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Jean DELUMEAU: LA REFORMA

En lo que se refiere a las causas, hay una verdadera ruptura con lo que la espiritualidad
de la Edad Media había puesto en primer plano, la moral. Las reformas pedidas, y
asumidas por la propia Iglesia, se encuadraban en la conducta de sacerdotes y fieles, en
la fidelidad a las normas, no en innovaciones de carácter teológico. La gran masa de los
creyentes desconocían las sutilezas de ese orden y miraban más las implicaciones
derivadas de los malos ejemplos; esa misma masa mezclaba, además, con las creencias
ortodoxas prácticas supersticiosas más o menos consentidas. Por otro lado, la ortodoxia
era un terreno abierto en muchas cuestiones, lo que permitía a los teólogos discrepar en
ciertos asuntos sin que ello les llevase a enfrentarse con la autoridad pontificia (caso de
Wyclif, que no fue molestado y murió en el seno de la Iglesia, cosa que no hubiera
sucedido medio siglo más tarde), y, si había conflicto (como con Huss), se debía a
factores extrarreligiosos, protonacionalistas. Por el contrario, la Reforma viene a poner
el interés en lo teológico, como había pasado en el antiguo Oriente durante los primeros
siglos de la Cristiandad, y en el tema de la autoridad papal, que los orientales
resolvieron mediante el cisma (siglo XI).
Tres son, a juicio del autor, los puntos básicos que van a mover el espíritu reformista: el
problema del pecado, la tendencia al sacerdocio universal y la revalorización de la
Biblia. El primero alcanza cada vez más un aspecto personal y angustia al hombre, que
se siente culpable en un mundo donde la muerte hace continuo acto de presencia y que
amenaza con los terrores de la vida eterna. Por otro lado, el desprestigio de los
sacerdotes, los progresos del individualismo y la participación creciente de los laicos en
las actividades de tipo religioso rompió la rígida barrera que separaba las dos
condiciones. En el caso de la Biblia, la imprenta había multiplicado las posibilidades de
acceso a su lectura; los textos, revisados sobre las fuentes originales, mejoran la hasta
entonces indiscutible versión de San Jerónimo (la ''Vulgata''); esta exégesis, en principio
al servicio de nuevas traducciones al latín, orienta también un nuevo fenómeno, las
versiones en lengua vulgar, que proliferan en toda Europa sin que en sus inicios haya
una expresa prohibición; la labor de los humanistas (y a su frente Erasmo) había sido
decisiva para este renacer de los textos sagrados y el interés por conocerlos
directamente los laicos, pero estos humanistas no representan ninguna postura que
afecte a la veracidad de los dogmas admitidos; se decantan más bien hacia lo que hoy
llamamos ''libertad de conciencia'', tolerancia, confianza en el individuo; no buscan
obediencias separadas, alternativas institucionales.
Lutero es el desencadenante de la Reforma. Impotente ante el pecado, a pesar de la
severa disciplina a que se sometía, este fraile agustino alemán ve en las palabras de San
Pablo la solución: la misericordia de Dios es tal que basta la fe para salvarnos. Esta
función de la fe, producto de la gracia, entronca a su vez con el pensamiento
agustiniano, tan alejado de la racionalización propiciada por Santo Tomás. Lo que en
sus inicios podría haber sido simplemente una revitalización de la corriente agustiniana
- nunca vencida por la teología tomista -, pasó a mayores, cuando, rotas las vías de
diálogo con Roma y con el Emperador, la misma lógica del planteamiento
(personalización del problema de la fe) puso en entredicho el aparato dogmático y la
jerarquía sacerdotal. La inmediata repercusión que estas ideas tuvieron en el plano
político y social, en Alemania, prueba que existía un ambiente propicio para ellas; pero
la distinta interpretación que se hizo en uno y otro caso (Príncipes beneficiados con la
secularización de los bienes eclesiásticos, campesinos que veían la oportunidad de hacer
realidad la igualdad evangélica), dejará perplejo a Lutero, obligado a elegir y a
dictaminar acerca de ambas posiciones. Al solidarizarse con los príncipes introduce de
nuevo un modelo jerárquico, con una Iglesia subordinada al poder civil (cuius regio,
eius religio), con lo cual no sólo va a tener que contender con sus objetores católicos
sino también con algunos compañeros y seguidores. Ello significa que el luteranismo no
va a monopolizar ya la Reforma, y su fuerza disminuye salvo allí donde los príncipes lo
imponen.
La segunda personalidad eminente del protestantismo es Calvino.
Su formación teológica era tan sólida como la de Lutero y, del mismo modo, perteneció
al clero. También pasó por una etapa de dudas e indecisiones antes de separarse de la
Iglesia católica, para iniciar un camino, también algo sinuoso hacia una reinterpretación
de la Reforma que iba más allá de lo dicho por Lutero, pero a éste, a Zuinglio, a
Ecolampadio o a Bucero debe bastante, sobre todo en el terreno organizador, en el que
tanto éxito tuvo. Siguiendo a Zuinglio, centra el problema en la gracia, causa de
salvación, gracia que Dios da a quien quiere - no es meritoria -; es el agustinismo
llevado al plano más restrictivo. No hay una clara referencia a la predestinación (que
será afirmada por el calvinismo posterior); tampoco Calvino rompe con el valor
sacramental de la eucaristía (en lo que resulta más conservador que Zuinglio y se alinea
con Lutero); pero acentúa más que éste le idea del sacerdocio universal e intenta, sin
conseguirlo, la autonomía frente al Estado.
Localizada la Reforma al principio en Alemania y Suiza, no tardará en llegar a otros
países. En Inglaterra, al cisma de Enrique VIII sucede la fase calvinista de Eduardo VI,
que, tras la reacción católica de María Tudor, dará paso al eclecticismo de Isabel, la
Iglesia Anglicana; diferente es la trayectoria de Escocia, precozmente presbiteriana.
También en Francia, tras una primera etapa de luteranismo más o menos tolerado, el
zuinglio-calvinismo se impone entre los reformados (hugonotes), al tiempo que se
produce la reacción católica por voluntad de Enrique II. Por esas mismas fechas el
calvinismo y, en general, el protestantismo suizo desplaza al luteranismo en Alemania y
arraiga en los Países Bajos, lugar de conflicto agudo con el catolicismo.
La Contrarreforma no esperará a la terminación del Concilio de Trento. Es más, frente a
las tesis conciliaristas de los moderados, especialmente los erasmistas o los seguidores
de Melachton, se opta, desde el poder político, por la lucha directa, la ''reconquista por
las armas'', que está a punto de triunfar después de Mülberg (1547).
Fracasado este camino, la Reforma católica, de la mano sobre todo de jesuitas y
capuchinos, buscará la ''reconquista de las masas'', y lo logrará en algunos lugares (sur
de Flandes, sur de Alemania). El Concilio de Trento, lejos de acercar posiciones, las
radicaliza, pero al menos clarifica el dogma y establece las bases para crear un modelo
de sacerdote más ejemplar e instruido.
Por países, no hay duda de que fue Francia aquél en el que la pugna entre hugonotes y
católicos dio lugar a mayores tensiones.
Toda la segunda mitad del siglo XVI es una época de ''guerras de religión'', con breves
intervalos de paz. La monarquía, tras la muerte de Enrique II, intenta la vía del diálogo,
de la tolerancia (Catalina de Médici, Miguel de L'Hôpital); se creía posible la
convivencia ''política'' junto al respeto a la conciencia de cada uno; se evidencia, sin
embargo, que este ideal era solo el proyecto de una minoría de formación humanista no
compartido ni por católicos (dirigidos por los Guisa) ni por hugonotes (defendidos por
Borbones y Condés). La paz consiguiente al Edicto de Nantes no resolvió la cuestión,
pues era una peligrosa fórmula al dividir a Francia en dos Estados confesionales bajo la
teórica autoridad real; Richelieu se limitó a reducir los privilegios de los hugonotes,
pero, ya en los últimos años del siglo XVII Luis XIV se sentirá lo bastante fuerte para
revocar el Edicto y poner a los hugonotes en la alternativa de abjurar o irse de Francia.
El protestantismo militante estaba, por otra parte, casi agotado, y una especie de
resignación llevó a la mayoría de sus fieles a volver a la Iglesia Católica; a partir de
entonces seguirá habiendo en Francia protestantes, pero se habrá acabado su influencia
política como tales.
En los Países Bajos la oposición católico-reformista va a solaparse con la lucha política
a partir del reinado de Felipe II, intransigente, como su padre, en la defensa de la
religión romana. El éxito se lo reparten: el sur permanece católico, el norte calvinista y
rebelde luego independiente. Del mismo modo, la firme adhesión a Roma - vía jesuitas -
del emperador aplastará los focos protestantes en los Estados Patrimoniales, pero no
podrá evitar la consolidación, en los principados más septentrionales, de una Reforma
que volverá a sus orígenes al predominar el elemento luterano sobre el calvinista. La
línea divisoria coincidirá bastante con el antiguo ''limes'' romano.
La recuperación del luteranismo es consecuencia de su espíritu abierto, de su voluntad
de establecer unos principios comunes por encima de diferencias no esenciales; así se
llegó a la ''Fórmula de Concordia'' que ha perdurado hasta ahora. No hay que olvidar
tampoco el protagonismo que en su triunfo tuvieron los príncipes y reyes, por egoísmo o
por convicción (caso este último de Gustavo Adolfo, que estuvo a punto de crear un
verdadero ''Imperio luterano'' durante la Guerra de los Treinta Años).
Entre los calvinistas van a surgir discrepancias que afectarán a lo doctrinal (problema de
la predestinación) y a lo organizativo (relaciones con el Estado). Las posturas más
definidas fueron las de gomaristas (radicales) y arminianos (más flexibles). Mayor era la
distancia doctrinal en Inglaterra y Escocia, lo que dio lugar a la crisis de los años
cuarenta, resuelta primero a favor de los presbiterianos (Cromwell) y finalmente en
beneficio de los anglicanos, pero con cierta tolerancia para aquéllos.
Tras la paz de Westfalia parece que la tensión secular producida por las luchas religiosas
desaparece. El cansancio resultante en unos y otros crea un clima nuevo; para unos,
había que relativizar los problemas de índole religiosa y buscar otros caminos (es la
''crisis de la conciencia europea'' de que habla Paul Hazard); para otros, el sentimiento
religioso se transfiere al plano interior; aparecen las nuevas modalidades de
protestantismo que enlazan especialmente con corrientes anteriores de independientes
(como los anabaptistas moderados); de entre ellas destaca el autor el pietismo y el
metodismo, predominantes en los mundos germánico y anglosajón respectivamente
(aunque minoritarios frente a las iglesias oficiales).
De este modo el protestantismo se consolida y alcanza una posición definitiva, hasta
ahora, en gran parte del mundo cristiano.

MOVIMIENTOS NACIONALES
La Reforma protestante fue emprendida en Alemania por Lutero en 1517, al publicar sus
95 Tesis, que desafiaban la teoría y la práctica de las indulgencias papales.

Alemania y la Reforma luterana


Las autoridades papales ordenaron a Lutero que se retractara y se sometiera a la
autoridad de la Iglesia, pero él replicó con mayor radicalidad, haciendo un llamamiento
a la reforma, atacando el sistema sacramental y recomendando que la religión se
mantuviera en la fe individual basada en las normas contenidas en la Biblia. Amenazado
de excomunión por el Papa, Lutero quemó ante sus seguidores, en la plaza pública, la
bula o decreto papal de excomunión y con ella un volumen de la ley del canon. Este
acto de desafío simbolizaba una ruptura definitiva con todo el sistema de la Iglesia
católica. En un intento por frenar las revueltas, el emperador Carlos V y los príncipes
alemanes y eclesiásticos se reunieron en 1521 en la Dieta de Worms e instaron a Lutero
a retractarse. Éste se negó una vez más y fue declarado fuera de la ley. Durante casi un
año permaneció escondido, escribiendo panfletos en los que exponía sus principios y
traduciendo el Nuevo Testamento al alemán. Aunque sus obras habían sido prohibidas
por edicto imperial, fueron distribuidas en público y se convirtieron en poderosos
instrumentos para hacer de las grandes ciudades alemanas importantes centros del
luteranismo.
El movimiento reformista se extendió vertiginosamente entre el pueblo, y cuando
Lutero abandonó su retiro, fue recibido en su casa en Wittenberg como un líder
revolucionario. Los territorios alemanes del Imperio se habían dividido, de forma
inapelable, por motivos religiosos y económicos. Aquellos que estaban más interesados
en preservar el orden tradicional, como el Emperador, algunos príncipes y el alto clero,
apoyaron a la Iglesia católica. El luteranismo estaba apoyado, principalmente, por los
príncipes del norte de Alemania, el bajo clero, los comerciantes y amplios sectores del
campesinado, que aprovecharon la situación como una oportunidad para obtener una
mayor independencia tanto de las esferas religiosas como de las económicas. Las
Guerras Campesinas (1524-1526) fueron un reflejo de esta tentativa. Los campesinos
intentaron mejorar su mísera situación económica y, así, sus reivindicaciones, que
contenían algunos puntos defendidos por Lutero desde el punto de vista religioso,
invocaban la emancipación del número de servicios reclamado por los terratenientes,
tanto seglares como eclesiásticos. Lutero desaprobó la utilización de sus doctrinas para
justificar una revuelta social y, aunque en un principio procuró buscar una salida
pacífica al conflicto, pronto se volvió contra los campesinos y en su panfleto Contra las
hordas de campesinos asesinos y ladrones (1525), les condenó por recurrir a la
violencia. Esto le valió ganarse el apoyo de numerosos miembros de la nobleza.
Los campesinos fueron derrotados, pero la escisión producida entre los católicos y los
luteranos se incrementó. En 1526 se alcanzó un mínimo compromiso, al conceder el
Emperador que los estados reglamentasen, sólo en sus dominios, la cuestión religiosa.
En la Dieta de Spira (1529), la mayoría católica logró revocar el anterior acuerdo, lo que
hizo que los luteranos elevaran hasta el Emperador su más enérgica protesta. Desde
entonces se les empezó a llamar protestantes, denominación que, posteriormente, se
extendió a todos los grupos reformistas opuestos al dirigismo de Roma.
En 1530, el erudito y reformista religioso alemán Philip Melanchthon concibió un
estatuto de la fe y los dogmas luteranos, conocido como Confesión de Augsburgo, que
fue sometida al emperador Carlos V y a la facción católica. Aunque no consiguió
reconciliar las diferencias entre los católicos y los luteranos, se estableció como
fundamento y credo de la nueva Iglesia luterana. Las guerras contra Francia y los turcos
impidieron durante un tiempo que Carlos V dirigiera sus ejércitos contra los luteranos.
Pero en 1546 el Emperador quedó libre de compromisos internacionales y, tras aliarse
con varios príncipes alemanes como el duque Mauricio de Sajonia, declaró la guerra a la
Liga de Esmalcalda, constituida por los príncipes protestantes. Las fuerzas católicas
tuvieron éxito al principio, derrotando a los protestantes en la batalla de Mühlberg. No
obstante, tras pasarse Mauricio de Sajonia a las filas protestantes, obligó a Carlos V a
firmar la paz. Este conflicto, motivado por cuestiones religiosas y que terminó por
convertirse en una guerra civil entre los distintos príncipes del Imperio, terminó con la
Paz de Augsburgo (1555). Sus términos declaraban que cada uno de los príncipes del
Imperio podría elegir entre el catolicismo y el luteranismo como religión de su
territorio, a la que deberían adscribirse todos sus súbditos. El luteranismo, profesado por
casi la mitad de la población alemana, consiguió finalmente ser reconocido de modo
oficial. De tal manera que el antiguo concepto de comunidad cristiana, unida en el
terreno religioso en Europa occidental bajo la suprema autoridad del papa, fue
desbancado.
Suiza

El temprano movimiento reformador suizo, contemporáneo del alemán, fue conducido


por el teólogo Ulrico Zuinglio, quien en 1518 efectuó una vigorosa denuncia de la venta
de indulgencias. Zuinglio expresó su oposición a los abusos de la autoridad eclesiástica
mediante sermones y discursos públicos en la plaza del mercado y ante el Consejo de la
ciudad de Zurich. Al igual que ya manifestó Lutero, Zuinglio consideraba la Biblia
como única fuente de autoridad moral y se esforzó por eliminar todas aquellas fórmulas
y costumbres católicas no fundamentadas en las Escrituras. Desde 1523 hasta 1525, bajo
su liderazgo, en Zurich fueron quemadas reliquias, prohibidas las procesiones, así como
la adoración a las imágenes y a los santos, liberados los sacerdotes y monjes de sus
votos de celibato y reemplazada la misa por un rito eucarístico más sencillo. Estos
cambios, mediante los que la ciudad se rebeló contra la Iglesia católica, fueron
realizados por medio de medidas legales adoptadas en votaciones del Consejo de
Zurich. Los principales defensores de estas innovaciones, los comerciantes, expresaron
así su independencia de la Iglesia de Roma y del Sacro Imperio. Otras ciudades suizas,
como Basilea y Berna, adoptaron reformas análogas, mientras que el conservador
campesinado de otros cantones se mantuvo fiel al catolicismo. Al igual que en
Alemania, la autoridad del gobierno central era demasiado débil para reforzar la
conformidad religiosa y prevenir la guerra civil. Estallaron dos breves conflictos entre
los cantones protestantes y los católicos en 1529 y en 1531. En el segundo de éstos, que
tuvo lugar en Kappel, Zuinglio fue asesinado. Tras establecerse la paz, cada cantón fue
autorizado a elegir su religión. El catolicismo prevaleció en las regiones montañosas del
país y el protestantismo en las grandes ciudades y valles fértiles. Esencialmente, esta
misma división persiste hoy en día.
En la generación que sucedió a la de Lutero y Zuinglio, la figura dominante de la
Reforma fue Juan Calvino, teólogo protestante francés que huyó de la persecución
religiosa en su país y, en 1536, se estableció en la nueva e independiente República de
Ginebra. Calvino lideró la estricta instauración de las medidas de reforma instituidas
tiempo atrás por el Consejo de la ciudad de Ginebra e insistió en promulgar otras
nuevas, incluyendo el canto de los salmos congregacionales como parte del culto
eclesiástico, la enseñanza del catecismo y la confesión de fe de los niños, el
establecimiento de una severa disciplina moral en la comunidad por parte de pastores y
miembros de la Iglesia y la excomunión de pecadores notables. La organización de la
Iglesia de Calvino se inspiraba en modelos democráticos e incorporó ideas de gobierno
representativo. Pastores, profesores, presbíteros y diáconos fueron elegidos para ocupar
puestos oficiales por los miembros de la congregación.
Aunque la Iglesia y el Estado estaban oficialmente separados, lo cierto es que
cooperaban de forma tan estrecha que Ginebra era de hecho una teocracia. Para reforzar
la disciplina de la moral, Calvino instituyó una rígida inspección de conducta familiar y
organizó un consistorio, compuesto de pastores y legos, con grandes poderes sobre la
comunidad. El vestido y comportamiento personal de los ciudadanos estaban prescritos
hasta el más mínimo detalle. Bailar, jugar a las cartas, a los dados y otras diversiones
quedaron prohibidas, mientras que la blasfemia y la obscenidad fueron castigadas con
severidad. Bajo este rígido régimen, los disidentes fueron perseguidos e incluso
condenados a muerte. Tal fue el caso del humanista español Miguel Servet. Para animar
a la lectura y comprensión de la Biblia, se proporcionó a todos los ciudadanos una
educación elemental. En 1559, Calvino fundó una universidad en Ginebra que fue
famosa por la formación de pastores y profesores. Más que ningún otro reformador,
Calvino organizó las diversas interpretaciones del pensamiento protestante en un
sistema claro y lógico. La difusión de sus obras, su influencia como pedagogo y su gran
habilidad para estructurar la Iglesia y el Estado en los términos de la Reforma,
despertaron la atención internacional e imprimieron a las Iglesias reformadas de Suiza,
Francia y Escocia, el profundo sello del calvinismo, tanto en la teología como en lo
referente a su organización.

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