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TALLER. Conrad Phillip, ¿Qué es la cultura?

Presentado por José Oswaldo Coral Candelo. 1626621

1. Diferencias entre el aprendizaje humano y animal.

Conrad Phillip hace hincapié en esta idea: “el pensamiento simbólico es único y crucial
para los humanos” (p.31). Realmente, de esta afirmación se desprenden las diferencias
que podamos hallar entre los aprendizajes animal y humano, estando el primero
necesariamente ligado a la experiencia de los fenómenos, mientras que para el segundo,
una asociación de conceptos, de ideas, con los elementos del mundo y la vida permite
una “experimentación” en el plano de los significados. En otras palabras, el animal
aprende como lo suponían los psicólogos conductistas: por la asociación directa de
vivencias a estímulos de dolor o placer. Animales con algún grado de organización
social, como vemos con los grandes felinos, las jaurías de lobos, o quizás, también los
peces, pormenorizados por la topografía de sus encéfalos pero que se movilizan en
cardúmenes y expresan interesantes comportamientos “solidarios”, podrían suponer
redes de socialización que complejizan la experimentación de tales estímulos,
configurando para sus pares cuadros imitables que son aprendidos, por ejemplo, en las
actividades de caza y cortejo, y que se adentran a través del juego.

Los grupos humanos, en cambio, disponen de un aparato de mucha mayor complejidad


que esta (no tan) simple exhibición de comportamientos para que sean emulados por los
otros. Hablamos del lenguaje, del cual PHILLIP también reconoce su singularidad,
destacándolo como un denso sistema de significación, que permite articular infinidad de
símbolos verbales, de central importancia en nuestras comunidades basadas en la
oralidad y la escritura como herramientas para la transmisión de valores y
conocimientos.

Lo que puede aprender un animal o un humano difiere cualitativa y cuantitativamente.


A un animal le puedes enseñar comportamientos asociados a jerarquías “sociales”
conectados de una forma más o menos evidente con actividades vitales, de
supervivencia básica y elemental. El repertorio de estos conocimientos es limitado y se
corresponde con la dimensión de las diferentes estructuras del Sistema Nervioso Central
de cada especie, siendo máxima en los parientes filogenéticamente más cercanos al
humano, los simios, quienes describen complejas mallas sociales, cuya comprensión y
estudio ha apasionado a los zoólogos y etólogos de todos los tiempos, desde Aristóteles
(considerado como “el primer primatólogo en la rama sistemática” (Platas & Serrano,
2007, p. 81) hasta la célebre, apasionada y tristemente asesinada Dian Fossey.
Las cosas que aprende hoy un humano, en cambio, no son tan fácilmente vinculables a
la satisfacción de una u otra necesidad vital. Claro que, como lo señala Philip, el
humano, en su calidad de animal, come, duerme y se reproduce. Y por supuesto que,
como sostenía MILINOWSKI, cada institución, cada costumbre, cada práctica social
tiene una función específica en la satisfacción de nuestras demandas biopsicosociales.
Pero el punto es que, incluso en la actividad de dormir, los colectivos humanos
describimos formas de grandiosa y enigmática diversidad. Además, quizá por su gran
capacidad para comprender las cosas, el humano experimenta un vacío que, sin conocer
mucho del tema, dudo que compartamos con los animales: la consternación de estar
vivos, el sentimiento de estar perdidos; la posibilidad de ver, casi tangible, el devenir de
la existencia en un mundo que no es un mero campo de abastecimiento o arena de
amenazas, sino también hogar, sitio de hierofanías, redondo o plano pero siempre
inmenso y de misterios infinitos. Esto nos arrastra a una necesidad única: la eterna
búsqueda de sentido y de realización de lo que se considere como propio, que
satisfacemos con nuestros complejos sistemas míticos, nuestros elaborados relatos de
vida individual y comunitaria, sin los cuales no podríamos emprender los actos
elementales de alimentarnos o reproducirnos y, sin los cuales, las pulsaciones de
nuestro corazón pierden su ritmo inteligible.

Todos los niños humanos pueden aprender un sistema cultural que no solo describa
diferencias de la vida en comunidad, si no también que las explique, llene de sentido y
marque los caminos para su transformación y transmisión a nuevas generaciones.

2. Símbolos culturales con mayor significado para mí, para mi familia y país.

El tiempo es el símbolo más crucial para comprender mi comportamiento y los de la


gente de mi generación. El tiempo no se puede percibir, pero se puede sentir su paso en
el relieve de una cara, en la escala cromática de una cabellera, en las articulaciones del
cuerpo y en las energías vitales; igualmente, en el dinamismo de las organizaciones, en
la densidad de sus vínculos sociales, en su apariencia externa e interna, en su madurez,
en los valores que sustente, en los otros “símbolos” que a esta se hayan articulado. Creo
que su importancia es tan innegable, que el asunto está en definir si efectivamente
podemos llamarle “símbolo” al tiempo.

De acuerdo a PHILLIP, un símbolo es algo que representa otra cosa, sin que este
significado representado esté naturalmente vinculado al objeto. Se trata de una
invención arbitraria, sin pretender banalizar la complejidad del proceso de creación del
símbolo: es un producto de la potencia simbólica de la mente humana, pero también
resultado de la tensión de las fuerzas históricas que subyacen la formación de las
sociedades; posibilidad de la relación del grupo con su medio natural, de su
comprensión del espacio geográfico; en interacción con todos los otros valores y
representaciones del grupo, haciendo parte integra del sistema de significaciones del
colectivo.

El tiempo es una característica de todas las cosas que “son”, es la variable que mide su
duración en el Universo (en el sentido más amplio). Pero para el humano, el tiempo es
una entidad que tiene ritmo, que se descompone en periodos, que tiene ciclos, que se
acelera y enlentece, y corre a diferentes velocidades simultáneamente en diferentes
lugares del mundo. Con referencia a los movimientos terrestres, el tiempo se convierte
en dia o noche, en “edad” de la gente y los pueblos, en “envejecimiento” de todo lo
material; aunque también es signo de renovación y de nuevas generaciones y
mentalidades. En la escala micro de las interacciones humanas, el tiempo es “cercanía”
u “olvido”, es “constancia” o “ausencia”, acompaña nuestras estimaciones de “éxito” o
“fracaso”. Pero, lo más importante: todos nuestros relatos vitales buscan explicar el
“tiempo” con un sentido específico, sea como un camino lineal y progresivo que
posibilita la ascendencia de la gente que es responsable de sus decisiones y dispone de
una voluntad férrea; sea como un cordón, un hilo vital, en poder de un destino
enigmático, de unas Moiras, pero que podemos reclamarlo como nuestro brevemente si
exploramos, descubrimos y explotamos ese destino.

Por tanto, el tiempo es la mayor riqueza del humano, si se articula en torno a él una
historia que logre ponerlo en perspectiva humana y llene de sentido su inminente,
infranqueable y terco trascurrir.

Las grandes empresas multinacionales y los Estados especulan sobre el valor del
espacio, y es un hecho que un terreno árido y desierto de toda vida puede ser símbolo de
riquezas materiales insondables, si se cree que en el subsuelo hay minerales, también
símbolos de otras cosas: de industria, de distinción, de guerra (podríamos decir que el
espacio es también símbolo clave para nuestras sociedades). Pero todas las personas,
todas, desde el niño que adquiere consciencia hasta el anciano desahuciado, especula
sobre el tiempo: sufre y se regocija con los sentidos, los giros, y las promesas que logra
construir entorno a su insípida inercia.

3. Rasgos culturales compartidos en mi ciudad

En mi Cali se baila salsa y se come cholao;


Se disfruta la manga y el chontaduro salao.
Se suspira cuando el monte deja ver un pico
Y hay sorpresa cuando el día lleva un viento frío.

Se camina por las calles con gran sensualidad,


Hay pasión por la charla y el contacto informal.
Epicentro del Valle y el suroccidente también,
El rasgo es la diversidad multiplicada por cien.

Diversa en caras y voces, desigual la riqueza:


Millones son los que trabajan y son pocos los que cuentan.
Centro, norte y sur, corredor de alegrías.
Oriente y ladera: lugar de agonías.

De noche, luces tenues en los anillos pobres,


Con su triste parsimonia anuncian los horrores.
El miedo nos permea en todos los rincones
Y nos aleja del otro por nuestros sendos temores.

En el centro, un grito de loco, o dos, o cien,


Anuncian la mercancía que llegó a fin de mes.
En Cali se compra de Enero a Enero,
No se produce de todo, pero pa´ eso está el Puerto.

Y hay caña de un lado y sorgo del otro:


El caleño admira el campo convertido en oro
Pero además del melao, hay gente en ese convenio:
El campesino y sus poblados son del Ingenio.

Poblados dormitorios de esta ciudad sin frenos


Que crece hacia el sur y crece hacia el cerro:
Casas de lujos, de compuertas magnéticas,
Y guetos marginados de esperanzas muertas.

El viento lleva el salitre y la humedad de la costa


Y la gente de aquel origen añora su chonta
Cali afrocolombiana, ciudad negra:
Aún falta mucho para que tu gente se entienda.

Vivimos el conflicto, gritar es la idiosincrasia


Pero la calidez fecunda promete otra esperanza:
El día llegará en que las rutas vuelvan
Al inocente origen donde la sonrisa vuela.

4. Símbolos o valores que unen mi organización.


Pertenezco a un colectivo de estudiantes universitarios, de una carrera llamada
Licenciatura en Ciencias Sociales. Para nosotros, el acto de estudiar es un
símbolo de realización familiar y personal: es la práctica mejor valorada en
nuestro círculo. El grupo se subdivide en función de las posibilidades de estudio
con unos u otros y, a partir de esa relación básica, nuevos valores en el
relacionamiento empiezan a jugar un papel importante, como la confianza
mutua, el compromiso y la responsabilidad compartida, la empatía hacia los
problemas ajenos y la posibilidad de divertirse conjuntamente.

Al interior del grupo, ya después de 2 años de convivencia, cada persona se ha


convertido en símbolo de diferentes valores: uno puede simbolizar la alegría
intensa de la juventud, y otro puede simbolizar el compromiso familiar; aquel, la
constancia y el optimismo; y aquel otro, el desorden genial. Siendo así la cosa,
que las personas mismas simbolizan valores, se configura un mapa de valores
(personas) que confluyen por su mutua correspondencia y otros que se repelen.
El salón mismo adquiere sentido y puede ser explicado con referencia a las
memorias de cada uno de los integrantes del grupo, de manera que para unos
represente un hogar conflictivo u otro grupo con profundas fisuras internas; o
bien, un viejo equipo de trabajo en algún empleo; o, talvez, la vieja aula de clase
del colegio.

Finalmente, la Universidad se valora como un escenario casi sagrado: se lo da


por sede de todo este complejo relacionamiento. Aunque no por sagrado quiere
decir que la gente no profiera sus quejas contra esta: a los dioses se les ora y se
les maldice. En cualquier caso, la Universidad es y será símbolo de estos años,
de una historia que solo pudo ser gracias a ella.

5. Prácticas culturales mal-adaptantes

Un ejemplo de esas son las tecnologías electrónicas e informáticas de


vanguardia. La condición para que sean mal-adaptantes es que puedan “dañar el
entorno y amenazar la supervivencia del grupo a largo plazo” (ibíd., p. 50). Con
respecto a esto, puedo empezar por referirme a la ya bien descrita posibilidad de
que los acelerados avances en Inteligencia Artificial, eventualmente se
conviertan en enemigos para la existencia humana. Recientemente, Stephen
Hopking, celebre físico de la Universidad de Cambridge y el director del
programa espacial Tesla, Ellon Musk, renovaron el interés sobre esta
posibilidad, descrita hace medio siglo por el novelista y científico ruso Isaac
Asimov, en sus distopías robóticas.
Básicamente, se sostiene que las inmensas posibilidades ofrecidas por las
tecnología en materia de movilizar información y objetos entre lugares distantes,
de manera sofisticada y eficiente, en algún momento excederá las posibilidades
de control por parte del humano, de un entendimiento y una capacidad de
procesar datos (en algún futuro) inferiores a los de las maquinas, poniéndonos en
una condición vulnerable ante las enormes potencias mecánicas y cognitivas de
estas últimas.
Sin embargo, pienso que otra manera de evaluar las tecnologías de vanguardia
como mal-adaptantes podría versar sobre sus grados cada vez más detallados de
sofisticación, haciéndolos cada vez más inaccesibles, difícil de ser comprendidos
y reproducidos por los diferentes colectivos humanos. Esto genera una situación
de dependencia de los países y grupos desprovistos de los conocimientos y
recurso para producir tales tecnologías, hacia aquellos grupos y compañías que
si los disponen. Cualquier cantidad de abusos pueden suscitarse (y lo han hecho)
cuando relaciones de tan franca dependencia se configuran. Y de la misma
manera, reacciones violentas de los pueblos oprimidos deben esperarse.

Sin embargo, no se habla mucho de posibles guerras por inequidad tecnológica.


Sí se habla de otras, en conexión con esta inequidad de trasfondo. Se habla, por
ejemplo, de las guerras por el agua, que consistirían en la inequidad de
disposición de tecnologías para explotar reservas acuíferas y en la eventual
dependencia de comunidades enteras frente a ciertas compañías que, bajo el
auspicio de ciertos países, controlarán el procesamiento, transporte y venta del
agua. Ante la distribución desigual de un recurso tan elemental como el agua, los
sesgos de clase y raza desaparecerán, y se polarizará el mundo entre aquellos
con sed y los tiranos que gobiernan el recurso hídrico, y las guerras envolverán
la tierra hasta llevarnos cerca de la extinción.

Quisiera señalar que todos los sistemas socio-económicos inequitativos,


imperialistas, avasallantes, que sustentan su riqueza sobre la base de la pobreza,
razón nuclear de las guerras entre las sociedades, son un artífice cultural muy
complejo, que posibilitan que el mundo funcione (de cierta forma) y se articulen
los proyectos de vida de la gente a las sociedades. Pero, por definición, tales
sistemas son “mal-adaptantes” en la medida en que traen miseria y muerte a
grandes masas de la población.

6. Pertenencia a sub-culturas
Tomando la definición de PHILLIP, para quien los límites nacionales marcan la
línea divisoria entre sub-culturas y culturas internacionales, considero que es
natural afirmar que pertenezco a culturas en todos los niveles. Sin embargo, no
sabría cómo juzgarlas sin recurrir a estereotipos vulgares de la cultura de mi país
y mi colectivo local.

Supongo que, a nivel internacional, comparto los rasgos de la llamada “cultura


occidental”: me muevo con una mentalidad mercantil que convierte cualquier
intercambio en una transacción comercial en la que busco maximizar mis
beneficios; me auto-comprendo como un individuo, un sujeto histórico, con la
capacidad de crear su propio destino a través de sus decisiones y su carácter;
tengo un trasfondo judeo-cristiano: creo que el sentido de mi vida está en
construir un sujeto valeroso entre los extremos de mi nacimiento y mi muerte.
Comparto miedos muy generalizados, como el de la destrucción de la tierra, la
escalada terrorista, la amenaza de una enfermedad crónica: le temo al SIDA y al
cáncer. Comparto una idea de amor, libertad y belleza; comparto una
valorización enorme por las verdades científicas, una pasión por lo escrito y un
sueño escondido por progresar.

A nivel nacional, participo de la construcción de una cultura de país: me siento


heredero de unos bravos libertadores: el nombre de Simón Bolívar despierta en
mí los más grandes ideales. Me siento existencialmente vinculado a esta tierra:
me siento patrono de páramos que jamás he visto y de bosques que jamás
conoceré; me indigna la especulación sobre mi tierra, que expropia de mi
(mítico) dominio las riquezas por las que lucharon mis abuelos; me siento
mestizo por el encuentro histórico de indígenas nativos, africanos esclavizados y
españoles brutales, que heredaron en mí, para bien o para mal, un vitral de genes
únicos, cargados de memorias y añoranzas de hogares lejanos y perdidos.
Comparto el gusto por la música de este país: la cumbia, el vallenato, las
guabinas, los sanjuaneros, los bambucos hierven mi sangre y movilizan mis
bailes como de forma “natural”.

Me veo y siento un sabor latino, una alegría colombiana, un empuje de país


orgulloso y una indignación por aquellos que me hacen mala fama o por aquellos
que me encajonan en estereotipos negativos. Me da rabia el difundido arquetipo
del colombiano narcotraficante pero, en el fondo, algo de esa historia, de esos
tumultuosos años 80, me recuerdan que, violenta, obscena, inmoral o
descarriada, la sociedad colombiana pisa duro en la historia del mundo. Me lo
confirmo cuando ganamos Miss Universo y cuando algún artista o deportista de
alto rendimiento figura en los titulares globales.

A nivel local, soy un miembro de una cultura caleña, que describí en forma de
verso arriba: tengo una relación y una comprensión especial con este “terruño”;
creo comprender sus dinámicas y estar integrado en las mismas. Comparto una
jerga a veces ininteligible para los foráneos. Comprendo las variaciones sutiles
del idioma, nuestros sarcasmos e ironías, nuestras interjecciones, nuestras
maneras particulares de llamarle a las cosas del mundo. Comparto gustos y
sentidos muy nuestros. Y sobre esto último, me siento aún más especial porque
heredo de mis padres gustos extraños para el caleño, más propios del costeño y
del nariñense andino: conozco el sabor del naidí “pepiao”, del “tapao” y del
ñame. Sé cómo sabe el pescado fresco y la jaiba roja, el calamar y el pulpo.
También sé dónde se compra el llapingacho en la vía a Las Lajas; cómo cruje la
piel del cuy cuando se tuesta y se deja enfriar; a qué huelen las lagunas verdes, el
monte y la sierra, cuando se mira desde sus cañones los violentos ríos y las
imponentes rocas ígneas del Galeras.

Hago parte de un encuentro de familias muy particular, deslocalizadas en Cali


por razones laborales o académicas. Con mis propios hermanos y primos más
cercanos tenemos unos códigos muy propios: unas memorias, unos sueños
compartidos, unas pautas para relacionarnos entre nosotros, que nos dicen qué
importa al momento de vivir nuestro encuentro y qué no.

7. Múltiples identidades culturales

Por supuesto, hago parte de múltiples colectivos humanos, de desarrollos


temporales mayores o menores: una familia de un número de generaciones
enigmático, pero con un entramado sólido de relaciones de apoyo emocional y
social. Diversos grupos de amigos, con diversos intereses, diferentes narraciones
de sus vidas y diferentes maneras de valorar lo que importa en este mundo, que
hacen expresar mi propia individualidad de maneras diversas y desempeñarme
con diferentes niveles de destreza en múltiples prácticas sociales.

Creo que participo de todas estas construcciones identitarias por el natural


encuentro urbano de oriones y realidades diversas. No soy consistente en todos
los casos, pero busco despeñar un rol moralmente aceptable de acuerdo a cada
escenario en que me desenvuelvo, de acuerdo a sus valores particulares.
Y, a nivel personal, reservo para mí una personalidad que valoro sobre todas,
que busco fortalecer, cultivar y, finalmente, expresar en todo contexto.
Considero que, en tal estado, habré logrado mi verdadera libertad.

8. Dificultad del relativismo cultural

Cualquier situación en que haya conflicto de intereses por un recurso compartido


genera dificultades para un ejercicio de relativismo cultural. Por ejemplo, la tala
de árboles para ganadería en manos de campesinos del Amazonas: ellos
sostendrán valores tan incuestionables para ellos, la necesidad de alimentar a su
familia y acuñar la riqueza necesaria para darles educación y vida dignas, como
para mí lo es el argumento de la preservación del Amazonas, el “pulmón del
mundo”. O bien, la descarga ilegal, penalizada, asemejada al más vulgar hurto,
de libros por internet, con los que el individuo tachado de “delincuente” busca
cultivar su espíritu y acceder a conocimientos e ideas restringidas por la
imposibilidad de comprar el texto o consultarlo en una biblioteca. Realmente,
casi que cualquier argumento, desde una comprensión endopatía de sus
formulador, es comprensible y defendible. Pero cuando hay un conflicto con los
intereses de otro colectivo cultural, o cuando confrontan tan flagrantemente sus
cánones culturales (como en el caso de la ablación clitoriana, presentada por
PHILLIP), conservar ese relativismo pareciera una traición a uno mismo.

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