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MARCELA PAZ
Soy un perdido y la Jime igual, lo peor es que nadie nos busca. Porque mi
familia es de esa gente que busca las cosas perdidas, pero jamás la fruta ni la
plata ni los parientes. Tampoco buscaron a la tía Ema, sino que dijeron
siempre: La Ema es una perdida y se acabó el cuento. Ellos creen que uno se
pierde adrede y quieren obligarlo a encontrarse.
Una mañana de luna llena y bello atardecer, amaneció mi mamá con esos
nervios de confusión tremenda que tienen las mamás para los días en que
hacen maletas. Yo pregunte porque nos íbamos y mi mamá me dijo que era
porque al papá lo habían echado de la refinería.
Fue un día atroz. Mi papá partió temprano a ordenar su oficina y quedó mamá
contando cucharas, pañales y revolviéndolo todo para encontrar su chaqueta
de piel. Pero confundida y todo dejó la casa entera metida en bolsas, maletas,
atamos y canastos para partir a la mañana siguiente.
Nos estábamos por subir al taxi mientras tratábamos de meter los bultos,
maletas y paquetes y no había más espacio. Y mi papá se puso a pelear con el
chofer y hasta hubo puñetes. A sí que nos bajamos y hasta hubo puñetes y el
chofer ni se fijó que mi papá le dio un portazo a su puerta y partió con furor.
El tren para en viña sólo en un minuto y hay que subir rápidamente y tomar
asiento.
Domitila, tú te encargas de los bultos. Tú, papelucho, de la guagua. Yo voy en
busca de Javier y papá y despareció en el espacio.
Me senté con violencia en el primer asiento, miré por la ventana. Ahí estaba la
Domi pescando los paquetes y canastos. Pitó el tren y partimos suavemente
mientras la Domi se iba alejando poco a poco. Yo esperaba todo el tiempo ver
aparecer a mi papá y mi mamá con la Domi y sus paquetes, trotando por el
pasillo, pero nada... Conté hasta veinte, hasta trescientos, hasta mil
novecientos setenta y uno... ¡Y nada! Mi papá no llegó. La Jimena se había
puesto odiosita y no quería estar sentada. Yo la ponía de perfil en el pasillo y
partía para el lado equivocado y se caía y lloraba.
Por fin se acercó un mozo y pregunto: ¿Qué le sirvo, joven? Lo mismo que al
caballero dije. Chuletas con puré. ¿Y a la criatura? lo mismo, Por suerte
volvió luego el mozo con los platos, pero la Jime se atoraba con la carne
porque no tiene dientes, pero tragaba por fin, y cuando llegó el postre y
estábamos contentos y sin hambre, se acercó el mozo y me dijo: Haga el favor
de decirme dónde están sus padres. No tengo idea. Es que tendrá que
decírmelo. Me debe su almuerzo y el de su hermana... ¿En qué vagón viaja su
familia? Eso es lo que no sé.
Vamos viajando hacia el sur me dijo con cara de odio. Sentí una cosa rara. La
guagua y yo íbamos viajando al sur. Menos mal que estábamos en el tren y ahí
la cosa era segura.
Pero mientras más lejos fuera el tren más tiempo les daría a mi papá y a mi
mamá para alcanzarnos.
No sé que cara puse ni sé por qué medio tanto romadizo pero la cuestión es
que de repente la señora y el caballero que iban al lado mío se volvieron como
tíos y nos empezaron a cuidar y a mostrarnos el paisaje y a decirnos que
ligerito íbamos a encontrar a nuestra mamá y papá.
Cerré los ojos para no ver más estaciones. Los ojos se me habrían, había que
hacer algo. Yo me desesperaba pero, en un tren ni hay caso porque no puede
llegar y parar. Desperté a la ji y nos bajamos los dos. Yo ya no estaba triste
sino que muy feliz y sentía un cariño tremendo de grande por mi papá. Ni me
había dado cuenta de lo que lo quería tanto antes. ¡Hola papelucho! Sentí una
voz a mi lado. Pero no era mi papá, sino el caballero diputado del tren. Venía
acompañado de una señora. El diputado le explicaba lo del norte y del
sur. Llevémoslos a la casa le dijo, necesitan un buen desayuno y enseguida
nos preocuparemos de sus padre.
Llegamos a una casa macanuda, con todo, radio extintor de incendio, molino
de agua y de café y montones de cosas nunca antes vistas. Nos dieron huevos
fritos, queque, choclos con mantequilla, mortadela y leche. Me pregunto:
¿Tienes la dirección de tu padre?. Tengo un amigo en Osorno clamé, usted lo
debe conocer, porque tiene un diario. Se llama Casimiro Silva.
En Osorno amiguito, hay noventa y siete Silva. Sí pero el papá del Casimiro
es uno solo alegué, y tampoco todos tendrán un diario... Entonces es muy
fácil averiguarlo. No cuesta mucho ir a sus casas a ver cuál es la de mi amigo.
Iremos a los diarios a averiguar más dijo ella. Pero nos fuimos de esa casa
luego de unos incidentes para no causar más problemas. Nos fuimos por
Osorno caminando con la ji hasta llegar a una plaza donde vendían el diario.
El señor que vendía los diarios era el papá del casi me miró y me dijo
¡Papelucho! ¡tú aquí en Osorno!
Así pasaron unos días que estuve con el señor Silva hasta que me fui de
nuevo. Me eche la guagua al hombro y camine bastante rato.
Pasamos todas las casas y llegamos al campo y habían muchas vacas y estaba
todo muy verdecito y encontramos un potrero y nos quedamos ahí. Pero
siempre cuando uno cree que todo está perfecto, resulta lo contrario. Así es la
vida. Justo cuando ya nos sentíamos felices, vino lo terrible: la noche. Porque
la noche, en un potrero de Osorno, alumbrado por el volcán y con las vacas
salvajes, es algo tremendo. Sobre todo cuando uno tiene una hermana chica
que cuidar.
¡Señor ayúdame! clamé, y el señor me escuchó. Me sentí como de fierro.
Tomé confianza y seguí pidiendo: Señor, que pase luego la noche y sea
día. Pero de repente nos encontramos con una casa y golpeamos y nos abrió
una señora rubia, nos cogió de la mano a mí y a la Jime y nos invitó a entrar.
Pensé “Yo recé a dios y oyó mi oración.” Nos dio comida y luego nos
acostaron en una cama blanca tapada con un inmenso almohadón.
Desperté con una cosa que me hacía cosquillas en la frente y me picaba una
oreja. Era la gallina que cacareaba como un gallo. Es increíble el hambre que
da en el sur y lo bien que cae el desayuno. Amanecer entre cerros solitarios
pero llenos de cabras es precioso.
Después de nuestra estadía en aquella casa dónde fuimos muy bien acogidos
seguimos nuestro camino pasamos por muchas aventuras, hasta que por fin
conocimos a un hombre que nos llevó en avión un poco antes de Arica. Nos
dejó por ahí y un teniente me hablo y nos llevó en su moto. Y, llegamos al
reten. Papelucho me dijo: No estás detenido ¿entiendes? Pero pasarás aquí la
noche.