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«CADA HOGAR VAM, UNA IGLESIA HOGAREÑA»

1043. «Pedid,
y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá».
—MATEO 7.7

No hay una afirmación mejor, ni más alentadora, ni más consoladora para enfrentar
todas las incertidumbres y avatares de nuestra vida en este mundo, que la contenida
en esta promesa de nuestro Señor. Es una de esas promesas que tienen el poder para
despertar la mente, sacar al creyente de un estado de turbación y permitirle ver las
circunstancias más allá de lo inmediato. No hay algo más alentador que las promesas
de Dios que ayudan a enfrentarnos con los aspectos duro de la vida, y con un futuro
incierto. Ante un escenario complejo, ésta es la esencia del mensaje bíblico desde el
principio hasta el fin, ésta es la promesa que Jesús nos hace: «Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá». Para asegurarse que lo comprendamos
bien y no dudemos, nuestro Señor lo repite, y lo pone en una forma todavía más
robusta, y dice: «Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que
llama, se le abrirá». No caben dudas acerca de ello, es cierto; es una promesa
absoluta. Lo que es más, es una promesa que hace el Hijo de Dios mismo, hablando
con toda plenitud y autoridad de su Padre.
La Biblia nos enseña a cada paso que ésta es la única cosa que importa en la vida. La
VISIÓN DIVINA DE LA VIDA, en contraposición con la visión humana. Es que la vida
es un viaje, un viaje lleno de complejidades, problemas e incertidumbres. Siendo así,
pone de relieve que lo que en realidad importa en la vida no es tanto las distintas
cosas que nos ocurren, y de las que tenemos que ocuparnos, sino NUESTRA
DISPOSICIÓN para enfrentarnos con ellas.
De la vida de Abraham podemos aprender lo que Dios nos enseña respecto a la vida
cuando nos testifica que «salió sin saber a dónde iba». Abraham confió en Dios, y por
eso obedeció cuando Él le dijo que saliera de su tierra para ir al país que le daría. Y,
como resultado de su fe, Abraham fue perfectamente feliz, vivió en paz y tranquilidad.
No tuvo miedo a lo desconocido porque antes de salir —sin saber a dónde iba— él
sabía con quien le acompañaba. No estaba solo, había Alguien con él que le había
dicho que nunca le dejaría ni abandonaría: y aunque no estaba seguro de los sucesos
en los que se iba a encontrar, y de los problemas que se suscitarían, estaba
perfectamente feliz, porque conocía, si nos permiten decirlo así, a su Compañero de
viaje.
La actitud de Abraham fue semejante a Jesús. Nuestro Señor, quien, al percibir la
inminencia de la cruz, y sabiendo que incluso sus discípulos más íntimos lo
abandonarían por salvar sus propias vidas, dijo, «la hora viene, y ha venido ya, en que
seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; MAS NO ESTARÉ SOLO,
PORQUE EL PADRE ESTÁ CONMIGO» (Jn. 16.32). Según la Biblia, esto es lo único
que importa; nuestro Señor no nos promete cambiar las circunstancias; no nos
promete quitar dificultades y pruebas y problemas y tribulaciones; no dice que va a
arrancar todas las espinas y dejar sólo las rosas con su aroma maravilloso, no; se
enfrenta con la vida en forma realista, y nos dice que éstas son cosas que la carne
hereda, y que tienen que suceder. Pero nos garantiza que podemos conocerlo hasta
tal punto que, sea lo que fuere lo que suceda, nunca tenemos que asustarnos, nunca
tenemos que alarmarnos. Dice todo esto en esta promesa tan grande y comprensiva:
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá».
¡aVAM-za por MÁS! Y ten presente en todo momento, que LO MEJOR DE DIOS
PARA TI (y tu familia, y tu iglesia y tu nación), ¡AÚN, ESTÁ POR VENIR!
Tus pastores, Raúl y Ely
TEXTOS: Mateo 7.7-8; Hebreos 11.8; Juan 16.32
LECTURA Y MEDITACIÓN DEL DÍA: Mateo 7.1—12

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