You are on page 1of 3

La configuración del patrón filosófico español durante la Guerra Civil

1. La gran figura que posibilita el establecimiento en España de una filosofía


original que, sin ser una sucursal de algún sistema extranjero, esté en condiciones de
establecer un diálogo en condiciones de igualdad con lo que se trabaja en general en
Europa viene siendo sin duda d. José Ortega y Gasset, a pesar de lo imperfecto e
incompleto de su empresa: este varón, con el trasfondo de su doble experiencia,
académica en Alemania por un lado, y por otro mundana a través de periodismo
español, elaboró un ideal de filósofo implantado en la altura de los tiempos y procuró,
no sólo cumplirlo el mismo, sino también orientar hacia él la Facultad de Filosofía de
Madrid. Lo esencial de ese ideal consistía en entender 1) que el filósofo tiene que dar
razón de la vida cotidiana, explicitando sus estructuras ocultas, no de órdenes
extramundanos, y 2) que esa vida cotidiana va a caballo del tiempo histórico, que va
modificando esas estructuras, por lo que la filosofía no puede pretender explicar su
objeto a través de la deducción de verdades eternas previamente supuestas, sino
recomenzar de nuevo su trabajo cada vez. Las consecuencias de este ideal incluyen que
un filósofo no puede pretenderse “platónico”, “aristotélico”, “foucaultiano” ni
administrador de doctrina previa alguna, a no ser que lo haga tomando la necesaria
distancia de explicitar los presupuestos vitales de esa doctrina y, buscando directamente
los de su tiempo propio, mostrar cómo la antigua doctrina todavía da razón de ellos: es
decir, que, aunque entre sus obligaciones se incluya el conocer a sus predecesores, el
filósofo no puede reducirse a profesor de filosofía (Ortega realiza de este modo una
crítica demoledora del ideal escolástico). Pero tampoco basta con una mera repetición
de o ejercicio de ingenio sobre los elementos de la vida cotidiana, sino que es necesario
para el filósofo el conocimiento verdadero de los objetos que lo conforman, y eso
requiere una hibridación con las distintas ciencias –aunque especialmente las sociales-
establecidas en cada momento, que permita una retroalimentación dialéctica.
2. Los dos problemas que sufrió este proyecto fueron: uno interno, causado por
la ausencia de capacidad sistemática del propio Ortega, la cual, pese al esbozo del
método de las generaciones, que proporcionaría criterios para organizar el tiempo
histórico y la transición entre contextos vitales, termina llevando a una disolución de la
especificidad de la filosofía en las ciencias sociales, ayudadas por el ingenio; y uno
externo, que fue la guerra y la victoria de un bando cuya ideología, aunque no
necesariamente refractaria en todo a la filosofía en general y a la de Ortega en
particular, era reacia a la figura anticlerical de este. La guerra y el régimen posterior
oscurecieron la carrera del gran discípulo X. Zubiri, truncó la de J. Marías, y llevó al
exilio a J. Gaos y M. Zambrano; por otra parte, la influencia de las órdenes religiosas,
que fueron acaparando el ámbito filosófico, abolieron el ideal de filósofo de Ortega y
establecieron el escolástico. Es importante observar que ese ideal no implica por sí
mismo el casticismo ni el aislamiento: al contrario, en aquel momento significó la
apertura a determinadas redes europeas y la aceptación de los estándares de estas, frente
a la exigencia de originalidad de la escuela de Ortega. Si bien, en un primer momento,
el ideal escolástico funcionó a modo de un comentario a S. Tomás, en los años 60,
cuando el ámbito filosófico, muy reducido el crédito del tomismo a causa del Vaticano
II, comienza a definirse por la importación de las distintas escuelas europeas y la
creación de sucursales suyas, sigue perfectamente vigente.
3. La sustitución de un paradigma por otro, sin embargo, no fue instantánea, y se
vuelve mucho más apreciable desde los años 50, momento en el cual la familia de la
Falange, vinculada al fascismo europeo, pierde poder, y la educación va cayendo en
manos de la familia católica, con influencia de las Órdenes y del Opus Dei; es de notar
que la Falange tenía desde su fundación una relación de afinidad con la filosofía de
Ortega, mientras que los católicos, además del enfrentamiento en el plano personal y
político, se oponían a su historicismo, con la pretensión de instaurar una filosofía del
cosmos: por ello fueron estos los verdaderos responsables de la nueva norma filosófica.
En cambio, en los años 40 se produjeron todavía debates importantes que tenían a
Ortega como núcleo. Así, X. Zubiri fue marcando su propia posición frente al maestro,
caracterizada por mantener la hibridación con las ciencias, especialmente las naturales,
pero por procurar, en aproximación a la filosofía cristiana, no una explicación de los
niveles históricos de la vida cotidiana, sino de la estructura última del cosmos, y
pretendiendo ofrecer una respuesta al problema de la religión, la unidad del hombre con
ese cosmos, todo ello tomando como punto de partida la fenomenología, a la que
entiende como una metodología capaz de superar la perspectiva presente; Zubiri realiza
un gesto de retraimiento de lo mundano y de la circunstancia en busca de lo esencial, lo
que no le impide colaborar desde 1941 con Escorial e ilustrar a los intelectuales de la
Falange. Por otra parte, en 1945 P. Laín Entralgo, discípulo informal de Ortega y Zubiri,
publica Las generaciones en la historia, tratando de profundizar en lo que podría ser la
semilla de un sistema orteguiano, la teoría de las generaciones, y decantándose por
formulaciones zubirianas antes que orteguianas; de esa obra se seguirá un debate que
acabará siendo largamente contestado por J. Marías, discípulo estricto de ambos, en El
método histórico de las generaciones, de 1967. También Aranguren, cercano al
ambiente de Escorial, mantendrá la impronta orteguiana.
4. El problema de la sustitución de Ortega comienza a tratarse el 11 de octubre
de 1939, cuando J. Pemartín habla con J. F. de Lequerica para convencer a Santiago
Ramírez, aunque este y el líder de su orden declinaron la oferta; la ocupan Alejandro
Gil, después Juan Zaragüeta, y, finalmente, desde 1954, Ángel González Álvarez,
discípulo del p. Ramírez (y estando este en el tribunal); quien dirige entre el 45 y el 47
el instituto “Luis Vives” del CSIC. El dominico, aún siendo un hombre enemigo de
cargos y de vida mundana, es el personaje que mayor impronta deja en la línea
filosófica oficial de la época. Los escolásticos, comenzando por Joaquín Iriarte, y
terminando por V. Marrero, llevaron a cabo una campaña integral contra Ortega y sus
discípulos, en la cual se enmarca una obra de Ramírez que para sus seguidores discípulo
fue la sistematización que el propio Ortega nunca logró hacer, pero que para los
orteguianos era un insulto en toda regla. Se trataba, en el fondo, de la antedicha cuestión
de principio: los escolásticos no aceptan una filosofía que no comience por unos
enunciados sobre el Ser y sobre la Lógica, desplegados luego orgánicamente para
explicar la realidad, de tal modo que el mejor sistema es aquel que incluya mayor
coherencia interna y ofrezca mejor encaje para los fenómenos; y los orteguianos, por su
parte, no aceptan una filosofía que comience de manera exenta, sin especificar la
raigambre vital e histórica de los conceptos. En cualquier caso, la vulgata antiorteguiana
se extendió por el ámbito oficial y se impuso con fuerza, dando forma a la situación
antes mencionada, según la cual, perdido el crédito del tomismo, se buscaron
combinaciones con otros autores que pudieran ser tomados como textos sagrados.
5. Algunos personaje rancios s. Grupo central: Ramírez; seguidores: Marrero,
L. E. Palacios, A. Millán Puelles, A. G. Álvarez. Otros curas: M. Mindán. Grupo
falangista en las instituciones: Yela Utrilla.
6. En toda esta historia, sin embargo, queda por mencionar y recuperar el caso de
la polémica Bueno-Sacristán, a caballo entre los años 60 y 70, quienes, basándose
implícita y a veces explícitamente en Ortega, sin perjuicio de beber de otras fuentes
intelectuales propias del momento, ofrecen una nueva definición de la filosofía y
exposición de su papel en el tiempo presente en relación con las ciencias y con la
política, todo ello de una manera eminentemente original e hispana. Sacristán era un
filósofo con buenos conocimientos científicos y formación en filosofía analítica y
existencial, puesta al servicio de la militancia marxista, con una carrera truncada en lo
oficial pero muy exitosa en lo popular. Bueno compartía el saber científico y la
orientación marxista –si bien ambas eran, en el fondo, bien distintas- y sustituía la
formación analítica y existencial por un manejo absoluto de la escolástica y una
influencia notable del estructuralismo, habiendo sabido invertir la primera para ponerse
al servicio del materialismo; se encontraba, por aquellas fechas, en mitad de una
distinguida carrera académica. En realidad, en su célebre choque, ambos, según explica
Moreno Pestaña, diferían solamente en la solución concreta: Sacristán proponía eliminar
la licenciatura de Filosofía, dado que en aquel momento solamente producía profesores
escolásticos, y crear un centro interdisciplinar en el que se produjese actividad filosófica
basada en conocimientos científicos –recuperar, de algún modo, el planteamiento
medieval de que era preciso conocer primero las artes liberales para estudiar después la
filosofía y la teología-; Bueno optaba por una reforma de la licenciatura de filosofía,
incluyendo en ella enseñanzas científicas, de manera parecida a como había hecho
Ortega. Por lo demás, la idea de filosofía de ambos era muy semejante, y heredera
también de la orteguiana: un saber de segundo grado que funcionase como reflexión
sobre las distintas ciencias establecidas, marcando sus límites, y dando razón, a partir de
ellas, de los fenómenos mundanos.
7. En la Universidad actual conviven el modelo escolástico, como norma
general, y el orteguiano, como excepción, a través de la escuela del MF y de profesores
que, como F. Duque o J. L. Villacañas, sintieron la necesidad de evolucionar desde el
primero al segundo.

You might also like