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“Fin del siglo y de un régimen", que es el nombre del artículo, hace referencia al periodo de
México conocido como el Porfiriato, etapa que será retomada por las autoras para señalar
las características de la educación propias de dicho régimen. Se explica como en los años
posteriores al derrumbe del imperio de Maximiliano y, sobre todo, con la llegada de
Porfirio Díaz a la presidencia, México asiste a una etapa modernizadora en los campos de la
economía, la organización social, los transportes, la administración, y también en la
educación y los sistemas escolares. Al mismo tiempo, es un periodo de desequilibrio social,
pues mientras algunos sectores resultan ampliamente favorecidos, otros permanecen en la
postración. El gobierno proclama a México como un país ordenado, civilizado, moderno y
progresista. Las capas dirigentes, como minorías, se forman de manera distinguida,
imitando modelos de Francia o Alemania, en un contexto de auge del positivismo. Por el
contrario, para la gran mayoría de mexicanos, indios principalmente, la oferta consiste en
muy escasas y malas escuelas primarias en el mejor de los casos. La historia de los centros
de enseñanza que se repasan en este capítulo no deja de ser por tanto la historia de las
minorías dirigentes del nuevo y moderno México entre 1880 y 1910.
Anne Staples y Engracia Loyo señalan algunas de las problemáticas relativas al Porfiriato:
los intentos del gobierno federal por controlar la educación y la creación de escuelas
normales para la formación de profesores, carrera que se pensó sería apropiada para
mujeres y, por ello, la mayoría de los estudiantes de esas instituciones eran del sexo
femenino. Las políticas tienden a aceptar cada vez de manera más abierta la participación
de la Iglesia en la instrucción y a educar para el trabajo. Las escuelas de artes y oficios dan
pie a la creación de la Escuela de maquinistas prácticos que llegó a alcanzar un alto grado
de especialización. Por su parte, las escuelas Nacional Preparatoria y de Altos Estudios se
convierten en los cimientos de la educación superior, hasta que en 1910 como parte de los
festejos del centenario de la Independencia de México, se abre la Universidad Nacional. La
figura de Justo Sierra es determinante en la consolidación de estos proyectos.