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La iglesia como el Cuerpo de Cristo

CONTENIDO

1. El Cuerpo de Cristo
2. La iglesia tiene la imagen y la autoridad de Dios
3. La iglesia es la mezcla y el agrandamiento de Dios y el hombre
4. La iglesia es columna y fundamento de la verdad para expresar la imagen y la autoridad de
Dios
5. El agrandamiento de la mezcla de Dios y el hombre
6. La edificación de la iglesia
7. La plenitud de Aquel que todo lo llena en todo
8. El principio del edificio de Dios
9. El contenido de la plenitud según se revela en los escritos de Juan: la vida, la resurrección,
la luz y el camino
10. Los materiales aptos para la edificación del Cuerpo de Cristo
11. El contenido de la plenitud, según se revela en los escritos de Juan: alimento, satisfacción,
libertad, gloria y amor
12. Cinco asuntos relacionados con la iglesia y la unidad de la iglesia
13. La obra demoledora de Dios y su obra de edificación
14. El trono y la autoridad de Dios son la clave para que se efectúe la mezcla de Dios y el
hombre
15. La coordinación del Cuerpo de Cristo
16. El orden y la autoridad que hay en el Cuerpo
17. Tener conciencia del Cuerpo
18. La obra demoledora produce las funciones del Cuerpo
19. La comunión del Cuerpo de Cristo
20. Resolver los problemas de las iglesias (1)
21. Resolver los problemas de las iglesias (2)

PREFACIO

Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en febrero de 1956 en
reuniones llevadas a cabo en Taipéi. Estos mensajes hablan de lo que la iglesia es y lo que tiene, la
edificación de la iglesia y de la coordinación, el orden y la autoridad del Cuerpo de Cristo. Estos
mensajes han sido traducidos del chino.

CAPÍTULO UNO

EL CUERPO DE CRISTO

Lectura bíblica: Gn. 1:26-28; Sal. 8:4-8; He. 2:6-15; Mt. 1:23; 16:15-19; 18:17-20; Ef. 1:22-23;
1 Ti. 3:15-16; Ap. 21:2-3, 10-11, 22-23; 22:1-2, 5b
LA CARGA POR EL MOVER DEL SEÑOR

En los tiempos del Antiguo Testamento el pueblo de Dios se reunía tres veces al año, pero en el
Nuevo Testamento Dios convoca a Sus hijos cada vez que la iglesia da un giro. Nuestras
experiencias en los años recientes confirman este principio. Cada vez que Dios dirige a los
hermanos y hermanas de diferentes lugares a congregarse, sabemos que Dios se está moviendo más
en Su iglesia, que Él está haciendo un cambio de dirección en la iglesia. Muchos hermanos y
hermanas pueden dar testimonio de esto. Las iglesias de Taiwán están ahora propagándose como
nunca antes. Más de cincuenta iglesias locales se han levantado, muchas personas han sido
conducidas a la salvación, y muchos creyentes han sido levantados por el Señor para aprender a
servirle.

Por consiguiente, tenemos un sentir muy claro de que el Señor se está moviendo nuevamente; sin
embargo, no sólo debemos propagarnos externamente, sino que además debemos permitir que el
Señor haga una obra más profunda en nosotros. Nuestra obra no debe atender únicamente a la
necesidad del hombre, según la condición en que actualmente se encuentra, sino que también debe
atender la necesidad de Dios, según Su plan eterno. Por lo tanto, sentimos una carga sin precedentes
de que veamos el propósito que el Señor tiene con respecto a la iglesia en conformidad con Su
mover adicional que Él desea dar.

Al tener contacto con los santos de diferentes lugares, nos ha llamado mucho la atención ver dos
asuntos. Por un lado, adoramos al Señor porque ha concedido mucha gracia en esta isla; por otro
lado, tenemos un sentir muy claro de que el Señor aún no ha ganado lo que desea, y que muchos de
los que sirven al Señor aún necesitan profundizar más en su visión, lo cual es muy crucial. Nuestro
fervor es muy loable, y nuestro amor por el Señor y nuestra búsqueda son muy preciosos. Sin
embargo, si el Señor abre nuestros ojos, veremos que Él no ha podido avanzar más en nosotros.
Veamos lo que Dios está haciendo en la tierra hoy.

EL PROPÓSITO DE DIOS
ES GANAR UN HOMBRE CORPORATIVO

Nuestro Dios tiene un propósito único en este universo. Este propósito consiste en ganar al hombre.
Él desea ganar al hombre para que el hombre lo manifieste y reine por Él. Manifestar a Dios es
expresar a Dios mismo, y reinar por Dios significa eliminar al enemigo de Dios. A fin de llevar a
cabo este doble propósito en el universo, Dios necesita ganar un grupo de personas.

La imagen y la autoridad de Dios


se manifiestan en el hombre

La Biblia revela que para que Dios pueda llevar a cabo este propósito doble por medio del hombre,
debe entrar en el hombre, y unirse y mezclarse con él. Cuando Dios entra en el hombre y se une a
él, el hombre puede ser Su expresión y puede representar Su autoridad. Conforme a Génesis 1,
cuando Dios creó al hombre, dijo que haría al hombre conforme a Su imagen, y luego dijo que Su
deseo era que el hombre ejerciera dominio sobre todas las cosas, especialmente sobre la tierra y
sobre todo lo que se arrastra sobre la tierra (v. 26). Esto significa que Dios creó al hombre
primeramente para que tuviera Su imagen, y en segundo lugar, para que representara Su autoridad.
Aquí vemos una secuencia; primero está la imagen, y después, la autoridad.
La imagen viene antes que la autoridad porque la imagen es un asunto de vida, y la autoridad es un
asunto de función. El hombre debe poseer la vida de Dios a fin de ejercer su función según lo que
Dios desea. En otras palabras, el hombre primero debe tener la imagen de Dios para ser como Dios,
antes de que pueda tener la autoridad de Dios para reinar por Dios. A fin de que se llevara a cabo el
propósito de Dios en el hombre, por un lado, Dios debía entrar en el hombre para ser la vida de éste,
y por otro, el hombre debía permitir que Dios entrara en él y fuera su vida. Vemos esto en Génesis 2
con el árbol de la vida y el hecho de que Dios le diera al hombre libre albedrío (vs. 9, 16-17). A fin
de que Dios entrara en el hombre como vida, el hombre debía escoger a Dios y cooperar con Dios.
Es únicamente cuando el hombre está dispuesto a permitir que Dios entre en él y sea su vida, que la
imagen y la autoridad de Dios pueden hacerse manifiestas en el hombre.

El hombre corporativo es igual a Dios


y reina por Dios

También debemos ver que Dios desea ganar un hombre corporativo, no simplemente un solo
hombre ni unos cuantos hombres. Con relación a la creación del hombre, Génesis 1 habla primero
acerca de la imagen, luego de la autoridad, y por último, de la multiplicación (vs. 26-28). La
multiplicación alude a una entidad corporativa. Dios deseaba ganar a millones de personas por
medio de la multiplicación de Adán. Quizás algunos pregunten: “Si Dios quería ganar a millones de
personas, ¿por qué simplemente no creó a millones de personas en lugar de haber creado un solo
hombre? ¿Por qué Dios hizo las cosas de esta manera?”. Según Su propósito, Dios desea que el
hombre creado por Él llegue a ser un hombre corporativo para que millones de hombres tengan a un
solo hombre como su origen y posean una misma vida. Por consiguiente, a los ojos de Dios estos
millones de hombres serían un solo hombre, un hombre corporativo.

Usemos la familia como ejemplo. Por lo general, hay un padre, una madre y algunos hijos.
Aparentemente, una familia puede estar compuesta por muchas personas, pero en una situación
normal, los demás pueden percibir que las “muchas personas” son una sola. En una familia china
numerosa pueden vivir cinco generaciones bajo un mismo techo, pero los demás pueden percibir
que todos los miembros de esa familia son uno, pues todos ellos tienen el mismo apellido, el mismo
origen, hablan el mismo idioma, tienen el mismo modo de ser, e incluso su modo de vivir y sus
hábitos son los mismos; en su interior ellos tienen una misma vida. Por esta razón, cuando estamos
con ellos, aunque vemos a muchas personas, percibimos que hay unidad entre ellos. Ellos son uno
por nacimiento, no porque hayan decidido unirse u organizarse. De la misma manera, Dios no
quiere que el hombre únicamente posea Su imagen y Su autoridad, sino que también sea un hombre
corporativo. Este hombre corporativo no es el resultado de la unión y organización de los miembros
que lo componen, sino que es un hombre corporativo por nacimiento.

Debemos tener claro que toda la humanidad proviene de la vida que Dios puso en Adán. Pese a que
todos nacimos uno por uno, no fuimos creados uno por uno, sino que fuimos creados en el mismo
tiempo que Adán fue creado. Cuando Adán fue creado y recibió la vida humana, nosotros fuimos
creados y recibimos la vida humana. La vida de Adán es, por tanto, nuestra vida; nuestra vida es la
misma vida que la de Adán, y nosotros y Adán poseemos una misma vida. Todo el linaje humano
posee únicamente una sola vida, no muchas. Tal vez seamos millones de personas; sin embargo, no
tenemos millones de vidas, ya que todos poseemos una misma vida. Todos somos seres humanos, y
todos compartimos una misma vida. Éste es el pensamiento de Dios en cuanto al hombre.

Dios no desea ganar a un solo hombre, ni desea ganar a muchos hombres de forma individual, antes
bien, Él desea a ganar un hombre corporativo. De manera que podemos decir que este hombre
corporativo es muchos hombres o un solo hombre. Ser igual a Dios y reinar por Dios no es algo que
lo pueden llevar a cabo unos cuantos hombres ni un solo hombre, sino únicamente un hombre
corporativo. Sólo este hombre corporativo puede ser la expresión de Dios y el representante de
Dios; únicamente un hombre corporativo puede ser igual a Dios y reinar por Dios.

Cuando nos proponemos buscar al Señor, a menudo tenemos el concepto que esperamos ser iguales
a Dios y reinar por Dios de forma individual. Si bien nuestro deseo es bueno, tenemos el concepto
equivocado. Hablando con propiedad, un creyente por sí solo jamás puede expresar totalmente la
imagen de Dios ni reinar por Dios; únicamente un hombre corporativo puede ser igual a Dios y
reinar por Dios.

La iglesia es un hombre corporativo


que lleva a cabo el propósito de Dios

En los cuatro Evangelios el Señor habló acerca de la iglesia únicamente en Mateo 16:8 y en 18:17;
en ambos casos también habló de la autoridad. En Mateo 16:18 el Señor dijo: “Sobre esta roca
edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Después añadió diciendo
que todo lo que la iglesia ate en la tierra habrá sido atado en los cielos, y que todo lo que desate en
la tierra habrá sido desatado en los cielos (v. 19). Esto muestra que la iglesia posee autoridad
celestial. En Mateo 18:17-18 el Señor también habló de la iglesia y también habló de la autoridad.
Esto nos muestra que la autoridad de la cual el Señor habló no es la autoridad de un solo individuo,
sino la autoridad de la iglesia. Por lo tanto, el principio que rige la iglesia es que ella es un hombre
corporativo. Según este mismo principio, la imagen es absolutamente un asunto corporativo en la
iglesia.

Consideremos cuál era el pensamiento que Dios tenía en el principio. Dios quería ganar a un
hombre corporativo. Sin el hombre, Dios no puede llevar a cabo Su propósito; no obstante, a menos
que el hombre sea un hombre corporativo, Dios tampoco podrá llevar a cabo Su intención. A fin de
que el propósito de Dios pueda llevarse a cabo es necesario que haya un hombre corporativo. Dios
no desea ganar individuos uno tras otro. Si tenemos el entendimiento espiritual, veremos que en el
huerto del Edén, Adán no era un solo individuo, sino un hombre corporativo. Millones de personas
estaban incluidas en él. Incluso su esposa estaba incluida en él, pues ella provino de él y regresó a
él. De la misma manera, Dios desea ganar a un hombre corporativo.

LA MANERA EN QUE DIOS


GANA A ESTE HOMBRE CORPORATIVO

¿Cómo es que Dios gana a este hombre corporativo? Génesis nos muestra que a fin de ganar a un
hombre corporativo, el primer paso en la obra de Dios fue crear al hombre. Siempre que dirigimos
nuestra atención a la obra que Dios realiza en el hombre, no podemos olvidarnos de la creación de
Dios. Sin embargo, la creación fue una preparación y no la compleción; la creación fue una
preparación para la compleción. La creación preparó el material y puso el fundamento para que se
completara la obra de Dios de llevar a cabo Su propósito.

La Biblia revela que Dios creó al hombre como un ser compuesto de tres partes: espíritu, alma y
cuerpo; en este aspecto somos distintos de las demás criaturas. El Dios Triuno creó un hombre
tripartito. El propósito de Dios era entrar en nosotros para que pudiésemos tener Su imagen para
expresarlo y Su autoridad para derrotar a Su enemigo. A fin de lograr este propósito y llevar a cabo
esta obra, Dios creó un hombre tripartito —con un espíritu, un alma y un cuerpo—, a fin de poder
entrar en este hombre.
Dios creó al hombre
con un cuerpo

Consideremos el hecho de que Dios creara al hombre con un cuerpo. Dios creó al hombre con un
cuerpo para que tuviera una estructura, un aspecto físico y una expresión. Por lo general llegamos a
conocer a una persona por medio de su cuerpo. Al ver el cuerpo de una persona llegamos a conocer
su constitución, apariencia, comportamiento y acciones. Nuestro cuerpo es nuestra expresión en
términos concretos. La palabra concreto significa tener una forma definida, lo cual alude a la
expresión práctica. Dios nos creó con un cuerpo a fin de que tuviésemos una expresión práctica. Sin
embargo, debemos tener presente que el propósito de este cuerpo es expresar a Dios, no a nosotros
mismos. Por esta razón, la Biblia dice que la consagración es presentar nuestro cuerpo (Ro. 12:1) y
que debemos glorificar y expresar a Dios en nuestro cuerpo. Así pues, el cuerpo tiene como objetivo
la expresión.

Dios creó al hombre con un alma

Dios también nos creó con un alma. Nuestra personalidad está en nuestra alma; ella representa
nuestra persona. Nosotros no fuimos creados delante de Dios como seres pasivos e indiferentes. El
hombre es una criatura muy activa, pues posee una firme voluntad, mente y parte emotiva.
Considere todas las criaturas vivientes que están sobre la tierra; hay millones de criaturas, pero el
hombre es el más capaz de todas ellas. El hombre ejerce dominio en la tierra hoy porque tiene una
personalidad, porque es viviente, y porque posee voluntad, ideas, preferencias y pensamientos.
Puesto que el hombre posee tal personalidad, puede cooperar con la necesidad que Dios tiene. Si
Dios hubiera creado a un hombre pasivo e indiferente, esto indicaría que Dios mismo no era un Ser
grandioso ni hermoso. Sin embargo, Dios creó al hombre con libertad y personalidad, a fin de que
Su grandeza y belleza pudieran ser expresadas.

Dios desea que el hombre, como ser viviente y capaz que es, coopere con Él. Algunos dicen que el
hombre no puede conocer las cosas de Dios. Por un lado, es cierto, pero por otro, no es verdad. En
realidad, no existe ni siquiera una sola persona que no sea capaz de conocer las cosas de Dios,
porque Dios creó al hombre para que éste pudiera conocerlo. Romanos 1:19 dice claramente: “Lo
que de Dios se conoce es manifiesto en ellos, pues Dios se lo manifestó”. Los animales, como los
gatos, los perros, las vacas y las ovejas, no pueden conocer las cosas de Dios, pero el hombre sí
puede conocerlas. Aunque es difícil conocer las cosas de Dios por el lado espiritual, sin embargo, el
hombre sí posee la capacidad de conocer las cosas de Dios. De hecho, la razón por la cual el
hombre piensa acerca de Dios es que posee los conceptos, pensamientos y preferencias de Dios.
Debemos recordar que Dios creó al hombre con un alma para que éste tuviera una personalidad a
fin de ser una pareja y un complemento de Dios.

Esto puede compararse al hecho de que Dios creara a Eva para que ella fuese el complemento de
Adán. Dios primero trajo a Adán todos los animales que había creado, pero ninguno de ellos fue
una pareja para él. Entonces Dios creó a Eva para que fuese su complemento (Gn. 2:18-23). Todos
sabemos que esto tipifica a Cristo y la iglesia; sin embargo, también tipifica lo que el hombre es
para Dios. El hombre es el complemento de Dios en el universo. Después de crear todas las cosas,
Dios sintió que no era bueno que Él estuviera solo, pero no podía encontrar una pareja en el
universo. Por consiguiente, creó al hombre para que fuese Su pareja. Por supuesto, el hombre
primero debía recibir la vida de Dios a fin de ser la pareja a Dios. A fin de obtener esta pareja, Dios
en Su creación puso el fundamento y preparó el material; creó al hombre con un alma para que éste
tuviera una personalidad y fuese capaz de responderle a Dios.
Independientemente de cuán listo sea un animal, no responderá a la predicación del evangelio, pues
los animales no fueron creados con esta capacidad. Sin embargo, aun la persona más incivilizada,
inculta e ignorante, o el ateo más corrupto y más radical, pueden responder al evangelio. Dios creó
al hombre con esta capacidad; esto fue algo que Dios preparó, fue el fundamento que Dios puso. No
importa cuánto le hablemos a una mesa, ella no responderá porque no puede recibir nuestras
palabras. Sin embargo, nuestras palabras pueden entrar en un micrófono porque fue diseñado con
unos dispositivos especiales capaces de recibir la voz.

Debemos dar gracias a Dios por habernos creado con “dispositivos especiales”. Tenemos una
personalidad, una voluntad, sentimientos y preferencias. Estos “dispositivos especiales” nos
facultan y capacitan para responder a Dios. Dios creó todas estas cosas para Sí mismo, no para el
hombre. Por esta razón, la Biblia no sólo nos exige que nos consagremos, sino que también
obedezcamos. La consagración está relacionada con el cuerpo, mientras que la obediencia tiene que
ver con nuestra alma. Nuestro ser debe ser derrotado y debe obedecer para que podamos
complementar a Dios. Nuestra voluntad, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos deben
concordar con los de Dios. Una simple analogía de esto es el matrimonio; nosotros estamos
casándonos con Dios. El mejor matrimonio es cuando una pareja se complementa mutuamente; un
matrimonio donde el esposo y la esposa no hacen buena pareja no es perfecto. Dios nos creó para
que nosotros fuésemos Su complemento. Complementar a Dios en nuestra alma tiene que ver con
nuestra obediencia. Llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo es algo relacionado
con el alma (2 Co. 10:5).

Dios creó al hombre con un espíritu

Dios creó al hombre no sólo con un cuerpo y un alma, sino también con un espíritu. Todos sabemos
que con el espíritu podemos tener contacto con Dios. La voluntad del hombre puede escoger a Dios,
la parte emotiva del hombre puede amar a Dios y la mente del hombre puede pensar en Dios; sin
embargo, únicamente con estas facultades, el hombre aún no puede tener contacto con Dios. Por
ejemplo, una flor puede ser muy agradable a nuestros ojos, pero no podemos tocarla con nuestros
ojos; si queremos tocarla, debemos extender nuestra mano y palparla. Otro ejemplo es una mesa en
la que están servidos toda clase de platillos suculentos. Por muy provocativa que sea la comida a
nuestros ojos, no podremos comerla, a menos que abramos la boca.

Si Dios nos hubiera creado únicamente con un alma, habríamos podido escogerlo, amarlo y pensar
en Él, pero nos habría sido imposible contactarlo y recibirlo en nuestro ser. Dios nos hizo con un
estómago para recibir el alimento, con oídos para captar el sonido y con ojos para percibir el color.
De la misma manera, Dios nos creó con un espíritu para que lo recibiéramos a Él. El espíritu es un
órgano particular, de la misma manera que el estómago es un órgano particular. Nuestro espíritu es
para recibir a Dios y es un órgano creado para Dios.

La parte más externa del hombre es el cuerpo para expresar a Dios; en el interior del hombre está su
personalidad, su alma, con la cual puede cooperar con Dios; y en la parte más profunda del hombre
está el espíritu, con el cual puede recibir a Dios. Podemos comparar esto a una bombilla. La parte
externa es la bombilla de cristal, que es el cuerpo por medio del cual la lámpara se expresa. La parte
más profunda es el filamento, el cual posee una propiedad especial que le permite recibir la
electricidad, absorberla y ser compatible con el flujo de la electricidad. Cuando la corriente eléctrica
fluye en el filamento y por medio de él, la luz es emitida, y por medio de la bombilla, que es la parte
más externa, la luz se hace manifiesta. Según el mismo principio, Dios es Espíritu; Él como Espíritu
puede entrar en nosotros y expresarse por medio de nosotros puesto que fuimos creados con un
espíritu, el cual posee la capacidad de recibirlo a Él como el Espíritu. Además de esto, Él nos creó
con un alma para que pudiésemos escogerlo, desearlo, amarlo, meditar en Él y comprender todo lo
relacionado con Él, y también nos creó con un cuerpo para que pudiésemos expresarlo a Él. Ésta es
la obra creadora de Dios.

LOS TRES PASOS QUE DIOS DIO

La creación del hombre fue el primer paso que Dios dio; esto simplemente fue la preparación para
cumplir el propósito de Dios, mas no lo completó. A fin de llevar a cabo Su propósito, el Dios
creador debía entrar en el hombre que había creado. Sin embargo, antes de que Dios pudiera entrar
en el hombre, Satanás, quien tiene pies rápidos, entró en el hombre y le causó daño valiéndose del
fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Ésta es la historia de la caída del hombre.
Después de esto, Dios mismo llegó a ser un hombre en la carne. Su cuerpo era exactamente igual al
del hombre que había creado, pero interiormente Él era Dios mismo. Éste Dios encarnado es
Emanuel (Mt. 1:23), Jesucristo el Nazareno, quien es nuestro Salvador. Éste fue el segundo paso.
Ahora Dios había logrado ganar a otro Adán. Este Adán no era el primer Adán, sino el postrer Adán
(1 Co. 15:45). Sin embargo, debido a que el postrer Adán era un solo hombre, y no muchos, Dios
quería que Él se multiplicara. Así como en el principio, cuando Dios creó al primer Adán y le dijo
que se fructificara y se multiplicara y llenara la tierra; Dios quería que el postrer Adán, Cristo,
engendrara millones de “Cristos”, un Cristo corporativo, que es la iglesia. Por lo tanto, es necesario
que veamos que después de la encarnación, hubo otro paso importante que Dios dio, el cual
consistió en producir la iglesia.

Quienes conocen la Biblia saben que el primer paso que Dios dio entre los hombres fue crear al
hombre, que el segundo paso consistió en entrar en el hombre, y que en el tercer paso produjo la
iglesia. Aparte de estos pasos no parece haber ningún otro paso. Dios creó al hombre, entró en el
hombre y produjo la iglesia. Es probable que hayamos escuchado esto muchas veces, pero ahora
quisiera preguntarles, ¿cómo Dios produjo la iglesia? En Juan 12:24 el Señor dijo: “Si el grano de
trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Esto significa que
el postrer Adán, Cristo, tuvo que pasar por la experiencia de la muerte y la resurrección, a fin de
multiplicarse; por medio de la muerte y la resurrección, Él pudo engendrar a muchas personas, las
cuales son iguales a Él.

Aquellos que han salido de Cristo son inseparables de Cristo, y también son inseparables unos de
otros. Aunque son muchos, Dios no quiere que ellos existan de forma individual. Inmediatamente
después de que estos muchos granos fueron producidos, todos ellos llegaron a ser un solo pan (1
Co. 10:17), que es la iglesia. Por lo tanto, la iglesia no son los muchos granos; la iglesia es un solo
pan. Aunque la iglesia se compone de muchos granos, ella no es un montón de muchos granos. La
iglesia es la mezcla de muchos granos que han llegado a ser un solo pan. Aunque somos muchos,
seguimos siendo un solo pan producido a partir de un solo grano. El único grano produjo un grano
corporativo, el único pan; ésta es la manera en que se produce la iglesia.

LA CONSUMACIÓN MÁXIMA DEL HOMBRE CORPORATIVO: LA NUEVA JERUSALÉN

Quiera Dios mostrarnos que el primer paso que Él dio entre los hombres fue crear al hombre, que el
segundo paso consistió en entrar en el hombre y que el tercer paso consistió en producir la iglesia
por medio de la muerte y la resurrección. Esta iglesia fue creada por Dios, recibió a Dios en su
interior y fue producida por Dios. El primer paso fue crear, el segundo fue entrar y el tercero fue
producir. Después de haber dado estos tres pasos, Dios ahora puede ganar a un grupo de personas
para que sean un solo Cuerpo, un solo pan; además este pan, este Cuerpo, es la iglesia. Esto es lo
que Dios desea ganar en el universo.
Consideremos ahora la línea temática de la autoridad en la Biblia. En Génesis 1 Dios le dio a Adán
autoridad. Sin embargo, Adán fracasó y perdió esta autoridad, pero Dios no se detuvo allí.
Finalmente, en el salmo 8, Dios una vez más habló acerca del hombre y del asunto de la autoridad
(vs. 4-8). Dios reiteró Su deseo de llevar a cabo Su propósito en el hombre. Hebreos 2 nos muestra
que las palabras del salmo 8 se cumplieron. El propósito de Dios con respecto al hombre se llevó a
cabo en el Señor Jesús. En el Señor Jesús como hombre, la autoridad de Dios fue expresada.

Hebreos 2:8 dice que todas las cosas fueron sujetadas bajo los pies de Cristo. Efesios 1:22 nos
muestra que Dios sometió todas las cosas bajo los pies de Cristo, en la iglesia. Al leer este versículo
vemos que la autoridad ha llegado a la iglesia, la cual no son muchos individuos, sino una sola
entidad corporativa, un solo Cuerpo. Este Cuerpo es producido a partir de Adán y por medio de
Cristo. Por lo tanto, Hebreos 2 continúa diciendo que Él gustó la muerte por todas las cosas, a fin de
llevar muchos hijos a la gloria, y que aquellos que Él llevará a la gloria son Sus hermanos; estos
muchos hermanos son los constituyentes de la iglesia (vs. 9-12).

El hombre que Dios creó en Génesis 1 no era un solo individuo, sino un hombre corporativo. En el
Nuevo Testamento este hombre corporativo es la iglesia. Cuando la iglesia fue producida, llegó a
existir un hombre corporativo que tiene la imagen de Dios y reina por Dios.

Podemos decir que todavía falta el paso final en relación con la obra de Dios: la manifestación de la
ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Todos aquellos que conocen la Biblia saben que la manifestación
de la ciudad santa no es algo que Dios logrará aparte de la iglesia, sino que más bien se trata de la
consumación de la iglesia, el conjunto total de la iglesia que se obtendrá al final. Toda la obra que
Dios realiza tiene como objetivo esta ciudad. La meta de todo lo que Dios ha hecho es producir esta
ciudad.

En la Biblia una ciudad denota un lugar de gobierno. Por ejemplo, en Babel los hombres se
rebelaron contra la autoridad de Dios y quisieron establecer su propia autoridad; por esta razón, se
levantaron y edificaron la ciudad de Babel. La ciudad de Babel no sólo revela la clase de vida que el
hombre se proveyó para sí mismo, sino también la autoridad que el hombre estableció por su propia
cuenta (Gn. 11:1-9). De la misma manera, cuando la autoridad de Dios se establece en aquellos que
son salvos, aparecerá una ciudad, y esa ciudad será la Nueva Jerusalén (Ap. 22:2-3, 10-11; 22:1-2).
Sin duda alguna, una ciudad denota un lugar de gobierno. Así que la ciudad más grande representa a
la autoridad más grande. El rey de Babilonia dijo: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué
para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dn. 4:30). Él dijo esto para
hacer alarde de la gran autoridad que tenía. La obra que Dios realiza sobre la tierra o en el universo
siempre ha sido la de edificar una ciudad, es decir, la de establecer Su autoridad. Por lo tanto,
Apocalipsis dice que cuando la Nueva Jerusalén se manifieste, la autoridad de Dios será plenamente
establecida, y entonces nosotros reinaremos por los siglos de los siglos (Ap. 22:5).

Además, esta ciudad está mezclada con Dios; Dios es la vida y la naturaleza interna y la gloria que
se expresa externamente (21:22-23). El resultado final del hombre que Dios creó en Génesis 1 debe
ser autoridad y gloria. Este resultado no debe ser muchos individuos sino una ciudad, el resultado
debe ser un hombre corporativo. Esperamos que todos los hijos de Dios vean que Dios desea ganar
un hombre corporativo. Finalmente, este hombre corporativo se expresará en la iglesia.

EL ATAQUE TRIPLE DE SATANÁS CONTRA LA IGLESIA

Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos permita ver que la iglesia es un hombre corporativo,
una expresión corporativa, un solo pan, un solo Cuerpo. Por esta razón, toda la obra que Satanás
realiza a través de los siglos se centra en causarle daño a la iglesia. Esta obra de causar daño a la
iglesia se enfoca en tres asuntos.

En primer lugar, Satanás siempre introduce elementos foráneos en la iglesia. Esto se refiere a
asuntos que no son de Cristo, que no proceden de Cristo y que no son Cristo mismo, sino que más
bien son propios del mundo, de los hombres y de la tierra. Satanás constantemente está ideando
diferentes maneras de introducir estos elementos foráneos a fin de causarle daño a la iglesia.
Muchos de los problemas que han sucedido en la historia han sido causados por el enemigo, al
intentar introducir estos elementos en la iglesia. Debemos salir de las denominaciones y abandonar
el sistema del cristianismo porque la iglesia no puede tener nada que no tenga que ver con Cristo
mismo o no proceda de Él. Durante dos mil años, Satanás ha venido introduciendo en la iglesia
asuntos tales como métodos, puntos de vista y opiniones humanos, la corriente del mundo y los
elementos del hombre y del mundo; estas cosas no tienen nada que ver con Cristo ni son Cristo
mismo. Esto le causa daño al Cuerpo, haciendo que se enferme, se debilite e incluso quede
paralizado, al punto de no poder expresar a Dios ni ejercer la autoridad de Dios.

En segundo lugar, Satanás desea dividir el Cuerpo. Si nuestro cuerpo físico fuese dividido, estaría
acabado y llegaría a ser nada. Durante dos mil años, Satanás ha estado laborando para dividir a los
hijos de Dios, para derribar el Cuerpo de Cristo, de modo que sea fragmentado. Cuando esto sucede,
el Cuerpo de Cristo deja de ser un Cuerpo que ejerce su función, y por ende, ya no puede llevar a
cabo el propósito de Dios.

El tercer lugar, los miembros que Satanás no ha logrado separar del Cuerpo han sido afectados por
él al grado en que han perdido su función. Podemos comparar esto a oídos que no pueden oír, a ojos
que no pueden ver y a manos que no pueden hacer nada. Esto impide que Dios pueda usar al Cuerpo
como es debido.

Aunque no podemos hablar a fondo en cuanto a estos tres asuntos, espero que Dios nos conceda a
todos el entendimiento espiritual para que veamos si le estamos dando a Satanás la oportunidad de
laborar en estas tres áreas. ¿Hemos desechado completamente todo lo que proviene del mundo y del
hombre? ¿Nos hemos separado de los hijos de Dios, o estamos en unidad y armonía con ellos?
¿Estamos en el espíritu o en la carne? ¿Ejercemos nuestra función como miembros? ¿Somos
miembros vivientes capaces de ejercer su función? Para responder a estas preguntas, debemos
cumplir el severo requisito de ser quebrantados por la cruz. Todo lo que somos y hacemos tiene que
ser quebrantado por la cruz. Debemos aceptar la disciplina que Dios nos impone por medio de la
cruz, la cual quebranta nuestro hombre natural. Sólo entonces podremos resistir este ataque triple de
Satanás.

Satanás es muy astuto; si él no obtiene éxito en estos tres asuntos, cambiará su estrategia y traerá
persecución para dar muerte a los creyentes y asolar la iglesia. En la historia de la iglesia nunca han
dejado de presentarse estos ejemplos; incluso hoy en día esto todavía está ocurriendo en algunos
lugares. Muchos hermanos, quienes son fieles al Señor, rechazan las cosas del mundo y las cosas
del hombre, y en lugar de ello, están dispuestos a negarse a sí mismos y a servir a Dios en
unanimidad. Cuando Satanás no puede llevar a cabo ninguna de estas tres cosas, él persigue a los
cristianos, les da muerte usando las autoridades de la tierra, repitiendo así una vez más el cuadro de
la persecución que hubo contra la iglesia en Jerusalén. Quiera el Señor concedernos Su gracia, para
que nuestros ojos sean abiertos a fin de ver las estratagemas de Satanás, y para que peleemos hasta
el fin para que se haga la voluntad eterna de Dios.

CAPÍTULO DOS
LA IGLESIA TIENE LA IMAGEN,
Y LA AUTORIDAD DE DIOS

Lectura bíblica: Mt. 16:18-19; 18:17-20; Ef. 3:16-21; Ap. 12:5

Hay dos libros importantes en el Nuevo Testamento que hablan acerca de la iglesia. Uno de ellos es
Mateo, el cual pertenece a los Evangelios, y el otro es Efesios, el cual pertenece a las Epístolas. En
los cuatro Evangelios, el Señor Jesús habló de la iglesia únicamente en el Evangelio de Mateo.
Debemos prestar especial atención al hecho de que el Señor hablara de la iglesia en el Evangelio de
Mateo, que es el evangelio del reino. En el Evangelio de Mateo, un libro que trata sobre el señorío,
el dominio, de Dios y Su reino, el Señor Jesús habló acerca de la iglesia. Además, cuando el Señor
habló sobre la iglesia en 16:18 y 18:17, también tocó el asunto de la autoridad. Después de decir
que Él edificaría la iglesia sobre Sí mismo como la roca, habló del reino de los cielos, al decirle a
Pedro que Él le daría las llaves del reino de los cielos (16:18-19). Un reino tiene que ver con el
dominio; por lo tanto, el reino de los cielos tiene que ver con el dominio de Dios. Así pues, las
llaves del reino de los cielos denotan la autoridad del reino de los cielos. En el versículo 19 el Señor
dijo: “Lo que ates en la tierra habrá sido atado en los cielos; y lo que desates en la tierra habrá sido
desatado en los cielos”. Esto tiene que ver con la autoridad.

En el capítulo 18 el Señor, después de haber hablado de la iglesia por segunda vez, nuevamente
habló de la autoridad (vs. 17-20). Algunos piensan que en el capítulo 16 la autoridad fue dada
únicamente a los apóstoles que fueron designados de manera especial. Este punto de vista lo
defiende la Iglesia Católica. Sin embargo, el capítulo 18 muestra que la autoridad que el Señor dio a
Pedro en el capítulo 16 también fue dada a la iglesia. Esto significa que la autoridad de la iglesia no
pertenece a los apóstoles como individuos, sino que pertenece a la iglesia corporativamente. El
Evangelio de Mateo nos muestra claramente que el reino está relacionado con la iglesia. Si la iglesia
no existiera, tampoco existiría el reino. Esto también significa que el dominio y la autoridad de Dios
han sido dados a la iglesia.

A fin de entender lo relativo a la autoridad de Dios, debemos remitirnos a Génesis 1; sin embargo,
no podremos entender completamente Génesis 1 a menos que entendamos el Evangelio de Mateo.
Puesto que Dios quería que un hombre gobernara por Él en la tierra, creó a Adán, a fin de tener a
alguien a quien le pudiera confiar Su autoridad en la tierra. En Génesis 1 la autoridad de Dios le fue
confiada al hombre; sin embargo, en el Evangelio de Mateo vemos que la autoridad le fue confiada
a la iglesia. A medida que Dios gana a la iglesia, Su autoridad puede ser ejercida en la tierra. En
Mateo 16 el Señor Jesús se refirió a las llaves del reino de los cielos y a la iglesia, contra la cual las
puertas de Hades no pueden prevalecer. Así pues, Dios le ha confiado las llaves del reino a un grupo
de personas sobre la tierra, y ese grupo es la iglesia.

En Génesis 1 nos podría parecer que la autoridad de Dios le fue confiada a un solo hombre. Pero en
Mateo vemos que este hombre tiene que ser un hombre corporativo, a saber, la iglesia. La autoridad
de Dios no se le puede confiar a un solo hombre; a fin de que se le pueda confiar la autoridad, este
hombre tiene que ser la iglesia que es edificada sobre la roca que es Cristo. Para que la autoridad, el
dominio y el reino de Dios puedan ejercerse en la tierra, la iglesia tiene que ser edificada sobre
Cristo como fundamento. A la iglesia le ha sido confiado el dominio de Dios; la iglesia es también
el lugar donde la autoridad divina está unida a los cielos y donde ésta se ejerce en la tierra. Quizás
hasta ahora no hayamos visto el grado al cual el reino está relacionado con la iglesia. Sin la iglesia,
la autoridad de Dios no puede ejercerse en la tierra.
En Mateo 6:10 el Señor oró, diciendo: “Venga Tu reino”. ¿Cómo puede venir el reino de Dios?
Apocalipsis 12 revela que el reino de Dios viene a la tierra cuando la iglesia gobierna por Dios (vs.
5, 10). Mateo revela que la autoridad de Dios viene a la tierra por medio de la iglesia, por obra de la
iglesia y en la iglesia. Así pues, a fin de entender la autoridad mencionada en Génesis 1, es preciso
que entendamos el Evangelio de Mateo.

La predicación del evangelio por parte de la iglesia también es un asunto relacionado con la
autoridad. En Mateo 28 el Señor dijo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por
tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (vs. 18-19ª). La iglesia tiene tanto la obligación
como la capacidad de predicar el evangelio gracias a esta autoridad. La verdadera predicación del
evangelio consiste en llevar la autoridad de Dios a todos los hombres, a todo lugar, a cada familia y
a cada grupo de personas. Podemos “[ir, y hacer] discípulos a todas las naciones” sobre la base de
esta autoridad, con esta autoridad y por causa de esta autoridad. Si queremos conocer la autoridad,
debemos conocer la iglesia; la iglesia es el lugar donde se ejerce la autoridad de Dios. Esto es lo que
nos muestra el Evangelio de Mateo.

El libro de Efesios también tiene que ver con la iglesia. Sin embargo, este libro no presenta la
iglesia en el aspecto de la autoridad sino principalmente en el aspecto de la imagen, el aspecto
relacionado con la vida. En otras palabras, Efesios da énfasis al hecho de que la iglesia sea llenada
de la vida y la naturaleza de Dios. El libro de Efesios no recalca el aspecto de la autoridad. Este
libro presenta el contenido de la iglesia, que es el Cristo encarnado, crucificado y resucitado, quien
es Dios mismo. Cuando Cristo mora en nosotros por medio de la fe, somos llenos hasta la medida
de toda la plenitud de Dios. Eso significa que todo lo que es de Dios está en nosotros, y nosotros
podemos ser semejantes a Dios. Esto es lo que significa ser semejantes a Dios y tener la imagen de
Dios. Por consiguiente, a fin de entender Génesis 1 debemos también entender el libro de Efesios.
Génesis nos presenta la imagen y la autoridad. La imagen se nos presenta claramente en Efesios, y
la autoridad en Mateo. En la iglesia vemos la imagen como también la autoridad.

EL GOBIERNO DE DIOS
INTRODUCE LA GLORIA DE DIOS

Estos dos asuntos, la autoridad y la imagen, están relacionados. Según el orden en que se presentan
en Génesis, la imagen viene primero y después la autoridad; sin embargo, en el Nuevo Testamento,
siempre se menciona la autoridad antes de la imagen. Debemos prestar atención a este principio
importante en la Biblia: la imagen de Dios es Dios expresado; únicamente cuando Dios es
expresado puede manifestarse Su imagen. Por ejemplo, cuando Dios se dio a conocer en
Apocalipsis 4, se menciona una imagen, y esa imagen es gloria (v. 3). Efesios nos dice que Dios
llega a ser el todo en el hombre y que Dios es glorificado en la iglesia (3:16-21). Siempre que Dios
se da a conocer, Él es glorificado. Cuando Dios es glorificado, se expresa Su imagen.

Supongamos que Dios sea expresado en nuestro vivir cotidiano como resultado de la comunión
cabal que tenemos con Él. Las personas tal vez sientan que Dios es glorificado en nosotros, o que
Dios es glorificado por medio de nosotros; hasta les parecería ver la semejanza de Dios en nosotros.
La gloria que se expresa es la imagen de Dios. El Nuevo Testamento nos habla primeramente de la
autoridad, no de la imagen. Dios puede darse a conocer únicamente a través de aquellos que se
sujetan a Su autoridad. Cuando nos sujetamos a la autoridad de Dios, Su gloria puede ser vista en
nosotros, y Su imagen es expresada en Su gloria.

Ésta es también la secuencia que encontramos en la última frase de la oración que hizo el Señor en
Mateo 6:13, que dice: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”.
Dondequiera que esté el gobierno de Dios, Dios será expresado, y la imagen de Dios, la gloria de
Dios, estará presente. Al final de Apocalipsis vemos que toda la ciudad de la Nueva Jerusalén
expresa la imagen de Dios. En Apocalipsis 4:3 vemos que el Dios que estaba sentado en el trono era
semejante a piedra de jaspe; y en 21:11 vemos que la luz de la ciudad de la Nueva Jerusalén era
semejante a piedra de jaspe. Esto nos muestra que la expresión de la Nueva Jerusalén es la imagen
de Dios, la gloria de Dios. La base sobre la cual Dios es glorificado por medio de la Nueva
Jerusalén es el establecimiento del dominio de Dios en la tierra. En otras palabras, Su gloria es
mantenida por la ciudad; y la ciudad representa el dominio de Dios, la autoridad de Dios. Todo el
que trate de hacerle daño a la ciudad estará atentando contra la gloria de Dios; y todo el que le
intente hacerle daño a la ciudad estará impidiendo que la gloria de Dios sea expresada. En esto
vemos la relación que hay entre la autoridad y la imagen.

Sin embargo, la imagen y la autoridad son la expresión externa, no la fuente interna. La autoridad es
una expresión externa, y la gloria es también una expresión externa; ni la autoridad ni la expresión
son la fuente interna. La fuente interna es la vida. Apocalipsis 21 y 22 nos muestra que
externamente la Nueva Jerusalén expresa la gloria, pero que en su interior se encuentran el río de
agua de vida y el árbol de la vida. Génesis 1 menciona los asuntos externos de la imagen y la
autoridad (vs. 26-28), mientras que en el capítulo 2 vemos el árbol de la vida y el río que se reparte
en cuatro brazos (vs. 9-14). Esto nos muestra que a fin de tener autoridad y expresar la gloria, es
imprescindible que tengamos la vida interior; debemos permitir que la vida fluya en nosotros. La
vida de Dios, la cual procede del trono de donde Dios reina, trae consigo la autoridad (Ap. 22:1). La
vida divina lleva la autoridad a todo aquel que recibe el fluir. Es únicamente cuando la vida divina
fluye en el hombre con la autoridad divina que éste puede gobernar por Dios, y es únicamente
entonces que la gloria de Dios puede expresarse por medio del hombre.

Debemos ver que Dios se ha propuesto ganar un lugar y un medio en la tierra donde Su autoridad
pueda ser ejercida, de manera que Su imagen se pueda expresar y Él pueda ser glorificado. La
iglesia es ese lugar y ese medio. Es imposible obtener la autoridad y la imagen de Dios si
menospreciamos la iglesia. Sin la iglesia no podemos tener la autoridad de Dios, y sin la iglesia
tampoco podemos tener la expresión de Dios. Tanto la autoridad como la expresión de Dios están
en la iglesia; sin la iglesia, no podrán estar presentes la autoridad ni la expresión de Dios.

Examinemos ahora nuestra condición. En una iglesia todo depende de la autoridad; no depende del
lugar donde ella esté ni del número de creyentes que la compongan. No depende de si dichos
creyentes son poderosos, emotivos, efusivos o fervientes; más bien, todo lo relacionado con la
iglesia depende de la autoridad de Dios. Esta autoridad es el regir de Dios; es la autoridad de Dios
que se expresa por medio del hombre. Nosotros podemos ser fervientes y no expresar la autoridad
de Dios. Podemos ser emotivos y no expresar la autoridad de Dios. Incluso podríamos dar la
impresión de que somos espirituales y, aun así, no expresar la autoridad de Dios. Podemos ser esto
o lo otro, y no dar a otros la sensación de temor, de asombro y del dominio de Dios.

Por ejemplo, podemos asistir a un concierto y sentirnos emocionados, efusivos y alegres, pero aun
así, no percibir la autoridad. Sin embargo, si entramos en el palacio presidencial, podemos percibir
algo que es completamente diferente de la sala de conciertos. En la oficina del presidente, de
inmediato percibiremos autoridad. Lo mismo debe suceder en la iglesia. En una reunión apropiada
de la iglesia debemos poder percibir la autoridad de Dios. Lamentablemente, algunas personas
sienten como si hubieran entrado a una sala de conciertos o, peor aún, a un lugar de contiendas. Lo
único que perciben allí son las opiniones, las disensiones y la carne de los hombres, mas no la
autoridad de Dios. Por supuesto, debemos condenar toda opinión, disensión y la carne; sin embargo,
incluso las cosas aparentemente positivas como son la efusividad y la armonía también estarán por
debajo de la norma si no manifiestan el dominio de Dios ni Su autoridad.

EL GOBIERNO DE DIOS
LE HA SIDO CONFIADO A LA IGLESIA

Las disputas y las opiniones en una iglesia local son el resultado de las relaciones humanas y de la
carne del hombre. Sin embargo, una iglesia en la que los santos son muy efusivos y están en
armonía, pero que al mismo tiempo no comunica a otros el dominio o el gobierno de Dios, puede
también contener únicamente el elemento humano y las cosas de los hombres. Es posible que no
tenga el elemento de Dios. Es correcto que amemos, pero el amor debe ir acompañado de autoridad.
El amor sin autoridad es levadura o miel; no proviene de Dios ni de la autoridad de Dios. El
verdadero amor no es ni levadura ni miel, sino sal.

Cuando los santos en una iglesia local se aman unos a otros en Dios, los demás pueden percibir la
autoridad de Dios. Podemos comparar esto a la sal que se añadía a la ofrenda de harina. La sal en la
ofrenda de harina es algo de Dios y de la cruz; es algo eterno. No es levadura, la cual se corrompe,
ni miel, la cual procede de nuestra parte emotiva. Detrás del verdadero amor está la autoridad.
Siempre que alguien tenga contacto con este amor, tendrá contacto con la autoridad; y dondequiera
que esté esta clase de amor, allí siempre estará la autoridad de Dios.

Los hermanos y hermanas pueden decir: “Todos nos amamos los unos a los otros, y la iglesia está
llena de amor”. Sin embargo, si todo el mundo está contento y se conduce descuidadamente, esa
clase de amor simplemente puede provenir de nuestra parte emotiva. El amor que es del espíritu y
que procede del amor del Señor es la corporificación de la autoridad; dicho amor es la
corporificación de la autoridad. Asimismo, cualquier expresión en la iglesia que sea apropiada debe
también ser la corporificación de la autoridad.

El hecho de que una iglesia sea normal o reúna los requisitos de Dios se pone a prueba por la
autoridad; puede probarse por la presencia de la autoridad y el gobierno de Dios en la iglesia.
Cuando las personas tienen contacto con dicha iglesia, ¿entran ellas en contacto con la autoridad de
Dios y perciben que Dios está rigiendo y está en el trono, o perciben que allí gobierna la voluntad
del hombre y las cosas del mundo? Esto es algo que pone a prueba a la iglesia. Muchas veces el
fervor, el entusiasmo o incluso la obra por el Señor es lo que está “entronizado”. En la vida de
iglesia a menudo percibimos estas cosas en lugar de percibir el dominio de Dios. Es únicamente
cuando somos iluminados delante de Dios que verdaderamente vemos que el gobierno de Dios le ha
sido confiado a la iglesia.

Debemos permitir que Dios gobierne en nuestra obra, en nuestro amor por los hermanos y
hermanas, y en nuestro fervor por la vida de iglesia. Hay algo dentro de nosotros que fluye desde el
trono celestial; este fluir introduce la autoridad de Dios en nuestro ser y entre nosotros. Así, cada
vez que las personas tengan contacto con nosotros, deben tener contacto con el gobierno de Dios.
Espero que todos podamos ver que esto es la iglesia; que ésta es la condición apropiada del Cuerpo
de Cristo en la tierra. En esta condición tenemos la gloria y la imagen de Dios, y también podemos
percibir la presencia de Dios.

Sin embargo, es posible que las personas no perciban la presencia de Dios cuando ven el fervor. Por
ejemplo, podemos tener contacto con personas que laboran fervientemente y sirven diligentemente
en la vida de iglesia, y aun así no percibir la presencia de Dios entre ellos. Creo que todos hemos
tenido esta experiencia. Sin embargo, cada vez que tenemos contacto con la autoridad de Dios, de
inmediato tenemos que inclinar nuestras cabezas y adorar al Señor, diciendo: “Señor, te adoro
porque Tú estás aquí”. Cuando percibimos la autoridad, percibimos al Señor mismo. El fervor no
puede representar al Señor, ni tampoco es el Señor. Todos debemos tener claro que la autoridad no
sólo representa al Señor, sino que es el Señor mismo. La expresión normal de una iglesia incluye la
presencia de la autoridad.

EN LA IGLESIA EL SEÑOR ES ENTRONIZADO Y REINA

Algunos hermanos responsables podrían decir: “Nosotros somos la autoridad en la iglesia”. No se


debe decir esto a la ligera; aquellos que hablan de esta manera necesitan ser quebrantados y
disciplinados por hablar tonterías. Según la revelación contenida en la Biblia, los hermanos
responsables en sí mismos no son la autoridad. Cuando ellos permiten que Dios reine en ellos, el
Dios que se expresa por medio de ellos es la autoridad. Cuando ellos y la iglesia en la cual ellos
sirven permiten que Dios reine, la expresión de la autoridad de Dios estará en medio de ellos. En
esto consiste la autoridad en la iglesia.

La autoridad no es nada menos que Dios mismo expresado entre nosotros. Cualquier iglesia local
que no tenga la expresión de Dios no posee autoridad. La autoridad humana ejercida por medio de
la organización o las disposiciones humanas, o por tener un nombre o posición es algo vergonzoso y
es hipocresía. La verdadera autoridad viene cuando un grupo de hijos de Dios se someten al señorío
de Dios y permiten que Dios reine. Cuando Dios sea entronizado en medio nuestro, la autoridad se
hará manifiesta entre nosotros. Los hermanos responsables en la iglesia son autoridades delegadas
que el Señor ha establecido, pero si el Señor no puede sentarse en el trono ni reinar en determinada
iglesia, esa iglesia no tendrá autoridad. Tal vez haya hermanos responsables allí, pero la autoridad
estará completamente ausente. La verdadera autoridad de la iglesia radica en que Dios tenga la
posición debida para reinar en la iglesia. Entonces la autoridad automáticamente se expresará en la
iglesia.

Quiera el Señor concedernos Su gracia para que no pensemos que ya hemos recibido luz
simplemente después de haber leído un mensaje sobre la autoridad o de haber escuchado un
mensaje sobre el Cuerpo de Cristo. Espero que la gracia del Señor nos toque a todos en lo más
profundo para que veamos cuál es nuestra verdadera condición. ¿En qué medida la autoridad de
Dios verdaderamente se hace manifiesta entre nosotros? ¿En qué medida la autoridad de Dios está
presente en nuestras reuniones? Dios está haciendo estas preguntas, y nosotros también debemos
hacérnoslas. Es preciso que veamos este principio básico: la autoridad de Dios no se expresa por
medio de un solo hombre, sino por medio de un hombre corporativo; este hombre corporativo es el
Cuerpo, la iglesia. No debemos quedarnos en Génesis 1, sino que debemos proseguir al Evangelio
de Mateo para ver que la autoridad se expresa en la iglesia. Debe haber un grupo de personas que
sean salvas por Dios y lleguen a ser la iglesia, a la cual le es confiada la autoridad. En otras
palabras, solamente un grupo de personas que hayan sido edificadas como el Cuerpo de Cristo
podrán expresar la autoridad de Dios. El requisito de la autoridad recae sobre la iglesia.

LA AUTORIDAD DE DIOS
DEPENDE DEL ELEMENTO DE CRISTO

Tal vez algunos hermanos y hermanas piensen que mientras haya una iglesia, allí estará la
autoridad. En realidad, esto no es así de sencillo. La norma de la iglesia es bastante elevada y
rigurosa. A fin de satisfacer la norma de la iglesia es necesario que abandonemos el pecado, el
mundo y la carne; también es necesario que seamos completamente aniquilados. Aunque hay
opiniones entre las iglesias de Taiwán, hablando de un modo general, los santos están en
unanimidad. Sin embargo, aún debemos confesar que no hemos visto mucho el asunto de la
autoridad.

No hemos percibido lo suficiente la autoridad en las iglesias, debido a que en la iglesia abundan
nuestra tolerancia, paciencia, mansedumbre, amabilidad u otras virtudes humanas. Todas estas
virtudes proceden del hombre y pertenecen al hombre. Es posible que todas estas virtudes positivas
simplemente sean elementos humanos. Si ésta es nuestra situación, la salvación de Dios en nosotros
sigue siendo superficial y carece de profundidad. Nuestra persona, nuestro yo, debe ser subyugado,
quebrantado y anulado por Dios porque en nosotros aún existen muchas cosas que no han sido
edificadas sobre la roca que es Cristo y porque, de hecho, todas ellas son ajenas a Cristo.

Cuando elementos que son ajenos a Cristo están en nosotros, no puede estar presente la autoridad.
Es posible que tengamos cosas buenas, recibamos alabanzas de los hombres, seamos dóciles y
mansos, e incluso seamos fervientes en nuestra obra; sin embargo, no tenemos autoridad. La
autoridad se halla en la iglesia, y la iglesia es sostenida por Cristo. En otras palabras, la iglesia es
edificada sobre Cristo, y Cristo mismo es el material con el cual la iglesia es edificada. La medida
en la que el elemento del “hombre” esté presente en la iglesia, en esa misma medida se reducirá la
autoridad. La cantidad del elemento de Cristo que haya en nosotros determinará la medida de
autoridad que tengamos. Es posible que algunos piensen que si oran mucho, tendrán mucha
autoridad; esto está equivocado. Tal vez reciban un poco de poder después de haber orado, pero no
recibirán autoridad. El verdadero poder se halla en la autoridad. Por favor, recuerden que la
autoridad proviene de lo que se ha edificado sobre Cristo; la medida de autoridad que tengamos
dependerá de cuánto hayamos sido edificados sobre Cristo.

Ser edificados sobre Cristo equivale a edificar con Cristo como el material. La medida de autoridad
presente en la iglesia depende del grado al cual la iglesia haya sido edificada con Cristo como el
material. No debemos desechar solamente las cosas negativas que hay en nosotros, sino también las
cosas positivas. Debemos aprender a ser disciplinados y quebrantados por Dios. Esto no debe ser
simplemente una cuestión de doctrina, sino de experiencia. A medida que el Señor nos ilumine, Él
nos tocará poco a poco, para mostrarnos que algunas cosas que son buenas y correctas en nosotros
no han sido edificadas sobre Cristo, es decir, no han sido edificadas con Cristo como el material ni
tampoco por Cristo en nuestro interior. Tales cosas pueden ser buenas, pero proceden de nosotros,
no de Cristo.

Algunos santos dicen que es difícil estar en unanimidad porque quienes son más hábiles y
competentes no muestran mucho interés en ellos. Incluso si tuvieran esta clase de “unanimidad”,
ello no tendría ningún valor. La verdadera unanimidad depende de cuánto hayamos sido tocados por
Dios; si nuestra competencia, debilidad, capacidad o incapacidad ha sido tocada por Dios,
tendremos la verdadera unanimidad. Únicamente aquella parte de nuestro ser que ha sido edificada
sobre Cristo, es decir, edificada con Cristo como el material, tiene verdadero valor. Únicamente el
área de nuestro ser que ha sido quebrantada por Dios está relacionada con la iglesia, y únicamente
en dicha área está presente la autoridad: una esfera en la cual Dios gobierna.

LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA
CON CRISTO COMO EL MATERIAL

Teóricamente, todos los santos deben tener muy claro este punto; sin embargo, después de haber
servido en la iglesia por cierto periodo de tiempo, comprobaremos que aún tenemos el elemento del
yo. Aparentemente, tal vez no tengamos muchos pecados ni mucho del mundo, ni de la carne; no
obstante, los elementos de nuestro propio ser siguen presentes en nosotros. Es preciso que el Señor
nos muestre que nuestro ser es el mayor enemigo de Cristo y el mayor obstáculo para Cristo;
nosotros impedimos que la autoridad de Dios sea expresada, y anulamos la iglesia, para que no
pueda ser formada.

Cierta iglesia local frecuentemente ha sido muy elogiada y considerada como una iglesia
verdaderamente maravillosa, y nosotros también consideramos que es bastante buena cada vez que
vamos allí; sin embargo, no tiene mucho del elemento de Cristo. ¿Qué significa esto? Significa que
aunque la iglesia es buena, todas las cosas allí contienen el elemento del hombre. Aunque no son
cosas malas, todas ellas contienen el elemento del hombre. Percibimos que es el hombre y no Cristo
quien está allí presente y que la iglesia en ese lugar ha sido edificada con el hombre y no con Cristo
como el material.

Todos debemos aprender la lección de pasar por la experiencia de la cruz y ser filtrados por la cruz.
Cuando sentimos que Dios nos toca, debemos tomar medidas conforme a dicho sentir; esto es muy
valioso. Cuando tenemos un sentir con respecto a determinado asunto, debemos permitir que el
Señor nos juzgue. Mientras experimentamos a Dios y le servimos, es posible que tengamos el sentir
de que Él está tocando algo en nosotros, mostrándonos un elemento particular de nuestro yo. Él nos
muestra algo que no ha sido edificado por Cristo, que no ha sido edificado con Cristo, y que no ha
sido edificado sobre Cristo. Si no ignoramos este sentir, la luz en nuestro interior aumentará cada
vez más. Si damos un paso adicional y tomamos medidas con respecto a este sentir, seremos
liberados. Podemos experimentar esto en momentos cruciales de nuestra vida a medida que Dios
nos hace pasar por estas situaciones. Aun si llegamos a caer y sentimos que no podemos
levantarnos, la gracia de Dios vendrá a ser nuestro suministro, a fin de ayudarnos a estar en pie
nuevamente.

Lamentablemente, cuando Dios nos ilumina y conmueve nuestros sentimientos, muchas veces
somos negligentes y dejamos que el sentimiento pase sin darle ninguna importancia. En gran parte,
ésta es la razón por la cual los servicios y las actividades en las iglesias todavía continúan tan llenos
de los elementos del hombre. No son muchos los que han sido tocados por Dios o se han postrado
delante de Dios. Debemos estar dispuestos a decir: “Señor, perdóname. Esto proviene de mí; estoy
usando mi yo como el material. No estoy edificando sobre Cristo ni por medio de Cristo”. Si
dijéramos esto más a menudo, todas las iglesias serían diferentes. Cualquier iglesia en la cual
podemos tocar la autoridad de Dios es una verdadera iglesia, una iglesia que es edificada con Cristo.
Una iglesia no puede existir si los santos de esa localidad no son edificados por Cristo, sobre Cristo
ni con Cristo. Tal vez se reúnan juntos y lleven a cabo ciertas actividades, pero la realidad de la
iglesia no estará presente.

Si la realidad de la iglesia no está presente, tampoco estará presente la autoridad. No podemos


separar la iglesia de Cristo, ni tampoco podemos separar la iglesia de la autoridad. Solamente
cuando toquemos a Cristo y lo expresemos en nuestro vivir, la iglesia estará presente. Únicamente
cuando permitamos que Cristo sea edificado en nuestro ser, la iglesia será real. Éstas son palabras
de experiencia y no expresiones doctrinales. Doctrinalmente hablando, la iglesia siempre existe; sin
embargo, conforme a la experiencia, la iglesia no existe si somos edificados únicamente con las
cosas del yo, las cosas del hombre, y no con Cristo. No necesitamos ser provocados en nuestra
carne ni involucrarnos en disputas para que la iglesia sea anulada; pues entre tanto que edifiquemos
con el yo, la iglesia no estará presente. Cuando la iglesia no está presente, la autoridad tampoco está
presente, y las personas no podrán percibir la autoridad en la iglesia. Quiera el Señor mostrarnos
que únicamente podrá haber autoridad en aquella iglesia que sea edificada por Cristo, en virtud de
Cristo y con Cristo mismo como el material.
ASUMIR LA RESPONSABILIDAD
PARA RECIBIR MISERICORDIA Y SER ILUMINADOS

Además de esto, debemos prestar especial atención a un asunto. Debido a que nuestra reunión es un
tiempo en el que recibimos bendición, a menudo nos sentimos entusiasmados; es difícil evitar por
completo una atmósfera animada, debido a que somos humanos. Sin embargo, debemos tener
presente que esta alegría, este entusiasmo, a menudo es un velo que impide que seamos iluminados.
En Mateo 11:29 el Señor expresó Su deseo por que nosotros fuéramos mansos y humildes de
corazón, tomáramos Su yugo y aprendiéramos de Él. Cuando nos reunimos, no debemos
emocionarnos mucho, porque esto fácilmente puede hacer que nos comportemos descuidadamente.
Así como dejamos nuestras obligaciones personales y nuestros quehaceres domésticos para
reunirnos, buscar a Dios y aprender algo de Dios, de la misma manera debemos estar dispuestos a
evitar toda conversación innecesaria que pueda convertirse en una distracción. Por supuesto, esto no
significa que debamos descuidar las verdaderas necesidades espirituales.

Ser iluminados es algo que depende de la misericordia de Dios; no necesariamente seremos


iluminados cada vez que pidamos que esto suceda. Sin embargo, sí debemos asumir parte de la
responsabilidad de ser iluminados. En un día despejado y con sol, algunos reciben luz, mientras que
otros no. Recibir la luz del sol es la responsabilidad del hombre. Si estamos sumamente
entusiasmados, hablamos demasiado o desbordamos de ánimo, estaremos edificando un “muro alto”
que impedirá que la “luz del sol” penetre. Todos debemos aprender a estar calmados. Por supuesto,
eso no significa que no podamos orar en voz alta, pero debemos tener cuidado si nuestra voz
perturba a otros en su espíritu. Los chinos suelen decir que la poesía es la forma más bella de
escribir; en el ámbito espiritual, las oraciones y las alabanzas son lo más hermoso. Las palabras que
expresamos en nuestras alabanzas son palabras hermosas, mientras que las palabras que expresan
enojo son las más desagradables. Si nuestra voz es demasiado fuerte o si el tono con que hablamos
es demasiado alto, perturbaremos el espíritu. El espíritu es la parte más tierna y delicada del
hombre. Si damos libertad a nuestras emociones y nos dejamos llevar por nuestros impulsos, el
espíritu no será liberado. Sin embargo, si estamos en el espíritu y tocamos el espíritu, habrá un eco
de este espíritu en lo más profundo de los santos.

Espero que lo que hemos compartido nos ayude a comprender que la razón por la cual perdemos la
bendición del Señor es que a menudo nos distraemos. Cuando asistamos a las reuniones en distintas
localidades, no debemos dedicar mucho tiempo a hacer compras o a visitar familiares y amigos.
Estas cosas pueden ofender al Señor y hacer que perdamos Su bendición. Perderemos la bendición
del Señor si gastamos todo nuestro tiempo haciendo compras o visitando a nuestros familiares y
amigos. Debemos entender que la misericordia de Dios no depende de cuánto queramos o
corramos; en lugar de ello, debemos asumir parte de la responsabilidad para estar en una condición
que nos conduzca a recibir misericordia. Quiera el Señor concedernos Su gracia.

CAPÍTULO TRES

LA IGLESIA ES LA MEZCLA
Y EL AGRANDAMIENTO
DE DIOS Y EL HOMBRE

Lectura bíblica: Mt. 16:13, 16-19; 1 Ti. 3:15-16


LA IGLESIA ES EL MISTERIO DE DIOS
MANIFESTADO EN LA CARNE

En 1 Timoteo 3:15 dice: “Si tardo, escribo para que sepas cómo debes conducirte en la casa de
Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad”. Éste es el gran
misterio de la piedad; luego el versículo 16 continúa, diciendo: “Grande es el misterio de la piedad”.
Indiscutiblemente, esto es un gran misterio. Este gran misterio de la piedad es Dios manifestado en
la carne. Por lo tanto, la iglesia no es simplemente columna y fundamento de la verdad, sino
también el misterio de Dios manifestado en la carne.

EN LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE


LA IGLESIA POSEE DOS NATURALEZAS

El hombre creado por Dios en Génesis 1 se manifiesta plenamente en el Nuevo Testamento como
un hombre corporativo, la iglesia. La autoridad de Dios le ha sido confiada a la iglesia, y Su imagen
se expresa en la iglesia como hombre corporativo que ella es. Todos los que leen la Biblia están de
acuerdo en el principio fundamental de que todos los asuntos que se mencionan por primera vez en
Génesis son como una semilla; el crecimiento de esta semilla se lleva a cabo en el Nuevo
Testamento. Por consiguiente, es únicamente en el Nuevo Testamento que vemos el pleno
desarrollo de la autoridad y la imagen que fueron sembradas en Génesis 1. Un asunto particular que
encontramos en el Nuevo Testamento es que siempre se menciona la iglesia junto con el asunto de
la autoridad o con asuntos relacionados con la imagen, tales como la naturaleza y la vida de Dios. El
Nuevo Testamento nunca habla de la iglesia aparte de la autoridad y la imagen de Dios. En vista de
esto, sabemos con certeza que el hombre que Dios creó en Génesis 1, al cual le dio Su imagen y Su
autoridad, debe de referirse a la iglesia.

¿Qué es la iglesia? ¿Cuál es la naturaleza de la iglesia? La iglesia es un hombre corporativo, que es


la mezcla de la divinidad con la humanidad. Este hombre corporativo es un hombre especial, no un
hombre común. Él no es el hombre que fue creado por Dios en el principio, ni simplemente el
hombre que cayó y fue redimido. La iglesia no solamente ha sido redimida; la iglesia posee dos
naturalezas, que son la mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Por lo tanto, la iglesia
es una entidad muy especial: la iglesia es el hombre más Dios, es Dios que se añade al hombre y se
mezcla con él.

Para usar una analogía, el hombre que fue creado por Dios en Génesis 1 y que tenía la imagen y
autoridad de Dios, era simplemente un dibujo sobre un papel o una fotografía; pues no tenía la vida
de Dios. Se necesitaba que la vida divina, representada por el árbol de la vida en Génesis 2, entrara
en el hombre creado para que vivificara esta “fotografía”. Esto tiene que ver con la regeneración, no
con la redención. Incluso si Adán no hubiera pecado ni necesitara ser redimido, aun así, necesitaría
ser regenerado con la vida de Dios; el hombre creado aún necesita recibir esta vida increada.
Después que el hombre creado recibió la vida increada, es decir, después de que él se mezcló con
Dios, se produjo una entidad de dos naturalezas, la iglesia, la cual está relacionada con la mezcla de
Dios y el hombre. La iglesia posee dos naturalezas, las cuales son el producto de la mezcla de Dios
y el hombre. Esto es algo muy especial en el universo. Todos aquellos que no han visto esto,
todavía no conocen lo que es la iglesia.

La iglesia es producida mediante la mezcla del Creador con la criatura, mediante la mezcla de Dios
con el hombre. Dios, con Su vida, naturaleza y todo lo demás, con la plenitud de la Deidad, se
mezcla con nosotros, sin anular nuestra humanidad, que fue creada por Dios. La humanidad tal
como fue creada por Dios en el principio está completamente preservada, pero el pecado, la
contaminación y la corrupción del hombre caído no lo están. La iglesia es el Dios completo que se
ha mezclado con el hombre. Podemos comparar esto a la mezcla de agua con jugo de uvas para
producir una bebida; la bebida es el producto de la mezcla de dos naturalezas. La iglesia llegó a
existir mediante la mezcla del Dios completo con el hombre. Si no tenemos un entendimiento claro
de este punto, encontraremos muchas dificultades al avanzar en el camino de la iglesia. Sin
embargo, muchos problemas se resolverán si tenemos un entendimiento cabal de lo que es la
iglesia.

CRISTO ES LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE


Y DEL HOMBRE CON DIOS

Las iglesias en todo Taiwán necesitan tener este entendimiento a fin de que las numerosas
dificultades que tenemos puedan ser resueltas. Podemos decir que nuestro viaje ha llegado a un
punto en el que hay numerosas dificultades que ningún método puede resolver. Si somos
conducidos al punto de ver la iglesia, el hecho de que veamos hará posible que seamos liberados.
Esta comprensión resolverá muchos de nuestros problemas insolubles.

La iglesia es el agrandamiento de Cristo; el Cristo agrandado es la iglesia. ¿Cuál es el significado de


Cristo? Consideremos el significado de Cristo según la realidad espiritual y no según la teología.
Desde Adán hasta Cristo, un periodo de aproximadamente cuatro mil años, Dios era Dios y el
hombre era el hombre. Esto no se debe a la caída del hombre ni al hecho de que él hubiera pecado
contra Dios. Dios y el hombre no estaban unidos. Durante esos cuatro mil años ningún hombre se
mezcló con Dios.

Cuatro mil años después de la creación, un hombre nació en Belén; éste hombre fue llamado Jesús y
también fue llamado Emanuel. Él era la mezcla de Dios y el hombre; Él era Dios mezclado con el
hombre. En esta persona estaba el hombre y también estaba Dios. Este hombre era “Emanuel”, pues
era Dios y a la vez hombre, y hombre y a la vez Dios. Desde entonces, una persona con dos
naturalezas estaba presente en el universo. Él era la mezcla del Creador con la criatura y de una
criatura con el Creador. Ésta es la historia de la encarnación en Belén. Éste fue el acontecimiento
más maravilloso del universo: lo increado se mezcló con lo creado, lo intangible con lo tangible, lo
invisible con lo visible, lo celestial con lo terrenal, lo eterno con lo temporal y lo infinito con lo
finito. Éste fue el acontecimiento más grande del universo; ésta es la historia de Belén.

Un acontecimiento extraordinario ocurrió en Belén: no sólo nació el Salvador llamado Jesús, sino
que también llegó a existir una persona con dos naturalezas llamada Emanuel, Dios con nosotros.
Debemos prestar atención al hecho de que Jesús fue el nombre que le dio el esposo de María, según
las instrucciones del ángel (Mt. 1:21), mientras que Emanuel fue el nombre por el cual los hombres
le llamaron (v. 23). Cuando las personas lo conocían, decían: “Oh, éste es Dios y el hombre juntos;
es Dios con el hombre”. Estas palabras se cumplieron por primera vez en Mateo 16, donde Pedro,
después de que sus ojos fueron abiertos, le dijo al Señor: “Tú eres [...] el Hijo del Dios viviente” (v.
16). El hecho de que Pedro llamara al Señor el Hijo de Dios equivalía a llamarlo el Señor Emanuel.
Puesto que sus ojos fueron abiertos, Pedro vio que el Señor no era simplemente el Hijo del Hombre,
sino también el Hijo de Dios. Pedro reconoció esta mezcla universal de Dios y el hombre. Este
aspecto del significado de Cristo es el principio de la encarnación, de la mezcla de Dios con el
hombre. Los Evangelios tendrían más significado para nosotros si los leyéramos desde esta
perspectiva. El relato de los Evangelios nos muestra a Dios mezclado con el hombre.

En los Evangelios encontramos otro gran principio. Vemos allí a un hombre perfecto, quien tenía
una voluntad firme, abundancia de sentimientos, una lógica clara y riqueza de pensamientos.
Durante cuatro mil años la humanidad nunca había llegado a ver a un hombre como Él. Él era un
hombre inteligente, sabio y amoroso, quien era verdaderamente hombre y completamente hombre,
un hombre noble, superior a todos los hombres. Este hombre siempre escogió a Dios por Su propia
voluntad y estaba complemente mezclado con Dios. Su encarnación era Dios mismo mezclado con
el hombre; y Su vivir en la tierra era el hombre mezclado con Dios. Su parte emotiva amaba a Dios,
Su mente se interesaba en los intereses de Dios, y Su voluntad estaba del lado de Dios, escogía a
Dios y deseaba a Dios.

Esta encantadora persona siempre conservaba Su persona en Dios. En Juan 14 Él dijo: “Las
palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en
Mí, Él hace Sus obras” (v. 10). Esto revela que Él estaba completamente mezclado con Dios, y que
Dios estaba mezclado con Él. Los cuatro Evangelios nos describen el vivir de este Señor Jesús. En
este vivir vemos a Dios mezclado con el hombre, y al hombre mezclado con Dios. En el vivir de
este nazareno, Jesús, vemos al hombre viviendo en la tierra y también a Dios viviendo en la tierra.
Cuando Él hacía algo, Dios actuaba y también el hombre actuaba. Él y Dios, Dios y Él, estaban
mezclados al punto de ser inseparables; éste es el significado de Cristo. Es una herejía decir que
Cristo era simplemente Dios, y también es una herejía decir que Cristo era simplemente hombre.
Así pues, los Evangelios nos muestran una historia única. Es menester que el Señor abra nuestros
ojos para que veamos esto. Esta historia única nos muestra que en el universo hay una persona con
dos naturalezas, quien es la mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios; éste es Cristo.

LA IGLESIA ES
EL AGRANDAMIENTO DE LA MEZCLA
DE DIOS CON EL HOMBRE Y DEL HOMBRE CON DIOS

¿Qué es la iglesia? La iglesia es el agrandamiento de Cristo, el Dios-hombre, Aquel que es Dios


mezclado con el hombre. Cuando la condición de la iglesia es normal, podemos ver a Dios y al
hombre mezclados conjuntamente. El Día de Pentecostés, aquellos que estaban en la iglesia eran
hombres incultos e insignificantes, pero podemos ver que estaban mezclados con el Dios
todopoderoso. Cuando Pedro y los once apóstoles se pusieron en pie para hablar, aunque era la voz
de Pedro la que se escuchaba, en realidad era Dios quien hablaba. Dios no sólo estaba entre ellos,
sino que, más que eso, estaba mezclado con ellos. Ellos y Dios eran inseparables. Ésta es la iglesia,
el agrandamiento de Cristo, el agrandamiento de la mezcla de Dios con el hombre y del hombre con
Dios.

Anteriormente, esta mezcla sólo se podía ver en una sola persona, pero ahora puede verse en
millones de personas. Originalmente, esta mezcla incluía solamente a la Cabeza, pero ahora ha sido
agrandada hasta convertirse en el Cuerpo. Con relación al tiempo, este agrandamiento está
extendiéndose cada vez más, y con respecto al espacio, este agrandamiento está propagándose cada
vez más. Por dos mil años este agrandamiento ha seguido produciéndose por toda la tierra; continúa
extendiéndose y propagándose por toda la tierra. Esto es glorioso. Este agrandamiento es la iglesia.
Una verdadera iglesia no sólo conserva su naturaleza y mantiene el terreno sobre el cual está, sino
que además tiene a Dios en su interior. La naturaleza de la iglesia no es otra cosa que Dios
mezclado con el hombre y el hombre mezclado con Dios.

La iglesia es un grupo de personas que pueden tener una mente, parte emotiva y voluntad bastante
fuertes y activas; no obstante, ellas son Dios mezclado con el hombre y el hombre mezclado con
Dios. A pesar de que Pedro era un pescador, él era un hombre muy capaz y de una firme voluntad.
Sin embargo, Hechos nos muestra que este hombre estaba mezclado con Dios y que Dios estaba
mezclado con él. Si hay un grupo de personas que están mezcladas con Dios y permiten que Dios
trabaje en ellas, entonces ellas serán la iglesia; ésta es la manera en que la iglesia es producida. En
el momento en que somos salvos, de hecho llegamos a ser la iglesia, pero la condición apropiada de
la iglesia todavía tiene que ser manifestada. Cuando Pedro reconoció que el Hijo del Hombre era el
Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Señor le dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18).
Esto significa que Él edificaría la iglesia sobre el Cristo que es tanto el Hijo del Hombre como el
Hijo de Dios. Esto es lo que significa edificar sobre Aquel que es la mezcla de Dios con el hombre
y del hombre con Dios.

Con respecto a Mateo 16, la Iglesia Católica Romana dice que la roca se refiere a Pedro, pero los
creyentes fundamentalistas dicen que la roca se refiere a Cristo. No está mal decir que la roca se
refiere a Cristo, pero esto aún no es suficiente; pues debemos hacernos esta pregunta después:
¿Quién es Cristo? ¿Cuál es el significado de Cristo? El Cristo que se menciona en Mateo 16 es el
Hijo del Hombre quien es también el Hijo de Dios; Él es el Hijo de Dios quien a la vez es el Hijo
del Hombre. El Señor desea edificar la iglesia sobre el Cristo que es Dios y a la vez hombre, y
hombre y a la vez Dios. El Señor Jesús usa esto como la base y el material para la edificación de la
iglesia.

LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE


Y DEL HOMBRE CON DIOS
ESTÁ OPERANDO Y FORJÁNDOSE EN NOSOTROS

El Señor no sólo desea edificar la iglesia sobre la mezcla de Dios y el hombre, sino que además
desea forjar esta mezcla en la iglesia. ¿Cuánto del elemento de Cristo como la roca está en
nosotros? ¿Cuánta libertad tiene en nuestro ser Aquel que es Dios y a la vez hombre, y hombre y a
la vez Dios? Si no hay una cantidad suficiente del elemento de la mezcla de Dios y el hombre en
nosotros, no puede haber mucho del elemento de la iglesia en nuestro ser; únicamente aquello que
sea edificado sobre este elemento puede considerarse la iglesia. La iglesia no es nada menos que la
edificación del elemento de Cristo, la mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios, que
ocurre dentro de nosotros y que sale de nosotros. Teóricamente, los trescientos o quinientos
creyentes que nos reunimos en el nombre del Señor, somos la iglesia, debido a que el Señor está
entre nosotros; sin embargo, la cantidad del elemento de la iglesia en esta reunión dependerá de
cuánto hayamos permitido que Cristo se edifique en nosotros. La cantidad del elemento de la iglesia
que poseamos dependerá de cuánto permitamos que Aquel que es Dios y a la vez hombre, y hombre
y a la vez Dios, se mezcle con nosotros y se edifique en nosotros.

Un hermano dijo que había visto una visión del Cuerpo, una visión corporativa y no individualista,
y que después de haber visto esta visión sintió que ya no debía actuar de forma individualista, sino
que en vez de ello, debía laborar con los hermanos y hermanas en coordinación. Aunque estas
palabras eran bastante admirables y conmovedoras, sus acciones más tarde demostraron que esto no
era realidad. Ver la iglesia no es lo mismo que tener la iglesia. Más bien, debemos permitir que el
elemento de Dios con el hombre y del hombre con Dios se mezclen en nosotros y sean edificados a
partir de nosotros; sólo entonces tendremos la realidad de la iglesia. La iglesia se edifica sobre la
mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios. La iglesia procede de esta mezcla. El grado
al cual seamos la iglesia en realidad dependerá de la medida en que esta mezcla se haya edificado
en nosotros. Tal vez entendamos doctrinalmente que la iglesia es una entidad corporativa y no
individuos aislados unos de otros, y que servir al Señor debe ser un asunto corporativo, no algo
individualista. Sin embargo, en realidad, aún no vivimos a la luz de la iglesia ni en la mezcla de
Dios y el hombre.
Cuando por la misericordia del Señor permitamos que la mezcla de Dios con el hombre y del
hombre con Dios opere y se forje en nosotros, obtendremos la realidad de la iglesia. Con
determinación debemos recibir, considerar y desear la mezcla de Dios y el hombre; debemos
concentrarnos en esta mezcla y volver todo nuestro ser a esta mezcla. Entonces tendremos más que
un entendimiento doctrinal o una simple perspectiva del asunto, y dentro de nosotros se llevará a
cabo una verdadera obra de edificación. La medida en que se produzca esta obra de edificación
determinará el grado en que la iglesia se exprese. No tendremos necesidad de decir que hemos visto
el Cuerpo y que no debemos ser personas individualistas, sino que, en lugar de ello,
espontáneamente viviremos en la realidad del Cuerpo y no actuaremos de forma independiente.
Cuando la mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios se edifique dentro de nosotros de
manera considerable, muchos de los problemas que existen en la iglesia espontáneamente
desaparecerán.

Dios se mezcla a Sí mismo con el hombre a fin de ser la vida del hombre. Ya hemos experimentado
el hecho de que el Espíritu haya entrado en nuestro espíritu para ser nuestra vida y naturaleza, pero
esto no es suficiente. En muchos de nosotros esto sólo ocurre de vez en cuando, pues no hemos
permitido plenamente que Dios sea nuestra vida y naturaleza. No hemos permitido que Dios se
mezcle lo suficiente con nosotros. La mezcla de Dios y el hombre no significa que nuestra persona
haya sido completamente anulada. Aun cuando Pablo efectivamente dijo: “Con Cristo estoy
juntamente crucificado”, él añadió: “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora
vivo en la carne...” (Gá. 2:20). La frase ahora vivo indica que seguimos viviendo, que no hemos
sido anulados.

Las epístolas de Pedro muestran que él no había sido anulado. Al leer sus epístolas enseguida nos
damos cuenta de que fueron escritas por Pedro. Lo mismo sucede con las epístolas de Pablo y las de
Juan; de inmediato nos damos cuenta de quién escribió una determinada epístola. Pedro, Pablo y
Juan no fueron anulados; ellos retuvieron sus características particulares. En la Nueva Jerusalén sus
características no serán anuladas, pues allí todavía estarán sus nombres (Ap. 21:14). La salvación no
sería muy significativa si nuestras características fueran anuladas.

La salvación que Dios efectúa consiste en que Él se mezcle con nuestra persona. Tenemos una
voluntad que hemos rendido a Su voluntad, una parte emotiva que ha sido ocupada y ganada por Él,
y una mente que está siendo renovada, regida, dirigida y ocupada por Él. En otro tiempo éramos
fuertes únicamente en nosotros mismos, pero ahora nos hemos mezclado con Dios. Cada uno de los
apóstoles poseía un carácter firme y era muy competente; sin embargo, todos ellos tenían una
característica en común: se habían mezclado con Dios. Nunca debemos pensar que nuestra
personalidad ha sido anulada por el hecho de habernos mezclado con Dios.

A los ojos de Dios es muy hermoso que Pedro tenga el elemento de Dios en su interior. Sin
embargo, no sería hermoso si Pedro fuera anulado y únicamente el elemento de Dios permaneciera.
Sobre los doce cimientos del muro de la Nueva Jerusalén están los doce nombres de los doce
apóstoles del Cordero (v. 14). Esto indica que las características particulares de los doce apóstoles
aún permanecen. Los cimientos del muro de la ciudad están adornados de toda piedra preciosa (v.
19); aunque la luz que irradia de ellos es la misma expresión de Dios, los colores de cada uno de
ellos son diferentes. Estos diferentes colores representan sus personalidades, y estas personalidades
reflejan la mezcla de Dios con el hombre. Éste es el principio.
RECIBIR EL QUEBRANTAMIENTO
AL SUJETARNOS A LA AUTORIDAD DE DIOS

Algunos hermanos pueden ser silenciosos durante las reuniones, pero es posible que este silencio no
sea una virtud que está mezclada con Dios. Algunas personas son extrovertidas por naturaleza; cada
vez que encuentran la oportunidad, hablan, y continuamente expresan sus opiniones. La mayoría de
las hermanas tienen este modo de ser; pareciera que no les alcanza todo el tiempo del mundo para
expresar sus opiniones. Esto absolutamente carece de Dios. Otros hermanos y hermanas podrían
mantener sus bocas cerradas aun si tuvieran que sentarse con otros por tres días. Ellos, al igual que a
los que les encanta expresar sus opiniones, no tienen a Dios en su manera de ser.

Aquellos que no hablan tienden a condenar a aquellos que les encanta hablar. Sin embargo,
mientras condenan a los que son habladores y mientras interiormente aprueban su prudencia al
hablar y el cuidado con que se conducen, el Espíritu Santo podría tocarlos y preguntarles: “¿Es esto
una o dos naturalezas? ¿Esto proviene sólo de ti mismo o de la mezcla de Dios contigo?”. Algunas
personas son impulsivas por naturaleza, mientras que otras son lentas y cuidadosas; sin embargo, la
gente a menudo alaba a los de naturaleza lenta por ser muy apacibles y condena a los de naturaleza
impulsiva por ser personas irritables. Algunos, refiriéndose a Éxodo 28:33-35, dicen que el
sacerdote no debía permitir que las campanas que estaban en las vestiduras sacerdotales sonaran
mientras ministraba; ellos dicen esto para indicar que no se deben hacer movimientos rápidos o
apresurados porque harán que las campanas repiquen en la presencia de Dios. Sin embargo, las
personas que son lentas también deben permitir que Dios las toque para que sepan si su lentitud
proviene de una o de dos naturalezas, es decir, si proviene de ellos mismos o de la mezcla de ellos
con Dios. Esto es un asunto muy serio.

Si todos permitimos que Dios nos toque, los que son lentos se postrarán, comprendiendo que deben
condenar su lentitud, y los que no abren sus bocas se darán cuenta de que deben condenar su
silencio. Esto se debe a que nuestra manera natural de ser mata a la iglesia, pues hace que la iglesia
sea inapropiada. Nuestra manera natural de ser impide que Dios se mezcle con el hombre. Éste es el
elemento más fuerte de nuestra naturaleza humana, en el cual no se expresa la mezcla de Dios y el
hombre, pues no posee una naturaleza doble. Por lo tanto, es necesario que la cruz quebrante y
derribe nuestra manera natural de ser. El mayor problema en la vida de iglesia hoy no es cómo
combatir contra el pecado y el elemento del mundo, sino que más bien nuestro mayor problema es
que tenemos demasiados elementos de nuestra manera natural de ser que son alabados por los
hombres y que son tenidos por virtudes. Ésta es la mayor dificultad que tenemos en la vida de
iglesia hoy.

Las dos naturalezas, la naturaleza de Dios y la del hombre, son edificadas sobre Cristo y sobre el
quebrantamiento; la edificación necesita que seamos quebrantados. Con relación a Cristo, hay
edificación; con relación a nosotros, hay quebrantamiento. Ser quebrantados es diferente de ser
anulados; pues el quebrantamiento implica que nos sometemos bajo la mano de Dios. Si por
naturaleza yo soy una persona silenciosa en las reuniones, debo preguntarme si es Dios en mí quien
está callado o si soy yo el que está callado. Debo aprender a sujetarme a la autoridad de Dios. Según
este mismo principio, una persona habladora debe aprender a sujetarse a la autoridad de Dios. Si
hacemos esto en nuestras reuniones, los demás podrán percibir que la presencia de Dios está tanto
en nuestro hablar como en nuestro silencio, tanto en nuestra rapidez como en nuestra lentitud.
Todos nuestros problemas tienen que ver con la medida en que Dios se haya mezclado con nosotros
y cuánto nosotros nos hemos mezclado con Dios. La edificación de la cual se habla en Mateo 16 no
es otra cosa que la edificación de estas dos naturalezas: la naturaleza de Dios y la naturaleza del
hombre.
LAS DOS NATURALEZAS DE DIOS Y EL HOMBRE
SON EDIFICADAS EN NOSOTROS

Las puertas del Hades no podrán prevalecer contra esta edificación. Sin embargo, si continuamos
viviendo conforme a nuestra personalidad y manera de ser, las cuales son caídas y terrenales, las
puertas del Hades nos vencerán, puesto que estas características estarán en las manos de Satanás.
Nuestra amabilidad y nuestra irritabilidad estarán en las manos de Satanás, así como también
nuestro silencio y nuestras palabras. Todo lo que es natural se encuentra en las manos de Satanás;
son objetos terrenales que Satanás devora. Cuando vivamos en Dios, cuando nuestro elemento y
personalidad naturales sean quebrantados, y cuando permitamos que la mezcla de Dios y el hombre
se forje en nosotros, las puertas del Hades no podrán prevalecer contra dicha edificación. Ésta es la
iglesia que posee autoridad.

Mateo 16 dice que todo lo que la iglesia ate en la tierra habrá sido atado en los cielos y que todo lo
que la iglesia desate en la tierra habrá sido desatado en los cielos (v. 19). Algunos santos a menudo
citan Mateo 16 y 18 para decir que mientras dos o tres estén congregados en el nombre del Señor,
todo lo que ellos aten en la tierra habrá sido atado en los cielos y todo lo que desaten en la tierra
habrá sido desatado en los cielos (16:19; 18:18, 20). Si aplicamos estos versículos de esta manera
nos sentiremos muy desilusionados, pues es posible que nosotros desatemos y Él no desate nada, y
que nosotros atemos y Él no ate nada. Estas palabras no son cierta clase de “hechizo” que con sólo
expresarlas se cumplen. No es así. Todo depende de si quien las expresa ha sido quebrantado, de si
Dios se ha edificado en él, y de si él ha sido edificado en Dios. Éste es el punto crucial. Si Pedro,
Juan, Jacobo y Pablo se reunieran en un mismo lugar, dirían que cuando ataban algo, era atado en
los cielos, y cuando desataban algo, era desatado en los cielos. Cualquier cosa que ellos decían se
cumplía porque eran personas que habían sido edificadas con la mezcla de Dios y el hombre. Sin
embargo, es posible que lo que nosotros digamos no se cumpla porque en nuestro ser no hay mucho
de la mezcla de Dios y el hombre.

Hechos 19 narra cómo algunos judíos exorcistas ambulantes invocaron el nombre del Señor Jesús
sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: “Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo”, pero en
lugar de que los espíritus salieran, el hombre, en quien los espíritus residían, saltó sobre ellos (vs.
13-16). Así que, debemos tener mucho cuidado porque tal vez deseemos atar al enemigo, pero en
lugar de que ello suceda, nosotros mismos resultemos atados; tal vez deseemos desatar a las
personas, pero al final ni siquiera nosotros seamos desatados. Esto no tiene que ver con doctrinas ni
con pronunciar ciertas palabras; más bien, es cuestión de si hemos sido derribados y quebrantados,
y si la mezcla de Dios con el hombre se ha forjado en nosotros. ¿Está la mezcla de la divinidad con
la humanidad presente en nosotros? ¿Es nuestro vivir el producto de la mezcla de la divinidad con
la humanidad? Ésta es la raíz de todos nuestros problemas.

EL CRISTO AGRANDADO Y LA IGLESIA GLORIOSA

Únicamente lo que haya sido derribado y edificado como la mezcla de Dios y el hombre es la
iglesia, y es contra esto que las puertas del Hades no pueden prevalecer. Únicamente esto exhibe la
autoridad de Dios y la imagen de Dios. Éste es el Cristo agrandado, el agrandamiento de la mezcla
de Dios y el hombre. Cuando las personas tienen contacto con esto, perciben algo que es tanto Dios
como hombre. Cuando las personas tienen contacto con la edificación de Dios, no sólo perciben a
Cristo y a Dios, sino también a todos los que aman a Dios, incluyendo a Pablo y a Pedro. Esto es
algo maravilloso y especial; ésta es la consumación del hombre que fue creado en Génesis 1.
Podemos ver la plena consumación de esto en la Nueva Jerusalén en la eternidad. En la Nueva
Jerusalén todo lo que es del hombre será derribado y quebrantado por Dios, y todo lo que es de Dios
será forjado en el hombre. De este modo, Dios podrá resplandecer con Su esplendor por medio del
hombre.

Aunque el oro es una sustancia sumamente preciosa en el mundo, el “oro” que tenemos hoy en día
no es transparente (Ap. 21:18, 21). Sin embargo, un día este “oro” será transparente, y Dios podrá
resplandecer a través de él. El Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). En ese
día el edificio estará terminado; esto será la compleción de la edificación mencionada en Mateo 16.
Cuando el edificio esté terminado, se manifestará la Nueva Jerusalén. Hebreos 11 dice que la
edificación aún se está llevando a cabo (cfr. v. 16). Efesios 2:20-22 nos muestra este edificio en
pequeña escala; sin embargo, en el futuro dicho edificio será agrandado hasta convertirse en una
ciudad.

Por favor, recuerden que la iglesia no es sólo cuestión de no tener un nombre ni de tener una
posición o postura adecuada; la iglesia tampoco tiene que ver con lo que creemos ni con el hecho de
si somos o no una organización. La iglesia es un grupo de personas que permiten que Dios se
mezcle con ellas, y que están mezcladas con Dios. Éste era el caso con respecto a los primeros
apóstoles. Ellos eran auténticos galileos, pero al mismo tiempo eran verdaderamente uno con el
Dios de los cielos; ellos tenían el aspecto de los galileos, pero además de ello tenían la expresión del
Dios de los cielos. La gloria del Dios de los cielos se expresaba en estas personas incultas y
comunes. Las personas incultas y comunes seguían viviendo, pero la gloria del Dios de los cielos
también se expresaba. Esto es la iglesia. La ignorancia desapareció, y las personas comunes fueron
quebrantadas. Ahora un Dios glorioso y excelente se hallaba mezclado con estas personas comunes,
y por medio de ellas resplandecía y se expresaba. La iglesia poseía la autoridad y la imagen de Dios.
Si ésta fuese nuestra condición, todos los problemas en la iglesia desaparecerían; no tendríamos el
problema de que algunos hablan mucho y otros son silenciosos, de que algunos son abiertos y otros
cerrados, o de que algunos son rápidos para actuar y otros lentos. Todos estos problemas
desaparecerían.

Todo lo que sea compatible de una manera natural no es el Cuerpo ni se ajusta al principio del
Cuerpo. Los creyentes no manifestarán el principio del Cuerpo si se llevan bien con otros
simplemente porque comparten los mismos gustos. Algunos podrían argumentar, diciendo: “No,
todos ellos cantan con el mismo ritmo. Cuando un hermano canta, otro hermano se une a él; cuando
uno comparte, el otro dice amén. Ellos están en una maravillosa armonía”. Si embargo, esto no
expresa el Cuerpo; de hecho, esto puede corresponder más al principio de la carne que al principio
del Cuerpo. Según el principio del Cuerpo, nuestra persona es quebrantada, derrotada, derribada por
Dios, y nosotros le damos a Dios la oportunidad de que se mezcle con nosotros y brille desde
nuestro interior. Esto es Cristo mismo quien ha vuelto a nacer en el mundo; es Cristo que se ha
multiplicado entre nosotros; esto es la iglesia, el agrandamiento de Cristo. Siempre que esto sea
puesto en práctica, siempre que esto esté presente, allí estará la expresión de la iglesia sobre la
tierra: una iglesia que es real, práctica, presente y poderosa. De este modo, la iglesia, que tiene
autoridad e imagen, será una realidad.

CAPÍTULO CUATRO

LA IGLESIA ES COLUMNA
Y FUNDAMENTO DE LA VERDAD
PARA EXPRESAR
LA IMAGEN Y LA AUTORIDAD DE DIOS

Lectura bíblica: 1 Ti. 3:15-16; Ef. 4:24; 2:21; Col. 3:10


La autoridad que Dios le confió al hombre en Su creación en Génesis 1 se manifiesta por medio de
la iglesia en el Evangelio de Mateo; y la imagen que Dios le dio al hombre en Su creación se
expresa por medio de la iglesia en el libro de Efesios. Esto muestra que la autoridad y la imagen se
manifiestan en la iglesia. Tanto la imagen como la autoridad de Dios se expresan por medio de la
iglesia. Nunca debemos pensar que un individuo o un pequeño grupo de personas pueda expresar la
imagen o la autoridad divina; Dios necesita a la iglesia para poder expresar Su autoridad, y también
necesita a la iglesia para expresar Su imagen.

LA CASA DEL DIOS VIVIENTE

En 1 Timoteo 3:15-16 se usa una expresión muy particular, la cual nos ayuda a conocer la iglesia:
“Para que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente,
columna y fundamento de la verdad. [Y] [...] grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado
en la carne”. Estos versículos se refieren a la iglesia como una casa. En chino, en español y en
griego, la palabra casa se refiere a una morada y también puede referirse a los miembros de una
familia. Aunque la palabra casa que aparece en 1 Timoteo 3 tiene estos dos significados, el énfasis
recae en el segundo, porque en términos espirituales, la casa en la cual Dios mora es Su familia.

Cuando la Biblia habla de la Nueva Jerusalén, se refiere a un grupo de personas; Dios mora en la
Nueva Jerusalén, y los doce apóstoles son las doce piedras de fundamento de la Nueva Jerusalén.
En la era de la iglesia, la iglesia es la casa de Dios; pero en la era venidera en la eternidad cuando el
propósito de Dios se cumpla plenamente, la Nueva Jerusalén será una ciudad agrandada. La casa
mencionada en 1 Timoteo 3:15 es el templo que se menciona en Efesios 2:21. Este templo será
agrandado en el futuro hasta convertirse en una ciudad eterna. Por lo tanto, ya sea que hablemos de
la casa, del templo o de la ciudad eterna, la morada de Dios denota un grupo de personas, y dicho
grupo de personas llega a ser el lugar donde Dios mora.

En 1 Timoteo 3:15-16 se nos dice que la iglesia es una casa de misterio, es la casa del Dios viviente.
Aquí la frase el Dios viviente indica que Dios realiza una obra particular. Él no es un Dios objetivo,
sino un Dios subjetivo. Él mora y vive en esta casa; Él no es ni un Dios muerto ni una doctrina
muerta. El Dios viviente que vive en la iglesia, la casa de misterio, es un Dios viviente y subjetivo;
Él no es un Dios doctrinal y objetivo. Él se mueve y opera en nuestro interior. En condiciones
normales, la iglesia es el lugar donde Dios vive y actúa.

COLUMNA Y FUNDAMENTO DE LA VERDAD

La casa del Dios viviente es también la columna y fundamento de la verdad. Debemos entender
debidamente lo que esto significa. El entendimiento de que Dios ha confiado a la iglesia toda la
verdad para que ella la propague y defienda es demasiado objetivo, y no toca el pensamiento del
Espíritu Santo. Debemos entender a qué se refiere la palabra verdad cuando decimos que el Dios
viviente vive en la iglesia, la cual es columna y fundamento de la verdad. La verdad y la doctrina
tienen un significado diferente. Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo”. El término Verbo en la
Versión Unión china se puede entender como doctrina, pero el Verbo es la expresión de Dios; el
Verbo es Dios mismo. El Verbo es Dios mismo expresado, ¡esto es maravilloso! Cuando hablamos
de la doctrina, el énfasis es la enseñanza, no Dios; pero cuando hablamos del Verbo, el énfasis es
Dios mismo. La palabra verdad en 1 Timoteo 3 es Dios manifestado. Juan 1:17 dice que la verdad,
la realidad, vino por medio de Jesucristo, y en 14:6 el Señor dijo que Él mismo era la verdad, la
realidad. Por lo tanto, el Verbo es la manifestación de Dios; la verdad es Dios manifestado, la
realidad manifestada por medio de la Palabra. El Verbo hace manifiesto algo concreto, algo que
nosotros podemos recibir, y ello es Dios mismo, quien es la verdad.
En 1 Timoteo 3:15 la palabra verdad no se refiere a ninguna doctrina o teoría; más bien, se refiere a
la realidad de la manifestación de Dios, al Dios manifestado. Así como el Dios que el hombre
recibe es la gracia, el Dios que se manifiesta al hombre y que éste percibe, es la verdad, la realidad.
Por consiguiente, el hecho de que la iglesia sea columna y fundamento de la verdad no significa que
la iglesia contenga un sinnúmero de doctrinas, sino que ella provee sostén a Dios mismo como
verdad. Dios reposa sobre la iglesia.

Todo edificio es sostenido por columnas. Este gran salón de reuniones está sostenido por columnas,
o también podemos decir que descansa sobre las columnas. Un techo grande necesita ser sostenido
por columnas para poder resistir la prueba de las tormentas e incluso de los terremotos. De la misma
manera, Dios es grande y de mucho peso; sin embargo, Él descansa sobre la iglesia. La iglesia es la
columna y el fundamento de la verdad. Si bien la cobertura de la iglesia es muy grande y pesada, la
columna es más bien delgada y pequeña; ésta es la verdadera condición de lo que la iglesia es para
Dios.

El peso y la grandeza de Dios son infinitos y escapan completamente nuestra imaginación; no


obstante, es maravilloso saber que este Dios infinito descansa sobre la iglesia. El Dios que descansa
sobre la iglesia es la verdad. Todas las cosas del universo pasarán, porque no son reales.
Únicamente Dios es real. Dios mismo continuará existiendo aunque los cielos y la tierra
desaparezcan. Todas las cosas son falsas, vanas y vacías; únicamente Dios es real. El edificio en el
que estamos reunidos hoy tal vez no exista mañana debido a que no es real. En el universo
solamente Dios es real. Todo lo demás puede cambiar, pero sólo Dios existe y permanece sin
cambiar por los siglos de los siglos. Él es verdadero y real. La verdad es Dios quien se ha
manifestado al hombre para que éste le toque, y esta verdad descansa sobre la iglesia. El testimonio
que la iglesia porta no son doctrinas que la iglesia predica y enseña, sino que más bien es el Dios
que reposa sobre la iglesia.

La iglesia todavía puede predicar la Palabra mientras está en una condición anormal. Sin embargo,
las personas recibirán únicamente doctrina y no a Dios. La historia nos muestra que cuanto más
anormal es la condición de la iglesia, más doctrinas tiene; cuando la iglesia está en confusión, es
cuando más doctrinas tiene. Cuando la iglesia es normal, las personas pueden percibir la verdad, no
la doctrina; ellas entran en contacto con Dios mismo. Si una persona escucha únicamente la doctrina
en una localidad, dicha iglesia se ha desviado de la meta. Mientras sólo se tengan doctrinas, habrá
opiniones; nosotros quienes servimos al Señor no debemos discutir con otros acerca de doctrinas.
Discutir con otros acerca de doctrinas indica que nuestra condición delante del Señor no es
apropiada. Dios no le da doctrinas a la iglesia; en lugar de ello, Él se da a Sí mismo a la iglesia
como el Viviente y el Verdadero. Si la iglesia se encuentra en una condición normal, en el momento
en que las personas tengan contacto con la iglesia, tocarán la verdad, a Dios mismo. En condiciones
normales, lo que una persona notará al tener contacto con los santos no es que ellos entienden
claramente las doctrinas, sino que Dios está en medio de ellos. Por consiguiente, se sentirá inspirada
a adorar a Dios, e inclinará la cabeza, diciendo: “Dios, te alabo”. Ésta es la iglesia como columna y
fundamento de la verdad; ésta es la manifestación de la iglesia al sostener a Dios delante de los
hombres.

Dios es abstracto para el hombre debido a que es Espíritu. Él es abstracto, al igual que las ondas
radiales. Sin embargo, la iglesia como columna es la expresión concreta del Dios abstracto. En el
universo a Dios ciertamente se le puede encontrar en la iglesia. Dios está en la iglesia; Dios
descansa sobre la iglesia como Su expresión. La iglesia es Dios expresado en el universo; las
personas tienen la realidad únicamente cuando tocan a la iglesia.
Pablo dijo que la iglesia no sólo era la columna de la verdad, sino también el fundamento de la
verdad. La porción superior de un edificio es sostenido por columnas, pero debajo del edificio se
encuentra el cimiento, que es el fundamento. La iglesia no es simplemente la columna que sostiene
a Dios, sino también el fundamento sobre el cual Dios se coloca y se edifica. La iglesia es el
fundamento, el cimiento, la base, sobre la cual Dios puede colocarse por completo. En un edificio el
fundamento es lo que sostiene a las columnas, y las columnas a su vez sostienen toda la estructura;
esto es lo que la iglesia es para Dios. Espero que todos veamos que la iglesia es la columna sobre la
cual Dios descansa y el fundamento sobre el cual Dios se coloca. Éste es el misterio de la piedad,
Dios manifestado en la carne.

EL MISTERIO DE LA PIEDAD:
DIOS MANIFESTADO EN LA CARNE

Aunque 1 Timoteo 3:16 habla acerca del Señor Jesús, este versículo está relacionado con el
versículo 15, que habla de la iglesia como columna y fundamento que sostiene a Dios. Esto muestra
que el misterio de la piedad, Dios manifestado en la carne, no se refiere únicamente al Señor Jesús,
sino también a la iglesia como Su agrandamiento. El versículo 15 nos habla sobre la iglesia, y el
versículo 16 nos habla de la encarnación, debido a que la encarnación fue agrandada cuando la
iglesia llegó a existir. Cada vez que la iglesia es manifestada, la encarnación es agrandada. En Belén
Dios se manifestó en la carne, en pequeña escala en un solo hombre; pero en la iglesia Dios se
manifiesta en millones de personas. Aunque la escala es mucho mayor, el principio intrínseco sigue
siendo absolutamente el mismo. El Señor Jesús era Dios manifestado en la carne, el misterio de la
piedad; y la iglesia, compuesta de millones de personas, sigue siendo Dios manifestado en la carne,
esto es, sigue siendo el misterio de la piedad.

La palabra piedad significa ser semejante a Dios; es tener la forma de Dios y la capacidad para
expresar a Dios. Por ejemplo, diríamos que una persona es justa si actúa con justicia, que es santa si
no ha sido contaminada por el mundo y si se ha apartado de todo, y que es modesta y buena si es
mansa y humilde. Asimismo, diríamos que una persona posee piedad si es semejante a Dios y si
expresa la imagen de Dios. El misterio de la piedad mencionado en 1 Timoteo 3:16 denota un grupo
de personas que son semejantes Dios; Dios ahora se manifiesta por medio de ellas, y no sólo por
medio de Sí mismo. Esto es un misterio.

Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era un misterio. Dios estaba en Jesús el Nazareno, pero
no se manifestaba abiertamente a los hombres. Es por eso que Jesús era un misterio. La iglesia es
también un misterio en la tierra, y todos los que forman parte de la iglesia son un misterio. Si
verdaderamente vivimos en la vida de iglesia, los demás se quedarán desconcertados y perplejos
con nosotros. Todos los que están en la vida de iglesia aparentemente son personas comunes y
corrientes, y ninguno es especial; sin embargo, podemos escuchar muchas historias extraordinarias.
¿Qué es esto? Es un misterio. Este misterio manifiesta la piedad y muestra a Dios ante los hombres.
Es posible que una persona no vea nada de Dios en este grupo de personas, pero a pesar de ello
pueda percibir una condición de amor, mansedumbre y santidad que sobrepasa todo otro amor,
mansedumbre y santidad que jamás ha conocido. En esto consiste el misterio de la piedad.

¿Tenemos el misterio de la piedad en la vida de iglesia? Si lo tenemos, entonces no será nada menos
que Dios quien sea manifestado en la iglesia. La manifestación de Dios, la cual empezó en pequeña
escala en Belén, será agrandada y perfeccionada en la iglesia. La iglesia como columna sostiene la
verdad, y la verdad está puesta sobre la iglesia como fundamento. La iglesia es Dios manifestado en
un grupo de personas en la carne.
EL NUEVO HOMBRE ES CREADO
SEGÚN DIOS, SEGÚN LA REALIDAD

Efesios 4:24 dice: “Os vistáis del nuevo hombre”. Vestirse aquí implica que el nuevo hombre ya ha
sido completamente formado. Este versículo luego añade: “Creado según Dios en la justicia y
santidad de la realidad”. El nuevo hombre fue creado según Dios. Las frases según Dios y en [...] la
realidad se refieren a lo mismo. Por lo tanto, lo que es creado según Dios es creado en la realidad.
Así pues, Efesios 4:24 nos habla de vestirnos del nuevo hombre, mientras que Colosenses 3:10 dice:
“Y vestido del nuevo, el cual [...] se va renovando”. Estos dos versículos aparentemente se
contradicen, pues, por un lado, debemos vestirnos del nuevo hombre, pero por otro, el nuevo
hombre aún se está renovando. Es como si nos hubiésemos puesto un traje, y al mismo tiempo,
como si dicho traje estuviese siendo hecho poco a poco después de habérnoslo puesto. Esto es lo
que la Biblia nos dice en cuanto al nuevo hombre: nos hemos vestido del nuevo hombre, pero el
nuevo hombre aún está creciendo y siendo edificado en nosotros. De manera que todos nos hemos
vestido del nuevo hombre; sin embargo, a juzgar por nuestro modo de vivir, pareciera que esto no
ha sucedido. Debemos recordar que por lo general nos ponemos un traje después que ya ha sido
confeccionado; sin embargo, el nuevo hombre mencionado en Efesios y en Colosenses es
confeccionado después de que nos hemos vestido de él.

La iglesia como casa del Dios viviente es la columna y el fundamento que sostienen la verdad, y de
este modo, manifiesta la verdad de Dios. Estamos siendo edificados en la verdad. Él está
edificándonos en la verdad, es decir, nos está edificando en Sí mismo. La iglesia es, en efecto, la
columna y fundamento de la verdad, pero la medida en que la verdad se haga manifiesta en la
iglesia dependerá de la medida en que la iglesia permita que Dios sea edificado en ella. Efesios dice
que debemos vestirnos del nuevo hombre y que este nuevo hombre fue creado según Dios en la
justicia y santidad de la realidad, la verdad (4:24), y Colosenses dice que nos hemos vestido del
nuevo hombre, el cual se va renovando hasta el conocimiento pleno (3:10). En Colosenses el nuevo
hombre no se ha completado, pues continúa renovándose según la imagen de Aquel que lo creo. Si
juntamos estos dos versículos, veremos que la imagen, que está en la iglesia, es creada por Dios en
la verdad. Por lo tanto, la medida en que la imagen de Dios se manifieste en la iglesia dependerá de
cuánto ella permita que Dios la cree en la verdad. La verdad es Dios manifestado, y también es la
realidad del Dios que se ha manifestado. Esta realidad, la cual se manifiesta, es la imagen de Dios.

La iglesia en un determinado lugar que tenga una medida considerable de la imagen de Dios,
demostrará que Dios ha realizado una notoria obra de edificación allí. La obra de edificación que
Dios realiza se lleva a cabo en la verdad. La verdad es Dios mismo, Dios manifestado; por lo tanto,
edificar en la verdad equivale a edificar en Dios, quien es la verdad. Todo aquello que no sea de
Dios, todo lo que sea diferente de Dios y todo lo que no corresponda a la verdad será derribado por
Dios. Dios desea forjarse a Sí mismo en la iglesia y edificar según lo que Él es. Dios como verdad,
como realidad, está forjándose en nosotros como verdad; es decir, Él toma la verdad como la esfera,
como el material y como el modelo de Su edificación. Asimismo, Él nos está forjando a nosotros en
Sí mismo como la verdad, como la realidad.

En nuestra experiencia, es posible que en nuestro mal genio la obra de edificación de Dios no haya
operado mucho; tal vez tengamos un temperamento bondadoso que no ha pasado por la obra de
edificación de Dios, lo cual significaría que no hay verdad, no hay realidad, ni nada de Dios en
nuestro temperamento bondadoso. La verdad no se refiere a la doctrina, sino a Dios mismo, a Dios
como la verdad. Si Dios como la verdad no está presente en nosotros, no tendremos la expresión de
la imagen de Dios. Si nos enojamos y actuamos en la carne, no tendremos la imagen de Dios; de la
misma manera, si somos bondadosos, mansos y humildes, pero no hemos sido edificados en Dios,
no tendremos la imagen de Dios.

Esta edificación es según Dios, está en Dios y toma a Dios como la esfera y el modelo. Por esta
razón, necesitamos ser hechos de nuevo desde el momento en que entramos en la vida de iglesia.
Anteriormente ninguna parte de nuestro ser tenía a Dios o era semejante a Dios; aun cuando quizás
éramos personas “piadosas”, simplemente teníamos cierta apariencia, mas no la realidad de la
piedad. La realidad de la piedad es Dios mismo. Dios no estaba presente en nuestro odio ni en
nuestro amor, como tampoco estaba presente en nuestra indiferencia ni en nuestro fervor.
Interiormente, estábamos llenos del yo, la imagen de Adán, y no teníamos la imagen de Cristo. Por
esta razón, necesitamos esencialmente ser hechos de nuevo en cada área de nuestro ser: en nuestras
preferencias, en nuestra voluntad, en nuestra mente, en nuestra parte emotiva, en nuestro carácter y
en nuestro modo de ser. Necesitamos ser hechos de nuevo a la imagen de Dios, con Dios mismo
como la esfera y el material. No debemos pensar que la pequeña disciplina que hemos recibido y el
despojamiento que hemos sufrido sea algo muy duro; algunos tal vez hayan dicho: “No puedo
soportar esta clase de vida de iglesia”. Sin embargo, debemos soportarla, porque es la vía necesaria
para que seamos hechos de nuevo; todos necesitamos ser hechos de nuevo desde nuestro interior,
desde el centro mismo de nuestro ser.

LA VERDADERA VIDA DE IGLESIA ES EL LUGAR


DONDE SE EXPRESAN
LA AUTORIDAD Y LA IMAGEN DE DIOS

Si bien ya nos hemos vestido del nuevo hombre, con todo, necesitamos ser transformados a la
imagen del Señor. Esto significa que aunque ya nos hemos vestido del nuevo hombre, todavía la
imagen de Dios no se ha manifestado plenamente en nosotros, y aún necesitamos pasar por el
proceso de edificación. Esta obra de edificación se lleva a cabo según la imagen, en Dios y con Dios
mismo como la esfera y el modelo. Necesitamos que el Espíritu Santo nos hable e ilumine de una
manera intensa para que veamos cuánto de la imagen de Dios y del elemento de Dios poseemos, y
también para que veamos en qué medida la iglesia expresa la imagen de Dios. Una iglesia auténtica
es el lugar donde se expresan la autoridad y la imagen de Dios. Esta expresión repetidas veces
experimenta la obra de edificación de Dios, la cual se lleva a cabo en Él, según Él y con Él mismo
como la esfera y el material. La iglesia expresa la imagen de Dios, pues posee la justicia y santidad
de la realidad. La justicia significa relacionarnos correctamente con todo, y la santidad significa
apartarse de todo lo que no es Dios. Cuando la iglesia expresa la imagen de Dios, ella está en
completa armonía con Dios. Cuando esto sucede, no hay discordias ni fricciones en el Cuerpo de
Cristo, ni nada del hombre natural ni de la mezcla impura del mundo. Todo lo que se encuentra allí
es de Dios y corresponde a Dios; todo es justo, santo, verdadero y, por tanto, espontáneamente
exhibe la imagen de Dios.

Cuando las personas tienen contacto con una iglesia así, en lugar de alabar las cualidades positivas
de los hombres, adorarán a Dios mismo. ¿La iglesia en su localidad inspira a otros a alabarlos a
ustedes o a adorar a Dios? ¿La iglesia en su localidad hace que los demás perciban sus cualidades
positivas —como por ejemplo, el fervor, la diligencia, el amor y el arduo trabajo— o hace que
tengan contacto con Dios mismo? La respuesta a estas preguntas es que tendremos la iglesia y
seremos la iglesia en realidad únicamente cuando Dios se manifieste entre nosotros; la iglesia no es
nuestro amor ni nuestro celo naturales. El resultado de esta obra de edificación es que estaremos
llenos de la verdad, llenos de Dios. Antes de que seamos edificados es posible que seamos buenos y
que otros nos alaben, pues puede ser que estemos llenos de la vida bondadosa y del yo; sin
embargo, seremos la iglesia únicamente cuando Dios sea edificado en nosotros, y por ende, cuando
Él sea manifestado en la carne.

CAPÍTULO CINCO

EL AGRANDAMIENTO DE
LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE

Lectura bíblica: Ef. 1:23; 2:22; 4:12-13, 16

LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE


PRODUCE LA CABEZA Y EL CUERPO DE CRISTO

Dios vino a la tierra en el hombre Jesucristo, a fin de mezclarse con el hombre. Por lo tanto,
Jesucristo es el comienzo de la mezcla de Dios y el hombre. Esta mezcla hizo posible que se
produjera el Cuerpo de Cristo, que es la iglesia. Cristo es la Cabeza del Cuerpo, la iglesia. La iglesia
es el agrandamiento del principio de la mezcla de Dios con el hombre. Este agrandamiento da por
resultado el Cuerpo de Cristo.

En los Evangelios la mezcla de Dios con el hombre produjo la Cabeza, Cristo. En Hechos el
agrandamiento de la mezcla de Dios con el hombre produjo el Cuerpo de Cristo. Dios se mezcló
con el hombre Jesús, un galileo, y este Jesús llegó a ser la Cabeza del Cuerpo; también, Dios se
mezcló con muchos otros galileos, los cuales llegaron a ser el Cuerpo de la Cabeza. Que Dios nos
ilumine en nuestra lectura de la Biblia para que veamos que los primeros cinco libros del Nuevo
Testamento nos proveen un cuadro muy claro de una gran persona. Los cuatro Evangelios nos
muestran a esta gran persona, y el libro de Hechos nos muestra el agrandamiento de esta gran
persona.

El libro de Hechos no es una crónica simplemente de las actividades de los apóstoles, sino también
de las actividades del Cuerpo de Cristo sobre la tierra. Debemos considerar el libro de Hechos junto
con los Evangelios a fin de poder ver a un hombre completo, la Cabeza con el Cuerpo. Éste es un
hombre misterioso, un hombre universal, quien es Dios y a la vez hombre, y hombre y a la vez
Dios. Él también es la mezcla de la divinidad con la humanidad. En estos cinco libros encontramos
muchos casos en los que se muestra la mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Los
Evangelios hablan de Cristo mientras estuvo en la tierra; sin embargo, Su Cuerpo aún no había sido
producido. En Hechos vemos que Cristo como la Cabeza está en los cielos, y que el Cuerpo que Él
produjo está en la tierra. Necesitamos tener ojos espirituales para poder ver que esta persona
extraordinaria, quien es la Cabeza, está en los cielos, y que Su Cuerpo está en la tierra. Sin
embargo, la Cabeza no está separada del Cuerpo; antes bien, en este universo, ambos están
conectados de los cielos a la tierra y de la tierra a los cielos. El libro de Hechos contiene el relato
del agrandamiento y continuación de la mezcla de Dios con el hombre. Cristo no es una persona
junto con un grupo de colegas Suyos, sino que es la Cabeza con un Cuerpo.

EL CUERPO DE CRISTO
ES LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE

La verdad en cuanto al Cuerpo de Cristo es sumamente misteriosa. Nuestro conocimiento de este


misterio es muy limitado y nuestra experiencia es muy insignificante. Por lo tanto, empleando una
expresión china, cuando hablamos del Cuerpo de Cristo, es como si estuviésemos tratando de medir
el océano con una cucharita. No somos capaces de comprender el Cuerpo de Cristo con nuestra
mente; únicamente podemos comprender el Cuerpo de Cristo y hablar acerca de él, en virtud de la
obra que realiza el Espíritu Santo dentro de nosotros. ¿Qué es el Cuerpo de Cristo? Algunos dirían
que el Cuerpo de Cristo es la iglesia, y otros podrían decir que el Cuerpo de Cristo es el conjunto de
todos los creyentes, de todos aquellos que pertenecen a Cristo. Estas definiciones no son incorrectas
desde el punto de vista doctrinal, pero se encuentran muy lejos de la experiencia.

Es posible que haya un grupo de creyentes en determinada localidad, pero que no exista la vida
práctica de iglesia, la vida que es propia del Cuerpo, la expresión del Cuerpo de Cristo. Esto
significa que todos podemos ser creyentes que han sido salvos por gracia, pero en términos de la
experiencia y en la práctica, es posible que entre nosotros haya muy poco de la expresión del
Cuerpo de Cristo, o sea, que no poseamos la realidad del Cuerpo de Cristo.

La iglesia es el agrandamiento de la mezcla de Dios con el hombre, el agrandamiento de Cristo. Si


no hay mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios, no hay iglesia. Pese a que muchos
creyentes poseen la vida divina, esta mezcla no se ve en su vivir; pues la expresión práctica de la
mezcla de Dios con el hombre no está entre ellos. Creo que nos resulta más fácil entender el Cuerpo
de Cristo desde la perspectiva de la mezcla de Dios con el hombre. Es posible que hayamos sido
verdaderamente salvos y que estemos sirviendo al Señor fervorosamente y cuidando diligentemente
de la iglesia; pero que la mezcla de Dios con el hombre no esté presente dentro de nosotros. Muchos
hijos de Dios predican el evangelio con mucho fervor, pero la mezcla de Dios y el hombre no está
dentro de ellos; más bien, lo único que está presente son el celo y la diligencia humanos. Predican el
evangelio de sí mismos, y el elemento de Dios no está presente en su predicación. Incluso pueden
hablar de Dios mientras predican, pero sus palabras y acciones únicamente contienen el elemento
humano, no el elemento divino.

En los Evangelios no encontramos ni un solo caso en que el Señor hubiese hecho algo por Sí mismo
como nazareno; Dios estaba en Él en todo lo que hacía y todo lo hacía con Él. Podemos afirmar que
cada movimiento que el Señor hacía, lo hacía con Dios; la vida que Él llevó era un vivir de la
mezcla de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Conforme al mismo principio, el mover de
todos los apóstoles en cuanto a la predicación del evangelio en Hechos era el mover de Dios y el
hombre, el mover de Dios mezclado con el hombre; no se podía separar a Dios del mover del
hombre. Cuando Pedro actuaba, Dios actuaba; cuando Pablo actuaba, Dios actuaba; cuando Esteban
actuaba, Dios también actuaba. No podemos separar a los apóstoles del Señor; cada aspecto y
detalle del mover de ellos en el evangelio y en la obra estaba mezclado con Dios. De manera que
cuando se ponían de pie para hablar, Dios estaba dentro de ellos haciendo Sus obras. Esto es
semejante a la experiencia del Señor Jesús cuando estuvo en la tierra (Jn. 6:57; 5:19). Los apóstoles
podían decir que su predicación del evangelio no era su propia obra, sino que era la obra de Aquel
que murió, resucitó y que ahora vivía en ellos. Por consiguiente, si está presente la mezcla de Dios y
el hombre, allí también estarán el Cuerpo y la realidad. Esta realidad es la expresión del Cuerpo.

EL CUERPO DE CRISTO EN LA EXPERIENCIA

En términos de la experiencia, puede ser que prediquemos el evangelio y hablemos acerca de Cristo
y, aun así, que Dios no esté mezclado con nosotros en nuestra predicación ni en nuestro hablar. Aun
cuando seamos salvos, tal vez no poseamos la realidad del Cuerpo de Cristo. Por un lado, como
creyentes, pertenecemos a Cristo y somos miembros del Cuerpo de Cristo; por otro, debemos
preguntarnos si el Cuerpo de Cristo se expresa entre nosotros. Nuestra vida cristiana a menudo es
un vivir que procede de nosotros mismos, el cual carece de la mezcla con el elemento de Dios.
Tal vez hayamos visto que la iglesia es el Cuerpo de Cristo y que, como miembros del Cuerpo,
nuestro servicio debe ser corporativo, no individualista. Sin embargo, esto puede ser simplemente
algo que apenas vemos, y aún no hayamos sido liberados para entrar a esta realidad (Ro. 6:17). El
hecho de que no seamos personas individualistas puede ser algo que hayamos hecho por nosotros
mismos, y no sea una expresión de la mezcla con Dios. Nuestra coordinación con los hermanos y
hermanas aún puede ser algo que hayamos producido nosotros mismos, y que interiormente no
tenga nada que ver con el elemento de Dios. Esto no es un asunto de ser individualistas ni con el
hecho de laborar en coordinación con otros, sino más bien con el hecho de que interiormente nos
mezclemos con Dios. Todos nuestros problemas dependen de si interiormente nos estamos
mezclando continuamente con Dios. Si no nos mezclamos con Dios, dará igual que seamos
individualistas o que laboremos en coordinación con otros. El punto crucial es si Dios se está
mezclando con nosotros. ¿Es nuestro servicio actual un servicio motivado por una sola naturaleza,
es decir, por nosotros mismos, o es un servicio motivado por dos naturalezas, o sea, por la mezcla
de Dios con nosotros? ¿Hacemos todas las cosas conforme a nosotros mismos, o conforme a la
mezcla de Dios con nosotros? Cuando el Señor se mezcla con nosotros y cuando Él de una manera
práctica vive en nosotros, nosotros vivimos en el Señor. Cuando somos tales personas, no somos
individualistas, sino que hacemos todo en coordinación con los demás. Esto no es algo que requiere
nuestro esfuerzo, sino que más bien es un resultado inevitable y espontáneo.

Ninguno que vive en el Cuerpo de Cristo puede ser individualista, y ninguno que vive por la vida de
Cristo puede evitar coordinar con otros quienes también viven por la vida de Cristo. Sin el Cristo
que vive en nosotros, sin el Dios que está mezclado con nosotros, somos personas individualistas,
aunque no deseemos serlo, y somos incapaces de coordinar con otros, aun cuando queramos
hacerlo. Esto no tiene que ver con el hecho de ser individualistas ni con el hecho de coordinar con
otros, sino más bien con el hecho de si Dios se mezcla con nosotros y si nosotros nos mezclamos
con Dios. Siempre que esta mezcla ocurra dentro de nosotros, en alguna medida poseeremos la
realidad del Cuerpo de Cristo; siempre que esta mezcla ocurra entre nosotros, el Cuerpo se
expresará.

En términos doctrinales, tal vez no entendamos cómo uno puede ser salvo y al mismo tiempo no
estar en el Cuerpo de Cristo. Según Efesios, la iglesia es un solo y nuevo hombre. Por un lado, nos
vestimos del nuevo hombre cuando fuimos salvos (4:24), por otro lado, aun después que nos
vestimos de él, el nuevo hombre aún se está renovando (Col. 3:10). Uno se pone un traje o vestido
después que está terminado; sin embargo, este “traje”, el nuevo hombre, del cual nos vestimos aún
está siendo confeccionado. Según el mismo principio, los creyentes en el Cuerpo de Cristo fueron
hechos un solo Cuerpo en el Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo aún se está edificando en ellos.
Todos los creyentes son parte del Cuerpo, pero el Cuerpo aún no se ha establecido lo suficiente en
su ser, y por tanto, es posible que no posean mucho de la realidad del Cuerpo. Es preciso, pues, que
veamos que si entre nosotros no se ha dado la edificación del Cuerpo, no poseeremos la realidad del
Cuerpo. Desde la perspectiva del Cuerpo de Cristo, si no hay expresión del elemento de la mezcla
de Dios dentro de nosotros, tal vez no tengamos mucha edificación, aun cuando la vida de Dios esté
operando dentro de nosotros y nos haga rechazar al pecado y vencer al mundo.

Pablo estaba lleno del elemento de Cristo, del elemento de la mezcla de Dios y el hombre; esta
mezcla era la expresión del Cuerpo y la realidad del Cuerpo. Pablo era semejante al muro de la
Nueva Jerusalén, que es supremamente alto, puesto que la edificación de Dios se había llevado a
cabo en él. El Cuerpo de Cristo es el resultado de la edificación de Dios en el hombre y de la mezcla
de Él con el hombre. El Cuerpo no es simplemente un grupo de creyentes, sino que más bien es
Cristo que ha sido edificado dentro de ellos. El Cuerpo de Cristo, como edificio, es el resultado de
la mezcla de Dios y el hombre.
Debemos preguntarnos a nosotros mismos como creyentes: ¿somos nosotros el Cuerpo de Cristo en
nuestra experiencia? ¿En qué medida se expresa entre nosotros el Cuerpo de Cristo? Si recibimos
luz y entendemos esto, inclinaremos nuestras cabezas y confesaremos que entre nosotros no se
expresa mucho el Cuerpo de Cristo. Entre nosotros no hay mucha edificación ni la mezcla del
Cuerpo de Cristo, no hay mucho del elemento de Dios expresado en el vivir del hombre ni tampoco
mucho de la mezcla de Cristo con el hombre. Es posible que sirvamos a Dios fervorosamente y
seamos “unánimes”, pero que nuestro servicio sea iniciado por nosotros mismos, y no proceda de la
mezcla de Dios con nosotros. Efesios 1:22-23 dice: “La iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de
Aquel que todo lo llena en todo”. Es cierto que somos la iglesia, el Cuerpo de Cristo, pero ¿somos
la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo? El cuerpo de una persona puede ser su cuerpo
porque ella está mezclada con el cuerpo; el valor de un cuerpo depende de la persona viviente que
está mezclada con ese cuerpo.

La iglesia como el Cuerpo de Cristo es el agrandamiento de Cristo, el agrandamiento de la mezcla


de Dios y el hombre. Es un grupo de personas que están mezcladas con Dios interiormente y en
quienes Cristo ha sido edificado. Ellas se han mezclado con Dios y han sido edificadas a tal punto
que resulta difícil saber si es Dios o si son ellas. Su hablar y sus acciones son Dios mismo hablando
y moviéndose en ellas. Esto es lo que nos narra el libro de Hechos, y también es la realidad de la
plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Por lo tanto, es posible que un grupo de creyentes no
expresen el Cuerpo de Cristo si es que no posee la realidad del Cuerpo de Cristo.

Debemos preguntar a los hermanos y hermanas, quienes están aprendiendo a servir al Señor, cuánto
del Cuerpo de Cristo está presente entre ellos. Usted puede servir fervorosamente, ser “unánime”
con los demás y nunca disputar con nadie, y al mismo tiempo, no poseer mucho del elemento del
Cuerpo de Cristo. Es posible que toda su obra esté compuesta total y completamente del elemento
humano, y no del elemento divino. No estoy recalcando aquí el hecho de ser quebrantados o
derribados; más bien, como dice Efesios 1, debemos preguntarnos: ¿tiene nuestro fervor el elemento
divino? ¿Tiene nuestra diligencia el elemento divino? ¿Tiene nuestra “unanimidad” el elemento
divino? ¿Todos los servicios que realizamos proceden de nosotros mismos o son fruto de la obra de
edificación de Dios? Si nosotros somos la fuente, no poseemos la realidad del Cuerpo; sólo aquello
que procede de la edificación que Dios realiza dentro de nuestro ser es el Cuerpo.

LA MEZCLA Y LA EDIFICACIÓN
QUE DIOS LLEVA A CABO DENTRO DEL HOMBRE
PRODUCE EL CUERPO DE CRISTO

En Efesios 1 Pablo dice: “La iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en
todo” (vs. 22-23), y el capítulo 2 habla de la edificación (v. 20). Por esto podemos ver la obra que
Dios está haciendo después de que fuimos salvos (vs. 19-22). En el capítulo 3 Pablo dobló sus
rodillas y oró para que Cristo hiciera Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe (v. 17) y
para que fuésemos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios (v. 19). Hemos sido salvos,
pero tal vez no estemos llenos; y si no estamos llenos, no hay Cuerpo de Cristo. En nuestra
experiencia, si las personas son salvas pero no son llenas, no tienen la realidad de la edificación.
Cristo está en ellas, pero no habrá hecho Su hogar en ellas. Por lo tanto, no habrán tocado mucho
cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo. La plenitud de la Deidad en
Cristo no habrá sido edificada en ellas ni se habrá forjado en su constitución; por lo tanto, seguirán
iguales, viviendo todavía por sí mismos.

El Cuerpo de Cristo es el resultado de que los creyentes sean edificados con Cristo, de que ellos se
mezclen con Dios y de que Cristo sea su elemento constitutivo. Si una persona es salva pero no
tiene esta edificación, ni esta mezcla ni esta obra afecta su constitución, no hay Cuerpo de Cristo; y
pese a que ella esté en el Cuerpo, el Cuerpo no se podrá ver en ella. Por lo tanto, Efesios 4 nos habla
de una obra de edificación en dos aspectos: la edificación efectuada por el ministerio de los dones y
la edificación efectuada por el Cuerpo mismo.

Alguien podría preguntar: “Dado que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, ¿puede la gente tocar el
Cuerpo de Cristo en las diferentes localidades?”. Ésta es una pregunta crucial. Cuando la gente se
reúne en Taipéi, tal vez tengan contacto con muchos cristianos, pero ¿podrán percibir el Cuerpo de
Cristo? Si la gente ha de percibir el Cuerpo de Cristo o no, dependerá de si Cristo ha sido edificado
en Taipéi, si Dios y el hombre se han mezclado en Taipéi, si Dios puede salir del hombre y si el
mover del hombre es el mover que Dios realiza al mezclarse con el hombre. Si éste no es el caso,
aun cuando haya creyentes allí, el Cuerpo de Cristo no estará presente. Si los asuntos que
mencionamos no están presentes, nuestra coordinación sólo será la coordinación de “cadáveres”,
dentro de los cuales no hay vida, sino solamente muerte.

Es posible que entre nosotros haya una muy buena coordinación en la que la vida no esté presente, y
que lo que tengamos sea meras doctrinas, preceptos, organización y una coordinación basada en
asignaciones, en lugar de una coordinación basada en nuestro vivir en Cristo. Tal vez nuestra
sumisión sea simplemente una sumisión humana y no la sumisión de Cristo manifestada por medio
de nosotros; es decir, que nuestra sumisión a la autoridad sea simplemente un esfuerzo humano, que
proviene de la educación, la enseñanza, el entrenamiento y el perfeccionamiento de nosotros
mismos, mas no del Cristo que crece en nuestro ser. Y si nuestra sumisión es producida por el
elemento humano y no por la mezcla de Cristo en nuestro interior, entonces no es del Cuerpo de
Cristo.

Hay una clase de coordinación efectuada en sumisión que ha pasado por la obra de Dios y la
disciplina de Dios, y que ha sido edificada con Dios y se ha mezclado con Dios. Esta coordinación
realizada a través de Cristo es viviente, llena de vitalidad y fresca, y hace que las personas perciban
el aroma de Dios. Cuando las personas tocan esta coordinación, sienten que han tenido contacto con
Cristo y adoran a Dios percibiendo que Dios está allí presente. La iglesia, por ser el Cuerpo de
Cristo, es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, es el fruto de la mezcla de Dios y el
hombre, y de la edificación de Cristo en el hombre. De manera que no es suficiente que seamos
salvos y poseamos la vida de Cristo, pues además de esto, debemos expresar a Cristo en nuestro
vivir, permitiendo que Él actúe por medio de nosotros y nos llene, a fin de que se produzca una
expresión viviente. Únicamente esto es el Cuerpo de Cristo, la expresión de la imagen de Dios en el
universo, y únicamente esto puede reinar por Dios en la tierra.

LA FUNCIÓN QUE CUMPLE LA IGLESIA:


SER EL CUERPO DE CRISTO Y LA CASA DE DIOS

La función que cumple la iglesia comprende dos aspectos. Un aspecto es que ella es el Cuerpo de
Cristo, y el otro aspecto es que ella es la casa de Dios, o dicho de otro modo, ella es la morada de
Dios, el templo de Dios. Éstas tres cosas —la casa de Dios, la morada de Dios y el templo de
Dios— denotan una misma cosa. El significado de la iglesia como la casa, la morada y el templo de
Dios es que Dios está mezclado con el hombre. Esto significa que Dios ha hallado un grupo de
personas en la tierra con las cuales se puede mezclar. Éste es el gran misterio de la piedad, Dios
manifestado en la carne (1 Ti. 3:16); esto también es la mezcla de Dios con el hombre. Cuando una
persona vive en una casa, podemos decir que ella está “mezclada” con la casa; no obstante, debido a
que la casa es inerte, no puede realmente mezclarse con una persona viva. Sin embargo, nuestro
Dios es viviente y nosotros somos personas vivientes; Dios es Espíritu y nosotros tenemos un
espíritu. Por lo tanto, Dios y nosotros podemos mezclarnos completamente. El hecho de que somos
la morada de Dios, el templo de Dios y la casa de Dios, significa que Dios mora en nosotros y hace
que nos mezclemos con Él como una sola entidad, a fin de que seamos llenos hasta la medida de
toda la plenitud de Dios (Ef. 3:19).

La iglesia como el Cuerpo de Cristo alude a nuestra relación con Cristo. Nuestro cuerpo no
solamente es nuestra expresión, sino que también es la “casa” de nuestra persona. En 2 Corintios
5:1-4 se nos dice que nuestro cuerpo es nuestra morada, nuestro tabernáculo terrenal. Nuestro
cuerpo es nuestra morada; y aunque es temporal, podemos mezclarnos con él. Por consiguiente,
nuestro cuerpo llega a ser nuestra expresión. Todo cuanto hacemos lo hacemos en virtud del cuerpo
y a través del cuerpo. Hoy en día Cristo también necesita ganar un instrumento mediante el cual Él
pueda moverse y actuar sobre la tierra. Sin el Cuerpo, toda obra de Cristo en la tierra cesaría, y Él
no podría ganar una expresión. Por lo tanto, la medida en que el Señor pueda ser expresado y pueda
moverse y laborar en la tierra hoy, depende por completo de Su Cuerpo.

Todos los hijos de Dios deben comprender que la expresión del Señor mismo y Su obra en la tierra
no dependen de nuestro fervor ni de nuestra diligencia, sino de que se exprese el Cuerpo de Cristo
entre nosotros. Si Cristo es edificado en nosotros y Dios se mezcla con nosotros, obtendremos un
resultado práctico y concreto, el cual será la expresión del Cuerpo de Cristo. Hoy en día toda la obra
de Dios depende de Su Cuerpo. Por consiguiente, todas las iglesias deben prestar atención a si entre
nosotros está la expresión del Cuerpo de Cristo. Dondequiera que se lleve a cabo la edificación de
Dios y la mezcla de Dios, allí estará el Cuerpo de Cristo, y la expresión de Dios y la obra de Cristo.
Por lo tanto, el Cuerpo de Cristo es una obligación estricta que debemos cumplir.

CAPÍTULO SEIS

LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA

Lectura bíblica: Ef. 2:14-16, 18; 20-22; 4:11-13

Efesios 2:14-16 dice: “Él mismo es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno y derribó la pared
intermedia de separación [...] para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre [...] y
mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo”. El versículo 18 dice: “Porque
por medio de Él los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Los versículos
del 20 al 22 dicen: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra del
ángulo Cristo Jesús mismo, en quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un
templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de
Dios en el espíritu”. Conforme a la gramática, las frases edificados sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas y sois juntamente edificados aluden a una obra de edificación que se está
llevando a cabo, no a algo que ya se ha terminado.

LA IGLESIA ES EL EDIFICIO DE DIOS

En este capítulo hablaremos acerca de la edificación de la iglesia. La primera vez que la Biblia nos
habla de la iglesia, también nos habla de la edificación. Mateo 16:18 dice: “Sobre esta roca edificaré
Mi iglesia”. Este versículo no sólo habla de la iglesia, sino también de la edificación, es decir, el
tema no es sólo la iglesia, sino también la edificación. La iglesia es un tema sumamente importante,
y la edificación es un tema aún más importante a los ojos de Dios. En otras palabras, la iglesia es el
proyecto de construcción de Dios en el universo. En español, la palabra edificación puede referirse
tanto al edificio como a la acción de edificar; en griego, las palabras traducidas “edificación”, sean
verbo o sustantivo, poseen la misma raíz. Como verbo significa que “Dios está edificando”, y como
sustantivo se refiere a la iglesia como el “edificio de Dios”. En 1 Timoteo 3:15 se nos dice que la
iglesia es la casa de Dios; la palabra casa en griego alude al edificio, un sustantivo.

En 1 Corintios 3:9 leemos: “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. La Biblia nos
muestra con toda claridad que la iglesia es el edificio de Dios, que la iglesia está relacionada con la
edificación. Cuando hablamos de la iglesia, no debemos pasar por alto el asunto de la edificación,
pues sin la obra de edificación, no puede producirse el edificio, la iglesia. Al final de la Biblia
encontramos una ciudad que es edificada piedra sobre piedra, y una piedra unida con otra. También
encontramos diferentes tipos de materiales allí. Los principales grupos de materiales son tres: oro,
perlas y piedras preciosas. Hay doce clases de piedras preciosas, las cuales son los doce cimientos,
y el muro que rodea la ciudad es de jaspe. Cada detalle en esta descripción nos muestra que la
iglesia es el edificio de Dios.

LA OBRA DE EDIFICACIÓN DE LOS APÓSTOLES


Y LA OBRA DE EDIFICACIÓN DE DIOS SON UNA SOLA

En las Epístolas los apóstoles hablan repetidas veces acerca de la edificación. En 1 Corintios 3:11
Pablo habla del fundamento “que está puesto, el cual es Jesucristo”. Hoy en día todos los obreros
del Señor edifican sobre este fundamento; todos los que sirven en las iglesias deben realizar una
obra de edificación sobre este fundamento. Según el griego, cada vez que se menciona la
edificación en el Nuevo Testamento no se refiere a la edificación personal, es decir a un
mejoramiento espiritual, sino a la edificación en relación a un edificio. Un apóstol que labora por el
Señor, un profeta que ejercita su don y un maestro que desempeña su ministerio, todos contribuyen
a la edificación de la casa de Dios. Efesios 2 claramente muestra que en Cristo, los creyentes son
edificados junto con los apóstoles y los profetas (vs. 20-22); esta obra de edificación se está
llevando a cabo ahora mismo. Pedro dice que como piedras vivas nos acercamos al Señor y somos
edificados como casa espiritual (1 P. 2:4-5). Cuando nos acercamos al Señor, somos piedras vivas;
el Señor entonces edificará estas piedras vivas poco a poco y piedra por piedra. El resultado de esta
edificación es que llegamos a ser una morada, una casa espiritual, para el Señor. Hebreos 11:16 dice
que Dios ha preparado una ciudad para nosotros. Hasta el día de hoy, Dios continúa trabajando y
edificando esta ciudad.

Dios únicamente lleva a cabo una sola obra de edificación. No debemos pensar que la iglesia, la
casa, que los apóstoles edificaban sea diferente de la ciudad santa que Dios está edificando. La
ciudad que Dios está edificando es la casa que los apóstoles estaban edificando. Hoy en día es una
casa, pero en el futuro será una ciudad agrandada. La casa es el templo; pero cuando la ciudad
aparezca, el templo ya no se verá más. Ningún templo se verá en la Nueva Jerusalén, porque la
Nueva Jerusalén es el agrandamiento del templo (Ap. 21:22). Así pues, el templo de hoy será la
ciudad en el futuro. Éste es el resultado de la obra que Dios realiza a través de los siglos en el
universo.

LA OBRA CREADORA DE DIOS PREPARÓ


LOS MATERIALES PARA EL EDIFICIO DE DIOS

Dios ha venido realizando esta obra de edificación desde la creación del mundo. En la eternidad
pasada Dios tenía los planos arquitectónicos de Su edificio, y Él preparó los materiales según estos
planos, por medio de la obra de creación. No debemos pensar que la creación de Dios sea
equivalente a Su obra de edificación, pues Su creación sólo preparó los materiales para Su
edificación. El hombre que fue creado era el material que Dios preparó para Su edificio. Por
ejemplo, con relación a una ciudad física, los materiales para edificar la ciudad deben prepararse
antes de que ésta pueda ser edificada. Dios hizo al hombre del polvo de la tierra a fin de preparar el
material para Su edificio; el Adán que fue creado, el linaje humano creado, es el material que Dios
usa para Su edificio. Por consiguiente, la creación es una preparación para el edificio.

La edificación de Dios empieza después de la obra de creación. La creación fue hecha mediante el
poder de Dios, mientras que el edificio es producido por medio de la vida de Dios. En otras
palabras, la creación es la obra de las manos de Dios, mientras que la edificación procede de la
naturaleza de Dios. Después que Dios terminó Su obra de creación en Génesis, Él empezó a entrar
en su obra de edificación. En el Antiguo Testamento, aunque Dios no empezó oficialmente Su obra
de edificación, Él usó tipos y figuras para describir el edificio que deseaba. Por ejemplo, el
tabernáculo, el templo, la coordinación y el servicio de los hijos de Israel, el hecho de que llegaran a
ser un reino de sacerdotes y el servicio que se describe en Nehemías y Esdras después que ellos
regresaron del cautiverio, todo ello, son sombras y figuras del edificio de Dios.

EL FUNDAMENTO DEL EDIFICIO


FUE PUESTO POR EL SEÑOR
DESPUÉS DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN

Por medio de la encarnación, la muerte y la resurrección, el Señor puso el fundamento para el


edificio. Por medio de la encarnación, la muerte y la resurrección, el Señor llegó a ser la piedra del
fundamento (Is. 28:16) y la piedra angular (Hch. 4:11; 1 P. 2:7). El significado de que Él sea la
piedra del fundamento es que todo es edificado sobre Él; y el significado de que Él sea la piedra
angular es que todas las cosas son unidas por medio de Él. Después de la resurrección del Señor, el
Espíritu Santo descendió y entró en el hombre trayendo la vida y la naturaleza de Dios. La eficacia
de la muerte y la resurrección del Señor también estaban incluidas en el Espíritu a fin de que la
edificación se llevara a cabo. Por un lado, el Espíritu Santo usa el pueblo que Dios creó y redimió
como los materiales y poco a poco los edifica en Dios; por otro lado, Él gradualmente forja en ellos
la vida y la naturaleza divinas. Ésta es la manera en que el Cristo encarnado, crucificado y
resucitado es edificado en Sus redimidos. En este punto, el edificio de Dios se convierte en el
enfoque principal de la revelación neotestamentaria.

El Señor habló por primera vez del edificio cuando los que estaban con Él empezaron comprender
que el Hijo del Hombre era el Hijo de Dios. La obra de edificación de Dios empezó con esta
revelación. La obra de edificación de Dios empezó cuando algunos comprendieron lo que era la
mezcla de Dios y el hombre y la coordinación entre Dios y el hombre. En cualquier momento y en
cualquier lugar en que haya algunos que vean este misterio, la edificación de este misterio
empezará. La edificación empezó en Mateo 16 como resultado de haber visto esto. A partir de ese
momento, vemos una línea central de este tema en el Nuevo Testamento que continuamente nos
habla de esta edificación.

LA OBRA DE EDIFICACIÓN TIENE COMO RESULTADO QUE SE PRODUZCA UNA CIUDAD

Por un lado, Dios está laborando, está edificando en los cielos; por otro, los apóstoles, aquellos que
tienen un ministerio, están edificando en la tierra. Además, el Cuerpo de Cristo también está
edificándose a sí mismo. Estos dos aspectos de la edificación, en el cielo y en la tierra, es en
realidad una sola obra de edificación que hace que se produzca una ciudad. La edificación es la
morada de Dios, el templo de Dios y la casa de Dios. Una vez que la edificación haya concluido y
se haya agrandado, vendrá a ser una ciudad. Sabemos que la ciudad es una morada porque en
Apocalipsis 21:3 dice que la ciudad santa es el tabernáculo de Dios con los hombres. El tabernáculo
es una morada. Antes de que la ciudad aparezca, la morada de Dios en la tierra es la iglesia. En el
futuro la ciudad santa será el agrandamiento de la compleción máxima de la iglesia, la consumación
de la edificación de Dios. Esto nos muestra que la iglesia está relacionada con la edificación.

Por lo tanto, no podemos simplemente enseñar y mejorar a la iglesia; debemos edificar la iglesia. La
iglesia no necesita simplemente enseñanzas; la iglesia necesita ser edificada. Las enseñanzas
verdaderas, sólidas y de crucial importancia son las que se deben edificar. Toda labor que se
considere valiosa debe ser una labor de edificación. En el cristianismo actual se dan demasiadas
instrucciones y enseñanzas pero hay muy poca edificación; abundan las enseñanzas pero
prácticamente no se da ninguna edificación. Hoy en día Dios no está haciendo énfasis en las
enseñanzas; cualquier énfasis que se haga en las enseñanzas debe hacerse por causa de la
edificación.

LA ÚNICA OBRA QUE DIOS REALIZA EN EL UNIVERSO

Por la misericordia del Señor hemos visto un poco en cuanto a la obra de edificación que Dios
realiza. Esto no es algo insignificante, ni tampoco es simplemente cuestión de conocer una doctrina
ni de estudiar la Biblia. Hemos tocado un tema de gran trascendencia, el cual es, la obra de
edificación que Dios lleva a cabo en el universo. Ésta es una gran obra. Cuando vi esto por primera
vez, me postré delante del Señor y le dije: “Señor, esto es muy grandioso. No puedo hacer esta obra
ni hablar acerca de ella”. El gran Dios eterno e infinito está llevando a cabo una obra de edificación
en el universo. Esta edificación es lo único que Él desea en el universo.

Aunque la creación es algo grandioso, simplemente constituye la preparación para la obra de


edificación de Dios. Si el trabajo de preparación es grandioso, ¿cuánto más grandiosa será la obra
de edificación? Ésta es la razón por la cual decimos que la edificación es un gran tema. Nunca
debemos pensar que la edificación es sólo una doctrina o meramente un conocimiento bíblico.
Tenemos que darnos cuenta de que la edificación es un asunto importantísimo en el universo. Nos
fue concedida misericordia para ser parte de esta obra de edificación; somos parte de esta obra y
también somos obreros en esta obra. Tal vez nuestro sentir acerca de la edificación no es muy
fuerte; sin embargo, nuestra obra no debe realizarse según nuestros sentimientos, sino según el
hecho de que es la obra de Dios. Todos debemos saber que Dios tiene una gran obra; Dios está
edificando una morada en el universo, y nosotros participamos en ella.

En lo profundo de mi ser siento que no soy digno de hablar acerca de esta obra tan grande; no sólo
soy una persona insignificante, sino que mi entendimiento en cuanto a esta obra es limitado, y mi
función en esta obra lo es aún menor. Sin embargo, siento que debo hablarles a todos los hijos de
Dios acerca de este asunto porque Dios ha abierto mis ojos y me ha mostrado algo. Aunque no he
visto mucho, lo que he visto hace que mi corazón se duela y sienta una pesada carga dentro de mí.
Si por la misericordia de Dios vemos la edificación y luego comparamos la edificación con nuestra
condición y con la condición del resto del cristianismo, no podremos contener las lágrimas.
Únicamente el Señor mismo podrá hacernos sentir gozosos.

Si observamos de cerca la condición del cristianismo y la situación que impera entre nosotros, nos
lamentaremos profundamente, debido a que no vemos el edificio de Dios. En lugar de ello, vemos
principalmente obras humanas, discusiones humanas, actividades humanas, el fervor humano y el
servicio humano, pero vemos muy poco del edificio de Dios. Como resultado, la visión del edificio
es una carga muy pesada que llevamos dentro de nosotros. Es muy difícil para nosotros hablar
acerca de la edificación, y cuando hablamos de ello, parece que estuviéramos condenando a los
demás porque nuestras palabras contradicen a otros e invalidan todo lo que ellos han hecho. Sin
embargo, esto no tiene que ver con invalidar ni con confirmar, sino con el hecho de si nuestra obra
y nuestro vivir son parte del edificio de Dios. Éste es un asunto muy serio que no depende de
nuestra perfección ni de nuestra bondad, ni siquiera de nuestra espiritualidad. Nuestras virtudes,
tales como la diligencia y la mansedumbre, no tienen ningún valor; la clave es si en nosotros y entre
nosotros está el edificio de Dios.

Sólo la mezcla con Dios, la edificación de Dios, es el Cuerpo de Cristo, la iglesia. Si no tenemos el
edificio de Dios, tendremos la iglesia sólo de nombre pero no en realidad. Aun cuando nos
reunamos sobre el terreno de la iglesia, no tendremos la realidad de la iglesia. Todo depende del
edificio de Dios. Únicamente Dios mezclado con el hombre y edificado en el hombre es el edificio
de Dios, el Cuerpo de Cristo, la iglesia.

EL PRIMER PASO DE LA OBRA DE EDIFICACIÓN DE DIOS:


EL QUEBRANTAMIENTO DE LA CRUZ

El primer paso en la edificación de Dios es la obra del quebrantamiento. En relación con el edificio,
Dios habla en Efesios 2:14-16 de derribar la pared intermedia de separación mediante la cruz. La
pared intermedia de separación es la ley. La ley toma la carne como base; por ende, derribar la ley
equivale a derribar la carne. Tanto con respecto a los israelitas como a los gentiles, la carne es algo
de la vieja creación. Si no tuviéramos la vieja creación, no existiría la carne ni la ley, y sin la ley no
habría ninguna pared intermedia de separación. Sin embargo, Efesios 2 nos muestra claramente que
hay una pared intermedia de separación, una división, entre Israel y los gentiles, porque ambos
están en la vieja creación y, por tanto, tienen la carne. La ley fue dada de acuerdo con la carne.

Romanos 7:5 nos muestra que la ley está relacionada con la carne. La ley y la carne son como un
matrimonio. Uno de los dos es el esposo y el otro es la esposa, y los dos siempre están juntos.
Mientras la ley esté presente, también lo estará la carne; cuando un hombre vive regido por la carne,
desea guardar la ley. Aquellos que tienen un buen comportamiento guardan la ley; y aquellos que
no se comportan bien quebrantan la ley y se condenan a sí mismos delante de la ley. No podemos
separar la carne de la ley. Si el hombre no hubiese caído ni hubiese llegado a ser carne, Dios no
habría tenido que dar la ley; habría sido suficiente tener a Dios como vida. La vida representada por
el árbol de la vida en el huerto del Edén es Dios mismo. La ley dada en el monte de Sinaí fue
añadida por Dios para que el hombre conociera la carne y, de ese modo, la carne fuera condenada
(v. 7; 5:20). Por lo tanto, abolir la ley es abolir la carne, y abolir la carne equivale a abolir la vieja
creación.

El primer paso en la obra de edificación de Dios es el de derribar la vieja creación. Todas las
distinciones entre judíos y gentiles se hallan en la vieja creación. Una vez que la cruz derriba la
vieja creación, las distinciones entre judíos y gentiles se acaban, y los dos llegan a ser uno. Entre
nosotros, da la impresión de que hubiera muchas distinciones entre “judíos” y “gentiles”. Por
ejemplo, a menudo escuchamos a algunos decir: “Él es un gentil y yo son un verdadero israelita”.
Las hermanas sienten que son “israelitas” porque ellas son mansas y que los hermanos son
“gentiles” porque son toscos y desenfrenados. Las hermanas son como Jacob, quien moraba en
tiendas, y los hermanos son como Esaú, quien cazaba en el campo (Gn. 25:27). Éstas son
caracterizaciones de “judíos” y “gentiles”. No piensen que estoy bromeando en cuanto a estas
distinciones entre nosotros. Cuando los problemas surgen entre los hermanos, con frecuencia dicen:
“No podemos ser uno; no podemos coordinar juntos”. Esto indica que entre ellos hay distinciones
en cuanto a la carne. También significa que estas distinciones no han sido derribadas por la cruz.
LA CRUZ DERRIBA TODAS LAS LEYES
DE LOS MANDAMIENTOS EXPRESADOS EN ORDENANZAS

En el pasado algunos se pusieron de pie y exhortaron a los hermanos y hermanas con lágrimas en
los ojos, diciendo que el requisito para que podamos recibir la bendición es la unanimidad y que si
no estamos unánimes, la bendición se irá poco a poco. Pero hemos descubierto que cuantas más
exhortaciones las personas reciban, menos unánimes parecen estar los hermanos y hermanas. Las
exhortaciones no nos ayudan a obtener la unanimidad. Sólo hay una manera en que podemos ser
unánimes: que seamos “derribados” por la cruz. Es preciso que veamos que la cruz ya “derribó”
todas las ordenanzas. Ha derribado todo aquello en lo cual nos apoyamos para justificarnos a
nosotros mismos y para condenar a otros. Además, ha derribado la base, el fundamento, de las
ordenanzas, que era la vieja creación. Ver esto nos ayudará a lograr la verdadera unanimidad.

En la vida de iglesia los que están dispuestos a compartir en las reuniones quizás piensen que ellos
no son “gentiles”, y que los que nunca hablan son “gentiles”. Aquellos que siempre abren su boca
para “tener comunión” de esta manera, a menudo se justifican secretamente a sí mismos
considerándose personas buenas y de peso espiritual. Sin embargo, otros de entre nosotros que no
comparten con la misma libertad sencillamente pueden estar tragándose las palabras que tienen en
la punta de la lengua. Aun en esto, ellos se justifican a sí mismos y condenan a otros. Hay
demasiadas situaciones semejantes a éstas entre los hermanos y hermanas. La razón por la cual no
discutimos, argumentamos ni peleamos externamente es que amamos al Señor, le tememos y
deseamos Su bendición. Sin embargo, con frecuencia nuestro semblante cambia, y nos conducimos
de manera artificial. Simplemente estamos tratando de controlarnos. ¿Qué es esto? Esto muestra que
no estamos en armonía y que no somos capaces de coordinar con otros. Cualquier cambio en
nuestro semblante y en nuestra conducta es un indicio de discordia que proviene de la vieja
creación, de la carne y de las ordenanzas que hacen que nos justifiquemos de forma personal.

Cuando el Espíritu Santo venga y derribe la vieja creación en nosotros, nuestra persona será
derribada. Entonces los que no comparten en las reuniones compartirán la palabra, y a los que les
encanta compartir cerrarán la boca. Los que nunca compartían en la reunión no condenarán a los
que les gusta compartir, y a los que les gusta compartir no condenarán a los que permanecen
callados. Por ejemplo, decir que las hermanas deben cubrirse la cabeza y guardar su lugar es una
enseñanza muerta promulgada en la carne. Esto es una expresión de la vieja creación y necesita
experimentar el quebrantamiento de la cruz. Una vez que las hermanas hayan sido quebrantadas por
la cruz, no sentirán más que son hermanas; no en el sentido de que se olviden de que son hermanas,
sino en el sentido de que ya no permanecerán más en la esfera de las ordenanzas. De la misma
manera, cuando un anciano que ha sido quebrantado por Dios hable con el hermano más joven, no
sentirá que él es un anciano y que está dirigiéndose a un hermano común y corriente. No es que a
este hermano se le olvide que él es un anciano, sino que simplemente no actuará dándose un aire de
“anciano”.

Un anciano puede sentir que los demás deben dirigirse a él de cierta manera, usando un tono y
expresión que corresponda a su “posición superior”, porque un “anciano debe ser respetado por
todos”. ¿Qué es esto? Esto es la carne; es un mandamiento de la carne que pertenece a la vieja
creación. Después de que el Espíritu Santo opere para destronar a este anciano, derribando la vieja
creación en él, él seguirá siendo un anciano, pero ya no se dará el “aire” de anciano. Ya no sentirá
que es un “anciano”, sino que, en vez de ello, sentirá que Cristo está en él, que Cristo está
edificándose en él y que Dios está en él.
En la vida de iglesia los jóvenes de entre nosotros a menudo se quejan, diciendo: “Lo único que los
ancianos hacen es pisotearnos y menospreciarnos. ¿Acaso no saben que los jóvenes tienen un
potencial muy grande? Es cierto que somos jóvenes, pero ellos también fueron jóvenes como
nosotros. ¿Por qué nos tienen en un concepto tan bajo? En lugar de ello deberían ayudarnos,
cultivarnos, guiarnos y enseñarnos lo que no sabemos”. De este modo, la ley, los Diez
Mandamientos, siguen presentes entre nosotros. Pablo, al hablar sobre los requisitos de un anciano,
no estableció tantas leyes como las que tienen estos jóvenes; estos jóvenes parecen crear una ley
tras otra. Cuando el Espíritu Santo opere y derribe a estos jóvenes, ellos dirán: “Oh Señor, ten
misericordia de mí; lo que necesito no es que los ancianos me estimen o me menosprecien, sino que
mi persona sea derribada y que Cristo sea edificado en mí. Oh Señor, lléname”. Cuando esto
suceda, se producirá la edificación; la obra de Dios estará presente entre estos jóvenes. Aun cuando
ellos sean jóvenes, una porción de la iglesia, una porción del Cuerpo de Cristo y una porción de
algo espiritual, se expresará en ellos.

Es probable que los más ancianos a veces digan: “Miren nuestra iglesia; sin duda es una familia que
inspira lástima. Los jóvenes no se comportan apropiadamente. Cuando nos ven en la calle, actúan
con arrogancia y ni siquiera nos saludan. Cuando nos ven de pie junto a la puerta del salón de
reuniones, nos ignoran y simplemente pasan de largo. ¿Es esto acaso apropiado?”. Si hablamos de
esta manera, eso significa que hace falta la obra demoledora de la cruz en la vida de iglesia; una vez
que la cruz realice su obra de demolición, todas las ordenanzas desaparecerán. Todo indicio de
justificarnos a nosotros mismos, de condenar a otros y de aprobarnos a nosotros mismos
desaparecerá. Una vez que la cruz opere, la carne será quebrantada y la vieja creación será
derribada. La cruz habrá derribado la pared intermedia de separación entre los hermanos y a las
hermanas, entre los viejos y los jóvenes, y entre todos aquellos que tienen diferencias en su
naturaleza y su modo de ser; todo ha sido derribado por la cruz.

Debemos ver que el primer paso en la obra de edificación de Dios es la obra demoledora de la cruz.
Es preciso que sepamos que todas nuestras críticas, opiniones divergentes y todo sentimiento de que
estamos en lo correcto y que los demás están equivocados, no son más que la carne. Estas cosas se
convierten en la base para establecer leyes similares a las leyes que fueron promulgadas en el monte
de Sinaí. Estos sentimientos son leyes que levantan una pared de separación entre nosotros y los
demás, y nos llevan a tener un sentir diferente al de los demás y a pensar que ellos están
equivocados y que nosotros tenemos la razón. Aunque todos somos creyentes, es posible que haya
una pared de separación entre nosotros. Esta pared de separación no proviene de Cristo ni del
Cuerpo, sino de la carne y de la vieja creación. La obra demoledora de la cruz debe abolir en
nosotros esta pared de separación.

EXPERIMENTAR LA OBRA DEMOLEDORA DE LA CRUZ


A FIN DE QUE LA AUTORIDAD Y LA IMAGEN DIVINAS
PUEDAN SER EDIFICADAS Y EXPRESADAS

De todo corazón creemos que los santos que sirven juntos no son pecaminosos y que todos ellos han
abandonado el mundo. Sin embargo, la vieja creación y la carne siguen presentes, y nuestra persona
permanece intacta y entera. Todavía queda una pared de separación entre nosotros que tiene que ser
derribada por la cruz. Todo lo que pertenece a la vieja creación no es edificado sobre Cristo ni está
unido a Cristo; no tiene a Cristo como fundamento ni como piedra de ángulo. Para determinar si
estamos en la vieja creación, lo único que tenemos que hacer es fijarnos si estamos edificados sobre
Cristo y estamos unidos a Él. No es necesario que los demás nos digan nada; nosotros debemos
tener esto muy claro interiormente. Mientras nuestro corazón no esté endurecido, los sentimientos
que ponga el Espíritu Santo en nosotros deben ser muy claros.
En el Espíritu Santo podremos percibir claramente que nos justificamos a nosotros mismos, que nos
consideramos justos, y que también criticamos y condenamos a otros. Nos daremos cuenta de que
estos sentimientos no provienen de Cristo, que no están en Cristo ni están unidos a Cristo, sino que
más bien provienen de nosotros mismos. Es posible que condenemos a otros conforme a nuestros
razonamientos, pero el Espíritu Santo en nuestro interior no justificará lo que hacemos como algo
que proviene de Cristo y que es hecho en unión con Cristo. Por el contrario, el Espíritu Santo nos
mostrará que estos sentimientos son naturales, es decir, que únicamente provienen de nuestro
conocimiento, aprendizaje y educación. Éstos son sentimientos que nuestro entorno ha inculcado en
nosotros. Por lo tanto, son sentimientos que provienen de nuestras opiniones y modo de ser
terrenales. El Espíritu Santo también nos mostrará la gran necesidad que tenemos de ser
quebrantados.

Si permitimos que el Espíritu Santo obre dentro de nosotros y nos quebrante, veremos el edificio de
Dios en nosotros. Tener el edificio equivale a tener el Cuerpo, la iglesia, la imagen de Dios y la
autoridad de Dios expresada por medio del edificio. Al final, cuando la ciudad aparezca, todas las
naciones se someterán a la autoridad de la ciudad; ésta es una expresión de autoridad. Además,
también veremos la gloria de Dios expresada en la ciudad; ésta es la imagen de Dios. Si un
hermano, una hermana o un grupo de santos permiten que Dios los quebrante y los edifique de esta
manera, podremos ver en ellos la autoridad de Dios y la imagen de Dios. Esto es lo que Dios desea
obtener.

CAPÍTULO SIETE

LA PLENITUD DE AQUEL
QUE TODO LO LLENA EN TODO

Lectura bíblica: Ef. 1:22-23; 4:12-13

LA IGLESIA ES LA PLENITUD DE CRISTO

Efesios 1:22-23 dice: “La iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en
todo”. Juan 1:16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos”. La palabra traducida “plenitud” en
estos dos versículos es la misma palabra griega. Puesto que la iglesia es la plenitud de Cristo, ella
puede ser el Cuerpo de Cristo. Efesios 4:12-13 dice: “A fin de perfeccionar a los santos para la obra
del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la
fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”. En este versículo la palabra plenitud se usa en relación con la
plenitud de Cristo y es la misma palabra griega traducida “plenitud” en Juan 1.

Estos versículos muestran que Efesios habla acerca de la plenitud de Cristo en dos ocasiones: al
final del capítulo 1, donde se nos dice que la iglesia es la plenitud de Cristo, y en 4:13, donde se nos
dice que la iglesia crece al punto de alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. La
plenitud de Cristo tiene una estatura.
SER ARRAIGADOS Y CIMENTADOS EN AMOR,
A FIN DE COMPRENDER CON TODOS LOS SANTOS
LO QUE ES LA ANCHURA,
LA LONGITUD, LA ALTURA Y LA PROFUNDIDAD

Efesios 3:17 dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. Las
palabras hacer hogar y corazón son muy enfáticas. En todo el Nuevo Testamento, únicamente
Efesios 3 nos muestra claramente que el Señor está haciendo Su hogar en nuestros corazones; no
nos dice que el Señor “está en nuestros corazones”, sino que Él está haciendo Su hogar en nuestros
corazones. El versículo 17 continúa diciendo que nosotros somos “arraigados y cimentados en
amor”. Nuestro amor y nuestros corazones no tienen mucho valor; por consiguiente, debemos ser
arraigados y cimentados en Su amor, a fin de comprender con todos los santos cuál sea la anchura,
la longitud, la altura y la profundidad, y conozcamos el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento (vs. 17-19).

LA ANCHURA, LA LONGITUD, LA ALTURA


Y LA PROFUNDIDAD SON CRISTO MISMO

En el universo existe la anchura, la longitud, la altura y la profundidad; sin embargo, al hombre le


resulta difícil describirlas. Exactamente, ¿qué tan ancha es la anchura? ¿Qué tan larga es la
longitud? ¿Qué tan alta es la altura? ¿Qué tan profunda es la profundidad? No podemos definir esto.
Sin embargo, cuando el apóstol describe la plenitud de Cristo, lo hace empleando estas cuatro
palabras inconmensurables. ¿Qué es la longitud? La longitud es Cristo. ¿Qué es la anchura? La
anchura es Cristo. ¿Qué es la altura? La altura es Cristo. ¿Qué es la profundidad? La profundidad es
Cristo. El amor en el cual estamos siendo arraigados y cimentados (v. 17) es Dios y Cristo; y la
anchura, la longitud, la altura y la profundidad mencionadas en el versículo 18 también son Dios y
Cristo. Por esta razón, el versículo 19 nos habla del “amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento”. Podemos afirmar que el amor de Cristo mencionado en el versículo 19 es el mismo
amor del cual se habla en la frase arraigados y cimentados en amor, mencionada en el versículo 17.
También podemos afirmar que el amor de Cristo es la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad, porque el amor de Cristo es Dios, así como Cristo mismo es Dios. El resultado de la
anchura, la longitud, la altura y la profundidad es que nosotros seamos llenos hasta la medida de
toda la plenitud de Dios.

LA PLENITUD DE DIOS

En Efesios 3:17-19 encontramos cuatro asuntos: el amor en el versículo 17, la anchura, la longitud,
la altura y la profundidad en el versículo 18, el amor de Cristo que excede a todo conocimiento y
toda la plenitud de Dios en el versículo 19. Los primeros tres asuntos dan por resultado el cuarto, la
plenitud de Dios. El amor es el amor de Cristo, y el amor de Cristo es la anchura, la longitud, la
altura y la profundidad del universo. Esto es una expresión figurativa. ¿Cuál es la anchura del
universo? Es el amor de Cristo. ¿Cuál es la longitud del universo? Es el amor de Cristo. ¿Cuál es la
altura del universo? Es el amor de Cristo. ¿Cuál es la profundidad del universo? Es el amor de
Cristo. Cuando este amor nos llene interiormente, seremos arraigados y cimentados en amor.
Cuando esto suceda, Cristo, la corporificación del amor, hará Su hogar en nuestros corazones. El
resultado final de esto es que nosotros seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
LA PLENITUD DE CRISTO

Todos sabemos que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, y que el Cuerpo está lleno de Cristo mismo.
Cristo llena este Cuerpo al grado en que éste llega a ser la plenitud de Cristo. En la Biblia la frase la
plenitud de Cristo es muy misteriosa. Muchos de nosotros nos hemos encontrado con esta frase
cuando leemos la Biblia, pero tampoco sabemos ni entendemos lo que es la plenitud de Cristo en
realidad.

Hay por lo menos tres pasajes de la Biblia que nos hablan de la plenitud de Cristo. En Juan 1:16
leemos: “Porque de Su plenitud recibimos todos”. Efesios 1:23 nos dice que la iglesia es la plenitud
de Cristo. Luego Efesios 4:13 dice que la plenitud de Cristo tiene una medida y una estatura. La
palabra griega traducida “plenitud” es muy enfática, pero lamentablemente, muchos traductores de
la Biblia no han captado esto.

Hay otros dos pasajes de la Biblia que nos hablan de la plenitud de Dios. Efesios 3:19 dice: “Para
que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”, y Colosenses 2:9 nos habla de “toda la
plenitud de la Deidad”. La Versión Unión china es una traducción muy buena de la Biblia; sin
embargo, carece de revelación espiritual en la manera en que tradujeron estos versículos. Como
consecuencia, pasa por alto el verdadero significado del texto original. La Biblia habla tres veces de
la plenitud de Cristo y dos veces de la plenitud de Dios. Ambas menciones de la plenitud de Dios
están relacionadas con Cristo.

La Biblia primero nos habla de la plenitud de Dios en Efesios 3, que dice que cuando Cristo haga
Su hogar en nuestros corazones, podremos comprender las dimensiones de la plenitud de Cristo.
También nos dice que cuando conozcamos el amor de Cristo que excede a todo conocimiento,
seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Esto nos muestra que la plenitud de
Dios y la plenitud de Cristo son inseparables. Colosenses 2:9 dice: “Porque en Él habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Esto nos muestra claramente que la plenitud en Cristo
es la plenitud de Dios. La plenitud de Cristo no es algo aparte de la plenitud de Dios. La plenitud
que está en Cristo es la plenitud de Dios; en otras palabras, la plenitud de Dios está en Cristo.

El libro de Efesios nos habla de algo en el universo que es llamado la plenitud de Cristo, y que la
plenitud de Cristo es la iglesia. La iglesia es la plenitud de Cristo; y como tal, la iglesia es el Cuerpo
de Cristo. Sin la plenitud, no puede existir el Cuerpo, pues el Cuerpo es la plenitud. En otras
palabras, la iglesia es el desbordamiento de Cristo.

Todos nosotros somos descendientes de Adán. Si alguien nos preguntara cuál es el tamaño de la
familia de Adán, diríamos que es muy numerosa porque todos proceden de Adán y son Adán.
Podríamos afirmar que la humanidad es la plenitud de Adán, el desbordamiento de Adán; todos los
seres humanos son hijos de Adán, son sus descendientes. Adán fue un hombre que vivió en el
huerto del Edén hace seis mil años; sin embargo, él tiene una plenitud; sus descendientes son su
plenitud.

Tal vez alguien quiera llamarse chino o estadounidense; sin embargo, independientemente de si es
chino o estadounidense, es un hombre en el mundo. Si conocemos la verdad, reconoceremos que
somos descendientes de Adán, una pequeña parte de la plenitud de Adán, del desbordamiento de
Adán. Si tenemos descendientes, ellos serán nuestra plenitud, así como los descendientes de Adán
son la plenitud de Adán. No sólo somos iguales a Adán, sino que somos Adán. Así que, hablando
con propiedad, es equivocado adoptar apellidos como Chang, Wang, Lee o Liu, sino que debemos
apellidarnos Adán, puesto que cada uno de nosotros es Adán y todos somos el desbordamiento de
Adán. Todas las personas de todos los siglos son el desbordamiento de Adán; este Adán, por tanto,
es muy grande.

Sin embargo, Adán era sólo un tipo, una miniatura, de Cristo. Cristo es la realidad del tipo de Adán.
Si la vida creada de Adán tiene un desbordamiento de tantos descendientes y es tal plenitud, ¡cuánto
más la vida increada de Cristo será ilimitada e inconmensurable en Su plenitud!

“PORQUE DE SU PLENITUD RECIBIMOS TODOS”

Pablo sólo pudo describir esta plenitud usando la expresión “la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad”, porque esto es realmente inexplicable. La anchura, la longitud, la altura y la
profundidad se refieren a lo que es inconmensurable; la plenitud de Dios es inconmensurable.
Aunque la plenitud de Adán es muy vasta, con todo, es mensurable; únicamente la plenitud de Dios
es inconmensurable. Sin embargo, la plenitud de Dios está escondida en Cristo, y la plenitud de
Dios que está en Cristo es la plenitud de Cristo. Nosotros, los creyentes, todos hemos recibido de Su
plenitud; hemos recibido la plenitud en Él. Esta plenitud es la vida de Dios, que es Cristo, y también
es Dios mismo.

Lamentablemente, muchos de nosotros nos percatamos muy poco de la plenitud de Cristo. Tal
parece que sólo nos percatamos de que somos pecaminosos y que aunque debiéramos haber
perecido, Dios nos amó, nos perdonó, nos salvó y nos dio Su vida para que fuésemos hechos Sus
hijos. Tal parece que no nos percatamos de ninguna otra cosa. Aun cuando muchos creyentes han
avanzado mucho espiritualmente, aún no tienen un sentir muy profundo e interno acerca de este
asunto llamado la plenitud. Nosotros no solamente tenemos vida en nuestro interior, sino que
tenemos la plenitud en nosotros. Cuando fuimos salvos, recibimos de parte de Dios no sólo la vida,
sino también la plenitud. Esta plenitud es inconmensurable.

Sin embargo, muchos de nosotros no nos percatamos en absoluto acerca de esta plenitud, es decir,
no sentimos que tenemos algo dentro de nosotros llamado la plenitud; a lo más, sabemos que
tenemos vida en nosotros, que el Espíritu Santo mora en nosotros, que Cristo hace Su hogar en
nosotros y que Dios vive dentro de nosotros. Sin embargo, no nos damos cuenta de que este Dios,
este Cristo, este Espíritu Santo y esta vida son una plenitud inconmensurable. Esto no es un
entendimiento doctrinal, sino algo que sentimos en el espíritu. Debemos pedirle al Señor que nos
conceda Su misericordia y nos permita sentir y comprender en nuestro espíritu que tenemos algo
dentro de nosotros llamado la plenitud.

Aun si somos nuevos creyentes, debemos pedirle al Señor que nos muestre que poseemos la
plenitud en nosotros desde que recibimos la vida de Cristo: “Porque de Su plenitud recibimos
todos” (Jn. 1:16). En Él estamos llenos (Col. 2:10), y Su plenitud es toda la plenitud de la Deidad
(v. 9). Como creyentes que somos, hay algo en nosotros llamado la plenitud. Esta plenitud es la
plenitud de Cristo, y esta plenitud, que es toda la plenitud de la Deidad, se expresó primero en
Cristo y ahora se expresa en la iglesia. La iglesia es el Cuerpo de Cristo debido a que la iglesia es
esta plenitud (Ef. 1:23).

En nuestra experiencia, ¿estamos llenos? Muchos santos probablemente dirán: “Realmente estamos
vacíos; estamos muy lejos de estar llenos”. Es preciso que sepamos que sin la plenitud, no puede
existir el Cuerpo. Aunque somos la iglesia, no expresamos mucho el Cuerpo porque la plenitud aún
no se ha manifestado en nosotros. Si bien hemos recibido esta plenitud, no permitimos que dicha
plenitud sea manifestada; por lo tanto, esta plenitud no es vista en nosotros. Aunque participamos
de esta plenitud, es como si no hubiésemos recibido de ella, pues sentimos que aún estamos vacíos.
Al parecer no tenemos nada dentro de nosotros, y nuestra condición es muy pobre.

Esto no es simplemente un sentir que tenemos, sino que es nuestra verdadera condición. Debemos
ver nuestra condición actual. Puede afirmarse que nuestros servicios, nuestras oraciones y la
condición espiritual de cada uno de nosotros, todo ello, se encuentra en una condición de completa
miseria, y que somos débiles y pobres. Esto es semejante a las palabras en Hymns, #1032, que dice:
“Pobre y miserable, / Débil y herido, enfermo y adolorido”. Ésta es nuestra condición. ¿Dónde está
el Cuerpo? ¿Se manifiesta la iglesia? ¿Pueden verse la autoridad y la gloria de Dios? Lo que vemos
es pobreza y debilidad; vemos vaciedad y agotamiento, y vemos que los santos no toman la
determinación de hacer algo. Esto significa que nosotros suprimimos y desechamos la plenitud que
está en nosotros. Somos gente que tienen la fuente, la plenitud, pero vivimos como si no tuviéramos
dicha plenitud.

De Su plenitud recibimos todos, y estamos llenos en Él. Sin embargo, ¿estamos realmente llenos?
¿Por qué son nuestras oraciones tan débiles? ¿Por qué somos tan pobres cuando nos ponemos en pie
para hablar la palabra? ¿Por qué estamos tan vacíos cuando tenemos comunión con los demás? ¿Por
qué no tenemos nada que suministrar a otros cuando los visitamos? Esto muestra que hay problemas
y dificultades dentro de nosotros; en nuestro interior hay cosas que nos atan y nos estorban. Esta
condición es anormal.

En mi cuarto viaje a Manila para dar una conferencia allí, me hospedé en el hogar de una hermana
anciana. Una noche, después de la reunión, mientras tomábamos un refrigerio en la sala, le dije:
“Esta merienda está muy completa y abundante”. Ella respondió, diciendo: “Tiene razón; es muy
completa. Sus mensajes esta vez también han sido muy ricos; no son una repetición de mensajes
anteriores. Yo pensé que en esta conferencia usted no tendría nada más que decir”. Al escuchar
esto, puse la taza sobre la mesa, y mirándola a los ojos, le dije: “¿Cree usted que hay tan poco en mí
que sólo puedo derramar tres tazas de agua? ¡No! ¿No se hadado usted cuenta de que la plenitud
está en mí y también en usted?”. De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia. Ni siquiera
trescientas conferencias podrían agotar Su plenitud. Debemos ver que hemos sido conectados a una
fuente que está dentro de nosotros y que es inconmensurable en la eternidad, es inconmensurable en
el tiempo y también es inconmensurable en el espacio. Esta fuente se llama la plenitud, y se ha
unido a nosotros en nuestro interior.

Un colaborador de Hong Kong me preguntó una vez: “Me parece extraordinario que siempre que
me encuentro con usted, usted siempre está tan fresco. ¿Puede decirme cuál es su secreto?”. El
secreto es que tenemos la fuente dentro de nosotros, y que de Su plenitud recibimos todos. Además
de esto, todos estamos llenos en Él. Si no percibimos la plenitud que está en nosotros, sino que, en
vez de ello, nos sentimos vacíos, viejos, débiles y pobres, debe de haber un problema en nosotros.
Hay algo que nosotros estamos suprimiendo. Ésta es la razón por la cual las personas no pueden ver
el Cuerpo. Pese a que somos cristianos, no se ve la expresión del Cuerpo entre nosotros. Por favor,
recuerden que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

Algunos podrían preguntar: “¿Qué significa la afirmación de que la iglesia es el Cuerpo?”. He


escuchado a las personas orar de esta manera en la reunión de la mesa del Señor: “Oh Señor, somos
Tu Cuerpo, pero nuestras alabanzas son demasiado pobres y débiles”. Esto me hace sentir
incómodo, porque el Cuerpo no es pobre ni débil; si fuese pobre y débil no sería el Cuerpo. ¿Qué es
el Cuerpo? El Cuerpo es la plenitud. En la reunión de la mesa del Señor debemos desbordar de
alabanzas, diciendo: “Oh Señor, este pan nos muestra Tu Cuerpo”. Podemos exclamar: “¡Aleluya!
Estamos aquí como Tu iglesia, como Tu Cuerpo”. Esta alabanza debe brotar en nosotros, fluir y
desbordar de nosotros; debe ser un torrente de gracia sobre gracia. No sería nada agradable que
partiéramos el pan y dijéramos: “Oh Señor, éste es Tu Cuerpo, pero por favor, no mires nuestra
condición tan débil”. Por favor, recuerden que el Cuerpo es la plenitud de Cristo; el desbordamiento
de Cristo en nosotros y entre nosotros es el Cuerpo.

Todos reconocemos que aún estamos en la carne y tenemos nuestras debilidades, pero interiormente
hemos sido conectados a una fuente llamada la plenitud. Esta fuente es también llamada la anchura,
la longitud, la altura y la profundidad; es un poder inconmensurable que opera dentro de nosotros.
Muchas veces cuando nos sentimos tristes, esta fuente nos alienta, y nos levantamos. Muchas veces
cuando no podemos tolerar cierta situación y hemos agotado todos nuestros recursos, esta fuente
nos levanta como si nos hubieran quitado mil kilos de nuestros hombros. Un cristiano que siempre
mantiene una cara triste no parece una persona que tiene la plenitud. Si una persona tiene la
plenitud, la plenitud en su interior ciertamente prevalecerá y cambiará su rostro triste.

Un día un hermano me preguntó: “¿Por qué nunca lo he visto a usted triste?”. Lo miré a los ojos y le
dije: “¿Y por qué debería estar triste?”. Que el Señor me cubra con Su preciosa sangre; no es que yo
no lleve cargas pesadas o no tenga dificultades, pero puedo alabarle y decir que dentro de mí hay
una fuente llamada la plenitud. Siempre que tengo contacto con esta fuente y permito que esta
plenitud me anime tan sólo un poco, todas mis tristezas se van. Esto es Dios que se expresa por
medio del hombre; ésta es la plenitud de Cristo, el Cuerpo de Cristo.

DEBEMOS MANIFESTAR LA MEDIDA DE LA ESTATURA


DE LA PLENITUD DE CRISTO

Es preciso que veamos un principio fundamental: todos los creyentes han sido conectados
interiormente a una fuente, que es llamada la plenitud. En condiciones normales, esta plenitud debe
fluir siempre. Hoy en día este fluir se ha detenido en muchos de nosotros; y esta fuente parece estar
bloqueada. Por lo tanto, parece que hubiese iglesia pero no el Cuerpo. Por esta razón, no nos
sentimos capaces de decir que la iglesia es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en
todo. Somos la iglesia, pero no tenemos la plenitud. El Cuerpo no puede ser expresado porque no
tenemos la plenitud.

Necesitamos que nos sea concedida misericordia para ver que la plenitud debe brotar de nosotros.
Cuando esta plenitud se manifiesta, el Cuerpo también se manifiesta. Juan 1:16 dice que de Su
plenitud recibimos todos, y Colosenses 2:10 dice que estamos llenos en Él. Sin embargo, Efesios
4:12-13 dice que únicamente por medio de la edificación, la iglesia alcanzará la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo. Mientras no seamos edificados, la estatura de la plenitud de Cristo
no se manifestará; únicamente mediante la edificación, la plenitud que está en nosotros podrá
edificarse y manifestarse.

La palabra medida en la expresión la medida de la estatura, que aparece en Efesios 4:13, significa
“dimensión, medida”. Así que la medida de la estatura es algo muy concreto, algo que tiene una
forma, una medida y una dimensión definidas. En Juan 1 nosotros simplemente hemos recibido de
esta plenitud. En Colosenses 2 nosotros estamos llenos, hemos obtenido esta plenitud. Sin embargo,
esta plenitud aún no ha crecido en nosotros; no ha alcanzado la medida de la estatura ni tiene
todavía una figura ni una forma definida. Es únicamente después de la continua obra de edificación
que la estatura aumenta constantemente al grado de tener una forma definida. De esta manera, la
edificación continúa al grado en que la plenitud de Cristo alcanza la medida de la estatura en un
grupo de personas. A esto se le llama la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Cuando observamos nuestra situación, nos damos cuenta de que no manifestamos la plenitud y que
no hemos alcanzado la medida de la estatura. Por ejemplo, únicamente podemos decir que un nuevo
creyente que ha sido bendecido por el Señor, se ha unido al Señor interiormente. Esto se debe a que
percibimos que la medida en dicho creyente no tiene forma ni figura, sino que más bien es algo
vago e indefinido. No sería correcto decir que el Señor no está en él; no obstante, el Señor en él
prácticamente aún no ha adquirido ninguna forma. Sin embargo, cuando conocemos a un hermano
que es bastante profundo en el Señor y ha sido edificado por el Señor en una buena medida, no sólo
sentimos que el Señor está en él, sino que también nos parecerá que vemos en él algo concreto que
tiene una medida definida. Hay algo en él que podemos llamar la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo. Por supuesto, esta medida de la estatura difiere de una persona a otra. En un
creyente podemos ver cierta medida, mientras que en otro creyente podemos ver una medida aun
mayor.

Esto no es un asunto individual, sino algo relacionado con un grupo de personas. No obstante, por
lo general podemos conocer la condición de un grupo, fijándonos simplemente en una de las
personas del grupo. Esto suele ser el caso con respecto a una localidad, a una iglesia. Por ejemplo,
los hermanos y hermanas de una localidad pueden ser muy fervientes, frescos y vivientes; sin
embargo, es posible que el Cristo entre ellos, o la plenitud de Cristo entre ellos, no sea algo muy
concreto. Es posible que la plenitud no haya sido formada y que no se manifieste mucho la medida.
Después, podemos ir a otra localidad donde no sólo percibimos la frescura y vitalidad en los santos,
sino también algo que tiene una medida y una estatura, algo concreto entre ellos. Tal vez dicha
medida no sea muy grande ni elevada, pero de todos modos, en un pequeño grado posee una forma
y una medida. Esto sería la iglesia, que expresa la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Una vez que la iglesia adquiere una medida, la iglesia tiene una expresión. Para ser la iglesia se
requiere tener cierta medida. Debemos pedirle al Señor que nos hable claramente, que nos toque
profundamente según nuestra condición, y nos ilumine para que todos podamos ver el Cuerpo de
Cristo.

CAPÍTULO OCHO

EL PRINCIPIO DEL EDIFICIO DE DIOS

Lectura bíblica: Jn. 14:2; Mt. 16:18, 24

SIN LA OBRA DE EDIFICACIÓN


DE DIOS NO HABRÍA IGLESIA

Lo primordial en cuanto a la iglesia es la edificación; ya que sin la obra de edificación de Dios, no


habría iglesia. Por un lado, la iglesia es producida por la regeneración; por otro lado, la Biblia
claramente revela que la iglesia es producida al ser edificada. La Biblia raramente usa la expresión
engendrar la iglesia, pero muchos pasajes nos habla de la edificación de la iglesia. Dios no sólo
emplea mucho tiempo y esfuerzo en la edificación de la iglesia, sino que también nos habla mucho
de cómo Él edifica la iglesia.
EL ÉNFASIS PRIMORDIAL DE LA EDIFICACIÓN
ES LA OBRA DEMOLEDORA
QUE DIOS REALIZA EN NOSOTROS

A fin de que Dios pueda edificar Su iglesia en nosotros, primero tiene que realizar una obra de
demolición en nosotros. Esto está completamente relacionado con la demolición de la vieja
creación. Todo lo que no pertenece a Cristo ni a Dios debe ser demolido, esto es, todo lo que no
concuerda con Dios, todo lo que no puede mezclarse con Cristo y todo aquello en nosotros que
usurpa, ocupa y reemplaza el lugar que le corresponde a Cristo. Dios tiene que derribar todas estas
cosas. Además de esto, todo lo que concuerda con Dios y puede mezclarse con Cristo también debe
ser demolido. En otras palabras, Dios tiene que derribar todo lo natural en nosotros, sea bueno o
malo, y sea que concuerde o no con Dios.

LA MUERTE DEL SEÑOR DEMOLIÓ


LA HUMANIDAD DE LA CUAL ÉL SE HABÍA VESTIDO

Una persona que conoce a Dios verá que todas las cosas utilizadas en la edificación tienen que ser
demolidas; incluso la humanidad con la cual el Señor Jesús se vistió en la encarnación tenía que ser
demolida. El hecho de que el Señor entrara en la muerte significa que la humanidad de la cual se
había vestido, fue demolida. Incluso la humanidad de la cual nuestro Señor se vistió, una
humanidad sin pecado, fue introducida en la muerte y tuvo que pasar por la muerte. El Señor no
sólo se encarnó, sino que también murió y resucitó. En Su encarnación Él se vistió de la naturaleza
humana, y en Su muerte dicha naturaleza humana fue completamente demolida. Todo aquello de lo
cual el Señor se vistió en la encarnación fue introducido en la muerte y fue completamente
demolido. Todos sabemos que la muerte es una obra demoledora en el sentido más enfático, pues
todo lo que muere se reduce a nada. El hecho de que el Señor entrara en la muerte dio por resultado
que Su humanidad fuera demolida.

Al leer los pasajes relacionados con la crucifixión del Señor Jesús en Salmos 22, Isaías 53, Mateo
27 y Juan 19, podemos ver que cuando el Encarnado murió en la cruz, todo aquello de lo cual se
había vestido fue completamente demolido. En la cruz vemos a un hombre en el momento de Su
muerte. No ha habido ningún otro hombre cuyas circunstancias al morir fueran más severas que las
del Señor Jesús. Hebreos 2:9 dice que cuando Él murió, gustó la muerte por todas las cosas. Cuando
un hombre muere, simplemente muere, pero cuando nuestro Señor murió en la cruz, el proceso por
el cual pasó fue un proceso muy completo. En la cruz la muerte hizo todo lo que podía hacerle a un
hombre. Es posible que la muerte no haya operado de esta manera en algunas personas, pero la
muerte agotó todo, le hizo todo lo que podía hacerle al Señor Jesús. Así pues, la humanidad de la
cual nuestro Señor se vistió, fue ciertamente demolida por la muerte.

EL PRINCIPIO DE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN


CONSISTE EN INTRODUCIR AL HOMBRE EN DIOS

Sin embargo, nuestro Señor no permaneció en la muerte. Él murió y resucitó. La resurrección del
Señor introdujo en Dios todo lo que la muerte había demolido. Todos los que conocen la redención
de Dios, saben que la obra más grande del Señor se llevó a cabo en dos pasos. El primer paso fue Su
encarnación; es decir, Dios entró en la humanidad. En la encarnación del Señor la divinidad se
vistió de la humanidad. En palabras sencillas, Dios entró en el hombre, Dios se mezcló con el
hombre. Sin embargo, si sólo tuviésemos el paso de la encarnación, veríamos el hecho de que Dios
entró en el hombre, pero no veríamos que el hombre entró en Dios. Si sólo tuviésemos la
encarnación, veríamos a Dios mezclado con el hombre, mas no al hombre mezclado con Dios.

Debemos tener claro que una cosa es que Dios entre en el hombre, y otra muy distinta, que el
hombre entre en Dios. Aunque éstos son dos aspectos de una misma cosa, con todo, son distintos.
La mezcla de Dios con el hombre es diferente a la mezcla del hombre con Dios. Por ejemplo, yo
amo al hermano Huang; sin embargo, también quiero que él me ame. Si yo lo amo a él como
hermano, pero él no me ama, hay un problema. Por consiguiente, éstos son dos asuntos muy
diferentes. La encarnación introdujo a Dios en el hombre. No obstante, si la obra de Dios se hubiese
detenido con la encarnación, Dios habría entrado en el hombre, pero el hombre no habría podido
entrar en Dios. Es por ello que el Señor Jesús tenía que pasar por la experiencia de la muerte y la
resurrección.

El principio de la muerte y la resurrección consiste en introducir al hombre en Dios. Nuestro Señor


fue encarnado para que la divinidad pudiese entrar en la humanidad. Luego, por medio de Su
muerte y Su resurrección, Él introdujo la humanidad en la divinidad. En Su encarnación, y antes de
la resurrección, nosotros podríamos señalarlo y decir que había un hombre en la tierra que tenía la
divinidad en Su interior. Pero después de Su resurrección y ascensión a los cielos, nosotros ahora
podemos apuntar hacia Él y decir que hay una persona en el cielo que posee humanidad en Su
interior; en otras palabras, que la humanidad ha entrado en Dios. Por medio de Su encarnación, el
hombre en la tierra podía poseer la divinidad dentro de él; y por medio de Su muerte y resurrección,
el Dios que está en los cielos ahora posee humanidad dentro de Él. Por medio de la encarnación, el
Señor Jesús trajo a Dios a la tierra; y por medio de Su resurrección, Él llevó al hombre a los cielos.

Antes de que el Señor Jesús se encarnara, Dios no podía ser hallado en el hombre en la tierra; y
antes de que el Señor Jesús muriera y resucitara, el hombre no podía ser hallado en Dios en el cielo.
Pero el Señor se encarnó, y también murió y resucitó. Su encarnación trajo a Dios a la tierra, e
introdujo a Dios en el hombre; y Su muerte y resurrección llevó al hombre al cielo y lo introdujo en
Dios. Ahora podemos decir que el hombre que está en la tierra posee a Dios en su interior, y que el
Dios que está en el cielo posee al hombre en Su interior. La encarnación del Señor Jesús introdujo a
Dios en el hombre, e hizo que Dios se mezclara con el hombre; y la resurrección del Señor Jesús de
entre los muertos introdujo al hombre en Dios, logrando que el hombre se mezclara con Dios. Así
pues, tenemos dos principios básicos. A fin de que Dios pudiera entrar en el hombre, era necesaria
la encarnación, y a fin de que el hombre pudiera entrar en Dios, era necesaria la muerte y la
resurrección. Éstos son dos principios básicos.

LA EDIFICACIÓN DE DIOS
SE BASA EN
SU DEMOLICIÓN

A fin de que Dios pudiera entrar en el hombre, era necesaria la encarnación; y a fin de que el
hombre pudiera entrar en Dios, era necesario el proceso de la muerte y la resurrección. Éste es el
principio del edificio de Dios. Para poder edificar la iglesia, Dios tiene que realizar una obra
demoledora en nosotros. Esta obra incluye la muerte. Abraham creyó que Dios es Aquel que llama
las cosas que no son como existentes, y también creyó que Dios es Aquel que da vida a los muertos
(Ro. 4:17). Éste es el Dios en quien Abraham creyó. Llamar las cosas que no son como existentes
alude a la creación; y dar vida a los muertos alude a la redención y a la edificación. Dios es un Dios
creador, Aquel que llama las cosas que no son como existentes; y también es un Dios redentor y
edificador, Aquel que da vida a los muertos.
LA OBRA DE CREACIÓN DE DIOS
ES PARA LA OBRA DE EDIFICACIÓN

La obra que Dios realiza en el universo se lleva a cabo en dos pasos, o podemos decir que Dios
lleva a cabo dos clases de obra. Una clase de obra es la obra de la creación, y la otra es la obra de la
redención, que es también la obra de la edificación. En el universo Dios únicamente lleva a cabo
dos clases de obra, a saber: la creación y la edificación. La obra de edificación se conoce
comúnmente como la obra de redención. Sin embargo, no es acertado hablar de ella simplemente
como una obra de redención. A menudo consideramos la obra de edificación de Dios como parte de
Su obra redentora; y es por eso que enfatizamos la redención, pero no prestamos atención a la
edificación. Sin embargo, aun si el hombre no hubiera caído y, por ende, no se necesitara la
redención, Dios aún habría llevado a cabo Su obra de edificación. La creación de Dios tenía como
fin la edificación. Incluso si el hombre que Dios creó no hubiera caído y no hubiera necesitado ser
redimido, aun así, Dios habría necesitado la edificación.

La obra de edificación de Dios es un tema muy especial. Dios creó a Adán y edificó a una mujer,
Eva. Podemos afirmar que Dios creó a ambos, varón y hembra. Sin embargo, no muchos de
nosotros podemos discernir la diferencia entre la creación que hizo Dios de Adán y la creación de
Eva. En el caso de Adán, Dios llamó las cosas que no son como existentes, pero en el caso de Eva,
Dios dio vida a los muertos. Aunque Dios creó a ambos, varón y hembra, la creación del varón
consistió en llamar las cosas que no son como existentes, mientras que la creación de la mujer
consistió en dar vida a los muertos. Cuando Dios creó al varón, el varón no existía, así que Dios lo
creó llamando al hombre para que fuese; pero cuando creó a la mujer, puesto que el hombre ya
existía, Dios introdujo al hombre en la muerte, y por medio de la muerte y resurrección, edificó a
una mujer. El sueño que Dios hizo caer sobre Adán fue su muerte. Además, su costado fue abierto,
y una de sus costillas fue sacada. Todos los biólogos están de acuerdo en que si un miembro se
separa del cuerpo, dicho miembro se muere. Así que, la resurrección que vino después de la muerte
fue la que produjo a Eva.

Por consiguiente, hay una diferencia entre el hecho de que Eva fuera edificada y el hecho de que
Adán fuera creado. El hecho de que Dios creara a Adán puede considerarse simplemente como un
acto de creación, mientras que el hecho de que edificara a Eva no fue simplemente un acto de
creación, sino que más bien una obra de edificación en la cual Dios usó el material que ya había
creado. Adán fue el material creado. Fue con este material que Él dio un paso adicional para hacer
una obra de edificación a fin de edificar a Eva. Sin embargo, aquello fue solamente una sombra de
la obra de edificación.

Cuando Dios creó a la humanidad, aquello fue Su obra de creación. Sin embargo, después de
redimirnos, toda obra que Dios lleve a cabo en nosotros está relacionada con la edificación.
Después de redimirnos, Dios continuamente opera en nosotros. Esta obra es una obra de
edificación. ¿Qué clase de obra está realizando Dios en esta era? Dios está realizando la obra de
edificación. En Génesis 2 Dios realizó la obra de creación, que consistió en preparar el material. Sin
embargo, en el capítulo 3 el material se corrompió. Así que, a partir de este punto, la obra de Dios
estaba relacionada con la redención. Cuando el Señor Jesús fue a la cruz y efectuó la obra de
redención, Dios recobró el material; no obstante, la obra de Dios no se detuvo allí, pues después de
efectuar la obra de redención por medio de la cruz, Dios ha venido llevando a cabo una obra de
edificación.

La obra de edificación empezó en Mateo 16. Una vez que la redención fue efectuada en la cruz,
empezó la obra de edificación. Después de la muerte y la resurrección del Señor, Dios únicamente
ha estado haciendo una obra de edificación. Él está edificando la iglesia, el Cuerpo, una morada. El
resultado de la edificación es que se produzca una ciudad, la Nueva Jerusalén. Así pues, vemos que
después de la creación viene la redención, y que después de la redención, viene la edificación. Sin
embargo, los cristianos siempre consideran que la edificación está incluida en la redención; es por
ello que las personas únicamente prestan atención a la redención y pasan por alto la edificación.

Hablemos de la redención y de la edificación por separado. Todos fuimos creados por Dios, pero
además, todos nos hallábamos perdidos, y después fuimos redimidos por Dios. La redención de
Dios nos recobra a nosotros, los materiales perdidos. Sin embargo, la obra de Dios no se detuvo con
la redención, pues después de redimir al hombre y de recobrarlo, Él empezó Su obra de edificación
en el hombre. Nunca debemos imaginarnos que Dios está edificando una mansión celestial; no
existe tal cosa. En Juan 14:2 el Señor dijo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. ¿Qué lugar
fue a preparar? Desde que surgió la Asamblea de los Hermanos, todas sus enseñanzas han sido
objetivas. Se les ha enseñado a las personas que el Señor Jesús fue a preparar una mansión celestial,
a preparar muchas pequeñas habitaciones en la mansión celestial, y que una vez que la mansión
termine de construirse, Él vendrá para llevarnos a dicha mansión. Es como si el propósito de la
segunda venida del Señor fuese llevarnos a las pequeñas habitaciones. En realidad, nosotros somos
las muchas habitaciones que el Señor está preparando; Él no necesita venir a llevarnos a esas
habitaciones. Si recibimos luz y revelación, veremos que el pensamiento hallado en Juan 14 es que
la ida del Señor equivalía a Su venida, es decir, que al irse, Él estaba viniendo. De manera que el
“lugar” mencionado en Juan 14:2, la “morada” mencionada en Efesios 2:22, la “casa espiritual” de
1 Pedro 2:5, la “ciudad que tiene fundamentos” mencionada en Hebreos 11:10 y la futura “Nueva
Jerusalén” descrita en Apocalipsis 21:2, todas ellas se refieren a la única obra de edificación que
Dios lleva a cabo.

Dios no está edificando un templo santo sobre la tierra y al mismo tiempo una ciudad santa en los
cielos. Dios jamás tenía la intención de edificar una iglesia sobre la tierra y una mansión en los
cielos, y luego un día cambiar de domicilio y mudar todo lo de la tierra a los cielos. Dios no tiene la
intención de hacer esto; en la Biblia no hallamos semejante pensamiento. La edificación
mencionada en estos pasajes de las Escrituras se refiere a un solo edificio. Por lo tanto, el lugar que
el Señor fue a preparar en Juan 14 es la iglesia hoy. El comienzo del capítulo 14 puede darnos la
impresión de que el Señor está preparando una morada en el cielo, pero en la mitad de este capítulo
y también al final del mismo capítulo, nos deja claro que la morada se refiere a un grupo de
personas que son edificadas por el Señor. El Señor dijo que Él vendría después de que se hubiera
ido. ¿Cómo viene Él? Viene como el Espíritu Santo y mora en nosotros. El Señor y el Padre vienen
para hacer una morada con nosotros mediante el Espíritu Santo, quien trabaja en nuestro ser para
hacernos la morada del Dios Triuno.

En breve, la Biblia nos muestra que Dios tiene una sola obra en el universo. Después de la creación,
Él efectuó la redención; y después de la redención, Él continúa llevando a cabo una sola obra, la
obra de edificación. Mateo 16 nos habla de esta edificación, y Juan 14 también nos habla de dicha
edificación; sin embargo, estas palabras sólo tenían que ver con la preparación del edificio, pues
éste aún no existía. Hebreos 11 se relaciona con la preparación del edificio, y Efesios 2 y 4, 1 Pedro
2 y 1 Corintios 3 también nos hablan de este edificio. Cuando este edificio se haya terminado
completamente, aparecerá la Nueva Jerusalén, la cual será la plena consumación del edificio de
Dios.
SIN LA OBRA DEMOLEDORA,
NO PUEDE EXISTIR EL EDIFICIO DE DIOS

Dios no tiene otra obra de edificación ni tampoco tiene otro edificio. La única obra de edificación
de Dios consiste en edificarse a Sí mismo en los creyentes y edificar a los creyentes en Sí mismo;
éste es Su edificio. En otras palabras, la obra de edificación de Dios consiste en hacer que Dios y el
hombre, y el hombre y Dios, sean plenamente edificados como una sola entidad. Es posible que
jamás hayamos tenido el pensamiento de que lo único que Dios desea hacer en nosotros después de
que somos salvos es edificar algo. Algunos pueden haber sido salvos por diez o veinte años, y
nunca haber tenido esta comprensión. Tal vez procuren la espiritualidad y el crecimiento en la vida
divina. Es posible también que hayan aprendido a amar al Señor y se hayan consagrado al Señor,
pero jamás se hayan dado cuenda de que Dios desea edificar algo en ellos. Para ellos todos los
versículos de la Biblia que tratan de la edificación se refieren a la edificación personal. Por ejemplo,
después de escuchar un mensaje sobre la necesidad de ser más calmados, es probable que alguien
que tiene un temperamento impulsivo sienta que ha sido edificado con la exhortación de controlar
su temperamento impulsivo. Probablemente otra persona que está carente de amor escuche un
mensaje sobre el amor. En este mensaje, se citan versículos del Nuevo Testamento que nos hablan
de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y se dan ejemplos de personas del mundo que
exhiben esta característica. Así que, esto tal vez lo motive a arrepentirse con lágrimas y a pedirle al
Señor que lo perdone por no amar a otros, y después de esto, prometa aprender a amar a su prójimo
como a sí mismo. ¿Qué es esto? Esto es lo que involucra la edificación personal.

Otro hermano que con frecuencia discute con su esposa puede asistir a una reunión en la cual se
describe detalladamente cómo debe ser la relación entre esposos y esposas según Efesios 5.
Después de escuchar este mensaje, probablemente sienta que ha sido edificado. Son incontables los
ejemplos que podríamos dar sobre esto. También hay una infinidad de libros que promueven esta
clase de edificación entre los cristianos; casi todos los que los leen se sienten conmovidos y
“edificados”. Sin embargo, necesitamos que Dios abra nuestros ojos y nos muestre que Su obra en
nosotros no consiste en edificarnos de esta manera, sino que más bien en edificarse a Sí mismo en
nosotros y en edificarnos a nosotros en Él. Por lo tanto, Él primero tiene que derribarnos. Nuestro
amor por nuestro cónyuge, nuestro temperamento calmado y el hecho de amar a nuestro prójimo
como a nosotros mismos, tiene que ser demolido. Incluso si fuésemos tan perfectos y tan buenos
como lo fue el Señor Jesús encarnado, con todo, necesitaríamos ser demolidos. Todo aquello que
pertenece a nuestro ser natural, sea bueno o malo, debe experimentar la muerte, puesto que sin la
obra demoledora, no puede existir el edificio de Dios.

Éste es un asunto que reviste mucha seriedad. Según nuestros conceptos humanos y religiosos,
pensamos que después de que somos salvos, necesitamos ser edificados para que aquellos que les
falta amor tengan amor y aquellos que no son mansos sean mansos. Creemos que ésta es una obra
en la cual Dios nos perfecciona, Su obra de edificación; pero no tenemos la menor sospecha de que
esto no es la obra de Dios. La obra de Dios consiste en demolernos. Él derriba no sólo nuestra
irritabilidad, sino también nuestra mansedumbre; no sólo nuestro temperamento impulsivo, sino
también nuestra lentitud; y no sólo nuestra envidia, sino también nuestro amor. Ésta es la diferencia
entre la edificación personal y la obra de edificación de Dios; la obra de edificación requiere la obra
de demolición. Sin la obra de demolición, Dios no puede ser edificado en nosotros, y asimismo sin
la obra de demolición, nosotros no podemos ser edificados en Dios. La obra de mezclar concreto
consiste en mezclar arena fina, cemento y gravilla, en mezclar todos estos diferentes elementos,
para que el edificio pueda terminarse. Aunque esto no es un ejemplo perfecto, al menos nos da una
idea.
Todos los mensajes en los que se exhorta a las personas a amar a otros, a ser mansas, a ser
espirituales y a procurar el crecimiento en la vida divina, pero no se les muestra que después que
Dios redime al hombre, Él lleva a cabo una obra de edificación en la cual derriba al hombre para
edificarse a Sí mismo en el hombre y para edificar al hombre en Sí mismo, son mensajes vanos que
carecen de peso espiritual. Tales mensajes no corresponden a la revelación central hallada en la
Biblia. La Biblia nos muestra que después de que Dios nos salva, Él prosigue a realizar la obra de
derribarnos. Independientemente de si somos personas buenas o malas, Él tiene que realizar una
obra de demolición en nosotros. Dios no puede edificarse a Sí mismo en una persona que no ha sido
derribada; ni tampoco puede edificar en Sí mismo a nadie que no haya sido demolido. Es por esta
razón que Dios en Su Palabra menciona repetidas veces el tema de la edificación.

En cada pasaje de las Escrituras que trata sobre la edificación, podemos ver en el contexto o en el
texto mismo el tema de la obra de demolición. En Mateo 16:18, cuando el Señor habló de la
edificación por primera vez, le dijo a Pedro: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. Luego,
inmediatamente después, en el versículo 21, el Señor dijo que Él necesitaba ir a Jerusalén y morir. Ir
a Jerusalén para morir es algo relacionado con la obra de demolición. Pedro entonces reprendiendo
al Señor, le dijo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!” (v. 22).
Pero el Señor, volviéndose a Pedro, le dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” (v. 23). Todo lo
que estorbe, rechace y niegue la obra demoledora de Dios no es otra cosa que la obra de Satanás. El
Señor dijo además: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame” (v. 24). ¿Qué es esto? Esto es también la obra de moledora. Negar el yo y tomar la cruz
corresponde a la obra demoledora.

Si leemos todos los versículos que hablan sobre la edificación, encontraremos que en cada uno de
ellos el Señor también habla de la obra demoledora. Supongamos que un hermano está enfermo y
necesita que le pongan una inyección. ¿Cómo le pueden inyectar la medicina? A fin de que la aguja
pueda penetrar, tienen que perforar su cuerpo. Otro ejemplo es el de la vacuna antivariólica, la cual
requiere al menos dos cortes en la piel. Esto muestra que sin la obra demoledora no puede llevarse a
cabo la edificación.

La cruz es la aguja, y Cristo es la medicina que está en la aguja. Si la cruz no está presente para
demolernos, Cristo como la medicina no podrá ser inyectado en nosotros. La función del ministerio
de la palabra no es convencer a un esposo que no ama a su esposa a que la ame, ni convencer a
alguien que no ama a los demás a que los ame. El ministerio de la palabra es una aguja que aplica a
las personas una “inyección”, ya sea que ellos amen a sus esposas, sean mansos o sean irascibles.
No nos interesa qué clase de personas seamos; lo único que nos interesa es inyectar a Cristo en las
personas. En esto consiste la obra de edificación. Ésta es la obra que Dios está realizando hoy. Bien
sea en nuestra familia, en nuestra profesión o en nuestras circunstancias, Dios está laborando de
muchas maneras, no para mejorarnos ni para “edificarnos” para que nos sintamos bien, sino para
quebrantarnos, a fin de podernos edificar.

Muchos hermanos y hermanas esperan que cada una de sus circunstancias sea apropiada, que sus
hijos sean personas apropiadas, que su familia sea apropiada, que su profesión sea apropiada y que
ellos mismos sean personas apropiadas en palabra y conducta. Ésta es la razón por la cual a menudo
ellos oran y asisten a las reuniones, con la expectativa de ser edificados y alcanzar la perfección.
Ellos esperan completar rápidamente lo que les falta y suplir rápidamente sus carencias. Sin
embargo, todos debemos reconocer que cuanto más tratamos de perfeccionarnos a nosotros mismos,
más imperfectos somos, y que cuando más tratamos de ser personas apropiadas, más inadecuados
somos. Anteriormente, raras veces nos enojábamos, pero ahora parece que nos enojamos con más
frecuencia. Es como si todo lo que nos sucede nos hace ser personas inadecuadas. Interiormente,
deseamos amar al Señor, pero no podemos; deseamos seguirlo diligentemente, pero no podemos.
Finalmente, acabamos por desanimarnos. Tal vez nos desanimemos, pero el Señor no se desanima.
Él nunca se desanima. En nuestra “conducta pobre” Dios nos ha “perforado” para “inyectarnos”. En
esto consiste la obra demoledora, la cual es necesaria para la edificación de Dios. Ésta es la obra
que Dios desea realizar.

En el momento de ser salvos, algunos hermanos y hermanas experimentaban cierta frescura y


ciertamente estaban dispuestos a consagrarse, pero después de tres o cinco años ya no parecen tener
tal frescura. Se ven desanimados y en cierta medida interiormente desilusionados, aunque de ningún
modo quieren regresar atrás. Si examinamos cuidadosamente esta situación, descubriremos que a
pesar de sus esfuerzos, ellos no pudieron ser perfeccionados después que fueron salvos. Después de
consagrarse, ellos no pudieron realizar una obra que fuera buena y decente; al contrario, su obra fue
un fracaso en el cual ellos se sintieron totalmente avergonzados de sí mismos. Por esta razón, no
tenían la misma frescura y vitalidad que tenían cuando se consagraron después de salvos. Sin
embargo, debemos inclinar nuestras cabezas y adorar a Dios porque estos hermanos, que han
perdido su frescura y vitalidad, tienen un poco más del elemento de Cristo en su interior. Ésta es la
historia de muchos santos. Algunos santos viven una situación caótica en sus familias que les causa
desánimo al grado de sentirse incapaces de levantarse. Sin embargo, ellos han sido abiertos, y
dentro de ellos el elemento de Cristo ha aumentado.

Nuestro Dios es un Dios que crea y un Dios que derriba, que destruye. Él es un Dios implacable; Él
desmenuzará y hará añicos todo lo que ha creado. Quizás alguno dijera que esto es lamentable, pero
sin esta obra de desmenuzamiento, de quebrantamiento, no puede producirse el edificio. Sin la obra
demoledora, Dios no puede edificarse en el hombre, y sin la obra demoledora, el hombre no puede
ser edificado en Dios. Incluso después de Su encarnación, el Hijo de Dios aún necesitaba pasar por
la destrucción de la muerte a fin de entrar en la resurrección. Lo que está en muerte no es nada
glorioso, pero lo que está en resurrección es glorioso. Lo que está en muerte es algo que está en el
hombre, pero lo que se halla en resurrección es algo que ha ingresado en Dios. Asimismo, lo que
está en muerte es limitado, pero lo que está en resurrección es ilimitado.

Después que ha operado la obra demoledora, se produce un maravilloso edificio. Este edificio
pertenece a la resurrección, y es espiritual, celestial, glorioso y eterno. En este edificio Dios ha
entrado en el hombre, y el hombre ha entrado en Dios. Allí vemos que Dios y el hombre, y el
hombre y Dios verdaderamente se han mezclado y han llegado a ser uno; Dios está en el hombre y
el hombre está en Dios. Esto es algo misterioso en lo cual vemos tanto a Dios como al hombre: Dios
está mezclado con el hombre, y el hombre está mezclado con Dios.

Todos hemos conocido a personas que aman al Señor y tienen cónyuges buenos que el Señor les ha
preparado. Sin embargo, si leemos la historia de la iglesia y las biografías de muchas personas
espirituales, descubriremos que los cónyuges de muchos que fueron útiles en las manos del Señor
les causaban problemas y eran como una “jeringa” en las manos del Señor. Un hermano puede tener
una esposa que el Señor haya preparado para que le ponga una inyección cada día. Sea que le diera
una dosis grande o pequeña, siempre le aplicaba una inyección cada día. Tal vez le aplique una
inyección por la mañana, otra por la tarde, y una más por la noche. Mientras experimenta esto, él
puede sentir que es muy incómodo y doloroso; que la condición de su familia no es ni hermosa ni
apropiada. Sin embargo, esto es sólo un proceso, pues después de cierto tiempo, una persona cuyo
ser está abierto, poseerá más del elemento de Dios, y el elemento de Cristo habrá aumentado en su
ser. Cuando la veamos, percibiremos que ha sido demolido y que le han aplicado muchas
inyecciones. Como consecuencia, poseerá la fragancia de Dios, la fragancia de Cristo y la presencia
de Cristo. Al tener contacto con ella, tendremos contacto con alguien que ha sido quebrantado, no
con alguien que aún está entero; dicha persona es alguien en quien uno puede percibir la fragancia
de Cristo. Esto es la edificación de Dios. Es aquí donde podemos ver el Cuerpo. Es únicamente en
el Cuerpo que el hombre deja de ser individualista.

CAPÍTULO NUEVE

EL CONTENIDO DE LA PLENITUD
SEGÚN SE REVELA EN LOS ESCRITOS DE JUAN:
LA VIDA, LA RESURRECCIÓN,
LA LUZ Y EL CAMINO

Lectura bíblica: Jn. 1:16, 14; 11:25; 8:12; 14:6

LA IGLESIA ES
LA EXPRESIÓN DE CRISTO

Efesios 1:23 nos dice que la iglesia es la plenitud de Cristo, y Colosenses 2:9 dice: “En Él habita
corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Todo lo que pertenece a Dios está en Cristo, y todo lo
que pertenece a Cristo está en la iglesia; por lo tanto, la iglesia es un asunto extremadamente
importante. Todo lo que se encuentra en la Deidad se expresa por medio de Cristo, y todo lo que
está en Cristo se expresa por medio de la iglesia. Así como todo lo que le pertenece a Dios está en
Cristo, todo lo que le pertenece a Cristo está en la iglesia; y así como Cristo expresa a Dios, la
iglesia expresa a Cristo. Por consiguiente, todo lo que no es Dios no es Cristo, y todo lo que no es
Cristo no es la iglesia.

LA IGLESIA ES
LA PLENITUD DE CRISTO

¿Quién es Cristo? Cristo es Dios expresado en el hombre. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es Cristo
expresado en el hombre. Dios expresado desde el interior del hombre es Cristo, y Cristo expresado
desde el interior del hombre es la iglesia. Por lo tanto, la iglesia es algo muy especial. Sin embargo,
eso no significa que el cristianismo sea la iglesia. A los ojos de Dios, la iglesia es la plenitud de
Cristo. La iglesia es únicamente el Cristo que se manifiesta desde el interior del hombre en el vivir
de éste. Todo lo que difiera de esto no es la iglesia, aun cuando la diferencia sea mínima. La iglesia
es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Cristo.

LA GRACIA Y LA REALIDAD
ESTÁN RELACIONADAS
CON LA PLENITUD

¿Cuáles son los elementos que constituyen el contenido de la plenitud? El Evangelio de Juan es el
primer libro en la Biblia que habla de la plenitud. Según un principio básico en la Biblia, la primera
vez que un asunto se menciona en las Escrituras establece la definición y el principio de dicho
asunto. La primera vez que la Biblia nos habla de la plenitud que está en Cristo ocurre en Juan 1:1-
18, que es una introducción al Evangelio de Juan y nos da acceso a todo el libro.

El Evangelio de Juan empieza diciendo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y
el Verbo era Dios” (1:1). El Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, y al decirnos que
el Verbo se hizo carne, la Biblia dice que este Verbo estaba “lleno de gracia y de realidad” (v. 14).
Esto nos muestra que la gracia y la realidad constituyen el contenido de la plenitud. El versículo 16
añade: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Esto nos muestra que la
plenitud y la gracia están relacionadas. El versículo 17 continúa diciendo: “La ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Esto nos muestra
una vez más que la gracia y la realidad están relacionadas con la plenitud. Basándonos en este
capítulo debemos reconocer que los elementos que constituyen el contenido de la plenitud son la
gracia y la realidad.

¿Qué son la gracia y la realidad? Aparentemente parecen ser dos cosas diferentes. En Juan 14:6 el
Señor Jesús dijo que Él era “el camino, y la realidad, y la vida”; no dijo que era la gracia. No
podemos encontrar ningún pasaje de la Biblia que nos diga explícitamente que el Señor Jesús es la
gracia, pero sí encontramos algunas porciones que nos dicen que Él es la realidad. Juan 1 menciona
juntos la gracia y la realidad, lo cual nos permite ver que la gracia y la realidad no son dos cosas
diferentes, sino que en realidad son una misma cosa. La gracia es Dios quien se da al hombre para
que éste le disfrute. Cuando Dios se da a nosotros, esto es gracia. Cualquier cosa que Dios nos dé
aparte de Sí mismo no podemos llamarlo gracia; es únicamente cuando Él se da a Sí mismo a
nosotros que podemos hablar de la gracia.

Cada vez que la Biblia nos habla de la gracia, se refiere a Dios, a la vida de Dios o a asuntos
relacionados con la vida y la redención. La gracia es un término muy específico en la Biblia, aun
cuando nosotros lo usamos muy libremente. Algunos dicen que el nacimiento de un hijo, o el hecho
de comprar una buena casa es gracia. Tal vez esto sea la bondad de Dios para con nosotros, pero por
favor, recuerden que la Biblia jamás usa la palabra gracia al hablar de cosas como éstas. La Biblia
las llama bendiciones o beneficios de Dios, pero nunca utiliza la palabra gracia para referirse a tales
bendiciones o beneficios. Tal parece que la Biblia deliberadamente a apartado la palabra gracia
para referirse a Dios y a la vida de Dios. En particular, Juan 1 nos presenta que la venida de la
gracia era Dios mismo que venía para que el hombre lo recibiera (vs. 14, 17). En el principio era el
Verbo, el Verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, y por medio de
Él vino la gracia. Debemos comprender, por tanto, que la gracia es Dios mismo para ser recibido
por el hombre.

La gracia es Dios mismo, y la realidad también es Dios mismo. La gracia consiste en ganar a Dios,
mientras que la realidad consiste en que hemos visto a Dios. Aparte de Dios, todo lo que vemos y
tocamos es vano, falso e irreal; únicamente esta Persona, Dios, es real. En otras palabras, el
Evangelio de Juan nos revela a Dios, lo cual es la realidad; y también nos da a Dios, lo cual es
gracia. Los capítulos del 1 al 21 del Evangelio de Juan hablan de los aspectos de Dios como
realidad y como gracia. El que se encarnó y expresó a Dios ante los hombres; esto es realidad. Y
por medio de Su muerte y resurrección Él impartió a Dios en el hombre para que el hombre pudiera
recibir a Dios; esto es gracia.

El Evangelio de Juan también nos habla de la vida. En Juan 3:15 dice: “Todo aquel que en Él cree,
tenga vida eterna”. El versículo 36 dice: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. Sin la luz de
Dios es muy poco lo que podemos ver. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo nos ilumina, vemos
que el Evangelio de Juan revela que el Verbo, quien se hizo carne, nos dio a conocer al Dios
invisible; sólo Él ha dado a conocer a Dios. Dios se expresó por medio del Señor Jesús, y este Dios
expresado es llamado realidad. Cuando las personas tuvieron contacto con Él, tocaron la realidad.

Al expresar a Dios, Jesucristo hizo posible que las personas vieran a Dios; más aún, Él hizo posible
que las personas recibieran a Dios. El Dios que se nos manifiesta es la realidad, y el Dios que
recibimos es la gracia. Esto es lo que nos muestra el Evangelio de Juan. El Evangelio de Juan nos
da vida. Este evangelio dice que en el principio era el Verbo, y que el Verbo estaba con Dios. El
Verbo se hizo carne y expresó a Dios ante los hombres; lo que Él expresó es la realidad. Él también
hizo posible que nosotros recibiéramos al Dios que habíamos visto; el Dios expresado desea entrar
en nosotros para ser nuestra posesión. Una vez que Él entra en nosotros, llega a ser la gracia en
nuestro interior.

Pablo dijo que había trabajado mucho más que todos los demás apóstoles mediante la gracia de
Dios que estaba con él (1 Co. 15:10). Esta gracia no es algo muerto; es el Dios viviente. Este Dios
viviente está con nosotros; de hecho, está dentro de nosotros. Por ello, los saludos y la bendición
que el apóstol escribió al final de Filipenses, declaraban: “La gracia del Señor Jesucristo sea con
vuestro espíritu” (4:23). Puesto que la gracia del Señor Jesucristo está en nuestro espíritu, la gracia
no debe ser algo que está fuera de nosotros, sino más bien algo viviente que está en nuestro interior,
en nuestro espíritu. Esta gracia es Dios que hemos recibido.

La gracia es Dios, y la realidad también es Dios. La plenitud de Dios o la plenitud de Cristo es Dios
mismo. En otras palabras, la plenitud es la gracia y la realidad, y la gracia y la realidad son Dios
mismo; por lo tanto, esta plenitud es Dios mismo. La plenitud del Señor Jesús es Dios mismo, y
también es toda la plenitud de la Deidad. Todo lo que es de Dios está en Cristo y es la plenitud.

EL PRIMER ELEMENTO CONTENIDO EN LA PLENITUD: LA VIDA

¿Cuál es el contenido de la plenitud? En Juan 11:25 el Señor dijo muy claramente que Él es la vida.
Esto indica que el primer elemento que se incluye en la plenitud es la vida. Si tocamos la plenitud,
ciertamente tocaremos la vida. Si no tocamos la vida, entonces no hemos tocado la plenitud. Quizás
alguien preguntara: ¿qué es la vida? La vida es algo viviente. La primera expresión de la vida es que
ella es algo viviente; es decir, todo lo que posea vida tiene que ser algo viviente. Esto no se refiere a
algo animado, sino más bien a algo que tenga vida, que esté vivo y lleno de vigor.

Con respecto a algunos hermanos, su bondad es algo que procede de ellos mismos, pero con
respecto a otros santos, su bondad proviene de Dios. Podemos decir que la bondad de algunos
santos es simplemente un comportamiento adquirido, mientras que la bondad de otros santos es
vida. La diferencia es que la bondad de algunas personas no tiene vigor; es igual a algo que está
muerto, carente del aliento de vida. Pero la bondad de otros está llena de vigor, llena de vida. En
otras palabras, la bondad de unas personas está muerta, mientras que la bondad de otras es viviente.
A menudo tenemos contacto con un grupo de hermanos y hermanas quienes son buenos, pero su
bondad bien podría compararse a un trozo de madera sin vigor. Cuando tocamos su bondad, no
tocamos en ella ningún vigor ni vida. Sin embargo, al leer las Epístolas del Nuevo Testamento,
siempre que prestamos atención a la bondad de los apóstoles, tenemos contacto con la vida.

De la misma manera, en algunos cristianos percibimos la bondad y también la vida. Algunos tienen
una mansedumbre que puede compararse a la mansedumbre de una estatua de piedra; aunque
ciertamente son mansos, la vida no está presente en su mansedumbre. En cambio, algunos poseen
una mansedumbre que intrínsecamente posee vida; cuando observamos esta mansedumbre, tenemos
contacto con la vida. ¿Cómo podemos discernir si la mansedumbre y la bondad de una persona
proceden del yo o de Cristo? Todo lo que proviene del yo carece de vida, mientras que todo lo que
procede de Cristo posee vida. Lo que procede del yo está muerto; pero lo que procede de Cristo está
vivo. Si entendemos este principio, fácilmente reconoceremos estas dos cosas cuando tengamos
contacto con ellas. Por ejemplo, ¿cómo podemos distinguir entre una verdadera flor y una flor
artificial cuando ambas tienen el mismo color y la misma forma? La diferencia estriba en que la una
no tiene vida, mientras que la otra sí.
A veces nos encontramos con un santo que es muy amoroso y diligente, pero lo único que
percibimos es muerte; no recibimos ningún suministro de vida ni percibimos la unción. Cuanto más
nos expresa su amor, más incómodos nos sentimos; cuanta más cortesía nos muestra, más
intranquilos nos sentimos; cuanta más diligencia y bondad nos muestra, más secos nos sentimos
interiormente, sin ninguna unción. Esto se debe a que su amor, cortesía y diligencia carecen de vida;
todo ello procede de él mismo y forma parte de su comportamiento. En otra situación una persona
viene a reprendernos, y nos habla con severidad. Aunque sentimos que nos duele, con todo, la
unción está presente en ello, y podemos contactar a Dios y ser refrescados. En ese momento nos
damos cuenta de que esta reprensión proviene de la vida. Por consiguiente, el primer elemento que
se incluye en la plenitud es la vida.

Todos sabemos que la iglesia es la plenitud de Cristo, pero ¿cómo podemos saber si una iglesia en
particular posee la plenitud? Si en una localidad percibimos la unción, la frescura y la vitalidad,
debemos percatarnos de que la plenitud, la iglesia, está en dicha localidad. Sin embargo, es posible
tener contacto con un grupo de santos fervientes en una localidad, y no sentir entre ellos la plenitud
ni el desbordamiento de la vida.

Por ejemplo, en una reunión de la mesa del Señor dos o tres hermanos oran tan fuertemente que
todo el mundo puede oírlos, aun sin necesidad de micrófonos; sin embargo, aquellos que disciernen
la vida se darán cuenta de que la vida no está presente en su voz. Aun cuando sus voces resuenen en
la reunión, no logran tocar el espíritu de las personas ni hacer que la unción esté en sus espíritus.
Como consecuencia, aun cuando la voz sea fuerte y clara, muy pocas personas responderán con un
“Amén”, y algunos ni siquiera podrán decir “Amén” porque la oración no posee vida; carece de
algo viviente y le falta la unción.

Todas nuestras actividades, incluso nuestra predicación del evangelio, deben ceñirse a este
principio. Si lo que hacemos procede de nosotros mismos, es simplemente un comportamiento
adquirido. No sólo nos sentiremos muertos interiormente, sino que además de esto, no recibiremos
la unción. Si nuestra persona ha sido quebrantada y Cristo ha sido edificado en nosotros, entonces lo
que hagamos procederá de Cristo y será la plenitud. El primer elemento, la primera señal, de la
plenitud, es la vida. Sabemos que dondequiera que percibamos el vigor, la frescura y la unción, allí
también estará la vida; tener contacto con la vida es tener contacto con la plenitud.

El Evangelio de Juan es un libro que trata acerca de la plenitud, y nos presenta la vida como el
primer elemento que contiene la plenitud. El Señor vino para que tuviéramos vida (10:10), y Él
mismo es la vida (11:25). En la plenitud hay algo llamado vida, y esta vida se halla en el Señor. La
vida es real. Aun cuando el hombre no pueda tocar la vida, definitivamente no puede negarla. Si
alguien muere, todos de inmediato se darán cuenta de ello, porque la persona que muere ya no tiene
vida. La vida es real. Si la vida está presente, está presente, y si está ausente, está ausente. Si es
entonces es, y si no es entonces no es. Cuando ponemos dos flores una al lado de la otra, las
personas rápidamente pueden darse cuenta de cuál es real y cuál es artificial porque la vida es muy
real.

En la iglesia no debemos fijarnos solamente en la apariencia externa de las cosas; debemos tocar el
contenido intrínseco de la iglesia. En otras palabras, debemos tocar la unción y la vida internas;
debemos tocar la presencia viva del Señor. Ésta es la clave que responde todas las preguntas, y nos
capacita para saber si una localidad es la iglesia en la experiencia y si ella es la plenitud de Cristo.
Si la plenitud de Cristo está presente en una localidad, la vida también estará presente. Éste es el
primer elemento que contiene la plenitud.
EL SEGUNDO ELEMENTO QUE CONTIENE LA PLENITUD: LA RESURRECCIÓN

En el Evangelio de Juan el Señor Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (v. 25). El Señor no
sólo es la vida, sino también la resurrección. Sin duda alguna, la resurrección y la vida están
relacionadas, pues sin la vida no puede haber resurrección. Sin embargo, la resurrección es un paso
adicional a la vida. Aunque la vida es vida, no es nada más que vida, y no ha pasado por la prueba,
el golpe o la muerte. Sin embargo, la resurrección es la vida que ha pasado por la prueba, el golpe y
la muerte. Por lo tanto, la vida que ha progresado es la resurrección.

Antes de pasar por la experiencia de muerte, la vida es simplemente vida, pero después de que pasa
por la experiencia de la muerte, es la resurrección. La vida que se manifiesta después de haber
pasado por la experiencia de la muerte se llama resurrección. Por favor, recuerden que la vida, que
es el primer elemento que contiene la plenitud, es una vida capaz de resistir la prueba de la muerte,
una vida que puede manifestarse aun después de la muerte.

Por ejemplo, la oración de un hermano puede llevarnos a tocar la vida, a sentir la unción y a tocar al
Señor. Sin embargo, nuestros sentidos a veces se equivocan; así que hay otro indicador que nos
permite saber si esto procede de la vida. Si su oración procede de la vida, seguirá orando después de
que él haya sido probado o herido. La oración que procede de la vida nunca muere como resultado
de las pruebas o de los golpes. Todo aquello que muere después de las pruebas y golpes,
definitivamente no proviene de la resurrección. Únicamente lo que permanece sin cambiar después
de las pruebas y golpes es la resurrección. Un santo que sirve en la iglesia puede ser muy devoto y
diligente. Si percibimos la unción y la presencia del Señor cuando estamos con él, podremos
concluir que esto debe proceder de la vida. Sin embargo, si los ancianos llegan a tratarlo con
severidad, él podría tropezar y dejar de asistir a las reuniones. Probablemente sienta que los
ancianos no deben tratarlo de esa manera porque, después de todo, él venía a servir a la iglesia; y
como consecuencia, es posible que se retire. Esto indicaría que su diligencia y su devoción no son
algo que se halla en la plenitud, pues carece de la resurrección. Todo lo que pertenezca a la
resurrección soportará las pruebas, los golpes y la muerte.

Si algo no pasa por la experiencia de la muerte, no tendrá fuerza, riquezas ni plenitud, pero una vez
que pasa por la experiencia de la muerte, se vuelve fuerte, rico y pleno. Por dos mil años los
cristianos han sido continuamente perseguidos y muertos. La persecución y la muerte sólo puede
destruir lo que no pertenece a la resurrección. Todo lo que pertenece a la resurrección puede resistir
la prueba de la persecución y la muerte.

Ciertas condiciones se han manifestado en la iglesia por algún tiempo, y luego han desaparecido.
Esto muestra que dichas condiciones no estaban relacionadas con la plenitud. Únicamente aquello
que puede soportar las tribulaciones y las pruebas, aquello que puede resistir las aflicciones, aquello
que vive después de la muerte y se manifiesta después de vencer la represión de la muerte, es la
resurrección. En esta condición de resurrección, la plenitud estará aquí; la resurrección es una señal
de la plenitud y uno de los elementos que están contenidos en la plenitud.

En la plenitud no sólo se encuentra la vida, sino también la vida que ha pasado por la experiencia de
la muerte, ésta es la resurrección. Todo lo que aún permanezca en pie es fortalecido, enriquecido e
ingresa en un nivel más elevado e incluso después de haber sido probado, reprimido, perseguido y
aniquilado, entra en una nueva esfera. Esto es la resurrección, la señal más poderosa de la plenitud.
La expresión de una iglesia debe ser la resurrección. Si el Señor tiene misericordia de nosotros y
nos hace pasar por pruebas, veremos cuánto de nosotros aún permanece después de la prueba de la
muerte. Nuestros afanes no podrán resistir la prueba de la muerte, nuestro entusiasmo no
sobrevivirá después de los golpes y muchas de nuestras virtudes se desvanecerán completamente
una vez que pasemos por las aflicciones. Esto demuestra que todas estas cosas provienen de
nosotros mismos y no de Cristo. Esto también prueba que no hay ninguna expresión de la iglesia ni
ninguna expresión de la plenitud de Cristo.

EL TERCER ELEMENTO QUE CONTIENE LA PLENITUD: LUZ

En Juan 8:12 el Señor dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida”. La plenitud tiene otro elemento, el cual es la luz, y otra señal, que
es el resplandor. Lo que determina si una persona está en la plenitud es si ella está llena de luz.
Asimismo, lo que determina si una iglesia es la expresión del Cuerpo es si esa localidad está llena
de luz. En la Nueva Jerusalén no hay nada de oscuridad. Allí todo es resplandeciente. No sólo eso,
en la Nueva Jerusalén todo es glorioso; hasta el oro es transparente. Lamentablemente, los ojos de
muchos de los que están en grupos cristianos no son muy resplandecientes. Sin embargo, en la
Nueva Jerusalén incluso el oro será transparente. La transparencia es una expresión de la vida y es
una señal de la plenitud. Ésta es una condición que se expresa a través del Cuerpo.

A veces cuando asistimos a la reunión de cierta iglesia local, sentimos que es semejante a un refugio
antiaéreo, es decir, todo allí es muy oscuro y sombrío. Parece que hubiéramos entrado en un túnel
profundo, rodeado por impenetrables muros de bronce y de hierro. Cuando entramos en una reunión
así, sentimos que hemos entrado en las tinieblas, y que todo allí es opaco. Sin embargo, a veces
nosotros mismos estamos interiormente en una condición sombría y miserable, pero cuando
asistimos a la reunión de la mesa del Señor, empezamos a sentirnos resplandecientes, transparentes
y refrescados. Ésta es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, la plenitud.

A veces cuando tenemos comunión con algunos hermanos responsables, sentimos que interiormente
todo se oscurece. Antes de tener comunión, mientras orábamos en casa, sentíamos que había un
rayo de luz; pero cuanto más comunión teníamos con ellos, más confundidos nos sentíamos y
menos luz teníamos. En esos momentos, debemos darnos cuenta de que la plenitud, el Cuerpo y la
expresión del Cuerpo no están presentes. También podemos tener la experiencia de sentirnos tristes,
como andando a tientas en la oscuridad, sin saber cómo proceder. Ni siquiera nuestras oraciones son
claras. Sin embargo, después de tener comunión con los ancianos, sentimos que nuestro ser
resplandece y está lleno de luz. A veces ni siquiera tenemos necesidad de hablar, pues en cuanto nos
sentamos a tener comunión, sentimos que nuestro ser se abre y resplandece. Luego, después de
decir unas cuantas palabras, sentimos que somos transparentes y que la iglesia, el Cuerpo y la
plenitud están presentes. Si el Cuerpo está presente, también estará presente la plenitud, y en esta
plenitud estará la luz.

Algunos santos viven en el Cuerpo. Hay personas que viven en la plenitud. Cuando se ponen de pie
en la reunión, notamos que todo su ser es transparente. Cuando abren su boca y empiezan a
compartir, hacen que las personas vean todo con claridad y resplandezcan. Sin embargo, hay otros
que parecen tener una habilidad especial de confundir a las personas. Después de escucharlos,
perdemos la poca luz que teníamos y nos quedamos sin saber cómo proceder. ¿Los mensajes que
otras personas dan nos llevan a tocar a Dios o nos hacen sentir más confundidos? Dios es luz. No
hay ningún mensaje que nos lleve a tocar a Dios, y al mismo tiempo carezca de luz. Por ejemplo, un
mensaje que nos hace sentir que todo es aceptable —por ejemplo, que entrar en el reino es casi lo
mismo que ir al lago de fuego— no proviene de la Nueva Jerusalén sino del abismo. En la Nueva
Jerusalén todo es resplandeciente. Sólo en el abismo, hay tinieblas sobre la faz del abismo y
tinieblas por todas partes.
¿Qué es la plenitud? La plenitud es el resplandor. De la plenitud de Cristo todos hemos recibido. El
Señor dijo: “El que me sigue, jamás andará en tinieblas” (v. 12). Todos sabemos que los que han
recibido de Su plenitud están en la luz. Su ser interior resplandece. No tenemos necesidad de
preguntarles a los demás si hemos percibido la plenitud ni tampoco si estamos en la plenitud. Todo
depende de si nuestro ser interior resplandece o está en tinieblas, de si hay claridad o confusión.
Esto no es una doctrina profunda ni gran sabiduría; cualquier creyente puede tocar esto. Cristo es la
plenitud de Dios, y hay algo en esta plenitud que se llama luz. Cada vez que contactamos la
plenitud, percibimos la luz y resplandecemos interiormente.

Todo aquel que toca la plenitud de Cristo es una estrella, una lámpara o al menos una vela. Un
candelero es algo que resplandece, y también que ilumina a otros. La iglesia es un candelero. Que el
Señor tenga misericordia de nosotros y nos permita ver si estamos en tinieblas o en la luz. Esto
determina si en experiencia somos Su Cuerpo. Siempre que en una iglesia los santos niegan el yo y
tocan la plenitud de Cristo, esa iglesia es la plenitud de Cristo en la experiencia. Quizás no haya
muchos santos en dicha localidad, ni haya muchos que sean inteligentes o competentes, pero cuando
uno entra en medio de ellos, la gente percibirá que dichos creyentes son transparentes y
resplandecientes, y que hay luz entre ellos, pues han tocado la plenitud.

EL CUARTO ELEMENTO QUE CONTIENE LA PLENITUD: EL CAMINO

En Juan 14:5 Tomás dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el
camino?”. Muchos malinterpretan esto pensando que se refiere al camino que conduce al cielo. Sin
embargo, Juan 14 no habla del camino al cielo, sino del camino que conduce al Padre. Juan 14 no
habla de cómo podemos ir al cielo, sino de cómo podemos entrar en el Padre. Por medio de la
muerte y la resurrección de Cristo nosotros hemos entrado en Dios. Puesto que Tomás le preguntó
al Señor acerca del camino, Él le respondió: “Yo soy el camino” (v. 6). El Señor mismo es el
camino. En esta plenitud no sólo se encuentra la vida, la resurrección y la luz, sino también el
camino.

Por favor, no debemos olvidar que todo aquel que contacta la plenitud posee el camino. Cuando una
iglesia toca la plenitud, dicha iglesia tiene el camino. En las reuniones de algunas localidades parece
que lo que estaba claro ahora ya no está claro, y que es difícil encontrar el camino. Sin embargo, en
las reuniones de otras localidades tenemos contacto con el camino que nos permite contactar al
Señor. En tales localidades está la plenitud, y uno de los elementos de la plenitud se llama el
camino. Por consiguiente, cuando no tengamos un camino por donde avanzar, debemos tocar una
iglesia que sea la plenitud; es aquí donde encontraremos el camino. Asimismo, cuando no sepamos
por dónde ir, debemos contactar a un hermano que haya tocado la plenitud. Después que hayamos
tenido comunión con él, el camino estará dentro de nosotros. Yo creo que todos hemos tenido este
tipo de experiencias con otros, y que otros han experimentado esto con nosotros.

Los ancianos apropiados son aquellos que hacen posible que los santos que no tienen un camino por
donde avanzar, encuentren un camino. Tales ancianos a menudo son personas con quienes los
hermanos y hermanas se sienten en libertad de discutir sus problemas. Quizás una persona no pueda
superar cierto problema, pero de repente piensa en ir a tener comunión con los ancianos. Después de
estar con ellos por media hora o por una hora, parece que la frustración que sentía se ha ido, y como
consecuencia, hay un camino dentro de él.

Esto sucede frecuentemente en relación con los asuntos espirituales. A veces no podemos superar
algo, y no tenemos un camino por donde avanzar, no importa cuánto busquemos, indaguemos y
exploremos. Pero si nos sentamos con un creyente por un rato, a menudo se nos manifestará un
camino, aun sin haber dicho nada. ¿Qué es esto? Esto es la plenitud de Cristo. En algunos santos,
una persona puede tocar el camino espontáneamente cuando acude a ellos, debido a que ellos viven
en la plenitud. Si todos los ancianos de las iglesias viviesen en la plenitud y tuviesen el camino en la
plenitud, la iglesia, por ser la plenitud de Cristo, espontáneamente tendrán el camino.

Si deseamos saber si una localidad es el Cuerpo de Cristo y si es una expresión del Cuerpo,
debemos fijarnos si allí se encuentra la vida, la resurrección, la luz y el camino. Estas pruebas son
contundentes.

CAPÍTULO DIEZ

LOS MATERIALES APTOS


PARA LA EDIFICACIÓN
DEL CUERPO DE CRISTO

Lectura bíblica: 1 Co. 3:9, 11-12; 7:25, 40

La iglesia es el único edifico de Dios en el universo. Este edificio no es algo aparte de Dios, ni es
algo aparte del hombre. Este edificio está en Dios y en el hombre. Si entendemos debidamente los
asuntos espirituales, sabremos que la edificación de Dios consiste en que Dios sea forjado en el
hombre y el hombre sea forjado en Dios. Hablando con palabras sencillas, consiste en que Dios y el
hombre, y el hombre y Dios, se mezclen completamente. Estas palabras pueden sonar sencillas,
pero implican muchas cosas y un proceso que no es sencillo.

DIOS SE MEZCLA CON EL HOMBRE


MEDIANTE LA MUERTE

El primer paso que Dios da en Su obra de edificación consiste en quebrantarnos, en derribarnos. El


quebrantamiento y la obra de demolición tienen como propósito edificar a Dios en nosotros. Por lo
que incluso Dios mismo pasó por la muerte. Dios no puede edificarse a Sí mismo en nosotros si
permanece en los cielos, en una posición excesivamente trascendente. A fin de edificarse a Sí
mismo en nosotros, Dios descendió a la tierra y entró en la humanidad, y posteriormente pasó por la
experiencia de la muerte. Dios descendió a la tierra, entró en la muerte y pasó por la experiencia de
la muerte. Sólo después de haber experimentado la muerte de esta manera, Él podía forjarse en el
hombre.

En otras palabras, es por medio de la muerte que Dios puede entrar en el hombre, y también es por
medio de la muerte que el hombre puede entrar en Dios. Dios y el hombre se encuentran, el uno al
otro en la muerte y se mezclan juntos en la muerte. Para que la rama de un árbol pueda ser injertada
en otro árbol, hay que cortar la rama y luego hacer un corte en el otro árbol. Hay que hacer cortes en
ambos árboles, y es allí donde se produce la unión. Si uno de los dos permanece intacto, no podrá
efectuarse la unión mediante el injerto. Así pues, para que Dios se una al hombre, debe pasar por la
muerte; asimismo, para que el hombre se una a Dios, el hombre también tiene que pasar por la
muerte. La unión entre Dios y el hombre, y el hombre y Dios, se efectúa en la muerte.
DERRIBAR ES EL PROCEDIMIENTO QUE SE SIGUE
EN LA EDIFICACIÓN DE DIOS

Desde el momento en que fuimos salvos, Dios ha venido realizando una obra de edificación en
nosotros. Él desea forjarse a Sí mismo en nosotros, y también desea forjarnos a nosotros en Él. Este
proceso requiere de una obra de demolición. Por consiguiente, derribar es el procedimiento que se
sigue en la edificación. Dios continuamente lleva a cabo Su obra de edificación mediante la obra de
derribar y quebrantar. Sin esta obra de derribar y quebrantar, no habría edificio de Dios.

El material que Dios usa para edificar Su edificio es la plenitud de Cristo, y el resultado de la obra
de edificación de Dios también es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, esto es, la plenitud
de Cristo. Por consiguiente, el material usado en la edificación y el resultado de la edificación son
lo mismo. El procedimiento mediante el cual Dios lleva a cabo Su edificación es el
quebrantamiento, y el material que Dios usa en Su edificación es el elemento de la plenitud de
Cristo. Dios está continuamente realizando Su obra de edificación en nosotros con el elemento de la
plenitud de Cristo.

El elemento de la plenitud de Cristo es Cristo mismo, quien es Dios mismo. Por consiguiente, la
plenitud de Cristo no puede ser separada de Cristo ni de Dios. El hecho de que Dios edifique Su
iglesia con el elemento de la plenitud de Cristo significa que Él la edifica con Cristo mismo y con
Dios mismo. En el momento en que fuimos salvos Dios nos dio a Cristo; es decir, Él mismo se dio a
nosotros. Romanos 8 nos muestra que todos los creyentes tienen a Cristo en su interior. Todo el que
tiene a Cristo tiene a Dios en él. En 1 Juan se nos dice repetidas veces que la unción que está en
nosotros es Dios mismo en nosotros (2:20). Cuando fuimos salvos y el Espíritu Santo entró en
nosotros, no recibimos simplemente la vida divina. Esta vida es Dios mismo. Cuando esta vida
entró en nosotros, Dios mismo, o sea, Cristo mismo, entró en nosotros.

Aunque Dios entró en nosotros cuando fuimos salvos, Él aún no se ha forjado en nuestra
constitución, en cada parte de nuestro ser. Si bien todo creyente tiene a Dios en él, es posible que en
su interior no esté la edificación de Dios. Una persona puede ser salva y, al mismo tiempo, no tener
a Dios en sus preferencias, pensamientos ni opiniones. Aunque una persona sea salva, es posible
que Dios no esté en cada parte de su ser. Así, sus pensamientos son simplemente sus pensamientos,
sus preferencias son sus preferencias, sus opiniones son sus opiniones, y su persona es simplemente
su persona. Si bien Dios está en él, es como si Dios no tuviera nada que ver con su vivir. Aunque
dicha persona tenga algún temor de Dios y cierta apariencia de piedad delante de los hombres, Dios
no podrá mezclarse con él en su vivir.

Tal persona es un hombre de Dios, y Dios está en él, pero Dios no tiene cabida alguna en su vivir,
en su andar. Por lo tanto, sigue siendo una persona que vive regida por el yo y que está en el yo. Él
puede declarar que hay un Dios, confesar que cree en Dios y decirle a las personas que teme a Dios.
Puede dar a otros la impresión de que es una persona bastante piadosa y apropiada delante de Dios.
Sin embargo, Dios no tiene cabida alguna en su vivir. Aunque parece que no comete errores ni está
contaminado por el pecado, permanece en sí mismo; es decir, lo que manifiesta en su vivir es
simplemente lo que él es. Si bien Dios está en su espíritu y toma su espíritu como Su morada, Dios
no tiene cabida en su andar ni en su vivir, ni en la manera en que se conduce y maneja sus asuntos.
Lo único que se expresa en su vivir es un buen hombre, un hombre temeroso de Dios y un hombre
que es excelente ante los ojos de los demás, pero no un Dios-hombre ni un hombre que está
mezclado con Dios. El resultado de esto es que tenemos a un buen hombre, pero no tenemos a la
iglesia; tenemos un hombre que es perfecto ante los ojos de los demás, pero no tenemos el Cuerpo
de Cristo.
Debemos saber cómo discernir esto. No debemos suponer que un grupo de hermanos y hermanas
que viven juntos en armonía y que tienen un buen comportamiento sea el Cuerpo de Cristo. El
Cuerpo es la plenitud de Cristo. El Cuerpo es Dios que se mezcla con el hombre y que se manifiesta
en su vivir desde el interior del hombre. Es cierto que sin el hombre no puede existir el Cuerpo de
Cristo; sin embargo, si Dios no se mezcla con el hombre, tampoco puede existir el Cuerpo de
Cristo. La iglesia como el Cuerpo es muy especial; el Cuerpo es la mezcla de la divinidad con la
humanidad. Si simplemente tenemos a Dios, no tenemos el Cuerpo; y si simplemente tenemos al
hombre, tampoco tenemos el Cuerpo. El Cuerpo es la mezcla de Dios con el hombre y del hombre
con Dios.

Desde el momento en que fuimos salvos, desde el momento en que Dios entró en nosotros, Él ha
venido operando en nosotros para derribarnos, y así poder forjarse en nosotros. A muchos hermanos
y hermanas se les hace difícil entender por qué, aun cuando no tenían mucha claridad en su
búsqueda del Señor, todo les iba bien y su salud era buena. Este tipo de pensamientos surge cuando
los problemas abundan, nada les va bien y su salud empieza a deteriorarse, apenas ellos empiezan a
buscar más al Señor, a orar más y a mostrar más temor delante de Él. Es un concepto natural el
pensar que únicamente sufrimos cuando estamos alejados de Dios y cuando no le tememos, pero
que si le tememos y le buscamos, prosperaremos en todo. Sin embargo, muchas veces, esto no es lo
que sucede. Parece que cuanto más buscamos a Dios, más obstáculos encontramos, más dificultades
se nos presentan y más se deteriora nuestra salud. ¿Cuál es la razón de esto? Cada vez que
buscamos a Dios y nos ponemos en Sus manos, le brindamos a Él la oportunidad de trabajar en
nosotros. Dios está realizando una obra de edificación. Toda obra de edificación requiere el uso de
herramientas. Si edificamos con piedras, éstas deben ser martilladas y golpeadas hasta obtener la
forma deseada; si usamos madera, ésta debe ser aserrada y cepillada; si usamos concreto, éste debe
ser revuelto y mezclado con otros materiales. En toda obra de edificación hay que seguir ciertos
procedimientos y usar determinadas herramientas.

Tal vez tengamos el concepto de que después que somos salvos debemos llevar una vida que teme a
Dios, una vida pacífica y segura. En esta vida pacífica nos levantamos de madrugada para tener
nuestra vigilia matutina; nuestra oración nos proporciona mucho deleite, nuestra lectura de la Biblia
nos imparte mucha luz, percibimos la presencia de Dios, y en nuestro vivir durante el día lo
pasamos tranquilos y sin complicaciones. Luego, en la noche después de la cena, nos vamos a una
reunión; ponemos la Biblia debajo de nuestro asiento, cerramos nuestros ojos y escuchamos
tranquilamente el mensaje. Nos sentimos muy cómodos, y también “edificados” y alumbrados.
Después de la reunión, pasamos un tiempo muy agradable en oración antes de acostarnos, y
dormimos profundamente toda la noche. A la mañana siguiente, nos sentimos llenos de vigor,
nuestro cuerpo está saludable, nuestra esposa es sumisa, nuestros hijos se portan bien, nuestro
negocio prospera, y todo es verdaderamente maravilloso. De ser así, todos deberían desear creer en
Jesús. Si ésta fuera realmente la situación, Dios debería regresarse a los cielos y sentarse en el trono
para bendecirnos continuamente y dejarnos disfrutar Sus bendiciones en la tierra. Muchos de
nosotros hemos tenido esta clase de concepto. Sin embargo, ésta no es la obra que Dios lleva a cabo
en los creyentes.

Podemos comparar el universo a una fábrica donde Dios está edificando algo y también a una
cocina donde Él está cocinando. Sin embargo, independientemente de si hablamos de edificar o
cocinar, el proceso es muy pesado y complicado. Cuando un edificio está en construcción todo se ve
muy sucio y desordenado, y nada práctico. Sin embargo, cuando la obra se termina, podemos ver un
hermoso edificio. En un restaurante, se sirven sobre la mesa toda clase de platillos muy llamativos y
deliciosos. Sin embargo, si entráramos en la cocina, veríamos todo muy desordenado y en completo
caos. Otro ejemplo de esto es que lo que se exhibe en las vitrinas de las tiendas de la calle es muy
hermoso y atractivo. Pero si fuéramos a la fábrica, encontraríamos muchos productos que no han
sido acabados, sucios y sin valor. Todos estos productos se encuentran en un proceso de
transformación, y todavía se necesita añadirles algo para que se vean hermosos y valiosos, y luego
puedan ser exhibidos en la vitrina de una tienda para que la gente los aprecie y los compre.

El edificio de Dios aún no se encuentra en la etapa de ser exhibido en una vitrina. Cuando la Nueva
Jerusalén aparezca, ése será el momento en el que el edificio será exhibido ante los ojos de todos.
Hoy en día nos encontramos en la cocina y en la fábrica; Dios está en el proceso de realizar una
obra de edificación en nosotros. Por ello, es posible que no lleguemos a conocer una persona que
busque al Señor y al mismo tiempo no tenga problemas de salud, ni problemas con respecto a su
casa, su profesión o su entorno. De hecho, todos tenemos problemas. Esto nos muestra que Dios
está “agitando” nuestro entorno y realizando una obra de demolición.

Dios es un Dios que crea y también es un Dios que derriba (Ec. 3:3). Con una mano, Dios creó
todas las cosas de la nada, y con la otra, destruye las mismas cosas que ha creado. ¿Por qué Dios
destruye lo que ha creado? Lo hace por causa de Su edificio. Dios no puede edificar algo nuevo si
los creyentes simplemente acaban de ser salvos. Él tiene que realizar una obra de destrucción. Él
tiene que quebrantarnos utilizando las personas que nos rodean, para que estemos abiertos y así Él
pueda forjarse en nosotros. Ésta es la manera en que todas las cosas cooperan para el bien de los que
aman a Dios. El bien mencionado en Romanos 8:28 no está relacionado con las cosas materiales. Se
refiere a que nuestro ser sea conformado a la imagen del Hijo de Dios (v. 29). Dios usa toda clase
de entornos, personas, asuntos y cosas, como el procedimiento para ser conformados a la imagen de
Su Hijo.

Dios nos ha dado cada uno de nuestros hijos, y Él usa a cada uno de ellos para quebrantarnos.
Todos nuestros hijos y todas nuestras circunstancias son como herramientas que Dios usa para
quebrantarnos. Debemos comprender que desde el momento en que somos salvos, Dios no tiene la
intención de hacer ninguna otra cosa aparte de Su obra de edificación en nosotros. Él desea forjarse
en nuestro ser mediante la obra de derribar y quebrantar. Cuando Él logra derribar un poco, Él
edifica un poco; y cuando quebranta un poco, edifica un poco más. Es mediante esta obra de
demolición que Dios lleva a cabo Su obra de edificación.

A un hermano joven le puede parecer que un hermano mayor no es tan hábil para dar un mensaje
sobre Génesis 1. También le puede parecer que el hermano mayor pasa por alto muchos detalles
mientras da un mensaje sobre Apocalipsis 21. Puesto que no queda impresionado, se pone de pie y
da un mensaje cada vez que se le presenta la oportunidad. Sin embargo, el mensaje que él da es
simplemente un mensaje. Aunque el hermano mayor no es tan elocuente y claro como el hermano
joven, quienes lo escuchan se dan cuenta de que las palabras del hermano mayor contienen a Cristo
y el elemento de Dios. Sus palabras tocan y conmueven a las personas interiormente, les suministra
la vida divina y les ministra a Cristo. Aunque el hermano mayor no puede hablar con fluidez, las
personas tienen contacto con la vida, ganan más de Cristo y reciben un suministro espiritual cuando
lo escuchan. El hermano joven, por su parte, es elocuente y claro, pero cuando las personas lo
escuchan, les parece que es simplemente como bronce que resuena y como címbalo que retiñe. No
reciben nada de este retiñir. Sus palabras no ayudan a que la gente toque a Cristo ni les brinda
ningún suministro de vida.

Todos hemos tenido experiencias en las que hemos sido golpeados y derribados por el Señor. En
este proceso de demolición un poco de oro ha sido labrado a martillo y se ha añadido a nosotros.
Nunca debemos resaltar la elocuencia más que la obra de demolición de Dios. Una persona puede
ser muy versada en las Escrituras y ser muy elocuente desde temprana edad, pero si no tiene a
Cristo ni Cristo ha sido edificado en él, estas cosas no tendrán mucho valor. En este asunto debemos
ver el valor de los hermanos mayores. No nos estamos refiriendo al hecho de que sean mayores en
edad, sino en términos del aumento del elemento de Dios en ellos, al aumento de la estatura de
Cristo en ellos. Ellos son “mayores” porque Dios ha hecho una obra en ellos a través de las
circunstancias y ha edificado algo en ellos. El quebrantamiento divino, la obra demoledora divina,
ha operado en ellos. Después de muchas experiencias en las que han sido derribados, el elemento
divino se ha añadido a su ser y el elemento de Cristo ha aumentado en ellos. Hay algo en sus
palabras que es Dios mismo, Cristo mismo. Por medio de sus palabras, hay algo que conmueve a las
personas en lo más profundo de su ser y que resuelve sus problemas, llena sus carencias y satisface
sus necesidades. Ese algo es Cristo, es Dios mismo.

No podemos obtener la porción de estos santos al simplemente imitarlos. Al igual que ellos,
necesitamos ser derribados y edificados en las manos de Dios y pasar por un proceso en Dios por
cierto periodo de tiempo. Lamentablemente, algunos tienen diez o veinte años de haber sido salvos,
pero la mano de Dios no ha podido transformarlos y su manera de hablar sigue igual año tras año.
Dios no ha podido forjarse en su constitución ni edificar nada en ellos. Tales hermanos no tienen
muchas cicatrices ni están muy abiertos, debido a que no tienen muchos problemas en su entorno.
Tales personas no son muy útiles en las manos de Dios.

LOS MATERIALES CON QUE SE EDIFICA SON


EL ELEMENTO DE LA PLENITUD DE CRISTO

Aquel que verdaderamente está en las manos de Dios es alguien que ha experimentado penurias,
sufrimientos y tiene cicatrices. Podríamos decir que dicha persona está llena de perforaciones o
aperturas. En una persona así, Dios ha venido realizando una obra de demolición. El resultado de
esta obra de demolición es el edificio. El material que Dios utiliza para Su edificio es Dios mismo,
quien es Cristo mismo. Un hermano en quien Dios ha venido realizando Su obra de edificación es
una persona llena de vida por dentro y por fuera. Éste es el primer elemento que contiene la
plenitud. Cuando tocamos a dicho hermano, recibimos vida. Sus palabras no son doctrinas ni
palabras vanas, sino un suministro de vida. Basta con que nos hable unas cuantas palabras, y en
ellas hay vida y también hay Cristo. Ésta es la plenitud que emerge, debido a que él ha pasado por la
obra de edificación de Dios. Por lo tanto, el elemento de la plenitud de Cristo, que es el material que
ha sido forjado en él, ahora brota de él. Ésta es la expresión de la plenitud.

Todo aquel que haya sido edificado por Dios de esta manera nos brindará un suministro de vida
cada vez que lo toquemos; sin embargo, la capacidad que tiene para suministrarnos vida no
proviene de su capacidad natural. Aquellos que suministran vida a otros han sido edificados por
Dios. El grado al cual permitamos que Dios sea edificado en nosotros determinará cuánta vida
podremos suministrar a otros. Esto es algo que no podemos aprender por imitación. Aun si oramos a
Dios por tres días y tres noches no nos servirá de nada.

Todo aquel que suministra vida a otros ha sido edificado por Dios; no obstante, la obra de
edificación de Dios se lleva a cabo a través de la obra de demolición. El grado al cual permitamos
que Dios realice esta obra de demolición en nosotros, determinará la medida en la cual Dios podrá
realizar Su edificación en nosotros, y también determinará la medida en la cual podremos brindar
suministro a otros. Sea que demos un mensaje o un testimonio, o si oramos, conversamos o
visitamos a las personas, si hemos sido edificados, la vida fluirá de nosotros y brindará suministro a
las personas. Ésta es una señal de la plenitud, y esto demostrará que el elemento de la plenitud ha
sido edificado en nuestro ser.
En el capítulo anterior vimos que el primer elemento que constituye la plenitud es la vida. Una
persona en la que Dios ha edificado el elemento de la plenitud tiene la capacidad de impartir vida a
los demás en cualquier momento. El segundo elemento de la plenitud es la resurrección. Esta vida
ha pasado por la experiencia de la muerte y es capaz de resistir la muerte, y por tanto, la muerte no
puede destruirla, estorbarla, retenerla ni atarla. A menudo al tener contacto con un santo, no sólo
sentimos que nos suministra vida, sino también nos da resurrección. Quizás nos encontremos en una
situación difícil, hayamos sido derribados o estemos en una situación de muerte, al grado en que
hayamos perdido las esperanzas de vivir, y justo cuando no podemos levantarnos ni superar el
obstáculo, nos encontramos con un santo. Al tener contacto y comunión con él, sentimos que un
poder nos es transmitido, que el suministro entra en nosotros y hace que nos levantemos o que
salgamos de esa esfera de muerte. Esto es la resurrección, el poder de la resurrección y el suministro
de la resurrección. El contenido de la plenitud se halla en Aquel que nos da el suministro. No
podemos adquirir esta plenitud por medio de nuestro aprendizaje ni por medio de nuestro estudio; ni
siquiera por medio de la oración. Únicamente podemos adquirir la plenitud al permitir que Dios nos
derribe y edifique. Si Dios está edificando la plenitud en nuestro ser, al encontrarnos con las
personas, fluirá de nosotros justamente lo que ellas necesitan. Si ellas necesitan vida, la vida saldrá
de nosotros; y si necesitan resurrección, la resurrección saldrá de nosotros.

La plenitud también tiene un tercer elemento, que es la luz. A veces al contactar a un hermano,
percibimos que él está lleno de luz, e incluso sentimos que estamos llenos de luz cuando estamos
con él. También parece que cuando nos alejamos de él estamos en tinieblas, pero tan pronto
volvemos a estar con él, nuevamente estamos en la luz. Podríamos compararlo a una lámpara que
alumbra. Cuando estamos en su presencia, estamos en la luz; y cuando lo dejamos, volvemos a estar
en tinieblas. Esta persona está llena de luz porque en él se encuentra el edificio de Dios. Dios lo ha
derribado, y Dios también ha sido edificado en él. Dios es luz y Cristo también es luz (1 Jn. 1:5; Jn.
8:12), y la plenitud es una gran luz. Esta luz se ha forjado en esta persona y se ha convertido en el
elemento dentro de él. Por lo tanto, la luz de Dios está en sus pensamientos, sus sentimientos e
incluso en sus preferencias y opiniones. Esta luz es el contenido de la plenitud.

Esto no es una vana doctrina. Hablamos muy detalladamente de esto para que todos puedan ver el
Cuerpo de Cristo y la condición del mismo. De nada nos sirve simplemente gritar: “¡La iglesia es el
Cuerpo de Cristo!”. El simple hecho de pronunciar estas palabras no nos sacará de las tinieblas ni
hará que estemos llenos de luz. No es así; si no tenemos luz, cuando las personas tengan contacto
con nosotros, no tendremos luz; si no resplandecemos, cuando las personas nos contacten, aún no
seremos resplandecientes. Esto se debe a que aún no hemos sido edificados por Dios y a que el
elemento de la plenitud no ha sido edificado en nosotros. Si la obra demoledora de Dios no opera en
nosotros, no tendremos el edificio de Dios, la plenitud, ni la luz.

El cuarto elemento que contiene la plenitud es el camino. Si tenemos la plenitud, tenemos el


camino. Si no tenemos un camino dentro de nosotros, no tenemos el edificio. Pero si tenemos el
edificio, tendremos el camino. Tener el edificio en nosotros significa que no tenemos nada aparte de
Dios que haya sido edificado en nosotros. Tenemos que saber que una cosa es ser salvos y tener a
Dios en nosotros, y otra muy distinta es ser edificados por Dios y que Dios sea forjado en cada parte
de nuestro ser. Podemos sentir la presencia de Dios en los pensamientos de algunos santos de más
edad. Podemos sentir que Dios está con ellos en sus preferencias, e incluso sus opiniones nos hacen
sentir que Dios está con ellos. Esto se debe a que por muchos años la plenitud se ha edificado en
ellos. Dios los ha derribado, los ha disciplinado, los ha quebrantado y los ha arruinado; Dios
también se ha ido “labrando a martillo” en ellos.
Aquellos que han aprendido esta lección saben que a veces Dios no nos deja pasar por alto ni
siquiera el menor pensamiento o preferencia. A fin de mostrar Su misericordia a una persona y
establecerla, Dios no le dejará pasar ninguna de sus preferencias. Dios se mostrará muy estricto con
ella. Únicamente aquellos a quienes Dios los deja en libertad se comportan descuidadamente; pero
aquellos que verdaderamente están en las manos de Dios son restringidos a diario. Debemos estar
preparados para ser disciplinados cada vez que tengamos un pensamiento en el que Dios no esté
allí. Debemos estar preparados para encontrar dificultades cada vez que tengamos una preferencia
en la cual el Señor no tenga cabida. Cuando la mano de Dios interviene, nos hiere, nos derriba y nos
destruye, a fin de hacer morir muchos elementos naturales que están dentro de nosotros. Entonces
Dios vendrá a edificar. Dios no edifica con ninguna cosa que no sea Él mismo, y Él se forja a Sí
mismo en nosotros poco a poco.

¿Qué significa avanzar espiritualmente? El avance espiritual es el aumento del elemento de Dios en
nosotros. Este aumento no es simplemente crecimiento, sino que es edificación. Cuando hablamos
del crecimiento, todos nos sentimos muy contentos. El crecimiento es algo natural, y no importa
cuánto crezcamos, es algo que ocurre inconscientemente. Sin embargo, con respecto al proceso de
edificación estamos muy conscientes de cada paso que damos, porque cada paso es doloroso. El
avance espiritual equivale a la edificación, y sin la edificación no puede haber ningún avance. Con
relación al Cuerpo de Cristo, hablamos de avance y crecimiento; pero con relación a la casa de
Dios, hablamos de edificación. En realidad, ambas cosas significan lo mismo; el crecimiento es la
edificación, pues sin la edificación no puede haber crecimiento. Cada paso de la edificación pasa
por el fuego y la obra demoledora. De esta manera, Dios gradualmente se forja en nuestro ser, y se
producirá la plenitud en nosotros. La expresión de la plenitud no es otra cosa que Dios mismo,
quien se forja en nosotros de forma gradual.

El edificio de Dios tiene a Cristo como el material a fin de que el hombre pueda ser lleno
interiormente del elemento de Cristo. En estas condiciones, aun si el hombre cayera, el elemento
dentro de él no se perdería. Tal vez un hermano diga que le iba muy bien hace dos meses. Sentía
que tenía la presencia del Señor en sus oraciones, que predicaba con poder y que su comunión con
otros era muy fresca y llena de Cristo. Sin embargo, tropezó después de ser tocado por un anciano.
Como resultado, ahora se le hace difícil orar, y cuando ora, siente que no hay ningún poder.
Tampoco es capaz de dar mensajes. Todo esto se debe a que ha tropezado. Si algo se pierde de esta
manera, eso quiere decir que no ha sido edificado. Todo lo que Dios ha edificado se ha forjado en
nuestra constitución y se ha mezclado con nuestro ser. Es imposible perder lo que Dios ha forjado
en nuestra constitución. Cuanto más caemos, más seguro y lleno se torna, porque pertenece a la
resurrección y es capaz de resistir la caída. Sin embargo, todo lo que sea externo se perderá apenas
caigamos. Por lo tanto, si algo no permanece firme después de que es sacudido, es debido a que no
ha sido edificado.

Había cierto hermano que le gustaba imitar a otros en la manera en que oraban. Imitaba el acento,
las palabras que escogían, y hasta imitaba el tono alegre con que oraban. Sin embargo, después de
que fue ofendido por un anciano, se sentaba en la última fila en la reunión de la mesa del Señor, y
su voz no se escuchaba. Cuando le preguntaron por qué ya no oraba, dijo que se sentía desanimado.
Se sentía desanimado porque había sido disciplinado por uno de los ancianos. Esto demuestra que lo
que había en él no había sido edificado por Dios. Todo aquello que ha sido edificado por Dios no se
puede perder no importa cuánto otros nos ofendan; al contrario, cuanto más nos ofendan, más
seguro, fresco, viviente y abundante se tornará aquello que Dios ha edificado, por cuanto pertenece
a la resurrección.
Si un grano de trigo o la semilla de una flor no pasa por la experiencia de la muerte, permanecerá
igual. Pero una vez que es introducida en la muerte, tiene la oportunidad de manifestar la plenitud
que está en su interior al producir más granos o más flores hermosas. Si los ancianos no nos tocan,
permaneceremos iguales. Pero cuanto más otros nos toquen, más abundancia y plenitud
manifestaremos. Cuantas más dificultades afrontemos, más fuertes nos volveremos. Cuanto más
juzgados seamos, más abundancia expresaremos. Ésta es la plenitud. Esto es Cristo edificado en
nosotros. El elemento de la plenitud que ha sido edificado en una persona no puede ser sacudido por
las circunstancias.

MEDIANTE LA ENCARNACIÓN
DIOS ENTRA EN EL HOMBRE,
Y MEDIANTE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN
EL HOMBRE ENTRA EN DIOS

La encarnación es la experiencia en la cual Dios entra en el hombre, y la muerte y la resurrección


son la experiencia en la cual el hombre entra en Dios. La obra de edificación que Dios lleva a cabo
en nosotros tiene dos aspectos: un aspecto es el de edificarse a Sí mismo en nosotros, y el otro
aspecto es el de edificarnos a nosotros en Él. Dios no tiene la intención de anular nuestra persona.
La redención de Dios no anula nuestra humanidad, sino que más bien la eleva. En otras palabras,
antes de ser redimidos, nuestra humanidad era baja; pero después de que fuimos redimidos, nuestra
humanidad fue elevada, no anulada.

Uno que no ha sido disciplinado por Dios puede tener una voluntad débil, pero el que ha sido
disciplinado por Dios se vuelve firme en su voluntad. Quien no ha sido disciplinado por Dios puede
estar confuso en sus pensamientos, pero aquel en quien Dios se ha edificado tiene claridad y sus
pensamientos son enriquecidos. Quien no ha sido disciplinado por Dios no tiene muchos
sentimientos genuinos, y si los tiene, estos no han sido usados apropiadamente. Sin embargo, quien
ha sido disciplinado por Dios es rico en sus sentimientos, y sus sentimientos son usados
apropiadamente; es decir, él se compadece de otros, ama a los demás, los entiende, se preocupa por
ellos y simpatiza con ellos. Es preciso que comprendamos que la obra de edificación que Dios hace
no nos anula, sino que hace que nuestro ser se desarrolle y adquiera una condición elevada, y nos
edifica en Él. De este modo, no sólo Él se mezcla con nosotros, sino que nosotros también nos
mezclamos con Él.

La obra de edificación que Dios realiza en nosotros es una obra de muerte y resurrección. El
principio de la obra de edificación de Dios es muerte y resurrección. Él primero derriba, y después
edifica. Su obra de demolición es la muerte, y Su obra de edificación es la resurrección. Todo lo que
ha experimentado Su obra demoledora y su edificación, ha muerto y ha resucitado. La muerte y la
resurrección introducen al hombre en Dios. Por medio de la encarnación, Dios está en el hombre; y
por medio de la muerte y la resurrección, el hombre está en Dios. Es un hecho glorioso que el
hombre pueda entrar en Dios. Nuestro Salvador se hizo carne por medio de la encarnación, y
también murió y resucitó. Él es Dios que entra en el hombre y también es el hombre que entra en
Dios. Éste es nuestro Salvador, y éste es el “prototipo” que Dios tiene para obtener más ejemplares
del mismo producto. Realmente ésta es la meta suprema de Dios: Dios en el hombre y el hombre en
Dios.

El apóstol Pablo es un ejemplo de esto. En 1 Corintios 7 él dijo: “No tengo mandamiento del Señor”
(v. 25), y luego, en el versículo 40 añadió: “A mi juicio, [...] y pienso que también yo tengo el
Espíritu de Dios”. Puesto que dijo claramente que no tenía mandamiento del Señor, lo que él
expresó no era el hablar directo del Señor. Sin embargo, también dijo que tenía el Espíritu de Dios,
como si lo expresado por él lo estuviese diciendo el Señor mismo. ¿No es ésta una situación muy
precaria? He aquí una persona, un apóstol, que decía que lo que hablaba no era el mandamiento de
Dios; no era un mandato del Señor, sino que más bien sus propias palabras. Sin embargo, tales
palabras quedaron escritas en la Biblia. Aunque él no tenía ningún mandamiento del Señor, aunque
no había recibido ningún mandato de Él, y hablaba sus propias palabras, al final dijo: “Pienso que
también yo tengo el Espíritu de Dios”. ¡Cuán maravillosas son estas palabras! Es nuestro hablar, no
el del Señor; son nuestras palabras, no las del Señor; es nuestra orden, no la del Señor; es nuestro
mandamiento, no el mandamiento del Señor. Sin embargo, tenemos el Espíritu de Dios. Esto es
Dios en el hombre y el hombre en Dios.

El apóstol en 1 Corintios 7 no sólo tenía a Dios en él, sino que también él estaba en Dios. Él estaba
en Dios al grado de poder decir: “Pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”, aun cuando no
tenía el mandato de Dios, la palabra del Señor, sino que hablaba sus propias palabras. Por lo tanto,
aquí vemos a un hombre que vivía en el plano más elevado. Aunque era él quien hablaba, sin recibir
ninguna palabra de parte de Dios y sin recibir ningún mandamiento del Señor, aún podía decir:
“Pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. Esta persona había entrado en Dios y se había
mezclado con Dios.

En la redención Dios no anula nuestro ser, sino que en lugar de ello, nos introduce en Sí mismo y
nos edifica en Él. Dios está llevando a cabo en nuestro interior una obra que consiste en demoler y
derribar, a fin de edificarse en nosotros y de edificarnos a nosotros en Él, al grado en que nuestras
sugerencias y nuestras palabras pueden ser en efecto Sus sugerencias y Sus palabras. En Pablo
vemos a una persona que estaba en Dios y que era uno con Dios, él podía decir que aunque hablaba
sin haber recibido ningún mandato del Señor, ningún mandamiento de parte de Él, con todo, él tenía
el Espíritu de Dios.

El capítulo 7 de 1 Corintios es un capítulo muy elevado. En 1 Corintios 7 el apóstol se encontraba


en un plano muy alto. ¿Podemos decir que tenemos al Espíritu Santo en nuestras palabras, aun
cuando no hemos recibido una palabra directamente de parte del Señor? Si no podemos decirlo, aún
no hemos entrado plenamente en Dios, gran parte de lo que somos se encuentra fuera de Dios y no
hemos sido edificados en Dios. Sin embargo, cuando hayamos tenido muchas experiencias en las
que somos derribados y edificados, seremos edificados en Dios. Entonces, sin necesidad de recibir
una revelación del Señor, las palabras del Señor ni el mandato del Señor, podremos decir, cuando
hablemos, que tenemos el Espíritu Santo. Al menos podremos decir: “Pienso que también yo tengo
el Espíritu de Dios”, por cuanto estaremos en resurrección y en Dios.

Por medio de Su obra demoledora y Su obra de edificación, Dios mismo se edifica en nosotros y
nos edifica a nosotros en Él. De manera que, aun sin recibir Su mandamiento o Su palabra en un
asunto particular, podremos tener Su Espíritu y estar en Su Espíritu en el momento en que
hablemos. Éste es el Cuerpo de Cristo, y ésta es la plenitud de Cristo. Vivir de esta manera es vivir
en el Cuerpo de Cristo.

CAPÍTULO ONCE

EL CONTENIDO DE LA PLENITUD,
SEGÚN SE REVELA EN LOS ESCRITOS DE JUAN:
ALIMENTO, SATISFACCIÓN, LIBERTAD,
GLORIA Y AMOR

Lectura bíblica: Jn. 1:16; 6:48; 4:13-14; 8:36; 1:14; 1 Jn. 4:8
¿Qué es la iglesia? Debemos pedirle a Dios que abra nuestros ojos y nos permita ver un hecho
espiritual y conozcamos el Cuerpo de Cristo. Esto es un asunto muy crucial y profundo. Una
persona que no haya recibido ninguna visión ni revelación al respecto no podrá entender esto.
Incluso si recibe luz y revelación, aun así necesitará estar atenta delante del Señor a fin de entender
algo. Si es negligente, la luz que obtenga en cuanto a un asunto tan misterioso como el Cuerpo de
Cristo, lo pasará, como pasa un destello.

Es posible que tengamos cierta noción de muchos asuntos espirituales y los comprendamos, sin que
nadie nos lo enseñe. Pero es muy difícil que nuestro hombre natural comprenda el misterio de la
iglesia, el Cuerpo de Cristo. Si tan sólo somos un poco descuidados, la luz se desvanecerá. El
problema de muchos cristianos no es la falta de luz en cuanto a la iglesia, el Cuerpo de Cristo, sino
que más bien que menosprecian la luz que han recibido. Debemos orar, pidiéndole al Señor que la
luz que hemos recibido permanezca, así como Josué oró para que el sol no se pusiera (Jos. 10:12-
13). Debemos pedirle al Señor que esta luz permanezca en nosotros y se intensifique.

Aquellos que poseen alguna experiencia espiritual saben que la luz espiritual puede brillar como
una chispa dentro de nosotros. Por ejemplo, si nos despertamos en la noche y reflexionamos en el
Señor, podemos recibir luz; sin embargo, si somos perezosos y nos volvemos a dormir, sin
importarnos la luz, ésta se desvanecerá. Cuando recibimos luz, debemos orar de inmediato,
pidiéndole al Señor que retenga la luz y no permita que se desvanezca. Después de esta oración,
sentiremos que conservamos la luz. La luz brillará en nosotros cuando nos levantemos en la
mañana, y permanecerá con nosotros todo el día. Además la luz brillará cada vez con mayor
intensidad en nuestro espíritu por muchos días. Entonces veremos claramente el hecho que esa luz
nos ha mostrado.

En el caso de algunos hermanos y hermanas, cuando reciben la palabra del Señor en una reunión,
perciben la luz como un relámpago en el cielo, y se sienten muy contentos. Sin embargo, deben ser
cuidadosos para que la luz no disminuya gradualmente ni se desvanezca completamente para
cuando salgan de la reunión. Cuando escuchemos un mensaje, debemos orar y pedirle al Señor que
no permita que la luz se desvanezca, sino que más bien podamos retenerla en nuestro ser, de modo
que se intensifique cada vez más hasta que el día sea perfecto.

Todos hemos experimentado el relampagueo de la luz en nuestro interior durante nuestro tiempo
privado de oración o mientras caminamos. Si somos descuidados y negligentes, la luz se
desvanecerá en un instante. Por lo tanto, lo mejor es llevar con nosotros una libreta. Incluso
mientras dormimos en la noche, debemos tener siempre una libreta cerca de nuestra almohada. Si la
luz relampaguea en nosotros cuando nos despertamos en la noche, debemos de inmediato poner por
escrito ese sentir interior. Por ejemplo, puede ser que mientras vamos en un auto relampagueen
estas palabras en nuestro ser: “De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). En
ese momento debemos orar, diciendo: “Oh Señor, por favor, retén esta luz por mí. Señor, ten
misericordia de mis carencias en los asuntos espirituales, no permitas que esta luz se desvanezca”.
Luego debemos escribir la palabra plenitud en nuestra libreta. Podemos entonces preguntar: “Señor,
¿qué es la plenitud? Oh Señor, abre mis ojos para que pueda ver el contenido de la plenitud”. De
esta manera, el Espíritu Santo nos revelará una escena tras otra, mostrándonos que el contenido de
la plenitud es la vida, la resurrección, la luz y el camino. Así, bajo el resplandor del Espíritu Santo,
todos los pasajes tocantes a la plenitud hallados en el Evangelio de Juan, desde el capítulo 1 hasta el
capítulo 21, aparecerán vívidamente ante nuestros ojos.

Es posible que lo que leemos en la Biblia no sea útil en el momento en que lo leemos. Pero cuando
recibimos una visión, todo lo que hemos leído regresará a nosotros; las palabras pertinentes
resplandecerán. Entonces podremos adorar al Señor y tener comunión con Él. Podremos meditar en
la vida como uno de los elementos que se hallan en la plenitud y aplicarlo a nosotros mismos y a la
iglesia. De este modo, seremos conducidos a una magnífica visión que nos traerá vida. Esta visión
se convertirá en la luz que iluminará a aquellos con quienes tengamos contacto y también los
conducirá a la luz.

No debemos pensar que sea insignificante la visión en cuanto al gran misterio de la iglesia.
Debemos pedirle al Señor con toda seriedad que cada vez que tengamos el más leve sentir en
nosotros, le pidamos que retenga este sentir en nosotros; que cada vez que tengamos una leve
compresión de algo o veamos algo, le pidamos que retenga esa luz y la intensifique. Debemos
decirle: “Señor, ésta es la luz de la aurora; es la luz del sol que se levanta por la mañana. No quiero
que este sol se ponga; deseo que esta luz vaya en aumento hasta que el día sea perfecto”. Si los
hermanos y hermanas están dispuestos a hacer esto, muchos de ellos serán alumbrados, pues verán
y entenderán lo que es el Cuerpo de Cristo en esta era.

LA IGLESIA ES LA PLENITUD DE CRISTO

Efesios nos dice que la iglesia es la plenitud de Cristo (1:22-23). Todo lo relacionado con la iglesia
debe ser el desbordamiento de Cristo; y todo lo que no sea la plenitud no puede ser la iglesia. ¿Qué
es la plenitud de Cristo? La plenitud de Cristo es el desbordamiento de Cristo. Podemos comparar
esto a la plenitud de Adán, al producto de Adán. Quizás alguien pregunte: “¿Dónde está Adán?”.
Entonces debemos responder con toda confianza: “Está aquí. Yo soy Adán. ¿Está usted buscando a
Adán? Adán está aquí mismo; yo soy la plenitud de Adán”. Que todos recibamos la bendición del
Señor, de modo que cuando las personas nos pregunten dónde está Cristo, podamos responder:
“Cristo está aquí”. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Cristo, el desbordamiento de
Cristo.

La primera vez que la Biblia nos habla de la plenitud es en Juan 1. Ya hemos visto algunos de los
elementos contenidos en la plenitud, según los escritos de Juan. El primer elemento contenido en la
plenitud es la vida. Cuando visitamos una localidad, podemos discernir y percibir si la iglesia en esa
localidad tiene vida. La plenitud también incluye otros elementos, tales como la resurrección, la luz
y el camino. Si una iglesia posee o no el desbordamiento de Cristo, ello dependerá de si allí se
encuentra el suministro de vida, la manifestación de la resurrección, el resplandor y el camino.
Todos estos elementos nos sirven para poner a prueba una iglesia.

EL CONTENIDO DE LA PLENITUD: ALIMENTO

En este capítulo queremos ver que en los escritos de Juan el contenido de la plenitud también
incluye otros elementos, tales como el alimento, la satisfacción, la libertad, la gloria y el amor. El
Señor dijo en Juan 6:48: “Yo soy el pan de vida”. Por consiguiente, el alimento es otro de los
elementos contenidos en la plenitud. La plenitud de Cristo se manifestará en una localidad siempre
y cuando esté allí presente el alimento espiritual. El alimento que Dios da a Su pueblo es Cristo. En
el Antiguo Testamento, en la tipología de la pascua en Éxodo, los israelitas fueron sustentados por
la carne del cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas. En el desierto ellos fueron
sustentados por el maná. En Canaán ellos fueron sustentados por las riquezas del producto de la
tierra. La carne del cordero se refiere a Cristo, el pan sin levadura se refiere a Cristo, el maná se
refiere a Cristo y el producto de la tierra de Canaán también se refiere a Cristo. Todo lo que es
comestible se refiere a Cristo. Cristo es el alimento que nutre al pueblo de Dios.
Si una iglesia local anda en el camino de Dios, debe tener un suministro de alimentos diario e
inagotable. Una iglesia local que viva en Cristo, que sea disciplinada por Dios y que tenga a Cristo
como fruto de la obra de edificación de Dios, tendrá un suministro diario de alimento espiritual.

A menudo las personas preguntan si pueden ir y reunirse en cierto lugar. Nos resulta difícil decirles
si está bien que se reúnan en cierto lugar; lo crucial es si allí uno puede recibir un suministro de
vida. Algunos hermanos suelen preguntarme si está bien ir a cierto lugar a escuchar un mensaje. No
se trata de si está bien o mal; lo importante es si ellos simplemente escucharán un mensaje o
recibirán alimento. ¿Recibirán simplemente una enseñanza o recibirán algún suministro? Los hijos
de Dios necesitan discernir entre la enseñanza y el alimento.

Mientras estamos sentados en una reunión, debemos preguntarnos si estamos escuchando un


mensaje para recibir enseñanzas o para recibir el alimento. Las enseñanzas nos llevan a pensar de
manera clara y lógica, mientras que el alimento es completamente diferente, ya que nutre nuestro
espíritu. A menudo podemos olvidarnos de un mensaje que escuchamos, pero sentimos que fuimos
alimentados interiormente. Tal vez nos encontremos con un hermano que nos diga: “¡La reunión de
hoy estuvo buenísima!”. Si le preguntamos qué le pareció bueno, tal vez sólo nos diga: “Me siento
lleno; me siento verdaderamente satisfecho internamente”. Quizás no sea capaz de decirnos nada
más, sino que únicamente regresará para ser alimentado de nuevo. Ésta es una buena señal; ésta es
la reunión del ministerio.

Una reunión del ministerio siempre debe alimentar a las personas. La reunión de oración y la
reunión para partir el pan también deben alimentar a las personas. Podemos ser alimentados debido
a que en la reunión Cristo nos es dado. Cristo es alimento; Él es Aquel que satisface a las personas.
Él es el pan de vida que descendió del cielo. Juan 1:16 dice que de Su plenitud recibimos todos, y
gracia sobre gracia. La expresión y la prueba de haber recibido algo es el alimento que satisface a
las personas. Lo que determina si una iglesia local tiene a Cristo y es la expresión del Cuerpo, es si
hay alimento en dicha iglesia; no es posible engañar a las personas al respecto.

Si alguien nos invita a cenar, no puede engañarnos en cuanto al número de platillos que están sobre
la mesa. Tres platillos son tres platillos, y cinco platillos son cinco platillos; esto es bastante obvio.
Una persona puede preparar un banquete y decirnos por cortesía: “Esta comida es muy sencilla, no
es nada del otro mundo; por favor, sírvase”. Quizás otra persona nos invite a cenar y sólo sirva un
poco de comida muy sencilla, y nos diga: “Por favor, coma lo que quiera”. No importa lo que nos
diga, si pone sobre la mesa dos platillos, serán dos platillos; si pone diez platillos, serán diez
platillos; si pone una comida común y corriente, será una comida común y corriente; y si prepara un
banquete, será un banquete. Lo que una persona ponga sobre la mesa, eso será lo que habrá; y uno
sólo puede servir de lo que tiene. No se puede engañar a los demás.

A la gente no se le puede engañar con respecto a cuánto una iglesia ha sido juzgada y edificada por
Dios. Cuánto una iglesia haya sido edificada por Dios y cuánto de Cristo tenga, no son cosas que
pueden fingirse. Sin embargo, en algunos lugares se ha tratado de poner una fachada. Por ejemplo,
cuando los ancianos se enteran de que algunos los santos van a venir para tener comunión, se
apresuran a poner todo en orden. Hacen lo posible para que los ancianos parezcan “ancianos” y para
que los diáconos parezcan “diáconos”. Tal vez sean ancianos y diáconos, pero no tienen mucho de
Cristo. No podemos fingir algo que no somos. Es imposible dar la apariencia de que Dios se ha
edificado en nosotros más de lo que realmente se ha edificado. Es imposible fingir que hemos sido
edificados más de lo que realmente hemos sido edificados. Es imposible fingir que hemos sido
quebrantados por Dios más de lo que realmente hemos sido quebrantados. La medida que tenemos
es la medida que tenemos. La medida en que Cristo se desborde en la iglesia es la medida en que Él
se ha desbordado. No es posible fingir que tenemos más de Cristo de lo que realmente tenemos, así
como tampoco es posible reducir la medida de Cristo que tenemos. Todo depende de cuánto de
Cristo se haya edificado en nosotros. La prueba fehaciente de si tenemos la realidad de la iglesia o
no, es si la gente recibe alimento cuando se reúne con nosotros. Esto no es algo que se demuestra
con la doctrina, sino con la realidad.

EL CONTENIDO DE LA PLENITUD: SATISFACCIÓN

Otro elemento que se encuentra en el Evangelio de Juan es la satisfacción. En Juan 4 el Señor dijo a
la mujer samaritana: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; mas el que beba del agua
que Yo le daré, no tendrá sed jamás” (vs. 13-14). Esto nos habla de satisfacción. En el último día de
la fiesta, el Señor se puso en pie y alzó la voz, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”
(7:37). Estar sediento es estar insatisfecho; pero venir y beber es obtener satisfacción. El Señor dijo:
“El que cree en Mí [...] de su interior correrán ríos de agua viva” (v. 38). Esto no sólo es estar
satisfechos, sino también desbordar, es decir, estar satisfechos, al punto de rebosar. Esta
satisfacción, este desbordamiento, es uno de los elementos contenidos en la plenitud de Cristo.

La iglesia como la plenitud de Cristo debe producir un efecto, el cual es darle a las personas una
satisfacción interna. Hay una prueba muy contundente de si una iglesia local es una expresión del
Cuerpo y si ella hace que la gente tenga contacto con el Cuerpo: cuando las personas van allí, ¿se
sienten satisfechas? En el pasado las personas han preguntado: “¿Por qué me siendo igual antes y
después de una reunión? Me sentía vacío interiormente antes de la reunión, y después de la reunión
sigo sintiéndome vacío”. Eso significa que ellos no fueron satisfechos en la reunión. Pero
maravillosamente, también es posible que permanezcamos callados durante una reunión de oración,
y al salir nos sintamos satisfechos interiormente. Sentimos que algo ha entrado en nuestro ser. Si
esto sucede, debemos adorar al Señor, diciendo: “Oh Señor, Tu Cuerpo está aquí”. Esto indica que
la plenitud de Cristo se expresa y que allí se encuentra un suministro de Cristo.

No podemos fingir al respecto. Las oraciones que se hacen a voz en cuello en la reunión de oración
no son necesariamente una fuente de satisfacción. En lugar de oraciones hechas a gran voz, a
menudo sólo se escuchan oraciones tranquilas que apenas parecen un hilito de agua en la reunión de
oración. Sin embargo, los santos son refrescados. Por un lado, ellos escuchan las oraciones, y por
otro, continúan y desarrollan más esas oraciones. Beben del agua viva y algo se infunde en su
interior. Por consiguiente, después de la reunión dicen: “Bebí hasta quedar lleno, y me siento
satisfecho”. Creo que muchos santos de entre nosotros han tenido esta experiencia.

Si ustedes me preguntan que reunión me gusta más, les diría en primer lugar, la reunión para partir
el pan, y en segundo lugar, la reunión de oración. Esto se debe a que en la reunión del partimiento
del pan y en la reunión de oración, mi espíritu siempre es satisfecho. Me siento regado, refrescado y
satisfecho. Sin embargo, también diría que aunque disfruto mucho la reunión de oración, también le
tengo mucho temor, porque si la reunión de oración no toca la presencia del Señor, es un verdadero
sufrimiento para los santos. Sin la presencia del Señor, ellos se quedan sin saber qué hacer.

Si después de la reunión de oración los santos se quedan con un sentimiento de frustración y sed,
esa iglesia tiene un problema delante del Señor. Cristo “se encuentra en un callejón sin salida”; ha
llegado a un punto donde no puede avanzar más. Él no puede seguir adelante. Si a una reunión de
oración le falta el fluir del agua viva y no refresca ni riega, los santos no podrán ser satisfechos.
Esto también se aplica a la reunión del partimiento del pan. Que el Señor tenga misericordia de
nosotros. Si el Señor no está en nuestra reunión, sea la reunión de oración, la reunión del
partimiento del pan o cualquier otra reunión, eso hará que los santos se sientan frustrados. Sin
embargo, cuando los hermanos responsables y todos los santos viven en el Señor, permitiendo que
Él los quebrante, los edifique y pase a través de ellos, cualquiera que entre en medio suyo sentirá
que el Señor verdaderamente está entre ellos. Ellos tocarán al Señor y se sentirán refrescados.
Aunque tal vez no escuchen muchas doctrinas ni exhortaciones durante la reunión, después de la
reunión se sentirán interiormente refrescados, avivados y verdaderamente satisfechos.

Nuestras reuniones del evangelio también deben ser así. Lo que salva a una persona no es el
mensaje que se da en una buena reunión del evangelio, sino que más bien es la plenitud presente en
la reunión la que satisface su vida humana vacía. El éxito de una reunión del evangelio no depende
del entusiasmo ni del número de personas que asistan, sino que depende completamente del
contenido. Cuando los santos se reúnen para predicar el evangelio como iglesia, como la expresión
del Cuerpo de Cristo, habrá un fluir espontáneo de la plenitud que tocará a las personas que están
sedientas en su vida humana. Como resultado, las personas no escucharán mucha doctrina ni
entenderán mucho acerca de la salvación, sino que se sentirán satisfechas interiormente y podrán
decir: “¡Oh, he hallado satisfacción en la iglesia!”.

Cuando estuve en el norte de China, la iglesia local allí fue realmente bendecida por el Señor.
Aunque no habíamos aprendido muchas lecciones profundas, verdaderamente disfrutábamos de la
presencia del Señor. En cierta ocasión, en el momento en que una pareja entraba al salón de reunión
para celebrar su boda, una viuda de treinta años pasaba por allí. Puesto que estaba curiosa por ver
cómo sería la boda, entró al salón. Durante la reunión algunos santos compartieron algunas palabras
de exhortación, y ella recibió al Señor.

Ella era una mujer gentil que nunca había escuchado del evangelio. Ella y su familia nunca habían
tenido contacto con el cristianismo, y según las costumbres de esa región, ellos jamás habrían
aceptado una religión extranjera. Sin embargo, cuando ella vio la boda ese día, fue conmovida,
creyó y recibió al Señor cuando escuchó una cuantas palabras de exhortación. Por haber recibido al
Señor, su familia le causó problemas. Sin embargo, ella dijo: “No puedo evitar creer en Jesús. Toda
mi vida he estado insatisfecha, y nunca había experimentado lo que era estar satisfecho en mi vida
humana. Pero ese día, fui a ver una boda en ese salón, y pese a que no puedo explicarlo, toqué algo,
y sentí que había encontrado un lugar de reposo para mi vida humana. Así que creeré en Jesús aun
si ustedes me amenazan de muerte”. Su familia dijo que en ese caso ella no recibiría una porción de
la herencia familiar. Pero su actitud fue que puesto que ni siquiera la muerte le impediría creer,
¿cómo podría impedirle creer la pérdida de la herencia? Aunque ella no escuchó mucha doctrina, no
obstante, tocó algo en aquella reunión de bodas. Esto es la realidad espiritual; ésta es la plenitud de
Cristo expresada en Su iglesia.

El Señor no desea tener una iglesia que simplemente predique el evangelio por Él; en vez de ello,
desea obtener un Cuerpo que sea Su plenitud y expresión. Si Él logra ganar a un grupo de personas
sobre la tierra que viva en Él y permita que Él los quebrante y edifique, dicho grupo de personas
será el Cuerpo viviente de Cristo. Este Cuerpo es la plenitud de Cristo, el desbordamiento de Cristo.
Todo lo que la gente necesite, lo hallará en el Cuerpo, en la plenitud. Los que necesiten luz verán la
luz cuando vengan al Cuerpo. Los que necesiten consuelo hallarán consuelo cuando vengan al
Cuerpo. Los que necesiten un camino encontrarán un camino ante ellos cuando vengan al Cuerpo.
Los que interiormente estén vacíos, insatisfechos, descontentos e incapaces de encontrar un
propósito en su vida humana, serán satisfechos interiormente cuando toquen el Cuerpo, la iglesia.
Tal vez no escuchen muchas doctrinas, pero en su interior tocarán algo que los hará sentirse
satisfechos, algo que los unirá con Dios y hará que se adhieran a Dios.
Si ésta no es nuestra condición, tenemos un problema. Si las reuniones en una iglesia local no
pueden satisfacer a las personas, algo anda mal. Dicha localidad ha perdido la presencia del Señor y
no ha permitido que la satisfacción del Señor fluya de los santos.

EL CONTENIDO DE LA PLENITUD: LIBERTAD

En Juan 8:36 Jesús dijo: “Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres”. Hay otro
elemento hallado en la plenitud de Cristo, y es que libera a las personas. Creo que muchos de
nosotros hemos tenido este tipo de experiencia. Cuando la condición de una iglesia local es normal,
cuando una iglesia local es fuerte, las reuniones siempre harán que la gente se sienta liberada.
Aunque es posible que interiormente nos sintamos oprimidos, atados, turbados e incapaces de
levantarnos, muchas veces en la reunión de oración o en la reunión del partimiento del pan, todo
nuestro ser es liberado, caen todas nuestras ataduras y obtenemos la verdadera liberación, pese a
que en dichas reuniones no haya mucho hablar.

Hay un elemento en la reunión que hace que toquemos la libertad y eso nos da libertad. Esto no es
algo que sólo se aplica a las reuniones, pues si los servidores, los hermanos responsables y los
santos viven en la plenitud de Cristo y en el desbordamiento de Cristo, las personas se sentirán
liberadas al tener contacto con ellos. Al relacionarse con ellos y conversar con ellos, las personas
serán libertadas interiormente. Algunos pueden decir que esto es simplemente un efecto
psicológico; sin embargo, los asuntos espirituales son más reales que cualquier otra cosa. Si Cristo
ha ganado terreno en nosotros y esto puede manifestarse en nuestro vivir, comprobaremos que hay
un poder en nosotros que es capaz de liberar a otros. En otras palabras, si permitimos que Cristo
tome el terreno en nosotros, podremos liberar el espíritu de otros. Por otra parte, si nosotros mismos
estamos atados, no podremos liberar a otros.

Supongamos que los ancianos de una iglesia local están atados, Cristo está ausente y el diablo ha
entrado en la iglesia. Todos los santos de esa localidad estarán atados. Los ancianos, los diáconos y
los santos estarán atados. Aun cuando vengan a la reunión y canten: “Aviva Tu obra, Oh Señor”
(Hymns, #797), no serán liberados. No importa cuánto canten, la iglesia no será reavivada, y nadie
experimentará liberación en esa reunión. Todos se sentirán restringidos y atados. Antes de entrar a
la reunión, una persona que se sentía hasta cierto punto liberada, libre y tranquila, después de que se
sienta y empieza a cantar “Aviva Tu obra, Oh Señor” en esa atmósfera, todo su ser estará atado, y
no podrá moverse. Hemos experimentado esta clase de agonía. Mientras que orábamos en casa,
nuestro espíritu estaba libre. Pero tan pronto como entramos en la reunión, todo nuestro ser fue
atado, y la atmósfera de la reunión nos sofocaba. Cuando esto sucede, debemos comprender que hay
un problema en la reunión. Los hermanos responsables tienen algún problema, y los santos han
tomado o muy pocas o ninguna medida delante del Señor. Como resultado, la plenitud ha
disminuido, y en las reuniones hay ataduras y falta de libertad.

No podemos fingir ante los demás que hemos sido quebrantados y somos vivientes delante del
Señor, que Él se ha edificado en nosotros y que la iglesia es la expresión del Cuerpo de Cristo. Las
personas lo sentirán de inmediato cuando tengan contacto con nosotros. De igual manera, no
podemos disimular la condición de nuestra localidad. La condición será fría o caliente, deficiente o
rica, en la carne o en Cristo. En cuanto las personas tengan contacto con nosotros, tocarán la
realidad interna. Nada es tan real como los asuntos espirituales; es imposible fingir estas cosas.

Algunas personas están en Cristo, permiten que Él las gobierne y se desborde y fluya de su interior.
Éstas son personas que han sido quebrantadas, restringidas y gobernadas por el Espíritu Santo.
Cuando estamos en medio de ellas, nos sentimos libertados y libres, no importa cuán pesada sea la
carga o cuán difícil sea la situación que nos oprime. Tan pronto como entramos en una reunión
donde ellos están, todo nuestro ser se siente libre y liberado. Esto se debe a que en la plenitud de
Cristo hay libertad. Si el Hijo de Dios nos liberta, seremos verdaderamente libres. De Su plenitud
hemos recibido todos, y gracia sobre gracia. Si vivimos en Él y permitimos que Su plenitud sea
expresada, habrá algo en nosotros que libera a los demás.

EL CONTENIDO DE LA PLENITUD: GLORIA

Otro elemento hallado en la plenitud es la gloria. El apóstol Juan dijo: “Contemplamos Su gloria,
gloria como del Unigénito del Padre” (Jn. 1:14). Esta gloria es la gloria del Unigénito del Padre. En
17:22 el Señor dijo: “La gloria que me diste, Yo les he dado”. ¿Cuál es esta gloria? Es difícil
responder a esta pregunta. Tal vez sintamos que en una reunión todo carece de valor y que no tiene
peso alguno; todo parece trivial. Independientemente de si un hermano responsable da un mensaje u
otro hermano da una exhortación, los santos tienen la sensación de que todo es trivial. Esto no es
gloria.

En 1942 yo estaba compartiendo un mensaje en Nanking, plenamente bajo la autoridad del Señor, y
la atmósfera de la reunión era muy solemne. Después que terminé de hablar, un hermano
responsable se puso en pie y anunció una boda. El anuncio se hizo de una manera muy frívola, y no
comunicó a los santos ningún sentir de gloria. Sin embargo, a veces un hermano responsable puede
ponerse de pie para dar un breve anuncio, y los santos perciben que dicho anuncio tiene peso y es
glorioso. Hubo ocasiones en que escuchamos algunas oraciones en la reunión del partimiento del
pan que nos permitieron sentir una atmósfera gloriosa. Era gloriosa sobremanera. Esta gloria nos
hizo percibir la grandeza de la reunión, y tocamos al Señor mismo en esa gloria.

¿Qué es la gloria? La gloria es Dios manifestado ante los hombres. Cada vez que un hombre toca a
Dios, percibe gloria; y cada vez que está ante la luz de la presencia de Dios, percibe la gloria. La
gloria es Dios expresado ante los hombres. Cuando Dios logra pasar a través de una iglesia,
derribarla y edificarse a Sí mismo en ella, Él puede salir del interior del hombre. Entonces, todo el
que tenga contacto con la iglesia, sentirá la gloria. Cada vez que Dios sale, las personas tendrán el
sentir de gloria.

Sentimos la gloria cuando Dios sale en el mensaje de un hermano. Sin embargo, si un hermano
exhibe su carne al dar el mensaje, interiormente sentiremos que dicho mensaje es bastante bajo y
vil. Aunque no digamos nada, agacharemos la cabeza. Esto está en contraste con la manifestación
de Dios, que es la gloria. Lo que indica si una iglesia local expresa el Cuerpo, si ella es la expresión
de la plenitud de Cristo, es lo que sienten las personas cuando están en medio de los santos.
¿Perciben ellos algo bajo y vil o perciben la gloria? Cuando una persona vive en la presencia de
Dios, aun cuando sólo se ponga en pie para presentar a los hermanos y hermanas, lo hará de una
manera gloriosa. No podemos obtener esta gloria imitando a otros, ni podemos engañar a otros. No
podemos fingir ninguno de los asuntos espirituales, como por ejemplo, cuánto Dios ha podido pasar
a través de nosotros, cuánto hemos permitido que Él nos edifique, cuánto de Dios se ha forjado en
nuestra constitución intrínseca, cuánto hemos sido quebrantados y edificados por Dios, cuánto de
Dios se ha mezclado con nosotros, y cuánto hemos entrado nosotros en Dios. Cuando las personas
tengan contacto con nosotros, ellas percibirán la presencia o la ausencia de gloria.

EL CONTENIDO DE LA PLENITUD: AMOR

Esta plenitud contiene otro elemento: amor. El Evangelio de Juan no nos dice que Dios es amor;
esto nos lo dice 1 Juan 4:8. Puesto que el Señor es el Dios encarnado que expresa la plenitud de
Dios, el amor debe ser uno de los elementos que se incluyen en Su plenitud. En general, en lo que
se refiere al amor, el amor humano y el amor de Dios son dos cosas completamente diferentes. El
amor que se halla en la plenitud no es el amor humano, sino el amor divino. Si nuestro amor se
origina únicamente en nosotros mismos, esto hará que los demás únicamente perciban nuestra
persona. Pero si se origina en Dios, ellos percibirán a Dios. El amor es uno de los elementos
hallados en la plenitud; este amor no es el amor humano, sino el amor de Dios. Si una iglesia local
vive en Dios y, por ende, expresa la plenitud, las personas tocarán el amor de Dios en medio de
ellos. Las personas sentirán una atmósfera cálida, consuelo y compasión. Ellos sentirán que están en
casa.

Si las personas acuden a nosotros, aun cuando sólo sea para llorar, esto es muy bueno. Si nadie
puede llorar delante de nosotros, debemos saber que no emana de nosotros mucho de Dios. Si Dios
emana de nosotros, las personas se nos acercarán. Debemos comprender que no es fácil derramar
lágrimas. Cuando las personas derraman lágrimas delante de nosotros, eso indica que están siendo
consoladas por nosotros, es decir, que se sienten apreciadas y confortadas con nosotros.

Si la reunión de la mesa del Señor está llena de la presencia del Señor, llena de la expresión de la
plenitud, muchas personas derramarán lágrimas en la reunión. Esto se debe a que tocan amor, afecto
y compasión. Sin embargo, si en una reunión de la mesa del Señor no se encuentra la presencia del
Señor ni hay amor, eso significa que la plenitud no está allí. Mientras algunos santos cantan y oran,
otros se muestran indiferentes, pues miran a todos lados y agachan la cabeza apenas notan que
alguien los está mirando. ¿Será que esto describe nuestra verdadera condición? ¿Será posible que en
nuestras reuniones las personas escuchen que los santos canten y oren, pero no tocan ningún afecto,
consuelo y compasión? El afecto, el consuelo y la compasión son señales de que hay amor. Si una
reunión expresa la plenitud, en dicha plenitud habrá amor, y las personas recibirán afecto, consuelo
y compasión. Al tocar estas cosas, ellas sentirán la realidad de la iglesia como el Cuerpo, la
plenitud.

CAPÍTULO DOCE

CINCO ASUNTOS RELACIONADOS


CON LA IGLESIA Y LA UNIDAD DE LA IGLESIA

Lectura bíblica: Ef. 2:15, 20-21

Efesios presenta varios aspectos de la iglesia. El capítulo 1 nos muestra que la iglesia es el Cuerpo
de Cristo (v. 23); el capítulo 2 nos muestra que la iglesia es una morada, un edificio (vs. 19-22); en
el capítulo 5 vemos que la iglesia es una esposa que complementa al esposo (vs. 25-27); y el
capítulo 6 nos muestra que la iglesia es un combatiente, un guerrero (vs. 10-18). Por consiguiente,
Efesios contiene cuatro expresiones diferentes en cuanto a la iglesia: el Cuerpo, la morada, la
esposa y el guerrero.

También se nos habla del Cuerpo en Romanos y en 1 Corintios. La morada, el edificio, se puede ver
también en 1 Corintios 3 y en 1 Pedro 2. Con respecto a la iglesia, Apocalipsis 12:1 habla de “una
mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce
estrellas”. Esta mujer simboliza la totalidad del pueblo de Dios sobre la tierra, incluyendo a la
iglesia en la era del Nuevo Testamento. Luego en el capítulo 21, que trata sobre la Nueva Jerusalén,
vemos la esposa del Cordero. Por consiguiente, en Apocalipsis la iglesia es tanto la esposa del
Cordero como la ciudad. Así pues, vemos cinco elementos relacionados con la iglesia: el Cuerpo, la
morada, la esposa, el guerrero y la ciudad. Aunque estos cinco elementos son diferentes, todos ellos
tienen una característica en común.

CINCO ASUNTOS RELACIONADOS CON LA IGLESIA

El Cuerpo

Sabemos que la función del cuerpo es expresar la cabeza. La cabeza se expresa por medio del
cuerpo, y también vive y se mueve por medio del cuerpo. Si no tuviéramos un cuerpo, no podríamos
expresarnos a nosotros mismos ni vivir ni movernos. Cristo, la Cabeza, puede expresarse a Sí
mismo, vivir y hacer lo que desea en el universo únicamente por medio de la iglesia como el
Cuerpo. Por lo tanto, debemos recordar tres cosas cuando hablemos acerca del Cuerpo: el Cuerpo
hace posible que la Cabeza pueda expresarse, vivir y moverse. Aunque nuestro Señor ya efectuó Su
obra redentora y está en los cielos, Él todavía se expresa a Sí mismo, vive e introduce Su mover y
obra en la tierra por medio de la iglesia, Su Cuerpo. Por consiguiente, la iglesia como el Cuerpo de
Cristo es la continuación de Cristo en cuanto al tiempo, y la propagación de Cristo en cuanto al
espacio (Ef. 1:23).

Por dos mil años, Cristo ha permanecido visible en la tierra. Sin embargo, este Cristo no es un solo
individuo, sino un Cristo corporativo. Esto se debe a que en Su ascensión, Él obtuvo un Cuerpo
universal que existe en el tiempo y en el espacio. Es por medio de este Cuerpo universal que Cristo
se expresa a Sí mismo, vive, se mueve y obra en este universo.

La morada

Una morada es el lugar donde una persona reside y reposa. La morada de Dios es donde Él reside y
halla reposo. Si entendemos la Biblia y percibimos el corazón de Dios, sentiremos que en Génesis
Dios estaba buscando una morada; podríamos compararlo a una persona sin hogar. En Génesis 1 y 2
parece que Dios no tiene un lugar de reposo, un hogar donde residir. Si percibimos el sentir de Dios
en las Escrituras, nos compadeceremos de Él. Aunque Dios tiene los cielos como Su morada en el
universo, esto no satisface el deseo de Su corazón; Él necesita una morada más apropiada para Su
naturaleza. En Éxodo el pensamiento de la necesidad que Dios tiene de una morada fue revelado
después que Él salvó a los israelitas de Egipto. Dios le mandó a Moisés que edificara un tabernáculo
donde Él pudiera morar (25:8-9); este tabernáculo representaba al hombre. Cuando la condición de
los israelitas era apropiada delante de Dios, Él tenía un lugar de reposo entre ellos.

Según las Escrituras, David fue un hombre conforme al corazón de Dios (Hch. 13:22); él entendía el
corazón de Dios. El deseo que tenía David de hallar un lugar de reposo para Jehová fue lo más grato
para Dios (Sal. 132:5). En la época de David, el arca, que representaba a Dios, estaba separada del
tabernáculo (1 S. 4:22—5:1). El arca era semejante a un hombre que vagaba sin tener un lugar de
reposo. Así que con el tiempo, David trajo el arca de regreso (2 S. 6:12-15). Mientras David moraba
en una casa de cedro, se acordó de Dios. Él se acordó de que Dios no tenía donde morar, y tuvo el
deseo de edificarle una morada. Este deseo agradó a Dios (7:1-3). Ahora Dios desea forjarse en un
grupo de personas por medio de la gracia para hacer de ellos una morada (vs. 11-14). Durante la
época de David, Dios no le permitió a él edificar Su morada con sus propias fuerzas. Fue Salomón,
el hijo de David, quien edificó el templo para Dios (1 R. 6—8), y cuando concluyó la edificación, la
gloria de Dios lo llenó (8:10-11). En ese momento Dios se sintió sumamente gozoso.

En el Nuevo Testamento Dios tiene una morada, que es la iglesia (Ef. 2:22; 1 P. 2:5). Hoy en día
Dios tiene una morada sobre la tierra, un lugar donde Él puede establecerse. Ese lugar es la iglesia,
la cual es conforme a Su corazón. La Nueva Jerusalén, el tabernáculo de Dios entre los hombres, se
manifestará en la eternidad. Dios fijará Su tabernáculo con el hombre por la eternidad, se
establecerá en el hombre, y eternamente disfrutará reposo con el hombre (Ap. 21:3). Por
consiguiente, la morada de Dios es el lugar donde Él halla reposo. La iglesia es para Dios esta
morada. ¿Adónde debe ir la gente hoy para encontrar a Dios? Debe ir a la iglesia. Podemos
encontrar a Dios y reunirnos con Él únicamente cuando venimos a la iglesia, la casa de Dios. La
iglesia es la morada de Dios, el lugar donde Dios reside.

La esposa

La iglesia es la esposa de Cristo, el complemento de Cristo. La iglesia como la esposa de Cristo es


Su complemento. En Génesis 2:18 Dios dijo que no era bueno que el hombre estuviera solo; estas
palabras nos revelan el corazón de Dios. Dios sentía que no era bueno que Él estuviera solo; Él
necesitaba alguien que fuera su pareja, la iglesia. Cristo necesita que la iglesia sea Su pareja.
Cuando vemos sólo al esposo, vemos solamente la mitad de la pareja; pero hay otra mitad. Tanto el
esposo como la esposa necesitan estar juntos para estar completos.

Por ejemplo, si cortamos una calabaza en dos, ninguna de las mitades es una calabaza completa.
Asimismo, si cortamos una sandía en dos, ninguna de las dos mitades será una sandía completa. No
serán una sandía completa hasta que ambas mitades se junten. De la misma manera, sin el hombre
como Su pareja, Dios carece de un complemento. Esto significa que sin la iglesia, Cristo no tiene
una pareja que lo complemente. Dios edificó a la mujer en Génesis 2 para que fuese la pareja de
Adán. La iglesia es la pareja de Cristo que lo complementa. Si la iglesia no existiera, Cristo no
tendría a nadie que lo complementara. En el universo Dios ha tenido el anhelo de hallar una pareja
idónea para Su Hijo, Cristo; esta pareja es la iglesia. La iglesia es la novia de Cristo que lo
complementa a Él.

El guerrero

La función de la iglesia como el guerrero es pelear. El guerrero mencionado en Efesios 6 no es un


santo en particular, sino la iglesia corporativa. La armadura descrita en los versículos del 10 al 20
no es para ningún individuo en particular, sino para el Cuerpo. Ningún creyente espiritual como
individuo puede experimentar ricamente todas las piezas de esta armadura. Cuando John Bunyan
escribió El Progreso del peregrino, la luz en cuanto a la iglesia no era muy clara. Fue por esta razón
que él comparó al guerrero de Efesios 6 con un santo, un individuo. Pero el guerrero del capítulo 6
es la iglesia, no un individuo; la armadura es también una armadura corporativa, no es la armadura
de un santo en particular. Únicamente la iglesia en unidad puede experimentar todas las riquezas de
toda la armadura de Dios. El enemigo de Dios, Satanás, ha estorbado a Dios y le ha impedido llevar
a cabo Su propósito. Por consiguiente, a fin de llevar a cabo Su voluntad, Dios tiene que hacer
frente a Su enemigo, luchando una guerra contra él. Efesios nos muestra cómo la iglesia pelea por
Dios. Dios combate contra Su enemigo por medio de la iglesia a fin de llevar a cabo Su voluntad.
De este modo, la iglesia es un guerrero espiritual, que pelea por Dios para llevar a cabo Su
propósito.

La ciudad

La ciudad es la suma de los cuatro asuntos mencionados anteriormente: el Cuerpo, la morada, la


esposa y el guerrero. La ciudad es el Cuerpo de Cristo que existirá por toda la eternidad. Cristo será
expresado por medio de la ciudad y vivirá en ella. La ciudad es una morada agrandada. En esta era
la iglesia es una morada, un templo donde Dios puede morar; pero en la eternidad esta morada será
agrandada y se convertirá en una ciudad. La ciudad es la novia de Cristo; la novia y la ciudad son,
de hecho, la misma entidad. La ciudad es un guerrero, pero en la eternidad, cuando el enemigo de
Dios sea completamente derrotado, no habrá tinieblas, ni muerte ni necesidad de pelear. La ciudad
es la totalidad de todos los diferentes aspectos que abarca la iglesia.

Con relación a la autoridad, cuando la ciudad se manifieste, la autoridad será plenamente


manifestada. La autoridad puede verse en el Cuerpo, en la morada, en la esposa y en el guerrero.
Especialmente en una guerra, los que no son capaces de someterse a la autoridad no pueden ser
guerreros; los soldados tienen que someterse completamente a la autoridad. Además, una ciudad
implica gobierno. En la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, la autoridad de Dios está firmemente
establecida; el trono de Dios con Su autoridad está en la ciudad (Ap. 22:3). Dios reina sobre las
naciones por medio de esta ciudad; y esta ciudad es el lugar desde donde Dios ejerce Su autoridad.
El hecho de que el Señor reine por los siglos de los siglos es otro asunto relacionado con la
autoridad. Por lo tanto, la ciudad denota la autoridad y gobierno de Dios.

Es preciso que veamos que el Cuerpo, la morada, la novia y el guerrero tienen como fin que la
autoridad sea ejercida; todos estos asuntos tienen una sola meta: que la autoridad de Dios sea
plenamente establecida para que la gloria de Dios pueda ser expresada. En Apocalipsis 21—22 la
autoridad de Dios es tan segura como la ciudad. Esto se logra gracias a la obra de edificación que
Dios ha venido llevando a cabo a través de los siglos. En esta ciudad está el trono de Dios, que
representa la autoridad de Dios, y la vida de Dios como contenido. Todo lo que es de Dios está en
esta ciudad; Dios puede moverse y gobernar para expresarse en esta ciudad. Por medio de este
gobierno, la gloria de Dios puede resplandecer, y Dios hará que todo el universo regrese a un orden
armonioso para que todo el universo pueda expresar la gloria de Dios de una manera ordenada.

LA CARACTERÍSTICA COMÚN
ENTRE ESTOS CINCO ASPECTOS DE LA IGLESIA:
LA UNIDAD DE LA IGLESIA

La característica común entre el Cuerpo, la morada, la novia, el guerrero y la ciudad es la unidad.


La Biblia habla de la iglesia al menos de cinco maneras diferentes. Pero independientemente de
cómo se presente la iglesia, la característica de la iglesia es la unidad. La iglesia como el Cuerpo de
Cristo debe ser una sola entidad a fin de expresar a Cristo y permitirle vivir y moverse. La iglesia
como la morada de Dios también debe ser una sola entidad para que Dios pueda hallar reposo. La
iglesia como la pareja, la novia de Cristo, debe ser una sola entidad a fin de complementar a Cristo.
La iglesia como el guerrero debe ser una sola entidad a fin de combatir. En la milicia la unidad es
crucial; si un ejército no está en armonía, sin lugar a dudas perderá la batalla. También en la Nueva
Jerusalén podemos ver la unidad. Por consiguiente, el requisito básico y la característica común a
estas cinco expresiones de la iglesia es la unidad.

Nuestra carga es que todos podamos ver que todos los problemas que se presentan en la iglesia
están relacionados con la falta de unidad. Si una iglesia local pierde la unidad, se derrumbará y se
hará añicos. La unidad de la iglesia no está relacionada con la acción de unir. Cuando decimos que
algo necesita ser “unido” es porque carece de unidad. La iglesia es una y, por tanto, no hay
necesidad de unirla. La iglesia que está en una localidad es una sola iglesia, y las iglesias que están
en diferentes localidades también son una sola. Todos los santos son un solo hombre, y todas las
iglesias son también una sola entidad. La iglesia no necesita ser unida, si la iglesia necesitara ser
unida eso indicaría que hay un problema. En Efesios 4:3 Pablo no nos exhortó a unirnos como un
solo hombre, sino más bien a que diligentemente guardáramos la unidad del Espíritu. Debido a que
en la iglesia hay unidad, la iglesia no necesita ser unida; más aún, puesto que la unidad de la iglesia
es espiritual y ya existe, lo único que necesitamos hacer es guardarla. Nuestra responsabilidad, por
tanto, no es unirnos, sino guardar la unidad que ya existe en la iglesia. Debemos, pues, guardar esta
unidad y no debemos dañarla.

La unidad divina que se halla en la iglesia es la unidad del Espíritu Santo, y esta unidad es Cristo
mismo. Hay quienes dicen que la iglesia no puede ser unida y que no debemos esperar que la iglesia
sea unida, debido a que todos tienen sus propias opiniones. Dicen que aunque tenemos la misma
Biblia, tenemos diferentes puntos de vista e interpretaciones de la misma Biblia. Por esta razón,
ellos afirman que ni siquiera debemos intentar unirnos. Aunque esta manera de hablar puede sonar
bastante lógica, debemos ver que la iglesia no es un asunto de unirnos. La iglesia es una sola, y esta
unidad es sencillamente Dios mismo, Cristo mismo y el Espíritu Santo. Si entre nosotros, en la
iglesia, Dios no realiza la obra de derribarnos y quebrantarnos, si Dios no nos edifica, si el Espíritu
no se forja en nuestra constitución ni tampoco somos llenos del elemento de Cristo, la iglesia no
podrá ser una sola entidad en la experiencia.

Por ejemplo, en la iglesia en Taipéi hay personas procedentes de más de treinta diferentes
provincias de China. Cuando se reúnen, hablan con diferentes acentos. Incluso los diez o más
ancianos que se reúnen en las reuniones de ancianos representan varias provincias. Puesto que su
formación, origen, educación y entorno son diferentes, sus conceptos y opiniones también son
diferentes. ¿Qué deben hacer entonces? ¿Cómo pueden ellos ser uno? De nada les servirá que
simplemente hablen de la doctrina de la “unidad”, diciéndoles a los santos que la iglesia debe ser
unida para atraer la bendición del Señor. La iglesia no tiene que ver con la acción de unir; la iglesia
es una sola, y esta unidad es Cristo mismo. Por lo tanto, independientemente de qué provincia
seamos, tenemos que ser derribados; todos necesitamos ser derribados para que Cristo pueda
forjarse en toda clase de personas y crear un solo y nuevo hombre.

Cristo es uno solo. El nuevo hombre fue creado en Él, y nosotros fuimos juntamente edificados para
morada de Dios en el espíritu (Ef. 2:14-15, 22). Por lo tanto, podemos decir que todos tenemos
diferentes características o que todos tenemos diferentes peculiaridades y temperamentos; sin
embargo, estas diferencias y distinciones son la razón por la cual no hay unidad en la humanidad.
Todos tienen características que los distinguen, independientemente de si son jóvenes o viejos,
hombres o mujeres, estudiantes de secundaria o de universidad. Incluso hay distinciones entre los
estudiantes y los maestros, y entre los doctores y las enfermeras. Las diferencias entre padres e hijos
son aún mayores. Todas las personas son diferentes debido a la maldición de Babel. Sin embargo,
en Pentecostés, las personas fueron salvas y llegaron a ser uno en Cristo; ellas fueron creadas en
Cristo para ser un solo y nuevo hombre. En el nuevo hombre, Pedro fue derribado, Juan fue
derribado, Jacobo fue derribado y Pablo también fue derribado. En Cristo llegaron a ser uno, y ellos
son uno.

Nuestra unidad llega a existir por medio de la cruz de Cristo. La cruz de Cristo opera en nosotros
para quebrantarnos y destruirnos. Esto produce una apertura, deja la marca de la cruz en nosotros,
para que Cristo pueda ser edificado en nosotros. Una vez que Cristo sea edificado en nosotros,
habrá algo hermoso entre nosotros, que es la unidad, que es Cristo mismo, Dios mismo y el Espíritu
Santo. Cuando esta unidad se expresa, el Cuerpo, la morada, la novia, el guerrero y la ciudad
también se manifiestan. Sin esta unidad, no podemos expresar el Cuerpo, la morada, la novia, el
guerrero ni la ciudad; todo depende de esta unidad. Esta unidad es el resultado de la obra de
edificación de Dios. Dios desea producir esta unidad por medio de Su obra en nosotros. Colosenses
3:10-11 dice: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando
hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro,
escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. El hecho de que el nuevo hombre
posee la imagen del Señor significa que el nuevo hombre ha crecido hasta alcanzar la madurez. Por
consiguiente, en el nuevo hombre no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro,
escita, esclavo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. Una vez que Cristo sea el todo y en
todos, la unidad se expresará.

GUARDAR LA UNIDAD

Apliquemos estas palabras a nuestra situación. ¿Cómo podemos guardar la unidad y no destruirla?
¿Cómo le permitimos a Dios edificar esta unidad en nosotros? En la práctica, siempre que deseemos
hacer algo o expresar alguna opinión, debemos preguntarnos a nosotros mismos: “¿Estoy en Cristo
al hacer esto o al expresar esta opinión? ¿Estoy andando con Cristo? Si nos hacemos estas
preguntas, esto nos aclarará y no tendremos necesidad de que otros nos enseñen. La obra de
edificación que Dios realiza consiste en edificarse a Sí mismo en nosotros y en edificarnos a
nosotros en Él. Si permitimos que Él sea edificado en nosotros, Él estará con nosotros en nuestro
vivir, y en todo lo que hagamos Él andará con nosotros. Si permitimos que Dios nos edifique en Él,
toda nuestra conducta y nuestro vivir tendrá Su presencia. En otras palabras, nosotros y Él, Él y
nosotros, llegaremos a ser uno solo. Así, en todo cuanto hagamos, Él estará en nosotros, y nosotros
en Él.

Lamentablemente, nuestra respuesta a la obra que el Espíritu realiza en nosotros es ésta: “Espera un
minuto; quiero decir esto primero”, o: “Permíteme hacer esto primero”. Si después de escuchar
estos mensajes seguimos andando descuidadamente, esto muestra que estamos dispuestos a
desechar el Espíritu y que no estamos dispuestos a permitirle interferir o intervenir en nuestras
vidas. ¿Es esta nuestra condición? Aun cuando recibamos alguna luz y algún sentir en nuestro
interior, la unidad de la iglesia será perjudicada por no estar dispuestos a rendirnos. Si ésta es
nuestra situación, no podremos expresar a Cristo, manifestarlo en nuestro vivir, ni ser el lugar de
reposo de Dios, ser el complemento de Cristo, pelear por Dios ni tampoco le permitiremos a Dios
que nos gobierne. Todo depende de la unidad; y esta unidad es Cristo mismo. Si permitimos que
Cristo, por medio de la cruz, tenga la libertad en nosotros para destruir todas las diferencias que hay
en nuestro ser, la unidad se manifestará. Cuando esta unidad se manifieste, habrá un solo Cuerpo,
una sola morada, una sola novia, un solo guerrero y una sola ciudad.

COMUNIÓN EN CUANTO A LAS OFRENDAS


Y LA LIBRERÍA EVANGÉLICA

En cuanto al apoyo económico, según la dirección que hayamos recibido de parte del Señor,
cualquier ofrenda que se haga a alguien en particular, debe depositarse en la caja de las ofrendas,
cuando el Señor así dirija al oferente a dar una ofrenda por medio de la iglesia. La iglesia no tiene
ningún derecho de abrir ese sobre, como tampoco tiene el derecho de abrir el correo ajeno.
Solamente en los casos en que la ofrenda tenga que ser enviada a un lugar lejano, la iglesia deberá
abrir el sobre y enviar el dinero por medio de un banco. La iglesia no tiene el derecho de abrir los
sobres que contienen ofrendas designadas para personas específicas. Únicamente el Señor y
aquellos que reciben el sostenimiento deben saber cuánto dinero es recibido. Esto debe ser un
secreto delante de Dios, que muestra que este asunto está bajo la autoridad del Espíritu, y no bajo el
control humano. Espero que podamos continuar recibiendo misericordia, de modo que
mantengamos esta posición en la que le damos al Espíritu el lugar que le corresponde y permitimos
que Él tenga absoluto señorío y libertad. Entre nosotros nadie ni nada debe reemplazar al Espíritu.

Asimismo quisiéramos tener comunión en cuanto al asunto de la manera de cuidar de los obreros
del Señor. Éste es un asunto difícil de presentar en comunión puesto que no queremos descuidar
esta responsabilidad ni delegarla a otros. No piensen que es nuestra intención aligerar nuestra carga.
Quiera el Señor concedernos Su gracia y hacernos capaces de asumir nuestra responsabilidad
delante de Él. Por favor, permítanme decir que los santos en todas las localidades deben cuidar
fielmente de los obreros del Señor. Solemnemente les declaro que por la gracia del Señor yo haré lo
que esté a mi alcance para cuidar de las necesidades de mis colaboradores. Sin embargo, esto no
debe aligerar la carga que ustedes deben llevar delante del Señor. Me preocupa que algunos piensen
que estoy poniendo una carga pesada sobre sus hombros, pues en realidad lo único que espero es
que ustedes puedan recibir gracia. Todas las localidades deben seguir la dirección del Señor y
cuidar de aquellos que sirven al Señor. Puedo testificarles que si ellos quisieran ganarse la vida en el
mundo, estarían mucho mejor de lo que están hoy. Pero por amor al Señor ellos renunciaron a su
futuro y han estado dispuestos a padecer pobreza. Además, la mayor parte de su servicio ha estado
dedicado a las iglesias. Por consiguiente, las iglesias deben atender sus necesidades delante del
Señor según la gracia que han recibido.

Entre nosotros no hay ninguna persona ni ninguna organización que pueda reemplazar a los santos
respecto a esto. Los santos deben aprender a asumir la responsabilidad de sostener a estos obreros
delante del Señor. Por favor, entiéndanme; no estoy tratando de aumentarles la carga a ustedes para
aligerar la mía. No hay ninguna persona ni organización que pueda obligar a los santos a cuidar de
los obreros del Señor. Les suplico que entiendan mi sentir. Quiera el Señor concedernos Su gracia
para que veamos que todo lo que tenemos está delante del Señor. Que también aprendamos a vivir
delante del Señor para que las iglesias en todas las localidades estén delante del Señor. Por favor, no
malinterpreten mis palabras.

La Librería Evangélica de Taiwán no pertenece a las iglesias ni a la obra. Ésta es una carga que
recibí de parte del Señor y es algo de mi ministerio. Según mi experiencia, me doy cuenta de que
los colaboradores tienen muchas dificultades y necesidades. Así que recibí una carga de parte del
Señor de preparar un lugar para los colaboradores y para aquellos que están aprendiendo a servir al
Señor. Este lugar no fue preparado por las iglesias; fue preparado por mi ministerio. Por esta razón,
yo no discuto con las iglesias nada relacionado con la Librería Evangélica y este lugar que he
preparado. Estos colaboradores no dependen económicamente de las iglesias. Sin embargo, si las
iglesias están dispuestas y tienen la capacidad, pueden considerar dar ayuda a esta carga. Muchas
cosas hechas por el ministerio son hechas a fin de suplir la carencia en las iglesias. Un principio
básico en la Biblia es que el ministerio debe transferir una carga a las iglesias cuando ellas sean
capaces de llevar dicha carga. Cuando a las iglesias les falta algo, el ministerio debe suplir esta
escasez; si el ministerio no acepta la dirección de parte del Señor, la carga no se llevará a cabo.
Éstas son unas palabras que les expreso en comunión en cuanto a la Librería Evangélica y el lugar
para los obreros. Creo que lo santos lo han entendido. Que el Señor nos conceda Su gracia para que
no restrinjamos al Espíritu Santo.

CAPÍTULO TRECE

LA OBRA DEMOLEDORA DE DIOS


Y SU OBRA DE EDIFICACIÓN

Lectura bíblica: Ef. 4:11-13, 15-16; Col. 3:10-11; Ef. 2:15b

LA IGLESIA COMO LA PLENITUD DE CRISTO

La iglesia es la plenitud de Cristo que expresa a Cristo; siempre que Cristo sea expresado, la
realidad de la iglesia estará presente allí. Sin embargo, Cristo no puede ser expresado por medio de
un grupo de creyentes que apenas son salvos. Las epístolas de Pablo nos muestran que la iglesia,
como la plenitud de Cristo, necesita experimentar mucha edificación. Los creyentes que aún no han
sido edificados por Dios solamente han sido salvos. Aunque puedan llamarse la iglesia en nombre y
en posición, carecen de realidad y de expresión. Los creyentes que no hayan pasado por un buen
número de experiencias en las que Dios se ha edificado en ellos, no pueden ser la plenitud de Cristo,
y la expresión de Cristo entre ellos será muy limitada. Es posible que no expresen a Cristo en sus
reuniones aun cuando sean muy fervientes y diligentes.

LOS ELEMENTOS NATURALES NO SON DE CRISTO

En las organizaciones sociales hay personas que se entusiasman mucho con poder brindar una
asistencia social, y le prestan un servicio al público con diligencia. Este tipo de cualidades, que
provienen del ser natural del hombre, no contienen el elemento de Cristo; en lugar de ello,
contienen el elemento de Adán. Todo lo que tenemos en lo natural proviene de Adán. No sólo los
elementos negativos provienen de Adán, sino también los positivos. Por lo general pensamos que
una vez que somos salvos, debemos rechazar los elementos negativos de Adán y conservar los
positivos, e incluso introducirlos en la iglesia. Así pues, si por naturaleza somos personas mansas,
compasivas, magnánimas, caritativas, diligentes y condescendientes, introducimos tales cosas en la
iglesia después de que somos salvos porque pensamos que estas cualidades agradan a Dios. Sin
embargo, estos elementos aún pertenecen a Adán. Quizás los demás nos elogien y nos sintamos
agradecidos con Dios, pensando que estas virtudes son el resultado de la operación de Dios en
nosotros. Pero eso no es cierto. Debemos comprender que los elementos que poseíamos antes de ser
salvos son naturales, no espirituales, pues provienen de Adán, un ser creado, y no del Cristo
resucitado. Por consiguiente, nunca debemos pensar que nuestras cualidades naturales provienen de
Cristo.

La salvación de Cristo se puede ver hasta cierto punto en un hermano recién salvo; sin embargo,
hablando con propiedad, es difícil detectar el elemento de Cristo en él. Aunque Cristo vive en él y él
posee la vida de Cristo, debemos reconocer que no hay mucho de Cristo que haya sido forjado en él
ni se expresa por medio de él. Aunque la salvación que ha experimentado por medio del
arrepentimiento lo ha librado de los pecados más graves, él aún es incapaz de expresar mucho del
elemento de Cristo. Aunque se siente agradecido con Dios, ama la iglesia y le gusta relacionarse
con los santos, no tiene mucho del elemento de Cristo que se manifieste en él. Esto se debe a que no
ha sido edificado, a que no tiene mucho de Cristo edificado en él. Si bien se ha arrepentido y es un
creyente, sin embargo, Cristo no ha sido edificado en él ni tampoco se expresa por medio de él.

Por un lado, reconocemos el hecho de que es salvo y testificamos que esto es la obra que Cristo, por
Su gracia, ha hecho en él; por otro, debemos comprender que no hay mucho de Cristo en él. Su
gozo y exultación son la obra de Cristo, pero sólo tienen una pequeña medida de Cristo.
Supongamos que un hermano recién salvo da un testimonio, muy lleno de regocijo y exultación. No
obstante, si alguien le dijera: “Tú acabas de ser salvo, y ahora necesitas leer más la Biblia y orar
más”, probablemente su semblante le cambiaría y se sentiría descontento. Este cambio en su
semblante es la expresión de Adán. Mientras testificaba, podíamos ver a Cristo en él, pero ahora
que se muestra descontento, nos damos cuenta de que no tiene mucho del elemento de Cristo.

Es necesario que la obra de edificación opere mucho en una persona para que Cristo se manifieste
en ella. No podemos esperar que alguien que ha sido salvo en la mañana exprese a Cristo al
mediodía. Probablemente exprese a Cristo en la mañana, y manifieste a Adán en la tarde, y luego
exprese la carne en la noche. En 2 Corintios 5:17 dice: “Si alguno está en Cristo, nueva creación es;
las cosas viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas”. Sin embargo, Colosenses 3:10a dice: “Y
vestido del nuevo, el cual [...] se va renovando”. Un creyente debe experimentar la obra de
edificación de Dios. Podemos comparar esto al nuevo hombre, el cual, aunque ya nos fue puesto,
aún se está renovando.

Desde la perspectiva de Dios todo es nuevo, y la Nueva Jerusalén ya ha sido edificada; sin embargo,
desde la perspectiva humana, aún no nos hemos despojado completamente del viejo hombre, sino
que seguimos vestidos de él. Por consiguiente, es necesario que pasemos por un proceso. Si bien es
cierto que somos salvos y tenemos a Cristo en nuestro interior, externamente seguimos siendo
Adán. Podemos comparar a Adán a una gruesa capa de caucho que nos envuelve. Sin embargo, hay
un tesoro escondido en nosotros, que es Cristo mismo. En un instante Cristo entra en nosotros en el
momento de nuestra salvación, pero no es tan sencillo que Cristo salga y se manifieste en nosotros.
Para ello es necesario que nos sean quitadas las capas de la vieja creación, una por una. Sólo
entonces Cristo podrá salir de nosotros y expresarse por medio nuestro.

CRISTO SE EDIFICA EN NOSOTROS AL DERRIBARNOS

La edificación que Cristo realiza en nosotros es problemática para Dios y complicada para la
iglesia. En las Epístolas la edificación se refiere a que Cristo se forje en nuestro ser y se exprese por
medio de nosotros. El Cristo que hemos ganado no sólo tiene la plenitud dentro de Sí, sino que Él
mismo es la plenitud. Así que, la plenitud ahora está en nosotros; sin embargo, la pregunta es si la
plenitud puede expresarse. La plenitud no podrá expresarse simplemente porque oremos o porque
ofrezcamos palabras de alabanza y acciones de gracias. Para que la plenitud pueda manifestarse por
medio nuestro, primero tenemos que ser edificados. Sin la edificación, la plenitud no podrá ser
expresada.

El aspecto más importante de la edificación es la obra demoledora. Si nada es derribado en


nosotros, Cristo jamás podrá expresarse por medio de nosotros; si nada es derribado en nosotros, la
plenitud de Cristo que está dentro de nosotros no podrá expresarse; si nada es derribado en nosotros,
Cristo no podrá ser edificado en nosotros. Efesios 4 nos muestra que Dios dio a la iglesia diferentes
personas, diferentes dones, con sus respectivos ministerios, para la edificación del Cuerpo de Cristo,
esto es, para que Cristo sea edificado en nosotros y pueda expresarse por medio de nosotros. Así
pues, Él dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, y a otros
como pastores y maestros (v. 11). La única obra que realizan en la iglesia es la de edificar el Cuerpo
de Cristo.

Por lo tanto, la edificación de Dios en nosotros se lleva a cabo por medio de estos cinco dones.
Muchos hermanos y hermanas sirven al Señor con mucho entusiasmo y de una manera viviente
después de ser salvos. Ellos pueden testificar de la presencia y la bendición del Señor. No obstante,
aunque manifiestan mucho entusiasmo y fervor, una persona que conoce al Señor puede sentir que
entre ellos no se manifiesta mucho de la plenitud de Cristo. Esto significa que el Cuerpo de Cristo
no se manifiesta mucho entre ellos. Si una persona posee un ministerio, ha sido comisionada por
Dios y tiene experiencia en el Señor, por haber sido disciplinada y quebrantada por Dios, de tal
modo que Dios se ha edificado en ella, dicha persona podrá discernir entre el entusiasmo y Cristo, y
entre el fervor y Cristo. Podrá discernir si el entusiasmo humano es simplemente el fervor que tiene
alguien que ama al Señor o si es Cristo mismo.

En el norte de China algunos hermanos jóvenes que amaban al Señor predicaron el evangelio para
mantener el testimonio del Señor. Algún tiempo después decidieron alquilar un local para tener
reuniones, a fin de servir al Señor juntos. Sin embargo, tuvieron problemas porque algunos insistían
en alquilar un edificio de dos plantas, mientras que otros insistían en alquilar uno de una sola planta.
Así pues, hubo una discusión entre ellos respecto a si debían alquilar un edificio de dos plantas o de
una sola planta. Ambas partes fueron tan insistentes que terminaron por no seguir reuniéndose
juntos. Así que, además de no alquilar el edificio, dejaron de reunirse juntos. ¿Qué es esto? Ellos
eran un grupo de santos fervientes que amaban al Señor y estaban muy deseosos por predicar el
evangelio y dar testimonio de Cristo por causa del Señor, pero se dividieron como resultado de las
diferencias que tuvieron en sus opiniones. Esto nos muestra que el celo que tenían para predicar el
evangelio no era Cristo; no era el Cristo que se había edificado en ellos y se expresaba por medio de
ellos.

Por favor, tengan presente que nuestro amor fervoroso por el Señor y nuestro servicio diligente no
necesariamente provienen de Cristo. Si nuestras acciones provienen de Cristo, podremos resistir
cualquier prueba, oposición, represión o disciplina. Si nuestras acciones son nacidas de Cristo,
seremos condescendientes con los demás. Cuanto más nuestras acciones sean nacidas de Cristo,
más podremos complacer a los demás, de tal modo que podremos reunirnos en un edificio de una
sola planta o en un edificio de dos plantas; cualquiera de estas dos opciones nos parecerá bien.
Podremos complacer a los demás al grado de no tener más opiniones ni sentimientos propios; de
hecho, no insistiremos en nada.

El hecho de que Cristo brote de nuestro interior no es algo que forma parte de nuestra constitución
natural, ni es algo que obtenemos en el momento de nuestra salvación. En el momento en que
somos salvos, sentimos gozo y paz, y también amamos al Señor. Sin embargo, esto quizás no sea el
Cristo que brota de nosotros. Para tener el elemento de Cristo, necesitamos pasar por la edificación.
Una persona que ha sido quebrantada por el Señor puede sentir si el entusiasmo y el fervor de los
hermanos y hermanas son como nubes que con el tiempo desaparecen. Pero cuando ella habla por el
Señor, pone su confianza en la gracia del Señor y en el poder del Espíritu Santo para que sean
derribados su entusiasmo, fervor y amor natural que tiene para el Señor. Esta clase de hablar
producirá dos resultados. El primero es que algunos santos reciben misericordia en su interior y son
iluminados por el Espíritu Santo, de tal modo que se dan cuenta de que su entusiasmo, su fervor, su
diligencia y su amor, proceden de su ser natural, y no de Cristo. Al ser iluminados de esta manera,
ellos son quebrantados y derribados, pues condenan el fervor, el entusiasmo y la diligencia. Ven que
estas cosas no proceden de Cristo mismo, sino que han reemplazado a Cristo, han usurpado el lugar
que le corresponde a Cristo y aun están en contra de Cristo. Los santos que reciben misericordia de
parte del Señor son alumbrados en su interior, de tal modo que ven lo que procede del hombre y lo
que procede de Cristo.

El segundo resultado es que otros santos rechazarán la gracia y estarán en desacuerdo con el
mensaje. Probablemente piensen: “¿Qué hay de malo con amar al Señor? ¿Qué hay de malo con que
nos sintamos entusiasmados? ¿Qué de malo hay con que seamos fervientes?”. Pero apenas estos
santos afronten oposición, dejarán de estar entusiasmados y fervientes, y en lugar de ello, se
deprimirán y simplemente se apartarán. Por consiguiente, después de ver la luz, el hombre natural
de algunos santos se deprimirá y derrumbará. Otros, por el contrario, por rechazar la luz, también se
deprimirán y se derrumbarán, y como resultado, ya no sentirán más su entusiasmo natural.

Una persona que es dotada y tiene un ministerio debe realizar la obra de derribar, como también la
obra de edificar. Debe derribar las cosas que provienen del hombre, y debe edificar las cosas que
provienen de Cristo. Cuando un grupo de santos experimentan la obra demoledora de Dios, quizás
no se sientan muy vivientes ni entusiasmados, ni amen al Señor como solían hacerlo. Sin embargo,
después de cierto periodo de tiempo, tocarán algo de Cristo, algo sólido en su interior. Ésta es una
porción del elemento de la plenitud de Cristo que se expresa por medio de ellos.
Cuando los santos se reúnen juntos, a menudo se muestran muy entusiasmados y activos. Este
entusiasmo y afán es muy perjudicial para los cristianos. Cuando una persona no ama al Señor, se
muestra indiferente a todo, pero tan pronto como se despierta en ella el amor hacia el Señor, lo que
más puede perjudicarlo es que se entusiasme mucho y se vuelva activo. A menudo las personas
consideran que estar entusiasmados y activos es una señal de espiritualidad, y no se dan cuenta de
que Dios realiza en nosotros la obra de derribar todo nuestro entusiasmo y actividad. Cristo es
viviente, no es uno que está ocupado; Cristo es fuerte, no es uno entusiasmado. Una persona puede
estar llena de Cristo, llena de Su vigor, mas no estar ocupada ni entusiasmada. Si entendemos los
asuntos espirituales, podremos discernir lo que es espiritual y lo que es entusiasmo, como también
lo que proviene de Cristo mismo y lo que proviene del entusiasmo. Aquello que no ha sido
derribado es únicamente entusiasmo y afán. Únicamente aquello que ha sido derribado y edificado
es algo sólido, espiritual, y que proviene de Cristo.

LA OBRA DE EDIFICACIÓN QUE DIOS REALIZA

La obra en la iglesia que realizan los que ministran la palabra, los que tienen el don del ministerio,
por un lado, consiste en derribar, y por el otro, en edificar; al derribar ellos edifican. Una gran parte
de su obra consiste en derribar. Derriban todo lo que es natural, lo que no es de Cristo, lo que el
Espíritu Santo no ha forjado en la constitución intrínseca, y lo que Cristo no ha forjado en el
hombre. Lo que ellos hablan es para derribar; sin embargo, el resultado de esta demolición es la
edificación.

Si somos bendecidos por el Señor, todas nuestras reuniones tendrán un efecto demoledor. Ellas
derribarán todo lo que se opone a Cristo, todo lo que reemplaza a Cristo y todo lo que usurpa la
posición que tiene Cristo. Estas cosas son naturales; no son del Espíritu ni han sido edificadas por
Cristo. La Palabra de Dios revela que la obra de aquellos que ministran la palabra consiste en
edificar el Cuerpo de Cristo; esta edificación involucra la obra de demolición. Tales personas
conocen a Cristo, han sido quebrantadas y tienen mucha experiencia. Ellas saben que la obra que
Dios realiza en la iglesia tiene como fin forjar el elemento de Cristo en los santos y que la
edificación se basa enteramente en la obra de derribar todo lo que es natural. Ésta es la obra de
edificación que realiza el ministerio.

Es posible que las personas no vean la luz inmediatamente cuando escuchan la palabra de Dios y
cuando la luz resplandece sobre ellas. Algunas personas se tardan mucho tiempo antes de ser
alumbradas. Pero cuando una persona es alumbrada, verá su verdadera condición; verá aquellas
cosas que están en él que no son de Cristo. Verá que es él, en lugar de Cristo, quien asume la
responsabilidad; que es él, y no Cristo, quien se muestra ferviente para ayudar a los santos; y que es
él, y no Cristo, quien sirve a la iglesia con diligencia. Cuando la luz de Dios ilumina, el hombre ve
su propia condición. Descubre que muchas de las cosas que anteriormente justificaba en sí mismo o
que otros elogiaban, no son Cristo en absoluto, que ninguna de estas cosas ha experimentado la obra
de demolición y edificación. Se da cuenta de que todas estas cosas provienen completamente del yo
y que son naturales, que son cosas que él ya tenía antes de ser salvo, y que ninguna de ellas son
fruto de la obra de edificación de Cristo ni de la obra del Espíritu Santo.

Cuando la luz resplandece en una persona, ella debe pasar por un periodo de tiempo para permitir
que la luz opere en su interior. Durante este periodo de tiempo, la luz en su interior puede mostrarle
muchas cosas todos los días. Por ejemplo, ella puede darse cuenta de que su manera de hablar es
natural y que en ella no se encuentra nada del Espíritu, y que su conducta es natural y no contiene
nada del Espíritu. Cuando por la gracia una persona permanece bajo este resplandor, en el cual es
redargüida, y acepta la luz, en esos momentos se lleva a cabo la demolición.
A menudo el hombre necesita que el Espíritu de Dios y la luz de Dios lleven a cabo una obra
drástica en su interior que la mano del hombre no puede realizar. En estas condiciones, una persona
puede sentirse muy incómoda desde la mañana hasta la noche, pues le parece que ella es quien lo
hace todo. Independientemente de si está de pie o está sentada, si visita a alguien o no visita a nadie,
si lee la Biblia o si no la lee, le parece que todo proviene de sí misma. Esta condición parece ser
negativa, pero en realidad es una buena señal. Todo aquel que desee ser edificado debe pasar por un
proceso en el que permita que la luz brille en su interior cada día. Esta luz le revelará su manera
natural de hablar y su carne, y lo capacitará para ver que con relación a sí mismo todo es natural.
Una persona es realmente bendecida si pasa por esta experiencia tan dolorosa. Ésta es una
demolición poderosa, y un resplandor muy intenso.

Durante este tiempo, inconscientemente se producirá un aumento de Cristo. Cristo es edificado en


dicha persona y se expresa a través de ella; esto es maravilloso. Así que, cuando tal persona tenga
que dar un mensaje por el Señor, su manera de hablar será diferente. Sus palabras ya no serán una
enseñanza externa que exhorta o perfecciona a las personas, sino que serán palabras que derriban y
edifican. Cuando hable, Cristo se manifestará, y algo sólido, que no es una vana doctrina, tocará a
las personas. Cuando comparta la palabra, podrá tocar el corazón de las personas, conocerá las
dificultades que ellas afrontan y también tendrá presente la actividad que realiza el enemigo de
Cristo. De esta manera, ella podrá hacer una buena obra por el Señor. Cuando salga a visitar a los
santos y tenga comunión con ellos, podrá tocar sus dificultades y también percibirá al enemigo,
quien es una frustración para Cristo dentro de ellos. Dicha persona será un buen obrero en las
manos de Dios, que le permitirá a Dios edificar a los santos por medio de ella. Éste es el resultado
de que haya sido iluminada.

Nuestro Dios siempre sabe cómo hacer las cosas. Además de hablarle al hombre por medio de la
palabra del ministerio y por medio del resplandor de la luz, Él también utiliza la disciplina del
Espíritu Santo al disponer las circunstancias para que todas las cosas cooperen para el bien de
aquellos que han recibido gracia (Ro. 8:28). Si Dios se preocupa por nosotros, sin duda realizará la
obra de derribarnos. Dios puede propiciar cualquier circunstancia; Él puede usar los cielos y la
tierra, como también cosas grandes y pequeñas para perfeccionarnos. Todo aquello que
encontramos en nuestro camino involucra la disciplina del Espíritu Santo. En nuestro entorno Dios
dispone diferentes personas, asuntos y cosas; nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros familiares, y
los hermanos y hermanas, todos ellos, son puestos para suplir nuestra necesidad. Sin embargo,
aunque Dios suele hablarnos, a menudo lo ignoramos. Con frecuencia damos coces contra el
aguijón, preguntándonos: “¿Por qué recibo estos castigos? ¿Por qué estoy en esta situación, en esta
familia y en este grupo de hermanos y hermanas?”. Debemos tener claro que todas estas cosas
cumplen el propósito de quebrantarnos y edificarnos para que Cristo pueda brotar de nuestro
interior.

Los elementos de nuestro ser natural y de nuestro yo no tienen ningún valor a los ojos de Dios. Sin
embargo, hasta que nuestros ojos sean abiertos, no podremos ser librados de estas cosas. Aquellos
que no hayan sido librados del yo, sino que más bien permanezcan en su ser natural no tienen la
expresión del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo es la plenitud de Cristo, el Cristo que se ha
forjado en nosotros y se expresa por medio de nosotros. El yo, nuestro ser natural, es la dificultad
que Cristo encuentra en nosotros. Nuestro Dios es el Señor que tiene la autoridad y conoce el
camino; Él no sólo nos da la palabra y la vida, sino que además dispone nuestras circunstancias. Lo
que nosotros consideraríamos el matrimonio más problemático a menudo resulta ser lo más
apropiado a los ojos de Dios; un aparente error no es un error a los ojos de Dios. Dios ha preparado
cada persona, cada asunto y cada cosa que encontramos. Nuestro Padre Dios nunca puede
equivocarse; Él conoce cada una de nuestras necesidades. Por lo tanto, no debemos murmurar
contra Él ni culpar a otros; tal vez un buen entorno no sea una bendición para nosotros, ni un
entorno adverso sea una pérdida para nosotros. Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien
de aquellos cuyos corazones están inclinados a Él. Este “bien” se refiere a que Dios nos haga
conformes a la imagen de Su Hijo (v. 29). Esto también es la manera en que Dios nos derriba para
que Su Hijo pueda ser edificado en nosotros.

Si experimentamos la demolición y la edificación, expresaremos el Cuerpo de Cristo. Todo aquel


que no haya sido derribado por Dios no posee la realidad del Cuerpo de Cristo, ni tampoco posee la
plenitud de Cristo, la expresión de Cristo. Aunque tal vez exprese ciertas virtudes o cualidades, no
expresa a Cristo ni a Su Cuerpo. Dios, por tanto, tiene que realizar en nosotros una obra
demoledora. Él no sólo nos da Su palabra y resplandece en nosotros, sino que además tiene Su
mano sobre nosotros. A menudo Su mano acompaña a Su palabra y Su resplandor. Además de estas
tres cosas, Dios también puede reprendernos. Los santos que están llenos de la gracia y tienen
experiencia en el Señor conocen nuestra condición y muchas veces pueden hablarnos con franqueza
para mostrarnos aquello que no es de Cristo en nosotros. Esta clase de reprensión trae consigo luz y
salvación. Efesios dice: “Todas las cosas que son reprendidas, son hechas manifiestas [...] y te
alumbrará Cristo” (5:13-14). Si una persona está dispuesta a ser reprendida y a recibir la luz, Cristo
resplandecerá en él. Dicha persona será resucitada de los muertos y se levantará en su interior,
dejando atrás la muerte para entrar en la resurrección.

También podemos experimentar una reprensión silenciosa. En nuestra experiencia, es posible que
mientras estamos sentados junto a ciertos santos, interiormente seamos reprendidos. Sin que nadie
nos diga ni una palabra, podemos sentir que somos demasiado naturales, que nuestras acciones
proceden de la carne, que nuestras intenciones y motivos son impuros, y que Cristo no tiene mucha
libertad para obrar en nosotros. Simplemente por el hecho de estar sentados junto a estos santos,
somos reprendidos en nuestro interior. Esto es maravilloso. Asimismo, en las reuniones podemos
ser reprendidos interiormente aun cuando los hermanos y hermanas no se dirijan específicamente a
nosotros. Éste es el resultado de la manifestación de la plenitud de Cristo en una reunión. Cuando el
elemento de la plenitud se manifiesta, es inevitable que seamos iluminados y reprendidos. El que
experimenta una reprensión silenciosa puede sentirse incapaz de soportar esto, pero la gracia del
Señor lo sustenta lo lleva a pedirle al Señor que le conceda Su misericordia y salvación, y condene
en él todo lo que el Señor condena.

Así pues, la obra de edificación de Dios se lleva a cabo por medio de la palabra del ministerio, el
resplandor de la luz en el interior del hombre, las dificultades de nuestro entorno, y la reprensión
audible o silenciosa que recibimos de aquellos santos que son del Señor y que realizan la obra de
derribar y edificar. Esta obra de edificación quebrantará todo aquello que proviene del ser natural
del hombre y edificará a Cristo desde su interior. La realidad del Cuerpo de Cristo se manifestará
únicamente cuando Cristo sea edificado a partir del interior de aquellos que reciben la gracia.

CAPÍTULO CATORCE

EL TRONO Y LA AUTORIDAD DE DIOS


SON LA CLAVE PARA QUE SE EFECTÚE
LA MEZCLA DE DIOS Y EL HOMBRE

Lectura bíblica: Ap. 4:2-3; 22:1-2, 5; 21:11

La obra que Dios realiza en el universo consiste en usar la plenitud que se expresa en Su Hijo para
edificar la iglesia como el Cuerpo de Su Hijo, la cual es la plenitud de Cristo. El resultado de esta
obra es la mezcla de Dios y el hombre mediante la cual Dios logra obtener una expresión. Por
consiguiente, la condición normal de una iglesia local es que ella se mezcla con Dios y expresa a
Dios. Si conocemos la iglesia, veremos que ella es el lugar donde Dios se mezcla con el hombre y
donde el hombre expresa a Dios. Si una iglesia local no expresa a Dios, ella no es la iglesia de Dios.
La iglesia de Dios es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef. 1:22-
23). Es únicamente cuando la iglesia está llena de Dios que ella puede expresar a Dios.

LA NUEVA JERUSALÉN ES
LA MÁXIMA EXPRESIÓN DE LA IGLESIA QUE,
POR SER LA PLENITUD DE DIOS, EXPRESA A DIOS

La Nueva Jerusalén, según se revela en el libro de Apocalipsis, es la máxima expresión de la iglesia,


la manifestación de la iglesia en la plenitud de los tiempos. La Nueva Jerusalén nos describe la
condición apropiada de una iglesia local. En Apocalipsis 21 el universo se halla en una condición
nueva. La Nueva Jerusalén es el conjunto de todos los creyentes de todas las generaciones, el
cuerpo colectivo de todos los creyentes que han existido en todas las generaciones en el universo.
Todo lo que pertenece a Dios se encuentra en este cuerpo colectivo, y por medio de él se expresan
el esplendor y la gloria de Dios. El contenido de la ciudad es Dios mismo, la plenitud de Dios; la
expresión de la ciudad es también Dios mismo, la gloria de Dios. Por lo tanto, podemos ver
claramente a la luz del Espíritu Santo que el contenido de la Nueva Jerusalén es la plenitud de Dios
y que la semejanza de la Nueva Jerusalén es la gloria de Dios. Internamente la ciudad está llena de
Dios, y externamente expresa a Dios mismo. Esto es un cuadro que describe cómo debe ser una
iglesia local.

En condiciones normales una iglesia puede alcanzar el punto de ser la plenitud de la Nueva
Jerusalén. Una iglesia local debe ser tan nueva como la Nueva Jerusalén. Toda la vieja creación
pasará y vendrá a ser nueva en Dios. De este modo, tendremos la mezcla de Dios con el hombre, la
mezcla del Creador con las criaturas. La plenitud del Creador vendrá a ser el contenido de las
criaturas, y la gloria del Creador llegará a ser la expresión de las criaturas. Así que, ya sea que
examinemos la iglesia externamente o percibamos lo que hay en ella internamente, lo que veremos
y percibiremos será Dios mismo. Ésta debe ser la condición de la iglesia. No importa cuánto
hablemos acerca de la iglesia, debemos ver que la iglesia es la mezcla de Dios con el hombre.

Desde Génesis 1 hasta el final de Apocalipsis, Dios ha venido laborando y revelándose a Sí mismo
continuamente, y lo que Él desea obtener al final es la Nueva Jerusalén. La iglesia es una miniatura
de la Nueva Jerusalén. Si queremos conocer la iglesia, es preciso que conozcamos el significado de
la Nueva Jerusalén. La iglesia es del todo algo nuevo creado en Dios. El contenido de la iglesia es la
plenitud de Dios, y la expresión de la iglesia es la gloria de Dios. En la Nueva Jerusalén vemos la
mezcla de Dios con el hombre y vemos que Dios puede expresarse a través del hombre. Esto es
maravilloso. El Creador y la criatura —Dios y el hombre— son inseparables en la experiencia. En
la Nueva Jerusalén, ¿quién podrá determinar qué parte pertenece al hombre y qué parte pertenece a
Dios? Esto se debe a que Dios y el hombre son una sola entidad: Dios está en el hombre, y el
hombre está en Dios. Dios llega a ser el contenido del hombre, y el hombre llega a ser la expresión
de Dios.
EL TRONO DE DIOS ES LA CLAVE
PARA QUE SE PRODUZCA
LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE

¿Cómo puede Dios mezclarse con la iglesia y expresarse por medio de ella? A fin de ver claramente
la mezcla de Dios con el hombre, tenemos que prestar atención a Apocalipsis 22. Apocalipsis 21 no
nos muestra claramente la mezcla de Dios con el hombre. Pero en el capítulo 22 el trono de Dios es
el centro de la ciudad, un río de agua de vida sale del trono, y a uno y otro lado del río de agua de
vida está el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto (vs. 1-3). Por
consiguiente, el trono es el factor que causa que se efectúe la mezcla de Dios con el hombre. El
factor principal para que se produzca la mezcla de Dios con el hombre es la autoridad de Dios, y el
trono de Dios es Su autoridad. Dondequiera que esté el trono de Dios, allí estará la autoridad de
Dios. Dios puede mezclarse con el hombre en la iglesia debido a que el trono de Dios con Su
autoridad está en la iglesia.

Todos los problemas que existen en el universo se deben a la oposición a la autoridad de Dios.
Todos los hijos de Dios deben ver que éste es el problema básico en el universo. Satanás se rebeló
para derribar el trono y la autoridad de Dios. Conforme a su maligna intención, Satanás hizo que el
hombre se rebelara contra Dios y Su autoridad. La humanidad cayó al grado de edificar de manera
colectiva la torre de Babel a fin de hacerse un nombre para sí misma, y de ese modo, rechazó a Dios
pública y desvergonzadamente para establecer su propio trono (Gn. 11:3-4). Éste fue el último acto
de rebelión contra Dios y fue la manera en que el hombre negó la autoridad de Dios al máximo. En
toda la historia de la humanidad, lo que más ofende a Dios es que el hombre niegue Su autoridad,
que rechace Su autoridad. Como resultado de la rebelión, la humanidad entró en un largo periodo de
oscuridad y caos, perdió la bendición de Dios, produjo toda clase de corrupción y abrió la puerta al
sufrimiento, a la muerte y al desastre.

El Señor Jesús vino entonces a la tierra para efectuar la obra de redención. Durante Su vida en la
tierra, Él fue completamente sumiso a la autoridad de Dios. Jesús el Nazareno vivió y anduvo en la
tierra completamente sujeto a la autoridad de Dios. Todas Sus palabras y acciones estaban sujetas al
gobierno de Dios, y Él reconocía plenamente la autoridad de Dios. Él era un hombre que tenía
mucho más que un buen comportamiento; Él era una persona que se sometía completamente al
gobierno de Dios. En los Evangelios vemos cómo Él se sujetaba completamente a la autoridad de
Dios. Estando sujeto a la restricción y gobierno de Dios, Él pasó por la experiencia de la muerte y la
resurrección para salvar a un grupo de personas que llegaría a ser la iglesia. En el Día de
Pentecostés Él hizo que estas personas se sometieran a la autoridad de Dios, tal como Él lo había
hecho. Esto estableció el trono de Dios entre ellos. La presencia de Dios estaba plenamente en
medio de ellos, por cuanto reconocían Su trono.

En la torre de Babel la humanidad desechó a Dios por completo y negó Su autoridad. Sin embargo,
en el Día de Pentecostés algunos recibieron a Dios en ellos y reconocieron plenamente la autoridad
de Dios. En el Día de Pentecostés el trono y la autoridad de Dios fueron establecidos en la iglesia.
Cuando la autoridad de Dios está en la iglesia, la iglesia está llena de luz, no de tinieblas; está llena
de vida, no de muerte; y está llena de la bendición de Dios, no de maldición.

Una iglesia debe ser el lugar donde Dios gobierna entre los hombres para que Su trono sea
establecido. En 1 Corintios 11 el apóstol Pablo mostró que el significado de que las hermanas se
cubran la cabeza en la iglesia es declarar que Dios es la Cabeza del universo. Dios es la Cabeza del
universo, y Él tiene Su autoridad en el universo. El versículo 3 dice: “Cristo es la cabeza de todo
varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Cubrirse la cabeza no es,
pues, una forma externa, sino una verdadera señal en la que declaramos que por la gracia de Dios
reconocemos la autoridad de Dios y nos sujetamos a Su autoridad y a que Él establezca Su trono
entre nosotros. Es por eso que la iglesia es bendecida. La razón principal por la cual la iglesia puede
mezclarse con Dios y puede expresar a Dios es que ella permite que Dios se siente en el trono y
gobierne en la iglesia. Éste es un principio inalterable.

DEBEMOS APRENDER A SUJETARNOS


AL TRONO DE DIOS

Si en una iglesia local no está el trono de Dios, Su autoridad, no podremos ver en ella Su plenitud,
Su mezcla ni Su expresión. Aun cuando veamos mucho entusiasmo y emoción en una iglesia local,
la autoridad de Dios estará ausente. Los jóvenes no estarán sujetos a los mayores, y los mayores aún
no habrán aprendido a sujetarse a la autoridad de Dios. El resultado es que todos sirven en su
entusiasmo y fervor. Si bien podremos percibir emoción y entusiasmo, no podremos percibir a
Cristo ni a Dios porque entre ellos no están el trono de Dios ni la autoridad de Dios. El amor que
manifiestan los unos por los otros se origina en su parte emotiva, no en la autoridad de Dios, y su
servicio ferviente procede de la voluntad, no de la autoridad de Dios. Sin embargo, hay algunas
iglesias que verdaderamente han sido bendecidas. Ellas han sido disciplinadas por Dios y, por lo
tanto, reciben la dirección de Dios y se sujetan a la autoridad de Dios. El amor que manifiestan los
unos por los otros se halla bajo la restricción, el gobierno y la autoridad de Dios. Incluso su
entusiasmo y diligencia se encuentran bajo la autoridad de Dios, pues son restringidos y gobernados
por Dios.

A menudo vemos hermanos y hermanas que se aman con un amor que es ferviente y al mismo
tiempo desenfrenado. Su amor no es restringido ni controlado; en lugar de estar sujeto a la autoridad
de Dios, es como un caballo salvaje. No le temen a nada ni les importa nada cuando aman a otros de
esta manera. Al tratar de ayudarlos, quizás respondan: “¿Qué tiene de malo amar a los hermanos y
hermanas?”. Por lo tanto, debemos mostrarles que su amor es descontrolado, que no tiene nada de la
autoridad de Dios. Según el mismo principio, no podemos conducirnos en nuestro servicio como
caballos salvajes desenfrenados e indómitos, ya sea que prediquemos el evangelio, visitemos a las
personas o incluso limpiemos el local. El servicio que rendimos en virtud de nuestro hombre natural
es la carne misma. Este servicio proviene de Ismael, es como un asno salvaje (Gn. 16:12); no
proviene de Isaac, de la gracia. Aunque dicho servicio es hecho con entusiasmo, carece de
autoridad, pues es desenfrenado e indómito. En lo relacionado con las ofrendas materiales, también
debemos sujetarnos al trono y a la autoridad de Dios.

Imaginémonos que hay una hermana muy educada y adinerada, de un cargo muy elevado, y que ella
tiene siervos que trabajan en su casa. No obstante, cuando escucha el anuncio de venir a limpiar el
salón de reuniones, ella viene a limpiarlo porque ama mucho al Señor. Aunque esto es muy bueno,
debemos fijarnos si ella tiene la autoridad de Dios. Si ella es una persona que es restringida por
Dios y conoce la autoridad, aceptará cualquier cosa que un hermano responsable le asigne cuando
venga a limpiar. Si ella no es así, cuando el hermano responsable del servicio de limpieza le diga
que limpie las ventanas de cierta manera, ella se molestará y en su interior murmurará, diciendo:
“Yo vine aquí para limpiar las ventanas porque realmente amo al Señor, y quiero mostrar que soy
una persona muy buena. ¿Por qué critica usted la manera en que limpio las ventanas?”. Quizás al
principio no exprese su resistencia, pero cuando el hermano responsable le haga notar sus errores
con firmeza, ella no podrá soportarlo y no volverá a servir.

Por un lado, todos los ancianos y hermanos responsables deben permitir que los santos sirvan al
Señor con libertad; pero, por otro lado, todos los servidores deben comprender que el servicio está
relacionado con la autoridad, no con lo correcto e incorrecto. No es nada agradable ver a una
persona que ama fervientemente al Señor, pero al mismo tiempo se resiste a sujetarse a la autoridad
de Dios. Lo más hermoso que uno puede ver en la casa de Dios es el trono de Dios y el gobierno de
Dios. Las hermanas que limpian las ventanas deben estar sujetas al trono de Dios, y los ancianos
que asumen el liderazgo también deben sujetarse al trono de Dios. Una iglesia local no es un lugar
donde los ancianos toman las decisiones, sino donde Dios puede ejercer Su autoridad; esto no tiene
que ver con la posición de los ancianos, sino con el trono de Dios.

En todo lo que hacemos y en todo nuestro servicio debemos preguntarnos a nosotros mismos:
“¿Está el trono de Dios realmente en esto? ¿Reconozco yo la autoridad de Dios? ¿Es esto hecho
conforme a mi opinión o conforme a la autoridad de Dios? ¿Estoy entronizando yo a Dios o me
estoy entronizando a mí mismo?”. La iglesia es la plenitud de Cristo, que tiene a Cristo como el
contenido que expresa a Dios. La clave central para que la iglesia sea la plenitud de Cristo es la
presencia del trono de Dios. Dondequiera que esté el trono de Dios, allí estará el contenido y la
expresión de Dios. Únicamente el trono y la autoridad de Dios son eternos. El entusiasmo, la
emoción, la piedad y la diligencia humanos pasarán; al final, todo es vanidad.

Aparentemente algunos hermanos y hermanas son de un mismo parecer, oran juntos y se dicen
amén el uno al otro cuando se reúnen; al parecer, se ven muy gozosos. Sin embargo, ellos están
llenos de levadura y miel, como se menciona en el Antiguo Testamento y, por tanto, no tienen la
autoridad de Dios. Sin la autoridad de Dios únicamente se expresará el entusiasmo y la emoción
humanos. Tarde o temprano, mientras alguno de ellos ora, alguien sacudirá la cabeza en señal de
desacuerdo, y mientras uno de ellos cante alabanzas al Señor, otro hermano apretará los labios para
mostrar su descontento. Algunos hermanos y hermanas que son más “refinados” en vez de sacudir
la cabeza y apretar los labios, simplemente se quedarán callados para mostrar su descontento. De
este modo, la atmósfera de unanimidad que inicialmente había entre ellos, desaparecerá. Por
consiguiente, debemos saber si tener un mismo parecer y los mismos gustos es algo que está en
conformidad con el trono de Dios. Todo lo que no esté en conformidad con el trono de Dios sólo
requiere de tiempo para que se manifieste.

A veces vemos a dos hermanas que tienen una relación muy estrecha, al punto en que una tercera
hermana puede llegar a sentir celos. Una cuarta hermana puede compadecerse de la hermana que
está celosa y ponerse de su lado. Esto formará dos grupos que son contrarios. Éste es el resultado
del entusiasmo y el servicio que no provienen del trono de Dios ni de Su autoridad. En nuestra
predicación del evangelio y en las reuniones de la iglesia, no debemos simplemente tener
actividades y discusiones sin tener en cuenta el trono de Dios y Su autoridad. El principal factor que
causa que la plenitud de Dios disminuya entre nosotros es la ausencia del trono de Dios. Si
deseamos que la plenitud de Dios esté entre nosotros, la única clave es el trono de Dios.

EL CENTRO DE LA NUEVA JERUSALÉN


ES EL TRONO DE DIOS

Apocalipsis 22 nos muestra que el trono de Dios es el centro de la Nueva Jerusalén. De este trono
sale el río de agua de vida, el cual cumple la función de regar, refrescar y apagar la sed. El río de
agua de vida que fluye del trono representa el fluir de vida. Esto significa que dondequiera que el
trono de Dios esté, allí se encontrará el fluir de vida, dondequiera que esté la autoridad de Dios, allí
estará el fluir de vida. Cuando el río de agua de vida fluye, el resultado es que riega, refresca y
apaga la sed. “A uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando
cada mes su fruto” (v. 2).
Esto nos permite ver que cada iglesia local debe ser un lugar donde las personas son alimentadas,
nutridas, refrescadas y satisfechas. Sin embargo, esto no es lo que sucede en muchas iglesias
locales, debido a que el trono de Dios está ausente en dicha localidad. Cuando el trono de Dios se
establece en una iglesia, la vida fluye. Tan pronto como la vida fluye, ésta riega, refresca y apaga la
sed. Cuando las personas tienen contacto con una iglesia así, tocan el agua viva y la vida, y
espontáneamente son satisfechas.

El árbol de la vida crece a ambos lados del río de agua de vida, produciendo doce frutos al año y
manifestando plenitud y abundancia. La plenitud y abundancia en una iglesia depende del trono de
Dios y de Su autoridad. Únicamente cuando Dios sea entronizado y gobierne en una iglesia local, la
plenitud se hará presente; el entusiasmo y la diligencia no pueden traer la plenitud de Dios. La
autoridad de Dios trae consigo la vida, y la vida trae consigo la plenitud. Si el trono de Dios está
ausente, también estará ausente el río de agua de vida. Si el río de agua de vida no está presente, el
árbol de la vida estará ausente como también estará ausente la abundancia de vida. Cuando en una
iglesia local abundan los frutos de vida, produciendo nuevo fruto cada mes, la abundancia de la vida
se manifestará plenamente. Así pues, la abundancia de vida fluye del trono.

Además, únicamente hay un solo río y una sola calle en toda la Nueva Jerusalén; tanto el río como
la calle están en singular. Esta única calle, este único camino, pasa por las doce puertas,
ascendiendo en espiral hasta llegar al trono. Esto es un símbolo de la unidad de la iglesia. Si hay
doce ancianos en una iglesia local que no tienen el trono de Dios en su reunión de ancianos, ellos
tendrán doce tronos, doce opiniones y doce caminos. Esto será muy difícil para la iglesia y creará
mucha confusión entre los santos. Aunque hay doce puertas en la Nueva Jerusalén, únicamente hay
una sola calle porque sólo existe un solo trono. La calle no sólo llega hasta el trono, sino que
también procede del trono.

Con base en este principio, en una iglesia únicamente debe haber un solo trono. Todos los ancianos
deben someterse al trono de Dios y avanzar juntos como un solo hombre, como un solo anciano. No
debe haber ideas, opiniones ni puntos de vista personales, ni nadie debe aferrarse a sus propias
ideas. En vez de ello, únicamente debe haber una sola calle y una sola autoridad, la autoridad de
Dios. Tales ancianos no necesitan ejercitar tolerancia ni deben tragarse su orgullo para procurar
adaptarse a los demás, debido a que están sujetos al trono de Dios y Su autoridad, al permitir que el
Espíritu Santo reine entre ellos. Estos ancianos pueden decir que toman todas sus decisiones en
sujeción a la autoridad del Espíritu Santo. Más aún, todos en esa localidad tendrán un camino
despejado por donde avanzar, y jamás nadie se sentirá perdido o inseguro respecto a lo que debe
hacer. No habrá necesidad de guiar a otros en esta calle porque la calle es la guía. Mientras nos
encontremos en esta calle, estaremos sometidos al trono de Dios.

La calle y el río de agua de vida están compenetrados como una sola entidad. En medio de la calle
está el río de agua de vida, y el árbol de la vida se halla a ambos lados del río (vs. 1-2). Aquí
tenemos el camino donde podemos andar, el río de agua de vida del cual podemos beber, y el fruto
del árbol de la vida, del cual podemos comer; éstos tres son muy ricos y significativos. Ésta debe ser
la condición normal de una iglesia. Las personas que no tienen un camino por donde avanzar
pueden encontrar el camino y recibir dirección cuando entran en la iglesia. Ellas encuentran el agua
viva en esta calle, disfrutan ricamente del fruto del árbol de la vida, son refrescadas y satisfechas, y
su sed es apagada. Por consiguiente, todo el suministro que el hombre necesita y todo su vivir
dependen del trono de Dios.

Por esta razón, debemos preguntarnos: “¿Está el trono de Dios entre nosotros y entre los hermanos
responsables? ¿Estamos bajo la autoridad de Dios? ¿Hay una calle con un río de vida y un árbol de
vida entre el pueblo de Dios?”. Una iglesia local que no manifiesta esta condición no se ajusta al
principio de la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén hay un solo trono, y de dicho trono sale una
sola calle; en medio de la calle hay un río, y el árbol de la vida crece a ambos lados del río,
produciendo doce frutos. Éste es un cuadro muy hermoso. Por consiguiente, la clave de la vida de
iglesia estriba completamente en el trono de Dios, en la autoridad de Dios. Aunque quizás muchos
hermanos y hermanas estén sirviendo entre nosotros, sólo existe un solo trono. No es cuestión de
que usted se someta a mi autoridad o de que yo me someta a su autoridad, ni tampoco de que yo lo
obedezca a usted y usted a mí; en lugar de ello, el trono, la autoridad de Dios, está entre nosotros. Si
el trono no está en medio de los hermanos y hermanas, es como si careciéramos de un centro, de un
eje. Sin el eje, todo pierde su punto de sostén y equilibrio, y todo se desintegra y se derrumba.

La expresión que tenga la santa ciudad depende del trono, de la calle, del río y del crecimiento del
árbol de la vida. La condición de la Nueva Jerusalén depende del trono. Si el trono desapareciera,
toda la ciudad desaparecería. La manifestación de la Nueva Jerusalén tiene interiormente al trono de
Dios, y exteriormente a la gloria de Dios. Eso significa que la autoridad de Dios y la imagen de
Dios son expresadas. En Apocalipsis 4 vemos el trono de Dios y la imagen de Dios; Aquel que está
sentado en el trono es semejante a piedra de jaspe (v. 3). Únicamente cuando tenemos el trono de
Dios la imagen está presente, y únicamente entonces Dios puede ejercer Su autoridad y ser
expresado. Todas las bendiciones están relacionadas con el trono.

Puesto que el trono está en la Nueva Jerusalén, no habrá más noche, sino únicamente el resplandor;
no habrá más muerte, sino únicamente la vida, y los santos reinarán en la ciudad por los siglos de
los siglos. Es necesario que todos comprendamos que la condición normal de una iglesia depende
de la autoridad de Dios; no depende de nuestros métodos, ni de nuestras ideas, ni de nuestro
entusiasmo o diligencia, sino que más bien depende enteramente del trono de Dios, de Su autoridad.
Espero que podamos tener entre nosotros el trono de Dios y Su autoridad.

CAPÍTULO QUINCE

LA COORDINACIÓN
DEL CUERPO DE CRISTO

Lectura bíblica: Ef. 4:15-16

Efesios 4:15-16 dice: “Asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza,
Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico
suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la
edificación de sí mismo en amor”. Estos dos versículos, los cuales ocupan un lugar especial en
Efesios, nos muestran la coordinación del Cuerpo de Cristo, el crecimiento del Cuerpo y la
edificación del Cuerpo.

Ya vimos que la iglesia es la plenitud de Cristo y que el trono de Dios, la autoridad de Dios, se
encuentra en la iglesia. Como resultado, Dios puede ser entronizado en la iglesia, y la iglesia puede
ser llena de Dios, tenerlo como su contenido. Podemos decir que éstos son los puntos principales.
No obstante, queremos ver otros asuntos, los cuales son de menor importancia pero a la vez más
prácticos.

Efesios 4:15-16 ocupa un lugar especial porque no hay otro pasaje en la Biblia que nos hable de la
coordinación de una manera tan detallada como en estos dos versículos. Este pasaje junto con
Efesios 2:21 y Colosenses 2:19 hablan de una sola cosa: la coordinación del Cuerpo de Cristo. El
Cuerpo puede crecer debido a esta coordinación, y también debido a esta coordinación el Cuerpo
puede edificarse a sí mismo. Por consiguiente, estos versículos nos muestran cómo la iglesia como
el Cuerpo de Cristo puede coordinar, y cómo el Cuerpo crece y se edifica por medio de la
coordinación.

Efesios 4:15 dice: “Asidos a la verdad en amor”. En palabras sencillas, esto significa amar a Dios.
Estas palabras suenan muy sencillas, pero son muy características del apóstol Pablo. Significan que
debemos amar a Dios y asirnos continuamente a Dios por medio del amor con el cual le amamos.
La verdad se refiere a Dios. Todo lo que no es Dios es falso; únicamente Dios es la verdad. En la
situación confusa de hoy, en todos los lugares abundan las enseñanzas, las interpretaciones y las
instrucciones. ¿Cuál es la base y la norma para estas enseñanzas, interpretaciones e instrucciones?
Algunos dicen que debemos tomar la Biblia como base. Lamentablemente, todo el mundo interpreta
la Biblia de diferentes maneras. Una misma frase en la Biblia es interpretada y explicada de
diferentes maneras. Puesto que en Efesios 4:15 dice que debemos crecer “en todo en aquel que es la
Cabeza, Cristo”, ¿cuál debe ser nuestra base y nuestra norma?

ASIDOS A LA VERDAD EN AMOR Y CRECER


EN TODO EN AQUEL QUE ES LA CABEZA

Cualquier enseñanza o interpretación que no nos lleve a contactar a Dios debe ser rechazada, aun
cuando sea doctrinalmente correcta. Cualquier enseñanza e interpretación debe también llevarnos a
contactar a Dios y a asirnos a Dios. En las pasadas décadas, el tema de que las hermanas deben
cubrirse la cabeza se ha convertido en un tema controversial muy popular entre las iglesias. Los
santos han tenido diferentes interpretaciones y todas ellas suenan muy lógicas. Han encontrado
pasajes de la Biblia que demuestran que las hermanas deben cubrirse la cabeza y otros pasajes que
demuestran lo contrario. Sin embargo, ¿creen que estas enseñanzas ayudan a que las personas
tengan más contacto con Dios, o más bien, las alejan de Él? Ésta es una prueba difícil.

Es posible que la manera en que interpretamos la doctrina sea la correcta, pero no debemos tomar
una mera doctrina como la norma. Debemos hacer esta prueba delante de Dios: si un mensaje no
nos lleva a tener contacto con Dios, aun cuando sea correcto doctrinalmente, debemos desecharlo.
Debemos aprender, debido a que amamos a Dios, a asirnos a la verdad y a nunca perder la
comunión que tenemos con Dios en amor. Si las palabras de una persona nos llevan a contactar a
Dios, debemos aceptarlas; pero si sus palabras hacen que nos desconectemos de Él, debemos
rechazarlas, aun cuando sean correctas doctrinalmente.

La frase asidos a la verdad en amor significa que tenemos un corazón que ama a Dios, y que nos
asimos de las cosas que nos llevan a tocar a Dios en amor. El resultado de esto es que creceremos
en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo. Aquí la palabra todo no se refiere a unas cuantas cosas ni
únicamente a las cosas más importantes, sino que incluye todo. Debemos crecer en todo en aquel
que es la Cabeza, Cristo. En griego, esta cláusula significa que nosotros no estamos conectados a
Cristo en los asuntos que sí debiéramos estar conectados, es decir, que no estamos vinculados a
Cristo en algunos asuntos. Por consiguiente, algo necesita ser añadido para que podamos crecer en
Cristo.

En nuestra experiencia, no es fácil crecer en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo. Las hermanas
tienen dificultades para crecer en Cristo en lo relacionado con los quehaceres domésticos y su
manera de vestir. Sin embargo, debemos ejercitarnos para crecer en Cristo. En la administración de
la iglesia, sobre todo los ancianos deben crecer en Cristo; no deben fiarse de su ser natural ni
depender de su sabiduría e inteligencia humanas ni de métodos mundanos. Los ancianos que no
crecen en Cristo al administrar la iglesia se están asiendo a cosas que no son Cristo, en lugar de
asirse a la verdad en amor. Los ancianos que experimentan tener comunión con Dios en amor
podrán abandonar las cosas del mundo, así como todo lo relacionado con su ser natural y con su
sabiduría, inteligencia y esfuerzo humanos. Entonces, el Señor hará que ellos vivan en Su presencia
y administren la iglesia al tocar Su sentir y al ser mezclados con Él.

Como resultado de haber tenido mucho contacto con las diferentes localidades, me he enterado de
nuestra verdadera condición. Así como los hombres de negocios del mundo tienen sus métodos y
sus técnicas, a veces los que laboran en los asuntos espirituales también exhiben métodos, técnicas,
astucia e inteligencia humanos. Bajo la preciosa sangre del Señor, puedo testificar que nunca he
argumentado con nadie durante el tiempo que llevo sirviendo, pero sí he contendido por un
principio. Muchas veces he hecho esta pregunta: “¿Es ésta nuestra táctica o es la voluntad del
Señor?”. Debemos considerar esto. Todos los que sirven a Dios deben aprender esta profunda
lección. Debemos aprender a contactar la presencia del Señor, a vivir en el Señor, a asirnos a Cristo,
la Cabeza, y a asirnos a la verdad. Nunca debemos valernos de nuestra destreza ni de nuestros
métodos.

Debemos tener claro que nuestro ser no ha sido completamente salvo, pues todavía hacemos la obra
del Señor y administramos la iglesia por nosotros mismos. No hemos crecido en aquel que es la
Cabeza, Cristo, en lo relacionado con la administración de la iglesia. Hay un principio básico o un
requisito fundamental que nunca cambiará: si deseamos tener una buena coordinación en la iglesia,
debemos contactar la presencia de Dios y crecer en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo.

Por ejemplo, cuando los santos son enviados desde los diferentes salones de reunión para que
recojan las invitaciones evangélicas de la oficina principal de servicios, los que llegan primero se
llevan una gran cantidad de invitaciones, dejando sólo unas pocas para los que vienen más tarde.
Para darles otro ejemplo, debido a que los fondos para sostener a los que sirven de tiempo completo
son limitados, uno de los hermanos de alguno de los salones de reunión puede ingeniarse la manera
de ser el primero en tener comunión acerca de su necesidad para poder recibir más fondos. Les
estoy hablando de hechos concretos. Hubo un colaborador que iba a visitar a cierta iglesia por tres
días, y en el camino pasaba por otra iglesia. Los hermanos de esa iglesia vinieron para hablar
conmigo. Ellos me dieron una muy buena razón, por la cual necesitaban la ayuda del colaborador,
diciendo que tenían un grupo de jóvenes estudiantes con un buen futuro espiritual. Debido a esto,
ellos le pidieron al colaborador que cambiara su itinerario. Originalmente, él se quedaba en la
primera iglesia por tres días, pero después que cambió sus planes sólo pudo quedarse allí por dos
días. Esto privó a la iglesia de recibir un servicio completo. Estos ejemplos nos ayudan a ver
nuestro problema. Tenemos demasiados métodos humanos en nuestro servicio. Aunque realizamos
cierto trabajo, no contactamos al Señor y además de esto perdemos la presencia del Señor.

En nuestro servicio, el cual es santo y bueno, debemos aprender una lección importante: no dejar de
asirnos a la verdad a fin de llegar a la meta. Debemos preguntar: “Señor, ¿tengo Tu presencia al
hacer esto?”. Debemos tener la presencia del Señor en todas las cosas, y no solamente en nuestro
servicio. Si ésta es nuestra actitud en las cosas que son santas y buenas, ¿cuánto más debe serlo en
las demás cosas? Nuestros quehaceres domésticos, nuestra ocupación, nuestros hijos, nuestra
familia, nuestro matrimonio y nuestra relación con los demás, todo ello, debe estar en conformidad
con este principio. No debemos preocuparnos únicamente por brindar un beneficio a otros o por
tener éxito, sino preguntarnos si estamos asidos a la verdad interiormente, si estamos asidos a la
Cabeza y si contactamos a Cristo. Es posible que hagamos algo de cierta manera y tengamos éxito
en ello; no obstante, ¿hará esto que nos separemos de Cristo, nuestra Cabeza? No es necesario
esperar a que otros nos enseñen esto; nosotros mismos lo sabemos en nuestro interior.
Es posible que realicemos una tarea y obtengamos algún beneficio, y a la vez perdamos la presencia
del Señor y la realidad interna. Tal vez nos justifiquemos a nosotros mismos, diciendo que nuestras
acciones no son pecaminosas, sino que benefician la iglesia. Incluso podríamos pensar que en cierto
aspecto el egoísmo es santo y justo. Sin embargo, en lo profundo de nuestro ser sabemos que no
hemos aprendido la lección y que estamos desconectados del Señor. Hemos perdido la presencia de
Dios debido a nuestros logros. Esto que les digo no es una exhortación común y corriente, sino una
advertencia. A los hermanos y hermanas que les interesa más obtener un beneficio que la presencia
de Cristo, no pueden estar bien acoplados a los demás en el Cuerpo de Cristo. Ellos le hacen daño a
la coordinación del Cuerpo. Estos santos no están bien acoplados ni firmemente entretejidos en el
Cuerpo.

Debemos tener la autoridad de Dios y contactar la presencia del Señor aun en asuntos
insignificantes como ir a recoger las invitaciones evangélicas. Ya sea que lleguemos temprano o
tarde a recoger las invitaciones, debemos contactar la presencia del Señor en nuestro interior. Si el
Señor pone en nosotros el sentir de recoger dos mil copias, pero en lugar de ello recogemos dos mil
quinientas, no nos sentiremos cómodos ni tranquilos interiormente. Las lecciones espirituales son
muy finas y delicadas. Una vez que aprendamos a contactar la presencia de Dios en nuestro interior,
recogeremos sólo dos mil invitaciones, aun si hubiera veinte mil copias disponibles. Si no seguimos
la presencia del Señor, tendremos un problema con respecto a la coordinación del Cuerpo.

Tanto nuestro servicio como nuestra coordinación serán hermosos y fuertes cuando cada uno de
nosotros nos aferremos a la verdad según el sentir interior, sin perder nuestra comunión con el
Señor, y aprendamos la lecciones de crecer en Cristo. De lo contrario, si no crecemos en todo en
Cristo, habrá discordias cuando estemos juntos. Aun cuando aparentemente no haya discusiones ni
disputas, todavía habrá ciertos asuntos escondidos. Algunos de los santos son más educados y
tienen una mayor tolerancia. Aunque son capaces de mostrarse calmados, interiormente están
agitados. Esto hace que el Cuerpo pierda el fluir de vida. Por consiguiente, el Cuerpo no podrá
proveerse de suministro, ni podrá crecer, pues le hace falta una coordinación armoniosa. De ahí que
la coordinación del Cuerpo se base esencialmente en el hecho de que los miembros crezcan en todo
en aquel que es la Cabeza, Cristo. El Cuerpo se sentirá incómodo cuando cualquiera de los
miembros del Cuerpo actúe de manera contraria a esto. Por lo tanto, cada miembro debe estar unido
a la Cabeza y crecer en todo en la Cabeza.

SUJETARNOS A LA AUTORIDAD
DEL SEÑOR COMO CABEZA

En cuanto a la autoridad de la Cabeza, debemos ver que Cristo es la Cabeza, que debemos darle el
lugar que le corresponde a Él como Cabeza, y que debemos reconocer Su autoridad. Debemos
reconocerlo a Él como Cabeza en todas las cosas, sean grandes o pequeñas. Debemos darle a Él
toda autoridad, sujetándonos a Su autoridad. Si todos los hermanos y hermanas hicieran esto, no
habría más fricciones entre los miembros ni ninguna discordia en nuestra coordinación. Las
fricciones a menudo son el resultado de no sujetarnos a la autoridad de la Cabeza. Tenemos muchas
opiniones, y nos gusta entronizarnos a nosotros mismos en lugar de cederle a Cristo el lugar que le
corresponde como Cabeza. Debemos reconocerlo como la Cabeza aun en asuntos tan insignificantes
como recoger las invitaciones evangélicas. Debemos crecer en todo en Él, es decir, debemos
sujetarnos a la autoridad de la Cabeza en todo, reconocerlo a Él como la Cabeza que tiene la
autoridad en Sus manos, y permitir que Él gobierne. Entonces, espontáneamente, la coordinación
entre nosotros será armoniosa, placentera y hermosa.
Aunque estos ejemplos parezcan triviales, debemos prestar atención a este principio básico. No
debe ser que escuchemos a los ancianos mientras ellos estén presentes y no escuchemos a nadie
cuando ellos estén ausentes. Si escuchamos únicamente a los ancianos y a ciertos hermanos que han
sido designados, estamos fundamentalmente equivocados. Nuestra sumisión a la autoridad delante
del Señor no es sujetarnos a los ancianos, sino sujetarnos a la autoridad de la Cabeza. Nuestra
sumisión a los ancianos es el resultado de habernos sujetado a la autoridad de la Cabeza. Debemos
reconocer que la autoridad de la Cabeza se manifiesta en cada miembro. Por consiguiente, debemos
sujetarnos a cada hermano y hermana, y no solamente a los ancianos, porque la autoridad de la
Cabeza se manifiesta en cada miembro. No debemos sujetarnos a los hombres, sino a la Cabeza y a
la autoridad de la Cabeza, la cual está presente en cada miembro.

Una persona que verdaderamente se sujeta a la autoridad de la Cabeza es alguien que crece en todo
en aquel que es la Cabeza. Si este problema básico se resuelve, desaparecerán todas las dificultades
que surgen en nuestra coordinación. Nuestra carne perderá su lugar, y nosotros seremos salvos
cuando nos sujetemos a la Cabeza. Por consiguiente, el requisito básico de la coordinación del
Cuerpo es que nos sujetemos a la Cabeza y crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza.

CADA MIEMBRO EJERCIENDO SU FUNCIÓN

Efesios 4:16 dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del
rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo
para la edificación de sí mismo en amor”. Las frases por todas las coyunturas del rico suministro y
por la función de cada miembro en su medida hacen referencia a que cada miembro tiene su propia
función y ejerce su función según su medida. Si un miembro no ejerce su función, se convierte en
un problema en el Cuerpo. Por ejemplo, usar nuestras manos es algo muy natural y espontáneo. No
obstante, si lastimamos una de nuestras manos, de tal modo que no pueda ejercer su función,
definitivamente sentiremos que nuestra mano se ha convertido en una verdadera molestia.
Aplicando este mismo principio, si uno de los miembros no ejerce su función, esto ocasionará
muchos problemas en la coordinación del Cuerpo.

La coordinación del Cuerpo se basa en nuestra relación con la Cabeza, en nuestra sujeción a la
Cabeza y a que crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza. También depende de nuestra
capacidad para ejercer nuestra función. Cada uno de nosotros tiene su propia función, y nuestra
coordinación depende de que ejerzamos nuestra función conforme a nuestra medida. Nuestra
capacidad para ejercer nuestra función depende de cuánto hemos sido disciplinados, derribados, y
de cuánto de Cristo ha sido edificado en nuestro ser. Según Efesios 4:16 cada coyuntura posee su
suministro y su función; la función de las coyunturas en el Cuerpo es proveer el suministro. En las
iglesias muchos han recibido la gracia de ser coyunturas del rico suministro, a fin de que el
suministro pueda fluir a otros miembros.

Además, cada uno de nosotros tiene una función particular y utilidad en el Cuerpo. Si hemos de
ejercer nuestra función, ello dependerá de cuánto hayamos sido derribados por Dios y de cuánto de
Cristo haya sido edificado en nosotros. Si no hemos sido derribados por Dios ni edificados con
Cristo, no podremos brindar ningún suministro ni seremos útiles, y esto hará que la coordinación en
el Cuerpo sufra pérdida. Nuestra coordinación no consiste simplemente en exhortarnos y animarnos
unos a otros con nuestras palabras. Cuando todos ejerzamos nuestra función según nuestra medida y
liberemos el rico suministro que está en nuestro interior, la coordinación del Cuerpo se manifestará
poderosamente entre nosotros.
Es posible que un hermano sea una coyuntura que le brinda suministro al Cuerpo. Cuando él
ministra la palabra, Cristo, la Cabeza, provee el suministro al Cuerpo. Sin embargo, sólo existe una
manera para que él pueda ministrar la palabra a otros: siempre debe permitir que Dios lo derribe y
edifique a Cristo en su interior, sometiéndose a la autoridad de la Cabeza y creciendo en todo en
aquel que es la Cabeza. Él entonces podrá ministrar las palabras que el Cuerpo necesita en el tiempo
oportuno, predicando la palabra de Dios, de modo que el Cuerpo pueda ser unido y entrelazado para
la edificación de sí mismo. Si el suministro de la palabra está ausente, el Cuerpo no podrá ser
edificado. El Cuerpo recibe el suministro y se une por medio de las palabras del ministerio. Esto no
es sólo un suministro, sino una unión. Si al Cuerpo le hace falta el suministro, estará desconectado y
no podrá ser edificado.

El Cuerpo está desconectado cuando le hace falta el suministro. Algunas iglesias locales han
perdido la armonía y no tienen una coordinación placentera porque carecen del suministro de la
palabra. Aquellos que debieran ministrar la palabra no están cumpliendo su función, porque no
permiten que Dios los derribe ni edifique a Cristo en ellos, y porque tampoco han aprendido a
crecer en todo en Cristo, la Cabeza. Como resultado, no pueden brindar un suministro abundante a
otros, y su función no se ha manifestado debidamente. Por consiguiente, el Cuerpo
espontáneamente es dispersado, y la unión y entretejimiento del Cuerpo se debilita. La coordinación
de la iglesia será sólida y hermosa únicamente cuando los hermanos que ministran la palabra
manifiesten su función delante del Señor a fin de suministrar a los santos la palabra de Dios en
cualquier momento.

LA FUNCIÓN DE CADA MIEMBRO EN SU MEDIDA

El requisito básico de la coordinación del Cuerpo depende de nuestra relación con la Cabeza y de la
manifestación del suministro y de nuestra función. A pesar de que en las iglesias hay muchas
personas, ellas son débiles porque aún no se manifiesta mucho su utilidad y función. Según Efesios
4:16, la utilidad o función de cada miembro es según su medida y ésta no debe ser mucho ni poco.
Cuando la función que se manifiesta en algunos hermanos excede su medida, es anormal. Debemos
decir la verdad en el Señor. En algunas iglesias locales, algunos hermanos han sobrepasado su
medida. Ellos deberían dejar a otros hermanos algunas cosas que están más allá de su límite, ya que
Dios no les ha repartido esa medida a ellos. Podemos usar como ejemplo nuestro cuerpo físico.
Nuestras manos tienen un límite, y nuestros pies también tienen un límite. Sobrepasarían este límite
si nuestras manos quisieran caminar. Dios no les ha dado esta función a las manos; la función y la
medida de las manos es tomar o agarrar las cosas. Si las manos trataran de caminar, reemplazando
nuestros pies, ellas estarían sobrepasando su medida. Esto sería muy anormal.

Si examinamos cuidadosamente la condición de las iglesias en Taiwán, descubriremos que algunos


hermanos definitivamente han sobrepasado su límite por cuanto ellos sin duda son “manos” que
insisten en ser “pies”. El hecho de que sobrepasen su límite paraliza la coordinación del Cuerpo y
hace que la coordinación del Cuerpo sea anormal. En la coordinación del Cuerpo, cada miembro
debe mantenerse dentro de los límites de su medida y ejercer su función según su medida. Sin
embargo, algunos hermanos y hermanas consideran que no es prudente confiar las cosas a otros, y
que, por lo tanto, deben hacerlo todo. Sin embargo, recuerden que incluso el miembro principal del
Cuerpo tiene su límite. No podemos reemplazar el Cuerpo ni tampoco a ninguno de los miembros
del Cuerpo. Debemos retirar nuestras manos y dejar que otros ejerzan su función, aun cuando
cometan errores. Después que cometan varios errores, ellos aprenderán. Espero que los hermanos
responsables vean que los miembros no pueden reemplazarse unos a otros.
Podemos decir con toda confianza: “Hermano Pablo, aunque tú eres un miembro muy grande y yo
un miembro muy pequeño, no puedes reemplazarme. Tú tienes tu medida, y yo tengo mi medida.
Tú tienes tu porción y yo la mía”. Si esto describe la condición de una iglesia local, la coordinación
en la iglesia será completamente diferente. Algunos miembros piensan que pueden hacerlo todo,
mientras que otros miembros piensan que no pueden hacer nada, como si su existencia no importara
nada. Ésta es la razón principal por la cual la coordinación del Cuerpo está paralizada y no es
viviente. Es hermoso cuando la coordinación del Cuerpo es viviente, es decir, cuando cada miembro
se mantiene dentro de su propio límite y medida, y cuando ejerce su función según su límite y su
medida. La palabra función en griego está en forma verbal, lo cual indica que el Cuerpo puede
actuar y operar. Cada miembro actúa y opera según su límite y medida, sin exceder su límite y sin
faltar a su función. En tales condiciones, la coordinación del Cuerpo será fuerte, sólida y hermosa.

La coordinación del Cuerpo depende de nuestra relación con la Cabeza, de que cumplamos nuestra
función como miembros y de que ejerzamos nuestra función según nuestra medida, sin
sobrepasarnos y sin faltar a nuestra función. Debemos ejercer nuestra función según la porción que
Dios nos ha repartido a cada uno. Esto hará que la coordinación del Cuerpo sea sólida y que el
Cuerpo crezca y sea edificado. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros para que
experimentemos estas verdades en todo. Espero que podamos asirnos de la Cabeza aun en los
asuntos más insignificantes, que le brindemos el suministro al Cuerpo aun en los asuntos más
pequeños, sin sobrepasar nuestro límite, y ejerzamos nuestra función según la porción que Dios nos
ha repartido. Si hacemos esto, la iglesia en nuestra localidad será viviente, hermosa y fuerte, y
experimentaremos diariamente un aumento y crecimiento. Este aumento y crecimiento es la
edificación del Cuerpo de Cristo.

CAPÍTULO DIECISÉIS

EL ORDEN Y LA AUTORIDAD
QUE HAY EN EL CUERPO

Lectura bíblica: Ef. 2:21; 4:16; Col. 2:19

Ya vimos que para tener la plenitud de Dios, necesitamos tener la autoridad de Dios, y que para
tener la coordinación propia del Cuerpo, debemos asirnos a la Cabeza. Cuando vemos estos dos
asuntos juntos, llegamos a la siguiente conclusión: hay orden en el Cuerpo y la coordinación del
Cuerpo se encuentra principalmente en este orden.

LA AUTORIDAD SOBERANA DE DIOS

Toda la creación de Dios expresa Su autoridad soberana. En otras palabras, vemos la autoridad
soberana de Dios en toda Su creación. Por ejemplo, en la astronomía las revoluciones de las
estrellas o de los planetas demuestran la absoluta autoridad de Dios. Hebreos 1:3 dice que Cristo
sostiene y sustenta “todas las cosas con la palabra de Su poder”. En el universo vemos la soberanía
de Dios en los asuntos de mayor trascendencia, como por ejemplo en la astronomía, así como
también en los asuntos más insignificantes, como el crecimiento de una hoja de hierba. Muchas
leyes y principios nos hablan de la soberanía de Dios. Sin Su soberanía, no podría haber leyes ni
principios. Las leyes y los principios del universo dependen de la autoridad de Dios y son la
expresión de la autoridad de Dios.

Si en un lugar todo estuviera en caos, ciertamente no habría ninguna autoridad, ninguna soberanía.
Sin embargo, cuando todo está limpio y en orden, esto indica que hay autoridad, que hay soberanía.
A pesar de que el universo fue corrompido, en cierta medida aún se conserva en orden; todo
funciona como es debido y se encuentra en buen orden. Esto nos habla de la autoridad soberana de
Dios. Donde hay orden, allí hay autoridad. Asimismo, lo más crucial en el Cuerpo de Cristo es que
esté en buen orden. Cuando hay orden, hay coordinación y no hay confusión. El asunto del orden
está relacionado con la autoridad.

EL CUERPO NECESITA ESTAR EN POSICIÓN VERTICAL

Si no hay orden, un cuerpo deja de ser un cuerpo; se desplomará y no podrá permanecer de pie. Una
persona es más fuerte cuando está en posición vertical, es decir, es más poderosa cuando está de pie.
Estar de pie es estar en posición vertical. Cuando una persona está sentada, no está completamente
en posición vertical; y cuando se acuesta está aún menos en posición vertical, de hecho, está en
posición horizontal. Cuando un cuerpo humano se desploma, ya no está más en posición vertical,
sino que yace tendido, y ninguno de sus miembros cumple ninguna función. Un cuerpo que yace en
el suelo no sólo carece de poder, sino que además ha perdido su función. Un cuerpo fuerte está en
posición vertical. Para estar en posición vertical, un cuerpo requiere de orden, y este orden es la
autoridad.

Aparentemente es el cuerpo el que sostiene la cabeza; sin embargo, el cuerpo no podría estar en pie
si le quitaran la cabeza. Esto es maravilloso. Por consiguiente, es difícil determinar si el cuerpo
sostiene la cabeza, o si la cabeza es la que mantiene al cuerpo. Si le cortáramos un brazo al cuerpo,
el cuerpo aún podría estar de pie, pero si le cortáramos la cabeza, el cuerpo no podría seguir en pie.
Por consiguiente, el cuerpo subsiste en virtud de la cabeza. Si la cabeza perdiera su posición y
orden, no habría autoridad en el cuerpo, y el cuerpo entonces quedaría paralizado, se desplomaría, y
sería completamente inútil. Esto no sólo se aplica a la relación entre el cuerpo y la cabeza, sino aún
más a la relación entre todos los miembros del cuerpo. No podemos poner los pies encima de los
hombros; ni tampoco poner los hombros debajo de los pies. Si alguien intentara hacer esto, su
cuerpo se desplomaría. Por consiguiente, el ejemplo del cuerpo humano nos muestra claramente que
el asunto del orden existe en el Cuerpo de Cristo.

SOMETERNOS A LA AUTORIDAD DE LA CABEZA

Todos los creyentes deben someterse a la Cabeza y permanecer sujetos a la autoridad de la Cabeza.
Efesios 4:15 y Colosenses 2:19 dicen que debemos asirnos a la Cabeza; esto implica autoridad. La
manera en que nos sometemos a la autoridad de la Cabeza es asirnos a la Cabeza y crecer en todo en
aquel que es la Cabeza. Si estos dos versículos no hicieran referencia a la autoridad, no habría
necesidad de hablar de la Cabeza; simplemente bastaría hablar de Cristo. Sin embargo, estos
versículos no hablan de Cristo únicamente con relación a la vida, sino que nos hablan de la Cabeza
en relación con la autoridad. Ser la Cabeza está relacionado con el asunto de la autoridad. Debemos
crecer en Cristo y también en aquel que es la Cabeza. Crecer en aquel que es la Cabeza es la manera
en que nos sometemos a la autoridad de la Cabeza, permitiendo que la Cabeza tenga autoridad en
todo.

Algunos santos permiten que el Señor tenga autoridad sobre el servicio que le rinden a Dios y al
Señor, mas no le permiten tener autoridad sobre sus finanzas ni en su vida familiar. Ellos permiten
que el Señor tenga autoridad sobre algunos asuntos, pero no en otros. Aunque simplemente somos
humanos, para Dios somos personas difíciles y complicadas, pues difícilmente cedemos a la
autoridad del Señor en cada asunto. Es posible que permitamos que el Señor rija sobre la ropa que
vestimos, mas no sobre nuestros zapatos. No obstante, a medida que avancemos en el Señor,
creceremos en todo en aquel que es la Cabeza y le permitiremos tener autoridad sobre nosotros. Si
deseamos conocerlo como la Cabeza, debemos conocer Su autoridad. Si hay algún asunto que no
esté bajo Su autoridad, algún asunto en el que Él no sea la Cabeza, esto indica que nosotros somos
los que tenemos la autoridad y que nos hemos entronizado a nosotros mismos. Si no nos sometemos
a la Cabeza en todas las cosas tendremos problemas en el Cuerpo de Cristo. Si no mantenemos el
orden apropiado en nuestra relación con la Cabeza, si el asunto de nuestra posición con respecto a la
Cabeza no es completamente resuelto, tendremos problemas en el Cuerpo.

Lo que determina si nuestra coordinación con los demás miembros del Cuerpo es armoniosa o no,
es nuestra posición con respecto a la Cabeza. ¿Nos sometemos a Su autoridad, o nos ubicamos en el
mismo nivel que Él? ¿Nos sometemos completamente a Él o sólo en parte? Si tenemos algún
problema con la Cabeza, tendremos problemas con el Cuerpo. No podemos esperar tener una buena
relación con los miembros si no tenemos una buena relación con la Cabeza. Únicamente cuando
nuestra relación con la Cabeza sea apropiada, también lo será nuestra relación con los demás
miembros. Efesios 4:15 dice que debemos crecer “en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo”. Esto
implica autoridad. Debemos conocer la Cabeza, honrar la Cabeza y permitirle que Él sea el Señor, y
tenga autoridad y derecho sobre nosotros. Si este asunto no se resuelve, tendremos problemas con el
Cuerpo. Incluso si estamos en paz unos con otros en la iglesia, en nuestro interior aún habrá quejas
y problemas.

LOS MIEMBROS ESTÁN


BIEN UNIDOS UNOS CON OTROS

No sólo debemos someternos a la autoridad de la Cabeza, sino también mantener una relación
apropiada con todos los demás miembros. Todo miembro del Cuerpo está bajo el control y
autoridad de la Cabeza. Como tal, ningún miembro debe aislarse; antes bien, debe relacionarse con
los demás miembros. Efesios 4:16 dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido”. Consideremos
cómo cada miembro del Cuerpo está bien unido con los demás. En nuestro cuerpo podemos ver que
todos los miembros están perfectamente unidos entre sí. Por ejemplo, nuestro rostro es
verdaderamente una obra maestra de Dios; la cabeza de una vaca, o la cabeza de un caballo, o
incluso una flor no es tan hermosa como el rostro humano. Sería espantoso poner las cejas donde
están los ojos y los ojos donde están las cejas, y poner los oídos donde está la boca y la boca donde
están los oídos. Esto nos muestra que el orden y lo que Dios dispuso no pueden ser alterados por el
hombre. Cualquier intento por cambiar el orden establecido por Dios proviene de la carne, del
esfuerzo del hombre, lo cual es desagradable.

Aquellos que sirven al Señor pero contienden unos con otros en una iglesia local, son semejantes a
la nariz que trata de estar por encima de las cejas o a los ojos que quieren estar encima de la cabeza.
Esto no es hermoso. Bajo la autoridad y disposición soberana de Dios, algunos santos están por
encima de nosotros, pero las envidias y contiendas pueden llevarnos a querer estar por encima de
los demás. Esto es desagradable, y demuestra que no hemos visto el orden del Cuerpo ni la belleza
de este orden. Sin embargo, nunca debemos suponer que este orden tiene que ver con el hecho de
que entre los miembros del Cuerpo algunos sean nobles o humildes, importantes o insignificantes.
En el cuerpo no hay distinción entre los ojos y la nariz ni entre los oídos y la boca, pues no existen
miembros nobles ni viles, ni miembros superiores ni insignificantes. Todos ellos conservan la
posición y el orden que Dios les asignó conforme a Su soberanía.

LA COORDINACIÓN DEPENDE DEL ORDEN

El problema más grave en la iglesia es no conocer el orden establecido por Dios ni conocer que la
coordinación depende del orden. Cuando los santos no ejercen su función, no puede haber
coordinación; y cuando se extralimitan en su función, se presentan problemas en la coordinación.
La coordinación depende del orden. Sin el debido orden, la coordinación se derrumbará; sin el
debido orden, el Cuerpo se desplomará. La coordinación del Cuerpo depende completamente del
orden. Este orden no es obra del hombre ni algo dispuesto por el hombre, sino el resultado de estar
bien unidos y entretejidos (Ef. 4:16; 2:21; Col. 2:19). Los santos que tienen una relación muy
estrecha e íntima deben guardar su distancia. Otros hermanos y hermanas, en cambio, tienen una
relación muy distanciada, pues son demasiado formales con los demás y nunca son capaces de
establecer una relación con otros. No es posible coordinar con estos santos. Ellos temen que si
tienen mucho contacto con los demás, causarán problemas; pero no se dan cuenta de que guardar su
distancia de los demás no los hace que sean cristianos “trascendentes”. Como resultado, ellos tienen
problemas en la coordinación y hacen que el Cuerpo se divida.

Algunos santos, a pesar de haber sido salvos por muchos años, no son capaces de coordinar con los
demás; ellos son como personas extrañas y se comportan en la iglesia como si fueran invitados. En
cambio, otros santos sirven en la iglesia y gradualmente llevan más cargas porque aman y buscan
más del Señor. Aunque estos santos se someten a lo que el Señor ha dispuesto y a la comisión que
les ha dado, aún necesitan aprender a coordinar con los demás y a estar bien unidos cuando todos
los santos se reúnen para servir.

Es de crucial importancia que seamos capaces de estar bien unidos con los demás miembros; pero
ello dependerá de que nosotros nos sometamos a la autoridad que está en otros, y que ellos se
sometan a la autoridad que está en nosotros. En primer lugar, debemos someternos a la autoridad de
la Cabeza. Luego debemos saber a qué autoridad debemos someternos y quién tiene una posición de
autoridad sobre nosotros. Aunque sabemos que debemos someternos a la autoridad de los ancianos
y de los santos de más edad, muchas veces no hay nada que pueda obligarnos a sujetarnos a ellos.
Nuestra capacidad para sujetarnos a la autoridad depende de las lecciones que hayamos aprendido
directamente del Señor, en las cuales el Señor nos haya derribado. Si no hemos aprendido muchas
lecciones en las que hemos sido quebrantados por el Señor, la autoridad y el orden serán un
imposible, y la coordinación prácticamente será inexistente. Ninguno de los que se conducen como
“invitados” en la iglesia participa en la coordinación del Cuerpo. Aunque la salvación que
recibimos nos puso en el Cuerpo, según nuestra verdadera situación vivimos fuera del Cuerpo.

DEBEMOS PERMITIR QUE DIOS


NOS QUEBRANTE Y EDIFIQUE

Un creyente que puede coordinar con otros en la iglesia es alguien que ha sido disciplinado por la
mano del Señor y ha aprendido muchas lecciones delante del Señor. Si deseamos coordinar con
otros en la iglesia y estar bien unidos con los santos en el Cuerpo, debemos ser edificados en las
manos del Señor. Efesios 2:21-22 dice: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para
ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada
de Dios en el espíritu”. Estos versículos nos muestran que nosotros somos un edificio. Todo el
edificio bien acoplado hace referencia a la coordinación. Las piedras tienen que ser labradas a
martillo y quebrantadas para que puedan unirse a otras de forma apropiada; de lo contrario,
simplemente serán piedras amontonadas.

En la iglesia local, ¿son los santos como un montón de piedras que no han sido edificadas, o han
sido quebrantados por Dios para llegar a ser piedras que pueden unirse a otras? Sin el
quebrantamiento y la edificación, es imposible tener la coordinación. Si no podemos estar bien
acoplados, será imposible que haya orden y autoridad. Cuando una persona ha sido edificada por
Dios, es decir, cuando ha sido disciplinada y quebrantada por Dios, podrá estar en el lugar que le
corresponde en el orden del Cuerpo, y estará unida a los otros miembros. Por consiguiente, la
verdadera coordinación es el resultado de la edificación y el quebrantamiento; es el resultado de
haber sido disciplinados por la mano del Señor.

No es posible coordinar con los hermanos y hermanas en nuestro ser natural. Nuestra coordinación
en el Cuerpo no depende de nosotros, sino de la mano de Dios y de Su obra de edificación. Nuestro
hombre natural está intacto y es indisciplinado; una persona que está intacta y es indisciplinada no
puede coordinar con otros. Aquellos que pueden coordinar con los demás son personas que han sido
probadas, subyugadas, quebrantadas y disciplinadas por Dios. Al menos son personas que han
estado en las manos de Dios. Aquellos que nunca han estado en las manos de Dios no pueden
coordinar con los demás. No se trata de que nosotros mismos seamos capaces de acoplarnos bien a
los demás; más bien, es cuando hemos sido disciplinados, quebrantados y edificados por la mano de
Dios que podemos ser puestos juntos en coordinación. Ésta es la autoridad soberana de Dios.

Todos, inclusive los ancianos y los diáconos, necesitan ser disciplinados, derribados y edificados
por la mano de Dios. Sólo entonces podremos coordinar delante de Dios. Según la manera en que
Dios dispone las cosas, tal parece que Él rara vez pone juntas a dos personas con temperamentos
similares. Al contrario, muchas veces Él pone juntas a dos personas que son incompatibles, para que
limen sus asperezas y se perfeccionen mutuamente. Un maestro de escuela que no pueda llevarse
bien con otros maestros puede pedir una transferencia a otra escuela; no obstante, si nosotros no nos
llevamos bien con otros creyentes, no podemos pedir que nos transfieran a otra localidad. La iglesia,
por lo tanto, es un lugar donde las personas son disciplinadas a lo sumo; puesto que todo viene de la
mano de Dios, debemos aceptarlo no importa si somos capaces o no de soportarlo.

Si somos seres humanos, debemos ser cristianos, y si somos cristianos, no tenemos más alternativa
que estar en la iglesia. Así pues, ser cristiano acarrea sus dificultades. Es por eso que siempre
deseamos estar cómodos y procuramos nuestra propia “libertad”. Si una iglesia local no nos gusta,
tal vez pensemos que simplemente debemos mudarnos a otro lugar. Sin embargo, incluso si nos
mudáramos a otra localidad, no nos sentiríamos tranquilos a largo plazo. Al principio, podríamos
sentir que todo es fresco y apropiado, simplemente porque estamos en un lugar nuevo. Sin embargo,
después de dos o tres meses no podremos soportar más la situación, debido a que no hemos pasado
por la mano de Dios ni hemos sido quebrantados.

EL PROBLEMA ESTÁ DENTRO DEL HOMBRE MISMO

No debemos esperar que la iglesia cambie; en vez de ello, debe producirse un cambio en nosotros.
Los cambios externos no sirven de nada; necesitamos experimentar un cambio interno en nuestro
ser. La Cabeza tiene que laborar en nosotros; Él desea quebrantarnos. Si no somos quebrantados, no
podremos coordinar con los demás. Muchos santos que son jóvenes, debido a que piensan que la
iglesia en su localidad no es muy buena, continuamente desean mudarse a otra localidad. Pero
después de que se mudan, descubren que la localidad donde estaban era mejor. Por lo tanto, el
problema no se encuentra afuera, sino adentro, es decir, está en ellos mismos.

Pese a que hemos sido salvos, seguimos intactos, enteros y sin ser quebrantados. Si somos
“redondos”, queremos que la iglesia sea “redonda” a fin de encajar perfectamente; sin embargo,
esto es imposible. Si somos “redondos”, Dios nos pondrá en una iglesia “cúbica”, y si somos
“cúbicos”, nos pondrá en una iglesia “redonda”. En esto consiste la obra de Dios que nos quebranta
y disciplina. Por consiguiente, los colaboradores y los hermanos responsables que coordinan en una
iglesia deben experimentar el quebrantamiento de la cruz.
La coordinación en la iglesia exige que experimentemos el quebrantamiento y la disciplina; sólo
alguien que ha sido quebrantado y disciplinado conoce su lugar en el Cuerpo y el orden del Cuerpo.
Él sabe qué es lo que Dios ha dispuesto en el Cuerpo, y sabe que él está bajo la Cabeza y también
bajo ciertos miembros. Alguien que haya aprendido esta lección ha sido quebrantado por Dios y
conoce su lugar en el Cuerpo y el orden del Cuerpo. Por lo tanto, no se atreve a competir, y ni
siquiera le viene el pensamiento de competir. De hecho, confesaría como pecado cualquier
pensamiento de estar por encima de aquellos que son puestos delante de él. Él tiene el Espíritu y la
vida, o podemos decir que la autoridad que está en él lo gobierna y lo lleva a conocer su lugar en el
Cuerpo y el orden del Cuerpo. Según lo dispuesto por Dios, él se sujeta a los miembros así como la
mano se sujeta al hombro y al brazo.

SUJETARSE A LA AUTORIDAD DE LOS MIEMBROS

Es muy sencillo saber qué hermano o hermana está en una posición de autoridad; no necesitamos
que nadie nos lo diga. Si después de discutir con cierto hermano o hermana, usted inmediatamente
siente que la comunión en su interior se ha detenido, que la unción ha desaparecido y se siente
inseguro de sí mismo, entonces esa persona con la que discutió es la autoridad a la que usted debe
someterse. Nunca debemos considerar la autoridad en la iglesia como algo semejante a la autoridad
en el mundo. La autoridad en la iglesia es espiritual y está relacionada con la vida. Algunas
personas critican y calumnian a los apóstoles libremente y, a pesar de ello, se sienten tranquilas y en
paz, pero aquellos que han recibido gracia, después de haber expresado algunas palabras de crítica o
juicio, no podrán orar. Por consiguiente, esto no es algo que el hombre puede hacer por sí mismo,
pues es del todo una obra interna. Si queremos determinar si una persona es la autoridad que Dios
ha puesto sobre nosotros, basta con que la desobedezcamos o nos opongamos un poco a ella, y lo
sabremos. Si en nuestro interior sentimos una intranquilidad o inquietud que nos impide orar,
entonces hemos tocado la autoridad, es decir, esa persona es la autoridad a la cual debemos
someternos. No debemos someternos simplemente porque dicha persona sea un anciano, un
colaborador o alguien de más edad, más bien, nuestra sumisión debe ser completamente una
cuestión de coordinación y orden.

Si podemos someternos a un santo de más edad, también debemos ser capaces de someternos a los
santos que están a nuestro lado. Según la manera en que Dios dispone las cosas, Él frecuentemente
nos pone bajo los santos que nos rodean. Todos nos sentiríamos muy contentos y dispuestos a
sujetarnos al Señor Jesús; sin embargo, no nos resulta fácil sujetarnos a los hermanos y hermanas
que están a nuestro lado. Tal vez pensemos que si el hermano que está a nuestro lado fuese el
apóstol Pablo, nos someteríamos a él sin reservas; pero como es un hermano igual que nosotros, nos
resulta muy difícil someternos a él. Sin embargo, tan pronto rehusamos a sujetarnos, nuestra oración
deja de ser placentera, nuestra comunión deja de ser diáfana y todo en nuestro interior entra en un
estado de confusión. Por lo tanto, si no somos capaces de sujetarnos al miembro que está a nuestro
lado, tampoco podremos sujetarnos a la Cabeza. Muchas veces, los miembros que han sido puestos
a nuestro lado son iguales a nosotros, no obstante, ellos a menudo son la autoridad que está sobre
nosotros. Esto es una verdadera prueba para nosotros.

Algunas personas dicen: “Es demasiado complicado ser cristiano, pues cuando no hay cristianos a
nuestro alrededor, nos sentimos solos, pero cuando los tenemos a nuestro alrededor, ellos son una
atadura para nosotros”. Éste es un concepto equivocado. Los hermanos y hermanas no nos atan, ni
tampoco son un problema para nosotros; en lugar de ello, nuestros problemas se deben a que no
queremos ser quebrantados, y a que nos endurecemos con el Señor al no estar dispuestos a
someternos a Su autoridad. Si no nos sometemos a la autoridad del hermano que el Señor ha puesto
a nuestro lado, no tendremos una buena relación con la Cabeza y, por tanto, no podremos orar.
Debemos darnos cuenta de que si ofendemos la autoridad presente en los miembros, ofenderemos
también la autoridad de la Cabeza. Cada uno de los miembros tiene la autoridad que proviene de la
Cabeza. Debemos comprender que aquellos hermanos que son más avanzados y más profundos en
el Señor que nosotros, tienen una medida de autoridad que proviene de la Cabeza.

Esto no depende de enseñanzas. En tanto que vivamos en la vida divina, espontáneamente


tendremos estas experiencias. Nuestra coordinación no es fuerte debido a que no conocemos
debidamente la autoridad de la Cabeza. A menudo experimentamos dificultades en nuestra
coordinación debido a que ofendemos esta autoridad. Es posible que en lugar de someternos a la
autoridad ejercitemos nuestra paciencia y tolerancia, o que nuestra sujeción a la autoridad tenga el
sabor del mundo. Esto indica que no nos sometemos a la autoridad de la Cabeza, pues no aceptamos
Su quebrantamiento. Debemos sujetarnos a la autoridad de la Cabeza y también a la autoridad de
los hermanos y hermanas. Si hemos visto lo que Dios ha dispuesto para nosotros y también la
autoridad de la Cabeza en los hermanos y hermanas, y si nos sujetamos a la Cabeza y a los
hermanos y hermanas, espontáneamente seremos acoplados y entretejidos juntamente con los
demás, y nuestra coordinación será fuerte.

CAPÍTULO DIECISIETE

TENER CONCIENCIA DEL CUERPO

Lectura bíblica: 1 Co. 12:26-27; 2 Co. 11:28-29

Con relación a la coordinación del Cuerpo hay cuatro asuntos importantes: debemos estar unidos a
la Cabeza, debemos cumplir nuestra función, no debemos extralimitarnos y debemos estar sujetos a
la autoridad. Estos cuatro asuntos están estrechamente relacionados con la coordinación. Cada vez
que hablemos acerca de la coordinación del Cuerpo, debemos prestar atención a estos cuatro
asuntos. Si descuidamos cualquiera de ellos, surgirán problemas en nuestra coordinación.

¿QUÉ SIGNIFICA TENER CONCIENCIA


DEL CUERPO?

Consideremos ahora lo que significa tener conciencia del Cuerpo. Aunque no podemos encontrar la
misma expresión en la Biblia, según lo que nos enseña la Biblia y conforme a nuestra experiencia,
existe algo que podemos llamar tener conciencia del Cuerpo. En 1 Corintios 12:26-27 dice: “De
manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe
honra, todos los miembros con él se gozan. Ahora bien, vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y
miembros cada uno en particular”. Además, 2 Corintios 11:28-29 dice: “Además de otras cosas no
mencionadas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién está
débil, y yo no estoy débil? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no ardo?”. Estos dos pasajes abarcan
respectivamente un campo muy amplio y uno reducido. El campo reducido se presenta en 1
Corintios 12, donde se nos dice que todos los miembros se duelen cuando un miembro padece y que
todos los miembros se gozan cuando un miembro recibe honra (v. 26). Esto claramente hace
referencia a la sensibilidad propia del Cuerpo. Esto lo podemos entender fácilmente si observamos
nuestro cuerpo. Si alguien nos golpeara la oreja, la oreja sentiría dolor y todos los demás miembros
de nuestro cuerpo también sentirían dolor. No es posible que sólo la oreja sienta dolor y que los
demás miembros no sientan nada. Esto es muy fácil de entender.

El campo mayor se presenta en 2 Corintios 11:28-29, donde el apóstol Pablo expresa la


preocupación que sentía por todas las iglesias. Su preocupación, e incluso su debilidad, se debían a
la conciencia que él tenía del Cuerpo. De manera que cuando una iglesia estaba débil, el apóstol lo
sentía; y cuando una iglesia tenía problemas, el apóstol se ponía muy ansioso. Éste era el sentir del
apóstol con respecto a las iglesias y con respecto a los santos en particular. Él llevaba a todas las
iglesias en sus hombros y era muy sensible con respecto a todo lo que les sucedía a las iglesias.

Las epístolas escritas por el apóstol Pablo, incluyendo Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios,
Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, y aquellas dirigidas a personas en particular, muestran
que él tenía una sensibilidad muy aguda con respecto a las iglesias y los santos. Puesto que él
llevaba sobre sus hombros a las iglesias y a los santos, podía sentir todo lo que tuviera que ver con
las iglesias y los santos. Esto es lo que significa tener conciencia o sensibilidad del Cuerpo. En 2
Corintios 11 se nos muestra una conciencia que abarca un esfera muy grande y amplia, mientras que
en 1 Corintios 12 vemos una conciencia o sensibilidad de un campo más reducido y detallado.

Con respecto a tener conciencia del Cuerpo, primero debemos empezar a hablar de la sensibilidad
propia de la vida espiritual. Hemos hablado mucho acerca de la sensibilidad de la vida espiritual. Ya
dijimos que la vida divina en nosotros tiene sentimientos, y que nuestro espíritu regenerado también
tiene sentimientos. Al decir esto nos basamos en Romanos 8:6, que dice: “La mente puesta en la
carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Este versículo habla claramente
de una sensibilidad interna. Es muy sencillo saber si la mente de una persona está puesta en el
espíritu o no; lo único que tenemos que hacer es preguntarle si siente paz en su interior. Esta paz
tiene que ver con esta sensibilidad. Si una persona pone su mente en el espíritu, en su interior
sentirá tranquilidad, alivio y paz.

La vida divina ciertamente es algo relacionado con el sentir. Una persona que pone la mente en el
espíritu se sentirá satisfecho, fortalecido, brillante, fresco y vivo. Esto significa que su ser interior
toca la vida. Pero siempre que ponemos la mente en la carne, interiormente nos sentimos secos y
sombríos; esto es muerte. Por consiguiente, esto ciertamente está relacionado con nuestro sentir.

La vida divina y nuestro espíritu regenerado tienen su propia conciencia. Toda forma de vida tiene
conciencia; si no tiene esta capacidad, no es un organismo vivo ni tiene vida. Siempre y cuando sea
un organismo vivo, la vida en él tendrá una conciencia o sensibilidad. Cuanto más elevada sea la
forma de vida, más aguda será su sensibilidad. Nosotros, quienes fuimos regenerados, recibimos la
vida de Dios, la cual posee los sentimientos más ricos y agudos. Más aún, nuestro espíritu
regenerado no sólo está mezclado con la vida de Dios, sino que además en él habita el Espíritu de
Dios. Nuestro espíritu regenerado es el espíritu “tres en uno” mencionado en Romanos 8: nuestro
espíritu mezclado con la vida de Dios y con el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios entra en nuestro
espíritu junto con la vida de Dios, y se mezcla con nuestro espíritu. Por consiguiente, nuestro
espíritu no solamente es un espíritu vivo, sino también un espíritu fuerte y enriquecido.

El sentir de vida en nuestro espíritu, o el sentir espiritual, es muy agudo y muy rico. Este sentir de
vida espiritual que tenemos dentro de nosotros, es a menudo la norma que determina nuestras
acciones espirituales y lo que pone a prueba nuestro vivir espiritual. Pone a prueba si vivimos en el
Señor o en nosotros mismos, y si nuestra mente está puesta en el espíritu o en la carne. No hace
falta que nadie nos lo diga, pues tenemos dentro de nosotros este sentir. No necesitamos que nadie
nos diga si las palabras que hablamos por el Señor las dijimos conforme al espíritu o conforme a la
carne, pues este sentir en nosotros nos lo hace saber. Este sentir espiritual lo podemos comparar a
un termómetro. Si nos examinamos con este termómetro, sabremos dónde estamos y sabremos cuál
es nuestra verdadera condición.
Cada vez que estemos tranquilos y nos volvemos a nuestro espíritu para percibir el sentir interior,
permitiendo que este sentir discierna nuestro ser, sabremos dónde estamos, es decir, sabremos si nos
condujimos conforme a la carne o conforme al espíritu. Este sentir es crucial para nuestra
experiencia espiritual. Nuestro progreso espiritual depende de este sentir espiritual. No es posible
seguir al Señor y al mismo tiempo ignorar este sentir espiritual. Este sentir espiritual es distinto de
los sentimientos que provienen de nuestra alma. No debemos cuidar de los sentimientos que
provienen de nuestra alma, pues dichos sentimientos nos confundirán. En lugar de atender a los
sentimientos humanos de nuestra alma, debemos prestar atención al sentir de vida en nuestro
espíritu.

Debemos atender al sentir interior que nos comunica la vida divina, si hemos de experimentar paz
en lo profundo de nuestro ser. Si el sentir de paz está ausente, eso indica que hay un problema. Este
sentir no es externo, sino interno. En todo lo que hagamos, ya sea predicar el evangelio, ministrar la
palabra o hacer buenas obras, no debemos hacerlo sin el sentir de paz en lo profundo de nuestro ser.
Algunos santos no experimentan paz, y con sus propios esfuerzos procuran obtener este sentir de
paz. Otros incluso intentan llenarse de diferentes cosas para sentirse tranquilos. Sin embargo, todos
sus esfuerzos son vanos e inútiles.

Por ejemplo, una persona que no tiene paz puede valerse de justificaciones para tranquilizarse,
aunque en su interior el problema persiste. Esta clase de esfuerzo es inútil; no servirá de nada
porque el sentir de paz es algo espontáneo. Todo lo que tenga que ver con la vida no requiere el
esfuerzo humano, la ayuda humana ni un esfuerzo deliberado. La paz no es algo que podemos
producir; debemos sentirnos en paz de una manera natural y espontánea. Ésta es la paz que nos
describe Romanos 8:6. La paz interna de algunos santos pareciera que necesita ayuda. Como no
tienen paz, se valen de razonamientos para tranquilizarse. Sus razonamientos podrán funcionarles
por dos días, o incluso por dos meses, pero no para siempre. A la postre, no tendrán paz. Todos
hemos tenido experiencias relacionadas con este sentir espiritual. Debemos, por tanto, prestar
atención a este sentir.

CULTIVAR EL ESTAR CONSCIENTES DEL CUERPO

Debemos cultivar el estar conscientes del Cuerpo, al tener más comunión con el Señor. Nuestra
sensibilidad interna espontáneamente se desarrollará a medida que tengamos más comunión con el
Señor. Además, si añadimos obediencia a esta comunión, nuestro sentir interno se hará cada vez
más agudo y más rico. Así que, cuando surja en nosotros algún sentir, debemos obedecerlo lo más
que podamos. Si el sentir interno nos indica que debemos detenernos, debemos detenernos; si nos
indica que prosigamos, debemos proseguir. De este modo, nuestro sentir interno se hará muy agudo
y se enriquecerá. Nuestro sentir interno se desarrolla mediante nuestra comunión con el Señor y
mediante nuestra obediencia a Él. Por consiguiente, en todo momento debemos ejercitar este sentir.
Eso significa que siempre debemos usar este sentir al discernir los asuntos espirituales.

Por ejemplo, cuando la iglesia se dispone predicar el evangelio, además de laborar junto con los
demás hermanos y hermanas, debemos dar un paso adicional, que es, corroborar nuestra predicación
del evangelio con nuestro sentir espiritual interno. En comunión con el Señor, debemos preguntar
cuánto espacio tiene Él en nosotros y cuánto del elemento espiritual está presente en nuestra
predicación del evangelio. Debemos tocar la predicación del evangelio con el sentir que tenemos en
nuestro espíritu. Asimismo, cuando nos encontramos con un hermano, no debemos simplemente
contactarlo de modo superficial, sino discernirlo con nuestro espíritu; es decir, debemos observar si
él nos está hablando según su hombre natural, según su mente, o si nos habla conforme a su
espíritu. Debemos ejercitar el sentir propio de nuestro espíritu para percibir si esa persona es
humilde y pura delante de Dios y si la autoridad de Dios está en ella. Debemos discernir estas cosas
con nuestro espíritu. Estos asuntos están relacionados con el ejercicio de nuestro sentir espiritual
interior.

Lamentablemente, muchos hermanos y hermanas nunca han sido entrenados a usar su sentir
espiritual interno. Por ejemplo, yo puedo ser una persona muy interesada en la construcción de
casas. Aunque nunca he estudiado ingeniería civil ni he adquirido un contrato para un proyecto, me
interesa todo lo relacionado con la construcción de casas. Por esta razón, siempre me muestro
interesado en saber cómo un edificio fue construido, y me fijo especialmente en las puertas, las
ventanas, las esquinas y las vigas. También pregunto si el edificio fue construido usando concreto y
acero o madera y ladrillo. Pese a que nunca recibí educación formal en este campo, mi observación
es muy precisa debido a que por mucho tiempo he estado entrenando mis ojos a ver estas cosas. De
igual manera, el sentir espiritual interno depende del entrenamiento que recibamos.

Otro ejemplo es el de una persona entrenada, quien puede dar las dimensiones precisas de un
edificio con sólo mirarlo. Él podría decir que el edificio tiene cien pies de largo y cincuenta de
ancho. En cambio, una hermana que no ha sido adiestrada en esto podría decir respecto al mismo
edificio que mide doscientos pies de largo y sesenta de ancho. A veces hablamos de esta manera, es
decir, sobreestimamos las cosas o las subestimamos porque no hemos recibido suficiente
entrenamiento.

Ejercitar nuestro sentir espiritual interno es como ejercitar nuestra perspicacia. Algunas personas
tienen una vista muy aguda; si pusiéramos oro en sus manos de inmediato podrían decirnos cuánto
de ello es oro puro. Esto se debe a que han sido entrenadas. Algunos hombres de negocios son
excelentes en esto. Supongamos que pusiéramos en sus manos tres artículos del mismo producto:
uno hecho en Hong Kong, otro en los Estados Unidos y otro en Japón, el cual es una imitación del
artículo hecho en los Estados Unidos. Para nosotros, todos se ven iguales. Sin embargo, los que han
sido adiestrados, ni siquiera tienen necesidad de verlos; pues simplemente con tocar los artículos,
podrán decirnos cuál fue hecho en Japón, cuál fue hecho en Hong Kong y cuál fue hecho en los
Estados Unidos. Nosotros no somos capaces de ver la diferencia, pero ellos sí pueden verla
claramente porque han sido entrenados.

Hay un hermano que tiene un yerno que está en la marina. Una vez él y su yerno se fueron a la
orilla del mar para divisar cualquier cosa que apareciera en el horizonte. Aunque el hermano no
podía ver nada, su yerno le dijo que se acercaba un barco naval. Puesto que su yerno había sido
entrenado en la marina, su sentir de la vista era muy agudo, y era capaz de ver lo que el común de la
gente no puede ver. Después de un rato, apareció el barco naval. Esto es un ejercicio. De igual
manera, el sentir espiritual requiere que lo ejercitemos. Algunos hermanos y hermanas nunca han
ejercitado su sentir espiritual interno, nunca les ha interesado hacerlo y jamás lo han cultivado. Por
esta razón, siempre andan confundidos en cuanto a la obra del Señor, en cuanto a otros e incluso en
cuanto a ellos mismos. A ellos no les importa si deben decir algo o no, ni tampoco si en su interior
sienten paz; simplemente hablan como les place. Tales personas no son toscas y no les interesa su
sentir interno. Aquellos que ignoran su sentir espiritual interno no han sido entrenados ni han sido
abiertos; más aún, ellos no tienen un corazón que se interese por Dios. Una persona que ama a Dios
y se preocupa por las cosas de Dios tiene un corazón para con Dios y se conduce cuidadosamente,
siempre está consciente de las cosas que están en la casa de Dios, como también de la situación en
que se encuentran los hermanos y hermanas.
DEBEMOS EJERCITARNOS
PARA TENER UN SENTIR AGUDO

Todos los que sirven a Dios, los que sirven a los pecadores y los que administran la iglesia deben
ejercitarse, para tener un sentir espiritual agudo. Si no nos ejercitamos en esto, no tendremos mucha
utilidad espiritual. Reconocemos que a menudo la ayuda que brindamos a las personas se basa en la
fe; no necesitamos tener mucha claridad. Cuando entendemos claramente la condición de las
personas, de hecho, nos impide ayudarlas. No obstante, al mismo tiempo, no debemos ser
insensatos. Cuando las personas se acercan a nosotros, debemos ser capaces de discernir su
condición después de que nos hayan dicho tres o cinco frases. Incluso si ellos describen algo,
nuestro espíritu debe ser capaz de discernir cuál es la verdadera situación. Esta clase de ejercicio es
necesaria. Aunque parezca que simplemente estamos escuchando a un hermano o hermana,
internamente debemos ejercitarnos para tener el sentir de cuál es su verdadera situación.

En cierta ocasión varios hermanos y yo tuvimos comunión con otro hermano que decía que su
esposa era muy buena y que él se sentía satisfecho de su relación matrimonial. Más tarde, cuando
nos reunimos para evaluar las cosas, dos de nosotros sentimos que este hermano estaba contento y
no tenía ningún problema con su esposa. Sin embargo, en mi espíritu percibí que había problemas.
Si me preguntan cómo lo supe, no sabría decirles. Es como si alguien nos preguntara cómo sabemos
que la comida que ingerimos sabe bien. Esto nadie nos lo puede enseñar. Lo único que podemos
responder es que sabe bien.

Nuestro sentir espiritual interno es por lo general muy acertado. Es por ello que algunos dicen que
es posible engañar a un siervo del Señor en los asuntos prácticos, pero no en los asuntos
espirituales. Los asuntos espirituales son reales; no pueden fingirse, como tampoco podemos fingir
cierta condición de vida. Cualquier cosa puede ser falsificada excepto la vida; nadie puede fingir
que tiene cierta clase de vida si realmente no la tiene. Sencillamente, la vida no puede ser
falsificada. La condición espiritual de una persona delante de Dios es la que tiene y no otra; ella no
puede fingir tener otra condición. Una persona con un sentir espiritual entrenado tiene una
percepción muy aguda. Con tan sólo escuchar unas cuantas frases de una persona, de inmediato
puede discernir la condición interna de dicha persona. Aunque quizás le esté hablando del oriente,
ella sabe que en realidad le está hablando del occidente. Tal vez le diga que no hay ningún
problema, pero ella sabe que hay un problema. Ella conoce la verdadera condición del hombre, y
nadie la puede engañar; es posible que las personas la engañen en los asuntos prácticos, mas no en
las cosas espirituales. Esto tiene que ver con el sentir espiritual interno. Este sentir proviene del
Espíritu de Dios y de la vida de Dios en nuestro espíritu. Este sentir es llamado el sentir de vida, y
también es el estar conscientes del Cuerpo.

El desbordamiento de la vida de Cristo es la expresión del Cuerpo de Cristo. La conciencia que


tenemos del Cuerpo es el sentir de la vida de Cristo dentro de nosotros. Si usamos frecuentemente
este sentir, no sólo conoceremos nuestra propia condición delante del Señor, sino también la
condición de otros y los asuntos tocantes al Cuerpo de Cristo. Si continuamente ejercitamos,
cultivamos, entrenamos y usamos este sentir, éste nos hará capaces de detectar los problemas que
hay en el Cuerpo.

En el caso de un creyente que ha sido salvo recientemente, este sentir podrá permitirle percibir
únicamente su propia condición o situación delante de Dios. Pero si él presta atención a este sentir,
cultivándolo por medio de tener comunión con Dios y obedecer el sentir interior, dicho sentir se
desarrollará. Él entonces podrá percibir su condición espiritual y la condición espiritual de los
hermanos y hermanas. Este sentir poco a poco se desarrollará y crecerá, permitiéndole percibir la
condición de la reunión, del servicio en la iglesia y de la obra del Señor. Eso significa que este
sentir ha crecido, pues al principio sólo le permitía discernir su condición, luego la condición de
otros, y finalmente la condición de la iglesia y de las reuniones de la iglesia.

Si prestamos atención a las cosas espirituales, mostrando interés y aprendiendo gradualmente,


surgirán en nosotros sentimientos cuando asistamos a las reuniones. Percibiremos si un hermano ha
escogido un himno conforme a su deseo y si un hermano o hermana está ofreciendo una oración
conforme al Espíritu. Seremos capaces de percibir si una reunión empezó conforme al Espíritu, si
prosiguió de la misma manera y si hubo algo que interrumpió el progreso la reunión, por lo que
necesita ser recobrada. Nuestro sentir espiritual se desarrollará al punto en que percibiremos si los
obreros del Señor llevan a cabo una obra en el Espíritu, es decir, si la presencia del Señor está con
ellos. Más aún, también podremos percibir si la situación en la iglesia, el oficio de los ancianos y el
servicio de los diáconos son espirituales y si se llevan a cabo conforme a la vida divina. El sentir
espiritual que ha crecido en nosotros nos hará aptos para discernir adecuadamente todos estos
asuntos. Este sentir es el sentir del Cuerpo.

Si empleamos y ejercitamos este sentir con frecuencia, y si amamos a Dios y nos preocupamos por
la iglesia, este sentir vendrá a ser la conciencia o sensibilidad del Cuerpo. De este modo, sabremos
cuándo otros miembros están pasando por dificultades, cuándo ellos están débiles, contentos o
victoriosos en el Señor, y compartiremos con ellos los mismos sentimientos. Puesto que percibimos
su carga, su carga llegará a ser nuestra; puesto que percibimos su experiencia, su experiencia vendrá
a ser nuestra; y puesto que percibimos sus dificultades, sus dificultades vendrán a ser nuestras
dificultades. De este modo, seremos parte de un solo Cuerpo.

LLEVAR LA CARGA JUNTOS EN EL CUERPO

Si nos ejercitamos en tener conciencia del Cuerpo, sucederá algo muy positivo. Un miembro que
esté pasando por una situación difícil no podrá llevar su carga solo, sino que otros miembros
llevarán la carga junto con él. Ya no oraremos por alguien simplemente porque nos lo haya pedido,
sino que más bien oraremos motivados por la carga que hay en el Cuerpo. Algunas veces la oración
de una persona no es suficiente y se necesita verdaderamente la oración del Cuerpo; sin embargo,
esta oración sigue siendo espontánea. Por ejemplo, una persona que tiene conciencia del Cuerpo
puede percibir que cierto hermano tiene una dificultad y que cierta hermana está llevando una carga
pesada. La sensación de la dificultad de dicho hermano le es comunicada a él, y la sensación de
opresión de la hermana, también le es añadida a su espíritu. Así que él comparte el mismo
sentimiento del hermano y de la hermana. Este sentimiento lo presiona y lo obliga a acudir al Señor
y a orar por el hermano y la hermana. Esta intercesión es una intercesión que proviene del sentir que
tiene el Cuerpo. En el Cuerpo existe tal cosa que indica si somos débiles o fuertes interiormente, así
como también el grado de preocupación que sentimos por los hijos de Dios, los miembros de Cristo.

Si nos examinamos a nosotros mismos desde esta perspectiva, debemos reconocer que nuestro
servicio es débil por cuanto la conciencia que tenemos del Cuerpo es débil y deficiente. Es posible
ver a un hermano que está bajo mucha presión, y que los demás hermanos que viven con él no
tengan el sentir de estar presionados. Es posible que una hermana no sea capaz de salir de una crisis,
y ninguna de las hermanas que viven con ella tengan el mismo sentir. Eso indica que no somos
normales en el Cuerpo; que aún no hemos tocado la realidad del Cuerpo. Esto muestra que entre
nosotros todavía no tenemos una medida suficiente del elemento del Cuerpo, y que cuando estamos
juntos no vivimos en Cristo lo suficiente. Es por ello que aunque vivimos con otros hermanos, no
estemos conscientes de las cargas que ellos llevan. Quizás un hermano esté ayunando debido a una
crisis espiritual, y los demás hermanos puedan comer tranquilamente. Esta situación es anormal.
Esto muestra que hay un verdadero problema, una gran carencia, entre nosotros. No podemos estar
a la par con el sentir del Cuerpo; es decir, nos falta el sentir del Cuerpo.

Si nuestra condición es la apropiada, deberíamos sentirnos muy turbados y oprimidos cuando un


hermano que sirve con nosotros es incapaz de salir de una crisis o de resolver cierto problema
espiritual. Si un miembro sufre, los demás miembros deben sufrir con él. Si él está sufriendo y
nosotros no sufrimos, hay un problema con relación a nosotros. Si nuestra condición es normal,
mientras él sufra, nosotros también sufriremos; si él tiene una carga, nosotros también sentiremos
esa carga; y si él está atravesando por una crisis, nosotros también estaremos en crisis. Una vez que
él haya superado su crisis y su espíritu haya sido liberado, nuestro espíritu se sentirá liberado; y
cuando él se sienta contento, también nosotros nos sentiremos contentos. Tendremos el mismo
sentir. Esto es el Cuerpo. No es posible que el pie se sienta cómodo mientras la mano sufre; esto
jamás sucedería. Cuando un miembro del Cuerpo sufre, todos los demás miembros se sienten
incómodos. Lo mismo debe suceder cuando servimos juntos. Cuando una persona experimenta una
dificultad, todos los demás deben sentir lo mismo; y cuando una persona se goza, todos los demás
también se gozan. Ésta es la condición normal.

Si alguien me golpea la mano, los demás miembros de mi cuerpo lo sentirán. Si ellos no pueden
sentirlo, algo anda mal en mi cuerpo. Muchas veces cuando algo anda mal entre nosotros, lo único
que nos interesa es lo nuestro, pues amamos nuestra obra particular, conservamos nuestros vínculos
con el mundo y toleramos los pecados que hay en nosotros. Debido a que lo único que nos interesa
es lo nuestro, nuestro sentir espiritual interno es suprimido, y aunque tuviésemos algún sentir, lo
ignoramos. A menudo ignoramos el sentir del Cuerpo cuando éste viene a nosotros, y a fuerza lo
suprimimos, debido a que estamos ocupados con nuestros propios asuntos. Esta condición es
completamente anormal.

No debiéramos pensar que nuestra condición es normal simplemente porque no discutimos mucho.
Es posible que en el aspecto positivo todavía tengamos muchas carencias y deficiencias. Muchos
santos entre nosotros están pasando por grandes apuros, y aquellos que sirven con ellos no se
compadezcan en lo más mínimo de ellos, ni ninguno les ayuda a llevar su carga. No oramos mucho
por ellos, y cuando lo hacemos, nuestras oraciones son superficiales. No tocamos su carga, ni
tampoco sentimos ningún dolor en nuestro interior. No tenemos el sentir de estar turbados u
oprimidos. Esto demuestra que nuestro sentir de estar en el Cuerpo no es adecuado y que aún
permanecemos en nosotros mismos.

EL SENTIR DEL CUERPO ES UNIVERSAL

El sentir del Cuerpo es muy misterioso. Si permitimos que este sentir crezca en nosotros, llegará a
ser un sentir universal. Hablando con propiedad, este sentir del Cuerpo ya es universal, pero cuando
entra en nosotros, lo limitamos. La vida de Cristo es universal, y el Espíritu de Dios también es
universal. Una vez que esta vida y este Espíritu entran en nuestro ser, deberíamos tener un sentir del
Cuerpo también universal. La conciencia del Cuerpo es inmensa y abarca mucho; sin embargo,
cuando entra en nosotros, nosotros la limitamos. En el momento de nuestra salvación este sentir que
teníamos del Cuerpo nos hizo darnos cuenta de nuestra condición. Sin embargo, debido a que aún
no hemos sido muy quebrantados, este sentir no puede salir de nosotros. Poco a poco, conforme
aprendamos las lecciones, cuanto más seamos quebrantados, más se desarrollará este sentir al grado
de que podemos cuidar de otros, de la iglesia y de la obra del Señor. Cuanto más experimentemos el
quebrantamiento del Señor, aprendiendo lecciones más profundas y siendo liberados de nosotros
mismos, más descubriremos que este sentir es universal.
Una vez, un hermano británico contó la historia de lo que le pasó cuándo vino a los Estados Unidos
a predicar el evangelio. Mientras predicaba la palabra, él se sentía muy turbado; pero debido a que
no sabía por qué, intentó suprimir este sentir. Trató de resistirlo por medio de oración y de aplicar la
sangre del Señor, pero todos sus esfuerzos fueron vanos. Mientras andaba intranquilamente de un
lado a otro dentro de su cuarto en el hotel, de repente tuvo cierto sentir y le pidió al Señor que le
explicara lo que significaba. Él recibió la claridad en su interior y oró: “Yo aplicaré, por la fe, la
oración que están haciendo por mí los hermanos de Londres”. Inmediatamente que utilizó la
eficacia de esa oración, la inquietud que sentía desapareció. Cuando regresó, él les contó esta
experiencia a los hermanos de Londres, y ellos le preguntaron cuándo le había sucedido esto.
Cuando les indicó, los hermanos de Londres le dijeron que pese a que hay cinco horas de diferencia
entre la costa oriental de los Estados Unidos y Londres, ellos habían percibido que él estaba
pasando por dificultades justamente en la misma hora en que él se sentía oprimido y turbado. Así
que oraron por él en Londres. A pesar de que él se encontraba a un lado del océano Atlántico y los
hermanos de Londres estaban al otro lado, ellos estaban conectados con él mediante un sentir
interno y pudieron saber lo que él estaba experimentando en un lugar lejano. Aunque externamente
nadie podía explicar claramente la situación, todos ellos sintieron lo mismo en el espíritu. ¡Cuán
precioso es esto!

En 1900, cuando ocurrió la rebelión de los Bóxers, muchos misioneros del occidente fueron
perseguidos y sufrieron el martirio por el Señor. El transporte y las comunicaciones de ese entonces
no eran tan avanzados como hoy. Cuando la persecución ocurrió en China, había en Londres un
grupo de personas que vivía en la presencia del Señor y oraba cada vez que se reunía. En ese tiempo
en particular ellos sintieron una opresión en su espíritu, y sintieron que estaba relacionado con algo
poco usual. Este sentimiento de opresión no era ordinario, sino extraordinario. Aunque no podían
explicar esto, según su experiencia espiritual, ellos sintieron que el Cuerpo de Cristo, que es Su
iglesia, estaba pasando por dificultades en la tierra. Así que oraron para liberar delante del Señor la
carga que sentían en su interior. Después de cierto tiempo, cuando las noticias de China llegaron a
Europa, ellos entendieron lo sucedido. Ellos calcularon la fecha y la hora, y descubrieron que ellos
habían empezado a sentir una fuerte opresión en su espíritu exactamente en el momento en que los
bóxers chinos empezaron a masacrar a los misioneros occidentales. Aunque se encontraban muy
lejos en otra tierra, ellos en su espíritu sintieron la persecución que afrontaban los creyentes en
China. Éste es el sentir del Cuerpo, el cual es universal. Por consiguiente, nunca debemos
menospreciar la vida que hemos recibido. El sentir que tenemos de esta vida es una gran cosa.
Lamentablemente, hemos suprimido esta sensibilidad a causa de nuestros propios sentimientos y
opiniones. Estas cosas se han convertido en un factor de restricción dentro de nosotros.

Por ahora, ni siquiera hablemos del hemisferio oriental ni del hemisferio occidental, ni de Europa ni
de Asia. Simplemente tomemos a Taiwán como ejemplo. La iglesia en Tainan a menudo se muestra
indiferente a lo que le sucede a la iglesia en Taizhong, y la iglesia en Taipéi se muestra indiferente a
lo que le sucede a la iglesia en Tainan. Cuando la iglesia en Taizhong recibe una bendición, la
iglesia en Tainan no se goza. Cuando la iglesia en Tainan experimenta un avivamiento, la iglesia en
Taipéi se muestra indiferente y hasta siente cierta envidia. Además, es probable que los santos de
Tainan digan: “El avivamiento que experimentamos en esta ocasión es mayor que el avivamiento
que hubo en Taizhong”. Luego, es posible que al escuchar esto, los santos de Taizhong se sientan
descontentos, y digan: “Esperen ustedes, ya verán. En medio año la iglesia en Taizhong será más
fuerte que la iglesia en Tainan”. Muchas veces, aunque los santos no hablen de esta manera, sí
tienen tales sentimientos. Por consiguiente, no hay Cuerpo, y el sentir del Cuerpo disminuye.

¿Alguna vez nos hemos regocijado a causa de otra iglesia local aparte de la nuestra? Con frecuencia
estamos encerrados en nosotros mismos, y cuando vemos que otra iglesia local es bendecida, no nos
gozamos con ella. Y si nos regocijamos, nuestro regocijo es muy tacaño, no es generoso. Después
que los santos de Keelung se enteran de que Tamsui tiene un salón de reuniones bonito, tal vez
digan: “Alabado sea el Señor”, pero no se sienten muy contentos. Aunque la iglesia en Sanchung ha
construido un salón de reuniones bonito, los hermanos de las otras localidades no se sienten muy
contentos. Estas cosas suceden entre nosotros. Esto muestra que no estamos en el Cuerpo, y que en
nuestra experiencia no tenemos el sentir del Cuerpo.

Si tenemos el sentir del Cuerpo, cada vez que cualquier miembro del Cuerpo de Cristo sea
bendecido, no importa si es de nuestra localidad o no, nos sentiremos contentos porque otra iglesia
ha sido bendecida. Independientemente de si es nuestra localidad o no, mientras los santos tengan
dificultades o hayan sido bendecidos, nos sentiremos identificados con ellos y sentiremos la misma
dificultad o bendición. Si podemos llegar a esta etapa, la sensibilidad que tenemos con respecto al
Cuerpo será muy rica. Ya no seremos afectados únicamente por lo que sucede en nuestra localidad,
sino también por lo que sucede fuera de nuestra localidad. El suministro que recibe el Cuerpo de
Cristo a causa de esta clase de sensibilidad es indescriptible.

Si podemos traer las riquezas universales al Cuerpo de Cristo, nuestra utilidad con respecto al
Cuerpo será universal. Así que tal vez sirvamos en un lugar, pero el efecto de nuestro servicio será
universal, y no simplemente local. A menudo nos hallamos encerrados en nosotros mismos. Y aun
después que salimos de nuestro egocentrismo, permanecemos encerrados en nuestra localidad y no
permitimos que el Señor nos ensanche. El Cuerpo es universal, y la vida que está en nosotros
también es universal. El Espíritu que está en nosotros es universal, el sentir que está en nosotros es
universal, y el suministro también es universal. De este modo, sin importar cuál localidad sea
bendecida, en tanto que el Cuerpo de Cristo sea bendecido, nos gozaremos, y si el Cuerpo de Cristo
tiene un problema, sentiremos el dolor. Al igual que Pablo podremos decir: “¿Quién está débil, y yo
no estoy débil? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no ardo?” (2 Co. 11:29). Nos sentiremos de esta
manera debido a la preocupación que tenemos por todas las iglesias. Esto no está relacionado
simplemente con un solo miembro, sino con todas las iglesias. Este sentir nos salvará y hará que el
Cuerpo reciba el suministro.

CAPÍTULO DIECIOCHO

LA OBRA DEMOLEDORA PRODUCE


LAS FUNCIONES DEL CUERPO

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Pregunta: ¿Cómo debe orar un creyente para ser quebrantado cuando tiene una relación
matrimonial armoniosa, hijos obedientes y un entorno libre de sufrimientos y enfermedades?

Respuesta: Los cristianos debemos aceptar el quebrantamiento de Dios cuando éste venga, pero no
debemos pedir ser quebrantados. Los que están en las manos del Señor por lo general no tienen
circunstancias agradables. Si alguien se siente satisfecho con respecto a todo, probablemente es un
Esaú, no un Jacob. Si el entorno de un hermano o una hermana es muy tranquilo, él o ella debe
adorar a Dios y darle gracias. Pero no debemos pensar que este entorno tranquilo durará mucho. Sin
embargo, no debemos pedir un entorno terrible. Este pensamiento de pedir un entorno terrible
proviene del diablo, no de Dios. Debemos aceptar el entorno que el Señor nos haya medido, pero no
debemos pedir que esto venga. De la misma manera, debemos aceptar Su quebrantamiento pero no
pedir ser quebrantados.
Pregunta: Algunos hermanos y hermanas se enferman con frecuencia, sufren persecución y
aflicciones en su entorno, y experimentan dificultades en sus familias. ¿Cómo deben responder?

Respuesta: En palabras sencillas, hay dos lados que considerar. Por un lado, ellos deben someterse
bajo la poderosa mano de Dios; por otro, deben pedirle al Señor que quite los sufrimientos que no
provienen de Él. No debemos pensar que el Señor se deleita en hacernos sufrir. Nosotros estamos
dispuestos a someternos bajo la poderosa mano de Dios, pero no necesitamos ningún sufrimiento
que no provenga del Señor. El sufrimiento no necesariamente equivale a ser quebrantados.
Debemos buscar al Señor cuando estamos sufriendo y preguntarle por qué nos ha sobrevenido este
sufrimiento, o qué área en particular este sufrimiento está quebrantando. Si entendemos claramente
lo que necesita ser quebrantado en nosotros, aceptaremos Su quebrantamiento en esa área. Sin
embargo, esto aún es una explicación doctrinal.

En la experiencia, muchas personas se sienten perplejas cuando pasan por aflicciones. Si ellas
tuvieran claridad al respecto, la aflicción no sería muy útil. La mayoría de las veces, las personas no
ven el propósito de la aflicción sino hasta después que la han pasado; pero mientras pasan por la
aflicción no ven nada con claridad. Es muy normal que la gente no tenga claridad.

Pregunta: ¿Si alguien siempre condena sus pensamientos, sean éstos buenos o malos, está
aceptando el quebrantamiento de Dios?

Respuesta: Esto no necesariamente significa que esté aceptando el quebrantamiento. Si una persona
se condena a sí misma porque siente hacer esto delante del Señor, debe hacerlo. Sin embargo, esto
no significa que esté siendo quebrantado. Pero ciertamente es más fácil que esa persona sea
quebrantada. Asimismo, es más fácil que una persona que se condena a sí misma sea quebrantada,
aun cuando no haya recibido este sentimiento de parte del Señor. Una persona que a menudo se
condena a sí misma, en vez de justificarse, no necesita ser quebrantada por las circunstancias
externas. Una persona necesita ser quebrantada por medio de muchas circunstancias externas
porque no se condena a sí misma o porque se justifica demasiado, es decir, porque depende
demasiado de su propia destreza y capacidad. Una persona que se justifica a sí misma y pone su
confianza en su destreza y capacidad obliga a Dios a usar el entorno para quebrantarlo. Si una
persona siempre se condena a sí misma y repudia su destreza y capacidad, se ahorrará muchos
problemas y quebrantamientos en sus circunstancias externas.

Pregunta: Sabemos que a fin de tener una buena coordinación, necesitamos ser quebrantados y
edificados. No obstante, si no hemos sido quebrantados ni edificados, ¿cómo podemos tener una
buena coordinación?

Respuesta: La obra de demolición y la edificación suceden diariamente y de forma regular, no son


asuntos que ocurren en un instante. Si no hemos sido quebrantados ni edificados de forma regular,
no podemos esperar ser derribados y edificados cuando llegue el momento de coordinar. Si no
hemos sido derribados y edificados, ¿cómo podemos tener una buena coordinación? No podemos
obligarnos a nosotros mismos. La coordinación es espontánea y es un asunto relacionado con la
vida; no podemos obligarnos a coordinar ni podemos fingir que coordinamos. El grado al cual
seamos capaces de coordinar lo determinará el grado al que diariamente seamos derribados y
edificados en las manos de Dios. Sin la obra demoledora y la edificación, no podrá haber una
verdadera coordinación, aun cuando nos forcemos a producir algo. En respuesta a esto, algunos han
dicho: “Si de forma regular no experimentamos la demolición y la edificación, no debemos tratar de
coordinar juntos”. Sin embargo, incluso este “no tratar” de coordinar juntos no es natural. Es la obra
del hombre, y por lo tanto, está errada. El grado al cual hayamos sido derribados y edificados es el
grado al cual podremos coordinar. No debiéramos proponernos coordinar ni evitar coordinar; más
bien, debemos actuar según lo que es espiritualmente espontáneo.

Pregunta: ¿Necesita una persona haber recibido un llamado especial o una confirmación para
laborar para el Señor?

Respuesta: Ésta es una pregunta práctica y también muy importante. En principio, todos los que
sean dirigidos por el Señor para servirle a Él deben tener claro su llamamiento. Sin embargo,
necesitamos bastante tiempo para explicar cómo obtener claridad en cuanto al llamamiento del
Señor. En la edición de 1952 de The Ministry of the Word [El ministerio de la palabra] en el idioma
chino, hay un mensaje que específicamente habla del tema del llamamiento (tomo 1, pág. 426). Este
mensaje es muy completo. En cuanto a esta pregunta, los hermanos y hermanas deben referirse a
esa edición de The Ministry of the Word.

Pregunta: ¿Cómo conocemos la voluntad de Dios en cuanto al matrimonio y nuestro trabajo?

Respuesta: Ésta también es una pregunta difícil de responder. Conocer la voluntad de Dios depende
de las lecciones que hayamos aprendido delante del Señor, el grado de nuestra consagración y la
condición de nuestra consagración. Por ejemplo, nuestro entendimiento de diferentes cosas depende
de nuestro nivel de vida, es decir, de nuestra madurez humana. Es difícil que un niño de cinco años
entienda las cosas de alguien que tiene quince, y también es difícil que un hombre de veinte años
entienda las cosas de alguien que tiene sesenta. Nuestro entendimiento depende enteramente de
nuestro nivel de vida. Hoy en día es posible que ustedes no conozcan la voluntad del Señor, pero a
medida que crezcan en la vida divina, podrán conocer Su voluntad en cuanto a ciertas cosas. Sin
embargo, no conocerán Su voluntad en cuanto a muchas otras cosas hasta que hayan crecido más.

Por consiguiente, conocer la voluntad de Dios no tiene que ver con métodos, sino con el nivel de
vida que uno tenga. Algunos métodos pueden resultar muy útiles para ciertas personas, pero inútiles
para usted y para mí, debido a que nuestro nivel de vida es aún muy bajo. Un microscopio es muy
útil en las manos de un doctor de treinta años, pero completamente inútil en las manos de un niño de
tres o cinco años. Un microscopio es una herramienta muy buena, pero únicamente las personas que
han sido adiestradas y tienen cierto nivel de vida saben cómo usarlo. Si somos inmaduros en cuanto
a la vida y tenemos un grado muy bajo de espiritualidad, nos será difícil conocer la voluntad de
Dios. Y aun cuando conozcamos la voluntad de Dios, nuestro conocimiento será limitado. A fin de
conocer la voluntad de Dios, debemos consagrarnos al Señor. Tal vez seamos avanzados en edad,
pero si somos indiferentes, es decir, si entendemos muy poco los asuntos espirituales y
prácticamente no nos interesa el servicio en la iglesia, nos será muy difícil conocer la voluntad de
Dios. Para conocer la voluntad de Dios es necesario que volvamos nuestro corazón a Dios y nos
pongamos del lado de Dios. El grado de nuestra consagración será el grado al cual conoceremos la
voluntad de Dios, y la condición de nuestra consagración determinará nuestra capacidad para
conocer la voluntad de Dios.

Si una persona desea conocer la voluntad de Dios en cuanto al matrimonio, necesita consagrarse de
forma absoluta. Si un joven no se ha consagrado completamente en el asunto del matrimonio, no le
resultará fácil conocer la voluntad de Dios. Si su consagración no es completa, su elección será
según su preferencia. En palabras sencillas, si deseamos conocer la voluntad de Dios, debemos
procurar crecer en la vida divina, y en todo momento mantener una consagración completa y
renovada. Debemos poder decir: “Oh Señor, me niego a mí mismo en este asunto; no deseo elegir
según mis preferencias”. En ese momento, podremos conocer la voluntad de Dios de forma
práctica. De lo contrario, no importa qué método usemos, seremos incapaces de conocer la voluntad
de Dios.

Pregunta: Algunos hermanos dijeron anteriormente que los creyentes irán al cielo, donde Dios
está. Ahora hemos oído que Dios mora entre nosotros y que nosotros entraremos en Dios. Si es así,
¿aún iremos al cielo, donde Dios está, en el futuro? Si usted dice que no, ¿por qué la Biblia dice
que el Señor Jesús regresará para llevarnos con Él?

Respuesta: En los pasados doscientos años, han surgido muchas personas buscadoras entre los hijos
de Dios. Entre ellas, algunas han tenido una perspectiva demasiado objetiva, y otras, demasiado
subjetiva. Los que han tenido una perspectiva objetiva han hecho hincapié en doctrinas y en
profecías objetivas, y los que han tenido una perspectiva subjetiva han recalcado la experiencia que
tenemos del Señor. Aquellos que hacían hincapié en las doctrinas decían que ya hemos sido salvos,
que la sangre del Señor ya nos lavó de todos nuestros pecados, que Él cargó con nuestra
responsabilidad, y que cuando venga la plenitud de los tiempos, Él vendrá de los cielos y nos
llevará allí. Ellos dicen que el Señor actualmente está edificando una morada para nosotros en los
cielos, y que tan pronto como termine de edificar esta morada celestial, Él regresará para llevarnos
allí. Para ello se basan en Juan 14 y 1 Tesalonicenses, diciendo que en la plenitud de los tiempos,
los que hemos sido salvos seremos llevados al cielo. Según ello, la condición en que nos
encontremos no importa, pues mientras hayamos creído en el Señor Jesús, hayamos recibido Su
salvación y hayamos sido rociados por Su preciosa sangre, seremos arrebatados cuando llegue el
momento. Esto pareciera basarse en la Biblia; sin embargo, es demasiado doctrinal y objetivo.

Por esta razón, muchas personas han calculado el tiempo y la fecha del regreso del Señor Jesús. En
particular, un grupo de creyentes de los adventistas del Séptimo Día dijo que la plenitud de los
tiempos ocurriría en cierto año, en cierto mes, en cierto día y a cierta hora. Por este motivo, ellos se
bañaron, se pusieron vestiduras blancas y algunos de ellos subieron a los tejados de sus casas para
esperar el regreso del Señor Jesús. Muchas personas hicieron esto por varios días, pero el Señor no
regresó. Sin embargo, se justificaron a sí mismas diciendo que sus cálculos no estaban equivocados,
sino que el Señor Jesús, al descender de los cielos, simplemente se había detenido a mitad de
camino. Dijeron que esto es semejante a cuando uno va de una ciudad a otra, pero hace una parada
en el camino. Ésta fue su explicación.

Otros dicen: “Aun cuando sea salvo, puedo vivir insensatamente, porque yo sé que la nación de
Israel aún no ha sido restaurada, el templo santo aún no ha sido edificado, la imagen de la bestia aún
no ha sido erigida (Ap. 13:14), el anticristo aún no se ha manifestado, y los últimos tres años y
medio de la séptima semana aún no han llegado. Por lo tanto, puedo conducirme neciamente porque
la fecha exacta del regreso del Señor aún no ha sido determinada. Cuando el anticristo se
manifieste, no amaré más el mundo, sino que únicamente me preocuparé por el regreso del Señor”.
¿Qué clase de hablar es éste? Éste es el resultado de tener solamente doctrinas vanas y muertas.
Muchos libros en el cristianismo hablan del regreso del Señor, discutiendo si el rapto ocurrirá antes
o después de la tribulación y si la tribulación será una tribulación grande o pequeña. Cada libro
tiene su propia interpretación. Además de esto prestan atención a la restauración de la nación de
Israel y a las señales sobre la tierra, pero muy pocos prestan atención a la madurez de vida.

Solemnemente les pedimos a todos los hijos de Dios que no presten atención a estas
interpretaciones. Las Escrituras nos muestran que la obra que Dios realiza en nosotros es subjetiva.
Hace unos veinte años, cuando era joven, conocí a varias personas que leían fervorosamente la
Biblia y decían que el Señor iba a venir en aquella época. Ellos citaban las palabras que dijo el
Señor: “Vengo pronto” (Ap. 22:20). Me preguntaban por qué yo no creía que el Señor iba a venir en
ese entonces. Yo les dije que sí creía que el Señor iba a regresar, pero no en ese momento. Así que
me preguntaron por qué creía esto, y les respondí brevemente que el arrebatamiento de los creyentes
mencionado en la Biblia será semejante a la siega de una cosecha. Una cosecha no se siega en un
momento específico o en un mes específico, sino cuando ella está madura. Apocalipsis 14 nos
muestra que un grupo reducido de personas será llevado a Dios antes de la gran tribulación, debido
a que han madurado; ellos son las primicias para Dios (v. 4). Sin embargo, muchos santos se
quedarán en la tierra porque aún no han madurado. Luego, Apocalipsis 14:15-16 nos dice que la
mies está madura y lista para ser segada. Abramos nuestros ojos y observemos al cristianismo;
¿cuántos creyentes maduros encontramos allí? El Señor es el Señor de la mies, y Él vendrá para
segar la mies en la tierra. Pero la mies aún está verde, no tiene un color dorado, es decir, no está
madura. ¿Cómo podría el Señor regresar en este momento a segar la mies? Esto no podría suceder.

Veinte años han pasado ya, y continuamos diciéndoles a los hijos de Dios que el arrebatamiento de
la iglesia en la segunda venida del Señor no tiene que ver con una fecha específica, sino con el
hecho de que la iglesia haya madurado. Si la iglesia como cosecha aún no ha madurado, no
podemos esperar que el Señor regrese en esta hora y arrebate a la iglesia. Es preciso que veamos
que el arrebatamiento de la iglesia tiene que ver con la madurez, y que esta madurez es el Señor
mismo que se forja en nosotros. El Señor se forjará a Sí mismo en nosotros hasta que estemos
maduros; es en ese momento cuando el Señor regresará y nosotros seremos arrebatados.

Pregunta: ¿A dónde seremos arrebatados cuando el Señor regrese? Hoy el Señor está en el cielo;
un día Él descenderá del cielo y nos llevará con Él. Al final, ¿dónde estaremos exactamente?

Respuesta: La Biblia dice que la Nueva Jerusalén es el lugar donde Dios y los creyentes moran. En
el cielo nuevo y en la tierra nueva, la Nueva Jerusalén descenderá de los cielos a la tierra nueva.
Antes que vengan el cielo nuevo y la tierra nueva, no veremos la Nueva Jerusalén descender del
cielo. Basándonos en esto, podemos afirmar que antes de que vengan el cielo nuevo y la tierra
nueva, la Nueva Jerusalén aún estará en el cielo. Por consiguiente, debemos creer que cuando el
Señor regrese, aunque Él dejará los cielos y nos llevará con Él, aún moraremos junto con Él en el
lugar donde Él mora. No podríamos decir que este lugar es una “mansión celestial”; la mansión
celestial no es una expresión bíblica. La Versión Unión china traduce la palabra cielo como
mansión celestial en dos ocasiones. Según el texto original, la expresión mansión celestial que
aparece en dicha versión, debe traducirse cielo. El primer pasaje es Hebreos 9:24: “No entró Cristo
en un lugar santo hecho por manos de hombres [...] sino en el cielo mismo para presentarse ahora
por nosotros ante la faz de Dios”. El segundo pasaje es 1 Pedro 3:22, que dice: “Quien habiendo
subido al cielo está a la diestra de Dios; y a Él están sujetos ángeles, autoridades y potestades”. Hoy
en día nuestro Señor mora en el cielo, y un día vendrá para recibirnos en el cielo. Entonces
moraremos juntos con Él en el cielo. Cuando vengan el cielo nuevo y la tierra nueva, la Nueva
Jerusalén aparecerá en la tierra.

Sin embargo, debemos prestar atención a lo siguiente. Aunque no estamos en los cielos hoy, la obra
del Señor consiste en forjarse a Sí mismo en nosotros, es decir, en forjar los cielos en nosotros.
Cuanto más crecemos, más aumenta el elemento de los cielos en nosotros; cuanto más maduramos,
más se incrementa el elemento de los cielos en nosotros. Según el aspecto de la experiencia
subjetiva, los cielos y Dios son inseparables: ser espirituales es ser celestiales, y ser de Dios es ser
del cielo. La parábola del hijo pródigo en Lucas 15 nos muestra que no hay pecado que se cometa
contra el cielo que no se cometa contra Dios. El versículo 18 dice: “He pecado contra el cielo y ante
ti”. Por lo tanto, es difícil separar a Dios del cielo. Cuando Dios se forja en nosotros, Él forja los
cielos en nuestro ser. Adán es terrenal y Cristo es celestial (1 Co. 15:47-48). La obra de Cristo en la
cual Él se forja en nosotros tiene como objetivo hacernos personas celestiales. Por lo tanto, no
debemos hablar del cielo como si fuera una doctrina o un lugar. Reconocemos plenamente que el
cielo es un lugar y que un día como creyentes iremos allí. Sin embargo, según la luz que hemos
recibido en la Biblia, el cielo es una realidad en los creyentes.

Mientras Dios está forjándose en nosotros, Él está forjando en nuestro ser el elemento del cielo.
Anteriormente, los elementos que estaban presentes en nosotros eran de la tierra, eran terrenales; sin
embargo, desde el momento de nuestra salvación, Dios ha estado forjando Su elemento en nosotros
para que los elementos que están en nosotros lleguen a ser celestiales. Una vez que hayamos
madurado completamente y que Dios haya operado plenamente en nuestras circunstancias, el
elemento presente en nosotros será celestial. Para entonces, seremos parte de la Nueva Jerusalén.
Esto es un misterio que no podemos explicar completamente con palabras humanas y es difícil
entenderlo, pero es nuestra experiencia. Cada vez que aumentan más los elementos de Cristo en
nosotros, sentimos que somos más celestiales.

El lugar donde estaremos en el futuro por la eternidad, donde nosotros y Dios estaremos
completamente mezclados, es la Nueva Jerusalén. Por consiguiente, no podemos afirmar que la
Nueva Jerusalén sea un lugar en los cielos; la Nueva Jerusalén es una entidad compuesta de los
creyentes y el Dios Triuno. Para entonces, el elemento presente en todos nosotros será celestial, sin
ningún sabor terrenal. En la Nueva Jerusalén no vemos cosas terrenales. En la Nueva Jerusalén no
habrá ladrillos, sino que todo será de oro puro, perlas y piedras preciosas. Estos elementos indican
que los elementos terrenales que estaban presentes en nosotros habrán desaparecido. Cada parte de
Adán en el huerto del Edén pertenecía a la tierra, y hasta el día de hoy nuestro cuerpo aún pertenece
a la tierra. Sin embargo, debemos creer que después que el Señor haya operado en nuestras
circunstancias, cuando Él regrese, seremos completamente transformados; ya no habrá en nosotros
ningún elemento terrenal. La Biblia dice que en aquel tiempo, nuestro cuerpo será redimido y
transfigurado en un cuerpo de gloria (Fil. 3:21). Ser glorificado es ser de Dios, y ser de Dios es ser
del cielo. Para entonces no habrá ningún elemento de la tierra en nuestro ser; en lugar de ello, el
elemento presente en nosotros será celestial. Por consiguiente, hablando con propiedad, no nos debe
preocupar si iremos al cielo, sino más bien si el cielo se ha forjado en nosotros.

En el cristianismo actual está muy profundamente arraigado el concepto de ir a una mansión


celestial; sin embargo, en ningún lugar en la Biblia dice que los creyentes del Señor irán a una
mansión celestial. El pensamiento de ir a una mansión celestial es un pensamiento que se encuentra
en el budismo y en el catolicismo; no un pensamiento que se halla en la Biblia. El pensamiento que
se nos presenta en la Biblia es que Dios hará de todos nosotros, personas terrenales, un pueblo
celestial. La Biblia no dice que por el simple hecho de ser lavados con la sangre preciosa, los
hombres de barro podrán ir a una mansión celestial, sin experimentar ningún cambio en su
elemento. Esto es un pensamiento católico, no el pensamiento bíblico.

El pensamiento que encontramos en las Escrituras es que desde el día en que una persona creada y
terrenal es salva, Dios no sólo la limpia con la preciosa sangre, sino que además le imparte Su vida.
Esta vida es semejante al oro puro, y también puede producir perlas. Dios desea transformar a las
personas terrenales con la vida divina para que todo lo que ellas son en la vida natural, incluyendo
sus pensamientos terrenales, sus sentimientos terrenales y su voluntad terrenal, llegue a ser celestial.
Esta vida transformadora opera en el hombre. El significado de la palabra transformar en el original
griego como también en la traducción al inglés es el de cambiar de un estado a otro; es decir, que
después de la transformación, lo que es de barro llega a ser de oro puro.

La intención de Dios no consiste en trasladar a los hombres de polvo a los cielos; éste no es el
pensamiento divino. Más bien, Dios desea forjar los cielos en los hombres de polvo y
transformarlos en oro, perlas y piedras preciosas. Dios nos comunicó este deseo en Génesis 2. Él
primero creó a Adán del polvo de la tierra, y luego lo puso frente al árbol de la vida junto al río de
agua de vida que fluye con oro, bedelio y piedras preciosas. Éste es un cuadro muy significativo que
revela la intención de Dios. Dios deseaba que Adán, quien era un hombre de polvo, comiera del
fruto del árbol de la vida a fin de recibir la vida y permitir que el agua de vida fluyera en él. Esto
hace que los hombres de polvo sean transformados en oro, perlas y piedras preciosas. Este cuadro
revela lo que está escrito en toda la Biblia.

Nosotros, los descendientes de Adán, somos ese hombre terrenal. El árbol de la vida es Cristo y Su
cruz, y el agua de vida es la vida de Cristo y el Espíritu Santo. Cuando nosotros, personas
terrenales, recibimos a Cristo y la cruz, y por ende, recibimos Su vida y al Espíritu Santo en nuestro
ser, empezamos a experimentar la transformación, y seremos transformados hasta que se manifieste
la Nueva Jerusalén, una ciudad constituida de oro, perlas y piedras preciosas. Por consiguiente, el
hombre de barro del huerto del Edén llega a ser la Nueva Jerusalén, una ciudad de oro. Éste es el
concepto divino.

Nunca debemos pensar que mientras hayamos sido lavados con la sangre, y sin ser transformados,
el Señor Jesús nos trasladará al cielo cuando llegue la plenitud de los tiempos. Esto jamás sucederá.
La razón por la cual la salvación de Dios es objetiva para nosotros es que nuestros pensamientos,
nuestros sentimientos y nuestras decisiones aún son terrenales, y no hemos sido transformados. No
obstante, el pensamiento hallado en las Escrituras se centra en lo que es subjetivo, es decir, en la
obra de forjar los cielos en el hombre de manera gradual. Podemos usar como ejemplo la
edificación del templo llevada a cabo por Salomón. El padre de Salomón, David, preparó las piedras
en los montes aun antes de que empezara la obra de edificación (1 Cr. 22:2, 14; 1 R. 6:7). Estas
piedras que fueron preparadas no eran piedras rústicas sin tallar, piedras sin ninguna utilidad, sino
que más bien eran piedras que habían sido golpeadas, labradas, por lo que ahora eran útiles. Luego,
a su tiempo, vino Salomón, quien tomó los materiales que habían sido preparados y los usó para
edificar el templo. Los materiales llegaron a ser el templo. Podríamos afirmar que Salomón trasladó
al templo las piedras que anteriormente estaban sobre los montes. Sin embargo, para ser más
precisos, esto no consistió simplemente en cambiar las piedras de lugar, sino más bien de hacer que
las piedras que habían sido golpeadas y talladas, llegaran a ser parte del templo.

Hoy en día nuestro Señor, como David, está preparándonos como los materiales en este mundo, que
es un desierto. Después de que nos haya preparado individualmente, la cosecha estará madura, y los
cielos se habrán forjado en nuestro ser. Ése será el momento en que Cristo como Salomón vendrá.
Cuando los días de David sean cumplidos y empiece la era de Salomón, el Señor vendrá y nos
llevará a nosotros, los materiales preparados, para edificarnos como un lugar santo, como un templo
santo. Aunque algunos digan que seremos trasladados de la tierra a los cielos, debemos prestar
atención a este asunto básico: los hombres terrenales no pueden ser trasladados a los cielos
objetivamente. El cielo tiene que ser forjado en ellos antes de que suceda algún movimiento.
Podemos comparar esto al hecho de que antes de que las piedras fuesen trasladadas al templo, ya
habían sido transformadas para ser parte del templo.

Nunca debemos entender la Nueva Jerusalén simplemente de modo objetivo. Debemos saber que
somos parte de la Nueva Jerusalén. Reconocemos que provisionalmente iremos a un lugar llamado
el cielo y que al final la Nueva Jerusalén descenderá del cielo; sin embargo, no es suficiente que
únicamente creamos esto, pues esto es un asunto subjetivo. El Dios que está en el cielo desea forjar
en nuestro ser la naturaleza celestial, la realidad celestial y el contenido celestial, por medio de la
vida divina y el Espíritu divino. Él hace esto para que cada parte de nuestro ser pueda ser
transformada, de modo que llegue a ser celestial, hasta que un día estemos completamente maduros
y listos para la cosecha. Así que, antes de ir al cielo, el cielo se habrá forjado completamente en
nosotros.

Podemos afirmar que antes de ir al cielo, ya habremos llegado a ser personas celestiales. Éste es el
pensamiento hallado en la Biblia. Antes de que el Señor nos lleve a los cielos, Él habrá forjado en
nosotros la naturaleza y la realidad celestiales por medio de Su vida celestial y el Espíritu Santo.
Nosotros llegaremos a ser personas completamente celestiales, lo cual equivale a ser parte del cielo.
Una vez que lleguemos a esta etapa, la cosecha estará madura y el Salomón celestial, Cristo, vendrá
para dar consumación al edificio espiritual de Su morada celestial, la Nueva Jerusalén, donde Dios
y nosotros estaremos juntos por la eternidad. Entonces, nosotros que hemos sido salvos y en quienes
Dios ha laborado, seremos parte del cielo. Por consiguiente, el cielo no es un asunto objetivo sino
subjetivo.

El pensamiento divino según el cual Dios se forja en nosotros es muy profundo y enfático en la
Biblia. Sabemos que un día Dios nos llevará a los cielos, pero debemos prestar atención a esta única
cosa: todos los que vayan al cielo deben llegar a formar parte del cielo. Si no hemos llegado a ser
personas celestiales, sino que, en vez de ello, conservamos nuestra naturaleza terrenal, no podremos
entrar al cielo. El cielo desea únicamente hombres de oro, no hombres de barro. El cielo desea
únicamente las cosas celestiales, tales como el oro, las perlas y las piedras preciosas; el cielo no
desea nada que sea de la tierra. Las cosas de la tierra deben permanecer en la tierra; todo lo que esté
en el cielo debe tener la naturaleza celestial. Por lo tanto, si deseamos ir al cielo, debemos permitir
que Dios forje el cielo en nuestro ser. Éste es un pensamiento muy importante en la Biblia.

Debemos ver este asunto subjetivo y permitir que el Señor opere diariamente en nosotros para que
seamos transformados cada día de tierra en oro. Él debe transformarnos hasta que obtengamos Su
imagen gloriosa, esto es, hasta que Él sea capaz de regresar a transformar nuestro cuerpo terrenal en
un cuerpo glorioso igual al Suyo. Entonces estaremos con Él. Algunas personas dicen que esto
equivale a entrar al cielo, y no podemos decir que estén equivocadas; sin embargo, debemos
comprender que el cielo ya estará en nosotros antes de que llegue ese momento. Por lo tanto, desde
una perspectiva subjetiva, entrar al cielo no contradice la mezcla de Dios con el hombre. De hecho,
significa lo mismo.

Pregunta: En la coordinación del Cuerpo, ¿cómo podemos saber claramente cuál es nuestra
porción y cómo podemos llevarla a cabo apropiadamente?

Respuesta: En cuanto a la coordinación del Cuerpo, debemos recalcar que cada hermano y hermana
debe desempeñar su función. Sin embargo, mientras ejercen su función, no deben atropellar a otros
ni propasar su límite. Si no ejercemos nuestra función, la coordinación del Cuerpo será nula, pero si
sobrepasamos nuestro límite y atropellamos a otros, la coordinación del Cuerpo también sufrirá
pérdida. ¿Cómo podemos concentrarnos en ejercer nuestra función únicamente conforme a nuestra
porción y no sobrepasar nuestro límite? Muchos hermanos y hermanas no saben cuál es su porción.
Cada vez que sirven, todos vienen. Si se trata de predicar el evangelio, ellos lo hacen juntos.
Cualquier cosa que haya que hacer, la hacen todos juntos. Todos son un “hombre orquesta” y todos
quieren poder hacerlo todo. Por consiguiente, nadie sabe claramente cuál es su propia porción. No
es fácil que una persona conozca su función, y aquellos que dicen que saben, probablemente
tampoco lo sepan.

En el pasado algunos hermanos y hermanas dijeron muy claramente que sabían cuál era su función
delante del Señor. Sin embargo, después de ocho o diez años, los hechos han demostrado que no
sabían lo que creían saber. No podemos conocer claramente nuestra función simplemente
basándonos en nuestro análisis y observación. La función, o la porción, de un miembro del Cuerpo
no se puede descubrir por un simple análisis u observación. Nuestro análisis y observación a
menudo son erradas por cuanto son superficiales y, por tanto, tienden a ser imprecisas. Una vez que
hayamos sido quebrantados, derribados y edificados por el Señor, nuestra función se manifestará
espontáneamente. Lo que determina el grado en que se manifieste nuestra función es la medida en
la que el Señor haya sido edificado en nosotros. Si el Señor no nos ha derribado lo suficiente, la
función que desempeñamos no será la nuestra. Si lo que llevamos a cabo ha sido derribado y
edificado por el Señor, entonces ésa es nuestra función. Cuando permitamos que el Señor nos
derribe y nos edifique, nuestra función se hará manifiesta en nosotros.

Con respecto a saber cuál es nuestra porción o función, no necesitamos saber demasiado. Debemos
asumir responsabilidad por una sola cosa: si sentimos que estamos haciendo algo que no es el
resultado de la obra demoledora de Dios, es mejor evitar hacerlo; si sentimos que estamos
atropellando a otros y sobrepasando nuestro límite, debemos detenernos. No debemos analizar
demasiado lo que Dios desea que hagamos. Analizar las cosas muchas veces produce el resultado
equivocado. Simplemente debemos aceptar el quebrantamiento y la obra demoledora del Señor y
permitir que el Señor nos edifique. Entonces nuestro servicio surgirá de lo que ha sido derribado. Si
sentimos que lo que estamos haciendo es atropellar a otros y reemplazarlos, debemos detenernos y
tomar las medidas necesarias. Nunca debemos quedarnos observando si el resultado será positivo o
negativo. A menudo pensamos que si dejáramos de laborar, caeríamos en una mala situación. Por
consiguiente, a fin de mantener una buena situación, seguimos haciendo lo que podemos. Por esta
razón, en muchos sentidos es muy fácil sobrepasar nuestro límite. En lugar de ello, debemos retirar
nuestras manos y permitir que la situación empeore. Debemos retirar nuestras manos y permitir que
la obra se desplome. Si Dios desea que la obra se venga abajo, ello será mucho mejor que mantener
una “buena” situación con nuestras manos.

Por consiguiente, la situación externa no debe preocuparnos. La pregunta importante que debe
provenir de nuestro sentir interior es: ¿estamos llevando a cabo la obra por nosotros mismos, o la
estamos llevando a cabo después de haber sido derribados? ¿Nos limitamos a la porción que nos ha
sido dada, o estamos atropellando a otros? Aunque es difícil que otros puedan juzgar esto, en efecto
surgirá un sentir en nuestro interior. No necesitamos preguntar cuál es nuestra función; lo único que
debemos preguntar es si hemos sido derribados. Ésta es la pregunta fundamental. Si estamos
dispuestos a hacernos esta pregunta, descubriremos que hay muchas cosas que no debiéramos tener.
También descubriremos que en muchas de nuestras actividades hemos sobrepasado nuestro límite y
que no ejercemos nuestra función conforme a la función que realmente nos ha sido dada.

Es posible que estemos realizando la función que les corresponde a otros, lo cual no debiéramos
estar haciendo. Si estamos haciendo algo natural, que se supone que no debemos hacer, debemos
dejar de hacerlo. La Cabeza jamás desea ninguna clase de reemplazo en el Cuerpo. Reemplazar a
otros miembros no sólo equivale a sobrepasar nuestro límite, sino también a hacer algo que es falso
y fingido. Si estamos dispuestos a acudir al Señor y a examinar todo lo que hacemos desde la
perspectiva de si hemos experimentado o no la obra demoledora, veremos que hay muchas cosas
que debemos dejar de hacer. Entonces nuestra poción espontáneamente se manifestará.

Son muy pocas las personas que han visto claramente cuál es su función; si un hermano o hermana
tiene esto claro, entonces debe ser una persona bastante madura en el Señor y debe haber pasado por
un largo proceso. Dicho hermano sabe claramente cuál es su función como resultado de su
crecimiento, no de un análisis que haya hecho. No es el resultado de una observación, sino de haber
sido edificado interiormente. Debido a que ha experimentado la disciplina, la obra demoledora y la
edificación en las manos del Señor y lleva un buen número de años en el Señor, espontáneamente
hay algo en él que es una porción especial, lo cual es su ministerio, su función. Esta porción en él
no se produjo simplemente en uno o dos años, ni probablemente en tres o cinco años. En vez de
ello, dicho hermano ha pasado por un proceso bastante largo en el Señor, después del cual su
función se ha hecho manifiesta. No existen muchas personas así entre los hijos de Dios.

La mayoría de nosotros no necesita considerar este asunto porque su función no se ha hecho


manifiesta. Así que, simplemente debemos prestar atención a lo que el Señor ha derribado y evitar
actuar conforme a lo que aún no ha sido derribado. Siempre que tengamos la sensación de que
estamos atropellando a otros, independientemente de cuán buena y necesaria sea esa función,
debemos retirar nuestras manos y aceptar la restricción del Espíritu Santo. Debemos creer que el
Espíritu Santo y el Señor asumirán la responsabilidad, y no preocuparnos excesivamente por la
situación. Debemos aprender las lecciones permaneciendo bajo la mano del Señor para que el
Cuerpo pueda tener una buena coordinación. La situación podrá ser negativa, pero la coordinación
del Cuerpo obtendrá el beneficio. Si no restringimos a los hermanos ni los atropellamos, otros se
levantarán en nuestra localidad, y el Cuerpo se propagará. El Cuerpo se propagará cuando
permitamos que el Cuerpo crezca como debe crecer.

Que el Señor en Su gracia nos fortalezca para que no recibamos estas palabras como una simple
doctrina. Espero que nos humillemos en lo profundo de nuestro ser a fin de abrirnos y permitir que
la luz brille. En cuanto seamos iluminados, debemos pedirle al Señor que tenga misericordia de
nosotros para que en lugar de discutir, de inmediato aceptemos lo que Él nos dice y nos sujetemos.
Esto hará posible que recibamos una luz más intensa y una mayor liberación. Al asirnos de la
Cabeza, desempeñando nuestra función, sin sobrepasar nuestro límite, viviendo sujetos a la
autoridad y teniendo conciencia del Cuerpo, en cuanto recibamos luz, el sentir, enseguida debemos
humillarnos. De este modo, la luz resplandecerá cada vez más, y seremos liberados. Entonces el
Cuerpo de Cristo se propagará y será edificado entre nosotros. Siempre y cuando no restrinjamos al
Señor, el Cuerpo de Cristo crecerá y se edificará a sí mismo.

CAPÍTULO DIECINUEVE

LA COMUNIÓN DEL CUERPO DE CRISTO

Hechos 2:42 dice: “Perseveraban en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles, en el


partimiento del pan y en las oraciones”. Este versículo nos habla de perseverar en la comunión.
Efesios 3:18-19 dice: “Seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la
anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Estos versículos
nos hablan de comprender con todos los santos. Colosenses 2:19 dice: “Asiéndose de la Cabeza, en
virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo entrelazado por medio de las
coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento de Dios”. Este versículo nos muestra que
crecemos gradualmente con el crecimiento de Dios.

LA COMUNIÓN DEL CUERPO

Ya vimos lo relacionado con la autoridad en el Cuerpo de Cristo o el orden en el Cuerpo. También


vimos lo que significa tener conciencia del Cuerpo y la coordinación del Cuerpo. Todos estos
asuntos están relacionados entre sí. La coordinación del Cuerpo, el orden o la autoridad del Cuerpo,
y tener conciencia del Cuerpo, están estrechamente relacionados. Si no hay orden ni autoridad, no
puede haber coordinación; y si no tenemos conciencia del Cuerpo, la coordinación no será práctica.
Además, la comunión del Cuerpo es otro gran asunto que lo experimentan aquellos que viven en el
Cuerpo.

En el Cuerpo de Cristo, la comunión es muy práctica; más aún, el Cuerpo de Cristo no puede
abandonar esta comunión ni siquiera por un momento. Por lo tanto, si un creyente desea vivir en el
Cuerpo, debe vivir en la comunión del Cuerpo. Una vez que pierde la comunión del Cuerpo,
definitivamente quedará desconectado del Cuerpo. Si alguien permanece en el Cuerpo, ciertamente
permanece en la comunión del Cuerpo. La comunión del Cuerpo es difícil de definir. Pasajes de la
Palabra de Dios, como por ejemplo 1 Juan 1, muestran que esta comunión está relacionada con la
vida eterna de Dios: “La vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la
vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó” (v. 2).

La vida eterna de Dios entró en nosotros, y esta vida trae consigo la comunión. La comunión en
vida significa que esta vida es una comunión. Una persona que no tiene la vida de Dios a menudo le
desagradan los hijos de Dios, incluso los aborrece, cada vez que se encuentra con ellos. Pero una
vez que recibe al Señor, la vida del Señor entra en su ser y causa que él desee tener comunión con
los hijos de Dios cada vez que los ve. Antes de recibir la vida de Dios, él no entendía las historias
internas que tenían los hijos de Dios; las cosas espirituales que hablaban le parecían un idioma
extraño. Sin embargo, después de recibir la vida de Dios, no sólo anhela tener comunión con los
hijos de Dios, sino que también entiende lo que ellos experimentan internamente. A él le parece un
deleite tener comunión con ellos, y a menudo se siente nutrido, abastecido e interiormente
satisfecho. Asimismo, cuando deja de verse con los hijos de Dios por cierto tiempo, se siente seco
interiormente, como si algo le faltara. Esto refleja la condición de su espíritu, la cual muestra que la
vida de Dios lo ha introducido en la comunión.

EL SIGNIFICADO DE LA COMUNIÓN DEL CUERPO

Además, Filipenses y 2 Corintios nos muestra que esta comunión se da en el Espíritu Santo. “Si hay
alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión de espíritu” (Fil. 2:1).
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
vosotros” (2 Co. 13:14). Puesto que el Espíritu es la realidad de Cristo, cuando el Espíritu está en
nosotros, Cristo y Dios entran también en nosotros. El Espíritu en todos nosotros es uno solo y es el
mismo. El Espíritu que está en usted es el Espíritu que está en mí. Hay un mismo Espíritu en todos
nosotros. Este Espíritu llega a ser nuestra comunión y también nos capacita para tener comunión
unos con otros.

Muchas veces cuando nos encontramos con otro hijo de Dios, aunque no expresemos mucho con
palabras, hay un fluir mutuo, una comunicación, entre ambos. Este fluir, esta comunicación, es del
Espíritu. El Espíritu que está en nosotros es un Espíritu de comunión, así como la vida de Dios
presente en nosotros es una vida de comunión. Podemos usar como ejemplo la electricidad en una
bombilla eléctrica. Aunque puede haber muchas bombillas en un salón, sólo circula una corriente
eléctrica por todas ellas. En un abrir y cerrar de ojos, la electricidad que está en una bombilla fluye
a otra bombilla. La corriente eléctrica presente en las bombillas es la “comunión de las bombillas”;
esto es un buen ejemplo de lo que significa la comunión.

LA FUNCIÓN DE LA COMUNIÓN DEL CUERPO

En palabras sencillas, la comunión es el fluir de la vida, el fluir del Espíritu Santo, dentro de los
hijos de Dios. La comunión del Cuerpo ocurre cuando la vida de Dios fluye entre nosotros, cuando
el Espíritu Santo fluye en nuestro ser. Un ejemplo de este fluir, de esta comunión, es nuestro cuerpo
físico. La Palabra dice que la vida de la carne está en la sangre (Lv. 17:11). Los doctores nos dicen
que la sangre de nuestro cuerpo fluye muy rápidamente; y no sólo fluye muy rápidamente, sino
también por todo nuestro cuerpo muchas veces cada minuto. La sangre que está en nuestra mano
fluye rápidamente a nuestros pies; la sangre que está en todo nuestro cuerpo circula y fluye
continuamente.

En la ciencia médica, este fluir de la sangre se llama la circulación. Esto significa que la circulación
de la sangre es el fluir de la sangre; el fluir de la sangre representa la comunión del cuerpo. No
podríamos decir que la sangre que circula en nuestro cuerpo es la sangre de la mano o la sangre de
los pies. Si la sangre de la mano de una persona dejara de circular y se quedara estancada allí, la
mano se moriría. Esto indica que hay un problema en su flujo sanguíneo y que la condición del
cuerpo es anormal. Necesitamos estar activos, hacer ejercicio, para acelerar y aumentar la
circulación sanguínea en nuestro cuerpo. Cuanto más rápido circule la sangre en nuestro cuerpo,
más saludable estará. Debido a esta circulación, todos los elementos negativos en nuestro cuerpo
son desechados, y a cambio recibimos todos los elementos nutritivos que necesitamos. Por lo tanto,
la circulación sanguínea de nuestro cuerpo cumple al menos dos funciones: nos suministra la
nutrición necesaria, y elimina los elementos que son negativos o los que tenemos en exceso. Esto
mantiene el metabolismo en nuestro cuerpo para que el cuerpo pueda crecer gradualmente. Así
pues, la circulación sanguínea es la comunión del cuerpo.

Este tipo de comunión también se encuentra en el Cuerpo de Cristo. La comunión del Cuerpo es la
circulación de la vida de Cristo en nuestro ser, que es también la circulación del Espíritu de vida en
nosotros. La circulación del Espíritu de vida en nosotros cumple al menos dos funciones: nos trae el
suministro espiritual que necesitamos, y desecha todas las cosas negativas, inservibles y carentes de
vida (Tit. 3:5). Cada vez que haya alguna carencia de comunión entre los hijos de Dios, también
habrá una carencia de suministro espiritual. Además, se acumularán muchas cosas negativas en
ellos, las cuales crearán problemas; y como consecuencia, el Cuerpo de Cristo se enfermará. Es
necesario, pues, que entendamos que a fin de que la vida de Cristo sea continuamente viviente y
poderosa, como hijos de Dios que somos, necesitamos tener una continua comunión entre nosotros.
Cada vez que esta comunión se detiene, el suministro de vida también se detiene y se introduce la
muerte; de este modo, el Cuerpo de Cristo sufre una pérdida relacionada con la muerte espiritual.

En la experiencia, hay muchos casos que comprueban esto. Si yo dejo de ver a los hermanos y
hermanas y de asistir a las reuniones por una semana, aunque ore y medite, mi espíritu parecerá que
se enferma, pues le falta vitalidad. Esto es muy extraño. Pareciera que me hace falta algo
interiormente, y aunque no soy capaz de explicarlo, puedo sentirlo. Tengo un sentir interior que no
es ni agradable ni placentero: me siento enfermo.

Cuando por primera vez tuve esta experiencia, no entendía cuál era la razón. Leía la Biblia
fielmente cada mañana y oraba con frecuencia; no había problemas entre el Señor y yo. Aunque no
había hecho nada que el Señor condenara, ni sentía ninguna condenación en mi conciencia, algo me
faltaba y me hacía sentir abatido. No entendía esta condición hasta que el Señor me mostró que lo
que me hacía falta era la comunión del Cuerpo. Aunque tenía comunión con el Señor y no tenía
ningún problema con Él, había sido cortado de la comunión del Cuerpo del Señor y, por tanto,
sentía que algo me hacía falta.

Después de esto, tuve comunión con un hermano recién salvo en el salón de reuniones. Le pregunté
cómo había sido salvo, y me contó que tenía sólo unos días de haber sido salvo y había venido a la
reunión del partimiento del pan. Después de hablar con él por unos minutos, me sentí refrescado;
me sentí contento, reavivado y lleno de felicidad. Aunque no podía explicar lo que había ganado,
definitivamente estaba muy gozoso y me sentía muy bien. No entendí esto en mis primeras
experiencias, pero poco a poco empecé a entender que esto es la comunión del Cuerpo y que la
gracia viene a nosotros por medio de dicha comunión. Este breve tiempo que estuve teniendo
comunión con ese hermano, quien no tenía tanta experiencia como yo ni tenía muchas riquezas
espirituales, interiormente me impartió un suministro; y por tanto, me sentí fresco, resplandeciente y
confortado. Esto es ciertamente maravilloso.

A todos nos gusta asistir a la reunión de oración y a la reunión del partimiento del pan. Aunque nos
sentamos por una hora en esas reuniones, sin escuchar mensajes o testimonios, hay una comunión
en lo profundo de nuestro espíritu. Las oraciones y las alabanzas de los santos fluyen en nosotros.
Aunque a veces nos sentimos un poco desalentados antes de la reunión, durante la reunión
espontáneamente sentimos un fluir en lo profundo de nuestro ser. Una vez que experimentamos este
fluir, nos sentimos completamente avivados y refrescados en nuestro espíritu. Todos hemos tenido
esta clase de experiencia. Aunque quizás no escuchemos muchos mensajes, somos vivificados
simplemente por medio de las alabanzas y las oraciones que ofrecemos con todos los santos. En
esto consiste la comunión, y ésta es la función de la comunión.

LA COMUNIÓN DEL CUERPO


RESUELVE Y ELIMINA NUESTRAS DIFICULTADES

En cierta ocasión un hermano testificó que había ayunado y orado con respecto a una situación
difícil y una carga que sentía en su interior. Sin embargo, después de dos semanas, la situación no
había cambiado y la carga no le había sido quitada. Él pensaba que puesto que era su problema,
tenía que invertir más tiempo para darle solución delante del Señor. Pero después de que pasaron
una o dos semanas más, nada cambió. Entonces fue a una reunión de oración en la cual un hermano
pidió un himno que dice: “Muy dentro, en las profundidades de Tu nombre”. Este himno no tenía
nada que ver con su situación; sin embargo, algo maravilloso sucedió. Mientras todos cantaban, de
repente recibió luz y claridad; la dificultad desapareció y la carga le fue quitada. Si le
preguntáramos a este hermano qué fue lo que sucedió, estaría perplejo y no sería capaz de
explicárnoslo; sin embargo, la dificultad que él tenía había desaparecido.

Otro hermano tenía una debilidad, un pecado, que no podía vencer. Él intentó vencerlo repetidas
veces delante del Señor con ayuno y oración. A pesar de todo el esfuerzo, nada parecía ayudar. De
hecho, parecía que cuanto más trataba de vencerlo, más profundo se arraigaba el pecado; cuanto
más trataba de combatirlo, más atado y enredado se encontraba. Más tarde, tuvo comunión con
algunos hermanos, y les contó que tenía una debilidad, un pecado que lo enredaba y que no podía
ser libre, y luego les pidió su ayuda. Mientras tenía comunión, algo maravilloso sucedió; el pecado
se fue. Después de que estos hermanos lo escucharon y mientras ellos aún estaban perplejos, pues
no sabían cómo ayudarlo debido a su falta de experiencia, este hermano dijo: “Hermanos, ya no
necesito ayuda. Démosle gracias al Señor y alabémosle porque esta dificultad ha desaparecido”.
Esto muestra que la vida del Cuerpo se había llevado la dificultad de aquel hermano.

Aunque no soy doctor ni entiendo mucho de biología, fisiología ni bacteriología, sí entiendo un


poco lo relacionado con la circulación de la sangre. El principio que aplica la medicina occidental
para tratar una enfermedad externa consiste principalmente en cortarla para eliminarla, y para tratar
una enfermedad interna consiste principalmente en matar los gérmenes. Sin embargo, los doctores
chinos no recomiendan ni cortar ni matar los gérmenes, sino que más bien ayudan a que la sangre
circule en el cuerpo. Esto es maravilloso. Cuando la circulación del cuerpo mejora, todas las
enfermedades desaparecen. Esto tiene su lógica.
Por ejemplo, algunas veces las alcantarillas de la ciudad se llenan de lodo, y el agua no puede fluir
libremente. Sin embargo, si una corriente fuerte y poderosa es enviada por las alcantarillas, todas las
“enfermedades” serán eliminadas, es decir, el lodo y las demás cosas serán expulsadas. Los
doctores que practican la medicina china a menudo hablan de bloqueos en los puntos donde pasa la
energía vital y la sangre. Ellos usan diferentes tratamientos para limpiar los vasos sanguíneos y
despejar las vías por donde pasa la energía vital. Cuando todo queda despejado, el flujo corre
libremente en el cuerpo. Como consecuencia, hay una excelente circulación sanguínea que se lleva
y desecha todo lo que no debe estar en el cuerpo, y de este modo, todas las enfermedades son
eliminadas.

Esto también se aplica a nuestra experiencia espiritual. Cuando nos encontramos con dificultades, a
menudo le pedimos al Señor que nos haga una “cirugía” y mate todos los “gérmenes” en nosotros,
pero eso no funciona. No es sino hasta que tenemos más comunión con los hijos de Dios que el fluir
aumenta en nosotros, que nuestras dificultades desaparecen y los “gérmenes” son eliminados. En
esto consiste la comunión del Cuerpo, y ésta es la función que la comunión del Cuerpo cumple.

LOS MIEMBROS DEL CUERPO DE CRISTO


SE NECESITAN MUTUAMENTE

A menudo sentimos que no somos capaces de llevar una carga particular. Como resultado, nos
sentimos agobiados y atribulados. Aunque tratamos de luchar y vencer el problema, no podemos
hacerlo. Una manera muy sencilla y fácil de lograr esto es acudir a nuestros hermanos y hermanas.
No debemos tener en poco su juventud, porque hay algo en ellos que puede aumentar el fluir en
nosotros. Esto es maravilloso. Podemos contarles nuestra dificultad y nuestra carga, y mientras
hablamos con ellos, la dificultad desaparece; y cuando terminamos de hablar, la pesada carga nos ha
sido quitada. Éste es el fluir de vida presente en el Cuerpo, el cual se lleva las dificultades, y la
comunión del Cuerpo, la cual resuelve nuestros problemas. Todos aquellos que tienen más
experiencia pueden testificar que en cuanto dejan de ver a los hermanos y hermanas, sienten que no
pueden seguir viviendo. De igual manera, si somos cortados de nuestra Cabeza, Cristo, no
podremos seguir viviendo.

Esto nos muestra dos aspectos de la gracia: uno tiene que ver con nuestra comunión con la Cabeza,
y el otro, con la comunión que tenemos con los demás miembros. No sabríamos decir cuál de los
dos es más importante, pues ambos son igualmente importantes. Cuando contactamos la Cabeza,
tocamos la vida; y cuando contactamos a los miembros, también tocamos la vida. La comunión
entre los miembros a menudo hace que el suministro fluya a nosotros, y desecha todo lo que no
debe estar en nosotros. Por esta razón, un hermano o una hermana que deje de reunirse por un mes
se enfermará y se sentirá interiormente deprimido.

Nunca debemos pensar que aquellos que se ponen de pie frente al púlpito son los únicos que pueden
brindar suministro a otros y que ellos no necesitan de los hermanos y hermanas. De hecho, si los
hermanos y hermanas no estuviesen allí escuchándolos mientras comparten la palabra,
probablemente dejarían de hablar después de sólo diez minutos. Por consiguiente, muchas veces no
es el orador quien brinda el suministro a los hermanos y hermanas, sino los hermanos y hermanas
quienes brindan el suministro al orador. Si nadie los estuviera escuchando, probablemente dejarían
de hablar después de haber dicho diez frases, aunque quisieran hablar más de cien. Sin embargo, si
los hermanos y hermanas están congregados allí, es probable que no puedan terminar después de
haber hablado cien frases, aunque hubieran comenzado sólo con diez. Esto se debe a que los
hermanos y hermanas están allí. La realidad no es que cuanto más hablan ellos, más suministro le
brindan a los hermanos y hermanas, sino que cuanto más hablan, más ellos son abastecidos por los
hermanos y hermanas.

Algunos hermanos se han acercado a mí para darme las gracias por dar buenos mensajes. Sin
embargo, yo les doy las gracias a ellos por impartirme su suministro. Sin ellos, yo no tendría nada.
Los hermanos y hermanas me proveen una oportunidad muy buena para liberar la palabra del Señor,
debido a que me suplen con su espíritu en la reunión. Esto es lo que más me alegra y más me
satisface. Cuando la palabra es liberada, interiormente me siento satisfecho y nutrido. Cuando me
voy a casa, puedo dormir muy bien. Esto es gracia, y también es comunión. Hay un fluir, y es un
potente fluir de vida el que está en el Cuerpo.

EL BENEFICIO DE TENER COMUNIÓN EN EL CUERPO

Éste es un misterio que las personas del mundo no pueden entender ni comprender. A ellas les
sorprende que los cristianos se reúnan todos los días, pasen tres horas en una reunión aun después
de haber trabajo ocho horas en una oficina. Los cristianos asisten todos los días a las reuniones
porque reciben un suministro en su interior y tocan la vida. Nuestras necesidades internas a menudo
son satisfechas en las reuniones. Tal vez nos encontremos en una situación que no sabemos cómo
resolver, pero una vez que la presentamos a los hermanos y hermanas, por alguna razón
desconocida, tenemos una solución y el dilema desaparece. Podemos afirmar que mientras los
santos estén dispuestos a tener comunión, no hay ningún problema espiritual que no pueda
resolverse.

Me siento muy agradecido con dos hermanos que ejercen el liderazgo y están aquí, a quienes
siempre deseo ver antes de dar un mensaje. Cuando los veo, recibo el suministro. Aunque ellos
dicen que no tienen la respuesta cuando les hago una pregunta, la respuesta muchas veces viene a
mí mientras ellos dicen esto. Esto es ciertamente maravilloso. Por lo tanto, me gusta reunirme con
ellos antes de la reunión y preguntarles: “Hermanos, ¿cómo debo compartir este mensaje hoy?”.
Cuanto más ellos dicen que les es difícil darme una respuesta, más aclarado soy y sé lo que debo
hablar. Éste es el suministro que nos brinda la comunión.

Siempre que siento una pesada carga que no puedo liberar por medio de oración ni por medio de
esperar delante del Señor, busco a estos dos hermanos. Muchas veces, después de hablar con ellos
por sólo diez minutos, la carga me es quitada, y veo claramente que he encontrado el camino del
Señor. Cuando estoy solo en mi cuarto, no importa cuánto piense, considere, ore y busque al Señor,
nada parece ayudar, pero tan pronto como acudo a estos dos hermanos, el problema es resuelto. Tal
vez después de hablar con ellos por sólo diez minutos, y aunque parece que no pueden ofrecerme
ninguna solución, con todo, recibo una solución en mi interior. La solución viene simplemente por
medio de la comunión.

Después, los hechos demuestran que el camino provenía del Señor, del Espíritu, que estaba lleno de
luz y de sabiduría, y que era de beneficio para el Cuerpo. Hay numerosos testimonios como éste, y
podemos decir que éste es nuestro testimonio casi todos los días. Incluso hoy, puedo decir que
ningún aspecto del servicio llega a ser claro para mí mediante mi oración personal. Así que tengo
una comunión completa y detallada con los hermanos en cuanto a cada aspecto del servicio. De este
modo, discernimos el sentir de Dios en nuestra comunión, es decir, percibimos el sentir de la
Cabeza por medio de los miembros en nuestra comunión. Esto es maravilloso, y al mismo tiempo es
muy práctico. Cuanto más avanzamos en los asuntos espirituales, más vemos lo práctico y lo
necesario que es este asunto.
LA NECESIDAD DE TENER LA COMUNIÓN
DEL CUERPO ENTRE LAS IGLESIAS

No sólo los hermanos y hermanas necesitan la comunión del Cuerpo, sino también una iglesia o la
obra necesita de esta comunión. Algo anda mal si una iglesia local dice vivir delante del Señor y
recibir gracia directamente de parte del Señor y, al mismo tiempo, manifiesta que no necesita recibir
ayuda de ninguna otra iglesia local. Sin la ayuda de los hermanos y hermanas, nos secaremos; sin la
comunión de otras localidades, una iglesia local será como un pie que se ha secado, que se ha
atrofiado. Si una iglesia confía únicamente en la comunión directa que recibe del Señor y
menosprecia la comunión del Cuerpo, esa iglesia inevitablemente se secará.

Aunque hacemos hincapié en el hecho dar mensajes en cada conferencia, valoramos mucho más la
comunión que tenemos con todos los santos. Al menos una vez al año se congregan todos los
hermanos y hermanas de cada localidad de Taiwán, quienes buscan al Señor, laboran para Él y
sirven en las iglesias. No podríamos enumerar las bendiciones que recibimos en estas reuniones. Por
medio de la comunión, los problemas desaparecen y recibimos un rico suministro. Algunos santos
pueden testificar que durante estas conferencias, la ayuda que reciben al tener comunión con los
hermanos y hermanas es mayor que la que reciben al escuchar los mensajes. La comunión resuelve
más problemas que los mensajes. Esto es verdaderamente un hecho.

Examinemos nuestra situación. El hecho de que se hayan levantado y establecido reuniones en


diferentes localidades y que hayan llegado a su condición presente en su servicio, ha sido el
resultado de la comunión. Actualmente, hay treinta y cinco localidades en la isla que han
establecido reuniones para partir el pan, lo que indica que son iglesias locales. Además de esto, hay
reuniones de oración en aproximadamente veinte lugares más. Por consiguiente, hay reuniones en
cincuenta lugares. Las reuniones en estos lugares no fueron establecidas por los obreros, sino
mediante la comunión de los hermanos y hermanas. Esto nos muestra la importancia de la
comunión. Estos lugares fueron levantados uno por uno, y están creciendo. Más aún, los santos en
estos lugares están sirviendo al Señor y también están introduciendo a los santos de otros lugares en
el servicio. Éste es el resultado de la gracia recibida en la comunión.

La gracia que recibimos en la comunión es muy práctica. Algunas localidades empezaron con un
solo santo quien después de asistir a una conferencia, regresó a su localidad y estableció una
reunión. En otros lugares había dos o tres hermanos y hermanas que recibieron la comunión y el
suministro de una conferencia y empezaron a reunirse en su localidad. Después de dos o tres meses
ellos empezaron a partir el pan, y actualmente hay de veinte a treinta santos que se reúnen en su
localidad. Esto es maravilloso; en esto consiste la comunión, y éste es el resultado de la comunión.

A fin de que el Cuerpo crezca, debemos tener la comunión del Cuerpo; cuanta más comunión
tengamos, mejor. Las iglesias en el exterior y las iglesias del Sudeste Asiático también pueden dar
testimonio de esto. La razón por la cual sufrieron pérdida en el pasado fue que no tuvieron
suficiente comunión. Ésta es la razón por la cual en esta ocasión estamos prestando especial
atención a la comunión. Muchos hermanos y hermanas del extranjero reconocen que por medio de
esta comunión ellos han recibido muchas cosas que no recibieron en el pasado, han podido resolver
muchos problemas que no tenían solución y han encontrado un camino que los ha sacado de muchas
dificultades.

Es preciso que veamos que el crecimiento de los santos, el crecimiento de las iglesias, la
propagación de la obra e incluso la educación de los obreros depende de la comunión del Cuerpo.
Por ejemplo, generalmente nos sentimos satisfechos cuando hemos comido lo suficiente. No
obstante, durante el ejercicio, cuando aumenta la circulación de la sangre en nuestro cuerpo, tal vez
no estemos conscientes de lo mucho que somos abastecidos ni de cuántas cosas son eliminadas de
nuestro cuerpo. Sin embargo, el aumento de la circulación mediante el ejercicio nos imparte el
suministro y elimina los elementos negativos de nuestro cuerpo. Tal vez pensemos que recibimos
mucha edificación al escuchar los mensajes y que obtenemos mucha ayuda al leer la Biblia, pero
debemos ver que somos abastecidos aún más cuando tenemos comunión con otros. Los problemas
son resueltos o eliminados subconscientemente. La gracia que recibimos es la gracia propia de la
comunión.

Por ejemplo, si una persona no tiene luz, no recibirá ninguna dirección, y aunque procure recibir luz
y dirección, no podrá recibirlas. Sin embargo, cuando asiste a una reunión, sorprendentemente, aun
antes de que la reunión comience, la luz resplandece dentro de ella. A menudo hemos tenido esta
experiencia. Cuando venimos a una reunión, la luz viene; o incluso mientras vamos de camino a la
reunión, viene la luz. Por favor, recuerden que esta luz se halla en el Cuerpo, ésta es la luz del
santuario. Cuando permanecemos en nosotros mismos, estamos en tinieblas; sin embargo, cuando
participamos de la comunión del Cuerpo, esta comunión nos trae luz y, de hecho, la comunión
misma es la luz. Cuando participamos de esta comunión, entramos en la luz. Tal vez no sepamos
cómo tratar un asunto importante, aunque procuremos recibir la dirección del Señor. Sin embargo,
en cuanto tenemos comunión con algunos hermanos y hermanas, entendemos el asunto con claridad
y recibimos la dirección que necesitamos. Esto es lo que nos brinda la comunión. Espero que a
través de estos puntos todos podamos ver la importancia de tener comunión.

CINCO PUNTOS CRUCIALES


EN CUANTO A LA COMUNIÓN DEL CUERPO

No hacer distinciones en la comunión

Veamos ahora cómo debemos tener comunión. En primer lugar, al tener comunión debemos tener
cuidado de no hacer distinción entre quién tiene más experiencia y quién es joven. Si tenemos
comunión únicamente con aquellos que tienen más experiencia y no con los hermanos más jóvenes,
sufriremos mucha pérdida. Nunca debemos menospreciar a los hermanos y hermanas más jóvenes.
Aunque tal vez pensemos que ellos no pueden brindarnos ningún suministro, ellos ayudan a que las
células sanguíneas espirituales circulen. Podríamos compararlos con un estímulo espiritual; cuando
tenemos comunión con ellos, nuestras células sanguíneas empiezan a “correr” en una pista, y
nosotros recibimos el suministro. Nunca debemos ser orgullosos al punto de pensar que somos
experimentados y que los hermanos que recién se han bautizado no pueden entender nuestras
necesidades, y que, por lo tanto, no necesitamos tener comunión con ellos. Si mantenemos esta
actitud, interiormente estaremos muertos. Cuando tenemos comunión con los creyentes recién
salvos, con aquellos que tienen poco tiempo de haber sido bautizados, podemos recibir un fresco
suministro y ser refrescados. Lo maravilloso es que podemos pensar que estamos ayudando a otros
cuando les enseñamos, pero en realidad somos nosotros quienes recibimos la ayuda de ellos. Por
consiguiente, el primer punto que debemos tener en cuenta es que nunca debemos hacer
distinciones en la comunión.

La comunión depende
del nivel de vida

En segundo lugar, aunque no debemos hacer distinciones cuando tenemos comunión, sí debemos
tener en cuenta el asunto del grado de comunión que podemos tener. Podemos tener comunión y
recibir el suministro de parte de cualquier hermano, en tanto que sea creyente. Sin embargo,
debemos ver que a fin de comprender a otros, de entender su comunión y saber exactamente de lo
que están hablando, necesitamos tener cierta medida de vida. Algunas personas son profundas en el
Señor, mientras que otras son superficiales. Así que, si bien es posible que haya un mutuo
entendimiento en la comunión, también es posible que haya una carencia. Es posible que una
persona entienda nuestra experiencia, y que otra no la entienda. Aunque una persona puede
estimular la circulación de la sangre espiritual, otra no puede responder de forma específica a la
comunión, porque no ha llegado a ese nivel.

Por esta razón, si usted tiene comunión conmigo, es posible que no logre comunicarse en ciertas
áreas, debido a que yo no lo puedo entender, especialmente si no he pasado por las mismas
experiencias suyas, y si mi vida no ha llegado a su nivel de vida. Por lo tanto, usted puede ser como
un profesor universitario que conversa sobre matemáticas con un niño de jardín de infancia. Nos
podremos entender mientras hablemos de lo que es uno más uno, pero si el tema cambia a álgebra y
geometría, yo no sabré qué responder. Es posible que me encuentre con un hermano que fue
bautizado la semana pasada, y le diga: “¡Alabado sea el Señor, usted es salvo!”, y luego él conteste:
“¡Es cierto, soy salvo!”. Él puede entender esto; sin embargo, si le hago una pregunta más profunda,
como por ejemplo, cómo el Señor vive en él, se sentirá confundido y perplejo.

Esto muestra que puede haber limitaciones en la comunión. Yo tengo muchos años de ser salvo,
pero debido a que este hermano tiene menos de un mes de haber sido bautizado, él aún no ha
avanzado en la experiencia de vida tanto como yo. Aunque podemos tener comunión, nuestra
comunión será limitada. Por lo tanto, todo el que procure tener comunión no debe ignorar el aspecto
del crecimiento en vida. Estos dos asuntos, la comunión y el crecimiento, tienen una relación de
causa y efecto. Debido a que hay vida, hay comunión; y debido a que hay comunión, la vida puede
crecer. Cuanto más crezca la vida, más comunión habrá; y cuanta más comunión se tenga, más
crecerá la vida. Esto es un ciclo de vida. Por consiguiente, no sabríamos decir si la comunión viene
antes o después del crecimiento. Estos dos asuntos están conectados entre sí.

Si todos los hermanos y hermanas de la iglesia, quienes son miembros los unos de los otros, crecen
de esta manera, nuestra comunión será como el agua que hierve en una olla. Cada vez que nos
reunamos, el que esté en medio nuestro será “hervido” y “quemado”. Como consecuencia, todos
sentirán como si les hubieran arrancado al menos una capa de piel. Puesto que la reunión está
“hirviendo”, el agua en la reunión siempre estará “hirviendo”, continuamente teniendo comunión y
continuamente creciendo. Así que, cuando yo tenga comunión con usted, usted entenderá; y cuando
usted tenga comunión conmigo, yo entenderé. Esta clase de actividad espiritual nos hace crecer en
la vida divina. No obstante, si usted no puede entender cuando yo tengo comunión con usted, y yo
no puedo entender cuando usted tiene comunión conmigo, entonces estaremos inactivos, y
finalmente, el Cuerpo sufrirá pérdida. Por lo tanto, todos debemos asumir la responsabilidad de
tener más comunión para que la vida pueda crecer.

Sin criticar y sin condenar

En tercer lugar, nunca debemos criticar ni condenar a nadie en nuestra comunión. Después de tener
comunión, quizás nos demos cuenta de que no pudimos entendernos mutuamente porque nuestros
niveles espirituales son diferentes. A estas alturas algunos dejarán de tener comunión. Sin embargo,
aunque no podamos comunicarnos sin obstáculos en nuestra comunión, todavía necesitamos tener
comunión. Pero nuestra comunión deberá llevarse a cabo sólo hasta cierto punto, y no ir más allá;
de lo contrario, algunos se sentirán condenados. Al mismo tiempo, nunca debemos condenar a otros
y pensar que la experiencia de ellos es demasiado superficial y que sólo podemos tener comunión
con ellos sobre asuntos superficiales, y no sobre asuntos elevados. No debemos criticar
interiormente a cierto hermano o a cierta hermana que aparentemente no muestra ningún progreso;
si criticamos, la comunión en nosotros cesará. La comunión se lleva a cabo en el espíritu, que es la
parte más tierna y sensible de nuestro ser. Si somos ásperos, toscos, poco razonables y descorteses,
esto herirá el sentir del espíritu, y por consiguiente, la comunión en nuestro espíritu será
perjudicada. Por consiguiente, nunca debemos condenar ni criticar a nadie en nuestra comunión.

Por esta razón, cuando tenemos comunión, no sólo debemos evitar hacer distinciones, sino que
además no debemos condenar a otros ni criticarlos. Debemos conservar una actitud mansa y
humilde delante del Señor en todo momento. Debemos tener comunión unos con otros, y luego
debemos continuar en la comunión; sin embargo, si tenemos dificultades al tener comunión,
debemos proseguir la comunión sólo hasta donde nos sea posible. En cualquier caso, debemos
siempre mantener la frescura y la vitalidad del espíritu.

Debemos aprender a ser complacientes

En cuarto lugar, al tener comunión con otros debemos aprender a ser complacientes con ellos. Esto
significa que si nuestro nivel de vida es más elevado, no debemos ir a un plano muy elevado en
nuestra comunión. Si hacemos esto, nuestra comunión no los beneficiará, sino que más bien los
conducirá a la muerte; si esto sucede, habrá pérdida. Debemos comprender que los hermanos y
hermanas que están con nosotros son como las esposas, los hijos y el ganado que guiaba Jacob (Gn.
33:13-14). Cuando tuvieron que apurarse, Jacob no tenía problema alguno porque él era fuerte y
podía caminar rápidamente, pero sus esposas, sus hijos y todo el ganado eran tiernos y frágiles, y no
eran como Jacob. Si Jacob hubiese apresurado el paso sin importarle sus esposas, sus hijos y el
ganado, los habría empujado hasta matarlos. Pero Jacob no quiso hacer esto. Aunque él era capaz de
caminar rápidamente, no lo hizo, sino que en lugar de ello, se mostró condescendiente con sus
esposas, con sus hijos y con el ganado.

Es posible que nuestro entendimiento espiritual sea más profundo y elevado que el de aquellos con
quienes tenemos comunión. Si siempre tenemos comunión de una manera profunda y elevada, ellos
no podrán entendernos. Como resultado, nuestra comunión será terminada. Debemos, por tanto,
aprender a ser complacientes con ellos y debemos aprender a hablar lo que ellos pueden entender.
Por ejemplo, si somos como niños al alabar al Señor durante la reunión del partimiento del pan,
estaremos siendo complacientes con los demás. Esto ayudará a que ellos puedan progresar. La
comunión a menudo se pierde en el Cuerpo porque los que tienen experiencias profundas y elevadas
no están dispuestos a ser complacientes con aquellos que son menos avanzados. Nunca debemos
menospreciar a ningún miembro del Cuerpo.

No debemos descuidar nuestra comunión


personal con el Señor

En quinto lugar, aunque debemos tener comunión con los miembros, jamás debemos descuidar
nuestra comunión personal con el Señor. Nunca debemos pensar que necesitamos únicamente la
comunión del Cuerpo. Hay quienes cometen este error; gustan la comunión del Cuerpo y reciben la
bendición de esta comunión, pero descuidan su comunión personal con el Señor. Después de cierto
tiempo, tienen problemas, debido a que su situación es desequilibrada. Así pues, por un lado,
debemos tener comunión con el Señor, y por otro, debemos tener comunión con los santos y con las
iglesias.

Por último, espero que todos podamos ver que toda bendición que hemos recibido nos la ha dado la
Cabeza a través de los miembros. Recibimos el suministro de la Cabeza por medio de las
coyunturas, y somos entretejidos por medio de los ligamentos. Además de esto, con todos los santos
somos capaces de comprender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo. Todas
estas cosas las recibimos en la comunión del Cuerpo.

Sin criticar y sin condenar

En tercer lugar, nunca debemos criticar ni condenar a nadie en nuestra comunión. Después de tener
comunión, quizás nos demos cuenta de que no pudimos entendernos mutuamente porque nuestros
niveles espirituales son diferentes. A estas alturas algunos dejarán de tener comunión. Sin embargo,
aunque no podamos comunicarnos sin obstáculos en nuestra comunión, todavía necesitamos tener
comunión. Pero nuestra comunión deberá llevarse a cabo sólo hasta cierto punto, y no ir más allá;
de lo contrario, algunos se sentirán condenados. Al mismo tiempo, nunca debemos condenar a otros
y pensar que la experiencia de ellos es demasiado superficial y que sólo podemos tener comunión
con ellos sobre asuntos superficiales, y no sobre asuntos elevados. No debemos criticar
interiormente a cierto hermano o a cierta hermana que aparentemente no muestra ningún progreso;
si criticamos, la comunión en nosotros cesará. La comunión se lleva a cabo en el espíritu, que es la
parte más tierna y sensible de nuestro ser. Si somos ásperos, toscos, poco razonables y descorteses,
esto herirá el sentir del espíritu, y por consiguiente, la comunión en nuestro espíritu será
perjudicada. Por consiguiente, nunca debemos condenar ni criticar a nadie en nuestra comunión.

Por esta razón, cuando tenemos comunión, no sólo debemos evitar hacer distinciones, sino que
además no debemos condenar a otros ni criticarlos. Debemos conservar una actitud mansa y
humilde delante del Señor en todo momento. Debemos tener comunión unos con otros, y luego
debemos continuar en la comunión; sin embargo, si tenemos dificultades al tener comunión,
debemos proseguir la comunión sólo hasta donde nos sea posible. En cualquier caso, debemos
siempre mantener la frescura y la vitalidad del espíritu.

Debemos aprender a ser complacientes

En cuarto lugar, al tener comunión con otros debemos aprender a ser complacientes con ellos. Esto
significa que si nuestro nivel de vida es más elevado, no debemos ir a un plano muy elevado en
nuestra comunión. Si hacemos esto, nuestra comunión no los beneficiará, sino que más bien los
conducirá a la muerte; si esto sucede, habrá pérdida. Debemos comprender que los hermanos y
hermanas que están con nosotros son como las esposas, los hijos y el ganado que guiaba Jacob (Gn.
33:13-14). Cuando tuvieron que apurarse, Jacob no tenía problema alguno porque él era fuerte y
podía caminar rápidamente, pero sus esposas, sus hijos y todo el ganado eran tiernos y frágiles, y no
eran como Jacob. Si Jacob hubiese apresurado el paso sin importarle sus esposas, sus hijos y el
ganado, los habría empujado hasta matarlos. Pero Jacob no quiso hacer esto. Aunque él era capaz de
caminar rápidamente, no lo hizo, sino que en lugar de ello, se mostró condescendiente con sus
esposas, con sus hijos y con el ganado.

Es posible que nuestro entendimiento espiritual sea más profundo y elevado que el de aquellos con
quienes tenemos comunión. Si siempre tenemos comunión de una manera profunda y elevada, ellos
no podrán entendernos. Como resultado, nuestra comunión será terminada. Debemos, por tanto,
aprender a ser complacientes con ellos y debemos aprender a hablar lo que ellos pueden entender.
Por ejemplo, si somos como niños al alabar al Señor durante la reunión del partimiento del pan,
estaremos siendo complacientes con los demás. Esto ayudará a que ellos puedan progresar. La
comunión a menudo se pierde en el Cuerpo porque los que tienen experiencias profundas y elevadas
no están dispuestos a ser complacientes con aquellos que son menos avanzados. Nunca debemos
menospreciar a ningún miembro del Cuerpo.
No debemos descuidar nuestra comunión
personal con el Señor

En quinto lugar, aunque debemos tener comunión con los miembros, jamás debemos descuidar
nuestra comunión personal con el Señor. Nunca debemos pensar que necesitamos únicamente la
comunión del Cuerpo. Hay quienes cometen este error; gustan la comunión del Cuerpo y reciben la
bendición de esta comunión, pero descuidan su comunión personal con el Señor. Después de cierto
tiempo, tienen problemas, debido a que su situación es desequilibrada. Así pues, por un lado,
debemos tener comunión con el Señor, y por otro, debemos tener comunión con los santos y con las
iglesias.

Por último, espero que todos podamos ver que toda bendición que hemos recibido nos la ha dado la
Cabeza a través de los miembros. Recibimos el suministro de la Cabeza por medio de las
coyunturas, y somos entretejidos por medio de los ligamentos. Además de esto, con todos los santos
somos capaces de comprender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo. Todas
estas cosas las recibimos en la comunión del Cuerpo.

CAPÍTULO VEINTE

RESOLVER LOS PROBLEMAS DE LAS IGLESIAS


(1)

Como hermanos responsables que somos o como hermanos y hermanas colaboradores, si tenemos
algún problema en cuanto a la vida o el servicio, debemos tener comunión juntos y buscar la
dirección del Señor. Espero que podamos tener más comunión en cuanto al Cuerpo de Cristo; esta
clase de comunión es buena e importante.

Tengamos comunión localidad por localidad con respecto a los problemas que hay en nuestras
localidades o con respecto a los problemas que existen entre los colaboradores y hermanos
responsables. Podemos tener comunión juntos y ser alumbrados juntos. No debemos tener temor de
sentirnos avergonzados cuando hablemos de nuestros problemas, pues todos somos débiles y todos
tenemos problemas.

COMUNIÓN DEL HERMANO CHANG YU-LAN

La iglesia en Taipéi tiene aproximadamente siete mil trescientos hermanos y hermanas, que se
reúnen en siete distritos. Aparentemente, ésta es una cifra bastante elevada, pero tenemos dos
problemas principales. El primero es que pese a que en nuestros registros dice que hay siete mil
trescientos santos, no hemos podido localizar a mil de ellos y sólo mil setecientos o mil ochocientos
santos asisten a la reunión del día del Señor en los distritos. Ésta es nuestra lamentable condición.

El segundo es que en nuestro servicio hay una gran carencia en la coordinación; esto es vergonzoso.
Aunque queremos que los santos se levanten, no tenemos una manera de hacerlo. Hay cerca de
cincuenta colaboradores, ancianos, y hermanos y hermanas que sirven de tiempo completo aquí,
pero parece que cuantas más personas tenemos, más problemas tenemos en nuestra coordinación.
Aparentemente, todo está calmado y tranquilo entre los hermanos y hermanas. No hay problemas,
ni discusiones ni cosas pecaminosas o mundanas. Sin embargo, pese a que servimos juntos, no
somos capaces de orar juntos. Todos parecen tener algún conocimiento en cuanto a la carne, pero
cuando surge alguna situación, todos tenemos nuestras opiniones. Esto hace que resulte muy difícil
coordinar unos con otros, por lo cual nuestro servicio es muy débil. Además, los hermanos que
sirven de tiempo completo rara vez asumen la responsabilidad en las reuniones; da la impresión que
no tuvieran ningún deseo de prepararse para ser portavoces del Espíritu Santo. Como resultado, las
reuniones son muy débiles, pues carecen de la presencia de Dios, debido a que Dios no puede
encontrar Su portavoz.

En primer lugar, nos da vergüenza que tan pocas personas asistan a las reuniones. En segundo lugar,
nuestras reuniones deberían ser maravillosas debido a que tenemos tantos servidores de tiempo
completo en la coordinación de nuestro servicio. Sin embargo, éste no es el caso, debido a que los
servidores están llenos de la carne. Aunque no se atreven a contender ni a discutir externamente,
guardan resentimientos internos; por esta razón, no pueden ser portavoces del Espíritu Santo en las
reuniones. Si los problemas internos no son eliminados, el Espíritu Santo no podrá reinar en
nosotros ni encontrar un camino libre para avanzar entre nosotros. Por esta razón, no podemos ver
la autoridad del Espíritu Santo ni la gloria de Dios en las reuniones.

COMUNIÓN DEL HERMANO CHAN WU-CHEN

El problema que tenemos en la coordinación en la iglesia en Taipéi es que, aunque tenemos muchos
hermanos responsables y servidores de tiempo completo, no asumimos la responsabilidad juntos. En
lugar de ello, asumimos cierta responsabilidad o servimos sólo después que todo ha sido
organizado. El resultado es que todos sirven únicamente según la porción que les asignaron. Como
consecuencia, todos los hermanos y hermanas sienten que no reciben una verdadera ayuda. En otras
palabras, los colaboradores se aferran a la pequeña porción del servicio que les corresponde, y sólo
se limitan a llevar su carga y a asumir su responsabilidad. De este modo, un hermano cumple con su
pequeña porción, yo cumplo con la mía, y cada uno cumple con la suya. Como resultado, no somos
lo suficientemente abiertos para contarnos nuestros problemas, no oramos juntos lo suficiente
delante del Señor y no llevamos la carga juntos como debiéramos. Por consiguiente, algunos
servidores se sienten muy solos, porque sienten que sirven y cumplen su responsabilidad solos. Hay
una gran carencia en cuanto a brindarnos una verdadera ayuda los unos a los otros y en cuanto a
laborar unos con otros.

En segundo lugar, algunos hermanos y hermanas sienten que sujetarse a la autoridad significa
obedecer únicamente lo que se les ha asignado. Por lo tanto, si encuentran alguna cosa que no es
responsabilidad suya o algo que los hermanos encargados no les pidieron hacer, no están dispuestos
a hacerlo. Como resultado, nuestra situación es similar a la de una oficina de gobierno de la antigua
China o a una organización. Para dar un ejemplo, un viernes por la noche un hermano de otra
localidad llegó al local de reuniones, dejó su equipaje en una de las bancas y esperó allí. Aunque
algunos hermanos que estaban en el local, incluyendo a algunos diáconos y servidores de tiempo
completo, lo vieron, nadie lo ayudó, pues no era su responsabilidad. Por supuesto, a alguien de la
iglesia se le había encargado el servicio de la hospitalidad, pero debido a que él no estaba presente,
nadie atendió a este hermano ni mostró ninguna preocupación por él. ¿Qué clase de condición es
ésta? Damos la impresión a los demás que nuestra coordinación no es viviente. Pareciera que en lo
que al servicio se refiere, nos movemos únicamente cuando nos empujan, y si nadie nos empuja,
preferimos hacernos a un lado antes de ser osados y actuar.

Por consiguiente, al parecer el resultado de haber aprendido a obedecer y someternos a la autoridad


es que cada uno cumple únicamente con su responsabilidad. Si vemos un vidrio quebrado en el
local de reuniones o luces que no se apagaron en la noche, nos conducimos como si eso no fuera
asunto nuestro, sino la responsabilidad del hermano Fulano. Ésta es la situación que vemos en
Taipéi. Por otro lado, algunos hermanos creen que están sobrepasando su límite y haciendo más de
lo que les asignaron los hermanos encargados, si es que hacen algo que no les asignaron. Piensan
que esto es desobediencia, que equivale a no someterse a la autoridad. Es común en muchas iglesias
locales que a un servidor no le preocupe ninguna cosa que no le hayan asignado y, por otra parte, se
aferre firmemente y sea muy diligente con lo que le asignaron los hermanos que toman la delantera.
Como resultado, todos se sienten solitarios debido a que no hay una verdadera coordinación; no
podemos encontrar a aquellos que lleven juntos los problemas y las cargas.

EL EVANGELIO SE PROPAGA
MEDIANTE EL CRECIMIENTO,
NO MEDIANTE LA PREDICACIÓN

La razón por la cual hay una asistencia tan baja en las reuniones cuando hay tantos hermanos y
hermanas es que no cuidamos lo suficiente de ellos. Si examinamos este asunto desde la perspectiva
de la predicación del evangelio, nuestra situación actual se debe a que únicamente nos interesa
salvar a los pecadores; es decir, no nos interesa cómo ellos se reúnen y sirven en la iglesia después
de ser salvos. Sin embargo, el evangelio no se propaga simplemente mediante la predicación, sino
mediante la multiplicación de la vida. La medida de vida en una iglesia es lo que determina hasta
dónde se propagará el evangelio. Desde una perspectiva más amplia, hay muchas personas en el
cristianismo que dan importancia a la predicación del evangelio. Tienen algún lema que expresa el
deseo de evangelizar a todo el mundo, de propagar el evangelio a toda la tierra. Algunos de entre
ellos incluso han dicho: “No nos interesa nada más. Lo único que nos importa es predicar el
evangelio, y nuestro único deseo es que el evangelio sea propagado y que las personas sean salvas”.
Al parecer, esto suena muy conmovedor y razonable; pero al mismo tiempo, concuerda mucho con
el gusto particular de los típicos cristianos fervorosos. Muchos cristianos quizás no respondan si les
hablamos de otros asuntos, pero si les hablamos de ser fervientes para predicar el evangelio,
definitivamente responderán.

Sin embargo, los hechos demuestran que los que se preocupan únicamente por predicar
fervorosamente el evangelio no producen mucho resultado. Esto se debe a que después que el
evangelio es predicado no hay un recipiente capaz de contener y retener dicho resultado. Puesto que
no hay un recipiente que pueda contener el resultado de la predicación del evangelio, el progreso
del evangelio se ve afectado. Por esta razón, aun después de muchos años el supuesto movimiento
evangélico del cristianismo nunca ha tenido éxito. Hablando con propiedad, el evangelio no se
propaga simplemente por medio de la predicación, sino por medio del crecimiento. Cuando la vida
de una iglesia crece hasta cierto punto, el evangelio espontáneamente se propaga. Por lo tanto, no
debemos prestar atención únicamente a la propagación del evangelio, y descuidar el incremento y
crecimiento de vida. Esto es cierto tanto desde la perspectiva espiritual como desde la perspectiva
lógica y la de los hechos.

Hace muchos años hicimos una seria advertencia a los santos de que no podíamos únicamente
prestar atención a la predicación del evangelio y descuidar el incremento y el crecimiento de vida.
Les dijimos que si hacíamos esto, un día el evangelio se vería estorbado, y no podríamos avanzar
más. Por ejemplo, si en una iglesia local, que es joven y sólo tiene una medida limitada de vida, los
santos prestan atención únicamente al evangelio y a ayudar a las personas a que sean salvas, sólo
pueden engendrar hijos que son iguales a ellos. Los que son jóvenes en la vida divina únicamente
podrán traer a aquellos que son jóvenes en la vida divina. Éste es un aspecto.

Los que sean traídos a la iglesia por medio de nuestra fervorosa labor de predicación no recibirán
suficiente suministro ni serán sustentados por medio de la comunión en las reuniones; antes bien,
simplemente serán como niños recién nacidos que mueren sin recibir la alimentación y el cuidado
adecuados. Así pues, fuera de la iglesia no daremos mucho testimonio delante de los hombres, y en
la iglesia los hermanos y hermanas se sentirán desanimados en cuanto a la predicación del
evangelio. Esta situación continuará hasta que la predicación del evangelio finalmente se detenga
por completo. Por este motivo, repetidas veces hemos hecho este ruego: “Si una iglesia no presta
atención a la predicación del evangelio, déjenla así, pero si una iglesia se centra en la predicación
del evangelio, debemos empezar con la vida, propagándonos a partir de la vida”. Esto nos guardará
de repetir el error del cristianismo: que es tener actividades evangélicas sin el fundamento de la
vida, y teniendo el fruto del evangelio sin el debido apoyo de la vida.

Hace veinte años en China, el doctor John Sung condujo a miles de personas al arrepentimiento y a
creer en el Señor; sin embargo, muy pocas permanecieron. Esto se debe a que no había una iglesia
fuerte que las pudiera contener. Podemos comparar esto a sacar agua de un pozo; si no tenemos un
recipiente lo suficientemente grande para contener el agua, ésta se derramará en el suelo y
gradualmente regresará a la tierra. Los movimientos evangelizadores traen la salvación por medio
de cierto avivamiento evangélico, pero si las personas no encuentran un lugar adonde ir, ni nadie
asume la responsabilidad de alimentarlas y cuidarlas, ellas se perderán. Éste es un problema muy
serio.

Debemos tener un lugar donde almacenar el agua después de sacarla del pozo. La condición que
impera en el cristianismo en cuanto a la predicación del evangelio es que no hay un lugar apropiado
donde alimentar a los que son salvos. Enviar a los nuevos creyentes a las denominaciones es como
poner comida caliente en la nevera. Si enviamos a una denominación a un creyente que ha sido
recientemente salvo y es ferviente, para que se reúna allí, después de poco tiempo se enfriará y
regresará a la condición en que estaba antes de ser salvo. Esto se debe a que las reuniones allí son
semejantes a una nevera.

La baja asistencia de nuestras reuniones demuestra que nuestra iglesia es débil en cuanto a la vida.
Nuestra vida no ha ascendido al nivel del mover del evangelio, ni tampoco es capaz de retener el
resultado del evangelio. Hemos ganado doscientas personas que se han bautizado, pero no tenemos
la capacidad necesaria para sostener a doscientas personas. Podemos comparar esto a padres que
engendran doce hijos pero no tienen la capacidad de criarlos; es decir, son capaces de engendrarlos,
mas no tienen la capacidad de criarlos. Puesto que no tuvieron en cuenta cómo criar y educar a sus
hijos, ahora lo único que pueden hacer los padres es observar cómo sus hijos crecen y se mueren
solos.

Ésta es la razón por la cual la asistencia en nuestras reuniones decae después de haber tenido una
conferencia especial. Descuidar el crecimiento de vida y centrar toda nuestra atención en la
propagación del evangelio nos conduce a una calle sin salida. Por lo tanto, necesitamos avanzar más
en el asunto de la vida. Espero que todas las iglesias presten atención al crecimiento en la vida
divina de tal modo que podamos responder adecuadamente al mover del evangelio. Debemos
comprender que únicamente el crecimiento de vida es capaz de retener el resultado del evangelio.

Según la historia de la iglesia, el crecimiento de vida en la iglesia fue lo que hizo posible que los
misioneros occidentales pudieran propagar el evangelio en China. El crecimiento de vida en la
iglesia en los países del Occidente produjo un grupo de cristianos que fueron enviados por el Señor
para predicar el evangelio en China. Estos misioneros occidentales fueron el fruto del crecimiento
de vida en la iglesia en el Occidente, y el fruto de este crecimiento de vida fue lo que trajo el
evangelio a la costa de China. Sin embargo, este mover del evangelio se detuvo más tarde, y por
mucho que otras personas intentaron llevarlo adelante, no continuó. Así pues, era necesario que la
vida creciera en China para que el evangelio pudiera seguir propagándose. Podemos comparar esto
a la siembra de la semilla. Las personas trajeron aquí la semilla de los Estados Unidos. Ahora lo que
debemos hacer es sembrar la semilla en la tierra y dejar que ella crezca para que después vuelva a
caer en la tierra. El proceso de crecer y caer, y de caer y crecer, define la verdadera propagación del
evangelio.

Aparentemente, el evangelio es propagado por medio de la predicación, pero en realidad, es


propagado por medio del crecimiento. Esto también se aplica a nosotros. Cuando vinimos a Taiwán,
durante los primeros años estuvimos muy ocupados predicando el evangelio, y los hermanos y
hermanas tenían un deseo y una carga muy grandes de predicar el evangelio. Sin embargo, hoy en
día la predicación del evangelio se ha debilitado debido a que nos hemos atrasado en cuanto a la
vida, es decir, nuestro nivel de vida no está a la par con el resultado del evangelio.

RECIBIR LA MISERICORDIA DEL SEÑOR


PARA PERMITIR QUE EL ESPÍRITU SANTO
REALICE LA OBRA DE QUEBRANTAMIENTO

A fin de coordinar adecuadamente en el servicio necesitamos la misericordia del Señor, no


doctrinas. Necesitamos la misericordia del Señor para que como servidores estemos dispuestos a
recibir el resplandor interior y el quebrantamiento delante del Señor. Cualquier clase de método,
instrucción, organización o incluso arreglos, no puede hacer que tengamos una buena coordinación.
Es únicamente cuando estamos dispuestos a recibir el quebrantamiento del Espíritu Santo que
podemos tener la verdadera coordinación. Todos los hermanos y hermanas entienden esto
claramente en teoría, pero me temo que no estemos muy dispuestos a desear misericordia y a recibir
misericordia. Por este motivo, perdemos la oportunidad de experimentar la coordinación.

Mientras tengamos el interés y estemos dispuestos a recibir la misericordia y el quebrantamiento y


el resplandor, nuestra coordinación no será difícil. Debido a que todos los santos han aprendido
algunas lecciones en la vida de iglesia, no están dispuestos a discutir ni se atreven a hacerlo. Sin
embargo, debido a que no reciben suficiente resplandor, aunque aparentemente no haya ninguna
contienda ni discusión, ellos no pueden superar ciertos problemas. Esto muestra que estamos
escasos de misericordia. Cualquier cosa que podamos decir y cualquier exhortación que podamos
dar es inútil; pues necesitamos la misericordia del Señor. Nuestra responsabilidad consiste en
permitir que el Señor nos conceda Su misericordia y nosotros podamos recibir Su resplandor en la
reunión.

A menudo en las reuniones no percibimos que los santos asuman su responsabilidad espiritual.
Quizás esto tenga diferentes razones. A veces estamos ocupados con demasiados asuntos prácticos
en la iglesia. En cuanto nos sea posible, debemos liberarnos de estos asuntos para tener tiempo para
preparar los asuntos espirituales. Por ejemplo, en lugar de invertir su tiempo y poner interés en los
asuntos espirituales, algunos hermanos y hermanas que sirven de tiempo completo ocupan su
tiempo principalmente con los asuntos prácticos de la iglesia. Por esta razón, cuando vienen a una
reunión, se sienten muy desalentados en su espíritu y con el pasar del tiempo se vuelven
indiferentes. Así que, se dicen a sí mismos: “Dejaré que el Espíritu Santo mueva a otros. Que otros
lleven la carga. Yo estoy muy cansado. Ésta es mi hora de descanso”. La razón principal de esto es
que están ocupados en la iglesia con demasiados asuntos prácticos.

Además de no permitir que nos enredemos con los asuntos prácticos de la iglesia, debemos tener la
capacidad de recibir la comisión del Señor. Esto tiene que ver con el hecho de recibir misericordia.
Debemos estar dispuestos a recibir misericordia, a fin de recibir la carga del Señor, la comisión del
Señor. Tomemos como ejemplo la iglesia en Taipéi. Algunos hermanos son indiferentes en las
reuniones, no asumen ninguna responsabilidad, y simplemente se sientan y descansan. Sin embargo,
cuando no están en las reuniones, están muy ocupados, trabajando incansablemente. Es como si el
tiempo de la reunión fuese su sábado. Durante los otros seis días están continuamente ocupados, y
el séptimo día descansan. No piensen que estoy bromeando. Esto es un hecho. Sin embargo, si este
hermano se mudara a otra localidad y llegara a ser un hermano responsable, no podría dormir en la
noche porque las cargas son demasiado pesadas. Cuando venga a las reuniones, orará, escogerá los
himnos y exhortará a los demás. ¿Qué es esto? Esto muestra que él ha empezado a tener el sentir de
la responsabilidad y a llevar la carga de la reunión.

Consideren el ejemplo del hermano que había venido de otra localidad y que puso su equipaje en
frente del local de reuniones, y no hicieron nada los servidores de tiempo completo ni los diáconos
que estaban allí. Estoy seguro de que si enviáramos a estos servidores de tiempo completo y a estos
diáconos a una pequeña localidad como hermanos responsables, ellos considerarían a este hermano
que viene de visita como un ángel y se regocijarían grandemente. Ellos recibirían a este hermano
cálidamente debido a que sienten que tienen responsabilidad.

Otra razón puede ser que en una familia tan grande como lo es la iglesia en Taipéi, debido a que hay
tantos hermanos competentes y de tanta experiencia, no pensamos que tenemos que asumir ninguna
responsabilidad. Si intentáramos asumir alguna responsabilidad, causaríamos problemas. Si
hacemos las cosas bien, las hacemos por obligación, y si las hacemos mal, seremos reprendidos. Por
lo tanto, pareciera que lo mejor es ser sabios e indiferentes. De este modo, pensamos que nos
ahorramos muchos problemas y causamos menos líos. Sin embargo, si nos vamos a una localidad
pequeña, todos tenemos que asumir la responsabilidad y tomar decisiones. Si hacemos las cosas
mal, nadie nos reprenderá, y si las hacemos bien, recibiremos todo el crédito. Esto es totalmente
diferente de estar en una iglesia grande, donde si hacemos las cosas bien, parece que todo el crédito
lo reciben los hermanos responsables, y si hacemos las cosas mal, somos reprendidos. Aunque
quizás inconscientemente caemos en esta condición, no obstante, ésta condición es anormal.

Por favor, tengan presente que si un hermano servidor asume su responsabilidad únicamente cuando
va a cierto lugar, su responsabilidad es de la carne. El hecho de que asuma la responsabilidad
únicamente cuando llega al lugar donde puede desempeñar “su responsabilidad”, es algo que
proviene de la carne. Todos los que sirven al Señor deben aprender una profunda lección delante del
Señor. Debemos aprender a no aferrarnos a ninguna obra que nos haya sido encomendada. En
cualquier momento y en cualquier lugar debemos recibir la comisión del Señor. Ya sea que estemos
cumpliendo con lo que se nos ha asignado o estemos sujetándonos a la autoridad, nuestra comunión
con el Señor, nuestra preocupación por las personas y nuestro interés por las almas debe ser el
mismo.

Supongamos que un hermano llega al local de reuniones y pone su equipaje a la entrada. Si estamos
en comunión con el Señor y sentimos interés por las personas, iremos y lo asistiremos. Esto no tiene
que ver con sujetarse a la autoridad ni con cumplir con una responsabilidad asignada. Debemos
preguntarle amablemente: “¿De dónde viene? ¿Puedo ayudarle a poner su equipaje dentro del
local?”. Esto tiene que ver con la vida espiritual y no con cumplir una responsabilidad o con
sujetarse a la autoridad. Probablemente no estamos actuando conforme a la vida divina si hacemos
las cosas únicamente porque ésa es nuestra responsabilidad. Si no expresamos la vida divina en un
lugar y, por otra parte, hacemos algo en otro lugar porque ésa es nuestra responsabilidad, no
estaremos actuando conforme a la vida.

Si amamos al Señor y amamos a las personas, definitivamente tendremos contacto con las personas
antes y después de la reunión. Antes de una reunión de predicación del evangelio, saldremos a
buscar a las personas. Antes y después de otras reuniones, tendremos comunión con los hermanos y
hermanas. Siempre debemos recibir una comisión de parte del Señor cuando tengamos contacto con
las personas, ya sea para recibir la ayuda de otros o para brindarles ayuda. Debemos conducirnos de
la misma manera en una iglesia local grande como en una iglesia local pequeña. No importa dónde
estemos, debemos ser los mismos. De esta manera, lo que hagamos muy probablemente emanará de
la vida. Estos asuntos no dependen de que exhortemos, organicemos tareas y animemos a otros, sino
más bien de que estemos dispuestos a recibir la misericordia y el resplandor del Señor.

A menudo no hay contiendas evidentes entre las iglesias en relación con el suministro espiritual ni
con la ayuda práctica, pero sí hay muchas contiendas internas. Esto muestra que algo aún está
escondido dentro de nosotros, y que aún no hemos sido quebrantados en nuestro servicio. Nuestro
ser natural aún permanece, y nos aferramos firmemente al servicio que nos fue confiado. Este
problema no sólo existe entre las iglesias, sino también entre los diferentes locales de reunión de
una misma iglesia. Por ejemplo, supongamos que cierto colaborador que es muy competente para
impartir un suministro a los santos, está disponible un solo día del Señor para ir a uno de los salones
de reunión y ministrar a los santos. Cuando los hermanos responsables de los diferentes salones de
reunión se enteran de esto, empiezan a “negociar” entre ellos. Los hermanos del primer salón de
reuniones quizás digan que los hermanos del segundo salón de reuniones son fuertes y no necesitan
ninguna ayuda adicional; los hermanos del segundo salón de reuniones probablemente digan que en
el tercer salón de reuniones hay muy pocos hermanos y que, por tanto, no necesitan que este
colaborador vaya allí. Después de muchas negociaciones, cada uno retiene su propio punto de vista,
y ninguno de ellos ha sido derribado en su ser interior.

Lo mismo sucede en lo que se refiere a los asuntos prácticos. Tal vez todos parezcan muy corteses y
educados, pero interiormente todos tienen su propia opinión. Esto comprueba que no nos hemos
postrado delante del Señor. No debemos sentirnos contentos simplemente porque la iglesia de
nuestra localidad sea fuerte; únicamente podremos tener verdadero gozo cuando la iglesia del Señor
sea fuerte. Aunque se nos haya encomendado alguna responsabilidad, no debemos aferrarnos a ella.
Debemos ser fieles hasta la muerte, pero no debemos apegarnos al servicio. No debemos sentirnos
contentos ni satisfechos porque el salón donde nosotros ejercemos responsabilidad, es fuerte; antes
bien, debemos sentirnos contentos y satisfechos cuando la iglesia del Señor sea fuerte.

Debemos comprender que el hombre es egoísta y que aun en los asuntos espirituales el hombre
puede expresar el egoísmo de la carne. Algunas veces, este egoísmo está escondido; en lugar de
contender por nosotros mismos, contendemos por la obra que está bajo nuestra responsabilidad y,
de hecho, contendemos abiertamente por ello, pensando que es justificable. Debemos entender que
ni siquiera en la responsabilidad que el Señor nos ha confiado, debemos ser egoístas; debemos
postrarnos delante del Señor. No hay método que pueda resolver este problema. Este problema
únicamente se resolverá cuando recibamos la misericordia del Señor y permitamos que el Espíritu
Santo realice una obra de quebrantamiento en nosotros.

COMUNIÓN DEL HERMANO CHU HSUN-MIN

El número de hermanos que se reúne en la iglesia en Kaohsiung es mucho menor que el número de
hermanos que se reúne en la iglesia en Taipéi; pero en principio, todos los problemas que
mencionamos anteriormente también se encuentran en Kaohsiung, y es probable que aún haya más.
Hace dos años alcanzamos el número de mil cuatrocientos santos, pero hoy en día la cifra es apenas
un poco superior a ésta. En otras palabras, en los dos años pasados no ha habido incremento en el
número de los santos. Aunque algunos han sido salvos, no muchos permanecen. Éste es nuestro
problema.
En relación con nuestra coordinación, hay problemas en cada servicio, y el problema más grave de
todos es el problema entre los hermanos responsables. Si no hubiera problemas entre los hermanos
responsables, no habría problemas en la iglesia. Todos los problemas se deben a unos cuantos
hermanos que ejercen el liderazgo. Algunos de los hermanos que ejercen el liderazgo están
conscientes del problema, pero otros no se percatan del problema en absoluto. Aun cuando en
nuestra coordinación actual no se producen muchos problemas ni disputas, no podemos decir que
ésta sea fuerte. Aunque a menudo tenemos comunión y oramos juntos, no somos muy abiertos en
nuestra comunión. Debido a esta falta de apertura, hemos sufrido mucha pérdida. La falta de
apertura en la coordinación de los diferentes distritos ha causado barreras debido a que los distritos
no saben lo que se está haciendo en otros distritos. Como resultado, somos débiles en nuestro
servicio. Espero que el hermano Lee nos pueda dar alguna ayuda al respecto.

Además, algunos santos que tienen un corazón dispuesto a servir fueron añadidos, pero debido a
como hemos dispuesto las cosas no han podido aprender ni han podido ser útiles. En otras palabras,
no hay muchos que puedan ser líderes de grupos. Esta carencia de líderes de grupos ha hecho que
muchos de los que fueron añadidos se descarríen. Nuestra verdadera carencia es la incapacidad de
los hermanos responsables para perfeccionar a los líderes de grupo. Además, un gran problema que
nos estorba al asumir el liderazgo en la iglesia es que estamos escasos del suministro de la palabra.
Hay una escasez de suministro de la palabra en las reuniones, y también hay una escasez de palabra
que nos avive para el servicio; esto es un gran problema. Este problema no podrá desaparecer ni en
un día ni en dos. Para ello, requerimos una misericordia especial del Señor.

Además, al cuidar de los hermanos y hermanas jóvenes, la mayor dificultad que tenemos es la
cuestión del matrimonio. Por un lado, nos hacen falta personas que sientan la carga de servir en este
asunto; por otro, no es fácil que los jóvenes reciban dirección. ¿Cómo debemos atender esta
necesidad?

EL GRADO AL CUAL ESTEMOS ABIERTOS


DEPENDE DEL GRADO AL CUAL
HAYAMOS SIDO QUEBRANTADOS

La apertura que haya en la coordinación depende completamente del quebrantamiento. Si una


persona no ha sido quebrantada, incluso su supuesta apertura es natural. Algunas personas abren la
puerta pero no saben cuando cerrarla; su puerta permanece siempre abierta. Esto es algo de su ser
natural y no tiene ninguna utilidad; además, esto puede acarrear muchos problemas. Otras personas
tienen una entrada y ventanas, pero debido a que no tienen una puerta y las ventanas no tienen
vidrios, la entrada de la casa y las ventanas permanecen siempre abiertas. Todas estas situaciones
están mal. Si hay una entrada, debe también haber una puerta. Cuando los invitados vienen,
debemos abrir la puerta, pero cuando los perros y los gatos se quieran meter, debemos cerrar la
puerta rápidamente. Debemos poder abrir y cerrar cada puerta y cada ventana. Sin embargo,
algunos de nosotros no podemos abrir la puerta, mientras que otros no pueden cerrarla. Tanto los
que no pueden abrir la puerta como los que no pueden cerrarla necesitan ser quebrantados.

En la vida de iglesia a menudo nos encontramos con personas que son abiertas a todo, pero ello no
representa ningún beneficio. También hay hermanos que son semejantes a una pared de hierro:
nadie puede tocar lo que hay en ellos porque todo su ser está cerrado. Son personas tan cerradas que
nadie puede darse cuenta de si están contentas o tristes. Al discutir cierto asunto con ellos, no
podemos saber si están de acuerdo o en desacuerdo. Sin embargo, en lo que se refiere a amar al
Señor, ellos verdaderamente lo aman; y en lo que se refiere al servicio, son muy diligentes. Pero,
lamentablemente, son muy cerrados. Harían cualquier cosa que les pidiéramos hacer, pero no
sabríamos decir si lo hacen de buena gana o de mala gana. Sencillamente no podemos tocar lo que
hay dentro de ellos. Es posible que tengamos que asumir junto con ellos la responsabilidad de
dirigir una reunión e incluso discutamos cierto asunto, pero cuando hablamos con ellos, ni siquiera
mueven los ojos. Simplemente escuchan calladamente, y cuando terminamos de hablar, se levantan
y se van. Si les preguntáramos si están de acuerdo o no, no expresarían nada; para ellos, tanto ellos
como nosotros tenemos razón, y al mismo tiempo nadie tiene la razón. Hay personas así entre
nosotros. No importa cuánto otros se enojen, ellos no se enojan, y no importa cuánto otros se rían,
ellos permanecen indiferentes. Tales personas no podrán abrirse debidamente hasta que hayan sido
quebrantadas en su vida natural.

Alguien que ha aprendido lecciones espirituales y ha sido quebrantado profundamente delante del
Señor puede ser muy abierto, pero lo es de una manera muy apropiada. Esta clase de persona sabe
hasta qué punto debe abrirse y hasta qué punto debe permanecer cerrada. Puede contarle a otros lo
que es necesario contar y puede guardarse las cosas que no se tengan que contar. Si hemos
aprendido esta lección espiritual, sabremos si la manera en que nos abrimos ante los demás es
natural o es espiritual. Para ello, se requiere que nos sea concedida misericordia.

Hubo cierto hermano que fue “dirigido” para tener comunión con nosotros. No sabíamos si esta
“dirección” que había recibido provenía de la carne y del ser natural, o del Espíritu Santo y por
revelación. Él dijo: “Nuestro problema es que tenemos demasiadas quejas dentro de nosotros. En
lugar de ser abiertos unos con otros, guardamos nuestros problemas dentro de nosotros. Por lo tanto,
sugiero que aprendamos a abrirnos los unos a los otros”. Todos tuvimos el mismo sentir y dijimos
que eso sería bueno. Sin embargo, cuando abrimos nuestro ser, discutimos unos con otros y nos
reprendimos el uno al otro. Probablemente aquellas hayan sido las peores disputas y críticas que
haya habido en la historia de la iglesia en esa localidad. De manera que aunque fuimos abiertos, el
resultado de ello fueron reprensiones. Algunos se atribuyeron a sí mismos el crédito por todos los
logros, otros se quejaron de que habían sido menospreciados y otros sintieron que habían sido mal
entendidos. ¿Qué es esto? Esto es absolutamente la apertura de la carne. Por lo tanto, ser abiertos no
necesariamente es algo positivo. Únicamente cuando una persona es quebrantada, puede ser abierta
de una manera verdadera y apropiada.

Ser abiertos es algo que depende completamente de si conocemos el Cuerpo, de si conocemos la


iglesia. Es algo que requiere que nos sea concedida misericordia. La apertura de una persona a
quien le ha sido concedida misericordia es una apertura espiritual y apropiada. Y también el hecho
de que esté cerrada es también algo espiritual, apropiado y conveniente. No es cuestión de ser
enseñados ni de aprender un método, sino de recibir misericordia y ser quebrantado delante del
Señor.

ÚNICAMENTE MEDIANTE EL CRECIMIENTO EN VIDA


SOMOS CAPACES DE GUIAR A OTROS

El asunto de los líderes de grupo se ajusta al mismo principio de cómo guiar a los nuevos creyentes.
Los colaboradores y los hermanos responsables con frecuencia se ven limitados en su capacidad
para guiar a las personas; una persona puede ser capaz de guiar a cincuenta personas pero no a
sesenta. Podemos comparar esto a los maestros de escuela. Un maestro tal vez pueda enseñar a una
clase de cincuenta estudiantes, pero sea incapaz de enseñar a una clase de ochenta estudiantes. Si
intenta enseñar a una clase de ochenta estudiantes, sin duda alguna, treinta estudiantes van a ser
desatendidos. Por consiguiente, todo el que desee guiar a las personas debe crecer en la vida divina;
únicamente por medio del crecimiento de vida aumentará nuestra capacidad para guiar a las
personas.
AQUELLOS QUE EJERCEN EL LIDERAZGO
DEBEN PERFECCIONAR A OTROS
PARA QUE TAMBIÉN EJERZAN EL LIDERAZGO

La responsabilidad para guiar a las personas debe ser dada a otros. Los hermanos responsables no
deben ser los únicos que guían a las personas. Siempre debemos dar a otros la responsabilidad de
guiar a las personas para que ellos también aprendan a guiar a las personas. Todos necesitamos
aprender esta lección espiritual.

Desde la perspectiva de la obra, el obrero o hermano responsable más útil es el que puede laborar y
al mismo tiempo levantar a otros para que hagan la misma obra. En otras palabras, podemos guiar a
otros para que sean líderes de grupo, y también podemos enseñar a otros cómo guiar a las personas.
De este modo, si actualmente hay unos cuantos de nosotros que asumen el liderazgo y ayudan a
otros, en un año debe haber cinco o seis personas que puedan ayudar a otros a ser hermanos
responsables. A fin de hacer esto, tenemos que aprender algunas lecciones y recibir el
quebrantamiento del Señor. Alguien que ha sido quebrantado puede laborar y al mismo tiempo traer
a otros hermanos para que laboren con él. No obstante, alguien que no ha sido quebrantado siempre
pensará que su obra es la mejor. A tal persona no le es fácil levantar a otros; pues necesita
experimentar un quebrantamiento más profundo.

LO TOCANTE AL SERVICIO RELACIONADO


CON EL MATRIMONIO

Es difícil servir a los santos en la cuestión del matrimonio, pues nos encontramos en medio de dos
dificultades. Una dificultad es nuestra cultura china, y la otra es la iglesia. Debido a estos dos
asuntos es difícil ayudar a los hermanos y hermanas en el asunto del matrimonio. En principio,
debemos guiarlos en vida e instruirlos en la verdad. Para ello, se requiere que tengamos comunión
con ellos a fin de guiarlos en su matrimonio. Por un lado, la era en que vivimos presenta muchas
dificultades con respecto al matrimonio; por otro, debemos prestar atención al aspecto espiritual.
Así que, estamos situados en medio de dos dificultades, y debido a esto se hace más difícil. Los
hermanos y hermanas de más edad en la iglesia deben asumir alguna responsabilidad y ayudar a los
jóvenes en el asunto del matrimonio. Al hacer esto, ellos no deben permitir que se involucren sus
propios sentimientos. Las personas con demasiados sentimientos no pueden tratar el asunto del
matrimonio; todo se volverá un desastre, y no será posible esclarecer la situación.

En segundo lugar, debemos tener un interés sincero por las personas. No debemos servir en este
asunto simplemente porque nos encanta hacer esto y porque nos llama la atención, sino que más
bien debemos estar preocupados por esto delante del Señor. Nos preocupan los jóvenes, y deseamos
servirlos en el asunto del matrimonio conforme a nuestra carga. Debemos tener esta clase de
preocupación; de lo contrario, no podremos hacer esto.

En tercer lugar, necesitamos tener paciencia. Algunos hermanos y hermanas esperan tener éxito
inmediato cuando hacen que dos santos jóvenes se conozcan, y se sienten molestos y desanimados
cuando después de esto nada sucede. Sin embargo, debemos tener paciencia; ser pacientes significa
no estar ansiosos. Si deseamos servir a los jóvenes, debemos ayudarlos de una buena manera.
Debemos observarlos, prestar mucha atención a cada detalle, y ayudarlos poco a poco. Esto no debe
hacerse de forma apresurada. Por esta razón, debemos ser pacientes.
En cuarto lugar, debemos ser sinceros, y al mismo tiempo, sabios. La sinceridad y la sabiduría no
significan lo mismo. Algunas personas actúan con falsedad procurando ser sabios, y otras descubren
los defectos de los demás con su sinceridad. Una persona “sabia” puede tratar de describir a un
hermano como si fuera perfecto y a una hermana como si fuera intachable, pero después que ellos
se casan, se dan cuenta de que no era así. Por otra parte, una persona sincera puede ser franca al
punto de no tener discernimiento, y revelar algunos asuntos secretos tanto del hermano como de la
hermana. Esta “sinceridad” anula la intención de que el hermano y la hermana se conozcan. Esto es
ciertamente difícil. Por lo tanto, todos debemos aprender algunas lecciones; debemos ser sinceros y
al mismo tiempo sabios, y debemos ser sabios y al mismo tiempo sinceros. No obstante, no
debemos decir: “Puesto que es tan difícil, debemos olvidarnos de ello y no hacer nada. No somos
hombres de madera, ¿cómo podemos evitar tener sentimientos? Además, también debemos ser
pacientes y sabios, pero como esto es tan difícil, no podemos hacerlo”. Si decimos esto, perderemos
la oportunidad de experimentar la gracia del Señor.

Hoy en día ciertamente necesitamos un grupo de santos de más edad que pueda levantarse y atender
esta necesidad. Deben hacer esto apropiadamente, como conviene a los santos, según la enseñanza
de la Biblia, y teniendo en cuenta la verdadera condición espiritual de los hermanos y hermanas.
Para ello, se requiere que cumplan estos cuatro requisitos. Si no somos cuidadosos al ayudar a que
los hermanos y las hermanas se conozcan, no recibiremos mucho beneficio; al contrario, podemos
hacer que ellos sufran pérdida espiritual.

COMUNIÓN EN CUANTO A LA ORACIÓN

En cuanto al tiempo para la oración, debemos usarlo apropiadamente y estar calmados delante del
Señor. Orar con entusiasmo no nos ayuda a contactar los asuntos espirituales; sin embargo, eso no
significa que no estemos a favor de orar con entusiasmo. Todos sabemos por experiencia que es
principalmente cuando estamos quietos y calmados que podemos contactar en nuestra oración la
realidad espiritual y las cosas que son de Dios. Si estamos muy emocionados o alegres, podremos
sufrir más pérdida que ganancia. Por lo tanto, cuando oremos juntos, debemos hacer lo posible por
estar calmados delante del Señor y buscar al Señor con un espíritu sosegado. Por supuesto, a veces
el Espíritu Santo puede hacer algo excepcional y hacer que nos sintamos emocionados, pero por lo
general, no debemos estar muy emocionados cuando estemos juntos.

CAPÍTULO VEINTIUNO

RESOLVER LOS PROBLEMAS DE LAS IGLESIAS


(2)

COMUNIÓN DEL HERMANO LIN DE TAIZHONG

En cuanto al asunto del servicio, la iglesia en Taizhong tiene los mismos problemas de Taipéi y
Kaohsiung. En primer lugar, sólo una tercera parte de toda la iglesia asiste a las reuniones; la
mayoría de los santos no se reúne con regularidad. Éste es un problema. Los hermanos y hermanas
que sirven en los distritos y en los grupos prestan más atención a los asuntos prácticos, y en el
aspecto espiritual son muy débiles.

En segundo lugar, hay varios grupos que se reúnen en las áreas de los alrededores de Taizhong que
dependen de nosotros. Ellos verdaderamente necesitan nuestra ayuda, pero sentimos que no
tenemos suficientes personas y, por tanto, no podemos brindarles la ayuda que necesitan. Si
pudiésemos fortalecer el servicio que les prestamos, creemos que el testimonio del Señor se
levantaría rápidamente en esos lugares. Esto es también una carencia muy grande que tenemos en
nuestro servicio.

En tercer lugar, hay un lugar cerca de Taizhong donde los santos se han estado reuniendo por casi
un año. Ellos han sido bendecidos por el Señor y ahora tienen cerca de treinta personas en las
reuniones de la mañana y de la noche en el día del Señor. Ellos deberían establecerse como iglesia y
no seguir ligados a la iglesia en Taizhong, puesto que están fuera del perímetro urbano de la ciudad
de Taizhong. Sin embargo, el problema es que los hermanos allí son débiles espiritualmente.
Aunque dos o tres de ellos están un poco más avanzados, no desean asumir la responsabilidad de la
iglesia local delante del Señor. Esto verdaderamente nos preocupa. Se nos hace difícil decidir cómo
podemos seguir adelante allí.

LA NECESIDAD DE FORTALECER
EL ASPECTO ESPIRITUAL
DEL SERVICIO DE LA IGLESIA

Como dijo el hermano Lin, la iglesia en Taizhong tiene una gran carencia en el servicio espiritual.
De hecho, este problema no sólo lo tiene la iglesia en Taizhong, sino también muchas iglesias
locales de Taiwán. En el pasado dijimos muy enfáticamente que al guiar a las iglesias debemos
prestar la debida atención a los asuntos prácticos de la iglesia. Sin embargo, también enfatizamos
que estos asuntos prácticos no deben convertirse en el centro de nuestro servicio en la iglesia, sino
que deben llevarse a cabo en coordinación con el servicio de la iglesia. Los asuntos prácticos de la
iglesia deben complementar el servicio de la iglesia. Por ejemplo, cuando se va a llevar a cabo un
mover para la predicación del evangelio y venimos a servir, si no hay una buena coordinación en
cuanto a los asuntos prácticos, habrá muchas carencias las cuales pueden afectar los asuntos
espirituales y causar pérdida.

Reconocemos que la situación actual relacionada con los asuntos prácticos de la iglesia muestra que
el servicio de la iglesia ha recibido bastante coordinación y beneficio. Sin embargo, nuestra
condición también muestra que tenemos deficiencias en el aspecto espiritual. Usemos el siguiente
ejemplo. Supongamos que sobre la mesa hay unos bellísimos platos, tazas y palillos, pero no hay
suficiente comida. Los platos, tazas y palillos deben cumplir su función en coordinación con la
comida. No importa cuán bien estén puestos sobre la mesa, el hecho es que no hay mucha comida.
Así pues, la gente aprecia los platos, las tazas y los palillos, pero nosotros no les damos suficiente
comida. No estoy diciendo que no tengamos cosas espirituales en la iglesia, sino más bien que
nuestro contenido espiritual no es lo suficientemente rico.

En palabras sencillas, aquello a lo cual una iglesia local debe prestar más atención es proveer a los
hermanos y hermanas una dirección detallada, paso a paso, en la vida espiritual. El Cuerpo de
Cristo se edifica a sí mismo en amor y no necesariamente depende de las personas dotadas (Ef.
4:11); más bien, depende de que muchos hermanos y hermanas brinden ayuda a todos los santos en
su vida espiritual. Esta gran carencia existe en todas las iglesias locales.

Por ejemplo, si observamos la situación de los tres salones grandes de reunión de la iglesia en
Taipéi, veremos que ellos prestan más atención a los asuntos prácticos que a los asuntos
espirituales. Eso no significa que no estén atendiendo debidamente los asuntos prácticos, sino que,
comparativamente, la atención que prestan al aspecto espiritual es insuficiente. Les hace falta guiar
y suministrar adecuadamente a los santos. Por esta razón, sus reuniones son muy débiles, y la
asistencia en sus reuniones es muy baja. Esto se debe a que el suministro en el aspecto espiritual es
pobre y, por tanto, el poder que sustenta es insuficiente.
Aunque no podríamos decir que todos los que se bautizan han sido verdaderamente salvos, sí
podemos afirmar que al menos un noventa y nueve por ciento de ellos, sí han sido verdaderamente
salvos. Sin embargo, después de que son bautizados, empiezan a asistir a las reuniones y luego
dejan de reunirse. La razón por la cual dejan de reunirse es que no reciben mucho suministro en las
reuniones. Puesto que no les damos suficiente alimento espiritual, ellos se sienten insatisfechos. No
sólo nos hace falta el suministro en las reuniones, sino que también nos hace falta visitar, tener
comunión, pastorear y enseñar fuera de las reuniones.

Visitar, tener comunión, pastorear y enseñar son responsabilidades que recaen en los hombros de
los santos. Lamentablemente, todas las iglesias son débiles en estos asuntos. Según nuestra
observación, visitamos a otros y tenemos comunión con ellos principalmente por asignación y de
una manera formal. Pero se percibe muy poco la carga en el espíritu, la unción interna y la obra que
resulta de la operación del Espíritu. Por consiguiente, es difícil que los santos ministren las cosas
relacionadas con la vida cuando visitan y tienen comunión con otros. Si nuestras reuniones hacen
que las personas sientan y reciban un suministro espiritual, ellas desearán venir a las reuniones. En
lugar de sentir únicamente que tienen que venir a las reuniones, ellas vendrán porque tienen hambre
del suministro espiritual. Quiera el Señor tener misericordia de todas las iglesias y de los hermanos
responsables. Con respecto a este asunto, debemos tomar las medidas necesarias y resolverlo
delante del Señor. Sin embargo, ello no significa que debamos menospreciar los asuntos prácticos
de la iglesia; más bien, significa que debemos fortalecer el aspecto espiritual de nuestro servicio. De
ahora en adelante, debemos dedicar mucho tiempo y atención al aspecto espiritual.

TOMAR LA RESPONSABILIDAD DE LAS REUNIONES

No podemos hacer que los demás sean espirituales, ni tampoco hay un método que nos haga
personas espirituales. No obstante, aquellos que sirven al Señor deben tomar cierta medida de
responsabilidad. Los hermanos responsables en cada localidad deben resolver toda situación que
tengan delante del Señor antes de cada reunión. Hace muchos años cuando yo servía en una
localidad, tuve que asumir gran parte de la responsabilidad en las reuniones. Antes de cada reunión
yo acudía al Señor. Incluso si la reunión duraba solamente hora y media, a menudo pasaba dos o
tres horas delante del Señor. Yo hacía esto porque deseaba entrar en la presencia de Dios, a fin de
poder tocarlo y recibir una carga de parte de Él, no porque necesitara dar un mensaje. Así que, abría
mi ser delante del Señor y le decía: “Señor, ¿qué responsabilidad quieres que asuma en esta
reunión? ¿Cuál es Tu sentir con respecto a esta reunión?”. De esta manera, muchas veces mientras
estaba en la presencia de Dios podía conocer cuál era Su sentir. Entonces espontáneamente llegaba
a ser el portavoz del Espíritu Santo en la reunión. Podía abrir mi boca ya fuera para orar o alabar y,
de este modo, añadía peso y contenido a la reunión.

Sin embargo, en muchos lugares los santos tienen la impresión de que las reuniones no son
importantes. Parece que todos dejan que la reunión siga su propio curso; nadie asume ninguna
responsabilidad ni nadie es portavoz del Espíritu Santo. De principio a fin, toda la reunión carece de
contenido y peso, y es totalmente vana. Esta condición acaba con el apetito de los santos, y ellos
pierden el deseo de venir a las reuniones. Podemos comparar esto con la comida. Cuando comemos
algo que sabe mal, no queremos volverlo a comer, y si lo volvemos a comer, lo aborrecemos. Según
el mismo principio, si las reuniones están carentes de suministro, los hermanos y hermanas dejarán
de venir después de dos o tres veces. Esto se debe a que han perdido su apetito por la reunión.

Algunos santos aman al Señor, temen al Señor y van en pos de Él; consideran que puesto que son
cristianos, siempre deben reunirse. Sin embargo, cuando se reúnen, se sienten miserables, como si
los estuvieran castigando. Se sienten afligidos porque aunque saben que es necesario reunirse,
sufren mucho cuando se reúnen. Es cierto que todos los santos deben participar en las reuniones
delante del Señor, y no debemos permitir que la responsabilidad de la reunión recaiga sobre ninguna
persona o grupo de personas en particular. Sin embargo, los hermanos responsables y los que sirven
a tiempo completo en la iglesia no tienen ninguna excusa; ellos deben asumir la responsabilidad. A
pesar de que no tenemos distinciones de orden o rango en nuestro servicio, según nuestra condición
espiritual, los ancianos, los colaboradores y los hermanos que sirven de tiempo completo, deben
asumir más responsabilidad que el resto de los hermanos y hermanas.

Lamentablemente, muchos hermanos responsables y hermanos que sirven de tiempo completo son
indiferentes con respecto a las reuniones de los santos y no sienten ninguna responsabilidad. Ellos
asumen la responsabilidad de dar un mensaje únicamente cuando surge la necesidad de dar un
mensaje. Pero si no necesitan dar un mensaje, la reunión a menudo se verá afectada por su
indiferencia, pues nadie asume la responsabilidad.

Aunque los hermanos responsables a veces oran juntos por veinte minutos antes de la reunión, esto
no es suficiente. Algo que se lleva a cabo solamente para la conveniencia de uno mismo no puede
tener éxito. Todo lo relacionado con la iglesia debe llevarse a cabo con una carga de peso, a fin de
que tenga éxito. Tener una carga de peso significa que ninguno de los hermanos responsables y
servidores de tiempo completo relegan su responsabilidad en ninguna reunión, sino que más bien
todos asumen la responsabilidad. Éste es un asunto muy serio.

Debemos dedicar más tiempo para tener comunión sobre esto. Los hermanos responsables y los
servidores tienen una deuda con la iglesia. Los servidores de tiempo completo han abandonado toda
su vida para servir al Señor. Ellos han abandonado su futuro y el mundo, y se han apartado
exclusivamente para servir al Señor. Según la expresión mundana, ellos han llegado a ser
profesionales; ésta es su ocupación. Sin embargo, según la condición de nuestras reuniones, no
parece que ellos trabajaran como profesionales, pues a muchos de ellos no les importan las
reuniones y son indiferentes antes y después de las reuniones. Algunos santos, quienes son
profesionales, trabajan durante el día y luego deben apresurarse para llegar a tiempo a las reuniones,
incluso al punto de abstenerse de cenar. Sin embargo, los hermanos que sirven de tiempo completo,
quienes no tienen ninguna excusa y quienes tienen tiempo de prepararse para venir temprano a las
reuniones, difícilmente llegan a tiempo a las reuniones. Durante la reunión se sientan indiferentes
con su Biblia y su himnario; y cuando se acaba la reunión, los santos que trabajan se van a casa
rápidamente, y la mayoría de los servidores de tiempo completo también se van a su casa muy
despreocupadamente.

Es difícil que en estas circunstancias pueda venir la bendición del Señor. Todo hombre de negocios
sabe que nadie puede tener éxito si trabaja solamente ocho horas al día en la oficina. Todo buen
hombre de negocios trabaja hasta en sus sueños. Mientras camina por la calle y bebe café en una
cafetería, piensa en sus negocios. Es por ello que su negocio puede tener éxito. Un hombre de
negocios que trabaje sólo ocho horas al día en la oficina jamás tendrá exitoso. Esto se aplica a
cualquier ocupación. Todos los que tienen éxito en su ocupación entregan todo su ser a su
ocupación.

Tal vez los obreros sirvan simplemente según algún procedimiento o disposición, en el que se ha
decidido de antemano cuando le toca a un hermano asumir alguna responsabilidad en un lugar o
cuando a otro hermano le toca dar un mensaje. Si éste es el caso, nuestra obra no tendrá la presencia
del Señor, sino que simplemente será un trabajo. Toda nuestra obra debe originarse de nuestra
carga, como una madre que se preocupa por sus hijos y los lleva en su corazón día y noche, a cada
hora y a cada momento. Únicamente esta clase de madre podrá lograr algo en sus hijos. Asimismo,
como servidores, debemos poner todo nuestro corazón en nuestra obra, en nuestro servicio, día y
noche, hora tras hora y a cada momento. Debemos entregar todo nuestro ser a nuestro servicio.
Cada vez que tengamos la oportunidad de reunirnos con alguien, debemos darle una “inyección”
para que reciba un suministro. Debemos siempre ministrar a las personas, ya sea a tiempo o fuera de
tiempo, y ya sea que nos sintamos contentos o no. Todos los servidores de tiempo completo deben
ser así. Si todos los servidores de tiempo completo y los hermanos responsables de una iglesia están
dispuestos a hacer esto, nuestro grado de espiritualidad crecerá considerablemente.

La gracia de Dios siempre viene a las personas por medio del hombre, quien es un canal, un vaso.
La bendición y la gracia de Dios tienen sus requisitos. Por ejemplo, si no predicamos el evangelio,
nadie será salvo. Esto es un principio inalterable. Génesis 2:5 nos muestra claramente que a fin de
que las plantas del campo crezcan, el hombre tiene que labrar la tierra, y luego Jehová debe enviar
la lluvia sobre la tierra. La persona que haga la zanja más profunda en su campo es la que recibirá
más agua. Si alguien no coopera mediante su labor, cuando Dios derrame abundantemente Su
bendición, ésta no fluirá a aquella persona. Esto es un examen externo y una prueba interna. Si los
siervos del Señor se muestran desinteresados e indiferentes cuando contactan las almas, no deberían
dedicarse a esta clase de trabajo.

Los hombres de negocios saben cómo responder a los negocios; no importa dónde ellos estén,
responderán a su negocio particular. Por ejemplo, una persona que vende bebidas siempre
responderá a las personas que tienen sed y les venderá una bebida. Debemos ser así; cada vez que
nos encontremos con la gente, debemos responder con una carga. Por ejemplo, cuando nos
encontramos con un hermano, quizás percibamos que él no se ha consagrado a sí mismo, o que no
ha dado solución al pecado, o que no sabe cómo orar. La respuesta que está dentro de nosotros es
nuestro “negocio”. Esta respuesta nos lleva a hacer negocios. Debemos producir negocios apenas
nos encontremos con la gente; si no podemos generar algún negocio, debemos ir y orar al Señor.

Por ejemplo, en cierto asunto un hermano puede tener un buen deseo, pero es posible que tenga una
carencia; tal vez necesite que el Señor lo ilumine al respecto. Si no tenemos claridad y no sabemos
cómo ayudarlo, debemos orar al Señor, e incluso dedicar varios días para orar y conocer la
dirección del Señor. Después podremos ayudar a este hermano a tocar la dirección del Señor, y
podremos contactar nuevamente a este hermano. Si estamos interesados en las personas delante del
Señor, respondiendo tan pronto como nos encontramos con los hermanos y hermanas, seremos más
ricos y más avanzados de como estamos hoy. Ésta es la necesidad que hay entre los servidores. Éste
es un asunto muy importante que hace falta entre nosotros.

Es muy evidente que nuestra predicación del evangelio se ha vuelto una formalidad; no es
espontánea ni se lleva a cabo en el espíritu. Nuestra predicación del evangelio se ha convertido en
algo formal, en un asunto práctico de la iglesia. Por ejemplo, cuando sabemos que vamos a realizar
una reunión del evangelio, empezamos a hacer una obra de evangelismo como si estuviésemos
trabajando en una oficina. Esto no es saludable. Los santos deben regularmente y espontáneamente
ayudar a las personas a que sean salvas, no porque la iglesia los aliente a hacerlo, ni porque se
hayan organizado los servicios o tomado dicha decisión. Cuando hay un bautismo en el local de
reuniones, los santos deben ser capaces de traer a las personas para que sean bautizadas, sin prestar
atención a ninguna forma externa. Este problema no podrá ser resuelto simplemente por medio de
nuestra comunión. Todos aquellos que sirven al Señor deben resolver este problema delante del
Señor. Debemos pedirle al Señor que nos dé un nuevo comienzo en este asunto, pues de lo
contrario, a largo plazo, sufriremos una gran pérdida en el aspecto espiritual.
PERFECCIONAR A OTROS
PARA ASUMIR JUNTOS LA RESPONSABILIDAD

En cuanto a los hermanos que son débiles y no son lo suficientemente fuertes para asumir la
responsabilidad en una localidad, el hecho de que sean fuertes o débiles no es algo absoluto. Por
ejemplo, ¿sería imposible que los cristianos de Fengyuan se reunieran como iglesia si no hubiera
una reunión de la iglesia en Taizhong? Por supuesto que no. En palabras sencillas, ser un hermano
responsable en una localidad es un asunto relativo, no es algo absoluto. Quizás un hermano no
reúna los requisitos para ejercer el liderazgo en Taipéi, pero sí podría ejercer el liderazgo si se muda
a Tamsui. Esta condición es relativa, no absoluta. Ciertos hermanos pueden ser ancianos en una
iglesia local, pero si se mudan a otra iglesia local, ya no podrán serlo, pues esto es algo relativo, no
absoluto.

En principio, cuando hay un número de veinte a treinta personas reuniéndose en una localidad,
debiera haber una iglesia local allí. Si tenemos que esperar hasta que los santos sean lo
suficientemente fuertes para establecer la iglesia, me temo que no será fácil para ellos ser fuertes.
Las madres siempre les dan a sus hijos la oportunidad de caminar después de que cumplen diez
meses. Algunas madres dejan que sus hijos aprendan a caminar usando un andador. Tal vez parezca
que el niño simplemente esté sentado allí, pero no es así, pues con el tiempo, el niño aprende a
caminar. Hablando con propiedad, no importa cuán débil sea un grupo de hermanos y hermanas en
una localidad, siempre debemos darles la oportunidad. En gran medida la fuerza que tenemos es el
resultado de habernos caído; un gran porcentaje de nuestra perspicacia se desarrolla al experimentar
constantes equivocaciones. No debemos tener temor de cometer errores; debemos tener fe así como
Dios tiene fe. El huerto del Edén no tenía un muro, no tenía un alambre de púas ni un cerco
eléctrico; el huerto del Edén estaba abierto.

A menudo no confiamos en los demás y tememos que si les asignamos algo, cometerán errores o
que el resultado será insatisfactorio. Al parecer, pensamos que únicamente lo que nosotros hacemos
es hecho correctamente; y por este motivo, no soltamos las cosas fácilmente. Cada uno de nosotros
tiene más o menos este modo de ser. Por lo tanto, si el único lugar del mundo donde hay una
reunión está en Fengyuan con sus veinte hermanos y hermanas débiles, Fengyuan puede ser una
iglesia local. El Señor no diría que ellos no pueden establecerse como iglesia local porque son
débiles y que deben esperar hasta que sean fuertes para ser establecidos como iglesia. Cuando los
santos de una localidad se congregan en el nombre del Señor y exhiben a Cristo juntos, ésa es una
expresión de la iglesia. Esta expresión de la iglesia debe permitir que los hermanos y hermanas de
esa localidad tengan la libertad en el Espíritu Santo. Si ellos aún desean depender de nosotros,
debemos alentarlos diciéndoles que ellos deben asumir esta responsabilidad delante del Señor. No
debemos darles la impresión de que la reunión en su localidad es nuestra responsabilidad.

La iglesia en Taizhong no debe darle a la iglesia en Fengyuan la impresión de que la reunión en


Fengyuan es la responsabilidad de Taizhong, o que Taizhong está a cargo y asume la
responsabilidad. Los hermanos responsables de Taizhong no deben pensar que ellos deben
determinar cuándo es el momento correcto para que Fengyuan se reúna por su cuenta, ni deben
pensar que continuarán asumiendo la responsabilidad hasta que decidan pasar la responsabilidad a
los santos de Fengyuan. En lugar de ello, la iglesia en Taizhong siempre debe dar a los santos de
Fengyuan la impresión de que la reunión es la responsabilidad de Fengyuan. Es responsabilidad de
ellos establecer dicha reunión, y si la reunión es fuerte o débil, eso también será su responsabilidad.
Si la iglesia en Taizhong siempre comunica esto, la iglesia en Fengyuan tendrá más oportunidad
para contactar al Señor, e incluso se sentirá más obligada a tener más contacto directo con Él.
Cuando ellos contacten al Señor de esta manera, espontáneamente llegarán a ser fuertes. Una vez
que contacten al Señor con esta carga, se volverán fuertes y se levantarán. De hecho, incluso si en
un lugar solamente hubiera ocho o diez santos, aún los alentaríamos a ser fuertes y a levantarse para
que, de una manera apropiada, comiencen a tener una reunión en su localidad y a llevar el
testimonio del Señor.

El requisito que deben cumplir los hermanos que ejerzan la responsabilidad entre ellos es
comparativo y relativo. Debemos buscar a alguien de entre ellos que tenga más edad y más
experiencia. Esto es semejante a nuestra familia. A veces cuando los padres están ausentes, uno de
los hijos se levantará para ejercer el liderazgo. El hermano o hermana mayor probablemente diga:
“Ustedes deben hacerme caso”. Luego, si el hermano o hermana mayor se va, el segundo hermano o
hermana mayor se levantará. Sorprendentemente, hasta el niño más pequeño sabe esto. Por ejemplo,
él puede decir: “Puesto que mi hermana mayor no está en casa hoy, le haré caso a mi segunda
hermana mayor”. Pero cuando la hermana mayor regrese, dirá: “Mi hermana mayor está
nuevamente aquí; ahora le haré caso a ella”. No son solamente los que tienen la edad de los padres
los que pueden asumir la responsabilidad en una familia. Cuando el padre no está en casa, la
persona que asuma la responsabilidad puede tener tan sólo diecisiete años. Esto se debe a que los
otros hermanos y hermanas de la familia pueden tener sólo trece o quince años; por lo tanto, el hijo
de diecisiete años es el que tiene más edad y experiencia entre ellos. Sin embargo, él sería
considerado uno de los más jóvenes si en la familia hubiera otros con más de veinte años de edad.
La responsabilidad es relativa y esto lo determina el orden natural de la familia. Nosotros, quienes
somos enviados por Dios, simplemente nombramos a hermanos responsables según su nivel de
vida. De esta manera la iglesia prosperará, y los hermanos tendrán la oportunidad de contactar a
Dios y recibir gracia de parte de Él.

COMUNIÓN DEL HERMANO SHIUE DE KEELUNG

Los problemas en todas nuestras localidades son más o menos los mismos. Estos problemas
principalmente tienen que ver con los servidores, no con el servicio mismo. El problema en nuestro
servicio simplemente es un reflejo de lo que los servidores han aprendido delante del Señor. Cuanto
más servimos, más salen a relucir nuestras deficiencias y problemas. Mientras estamos siendo
expuestos, luchamos en nuestro interior, y aunque sabemos lo que tenemos que hacer, a menudo no
lo mostramos. Debemos obedecer al Señor, pero tenemos muchas situaciones de rebeldía entre
nosotros. Sabemos lo que el Señor desea, pero no podemos satisfacer dicha exigencia o no podemos
estar a la altura de la norma del Señor. Por consiguiente, el mayor problema en nuestro servicio es
nuestra persona. Debemos aprender rápidamente, avanzar y ser bastante transformados, pero incluso
después de muchos años estos problemas aún continúan con nosotros. La razón principal de este
problema es nuestra desobediencia al Señor.

No podemos decir que no hayamos visto la visión de la obra del Señor, pero a menudo fracasamos,
somos incapaces de brindar un suministro a los demás y no podemos satisfacer la necesidad. Ésta es
una gran carencia en nuestro servicio. A veces sabemos que ciertos hermanos deberían asumir más
responsabilidad delante del Señor, pero pareciera que es únicamente un deseo y que no somos
capaces de lograrlo. Por lo tanto, la condición en las reuniones es siempre baja, y hay una escasez
en el ministerio de la palabra. Otro ejemplo es la predicación del evangelio. Aunque hacemos esto
varias veces al año, con frecuencia somos descuidados y negligentes al cuidar y perfeccionar a los
hermanos y hermanas. Por consiguiente, cuando un grupo de nuevos creyentes se añade a la iglesia,
se pierde un grupo de hermanos que llevan más tiempo. Este problema nos ha venido perturbando.
Debemos predicar el evangelio, pero cuando lo hacemos, descuidamos el pastoreo de los santos.
Esto es un verdadero problema.
Tenemos también un problema con respecto a los hermanos y hermanas recién salvos. Después de
que son salvos inicialmente, les damos algún perfeccionamiento básico y luego los traemos a las
reuniones grandes. Sin embargo, debido a la naturaleza general de las reuniones grandes no
podemos darles una palabra específica, y pareciera que ellos no pueden recibir el suministro en las
reuniones grandes. Como consecuencia, después de algún tiempo, ellos también se apartan.

APRENDEMOS A HACER LAS COSAS HACIÉNDOLAS


Y LAS HACEMOS AL APRENDER EN NUESTRO SERVICIO

Ninguno que sirve al Señor sirve solamente después de haberlo aprendido todo. En nuestro servicio,
debemos aprender a medida que hacemos las cosas, en lugar de hacer las cosas después de haber
aprendido. Aun cuando no sepamos cómo hacer las cosas, aprenderemos a medida que las hagamos.
Por ejemplo, la iglesia en Taipéi es una iglesia grande con un buen número de santos, y tiene
aproximadamente cincuenta servidores de tiempo completo. Sin embargo, según nuestra
observación, los hermanos y hermanas están dispuestos a hacer únicamente lo que pueden hacer, no
lo que no pueden hacer. Son muy pocos los que están dispuestos a estudiar o investigar de forma
seria. La condición de nuestro servicio no es ideal y hay muy poco avance debido a que no hay
mucho estudio ni investigación.

Por ejemplo, algunos santos no predican el evangelio porque piensan que ellos no saben predicar el
evangelio, otros no visitan a las personas porque piensan que no son buenos para visitar a la gente, y
otros no pastorean porque piensan que no son buenos para pastorear. Casi todos están dispuestos a
hacer únicamente lo que saben hacer. Sin embargo, recuerden que muy pocas personas en la iglesia
en realidad saben hacer las cosas. Por consiguiente, no debemos tener el concepto de hacer
únicamente lo que sabemos hacer. En lugar de ello, debemos hacer las cosas precisamente porque
no sabemos hacerlas. Es al hacer las cosas que aprendemos; debemos aprender a medida que
hacemos, es decir, aprendemos al hacerlas. Al aprender a hacer algo, nos vemos obligados a
estudiar la situación. Tal vez no sepamos cómo cuidar de cierta persona, pero aun así, debemos
cuidar de ella. Debemos hacer esto aunque hayamos intentado todas las maneras “posibles” y nos
sintamos totalmente incapaces. Esto nos obligará a orar al Señor y a pedirle que nos muestre cómo
cuidar de esta persona.

El libro de Hechos y las epístolas de Pablo nos muestran que Pablo era una persona que entregaba
todo su ser a la obra. Desde la perspectiva divina, él tenía una visión especial, una revelación y una
comisión. Desde la perspectiva humana, él era muy diestro en su labor, era un “experto”. Él no era
alguien que se hallaba fuera del campo de su labor; en todo lo que se proponía realizar, él llegó a ser
un experto. Él siempre estaba hablando de su propia obra. Ya sea que hablara de esto o de aquello,
todo su ser estaba centrado en su labor. Mientras laboraba, Pablo llevaba a todas las iglesias en su
corazón. Él dijo: “Lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.
¿Quién está débil, y yo no estoy débil? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no ardo?” (2 Co. 11:28-
29). Él también dijo: “Por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a
cada uno” (Hch. 20:31). Si cada uno de nosotros nos dedicáramos “de noche y de día” y “con
lágrimas” por el bien de los hermanos y hermanas, definitivamente se produciría un cambio muy
grande y maravilloso en nuestra localidad.

Nuestro problema radica en que aunque no sabemos hacer las cosas, aún podemos dormir muy bien
en la noche, y no derramamos lágrimas ni estudiamos la situación. A menudo pensamos que todo
depende únicamente de la gracia y la misericordia de Dios. Pese a que no hay ningún progreso en
nuestra obra, aun así, podemos acostarnos y decir que todo depende de la misericordia y la gracia
del Señor. Tal vez digamos: “¿Qué podemos hacer nosotros si Dios no obra? Todo depende de Su
gracia y Su misericordia”, y después de esto nos quedemos profundamente dormidos. Por un lado,
es cierto que todo depende de la gracia y misericordia de Dios, pero por otro, esta gracia y
misericordia no llega simplemente a nosotros.

Si una persona dice: “Señor, aquí hay una familia que no sé cómo avivar. ¿Qué debo hacer? Señor,
voy a luchar contigo y a negociar contigo”. Algunos tal vez dirían que dicha persona es un Jacob;
sin embargo, lo cierto es que únicamente una persona que lucha con Dios llega a ser Israel.
Aquellos que no saben luchar con Dios nunca llegarán a ser Israel. Muchos hermanos y hermanas
con frecuencia vienen a nosotros y nos dicen que no saben hacer algo y que no son buenos para ello.
Es en esos momentos que debemos animarlos a continuar, precisamente por el hecho de que no
saben cómo hacerlo. En todo caso, debemos ayudar a los hermanos y hermanas a ver que ellos
necesitan hacer las cosas porque no saben cómo hacerlas y porque no son buenos para hacerlas. De
esta manera, su utilidad se hará manifiesta.

En la obra del Señor, nadie viene a participar en la obra porque sabe laborar; Dios no desea esta
clase de personas. De hecho, ninguno de los que laboran para Dios saben para dónde van. Cuando
Abraham salió de Ur de los caldeos, él no sabía para dónde iba. La verdadera obra consiste en
laborar aunque no sepamos laborar, y en guiar a las personas aunque no sepamos guiarlas. Tal vez
tengamos fracasos en nuestra obra, pero debemos seguir laborando; puede ser que experimentemos
fracasos mientras guiamos a las personas, pero debemos continuar haciéndolo. No somos personas
que se rinden y se van a casa simplemente porque hemos tenido algunos fracasos al guiar a otros; en
lugar de ello, debemos acudir al Señor y recibir más disciplina.

Hablando con propiedad, nada en el mundo exige más de una persona que la obra del Señor. Nadie,
ni siquiera el apóstol Pablo, se atrevería a decir que laboraba para el Señor porque sabía laborar. La
exigencia del Señor en la obra es muy grande. Nadie está calificado, ni nadie debe atreverse a decir
que lo sabe todo; en lugar de ello, todos deben continuar luchando, prosiguiendo y laborando.
Aprendemos a medida que hacemos las cosas, y hacemos las cosas con el deseo de aprender.
Debemos tener esta clase de corazón. Si no tenemos este corazón en nuestro servicio, no seremos de
mucha utilidad en los asuntos espirituales.

Hubo cierto hermano joven que estaba aprendiendo a laborar para el Señor. Él no sabía cómo hacer
cierta cosa y no estaba dispuesto a hacerla apropiadamente. Al final del día, él se marchó a casa
tranquilamente como si la tarea no tuviese nada que ver con él, ni fuese su responsabilidad. Cuando
le preguntaron del asunto, él no mostró la menor preocupación. No podríamos decir que este
hermano joven era inútil para todo, pero en este asunto particular, él había perdido su utilidad. Si
ese asunto hubiese sido puesto en sus manos, definitivamente no se habría producido nada.

Podemos dar otro ejemplo. Una persona puede decir que ochenta o cien personas necesitan que se
les visite con el evangelio, cuando en realidad sólo cincuenta y ocho necesitan que se les visite.
Aunque la cifra correcta es cincuenta y ocho, él habla de ochenta o de cien personas. Con esto nos
damos cuenta de que dicho hermano no siente mucha carga al respecto; no se ha propuesto
participar en la obra. Si él hubiese recibido una carga y hubiese puesto todo su ser en llevarla a
cabo, incluso tendría una lista con los cincuenta y ocho nombres, y tendría un mapa para mostrar
cómo llegar a cada una de las cincuenta y ocho personas de la lista. Sabría claramente cuál es la
situación de cada una, como por ejemplo, si son estudiantes u hombres de negocios, jóvenes o
ancianos, o personas de un nivel educativo alto o bajo. Además, incluso en sus sueños estaría
pensando quiénes son las personas más indicadas para visitarlas, cuál es la mejor hora y cómo
guiarlas al Señor. Esto es lo que significa haber recibido una carga.
El apóstol Pablo dijo: “Además de otras cosas no mencionadas, lo que sobre mí se agolpa cada día,
la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién está débil, y yo no estoy débil? ¿A quién se le hace
tropezar, y yo no ardo?” (2 Co. 11:28-29). Algunos pueden decir que alguien que sirve al Señor
debe orar y proseguir. Eso es cierto, pero si alguien que labora para el Señor y sirve al Señor no es
capaz de recibir una carga de parte de Dios ni siente interés por los hombres, no podrá ser muy útil
en la obra del Señor.

Una persona que sirve al Señor debe ser muy sensible; debe recibir una carga con facilidad. Cuando
se encuentra con las personas, de inmediato debe responder amándolas, cuidándolas e interesándose
por ellas. Esto no significa que se interesa en sus asuntos, sino que más bien siente interés por ellos
mismos. Una persona que sirve al Señor debe recibir con facilidad cargas de parte de Dios y con
facilidad debe mostrar interés por las personas y responder a ellas. Esta clase de persona siempre
entregará todo su ser al campo de su labor, y siempre recibirá cargas y comisiones de parte del
Señor. Todos los que sirven al Señor deben tener esta clase de carácter.

Hemos hablado acerca de esto anteriormente, pero nuestra práctica ha sido muy deficiente, y no
hemos sido bien adiestrados. Los hermanos y hermanas más jóvenes no han experimentado mucha
misericordia y gracia de la mano del Señor por medio de Su disciplina. Según la palabra del Señor,
cuanto más usemos nuestros dones, más tendremos; “a todo el que tiene, más se le dará; pero al que
no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Lc. 19:26). El don de gracia que tenemos originalmente es
suficiente, pero si no estamos dispuestos a usarlo, vendrá a ser nulo en nosotros y se reducirá a
nada. Pero si estamos dispuestos a usarlo y a continuar negociando (v. 13), veremos que el capital
de gracia en nosotros aumentará cada vez más.

Si podemos cuidar de otros y llevar sus cargas cada día, estudiar sus problemas y desear recibir
gracia para dar a otros cada día, seremos las personas más bienaventuradas entre los hermanos y
hermanas. No debemos hacer las cosas sólo después que pensemos que ya hemos aprendido, que
tenemos la experiencia necesaria y que sabemos hacerlo todo. Si esperamos a que llegue ese día,
nunca vendrá. Debemos comprender que no tenemos nada ni podemos hacer nada. Sin embargo,
aún tenemos que hacer las cosas, y debemos empezar a laborar sin tener nada, hasta llegar a tener
algo. Esto es un principio que se aplica a las cosas materiales, pero también se aplica a las cosas
espirituales. Nos movemos por fe, y seguimos laborando por fe.

Por ejemplo, supongamos que alguien nos pide dar un mensaje en nuestra localidad. Tal vez
digamos: “Puesto que no soy elocuente ni he preparado nada, no puedo compartir hoy”. Si
permitimos que los hermanos y hermanas se sienten allí y nosotros insistimos en no compartir nada,
estaremos acabados. Pero si, por el contrario, estamos dispuestos a ser perturbados y presionados
delante del Señor a fin de recibir una carga, si estamos dispuestos a buscar al Señor en el espíritu
con una voluntad firme, y nos ponemos de pie y decimos: “Hermanos, no sé lo que voy a decirles,
pero no tengo otra alternativa, así que les pido que me apoyen con su espíritu”, ciertamente
experimentaremos que la palabra vendrá a nosotros. Tal vez se nos venga a la mente Génesis 1:2 y
digamos: “„La tierra se convirtió en desolación y vacío, y las tinieblas estaban sobre la superficie
del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas‟. Esto describe nuestra
condición. Si en nosotros hay tinieblas, la palabra vendrá, y el Señor vendrá cuando nos volvamos a
nuestro espíritu. El Señor Jesús es la luz, y cuando le contactamos, recibimos luz”. Éste es un
mensaje que nos imparte un rico suministro. Después de este mensaje, todos se sentirán satisfechos,
y nosotros estaremos aún más satisfechos. De este modo, sin duda alguna, progresaremos y
llegaremos a tener más experiencia.
No debemos pensar que esto es simplemente un ejemplo que les doy. Yo he experimentado esto
antes. Cuando tenía veintiocho años, yo estaba aprendiendo a hablar por el Señor. Tenía que hablar
la palabra porque había una pesada carga en mí, no porque la gente me invitara a compartir de una
manera formal. Yo nunca había estudiado teología ni había recibido ningún entrenamiento formal, y
no tenía la menor idea de lo que era hablar en público o dar un mensaje. No obstante, en aquel
entonces una pesada carga me presionaba y me obligaba a hablar la palabra. Cuando me puse en pie
para hablar, me puse rojo, sudaba y no sabía qué decir. Sin embargo, recibía gracia porque no sabía
qué hacer. El Señor me dio una revelación. Esto me sucedió una y otra vez; recibía gracia y daba a
otros lo que recibía. Lucas 6:38 dice: “Dad, y se os dará”. Esto es semejante a una llave de agua: la
cantidad de agua que entra depende de la cantidad de agua que sale. Si el agua no sale, nada entrará.

Necesitamos recibir cargas de parte de Dios todo el tiempo, y siempre debemos estar interesados en
las personas. No podemos disculparnos a nosotros mismos y evadir nuestra responsabilidad. Si
nosotros no asumimos la responsabilidad, ¿quién lo hará? Esto no es ser orgullosos, sino que más
bien estar dispuestos a aprender a recibir una carga. De este modo, podemos llegar a ser personas
útiles y canales de bendición en las manos del Señor para traer más bendición. Ésta es una
necesidad entre muchos hermanos y hermanas hoy en día, especialmente entre los jóvenes.

COMUNIÓN DEL HERMANO HSU


DE LA LOCALIDAD DE TAINAN

El problema de la iglesia en Tainan es exactamente el mismo que el de las otras localidades. El


suministro que impartimos a los hermanos y hermanas es muy limitado. Recientemente, hemos
empezado a sentir que nuestros vasos son demasiado pequeños; si atendemos un asunto, no
podemos atender otro. No visitamos a aquellos que han dejado de reunirse por largo tiempo, y el
suministro que impartimos a los que vienen a las reuniones con regularidad es muy limitado. En
nuestra vida de iglesia cotidiana, aunque hacemos lo posible por tener buena comunión con los
santos y dirigirlos de una buena manera, somos incapaces de impartirles el suministro que
necesitan. Sentimos que nuestro vaso es demasiado pequeño, y no sabemos qué hacer.

CUANTO MÁS EXPERIMENTEMOS EL QUEBRANTAMIENTO, MÁS SEREMOS


ENSANCHADOS

Si deseamos que nuestros vasos pequeños se agranden, debemos orar. El hombre es limitado, pero
el Señor es ilimitado. El Señor puede hacer que nuestra limitada condición se vuelva ilimitada; para
ello, se requiere que oremos. Muchos han tenido esta experiencia; experimentaron un gran giro en
este asunto. Por ejemplo, algunas personas no son elocuentes por naturaleza, y continuamente
tartamudean. Sin embargo, después de que oran delante del Señor con lágrimas, sorprendentemente,
hablan con mucha fluidez cuando se ponen de pie para hablar por el Señor.

Por un lado, debemos reconocer que tenemos una capacidad limitada y que nuestros vasos tienen
muchas deficiencias; pero por otro, debemos orar y pedirle al Señor que ensanche nuestra
capacidad. Todos aquellos que tienen algunas verdaderas experiencias en el Señor han tenido la
experiencia de ser ensanchados. Las experiencias que tenemos del Señor incluyen el hecho de ser
ensanchados; no nos vuelven orgullosos, sino que ensanchan nuestra capacidad. Cuanto más una
persona experimenta y aprende en el Señor, más se ensancha su capacidad. El principio básico de
ser ensanchados es ser quebrantados. El grado al cual una persona sea quebrantada delante del
Señor determina el grado al cual habrá sido ensanchada. Una persona es estrecha porque no está
dispuesta a ser quebrantada, y su renuencia a ser quebrantada hace que sea estrecha. Cuanto más
intenso sea el quebrantamiento, más será ensanchada. Éste es un principio inalterable. Por esta
razón, es necesario que oremos.

Cuando guiamos a los hermanos y hermanas, debemos darles la impresión de que nuestro servicio
es semejante al fuego que ardía en la zarza. Ésta es la visión que vio Moisés: el fuego ardía en la
zarza, pero la zarza no se consumía (Éx. 3:2-3). El fuego ardía en la zarza, pero el fuego no usaba la
zarza como combustible. La zarza era Moisés, quien nos representa a nosotros, y el fuego era Dios
mismo. Cuando Dios usa a una persona, es Dios quien arde en ella; no obstante, ella no es destruida
ni consumida por el fuego. Por consiguiente, en nuestro servicio, no debemos poner la mirada en
nuestra condición. Cuanto más consideramos nuestra condición, más sentiremos que somos una
zarza, es decir, que no estamos a la altura de Egipto y que no podemos presentarnos delante del
faraón.

Debemos ver que estamos en las manos de Dios, que Él es quien nos está usando, y que Su fuego
santo es el que arde en nosotros. Es Su gracia y Su poder; todo depende de Él. Cuando Moisés fue
llamado, la primera visión que recibió fue el fuego que ardía en la zarza. Fue después de esto que
recibió la segunda visión en la cual vio que interiormente era completamente leproso (4:6-7). Todos
los que tienen un deseo de servir al Señor deben recibir estas dos visiones.

Necesitamos ver que somos una zarza, completamente inútiles, pero esto no debe desanimarnos,
pues el fuego puede arder en la zarza. Esta visión nos muestra que ningún vaso es lo
suficientemente grande para satisfacer las exigencias de Dios. Aunque Moisés era una persona muy
sobresaliente, en la visión que Dios le dio, él era simplemente una zarza. Los israelitas fueron
salvos por el fuego que ardía en la zarza, no por la zarza misma. Cuando Moisés se presentó delante
del faraón, él era como un fuego intenso que ardía en una zarza, y el faraón no pudo resistirlo. Esto
es algo que todos los servidores deben tener; no debemos tener los ojos puestos en nosotros
mismos. Los primeros capítulos de Éxodo nos muestran un cuadro hermoso de un hombre que no
era nada, que simplemente era una zarza, pero que nada de Egipto pudo derrotarlo debido al fuego
que ardía dentro de él.

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