadela
Sur, Barrio Parque 37, Atalaya, Villa Ballester, Bella Vista, Banfield, Quilmas, Mataldl
de Bella Vista, Sarandí, Avellaneda, Lanús, Lomas del Mirador, San Isidro, Vicente
López, Büulogne, Tigre, Parque Cisneros, Villa Adelina, Florida, Lomas de Zamora,
Muñiz, Martínez, Villa Dominico, Wilde, Remedios de Escalada, Riestra, San Andrés,
José León Suárez, Morón y San Martín, en la RMBA. La muestra abarcó 37 adultos y
19 jóvenes.
Diseminación de lo barrial
219
habitacionales de provisión estatal" . A los b y c los llamamos populares, defi-
nidos por la oposición entre sectores más vinculados al trabajo que al gran
capital" ; en concreto, conforman estos barrios la clase obrera {en actividad o
paro forzado por el desempleo) en toda su diversidad, y los sectores medio
bajos (de acuerdo con distintos marcos teóricos). En los tres casos hemos
distinguido dos tipos de actores: adultos por un lado y jóvenes por el otro,
debido a la incidencia que esta distinción asume en nuestro modelo de la
ideología barrial referenciada en las identidades tanto del barrio viejo cuanto
del complejo. La técnica de campo aplicada en esta instancia fue de entrevista
rápida. También volcamos los resultados de talleres barriales (realizados en
distintas organizaciones no gubernamentales) en donde se recogieron testi-
monios escritos de vecinos y alumnos de establecimientos escolares (en es-
tos casos, por maestros a l o s cuales entrenamos específicamente).
Transcribimos en algunos casos las palabras textuales y en otros las paráfra-
sis que pretenden reflejar un número recurrente de casos particulares. Opta-
mos por colocar más los textos que las fórmulas, tal como hemos hecho con el
estudio de los otros capítulos, pues el propósito principal consiste en saturar
de verificación el resultado de nuestras interpretaciones, y por eso realiza-
mos entrevistas de corta duración. Fueron realizadas algunas en la vía públi-
ca, en viviendas particulares, en lugares semipúblicos y en instituciones esco-
lares y sociales, donde mediante la colaboración de docentes y vecinalistas
pudimos acceder a universos acotados de entrevistados73. La pregunta central
(no necesariamente formulada en forma directa) apuntó al significado del barrio
para cada entrevistado en particular y en forma personal. Se buscaron las
asociaciones y las oposiciones y se aisló el conjunto de rasgos. Se asume un
esquema de cinco dimensiones, a las que en forma arbitraria definimos
como: 1) dimensión focal, denotativa de lo barrial, incluidos sus opuestos
semánticos; 2) dimensión axiológíco-connotativa, de asociaciones y oposicio-
nes, que forman los valores con que se compone el significado central; 3)
dimensión referencial-social, dada por la vinculación con los referentes espa-
ciales y sociales, principalmente los "otros"; 4) dimensión temporal, donde se

Se ubican en Barracas, La Boca, Constitución, Almagro, San Telmo, Soidati, en Capi-


tal, y Lanús, Berazategui, El Tala (Solano), Dock Sud, Gerli y Facundo Quiroga, en la
RMBA. Se encuestaron 125 adultos y 99 jóvenes, total 224.
Este acotamiento del concepto de sectores populares lo desarrollaremos en el último
capitulo. Las muestras podemos distribuirlas de esta manera:
Tipos de barrio adultos jóvenes totales
BARRIOS A 29 13 42
BARRIOS B 38 27 65

BARRIOS C 118 106 224

Totales 185 146 331


Antropología de lo barrial
220
referencian épocas u oposiciones entre momentos; 5) dimensión
teórica, en la que se incluyen las interpretaciones de los actores —de hecho,
esto se da más en el caso de algunos militantes y dirigentes barriales—
referentes a las necesidades de los barrios, a las razones de diversos aspectos
críticos de la vida barrial, a las luchas y a los modos de llevarlas a cabo. Es
posible establecer algunas relaciones de coincidencia entre estas cinco
dimensiones y las ya distinguidas para el análisis de los significados y el
sentido de la identidad barrial: la dimensión focal coincidiría con la definición
de los significados (rasgos), la axiológica con la simbólica, la referencial-social
con la socio-espacial y la temporal con la homónima del análisis de sentido. La
dimensión que llamamos teórica proviene del análisis inductivo, en donde han
surgido posiciones de los actores respecto a interpretaciones y reflexiones
sobre el mejoramiento del barrio, estableciendo problemas, causas y
soluciones, tal como hemos visto en el capítulo anterior, para algunos vecinos-
militantes en particular (lo hemos profundizado en los jóvenes, como se verá),
que están componiendo hoy en día los diversos movimientos barriales.
En la dimensión focal de los adultos de barrios medios, la oposición entre lo
que representa lo barrial y su contrario se asoció con la fórmula barrio versus
centro, asociado este último a lo comercial, el ruido, la congestión y la heteroge-
neidad social, con la ambigüedad de que el mismo centro es y no es considera-
do un barrio. En forma asociada, el valor de la tranquilidad sirve para señalar lo que
produjo un cambio en la esencia barrial {"lo principal aquí era la tranquilidad, y la
estación de servicio arruinó todo"). En rigor, la referencia espacial para la
distinción entre lo barrial y lo no barrial es sumamente recurrente, pero hay que
distinguir entre lo barrial como sinónimo de paz y tranquilidad sentidas por los
actores porque es el barrio propio; de la no-paz y la no-tranquilidad dentro del
barrio que se representan por la distinción entre momentos: "ay, Coghlan, es un
barrio tranquilo, de casas bajas, pocos edificios, típicamente residencial; tiene apaci-
bles amaneceres mi barrio, pero La paz se altera al mediodía, por los chicos, los autos
que los van a buscar a las escuelas..." (ama de casa, 38), y queda nítidamente
asociada a la oposición entre la morfología de casas bajas (típicamente barriales)
y edificios de propiedad horizontal no barriales. En realidad, se evidencia cómo
alrededor de cada uno de estos términos se asocian paquetes de significados
que apuntan rectamente tanto a una etapa del sujeto dicente como a una
forma de vida dada por una naturalidad y relacionalidad interpersonal, valo-
rada como mejor y por la cual es recurrente hasta la "entrega" de la vida: "a mí
que me saquen en cajón del barrio, no me voy por nada". Lo barrial referenclado
en el espacio propio diseña los límites de la pertenencia y sirve para hlpotetizar
conductas: "me resulta muy agresivo todo lo afuera del barrio... si yo podría [sic] no
saldría, para nada". En cuanto al significado central, como se ve, no se encuentra
una diferencia sustancial entre los barrios medios y las identidades del barrio
tradicional y moderno ya expuestas.
¿Qué pasa en los barrios populares?
La mujer trata de apoyar sus manos sobre la escoba mientras se acomoda
el pelo en la puerta de su modesta vivienda de material sin revocar, mientras la
Diseminación de lo barrial
221
Virgen de Lujan en la oquedad del costado de la puerta parece vigilarle sus
"confesiones" cuando habla del marido (ausente por haber encontrado una
changa, práctica codiciada en esa parte de Sarandí, partido de Avellaneda): "Él [por
su marido] cree que el barrio es una porquería, me tiene podrida, sólo le da el
significado de la amistad, el barrio para él son sólo los amigos; claro, esto no tiene
mucho de lindo, pero a mí me gusta, no sé, lo siento así". Para Elvira, directora de
una escuela de San Telmo, el barrio puede ser un conjunto de casas, con gen-
tes que simplemente las habitan, pero agrega convencida: "un barrio debe ser
expresión de una tradición, culturalmente organizada, donde [los vecinos] se res-
peten entre sí, se brinden desinteresadamente..., en síntesis, el barrio es el princi-
pio de identidad ciudadana". Fernando, médico clínico de 33 años, lo define retó-
ricamente: "[Esta parte de banús] It's my life... es mi vida, mi terruño, mi habitat...
es mi lugar, ¿te parece poco?... La vieja üe al lado me pide antiinflamatorios, mi
vecino me devuelve la pelota que tira el nene, mi otra vecina me tira las ratas
muertas, hace falta más luz, ... que no se inunde tanto sería bueno también... El
barrio es el útero donde uno vive.". Para Lucy, panadera de Berazategui: "En fin,
el barrio es un sentimiento, un sentimiento que nunca vas a olvidar".
Los ojos de Elena (ahora en Almagro pero antes en "su" barrio "de la pro-
vincia") miran hacia el tiempo cuando reflexiona sobre el barrio: "Y... se cono-
cen y comparten muchas cosas... conozco al panadero, al verdulero, al carnicero y
ellos me conocen a mi... el saludo... buen día, uno lo resume como que es parte de
cada uno; los delantales almidonados, con las tablas paradas y el moño atrás... el
asado de las fiestas patrias, el 25 de mayo todo el mundo comía asado... las
ligustrinas, ir al centro para las vacaciones de invierno, comerse una pizza, ir a ver
una película... los albañiles, la mezcla, se construían muchas casas, o arreglando,
entrar la arena, los ladrillos, el pasión, los soquetes de las mujeres grandes, doce
pesos de 'El Conventillo de la Paloma', ir a ponerse las vacunas para el colegio en
febrero, a la salita, mi hermano yendo a ver a la novia, cuando salía de la casa
claro... los velorios...".
Roberto, zapatero de Soldati, metaforiza: "Yo veo al barrio por los olores y
los colores, que por momentos se confunden y serian entre los marrones y grises
y los verdes del mate y alguna mocita con malvón colorado; otros casos serían los
sonidos, que pueden mostrar la alegría y la tristeza, esa que no tiene un límite
concreto". "El barrio es el doña, es el che pibe, el viejo, para mí —dice Orestes,
jubilado de comercio, de Barracas— es una comunidá, pero con historias perso-
nales, con diferencias de clase, resentimientos, envidias, el lugar donde pasamos
nuestros días, lugar de sueños, juegos y afectos, tristeza y alegría, la primer
pelota, soñando parecernos a nuestro ídolo, la barra, café, amigos, mujeres y vino,
calles, bocinas, fábricas que fueron, los que no volvieron".
Queda clara la permeabilización necesariamente temporal del significado.
Con los testimonios más retóricos se obtiene un cuadro que parece saturar el
paradigma de lo barrial. La definición irónica muestra en ocasiones una
ambivalencia en acto, pero con una recuperación del amor al barrio a pesar de
sus males y reivindicaciones. Para Alfredo (38 años), residente en un barrio
de casas bajas, ambulanciero de la sala de un complejo habitacional de Par-
Antropología de lo barrial
222
que Almirante Brown, "mi barrio es todo... una porquería, tengo un lindo arroyo,
varias curtiembres, en el arroyo [ultracontaminado] pesco, hay edificios altos,
muchos delincuentes; nací en este barrio, toda la historia de mi vida está acá...
anoche estuve en un velorio, estaba lleno de chusmas; lo único bueno es que
tengo colectivos para cualquier lado y también que nos inundamos mucho; antes
el arroyo era agua cristalina, te podías bañar, ahora con las curtiembres, las fábri-
cas de lana... Ahora van a entubar... dicen... Ah, una linda villa a dos cuadras,
tenemos el corralón municipal... una plaza, dos lindas canchas de dos empresas,
aunque en una enseñan a los perros; vecinos que son macanudos, a la noche
estamos en la vereda, para tomar cerveza; yo no me quiero mudar, toda la gente
se quiere morir aquí, nos conocemos hace cuarenta años, me vieron nacer... yo
no quiero que asfalten, a mí me gusta así, tengo muy buenos amigos, hay mucho
compañerismo; tendría que pasar más el patrullero, hay muchos delincuentes...
la cuna de los delincuentes, los conozco a todos, son todos amigos míos, a mí no
me afanan; mi barrio es hermoso, hay muchos drogadictos, la convivencia es
buena, afanan los de otros barrios, claro: si somos todos conocidos...".
La solidaridad aparece más en los barrios populares: "El barrio para mí es un
lugar que uno quiere mucho, donde sabe que nunca va a estar solo, por más miseria
que tenga. ¡Si lo sabré yo cuando vine a vivir al complejo, con mi hermano [que]
recién [había sido] desaparecido!" (María Eva, 49 años, de Soldati). "Mi primer
regalo del Día de la Madre se lo compraron a mi hijo una pareja de vecinos para que
me lo diera a mí, porque mi esposo estaba desaparecido y él era chiquito" (Clara, 44
años, Colegiales). A la vez, se muestra su estrecha ligazón con la relacionalidad:
"sí te pueden hacer un favor ahí están, es que se conocen casi todos". La compara-
ción entre las relaciones solidarias vecinales y familiares coloca a éstas últimas en
desventaja moral ("más vale un vecino que uno de la propia familia de uno,
tengo la suerte de que desde siempre somos los mismos vecinos, y a todos les
interesa la vida de los otros no por el chisme sino por compartir las alegrías y las
cosas en que se pueden ayudar"), donde también queda plasmada la necesidad
del arraigo para nutrir la relacionalidad y la solidaridad, lo que no deja de incluir
la ambigüedad: "el barrio, para mí, es donde unos a otros podemos visitarnos y
amigarnos cuando somos nuevos, nos ayudamos entre todos, bueno... algunos... a
veces hay solidaridad, pero muy poco". Es que la solidaridad tiene como razón el
conocimiento mutuo dado por la vida arraigada de barrio: "Un barrio es donde yo
conozco a todo el mundo" (Raúl, 32, fletero, de Almagro). Y este valor está en
crisis en mayor medida en los barrios medios que en los bajos, ya que se nota
que en el barrio obrero, pobre, el conocimiento mutuo como garantía de segu-
ridad y de confianza tiene mayor vigencia.
La imagen más recurrente del barrio medio podría sintetizarse con la opi-
nión de un habitante-arquitecto de edificio en propiedad horizontal, sobre la
base de! contraste con un ideal de barrio popular que le sirve de parámetro:
"Este no es un barrio de veredas compartidas y construidas como prolongación
comunitaria de la vivienda, los encuentros son pocos, la gente se cruza sin cono-
cerse, la vereda sólo es el lugar de los encargados de edificios". Con lo que se
constata que la relacionalidad no pierde su lugar en el modelo, sólo que pare-
Diseminación de lo barrial 223

cería estar en crisis; por eso algunos se preguntan; "¿barrio no es donde toda la
gente se conoce? Bueno, yo acá no conozco a más de tres vecinos, porgue es un
lugar muy céntrico, no hay tranquilidad"; siempre subordinado al eje temporal:
"acá se perdió mucha confianza, ya no nos conocemos entre todos". Por eso lo
contrario a la relacionalidad es el desconocimiento y la supuesta pasividad en
las relaciones, no la hostilidad, la heterogeneidad, la rivalidad vecinal, ni si-
quiera la agresividad: "Yo sé quiénes están en la pesada, pero no acá en el
barrio, acá me respetan, porque nos conocemos de hace años..." (Jorge, 40,
cuentapropista, Dock Sud).
En los barrios más pobres, si bien la relacionalidad es relevante Cuno ni
tiene necesidá de llamar a nadie en la cuadra que ya saben que usted necesita
algo", Carmen, 56 años, kiosquera), es recurrente la familiaridad con el lugar y
sus actores en forma impersonal, sintetizada en la frase "todo el mundo me
conoce", aunque no resulta obligatorio que todo el mundo se "trate". Además,
la generalización misma "todo el mundo" pasa a formar parte de la asunción
del paradigma barrial, más que ser un dato particular. Esto puede emerger
aún de los significados contrarios: "El barrio para mí es un lugar de paso, no
tengo contactos afectivos ahí, es mi lugar donde sé que vivo, pero mi idea de barrio
es de mayor contacto, pero para poder hacer mis actividades yo necesito vivir en la
ciudad, no en el barrio" (Pablo, 30 años, actor). La relacionalidad, en suma, tiñe
de barrialidad la convivencia, claro que no necesariamente confirma las asun-
ciones positivas de los actores, que pretenden —en su idealización— que las
relaciones dentro del barrio sean "buenas" entre los vecinos. Es algo más
complejo: viene a la memoria la respuesta de un santiagueño (de La Banda)
al juez, cuando era indagado por el motivo de haber asesinado a su vecino: "Fue
por razones de vecindad, señor..." 74.
En estos registros de entrevista rápida, lo familiar —que ocupaba un lugar
de importancia dentro del modelo de lo barrial en el estudio intensivo en el
barrio obrero— surgió también, siempre asociado a los demás valores de lo
barrial. Lo constatamos en los discursos de la militancia vecinalista75. Por su
parte, el amor al barrio se explícita mediante el gusto y por no querer irse ("si
me tengo que ir me muero"). En tren de especificar o justificar ese apego al
barrio, lo recurrente es indicar referentes espaciales y principalmente recurrir
al argumento temporal, incluso metafóricamente personalizado: "para mí el
barrio es todo porque nací y crecí en él... él me vio hacer todo, de pibe". La signifi-
cación del amor porque sí, porque es el barrio de uno, abarca a todos los tipos
de barrios. A su vez, la tranquilidad, como un atributo de lo barrial, es un valor

74
Relato personal del escritor y ensayista Bernardo Canal-Feijóo al autor.
75
"A/ igual que una familia que padece problemas, el barrio se tiene que organizar, discutir
seriamente cuáles son los problemas y debatir entre todos en forma organizada, responsable
y concreta las soluciones debaCiúas, afinando la puntería en caso de no hacer blanco con la
solución llevada a la práctica, hasta lograr el objetivo. Al igual que una familia, disfrutemos
los beneficios, pero pongamos el hombro todos para solucionar los problemas, porque el
barrio es eso, una gran familia" {dirigente barrial de Soldati); palabras que serían recu-
rrentes en las asambleas barriales surgidas de la crisis de fines de 2001.
Antropología de lo barrial
224
que se pondera o se niega como dato, pero condicionado por la relacionalidad
("conozco a los pesados"), ya que balazos y delincuentes en un barrio pueden
no ser ningún obstáculo para calificar a éste de "tranquilo". Esto hoy está en
crisis no tanto por la tranquilidad como valor, que sigue siendo patrimonio de
lo barrial, sino de la inseguridad asociada con la delincuencia, que para la
barrialidad del barrio está subordinada a la reiacionalidad arraigada, esa que
permite que un barrio con chorros siga siendo "un barrio tranquilo".
Mientras en los barrios medios la crisis es vivida con mayor perplejidad y
constituye más una reivindicación, en los más pobres no deja de asociarse ai
valor paradigmático del trabajo (por la gente "de trabajo" que lo habita y que
marca su identidad), que tiene una significación más ponderativa que decir que
es un "barrio obrero", pues destaca el valor del trabajo en oposición —en general— a
"lo que se dice de acá, de este barrio... acá es un barrio tranquilo por el momento,
gracias a Dios... toda gente de trabajo", con mayoría de desempleados.
En los barrios de tipo a) el valor más recurrente es el arraigo, pero preva-
lece la distinción del sector social arraigado, referenciado por los apellidos y
tradiciones familiares "ilustres". La familiaridad, por otra parte, está garanti-
zada por la relacionalidad del sector social distintivo, no de! barrio, en el que
ios referentes pueden ser el club (no del barrio), la parroquia (no del barrio
necesariamente), la familia y el círculo de clase social más que el de la comuni-
dad barrial. En estos barrios no populares prepondera el valor comunitario de
la Imagen de ciudad, o aun mayor (San Isidro: "una ciudad", Belgrano: "un
país"), y el barrio se deja para las bromas o los tonos irónicos, cuando se trata
de menospreciar, parodiar un significado grupal o estigmatizar un comporta-
miento. Cuando es lo de uno, si bien está presente, el barrio no adquiere los
valores de la barrialidad sino de la clase social, como eje de distinción. Y el
barrio no-popular se subordina a esta relación, actuando como referente de
la distinción de clase. Otras veces, el barrio mismo corta y simboliza lo popular;
"Caballito ya no es un barrio, antes era barrio, ahora ya hay Club de Leones...". En el
barrio a), la tranquilidad está, a su vez, subordinada a la referenclalidad espacial
concreta: no es atributiva de Barrio Norte, ni de Belgrano, pero sí de Belgrano R
y de Lomas de San Isidro, por ejemplo. Pero aquí el tema de la tranquilidad se
reviste de una problemática más abarcadura, pluribarrial y creciente: la
inseguridad del barrio propio es causada por el otro barrio, el estigmatizado, de
donde vienen "esos negros". En el barrio popular, la inseguridad surge cuando
se meten con nosotros, no cuando hay chorros ("eso hubo toda la vida"). Lo
nuevo es que no haya "reglas" (las de antes), que no se respete la
barrialidad, "que no se pueda salir a caminar tranquilo", porque son los de acá
contra los de acá. Es lo que se refleja cuando se habla de "ruptura de códigos"
de los ladrones de ahora, que roban en su propio barrio76. Abarca principalmente a
un actor que no entra dentro del valor de la relacionalidad barrial: la policía. Y
la policía formaría parte de una red que desde la barrialidad

76
El ejemplo que vale es el de una banda de jóvenes de Belgrano Que robaba casas
del propio barrio (1997).
Diseminación de lo barrial 225

no se controla. Más bien la policía (la real, no la idealizada para que controle a
los jóvenes de hoy) constituiría en el barrio una red amparada en la no
relacionalidad: ampara a la banda, le asigna territorios, la utiliza para dirimir
cuestiones internas propias; todo alejado de la barríalidad misma de la banda
que es del barrio o de barrio. En síntesis, la percepción de la inseguridad se
vincula —en estos contextos— estrechamente con la otredad dentro del barrio.

La gente en y del barrio, las mitades otras y el dolor de


ya no ser (barrio)
En la dimensión referencial-social, el espacio es el referente de definicio-
nes formales y que distinguen entre la gente en el barrio y la gente del barrio.
En la primera alternativa lo que se plantea es la diversidad de actores y tipos
sociales que transitan, trabajan, viven en un barrio, los personajes que ac-
túan allí. Son los barrios tipo a), en sus zonas comerciales, y los barrios me-
dios en general, los que muestran mayor grado de diversidad, en tanto los
barrios populares restringen comparativamente esa variedad. En lo que hace
a la gente del barrio, se invierte la consideración, en la medida en que los
barrios más populares muestran una tipificación de mayor densidad, en tanto
en los barrios medios y altos la mayor heterogeneidad permite un abanico de
perspectivas críticas hacia el "tipo de gente". Por ejemplo, es común encontrar
tipificaciones de los barrios altos como de "gente cerrada", "gente desagradable
por búsqueda de prestigio", junto a "gente amable", y demás caracterizaciones,
aun entre los mismos vecinos. En el barrio popular, en cambio, la mayor
recurrencia en la calificación de la gente del barrio apunta a características
homogéneas como "gente de trabajo", "humilde pero bárbara", y cuando se se-
ñalan diferencias precisamente se pone en acción el modelo, porque lo que se
indica es a "aquella de 'nariz pa'arriba', ¿qué se cree, que es de Barrio Norte
esa?"; "en mi barrio vivimos todas gente de condición humilde, trabajadora, por
supuesto que como todo barrio de tantos habitante se halla en él gente con distin-
ta costumbre, jóvenes con problemas de drogadición, chico vagando por las calles
a la buena de dios..." (Carola, 43, ama de casa, Soldati). Lo que nos coloca ante
la partición o segmentación del barrio entre los unos y los otros, como hemos
mostrado ya.
Pocos son los barrios que no queden, en el imaginario externo o interno (de
sus propios vecinos), divididos en dos, como lo señalaba el periodista para los
"dos San Miguel" (ver La ñata...). En Lomas de San Isidro se presentan "dos
diferencias sociales muy marcadas: la parte alta de las Lomas, con gente de mucho
poder adquisitivo, y la parte baja, donde hay un ambiente totalmente distinto; en
este barrio la división entre el 'alto'y el 'bajo'es muy abrupta" (Javier, 50, rematador);
"en Ciudadela Sur hay bastante respeto entre los vecinos, incluso con los comer-
ciantes de la zona; pero con el barrio marginal hay otras características... la estación
ferroviaria queda cerca, pero mejor no ir de noche, ni de día... es territorio de 'ellos"'
(Eduardo, 52, empresario, San Justo); "Boulogne está dividido en dos partes bien
diferenciadas, una residencial con casas grandes y jardines amplios, y luego una
Antropología de lo barrial
226
zona con casas más pequeñas y sin grandes jardines que pertenece a personas de
menores recursos económicos" (Alba, 63, docente); "acá hay dos territorios: uno
es este; es tranquilo, concurrido, comercial, pasa mucha gente... para el otro lado de
Santa Fe es terrible, por las bodegas ¿vio?" (Marcelo, 47, comerciante, Palermo [se
refiere a las bodegas Giol, desocupadas, tomadas por gente sin hogar y
desalojadas por orden j u d i c i a l en 1995]). El espacio, para este conjunto de
actores, queda dividido en mitades en el sentido de dos partes, donde lo barrial
se referencia en forma ambivalente en los dos lados, pero se inclina por el
sector "propio", sobre la base de la atribución de lo barrial al nosotros, en la
misma medida en que se le niega a los otros.
En ocasiones el actor queda nítidamente fuera del barrio, en tanto se inclu-
ye o es incluido dentro de la identidad villera: "Yo no sé qué es el barrio, porque
para los que están del terraplén para allá... nosotros no tenemos derecho a hablar
de barrio. Cuando recién llegué me iba con una bronca cada vez que me bajaba del
colectivo, porque cuando veían que uno se bajaba en la parada de Perito Moreno,
no faltaba quien lo mirara a uno con cara de asco, porque uno no iba al barrio sino
que venía a la villa" (Santos, 43 años, jornalero, poblador de la Villa de San
Lorenzo). Se asume con conciencia y enojo el hecho de que se le niegue no
sólo vivir en el barrio, sino poder hablar de barrio. Para él, barrio es un otro
externo, aun cuando hemos visto cuántos testimonios incluyen a las v i l l a s
dentro de los barrios. Pero a los otros de adentro, de igual manera se les
niega y se les atribuye ser de! barrio, con la misma ambigüedad. "'Acá hay
dsscuidistas, cartoneros, todo les viene bien, pero hay una raza especial, es una
'ciudad' coreana, ojo, los ciruja [que suben al tren con los carritos] son negros,
esos vienen de la villa, yo no tuve problema, pero éstos [los coreanos]..." (Edgardo,
29, comerciante, Belgrano). Cóctel de orros, como puede verse. No es el único.
"£sos [por los judíos del barrio de Once] son unos negros, pero negros del alma
y no de piel" (Osear, 54, cuentapropista). "¿Seguro que eran de la villa, villeros?.
Puede ser, vienen y hacen cualquier cosa acá, pero los de la villa ¿de donde van a
sacar plata para comprar semejante auto?" (comentario escuchado luego de un
robo en Barrio Norte, en respuesta a una cuipabilización recurrente). "En uno
de los barrios que viví, era como estar con la familia y amigos, me sentía estar a
gusto, porque cuando salía veía a la gente de! barrio como amiga, y en el que estoy
viviendo (que es el último) veo que se creen dueños del barrio dos o tres personas
y creen que porque hace mucho tiempo que viven en él, les da derecho. Y de los
que llegamos aquí la miran como bicho raro. Y te sentís como que no tenes dere-
cho a opinar y hacer algún trabaja barrial por el solo hecho que ellos no te cono-
cen" (Alicia, 35, ama de casa, Soldati). Dueños del barrio. "Patrón de la vereda"
dice el dicho, para la barra de la esquina. Estos otros, ¿están dentro del ba-
rrio? ¿son parte de lo barrial del barrio? En el ejemplo quedan expuestos (por
el otro, al que se considera o£ro) los dueños del territorio de la participación
barrial: los militantes. Y esto nos lleva directo a otra dimensión de la disemina-
ción de los significados, la temporalidad.
"Yo tengo la desgracia de haber visto esto de casas bajas, y ahora esto [seña-
lando con la cabeza hacia un gran edificio], es una locura, cuando tenia 12 ó 13
Diseminación de lo barrial
227
anos era el paraíso y ahora mire..." "No me hable de este barrio... si me dan ganas
de llorar, cuando uno veía para allá se veía todo luz, verde, la loma de Núñez, las
casas de como diez cuadras, y ahora con la torre ni el sol ni la luz ni nada, y hay
que aguantar a cada loco..., no lo digo por usté, pero hay cada loco ahí" (Rosa, 59,
comerciante). Nuevamente el espacio convertido en tiempo: "El barrio forma parte
de uno, es un pedacito de un rompecabezas que forma la historia de cada uno de
nosotros" (ama de casa de Gerli). Gladis, docente de Soldati, pinta al barrio
como "allí donde el presente se conjuga en tiempo de pasado". "Encontrarse con
uno mismo al pasar los años, el progreso de la sociedad... y ver la gente cómo
cambia", acotará una madre al lado de Gladis, mientras el antropólogo adquiere
transparencia en la medida en que ambas se meten para adentro de cada
una, por medio del significado del barrio puesto en el pasado.
En los barrios más pobres la recurrencia a la dimensión temporal es mayor
que en los barrios medios: "Barrio es el de antes" (Miguel, 37 años). Para María
Clara (empleada), "mi barrio, en el que nací hace casi cincuenta años, era lo más
bello, tranquilo, donde todos éramos uno solo; pero con mucho dolor hoy día no
puedo decir lo mismo, el barrio se perdió bastante, ya no existen las calesitas, ya
no está el hombre que vendía ios pirulines en las plazas, ahora es un lugar de
recuerdos" (Alicia, médica, 45). La apelación al barrio-tiempo que fue no siem-
pre implica una deshistorización. Se cruza con lo personal en forma abigarra-
da y a veces no hay manera de desenredar ambos niveles, pero encierra una
objetivación cuando se ampara en hechos contrastantes, al menos en lo
vivencial: el miedo ahora cambió de lugar. Es que nos acercamos a manifesta-
ciones en ias que la añoranza de la época base de nuestra teoría se referencia
con índices precisos y fácticos de indudable constatación. Los entrevistados
de barrios más pobres nos dan una muestra de la emergencia cruda y crecien-
te del problema de la inseguridad que no podemos confundir con la
deshistorización de marras: "hoy no se puede confiar en el otro plenamente,
tenemos que mantener las puertas cerradas por los robos; me gustaría vivir en
otro lugar más tranquilo, más seguro, para poder relacionarme con otras perso-
nas y que mis hijos tuvieran sus amigos, que sea un poco el barrio de la época de mi
viejo". Se esgrime la época base con un sentido reivindicador, si bien se
podría preguntar si la desconfianza se tiene hacia los vecinos o hacia los no-
vecinos. Lo cierto es que cuando se particulariza, a ú n dentro de la
deshistorización de base, se puede aceptar que el contraste objetiva: "¡Pensar que
antes se podía nadar en el Riachuelo!" (Francisco, 88 años).

La conciencia de los barrios pobres


En esta dimensión situamos las visiones de los actores respecto de nece-
sidades y explicaciones generalizadoras sobre las realidades barriales. No es
casual que, en una muestra al azar como ésta, haya surgido en mayor medida
la interpretación "teórica" de aquellos sujetos que en el escenario barrial de-
sarrollan actividades de militancia, tanto social (en instituciones intermedias)
como netamente político-partidaria, y de los barrios más pobres. El interro-
Antropología de lo barrial
228
gante principal de estos registros apuntó a explicitar con cuál significado de lo
barrial actúan estos actores. Es alrededor de este eje que fue posible —no
casualmente— encontrar un área de connotaciones amplias y diversas que, a
esta altura de nuestra exposición, tampoco es casual que resulten reitera-
das; pero ese es el objetivo de este capítulo: mostrar la validez del modelo de
la ideología de lo barrial en un ancho y saturado abanico de contextos. Vale la
pena, empero, detenernos en los contenidos que sólo encontramos en los
barrios pobres y en esos específicos actores, que compondrían esta conciencia
de los barrios pobres, como la rotulamos aquí. En cuanto a la dimensión que
nominamos teórica, no salimos al campo a buscar la teoría en boca de nues-
tros entrevistados, pero no se debe soslayar cuando éstos asumen un nivel
de generalización y explicación que obliga a tomarlos no sólo como la voz de
los actores, sino la voz de los actores que reflexionaron (y practican) en forma
más orgánica sobre estas cuestiones, y por lo tanto tienen una particular
importancia, si bien no mayor que la de cualquier vecino.
¿Cuáles son las necesidades más solicitadas en este tipo de barrios? Entre
los habitantes en general se apunta a dos: los servicios urbanos 77 y el "tipo de
gente" que "hay que sacar"; es decir, en las respuestas se sugieren desde ya las
soluciones, que en ocasiones también apuntan a lo general: "Yo pienso que el barrio
podría mejorar si la policía entrara en el barrio y sacara a los drogadictos y a los
malvivientes, opino que a los pobres hay que dar una oportunidad para pagar las
cuota y también por las personas que no consiguen trabajo..." (Ornar, 23, cadete,
Soldati). La agencialidad o responsabilidad de parte de las soluciones se atribu-
yen a los vecinos en general o a las comisiones en particular, pero siempre son tos
otros, aunque se los incluya en el barrio: "No podemos culpar sólo a los demás por
su falta de limpieza, pues si nos lo propusiéramos, otro sería su aspecto; y esto es
producto de una falta de educación que viene de mucho tiempo atrás, un lugar donde
ir cuando hay que cambiar el alumbrado o decir qué vecino hace lío" (varios testimonios
de Villa Soldati). Entre los militantes, en cambio, si bien se reconocen las
necesidades de servicios y la cuestión de la inseguridad como prioritaria, se abre
el espectro de consideraciones hacia un plano más general. El barrio es concebi-
do desde la pertenencia y la identidad, tanto individual como colectiva: "el barrio
es el otro y soy yo" (Mariana, 38, militante barrial); "el barrio para muchos es el lugar

77
"Serían muchas las cosas para que un barrio sea muy bien organizado... Medios de
transportes. Una ambulancia permanente en la saiita del barrio. Teléfonos que funcionen.
Plazas para los niños. Un centro cultural dentro del barrio. Limpieza en las calles. Más
iluminación. El arreglo del polideportivo. Cosas fundamentalmente en lo cultural, recreativo y
salud. No existe un lugar donde nuestros niños, jóvenes y, por qué no decirlo, también
nosotros, los adultos, podamos asistir, como ser un buen club, cine, teatro, un gimnasio. De
pronto nos sentimos corno desorientados. Existen pocos teléfonos. Si por la noche se llegara a
descomponer algún miembro de la familia y al no poseer medio de transporte propio presenta
una verdadera odisea. Estoy hablando del barrio Soldati (Complejo Habitadonal Soldati), a tan
sólo 40 minutos de pleno centro de la Capital Federal: tenemos un centro de salud muy
deficiente, no tenemos guardias permanente, ni siquiera una triste ambulancia. Arreglar las
calles y las plazas para que jueguen los chicos. Quizá el barrio necesite una plaza, la más cerca
está a ocho cuadras, no sé que otra hay. También sería policías que se ocupen de la segundad de
los habitantes, en especial de los niños, y también sería sala de primeros auxilios donde se
pueda atender de inmediato".
Diseminación de lo barrial
229
físico donde tuvieron que caer cuando dejaron de pertenecer a la clase media o inten-
taron probar suerte en Buenos Aires, dejando tes provincias, por eso les pertenece y les
es extraño" (Jorge, 39). Esta visión histórica, empero, no deja de mezclarse con
la deshistorización típica, que reivindica la relacionalidad barrial-vecinal: "El barrio hoy
ya no existe, se perdió eso, hay poca conciencia de pertenencia al barrio" (Judith, 44).
Cuando los militantes refieren a los valores de tipo comunitario, reaparece la
connotación formal de lo barrial: "el barrio es una de las comunidades más
importante que interesa al hombre" (Roque, 55); "si bien hoy prevalece el
individualismo, hay prácticas solidarias que no se dan sino en barrios populares: el
vecino es muy importante porque es el que nos mira la casa cuando no estamos, es
el que organiza el Día del Niño es la Sociedad de Fomento y el que nos alcanza algo
para comer cuando no hay laburo" (Gustavo, 50). Esta conciencia comunitaria, en
rigor, para esta ideología, debería darse, pero en general forma parte de lo even-
tual y aspirable, no está dada y se sustituye con idealizaciones de una comuni-
dad modelo: "El barrio crece y se desarrolla si crecen y se desarrollan sus habitantes.
Se estanca culturalmente si sus habitantes no son debidamente alfabetizados como
para exigir de las autoridades lo que el mismo necesita" (Claudio, 32).

El barrio de los pibes


La dimensión focal, o sea, el significado denotativo del barrio y lo barrial
para los jóvenes y niños de los distintos tipos de barrios establece que 78 el
barrio es un lugar donde puede vivirse o no, pero —vivencialmente— "el barrio
es todo, es la vida misma"; lo fundamental es sentirlo, si bien para cada tipo de
barrio encontramos matices. Los jóvenes de los barrios del tipo a) definen
más este sentimiento como un "orgullo, privilegio, de pertenecer" a una "clase
alta" que vive en el barrio, a la que también definen como "grupo social de
prestigio", que se referencia como las "cares conocidas". Y comparten con los
chicos de los otros dos tipos de barrios la visión del barrio como "mi territorio",
que se frecuenta, "donde uno se crió", independientemente de si viven o no en
él en la actualidad, resaltando el surgimiento de lo barrial con un sentido
despectivo cuando se trata de contrastarlo incluso con el propio barrio: "esta
parte de Belgrano es más barrio: está más sucia, típico de barrio", en tanto la otra
parte, la limpia, es definida como "una maravilla", "el paraíso", "propio de Belgrano".
Para los locos bajos de los barrios populares, en cambio, el sentimiento se
expresa —por ejemplo, en los barrios b)— como sinónimo de un "espíritu de
barrio", que abarca a la familia, la crianza, la amistad, la solidaridad, el arraigo
y la relacionalidad con los vecinos. En tanto, en los c), es donde se coloca el
foco en las prácticas barriales (juegos, jodas), además del "vivir" y sentir al
barrio, y el abanico se abre hacia algunos significados sintomáticos y encade-
nados: "el barrio es la parte de la ciudad donde te ubicas", "es el lugar de uno",
"donde vivimos todos juntos unos al lado del otro", "donde hay muchas viviendas

La mayoría de los registros a que hacemos referencia fueron tomados a jóvenes y


niños de entre 11 y 18 años. Si no hallamos grandes diferencias, englobamos las
muestras para esta exposición.
Antropología de lo barrial
230
con gentes", o "una casa grande con muchas casitas adentro" (sentido espa-
cial), y recurrentemente definido por los niños de edad escolar como sinónimo de
"comunidad", "porque asi lo vimos en la escuela". Lo que llama la atención es que
para los barrios más populares, junto a los significados positivos se intercalan
peleas, tiros, robos, asaltos, violaciones, "falopa", muertes violentas, miedo al
maltrato de los adultos y dos notas a destacar: las referencias a la "falta de
trabajo", que incide en "cómo estamos todos en el barrio" ("si la gente está mal,
el barrio está mal"), la época del "Proceso [militar]", donde "mi barrio sufrió, como
todos los barrios de la Argentina", y el chusmerio, dados como aspectos negativos
para el barrio.
En la dimensión axiológica, o conjunto de valores asociados a ese foco de
lo barrial de los jóvenes y chicos de esos diferentes barrios, encontramos, los
mismos valores del modelo de lo barrial, básicamente la pertenencia o identi-
ficación (lo que habíamos llamado gusto) respecto al barrio ("esto es incambiable por
nada", "yo a mi barrio lo quiero, lo llevo adentro de mi corazón", "es una maza" 79), y la
relacionalidad {"la gente vive para el barrio", "acá tengo mis amigos", "hay
confianza entre todos"). Ambos son los valores presentes en los tres tipos de
barrios. La diferencia es que lo opuesto a esa relacionalidad se da en mayor
proporción cuando los jóvenes se refieren a los adultos en particular: "cada
cual está en su mundo", "se meten como topos en las casas", "no se aguantan",
"casi nadie se conoce", "son muy cerrados", "te tratan mal". Esta mayor
recurrencia se da en los barrios medios y altos. La solidaridad, la familiaridad
y la tranquilidad se dan en bloque y en forma unánime, contrastadas con la
señalización de la corrupción policial y el control adulto, sentidos como invaso-
res del espacio barrial propio. V como valor únicamente registrado en los ba-
rrios de tipo a) recurre la referencia considerada positiva del "mundo aparte"
del barrio "de status alto" que da prestigio ("esto porque es re-lujoso y a uno lo
pone como mejor, ¿viste?, como en una vidriera; a cualquier lugar llegas y comentas
algo del barrio y ya surge: huy mira, esa vive en Belgrano, y te da más posición"),
que puede constrastarse con la visión desde el barrio c): "es lindo vivir aquí
porque te haces miles de amigos de acá, y no podes mandar ninguna cagada,
porque son amigo del barrio, es como si cagarías al barrio entero".
La dimensión temporal se representa con gran incidencia dentro del barrio
juvenil, básicamente dada por la referencia al consabido antes, por el que
"aún se mantiene el espíritu de rioba, la esencia de esto", o porque "esto todavía
sigue siendo un barrio", que se opone al vértigo de la vida "actual" donde "se
vive a mil", y marcas definidas, como las edificaciones en propiedad horizontal
y principalmente los shoppings. Hemos contrastado que en el interior de mu-
chos de estos lugares los jóvenes reproducen las prácticas barriales de la
parada y la ritualidad típica de la esquina, pero su horizonte ideológico acerca
del barrio continúa referenciándose en la estampa tradicional de éste, en la
calle y la esquina. Esto se da en los barrios tipo a) y b). En los más populares,
las alusiones a la dimensión temporal apuntan a la historia concreta, como se

79
En la jerga juvenil equivale a "lo mejor que hay", "muy bueno", etc.
Diseminación de lo barrial
231
ha señalado, y se focaliza más en la diferenciación entre el barrio propio y el
de los adultos, al que sí se sitúa "en otra época, en la de ellos, por eso se meten
para adentro".
En la dimensión referencial-social, el barrio de jóvenes y chicos apunta a
los diferentes acotamientos del espacio barrial y a los tipos de gente que
circulan por el mismo, vistos desde su perspectiva. En cuanto al primero, se
notan las diferencias que impone la diferente condición social, con el matiz ya
señalado de la ponderación de clase que realizan los jóvenes de los barrios
a), en la que —para ello— utilizan simbólicamente a los barrios c) y a las villas:
"este barrio tiene una identidad propia, es re-joya, pero algunos parece que fueran
villeros", "acá, todo el barrio, viste, los pibes son re-coquetos, muy bronceados,
siempre se cuela algún grasa de otro barrio, pero en general, está re-bien, aunque
haya algún creído... esto es una mezcla de lo sencillo con lo fino". A su vez, tanto
en ios a) como en los b), el barrio de los adultos es unánimemente tildado de
careta, esto es: un barrio compuesto por gente que se coloca en la vitrina de
la fachada moral, para distinguirse de los jóvenes barríales, esto es: drogadic-
tos, vagos, etc." 80. En los barrios populares, por su parte, se simboliza el anta-
gonismo social mediante la alusión al "Barrio Norte", pero no para referenciar
expresamente a quienes habitan allí sino a los que siendo residentes del
barrio "grasa" ostentan ínfulas de ser "chetos" y querer parecerse a los de
Barrio Norte, o Recoleta, "y en el fondo somos todos iguales...". En los barrios
medios, no se detecta una diferenciación entre lo barrial por la oposición entre
casas y departamentos, tal como sí ocurre con los barrios de tipo c). Y en el
barrio a), la distinción directamente no aparece. Cuando en el barrio a), como
en et b), se hacen referencias a la gente, surgen espontáneamente apellidos —
algunos dobles, en los a)— de "familias típicas del barrio" y se rememoran
parentescos y notoriedades. En los populares en conjunto (fa y c), las alusio-
nes son más a grupos (los bolitas, los paraguas, los coreanos, los taños). Las
descripciones del barrio por parte de los chicos de los barrios populares mues-
tran mayor diversidad de personajes, situaciones y espacios. Aparecen casas
tomadas, conventillos, delincuentes, peruanos, prostitutas, patoteros, dro-
gadictos, "policía maldita", todos formando parte del barrio. En los barrios a)
estas mismas situaciones no se ven como formando parte del barrio, si bien
se las "conoce" en general. En los barrios medios, las distinciones mayores
pasan por ios "Chetos" y "nosotros", y por los barrios partidos en mitades: una
"familiar", la otra el "aguantadero". Es la variable social la que talla en este tipo
de distinciones, esgrimida para ponderar la valorización de la clase social (como
"grupo de prestigio"), que parece tomar a lo barrial como indicador de diferen-
cias. Al barrio —para los chicos del barrio a)— se lo tiene ambiguamente como
extremo socialmente "bajo", a la vez que consideran también a su barrio como
tal. Y en los jóvenes de los barrios populares, el paisaje social "bajo" no se
utiliza para diferenciar valorativamente, sino para describir lo cotidiano.
80
Originariamente el término careta apunta a aquel que no se droga y que, desde la
ideología moralizante, ostentaría una distintición respecto a los grupos que sí lo
hacen; seria el equivalente del "gil", como sinónimo de trabajador de otras épocas.
Antropología de lo barrial
232
El nivel de reflexión de estos actores respecto a sus barrios nos brinda un
cuadro donde básicamente se responde a la pregunta sobre cómo se mejora-
ría el barrio. Para los jóvenes de todos los tipos de barrios, toda mejora pasa-
ría por las personas, principalmente los mismos jóvenes: que dejen de ser lo
que son; claro que refiriéndose al grupo de los oíros, que son los que dan una
imagen negativa del barrio. En segundo lugar, los adultos deberían dejar de
ser "tan cerrados". Y en tercer lugar, la policía ocupa el lugar del enemigo funda-
mental de la juventud misma, porque "está en contra del barrio, de nosotros".
Para los niños de los barrios c), en cambio, la policía es la que debería actuar
por la seguridad del barrio. Focalizamos la atención en los niños de los barrios
del tipo c), de hecho, porque un grupo de docentes de primaria con el que
realizamos un taller de trabajo barrial indagó acerca de la visión de los niños
de complejo habitacional Soldati (en Capital) y un barrio pobre (Villa Sarmien-
to, en el Conurbano), caracterizados ambos por su población estigmatizada.
Los pequeños de once a trece años respondieron a la pregunta ¿Qué necesita
el barrio?: "Que no te puteen, amor, cariño, libertad, paz, felicidad, cuidado, gente
unida, más gente humilde, ayudar a los chicos que se drogan, ayudar a las fami-
lias que viven en las casitas, arreglar las escaleras, las luces, poner semáforo en
las calles y pintar las paredes y barandas, que saquen a los chicos que está de joda
y a la vez se drogan y hacen problemas y andan con revólver-para poder amenazar
a las gentes y poder agarrar a las chicas de prepo y violarla, sólo se arreglará que
estemos muertos en la calle y termine un mundo acabado de discordia, odio,
maldad". "Para que el Barrio mejore podíamos reunir a todo los vecinos para poder
sacar la mafia que hay en el barrio, que vienen de otros lados." "Que todo sea más
barato, que haiga más negocios, que arreglen los ascensores, la plaza, más vigi-
lancia, iluminación, guarderías, cloacas, escuelas, salud". "Que bagan limpieza de
chorros y drogados que no podes salir ni a la puerta, si ustedes hacen esto sí que
va a ser un barrio."
La asunción positiva pasa por la tranquilidad y la relacionalidad, a pesar de
constatar los mismos males que señalan los adultos. Establecen la diferencia-
ción entre los conocidos —que compartirían los valores de lo barrial— y los no
conocidos, los extraños barriales: "Mi madre quiere irse del barrio porque andan
con ametralladoras y revólveres, y yo no quiero irme porque aquí tengo mi escue-
la, mis compañeros y a mis amigos; para andar bien con los chorros tiene que
juntarse con ellos, si es nuevo en ei barrio, porque los que ya son viejos, que viven
desde hace mucho, no le hacen nada porque los conocen". Pero "hay chicos que
por descuido de sus padres o porque sus padres necesitan plata o ropa salen a
sacar ropas de las sogas o entran en casas, también le dicen 'lo poxi' porque se
drogan con poxirrán". Se agencia a los vecinos adultos la responsabilidad de lo
que se entiende deberían ser mejoras sobre el barrio; apuntan a mejores
servicios, mejores relaciones interpersonales y más seguridad. Para esto, se
apela a soluciones netamente "aduitas", desde la provisión de servicios hasta
la represión, que se personaliza en la policía. El barrio querido termina siendo,
a causa de los otros —"esos poxi"—, "el barrio que me da vergüenza", "el barrio de la
muerte", aunque sigue siendo querido desde lo barrial. Los chicos del barrio
pobre, al querer solucionar los males del barrio, colocan en ellos mis-
Diseminación de lo barrial
233
mos, como otros, las causas de que eí barrio ahora sea eso. Mientras, lo
barrial queda mantenido en los valores que deben "defenderse" de esos otros
a los que "hay que sacar", aunque por la relacionalidad de lo conocido
barrialmente se los incluya, y así sí 'Va a ser un barrio".

Diseminación que corrobora el modelo


Se ha visto de qué manera la recurrencia de ios rasgos de lo barrial está
relacionada a variables socio-económicas y morfológicas, pero mantienen una
vigencia plena de acuerdo con las muestras. Se nota una tendencia a que los
barrios más populares se vinculen más con las luchas sociales, los problemas
de violencia, drogadicción y las necesidades de cada barrio, destacándose en
este rubro más los habitantes de conjuntos habitacionales que de
asentamientos. Se nota una tendencia a que en los barrios medios los límites
se hagan más difusos, por un lado, y emerjan consideraciones sobre el carác-
ter no barrial, o imagen negativa respecto a los valores de lo barrial, del barrio
en cuestión. Dado el carácter azaroso de las entrevistas, es importante des-
tacar que se encontró el mayor grado de recurrencia de militantes barriales
en los barrios c) y en menor grado en b), y nada en a). La visión de estos
militantes expresa principalmente la participación como un valor, y se expla-
yan en términos generalizadores que nos hacen rotularlos como teóricos de
lo barrial. En los barrios populares, en forma exclusiva, se recurre al señala-
miento de la solidaridad y la pertenencia. En los adultos del barrio a) no apa-
recería la relacionalidad como un valor.
Parecería, entonces, haber una mayor correspondencia entre los barrios
populares y los valores que componen lo barrial. En efecto, en los adultos del
barrio a) no se hallan los valores de lo barrial, al menos en estas muestras. La
juventud si comparte la barrialidad en los barrios a)81. La división en mitades
barriales se detecta en todos los tipos de barrios, aunque nosotros no la regis-
tramos en los jóvenes de a). Las referencias a las prácticas barriales faltan sólo
en los adultos de a). El sentimiento positivo y la pertenencia al barrio no se da
sólo en los barrios populares, pero sí menos en los jóvenes de los barrios
medios. La familiaridad aparece en todos los tipos de barrio, pero en los adultos
se da sólo en c) y en los jóvenes sólo en los a) y b). En forma puntual, hay que
destacar que la dimensión focal del significado de barrio concurre más en los
jóvenes. La identidad, reflejada en el explícito deseo de no mudarse del barrio
o de negarse a hacerlo, se da particularmente en los barrios populares, si bien
también es común en los adultos de los barrios medios. El cambio se da sólo en
jóvenes de los barrios medios, lo mismo que las luchas, si bien en los militantes
adultos de c) alcanzan el punto de mayor recurrencia.
El arraigo como valor, e indicado con la deshistorización de un antes valo-
rado positivamente, sólo aparece en c), en los adultos-militantes. El mayor
81
Pensamos en un trabajo que se detenga en indagar la barrialidad de los ex-
jóvenes del barrio A, esto es: a los adultos de ahora pero en cuanto a jóvenes de
barrio (de su época).
Antropología de lo barrial
234
nivel de teoría y resalte del valor de la participación sólo en militantes c), inclui-
das las necesidades. Se corrobora la vigencia del modelo de la producción
ideológica de lo barrial, esta vez referenciado en distintos tipos de barrios.
Pero, sin duda, esa vigencia se intensifica en los barrios populares. Este mo-
delo estaría representado por los siguientes valores (ya d e f i n i d o s ) : la
relacionalidad —ausente sólo en el barrio a)—, la solidaridad, la familiaridad y
la tranquilidad —ausentes sólo en adultos de a)— y en jóvenes de c) los tres.
Lo que denominamos el amor por el barrio, representado por el no querer
abandonarlo, está ausente en los barrios de tipo a).
Lo nuevo respecto a los otros registros empíricos es la recurrencia de la vio-
lencia, rechazada sobre la base de la asunción culpabilística: es el "tipo de gen-
te", sobre todo ciertas categorizadones que sirven para "solucionar",
descontextualizando, la problemática, como ocurre ya no con los jóvenes —sólo
para los adultos de c)— sino con los "drogadictos", sobre todo entre los mismos
jóvenes. El otro rasgo que sobresale está dado por la incidencia de los militantes
barriales, quienes colocan como tópico principal la participación, o más bien la
"falta de participación". Así como también aparece una gama de teorías acerca
del barrio y de la participación, que no se apartan de las que distinguimos
para el anti-bsmo. En forma coincidente ocurre con las luchas sociales dentro
del barrio, vistas por estos mismos militantes. En tanto, los niños de c) repro-
ducen el modelo de la culpabilización en forma contradictoria, tanto que termi-
nan incluyendo a la juventud de los poxi dentro del barrio en la medida que en
comparten la relacionalidad con ellos. La deshistorización se da más en los
militantes adultos que en los jóvenes, para quienes lo barrial ha adquirido un
valor de uso más práctico.
A mayor prestigio del barrio más difusos sus límites para quienes se
interesan por vivir en él, como el caso de Belgrano. A veces, por un rasgo
ausente se puede inferir un valor: el caso de los barrios en donde la de-
marcación oficial de las calles no coincide con el sentimiento de pertenencia
al barrio. La excepción a esta "regla" de la difuminación espacial del barrio
se da cuando el barrio es estigmatizado como villa miseria o como barrio de
"chorros", o "de putas", etc. Allí, espacialmente se torna a veces difusa la
referenciación. Y también en el extremo opuesto, cuando se trata de un
barrio prestigioso, cuando la pertenencia al barrio resulta ponderativa.
Belgrano, por ejemplo, es el más extenso de los barrios en el imaginario
porteño, precisamente por su "prestigio", apropiado como positivo en las
capas medias de la población y como contrastivo en los sectores popula-
res, cuando se lo usa —junto a Barrio Norte— para señalar extracción de
clase, tanto en forma directa como irónica.
Con el objeto de corroborar aun más extensamente la vigencia del papel de
lo barrial incluido en la descripción de nuestro modelo, realizamos una última
encuesta rápida de saturación, a 35 personas, en la vía pública 82, en distintos

82
Las principales preguntas procesadas fueron: ¿Cuál es " SU " barrio? ¿Cuál es la carac-
terística más importante de él? ¿Qué es lo que más le gusta?
Diseminación de lo barrial
235
barrios populares (20) 83 y otros "altos" y céntricos (15) 84 Dio como resultado,
por un lado, en los barrios del centro y medio-altos, la constatación del modelo
de lo barrial o del barrio de los valores ya destacados; la relacionalidad, en
algunos casos en barrios vistos como "no alcanzados por el progreso" y cercanos
a la naturaleza del paisaje, asociada incluso al origen, y el gusto ligado expre-
samente a lo natural, como opuesto a lo urbano. La oposición central situaba a
lo barrial de estos barrios en las antípodas del movimiento y el tráfico de gentes
y vehículos, como indicadores más recurrentes. Para el caso de los barrios po-
pulares, el foco estuvo puesto en los valores del trabajo (asociado a las indus-
trias "de antes"), el origen ligado a la radicación de la fuerza de trabajo inmi-
grante, la consabida tranquilidad, la sencillez, la relacionalidad, la oposición del
antes y el ahora (lo barrial en el primero), y la idea de la pureza barrial, reforza-
da con las imágenes de la "no contaminación" con el loco ritmo moderno del
centro, que "esto sigue siendo un barrio" y con el gusto ligado también a lo
natural, a algún rasgo distintivo (por ejemplo, la pizza para La Boca, la cerveza
para Quilmes, las luchas para el asentamiento El Tala) y principalmente a "la
gente".
Para terminar, la corroboración de nuestro modelo de las identidades barriales
como constructoras de una ideología que encuentra en los barrios sus referen-
tes espaciales requiere, según estos registros empíricos, dos señalamientos.
En primer lugar, se verifica la vigencia del modelo en relación con la dimen-
sión social diferenciadora de significados, pero no fuera del modelo mismo, si
bien adquieren importancia la juventud, como actor, y lo popular, como indica-
ción sectorial. En otras palabras, lo barrial como ideología concurre, en la di-
mensión del imaginario social urbano, como un horizonte simbólico común a
distintos sectores y clases sociales y tipos de barrios, con vigencia más inten-
sa en los populares y la juventud.
En segundo lugar, la vigencia de este modelo no implica que se sitúe al
margen de la constatación de su propia crisis, ya que vimos que su motor inter-
no principal (dentro de los mecanismos simbólicos) es la ponderación del riesgo
de su no vigencia. Acá lo que verificamos es que esta crisis se manifiesta, en el
nivel de la construcción de la propia ideología, como rozando algunos de los
valores que actúan como sus nervios más importantes, como la relacionalidad y
la solidaridad, ligadas a un tema hiper-recurrente: la inseguridad urbana cre-
ciente. Se señaló, en efecto, la necesidad del arraigo barrial para nutrir la
relacionalidad y la solidaridad, principalmente de los barrios populares, hoy en
peligro. Pero también se vio cómo la crisis de la relacionalidad barrial no encie-
rra obligadamente la no relacionalidad, sino que aquélla se referencia en otros
actores, a los que se culpabiliza (ej. de las mitades barriales vistas), en la mis-
ma proporción que se consolida simbólicamente el modelo de lo barrial como

83
Norberto de la Riestra, San Andrés, Floresta, Piñeyro, Barracas, La Boca, Constitución,
José León Suárez, Morón, Lanús, Catalinas Sur, San Martin, El Tala, Wilde, Villa Domi-
nico, El Dorado, Quilmes, Berazategui, Márquez, Remedios de Escalada, Dock Sud.
84
Barrio Norte, Botánico, Centro, Palermo, Belgrano, Caballito, Recoleta, San Isidro.
Antropología de lo barrial
236
ideología, ya que los otros quedan -para el caso de ías identidades estigmati-
zadas (o negras)- fuera de lo barrial como conjunto de valores.
Esto nos sugiere que la certeza de la tesis de la diseminación, o vigencia
de lo barrial como representación simbólica trascendente a distintos contex-
tos socio-espaciales, lo pueda constituir en una cultura, con una vinculación
— por lo ya dicho— importante con lo popular, dentro del marco de la vida
urbana moderna, hoy en crisis de sus propios valores (o la crisis de la post-
modernización de la realidad urbana). Y a este terreno de análisis vamos a
ingresar. Para ello, deberemos dar dos pasos: primero, referirnos a las prác-
ticas barriales, de modo que el concepto de cultura no quede reducido a las
representaciones simbólicas.
Prácticas y ritualidades barriales

Prácticas y ritualidades barriales

A lo largo del trabajo hemos visto cómo las representaciones simbólicas


que el barrio produce (como ideología e identidad) tienen, a su vez, una di-
mensión práctica. ¿Cuál sería la relación epistémica de las prácticas sociales
en general con aquellas que podemos definir como propiamente barriales? En
principio, no todo lo que se lleva a cabo dentro de un barrio cabe dentro de la
categorización de práctica barrial, sino sólo aquello que se vincula con los
valores de lo barrial. El privilegio que en nuestro trabajo ha tenido el análisis
del discurso no implica que olvidemos esta dimensión visible de las acciones.
No vamos a enredarnos en la discusión sobre los discursos como prácticas y
las prácticas como expresión de contenidos discursivos. Nuestra pretensión
dialéctica nos obliga a no aislarlas como esferas contrapuestas ni irreductibles.
Pero es a nivel analítico y expositivo que necesitamos establecer una cierta
base de diferenciación. Las prácticas socio-culturales tienen de texto tanto
como se sepa situarlas analíticamente como textos e interpretar sus significa-
dos en contextos. En síntesis, las prácticas que a nosotros nos interesan son
las que dependen o adquieren valor simbólico a partir de su asociación o
contextualización respecto a lo barrial como conjunto de significados.
El plano de objetivación respecto a esos significados, que nos impone la
necesidad de su interjuego con las representaciones, sitúa en el campo de
análisis tanto las significaciones del actor como las propias del sujeto obser-
vante en situación de cada contexto de cada práctica, terrenos cuyo eje común
pasa por la reflexividad de ambos como sujetos históricos (Hammersley &
Atkinson, 1994; Guber, 1993). Victor Turner (1980) diferencia entre lo que el
actor realiza (que se obtiene a partir de la observación), lo que el actor verbaliza
sobre lo que realiza (que se obtiene mediante entrevista) y los contextos
situacionales específicos, en donde se condensa la acción y la expresión ligada
a esa acción (donde los datos se obtienen mediante observación con participa-
ción del investigador). Clifford Geertz (1992) enfoca las acciones culturales como
textos, que hacen que los miembros de cada sociedad o grupo interpreten y se
interpreten en la trama de significados sociales y públicos que componen la
cultura, resignando para el observador un papel más "relativo", a la manera
clásica, si bien construyendo el dato intersubjetivamente con los actores. Des-
de la Antropología, estos dos autores —inspirados en la conjunción de la se-
miótica y la hermenéutica— serían ejemplos sintomáticos (no los únicos) de
intentos de interrelación entre lo discursivo y lo práctico. Del lado de la Sociolo-
gía, Pierre Bourdieu (1992) —desde una asunción durkheimiana— intenta dar a
los enfoques sobre las prácticas el sentido de construcciones de los actores en
Antropología de lo barrial
238
una trama de predisposiciones que producen un mundo de significación habi-
tual, en el que se desenvuelven las mismas acciones humanas y adquieren
sentidos diversos respecto a la funcionalidad de los sistemas "sin sujetos", o
puramente posicionales, si bien se le critica que a la postre su énfasis en el
sistema reproductivo no dé lugar pleno a la actividad dialéctica del actor como
productor de rupturas respecto a y desde el seno mismo de la reproducción.
Anthony Giddens (1979) —desde el flanco webenano— piensa a las prácticas, a
su vez, como estructuradas dentro de la constitución misma de lo social como
mundo de significaciones no determinadas desde una esfera independiente
de esa misma constitución. Para el Marx de La ideología Alemana, ya la concien-
cia adquiere una dimensión práctica en su primera objetivación, eí lenguaje
articulado, base epistémica de todo el proceso comprensivo que hace de la
representación el concepto central, no alejado de la práctica social, como ám-
bito de la puesta en la historia real de los procesos ideológicos. Emergencias
de lectura no literal de la producción marxista, como la de Karel Kosik (1968),
pueden ayudar a sostener esta visión de la practica social no alejada de los
enfoques interpretativistas, a los que los antropólogos estamos más acos-
tumbrados —junto a los sociólogos de raigambre cualitativista—. Es en pun-
tos como éstos que se ha tratado en ocasiones de contraponer al Weber
comprensivista de los significados con un Marx sobredímensionado en el
determinismo económico, sin observar que este mismo determinismo no se
solventa, en Marx, sin el análisis de los significados que los actores dan a sus
acciones 85. La obra misma de desconstrucción de las representaciones de los
discursos y las prácticas del capitalismo que realiza Marx, y su concepto basal
sobre el trabajo como fundante de las acciones histórica y específicamente hu-
manas, son dos pruebas de su visión holística respecto al mundo que, por huma-
no, resulta ser un mundo básicamente de prácticas significativas o de significacio-
nes prácticas. Lo significacional se objetiva en la medida en que se referencia
mediante el entrecruce de Interpretaciones sobre el mundo. La parte del mundo
recortada en la significación, a su vez, como construcción y conjunto de represen-
taciones, aporta a la significación que de ese mundo se apropian los actores.
El análisis histórico de las obras simbólicas humanas (tanto de las artísticas
como las de cultura cotidiana), ha debido aprender de Mijail Bajtin acerca de la
necesidad de imponer el control sobre los reduccionismos etnocéntricos para
comprender prácticas y representaciones ajenas a la cultura (y a la época) del
investigador. Con esto, ha proyectado la necesidad de insumir un modelo de
análisis tendiente al relativismo o contructor del relativismo como herramienta y
desafío más que como estandarte tan tranquilizador como ilusorio de transpa-
rencia del observador, como pretendía la asunción clásica de la primera antro-
pología. La desproporción entre el decir y el hacer, piedra basal de la compren-
sión y objetivación de lo cultural como mundo de significados no dados, obliga a
transitar por la intranquilidad del reino de las interpretaciones y los compromi-
sos apológicos e históricos, en la misma medida en que se construye historia

85
Esto lo hemos tratado en Gravano, 1988.
Prácticas y ritualidades barriales
239
mediante el análisis de esos significados tanto en sus sedantes encubrimientos
cuanto en sus irritativas rupturas, como pedia Gramsci. La necesidad de una
centración acordada previamente —como parte del pacto de la construcción de
conocimiento— hace que debamos ampararnos previamente en un eje que nos
sirva de parámetro de lo significativo referencial que iremos a buscar.
Las prácticas, entonces, se definen como barriales en la medida en que
respetan o adquieren la coloratura de los significados que componen lo barrial,
entendido como recorte y como conjunto de representaciones. Sin esta asocia-
ción o atribución no serían más que prácticas, no sin sentido, pero al menos sin
ese sentido del que partimos (y al que llegamos mediante los análisis anterio-
res). Eso es lo que da valor a escenas que, de otra manera, no serían más que
acciones vacías de significatividad compartida, pública y representativa (aja
manera de la densidad del concepto antropológico de cultura de Geertz).
¿Qué podría ser practicar el barrio?: jugar al fútbol en la calle, saludos y
gestos de reconocimiento de umbral a vereda, la vecina cantando mientras
cuelga la ropa, el abuelo volviendo o yendo a la plaza, el vecino gruñón y
hermitaño gruñendo y hermitando, compartir una taza de azúcar, oír los pe-
rros que ladran, salir a barrer la vereda en camisón, cazar mariposas, hacer
barquitos y jugar en la zanja, preparar las bombitas y jugar al carnaval, pero
a baldazos, el ñenti en la baldosa lisa, las noches de verano en la vereda,
juntarse los sábados a la tarde, ponerse ruleros y pintarse para ir al baile,
preparar el estofado, potrear, ir al colé, agarrarse a pinas a la salida, salir a
tomar algo con la barra, vivir [estar todo el día] en la calle, lavar el auto
mangueramente en la vereda escuchando la radio fuerte, decir malas pala-
bras, la hora de la siesta enfrente del portón de la fábrica cerrada, escuchar al
barrio dormido, escribir las paredes con aerosol con el nombre del equipo del
barrio ("capo") y los del otro ("putos"), ver cómo corre la droga en el video,
campanear a la lancha [patrullero] de los ratis [policía], hacer u oler el asado
del domingo, el boliche, algún velorio, el escolazo [juego de naipes por plata]
en el club, organizar algo para el sábado, la cargada al topun del rioba, el graffittí
con birome con los caretas batidores de la cana, circular y chamuyar de pavadas
en la noche del sábado, la parada en la esquina a la nochecita, la hora pico
en que todo el mundo termina de trabajar y recorre el barrio para mirar y que
lo miren, sentarse en una silla en la vereda, correr a los gatos, hacer la cola
de un colectivo y sentir que uno se va del barrio, cebar mate en el taller
mecánico, salir a tomar fresco, limpiar la canchita, salir a mirar vidrieras de
gusto, hacerse la rata, hacer changas en el edificio, llevsr a los hijos al club,
cruzarse con el vecino, cruzarse con el ex-compañero de banco, no hablar
demasiado con el repartidor carilindo del super[mercadito] para que nadie
hable después, no mirarle las curvas a la nena ya crecida del amigo del alma,
preparar la kermes en la escuela, acordarse de la carrera de embolsados,
andar en bicicleta sin manos, dejarse piropear sin sonrojarse, hablar del tiempo
con el almacenero, jugar al rin-raje [tocar timbres y salir corriendo]...
¿Por qué podría afirmarse que estas prácticas son barriales? Convenga-
mos dos respuestas: una empírica y resultado de la vivencia, y la otra teórica,
Antropología de lo barrial
240
como producto del análisis. La primera es la que acaba de ejercer e! lector, si
se detuvo en el párrafo de arriba sin dejar de entender sus significados, esto
e s : sintiendo los significados. Porque aun desde la dimensión más
pretendidamente objetiva no es posible dar cuenta en forma representativa
de éstas y otras unidades de acción desarrolladas en el barrio sin que surja la
necesidad de contextualizarlas como testimonios, es decir: como productos
históricos emergidos discursivamente de actores en situación, como viven-
cias. En ese conjunto de flashes dejamos que el lector colocara "sus" contex-
tos, al recepcionar cada escena y cada acto. Lo hizo en forma inevitable desde
las asunciones propias de lo barrial o tal vez a partir de lo construido desde la
lectura de este trabajo. Pero lo hizo. El ejercicio muestra en forma práctica
(vale la redundancia) que estas prácticas sólo son "barriales" en la medida en
que son vividas o valoradas como de barrio y, como tales, posibles de'ser
relatadas. Apelando a un término caro a la etnometodología, no podemos
aislar las prácticas de la indexicaiidad desde la que son reflexionadas, resumi-
das, objetivadas en discursos y en contextos por los actores 86. Y en el modo
de vivirlas es que se pueden asociar a lo que entendemos como lo barrial.
Para-la segunda respuesta, podríamos retomar nuestro primer intento de
modelización de las variables de lo barrial, para usarlo como grilla para el
análisis de las prácticas (como mundos de y en significación) en lo que podría-
mos llamar dimensiones de la significación de esas prácticas. Una primera di-
mensión estaría dada por las prácticas barrialmente significativas que se vin-
culan con el primer conjunto de variables, compuesto por la espacialidad, la
escenificidad social y la funcionalidad estructural. Desde la ocupación del es-
pacio por los distintos actores (se recordará lo descripto en el caso de ios
jóvenes del complejo), hasta las escenas del barrio público, con su entorno
callejero típico, y el barrio mismo visto como un consumo y equipamiento urba-
nos. Pero en todos tos casos que vimos, el barrio mismo en su relación con el
espacio, con lo social en general y con los servicios urbanos, es relatado des-
de la vivencia, cuyo ejemplo más claro emerge de la puesta en acción del
barrio como algo vivido por el actor o el barrio mismo como un actor {"'yo vi
asfaltar las calles, poner la luz de mercurio"... "el barrio creció conmigo").
La segregacionalidad, la intersticialidad y la inclusividad, vistas en conjun-
to, se articulan como una dimensión donde lo macro-social (sobre todo la
diferenciación de clase social) y la relación de totalidad histórica se manifies-
tan en lo barrial. Acá se alistan las prácticas institucionales de discriminación
de acuerdo con el ámbito barrial en que se llevan a cabo (en el sistema educa-
tivo, en el accionar policial, en los boliches, en el cepo para los autos estacio-
nados, en los cortes de luz), el surgimiento de las "sub-economías de barrio",
intersticiales e informales 87, la incidencia dentro de la vida barrial de lo masivo
(desde los medios de difusión, principalmente desde el lugar que el televisor
86
El concepto de indexicaiidad refiere a las inevitables puestas en escena de los
discursos en términos de personas gramaticales, circunstancias y cualidades
referidas en las mismas condiciones de los discursos. Verlo en Heritage 1989 y
Wolf 1980.
87
Las economias de barrio es lo que tratan Scharff, Sassen-Koob, Rapp y Garnoch.
Prácticas y ritualidades barriales
241
ocupa en bares y negocios, no sólo en los domicilios), como ha demostrado el
trabajo de Llano y Martín-Barbero (1995) sobre la circulación de los relatos
referidos a la telenovela en el ámbito barrial entre actores que no ven esos
programas pero sí ios "usan" para reafirmar valores de distancia social y de
género, y la función social de control ejercida por el comercio minorista en los
barrios, en prácticas que tienen que ver con un grado de sociabilidad donde
se asocia lo público con lo privado en el espacio social barrial.
La identidad, la segmentalidad y la tipicidad emergen desde las prácticas en
una dimensión donde se verifica lo que Raymond Ledrut llama la intensidad de
la vida social barrial y de la conciencia de la individualidad y la personalidad de
cada barrio, las prácticas barriales de las pandillas analizadas por la escuela de
Chicago y que afloraron aquí en los jóvenes de todos los barrios, y las diferen-
ciaciones vistas entre actores (desde gronchos y caretas hasta tiras y torres).
Lo que hemos denominado imaginalidad es equiparable al concepto de barrio
vivido por los actores. En vinculación estrecha con la t i p i c i d a d y la
segregacíonalidad, por ejemplo, los temores a ciertos barrios se manifiestan
—a nivel de las prácticas— en la no circulación por ciertos espacios barriales o
en la circulación no solitaria. Pero también se da en lo que podríamos llamar
prácticas existenáales, que serían aquellas en las que se hace referencia a proce-
sos y ciclos vitales del individuo en los que el barrio aparecería como un actor
más, al que le son atribuidos estados o desarrollos orgánicos. Así, en la tarde del
verano del barrio socialmente medio, cuando "todo el mundo" se fue de vacacio-
nes, en la ronda barrial se refleja la imagen de que "el barrio se achicó"- O el mismo
espacio barrial aparece como un personaje con desarrollo: "Con Lugano crecimos
juntos". Una de las prácticas existenciales de la imaginalidad barrial es el criarse:
nacer, crecer y morir o perder lo barrial ("yo me crié en el barrio", "yo quiero a Lugano
porque pnmero que nací aquí, la gente de mi edad vive toda aquí, fuimos al colegio
juntos, jugábamos, íbamos al cine, que ya no está, por el cable y el video... nos
encontrábamos, con amigos, caminamos por Lugano"). Esto es: la práctica de fre-
cuentar el espacio barrial como un espacio vivido con determinada intensidad y
reivindicación valorativa, la que produce el tópico de la pérdida.
Las prácticas donde se manifiesta lo que llamamos idealidad de lo barrial
han quedado tipificadas en lo que Weber l l a m ó acciones de buena vecindad
entre los pobres, que conformarían una moral ( u n a c u l t u r a d i r í a n l o s
antropólogos) típica. Es lo que retomaron Suzanne Keller y Ledrut, con su
concepto de relaciones vecinales: conductas sociales solidarias y próximas.
La universalidad con que se recurre a estas tipificaciones emerge de los mo-
delos dualistas, reflejados también en la ideología de lo barrial por los acto-
res. La simbolicidad de lo barrial como parte de la construcción de la identidad
barrial quizá no quede mejor plasmada en una práctica que en el caso del
fútbol de barrio, al estilo del club de fútbol del barrio parisino de Sevrin, para el
cual eí juego ocupa el lugar imaginario de lo que fue como barrio de clase
(Seltm, 1985). ¿Cuánto se podría agregar acerca de los clubes de barrio de la
RMBA88?
88
Este tema ha sido tratado con mayor asiduidad desde la Historia (Frvdenberg, 1995).
Antropología de lo barrial
242
En suma, las representaciones del barrio se referencian en prácticas es-
pecificas que hacen a la vida cotidiana con una significación particular, dada
por los valores de lo barrial. La reunión en el espacio público barrial y
semipúblico del comercio minorista, del club o de una institución adquiere el
carácter de barrial cuando se acompaña de abiertas valoraciones del barrio,
aun dentro de la ambigüedad de esas valoraciones: "un barrio es un lugar donde
los chicos pueden salir a ¡a calle a jugar a la pelota,.. acá no se puede hacer nada
de todo eso", dice el vecino, mientras algunos chicos juegan a la pelota a
pocas decenas de metros de él. El mismo que enseguida asocia el barrio
que está describiendo con la evocación propia del chico que él fue: "a la hora
de dormir yo me iba a la calle a jugar tranquilo". Con lo que queda establecida la
diferencia entre la "tranquilidad" de los adultos y la "tranquilidad" de ese
mismo adulto cuando joven, para quien la tranquilidad parecía ser propor-
cional a su distanciamiento de los adultos. La práctica .de hacer barrio, como
parte de lo que hemos neologizado como culturicidad de lo barrial, es signi-
ficativa sólo cuando se acompaña, para los adultos, con alguno de los valo-
res de lo barrial, como es el caso de esta deshistorización de la juventud del
antes y su tranquilidad diferencial. Y cada uno de los valores de lo barrial es
acompañado por prácticas que hasta ahora hemos venido referenciando
desde los discursos de los actores. La solidaridad, por caso, encierra una
serie de actos rituales. El chamuyo de pavadas, de la parada barrial (en una
esquina, en un café, en un comercio, en el club), donde se refieren aconteci-
mientos que se esgrimen en forma simbólica para aglutinar al grupo y para
establecer diferencias con otros, es parte de la relacionalidad, que se halla
en la base de tantos otros valores. Los niños jugando en la vereda y la calle,
que conforman la típica imagen de barrio, aparentemente opuesta a la vida
en departamentos de propiedad horizontal.
Ser competente, barrialmente hablando, como definiera Noam Chomsky los
procesos internos que hacen posible la actuación práctica, implica poder ejer-
cer los valores de lo barrial o los que son asociados a lo barrial, con la misma
ambigüedad que la ideología barrial .o impone; "acá, por empezar: mucho tra-
bajador, aquí nadie les regaló nada, se lo ganaron, yugaron [trabajaron] todos" ...
"ser laburante [trabajador] significaba ser gil [tonto] para la barra" ... "antes
había más decencia" ... "yo conocí a todos los ladrones". De la misma manera, las
mismas prácticas pueden aparecer tanto dentro de lo barrial como fuera del
eje axiológico: decir palabrotas, pelearse, robar, hacer ruido, atorrantear, ba-
jar una luz de un hondazo... Esta culturicidad de lo barrial bien podría ser
traducida en la posibilidad de teorizar acerca de una cultura barrial, definida
como el conjunto de prácticas y representaciones compartidas por un seg-
mento social que se articulan en torno a los valores que hemos definido como
barriales, y que compondrían nuestro "modelo" de lo barrial. No lo hemos
querido hacer hasta aquí —salvo lo anunciado en el capítulo anterior— por el
prurito de no meternos en la discusión acerca de la cultura urbana y los costa-
dos discutibles del culturalismo. Pero, ni bien terminemos con este somero
capítulo sobre las prácticas, nos introduciremos en su consideración.
Prácticas y ritualidades barriales
243
Ahora vamos a agregar una dimensión de lo barrial que no podemos redu-
cir a la escenificidad ni a la idealidad, si bien refiere a los comportamientos
sociales típicos de los barrios. Martín-Barbero coloca en el barrio un modo de
"socialidad", como él lo llama, distintivo del mundo popular. No está alejado de
las relaciones de vecindad de los sociólogos. Pero pone el acento —de acuer-
do con la definición de lo popular de Gramsci— en las formas de afianzar iden-
tidades expoliadas de la memoria colectiva, y que en el barrio encuentran
"refugio" y apto cobijo.
Habíamos dicho que en la parada barrial de “la ñata contra el vidrio" se
condensaba el mundo de la sociabilidad primaria y la socialización primera, tal
como lo expresara Discépolo. En parte se reflejó en la importancia que para lo
barrial tiene lo que llamamos la relacionalidad, el conocerse como un re-cono-
cerse continuo alrededor del espacio barrial, al que queda estrechamente
vinculada la solidaridad y la reciprocidad entre actores, incluyendo competido-
res del barrio como mercado y como poder, como pueden ser los mismos co-
merciantes minoristas, ojos y oídos del control social del espacio público barrial.
Lo mismo que esa relacionalidad amparadora para que dentro de lo barrial
quepa la delincuencia y la violencia tan barrialmente "tranquilas". La ambigüe-
dad de muchas de las formas de manifestarse de lo barrial coloca dentro de él
(como paradigma) tanto la relacionaíidad positiva como la negativa. Las peleas
entre vecinos o aun domésticas —entre familiares, pero conocidas por "todo"
el barrio—, son un ejemplo. Hacen a la sociabilidad barrial primaria (tal como la
describe Gerard Althabe, 1984). No se reducen a la pelea física sino a lo más
recurrente: el "estar peleados". El no hablarse es una práctica, dentro de la
relacionalidad contigua dada por el barrio. Y esto funciona tanto dentro de las
familias como de los barrios. Pero la relacionalidad compartida en ei espacto
barrial es la misma. No se hablan porque se re-conocen. No sorprende que,
junto a estas prácticas, verifiquemos los componentes del modelo de lo barrial,
principalmente la añoranza por un barrio perdido o a punto de perderse, y
que incluso se da simultáneamente con la concreción de la práctica en cues-
tión. "El barrio ha dejado de existir, ya ni se puede jugar en las veredas, ya no
existen los amigos del barrio." Esto es: las prácticas que son, habiendo sido...
Mumford cifraba lo urbano como "sistema de orden y a la idea de destino,
donde el ritual se transforma en drama activo de una sociedad diferenciada y conscien-
te de sí misma" {Mumford, 1959: 12). Esto pone en el tapete la razón de ser de
muchas de las prácticas, que en el seno mismo de esa contradicción entre el ser
y desaparecer, entre el orden y el destino, encuentran su razón de actualizarse
como significativas, en la misma proporción de su recurrencia y pérdida, ponién-
donos frente al concepto de rito. El rito sirve para ser invocado ante su infrac-
ción o ante el riesgo de la desaparición del valor o símbolo que él representa o
actualiza. En ese sentido, es tan constructor de la historia como reproductor de
lo mismo. Según el conjunto de definiciones de los especialistas, el rito es una
práctica social entendida como manifestación cultural, caracterizada por 1) un
componente básico material (prácticas tangibles y recurrentes situadas en es-
pacio y tiempo), y 2) otros componentes virtuales e implicados en aquéllos
Antropología de lo barrial
244
(representaciones, creencias y reglas), más 3) un eje específico que es el que
hace que una práctica cualquiera pueda ser caracterizada como rito: la signifi-
cación, el valor o el efecto que el rito produce o le es atribuido en forma especí-
fica. Este núcleo denotativo está representado por ejes que diferencian los
ritos de las prácticas no rituales, que dependen de los distintos marcos teóri-
cos89. A pesar de la disparidad de estos marcos, pocos dejan de diferenciar lo
ritual por su valor vivencial o sentido por los actores90. Es en el andamio
específicamente antropológico que se resaltan las postulaciones de Geertz so-
bre el lugar del relato de las representaciones en el condensado mundo de las
prácticas significativas, cuya profundidad sólo puede palparse en el estar allí,
cuando el observador extraño se sumerje en ese mundo, como una tela más
de la cebolla de sobreimpresiones o interpretaciones de interpretaciones. Por
lo tanto, sin discutir la tangibilidad de las prácticas como su recurrencia, lo que
las convierte en ritos es el eje significaclonal 91. Para apartarnos del inevitable
riesgo sustancialista de definir por contenidos, al eje de significación que define
a una situación como ritual lo llamamos nosotros situación de ritualidad. El resul-
tado de la situación de ritualidad es una visión y valoración dualista del mundo
(bien / mal, permitido / prohibido, puro / impuro, creído / no creído) y su base es
el proceso de simbolización e historización propio de toda construcción cultural
e ideológica y de la constitución del propio sujeto como productor de sentido.
¿Qué se hace en todo proceso de simbolización e historización? Funda-
mentalmente, por un lado, se descubre algo y se encubren aspectos del cam-
po objetivo con el cual todo sujeto se constituye como tal. Si no se encubriera
nada, dejaría directamente de ser sujeto. Esto se establece mediante la dia-
léctica de la transparencia y la opacidad o, como lo llama Da Mata: focalización
y reificación. Nos colocamos-en el campo de las representaciones, no de los
acontecimientos que se representan, aunque no hay acontecimientos que
involucren a algún humano que estén despojados de su representación y, por

89
Para el evolucionismo de James Frazer, por ejemplo, los ritos eran supersticiones no religiosas, en
tanto para el fenomenologismo de Van Der Leeuw son actualizaciones de mitos sagrados.
Respecto al mundo de significación ai que remiten, para Emile Durkheim y Marcel Mauss se
distingue lo ritual de lo que no lo es por la asociación del rito con cosas que se consideran
sagradas, y Maurice Leenhardt lo define como un modo de expresión actuado para penetrar el
mundo extraempírico. En forma más específica y sobre la base de otra oposición, para Victor
Turner y Max Gluckman, el rito se define por lo que resulta místico, en oposición a lo meramente
tecnológico de la sociedad en cuestión; si bien Turner pone el énfasis en la relación con lo
simbólico del rito, mientras que Edmund Leach lo separa de lo no técnico y Jean Cazeneuve cifra lo
especifico del rito en lo no utilitario. Como valor sociológico, para Mary Douglas tiene un efecto
restrictivo sobre la conducta.
90
Desde Radcliffe-Brown, para quien la diferencia se da por la actitud de respeto que tienen
hacia el rito los actores que lo practican, hasta Irwin Goffman, por el valor especial que éstos
le dan.
91
Algunos —como Kertzer— hablan de sentido restricto del concepto de rito (que se reduciría al
culto religioso) y de un sentido amplio, que apunta at comportamiento simbólico socialmente
estandardizado y repetitivo, con lo cual se traslada el eje distintivo amplio a lo simbólico. Por
eso Douglas habla de ritual como código restricto, que se aleja del individuo tanto como
depende del grupo y del control social.
Prácticos y ritualidades barriales
245
lo tanto, de su significación y valoración. El mayor grado de deshistorización
es io numinoso (Otto), sumun de lo sagrado, como inserción máxima dentro de
lo absoluto, donde no se admite la contradicción. Pero este extremo no justi-
fica la reducción de lo ritual a lo sagrado, pues se correría el riesgo de asimilarlo
a todo fenómeno de religiosidad. Conceptos como reificación, deshistorización o
sustsncialización son más amplios y en ellos cabe tanto lo sagrado como el
resultado de deshistorizaciones no absolutistas, no religiosas, pero que si
caen dentro de la categoría más general de creencia. Pensar una práctica
como rito implica preguntarse por su racionalidad y no dar por sentada ninguna
explicación de su razón de ser. A la vez, esto implica suponerla como racional
(y, por lo tanto, creída por ciertos actores) y no natural. La utilidad de ver lo
ritual de las prácticas reside en que permite salirse, descentrarse respecto a
esa misma ritualidad (de su significatividad especial, del interior de esa creencia)
y a la naturalidad con que todo valor y toda creencia son instaurados.
Concebir el mundo de las prácticas como un mundo hecho por actores obliga
a remitirse a las racionalidades y estrategias de esas actuaciones y a la opa-
cidad con que necesariamente esas actuaciones reflejan el mundo objetivo y
son reflejadas en él, por la creencia. Dentro de la creencia (por caso, la que se
refleja en el rito) necesariamente se naturalizan o deshistorizan relaciones.
Cuando nos colocamos fuera del centro de esa creencia (o de lo que la creen-
cia encubre), quedamos frente a esa naturalización y deshistorización. Esta-
mos objetivando y historizando esas relaciones.
Preguntar acerca del porqué de la existencia de ritos implica suponer que
hay conductas absolutamente transparentes o naturales, o trascendentes a
todos los sistemas culturales (Douglas). Por ejemplo, del tipo de planteos que
terminan atribuyendo la conducta ritual a la angustia (Cazeneuve) o al deseo
de orden (Elíade), y que en muchos casos atribuyen valores de causalidad ob-
jetiva a las verbalizaciones de los actores sobre su propio accionar. Pero pre-
guntarse acerca del porqué de la existencia de ciertos y determinados ritos
supone colocarlos en su contexto histórico y concreto. Rito, entonces, no es la
práctica en sí sino cómo se la vive, cómo se la re-presenta, cómo se la invoca,
cómo se la manipula. Una parte insoslayable del rito es el relato y la reflexividad
del actor acerca de la práctica o, más precisamente, del significado de la prácti-
ca. La ritualidad, en suma, se construye mediante la conjunción de las variables
del cuarto conjunto del modelo de lo barrial, las más ligadas a la dimensión
simbólica, en la que las acciones adquieren precisamente el sentido de rito.

Compras, ventas y transas


"Barrio es donde hay bar, comercios, hay de todo, tiendas, supermercados, za-
paterías." Salir "de compras" por el barrio tiene el valor de un ritual cuando con-
lleva un sentido de recurrencia y reivindicación de hacerlo en el espacio de la
confanza, de la relacionalidad "donde todos se conocen, nadie te va a cagar", pero
también en la situación de ritualidad que implica el salir a que me vean y ver a
los que me ven, coincidente con el concepto de "vitrina urbana", de Armando
Silva (1992). Lo mismo pasa cuando el comerciante, el vendedor callejero o el
Antropología de lo barrial
246
que consigue y transa con las changas en el barrio. En quienes encuadran sus
conductas profesionales dentro de las recurrencias cotidianas que los convier-
ten en parte del "paisaje barrial" al que nadie cuestiona, y que tejen una red de
reciprocidades y dones en un proceso de transacción permanente para el cual
el barrio resulta ser escenario de significación. En el fondo, como ya dijimos, la
categoría de control social sobre el espacio social barrial es ejercida en forma
ostensible por este magma de transacciones, que abarcan desde el comercio
formal hasta la quiniela clandestina, auténtica razón de ser de muchos comer-
cios en los barrios, y donde la racionalidad dominante no es la económica sino
la relacional, la barrialmente relaciona!. La transa, en última instancia, no es
exclusivamente económica, ni delincuencial, sino eminentemente simbólica, y el
barrio es —para ella— desde escenario hasta haz de condensados significados
ocultos tras la fachada de mecanismos meramente formales (legales o no).

Paradas, piñas y amores


La parada barrial es algo más que la ocupación del espacio físico. Implica dar
significado a ese espacio, que actúa como escenario funcional al grupo en cues-
tión: la barrita de barrio. Y se configura, entonces, como territorio debido a esa
significación que se hace ostensible en la práctica ritual de la parada, en el
establecimiento del lugar como "nuestro" lugar. Aunque sin exclusivismos, la
esquina brinda la posibilidad de la apropiación del espacio, de la coexistencia y
del ejercicio simbólico de la rivalidad: "Cada barra tenía su punto de reunión, pero
a veces se juntaban varías en la misma esquina, aunque éramos distintos y nos
saludábamos y todo, pero salían uno para un lado y otros para el otro"... "Siempre
somo como cuarenta mono del barrio, nos juntamo acá en la plaza [de Pompeya],
es una fiesta, acá te conocen todo, hace un toco que vivimos acá ... Todos nos
quieren porque nos conocen, saben que vivimos acá y saben que somos unos
vagos, pero nosotros somos buenos, y no andamos jodiendo por ahí, no armamos
quilombo". Mientras decía esto, Diego se levantó del cordón de la vereda y pidió
la botella de 7-up [bebida gaseosa sin alcohol] y la empinó, mirando
socarronamente: "Es sólo la botella, adentro hay birra [cerveza], por la cana, el
dueño del almacén está con nosotro"... "Acá, en el playón, somos dos barras, pero
de chicos y de grandes... Cuando entramos nosotros no entra más nadie, nos tie-
nen miedo porque somos muchos y se achican, aunque no somos de buscar roña"...
"Acá venimos todas las tardes, de S a 6". La parada queda historizada en el
graffitti esquinero, lo que encierra toda una práctica que, a veces, se referencia
en el barrio, en los colegios, y otras en lo rockeramente grupal.
¿Prácticas rituales? ¿Coinciden con el paradigma de lo barrial vivido por los
actores? ¿Qué ocurre con los actores externos? Para éstos, la escena y la
práctica se sintetiza en el rito del boludeo ("se la pasan en la esquina boludiando
[haciendo tonteras, cosas "sin sentido"]")- El símil más recurrente es "el dro-
gado", concebido como "boludiando todo el tiempo", aunque "por el que nos
tenemos que pelear, porque es del barrio". Aparece el eje barrial y la práctica
pasa a adquirir significación especial. ¿Pelea ritual-tribal? Muchas veces es el
escenario típic am ent e barrial el que le asigna ese valor a un conjunt o de
Prácticas y ritualidades barriales
247
acciones que no es más que cierto tipo de ¡nterrelación grupal. ¿Qué hay de
barrio, por ejemplo, en los comportamientos de las barritas juveniles de edifi-
caciones en propiedad horizontal y principalmente de los que se reúnen en
los shoppings? Hemos constatado que al interior de' muchos de e5tos lugares
los jóvenes reproducen las prácticas barriales de la parada y la ritualidad
típica de la esquina, pero su horizonte ideológico acerca del barrio continúa
referenciándose en la estampa tradicional de éste, en la calle y la esquina
clásica. Esto se da en los barrios a) y b).
Las pinas, o peleas físicas y violentas, son parte del modelo en lo que hace
a la diferenciación respecto a otros barrios y a la segmentación dentro de tos
mismos barrios, como vinimos viendo. Podríamos recordar, junto a numerosos
autores (desde Sutiles hasta Althabe), que la violencia cumple tanto una fun-
ción material como simbólica y, en cierto sentido, podríamos acordar que la
violencia física —esto es: cuando realmente se llega al contacto violento ma-
terial— actúa como referente de invocación de la violencia simbólica, la que, a
su vez, como amenaza, actuaría como forma de que no se termine consuman-
do la violencia de contacto (el irse "a las manos", como es común decir, lo que
en realidad implica a las manos, a los cadenazos, a los manoplazos, cuchillazos
y armas de fuego). Son notorios dos aspectos de las tradicionales pinas
barriales. Por un lado, el acrecentamiento de la violencia real y, por el otro, la
aparente ruptura de los códigos barriales, para los casos de la violencia por
robo. El primero tiene que ver con causas y un contexto total de cambios en la
realidad urbana en general. El segundo con la incidencia también creciente de
la drogadicción y sus consecuencias en la conciencia social y la memoria colec-
tiva. Concretamente: cada vez más aparecen transgresores al valor barrial de
respetar al barrio donde "no se trabaja [roba], porque es el de uno". No podría-
mos afirmar aquí el grado real de incidencia de esta parte del imaginario que
se refleja mayormente en los medios de ditusion. En los medios aparecen las
muertes y los casos extremos. Lo cierto es que se constata un 'barrio de
antes", donde sí se respetaban —al estilo robinhoodiense— los territorios pro-
pios, si bien "si no les fias, capá que te rompen una vidriera de un adoquinazo".
Los ejemplos más notorios fueron la muerte de Sopapita Merlo a manos de un
kiosquero del mismo barrio, porque él le fue a robar al kiosquero del barrio, y
la banda de Belgrano compuesta por "chicos del barrio" que asaltaba en el
mismo barrio.
Nosotros hemos verificado que el recorte de la violencia atraviesa y actúa
como consolídador de la ideología barrial, lejos de contradecirla. "Me da terror,
yo un día fui [al otro sector del mismo barrio] y me silbaban, me llamaban:
'flaquito', no me di vuelta que si me doy vuelta eran como treinta, sabe qué paliza..."
Cabe entonces hacer jugar aquí la categoría de territorio (Harvey, Hall, Silva),
que sustentaría al modelo de lo barrial y conformaría -tanto en el terreno de las
prácticas como de los imaginarios- una expresión segmentada del recorte espacial
de lo barrial. "Ahora no son barras como antes, que nos agarrábamos a gomerazos,
me acuerdo, cuadra contra cuadra..." La deshistorización representada en el
relato muestra cómo se vive la práctica, muestra lo que Vladimir Propp (1974)
llamaba "mito en descomposición", o en riesgo de des-
Antropología de lo barrial
248

composición, que era lo que hacía factible y necesaria la deshistorízación e,


inclusive, el propio registro desde afuera del grupo practicante. "Nosotro
podiamo agarrarno a trompada entre dié y era entre nosotro, una barra contra la
otra, pero qué necesidá tienen de, por hacer una gracia, romper todo un auto, por
maldá nada má." Donde se ve la necesidad de interpelar al receptor del relato,
ante la oposición temporal valorada.
Rito o no rito, violencia y relaciones de género y sexo van juntos en la cultura
barrial: "Antes cada baile tenia que terminar a las trompada, o incluso cuchillada"...
"De una milonga no te ibas completo sin dar dos o tres trompadas...". Rito o no rito,
el amor barrial se constituye en una especie de modo urbano de circulación de
las mujeres: "Las piba que tené que conocer siempre es mejor que sean nueva...", o
sea: de otro lado, de otro barrio, en forma coincidente con la ideología del
muchacho de barrio y la piba de su casa- "Las chica que podes encara por ahí,
afuera del barrio, porque las de acá te las conoce a toda y no te podé meter"...
"Ciaro, saiimo, vamo a boliches de otros lados, acá, con las amiga jugamo al Estan-
ciero, je...". Como toda práctica, está inmersa en un conglomerado de contradic-
ciones que son las que refuerzan que el comportamiento valorado desde la
ideología se tenga que reforzar mediante su naturalización sentenciosa. Por-
que en ia realidad de los hechos, ios chicos se encuentran realmente con las
chicas en el barrio ("en la estación Lugano se juntan barras, porque vienen las
chicas del Comercial 12, entonces todos paran ahí, viste, malones de pibes").

Juegos, gestos y jodas


La cacofonía de estos tres aspectos de las prácticas barriales es pareja al
agrupamiento también de sendas manifestaciones de la interrelacionalidad o
socialídad barrial, como diría Martín-Barbero. Los juegos son una de las prác-
ticas que abarcan —con distintas especificidades— a la totalidad del espectro
etéreo de los barrios. Desde los infantes, niños y adolescentes en la vereda,
calle o pasillo (según el tipo de barrio) circulando por las casas o en las plazas.
Los jóvenes en la esquina, el club. Los adultos en todos esos ámbitos. El
fútbol, las bochas, el escolazo. ¿Hay gestos propiamente barriales? Si segui-
mos a Bajtin en su caracterización de la cultura popular cómica, podemos
parangonar el gesto "grosero" (en el sentido de grueso, confianzudo, ampulo-
so y exagerado) con la vida barrial y con uno de ios valores más importantes
de la barrialidad: la relacionalidad familiar o aun trascendente a lo familiar
(mejor un vecino que un pariente). El saludo palpándose el vientre, el beso en
la mejilla, la exageración (comparada con el comportamiento formal) en la
gesticulación de manos y brazos serían parte del mismo cuadro de la plaza
pública popular, y el escenario barrial el más cercano a su actualización coti-
diana y frecuente dentro de la ciudad. La jodas (bromas), por su parte, ocupan
un lugar de importancia en la construcción de la cultura barrial. Se las halla en
dos formas: en acto y en el relato. La primera es de difícil acceso, salvo que
una inserción al estilo Whyte (siendo parte de la barra) lo haga posible. Pero
la segunda manera es la que tiene el doble valor de la referencia y de la
significatividad que le dan los actores. De hecho, esa signifícatividad se de-
Prácticas y ritualidades barriales
249
muestra no tanto en las prácticas de las jodas sino en el relato sobre ellas.
Estos relatos dan sentido al rito de la broma entre amigos y, a su vez, consti-
tuye una ritualidad en si cuando se actualizan en la parada barrial, en la ron-
da. "También hacíamos desastres: tirábamos gorriones en el cine...", recordaba
el obrero luganense, y la risa producida actualizaba el sentido.
El relato que sigue lo registramos en un bar del barrio de Parque de los
Patricios. El narrador, Ismael Ader —ex-secretario del poeta Hornero Manzi—
lo repitió ante una audiencia compuesta por los que paraban en esa esquina,
incluidos varios jóvenes que no era la primera vez que lo escuchaban; o sea
que el relato mismo no dejaba de tener algo de rito. "Dionisio Estorga tenía
veleidades de chorro [ladrón]. Apareció un sábado a la noche en el café, empezó a
contar y a mentir, vanagloriándose que era chorro. Hornero [Manzi] va al mostra--
dor y pide azúcar, lo machaca bien y hace unos sobrecitos, como si fuera cocaína
y lo empieza a ofrecer. Calcule usté, le quiere dar a Dionisio y él no acepta, pero
nosotros, ios de la barra, sí. A los diez minutos —hacía un frío terrible— yo me
saqué el sobretodo, digo ¡Me voooy! ¡Me voooy! Los demás también, hadan que
volaban, el que no hacía una cosa hacía la otra. El tipo miraba. Por último, lo
invitamos a robar —sí, a robar— a una casa, a la casa de Loria y Cochabamba.
Hornero tenía un [jeep] Willie. En Humberto Primo y Liniers había una parada de
vigilante, de un tal Caballero, que era un atorrante. Le hablamos a Caballero, que
siempre estaba en todos los enjuagues. Fuimos. Lo dejamos a Estorga de campa-
na. Lo embalurdamos de tal manera que cuando venimos con el coche le tiramos
la bolsa con lo 'robado' y se cayó al suelo. Cuando cae, aparece Caballero de atrás
de un árbol y se lo lleva en cana. ¿Sabes cómo lloraba?. El gran chorro... Después
lo soltó. El tipo no apareció más..." Drogas, robos, policía, pero en joda, claro,
como eran las de antes, o sea: las del barrio-barrio...

El chusmerío
Dentro de la misma dimensión de la relacionalidad o socialidad barrial, el
chusmerío fue, junto a la remisión a la época base de la deshistorización, lo
unánime como característica prototípica del ser barrio, independientemente
del tipo de barrio. El chusmerío consiste —en términos restringidos— en hacer
pública la información privada de las personas. Desde el punto de vista
comunicacional, implica la circulación de una producción simbólica de mensa-
jes. En los aspectos que hacen al barrio, como acá lo estamos entendiendo,
adquiere importancia para nosotros. Así lo reconocen todos los actores, si
bien lo concentran en determinados personajes (las mujeres): "Nací en este
barrio, acá te enteras de todo y más rápido... yo conozco a todo el mundo, hay cada
chusma... le sacan el cuero a todo el mundo ... Acá vive gente muy [con ironía]
'conocedora' del barrio, que sabe vida y obra del barrio... Es que el chusmerío es
toda una institución en el barrio...". El chisme como práctica —que, en sí, consis-
te en hablar del que no está y del que no se tiene la fuente directa de informa-
ción— cumple, además, con una función comunicacional precisa: construir la
Identidad del nosotros de la relación locución-audiencia, sobre la base del
principio de referir en ese otro lo que queremos decir de nosotros. Por eso se
Antropología de lo barrial
250
lo legitima a la vez que se establece la diferencia con él: "Acá en el barrio a
todos les interesa ¡a vida de los otros, no por el chisme sino por compartir las
alegrías y las cosas en que se pueden ayudar... La verdá, yo no me meto, no vivo
del chisme: del umbral de la casa pa'dentro no me importa nada de nadies..."
Desde ya, vale acordar que el barrio no es el único contexto donde se da el
chusmerío: la oficina, la escuela, la fábrica, la universidad, son todos ámbitos
donde prevalece más lo informal de la circulación de "información" que la que se
presume a nivel orgánico-formal. Un procedimiento que tiene que ver con el
chusmerío es la construcción de estereotipos que, en el caso que nos atañe, se
referencian en el espacio del barrio. Así, entran en escena "/os de la esquina",
"los de la cortada", y también "la divorciada", "el artista", "el rarito", "el borracho",
"el vago", "la putita", "los villeros" (ej., tomadores de viviendas) y toda una gale-
ría que tiñen el barrio con los contenidos semánticos con que se los tiñe a ellos,
incluida "la chusma de la cuadra". Y caben acá, sobre todo, los estereotipos junto
a la costumbre de colocar apelativos que expresan los estereotipos de manera
metafórica 92 . El prototipo de la "mujer chismosa" (la "vieja cotorra") como el
agente principal de esta práctica queda desmitificado cuando se constata el
papel protagónico que juegan los encargados de edificios, los comerciantes, los
kiosqueros, los policías, varones ai fin. El cuadro de "pueblo chico, infierno gran-
de" que adquiere el barrio del chusmerío nos podría remitir a la idealidad inver-
tida, o a una especie de anti-fantasma de la sociedad folk. El chusmerío repre-
senta la institucionalización plena del "qué dirán", al que se opone el "decir las
cosas de frente", que es lo que no hace precisamente el o la chusma.
En el chisme, sin embargo, se daría plena cabida a la relación de confianza:
se confía (en realidad: se invoca que se confía) en que aquel al que se pasa la
información "no se lo va a decir a nadie", y esta relación estaría en la base de
la transa comunicativa. Porque, en el fondo, se trata de una transacción: el
uno le confía al otro lo que supuestamente ese otro no sabe, a cambio de
manifestarle su confianza y ganarse la de él, en un círculo o racionalidad de
reciprocidad que se debe realimentar permanentemente, como compromiso
de continuidad del sentido común, de la comun-Júad informativa. El chusmerío,
en suma, es la institución barrial por excelencia, en todos los tipos üe barrios.
Representa —como dijimos— el sistema de intercambio y circulación de infor-
mación privada en el contexto público, acompañada de su propia tabuación:
se explícita a cambio de la promesa o la certeza (yo sé que vos no lo vas a decir,
por eso te lo cuento) de su no repetición, que es lo que luego (cumpliendo con
el rito) el otro va a hacer de la misma manera con otro. Consiste en un rito que
entra a regir con un hálito de inevitabilidad acerca de "lo que se dice",
despersonalízando el agente de la reproducción misma: "parece que...". O se-
gún la interrogación acerca de sí el otro está al tanto de lo que se desea
explicitar: "¿Viste que...?", "¿Te enteraste que...?".

92
Nos referimos al etiqueta miento de apodos del tipo: "le dicen jabón de hotel... porque tiene un
pendejo que nadie sabe de quién es", para referir a una madre soltera, o: “le dicen vaca mala, porque
no hay quien le saque la leche", para referir al que no "consigue" mujeres.
Prácticas y ritualidades barriales
251
¿Qué hay de barrial en el chusmerío de barrio? El tomar fresco de la tarde
barrial, por ejemplo {aún en el furor de los videocables y videocasseteras), en
el afuera, representa un contacto directo con lo inesperado, opuesto a lo tran-
quilo como algo quieto. Es un inesperado regular, familiar, y por eso tranquilo:
importa ver quién es el que pasa por la vereda (o por la otra), porque no está
dicho totalmente quién podrá ser, y la diferencia puede ser crucial para entrar o
no en el límite de lo barrial {en tanto re-conocido) o lo no barrial (en tanto
extraño). Además, el dispositivo del chusmerío se pone en marcha con el cono-
cido, ya que el extraño no puede ser objeto de la publicidad de una información
privada que no se le conoce, lo que es inherente a la relacionalidad barrial.

Ritos y luchas
Rituales o no en sentido objetivo, no es una discusión que nos interese
aquí. Rituales como práctica vivida con efectos diferenciales y diferenciados
por los actores en cuanto a la significación e importancia que tienen para
ellos, sí. Es lo que señalan cuando relatan el barrio, cuando lo objetivan ellos,
mediante su reflexión sobre él, mediante la materialización de una ideología
plasmada en prácticas y representaciones, en cultura. En la teoría de los mo-
vimientos sociales urbanos, algunos autores como Silvia Sigal, John Walton o
Pedrazzini & Sánchez hablan de "cultura urbana" o "nueva cultura urbana" para
referirse a las prácticas y estrategias de movilización de los nuevos sujetos
urbanos, como los tomadores de tierras y hasta las pandillas callejeras. Lo
hacen para distinguirse de los enfoques macrodeductivistas que no dan cuenta
de los significados sociales compartidos a los que nosotros acá estamos
refiriéndonos cuando hablamos de la dimensión simbólica o conjunto de re-
presentaciones que conforman el imaginario referenciado en el espacio barrial
o urbano. Este nuevo objeto serían los procesos micro-sociales de la vida
cotidiana de los pobres urbanos dentro de las grandes estructuras, que dan
cuenta de los actores en situación, de cómo sobrellevan las crisis y su situa-
ción de pobreza y marginalidad urbana y social. No faltan, incluso —aun apar-
tándose del culturalismo lewisiano— quienes hablan precisamente de "ritua-
les de la marginalidad" {Vélez-Ibáñez, 1989), para referirse a los comporta-
mientos adaptativos a las situaciones sociales. Y quienes vinculan esto con el
concepto de identidad en un sentido sodo-politico, como es el caso de José
Luis Coraggio (1991). Esta conjunción de aspectos y dimensiones junto a
posturas y enfoques, compondrían un cuadro en donde de un lado tenemos
las categorías de ritualidad (como parte de las prácticas) y cultura (como aglu-
tinación de prácticas y representaciones) dentro de los procesos sociales y
estructurales y, por el otro, la cuestión del poder y las luchas, con el eje prin-
cipal —aunque muchas veces velado— de las clases sociales y su relación con
las contradicciones principales de la sociedad contemporánea.
Y con esto nos acercamos a nuestras reflexiones finales acerca de la rela-
ción entre el barrio como componente de la reproducción material-social y su
papel dentro de la producción de sentidos en la dimensión histórico-simbólica.
Múltiples dimensiones de lo barrial

Síntesis barriales
Múltiples dimensiones de lo barrial

Nos habíamos propuesto realizar un estudio antropológico del barrio como


producción de sentido dentro de los procesos de construcción de identidades
urbanas, indagando qué podía haber detrás de lo barrial como símbolo, de-
terminar los mecanismos que se ponían en marcha en su construcción y esta-
blecer sus razones históricas. Sobre la base de su recurrencia en el imaginario
cotidiano, su surgimiento histórico, la vacancia teórica significacional y la For-
ma en que concurre en diversos contextos y manifestaciones, mediante el
desarrollo de diversos modelos de análisis, hemos procurado verificar la vali-
dez de nuestras postulaciones interpretativas, que a continuación sintetiza-
mos y profundizamos.

El barrio estructural
Lejos de configurar una realidad autocontenida, el barrio es una conse-
cuencia de la apropiación desigual del excedente urbano, concretada en el
proceso de segregación. Su constitución histórica se dio como una conse-
cuencia de la división del trabajo, ligada específicamente a la reproducción
material de las clases trabajadoras urbanas (activas o en reserva). Junto al
proceso de atracción laboral de cada ciudad se aparejó la pauperización cre-
ciente de sus barrios y la exclusión urbana, distinguible de la rural en cuanto
a sus ventajas comparativas, por la cercanía relativa con los satisfactores de
consumos colectivos, que en el ámbito urbano resultan al menos reivindica-
bles. La ciudad, a su vez, se formó, paradójicamente, sobre la base de una
imagen de unidad ecológico-espacial homogénea y totalizadora, pero con
heterogeneidades cada vez más pronunciadas, de las que el barrio se consti-
tuyó en muestra, cuestionadora de la unidad. Las ciudades crecen por medio
de sus barrios y en este proceso construyen nuevas identidades que modifi-
can al mismo tiempo la identidad de la totalidad. Espacialmente hablando, el
barrio es lo que se opone funcionalmente al centro (religioso y monumental
en las épocas iniciales, mercantil y financiero luego) y donde se referencia en
principio la residencia de las masas trabajadoras. Luego adquiere la
ambivalencia de la contraposición entre barrios ricos y pobres, que encuentra
en la ciudad industrial los indicadores más sintomáticos de la lucha de clases
moderna. Si se estableció que la ciudad es un asentamiento espacial determi-
nado que ha pasado a formar parte de las condiciones de la producción mate-
rial, e instrumento de dominio, y su contradicción principal —dentro del capita-
lismo— está dada por el carácter necesariamente socializado de su existencia
Múltiples dimensiones de lo barrial
255
material (la ciudad como un recurso) y simbólica (la ciudad como un derecho),
la apropiación privada de su espacio coloca al barrio también como una pro-
ducción histórica. Pero, ¿producción de qué?
Las relaciones de causalidad implicadas dentro de estos procesos estruc-
turales no son suficientes para responder a esta pregunta en sus múltiples
dimensiones. Es necesario también apartarnos de las sobredeterminaciones
totales concebidas como unívocas, omnicomprensivas y sin actores, para dar
paso a la interpretación desde la realidad constructora de significaciones, que
avala nuestro enfoque, en donde la idea de desafío interpretativo intenta
prevalecer por sobre las tentaciones deductivistas. La idea de realidad histó-
rica, además, tiene como premisa la noción de totalidad construida, no dada,
compuesta por significados en pugna. Incluso en los estudios sobre los proce-
sos de formación histórica de los barrios resultaba difícil encontrar enfoques
que profundizaran en las formas mediante las cuales lo histórico se introduce
en la realidad de los barrios y sus imaginarios: en los modos como lo barrial se
construía históricamente como significados compartidos y en contradiccción.
Si bien la espacialidad es la variable más tangible (como límites e identifica-
ciones de lugares concretos), el barrio no constituye una comunidad o unidad
espacial ecológica, natural ni exclusivamente física. Su carácter significante, tanto
simbólico como identitario, relativiza el problema de la escala para definirlo como
objeto de estudio. En los casos concretos que nos tocó estudiar, ubicamos esta
escala en el barrio extenso. Por su parte, su funcionalidad, que lo distingue de
los consumos generales de la ciudad, es principalmente la residencial, asociada
a la ¡ocalización industrial y comercial y también a las funciones culturales y
sociales que componen categorías más generales, como la de forma de vida. En
concreto, las instituciones barriales pocas veces tuvieron una funcionalidad for-
mal dentro de la dinámica urbana. Tanto el poder local como la autonomía de los
barrios pueden aumentar o disminuir, de acuerdo con las tendencias centralis-
tas de cada proceso histórico de urbanización. A partir del paradigma de la
Modernidad, se genera la importancia de determinados valores que actúan
como ejes de diferenciación entre los lugares centrales y las partes barriales,
de modo que es en estas realidades donde se muestran las mayores deman-
das para la reproducción de los sectores sociales que habitan los barrios y
algunos de éstos llegan a constituirse en parte de las soluciones aportadas
desde el Estado para sostener la reproducción necesaria. Esto hace que el
proceso mismo de constitución del barrio se enmarque y dependa de las posi-
bilidades del Estado moderno para proveerlo como medio de consumo y parte
del salario indirecto. En cuanto a la concepción del barrio como mero escenario,
paradójicamente las problemáticas urbanas encontrarían en él su propio foco
explicativo, como tipicidades estigmatizadas desde el prejuicio.
Hoy la privatización inédita del espacio público, la extensión de los barrios
como crecimiento caótico, la suburbanización más que precaria e insolventada,
la marginalidad respecto a los servicios y el predominio de las lógicas de la
radicación (y erradicación) industrial y del régimen inmobiliario capitalista, dra-
matizan aun más —mediante la intemperie social y la inseguridad— el marco
Antropología de lo barrial
256
de metropoiitanízación en una economía dependiente, bajo la forma de la
hiperconcentración económico-financiera transnacional, el dictado del Nuevo
Orden y el consecuente Estado de Malestar, como su faceta institucional. Parte
de esta matriz se manifiesta con la ruptura de !as tramas barriales clásicas a
partir de complejos, countries, autopistas e hipermercados, de la misma ma-
nera que su crisis estructural se traduce en !os cíclicos episodios de tomas de
terrenos y viviendas y formación de barrios mediante asentamientos. Y esto
se acompaña de una segregacionalidad en el interior de los mismos barrios
estructuralmente segregados. Se reafirma entonces la necesidad de comple-
mentar los aportes explicativos de fondo de la teoría de la dependencia con la
comprensión de la significación intersubjetiva y cultural cotidiana, que consti-
tuye lo barrial como condición y representación.

El barrio social
Este horizonte de significación es el resultado de una "socialidad" (si se-
guimos a Martín-Barbero), o forma que adquieren las relaciones interpersonales
en los barrios: la 'esfera de interacción del barrio", que le brinda un "aire de buena
vecindad" (Scobie & Ravina de Luzzi, 1983: 182), que ha sido tratado en forma
profusa en la literatura sociológica, con posturas mecanicistas (Keller) y
dialécticas (Althabe). En tanto los plafones teóricos del barrio estructural to-
man como punto de partida las postulaciones engelsianas y se derivan hacia
los trabajos sobre urbanización subalterna o marginalidad desde la teoría de
la dependencia, con conceptos fuertes como el de clase social, el marco teóri-
co básico del barrio de la socialidad de relaciones primarias es el de los estu-
dios de comunidad de la sociología clásica, desde la escuela de Chicago, hasta
los estudios recientes sobre redes. Se configura uno de los dilemas más sa-
lientes de la problemática urbana, que coloca al barrio como referencia de
determinados valores que hacen a la convivencia y al ideal genérico de la vida
social, opuesto al "caos" de la ciudad moderna: integración, autenticidad, co-
hesión, endocontrol, supuestamente garantizados por la realidad comunita-
ria vecinal, a la que —paradójicamente— se le atribuye un estatuto de derrota
histórica (Keller) ante lo urbano y cuyo fantasma rondante es el comunalismo pre-
urbano de horizontalidad idealizada.
Al vecindario "hay que descubrirlo" (Useem), no está dado, y al barrio se lo
suele definir por marcas espaciales externas que lo identifican. Nosotros he-
mos demostrado que no es suficiente con esas marcas externas, ya que son
necesarios los valores. Y, por otro lado, en el trabajo sobre el complejo se vio
que la socialidad vecinal (de contacto de los cuerpos) que los adultos referencian
en los barrios típicos de casas bajas, la desarrollan los jóvenes independien-
temente de las determinaciones espaciales y en oposición a su merma entre
la que podríamos llamar alegóricamente generación de las casas bajas. En rea-
lidad, en forma expresa no partimos del modelo de la comunidad barrial ho-
mogénea e inquirimos por la heterogeneidad interna y —aun más— por la
forma en que se motoriza la construcción de identidad como producción ideo-
lógica desde sus contradicciones internas.
Múltiples dimensiones de lo barrial
257
Matthew Crenson destaca que los barrios adquieren identidad menos por
la frecuencia de contactos y el conocimiento de sus integrantes que por la
certeza de que ellos son los que conforman el espacio y, de esta manera, son
diferentes a otros barrios; es decir: no son las relaciones empíricas vecinales
las determinantes de los lazos de identidad barrial sino el reconocimiento, la
autoatribución y la construcción de representaciones simbólicas significativas
dentro de un imaginario producto del entrecruzamiento de miradas adórales,
referencladas en el espacio urbano-barrial. De todas maneras, la sociaüdad
particular desarrollada en los barrios se vincula con las atribuciones de identi-
dad cuando uno de los valores centrales que componen la ideología barrial es
lo que nosotros hemos llamado relacionalidad, u ostentación del reconoci-
miento entre los actores. A una mayor relacionalidad y un compartir rasgas
correspondía una mayor diferenciación gradual entre ei barrio "viejo" y sus
barrios linderos. Y a una menor relacionalidad, independientemente de la le-
janía o cercanía espacial y una difusidad nominal, le correspondían una corro-
boración y reafirmación de las relaciones de oposición del paradigma de la
identidad del barrio viejo, como conjunción de lo barrial (como valor) y el barrio
(como espacio).
El nivel interaccional de los barrios atraviesa los mundos del individuo, el
grupo y los ámbitos doméstico y público, conformando la variable que hemos
denominado intersticialidad. En el caso del muchacho de barrio y la chica de su
casa se vio cómo, en la instancia familiar, el o la joven que conflictúa con sus
padres por salir o no salir, por vivir o no vivir "en la calle", ai mismo tiempo
recibe el mandato de la ideología barrial, que los coloca dentro y fuera en
forma contradictoria. Es como si el barrio viviera dentro del ámbito de la vivien-
da y atravesara las paredes para habitarla como imaginario, de valores que
influyen en la vida familiar. Lo mismo ocurre con el mundo de los niños, para los
cuales el barrio representa la primera socialización o apertura del espacio-
mundo. Es a los 5 ó 6 años cuando el barrio -en forma creciente- representa la
ruptura (abrupta o paulatina según las clases sociales) con el lazo familiar. El
establecimiento de raices barriales adquiere motorización por esa socializa-
ción y se refleja en la tendencia a afincarse en el barrio "de los padres", prin-
cipalmente por la red de solidaridad familiar dada por la cercanía o como parte
del control, es decir, como recurso práctico y simbólico.
Tanto en Buenos Aires como en los distintos cinturones de conurbación de la
RMBA esto se expresa con las típicas mezclas morfológicas. El hacerse la casita
en el barrio de los viejos forma parte de este imaginario urbano proyectado
íntergeneracionalmente desde la clase obrera (sobre todo de inmigrantes eu-
ropeos) hacia sus hijos, con el mandato de la movilidad social. Situaciones que
con otra morfología y otros ingredientes étnicos se reproduce también en ba-
rrios de villas y asentamientos. Desde esta socialidad se constituyen las prácti-
cas e interacciones de los distintos actores: los "verdaderos vecinos" (la barra),
las amas de casa, los mayores, las muchachas. Dentro de este imaginario, por
ejemplo, sólo en el espacio donde los chicos juegan en la calle parece haber
barrio, sólo donde las vecinas charlan acodadas a ¡a escoba, sólo en la mesa de
Antropología de lo barrial
258
café compartida en los discursos paralelos de la parada barrial, sólo en la es-
quina que aguanta territorialmente a la barra... hay barrio.
En el barrio social están las redes de información, compuestas por encar-
gados de edificios, chicos que pasean perros, conversadores de taller mecáni-
co, kiosqueros, y numerosas micro-situaciones de interacción, que van cons-
truyendo una socialidad donde los significados circulan con el precio paradóji-
co de garantizar el secreto. En realidad, ninguna de estas situaciones está
fuera de relaciones de poder, desde donde se tipifican esos significados, esas
identidades y esas ocupaciones territoriales y sociales. Nosotros no ingresa-
mos a la investigación desde el marco teórico de las relaciones de poder, ya
que privilegiamos la indagación sobre la producción de sentido en un plano
más amplio de posibilidades. Pero, irremediablemente llegamos al poder de
significación de la ideología barrial. Quizá no lo volveríamos a encarar hoy de
la misma manera, pero no dejamos de reivinüicar el haber aplicado un enfo-
que laxo con el cual construimos resultados menos previsibles (como ha sido
la interpretación de lo barrial como producción ideológica) que si hubiésemos
dirigido nuestra mirada en forma directa hacia las relaciones de poder en las
formas de interacción vecinal, Específicamente hemos partido del concepto de
Yurij Lotman de poder semiótico, o significacional y de categorías como ideolo-
gía o imaginario. Y ha sido este concepto de imaginario social urbano el que
nos ha remitido obligadamente al plano de las relaciones interaccionales del
espacio social. Porque el imaginario no es la suma de los espacios represen-
tados por los individuos, sino que surge de las interacciones y de las contra-
dicciones, de los desfasajes entre el hacer y el representar, entre el actuar y el
decir. Estas diferencias constituyen la negatividad dialéctica del espacio, o
transversalidad (tomando este concepto de Rene Loureau para referirse al
contraste entre los usos formales y efectivos) surgida de las contradicciones
en las distintas tramas de significados sociales referendarios en el espacio.
Esta trascendencia o superación de la dimensión positiva (de sentido único)
del espacio físico y del espacio social es la que nos impulsa a afirmar que el
barrio va más allá de las relaciones cara a cara, del grupo primario. En reali-
dad, el barrio utiliza al grupo primario para referenciar un nudo semántico-
social donde se incluyen las representaciones simbólicas en las que se mani-
fiestan las contradicciones sociales.

El barrio identitario
Por barrio ¡dentitario entendemos la potencialidad y consumación del ba-
rrio como constructor de identidades sociales. En primer lugar, ubicamos la
identidad como variable significacional de nuestro modelo inicial —al que lle-
gamos por vía inductiva y luego proyectamos deductivamente—. La identidad
barrial está ligada al barrio estructural como mediaciones y representaciones
simbólicas, donde el espacio adquiere significación y no las determina en for-
ma unívoca. El ejemplo de los jóvenes a quienes el espacio del complejo les
resulta apto para la construcción de una pertenencia propia de la identidad
Múltiples dimensiones de lo barrial
259
típicamente barrial nos remite a esta relación arbitraria entre el imaginario y el
espacio. Lo espacial sirve de marca a las identidades de la misma manera que
las identidades marcan lo espacial en el proceso de atribución de sentido. Por
eso la identidad, como proceso mismo de atribución en sus efectos al sistema
de representaciones, también sirve para apuntalar los procesos de segrega-
ción. Con Lynch habíamos visto que el espacio vivido renueva permanente-
mente las claves para su legibilidad e identificación, siempre dependiendo de
los actores en situación. No sólo el espacio moderno puede adquirir los signi-
ficados del barrio tradicional (para los jóvenes nacidos en él), sino que el
espacio barrial se estira según el prestigio o encoge de acuerdo con la mala
fama de cada barrio. Esto, además de la diferenciación entre el espacio for-mal-
oficlal y el de los significados compartidos cotidianamente, inclusive ia
segmentalidad, producto de la heterogeneidad, que adquiere valor de territo-
rialidad y pertenencia de parte de determinados actores que lo ocupan en
forma contrastiva respecto a otros. Pero también vale la atribución de homo-
geneidad en la construcción de los estereotipos que conforman to que hemos
llamado tipicidad, que se carga con el estigma en la misma proporción en que
se les niega a esos barrrios su bamalidad.
En segundo término, nos apoyamos en cauciones teóricas. La base de la
identidad es el conflicto estructural, presente necesariamente en toda socie-
dad humana, como resultado de relaciones históricas de poder. Lo específico de
la identidad es el contraste objetivo y vivido en relaciones de alteridad, lo que
implica su referenciación en prácticas y representaciones, esto es: dentro de la
esfera de la cultura, como conjunto de significados compartidos y en contradic-
ción. La identidad, por lo tanto, se expresa por medio de valorizaciones y a su
vez es un pre-texto para expresar valores capaces de producir, mantener y
transformar la significatividad de lo compartido y en contraste. Esto nos obliga
a distinguir entre la identidad en potencia, sea como competencia, en un senti-
do chomskiano, o como horizonte de predisposiciones habituales, al estilo del
habitus de Bourdieu, y la identidad en acto, marcada por las relaciones de
interacción entre los individuos y las práct^as llevadas a cabo de acuerdo con el
bagaje de construcciones simbólicas con que cada identidad se re-presenta; o
sea: se vuelve a presentar en el tiempo, hacia sí misma y hacia los otros, con
pretensión de permanencia. La consecuencia es que hablar de identidad impli-
ca referirse a procesos de manipulación, control, simulación y ritualidad: valores
puestos en acto, sobre la base de la escisión elemental entre referentes y
sentidos. Las oposiciones más notorias acerca de la identidad están dadas
entre la concepción sustancialista y la contextualista, por un lado, y en la discu-
sión de si la definición de las identidades debe tomar como base las
categorizaciones hechas desde el exterior de las mismas o teniendo en cuenta
las asunciones de los actores, por el otro. Como es hoy común destacar, la
bisagra respecto a las identidades preconcebidas como esencias, con límites y
nombres artificiales (puestos clásicamente desde Occidente, por los antropólogos
incluso), se produjo hacia fines de los sesenta con el aporte de Frederick Barth,
quien destacó la identidad como un proceso de identificación subjetivo y varia-
ble en el tiempo, por el cual un grupo se reconoce por contraste con otros y es
Antropología de lo barrial
260
reconocido por esos otros, afirmando la importancia de los límites (cambiables)
y las ínterreiaciones y no de los contenidos culturales cristalizados, tal como
establecía lo que Guillermo Rubén ha llamado la "antropología de la permanencia"
dentro de las teorías de la identidad (Rubén, 1992: 72). Una necesaria caución
contra el quietismo, el aislacionismo y el homogeneísmo de los grupos de iden-
tidad resulta, entonces, tan importante como su contextualización histórica,
modo reconocidamente idóneo para comprenderlos y para que se
autocomprendan dentro de relaciones de totalidad. Por eso también es preci-
so, con Y. Bromley, alertar sobre el riesgo de caer en el subjetivismo, que reduce
el proceso de formación o construcción de las identidades a la autoidentificaclón.
Él define efnos como el conjunto de particularidades comunes más estables de
un grupo a pesar de los cambios. Es la autoconciencia la que hace posible
definir a un etnos, por sus asunciones y por sus marcas externas (Bromley,
1986; Garbulsky, 1988), con la identidad como proceso y resultado de las re-
presentaciones imaginarias en interacción social contrastiva. Pero no hay que
confundir identidad con su racionalización en los discursos de los actores, inter-
pretados en forma lineal, al estilo de las encuestas sobre "satisfacción" con el
lugar barrial. En el proceso de objetivación que resulta de la existencia de una
identidad social ocupa un papel fundamental la adjudicación y producción de
sentido, que va más alié de la superficialidad de los discursos, y dentro de ésta
adquiere una importancia básica la dimensión temporal. Para los estudios clási-
cos, el cambio producido en las sociedades no occidentales por la modernidad
occidental era preconcebido de por sí como opuesto a las identidades étnicas,
únicos objetos de estudio deshistorizados. Pero eso no quita que, dentro del
proceso de construcción de las identidades, estas mismas no tengan como
asunción un proceso de deshistorización o reificación de una parte de sus pro-
pias condiciones de existencia, vividas como opuestas al mundo moderno, tal
como expresa la identidad del barrio-barrio respecto al cambio y al adelanto
urbano. Si bien puede ser algo inherente a todo proceso de construcción de
identidad en el plano dei "principio de la no conciencia" de la totalidad de las
condiciones de existencia de los sujetos (Bourdieu, 1985; Marx) (y por lo cual
son eso: sujetos a la totalidad), no aquilata de por sí la adjudicación de deter-
minados contenidos a esa misma reificación o sustancialización. Lo que para los
actores es necesariamente fijo, para la caución analítica requiere verificación
permanente y no ser supuesta como algo cosalizado. El rechazo del concepto
de identidad entendido como características primordiales e inmutables, engar-
za tanto con el prejuicio de que el único cambio posible es el occidental como
con las orientaciones humanistas, racionalistas, tan tolerantes y relativistas
como asimílacíonlstas respecto a los grupos otros que se estudian, dando lugar
incluso a la crítica por su etnocentrismo metodológico, ya que no se considera
grupo étnico al propio del investigador. Fue a partir de la escuela de Manchester
que se cuestionó el olvido de la etnia blanca ríe los registros etnográficos clási-
cos y la polaridad entre la identidad entendida como continuidad culturalista
recibió la crítica desde el historicismo, que la consideró una construcción social
en respuesta a circunstancias sociales y económicas más que como una ads-
cripción a un cultural. Además, la etnicidad urbana debe ser entendida como
Múltiples dimensiones de lo barrial
261
una variable más dentro del universo de relaciones sociales y no un atributo
estático de los individuos, ya que es el resultado de un proceso dinámico, dado
en relaciones históricas, y no se reduce al espacio barrial, sino que se da en
forma "esparcida" en varios barrios, lo que nos aleja una vez más de los
acotamientos cerrados. Esto nos sirve para cuidarnos de etiquetar como étnicos
o provenientes de identidades "originarias" ciertos comportamientos que no
son más que el resultado de situaciones de "adaptación urbana", tal como
señalaran los trabajos de Gluckman o Liebov, para dar dos casos paradigmáticos
de las dos macro-escuelas de antropología urbana (Manchester y Chicago).
Sirve también para cubrirnos de atribuir homogeneidades allí donde la pobla-
ción de un barrio pueda compartir ciertas marcas culturales, como se vio en
todos los ejemplos, y sin embargo esta población suele tener distintas visiones
o imágenes acerca de su barrio y de lo barrial como eje axiológico. Nuestro
acento en el espacio significacional nos ha evitado este reduccionlsmo. Del mis-
mo modo, debemos recordar la simultaneidad como característica del proceso
de construcción de identidades: ningún individuo o grupo pertenece todo el tiempo
a una identidad ni se siente dentro de una sola o única identidad, sino que se
entorna en función de diversas y simultáneas constelaciones de significados
identitarios. El recorte de lo barrial es transversal respecto de otras variables,
dentro del segmento poblacional estudiado. Actúa como una placa transparente
que es el producto de la abstracción y que en la realidad esté intermezclada. De
esta manera, esté claro que la identidad barrial no es una variable de base
(como usualmente se definen la edad, el sexo, la ocupación, al estilo que se da
en las radios: "Nos llama María, de Palermo") sino construida, asumida por el
sujeto y por quienes lo observan, por quien se autoatribuye y por quienes ie
atribuyen esa identidad. Lo que pasa en un barrio, o lo que la gente es, de
ninguna manera se debe todo a lo barrial. Lo barrial cruza esas variables y vale
como causa o como efecto, según los contextos que acotemos. Los ejemplos
del comportamiento en los bailes, los colegios, los lugares de trabajo, los casos
de saqueos, o en una misma hinchada de fútbol, donde se cruzan representan-
tes de diversos barrios, son elocuentes. Vale también la reivindicación o defen-
sa de clase de una identidad barrial estigmatizada, como vimos para el caso de
la defensa de la blancura barrial que, en el fondo, muchas veces se edifica sobre
la base de la asunción del estigma. Y vimos que esto tenía relación con la inser-
ción estructural de los actores con el espacio barrial, cuando distinguimos las
imágenes respecto al anti-barrio. Encontramos en determinados actores la asun-
ción de la causalidad de la problemática socio-urbana al "tipo de gente", cuando
expusimos las teorías de los actores sobre los problemas barriales y cuando a
ciertos tipos de contextos, paradójicamente, se les niega su carácter barrial, y
esto incluye tanto a las villas como a los complejos (los anti-barrios, según el
sentido dominante).
Tercero: como conceptos y ejes de la identidad barrial incluimos las premisas
conceptuales de las que partimos —nuevamente el enfoque deductivo — .
Hemos tomado a la identidad como una relación social de alteridad conjunti-
va / disjuntiva, ideológicamente diferenciada, mediante un proceso de atri-
bución de modalidades distintivas, h i s t ó r i c a y socialmente referenciadas,
Antropología de lo barrial
262
capaces de asumir diversos referentes (el espacio barrial es el que nos ha
interesado en particular). En estos términos, pretendimos descubrir los dis-
positivos semlóticos de construcción de las representaciones de la identidad
barrial, principalmente por medio de qué componentes se produce la opera-
ción de la atribución de un conjunto de valores, a los que llamamos eje
axiológico. Se puede concebir a la identidad como dinámica o estática. Si
dinámica, es fundamental verla como a l g o cambiante, pero puede
entendérsela en términos mecanicistas o dialécticos. Si dialécticos, es impor-
tante partir de la base de que es un proceso dentro de una relación de
totalidad mayor, pero esto podría ser enfocado en forma idealista o materia-
lista. Y si partimos de esta última premisa, es fundamental ver que hay un
componente por medio del cual se materializa la identidad, como producto y
proceso, y debe haber también un dispositivo interior a ese componente.
Por eso incluimos a las identidades dentro del mundo de las representacio-
nes simbólicas, de las ideologías, y como producto de significación. Lo que
nos lleva a la encrucijada metodológica de que para llegar a la identidad no
hay otra forma que partir de su representación y en el concepto mismo de
representación están implicadas tanto la conciencia como ruptura y la natu-
ralización. Los ejes lógicos de la identidad no tuvieron otra intención que
colocar al conjunto de estas representaciones en un esqueleto abstracto
que nos permitiera ver cómo la construcción de la identidad real se distan-
ciaba o no de ellos, cómo incluso se torcía en el desgarro de la ideología, en
lo que llamamos luego el eje transversal de valores, a los que el dispositivo
semiótico derivaría como metonimias o como metáforas. Partimos entonces
de cuatro relaciones, en sendos pares de oposiciones: unidad / diversidad,
conjunción / dísjunción, identificación / diferenciación, y homogeneidad / he-
terogeneidad. La relación dialéctica entre la unidad y la diversidad está sos-
tenida por el principal eje lógico que subyace a esta relación: la oposición
conjunción / disjunción. Dentro del polo conjuntivo, por su parte, puede ubi-
carse la relación entre lo heterogéneo, que no logra empero romper con la
unidad, y lo homogéneo, que consolida la unidad. Y la atribución que hace
posible identificar y diferenciar rasgos de la identidad. En el interior de un con-
junto se podrán hallar componentes a su vez distinguibles, pero cuya
significación no es capaz de producir una ruptura en la conjunción. Es lo
heterogéneo dentro de lo con-junto y en relación dialéctica con lo homogé-
neo que lo sustenta y del cual depende. Cuando lo heterogéneo posee una
fuerza de significación tal que.es capaz de vencer la tensión entre lo conjuntivo
/ disjuntivo, se produce un salto cualitativo y deviene diferencia respecto al
conjunto. Los valores son —estructuralmente hablando— relaciones de opo-
sición e implican una toma de partido, en función de determinados intereses,
por uno de los polos planteados en la relación. Cada uno de esos términos,
a su vez, contiene en su interior naturalizaciones y deshistorizaciones que
esa identidad no se cuestiona, no problematiza, pues pertenece —para el
nivel de conciencia de esa identidad— al mundo que ella preconcibe como
dado. Ese mundo de lo dado sólo será roto por otro eje de valores que
cuestione ese interior naturalizado. Desde el afuera de esa identidad se
Múltiples dimensiones de lo barrial
263
pone en peligro esa identidad. Pero es desde el interior de la identidad que
se vive la amenaza mayor, ya que la pone en riesgo de convertirse en otra
cosa, en riesgo de perderse como tal. La dimensión temporal inherente a
todo proceso ideológico, por lo demás, implica la posibilidad y el riesgo del
no ser, de la pérdida, reforzada desde las necesidades del contexto históri-
co. Lo histórico enmarca la construcción de la identidad social, pero a la vez
genera la pretensión del congelamiento, que —en su nudo profundo— cons-
tituye la Identidad misma. La lógica de este modelo sirvió para tensionada
con los significados contenidos en las representaciones de los actores.
Finalmente, obtuvimos efectos teóricos de los casos presentados, por vía
inductiva. El panorama histórico nos sirvió para ver que en el proceso urbano, y
en asociación con las relaciones de trabajo y poder referenciadas en forma
desigual en el espacio, las identidades barriales adquieren signos que van —en
función de las distintas épocas— desde el artesanado hasta las castas, los
clanes, las fratrías, los gremios y la clase obrera, conformando la heterogenei-
dad urbana con flujos migratorios. AI situarnos en nuestra RMBA, vimos el pro-
ceso que estructura el surgimiento de los barrios como una necesidad de la
expansión urbana, y que configura las realidades barriales como identidades
típicas, morfológica, social y culturalmente, a partir de la diferenciación, por un
lado, entre el centro y los barrios y, por el otro, entre los mismos barrios. Parejo
a la idea del localismo de las realidades barriales, crece el imaginario imantado
del centro, a la vez que en cada barrio, paradójicamente, se construyen centros
de atracción, como el café, la esquina, el club, la plaza.
De la misma manera que no es lo mismo lo barrial que el barrio, tampoco es
lo mismo lo no-barrial que los otros barrios. Una de las formas de la subordi-
nación del barrio a lo barrial está marcada cuando los valores del paradigma
funcionan para identificar pero no para diferenciar, dado que, en la medida en
que otros barrios los posean, se unifica la significación que reciben con la del
barrio en cuestión. Pero vimos que es el significado naturalizado de la clase
social asignada a lo barrial el que adquiere el valor más conjuntivo e
identificados capaz incluso de dar una imagen de homogeneidad entre ba-
rrios, cuando a éstos se los define como obreros, aun con diferencias inter-
nas. Es posible establecer gradaciones de la barrialidad, cuando se trata de
barrios "hermanos" en la atribución de clase (lo "obrero"). Ante el contraste
de clase (respecto, por ejemplo, al estereotipo de Barrio Norte), los barrios
populares se aglutinan, pero al no hacerse necesario el establecimiento de la
diferencia, desaparece la hermandad barrial y se da paso a las diferencias,
siempre apuntando a cuál se considera, en el fondo, que es más barrio. A
mayor nitidez en la estipulación de relaciones de diferenciación e identificación
corresponde una mayor relacionalidad. Lo no-barrial sólo denota una diferen-
ciación cualitativamente distinta, porque emerge a l l í un antagonismo
signíficacional poco propenso a compensarse: se recordará el ejemplo de que
la "provincia" aparece como despojada de lo barrial. Es lo extraño, por no
compartir la barrialidad. El grado de justificación de la violencia respecto a las
zonas no-barriales es notoriamente superior que respecto a las áreas conce-
Antropología de lo barrial
264
bidas como dentro de la barrialidad, si bien puedan considerarse otros ba-
rrios. Los complejos y las villas son colocados como esencialmente opuesto a
lo barrial, aun cuando se los considere dentro del barrio en cuanto al espacio,
y a su vez en su interior se establecen diferenciaciones internas en función
del arraigo.
Lo importante es cuando estas distinciones son construidas desde los ima-
ginarios mismos, como ocurre con la diferenciación entre las imágenes cons-
tructoras de la identidad barrial que hemos caracterizado como "juventud de
antes" y "juventud de ahora". En todos los casos se vio cómo los valores del
arraigo y la relacionalidad cumplen la función de estipular parámetros de distin-
ción mucho más profundos que las diferenciaciones de variables "de base" o
fijas. Incluso el sexo y la edad, dentro del modelo de lo barrial, no son variables
que estén adheridas a sus componentes denotativos, sino a sus efectos
connotativos. La partición o segmentación de los barrios medios entre los unos
y los otros, en las típicas mitades (la familiar y el aguantadero) se producen por
la atribución o no de los valores de la barrialidad definida desde el nosotros,
atribuido a la distinción social. La prueba de esto es la asignación de "ser" de
"Barrio Norte", dirigida a quienes, siendo residentes del barrio "grasa", osten-
tan ínfulas de ser "Chetos" y querer parecerse a los de Barrio Norte. La distin-
ción, hecha por los jóvenes, de "barrio de caretas" al mundo de los adultos se
corresponde inversamente con la atribución de "barrio de drogadictos y
malandras" por parte de los adultos. Mientras en los barrios más altos de la
pirámide económica las distinciones son de familias "conocidas", en los popula-
res las distinciones apuntan hacia lo grupal, e incluso revestidas de atribucio-
nes étnicas (los bolitas, los paraguas, los coreanos, los taños).
Las representaciones que los jóvenes se hacen del barrio remiten ostensi-
blemente a la afirmación del barrio como valor, que se corrobora con sus prác-
ticas de ocupación del espacio y referencian la relacionalidad, el arraigo, la
solidaridad y la tranquilidad. Desde la afirmación de sus identidades indivi-
duales, y su diferenciación respecto al mundo adulto y a actores oponentes
(policía), hasta culminar con la reivindicación del barrio como sinónimo del no-
sotros y de una normatividad tan taxativa como la de los adultos. Y en la
dimensión témporo-simbólica, reivindican el pasado del barrio, aunque lo cues-
tionen cuando se esgrime para negarlos a ellos mismos como ocupantes de lo
barrial del barrio.
Llamamos época base de la identidad barrial al resultado de la naturalización
de componentes semánticos que se distribuyen dentro de la red metonímica de
cada polo de una oposición sustancializada en dos tiempos ideológicamente
explicatorios de esos mismos contenidos, como proceso de encubrimiento del
carácter contradictorio de la realidad histórica, lo que define al barrio como un
tiempo simbólico más que como un espacio. Es una época que configura un
pasado con presencia actual, porque es un pasado concebido como re-presen-
tación y re-producción, al funcionar como oponente de un ahora que tampoco
es mera referencia al presente sino el símbolo de lo no-barrial. Sobre esta hipó-
tesis establecimos el estudio del complejo habitacional, tomando la imagen
Múltiples dimensiones de lo barrial
265
oficial de barrio "del futuro", contrastada con la imagen histórico-simbólica de
sus actores, como fantasma pecaminoso, vigente por sus marcas ideológicas:
las tomas de edificios que terminaron manchando ciertas partes del barrio, re-
presentando la "mezcla" de "tipos de gente", y por las barritas deambulantes,
de acuerdo con la visión dominante y adulta, constructora desde adentro de la
imagen del anti-barrio y sus alambres ghettizantes.
El proceso ¡deológico-simbólico de deshistorización no es privativo de los
adultos o ancianos de los barrios, sino que se verificó como vigente en una
franja que incluía a jóvenes y adolescentes. Lo que ellos mismos llaman el
"alma de barrio", que "se mantiene" aun con escenarios distintos a los que el
mensaje paterno y adulto referencia como oposición al mundo joven, al que
expulsan ideológicamente de lo barrial del barrio. En nuestro intento de inda-
gar sobre los mecanismos que producen en forma eficiente y activa estos
procesos de identidad e ideología, nos encontramos con que ese motor inter-
no resultó ser el riesgo de ruptura de la misma identidad, corporizado ideoló-
gicamente en el acontecimiento histórico, el "adelanto" urbano no vivido como
propio y las barritas.
La forma de ser de la identidad social es el conflicto continuo entre su
reproducción y su ruptura. Sólo es dable hablar de equilibrio o estabilidad de
una identidad como un estado histórico de esa puja. Por eso la identidad
implica reivindicación de valores. Sin peligro de ruptura no hay modelo que
apunte a la reproducción de esos valores. Y los jóvenes que significan —para
el modelo adulto— lo anti-barrial, en la realidad de los hechos son el barrio
(como lo postulara Park), ya que re-presentan el barrio por medio de la actua-
lización de lo barrial. Como habíamos señalado, las barritas barriales son de
barrio por ocupación, pero no son concebidas como de lo barrial cuando este
valor sólo emerge como deshistorización, porque, para el paradigma, barritas
"eran las de antes". Constituyen lo extraño dentro del barrio, que hay que
expulsar, al contrario de las villas y complejos, que eran lo diferente invasor
que el mismo paradigma (por medio del arraigo) podía llegar a incluir dentro
de lo barrial. A los jóvenes se los expulsa precisamente porque son del barrio
y constituyen una contradicción dentro de lo barrial de los no jóvenes. Y cuan-
do abordamos a los jóvenes del complejo, vimos que para ellos el complejo es
el barno-barrio, no el anti de los adultos. Las barritas juveniles deben estar en
el barrio, en oposición a lo barrial, para que e! paradigma siga teniendo efica-
cia, porque actúan precisamente como su motor interno.
Esto reafirma que la identidad barrial no es un atributo estático ni una
mera categoría analítica, ni sólo algo que emerge de las asunciones subjeti-
vas de los actores, sino un resorte profundo en la construcción continua de
significados dentro del fluir de las contradicciones históricas objetivas. Como
se vio en el análisis de la dimensión histórica de sentido, la realidad objetiva
ante la cual esa identidad actúa con eficacia simbólica es el no control de
ciertas condiciones de vida propias de sus actores, lo que sería correspon-
diente con los procesos de asimetría señalados en el barrio estructural (apro-
piación continua del excedente urbano), que encuentran correspondencia
Antropología de lo barrial
266
mediada en el nivel de las representaciones. Para el vecino en general, la no
participación en el proceso de control de los servicios urbanos se representa
como una desvalorización de esos servicios, impuestos, no propios y, por lo
tanto, opuestos al modelo de lo barrial. Sea en el futuro del ideal de vida, sea
en e! pasado deshistorizado por asunción sustancializada, sea porque las
identidades flotan en el contradecir histórico, o sea porque el tema de la iden-
tidad viene asociado con la problemática barrial pues siempre el barrio tiene
el significado de oponerse a algo (a la ciudad en su conjunto, al centro, a otro
u otros barrios) por medio de la atribución o no de los valores de lo barrial y,
sobre todo, como resistencia ante la historia debido a la sensación de pérdida
de identidad, barrio e identidad constituyen una pareja indivisible.

El barrio como producción ideológica


Según Lotman, primero se debe estudiar la semiosis de un fenómeno, me-
diante un enfoque que dé cuenta de su significación en distintos contextos, y
luego apuntar a su papel histórico, en la trama de contradicciones e intereses
contrapuestos. Nosotros hablamos de alteridad sígnica (los significados otros)
para el primero, y alteridad histórica (momentos e intereses otros) para el
segundo. El barrio aparece entonces adquiriendo el estatuto de símbolo (al
que nosotros bautizamos lo barrial) y, a la vez, en él mismo —como condensa-
ción de significados— se expresan los conflictos estructurales. Como modo
expresivo de las contradicciones, como pre-texto que se hace cargo de ellas,
nos semeja el tratamiento que Propp diera a las producciones culturales: pri-
mero estableciendo su estructuramiento formal interno (Propp, 1970) y luego
engarzándolos dentro del decurso histórico, mostrando cómo sirven para ex-
presar el pasaje entre las contradicciones de clase de la época que refieren
en sus contenidos y las que están en vigencia (Propp, 1974). La alteridad
histórica es el modo en que la Historia penetra —como los rayos cósmicos
nuestros cuerpos— en toda producción simbólico-ideológico-cultural y emerge
mediante ellas, y estas mismas producciones aparecen distribuidas en distin-
tos actores sociales, determinados histórica y estructuralmente.
Hablamos de la capacidad de lo barrial para construir y ser construido por
el imaginario social, lo que llamamos imaginalidad. De acuerdo con esta varia-
ble, el barrio adquiere la función de ser un referente de una representación,
de una imagen sostenida por actores. Junto a su carácter físico-espacial pasa
a ser un con)unto de rasgos, signos ubicables en la esfera ideológico-simbóli-
ca con vinculaciones entre esas imágenes y las ocupaciones del espacio barrial
concreto. En términos históricos lo colocábamos en las imágenes barriales
según las épocas; y la relación contrastante entre las marcas urbanas de lo
barrial y las vivencias barriales, se manifiesta en el desfasaje entre las unida-
des administrativas, circunscripcionales y distritales, y los barrios vividos por
los vecinos.
La conclusión a la que arribamos sobre la existencia del barrio como pro-
ductor de una ideología se corroboró en la línea de respuestas a la pregunta
Múltiples dimensiones de lo barrial
267
acerca de cómo viven los actores la ciudad, además de cómo viven en ella.
Pero constatamos también que lo barrial se encuentra diseminado por distin-
tos contextos, dado su carácter simbólico como ser de barrio, constituido en
una producción ideológica y vivencia! recurrente. En concreto, se haya nacido
o no, criado o no, vivido o no en un barrio, existe un horizonte simbólico-
ideofógico urbanamente socializado —en forma diferencial— acerca de lo que
significa ser de barrio, como conjunto de cualidades referencia bles y estableci-
das para valorar comportamientos, representaciones y prácticas.
Es necesario no confundir lo barrial constituido en ideología con las distin-
tas ideologías que se refencian en (o barrial y se interrelacionan con los diver-
sos contextos de formulación teórica acerca del barrio, tal como hemos visto
cuando tipificamos las teorías sobre los problemas de los barrios-proft/ema,
como el anti que describimos. Se vio incluso la nutriente realmente teórica de
muchas de estas asunciones, básicamente dualistas, cultura listas y
segregacionistas. La dimensión simbólica de los significados de lo barrial nos
ubica en una producción de sentido, en un proceso de metaforización de la
vida urbana (Mons) que consiste en la apelación a un universo simbólico —tal
como lo definen Berger & Luckmann—, mediante el cual se condensan deter-
minados valores, por razones históricas que emergen cuando se indaga qué
está siendo sustituido mediante esa representación. Es lo que llamamos
simbolicidad de lo barrial, o facultad para ser usado para referir a oirás cosas.
Por eso los valores así construidos ideológicamente tienen en el barrio su
referente socio-espacial, que se refleja en la producción de sentido del imagi-
narlo urbano, con representaciones no sólo no coincidentes con las marcas
físicas sino hasta contradictorias respecto a lo que podría esperarse desde la
lógica de la adherencia de contenidos de representación a los contextos material-
espaciales 93. Entre los valores más recurrentes simbolizados por el barrio
está el ideal de la vida urbana digna, aunque idílicamente pre-urbana, de
relaciones comunitarias, afectivamente positivas y corporizadas en identida-
des sociales particulares, capaces de condicionar los comportamientos socia-
les y aun las mismas representaciones de la historia personal de los actores.
Símbolo de bases populares, de cohesión e integración social, de orden, ino-
cencia, tradición, autenticidad y pertenencia, el barrio mismo aparece como un
valor principal cuando sirve de eje de distinción por encima de otros signos
atributivos, como es el caso de los hinchas de fútbol, las patotas y los militan-
tes políticos, condensándose de modo más específico en la figura del mucha-
cho de barrio.
El núcleo de significación sobre lo barrial o eje axiológico se amalgama alre-
dedor de la deshistorización, que asume la Imagen de la reproducción del mis-
mo eje desgarrado y motorizado internamente por su riesgo de ruptura,

93
En una linea convergente lo expresa Sonia Romero Gorski; "La identidad barrial, tal
como la expresan y actúan los individuos, nos reveló una vigencia y codificación que no
sospechábamos. [...] Vimos cómo ésta se producía fundamentalmente a través de formas
discursivas y temáticas particulares que se asemejan a reglas de composición de relatos de
tipo míticos" (Romero Gorski, 1995: 119).
Antropología de lo barrial
268
corporizado en la juventud actual del barrio (como símbolo, no como grupo
etario), opuesta —dentro del eje del arraigo— al pasado porque representa,
de hecho, la pérdida de ese pasado. Paradójicamente, los jóvenes ejercen en
la práctica el ser de barrio con mayor protagonismo, sobre la base de la natura-
lización de su propio arraigo y sin dejar de lado la deshistorización como meca-
nismo de representación de su contexto barrial. Es entre ellos y principalmente
desde las prácticas que se fortalece el valor de la relacionalidad arraigada.
Como se recordará, el estiramiento de la red metonímica se produce al
contacto con la constelación de valores, cada uno de los cuales lleva a la rastra
su parte de la red, que viene a representar entonces lo que la ideología no
cuestiona. Cada parte de la red equivale a una parte de lo mismo, sin saltos
semánticos, en un plano de isotopismo. La constelación de valores, por su
parte, es la base. Podrá ser capaz de romper o desgarrar —mediante una
contradicción latente— o bien mantener —mediante el estiramiento— a esa
red, indicadora de la naturalización.
El resto de los valores referencian situaciones también de oposición al pre-
sente crítico, asociadas a las experiencias socio-culturales de la clase obrera y
otros sectores populares, definidos como no-dominantes, o no controladores
de la totalidad de sus condiciones de existencia en el marco det proceso urba-
no contemporáneo. Lo barrial, entendido como producción ideológica, emerge
en situaciones de conflicto interclasista e intraclasista, subordinándose a la
variable de la clase social salvo en el caso de que se trate de barrios de una
misma clase. Hay una mayor recurrencia de la barrialidad en los contextos
populares que en los no populares, pero sin que desaparezca en éstos. Y se
asocia a contenidos de conciencia autoconsiderados teorías, capaces de cons-
truir o reforzar en realidad imágenes tejidas desde el sentido común, si bien
con fuentes originarias en los ámbitos académicos clásicos.
Encontramos que el barrio representa un tiempo simbólico congelado en
una ahistoricidad activa, en lucha con su fragmentación permanente; una per-
manencia para la acción, articulada con la vida cotidiana y presente, cuya
actualización pone en marcha el proceso de metaforización, convertido en
ideología. Cuando criticamos a quienes critican la identidad "nostalgiosa" del
barrio, partimos del análisis del concepto mismo de deshistorización como un
proceso que no sólo reproduce, sino que también abre nuevamente elemen-
tos de objetivación, capaces de producir la historia cotidianamente, mediante
las contradicciones y paradojas de la ideología barrial, o mediante los inten-
tos de ruptura con situaciones de dominio, como ante los casos recurrentes
de gatillo fácil; o contradictorios, como los boquetes en los alambrados del
complejo; además del hacer barrio que, emergido desde el nivel ideológico,
situaremos a continuación como proceso cultural.

Lo barrial corno cultura popular y alterna


¿Cuáles serían las ventajas teóricas y metodológicas de concebir lo barrial
como cultura? En principio, al menos, nos situaría más sólidamente en el te-
Múltiples dimensiones de lo barrial
269
rreno de las representaciones y los imaginarios cotidiana y socialmente com-
partidos y asociados a prácticas significativas, con estatuto de tratamiento
específico y un marco teórico apto para contrarrestar reduccionismos fisicistas
y egocéntricos. Las ventajas de hablar de cultura para abordar hechos socio-
históricos hoy en día se vienen aceptando desde corrientes historiograficas
(escuela inglesa94, francesa e italiana), sociológicas (Bourdieu, Giddens),
comunicacionales (escuela latinoamericana, estudios culturales) y en el con-
junto de las ciencias sociales, con diversas proyecciones. La comprensión de
los fenómenos históricos como compuestos por significados sociales arbitraria
y convencionalmente compartidos y en conflicto ha ayudado al apartamiento
de economicismos o politicismos de raigambre positivista y de efectos
naturalizadores y dogmáticos. Nuestra intención no es convertir el estatuto
epistémico de lo barrial en un nivel otológicamente específico, sino profundi-
zar en su incidencia dentro de la vida social urbana como proceso de cultura,
definida ésta en términos antropológicos (como la totalidad de la producción
específicamente humana), como representaciones simbólicas y prácticas re-
currentes, estructuradas en torno a un núcleo de valores heterogéneamente
compartidos que son expresión de contradicciones históricas y que incluyen
formas de reproducir y transformar la vida social.
Llamamos a esta variable precisamente culturicidad, y la categorizamos
como sistema de valores con potencialidad para trascender al grupo primario,
al barrio extenso y a distintos sectores y contextos morfológicos, que termi-
namos finalmente encontrando en forma diseminadamente urbana como cul-
tura barrial. No una cultura sólo como "modo de vida", como la ha enfocado el
culturalísmo ahistórico, ni como mera adición decorativa sobre lo estructural-
material, sino como un horizonte simbólico subyacente en una gran diversi-
dad de contextos, capaz de reproducir y de transformar. Asi lo han enfocado
algunos autores". Con estas posturas se articula nuestro interés por no seg-
mentar mecánicamente la producción de sentidos, como podría ser si hablára-
mos, por ejemplo, de la juventud como portadora de una subcultura, aparta-
da del conjunto de significados globalmente puestos en circulación en la rea-
lidad urbana. Nosotros hemos incluido las representaciones del barrio de los
jóvenes dentro de esa circulación, formando parte de una totalidad dialéctica
en movimiento, y dentro de la cual —como producción ideológica— funcionan
como motor de esa construcción y no como sub-cultura grupal.
Entender lo barrial como cultura implica, entonces, captar la producción de
sentido referenciada en el espacio barrial, detectando las texturas de los

94
Por ejemplo, en Hoggart (1990: 67-78) puede verse un ejemplo del barrio tomado
como escenario de la "cultura obrera típica".
Liebov (la cultura como recurso activamente adaptativo); WalCon (el "realismo popu-
lar" que incluye dentro de "la nueva cultura urDana", a la que evalúa como "la nueva
forma de lucha de clases más común en el Tercer Mundo"); Me Donogh (el barrio
como generador de una cultura de los bares); Rapp (desde los barrios pobres se
produce una nueva cultura urbana); Molotoch (cultura de la resistencia); y Crenson
(la cultura barrial como poder).
Antropología de lo barrial
270
entrecruces de representaciones y las formas estatuidas para que esas repre-
sentaciones adquieran valor y significación histórica. La cultura no es estática ni
una cosa; siempre es el resultado de una perspectiva, de una construcción y de
ver algo como cultura, de manera que se potencie la ruptura con encubrimientos
de la realidad y con lo dado o naturalizado respecto a esa realidad. Nos cuida-
mos también de recortar la realidad por sectores, con límites meramente mate-
riales y empíricos. Como relación conceptual, necesitamos ahondar y dar cuen-
ta de los movimientos y los mecanismos que los ponen en acción, con sus
razones históricas. De acuerdo con esta última opción, el mundo simbólico barrial
es parte de la experiencia histórico-cultural de todos los sectores sociales po-
bladores y constructores del espacio urbano y, por lo tanto, aun con diferencia-
ciones de posición y de interés, de las representaciones simbólicas articuladas
en un sistema capaz de —como estableció Lotman— modelizar la vida social.
La cultura barrial brinda un modelo del mundo, una forma de posicionarse
ante el transcurrir del tiempo histórico, una manera de relacionarse con los
otros y los unos, o de definir quiénes son y deberían ser los unos y los otros.
En suma: una gran metáfora social, que "usa" el espacio del barrio como pre-
texto para intercomunicar (en el terreno de los densos significados públicos,
no individuales, tal como define Geertz la cultura) y entramar otros sentidos
más importantes y profundos que el del barrio mismo. nUn fenómeno —dice
Lotman— puede convertirse en portador de un significado sólo a condición de que
entre a formar parte de un sistema y, por tanto, establezca una relación con un no-
signo o con otro signo... Puesto que en el mundo de los modelos sociales ser un
signo significa existir, puede definirse al primero de ellos asi: 'existe porque
sustituye algo más importante que él mismo" (Lotman, 1979: 43). Y ya vimos a
lo que sustituía el barrio hecho símbolo: por un lado, el no control de la tota-
lidad de las propias condiciones de vida urbana, lo que colocaría a lo barrial
como una de las caras (simbólica, social e identitaria) o partes de la constitu-
ción de lo urbano como expropiación estructural del excedente. Ver a la cultura
barrial en circulación y no en instancias estáticas nos obliga a encuadrarla
dentro de las contradicciones principales y secundarias de la sociedad que se
trate, y de la constitución de los sectores sociales como parte de esa
estructuración dialéctica, esto es: por expropiaciones y asimetrías que confi-
guran quiénes son expropiados y quiénes dominantes; de lo que resulta la
subalternidad como categoría relacional.
El concepto de subalternidad nos deriva hacia lo popular, pero no desde
una sectorización mecánica (a la manera de la sociología funcionalista), sino
desde el interior de los procesos estructurales, históricos y semióticos. Fue
Antonio Gramsci el que definió a lo popular como lo subalterno, para romper
precisamente con el idealismo romántico, superficial y esencialista. Con Bajtín,
por su parte, podemos extender este sentido de lo popular para verlo en
circulación comunicacional (como también lo veía el italiano). El lo define como
sistema de imágenes y formas expresivas, no por contenidos; de ahí la impor-
tancia de descifrar interpretativamente las imágenes y los significados en con-
texto, para descubrir qué es lo que sustituyen y simbolizan. Y luego de definir-
Múlliples dimensiones de lo barrial
271
lo en estos términos, afirma Bajtin que lo popular —como producto histórico—
es trascendente a cualquier cosificación dentro de sectores estancos de la
sociedad. Lo que hemos cifrado como diseminación —lo barrial—, como cultu-
ra, trasciende la sectorización social empírica.
Veamos hasta qué punto la cultura barrial es o puede ser tanto subalterna
como alterna a la estructuración dominante de la sociedad contemporánea,
de la misma manera que cuando reflexionamos acerca de la teoría de la de-
pendencia propusimos asumir —como plataforma de construcción de conoci-
miento— también el flanco rupturista y transformador de la /n-dependencia.
Gramsci afirma que lo dominante "no se desarrolla sobre la nada" sino en con-
tradicción con lo popular, para combatirlo y vencerlo (Gramsci, 1975). Por lo
tanto, lo popular —como producción propia del pueblo— es alterno antes que
la relación de dominio lo constituya en sub-altemo, porque la alternidad es la
que motoriza la dominación.
Habíamos visto primero cómo lo popular se asociaba a lo barrial como
connotación en las emergencias de la noción de barrio en el sentido común y
los discursos públicos. Luego aparecía como escenario de residencia de las
clases populares, como parte física de la reproducción de la fuerza de traba-
jo. Luego, en la teoría, aparece desde la perspectiva mecanicista, no como
un componente estructural y dialéctico. Y en tercer lugar, surgió —dentro de
nuestro trabajo— por confrontación entre los distintos tipos de barrios, cla-
sificados de acuerdo con variables económicas, sociales, morfológicas e his-
tóricas, bajo la distinción entre barrios populares y no populares. Tanta es la
asociación semántica entre lo barrial y lo popular en el imaginario, que coin-
ciden incluso cuando se trata de degradar o cuando se trata de exaltar. Y
hasta en ocasiones concurren en los discursos como sinónimos (por ej., el
bajar a las bases populares de los barrios). En la distinción que hicimos entre
los tres tipos de barrios, 'caracterizamos en forma convencional como popu-
lares a los medios y bajos y no populares a los altos (propusimos distinguir
por la oposición entre sectores más vinculados al trabajo o al gran capital). A
los fines de una descripción empírica, esto no es criticable en la medida en
que se expliciten los parámetros, básicamente estadísticos, sobre morfolo-
gía urbana, ocupación de la población, actividades preponderantes, etc. Así,
vimos que los valores de lo barrial están más en vigencia en los barrios
populares que en los no populares, y más en los bajos que en los medios. Y
esto se da a pesar de la "crisis" que aparece en las representaciones, por la
cual lo barrial adquiere, para los actores, el signo de modo de vida en extin-
ción. No sería casual, entonces, que la recurrencia a la deshistonzación fuera
mayor en los barrios populares que en los barrios medios, pero a esto se
suma la aparente paradoja de que en los populares es mayor lo que deno-
minamos conciencia social, cuando nos referimos al grado de reflexión y com-
promiso con las luchas sociales. En los barrios altos predomina la variable de
grupo y clase. La diferencia, en realidad, es de grado. Las situaciones de
ritualidad barrial vigentes en contextos convencionalmente no populares
(como ciertos bares de! centro financiero de Buenos Aires, o ciertas paradas
Antropología de lo barrial
272
en kioscos de diarios de barrios bacanes —de clase "alta"— refuerzan la
evidencia de la diseminación.
Pero que la sectorízación estadística no resulte satisfactoria para com-
prender lo barrial no significa que puedan soslayarse las diferenciaciones sec-
toriales o entre diversos actores sociales. Estas cuestiones surgen desde
algunos de los planteos clásicos, como el de Park respecto a los "verdaderos
vecinos" (los jóvenes) o el de Lynch, sobre el para quién del barrio. Sólo que el
papel que para nosotros juegan ios jóvenes en la reproducción activa y para-
dójica de lo barrial ostenta una vez más el encare dialéctico interno de estos
procesos sociales de interjuego semiótico-histórico, constituidos en produc-
ción ideológico-cultural. Lo que se plantea es si, a pesar de que —como mues-
tra Luis Alberto Romero— "en el barrio se acuñó una cultura específica de, los
sectores populares", lo popular pueda definirse no por criterios empírico-esta-
dísticos y sí por medio de su contextualización histérico-estructural dialéctica:
por la oposición social fundamental, como propuso Gramsci. Sin embargo, la
bifurcación de caminos posibles depende más de las asunciones teóricas que
de las posturas terminológicas. Pueblo o sectores populares es —para Romero—
un "sujeto elusivo", "que no puede definirse con precisión" (Romero, 1988: 3), con
lo que entramos en un carril endeble para posicionarnos no tanto hacia la
definición taxativa de pueblo, popular o sectores populares, sino hacia la
construcción de conocimiento que tome lo popular como categoría efectiva en
su valor de uso científico, transformador y crítico, y no solamente como una
parte más del paisaje discursivo.
Si bien lo popular es un "lugar" conceptual donde se constituyen los suje-
tos históricos y no un recorte empírico de un sujeto del que se pueda predicar
algo permanente y constante, como estableciera Le Goff y reafirma Romero, si
se siguen usando alguna de esas categorizaciones (como "sectores popula-
res") puede resultar importante —o hasta imprescindible— establecer una
definición taxativa. Pero no para insistir con el recorte, sino para integrar la
significación de lo popular con referencias sociales concretas. Edward P.
Thompson afirma que los sujetos sociales se constituyen a partir de un con-
flicto social que les es previo (Thompson, 1978). ¿Cuál es éste, o qué caracte-
rísticas reviste, para que se pueda hablar —en nuestro caso— de lo popular
ligado a la cultura barrial, trascendiendo la empiria; o bien de lo barrial en
circulación, irradiado (diseminado), a la manera que lo formula Bajtin para la
cultura popular cómica? Para ello, apartémonos de las asunciones idealistas
acerca de lo popular que ya han sido acertadamente superadas 96 y tomemos
la de Néstor García Canclini: "Lo popular de un fenómeno se define —afirma— a partir
de la subalternidad en que colocan a ciertos sectores las desigualdades económicas y
simbólicas" (García Canclini, 1984: 17-18). El interrogante que planteamos es si
con el concepto de subalternidad —como eje exclusivo— no se propende a
constatar más el costado conservativo y reproductor de la reali-

96
A las que hemos contribuido a criticar, en particular para Argentina, en
Gravano, 1985, 1988, 1988a, 1988b, 1989.
Múltiples dimensiones de lo barrial
273
dad de los sectores populares y un estado histórico y, por lo tanto, transitorio
de sus relaciones sociales —precisamente lo que impone concebirlos como
subalternos — .
¿Es posible dar cuenta del flanco rupturista y (potencial o realmente) trans-
formador revolucionario de esos mismos sectores en sus manifestaciones cul-
turales e ideológicas en su vida cotidiana? Nuestro supuesto sería que tam-
bién se puede deshistorizar la realidad si se considera a la subalternidad
como un estado sustancial, sin contemplar su opuesto lógico-estructural (la
alternidad) y su opuesto histórico (el ejercicio de la hegemonía por los secto-
res populares)97. La idea que subyace a nuestros propósitos seria la siguiente:
si no se parte de conceptualizar a los sectores populares como sujetos
históricos capaces de ejercer la hegemonía —como parte de su acontecer
histórico tan válido como el de ser subalternos respecto a los hegemónicos—
no es posible concebir la realidad de esa hegemonía revolucionaria o a esa
hegemonía como real cuando se da o cuando se dé.
Es propio de la posición marxista clásica definir los sectores populares des-
de las clases, inicialmente por su lugar dentro del proceso de producción,
mientras otras proposiciones (que en su mayoría también autoadscriben al
marxismo) ponen el acento en los procesos de circulación y consumo. Esta
última postura, tomada en forma unilateral, nos sugiere el riesgo de no darle
suficiente importancia al flanco productivo de todo consumo. Nuestra adver-
tencia apunta a que lo que se está poniendo en juego es precisamente una
preconcepción de la producción popular como consumo, porque sólo se la
concibe como algo que ya ha sido producido antes por otros sectores socia-
les, esto es: como una mera re-producción. ¿No hay, en todo proceso de circu-
lación y consumo, un aspecto de producción propia que va más allá del mero
fenómeno de "apropiación" —como define a las culturas populares García
Canclini— y que no puede reducirse ni distinguirse fácilmente de la "inven-
ción" o de la reproducción? Es cierto que él mismo atribuye a la cultura el rol
transformador, pero lo hace en términos de intención ("los sujetos... buscan su
transformación", dice [1984: 42]) y agrega: "Respecto de ese capital cultural
actúan dos posiciones: la de quienes .detentan el capital y la de quienes aspiran a
poseerlo" (1984: 20). Se sugiere, entonces, una visión del antagonismo como
producto de la búsqueda o la aspiración por los consumos, y no al revés —la
búsqueda por el consumo como resultado del antagonismo—. En el terreno
de la constitución económica de lo urbano, "debido al estatuto de mercancía de la
fuerza de trabajo, el saiario no incluye la totalidad de las necesidades históricas y
objetivas de los trabajadores; las otras exigencias objetivas de la reproducción de
los productores son negadas por el salario; se convierten en necesidades no
solventes. Es el desarrollo de esta contradicción valor/necesidades el que ocasiona
la socialización estatal de parte del consumo popular" (Herrén, 1988: 6).

97
En estos mismos términos se ha ocupado de enfocar temas como la identidad y la
ideología el urbanista Coraggio, aplicándolos a la realidad nicaragüense durante la
Revolución Sandinista (Coraggio, 1985).
Antropología de lo barrial
274
Es de la contradicción necesidad/valor que deriva la puja por los consumos,
entre ellos los urbanos. Y no es casualidad que forme parte de este mismo
marco teórico el concepto de "expoliación urbana" de Lucio Kowarick, opuesto
al modelo que sitúa a los sujetos como "carenciados" de consumo. Pregunta-
mos: ¿es posible concebir la expoliación sin el eje elemental de la explotación,
habida cuenta de la fundón del salario como garantía de la creacón del plus y la
estrecha vinculación entre barrio y trabajo, históricamente recurrente?
Ya que nos hemos situado frente a la relación producción/consumo, inten-
temos ensayar la explicitación de ese criterio y la propia definición de "secto-
res populares" por medio de este eje relaciona!, siguiendo el consejo de
Thompson sobre el conflicto "previo". El trabajo es lo que caracteriza al ser
humano por encima de todas las formaciones sociales por las que ha pasado
y pasará. Es 'el libro abierto de las facultades humanas" (Marx, 1978: vol. 5,
348), que lo emparenta con el concepto clásico de cultura como producción
humana total. El proceso del trabajo como punto de partida para explicar la
socialidad del ser humano en los términos de Marx implica —según el brasile-
ño José Giannotti— la circularidad histórica de posición y reposición, que "es
sólo posible después que el trabajo vivo revivifica el trabajo muerto inscrito en las
cosas" (Giannotti, 1984: 21) y compone la contradicción principal del desarrollo
social en la relación de dominio. Toda formación social, entonces, se estructura
en tomo a una contradicción principal asentada en la escisión primera del
proceso de trabajo y de ruptura de la acción humana con la naturaleza y lo
dado. Es precisamente el significado que adquiere históricamente la contra-
dicción principal el que determina la formación social de la que se esté hablan-
do. Y es esta contradicción la que genera la formación de conjuntos sociales
que se estructuran en forma más o menos dependiente de ella. Las clases
sociales son los conjuntos más ligados a este eje. Más allá se eslabonan
otros tipos de agrupamientos y sectores, en función de otras contradicciones
o ejes secundarios respecto a esta relación.
El antagonismo se explica por el no protagonismo y control de las propias
condiciones de vida y de trabajo como sujetos de las clases productoras ex-
plotadas. Si lo vemos desde la esfera de lo que Marx llama trabajo "sin atribu-
tos", la oposición queda situada entre los productores del trabajo vivo y sus
explotadores, que lo convierten en trabajo muerto (el valor mismo). Marx lla-
ma trabajo vivo al "existente como proceso y acto" (Marx, 1973: 238), a la
"fuerza de trabajo puesta en acción" {ibid.: 156), que se opone al producto —
equivalente a su vez al trabajo objetivado o trabajo muerto—. Este trabajo
muerto es el cristalizado en el producto como valor y, en consecuencia, el
trabajo para el capital. Por eso Marx da como sinónimo de trabajo vivo la
"fuerza creadora de valor" y de trabajo muerto "el valor" mismo (ibid. I: 249).
Esto no puede dejar de articularse con la contradicción principal: trabajo/capi-
tal. Jean Lojkine lo explica con estas palabras: "El motor mismo de la economía
capitalista, que es la elevación de la productividad del trabajo vivo por la acumula-
ción del trabajo cristalizado, entra en contradicción con el fin mismo de la produc-
ción capitalista [...]; la producción de plusvalor" (Lojkine, 1986: 90). Pero él' nis-
Múltiples dimensiones de lo barrial
275
mo nos advierte que no se puede comprender esta contradicción fundamen-
tal del capitalismo como un simple reflejo o repetición de la relación trabajo
vivo / trabajo muerto en el nivel inmediato del proceso de trabajo productor
del plusvalor. Esto es de vital importancia para nuestros fines de relacionar la
posible fragmentación del todo social sobre la base del eje de la contradicción
principal generada por ef proceso de producción específicamente humana.
Lojkine pretende apartamos del riesgo de establecer lazos de corresponden-
cia mecánica entre el proceso de producción directo y el proceso de produc-
ción integral, que incluye la producción simbólica y las ideologías.
No establecer correspondencias de tipo directo ni mecánico no significa
obligadamente tener que caer en la absolutización de la relatividad y, de esta
manera, suponer que los conjuntos sociales son lo que son sobre la base de
variables absolutamente indeterminadas y a gusto del analista, de "los acto-
res" o de la elusividad de toda sujeción. El proceso de producción genéricamente
humano está ahí desde el vamos e invade tanto la realidad referencialmente
objetiva como su resultado analítico. Nos colocamos, entonces, de frente a la
necesidad de concebir la contradicción principal del sistema no sólo en el plano
de la observación exterior de los desarrollos históricos y sus diversos conteni-
dos específicos y su movimiento general, sino que necesitamos concebir la rea-
lidad interior, el "grosor" de la vida misma del sistema, sobre la base del desa-
rrollo de su contradicción principal interna como su eje, tanto desde la perspec-
tiva de su funcionamiento como de su causación histórica, lo que incluye el
análisis de su nacimiento, su desarrollo y su fin. Esta referencia al desarrollo y a
la realidad cambiante no resulta vana si tenemos en cuenta que la subestima-
ción de la contradicción interna puede provocar la hipertrofia del papel constitu-
tivo del "lugar" de los actores, cuyo resultado es una mera contemplación del
acontecer histórico, lo que puede traducirse —en términos metodológicos— en
no ir más allá de descripciones de supuestas autoconstrucciones desgajadas
de los procesos de transformación y cambio real.
El problema de la relación con el trabajo vivo de parte de sectores sociales
medios, es posible encararlo mediante la aplicación de la categoría de sujeto,
manejada en sus dos acepciones: como ligazón y como agente. De esta manera,
los productores directos del trabajo vivo pueden ser claramente ubicados tumo
agentes (ej., la clase obrera) y a partir de ellos se escalonan el resto de fracciones
"ligadas" (sujetas) al eje de la productividad. Esta ligazón la concebimos tanto en
términos de dependencia del mercado de consumos necesarios, como de
reproducción de la fuerza productora del trabajo, la venta directa de la fuerza de
trabajo junto a la posesión de ciertos medios de producción e inclusive sujeción
como la del "ejército industrial de reserva" para el sector desempleado,
marginado del sistema formal pero igualmente explotado. Nos permitimos
entonces dar una definición que tiene por objetivo ir más allá de la situación
histórico-transitoria de los sectores populares como "subalternos". El criterio de
distinción que proponemos es el basado sobre la contradicción principal de
cada formación social, fundada en la producción específicamente humana o
trabajo sin atributos, que en el capitalismo se manifiesta en la oposición anta-
Antropología de lo barrial
276
gónica trabajo/capital (y que, vista desde ¡a esfera del trabajo, puede ser enun-
ciada como trabajo vivo / trabajo cristalizado). De acuerdo con esto, entonces,
los sectores populares estamos constituidos por las clases y sectores sociales
sujetos a y de la producción del trabajo vivo.
Es en función de este eje que nos obligamos a establecer las relaciones
concretas entre esa situación objetiva —respecto a la contradicción princi-
pal— de los sujetos y las producciones ideológico-simbólicas materializadas
en prácticas (incluidos los discursos), mediante las cuales esos mismos suje-
tos se articulan con la dinámica concreta de esa contradicción, esto es: con y
en la lucha de clases (incluida la lucha por los significados). En esto reside el
"fundamento secreto" de las relaciones de poder, como llamaba Marx a la
relación entre los propietarios de las condiciones de producción y los produc-
tores directos. Y esta contradicción se corporiza en sectores distintos que, por
consiguiente, se articulan con una relación antagónica de por medio, que pro-
duce y es producida por la fuerza de esa misma contradicción (o conflicto
previo y estructural) y por las formas y contenidos con que los sujetos socia-
les se entornan y constituyen alrededor y dentro de ese mismo desarrollo.
Por eso no estamos de acuerdo cuando García Canclini —al definir lo que son
las culturas populares— afirma que el conflicto está presente nen la medida
que se toma conciencia" de él (García Canclini, 1984: 43). Las contradicciones
son objetivas; no se reducen a la conciencia y a las actitudes que de ellas
pueden tener los actores. Además, en última instancia, el analista no deja de
ser un actor histórico también, sólo que su especificidad lo pone en la obliga-
ción de determinar previamente cuáles son las contradicciones principales y
secundarías de la sociedad que está estudiando. Y allí donde los actores no lo
"vean", su deber será señalarlo con más fuerza. El hecho de que no pueda
establecerse una correspondencia mecánica entre el desarrollo estructural y
los productos ideológicos se fundamenta precisamente en la relación de arbi-
trariedad, convencionalidad y determinación de lo sígnico-simbólico, de lo cul-
tural. El campo de lo simbólico representa —como diría Voloshinov— la "arena
de la lucha de clases", en tanto se reflejan en ella los resultados del trabajo
propiamente humano de ruptura, ya que únicamente en el campo de los sig-
nos es posible dirimir algún conflicto, y ningún conflicto puede ser tal al mar-
gen del reino de los signos, de lo contradictorio. Por lo tanto, poner
metodológicamente la producción ideológica en la misma mesa en torno a la
cual el principal invitado sea la contradicción principal —valga la redundancia-
resulta as! justificado.

Dimensión histórica de lo barrial


Todos nuestros capítulos han apuntado a establecer los papeles jugados
por lo barrial dentro de un escenario compuesto por circulaciones de significa-
ción (imaginarios en entrecruces) desde una visión totalizadora planteada a
partir de la asunción de la transformación de la realidad en su dimensión
histórica. Lo popular, asociado a lo barrial, como cultura y en su carácter de
Múltiples dimensiones de lo barrial
277
construcción simbólica dentro de la dialéctica de la reproducción y la transfor-
mación, requiere —desde nuestros análisis— una triple consideración: en su
culturicidad, su historicidad y su alternidad. En su culturicidad, como produc-
ción cultural, lo barrial se irradia —diseminándose por el universo urbano— a
la manera que lo describe Bajtin para la cultura popular cómica, en términos
de circulación de formas expresivas y no de fijeza de contenidos, o como ca-
racterizara Gramsci al folklore (conglomerado indigesto, fragmentado y dise-
minado), como cultura de las clases populares. Así, lo barrial como cultura no
se reduce a vivir en un barrio sino a apropiarse y producir los significados que
este horizonte simbólico contiene, como competencias para expresarse, me-
diante representaciones y prácticas, en distintos contextos espacio-sociales.
En términos similares se pronuncia Martín-Barbero: "El espacio social donde mejor se
expresa el sentido de la dinámica que, desde lo popular, da forma a nuevos
movimientos urbanos es el barrial" (Martín-Barbero, 1991: 8). Para él, al contra-
rio de García Canclini, en lo barrial se refleja que es posible concebir un marco
de lucha aun sin conflicto evidente. Es en la medida en que lo barrial —como
producción cultural— sirve de repertorio apto para ser apelado en situaciones
de conflictos grupales que lo colocan como referente o de clase, que se confi-
gura en un símbolo mismo de lo popular, con sus ambigüedades, paradojas,
encubrimientos y rupturas, en el farrogoso fluir de las luchas sociales.
Detrás del control simbólico que ejerce lo barrial constituido en cultura y
manipulado como ideología en el sentido común, se dirime la puja por el
control efectivo de las propias condiciones de vida de los sujetos sociales, lo
que explija, además, que lo barrial no sea tan "necesario" en los sectores
que sí controlan parte de su condiciones de vida urbana. La cultura barrial es
un paradigma policlasista sólo porque reproduce las condiciones del trabajo
sin atributos (sin clases), como parte de la reproducción necesaria, que in-
cluye valores y utopias (como las condiciones de convivencia). Pero repre-
senta el estado momentáneo de la construcción de esa utopía. Por lo tanto,
no es una decadencia romántica ni una denigración social, ni un modelo de
vida en abstracto. Estas valoraciones dependerán del proyecto de clase que
se ponga en juego y prepondere. Y esto va más allá de las condiciones de
cambio de cada situación. El ejemplo más a mano es el trabajo de Coraggio
sobre los Comités Barriales de la Revolución Sandinista, pero no podemos
obviar los Comités de Defensa de la Revolución de la Cuba revolucionaría,
que tomaron un aspecto fundamental de lo barrial: el conocimiento mutuo,
la relacionalidad, además de la conciencia. Y el papel novedoso de las Asam-
bleas Barriales en Argentina, surgidas a finales de 2001, que teniendo el
barrio como escenario, plantearon repudios y reclamos de participación des-
de intereses políticos, éticos y económicos multiclasistas, y al declinar su
capacidad de convocatoria se propusieron vincular el plano general de las
movilizaciones iniciales con las problemáticas y las iniciativas especificas de
los barrios, a la vez que las diversas fuerzas de Movimientos Piqueteros
asumieron las reivindicaciones sociales por empleo desde el protagonismo
de la clase obrera de determinados barrios.
Antropología de lo barrial
278
El presente histórico de la RMBA, circulado hoy por relatos de violencia e
inseguridad, tiene en la realidad y el horizonte simbólico de lo barrial el
parámetro desde donde se estatuyen en el imaginario los inventarios de pér-
didas, fortalezas y proyectos. Esa historia cimentada en los conflictos no redi-
midos y hasta precisamente encubiertos por la ideología de la pérdida, en-
cuentra al barrio ocupando un lugar de importancia como síntoma de una
crisis que se presenta a veces como resultado del choque de lo típico con el
"progreso", y que desde nuestra visión teórica definimos en términos de de-
pendencia, explotación, privatización y expoliación de los espacios urbanos,
entre ellos, el barrial. Pero lo que está en juego aquí es la posibilidad real de
cambios en nuestra sociedad que obedezcan al mandato de los intereses,
necesidades, voluntades y protagonismos populares. En particular, los ba-
rrios son aquí símbolo paradójico de subalternidad y poder alterno. Depende
desde qué enfoque y qué proyecto se los valore. Como no estaba prevista su
"palabra” en la teoría, entonces se nos hizo necesario indagar sobre sus
identidades y su producción de sentido.
Nuestro interés apuntó a desentrañar los mecanismos de construcción
sígnica de esa producción que hace a un aspecto importante de la cultura
popular urbana. Podríamos ensayar que el barrio como deshistorización pue-
de ser parte determinada y necesaria del paradigma de la Modernidad, que
excluye en la misma medida que produce el crecimiento de sus resultados (y
la ciudad moderna es uno de ellos), generando así un contrapolo considerado
pre-urbano (por lo pretendidamente homogéneo y primario) dentro de lo ur-
bano heterogéneo y complejo, precisamente desde los sectores subalternos
respecto de la oposición central del sistema capitalista. En estos términos se
constituye la realidad barrial popular (en todas las etapas reseñadas para el
proceso urbano de la RMBA), que el mismo proceso de socialización continua,
productor de la ciudad, irradia al conjunto de la realidad urbana, como para-
digma del control simbólico de lo materialmente incontrolado (las condiciones
de vida) y como forma de reproducir-transformar el mundo de la relacionalidad
arraigada, conjuntiva y disyuntivamente (los unos y los otros), herencia cultu-
ral de la convivencia pública por excelencia, la sociaiidad barrial.
Habíamos dicho que la historia de los barrios populares representa la his-
toria del mundo del trabajo ("vivo" y sujeto socialmente a este eje) excluido
de sus frutos. Y que el barrio rico hace su diferencia respecto al barrio de traba-
jadores. Las clases sociales, entonces, se sitúan respecto a lo barrial como
una base estructurante, si bien no agotan la explicación del fenómeno ni como
ideología ni como identidad (menos como cultura). Sin embargo, se encontra-
ron correspondencias entre el nivel de reflexión critica militante y los barrios
pobres, si bien no en forma masiva y junto a asunciones subalternas (como el
modelo de la culpabüización), ambiguas y contradictorias, cual el fárrago de
significados con que caracterizaba Gramsci a las culturas populares. Esto plan-
tea la cuestión de la transformación como una relación entre lo barrial, las
clases, lo popular, las identidades y las ideologías, en términos de conciencia
social, tal como se postuló desde un principio. La relación entre la identidad, la
Múltiples dimensiones de lo barrial
279
ideología y la clase social ha sido definida —mayormente desde asunciones
revolucionarias— suponiendo un grado de identidad objetiva entre los miem-
bros de una clase y, en la medida en que comparten un mismo grado de
conciencia de la misma, suponiendo una identidad subjetiva. Los replanteos
posmodernos, que toman como base la identidad (Evers, 1985) apuntan sólo
a este segundo plano y relativizan el primero. Pero todas las teorías suponen
un escalón de identidad en algún lugar, donde reside lo general, lo común, lo
universal, y un determinado grado de identidad más "cercana" que contrasta
con aquélla, en un camino que va de lo concreto a lo abstracto. En nombre del
marxismo, en la época oficial, se colocaba como identidad lejana esa corres-
pondencia entre la conciencia y la realidad, y como identidad cercana no se
colocaba nada, ya que se partía del paradigma de la transparencia y se la
remitía al concepto de falsa conciencia, de ideología en términos estrictos, y
hasta de falsa identidad (más bien no deseable identidad). Resultó ser, a su
vez, un intento de reunir en un solo plano epistemológico y práctico las dos
instancias (cerca y lejos en términos de “correspondencia").
La lucha de dases leída en forma literal no explica la simbologia barrial, ni la
lectura de la cultura barrial abarca la realidad social conflictiva en su totalidad,
del mismo modo que no hay que ver las clases fuera de la producción de senti-
do, ni los significados sociales autónomos respecto a la estructura y dinámica
de las clases. En última instancia, toda especificidad (en este caso la barrial)
sólo sirve dentro de una relación de totalidad, que en sí misma no puede com-
prender el nivel de lo específico contenido dialécticamente en esa especificidad.
Por eso lo barrial no se encuentra fuera de la lucha de clases y es el resultado
de las variables donde entran a tener importancia los actores y sus voces. Un
mundo hecho por actores remite a las racionalidades y estrategias de esas
actuaciones y a la opacidad con que necesariamente esas actuaciones reflejan
el mundo objetivo como sistema simbólico-ideológico. Y dentro de la ideología
necesariamente se naturalizan o deshistorizan relaciones. Vimos cómo cuando
nos colocamos contra el centro de lo que la ideología encubre, se nos evidencia
la naturalización y la deshistorización, posicionándonos en el proceso de
objetivación e historización de esas relaciones.
No adscribimos a que el carácter conflictivo de la sociedad esté dado sólo
por las marcas de violencia explícita y permanente del tipo de los llamados
estallidos sociales que conmueven a la opinión massmediática en forma cícli-
ca, como reacciones a los ajustes de la economía, ni por las movilizaciones
masivas explícitas; sino que debe ser analizado en sus aspectos latentes y
cotidianos y en los términos estructurales que le dan asidero histórico. La
sociedad es conflictiva y el conflicto está en todas partes y en todo tiempo,
porque hace a la totalidad misma y a las relaciones de dominio y explotación
social y urbana. Podemos establecer que lo estudiado actuaría como pre-
texto de una ideología que mediante la identidad se actualiza en la dimensión
social y cuya determinación, en última instancia, está en las restricciones del
control de la propia existencia de los actores, pero que a su vez genera una
producción ideológica activa propia antes que dominada por otro sentido con-
Antropología de lo barrial
280
cebido a priori como dominante. Esa es precisamente su razón de ser, de
objetivar el mundo, de instaurar y asumir lo problemático de ese mundo.
Son necesidades históricas del presente las que producen la deshistorización.
A la vez, la vida de barrio nunca deja de ser un pedazo de la historia. En todo el
proceso de simbolización y de la constitución del propio sujeto como productor
de sentido se descubre algo y se encubren aspectos del campo objetivo con
respecto al cual ese sujeto se constituye como tal, pera es tarea de la concien-
cia social (incluyendo al analista) ver qué se abre de nuevo, aun en todo proce-
so de deshistorización. El nivel más rico para el análisis será el de las contradic-
ciones internas a un paradigma que representa el intento de reproducción y
que lo motorizan como tal. Las rupturas a producirse desde su interior, en el
terreno de las representaciones, asumirán el valor de la alternidad, de lo otro
por decir, de lo otro por plantear, de lo otro por hacer.
Bibliografía
Althabe, G. et al. 1984: Urbanisme et réhabilisation symbolique. Anthropos, París.
Althabe, G. et al. 1985: Urbanisation et enjeux quotidiens. Edít. Anthropos, París.
Althabe, G. 1985: "La residencia puesta en juego". En su: Urbanisation et enjeux
quotidiens. Op.Cit.
Ansart, P. 1982: Ideología, conflictos y poder. Premia, México.
Argentina 1988: Situación socio-habitacional del Área Metropolitana de Buenos Aires.
Secretaría de Vivienda y Ordenamiento Ambiental, Dirección Nacional de Planifi-
cación Habitacional.
Auge, M. 1994: Los 'no lugares', espacios del anonimato, una antropología de la
sobremodernidad. Gedisa, Barcelona. Bajtin, M. 1980: La cultura popular en la
Edad Media y en el Renacimiento. Alianza,
Madrid.
Barth, F. 1976: Los grupos étnicos y sus fronteras. Fondo de Cultura Económica.
Bases para la participación pública en la planificación territorial de Buenos Aires.
Consejo de Planificación Urbana, Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires.
EUdeBA,1989 Baudizzone et al. 1988: Buenos Aires, una estrategia urbana
alternativa. Fundación
Plural, Buenos Aires.
Benévolo, L. 1978: Diseño déla ciudad. G. Gilí, México.
Berger, P. & Luckmann. 1984: La construcción social de la realidad. Amorrortu, Bue-
nos Aires.
Borgna, G. 1989: "Blancas palomitas". En diario Páginal2, 16/3; 24.
Bourdieu, P. 1992: Sociología y Cultura. Grijalbo, México.
Bourdieu, P.; Chamboredom, J-C. & Passeron, J-C. 1985: El oficio de sociólogo. Siglo
XXI.
Bourdieu, P. & Passeron, J-C. 1995: La reproducción. Fontamara, México. Brito, G. &
Maur, I. 1990: Ciudad y marginadón. Cuadernos de la FISYP, 23, Buenos Aires.
Bromley, Y. 1979: "General particular In historical, ethnographical and sociológica!
research". En: Soviet Etbnograpby, Main Trends, Social Sciences Today. Edit. Boara,
USSR Academy of Sciences, Moscow.
Buenos Aires, historia de cuatro siglos, 2 tomos, Editorial Abril, 1983. Burke, K.
1982: "Los métodos oblicuos en los estudios sobre la cultura popular". En: Bigsby,
C: Estudios de cultura popular. Fondo de Cultura Económica, México.
Burke, P. 1986: "El 'descubrimiento' de la cultura popular". En: Samuel, R. (ed.):
Historia Popular y Teoría Socialista. Grijalbo, México; 78-92.
Casteils, M. 1974: La cuestión urbana. Siglo XXI, Madrid; 15-27.
Castells, M. 1983: Problemas de investigación en sociología urbana. Siglo XXI, México.
Caven, C. 1976: Los sistemas sociales a través de la Arquitectura - Organización
popular y Arquitectura latinoamericana. Coop. Tierra Trujui, Buenos Aires.
Cazeneuve, J. 1966: La mentalidad arcaica. Siglo XX, Buenos Aires. Childe, G.
1968: Qué sucedió en la Historia. F.C.E., México.
Anlropología de lo barrial

Childe, G. 1973: ¿os orígenes de la civilización. Fondo de Cultura Económica, México.


Chomsky, N. 1984: Refíexiones sobre el lenguaje. Planeta-Agostini, Barcelona.
Comisión Municipal de la Vivienda. 1957: Informe. Plan Integral, Buenos Aires.
Comisión Mundpal de la Vivienda. 1969: Lugano I y II. En: Summa, 14, setiembre.
Comisión Municipal de la Vivienda. 1984: Evaluación de conjuntos habitacionales.
Buenos Aires.
Consejo de Planificación Urbana. 1989: Bases para la participación pública en la pla-
nificación territorial de Buenos Aires. EUdeBA, Buenos Aires.
Coraggio, j. 1985: "Movimientos sociales y revolución, el caso de Nicaragua". En:
Cuadernos Ciudad y Sociedad, 10, Quito.
Coraggio, }. 1991: Ciudades sin rumbo, investigación urbana y proyecto popular.
Ciudad, Quito. Corradi, H. 1969: "Guía antigua del Oeste porteño". En: Cuadernos
de Buenos Aires, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Coseriu, E. 1978: Gramática, Semántica, Universales, Gredos, Madrid. Crenson, M.
1983: Neighborhood Poiitics. Harvard University Press. Cuadernos Históricos,
Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Culler, J. 1979: La poética
estructuralista. Anagrama, Barcelona. Da Mata, R. 1983: Relativizando: una
introducao a Antropología Social. Editora Vozes,
Petrópolis. Dávolos, P, et al. 1987: Movimiento villero y Estado (1966-1976).
Centro Editor de América Latina, Buenos Aires. Del Pino, D. 1986: "Historia de la
ciudad de Buenos Aires y de sus barrios". En:
Revista de Villa Crespo, 45, Junio; 16-20. De Martina, E. 1966: ¿a magia lucana.
El Ateneo, Buenos Aires. Der Leeuw, van G. 1964; Fenomenología de la religión.
Fondo de Cultura Económica, México.
Di Pace, M. et al. 1992: Medio ambiente urbano en la Argentina. Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires.
Douglas, M. 1978: Símbolos naturales. Alianza, Madrid.
Durkheim, E. 1967: Las reglas del método sociológico. Assandri, Córdoba.
Durkheim, E. 1985: Las Formas elementales de vida religiosa. Schapire, Buenos Aires.
Eagleton, T. 1997: Ideología. Paidós, Buenos Aires.
Elíade, M. 1968: Mito y realidad. Guadarrama, Madrid.
Engels, F. 1974: La situación de la ciase obrera en Inglaterra. Diáspora, Buenos Aires.
Escardó, F. 1966: Geografía de Buenos Aires. EUdeBA, Buenos Aires.
Espasa-Calpe. 1936: Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española.
Evers, T.; Müller-Plantenberg y Sepessart. 1982: "Movimientos barriales y Estado:
luchas en la esfera de la reproducción en América Latina". En: Revista Mexicana
de Sociología, 2, México; 703-756. Evers, T. 1985: "Identidad, la faz oculta de los
nuevos movimientos sociales". Punto de vista, año VII, 25, Dic, Buenos Aires; 31-
41.
Frazer, I., 1965 (1890): La rama dorada. Fondo de Cultura Económica, México.
Friedenthal, F. 1986: Psicoanálisis. Curso, Buenos Aires (mecan.). Fryndberg, J. &
Ruffo. 1995: La semana roja de 1909. Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires.
283
Garbulsky, E. 1988: Conferencia sobre el concepto de identidad en la Etnología sovié-
tica. Instituto Nacional de Antropología, Buenos Aires.
Garbulsky, E. 1986 [1990]: "La construcción del sentido, discusión". En: Cuadernos
de! Instituto Nacional de Antropología, 11; 153-156.
García Canclini, N. 1982: Las Culturas Populares en el capitalismo. Nueva Imagen,
México.
García Canclini, N. 1984: Ideología y Cultura. Cursos y Conferencias, Fac. de Filosofía
y Letras, UBA.
García Canclini, N. 1995: Consumidores y ciudadanos, conflictos multiculturales de la
globalización. Grijalbo, México.
García Delgado, D. & 5ilva, J. 1985: "El movimiento vecinal y la democracia: partici-
pación y control en el Gran Buenos Aires"- En: Jelin, E. (Comp.): Los nuevos
movimientos sociales 2. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires; 90-95.
Gazzoli, R. 1989: El barrio, entre la mitología y la realidad. CEAE, Buenos Aires.
Geertz, C, 1971: "La ideología como sistema cultural". En: Verón, E. (Comp.): El
proceso ideológico. Galerna, Buenos Aires.
Geertz, C. 1987: La interpretación de las culturas. Gedisa, Barcelona.
Geertz, C. 1989: El antropólogo como autor. Paidós, Barcelona.
Gennep, A. Van 1986 [1909]: Los ritos de paso. Tautus, Madrid.
Georges, P. 1969: Geografía Urbana. Edic. Ariel, Barcelona.
Giannotti, J. 1984: "La astucia del trabajo". En: Cuadernos Políticos, 39, México; 5-30.
Giddens, A. 1979: La estructura de clases en las sociedades avanzadas. Alianza,
Madrid.
Giddens, A. 1987: Las nuevas reglas del método sociológico. Amorrortu, Buenos Ai-
res.
Gilbert, M. & Pérez, E. 1989: "Superbarrio". En: diario Sur, 26-8; 24.
Ginzburg, C. 1989: El queso y los gusanos, el cosmos según un molinero del siglo
XVI. Mushnik, Barcelona. Glasser, B. & Strauss, A. [1967]: "Muestreo teórico"
(mecan., trad. del capitulo 3 de
su: The Discovery of Grounded Theory, StretegÍes forCualitative Research. Aldine,
Chicago).
Gluckman, M. 1992: Poder y cultura. PaidÓL.
Godelier, M. 1966: El modo de producción asiático. Eudecor, Córdoba, Argentina.
Goffman, I. 1989: La presentación de ia persona en la vida cotidiana. Amorrortu,
Buenos Aires.
Gómez Pérez, G. 1985: La polémica en ideología. UNAM, México.
Gramsci, A. 1971: Cultura y Literatura. Península, Barcelona.
Gravano, A. 1988: "Ideología, cultura popular y formulación clásica del Folklore". En:
Revista de Investigaciones Folklóricas, 2, 1988, Fac. Fil. y Letras, UBA; 40-44.
Gravano, A. 1988a: "Cultura popular e ideología". En: Folklore Americano, 45, ene.-
jun. 1987, IPGH, OEA, México; 5-20.
Gravano, A. 1988b: "Consideraciones teórico-metodológicas sobre el concepto de
artesanías en el campo de la cultura popular". En: Folklore Americano, 47, ene.-
jun. 1988, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Organización de Esta-
dos Americanos, México; 25-64.
Gravano, A. 1989: La cultura en los barrios. Centro Editor de América Latina, Buenos
Aires.
Antropología de lo barrial
284
Gravano, A. 1991: "La identidad barrial como producción ideológica". En: Gravano, A.
& Guber, R.: Barrio si, villa también. Centro Editor de América Latina, Buenos
Aires; 63-109.
Gravano, A. 1992: "Antropología Práctica, muestra y posibilidades de la Antropología
Organízadona!". En: Antropología y Ciencias Sociales, Colegio de Graduados en
Antropología, 1, mayo; 95-126.
Gravano, A. 1992a: "La cultura de las culturas". Revista Realidad Económica, 105-6,
marzo; 145-157.
Gravano 1994: "Manchas Die Stadt und ¡hre schattenseiten (Das bild der Metropole ist
nichtohne Makel) [Las manchas del Imaginario Porteño]". En: Ha Latina, Zeitsder
Informationsstelle Lateinamerika, 177, juli 1994; 11-13; Centra de Información
sobre América Latina, Bonn, Alemania Federal.
Gravano, A. 1995: "Hacia un marco teórico sobre el concepto de barrio". En: Gravano,
A. (Comp.): Miradas urbanas - visiones barríales, diez estudios de antropología
urbana en regiones metropolitanas y ciudades intermedias. Editorial Nordan, Mon-
tevideo; 255-286.
Gravano, A. 1995a: "La imaginación antropológica; interpelaciones a la otredad cons-
truida y al método antropológico". En: Publicar en Antropología y Ciencias Socia-
les, Colegio de Graduados en Antropología, Buenos Aires; Nro. 5, año IV, agosto;
71-91.
Gravano, A. 1997b: "Investigación proyectual barrial: una experiencia ¡ntertribal".
En: Actas Jornadas de Antropología de la Cuenca del Plata, Esc. Antropología, Fac.
Hum. y Artes, Univ. de Rosario.
Gravano, A. 1998: "Lo barrial en el imaginario urbano y el problema de la gestión
social de calidad". Cuadernos de Antropología Social, Inst. Ciencias Antrop., Fac.
Filosofía y Letras, UBA; 111-140.
Gravano, A. 1998a: El concepto de cultura popular en Marx, Engels y Lenin (inédito).
Gravano, A. 2003: El concepto de cultura como categoría central de la Antropología
(inédito).
Greimas, A. 1976: Semántica estructural. Gredos, Madrid.
Grillo, O. 1988: Articulación entre sectores urbanos populares y el Estado local (el
caso del barrio de La Boca). Centra Editor de América Latina, Buenos Aires.
Guber, R. 1984: Identidad social villera, resigniñcación de un estigma. FLACSO, Bue-
nos Aires.
Guber, R. 1986: Prejuicio contra villeros, cuestión de sentido común. FLACSO, Buenos
Aires.
Guber, R. 1991: El salvaje metropolitano a la vuelta de la antropología posmoderna.
Legasa, Buenos Aires.
Guber, R. 1991a: "Villeros, o cuando querer no es poder". En: Gravano, A. & Guber,
R.: Barrio sí, villa también. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires; 11-62.
Gubern, R. 1992: El simio informa tizado. Edit Fundesco, Madrid.
Gutwirth, J. 1987: Symposium Anthropologie Urbaine. Bulletin Assoc. Francaise
Anthropologie, 14, XI Congreso Intern., Canadá.
Hall, E. 1985: La dimensión oculta. Siglo XXI, México.
Hall, E. 1990: El lenguaje silencioso. Alianza, México.
Hammersley, M. & Atkinson, P. 1994: Etnografía. Paidós, Buenos Aires.
Hammond, N. 1979: La planificación de un centro ceremonial maya. En: Davis, K.: La
Ciudad-, 79-88. Hannerz, U. 1986: Exploración de la ciudad. Fondo de Cultura
Económica, México.
285
Harvey, D. 1977: Urbanismo y desigualdad social. Siglo XXI, Madrid.
Heritage, J. 1989: Etnometodología. En: Giddens, Tumer et al.: La teoría social hoy.
Alianza, México; 290-350.
Herrán, C- 1986: "La dudad como objeto antropológico". En: Primeras Jornadas de
Historia de la Ciudad de Buenos Aires, Instituto Histórico de la ciudad de Buenos
Aires.
Herrán, C, 1988: ¿as luchas por el espacio urbano: alternativas y estrategias desde
una perspectiva antropológica (mecan.).
Hidalgo, C. & Tamagno, L (Comp.) 1992: Etnicidad e identidad. Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires.
Hobsbawm, E. 1978: "Ciudades e insurrecciones". En su: Revolucionarios. Ariel, Bar-
celona; 310-338.
Hobsbawm, E. 1983: La invención de la tradición (trad. de Eugenia Calllgaro), mecan.
Hoggart, R. 1990 [1957]: La cultura obrera en la sociedad de masas. Grijalbo, México.
lurchenko, V. 1970: "Sobre la interconexión del pensamiento, del lenguaje y del habla
en el nivel comunicativo". En: Lenguaje y pensamiento. Pueblos Unidos, Montevi-
deo.
Jakobson, R. 1980: Ensayos de Poética. Fondo de Cultura Económica, México. Keller, S.
1977: El vecindario urbano, una perspectiva sociológica. Siglo XXI, México. Kertzer, D.
1988: Ritual, politics & power. Yale University Press.
Kirschermann, J. &Muschalek, C. 1980: Diseño de barrios residenciales, remodelación
y crecimiento de la ciudad. G. Gili, Barcelona.
Kosik, K. 1967: Dialéctica de lo concreto. Grijalbo, México.
Kowarick, L 1983: A espoliacáo urbana. Paz e Terra, Rio de Janeiro.
Lacan, J. "Metáfora y metonimia", [cap. XVII del Seminario ¿as Psicosis), Instituto de
Lingüistica, Fac. Filosofía y Letras, UBA. Lacarrieu, M. 1990: 5/ se revienta el
hormiguero", voces, prácticas y actores en
disputa por el barrio. III Congreso de Antropología Social, Univ. Nac. Rosario.
Lacarrieu, M. 1993: "Lucha por la apropiación del espacio y políticas de vivienda: el
caso de los conventillos del barrio de La Boca". Tesis de Doctorado, Facultad de
Filosofía y Letras, UBA [inédito].
Leach, E. 1978: Cultura y comunicación, la lógica de la conexión de los símbolos. Siglo
XXI, Madrid.
Ledrut, R. 1968: El espacio social de la ciudad. Amorrortu, Buenos Aires.
Ledrut, R. 1976: Sociología Urbana. Instituto para el Estudio de la Administración
Local, Madrid.
Leenhardt, M. 1961: Do Kamo. EUdeBA, Buenos Aires.
Lévi-StrauSS, C. 1968: Antropología Estructural. EUdeBA, Buenos Aires.
Liebow, E. 1967: Tally's Córner, a study of Negro Streetcorner Men. Little Browm and
Co. Boston, Toronto.
Llano, C. & Martín-Barbero, J. 1995: "La telenovela en el barrio popular". En: Martín-
Barbero,, J. & Muñoz, S.: Televisión y Melodrama. Tercer Mundo Editores, Bogotá;
215-231.
Lojkine, J. 1979: El Marxismo, el Estado y la Cuestión Urbana. Siglo XXI, México.
Lotman, Y. 1979: Semiótica de ia Cultura. Cátedra, Madrid.
Lounsbury, F. 1978: "Análisis estructural de los términos de parentesco". En: Todorov,
T. y otros: Investigaciones semánticas. Nueva Visión, Buenos Aires.
Antropología de lo barrial
286
Lourau, R. 1988: El análisis institucional. Amorrortu, Buenos Aires.
Luqui Lagleyze, 1 1994: Buenos Aires, sencilla historia. Librerías Turísticas, Buenos
Aires. Lynch, K. 1966: La imagen de la ciudad. Infinito, Buenos
Aires.
Lynch, K. 1972: Deque tiempo es ese lugar. Para una definición del ambiente, G. Gilí,
Barcelona.
Lynch, K. 1985: La buena forma de la ciudad. G.Gili, Barcelona. Lyons,
J. 1981: Lenguaje, significado y contexto. Paídós, Buenos Aires.
Maingueneau, D. 1980: Introducción a los métodos de análisis del discurso. Hachette,
Buenos Aires.
Maraval, M. & Pompidou, L. 1976: Diccionario. Hachette, París.
Martin-Barbero, 2. 1988: De los medios a las mediaciones. Ediciones G.Gili, México.
Martin-Barbero, 2. 1991: "Las culturas en la comunicación en América Latina". Primer
Encuentro de Almagro, Universidad Complutense de Madrid.
Martín-Barbero, J. 1994; "Mediaciones urbanas". En: Sociedad. FCS-UBA.
Martindaie, Don 1984: "Theory of the City". En: Iverson, N. (Edit.): Urbanism and
Urbanizaron, Views, Aspects and Dimensión. E. J. Brill, Leyden; 9-32.
Marx, C. 1962: Escritos económicos varios. Grijalbo, México.
Marx, C. 1967: Formaciones económicas pre-capitaiistas. Alianza, Madrid.
Marx, C. 1971: El Capital. Fondo de Cultura Económica, México.
Marx, C. 1973: Elementos fundamentales para la Crítica de la Economía Política (bo-
rrador) 1857-1858. Siglo XXI, Buenos Aires.
Marx, C. & Engels, F. 1968: "Historia critica de la teoría de la plusvalía". En: Marx &
Engels: Sobre arte y literatura. Ciencia Nueva, Madrid.
Marx, C. & Engels, F. 1968: La ideología Alemana. Edic. Pueblos Unidos, Montevideo.
Marx, C. & Engels, F. 1965: Manifiesto Comunista. Anteo, Buenos Aires.
Mauss, M. 1970: Lo sagrado y lo profano. Barral, Barcelona.
Meshchaninov, I. 1970: "Correlación entre las categorías lógicas y las gramaticales".
En: Lenguaje y Pensamiento. Pueblos Unidos, Montevideo.
Mounin, G. 1974: Claves para la Semántica, Anagrama, Barcelona.
Mumford, L. 1959: La cultura de las ciudades. Emecé, Buenos Aires.
Mumford, L. 1966: La ciudad en la Historia. Infinito, Buenos Aires.
Ñas, P. 1983: "Introduction". En Ansari, G. & Ñas, P.: Town-talk, the dynamics of urban
anthropolgy. E. J. Brill, Leiden. Nasedkin, A. 1970: "El lenguaje como medio para
la formación del pensamiento". En:
Lenguaje y pensamiento (varios autores). Pueblos Unidos, Montevideo. Oszlak,
O. 1992: Merecer la ciudad, los pobres y el derecho ai espacio urbano.
Humanitas, Buenos Aires.
Otto, R. 1965; Lo santo, lo racional y lo irracional en la idea de dios. Revista de
Occidente, Madrid.
Park, R. 1952: Human Communities, the City and Human Ecoiogy. Glencoe I, 11, Free
Press.
Pedrazzini, Y. & Sánchez, M. 1990: "Nuevas legitimidades sociales y violencia urbana
en Caracas". Nueva Sociedad, 109; 23-34. Pérez de Albéniz, M. 1985: Sprinsteen.
Júcar, Madrid. Petroni, C. & Kenisberg, R. 1966: Diccionario de urbanismo. Cesarini,
Buenos Aires.
287
Portillo, A. 1991: Ciudad y con nieta, un análisis de la urbanización capitalista. Compa-
ñeros, Montevideo.
Propp, V. 1970: Morfología del cuento. El Ateneo, Buenos Aires. Propp,
V. 1974: Las raices históricas del cuento. Fundamentos, Madrid.
Rapp, R. 1988:"Urban kinship in contemporary America: families, dassesand ideology".
En: Mullings (Op. Cit.); 219-242.
Ratier, H. 1972: Villeros y villa miseria. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires.
Redfield, R. [1932]1978: "La sociedad folk". En: Rocca & Magrassi: Introducción al
Folklore. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires.
Redfield, R. y Singer, M. 1980: "The cultural role of cities". En: Gmeitch aZenner (Op.
Cit); 183-204.
Reynoso, C. 1987: Paradigmas y estrategias en Antropología Simbólica, Ediciones
Búsqueda, Buenos Aires. Rodríguez Suy Suy, V. 1968: Chan Chan: ciudad de
adobe, observaciones sobre una
base ecológica. En: Hardoy, J. op.cit; 133 y ss.
Romero, J. L. 1983: Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Siglo XXI, México.
Romero, L. A. 1985: "Sectores populares, participación y democracia". En: Pensa-
miento Iberoamericano, 7, Madrid.
Romero, L.A. 1987: "Los sectores populares en las ciudades latinoamericanas: la
cuestión de la identidad". Desarrollo Económico, 27, jul.-set., IDES.
Romero, L. 1988: "Los sectores populares urbanos como sujeto histórico". Seminario
de Cultura Popular, un balance interdisciplinario, Instituto Nacional de Antropolo-
gía, Buenos Aires (inédito).
Romero Gorski, S. 1995: "Una cartografía de la diferenciación cultural en la ciudad: el
caso de la identidad «cerrense», Villa del Cerro, Montevideo". En: Gravano, A.
(Comp.): Op. Cit.; 89-122.
Romero, L. & Gutiérrez, L. 1985: "La cultura de los sectores populares (1920-1930)".
En: Espacios, 2, Facultad de Filosofía y Letras, UBA; 3-6.
Roncayolo, M. 1988: La ciudad. Paidós, Buenos Aires.
Rubén, G. 1992: "La teoría de la identidad en la antropología: un ejercicio de etnogra-
fía del pensamiento moderno". En: Publicar en Antropología y Ciencias Sociales, 2;
69-80.
Sanjek, R. 1990: "Urban Anthropology in tte 1980s: a World View". En: AnnualReview
of Anthropology, 19; 151-86.
Sarquis, J. 1998: "La investigación proyectual, una teoría, metodología y técnica de
formalización arquitectónica contemporánea". En: Documentos de Trabajo, Cen-
tro POIESIS, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, UBA.
Sassen-Koob, S. 1989: "Economía informal de la ciudad de Nueva York" (trad. pro-
pia). En: Portes, A.; Castells, M. SBenton, L. (Edit.). 1989: The informal economy,
studies in advanced and less developed countries. The John Hopkins University
Press, Baltimore; 60-77.
Sato, A. 1977: Ciudad y utopia. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires.
Saussure, F. de. 1968: Curso de Lingüística General. Losada, Buenos Aires.
Scobie, J. 1977: Buenos Aires: del centro a ios barrios. Solar-Hachette.
Scobie, J. & Ravina de Luzzi, A. 1983: "El centro, los barrios y el suburbio". En: Buenos
Aires op.cit.; t. II.
Secretaría de Cultura de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires 1986: Progra-
ma Cultural en Barrios (1984-5).
Antropología de lo barrial
288
Segre, R. 1964: El desarrollo urbanístico de Buenos Aires (mecan.).
Selim, M. 1985: "Un dépassement symbolique: le terrain de football". En: Althabe y
otros (Op. Cit.); 151-180.
Sennett, R. 1978: El declive del hombre público. Península, Barcelona. Sharff, J.
1987: "The underground economy of a poor neighborhood". En: Mullings
(Op. Cit.); 19-50.
Sigal, S. 1981: "Marginalidad espacial: Estado y ciudadanía". En: Revista Mexicana de
Sociología, 4, oct.-dic; 1547-1569. Silva, A. 1992: Imaginarios urbanos, Bogotá
y Sao Paulo: cultura y comunicación urbana en América Latina. Tercer Mundo
Editores, Bogotá.
Simmel, G. 1939: Sociología, estudio sobre las formas de socialización. Espasa-Calpe,
Buenos Aires.
Simpson, T. 1964: Formas lógicas, realidad y significado. EUdeBA, Buenos Aires.
Singer, P. 1980: Economía política de la urbanización. Siglo XXI, México.
Sjoberg, G. 1979: El origen y evolución de las ciudades. En: Davis, K. (Op. Cit.); li-
li.
Southall, A. 1983: "Towards a Universal Urban Anthropoly". En: Ansari & Ñas (Op.
Cit); 7-21.
Southall, A. 1985: "Cities and modes of production". En: Southall, A. Ñas, P. & Ansari,
G.: City and Society, study in urban ethnicity, Ufe style and class. Leiden, Institute
Of Cultural and Social Studies. Univ. Leiden; 281-292.
Sutiles, G. 1971: The Social Order of the Sium. Univ. of Chicago Press.
Thompson, E. 1978: Tradición, revuelta y conciencia de clase. Cátedra, Madrid.
Topalov, C. 1979: La urbanización capitalista. Edícol, México.
Topalov, C. 1984: Ganancias y rentas urbanas, elementos teóricos. Siglo XXI, Madrid.
Torres, H. 1975^ "Evaluación de los procesos de estructuración espacial urbana". En:
Desarrollo Económico, 58, vol. 15.
Turner, V. 1980: La selva de los símbolos. Siglo XXI, Madrid.
Ussem, R.; Ussem, J. &Gibson, D. 1974: "Thefunction of neighboring forthe middle-
class male". En: Jorgersen, J. & Truzzi, M.: Anthropology of American Life.
Englewood Cliffs, New Jersey; 158-178.
Vapnarsky, C. & Gorojovsky, N. 1990: El crecimiento urbano en la Argentina. Grupo
Editor Latinoamericano, Buenos Aires.
Vélez-Ibáñez, C. 1983: Rituals of Marginality. Univ. of California Press.
Verbitsky, H. 1989: "Una razzia oculta". Diario Páginal2, Buenos Aires.
Vidart, A. 1995: Presentación del libro Miradas urbanas - visiones barriales, Montevi-
deo, Uruguay. Voloshinov, V. 1965: El signo ideológico y la Filosofía del Lenguaje. EU
de BA, Bs. As.
Walton, J. 1984: La economía internacional y la urbanización periférica. En: Ciudades
y sistemas urbanos, CLACSO, 10, Buenos Aires; 9-26.
Weber, M. 1979: Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica, México. Whyte,
W. 1943: Street Comer Society. University of Chicago Press, Chicago. Williams, R.
1980: Marxismo y Literatura. Alianza, Madrid. Williams, R. 1982: Cultura, Sociología
de la Comunicación y del Arte. Paldós, Bs. As.
Winograd, M. 1982: "Los ámbitos de la cotidianeidad, el barrio: las actividades del
tiempo libre". Medio Ambiente y Urbanización, CLACSO, 2, Buenos Aires.
289

Wittgenstein, L. 1982: Diario Filosófico (1914-1916). Planeta-Agostini, Barcelona.


Wolf, M. 19S8: Sociologías de la vida cotidiana. Cátedra, Madrid.
Yujnovsky, O. 19S4: Claves políticas del problema habitacional argentino 1955-1988.
Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires.
Zuidema, R. 1968: "La relación entre el patrón de popamiento prehispánico y los
principios derivados de la estructura sociai incaica". En: Hardoy (Op. Cit.), 1987;
45 y ss.
Índice

Introducción .................................................................................................... 11
Objeto y camino ................................................................................................. 11
Polisemia y ambivalencias .................................................................................. 14

Aproximaciones barriales
Lo ñata contra el barrio ................................................................................ 18
Saqueaos los unos o los otras ............................................................................. 18
La notoriedad oculta de los barrios estigmatizados .............................................. 21
Defensa de lo blancura del barrio ........................................................................ 24
"Barrio si, villa [y asentamientos] no" ................................................................. 25
Barra de barrio .................................................................................................... 28
El barrio del fútbol .............................................................................................. 29
Los barrios fusilados ............................................................................................ 30
El barrio participado ............................................................................................ 32
El barrio perdido de los medios .......................................................................... 34
El barrio como base popular auténtica ................................................................. 35
Barrio y luchas..................................................................................................... 39
Ideas de llegada y partida .................................................................................. 41

El barrio en la Historia ................................................................................. 44


Desde el prisma heurístico de la Modernidad, de la mano de lo urbano .............. 44
El barrio y el mundo del trabajo de los vivos ........................................................ 45
La paradoja de ser una muestra pre-urbana ....................................................... 46
El barrio en la Antigüedad Clásica: libertad y diferencia ...................................... 48
El barrio medieval: residencias y profesiones ........................................................ 49
El barrio de la modernidad excluida .................................................................... 52
El barrio obrero, tipificaciones y paradojas .......................................................... 55

Variables, haberes y deberes teóricos de lo barrial ................................ 58

Realidades barriales
El proceso urbano y los barrios en Buenos Aires .................................... ...... 66
La matriz inicial ..................................................................................................67
La ciudad crece por sus barrios........................................................................... 69
El macro-contexto urbano de lo década del sesenta ............................................ 72
La matriz urbana actual: estructuro e imaginario en la posmodernidad ............... 74

El barrio-barrio: identidad e ideología ..................................................... 77


Perfiles barriales .................................................................................................. 77
Era todo descampado ......................................................................................... 81
Los ejes de la identidad ....................................................................................... 85
Ideología y conciencia: análisis proposicional ..................................................... 88
El trabajo con los significados: arbitrariedad y estandarización ............................. 96
Red metonímica y constelación paradigmática .................................................. 102
Los valores del barrio-barrio ............................................................................. 107
La red metonímica de la identidad barrial .......................................................... 115
Relaciones de oposición ................................................................................... 118
Análisis de sentido: determinación y alternidad ................................................. 121
Dimensión simbólica de la identidad barrial .................................................... 123
El barrio como un tiempo ............. ............................................................... 127
Dimensión social: con y sin-juntos o lo barrial como variable ......................... 134
Tu nombre ,me sabe a complejos, villas y barrio ............................................. 139
La barra como motor de la identidad barrial .................................................. 143
La dimensión histórica ..................................................................................... 145
La familia como control contra lo barrial ........................................................... 147
El cambio incon-otro-lado de lo barrial ............................................................. 150
Robos eran los de antes ................................................................................... 151
Juventú éramos los de antes ............................................................................. 152
Tranquilidad e Historia....................................................................................... 153
Trabajo y barrio ................................................................................................. 154
El porqué de esta ideología barrial: ¿lo incontrolado? ....................................... 155
Lo identidad barrial de "esos" ........................................................................... 158
Paradoja del muchacho de barrio y la chica de su casa .................................. 165

El anti-barrio: imagen histórica o fantasma ......................................... 168


Fantasmas y perfiles anti-barriales ..................................................................... 168
¿El complejo habitacional como indicador de la modernidad antibarrial? ....... 1 70
El barrio de los papeles: única tierra de nadie en Latinoamérica ....................... 172
El barrio del observador y el grito de las paredes .......................................... 178
El barrio de la gente: entrecruces de las imágenes del barrio ............................ 180
Del barrio ideal al barrio disociado ................................................................... 183
Los Otros y los Unos ......................................................................................... 187
El pecado original de los dueños de la tierra de nadie ....................................... 190
Juventud vista en banda: esos bajitos notan locos ........................................... 194
¿La fama es puro cuento? ................................................................................. 203
El fantasma barrial en la lucha por los consumos y los significados ................ 206
Epílogo proyectual: "me están ofendiendo al barrio" ........................................ 210

Diseminación de lo barrial ......................................................................... 218


Los valores de lo barrial en la diversidad .......................................................... 218
La gente en y del barrio, las mitades oirás y el dolor de ya no ser (barrio) ......... 225
La conciencia de los barrios pobres .................................................................. 227
El barrio de los pibes ........................................................................................ 229
Diseminación que corrobora el modelo ............................................................. 233

Prácticas y ritualidades barriales ............................................................ 237


Compras, ventas y transas ................................................................................ 245
Paradas, piñas y amores ................................................................................... 246
Juegos, gestos y jodas ...................................................................................... 248
El chusmerío ............ ........................................................................................ 249
Ritos y luchas .................................................................................................... 251
Síntesis barriales
Múltiples dimensiones de lo barrial ....................................................... 254
El barrio estructural .......................................................................................... 254
El barrio social .................................................................................................. 256
El barrio identitario ........................................................ .... ............................. 258
El barrio como producción ideológica ...............................................................266
Lo barrial como cultura popular y alterno .......................................................... 268
Dimensión histórica de lo barrial ..................................................................... 276

Bibliografía .......................................................................................................... 281


ii
Antropología
de lo BQffIUl
Esmdios sobrl' prodtKciónsimhólica de Li \'Íd.i urbana

Antropologfa de lo barrial, de Ariel Gravano, abre la


posibilidad de profundizar en una de las realidades
más cotidianas (la vida, el imaginario, la identidad y
la cultura de barrio) desde una mirada oblicua, enri·
quecedorn y apta para el tratamiento estratégico y
operativo de problemas que muchas veces son ocul·
tados desde las naturalizaciones del sentido común
y, por lo tanto, quedan estórilrnente reducidos en su
abordaje efectivo.
Como una paradoja buscada, el trabajo analítico em·
prendido por Gravano rodea esías problemáticas sin
ocuparse de ofrecer recetas para su solución. Las
trata con instrumentos creados a pan1r de considerar
a la rMhdad barrial como una producción simbólica
A partir de la interpretación antropológica, la lectura
va y vuelve, entra y sale desde los procesos macro·
históncos que enmarcan a lo urbano a las part1culari·
dades estudiadas en forma menuda. La sensación
es verificar que la dimensión contradictoria de la vida
social ínterpenetra los instrumentos menos v1s1bles
del pensar, del sentir y del construir identidades, me·
diante una producción 1dec'ógíca y simbólico-cultural
(lo blunal -al decir del autor-) que se constituye,
aun dentro de la dialéctica de la reproduccion, en al·
terna y porfiada transformadora de la Historia.
La base del libro es la tesis de doctorado en la Uni·
versídad de Buenos Aires y sus destinatarios especifi·
cos son los profesionrnes, investigadores y agentes
de lo urbano y del trabajo barrial.

You might also like