Cuando el Hijo de Dios fue clavado en la cruz y entregó su espíritu, descendió inmediatamente a los infiernos y liberó a todos los pecadores que allí sufrían tormentos. Y el demonio se afligió y lloró, porque creía que ya no conseguiría más pecadores para el infierno. Entonces le dijo Dios: “No llores, que yo he de enviarte a todas esas santas personas que se complacen en la autoconciencia de su bondad y de su santurronería y en la condenación de los pecadores. Y el infierno volverá a llenarse una vez más, durante generaciones, hasta que decida yo regresar de nuevo”.