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LA REVISTA BLANCA

Segunda época, número 7 / Montevideo, agosto de 2016

180 Años /
Protagonistas
EDICIÓN CONMEMORATIVA
180 Años /
Protagonistas
EDICIÓN CONMEMORATIVA

EDICIÓN ESPECIAL DE LA REVISTA BLANCA


EN LOS 180 AÑOS DEL PARTIDO NACIONAL
La Revista Blanca es una publicación del Centro de Estudios del Partido Nacional.
Consejo Directivo del Centro de Estudios: Dr. José Alem, Ec. Azucena Arbeleche,
Dr. Pablo da Silveira (Coordinador), Dr. Rodrigo Ferrés.

Equipo de producción de esta edición conmemorativa:


Entrevistas: Nicolás Martinelli, Raúl Vallarino
Fotos: David Puig
Textos: Pablo da Silveira
Diseño gráfico: Camila García
Edición: Tania Pérez
Post de fotografía: Camila García
Logística: Manuel Botana
Proyecto: BUM

© Centro de Estudios del Partido Nacional del texto, 2016


©David Puig de las fotografías, 2016

Queda hecho el depósito que ordena la ley.


Impreso en Uruguay – 2016
Imprenta: IMPRIMEX
Dirección de la imprenta: Vega Helguera 88 CP. 15500.
Barros Blancos, Canelones,Uruguay.

PRIMERA EDICIÓN DE 1.000 EJEMPLARES

Queda prohibido dentro de los límites establecido por la ley, bajo los apercibimientos legalmente previstos, la repro-
ducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, tratamiento
informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares
del copyright.

Las afirmaciones y opiniones expresadas por los entrevistados son de su exclusiva responsabilidad.
Revista Blanca, Segunda época, número 7.
PARA APROVECHARLO TODO

Junto al nombre de cada protagonista, el lector encontrará un código


QR (un pequeño cuadrado compuesto de figuras en blanco y negro). Ese código
es la llave para acceder a una versión en video de cada entrevista.
Para acceder a las filmaciones es necesario tener en su celular una apli-
cación para la lectura de códigos QR. Si usted ya tiene una, sólo tiene que usarla.
Si no la tiene, el primer paso es instalarla en su teléfono. Hay varias aplicaciones
gratuitas, a las que puede acceder utilizando el procedimiento habitual para ba-
jar aplicaciones. Se recomienda escribir “Lector QR” en la ventana de búsqueda,
o simplemente “QR”. Una vez instalada la aplicación, hace falta abrirla y seguir
el siguiente procedimiento:

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1 Buscar código QR en la página del libro.


2 Escanear código.
3 Cargando información.
4 Enlace disponible.

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PRESENTACIÓN

El Partido Nacional está conmemorando 180 años de vida. De acuerdo


con la tradición, el cómputo se lleva a partir del 10 de agosto de 1836, cuando
Manuel Oribe crea la divisa “Defensores de las Leyes”. Por cierto, nuestras raíces
son todavía más antiguas. Se remontan a la Cruzada Libertadora de Lavalleja y el
propio Oribe, en 1825, y a la adhesión de ambos a las ideas y la gesta emancipadora
artiguista, germen y motivo de nuestra nacionalidad. Pero alcanza con contar a
partir de 1836 para que el Partido Nacional quede colocado entre los dos o tres
más antiguos del mundo.

Cuando nos preparábamos para festejar estos 180 años de existencia


ininterrumpida, sentimos que debíamos homenajear a aquellas personas
que hacen que el Partido Nacional sea una fuerza política tan vital, tan llena
de energía creadora, tan protagónica en la vida política nacional. Y enseguida
supimos que los verdaderos héroes no eran las figuras más conocidas del partido,
aquellos que aparecen frecuentemente en los medios de comunicación, sino los
militantes anónimos: esa gente que lleva años sosteniendo la bandera en todos
los rincones, inclaudicables ante las dificultades y las derrotas; esos jóvenes que
recién se asoman a la vida política y ya entregan al partido mucho de su tiempo
y toda su alegría; aquellos que, siendo reconocidos en áreas muy alejadas de la
política, mantienen su adhesión y su compromiso sin pedir nada a cambio.

Quisimos homenajear a los blancos de siempre y de ahora, a los que día


a día mantienen vigoroso al partido, a aquellos sin los cuales no habría dirigentes
ni triunfos electorales. Entre todos nosotros, ellos son los más importantes.

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Y no sólo quisimos homenajearlos, sino que quisimos conocer su vida y
su entorno, darles la palabra, compartir su día a día. Por eso fuimos a buscarlos
a sus hogares o a sus lugares de trabajo. Armamos un equipo que recorrió el
país durante meses para visitarlos uno por uno, porque esa era una manera de
decirles, con actos y no con palabras, que les estamos inmensamente agradecidos
y que nos importan mucho
Como no podíamos entrevistarlos a todos, decidimos hacer tantas entrevistas
como años cumple el partido. Por eso hicimos 180. Y lo verdaderamente difícil
fue elegir. Queríamos que estuvieran todos: mujeres y hombres, jóvenes y no tan
jóvenes, los del interior y los de Montevideo, los del campo y los de la ciudad,
los que se identifican con distintos sectores dentro del partido y con diferentes
agrupaciones dentro de cada sector. Pero también sabíamos que, inevitablemente,
iban a quedar afuera muchísimos blancos que eran igualmente merecedores de
ser entrevistados.
Ese fue el único dolor que sentimos durante este trabajo, que en todo
lo demás fue enormemente dichoso: no haber podido incluir a todos aquellos
blancos que hubieran merecido estar en este volumen y no están, por lógicas
razones de extensión de la obra. Por tal motivo, quiero pedirles que, aunque no
encuentren su nombre ni su rostro en estas páginas, se sientan representados
en los que sí aparecen. Cada uno de ellos figura en nombre propio, porque lo
merece, pero también en nombre de muchos más.
Quiero agradecer muy especialmente a toda la gente que hizo posible
esta publicación. Al Centro de Estudios del Partido Nacional, que no sólo es
responsable de publicar la Revista Blanca sino que propuso la idea y se encargó
de su ejecución. A las personas que estuvieron en el terreno haciendo entrevistas:
Nicolás Martinelli, David Puig y Raúl Vallarino. A Manuel Botana, que fue el
encargado de armar la agenda y organizar el transporte y alojamiento. A la gente
que estuvo en el diseño de la revista (tanto en papel como en versión digital)
y en la edición de videos: Tania Pérez y Camila García. A todos los diputados,
senadores, intendentes y dirigentes que nos proporcionaron listas de candidatos
a ser entrevistados. A los referentes locales que recibieron a los entrevistadores,
los acompañaron y los alojaron. Y a muchos donantes que aportaron los recursos
necesarios para financiar este gran esfuerzo.

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Lo que hay a continuación son 180 historias de amor con el Partido
Nacional. Historias que hablan de tradición y de convicciones, de identidad y de
actos de elección, de viejas raíces y de llegadas recientes. Cuando uno pasa las
páginas y las lee, dos cosas llaman la atención. La primera es la enorme riqueza
humana de la que todos los días se nutre el Partido Nacional. En nuestros
militantes está reflejado, como estuvo siempre, el Uruguay entero. Sin necesidad
de decirlo, somos un partido auténticamente diverso e inclusivo. Lo segundo
es el sentimiento de unidad que surge de los testimonios. Los entrevistados se
identifican con el Partido Nacional como un todo, más allá de su elección de
sectores y agrupaciones. Cuando nombran a sus grandes referentes hablan a la
vez de Herrera y de Wilson, de Oribe y de Saravia, reuniéndolos en una única y
gran historia. El Partido Nacional es, hoy más que nunca, un partido diverso y
unido.
Pocos partidos en el mundo tienen esta capacidad de recibir tanto amor de
tanta gente diferente. Cuando entendemos este hecho en toda su dimensión, nos
damos cuenta de que tenemos 180 años a nuestras espaldas, pero muchísimos
más por delante. Nos sentimos muy orgullosos de nuestro pasado, pero estamos
proyectados hacia el futuro.

Senador Luis Alberto Heber


Presidente del Directorio del Partido Nacional

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“Un partido de todos”

María Echave
(Colonia Española, Colonia)

Vive en el campo y se dedica a producir queso. “Nací en este lugar. Hice la


escuela y el liceo acá al lado, en Nueva Helvecia. Crié a mis dos hijos donde yo
crecí. Hace 22 años que estamos acá con mi esposo. Es una vida que me encanta.
Es sacrificada, pero no la cambio por otra”.
María aprendió a producir queso con sus padres y sus abuelos. “Somos la
cuarta generación que ocupa este predio rural”. El ciclo productivo se hace com-
pleto. “Acá se siembra para las vacas, se pastorea, se ordeña y después se elabora
el queso. Nosotros elaboramos una vez al día. Juntamos la leche de la mañana
y de la tarde, y elaboramos queso semiduro. Hace años que trabajamos para los
mismos compradores. Como somos pocos y trabajamos en familia, no tenemos
la posibilidad de dedicarnos a vender. Entonces le vendemos a queseros que se
llevan todo para Montevideo”.
El trabajo duro no le impide a María asumir compromisos sociales. Lo que
más le entusiasma es el grupo de mujeres rurales al que pertenece. “Tenemos
una sede donde hay charlas sobre salud, sobre cómo cuidarse. Tenemos clases
con docentes que vienen a la sede, en lugar de que sean las mujeres rurales las
que viajen. Me parece que aporto un grano de arena ayudándolas a conocer sus
derechos y a hacerlos respetar”.
María se acercó al Partido Nacional hace pocos años. Fue a través de la ac-
tual alcaldesa de Nueva Helvecia, María de Lima. “A ella le gusta lo mismo que a
mí: el trabajo social, andar con la gente, trabajar mucho con la mujer. Cuando era
más joven no me interesaba mucho la política, pero empecé a trabajar con María,
entré en contacto con otras personas y me gustó la visión”.
A sus 39 años, María siente que encontró su espacio para crecer
como ciudadana. Lo único que lamenta es no tener más tiempo para mili-
tar, porque “el trabajo de campo es complicado y no puede esperar”. Aun así,
en la última campaña electoral repartió listas y puso su casa para organizar
reuniones políticas. “El Partido Nacional le da mucha importancia a la gen-
te del medio rural. Es un partido de todos. Está donde los otros no están”.

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“El verdadero blanco
va de frente”
Hugo Portillo
(Rafael Peraza, San José)

“Yo soy mecánico. Viene un cliente y me dice que el auto no le anda. Mi


trabajo es escuchar lo que dice el cliente, ver por qué el auto no anda y hacerlo
andar. El trabajo de los políticos es escuchar y tratar de solucionar los proble-
mas del país y de la gente. Tienen que recorrer, escuchar, estar. Los militantes
podemos ayudar poniendo en contacto a los dirigentes con la gente. Pero al final
son ellos”.
Para Hugo, los problemas de la gente son lo primero. Los políticos tienen
que buscar soluciones inmediatas cuando no se puede esperar, pero sobre todo
tienen que generar cambios para que la gente pueda encontrar sus propias solu-
ciones. “Ningún partido puede conseguirle un trabajo a cada uno que lo necesita.
Lo que tiene que generar son fuentes de trabajo. Y hay que capacitar a la gurisada
para que pueda aprovechar oportunidades como las que hay en el campo. Hoy te
subís a una máquina y está todo computadorizado y con GPS. Hay que enseñarles
a manejar esos instrumentos para que no se tengan que ir. Las computadoras ya
no están sólo en las oficinas”.
Hugo tiene 45 años y hace tanto mecánica de autos como de maquinaria
rural. Por eso está en contacto con mucha gente. Para él, la gestión del Partido
Nacional en San José es un ejemplo de buen gobierno. “Acá durante mucho tiem-
po sólo había caminos de barro. La gente dejaba el campo porque no se podía en-
trar ni salir. Los gobiernos blancos cambiaron todo, tanto en la ciudad como en el
campo. Por eso hace tantos años que el Partido Nacional gobierna y tiene tantos
votos. Gente que vota a otros partidos en lo nacional, en lo departamental vota
al Partido Nacional. Los gobiernos blancos atienden las necesidades de todos, sin
preguntar de qué partido son”.
Hugo se hizo militante a los 15 años. Le gustan los valores del Partido
Nacional y el estilo de su gente. “El verdadero blanco va de frente”. No siempre
ha estado de acuerdo con todo, pero valora mucho la unidad entre los blancos.
“Una de las cosas que me convenció de la nueva era de Lacalle Pou es que jamás
lo sentí criticar a otro. El que critica, a mí me pierde”.

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“Sé lo que es venir de abajo”

Derby Falcón
(Villa del Cerro, Montevideo)

Le gusta presentarse con sus dos apellidos: Derby Falcón Maneiro. Eso le da
la oportunidad de recordar que su familia materna estuvo entre las primeras que
se instalaron en la zona del Cerro, para trabajar como empleados de la industria
frigorífica que empezaba a desarrollarse. Así fueron en el origen y así siguen hasta
hoy: siempre trabajadores, siempre blancos, siempre en el Cerro.
La primera vez que se eligieron ediles locales mediante voto popular, Derby
fue elegida para integrar el CCZ 17. Fue la candidata que tuvo más votos en todo
el Departamento de Montevideo. Luego de esa primera experiencia, lleva dos
períodos como edila departamental suplente.
Trabaja cotidianamente en una zona en la que hay más de 70 asentamien-
tos, y eso despierta su rebeldía. “Me crié en un barrio popular, de gente traba-
jadora, que se ha ido empobreciendo. Hoy hay mucha miseria. La gente se instala
en los asentamientos y pasa el tiempo sin que haya mejoras. Están los abuelos, los
hijos y los nietos. Van a hablarles mucho, todo el tiempo, pero se hace muy poco
para cambiar las cosas”.
Para buscar respuestas a esa realidad, Derby eligió trabajar en la Comisión
de Asentamientos de la Junta Departamental de Montevideo. “Sé lo que es venir
de abajo”, dice. Y eso la empuja a buscar soluciones sin perder tiempo.
Derby está en política desde los 17 años. Y desde entonces no ha bajado los
brazos. “La política es el medio que elegí en mi vida para poder hacer algo por los
demás”. Desde hace años milita en la Lista 250 del Partido Nacional.
Con una larga experiencia de trabajo en el terreno, Derby les pide a los
jóvenes que se involucren en la política, en las organizaciones barriales y en los
sindicatos. Y le pide al partido al que pertenece “que sea un partido cada vez más
cerca de la gente”.

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“Quiero ser gobernada
por blancos”
María Jesús Mosegui
(Progreso, Canelones)

Vive en Progreso, con su abuela y dos hermanos. Estudia Derecho en la Uni-


versidad de la República. Todos los días viaja a la capital para ir a clase. Su padre
es carnicero y vende leña. Otro hermano vive en Colonia.
Fue a la escuela pública y creció jugando en la calle. “Tengo 22 años pero
tuve una infancia muy diferente a la de ahora. Estaría bueno ver más niños jugan-
do en la calle, con menos tecnología y una vida más sana y segura. La tecnología
trajo muchas soluciones: yo puedo hablar todos los días con mi abuela que vive
en España. Pero en otros sentidos afecta el desarrollo de los niños. Se comunican
menos y no saben entretenerse”.
Su madre murió cuando ella tenía siete años. Su padre, rodeado del resto
de la familia, se hizo cargo de los hijos. “Me acuerdo de ayudar a mi padre a
vaciar zorras que llegaban a casa. Nos subíamos a la zorra, bajábamos la leña, la
ordenábamos y la vendíamos al kilo. También desde muy joven trabajé en la car-
nicería. Papá nos dejaba hacerlo para que aprendiéramos. Todo eso me enseñó
a no decirle que no a nada que tenga que ver con trabajo y con el progreso de la
familia”.
Tiene novio y sueña con “una vida tranquila y feliz. Me gustaría criar a mis
hijos como me criaron a mí”. Pero también tiene un sueño más político: “Quiero
ser gobernada por blancos, desde ahora hasta que cierre los ojos un día”. A María
Jesús le gusta mirar cómo gobierna el Partido Nacional en muchos departamen-
tos del interior. “Son mejores. Se ve en la limpieza, en el orden en la gestión, en
la sensibilidad, en la servicialidad. Se ve en la manera en que actúa un alcalde
municipal”.
María Jesús se define como “una apasionada del Partido Nacional”. A los
diez años repartía listas en las puertas de los locales de votación. Cuando tuvo
edad, presentó una lista en las elecciones de jóvenes del partido. Le fue bien y
ya nunca dejó de ser candidata. En las últimas elecciones departamentales fue
electa concejal. “Me emociona despertarme y pensar que tengo una reunión con
vecinos, y que ahí voy a estar representando a mi partido. Me lo digo sin sober-
bia. Soy una militante más”.
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“Cuando veo una bandera blanca,
quedo emocionado”
Lucio García
(Cebollatí, Rocha)

“Vivo en el campo, me dedico a tareas rurales”, dice Lucio. Y eso define lo


que fue toda su vida. “Es una tarea sacrificada. Hay que ser una persona muy
fuerte para esto. Hay momentos muy duros en el campo. Hay que aguantar el
tiempo y el trabajo. Hay que ser muy aguantador para llegar a la edad que yo
llegué y no aflojarle al campo”. Todo eso lo dice sin ningún tono de queja, como
describiendo.
“Me crié en campaña, en un pedacito de campo de 14 hectáreas en la
costa de estero. Éramos 14 hermanos. Había que trabajar mucho para alimentar
a 14 hijos con 14 hectáreas. Mi padre pasaba con el arado en la tierra todo el día.
Había que plantar de todo, había que cortar maíz para darle a un chancho que
estaba encerrado, había que buscar cualquier medio de vida porque la cosa era
muy ajustada. Casi no había tiempo para jugar. Fui a la Escuela 56 hasta los 12
años. Después no quise ir más”.
Lo que aprendió de niño fue lo que aplicó en su trabajo como peón rural.
“Mi padre era un hombre de campo, muy pialador. De él aprendí el trabajo y el
respeto. En todos los lados donde he estado me han valorado por eso, por cumplir
y hacer las cosas”. En eso de ganarse la vida, también hubo algún tropiezo. En la
zona le dicen “Guascadura” porque una vez vendió unas riendas de guasca sin sobar
que lastimaron al que las compró. “En esa época yo no sabía echarle la piedra
alumbre, que es lo que ablanda el cuero”, dice riéndose.
El padre de Lucio era colorado y la madre, blanca. “Un día mi padre nos
juntó y nos preguntó quién estaba con él y quién estaba con ella. Ahí le dije que
yo iba a ser blanco como mi madre. Y fui y me senté al lado de ella”.
Lucio siempre votó al Partido Nacional, pero empezó a militar en 2004. Ha
sido delegado de mesa y repartidor de listas a caballo. “Eso sí, el reparto mío
era muy demorado porque entraba a todas las casas y conversaba. Nunca tuve un
problema con nadie”. En estos años algún amigo le propuso cambiar de partido,
pero él se negó. “Cuando veo una bandera blanca, quedo emocionado. Y cuando
escucho hablar a un caudillo blanco, igual. Mi caudillo es Larrañaga”

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“Cuando fui a charlar,
me abrieron las puertas”
Juan Sebastián Rodríguez
(Colonia del Sacramento/ Montevideo)

Se autodefine como un “trabajador de la cultura” y como un “observador


apasionado de lo político y de lo social”. Es actor, dramaturgo, director, docente y
productor de televisión. Defiende al teatro independiente y lucha contra el olvido
de las grandes figuras que construyeron nuestra identidad cultural.
Su actividad artística lo ha llevado a vivir en Buenos Aires y a recorrer el
mundo. Pero sigue fiel a sus orígenes y cada vez que puede apoya la actividad
cultural que se desarrolla en el interior del país. Le gusta repetir una frase de
Federico García Lorca: “El pueblo que no fomenta su cultura, si no está muerto
está moribundo”.
Juanse critica a los que ven a la cultura como una fuente de gastos. “La
cultura bien manejada es una de las mayores industrias. Sin ella no existiría la
calle Corrientes, ni Broadway, ni la Quinta Avenida. No es sólo el teatro lleno, sino
el restaurante de al lado, el taxista, el equipo técnico del teatro, la maquilladora.
Son muchas fuentes de trabajo”. Por no darnos cuenta de eso, Uruguay sigue en
falta con la cultura: “No hay una ley que proteja a los artistas en ningún sentido,
no hay una jubilación”.
Juanse se siente unido al Partido Nacional por lazos de afecto con mucha
gente y porque es un partido “en el que se puede dialogar”. Su llegada se produjo
hace algunos años: “Me fui acercando porque sí y cuando fui a charlar me abrie-
ron las puertas. No me preguntaron qué votaba. Les plantee muchísimas cosas
y me escucharon. Critiqué mucho y me aceptaron las críticas desde un lugar de
respeto absoluto. En otros ambientes, cuando tirás cosas a nadie le importa, no
hay respuesta, caen en un vacío”. En el Partido Nacional “se mira hacia atrás con
respeto” pero sobre todo “se mira hacia adelante” porque hay “proyección y
voluntad de gobernar”.
Su compañía teatral se llama Trinidad Guevara. “Fue la primera actriz que
tuvo el Río de la Plata. Y era del Partido Nacional”.

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“Vestidos blancos y moñas
celestes en las trenzas”
Aurora Saroba
(Pocitos, Montevideo)

Se presenta a sí misma como profesora de educación física, pero es mucho


más que eso. A lo largo de su vida profesional, Aurora fue inspectora nacional de
Educación Física, secretaria de la Organización Nacional del Fútbol Infantil (ONFI)
y directora de programas de deportes especiales en ANEP.
Hace 26 años que está al frente de la filial uruguaya de Olimpíadas Especia-
les, una organización internacional dedicada a apoyar a los deportistas con capaci-
dades diferentes. “Hace veinte o treinta años, a mucha gente le daba vergüenza
decir o mostrar que tenían un familiar con alguna discapacidad intelectual. Hoy
ellos pasaron a ser héroes por medio del deporte. En Uruguay tenemos 9.000
atletas vinculados en todos los departamentos y permanentemente participamos
en competencias internacionales”. Por esta tarea, en 2013 Aurora fue declarada
Ciudadana Ilustre de Montevideo.
Aurora se siente blanca “desde que tengo uso de razón”. El amor al partido
se lo inculcó su abuela, Juana Techera, una gran blanca cuyos hermanos habían
peleado con Saravia. “Cuando éramos niños, quizás no esperábamos tanto la
llegada de los Reyes Magos como la llegada de los líderes del Partido Nacional,
como Luis Alberto de Herrera y más tarde Wilson Ferreira Aldunate. A nosotras
nos vestían para esas ocasiones. Nos ponían vestidos blancos y moñas celestes en
las trenzas. Era una fiesta”.
Eso era en Pueblo Garzón, en el Departamento de Maldonado, y más tarde
en Rocha. Cuando Aurora se fue a Montevideo para estudiar educación física,
“inmediatamente me uní a la Juventud del Partido Nacional”.
Para Aurora, las ideas que defiende el Partido Nacional no se encuentran en
ningún otro. “Por mi trabajo he tenido la oportunidad de estar en conexión con
los diferentes partidos, con las personas que militan en los diferentes partidos, y
si bien encontré muy buenas personas y trabajo bien con todos, sigo pensando
que lo mejor que tengo por delante está en mi Partido Nacional”.

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“La política me ayudó”

Gonzalo Daniel Rivero


(Paysandú, Paysandú)

Lo suyo son los motores. Trabaja como camionero y su hobby son las carre-
ras de autos. Ha ganado varios trofeos en competiciones locales.
Tiene 23 años y vive con su familia. En total son cinco hermanos. Mientras
Gonzalo habla, lo acompañan su madre Lilí y su hermana Fernanda, una dulzura
con Síndrome de Down.
Gonzalo nació en el campo. “Para ir a la escuela teníamos que hacer cinco
kilómetros a caballo hasta la parada, y ahí esperar el ómnibus. A la vuelta de la
escuela ayudaba a mi padre a alambrar. Hacía pozos, clavaba estacas, ponía hilos
y arranques. También lo ayudaba a criar chanchos”.
Cuando se fueron a Paysandú hubo que adaptarse. “Ni mi padre ni yo
conocíamos la ciudad. Cuando nos instalamos en este barrio, la nuestra era la
tercera casa que se hacía. Ahora parece una ciudad”.
Gonzalo quiere seguir creciendo como creció su barrio. Sueña con formar
una familia tan unida como la que tiene y “tener mi propio camión, para trabajar
para mí”. La vida del camionero es dura y arriesgada. “Hay que cuidarse del sue-
ño, y aunque no tengas sueño, el que viene enfrente puede venir con más horas
que vos y se puede dormir. Pero es algo que hago con gusto”.
El interés por la política se le despertó cuando llegaron a Paysandú. Lo invi-
taron a integrarse a un grupo de jóvenes y él aceptó. Su idea era ayudar al país,
pero ahora se da cuenta de que también se ayudó a sí mismo. “Yo era un gurí cerrado,
tímido, que no tenía mucho vocabulario para hablar con personas mayores. La
política me ayudó”.
Para Gonzalo y su familia, el tema de la discapacidad importa mucho.
Sienten que falta apoyo y que alguna gente discrimina. Pero también dicen que
los uruguayos son solidarios. “Cuando pasan cosas como la de Dolores, la gente
es la primera en dar respuesta, después viene el gobierno”.
En su actividad como militante, a Gonzalo le gusta recorrer los pueblos para
hablar con la gente del interior, como él. “Me gusta hacerlo y el partido nos da
herramientas”.

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“Sueño con mujeres inteligentes
en el gobierno”
Renée Villanueva
(Tarariras, Colonia)

Nació en un paraje rural y vivió hasta los quince “en un ranchito cerca del
río San Juan”. La familia se mudó para que ella pudiera cumplir el sueño de ser
maestra. “En aquella época los padres no dejaban que la nena se fuera sola al
pueblo”. Al entrar al liceo se encontró “con muchachos de doce años que venían
de la escuela urbana y tenían muchos conocimientos. Al principio me sentí medio
perdida. Me mandaron una redacción en Idioma Español y la hice con mi lenguaje
rural. La profesora, que aún vive, dijo que mi redacción estaba muy bien. Tenía
mucha psicología. Ahí empecé a tomar fuerzas”.
Renée terminó el liceo, hizo magisterio y enseguida se puso a trabajar.
Tenía una razón poderosa: a los 16 años se había enamorado. Él tenía 23.
“Tuvimos que esperar ocho años, porque él era obrero de Vialidad y ganaba muy
poquito. Entonces yo me propuse recibirme para que nos pudiéramos casar”.
Al mismo tiempo se casó e inició su vida como maestra. “Trabajé desde
los 23 hasta los 55 años en la escuela pública. El primer año tenía que viajar 120
kilómetros todos los días, hasta Palmira. Después estuve dos años en una escuela
rural. Me tenía que quedar a dormir en medio de un monte. Al principio tenía
miedo, después ya no supe lo que era eso. Las que no me dejaban dormir eran las
comadrejas en el techo. Después me pude trasladar. Nos extrañábamos horrible
con mi esposo”.
Para Renée, el trabajo de maestro sólo da resultado si hay un gran com-
promiso personal. “Primero tenés que conocerlos y quererlos, darles calor, para
después empezar con el aprendizaje”.
Hoy, a los 81 años, está jubilada, tiene cuatro hijos y seis nietos. Hace ocho
años que enviudó. Desde hace dos décadas trabaja en una biblioteca infantil don-
de lee cuentos. “Todavía me gusta trabajar con los niños”.
Cuando Renée era niña, veía colgadas en una pared las armas que su abuelo
había usado en 1904. “Ser blanco es luchar por la democracia, por la libertad en
todos los ámbitos”. Quiere ver ganar a los blancos. “Sueño con mujeres inteligen-
tes en el gobierno”.

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“Todo va a seguir cambiando”

Federico Scuoteguazza
(Carrasco, Montevideo)

Tiene 24 años y estudia ingeniería informática. Con un compañero de es-


tudios fundó una pequeña empresa para producir aplicaciones móviles y páginas
web. Hace poco que empezaron, pero ya tienen varios clientes en Uruguay y en
Estados Unidos. “Estamos buscando expandir el horizonte”, dice Federico. Y se
nota que pertenece a una generación acostumbrada a vivir en un mundo globali-
zado.
Viene de un hogar políticamente diverso. “En mi familia tenemos todas las
corrientes políticas. Mi padre es colorado, mi madre es blanca, mi abuelo paterno
era socialista, mi abuela paterna era colorada, los padres de mi madre eran blan-
cos. Yo entré a la política ya grande, con opinión formada. Me acerqué a la opción
con la que me sentía más identificado”.
Eso pasó cuando tenía 21 años. “Un día un amigo me dijo que tenía una
reunión con unos jóvenes de una lista y me propuso que fuéramos. Eran jóvenes
que apoyaban a Lacalle Pou, que en ese momento no era tan conocido. Recién
era precandidato y todavía no tenía mucho porcentaje. El asunto es que caí en la
reunión, empecé a conocer a la gente y quedé muy contento con lo que encontré.
Y acá estoy, cada vez más adentro”.
Federico se siente feliz con el camino recorrido. “Creo que no le erré ni un
poquito. Lo mejor que nos puede pasar es que al país le vaya bien, y el Partido
Nacional es la mejor opción para lograrlo. Ser blanco es poner al país primero y
luchar para mejorarlo”.
Con un pie en la tecnología y otro en la política, Federico cree que los
jóvenes tienen un papel fundamental en el cambio de las maneras de hacer
política. “Todo se ve afectado por las nuevas tecnologías y la política no se quedó
atrás. La cercanía que hoy se tiene con los candidatos, el diálogo en las redes so-
ciales, la velocidad con la que recibís las noticias… todo es totalmente diferente a
lo que era hace diez años. En el futuro todo va a seguir cambiando y nosotros no
podemos quedarnos atrás”.

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“Vamos por buen camino”

Elena Bentancur
(Parque Posadas, Montevideo)

Es salteña de origen, pero lleva muchos años viviendo en la capital. De joven


quería ser maestra. Aquella era una época de oro de nuestra enseñanza, de modo
que pudo aprender de grandes figuras de la docencia nacional.
La vida no le permitió terminar Magisterio, pero esos años de formación la
marcaron para siempre. Desde entonces se dedicó a trabajar con niños en situación
de vulnerabilidad.
Vivió 35 años en la zona de la Gruta de Lourdes, mientras trabajaba en
el Cottolengo Don Orione. Allí, peleando en el terreno, se formó como traba-
jadora social, especialmente en el contacto con niños con discapacidades. Todo
lo que aprendió “trabajando con los curas” lo devolvió más tarde ayudando a la
población que vivía en los asentamientos de la zona. Para ella, los más débiles
fueron siempre una prioridad.
Elena ya no sabe en qué fecha empezó a militar en el Partido Nacional. Cal-
cula que fue hace 25 o 30 años. Lo que recuerda perfectamente es que se sintió
atraída por el trabajo barrial. Con los años llegó a ser electa concejala en la zona
del Parque Posadas, donde vive hasta hoy.
Para Elena, el barrio es el primer lugar donde construimos comunidad. Y es
desde allí que empezamos a transformar la sociedad. Las grandes causas se em-
piezan a ganar o a perder en los pequeños ámbitos de convivencia. Los vínculos
que tejemos con los que tenemos más cerca terminan por definir quiénes somos
y cómo vivimos. Por eso ha dedicado su vida a la acción a nivel local.
A sus 76 años, Elena tiene una mirada cargada de optimismo. “Creo que
vamos por buen camino. Cuando una anda por la calle siente que hay respeto por
el Partido Nacional. Aun los que no te abrazan ni te besan, lo respetan”. Para ella,
el retorno al gobierno está cada día más cerca.
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“Un país de cambios”

Ariel Giorgi
(Barra de Carrasco, Canelones)

Fue bancario durante 36 años, pero su faceta más conocida es la de perio-


dista deportivo. Empezó en la prensa escrita y luego pasó a la radio y la televisión.
El diario Acción y las radios Sarandí y Oriental son algunos de los medios en los
que trabajó. “En nuestro país, el fútbol es el deporte que acapara la atención. Yo
tuve la dicha de haber seguido varias disciplinas deportivas, incluyendo cosas
como relatar carreras de Fórmula 1 en Europa cuando no existía la televisación
en directo para Uruguay. En aquella época los televisores eran en blanco y negro,
así que el color lo tenía que poner uno con el relato”.
Hoy, a los 66 años de edad, Ariel repasa sus grandes motivos de orgullo:
sus 40 años de matrimonio, su hijo, sus dos nietos. También algunos mojones de
su vida profesional, como haber trabajado con Carlos Solé, haber sido pionero
en relatar el Rally XIX Capitales o haber sido dos veces presidente del Círculo de
Periodistas Deportivos del Uruguay.
Las múltiples actividades de Ariel no le impidieron estar atento a la políti-
ca. “A mí la política siempre me apasionó. La miraba de lejos, porque no tenía
tiempo, pero siempre estaba informado. A mi generación le tocó vivir una políti-
ca cambiante, marcada por los enfrentamientos. No sólo en Uruguay sino en el
mundo. Acá teníamos una democracia que se veía afectada por todo eso, y en-
cima vino ese convidado de piedra que fue la confrontación armada. La guerrilla
surge cuando el Partido Nacional estaba gobernando, y el Partido Nacional es el
que toma una actitud más coherente: enfrentarlo desde la legalidad. Es en ese
contexto que surge la figura de Wilson. Pero al final pasó lo que pasó y el Uruguay
se quedó sin tener a Wilson como presidente. No pudo serlo antes de la dictadura
y no pudo serlo después, porque se lo impidió el Pacto del Club Naval”.
Para Ariel, hay que hacer esfuerzos por vincular ese pasado con el futuro.
“Lo que Wilson proponía era un país de cambios. Y esa es la bandera que ten-
emos que poner en manos de los jóvenes. Un país que cambia en democracia y
en libertad, porque el Partido Nacional es el partido de las instituciones”.

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“Una vocación de servicio
que se vuelca en militancia”
Julio César Debia
(San José de Mayo, San José)

La vida de Julio se parece a la de muchos uruguayos activos y dinámicos.


Hizo la formación preescolar en su San José natal y la escuela en Montevideo.
Cursó hasta cuarto año de liceo en un colegio católico de su ciudad. Hizo atletismo
(cien metros llanos y salto largo), aprendió informática y se capacitó en locución
y periodismo. Hoy trabaja en la intendencia de San José, tiene un programa de
radio y es muy activo en el mundo de las ONGs. Hace poco hizo una exposición
de cuadros.
Julio es ciego. La formación preescolar la hizo en la Asociación San Vicente
de Paul de San José, a la que recuerda con cariño: “hacía manualidades, partici-
paba de actividades y, cuando llegaba la Navidad, integraba el pesebre viviente”.
Cursó primaria en la Escuela 198 para discapacitados visuales. “Es una escue-
la con internado donde se aprende en sistema Braille. Hay talleres de cestería,
cerámica, educación física y manualidades”. Cuando empezó secundaria, “era la
única persona ciega que iba al liceo”. Los cursos de informática lo capacitaron
para manejar sistemas operativos hablados.
Su programa de radio toca muchos temas, pero da especial importancia
a la discapacidad. Su actividad social lo ha llevado a ser vicepresidente de la
Asociación Civil Bastón Blanco. La exposición que hizo recientemente muestra
cuadros basados en Braille, relieves y texturas. “En la mayoría de las muestras se
dice ´no tocar´. Acá justamente hay que cerrar los ojos y palpar”.
A los 15 años, Julio se unió al Partido Nacional. “Es un partido con una
historia muy rica y muy buena, que ha transformado al país. Estoy en el Partido
Nacional para trabajar los temas y los problemas de la gente. Es una vocación de
servicio que se vuelca en militancia política”. En la última campaña electoral fue
el presentador en los actos del actual intendente José Luis Falero.
Julio sabe muchas cosas sobre la vida. “Uno percibe con el resto de los sen-
tidos, pero lo más importante es mirar con el corazón. A veces sería bueno que
los que pueden ver apliquen mejor los demás sentidos”.

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“El partido de la verdad”

María Rosa Palma


(Artigas, Artigas)

La de María Rosa es una vida de frontera. “Nacida y criada” en Artigas, hizo


escuela y liceo en la capital departamental. Ahora trabaja como vendedora en
una casa de electrodomésticos. Pero tiene amigos “de los dos lados” y cruza la
línea todo el tiempo: “te vas a Quaraí y seguís sintiéndote un poco en tu país”.
Ese es su mundo, y por eso conoce sus problemas. “El comercio del lado
uruguayo está sufriendo. En Quaraí, con dos mil pesos haces un surtido completo.
De este lado apenas te da para cuatro cosas”.
A María Rosa le molesta que el gobierno nacional haga tan poco por me-
jorar la situación. “El Partido Nacional es el que hace propuestas. Ha planteado
ideas para una política de frontera que vaya más allá del precio del combustible,
que es algo que ayuda pero no alcanza. Ha hecho planteos para recuperar la Ruta
30, que es un desastre. Andar por la Ruta 30 es como ir a la luna. Pero el gobierno
nacional no concreta. Hacen promesas que no cumplen. Artigas está olvidado,
siempre es lo último”.
A María Rosa le gusta trabajar, pero quisiera vivir en un país donde el es-
fuerzo personal sea más respetado. “Hay personas que hacen horas extras para
llevarse un peso más a la casa, y cuando se dan cuenta no les rinde porque se lo
sacaron con impuestos”.
Justamente porque hay tanto para mejorar, María Rosa dedica tiempo y
energía a la militancia. “Hacer algo por el país no es sólo poner el voto en la urna.
Es aportar algo, es traer más gente a la política”. Ella valora especialmente los en-
cuentros de jóvenes que organiza el Partido Nacional: “se plantean problemas, se
discuten soluciones, se preparan propuestas para llevar a los legisladores. Inter-
cambias ideas con jóvenes de otros lugares y compartís momentos especiales”. A
María Rosa le gustaría invitar a esos encuentros a mucha gente de su edad ajena
al partido, “para que vean el espacio de participación que tenemos”.
Para María Rosa, el Partido Nacional es “el partido de la verdad”. A diferen-
cia de otros, puede mostrarse como realmente es porque “el partido cree en la
gente”.

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“Brindar a los demás
lo que una siente”
Juana Teperino
(Chuy, Rocha)

Nació en Montevideo pero vive en Rocha. Su padre era colorado, pero ella
es blanca entusiasta y militante. Tiene 58 años, está casada, tiene tres hijos y tres
nietos. Su familia es su principal motivo de satisfacción.
Pero Juana tiene otros motivos para sentirse legítimamente orgullosa. Des-
de hace años es un puntal de la solidaridad social en la zona del Chuy. La comisión
que preside atiende a varias decenas de niños, organiza bailes para adolescentes
y los impulsa a participar en actividades deportivas. También distribuye ropa y
alimentos, y organiza festejos en fechas especiales como Navidad, el Día del Niño
y el Día de la Madre. “Aquí hay mucha exclusión social y muchos niños sin com-
pañía”, dice. Hoy cuentan con financiamiento de la Intendencia de Rocha, gracias
a un proyecto que ganaron. “Estamos intentando tener un salón; justo ahora es-
tamos terminando de construirlo”.
En paralelo con su tarea social, Juana despliega una intensa actividad políti-
ca. Milita en la Lista 2014 de Alianza Nacional, que impulsó la candidatura del edil
José Luis Molina a la Intendencia de Rocha. “Es una agrupación muy linda. Hay
mucho compañerismo y todos tratamos de trabajar por la gente”. Actualmente es
edil departamental suplente.
Juana no mezcla su trabajo social con su militancia partidaria, pero sabe
que ambas se unen en un punto. Para ella, “lo más lindo que hay es poder brindar
a los demás lo que una siente”.
A Juana le preocupan los problemas sociales y cree que el Partido Nacional
es el instrumento para dar una respuesta adecuada desde lo político. “El Partido
Nacional tiene ideas y tiene gente muy capaz. Pero no es solo eso. Es también la
manera de trabajar, con respeto y en diálogo con la gente. Nuestros dirigentes
recorren, escuchan, comparten vivencias. Y eso es muy importante para todos”.

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“Una herramienta para tratar
de ser mejor”
Luis Marcelo Valle
(Malvín Norte, Montevideo)

Mecánico de profesión, Luis dedica las horas que el taller le deja libres a
estar con su hijo y a militar en el Partido Nacional. Se vinculó en el año 2008, a
partir de un contacto por Internet. “Tenía la iniciativa de empezar a militar y no
sabía dónde. Hasta ese momento no tenía partido. Ahí me contacté con gente de
la Lista 404, que recién estaba empezando. Hacía apenas unos 20 días que estaba
en formación. Me gustó lo que encontré y empecé a militar con ellos. Me definí
ese mismo año. Compartíamos las mismas ideas y siempre me sentí muy a gusto,
en aquella época cuando éramos poquitos y ahora que somos bastantes”.
Para Luis, el desafío que hay por delante es seguir creciendo. Por eso le
gusta participar en la tarea de acercar gente nueva. Es un trabajo constante y caso
a caso, pero no le parece difícil porque “el Partido Nacional es el único que tiene
iniciativa”.
Para las personas con las que Marcelo charla en Malvín Norte, dos preocu-
paciones prioritarias son la inseguridad y los problemas generados por la mala
gestión de Montevideo, como la basura, la falta de iluminación y el mal estado
de las calles. También la marcha de la economía, que cada vez inquieta más a la
gente. Todos esos problemas exigen soluciones que hoy no se están dando. Eso
lo interpela como vecino y como ciudadano: las cosas no pueden seguir así. Por
eso siente que no hay que quedarse quieto ni desentenderse de los problemas
comunes.
Para Marcelo, la militancia en el Partido Nacional es un camino para me-
jorar al país, pero además es un camino de superación personal. “Es una buena
herramienta para tratar de ser mejor”. Pensar en los demás es la mejor manera
de encontrarse con lo mejor que cada uno tiene.

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“El que peleó contra la dictadura
fue el Partido Nacional”
Ángel Daniel Más
(Durazno, Durazno)

Es barrendero municipal en la ciudad de Durazno. Y lo hace a conciencia.


“Donde yo he estado trabajando, el vecino está conforme. Mucha gente me dice
que sabe que yo pasé porque la calle y las veredas están limpitas”.
Nació en el barrio La Bolsa de Gatos. Eran once hermanos. Su padre era
albañil. Él llegó a primero de liceo, pero no terminó. “Empecé a hacer changas.
Después me fui de equipier al Club Sportivo Yí. Ahí me pusieron el apodo ‘Pros-
pitti’, por un jugador de Nacional de la época”.
En 1995 le propusieron armar una murga de niños. “Faltaban veinte días
para carnaval. Junté a quince gurises y empezamos. El intendente Apolo nos re-
galó veinte bucitos blancos y la modista Silvia Agüero de Arias armó los trajes con
cosas viejas. Cuando llegó el concurso, los botijas sólo habían aprendido la pre-
sentación y la retirada. Entonces subí al escenario y dije que el cupletista estaba
enfermo y por eso no íbamos a hacer el cuplé. Pasamos y en la segunda vuelta
hicimos el repertorio completo. Sacamos un premio estímulo de mil pesos”
Así nació la murga infantil Los Parditos. “De eso hace 21 años. Ahora vamos
al Teatro de Verano. Además hacemos mucha obra social. El Día de Reyes y el Día
del Niño regalamos juguetes. El Día del Abuelo vamos a hogares de ancianos de
todo el país. El Día de la Madre hacemos regalos a las madres. Trabajamos con el
Club de Leones y el Rotary. Conseguimos lentes, sillas de ruedas, plata para tras-
plantes. Nosotros no lucramos. Muchas veces he gastado de lo mío para pagar
cuentas de la murga. Lo único que recibimos es el cariño y el respeto del pueblo”.
En plena dictadura se vinculó al Partido Nacional. Se venían las elecciones
internas y él empezó a militar en las listas wilsonistas de Durazno. “De esa época
nos conocemos con Benjamín Irazábal. Hacíamos movilizaciones y yo siempre
estaba al frente. Me llevaron detenido muchas veces. Cuando Wilson llegó a
Argentina me sacaron la cédula para que no pudiera viajar. Pero le pedí la cédula
a mi hermano y me fui. Ahora dicen mucha cosa, pero el que acá peleó contra la
dictadura fue el Partido Nacional”.

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“Siempre te van a respetar”

Eloisa Priliac
(Chuy, Rocha)

Su padre es frentista y su madre es blanca. Sus abuelos también estaban


divididos y eran figuras conocidas en Rocha. Ella se declaró “fanática del Partido
Nacional desde chiquita’’. Cuenta divertida que su padre hizo algunos intentos
para atraerla: “me pedía que lo ayudara a doblar listas o cosas así. Pero yo desde
muy chica le hice saber que era blanca. Sabemos separar las cosas. Aunque a
veces, sobre todo en campaña electoral, hay algún cumpleaños que termina en
discusión. Todo con calma, porque somos familia”.
Eloísa se siente blanca desde siempre, pero sólo ahora, a los 23 años, puede
explicar por qué. “No me atrae el Partido Nacional por su historia. Me atrae por
lo que está pasando ahora, por sus candidatos, por sus ideas. Es el partido que
expresa mis valores, como el respeto hacia los demás y el amor a nuestro país. Sé
que la historia es importante pero me pesan más otras cosas. Por ejemplo, saber
que en el Partido Nacional todos tienen un lugar. Nadie se siente dejado de lado
porque siempre te van a respetar”.
Eloísa creció en la Barra del Chuy, muy cerca de Brasil y lejos de Montevi-
deo. Ahora se divide entre su pago y la capital, porque estudia Medicina en la
Universidad de la República. “La principal diferencia entre los dos lugares es lo
que te dura el día. En Montevideo vas a la Facultad a mediodía, tienes un rato
de clase y vuelves, y ya es de noche. Las distancias son largas y los ómnibus de-
moran cantidad. Acá puedes hacer muchas más cosas durante el día porque las
distancias son más cortas. Quieres ir a casa de una amiga y son tres cuadras. En
Montevideo tienes que cambiar de barrio como tres veces por día”. Hoy sueña
con recibirse y volver al Chuy para ejercer como médica.
Eloisa disfruta de la actividad militante. “Me gusta estar con la gente, hacer
las barriadas, conseguir que te abran la puerta y te dejen entrar, entregar una lista
o contar algún proyecto. Yo trabajo en Rocha para José Carlos Cardozo y tenemos
la suerte de que el candidato siempre nos acompaña. Después almorzamos todos
juntos en el comité y de tarde a otro barrio”.

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“Esto es una militante
del Partido Nacional”
Teresa Berriel
(Puntas de Manga, Montevideo)

Se define como una típica taurina: “luchadora, perseverante, capaz de


darse la cabeza contra la pared”. Tiene 48 años, es madre de dos hijos y se dedica
al comercio. “Vendo lo que haya que vender: ropa, cosméticos, bijouterie”.
Nació en Montevideo y lleva a sus espaldas una dura historia. De niña veía
poco a su madre, porque trabajaba todo el día como doméstica. Su padre era
alcohólico y violento. “Crecí viendo cosas que no quería ver”.
A los seis años se fue a vivir a Pando con su madre. “Hice la escuela en
Nuestra Señora del Huerto y luego fui al Liceo Brause”. Cuando estaba en tercero
volvieron a Montevideo para cuidar a una abuela que vivía en Manga. “Ahí dejé
de estudiar y me puse a trabajar en un almacén al por mayor. Como soy bajita,
tenía que ponerme unos tacos muy altos para que me vieran atrás del mostrador.
Así aprendí a vender”.
Hace cinco años, uno de sus hijos tuvo problemas de drogas. “Tenía 23 años,
su novia, su trabajo, su moto, y se equivocó. Cometió un delito y lo está pagando.
Ahora rezo para que vuelva con nosotros y todo quede atrás. El dolor es fuerte,
pero él está poniendo todo: terminó el liceo, trabaja, hace gimnasia, no consume
porque no quiere, porque ahí adentro hay de todo. Ahora tenemos que apoyarlo.
Todos nos equivocamos. Sólo espero que este país le dé una oportunidad”.
La historia que le tocó vivir no afectó su capacidad de dar y recibir amor.
“La familia es lo primordial. Mis hijos son mi vida, la razón para levantarme cada
día. Mi papá vive conmigo. Tiene bastantes nanas y me lo traje hace un año. Y
mi madre es mi motor. A los 77 años me llama todas las mañanas para decirme:
¡Arriba m’hija!”.
Aunque en su casa eran colorados, algunos amigos la acercaron al Partido
Nacional. Se encontró con gente que “hacía obra social, que peleaba por la mujer,
que quiere solucionarle un tema o llevarle una palabra a muchas personas. Hace
15 años que milito con los blancos. Esto es una militante del Partido Nacional.
Con sus alegrías y tristezas, con sus virtudes y defectos. Una persona que vive
cosas que también vive mucha otra gente”.

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“Saravista y blanco a rajatabla”

Elio Cruz y Loreley Suárez


(Artigas, Artigas)

Él fue maestro rural durante más de 30 años. “Pasé por varias escuelas y
distintos lugares. Empecé en Florida, estuve en Salto, donde cada día hacía veinte
kilómetros en bicicleta para dar clase. En 31 años de maestro, sólo falté 8 días por
enfermedad. El educador tiene que ser educador en el barro, con frío, con calor.
Tengo varios ex-alumnos profesionales”.
Ella es modista y también lleva toda una vida trabajando. “Alguna vez pensé
en cambiar de profesión pero siempre volví a esto. Se ve que la costura es mi
don”. Robándole horas al tiempo que pasa detrás de la máquina de coser, hoy
está haciendo un curso de administración de empresas.
Elio es blanco. Loreley es colorada. Hace 35 años que están juntos, “como
novios, como amigos, como compañeros en todas las luchas”. Tienen 3 hijos: Juan
Antonio, Jesús Miguel y Rodolfo. Los tres son blancos. “No logré tener ningún
colorado”, dice Loreley a las risas. “Como somos familia, yo los acompaño a mu-
chas reuniones y muchos actos. Hemos ido varias veces a Masoller”.
Elio cuenta orgulloso que desciende de esclavos y de indios. “Somos de una
familia muy humilde, de la Cuarta Sección del Departamento. Cuando se vinieron
para la ciudad de Artigas, en 1958, sólo trajeron un ranchito de tablas. Pero todos
pudimos estudiar. Por eso, cuando ahora dicen que no pueden estudiar porque
falta esto o aquello, yo digo que no hay vergüenza. Con la pobreza lo justifican
todo. Pero se puede ser pobre y honrado, y querer trabajar para mejorar”.
Elio dirige una aparcería que se llama “Lanceros de Aparicio”. Se define a
sí mismo como “saravista incondicional y blanco a rajatabla”. Cuenta que una
maestra colorada lo presionó para que cambiara y lo hizo más blanco todavía. Su
poema preferido es “Orejano”, de Serafín J. García.
Loreley lo acompaña en sus actividades tradicionalistas. A veces discuten
sobre historia partidaria y ninguno afloja. Pero, cuando se organizan reuniones
del Partido Nacional, Loreley cocina para todos. Las compras las hacen juntos
cada mañana.

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“Estamos más vivos que nunca”

Santiago y Milagros Campomar


(Ciudad de la Costa, Canelones)

Santiago tiene 49 años, hace 25 que está casado con Virginia y tiene dos
hijos. Milagros tiene 22 y es la mayor. Estudia la carrera de Contador Público en la
Universidad de Montevideo y trabaja en un estudio contable.
Santiago fue al colegio Maturana y después al Juan XXIII. “Conservo amigos
desde que tengo uso de razón. Los amigos y la familia son la base de la conviven-
cia”. Milagros fue al Woodlands y después al Juan XXIII.
Los Campomar son católicos practicantes. Santiago y su esposa participan
de un grupo de matrimonios que se reúnen en la parroquia. “Hemos tratado de
educar a nuestros hijos sobre la base de esos valores y practicarlos día a día”. Mi-
lagros empezó a hacer tareas de voluntariado con los salesianos. Cuando terminó
Bachillerato siguió yendo a Los Tréboles, un centro que hace actividades educa-
tivas y recreativas.
Santiago pertenece a una generación golpeada por el acontecer político.
“Nos tocó vivir el fin de la democracia, toda la dictadura y luego la apertura. A los
17 o 18 años viví la salida de la dictadura. Fue una efervescencia hermosa. Con
Virginia estábamos en el Juan y ya éramos novios. Empezamos a militar en ACF y
después en el Movimiento de Rocha. Me acuerdo que un día llevamos al ‘Panza’
Zumarán al Centro de Exalumnos. Lo hicimos medio a escondidas y el cura casi
nos mata. Era una época brava. Salíamos a repartir volantes y más de una vez
terminamos en una comisaría”.
Santiago creció en un hogar mixto: su padre era colorado y su madre blan-
ca. Milagros nació en un hogar cien por ciento blanco, “con pegotines en el auto y
banderas en la casa cada vez que había elecciones”. Cuando llegó a la adolescen-
cia, “en un momento me puse antipolítica”. Pero la cosa no duró. “En las últimas
elecciones internas papá organizó una reunión en una casa con Luis Lacalle. Yo
me resistía a ir, pero él insistió. Al final fui y me copó la propuesta. Voté en las
internas, que era algo que no tenía pensado, y poco después estaba militando”.
Padre e hija comparten un mismo entusiasmo. “Nos dieron mil veces por
muertos y estamos más vivos que nunca”.

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“El trabajo no mata a nadie”

Ramón Britos
(Barros Blancos, Canelones)

Nació hace 58 años en el poblado de El Sauce, en el Departamento de


Lavalleja. “Mi familia era pobre. Demasiado pobre. Nos criamos con mi madre
porque mi padre se fue. Mi único juguete era un aro hecho con una llanta de
bicicleta. Mi abuelo me había hecho el gancho con un pedazo de alambre. Ahí me
entraba la rueda y yo corría atrás de ella”.
Ramón creció junto a tres hermanas, la más chica con síndrome de Down.
“Era muy complicado en lo económico. Pero tuve una madre muy buena y compren-
siva, y unos abuelos que ayudaban mucho”.
Cuando cumplió seis años se mudaron a José Pedro Varela. Ahí hizo hasta
cuarto de escuela. “Después pedí para salir a trabajar, porque mi madre no daba
abasto. Empecé de peón de la construcción, con casi nueve años. Después hice
mandados para una fábrica de arroz, hasta que murió mi abuela y nos fuimos a
Montevideo. Vivíamos en Propios e Instrucciones. Extrañé mucho cuando llegué.
En José Pedro Varela había mucha libertad. Trabajaba cuando tenía que trabajar,
pero después podía salir a pescar o a cazar. En Montevideo no podía. Después,
una tía nos dio una casa acá en Barros Blancos”.
Ramón recuerda que su madre siempre le dio mucha libertad, pero tam-
bién le exigía. Y repite riéndose una frase suya: “Si un día un milico llega a la
puerta de mi casa, te desarmo a palos”. Esa frase de otra época lo marcó: “Para
poder salir y llevarme bien con mi madre, trataba de caminar derecho. Nunca
tuve problemas y eso se lo transmití a mis hijos. Tengo seis grandes y dos chicos.
Ninguno pisó una comisaría”.
Ramón hizo de todo en la vida. Fue soldado, chacrero, capataz de un horno
de ladrillos. Hoy, ya abuelo, trabaja como feriante. “El trabajo no mata a nadie. Es
lindo ganar con el sudor lo que uno tiene, aunque sea poco”.
Hace 18 años, un día que Luis Lacalle pasó por Barros Blancos, sintió ganas
de hacer política. “La primera vez que vino a mi casa no tenía ni sillas. Se sentó
en un banquito y tomamos mate. Me pareció una linda persona. Ahí empecé,
trabajando para que fuera diputado”. Hoy Ramón es concejal en Barros Blancos.
“Es difícil, pero es lindo trabajar para la gente”.
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“Las computadoras llegaron a
las escuelas con el Partido Nacional”
Mauro Paulo
(Artigas, Artigas)

Su padre y su madre eran colorados. El único blanco en la familia era un


abuelo herrerista. “El día que Wilson volvió del exilio, en casa estaban todos mi-
rando la televisión. Yo no caminaba y estaba entre las piernas de mi padre. Justo
cuando mostraban la llegada del barco, di mis primeros pasos y empecé a cami-
nar derecho a la tele. Mi abuelo miró a mi padre y le dijo: ‘Perdiste, este es mío´.
Desde ahí empecé a acompañar a mi abuelo a los actos y caravanas. Cuando tenía
17 años hubo campaña electoral y ya no tenía a mi abuelo. Entonces decidí seguir
haciendo de adulto aquello que hacía con él”.
Mauro tiene 33 años, es electricista y árbitro de fútbol infantil. Es soltero
y vive con su madre y una hermana. Con mucho humor, dice que se hizo árbitro
porque era un futbolista fracasado. “Yo era de esos que, cuando empiezan a
elegir para el cuadro, capaz que no era el último pero era el anteúltimo”. Tan
malo no sería, porque jugó en la divisional de ascenso de Artigas y en juveniles.
Después, “el fútbol se me fue”. Mauro estudió, hizo periodismo radial, trabajó en
el municipio. “Un día escuché en la radio que iban a abrir una escuela de árbitros.
Empecé por curiosidad, para conocer mejor las reglas. Ahora, el día que no hay
fútbol no sé qué hacer adentro de mi casa porque extraño la cancha”.
Mauro tiene muchos sueños: formar una familia, desarrollarse como elec-
tricista, llegar a arbitrar una final de fútbol del interior. Pero además sueña con
ver gobernar de nuevo al Partido Nacional. “El Partido Nacional es el que más
dice la verdad. Los que ahora gobiernan dijeron que no iban a subir los impuestos
y lo están haciendo. En las últimas elecciones al partido le costó porque nuestro
políticos son muy sinceros, no le mintieron a la gente. En muchos casos se está
contando una historia que no es verdad. Por ejemplo, se habla mucho de las
computadoras en las escuelas, pero no se dice que las computadoras llegaron a
las escuelas con el Partido Nacional”.

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“Leyendo la historia,
es muy difícil no ser blanco”
Ana Santos
(Pocitos, Montevideo)

Se define como una blanca de toda la vida, y tiene un buen argumento:


nació un 10 de agosto, “el mismo día que Oribe creó la divisa Defensores de las
Leyes”. Desde entonces no ha parado de militar: “vengo de un hogar herrerista y
me recuerdo militando la vida entera”.
Su padre fue diputado por Lavalleja y ella pasó la infancia acompañándolo a
actos, reuniones y audiciones radiales. “Ya en mi juventud, me atrajo la figura de
Wilson. Así que tengo parte de tradición y parte de convicción. Y una mezcla de
las dos grandes corrientes del partido dentro mío”. Entre los recuerdos que ate-
sora, está el de ir a la barra del Senado a escuchar las interpelaciones de Wilson.
Ana fue funcionaria del Banco de Previsión Social y ahora, ya retirada, se
sigue interesando en el tema: fue candidata a representante de los pasivos en el
Directorio del BPS. Pero sus intereses y preocupaciones son más amplios. En las
últimas elecciones departamentales fue electa Concejal en el Municipio CH de la
capital. “Es una tarea muy linda trabajar en un barrio. En mi actividad como Con-
cejal me estoy involucrando en las comisiones que más me interesan, que son la
Mesa de Políticas Sociales y la Comisión de Defensa del Patrimonio de Pocitos.
Me gusta el trabajo con la comunidad y me interesa mucho la descentralización”.
Ana es una mujer de acción y de emoción: “la militancia conlleva muchos
desvelos y muchas renuncias, pero se lucha por un ideal, por algo en lo que uno
cree, y eso es más fuerte que uno. Es algo muy hermoso”.
También es una persona interesada en la historia de su partido: “Tenemos
la dicha de pertenecer a uno de los partidos más viejos que existen. Leyendo la
historia uno ve lo que ha sido el partido en este país. Ya sea con Leandro Gómez
defendiendo la soberanía; ya sea Saravia, que permitió el voto para todos; ya sea
la acción de gobierno de Manuel Oribe; ya sean figuras posteriores como Fernán-
dez Crespo, Barrios Amorín… Leyendo la historia, ¡es muy difícil no ser blanco!”.

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“Una mujer rural”

Judith Barboza
(Ciudad del Plata, San José)

“Soy tejedora desde que nací. Me crié entre lanas junto a mi madre, que
era una mujer rural de la Quinta Sección del Departamento. Soy la más chica de
cinco hermanos. No teníamos luz, íbamos a la escuela rural y había que hacer 15
kilómetros para llegar a la ciudad. Éramos muy humildes, pero felices y unidos”.
Hasta los 28 años vivió en el campo. “Fui una mujer rural, ordeñando vacas
y trabajando junto con mi padre. Cortaba maíz o lavaba zanahorias en el arroyo
para llevar al mercado. Hace treinta años que me vine a la ciudad, junto con mi
esposo y mi hija Noelia. Tengo 57 años. Llevamos 34 de casados”.
Judith no se olvida de las mujeres como ella: “Admiro el sacrificio que se
hacía antes y que se sigue haciendo. La mujer rural es mamá, ama de casa, com-
pañera de trabajo en el campo, participa en todo”. Ella misma es un ejemplo
de lo que dice. Cuando todavía vivían en campaña, tres veces por semana tenía
que ir a Montevideo para llevar a su hija, que nació con capacidades diferentes.
“Hacíamos tres kilómetros a caballo para llegar a un camino de balastro. Después
otros siete hasta la Ruta 1. Ahí, en el kilómetro 85, tomábamos el ómnibus. Nunca
había ido a Montevideo, así que tuve que hacerme de coraje”. Noelia murió hace
más de veinte años. Judith y su esposo también tuvieron un hijo varón, Roger,
que tiene 28.
Judith vive ahora en Ciudad del Plata, pero no abandonó el tejido. Trabajó
12 años en Manos del Uruguay. “Hoy tengo un pequeño taller. Soy la referente
de un grupo de nueve mujeres. Trabajamos juntas desde hace muchísimos años.
Tejemos a mano y a máquina, hacemos crochet. Entre todas nos complementa-
mos. Yo tejo con ellas, pero además hago los contactos con los talleres para los
que trabajamos. Es una responsabilidad muy grande asumir determinada entrega
y después cumplir”.
Ella es la única de los cinco hermanos que hizo política. “Con mi marido
empezamos a militar en la Juventud y después seguimos en el Partido Nacional
hasta hoy”. Lo que la atrajo fue la figura de Wilson. “Escuchar a Wilson era algo
muy lindo. Te emocionaba, te llegaba muy hondo. Eso fue cuando era joven. Hoy
en día, mi referente es Luis Lacalle Pou”.
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“Un partido de hombres libres”

Deomar “Perucho” Guedes


(La Unión, Montevideo)

Nació en Rivera en un hogar muy pobre. “No voy a decir que pasábamos
hambre, pero muchas veces nos faltó un pan. Yo tuve que salir a trabajar a los
siete u ocho años: hacía mandados para la policía. Les llevaba un termo de café o
las polainas, que todavía usaban, a todas las garitas. Ellos me daban esas changas
porque un día llevé a la comisaría un billete de cincuenta pesos que había encon-
trado en la calle. Por honesto me premiaron así”.
En esa época también juntaba leña y vendía maníes en el liceo. “Mi madre
era muy pobre y muy honesta. Teníamos que explicar de dónde había salido todo
lo que llevábamos a casa. Nos controlaba mucho para que no se nos ocurriera
robar. Por eso nosotros nunca ensuciamos nuestro nombre. Somos de tener poco
pero bien habido. Nunca pisé una cárcel”.
A sus 73 años, Deomar todavía recuerda con gratitud a quienes lo ayudaron
en aquella época dura. Entre ellos reserva un lugar especial al diputado Mario
Heber, “que me ayudó mucho, igual que a mucha gente”.
A los 11 años se fue a vivir a Montevideo, “medio escapado”. Llegó en Onda
y las primeras noches durmió en la Plaza Cagancha. Hizo de todo para ganarse
la vida: lavó taxis, trabajó en un restaurante y en una empresa naviera. Al final
terminó embarcado: “Estuve 12 años en un barco finlandés. Di la vuelta al mundo
como tres o cuatro veces”. Cuando volvió puso un negocio de reparación de cale-
fones que funcionó durante 25 años. “Me adapté a todas las circunstancias de la
vida”.
Cantor y recitador, a Deomar le gusta “ser libre, campechano y frontal”.
Siempre fue hospitalario y de dar consejos. “Hay gente que necesita un plato de
comida y otra que necesita una tunda de palabras”.
Para Deomar “el Partido Nacional es como la familia. Mi bisabuelo Guedes
Mena fue comandante de campo del general Aparicio Saravia. Era tenaz. Se
sacaba las balas con un pedazo de alambre al rojo vivo, así cicatrizaba y seguía”.
Militante del Espacio 40, se siente blanco por sus raíces pero sobre todo por sus
ideas: “El Partido Nacional es un partido de hombres libres y abierto a todos. Así
debe ser. La política se hace de tú a tú, hablando entre todos”.
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“Un partido unido y con ganas
de ganar las elecciones”
Mario Henderson
(Pueblo Gallinal, Paysandú)

“En el primer gobierno departamental de Jorge Larrañaga fui presidente de


la Junta Local, que conseguimos que se fundara. Y en el período pasado fui edil
en la Junta Departamental. Fue una experiencia muy linda. Tratamos de hacer lo
máximo que se podía”.
Mario tiene 66 años, es productor rural y lleva una vida en la zona. Nació y
creció en campaña. Para cursar primaria iba a caballo con sus hermanos hasta la
escuela de Tres Bocas. “No teníamos luz eléctrica, ni teléfono, ni ómnibus. Había
que hacer quince kilómetros a caballo para llegar a una central telefónica. A veces
llegabas y el viento había tirado un alambre, así que no había teléfono y te tenías
que volver. Había remedios caseros, pero nos enfermábamos menos. La relación
con los vecinos era más familiar. Ahora tenemos todo a la mano: luz eléctrica,
agua corriente, ómnibus. Pero la vida ha cambiado mucho”.
También la zona se ha modificado. “Antes acá era todo ganadería, pero
ahora ha pasado a segundo plano. Hay citrus, producción de miel, forestación
que da mucho trabajo, no sólo por la madera sino por el mantenimiento de las
máquinas”.
Con tres hijos y seis nietos, Mario se ha pasado la vida “produciendo para
el país”. También haciendo política. “Tenía un bisabuelo que era tremendamente
blanco. Calculo que me dejó la genética. Hasta hoy se me eriza la piel cuando se
nombra al Partido Nacional”. Votó a los blancos desde que tuvo edad para hac-
erlo, conoció a Wilson, militó por el No en el plebiscito de 1980 y por las listas
opositoras a la dictadura en las elecciones internas de 1982.
El Partido Nacional “es el partido que más defendió el campo, que defendió
la vida sencilla. Es uno de los más viejos del mundo, con grandes caudillos como
Aparicio, Leandro Gómez o Wilson. Los blancos nos sentimos orgullosos de esa
historia. Pero, además, cada vez que gobernamos se vivió mejor”.
Mario ve a “un partido unido y con ganas de ganar las próximas elecciones”.
Le gusta ver que en el departamento “hay renovación y gente nueva que se va
ganando su espacio”. Por eso tiene mucha confianza en lo que se viene.

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“La opción válida”

Teresita Meléndrez
(Santa Catalina, Soriano)

Su padre nunca fue a la escuela. Ella se recibió de maestra. Trabajó más de


una década en la escuela rural de Perseverano. “Me quedaba toda la semana.
No tenía agua ni luz eléctrica. Muchas veces tuve que caminar siete kilómetros
en el barro con botas de goma. Vendíamos tortas fritas para solventar los gastos.
Fueron los años más felices de mi vida”.
Tras trabajar otros 25 años en la escuela de Santa Catalina, Teresita se ju-
biló. Pero sigue sintiéndose maestra hasta hoy. “El maestro enseña en la clase,
pero más enseña con su ejemplo de vida. Más en un pueblo chico donde todos
nos conocemos”.
Hoy vuelca toda su energía al trabajo comunitario. Integra varias comi-
siones y está embarcada en una iniciativa para fortalecer a Santa Catalina como
pueblo turístico. “Con un grupo de mujeres ganamos un proyecto del Ministerio
de Turismo. También conseguimos dinero de la Intendencia para refaccionar la
vieja estación de AFE y transformarla en un centro social”.
Para Teresita, ese compromiso con la comunidad es diferente de la política
pero es parte de su condición de blanca. “En la tradición blanca está eso de com-
partir con el más débil, como hizo Saravia defendiendo a los gauchos. Está eso
de tratar de mejorar el destino de cada pueblo, de cada lugar. Por eso hay tantos
blancos trabajando en la sociedad y por la sociedad”.
Su primer recuerdo político se remonta a las elecciones de 1958. “Mi padre
me llevaba a los cabildos abiertos vestida de celeste con una cinta blanca, y me
subía al estrado para que le diera un beso a Echegoyen o a Nardone”. Cuando
Teresita creció, empezó a leer “sobre Oribe, sobre Leandro Gómez, sobre Saravia,
sobre Herrera. Al principio era blanca sin entender. Pero cuando pude compren-
der lo que era la política confirmé que la opción válida que el país tiene para
progresar es el Partido Nacional”.
Teresita tuvo dos grandes amores en su vida: “mi esposo y el Partido Na-
cional. Hoy me queda el partido“. Vive su blanquismo con orgullo. Se declara
“besozzista” y sólo lamenta “que no hayamos podido disfrutar lo que hubiera sido
un gobierno de Wilson”.
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“Los valores y el respeto”

Rita Villas Boas


(La Paz, Canelones)

Nació en Dolores, en el Departamento de Soriano. Hizo primaria en una


escuela rural a la que recuerda con cariño. A los 12 años se fue a trabajar “de
niñera con cama” a Montevideo. Fue una separación que dolió mucho. En Do-
lores habían quedado “mis padres y quince hermanos. Siempre que podía iba
en la Onda. Ahora mis padres fallecieron, pero con mis hermanos seguimos muy
unidos”.
A los 16 años se casó y tuvo tres hijos “uno atrás del otro”. Pero su marido
murió en un accidente de tránsito. Con poco más de 20 años, Rita quedó viuda y
al frente de una familia. Para llevar el pan a la mesa trabajó en una fábrica y cuidó
enfermos.
Quince años más tarde, otro accidente de tránsito volvió a cambiarle la
vida. Una mañana, camino a la fábrica, el ómnibus en el que viajaba chocó. Rita
aceptó salir de testigo y terminó casada con el chofer. Llevan casi veinte años.
Hoy trabaja en una bodega y vive en La Paz, en un terreno que compró
con sacrificio. “Lo compré grande para poder construir para los chiquilines en el
fondo. Hoy los tengo a los tres alrededor, como la gallina con los pollitos”.
Rita se identifica desde siempre con el Partido Nacional. “En mi familia
siempre fuimos blancos. Mi madre, que trabajaba en el molino de Dolores, siem-
pre fue muy del partido. Cuando Lacalle Herrera fue presidente, colgó una foto
de él con la banda presidencial. La gente que llegaba a casa le preguntaba qué
era eso. Ella les decía: ‘esa foto es del presidente y no se toca’. Si a alguien no le
gustaba, que no fuera. Pero la foto no se sacaba”.
Hace unos treinta años Rita empezó a militar. “Hicimos un grupo precioso
acá en la zona de La Paz y Las Piedras. Me encantan los valores y el respeto que
hay. Cuando fue lo del tornado, avisé en el Partido Nacional que me iba para allá
y enseguida se organizaron”.
Para Rita, el Partido Nacional tiene cosas que no tiene otro partido. Y recu-
erda “cuando llevamos los restos de Timoteo Aparicio desde La Paz hasta Florida.
Fueron tres días con mucha gente. Había diputados a caballo. Íbamos parando en
todos lados. Me quedaron amistades de aquellos días”.
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“Trabajar para la gente
y con la gente”
Celio Silva
(Capurro, San José)

Se llama Celio en honor a Celio Taveira filho, un brasileño que jugó en Na-
cional de Montevideo y era el ídolo de su padre. Tiene 46 años y vive con su fa-
milia en el pueblo Mevir de Capurro, a treinta kilómetros de la ciudad de San José.
Es padre de cuatro hijos. El más chico tiene nueve años. “Soy muy familiero”.
Nació en Pueblo Nuevo, a dos kilómetros de donde vive hoy. Eran siete
hermanos que incluían dos pares de mellizos. Celio es uno de ellos. Su padre era
empleado rural: trabajaba en las chacras de la zona. Su madre era ama de casa.
Fue una infancia dura y peleada. “A veces, lo único que teníamos para comer
era boñato sancochado. Mi vieja hacía un budín de pan en una asadera y cortaba
con cuidado para que los nueve comiéramos igual”. Más allá de la escasez y de las
dificultades, Celio se siente orgulloso de la educación que le dieron sus padres. Le
transmitieron valores que practica hasta hoy.
Con sólo ocho años empezó a trabajar en las quintas de la zona. “Trabajaba
de mañana y de tarde iba a la escuela”. En esas condiciones hizo hasta sexto año.
Después dejó de estudiar. Trabajó mucho tiempo en una estación de servicio.
Ahora es empleado municipal.
El primer recuerdo que tiene Celio de su trabajo con la gente se remonta a
cuando tenía seis años. “A una familia vecina se le incendió la casa y se quedaron
sin nada. Se hizo un beneficio y yo salí a vender ravioles casa por casa. Ahí arran-
qué”.
Celio concibe su trabajo político como una prolongación de aquel gesto.
“No quiero una acción política que sea cada cinco años. Me gusta estar siempre
en contacto con la gente, darle una mano al vecino, buscar soluciones. Y cuando
conseguimos hacer cosas, como las plazas que hemos hecho, que el vecino las
cuide porque las siente suyas. Eso es lo que me dio el Partido Nacional: la posibi-
lidad de estar trabajando para la gente y con la gente. Yo trabajo con el vecino. El
Partido Nacional me abrió las puertas para hacer muchas cosas que no hubiera
podido hacer solo. Y cuando golpeás esas puertas, hay gente buena que está”.

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“Un partido que siempre se
interesó en el interior”
María Noel “Perla” Corbo
(San Luis al Medio, Rocha)

Se llama María Noel pero le dicen Perla. Tiene una hermana gemela y seis
hermanos más (una fallecida). Sus dos abuelos pelearon con Saravia. Al abuelo
Floro le mataron el caballo en plena batalla. Ella es soltera, tiene una hija de 32
años y un nieto de 12 que se llama Aparicio.
María Noel vive a dos kilómetros de San Luis, pero nació en pleno campo,
cerca de Isla Negra. El paraje era tan apartado que no había escuela cerca. Su
padre contrató una maestra para que se fuera al campo y les enseñara a los hijos.
“La escuela a la que yo fui era en mi casa”.
Siempre le gustó la vida de campo. “Es una vida tranquila, de trabajo. Hay
relaciones muy lindas con los vecinos, nos conocemos todos por el nombre. So-
mos muy solidarios. Cada uno sabe hasta lo que come el otro”. Últimamente, esa
vida calma se ha visto sacudida por la inseguridad. “Acá sobre la Ruta 19 hay 14
casas. De esas han robado en 12, alguna hasta en tres oportunidades. Roban de
todo y en especial armas, que es lo más temible”.
María Noel espera ansiosa el triunfo del Partido Nacional, porque la experi-
encia le dice que sabe gobernar. Ella recuerda lo que pasó cada vez que ganaron
los blancos: “En 1958, este pueblo no tenía nada. No teníamos luz, no teníamos
agua, no teníamos el puente sobre el río San Luis, no teníamos la Ruta 19. Llegó
el Partido Nacional al gobierno e hizo todo. El pueblo se transformó. Hizo la casa
del médico, la policlínica, todo lo que tenemos hoy. Después, cuando el gobierno
de Lacalle, se hizo el dique que ronda el pueblo, que desde que se hizo no se a-
negó más. También se hizo el salón comunal, la cancha de paddle, el preescolar.
El Partido Nacional siempre se interesó por el interior. A los blancos nos interesa
la Patria, seamos o no seamos gobierno”.
María Noel milita en la Lista 2014 de Alianza Nacional. “Me gustan las ideas
del senador Larrañaga, como lo de construir 500 escuelas de tiempo completo o
crear una Guardia Republicana. Son buenas ideas. Me gustaría que fuera presi-
dente”.

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“Hay gente muy capacitada”

Francisco Ocampo
(Mercedes, Soriano)

Se casó a los 21, y en los años siguientes llegaron siete hijos. “El mayor tiene
61 y fue edil del Partido Nacional. El menor tiene 49. Todos seguiditos. Fue una
lucha criarlos, mandarlos a la escuela, darles lo que necesitaban para estudiar.
Hoy son todos gente de familia. Tenemos nietos y bisnietos. Con la patrona segui-
mos juntos hasta hoy. Ella tiene 79 y yo 82. Somos una familia realizada, estamos
cumplidos. No tenemos plata pero tenemos salud”.
Francisco nació en un hogar de obreros y tuvo que ponerse a trabajar en
cuanto terminó la escuela. “Desde entonces mi vida ha sido eso”. De joven jugó
al fútbol e hizo trabajo duro. “En aquella época era la albañilería y las barracas.
En Mercedes había siete barracas, cada una con su muelle, donde entraban los
barcos a cargar todo el cereal que se recogía”. Más tarde entró al Correo, donde
estuvo treinta años. De ahí pasó a Hidrografía. “Estuve cinco años recorriendo el
río, poniendo boyas hasta que me jubilé”
Cuando tenía 17 años se vinculó al Partido Nacional. “Recién había sacado
la credencial y me metí. Cuando venía don Luis Alberto de Herrera y hablaba con
esa voz medio recortada, me convencía de que era una persona excelente que
había que seguir. Ahí fue que arrancamos y ya no lo cambió nadie”.
A esta altura, Francisco lleva muchas campañas electorales encima. “El
político que más seguí fue Francisco Mario Ubillos. Con él recorrí mucho arriba de
un camión. Elección tras elección, recorríamos todo el departamento, localidad
por localidad. Así seguí haciéndolo con otras figuras. En los años más recientes,
con Guillermo Besozzi y Agustín Bascou nos metíamos en los ranchos más po-
bres”.
Francisco está convencido de que el Partido Nacional va a ganar las próxi-
mas elecciones y que eso va a ser bueno para el país. “Hay gente muy capacitada.
Lacalle Pou, con toda la vitalidad y toda la inteligencia que tiene. Y acá tenemos a
Besozzi, que es excelente. Tenemos grandes valores”.

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“Queremos cambiar el país”

Leidy González
(Montevideo/Treinta y Tres)

“Cuando tenía ocho años, con mi papá salíamos a hacer campaña política.
Pasábamos todo el día con el parlante en una Fiat Fiorino que teníamos. Yo era
la encargada de repartir los volantes. ¡Hacíamos todo eso en nuestro pueblo,
Rincón, que tiene 800 habitantes!”.
Desde aquel tiempo hasta hoy, Leidy no ha dejado de trabajar para el Par-
tido Nacional. Ahora tiene 26 años, está casada con un artiguense, tiene una hija
de tres años y está viviendo en Montevideo. “Hice el liceo en Vergara y después
me vine para la capital a estudiar. Hace casi diez años que estoy acá”. Hace un
tiempo también se vino su hermana. Las dos siguen yendo con frecuencia a
Rincón y sus padres también vienen a verlas. “Sin el apoyo de ellos, no podría
haber hecho lo que hice”.
Leidy estudió periodismo, y ha hecho radio y producción de televisión. Tam-
bién trabajó en el Parlamento, en la secretaría del diputado Mario Silvera. “Ahí
adentro aprendí muchísimo.” Últimamente ha estado dedicada a su hija, pero
le gustaría volver a la actividad. Fiel a su vocación, se mantiene muy informada
y tiene opinión sobre los problemas que afectan al país. Para ella, los dos más
graves son la educación y la seguridad. “En un pueblo de 800 habitantes ya no se
duerme con la puerta abierta”.
Cuando llegan las campañas electorales, Leidy se va a militar al Departa-
mento de Treinta y Tres. “Cuando me necesitan, me voy. A mí me gusta mucho el
contacto con la gente, intercambiar opiniones, tratar de entender lo que quiere el
otro. Me gusta andar”. En la última campaña apoyó la candidatura de Lacalle Pou.
Como ocurría cuando tenía ocho años, Leidy se siente orgullosa de su con-
dición de blanca. “El Partido Nacional es un partido honesto y de gente capaz, con
candidatos jóvenes, con ideas frescas. Es un partido que está unido y renovado.
Queremos cambiar el país”.

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“Gente de todos los lugares
y todos los ambientes”
Marta Medina
(Colón, Montevideo)

Nació, fue a la escuela y sigue viviendo hasta hoy en el Complejo América,


en la zona de Colón. De niña jugaba con sus amigas en el gran patio central. “Ya
queda poca gente de cuando yo era chica”, dice con algo de nostalgia.
Ahora tiene 28 años, está casada y tiene un hijo del corazón. Al mismo
tiempo se mantiene muy cerca de sus padres y de su hermano de 12 años. “En
realidad fue adoptado por mis padres, pero para mí es un hermano. Yo era hija
única y su llegada me cambió la vida”.
Marta trabaja en una empresa de seguridad y siente que ese es uno de los
grandes problemas de la sociedad montevideana. “Se han perdido valores, se ha
perdido el respeto. Por eso ya no se puede vivir como antes”. También le preo-
cupa el estado de la educación. Estudiar es el camino que tienen los jóvenes para
salir adelante, pero ahora las cosas no están funcionando.
Tal vez por herencia de su madre, a Marta le gusta el trabajo comunitario.
En los tiempos previos a la crisis de 2002 abrieron un merendero donde alimen-
taban a 50 niños. “Con mi madre íbamos temprano a comprar el pan y la leche.
Era lindo verles la cara de alegría, con la panza llena en pleno invierno”. Cuando
el merendero cerró, un puñado de niños siguió yendo todos los días a comer en
casa de su madre.
La sensibilidad social y la diversidad interna son dos de las cosas que más
le gustan del Partido Nacional. “Veo al partido involucrado en las causas sociales.
Me gusta lo que se hace y me siento cómoda. En el partido hay todo tipo de
gente, de todos los lugares y de todos los ambientes. Es un partido abierto”.
Sus padres siempre fueron blancos, pero ella empezó a militar cuando cono-
ció a la hoy diputada Gloria Rodríguez. En la última campaña hizo trabajo barrial.
“Es importante acercarse a la gente, escucharla, conversar. Está bien hacerlo en
campaña, pero hay que hacerlo todo el tiempo. Hay que estar presente los cinco
años y no sólo cuando se acercan las elecciones”.
Marta milita en el Movimiento “Viva Aparicio Saravia”, fundado por
afrodescendientes.

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“Personas que pueden sacar
el país adelante”
Axel Bevans
(Lomas de Solymar, Canelones)

Tiene 19 años. Va al gimnasio, le gusta pasar tiempo con sus amigos y,


aunque no es muy lector, alguna vez se ha dejado atrapar por un libro. De chico
vivió en el Cerrito de la Victoria. En tercero de escuela se mudó a Ciudad de la
Costa, donde vive hasta hoy. Pero Axel se desplaza todos los días hasta Montevi-
deo para ir a la Facultad. Está en segundo año de Arquitectura, así que le quedan
muchos viajes por delante.
Muy temprano se interesó en la política. “Cuando estaba en liceo había
una materia que se llamaba Educación Social y Cívica. Me llamó mucho la aten-
ción cómo se dividían los poderes y cómo era el funcionamiento del gobierno.
Después llegaba a casa y veía el informativo. Trataba de entender los problemas
que había, como la inseguridad, y quería ir a algún lugar donde se escuchara mi
opinión y yo pudiera ayudar a los demás”.
Lo que le atrajo del Partido Nacional es el trabajo conjunto y la voluntad
compartida de transformar al país: “tiene un equipo de gente enorme que quiere
trabajar. Son muchas personas que, trabajando en conjunto, pueden impulsar las
políticas de gobierno que saquen al país adelante. No podemos dejarles a nues-
tros hijos los problemas que tenemos. No se puede perder más tiempo”.
Pese a su juventud, Axel es un militante político experimentado. Pero hace
poco descubrió un mundo nuevo en la militancia universitaria. “En cuanto entré
me interesó toda la problemática de la Facultad. Hay problemas que todos sufri-
mos y está bueno tratar de ser la voz de los estudiantes en los organismos donde
se pueden solucionar”.
Sus primeras elecciones universitarias le hicieron vivir nuevas experiencias.
“Cuando milito en política estoy rodeado de gente, tenemos apoyo y nos dividi-
mos tareas. Acá éramos muy poquitos y había que andar todo el tiempo de arriba
para abajo. Encima, soy muy nuevo. Podía transmitir conocimientos de organi-
zación que traigo de la militancia política, pero en la Universidad estoy aprendi-
endo. Se nos hizo difícil, pero en un período de un mes armamos una campaña
universitaria”. Axel fue electo miembro del Claustro de su Facultad.

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“Nunca nadie me dijo
lo que tenía que pensar”
Víctor Hugo Del Valle
(Villa del Cerro, Montevideo)

Nació en el Cerro pero creció en el kilómetro 16 de Camino Maldonado.


Hizo hasta segundo de liceo en Villa García, donde fue delegado de clase. Hijo de
militantes del Frente Amplio, su familia pasó mal durante la dictadura. En 1983
volvió a vivir en el Cerro. Hoy tiene 56 años y está casado con Sandra. Tienen seis
hijos y ocho nietos.
Empezó a militar en 1982, cuando conoció a Ricardo Rocha Imaz. “Muchos
en mi familia no entendían cómo me podía haber hecho blanco”. La explicación
está en la fascinación que ejerció sobre él la figura de Wilson. “Primero fue por
Wilson. Después me puse a leer historia y me hice muy saravista. Me identifico
con él porque era un tipo que no tenía muchos estudios, como no tengo yo, pero
se rebelaba contra las injusticias. Es lo mismo que me pasa a mí en la vida”.
Víctor Hugo empezó a trabajar a los 11 años, repartiendo leche. “Era la
época de los casilleros y las botellas de vidrio”. A los 18 entró en el Frigorífico Ar-
tigas, hasta que cerró. A partir de ahí trabajó en la construcción. “Lo primero que
hicieron fue darme una pala y un pico para cargar un camión”. En el año 1985 en-
tró por concurso en la Central Batlle de UTE. Trabajó en las calderas y fue delega-
do sindical. “En ese tiempo empecé a militar en la Secretaría de Asuntos Sociales
del Partido Nacional. Ahí conocí a gente como Javier García y Sergio Botana”.
En 1996 se fue de la UTE para trabajar como capataz general de una empre-
sa constructora. En el 2002 empezó a trabajar por su cuenta, pero una enferme-
dad lo obligó a jubilarse. Entonces se hizo instructor de albañilería en INEFOP. “Di
clases en asentamientos, para el Plan Juntos, en el ex Comcar. Siempre lo sentí
como un trabajo social: pasar a esas personas saberes que permiten cambiar la
vida”.
Víctor Hugo piensa que se es más libre siendo blanco que siendo de
izquierda. “En el Partido Nacional nunca nadie me dijo lo que tenía que pensar
ni lo que tenía que decir. Siempre hice lo que entendí mejor. Estuve con el voto
verde y ahora milito en la Lista 404”.



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“Un partido representativo”

Noemí Martínez Cabrera


(Progreso, Canelones)

Está casada, tiene dos hijos, seis nietos “y otros cuantos postizos”. Dis-
tribuye su tiempo entre las tareas de ama de casa y el puesto de verduras que
tiene la familia. También hace tareas comunitarias en la zona. “Hay familias que
tienen problemas, gente que necesita y merece una ayuda, pero a veces está en
lugares donde nadie quiere ir. Por eso tenemos que organizarnos para dar una
mano. A veces faltan cuadernos, a veces faltan remedios, a veces falta un par de
medias. A veces nosotros conseguimos lo que falta y otras veces hay que presio-
nar a instituciones como ASSE para que den respuestas”.
Nació en el barrio Jacinto Vera de Montevideo e hizo primaria en una escuela
pública de la zona. Le gustaba patinar y jugar a la pelota en la calle. “Siempre me
gustaron los juegos de varones, así que me mezclaba con ellos. Nos divertíamos
mucho. Todo era muy sano en aquella época”. El final de su infancia lo pasó en el
Cerrito de la Victoria.
Cuando Noemí era muy joven se trasladó a Progreso, a casa de su abuela.
Allí fue donde conoció a su esposo. “Nos casamos cuando yo tenía 17 y él 19”. Al
principio se instalaron en una zona rural, pero “cuando nacieron los hijos salimos
a trabajar afuera, porque la quinta no daba”. En esa época se mudaron a la ciudad
de Las Piedras.
Viene de una familia “muy repartida entre los partidos políticos”. Había
para elegir, pero ella decidió seguir la huella de su padre, que era blanco. Le atrajo
el Partido Nacional “por su idealismo” y por su voluntad de construir un futuro
para el país. También porque “es un partido representativo”, capaz de recoger y
de reflejar las necesidades de todos los uruguayos.
Hace unos años empezó a militar en la zona de Progreso. Trabaja con el
diputado Amin Niffouri. “Las personas con las que he tratado son gente como
somos todos. Hay diálogo y hay respeto. Ahí adentro somos todos iguales”.

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“Hacer trabajo político
sin pelear”
Nelson Méndez
(Salto, Salto)

Su padre era tornero. Él empezó a trabajar a los 14 años como mecánico,


mientras iba al liceo nocturno. Y lleva una vida en eso. A una edad en la que mu-
chos se retiran, Nelson sigue al firme en el taller. “Lo hago porque me gusta”. En
su oficina hay pilas de manuales recientes y muy gruesos. “Para trabajar bien,
ahora hay que estudiar mucho. Por eso los jóvenes tienen que prepararse”.
Nelson nació en el barrio salteño del Cerro y fue a la Escuela Nº5. Jugó al
fútbol en Nacional de Salto, hasta que algunos problemas físicos lo obligaron a
dejar las canchas. Entonces se dedicó al remo. Fue campeón nacional y campeón
del Río Uruguay.
Creció en una familia grande y muy colorada. “En la mesa éramos trece:
doce colorados y uno blanco, que era yo. Me hice blanco independiente y lu-
ché muchísimo por eso. A los 17 años empecé a militar. Me prepararon para ser
delegado en las mesas de votación. Aprendí mucho con los veteranos, que nos
enseñaban a hacer trabajo político sin pelear, tratando de ayudar sin pedir nada
a cambio. Después, si nos votan, mejor”.
El Uruguay en el que creció hacía grandes esfuerzos por modernizarse. “Yo
conocí un portón, a 18 kilómetros de Salto, que había que abrir para atravesar
un campo para poder ir a Artigas. Después se hizo la ruta. Los de ahora no se
acuerdan de todo lo que se hizo en aquella época. Este país fue hecho por blan-
cos y colorados”.
Tal vez por haber crecido en un país pujante, Nelson es un hombre que
hace cosas. Le gusta la acción social. Es presidente de la Comisión Pro Ayuda
del Hospital y también del Hogar de Ancianos. Además es fundador del Club de
Leones de Salto. Fiel a lo que aprendió de joven, no hace nada de eso buscando
réditos políticos. Pero, en su interior, ese compromiso le parece inseparable de
su condición de blanco: “el Partido Nacional siempre se preocupó por aquel que
está pasando mal y por las cosas que no están saliendo como deben”.
Su otra pasión es la familia. “Siempre luché para ser lo mejor posible para
ellos”.

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“No hay que sentarse a esperar
que los políticos cambien”
César Braga
(Artigas, Artigas)

Tiene 19 años y es hijo único. Su madre es maestra y su padre es policía. Sus


primeros años de vida transcurrieron en Paso Campamento, un pueblo con una
historia muy ligada al Partido Nacional. “Vivíamos en la escuela donde trabajaba
mi madre, que quedaba a unos 500 metros del destacamento donde trabajaba
mi padre. Mis compañeros de juego eran los alumnos de mamá. Siempre había
gurises”.
Ahora está en primer año de Facultad de Derecho en la Universidad de la
República. “Estoy cursando libre porque estoy haciendo una pasantía en un or-
ganismo público de Artigas, así que no puedo irme a Montevideo. Estudio acá y
voy para allá a dar parciales y exámenes. La tecnología ayuda, porque hay com-
pañeros que cuelgan los audios de las clases”.
Desde los 15 años integra la Juventud del Partido Nacional. “Mis padres
son blancos, pero sin mucha definición. Yo me puse a leer cuando entré y me
identifiqué con el wilsonismo. Eran las elecciones de jóvenes y un día vino Jorge
Larrañaga a la Departamental. Fui a escucharlo y me convenció su impulso y sus
planteos. Milité mucho en esas elecciones, con amigos del liceo y el barrio. No ga-
namos, pero tuvimos participación y luchamos por algo”. Hoy integra la Comisión
Departamental de Artigas.
César está contento con el espacio que tienen los jóvenes dentro del Par-
tido Nacional: “nosotros hicimos el Programa de los jóvenes para las elecciones
nacionales y prácticamente todos los planteos que hicimos fueron incorporados
en la Agenda que presentó el partido. Siempre se están haciendo congresos y
encuentros de jóvenes, hay mucha actividad”.
Para César es esencial que cada vez más jóvenes se involucren en la política.
“La política es una herramienta muy útil, a la que no se le da el valor que corresponde.
No hay que sentarse a esperar que los políticos cambien. Las cosas sólo van a cam-
biar si nosotros cambiamos y tenemos la iniciativa. Hay que acercarse a conocer
las ideas y las propuestas, en lugar de limitarse a decir que son todos iguales”.

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“Mucha gente buena”

Isabel Vega
(Paysandú, Paysandú)

A Isabel nunca la anotaron en una escuela. Igual aprendió a leer, gracias


a que tenía que cuidar a los hijos de una vecina. “Ellos vivían en un puesto de
estancia. Yo tenía que llevarlos a la escuela y esperar hasta que se volvieran. Ahí
miraba y aprendí todo. A todos los niños que cuidé los ayudé con los estudios”.
La vida nunca fue suave con ella. Se crió en campaña, en una chacra don-
de sólo sobraba el trabajo. “De chica cortaba alfalfa, deschalaba maíz, hacía de
todo”. A los 14 años entró como empleada doméstica en una casa de Paysandú.
Fue la primera de varias familias con las que estuvo. Se casó joven y tuvo un hijo,
pero su marido murió cuatro años después. “Yo quedé luchando y me las ingenié
sola. Hice corretaje, lavaba para el cuartel, hacía de todo con tal de darle un estu-
dio a mi hijo. Fue el colegio de curas y después estudió para radiotécnico”. Pero
también el hijo murió joven, y luego le tocó perder a su padre en un accidente.
“Yo lo quería pila, soy muy parecida a él. Mis abuelos por parte de padre eran
indios, y él también”.
Los golpes no pudieron terminar con la alegría de Isabel. “Por más cosas
que me pasen, yo nunca tengo malhumor. No me gustan las personas malhu-
moradas. Soy como mi padre, hago reír a todos”. Eso no le impide reflexionar y
ponerse seria. “Yo la vida la tengo bien pensada”.
Como además de alegría le sobraba corazón, Isabel crió a cinco niños como
si fueran suyos. “El más chico lo saqué del hospital cuando nació. La madre me
lo había dado cuando todavía estaba en la panza. Todos salieron unos santos. Los
hice estudiar, fueron al Liceo 5. Una es nurse, el menor es carnicero”. Isabel hizo
mil cosas para mantener a su familia: tuvo almacén, organizó excursiones a Brasil,
tuvo tienda.
Los padres de Isabel eran blancos herreristas. “Yo salí blanca como ellos,
pero después me cambié para Wilson”. Siempre tuvo club y cada vez que hay elec-
ciones recorre la campaña buscando votantes. “Conozco a mucha gente buena”.
Ahora, a los 84 años, trabaja con el edil “Nacho” Ifer, que podría ser su bisnieto.

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“Nunca dejé de hacer nada
por miedo a perder”
Ana Finozzi
(Salto, Salto)

Nació en una familia “bien del interior, humilde y trabajadora”. Su padre era
camionero. “Andaba mucho afuera, pero cuando estaba en casa daba mucho
amor”. Su madre pasaba horas sentada detrás de la máquina de coser, haciendo
la ropa para sus cinco hijos. “Usaba las bolsas de azúcar para hacernos soleritas”.
Tenían gallinas, ordeñaban y sacaban agua de un aljibe.
Su abuelo Juan, al que conoció ya muy mayor, se había sumado con apenas
14 años a la revolución de Aparicio Saravia. “Como era menor de edad no lo de-
jaban combatir y lo mandaban a ocuparse de las caballerías. Contaba que durante
la guerra tenían tanta hambre que hacían sopa con el cuero de las botas. Se sentía
orgulloso de haber peleado por aquellos ideales. De mayor era un hombre muy
estricto pero con una ternura impresionante. Nos enseñó a amar la naturaleza”.
El padre de Ana y toda su familia eran colorados. “Lo que me hizo sentirme
blanca fue la rebeldía contra la injusticia, contra las cosas que están mal. En los
ideales del Partido Nacional van juntas la rebeldía y la lucha contra la injusticia.
Por eso somos los defensores de las leyes y los defensores de los más débiles”.
A los 58 años, Ana se enorgullece de sus logros pero también de sus fracasos.
“Como buena blanca, nunca dejé de hacer nada por miedo a perder”.
Ana tuvo años de militancia política muy fuerte. “Años en los que pasaba
por casa a buscar una cebadura de yerba o un pedazo de galleta, y desaparecía
todo el día. Fueron años de mucho contacto con la realidad. Las personas con las
que milité en esa época se convirtieron en hermanos de la vida”. Ahora, en otra
etapa, “tengo un perfil más bajo”.
Con mucha experiencia a cuestas, Ana tiene ideas claras sobre lo que hay
que hacer. “En el Uruguay de hoy, proteger a los débiles es recordarles la satis-
facción y el honor que es ganarse el pan con el sudor de tu frente. Mucha gente
ha perdido ese orgullo, ese amor propio. Se lo han hecho perder. Y eso hay que
recuperarlo”.

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“Gente de todos los
grupos sociales”
Mauricio Maia
(Artigas, Artigas)

Es técnico agropecuario y empleado de un escritorio rural. “Trabajo en lo


que me gusta y trato de hacerlo lo mejor posible. No tengo campo, pero siempre
me gustó. Entonces salí a trabajar en algo que tuviera que ver. Creo que lo único
que aprendí y que voy a aprender es el tema agropecuario. Me imagino muchos
años más trabajando en esto”.
Mauricio tiene 35 años. Nació, creció y vive hasta hoy en la ciudad de Arti-
gas. Tuvo la infancia típica de un niño de barrio en la frontera. “Fue una niñez muy
feliz, llena de amigos y de juegos”. Hizo primaria en la Escuela España.
Aunque es de familia blanca, hace poco tiempo que empezó a militar. Se
acercó porque quería aportar algo a los esfuerzos por mejorar el país, pero lo
que lo llevó a quedarse fue el clima interno que encontró: “hay gente de todos
los grupos sociales y se intercambian muchas ideas. En las charlas entre blancos
sale de todo. Algunos son rebeldes y otros más tranquilos. Eso está muy bueno”.
En la última campaña electoral hizo militancia puerta a puerta. “Armábamos
grupos de a diez o de a quince e íbamos por los barrios. Muchos nos escuchaban
y conversaban. Alguno nos corría”. Milita en la Lista 2014 de Alianza Nacional. Su
gran empeño fue impulsar las candidaturas de Mario Ayala a diputado y de Pablo
Caram a la intendencia. Ganó las dos peleas. “Yo no fui de los que hizo más, por
el tema laboral, pero salió el resultado”.
Mauricio ve a un Partido Nacional fuerte y con mucho futuro por delante.
“Hay grandes históricas, como Aparicio Saravia, pero además hay muchas figuras
actuales que me gustan: Jorge Larrañaga, Luis Lacalle, Verónica Alonso, Sergio
Abreu. Por el Partido Nacional pasaron muchos y van a pasar muchos más. Es un
partido que siempre tiene gente buena”.

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“El partido que arrastró más
jóvenes a la militancia”
Gabriel Sánchez
(Sayago, Montevideo)

Nació en Buenos Aires pero es ciudadano natural uruguayo. Hasta los seis
años vivió en Argentina. “El retorno a Uruguay fue un cambio muy grande. Me
costó porque dos hermanos míos quedaron allá”.
Fue a la escuela pública en Peñarol y al Colegio Perpetuo Socorro de
Sayago. Hizo Secundaria y Administración de Empresas en UTU. Hoy, a los 31
años, estudia Ciencias Económicas y trabaja como auxiliar contable.
Uno de sus primeros recuerdos políticos es el festejo en 1989, cuando el
Partido Nacional ganó las elecciones. La campaña de 1994 fue la primera en la
que militó, con apenas 10 años. “Doblaba listas, acompañaba a mi madre a repar-
tirlas por la calle, colocaba pegotines en los autos. Todo eso me divertía. ¡Cuando
terminó la campaña le preguntaba a mi madre si faltaba mucho para empezar de
nuevo!”.
En la campaña de 1999 también militó, aunque todavía no tenía edad para
votar. “Fue duro para los blancos. Nos tocó perder. Tuvimos que sostener bien alta
la bandera en un clima muy difícil”. La campaña de 2004 lo encontró de nuevo en
la calle, y esta vez en edad de votar, apoyando la candidatura de Jorge Larrañaga.
“Ganó el Frente Amplio pero el partido votó muy bien. Fue muy lindo. Tengo un
muy buen recuerdo de esa campaña”.
Hoy milita en la agrupación 430, Los Jóvenes Blancos, donde integra la
Comisión de Diversidad y Género. “Es un terreno en el que falta mucho. La socie-
dad uruguaya tiene un debe importante con el tema género y diversidad. Todavía
hay mucha discriminación”. Hace ocho años que él está en pareja.
Gabriel se ríe de los que dicen que el Partido Nacional es conservador.
“Lo llaman conservador porque tiene historia, porque tiene 180 años. Pero ser
conservador es otra cosa. El Partido Nacional es un partido que cambia, que se
mueve, y es un partido que está del lado de la gente. Por eso, en los últimos años
fue el que arrastró más jóvenes a la militancia política”.

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“Ideas que propuso
el Partido Nacional”
Antonio Núñez
(Paysandú, Paysandú)

“Vengo de Federación, un pueblito de catorce casas al medio de los dos


Queguay”. Nació en 1959. “Éramos ocho hermanos. Mis padres eran de una gran
pobreza económica pero de mucha riqueza moral y social. Ser blanco era parte de
la educación que nos dieron”.
Antonio y sus hermanos pasaron la niñez sin un juguete. “Los ocho hijos
teníamos que hacer las huertas. Comida no faltaba, pero después no había nada.
Íbamos a la escuela con ropa que nos regalaban los parientes de la ciudad. Íbamos
remendados pero limpitos. Si ensuciábamos la ropa, nuestra madre nos hacía la-
varla. Jugábamos a la pelota de trapo con los vecinos. Otra pelota no conocíamos.
Escuchábamos el fútbol por radio y nos imaginábamos las jugadas. No sabíamos
cómo era Artime, cómo era Morena”. Antonio resume la experiencia de esos años
en una frase: “fue una infancia maravillosa”.
Ninguno de los hermanos pudo estudiar más allá de primaria. “Pero hoy
todos tenemos buen trabajo. Yo llegué a la ciudad con 25 años, sin conocer casi a
nadie. Y me abrí camino como comerciante. A los dos años puse la carnicería, con
ayuda de mi padre y mis hermanos. Después inicié mi actividad como dirigente
deportivo”. Antonio llegó a ser presidente del Club Atlético Litoral, decano del
fútbol sanducero. “Salíamos bien preparados de las escuelas rurales de aquella
época”.
Antonio valora la épica del Partido Nacional, pero destaca las realizaciones.
“A veces se olvida que las Asignaciones Familiares o las jubilaciones rurales
surgieron durante del gobierno blanco de 1959. Y en el gobierno blanco de 1990
fue el despegue tecnológico de este país. Empezó la electrificación rural y con la
electrificación llegó la tecnología. El gobierno del doctor Lacalle también fue el
gran promotor de la forestación. Acá, la renovación de Paysandú empezó con el
gobierno de Jorge Larrañaga. Y muchos cambios nacieron de ideas que propuso
el Partido Nacional cuando era oposición”.
Antonio milita sin pedir nada. “Yo no soy político. Soy blanco y creo en los
blancos. Entonces ayudo y acompaño. Yo digo que soy mandadero del Partido
Nacional”.
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“Libertad hacia fuera
y hacia adentro”
Florencia González
(Sauce, Canelones)

“Nunca me ha tocado vivir en un gobierno del Partido Nacional. Espero


que me toque y poder decir lo mismo que dice mi familia sobre cómo era cuando
gobernaban los blancos: que se valoraba el trabajo, que se podía vivir bien, que
había más seguridad, que la educación estaba mejor¨.
Florencia tiene 20 años y vive en el campo con sus padres y con su hermano.
Hizo la escuela y el liceo en Sauce. “Ahí pasaba gran parte del día, porque a veces
no tenía cómo trasladarme hasta mi casa”. Ahora cursa cuarto año de Derecho en
la Universidad Católica. Todos los días, de lunes a viernes, va y viene en ómnibus.
El viaje dura una hora y cuarto. “Al principio me dio un poco de miedo. Ahora
pasó, pero igual mantengo ese respeto por la ciudad que quizás otros no tengan”.
De familia blanca, Florencia recuerda haber asistido a actos y reuniones
políticas desde muy chica. Cuando se hizo más grande, “ya no iba sólo para
divertirme ni aplaudía por aplaudir. Presté atención y tomé conocimiento. Así
descubrí principios e ideales que me gustan. Así que mi familia me transmitió lo
que es ser blanco, pero al final la que decidí fui yo”
Florencia se define como una joven militante y tiene claro lo que eso sig-
nifica: “Un joven militante prepara el mate y está siempre. Se reúne en los clubes,
comparte charlas, pinta carteles, sale a repartir listas y a golpear puertas. Hacer
todo eso te da alegría, te emociona, te da esperanza. Es algo que te atrapa y te
lleva”.
A Florencia le gustaría ver más jóvenes dedicando tiempo a la política. “Mu-
chos están muy descreídos y yo los entiendo, porque en estos tiempos se miente
mucho y se hace poco”. Pero cree que en la política se juega el futuro del país. Por
eso le gustaría decirles “que nunca bajen los brazos y que siempre hay que pelear
por lo que uno quiere”.
Lo que más le gusta a Florencia es que “el Partido Nacional es un partido
de libertad. Respeta la libertad hacia fuera y también hacia adentro. Siempre hay
un lugar donde podés hablar, donde podés proponer, donde podés criticar. Te
escuchan, te toman en serio”.

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“El que puede traer un cambio”

Amelia Ramos
(Punta de Melilla, Montevideo)

Cría cerdos, vacas y ovejas en una chacra ubicada en la zona rural de Monte-
video. Es una enamorada de la vida que lleva. “Si me sacan del campo, no podría
vivir. Yo soy oriunda de Durazno y desde que nací trabajé en el campo. Hasta hace
15 años ordeñaba a mano 40 vacas y mandaba la leche a Conaprole. Después me
enfermé, me vine para Montevideo y puse esto más chico”.
Amelia trabaja la chacra con sus nietos. Venden lechones y corderos, hacen
queso, remiten leche. También producen unos chorizos caseros que son todo un
éxito. Cuando se la escucha hablar sobre esas tareas, se siente su enorme cariño
por lo que hace.
Hace más de 25 años que Amelia milita para el Partido Nacional. Empezó
a hacerlo con Juan Chiruchi, cuando vivía en la zona de Libertad, en el Departa-
mento de San José. Más tarde conoció a Jorge Gandini y se incorporó a su agru-
pación. Sacó listas en varias elecciones y tuvo clubes políticos. Recientemente
recibió un reconocimiento a la mujer militante, otorgado por la Comisión de
Género Delmira Agustini.
Amelia cree que el país necesita un cambio urgente. “La cosa está muy fea,
no se puede seguir así. Esto tiene que cambiar y el que puede traer un cambio es
el Partido Nacional”. Por eso pide a los jóvenes blancos “que luchen, que no bajen
los brazos, que trabajen mucho como hemos trabajado los viejos. Recorrer día y
noche, hablarle a la gente, invitarla a participar”.
Para Amelia, la política se hace día a día con la gente, acercándose a sus
lugares, escuchando, conociendo sus necesidades concretas. El Partido Nacional
sabe hacerlo porque, casi siempre luchando desde el llano, ha sido toda la vida el
partido de la gente.
Para Amelia nada se hace sin trabajo. Tampoco la política.

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“He seguido los principios de
Nuestro Compromiso con Usted”
Guillermo Amonte
(Nueva Helvecia, Colonia)

Viene de un hogar sin color partidario. “Mi padre era de una idea política
y mi madre de otra. Ninguno de los dos intentó influirme”. Cuando Guillermo
andaba por los veinte años, “surge Wilson Ferreira como candidato a la presiden-
cia”. Su figura lo impactó. “Practicaba una política impregnada de honestidad,
de conocimiento, de principios. Ahí fue que me encolumné detrás del Partido
Nacional. Desde entonces he seguido los principios de Nuestro Compromiso con
Usted, adecuándolos al momento”.
Es un montevideano trasplantado. Nació, creció y estudió en la capital: pri-
maria en la Escuela República del Perú, secundaria en el Zorrilla y en el IAVA, fac-
ultad en la Universidad de la República. Después de recibido se radicó en Nueva
Helvecia. Tiene cuatro hijas y seis nietos. Una de sus hijas es maestra en una
escuela de contexto crítico.
Igual que su padre, Guillermo fue ingeniero agrimensor y docente. Hoy, a
los 65 años, está jubilado de ambas actividades.
Durante sus primeros años en Facultad de Ingeniería tuvo militancia gremial
y política. “El que más hablaba por nosotros en las asambleas de estudiantes era
Ruperto Long¨. Después llegó la dictadura y se terminó la militancia universitaria.
Pero la militancia política siguió. “Me acuerdo de tirar panfletos en motoneta y
de reuniones clandestinas”.
Ejerció la docencia en dos etapas. La primera fue entre 1983 y 1988. “Estoy
entre los fundadores del sindicato de profesores del liceo de Colonia Valdense”.
La segunda fue a partir del año 2000. “Estuve afiliado a Fenapes hasta 2006 o
2007, y ahí presenté renuncia por mi total discordancia con la conducción sindi-
cal”.
Guillermo se identifica con una concepción política “donde el Estado tiene
un rol fundamental de protección a los que menos tienen, pero donde la socie-
dad se maneja sin quedar sometida a lo que establece el Estado. El Estado no me
tiene que decir lo que voy a hacer con mi vida. Lo que le pido es que no deje a na-
die desamparado”. Esa sensibilidad a la vez liberal y solidaria es la que Guillermo
encuentra representada en el Partido Nacional.
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“Un poncho blanco y una
gorra con Aparicio”
Omar Perfecto
(Trinidad, Flores)

Vive en Flores pero nació en el Departamento de Río Negro. “Me crié en


Paso de la Cruz y fui poco a la escuela, porque muy joven tuve que ponerme a
trabajar. Éramos 11 hermanos y mi padre era pobre. Con 9 o 10 años ya trabajaba
de portonero en una estancia. Después me fui criando y empecé a trabajar en
el campo. Arranqué con las esquilas. Después fui tropero: se pasaba mal, pero
se ganaba mucha plata. Toda una vida en el campo. Hasta en Brasil y Argentina
trabajé”.
Con los años, Omar se dedicó a la doma. “La jineteada fue algo que siempre
me gustó. Domé mucho, saqué muchos caballos buenos. Cuando en Paysandú
se hizo la primera rueda de campeones de todo el país, hubo dos invitados espe-
ciales: el finado Matías Signorini y yo. Dimos pelea toda la semana. Signorini sacó
el primer premio en basto y el segundo lo saqué yo. Estuve por ir al Prado y al
final no pude, pero tengo el orgullo de que un sobrino mío sí fue. Me emociona
mucho”.
Omar habla con nostalgia de su vida de domador, pero dice que su mayor
orgullo es la familia. Tuvo seis hijos y hasta hoy se junta con sus hermanos. “Hace
pocos años perdí un hermano mayor, pero quedan los otros. Nos llevamos bien.
Están todos en el Departamento de Río Negro. Todos paisanos pobres, pero uni-
dos”.
A los 62 años y jubilado por problemas de salud, Omar mira tranquilo el
camino recorrido. “Me crié pobre pero mis padres me enseñaron bien. Tengo la
frente limpia. Por ratero no caigo preso”.
Omar se hizo blanco por voluntad propia. “Mi padre y mi madre eran
colorados de Gestido, pero a mi hermano mayor y a mí siempre nos gustó el Par-
tido Blanco. Cuando tuvimos edad de votar, mis padres nos dijeron que nosotros
éramos libres, que podíamos votar lo que quisiéramos. Y siempre seguí votando
así. Cuando mandó el Partido Blanco fue cuando anduvieron mejor las cosas. A
mí me emociona cada vez que lo voto. Tengo un poncho blanco y una gorra con
Aparicio. Ahora me gusta Lacalle chico. En las últimas elecciones, todo por acá
colgué carteles para él”.
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“El refugio de los
ideales democráticos”
Víctor Velázquez
(Lascano, Rocha)

De chico tenía dos sueños: ser abogado y ser periodista. El primero no lo


pudo cumplir. El segundo sí, “aunque soy autodidacta”. Hoy es informativista y
tiene dos programas en una radio de Lascano. “He tenido la suerte de poder
dedicarme a las cosas que me gustan, viviendo en un pueblo chico, del interior
del interior”.
Víctor nació hace 59 años en el hospital de Lascano y creció en un rancho
de paja y terrón. “Si está bien hecho, no lo cambio por ninguna construcción mo-
derna: fresquito en verano y caliente en invierno. Si está bien revestido de terrón,
tú lo encalas y lo dejas prolijito. No había luz eléctrica ni agua corriente, pero
nadie se murió por eso”.
Fue a la Escuela número 3, al mismo tiempo que era canillita y lustraba
zapatos. Hizo hasta quinto de liceo. No pudo seguir porque “no había más en
Lascano, y la situación económica de mi familia no me permitía trasladarme”.
A los 20 entró a trabajar en una escribanía.
Los padres de Víctor eran colorados, pero él se hizo blanco muy joven. “Leyendo
llegué a la conclusión de que en este país sólo se podía ser blanco”. Participó en
la campaña de 1971, aunque no tenía edad para votar. Durante la dictadura militó
en el Movimiento Nacional de Rocha. “En el 80 hicimos un acto a favor del No.
Era el primer acto y había miedo. Al final hubo más gente mirándonos desde la
vereda que los que estábamos en la plaza”. En 1999 votó a Luis Alberto Lacalle y
ahora apoya al sector Todos. “Wilsonistas, herreristas y otros ‘istas’ hay en todos
los sectores. Los blancos tenemos un gran partido”.
A Víctor le preocupa el país. “En estos años le hemos hecho un enorme
daño a la educación y a la cultura del trabajo. Los planes asistenciales están bien
como puente, pero al haberse perpetuado sin nada a cambio han hecho un daño
del que todavía no nos damos cuenta”. Por eso es urgente que gobiernen los
blancos. “El Partido Nacional es la síntesis de la Nación y el refugio de los ideales
democráticos. Es el partido de Oribe, de Berro, de Timoteo, de Saravia. Mientras
haya un blanco, conmigo serán dos”.

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“Mucho cariño y mucha paz”

María Castro
(Durazno, Durazno)

Se llama María Castro, pero en el barrio la conocen por el apodo y el apelli-


do de casada: “la negra Herrera”. Está jubilada, es viuda y vive con dos hijos. Pero
eso sólo es parte de su gran familia. “Crié diez hijos y tengo dos nietas hermosas”.
Nació en la zona de Sandú, y en esa época la escuela quedaba lejos. “Con
otra compañera, salíamos a las 7 y media para llegar a las 10. Teníamos que pasar
unos montes que ya no están. La escuela terminaba a las 3 y llegábamos a las
casas ya entrando el sol. Íbamos a pie en invierno y verano, lluvia o no lluvia. Dos
mujeres solas, podíamos pasar el monte tranquilas. Era una vida de pobre, sana y
dura. En aquellos tiempos los viejos te hacían trabajar. No era que te ibas a levan-
tar cuando vos querías. Pero también te educaban y te cuidaban. Hoy hay mucho
derecho de los niños pero menos madres que se ocupan”.
Cuando su padre murió “nos fuimos a la Costa de Cuadra. Me terminé de
criar en una estancia. Con 11 años trabajaba de peón de campo. Iba a la Escuela
52. Aprendí a respetar, a trabajar y a ayudarse sin discordias. Plantábamos una
chacra, ordeñábamos 22 vacas y compartíamos todo con los vecinos. Hasta ahora
soy así: ayudo al otro sin esperar ningún beneficio”.
María luchó siempre. Fue mucama y cocinera. Durante 10 años se ocupó de
su marido enfermo. “Una tiene que valorizarse y no estar esperando que le den.
Ahora hago milanesas y vendo, me ayudo yo misma. A mí me han ayudado, pero
siempre trabajé”.
La primera vez que votó, lo hizo por Zelmar Michelini en el Partido Colora-
do. Fue su esposo el que la hizo blanca. “Era amigo de Raúl Iturria. Teníamos una
anacahuita y él venía con el mate y se sentaba abajo, sobre una piedra grande. A
veces nosotros no nos habíamos levantado y Raúl ya estaba”.
Desde entonces no ha parado de militar. “Cacho Vidalín siempre me dijo
que yo era la referente barrial. Ando todos los días en la calle, veo que falta un
foco o que hay un basural y llamo para que lo arreglen”.
Para María, el Partido Nacional es su casa. “Me gusta la gente que hay.
Me dan mucho cariño y mucha paz”.

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“En el Partido Nacional veo
mucha cosa buena”
Nilsa Rodríguez
(La Puente, Rivera)

Vive en La Puente, un paraje rural del Departamento de Rivera. A los 44


años, madre sola y con seis hijos, “me encuentro desempleada por falta de tra-
bajo en la zona”. Hasta hace poco trabajaba en una estancia. “Pero esto es zona
arrocera y el trabajo que hay es para hombres. Las estancias toman varios hom-
bres pero una sola empleada”.
Hizo hasta sexto en la escuela rural. “Éramos muy pobres. Mi padre era tra-
bajador rural y mi madre era lavandera. Me acuerdo de verla romper el hielo de
los pozos para poder lavar temprano. Ellos me enseñaron el valor de la familia: no
abandonar jamás un hijo, criarlos a todos con sacrificio”.
La prioridad de Nilsa es conseguir trabajo. “He golpeado puertas pero la
cosa está difícil. Necesito un trabajo porque todavía tengo hijos que estudian.
Un hijo dejó la escuela agraria en tercer año para poder ayudar en casa, pero yo
siempre quise que mis hijos estudiaran y fueran alguien en la vida. Para que ellos pue-
dan estudiar yo tengo que trabajar, sea acá en Rivera, en Montevideo o donde
sea. Tengo esperanza”.
Ella y otras mujeres sostienen el salón comunal de La Puente. Se reúnen
para conversar y organizar actividades. “Antes hacíamos bailes, pero ahora hay
que regularizar todo con los bomberos y esas cosas, y no tenemos plata”.
Nilsa se hizo blanca de grande. “Mis padres eran colorados pero a mí a
los 14 años me empezó a gustar el Partido Nacional. Veía algo diferente cuando
venían al pueblo, la forma en que trataban a la gente, algo alegre. Cuando me
casé, mi esposo era blanco. Empecé a ir a las charlas y me gustaban. Y me sigue
gustando mucho. En el Partido Nacional veo mucha cosa buena. Todos los que
están trabajan y dan la cara. Eso me gusta. Yo no voto para que me den algo, yo
voto porque me puse la camiseta del partido. Un día le dije a Gerardo Amarilla:
si un día hay un solo voto en este pueblito, ese voto es el mío. Le tengo mucha
fe a Lacalle Pou”. Nilda fue candidata suplente a edil en las últimas elecciones
departamentales.
Nilsa tiene un sueño. Le gustaría casarse de nuevo, “y que los dos podamos
servir a Dios, y poder ver a mis hijos todos criados e independientes”.
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“Asombro y felicidad”

Clara Arocena
(Carrasco, Montevideo)

Tiene 17 años y estudia bachillerato de Derecho en el colegio Juan XXIII de


Montevideo. Descubrió la política muy temprano, a los once años, cuando acom-
pañaba a su padre a los actos blancos durante la campaña electoral de 2009.
Cinco años más tarde, en la campaña de 2014, se acercó a una reunión de
la Juventud del Partido Nacional. Tenía miedo de que no la aceptaran por ser
demasiado joven, pero la recibieron con los brazos abiertos e inmediatamente se
sintió parte del grupo. Ese día empezó a militar. Hasta último momento estuvo
repartiendo listas y volantes, aunque sabía que, por edad, no iba a poder votar.
Pero ese no era un motivo para quedarse quieta. Se puede militar sin credencial.
Clara quiere trabajar desde ya “para que los blancos gobernemos”. Y enu-
mera cuáles deberían ser las prioridades de un gobierno del Partido Nacional. La
primera es “defender las leyes que protegen la libertad de las personas”, porque
en los últimos años ha habido retrocesos en este terreno. “El Partido Nacional
defiende la libertad mucho más que los demás partidos”.
La otra prioridad debe ser “mejorar la educación, porque en la enseñanza
está faltando un montón”. A su juicio, en la calidad de la educación que reciben
los jóvenes se juega el futuro de cada uno de ellos y también el futuro del país. Le
importa que se mejore la enseñanza, porque no piensa solo en ella sino en toda
la gente de su edad y en los que vienen después.
Clara habla mucho del futuro, pero al mismo tiempo siente como propia la
historia del viejo partido al que pertenece. Entrar a la casa del Partido Nacional,
recorrerla, mirar fotos antiguas y descubrir los testimonios de tantas luchas pasa-
das, le produce “asombro y felicidad”. Por eso le gusta que la Casa del Partido
Nacional sea un lugar de puertas abiertas.

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“Tradición, patriotismo y
honestidad”
Abayubá Valdez
(Tacuarembó, Tacuarembó)

“En mi familia nacemos blancos. Mi bisabuelo Pablo Valdez fue apoderado


de los campos que Oribe tenía en Caraguatá, mientras andaba guerreando en la
Provincia de Buenos Aires. Mi tío abuelo Juan Venancio Valdez fue servidor de Oribe.
Estuvo en la batalla de Quebracho Herrado peleando del lado de los federales. Mi
padre estuvo en un pequeño movimiento en 1910 y después se hizo nacionalista
independiente. Así que lo de ser blanco en mi casa viene con el bautismo”.
Abayubá tiene 79 años y todavía ejerce su profesión de rematador. También
es productor rural. “Soy ganadero, tenemos explotación arrocera y cultivos de se-
millas forrajeras. Nuestra firma de negocios rurales está cumpliendo cien años.
Mi padre la fundó en 1916. Yo llevo más de cincuenta. Durante mucho tiempo la
trabajamos con mi hermano Yamandú, que falleció”.
Nació y fue a la escuela en Tacuarembó. El liceo lo hizo pupilo en el Colegio
Sagrada Familia de Montevideo. Luego hizo Preparatorios en el José Pedro Varela.
Estaba en Facultad de Veterinaria cuando su padre tuvo un infarto y tuvo que volver a
Tacuarembó para sustituirlo.
Fue en esa época montevideana que Abayubá empezó a militar. “Éramos
unos cuantos muchachos de Tacuarembó. Nos reuníamos en la Casa de los Lamas
y tratábamos de impulsar cosas como el apoyo a las escuelas rurales y el de-
sarrollo de los liceos departamentales. En aquella época, en Tacuarembó había un
liceo departamental. Ahora hay siete”.
Abayubá militó contra la dictadura, organizando reuniones clandestinas.
Tenía mucha relación con Wilson y con el Toba Gutiérrez Ruiz. “Hubo mucha gente
que se la jugó”.
Hoy destaca la capacidad del Partido Nacional para renovarse. “Los doce
años de dictadura no dejaron surgir gente nueva en los partidos. En ese período
apenas se rejuvenecieron. Pero ahora el Partido Nacional tiene muy buenas figu-
ras, como Lacalle Pou, Jorge Larrañaga, Álvaro Delgado, que surgieron después de
la dictadura”.
A los jóvenes, Abayubá les pide que estudien historia. Ser blanco es “una
mezcla de tradición, patriotismo y honestidad ciudadana”.
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“Proyectos viables”
Graciela Pereyra
(Minas de Corrales, Rivera)

Desde los 14 años trabaja como modista. Y desde los 18 se dedica a la


acción comunitaria. Ha integrado comisiones de escuela, centros CAIF, clubes
barriales y de tercera edad. En este momento es delegada departamental de
CAIF. “Es muy gratificante. La atención que se les está dando a los niños es muy
buena. Tienen alimentación de primera calidad, tienen nutricionista, psicólogo,
educadoras, asistentes sociales. La cantidad de niños que pasan es enorme. El
CAIF es uno de los proyectos que hace una mejor obra en las zonas vulnerables.
Es muy lindo. También me tiene muy contenta el club de niños que tenemos en
Vichadero”.
Graciela está casada, tiene un hijo de treinta años y una hija de 18. “El varón
es oficial de policía y la chica está estudiando magisterio”.
Nació en el Departamento de Rivera pero pasó la infancia en Tacuarembó.
Su padre era jubilado militar y trabajaba como peón rural. “Éramos once herma-
nos. Teníamos dos horas de ida y dos horas de vuelta a caballo para ir a la escuela.
No era algo que nos pesara. Hacíamos picardías, corríamos carreras”.
Graciela guarda un recuerdo hermoso de aquellos años: “Mi padre nos lle-
vaba al fondo de las mangueras a ver la puesta de sol”. También les transmitía
valores. “Lo correcto era lo correcto y lo que estaba mal estaba mal. Siempre nos
corregía en la oportunidad y el tiempo necesarios. Era un hombre muy especial.
A los ochenta años todavía araba con dos caballos. Los valores que nos transmitió
son cosas que te quedan y te dan seguridad”.
La vida de Graciela cambió cuando la familia se instaló en Minas de Corrales
y ella, con 18 años, se fue a Montevideo a trabajar como empleada doméstica.
Estuvo dos años en Montevideo y otros dos en Argentina. A los 22 volvió a Minas
de Corrales, casada y con un hijo.
Los padres de Graciela eran colorados. Ella se vinculó al Partido Nacional
cuando vivía en Montevideo. “Me atrajeron las ideas y que tuviera proyectos
viables”. Después siguió militando en Minas de Corrales. “Íbamos al comité de
don Isabelino Suárez”. En las últimas elecciones fue candidata a alcalde de Minas
de Corrales.

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“Una larga historia por delante”

Gonzalo García Lagos


(La Caleta, Canelones)

Sus raíces están en Bañado de Medina, en el Departamento de Cerro Largo.


Su abuelo era propietario de la estancia que había pertenecido al general Muniz, “el
blanco que peleó contra los blancos”. Estudió Agronomía pero no llegó a terminar.
Le atrajo más el gremialismo estudiantil en los tiempos previos a la aprobación
de la Ley Orgánica de la Universidad de la República. Compitió en las Olimpíadas
del año 1960, en Roma, como tripulante de un velero. Los uruguayos salieron en
el puesto número 12 entre 35 competidores. La medalla de oro la ganó el rey de
Grecia.
Empezó “militando de pantalón corto” en los años cuarenta. Fue parte del
nacionalismo independiente y participó del proceso de reunificación partidaria
que condujo a la victoria electoral de 1958. Hoy mira con distancia los acontecimien-
tos de aquella época y revaloriza la figura de Herrera. “Herrera fue el hombre
que mantuvo el partido y nos dio una proyección de futuro, frente a todos los que
decían que iban a desaparecer los blancos”. Pero su gran referente fue Wilson
Ferreira: “El país perdió la oportunidad de tener como presidente a un estadista
de nivel mundial. Se complotaron todos para que no fuera presidente. Pero nos
dejó una visión de país”.
Gonzalo guarda un recuerdo muy íntimo de Wilson, hasta el punto de que
no puede hablar de él sin emocionarse: “Tenía una gran inteligencia, era muy
culto, era incisivo y muy divertido. Tenía una alegría contagiosa, y una vivacidad y
una rapidez impresionantes. Usaba la ironía como una espada de fuego”.
Gonzalo fue funcionario diplomático y es el testigo más cercano del asesi-
nato de Ramón Trabal en París. También fue gremialista en la Asociación y la
Federación Rural. Hoy es un abanderado de la lucha contra la minería de gran
porte y uno de los principales asesores de la senadora Carol Aviaga. “Al Partido
Nacional lo dieron muchas veces por muerto, pero va a seguir junto con la Patria.
Hay una larga historia que tenemos por delante para construir un país mejor. Los
blancos, con nuestra historia, tenemos futuro”.

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“Todavía sigo sin poder votar”

Delfina Bolazzi
(Libertad, San José)

Tiene 17 años y está haciendo sexto año de Bachillerato en la Escuela de la


Construcción de UTU. Su plan es ingresar a la Facultad de Arquitectura de la Uni-
versidad de la República. Ser arquitecta es un sueño que tiene “desde chiquita”.
Vive con sus padres y con su hermano. “Somos una familia muy unida. Esta-
mos siempre pendientes uno del otro. Nos queremos pila”. Todos los días viaja a
Montevideo para ir a clase. Se levanta a las cinco menos cuarto de la mañana. A
veces hay que dormir poco, pero no se queja.
Delfina tiene muchos sueños para el futuro: “pretendo formar una familia
grande, vivir en el interior y que me vaya bien como arquitecta”. También le gus-
taría “viajar por el mundo y conocer otras culturas”.
Dice con orgullo que empezó a militar en el Partido Nacional a los tres años.
Su madre es militante y a esa edad empezó a acompañarla a los comités. “A esa
altura era muy chiquita y no sabía dónde andaba. Después, con cada nuevo perío-
do electoral, me fui metiendo y entendiendo más, aunque todavía sigo sin poder
votar”.
Aunque no tuviera credencial, en la última campaña electoral ya estaba en
edad de tomar sus propias decisiones. “Empecé repartiendo listas con un grupo
muy lindo de jóvenes que tenemos acá. Salimos casa por casa a hablar con la
gente, a conocer sus inquietudes. Después hablábamos con referentes de acá, en
Libertad, para ver si podíamos encontrar soluciones. Está bueno porque ayudás a
la gente y al mismo tiempo te formas como persona¨.
Después de hacer campaña durante meses, para Delfina fue duro no poder
votar. “Me quería matar. La gente que me había visto todo ese tiempo no lo podía
creer. Pero al no poder votar pude hacer muchas cosas y ayudar a la gente. Creo
que aporté mi granito de arena. Hasta discutí con militantes de otros partidos que
estaban haciendo cosas que no se deben hacer”.
Para Delfina, lo mejor de la militancia son “los grupos humanos que se arman
y las discusiones que se dan. Nos dan mucho espacio y se crea un ambiente muy
bueno. Hay unión y podés hacer cosas por la gente. No cambiaría por nada al
Partido Nacional”.
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“Uno va valorando
con el tiempo todo lo que vivió”
Carlos Collares
(Autobalsa, Paysandú)

Nació y se crió a campo abierto, en Corrales de Paysandú. Eran diez her-


manos creciendo juntos. Hizo la escuela en campaña y el liceo en la capital
departamental. “Íbamos y veníamos. Llegaban las vacaciones y nos íbamos todos
para afuera”. Cuando terminó cuarto año de liceo, “me fui de vuelta a trabajar al
campo con mi padre”.
Carlos se casó y tuvo seis hijos. Y la historia se repitió. Sus hijos hicieron la
escuela en el campo, pero la familia decidió mudarse a Paysandú cuando empeza-
ban el liceo. “Es un problema la educación en campaña”.
Hace un cuarto de siglo que Carlos dejó todo aquello, y todavía extraña. “La
vida en el campo no la cambio por nada”. Por eso la familia decidió vivir en las
afueras de la ciudad.
El padre y los abuelos de Carlos eran blancos. Muestra con orgullo la mesa
del comedor de su casa y cuenta que allí se sentó Luis Alberto de Herrera. “Yo
empecé a militar en el año 58. Nos escapábamos del liceo y nos íbamos a pintar
carteles enfrente a la plaza. Desde entonces, cada vez más blanco. Uno va
valorando con el tiempo todo lo que vivió, todas las situaciones por las que ha
pasado el partido”.
Carlos no es un militante de club. Las charlas y reuniones no son lo suyo.
Pero, cada vez que hay elecciones, se acerca a la sede y se ofrece para dar una
mano en lo que sea. “Desde que empecé a votar no he faltado a una elección.
Siempre he sido delegado. Y al día siguiente de la votación tampoco paso por el
club. No tengo nada que reclamar, no pido nada”. Todo lo hace a su estilo, por
amor a una idea en la que cree desde muy joven.
Jubilado y con 70 años, Carlos les habla a los nietos de “los grandes héroes
del Partido Nacional, como Oribe, Aparicio Saravia y Wilson Ferreira Aldunate. Y
les cuento las historias que me contaron mis mayores, como las luchas por el voto
y la defensa de la libertad”.

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“Llevar al poder
al partido del llano”
Fernando Ximénez
(Jacinto Vera, Montevideo)

Si se le pregunta su oficio, contesta con convicción: “músico de milongas


orientales”. No es lo único que ha hecho en la vida, pero es la actividad que le
llena el alma. “La milonga es una identidad –dice–, es como decir de dónde eres.
Decir ‘soy oriental’ o decir ´soy la milonga´ es lo mismo. Es un género musical que
nos identifica. Hay, por cierto, una milonga que identifica a nuestros hermanos
argentinos. Pero nuestra milonga, la forma en que la hacemos y la forma en que
la presentamos ante la gente, es absolutamente identificatoria, no de la sociedad
uruguaya, sino de la sociedad oriental”.
Además de sentirse muy oriental, Fernando se siente muy blanco. “El sentido
de pertenencia al Partido Nacional es motivo de una fascinación que solamente los
blancos podemos sentir. Es muy difícil explicar el orgullo, la emoción y el brote de
las lágrimas que aparecen cuando uno grita: ¡Viva el Partido Nacional!”.
Fernando es un cantor blanco y un músico profesional. Y se esfuerza por
distinguir entre ambas cosas. “Ser un cantor blanco significa un compromiso, en
la medida que es un acto militante. Significa también que se te cierren puertas
para poder trabajar en este oficio. Pero es algo que no tiene que interferir cuando
uno se sube a un escenario como músico profesional. Si estamos en campaña
electoral o en una rueda de amigos de nuestro partido, canto con orgullo las
canciones nacionalistas que he compuesto y que han compuesto grandes com-
pañeros. Pero no son las canciones que canto a la hora de actuar profesional-
mente”. Para Fernando eso es un acto de respeto hacia la diversidad de opiniones
de “mis hermanos orientales”.
Fernando es también un militante político. Wilsonista aguerrido, supo usar
su música “como un puñal o como una lanza, para luchar contra la dictadura”. Y
ahora quiere poner su “granito de arena para llevar al gobierno la propuesta de
un partido serio, de un partido que cree en la gente, que no se basa en consignas
ni en eslóganes. Quiero aportar mi granito de arena para llevar al poder al partido
del llano”.

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“El partido que ha estado
contra todas las intolerancias”
Walter “Serrano” Abella
(Melo, Cerro Largo)

“De la misma forma que el golpe militar, lleno de soberbia conservadora y


derechista, no nos hizo tupamaros ni marxistas, la izquierda vanidosa y ególatra
no nos va a transformar en fascistas. Hay otro camino, que es el del Partido
Nacional, el partido que ha estado en contra de todas las intolerancias”.
Escuchar a Serrano Abella produce ganas de escucharlo más. “Soy blanco
porque soy artiguista y federal. La primera divisa de Artigas fue la blanca.
Nadie amó más la libertad que mi partido. Herrera decía una frase hermosísima.
Los blancos deberíamos repetirla todos los días, y yo no soy herrerista: ‘nosotros
padecemos del dulce delirio de las libertades’. No puede haber una causa más
hermosa”.
Nació en Treinta y Tres hace 74 años, “en una chacra junto al arroyo Yerbal”.
Eran seis hermanos y los padres. “Cuando yo tenía seis años mataron a mi padre
en una reyerta de almacén. Entonces nos fuimos para el pueblo. Hice primaria y
secundaria en Treinta y Tres. Nunca imaginé que me iba a ir de ahí”.
Hace 48 años inició una audición radial que hoy es un clásico. “Empezó a
emitirse en Difusora Treinta y Tres. Después compramos Radio Olimar, para re-
sistir en la época de la dictadura. Éramos todos wilsonistas. Estaba Juan Martín
Posadas, Wilson Elso Goñi, una cantidad de gente. En 1982 nos clausuraron. Ahí
me vine para Melo y acá sigo hasta hoy. Pero mi familia, mis vecinos y muchos de
mis amigos quedaron allá. Wilson me decía que yo era el exilado que se había ido
más cerquita y que le costaba más volver”.
Serrano se define como comunicador. “Vivo en las entrañas de la comu-
nicación desde 1961. Entré a la radio porque necesitaba trabajar. Con el tiempo
supe cuánto significaba para mí. Nunca negué mi condición de blanco. Al decirlo
le doy un elemento más al oyente. Ocultarlo no es objetividad. Yo soy blanco,
pero mi audición es plural”.
Casado desde hace más de cincuenta años, con dos hijos y dos nietos, Ser-
rano se siente profundamente blanco y oriental: “La gente no quiere a la Patria
por el tamaño que tiene. La quiere porque es la suya”.

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“Había salido de los
libros de historia”
Romina Bocchi
(Carrasco, Montevideo)

Es estudiante de Comunicación en la Universidad de Montevideo. Tuvo sus


primeras reuniones políticas en el año 2011, cuando todavía no había terminado
Secundaria. Dos años más tarde se incorporó a los jóvenes de la Lista 404.
Cuando se le pregunta qué la llevó a identificarse con el Partido Nacional,
menciona “la historia que estudié en el colegio y la familia, que incide siempre”.
Pero el paso a la militancia activa recién lo dio después de asistir a un acto político
durante la última campaña electoral. “La primera vez que escuché un discurso de
Luis Lacalle Pou me confirmó que había algo en el Partido Nacional que estaba
moviéndome. Sentí que es algo más vigente que lo que a mí me parecía, que el
Partido Nacional había salido de los libros de historia”.
La campaña electoral quedó atrás, pero el compromiso de Romina sigue
más firme que nunca. Discutir ideas y propuestas le parece tan importante como
conseguir adhesiones. Y le da mucha importancia a que en esta tarea sean
escuchados los jóvenes. “El Partido Nacional es el que más se está moviendo. Les
da un lugar impresionante de participación a los jóvenes. Se pueden proponer
ideas, pese a tener 16, 18 o veintialgo de años. Es una Juventud que funciona. Es
donde yo veo el espacio para actuar como ciudadana y mejorar las cosas”.
Con 21 años de edad, Romina milita en el Partido Nacional porque le
importa trabajar por el bien de todos los uruguayos: “Me gustaría que el Partido
Nacional pueda gobernar el país, porque es el que está más capacitado para hacerlo.
También porque sigue los ideales con los que me siento afín, como combatir las
injusticias y hacer del país un mejor lugar para todos”.
Romina tiene muchos proyectos personales, pero además siente que tiene
por delante muchas décadas de militancia política. El Partido Nacional ha pasado
a ser parte de su vida.

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“La libertad es el
cordón umbilical para los blancos”
Celestino “Toto” Martínez
(Fray Marcos, Florida)

Nació en campaña. “Trabajaba con mi padre en chacras mientras iba a la


escuela rural. No tuve oportunidad de ir al liceo, lo que me hubiera gustado mucho.
Siempre tuve vocación por el estudio y por la historia. Me encanta la historia
local, la historia departamental, la historia de mi partido y de mi país. Cuanto libro
puedo comprar, lo compro. Pero me duran poco porque leo muy rápido. Mientras
los demás miran televisión, yo leo”.
A los 19 años empezó a explotar “un tambito” junto a su padre y herma-
nos. “Yo veía que la agricultura se venía a pique porque había precios muy bajos.
Con la leche se hacía dinero todos los días. Empezamos mandando leche a una
industria de San Ramón y después a Conaprole”. Como quien no quiere la cosa,
estuvo en la lechería más de 40 años. “En 1971, cuando me casé, inicié el tambo
acá donde vivo. Todavía en esa época se ordeñaba a mano porque acá no llegaba
la electricidad. Me ayudaba mi señora”.
A fuerza de trabajo, Celestino y su familia fueron mejorando. “Primero pude
contratar algún empleado. Después compré una máquina y ya fue más fácil. Con
la leche que vendía empecé a comprar ganado y algunas fracciones de campo.
Conseguí ir avanzando paso a paso”. Hace cinco años decidió cambiar de rubro.
“Me pasé a la cría de ganado de carne. Pero todavía ordeño vacas, no para nego-
cio sino para el consumo de la casa. Hago todos los trabajos que hay para hacer
en el campo”.
Celestino tiene 73 años y lleva casado 45 “con la misma señora”. Tienen dos
hijos ya grandes. Toda su vida giró y sigue girando en torno a las tareas rurales.
La otra gran continuidad ha sido su fidelidad al Partido Nacional. Es un vínculo
que viene de lejos. Su bisabuelo fue parte de las tropas del caudillo “Lanza Seca”
que intentaron llegar al Paysandú defendido por Leandro Gómez. Sus tíos abue-
los pelearon con Saravia. A los 14 años Celestino fue a su primera reunión polí-
tica. “La historia del partido corre por mi sangre. Me emociona mucho recordar
hechos gloriosos de luchas por la libertad. La libertad es el cordón umbilical para
los blancos”.

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“Está todo por recuperar”

Andrés Carrato
(Trinidad, Flores)

“En el correr de toda la historia del Uruguay, desde Aparicio Saravia hasta
Herrera y Wilson Ferreira, cuando hubo que resignar intereses, cuando hubo que
pagar costos políticos por el bien del país, el que siempre estuvo dispuesto a
hacerlo sin medir consecuencias fue el Partido Nacional. Para los blancos, hacer
política es hacer lo mejor para el país y para su gente”.
Creció en Arroyo Malo, un paraje rural del Departamento de Flores. “La
infancia en zona rural es lo más lindo que le puede pasar a cualquier niño”. Fue
a la escuela a caballo y, cuando llegó la hora de empezar el liceo, se fue a vivir a
Trinidad con sus abuelos. En 2001 se mudó a Montevideo para estudiar Ciencia
Política. “No me tocó una época fácil. Justo llegó la crisis de 2002. Había mucha
efervescencia en el ambiente universitario, y en especial en la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de la República. Un ambiente muy movilizado, pero
que me parecía totalmente alejado de lo que estaba pasando en el país real”.
Sus abuelos eran colorados batllistas. Sus padres eran votantes blancos,
pero no militantes. Él empezó a militar en el Partido Nacional antes de cumplir 18
años. “Todavía sin poder votar ya estaba en un comité, que es el lugar por donde
pasa la vida política en el interior”. Cuando llegó a Montevideo se incorporó a la
secretaría del entonces diputado Ricardo Berois. Una vez vuelto a Flores, empezó
a militar con Armando Castaingdebat.
Casado, con 33 años y un hijo en camino, Andrés cree profundamente en la
política. “Para cambiar y mejorar el país, no hay otra herramienta que la política y
la libertad. El discurso de que todo está perdido no nos ayuda en nada. Está todo
por recuperar. No podemos habernos olvidado de ser uruguayos. Y Wilson decía
que no hay mejor manera de ser oriental que ser blanco. Hay un sentir blanco
que tiene que ver con valores que están en nuestras raíces, como la defensa de la
libertad. Podemos compartir esas ideas, porque el buen blanco comparte. Pero
no podemos dejar de decir que son muy nuestras”.

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“Siempre le tuve fe”

Norma Carmen Caminada


(Chacras de Paysandú, Paysandú)

Nació en Paysandú hace 85 años. Cuando tenía tres meses sus padres se
separaron y su madre se la llevó a vivir a Mercedes, en el departamento de
Soriano. Pero un tiempo después la madre se enfermó. Entonces, a los 3 años de
edad, Norma fue entregada a una familia sanducera. “Ellos fueron mis padres.
Eran blancos, completamente blancos. Amigos de Herrera. Me pusieron en el
Colegio María Auxiliadora. Hice toda la escuela y empecé el liceo”.
Cuando tenía 14 años, su padre biológico vino a buscarla. “Había formado
familia y me llevó a vivir con ellos”. Cuando a Norma le tocaba votar por primera
vez, el padre la subió al auto y le dio un sobre. “Yo abrí el sobre y vi que era una
lista del Partido Colorado. Le dije que eso no lo votaba. Entonces mi padre me
hizo bajar del auto, me entró a la casa y me dejó sin votar. Pero yo me casé a los
21 años, y a partir de ahí ya no podía mandarme. Desde ese momento voté al
Partido Nacional. Siempre le tuve fe”.
En cuanto se casó, Norma empezó a militar. Vivía en campaña, pero salía
a repartir listas y a hablar con los vecinos. “Mi marido también era colorado,
pero nunca me dijo que no”. Esa costumbre la mantuvo hasta la última campaña
electoral. En 2014 Norma volvió a pedir listas y salió a repartir y a conversar. Su
candidato en la interna era Jorge Larrañaga. En otras épocas tuvo club y cosió
banderas. Cuando se le pregunta qué siente por el Partido Nacional, se emociona
y dice: “Locura. Para mí no hay otro partido”. Leandro Gómez es la figura histórica
que más admira.
Norma vive hoy en la misma chacra en la que se instaló hace 64 años, cuando
se casó. Tuvo dos hijos “excelentes”, un nieto y una bisnieta. A sus 85 y rodeada
de perros, sigue muy vital y conversadora. “Tuve una vida linda. ¿Qué más puedo
pedir? A veces me acuesto y no puedo dormir. Entonces empiezo a pensar. Un
pensamiento te lleva a otro. Me acuerdo de mi niñez, de mi juventud, de mis
amigas”.

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“No tengan miedo
de creer en algo”
Diana Landoni
(Pocitos Nuevo, Montevideo)

Milita en la Juventud de Alianza Nacional, y repite con orgullo la frase que


le dijo Luis Alberto Lacalle Herrera el día que la conoció: “Sos heredera de una
gran tradición blanca”. Así es y así se siente. Su familia ha estado ligada al Partido
Nacional por generaciones, tanto en Montevideo como en Durazno.
Las raíces importan. Pero Diana aclara que no es eso, o no sólo eso, lo
que la hace sentirse blanca. Durante la última campaña electoral descubrió qué
es lo que la mueve y la emociona. Son cosas como “trabajar al lado de mi padre
por algo que creemos que es mejor”. Una combinación intransferible de tradición
familiar y convicción personal. “Uno nunca quiere ser como sus padres al cien
por ciento, pero yo veo en ellos los valores que definen lo que es ser blanco”.
Su militancia es una manera de prolongar y de interpretar a su modo un legado
compuesto de historias, pero también de principios e ideas.
Lo que más le atrae de la tradición partidaria es la fidelidad a las convic-
ciones. “Los hombres y mujeres que históricamente han integrado el Partido
Nacional son personas que, en el momento en que las papas quemaron, dijeron
lo que tenían que decir o hicieron lo que tenían que hacer”. Por eso, cuando se le
pregunta cuál sería su mensaje a los jóvenes que están lejos de la política, Diana
responde: “que no tengan miedo de creer en algo”.
Diana tiene 23 años y estudia Bioquímica Clínica en la Universidad de la
República. También es militante de la Lista 430 del Partido Nacional. Cuando mira
para atrás, recuerda más derrotas que victorias. Pero eso no hace más que reafir-
mar su compromiso. Porque está segura de que los blancos volverán a gobernar
y de que, cuando ganen, ganarán todos los blancos.

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“Lograr los cambios que
la gente pide”
Rodrigo Galarraga
(Tacuarembó, Tacuarembó)

Tiene 17 años y está haciendo sexto de Derecho en el Colegio San Javier.


Espera terminar este año e irse a hacer facultad en la Universidad de la República.
También planea tener militancia universitaria. “Ya estuve en Montevideo conver-
sando con gente de CGU”.
Empezó a militar en el Partido Nacional en 2013, “con catorce o quince
años”. Lo llamaron para preguntarle si quería ayudar en las elecciones internas y
enseguida dijo que sí. “Era justo cuando Luis Lacalle empezaba a moverse, y a mí
me entusiasmaba su imagen de renovación. Entonces me acerqué y me encontré
con una cantidad de compañeros”.
Rodrigo militó hasta el último día de la campaña, aunque no tenía edad
para votar. Y la militancia le trajo más ganas de militar. “Nosotros hacemos mucho
el puerta a puerta, y así vas conociendo la realidad de los barrios y de los pueblos.
Conocés todos sus problemas. Y eso te da más ganas de seguir militando para
lograr los cambios que la gente pide”. En la experiencia de Rodrigo, seguridad,
educación y trabajo son los temas que más preocupan.
Rodrigo compara lo que encontró en el Partido Nacional con lo que puede
ver en otros partidos. Y percibe que el Partido Nacional es el que da más lugar a
los jóvenes. “Tenemos muchos espacios, tenemos organización, tenemos activi-
dades de formación. Este fin de semana tenemos unos talleres de economía y de
comunicación para los que estamos arrancando. Siempre se puede hacer más,
pero estamos bien”.
A Rodrigo le gustaría dedicarse profesionalmente a la política. Se imagina
en el futuro ocupando algún cargo de representación, ya sea a nivel departamen-
tal o nacional. Pero, antes de eso, sabe que hay que prepararse y crecer. Planea
seguir militando en Montevideo y desde ya presta mucha atención a la actualidad
política. Le gusta escuchar las intervenciones parlamentarias de Javier García.
El Partido Nacional es un lugar donde se siente muy cómodo. “El partido me
representa. Para mí es un orgullo llegar a un lugar y decir que soy blanco. Si me
propongo acercar un joven al partido, no le hablo mucho. Lo arrimo y que vea”.

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“El partido que peleó
por el voto secreto”
Walter Viña
(Trinidad, Flores)

Su carpintería funciona en Trinidad desde hace más de 35 años. Le gus-


tan las antigüedades. Entre sus piezas más valiosas hay una silla cruzada y una
teja que vienen de la habitación donde murió Aparicio Saravia. “La silla está toda
cangüeca y tiene una marca vieja de Joao Francisco Pereyra, que era el dueño
de la estancia. Me la mandó hace muchos años un nieto de él, porque el campo
sigue siendo de la misma familia”. También guarda el arma, las espuelas y los es-
tribos con los que peleó Segundo Viña, un tío-bisabuelo que cayó a los 19 años
en Paso del Parque. “Integraba la División 12, de Flores y San José. Por él, mi
padre se llamó Segundo y yo Walter Segundo”.
Con esos antecedentes, Walter se siente genéticamente blanco. “Ser blan-
co es una mezcla de emoción y de orgullo. Es pertenecer al partido que peleó por
el voto secreto, al partido de la honestidad administrativa”.
Pero Walter no sólo guarda objetos relacionados con el pasado. También
mira para adelante. Por eso le gusta ver “tanta juventud en el partido. Me recuerda
a la época de Wilson, cuando los jóvenes participábamos mucho”.
Walter no separa la militancia de la vida cotidiana. No es de colgar carteles
ni de salir a recorrer, sino de defender al partido en los lugares donde se mueve.
Para él, la militancia consiste en “hablar apasionadamente y tratar de convencer”.
Le gusta destacar “el equipo de gente clarita y sin desgaste que tiene el partido”.
Todo eso con respeto, porque quiere “un Uruguay sin enfrentamientos”. Por nada
del mundo quiere volver al Uruguay “de la arrogancia de los militares y los
Tupamaros metiendo bala y encerrando gente. Costó mucho salir de eso y no lo
tenemos que perder”.
Su mayor dolor como blanco fue “cuando Wilson finalmente estaba para
llegar a ser presidente y lo agarró la enfermedad. Fue muy triste esa época.
Saravia y Wilson fueron los más grandes”. Ahora sigue a Larrañaga.
Entre las muchas cosas que guarda, Walter tiene varios ejemplares de la
Revista Blanca publicados en 1919. Como cerrando un círculo, él aparece en sus
páginas casi un siglo después.

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“El valor de la libertad”

Mariana Wainstein
(Punta Carretas, Montevideo)

Su padre tenía una librería en Montevideo. Ella creció explorando ese


mundo. “Los libros de la librería eran nuestros juguetes”. Su madre había venido
a trabajar en la embajada de Israel y aquí había conocido a quien sería su esposo.
Mariana fue a la Escuela Integral Hebreo-Uruguaya y a los 18 años se fue a estu-
diar a Tel Aviv.
Su condición de blanca es una herencia de su padre. “Mi padre era un judío
blanco, algo que en aquella época no era tan común. Los judíos que habían
llegado al Uruguay eran comunistas, socialistas o colorados. Pero él era blanco
y el tema del Partido Nacional siempre estuvo presente en casa. Había mucha
gente que pasaba: personalidades del partido que venían a charlar con mi padre.
Después vino la dictadura y el gran tema fue el exilio de Wilson Ferreira”.
Esos antecedentes terminaron marcando un rumbo en su vida. Un día,
cuando vivía en Israel, se enteró de que Wilson había llegado e iba dar una con-
ferencia. Mariana decidió asistir. “Al otro día, Wilson y su esposa querían conocer
el Museo de las Diásporas, y yo trabajaba como guía en ese museo. Así que se los
mostré”. Mariana tiene un recuerdo imborrable de ese día. “Como consecuencia
de esa conferencia, me conecté de nuevo con Uruguay y terminé volviendo”.
Mariana recuerda que en su casa se hablaba mucho de política “tanto por
el lado de Uruguay como por el lado de Israel. Mi padre era un gran luchador
por los judíos de la Unión Soviética, que en esa época no podían salir. Una de sus
actividades era esclarecer a la prensa, informar y tratar de sacar a los que
se pudiera, dado el estilo autoritario del gobierno comunista soviético. De ahí
vienen los valores que tengo en común con el Partido Nacional, como el valor de
la libertad”.
Mariana es hoy directora de teatro, mujer de radio y gestora cultural. En el
momento de ser entrevistada estaba aprontando un estreno. Tan blanca como
el que más, Mariana entiende que su actividad artística condiciona su vínculo
público con la política. “El artista tiene que mantenerse lejos del poder, mantener
un espacio de libertad crítica”.

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“Si estamos acá
es porque queremos”
Valentina Longui
(Tacuarembó/Montevideo)

Es de Tacuarembó pero hace tres años que vive en Montevideo. Tiene 20


años y estudia en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. Al
principio quería estudiar arquitectura, “pero un día me levanté y dije: ‘quiero
ser médica, quiero ayudar a la gente haciendo eso’. Así que tuve que hacer dos
quintos a la vez, de mañana y de tarde. En sexto año ya hice Medicina, y de ahí a
la facultad”.
Ir a vivir a Montevideo fue un cambio grande. “Lo que más me costó fue
dejar a mi familia. A la ciudad te adecuás, aunque tenés miedo porque es más
insegura. Pero lo que más me costó fue lo otro”.
Valentina está lejos de la familia pero siente todo su apoyo. “Cuando me
vine, mi abuelo me acompañó. Acá no había ni una silla y se acostó en el piso.
Para mí es el símbolo de la vitalidad. Tiene 80 años y anda en bicicleta”.
También la ayudan las enseñanzas de su padre. “Siempre me dijo que me valorara
a mí misma, que yo puedo hacer lo que me proponga”. Eso la sostiene mucho.
“Hoy hay mucha gente que prefiere las cosas fáciles, que se las regalen en vez de
ganárselas. A mí me enseñaron diferente: si vos querés algo, tenés que pelear por
eso”.
La misma garra la pone en la política. Dice que es blanca desde antes de
nacer. “Mis primeras fotos, todavía en la panza de mi madre, son en Masoller
rodeada de banderas. Mi infancia la pasé en los comités. Entré a la 430 cuando
tenía 15 años, durante las elecciones de jóvenes. Enseguida supe que era algo
que no iba a pasar. Sentí que había entrado a un partido, no a un lugar dónde sólo
se sigue a personas”.
Valentina quiere una política donde los jóvenes tengan protagonismo. “Para
mí, un ejemplo es Martín Lema. No tengo trato personal, pero veo que, aunque
es el diputado más joven, en el poco tiempo que lleva ha hecho muchas cosas”.
Le gusta que el Partido Nacional dé espacio a los militantes jóvenes. Y ase-
gura que tienen mucho para dar. “A nosotros la política no nos da de comer. Si
estamos acá es porque queremos. Nos importa lograr mejoras para el país. Esta-
mos aburridos de peleas”.
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“Blanco, blanco, blanco”

Héctor Silva
(Carmelo, Colonia)

La guerra de 1904 le resulta próxima. Su padre estuvo allí. Es que Héctor, el


menor de ocho hermanos, fue el hijo de la vejez. “Cuando nací, mi padre tenía
60 años. De joven había servido en la revolución de Saravia”.
Su padre hablaba poco del tema, pero Héctor sabe lo esencial. “Lo cuidaron
mucho porque era muy joven. Lo mandaban a cuidar caballos y siempre lo acom-
pañaba alguien. Pero vio cosas que lo marcaron. Cuando la guerra terminó, estuvo
dos años de andante, dando vueltas por el campo. Recién se recuperó cuando
llegó a Montevideo y empezó a trabajar de albañil”.
Cuando Héctor era niño, su padre era constructor en la zona de Cardona,
Departamento de Soriano. Pero todavía actuaba como un servidor. “Lo recuerdo
yendo a las casas de los blancos que había en la zona para preguntar si necesita-
ban algo, si tenían trabajo. Siempre decía que para ser un buen blanco hay que
tener vocación de servicio. Éramos diez en casa y no sobraba. Pero mi padre decía
que para un correligionario siempre había”.
Héctor hizo primaria y secundaria en Cardona. En 1966, a punto de cumplir
19, se fue a jugar en el Lito Fútbol Club de Carmelo. “Ese año salimos campeones
invictos”. Cuando se terminó el deporte fue operador de Radio Carmelo y luego
trabajó con un rematador. Ahora se dedica a control de plagas. Tiene título habili-
tante expedido por el Ministerio de Salud Pública.
Con 69 años y abuelo de dos, Héctor concibe su militancia como una prolon-
gación del compromiso que vio en aquellos viejos blancos. “El Partido Nacional
es un partido que puso mucha historia y mucha sangre. La gente se ha olvidado
de lo que fueron aquellos sacrificios. Pero la época de los enfrentamientos entre
hermanos pasó. Hoy, la política hay que hacerla con cordialidad, con lealtad, con
integridad”.
Héctor está convencido de que los blancos van a encaminar el país. “Tenemos
que volver a un Uruguay donde la gente se sienta bien y pueda creer en los que
mandan”. Él no tiene ninguna aspiración personal. “No tengo ninguna lista ni soy
candidato a nada. Soy blanco, blanco, blanco”.

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“El partido que más siente
por la gente”
Amílcar y Alejandro Cordones
(Mercedes, Soriano)

Amílcar nació en Canelones, estudió química en Montevideo, trabajó en in-


genios azucareros en distintos puntos del país y ahora, ya retirado y con 88 años,
vive en Mercedes. “La mía fue una vida dedicada a estudiar y a trabajar”. Eso no
le impidió militar desde joven. Su momento de mayor actividad fue a la salida de
la dictadura, cuando acompañaba a Luis Pedro Besozzi. En los años noventa fue
Director de Higiene del gobierno departamental de Soriano.
Alejandro tiene 57 años e hijos grandes. Es blanco como su padre, pero por
decisión propia. “Si bien en casa el ambiente era notoriamente blanco, nunca
me forzaron para que me decidiera. Lo que me llevó a ser blanco fue el estudio.
Después de leer historia nacional y la historia del partido, para mí no hubo dudas”.
Para Amílcar, ser blanco “está asociado a pureza de intención, dignidad y
amor al prójimo. El Partido Nacional es el que más siente por la gente”. Para
Alejandro, “ser blanco es una manera de ser: aquello de dignidad arriba y regocijo
abajo que decía Saravia”.
Con una larga vida a sus espaldas, Amílcar acumula recuerdos que recorren
muchas décadas. Pero la conclusión que saca de tantas experiencias es una sola:
“sigo siendo blanco, me mantendré blanco y votaré a los blancos”.
Alejandro destaca la renovación que ve en el Partido Nacional. “A nivel
departamental es notoria, desde Guillermo, el anterior intendente, hasta Agustín,
el actual. Y a nivel nacional uno ve dirigentes que surgen y se complementan con
los que tienen experiencia”.
Los dos fueron militantes anti-dictadura. Alejandro recuerda las comidas
presuntamente apolíticas que se hacían en aquellos años, en las que cantaban
Eustaquio Sosa y Carlos María Fossati. “Eran reuniones que se disfrazaban para
poder hablar de lo que no se podía hablar”.
Identificados con Alianza Nacional, ambos quieren un partido fuerte para
pelear al gobierno. “Hay un sentimiento a favor del Partido Nacional”, dice Amílcar.
“La mejor herramienta para sacar al país adelante es el Partido Nacional”, agrega
Alejandro.

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“Ser blanca es no doblegarse”

María de Lourdes “Marita” Cabral


(Carmelo, Colonia)

Su padre era capataz de frigorífico. Ella estudió hasta los 14 años, pero
entonces tuvo que ponerse a trabajar. “Sólo el uniforme que te obligaban a usar
en la dictadura costaba la mitad de un sueldo de mi padre”. Durante años aportó
con su trabajo a la economía familiar. A los 26 años volvió al liceo y se dio el gusto
de terminar.
Cuando le tocó votar por primera vez, en las elecciones internas de 1982,
su padre le dijo que mirara todas las opciones y visitara todos los comités antes
de decidir. Ella lo hizo y confirmó que su lugar era el Partido Nacional. “Lo que
primero me atrajo fue el ambiente. Hice amigos, era como otra familia. Y además
estaba la figura de Wilson”. Fue una época de mucha militancia. “Hasta llegué a
marchar presa. Un día salimos a pedir por la libertad de Wilson y todos los presos
políticos. Yo llevaba una pancarta y terminé en el Juzgado”.
De aquello hace 35 años. Hoy Marita es un puntal de su comité. El día de
las elecciones es la encargada de organizar el transporte, la comida y las carpetas
que van a llevar los delegados. “Yo no soy dirigente. Soy una más. Y no quiero ser
más de lo que he sido hasta ahora. Yo soy para estar con la gente”.
Tiene 53 años y un hijo. Trabaja en la intendencia de Colonia. Hace años
hizo una capacitación para idóneos en acción social. Desde entonces es una de
las personas que maneja las políticas sociales impulsadas por el gobierno
departamental. Hoy tiene a su cargo la zona Oeste del Departamento, que incluye
Conchillas, Ombúes, Palmira, Carmelo y Miguelete.
Sensibilizada por su trabajo, a Marita le preocupa “que haya tanta infancia
abandonada en el país”. También se alarma ante la situación de muchos adultos
mayores. “Son los dos sectores más vulnerables de la población”.
Funcionaria, madre y militante, para Marita “ser blanca es no doblegarse.
Es salir a pelearla contra viento y marea. Y no agachar la cabeza nunca”.

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“Convertir las derrotas
en victorias”
Irma Lugo
(Minas, Lavalleja)

Tiene 80 años y hasta hoy sólo se viste de blanco y celeste. “De niña me
traían algo rojo y lloraba”. Será porque sus dos abuelos fueron servidores de
Aparicio. Será porque su casa era lugar de reunión de viejos blancos “que se jun-
taban a hablar de la guerra”. Ella los escuchaba y registraba. Un día le pidió a su
madre que encargara un diccionario al London París, para buscar las palabras que
no entendía cuando leía El Debate.
Vivió hasta los 16 años en un puesto de estancia cerca de San Jorge, en el
Departamento de Durazno. “En esa época íbamos mucho hasta San Gregorio de
Polanco, porque todavía no estaba la represa. Íbamos a caballo hasta el borde del
Río Negro y cruzábamos en bote”.
Después se trasladaron a Puntas de Penitente, en Lavalleja, porque su padre
había sido contratado como capataz de estancia. Eso sólo duró unos años, porque
su padre murió en 1958. “Era muy blanco, pero lamentablemente no pudo ver
el triunfo del Partido Nacional”. Entonces Irma se fue a vivir a Minas. En ese mo-
mento tenía 22 años y sólo había hecho la escuela rural. Trabajó como telefonista,
en una época en la que no había centrales automáticas y todo pasaba por las
operadoras.
Lo que nunca dejó de hacer fue campaña política. “Para las elecciones de
1954, todavía en campaña, salía a repartir listas a caballo. Y en las de 1958 salía a
recorrer las calles de Minas, aunque apenas conocía porque acababa de llegar”.
El gran referente de Irma es Luis Alberto de Herrera: “un hombre mara-
villoso, humilde, con la capacidad de convertir las derrotas en victorias, como
alguien dijo, porque empezaba de nuevo sin culpar a nadie. Conocía muy bien al
país y a su gente. La gente más pobre siempre fue herrerista”.
Cuando Irma habla del Partido Nacional, se escucha un poco el tono en el
que hablaban aquellos viejos servidores que se reunían en su casa: “cuando el
Partido Nacional salió a pelear, no anduvo escondiéndose en las cloacas ni
secuestrando gente. Salió a cara descubierta a las cuchillas”.
Irma está jubilada y vive en el barrio La Filarmónica de la ciudad de Minas.

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“Ser blanco es
una forma de ver al país”
Oscar Gambetta
(Treinta y Tres, Treinta y Tres)

Hizo primaria y secundaria en Treinta y Tres. Después se fue a hacer facultad


en Montevideo. “Llegué con 75 kilos y al año pesaba 64. Al principio extrañaba
todo. Pero la experiencia te enseña a ser independiente y a abrirte a un mundo
diferente. Es un destete que te hace cambiar de cabeza”.
Hoy, a los 45 años, Oscar es ingeniero agrónomo y productor agropecuario.
También tiene un escritorio de negocios rurales. “Lo construí todo a fuerza de tra-
bajo honesto, como me enseñaron mis padres. Los que me conocieron en Monte-
video saben que era una persona que la pasaba mal. Cenaba café con leche todos
los días”. Hoy está casado y tiene dos hijos.
Oscar recorre permanentemente el país viendo ganado. Y lo que ve le preo-
cupa. “El Uruguay es un país chico con altísimos costos para producir. Así como
estamos, con las tarifas, los impuestos y la cantidad de empleados públicos que
tenemos, no somos viables. Si no somos más productivos y más eficientes en el
gasto, el futuro va a estar muy complicado. Además hay problemas enormes en
seguridad y en educación. Yo fui a la escuela pública y mis hijos están yendo a un
colegio privado. Si no educás bien, no igualás”.
Oscar creció en una casa en la que se escuchaba a Wilson por onda corta
cuando hablaba desde el exilio. De niño acompañaba a su padre a reuniones
clandestinas que se hacían en campaña. En 1982, con once años de edad, tuvo
problemas con la policía por clavar chapas pintadas con los números de las listas
wilsonistas. Cuando Wilson llegó a Buenos Aires, fue con su madre a verlo al
hotel donde se hospedaba. Muy joven se incorporó a la Juventud de Por la Patria.
“Todavía me acuerdo del campamento que hicimos en Ansina”.
Para Oscar, ser blanco va mucho más allá del voto. “Ser blanco es una forma
de ver al país. El Partido Nacional defiende a nuestra gente, esté donde esté. Por
eso es el partido de la descentralización y de la honestidad administrativa. Y por
eso tiene una historia divina”.

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“El Partido Nacional
es lo más lindo que hay”
Jacinto Tirelli
(Florida, Florida)

Tiene 85 años y se pasó la vida monteando a la antigua: él y su hacha en el


monte. Más tarde, la motosierra. “La vida del monteador era buena. Eso sí, en el
monte había que ordenarse. Yo me había hecho de un barril de agua de 800 litros
y siempre tenía una radio para escuchar. La carpa me la hacía con techo de zinc.
Después tuve dos tractorcitos”.
A veces se metía monte adentro, y otras veces iba delante de las cuadrillas que
venían haciendo las rutas nacionales. “Montié la Ruta 5, montié la ruta de Colo-
nia. Hice toda la monteada del puente Quaraí-Artigas, allá en el norte. Después
seguí trabajando con unos brasileros. Andaba solo, con una valija y la motosierra”.
Jacinto anduvo por muchos lados, pero siempre supo a donde volver. En
casa lo esperaba “la Negra”, su mujer. Ahora “la Negra” está enferma y Jacinto
vive para cuidarla. “Ella me acompañó toda la vida. No la voy a dejar ahora que
estamos en la mala. La voy a acompañar hasta la muerte”, dice con emoción. Sus
hijos y la nuera los acompañan. Los cuatro nietos son su alegría.
Los recuerdos personales de Jacinto se mezclan con los de su militancia
entre los blancos. “El Partido Nacional es lo más lindo que hay, es el partido de
la honestidad y de la libertad. La libertad es lo más grande. Mientras tengamos
prensa y la libertad de hablar, estamos en el buen camino. Y si nos alejamos de
ese camino, nos vamos para el pozo”.
Jacinto tiene confianza en su partido. “Es un partido de gente buena, que se
acuerda del paisanaje. Yo tengo confianza en los muchachos que están ahora.
Acá en Florida tenemos una gente bárbara, como el Pájaro Enciso, que puso muy
buen equipo en la Intendencia. Y José Arocena, que lo conozco de chico porque
era amigo de su padre. Andrés Arocena me dejaba a los hijos para que se los
cuidara. Yo monteaba y ellos andaban en bicicleta. Con Andrés estuvimos presos
juntos durante la dictadura, por ser blancos. En esa época yo tenía un camión y lo
usaba para llevar gente. Era una época brava, pero a mí me impulsaba el partido
y me impulsaba Wilson Ferreira Aldunate”.

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“Soy blanca
bien puesta, y no reniego”
Iris Fregossi
(La Blanqueada, Montevideo)

Es abogada, funcionaria del Ministerio de Trabajo y militante sindical. Pero


no cualquier militante. A los 36 años de edad, Iris es la Secretaria de Asuntos
Gremiales de COFE, la confederación que reúne a los sindicatos de funcionarios
del Estado. Desde allí se ocupa de todos los conflictos y todas las negociaciones
colectivas del sector público. Además, sigue integrando la directiva de su sindi-
cato de base.
Iris nació en Mercedes y, como muchos jóvenes del interior, se trasladó a la
capital para estudiar. “Quería ser abogada y no tenía más opción que venirme a
Montevideo. Al principio costó, pero al final me adapté. Igual, extraño a mi ciudad
y voy todo lo que puedo”.
También tuvo que adaptarse a las nuevas formas de militancia. “Es distinto
cómo se milita en el interior a cómo se milita en Montevideo. En el interior es más
el acercamiento personal, conocer la realidad de cada persona. Y se milita todo el
tiempo. Así que el grupo político termina siendo parte de tu familia”.
Cuando empezó a trabajar se enfrentó a una nueva realidad. Ciertas
situaciones la hicieron volcarse a la actividad sindical y con algunos compañeros
decidieron presentar una lista. “Queríamos lograr un cargo y terminamos ganan-
do cuatro de cinco. No teníamos ninguna experiencia. Así, a los golpes, arrancó
nuestra vida sindical”.
Hoy Iris está en el corazón del movimiento sindical uruguayo. “Es difícil para
una mujer manejarse en el mundo de los sindicatos. Más si sos blanca. Porque
como sos sindicalista te ven como si fueras de izquierda, y porque sos del Partido
Nacional la izquierda te ve como si fueras de derecha. Al principio hubo descon-
fianza, pero somos todos trabajadores y nos hemos entendido muy bien”. Ya fue
varias veces reelecta en sus cargos.
Los tiempos que corren no son fáciles. “En el mundo en que me muevo, a
veces es difícil pararse y decir ‘soy blanca’. No siempre fue así, pero hoy hay
lugares en los que es difícil hacerlo”. Pero Iris no se achica: “Soy blanca bien pues-
ta, y no reniego. Es lo que soy. Y no soy la única blanca en el movimiento sindical.
Es una cuestión de respeto”.
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“Curar las nanas del país”

Dominga Luna
(Villa García, km. 16, Montevideo)

Tiene 89 años, nueve hijos y “treinta nietos, más o menos”. También


bisnietos. “Unos están casados. Otros… en fin. El que vive acá al lado es pana-
dero”. Entre los nietos “hay de todo, pero más blancos que otra cosa”.
Dominga es salteña, pero a los 18 años bajó a Montevideo. Se ofreció como
voluntaria en el Hospital Pasteur y trabajó allí muchos años, primero sin cobrar
y luego como funcionaria. Dejó el puesto ya casada, cuando empezaron a llegar
los hijos.
Hace más de treinta años que vive en Villa García, “un barrio tranquilo, de
gente guapa, que le gusta trabajar. Son quinteros, albañiles, de todo un poco”. Allí
sigue viviendo hasta hoy, en una chacra que no quiere abandonar. “Cuando vivía
mi marido, que murió hace diez años, teníamos todo plantado: papa, boñato,
maíz, tomates, morrones”. Ahora sólo quedan los frutales: membrillos, perales,
manzanos. “Pero ya nadie quiere, y yo no ofrezco tampoco”. Hasta hace un tiem-
po tenía algunas ovejas y cuatro vacas, pero se las robaron.
Dominga empezó a militar en su Salto natal cuanto tenía 15 años. Ahora
es una referente del Partido Nacional en toda Villa García: “Cada vez que he
invitado, vienen todos”, dice con orgullo. Pero agrega que nada se consigue sin
esfuerzo: “hay que salir, ir a las casas, invitar. Igual que cuando hay algo en el
centro. Invito y llenamos un ómnibus”. Pero ahora le cuesta más moverse, así que
“hay que estar con el teléfono”.
Cuando Dominga habla, se le nota intacto el entusiasmo del primer día.
“Para mí el Partido Nacional es el que puede curar las nanas del país. Le tengo
muchísima confianza, en las lindas y en las feas. Lo quise siempre y le doy todo lo
que tengo, porque el Partido Nacional es la defensa del país”.
Dominga cumple 90 años en agosto, el mismo mes en el que se celebran los
180 años del Partido Nacional. Ese día quiere hacer una vaquillona para recibir a
los muchos amigos que van a verla en cada cumpleaños.

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“Buscar soluciones para
los problemas del pueblo”
Julio César Castrillo
(Colonia, Colonia)

Empezó a trabajar en gastronomía a los 18 años, cuando lo contrataron en


un restaurante de Punta del Este. “Éramos doce personas en la cocina. Hacíamos
600 cubiertos por día”. Unos años después estaba trabajando y estudiando en
Barcelona. Hoy es chef de profesión. “Es un oficio que no te deja de a pie en
ningún país del mundo”.
Su paella es muy conocida en Colonia del Sacramento. “La experiencia cata-
lana me dejó un buen manejo del marisco y del pescado, que tienen su pequeño
mimo a la hora de manipularlos y de la cocción. Pero también trabajo mucho la
pasta italiana, hago una muy buena lasagna”. Para ser un buen chef, sostiene
Julio, hace falta “creatividad, memoria fotográfica y olfato: hay que ser capaz de
recordar el aroma de un plato que viste hace dos meses y asemejarlo con los
condimentos y las hierbas”.
Se le nota en cada palabra que es un enamorado de su oficio. “La cocina es
una obra de arte, como lo que hace un pintor. Hay que mimar mucho el plato a la
hora de llevárselo al comensal a la mesa”. Para enseñar lo que ha aprendido, da
charlas en colegios y sale en la televisión.
Viene de una familia “blanca hasta la médula”. Tiene un hermano que se
llama Wilson Alberto, por Wilson Ferreira y Alberto Zumarán. “Acá en Colonia
yo siempre estuve vinculado a Carlos Moreira, primero como votante y después
trabajando adentro del partido. Se están haciendo bien las cosas y creo que en las
próximas elecciones nacionales va a ganar el Partido Nacional”.
A los 43 años de edad y lleno de confianza, Julio define el ser blanco como
“ser leal a la Patria. El Partido Nacional es un partido muy profundo y muy grande,
que siempre buscó lo mejor para el país. Un partido de seriedad y respeto. Un
partido comprometido con buscar soluciones para los problemas del pueblo”.
Julio vive con su esposa y sus dos hijos en la zona del Real de San Carlos.
Desde el año 2015 es edil departamental suplente.

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“Me sentí tenido
en cuenta y respaldado”
Alexandre Melgarejo
(Durazno, Durazno)

Recuerda con toda exactitud el día que empezó a militar en el Partido


Nacional: fue el 21 de marzo de 2015. “Durante la campaña para las elecciones
nacionales había ido a los actos que se hicieron acá en Durazno, pero no había
dado el paso. El 21 de marzo me decidí y le escribí al edil Felipe Algorta. Al otro día
ya estaba en una reunión. En cuanto llegué al comité me sentí tenido en cuenta
y respaldado. Al día siguiente estaba viajando al interior del departamento para
participar de una actividad”.
Todo lo que vino después lo entusiasmó. “Empecé a recorrer, a conocer
gente, a escuchar las propuestas del partido, a caminar por la calle y visitar los
barrios más humildes. Todo eso me ponía en contacto con los valores que me
había transmitido mi familia. Todo me gustó”.
Aunque no tenía edad para votar, Alexandre participó activamente en la
campaña para las elecciones departamentales. Y no dejó de hacerlo cuando la
votación quedó atrás. “Voy a seguir militando, voy a seguir caminando, voy a
seguir hablando con la gente. Voy a hacerlo porque militar es muy importante
para la democracia, y porque el Partido Nacional nos da un lugar a los jóvenes
que nosotros tenemos que aprovechar. Sé que voy a seguir haciéndolo por mu-
cho tiempo. Me siento parte del Partido Nacional y lo siento como parte de mi
vida”.
Alexandre tiene 17 años y cursa el último año de Bachillerato. Tiene
pensado hacer facultad en Montevideo, aunque todavía duda entre Derecho
y Sicología. Lo que sí tiene claro es que, una vez recibido, le gustaría volver a
Durazno para ejercer.
Para Alexandre, ir a estudiar a la capital es un desafío que lo atrae. Pero
también le gustaría que en su ciudad se instalara una universidad. “Me parecería
justo porque Durazno está en el centro del país. Le quedaría cerca tanto a la gente
de Artigas como de Lavalleja, de Maldonado como de Río Negro. No sería sólo en
beneficio de Durazno sino en beneficio de todo el país”.

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“Si Dios me da vida
voy a volver a votarlo”
“Maruja” Sánchez Peña
(Ecilda Paullier, San José)

Se llama María, pero en Ecilda Paullier nadie la conoce por ese nombre.
Tiene ochenta años, dos hijos, cinco nietos y seis bisnietos. “Estoy orgullosa de
todos ellos. Los domingos vienen todos a casa. Nos reunimos acá y yo cocino para
todos. Me gusta hacer milanesas, tallarines caseros, estofados, pascualina, albón-
digas dulces, tortas. Me siento bien de salud y soy muy feliz. No le pido a Dios más
de lo que me ha dado”.
Maruja se crió en campaña, en Paso de las Piedras. Hizo hasta cuarto año
de escuela con una maestra particular. “No pude seguir porque la maestra no
era recibida y no daba más de cuarto”. Recuerda su infancia con cariño. “Era una
vida linda. Éramos pobres todos. Desde chicos trabajábamos con nuestros padres
en el campo. Pero éramos una familia unida y pasábamos muy bien. Se vivía dife-
rente. Todo ha cambiado mucho. Pero no digo que lo de ahora sea todo malo ni
que aquello fuera todo bueno. Cada época trae sus cosas”.
Hace veinte años que Maruja es dirigente de la Asociación de Jubilados y
Pensionistas de Ecilda Paullier. Durante mucho tiempo fue tesorera y en los últi-
mos cuatro años fue presidenta. “Ahora quise retirarme para hacer lugar a perso-
nas más jóvenes, pero no me dejaron irme y me pusieron en la Comisión
Fiscal. Así que sigo. Tenemos un grupo muy lindo. Gente trabajadora, gente bue-
na, todos muy unidos”.
Maruja es blanca de cuna. “Mis padres votaban al Partido Nacional, y yo
lo vengo haciendo desde que tenía 18 años. Siempre he votado. Me encanta la
política, me encanta ir a reuniones. Me gusta ver a todos los compañeros de agru-
pación trabajando por lo mismo”.
Viuda y cerca de cumplir los 81, Maruja se siente orgullosa de haber sido
blanca siempre. “El Partido Nacional defiende la libertad, defiende la democracia.
Si Dios me da vida voy a volver a votarlo”.

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“Hacer muy buenas
cosas con los jóvenes”
Sebastián Artagaveytia
(Villa del Cerro, Montevideo)

Soñaba con ser jugador de fútbol, pero una enfermedad y una operación
difícil le cerraron el camino. Cuando se estaba recuperando lo vieron jugar “con
un fierro” y lo invitaron a ser escobero de una comparsa de barrio. Fue el inicio
de una nueva vida. “El primer año que salí, gané los cuatro corsos. No lo podía
creer. Ahí empecé a practicar todos los días, horas y horas. Ya no tenía el fútbol
pero tenía el carnaval. Tenía siete años y me llamó Yambo Kenia para participar
en el carnaval de mayores. También me llamaron del carnaval de menores, así
que hacía los dos. Hace doce años que subo al Teatro de Verano. Nunca pensé en
llegar a estar ante cinco mil personas que me vieran y me aplaudieran”.
En el Carnaval 2016 Sebastián obtuvo el premio a mejor escobero con la
comparsa Tronar de Tambores. Es el segundo año consecutivo que se lo dan. En
total lleva ganados unos 60 premios en el carnaval. Pero “el premio más lindo
para un artista es el aplauso, y cada vez que lo escucho siento que valió la pena”.
Además de su actividad carnavalera, Sebastián estudia Relaciones Inter-
nacionales y colabora con la Fundación Peluffo Giguens organizando talleres.
“Es hermoso ayudar a esas personitas y sacarles una sonrisa en medio de las
situaciones difíciles que están pasando”. Él sabe de lo que habla.
Sebastián también milita en el Partido Nacional. “Mi padre siempre estuvo
metido y yo desde chiquito estuve ahí. No creo que haya otra elección para mí
que no sea el Partido Nacional. Me crié en él, conozco a toda la gente, le tengo
cariño”.
Sebastián está entusiasmado con su militancia. “Por suerte, el partido está
tomando el rumbo de hacer muy buenas cosas con los jóvenes. Hay congresos,
juntas, reuniones donde somos escuchados. La opinión de los jóvenes es muy
importante y no siempre es escuchada en el país. Hay jóvenes que sólo quieren
estudiar e irse, pero hay muchos que quieren quedarse y lograr algo acá. Por eso
está bueno escuchar a los jóvenes e integrarlos en la política”.

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“El Partido Nacional
siempre actuó movido por ideas”
Plácida Asuaga
(Pocitos, Montevideo)

Su abuelo peleó con Aparicio Saravia. Ella empezó a militar en 1970, en el


recién creado Movimiento Por la Patria. Se acercaban las elecciones de 1971, y
muchos jóvenes como ella trabajaban ilusionados para impulsar la candidatura
de “ese glorioso y enorme hombre que fue Wilson Ferreira”. Los recuerdos de
aquellos días la acompañan hasta hoy.
Durante los años de la dictadura, Plácida estuvo entre quienes seguían
reuniéndose y militando a escondidas, tratando de aprovechar cualquier resqui-
cio para adelantar el retorno a la democracia. Fueron años difíciles, pero también
cargados de esperanza.
Y la democracia por fin llegó. A partir de 1985, Plácida dio su apoyo a diferentes
agrupaciones y desempeñó tareas que la mantuvieron muy cerca de los políticos.
Fue funcionaria de la Corte Electoral y ayudó a desarrollar la Dirección de Turismo
de la Intendencia de Maldonado, en tiempos del legendario intendente Domingo
Burgueño.
Ahora está jubilada y reparte su tiempo entre sus actividades personales y
sus nietas. Pero ni por un momento se plantea dejar de hacer política. “Soy militante
del Partido Nacional y seguiré siéndolo mientras tenga vida, porque es un par-
tido que llevo en el alma. Ahora, hace dos períodos que estoy acompañando a
Verónica Alonso”.
Plácida se siente hasta hoy una heredera del wilsonismo de 1971. “Wilson
fue un hombre maravilloso, y cuando más lo necesitábamos se nos fue. Pero
seguimos su huella, sus enseñanzas”. Esa continuidad es lo que cada mañana
renueva su compromiso y su militancia.
A los más jóvenes les pide que conozcan la historia del país y la historia
del Partido Nacional. Si lo hacen, verán que “el Partido Nacional siempre actuó
movido por ideas”. Esas ideas están más vigentes que nunca y necesitan que las
nuevas generaciones las defiendan.

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“En el partido
hay mucha cercanía”
Victoria Vera
(Buceo, Montevideo)

Tiene 27 años y estudia la carrera de Contador Público. Desde hace años


trabaja en la administración de Educación Primaria. Compatibilizar el trabajo con
el estudio no siempre le resulta fácil. “Son muchas horas de trabajo y muchas
horas de clase. Los fines de semana hay que estudiar y hacer ejercicios. A veces,
cuando tenés parcial a última faltás a las dos primeras”.
Pero, aunque le cueste, para Victoria es esencial guardarse tiempo para la
militancia. “La política es muy importante, y el Partido Nacional es el instrumento
para cambiar la política”.
El compromiso de Victoria es pura elección. “En mi familia no hay blancos.
Mi padre toda la vida fue colorado, mi hermano es militante sanguinettista y mi
madre vota según el candidato. Pero yo desde muy chica tenía como una fasci-
nación por Lacalle padre. A los 15 empecé a conocer gente que militaba en el
partido y de a poquito empecé a entrar. En mi casa no podían creer. ¡Las discu-
siones que se armaron! Así que lo mío no es histórico, ni de familia ni nada. Es lo
que me gustó de lo que fui viendo”.
Victoria empezó a militar en Correntada Wilsonista. “Hay muchas cosas de
Wilson que son impresionantes. Pero no soy muy sectorial. Me fascinan cosas de
diferentes personajes que tuvo el Partido Nacional: lo que genera Wilson en la
gente, o algunas ideas de Herrera, o lo que hicieron Saravia o Leandro Gómez”.
En los últimos tiempos Victoria se ha comprometido con el desarrollo
de blancos.uy, una radio que transmite por Internet. “Fue una iniciativa que
empezamos entre tres, porque creíamos que hacía falta una radio de blancos
para blancos. Y después, todo el que la quisiera escuchar y ver lo que hacemos,
bienvenido. La radio está emitiendo todo el día y queremos que cada cual
tenga su espacio. Hay música, noticias, entrevistas. El trabajo es fácil porque en el
partido hay mucha cercanía. Tenemos los teléfonos de todos: intendentes, legis-
ladores, autoridades. Tomamos mate con ellos, les pedimos cosas, nos reímos. Yo
jugué a la pelota con Larrañaga. No hay drama”.

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“El que es blanco es
revolucionario”
Pedro “Coqui” Kunizawa
(Brazo Oriental, Montevideo)

Hijo de un inmigrante japonés y de una criolla bien criolla, “Coqui” Kuni-


zawa tiene 58 años y es comerciante independiente. Tiene a sus espaldas una
larga historia política. A principios de los años setenta, cuando era estudiante de
Secundaria, se hizo militante de izquierda. Después del golpe de Estado de 1973
estuvo en la clandestinidad y fue perseguido.
En los años siguientes, y a medida que maduraba sus opiniones personales,
Pedro se fue volviendo cada vez más crítico de las ideas y los procedimientos de
la izquierda en la que había militado. Pero el gran cambio se produjo en 1978,
cuando conoció en el trabajo a viejos militantes del Movimiento Por la Patria. La
figura de Wilson Ferreira, “poco a poco, día a día, minuto a minuto, me fue cauti-
vando, me fue impresionando, me fue llegando. Lo escuchaba hablar y me sentía
totalmente identificado”. Así se fue incorporando al funcionamiento casi invisible
de Por la Patria y el Movimiento Nacional de Rocha. “Cuando quise acordar ya
estaba dentro del Partido Nacional”.
“Coqui” estuvo entre los muchos militantes de izquierda que en aquellos
años se hicieron blancos. Para él, eso no significaba abandonar su inconformismo
ni su militancia anti-dictadura, sino darle un mejor cauce. “Como decía Wilson:
todos somos revolucionarios, pero en Uruguay los únicos que hicimos revolu-
ciones somos los blancos. Wilson era un caudillo, un patriota, un estadista. Nos
enseñó a no encerrarnos en etiquetas. No somos la izquierda ni la derecha.
Somos los blancos”.
Esa incorporación le cambió la vida. “El Partido Nacional lleva a la evolución.
Eso es lo que aprendí de los blancos: a no estancarme, a no encerrarme en un
pensamiento ortodoxo. El partido me enseñó a evolucionar, a pensar, a leer otra
vez la historia”.
Pedro se sigue considerando hasta hoy un revolucionario. “El que es blanco
es revolucionario. Hoy estamos peleando por una revolución humana”. Por eso
recuerda un verso que leyó muy lejos de aquí, durante los años en los que vivió
en Japón: “Si es digno ser oriental, es un orgullo ser blanco”.

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“Es mi decidir
y nadie me va a callar”
Rosa Oxley
(Malvín Norte, Montevideo)

Tiene 9 hijos, incluyendo un par de gemelas. Ella y su marido llegaron a


Montevideo en los años ochenta, “buscando oportunidades”. Los dos trabajan
duro para mantener a la prole.
Rosa nació en el Departamento de Treinta y Tres, en un hogar muy colo-
rado. “Mi papá y mi mamá eran colorados. Por mi casa pasaban dirigentes como
Pacheco y Jorge Batlle. Pero cada vez que llegaban yo me iba, porque siempre me
sentí blanca. Desde muy chica me atrajo el Partido Nacional”. Es probable que en
esa identificación personal haya influido la figura legendaria de su bisabuelo,
Segundo Oxley, que peleó con Aparicio Saravia y fue herido varias veces en combate.
Durante los años de dictadura, Rosa apenas pudo mostrar su amor por el
Partido Nacional. En Treinta y Tres todo estaba muy controlado, así que hubo
que usar la imaginación. Al principio todo se limitaba a pequeños gestos, como
coordinar con sus amigas para salir a pasear todas vestidas de blanco. En los días
finales de la dictadura, cuando Wilson Ferreira estaba en el exilio o ya preso, iban
en grupo a los primeros actos del candidato blanco a la intendencia de Treinta y
Tres, Wilson Elso Goñi, para corear insistentemente el nombre de Wilson. Desde
el estrado, Wilson Elso las miraba con una sonrisa cómplice.
Había que cuidarse, pero Rosa cuenta que, cualquiera fuera el momento
político, ella nunca negó su condición de blanca. “Si nos preguntaban, yo era muy
recta y siempre dije que era del Partido Nacional. Ese es mi decidir y nadie me va
a venir a callar la boca. Una siente ese color muy adentro. Es una parte tuya. Eso
es pertenecer al Partido Nacional: sentirlo, vivirlo cada día y decirlo sin importar
a quién”.
Cuando Rosa y su marido llegaron a Montevideo, se acercaron a los locales
partidarios que encontraron y empezaron a conocer gente. Poco tiempo más
tarde estaban militando. Y en eso siguen hasta hoy.

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“Militar hasta el último día”

Ana Listur
(Parque Batlle, Montevideo)

Se define como “blanca herrerista y militante de siempre”. Hace 50 años


que está en la trinchera y no se le ocurre aflojar. “Seguiré militando hasta el últi-
mo día de mi vida”, dice con una sonrisa que aleja cualquier dramatismo.
Nació en el Departamento de Flores, en un hogar mixto. Su padre era colo-
rado y su madre era blanca. Conoció a Herrera siendo niña en un local partidario
de la ciudad de Trinidad. “El garaje de mi casa daba frente al comité de
Herrera. Me crié ahí. Cuando llegaba Herrera era una algarabía. Toda la familia
de mi madre se movilizaba. Y yo también me entusiasmé con él. Era una persona
muy dulce con los chicos, te hablaba. Cuando fui más grande conocí a su nieto,
Luis Alberto Lacalle, y también trabajé para él en Flores”.
Hace años Ana llegó a Montevideo y enseguida se puso a militar, primero
en la Lista 904 y después en la 71. “Me encantó porque había mucha más gente
que en Trinidad. En Trinidad éramos poquitos y a mí me encanta el contacto con
el público. Pasaron los años y sigo en la 71. Estoy con Heber”.
El mejor momento de toda su vida política fue “cuando ganó Lacalle
Herrera. Fue una emoción enorme”. Y su mayor decepción se produjo en las
últimas elecciones. “Creí que las ganábamos. Fue un golpazo”.
Ana milita con entusiasmo, pero no confunde la fidelidad con la obediencia
ciega. Justamente porque quiere mucho a su partido, está dispuesta a criticarlo
cuando haga falta, para ayudarlo a mejorar. Ana es blanca hasta los huesos y sabe
que en la esencia de ser blanco está el ejercicio de la libertad. “Yo espero mucho
del Partido Nacional. Yo amo a mi partido y quiero que esté en el gobierno porque
sé que va a hacer las cosas bien. ¡Y si no las hacen, se lo voy a decir!”.
Ya cerca de los setenta, Ana pide un deseo que parece innecesario cuando
se la ve tan llena de energía: “Que Dios me dé vida para ver presidente a Luis
Lacalle Pou”.

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“Dignidad arriba y
regocijo abajo”
Darwin “Bigote” Correa
(Maldonado, Maldonado)

En su casa tiene colgada una foto de Aparicio Saravia. “Saravia quiso un


país libre, con dignidad arriba y regocijo abajo. Ese es el país que quiero. Un país
donde un hombre de origen humilde como yo pueda hablar con el presidente
de la República, como pude hablar con el presidente Lacalle, y también con el
más humilde de los pibes de Maldonado. ¡Somos tan poquitos y tenemos tanta
riqueza! ¿Por qué no podemos cerrar el círculo, para que todos podamos vivir
bien y felices?”.
Nació en Durazno, pero sus padres se fueron a trabajar a Maldonado
cuando él era chico. “Mis años de infancia fueron de mucha pobreza, pero muy
felices. Yo era el mayor de cuatro hermanos. Tuve dos papás hermosos que se
fueron al cielo siendo novios. La gente los veía caminar por el barrio Lavalleja y
parecían dos novios adolescentes. Me faltaron cosas pero me sobró amor. Y me
enseñaron que la familia es amor, respeto, cordialidad, es abrazarse y besarse
todos los días”. Tiene tres hijos de sangre y dos del corazón. “A todos los crié igual,
dándoles tiempo y amor”.
Estaba en cuarto año de escuela cuando empezó a trabajar. “Trabajé de
jardinero, de peón de tejero. No fui de los más guapos porque estuve dedicado
al fútbol, que fue la pasión de mi vida”. Jugó en Central Molino y en Peñarol de
Maldonado.
Su otra pasión es la música. “Pasados los 50 años tuve una lesión en la
rodilla que me dio mucho trabajo. Estuve tres meses en cama. Mi mujer me
compró una guitarra y empecé a rascar frente a la televisión, mirando los pro-
gramas argentinos de folklore. Nadie me enseñó una nota. Después empecé a
ir a las peñas y aprendí un poco más. Arranqué en 2001. En el 2008 tuve la
oportunidad de representar a Maldonado en el festival más grande de este país,
que es A Orillas del Olimar”.
Su abuelo era un blancazo de Florida. Su hijo del mismo nombre es edil en
Maldonado. Militante desde el año 1971, Darwin fue wilsonista e integró el
Movimiento Nacional de Rocha. “Ahora me gusta Lacalle Pou. Al pan le dice pan
y al vino le dice vino”.
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“Un Uruguay donde haya
trabajo digno para la gurisada”
Norma Rodríguez
(Artigas, Artigas)

Nació en Sequeira, casi en el límite entre Artigas y Salto, pero creció en


Sarandí de Cuaró. “Hacíamos tres leguas a caballo para ir a la escuela. Íbamos a
las ocho y nos veníamos a las cinco. Desensillábamos al llegar y de tarde ensillá-
bamos para volver. Éramos cinco hermanos. Mi padre era capataz en la estancia
donde vivíamos. La vida era sacrificada, pero fue una infancia muy linda. Había
unos bosques muy grandes y yo tenía mi casita de altillo. Ayudábamos a mi padre
en el campo”.
Cuando tenía 26 años conoció la capital departamental. “Vine a Artigas de
grande, cuando mi padre se jubiló. Acá trabajaba. Después me casé y me volví
para campaña, a trabajar en una estancia. Era la época del farol a kerosén y la
cocina a leña”.
Hoy, a los 53 años, Norma está de nuevo en la ciudad. Dedica buena parte
del tiempo a cuidar a su madre, que tiene 92 años. “Mi esposo, que es capataz de
estancia, trabaja en campaña”. Los hijos están grandes.
Norma es blanca desde que tiene memoria. “Mi padre siempre fue blanco.
Tenía club allá en Sequeira. Y yo desde que empecé voté a los blancos. Tengo
pasión por el Partido Nacional. Siempre me gustó. Si tengo que pelear por el par-
tido, peleo. Cuando vienen dirigentes de la capital, me pongo un poncho patrio y
el pañuelo blanco, y salgo a la calle”. Para Norma, el gran caudillo nacionalista es
Aparicio Saravia: “un hombre luchador, un hombre gaucho”. Y también Wilson,
“que era un tal hombre”.
A Norma le gusta mucho militar. “En la última campaña casi abandoné mi
casa. Hacía trabajo puerta a puerta, y a veces volvía a la una de la mañana.
Trabajé mucho para la interna y después para Mario Ayala. Y también para la
intendencia. Lloré cuando ganó Pablo”.
Durante la campaña, Norma le pedía a la gente “que votaran por el hombre,
por el partido y por el cambio. Para tener un Uruguay donde haya trabajo digno
para la gurisada”.

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“Muchos ediles y
diputados jóvenes”
Marcos González
(San Carlos, Maldonado)

Tiene 21 años, todos ellos vividos en la ciudad de San Carlos. Estudia


bachillerato de economía. Le gustaría seguir estudiando contabilidad o adminis-
tración de empresas en la Universidad de la República: “me gustan los números”.
Es hijo único y vive con sus padres.
Trabaja en un canal de televisión en Maldonado. Ahí hace absolutamente
de todo: productor, camarógrafo, director de cámaras, editor. Lo disfruta mucho.
“No es lo mismo ver televisión en tu casa que hacer la televisión. Nosotros desde
atrás vemos todo, no sólo lo que te quieren mostrar. Miras, escuchas y sacas tus
propias conclusiones”.
Fue esa experiencia la que lo llevó a definirse como blanco. “Yo arranqué a
trabajar muy joven en los medios de comunicación. Tenía quince años y no tenía
mucha idea de los partidos políticos. A lo largo de los años, escuchando y viendo
opiniones diferentes, los que más me convencían eran los del Partido Nacional.
Mostraban unidad, compañerismo, profesionalismo. Entonces me puse a leer
para averiguar. Leí historia, averigüé qué era el Partido Nacional. Y ahí ya no hubo
otra opción”.
Le gustaría algún día dedicarse a la actividad política. “La política tiene algo
que me llama la atención. Tiene historia, tiene debate”. A Marcos le gusta debatir
pero no pelearse. Cree que hay que discutir mostrando hechos y formas de
actuar, no aferrándose a dogmatismos. “Los que trabajamos en el canal somos de
todos los partidos y podemos debatir durante horas. Pero siempre bien”.
A Marcos le alegra que el Partido Nacional dé tanto espacio a los jóvenes.
“Eso se ve en los candidatos. El Partido Nacional tiene muchos ediles y diputados
jóvenes. Más que los demás partidos. Es por cómo se viene trabajando”. También
le gusta que el Partido “esté tan pendiente del interior. No se encierran en
Montevideo”.

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“Acompañaba a mi madre
a doblar listas”
Carolina Antúnez
(Rivera, Rivera)

Ser veterinaria y trabajar en el campo son dos de sus grandes sueños. Para
cumplirlos tuvo que irse a estudiar a Montevideo. Es hija única, y la distancia con
los padres le costó mucho. “Extrañé bastante pero me aguanté, porque estoy
haciendo lo que me gusta. Ahora hace tres años que estoy en la capital, y ya estoy
adaptada. Igual, como este año puedo hacer menos materias, me vengo seguido
para Rivera. Me quedo unos días y me vuelvo”.
Cada vez que está en su tierra, va a ayudar a su madrina que vive sola en
el campo. “La ayudo a vacunar, a dar tomas, a bañar”. Esa es la clase de vida que
quiere para ella misma en el futuro.
Carolina tiene 22 años. Se acercó al Partido Nacional casi sin darse cuenta,
en la campaña electoral de 2009. “Acompañaba a mi madre a doblar listas. Yo iba
a jugar en la vuelta, pero iba conociendo”. En las elecciones de 2014 ya militó por
cuenta propia. Lo que más la enganchó fue la calidad de la gente que la rodeaba.
Para Carolina, el compañerismo es una de las grandes fortalezas de los jóvenes
blancos. “Se trabaja en equipo”. También el viejo carácter guerrero del partido,
que hoy adopta formas distintas a las de hace un siglo.
Carolina milita intensamente, tanto si hay campaña electoral como si no.
Sabe que el Partido Nacional tiene una historia rica en episodios y en grandes
figuras, pero hasta ahora no ha podido dedicarse a estudiarla. Siente que esa
es una tarea pendiente que la va a hacer disfrutar todavía más su condición de
blanca.
Hace siete años que participa con cero falta en la marcha a Masoller. Ese
rito anual la apasiona tanto que fundó una aparcería con un grupo de amigas.
En este momento la integran unos ochenta jóvenes. “La mayoría de ellos son de
campaña”.
Las marchas, y todo lo que pasa alrededor de ellas, la han vuelto una admira-
dora de Aparicio Saravia. “Me compré libros sobre él, pero todavía no he podido
leerlos”. Tal vez lo haga cuando se haya recibido de veterinaria y viva en el campo.
Y seguro que en ese entonces seguirá llevando gente a Masoller.

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“La entrañable lucha
por el prójimo”
Washington González
(Piriápolis, Maldonado)

Vive en la misma casa en la que vivía con sus padres cuando era niño. Ahora
la ocupa junto a su esposa. Todavía recuerda la “época esplendorosa” de Piriápolis,
cuando llegaban artistas de toda la región. Él era adolescente y lo disfrutaba con
sus amigos. “Piriápolis se vestía de gala cada verano”.
Lo que le tocó vivir después fue muy diferente. Un día, en plena dictadura,
lo fueron a buscar a su casa y se lo llevaron encapuchado. “Yo no entendía lo que
pasaba, porque no estaba metido en nada. Había sido militante wilsonista antes
del golpe, de lo que me siento orgulloso, pero no participaba de nada clandestino”.
Junto a otras dos personas, lo llevaron a la base de Laguna del Sauce y lo
torturaron. “No sé cuánto duró, porque uno pierde la noción del tiempo. Nos
hicieron de todo: colgadas, palizas, picana, submarino, nos hicieron morder por
perros policías, nos hundieron en la laguna, me sacaron uñas y se me salieron
dientes. Perdí la cuenta en quinientas y pico de patadas. A uno de los otros dos lo
mataron. Eran gente sin piedad y sin alma”.
Washington estuvo en el Penal de Libertad y sufrió una depresión que le
duró 8 años. “Estuve en el Vilardebó. Mi madre, que era mayor, trabajó en una
cantina para estar conmigo”. Ese infierno le robó una parte importante de la vida:
de los 27 a los 38 años. Él no guarda rencor, pero arrastra una pena: “me hubiera
gustado tener un hijo y no pude”. También le asombra que no le haya correspon-
dido ninguna de las indemnizaciones que recibieron otros presos de la dictadura.
“¿Qué clase de justicia es esta? ¿Dónde están los derechos humanos? Para unos
sí y para otros no”.
Washington vive de nuevo en Piriápolis y se siente tan blanco como cuando
era joven: “Soy y seré blanco. Mi abuela era amiga de Herrera y yo tuve la suerte
de trabajar con Wilson. Voy a seguir siempre en mi camino. El Partido Nacional
es el partido de la entrañable lucha por el prójimo. Las ideas no se matan y yo me
siento parte de esa lucha por un ideal común”.

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“Las buenas costumbres
de los pueblos”
Ermides Morales
(Treinta y Tres, Treinta y Tres)

Nació en Valentines, justo donde se tocan los departamentos de Florida y


Treinta y Tres. Fue a una escuela rural de la zona. Eran quince kilómetros a caballo
de ida y quince de vuelta. “Como todo niño nacido en un hogar rural pobre,
trabajé desde muy chico ayudando a mis padres, que tenían chacra. Lo digo con
mucho orgullo”. Cuando ya era joven se fue a la ciudad y empezó a buscarse a
vida. “Trabajaba en lo que fuera: talleres de chapa, mecánica, que me gustaba
mucho”.
Hoy tiene 70 años, vive con su esposa en el barrio Sosa y está jubilado del
Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, donde trabajó desde la época en
que Wilson Ferreira era ministro. “Fue el mejor ministro de la historia y hubiera
sido el mejor presidente”.
Ermides dice que nunca se hizo blanco, porque fue así como nació. “Crecí
escuchando a mis padres hablar de los blancos”. A mediados de los años sesenta,
cuando tenía poco más de veinte años, se produjo el encuentro con Wilson que
lo convirtió en militante. “De ahí para acá he seguido esa línea. Nunca fui hombre
del Herrerismo, aunque siempre lo traté con mucho respeto¨.
Para Ermides, las banderas del Partido Nacional siguen siendo las mismas
que en tiempos de Saravia: “la lucha por la libertad, por el voto y la democracia,
por el Derecho y por las buenas costumbres de los pueblos”.
Ermides es suplente de edil y en los últimos años se ha orientado hacia el
trabajo social. En particular, ha estado apoyando uno de los centros de barrio
creados por la Intendencia de Treinta y Tres. “No es solo dar de comer. Es educar y
enseñar buenas costumbres, cosas tan básicas como inculcar el hábito de lavarse
las manos. Nosotros luchamos siempre por tener profesionales que nos ayuden.
Además de dar comida, les damos un maestro de apoyo para los deberes esco-
lares y para el estudio de los liceales, les llevamos profesores de inglés, gimnasia,
guitarra. También organizamos cumpleaños para los que no pueden hacerlo en
sus casas. En esas pequeñas cosas se pelea el futuro de nuestra sociedad”.

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“Cambiar las cosas feas”

Nicole Iza
(La Paloma, Rocha)

Milita “para cambiar las cosas feas” que pasan en el país. La interpelan las
situaciones concretas que descubre cuando recorre su departamento haciendo
trabajo político: una niña de dos años descalza pidiendo monedas en pleno invierno,
gente acostumbrada a que se le inunde la casa como si fuera una fatalidad. “Por
más difícil que sea, siempre se puede hacer algo. Eso es lo que me impulsa a
seguir: involucrarme para lograr algo bueno”.
Tiene 20 años, vive en La Paloma y estudia contabilidad. Hace dos años se
convirtió en militante. “Mi padre me crió adentro de un comité, pero recién
cuando crecí me di cuenta de lo que significaba. En las internas de 2014 empecé
a militar”.
Para Nicole, hacer trabajo político significa dialogar sin imponer. “Siempre
hay que saber que no puedes obligar a nadie. Tú les cuentas cómo somos, cómo
trabajamos, qué es lo que queremos hacer. La meta es conversar con la gente,
no presionarla. Contarles y escucharlos. Preguntarles qué problemas tienen, si
intentaron solucionarlos, si los podemos ayudar. Ayudamos a mucha gente sin
pedir nada a cambio”.
Lejos de conflictos y enfrentamientos, Nicole hace política con el corazón en
la mano. “Militando no sólo conoces la política. Conoces mucho a las personas.
No hay nada como llegar a la casa de una persona que nunca viste y que te abra
las puertas y te invite a sentarte en el sillón en el que se sienta con su familia. Si
hacen eso es porque están esperando algo. Esa es de las cosas más lindas de la
política”.
Nicole siente “mucha paz” cuando trabaja para el Partido Nacional, pero
también una enorme responsabilidad: “hay mucha gente esperando que hagas
las cosas bien”. Su mayor satisfacción es que “el Partido Nacional le da un espacio
gigante a los jóvenes. Tenemos líneas de pensamiento diferentes y todos estamos
ahí. El Uruguay no se va a cambiar de un día para otro. Por eso sólo lo podemos
cambiar los jóvenes”.

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“Anduve por todos lados”

Esther Chiazaro
(Mercedes, Soriano)

Se casó a los 18 años con su novio de 19. Ese día, al despedirla del hogar
familiar, su padre le pidió que nunca abandonara al Partido Nacional. Hoy, a los
75 años, viuda desde hace mucho, jubilada, con cuatro hijos, cuatro nietos y una
bisnieta, Esther dice con orgullo que cumplió con aquel pedido.
Nació en Cardona, pero cuando tenía 9 años la familia se trasladó a Mercedes.
Su padre tenía taller mecánico. Era un hogar de gente trabajadora, con muchos
hijos. “Pudimos salir adelante con esfuerzo”.
También ella trabajó toda la vida. Y además hizo política. “Tuve seis clubs,
anduve por todos lados. En Mercedes no hay lugar por el que no haya pasado ni
puerta que no haya golpeado. Recorrí las chacras, aunque me salieran los perros.
Si me ofrecían mate, tomaba mate y me ponía a conversar. Siempre trabajé así,
apoyando a los Besozzi. Llegué a conocer al abuelo de Guillermo”.
A Esther le hubiera gustado estudiar para poder “ser una de esas mujeres
que hablan en nombre del Partido Nacional. Me encanta escucharlas”. La vida
sólo le permitió terminar la escuela, pero igual se las arregló para aportar desde
la militancia local. “Lo hice por amor al partido. Nunca he pedido nada. Me alcanza
con la alegría de hacerlo”.
Esther recuerda divertida el día que vinieron a buscarla de otro partido.
“Me dijeron que sabían lo que yo hacía, que tengo mucha gente conmigo, que
mucha gente me aprecia. Y me propusieron que me fuera con ellos. Yo les dije
que muchas gracias pero que si no eran del Partido Nacional se podían ir yendo”.
No todo fue política en la vida de Esther. También trabajó en un centro
de atención a la infancia y en la Cruz Roja. “A los niños les hacía la leche, los
acompañaba, trataba de que estuvieran bien. Para la Cruz Roja hice de todo. Si se
precisaba una camioneta para traer ropa, yo la conseguía. Si me precisaban para
repartir comida en las inundaciones, ahí estaba yo”. Ahora la artrosis la tiene
alejada de esas tareas, pero “con la política voy a seguir siempre”.

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“Un partido rodeado de gente
que sabe hacer las cosas”
Gastón Formiliano
(Cardona, Soriano)

Pertenece a una familia de profesionales. Su padre es médico y él es contador


público. Tiene 29 años y hace dos que está casado con Magdalena.
Creció en Cardona, jugando al aire libre con sus hermanos y vecinos.
“Vivíamos a tres cuadras de la plaza, así que ahí nos juntábamos con amigos,
jugábamos al fútbol, hacíamos alguna macana. Todavía se mantienen muchas de
esas cosas bien de pueblo del interior, aunque la tecnología cambió un poco las
maneras de relacionarse”.
Cuando terminó bachillerato se fue a estudiar a Montevideo. “Tuve un lindo
recibimiento. Hacía una semana que había llegado y caminando a la facultad me
robaron. Hubo que adaptarse, pero fue una muy linda experiencia. Tengo el mejor
de los recuerdos y conservo muchos lazos de amistad”.
Se inició en la política “a los seis o siete años”, haciendo campaña con su
padre junto a su hermano menor. Recorrían el departamento visitando clubes.
“Eran muy lindos esos domingos de asado con 150 o 200 personas que se jun-
taban a escuchar. Con mi hermano tratábamos de aprendernos de memoria los
discursos de los caudillos locales y de los dirigentes que venían de Montevideo.
Ahora mi padre está un poco retirado y con mi hermano seguimos”.
Para Gastón, “el Partido Nacional transmite nobleza, transmite el no bajar
los brazos, transmite esa rebeldía ante lo que está mal. Si a uno no le gusta cómo
está algo, tiene que luchar para que haya cambios. El Partido Nacional durante
toda su historia ha hecho eso. Cuando algo no le ha gustado, ha levantado la voz.
Y siempre ha dado caudillos que han estado presentes para ofrecer soluciones.
Cuando el país estuvo mal, el Partido Nacional ha sido siempre el que salió
a rescatarlo”.
Fiel a esa actitud constructiva, dice Gastón, el Partido Nacional “es un partido
abierto a ideas, un partido que está siempre rodeado de gente que sabe hacer
las cosas”.

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“Gente que representa
a la gente”
Alejandra Kinch
(Buceo, Montevideo)

Se dedica a dar clases de pintura y artesanía en la Escuela Yaguarón, una


institución que desde hace muchas décadas ofrece cursos para obreras y emplea-
das en la zona de La Aguada. Como todos los docentes de la escuela, el trabajo
de Alejandra es honorario. “Es una manera de devolver lo que la vida me dio,
apoyando a personas que necesitan un espacio donde estar y desarrollarse. Yo
misma empecé a pintar para superar una situación personal, sin pensar que iba a
terminar dando clase. Es algo que se fue dando poco a poco. Ahora estoy trans-
mitiendo lo que tuve la suerte de aprender”.
Durante buena parte de su vida, Alejandra fue votante del Partido Colorado.
Pero llegó un día en el que se sintió impactada por la figura de Luis Alberto Lacalle
Herrera, y eso la llevó a cambiar de filiación. “Fue primero un voto a la persona,
porque Lacalle se había vuelto un referente para mí. Pero después se convirtió en
fidelidad al partido y estoy sumamente contenta hasta hoy. El Partido Nacional es
un partido de gente que representa a la gente, de gente que siempre está”.
Hace años que Alejandra milita en la Lista 71. Ha sido delegada de mesa
en varias elecciones, participa en reuniones y hace trabajo barrial, incluyendo
la limpieza de basurales y la organización de reuniones de vecinos para discutir
temas de seguridad. “Uno no sólo está militando por el Partido Nacional sino por
el barrio y por el Uruguay. Hay gente que no es de nuestro partido y sin embargo
se acerca. Frente a los problemas, no importa de dónde viene cada uno. Nosotros
trabajamos sin presionar a nadie, y los que no son blancos nos tratan con respeto
y cariño”.
Hace años que Alejandra trabaja con Gloria Rodríguez, la primera diputada
afro en la historia del Parlamento uruguayo.

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“El Partido Nacional
va a perdurar en la historia”
Winston Casal
(Parqué Rodó, Montevideo)

Fue empleado del Banco República hasta que se jubiló. Viejo militante de
AEBU, le tocó vivir las “épocas bravas” de los años sesenta y setenta. Estuvo en
primera línea en la gran huelga bancaria de 1968, durante el gobierno de Jorge
Pacheco Areco. Fue sumariado y conoció los cuarteles. Pero no aflojó. Su actitud
opositora se mantuvo intacta durante toda la dictadura. Tras el retorno de la
democracia, su última actividad como bancario fue dirigir el Museo del Gaucho
y la Moneda.
Se siente blanco por tradición familiar: “lo heredé de mi familia, de mis
abuelos, de mi viejo”. Pero su militancia política empezó “después de las elec-
ciones de 1966, cuando apareció Wilson Ferreira”. En 1969 Wilson funda Por la
Patria y Winston está entre quienes ponen en marcha la rama bancaria del
movimiento. “De ahí en adelante, soy militante”. Hoy lo hace en la Lista 250.
Ya retirado como bancario, se dedica de lleno a la pasión por coleccionar
sellos que su padre le transmitió cuando era niño. Es el actual presidente de la
Federación Uruguaya de Filatelia.
“El Partido Nacional va a perdurar en la historia. Es un partido con una fuerte
base emocional que le asegura que no va a desaparecer, porque no depende de
estar en el gobierno ni de tener cargos para repartir. Los blancos somos únicos en
eso de seguir admirando a nuestros líderes: a Aparicio Saravia, a Oribe, a Chiquito
Saravia, a Luis Alberto de Herrera, a Wilson. Eso es lo que nos mantiene vivos y es
lo que hay que contagiar”.
A Winston le interesa el pasado, pero más le importa construir futuro. “El
desafío ahora es llegar a más gente. Los que somos blancos vamos a seguir sién-
dolo. Pero hay que atraer a otra gente, porque el Partido Nacional es la única
opción de cambio que tiene el país”.

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“Ser blanco es
un compromiso muy serio”
Juan José Arrospide
(Casupá Chico, Lavalleja)

Pasó su infancia en el Departamento de Florida, donde su padre tenía campo.


Hizo el colegio y la carrera de Agronomía en Montevideo. Luego de recibirse se
instaló en Lavalleja, para ocuparse de otro campo familiar. Tiene 71 años, está
casado hace más de cuarenta, y junto con su esposa tienen cuatro hijos y diez
nietos.
A lo largo de su vida, Juan José fue testigo del cambio del campo uruguayo.
“Hace no tantos años, yo estaba a 150 kilómetros de Montevideo sin luz eléctrica,
sin teléfono y con la familia lejos porque los chicos estudiaban. Hoy todo es más
fácil, aunque sigue siendo bastante más sacrificado de lo que a veces se cree.
En la capital todavía hay mucha ignorancia de lo que es la campaña y de lo que
representa para el país. Tal vez por eso, no se ha sabido aprovechar 15 años de
bonanza que tuvimos y se están terminando”.
Se declara blanco por tradición. “Mi abuelo fue servidor en 1904: a los 16
años se escapó de la casa con dos caballos y se fue a la revolución. Mi padre militó
toda la vida”. Juan José recibió esa herencia y, a medida que crecía, le agregó su
propia búsqueda personal. “Me puse a averiguar, he leído historia y cada vez soy
más blanco”. En particular se siente admirador de Saravia. “Por su idealismo, por
su desinterés, y capaz porque salió del medio donde uno está. Uno se siente
consustanciado con ese hombre que levantaba a la peonada”.
En los tiempos más recientes, su referente fue Wilson Ferreira. “Fue el
enemigo más importante que tuvo la dictadura, y no se le reconoció. Y fue
esencial en la vuelta a la democracia”. Él y toda su familia estuvieron en el acto de
Concordia previo al retorno del exilio.
Porque la historia importa y hay que honrarla, Juan José afirma que “ser
blanco es un compromiso muy serio. Es ser honesto en la administración, tener
convicciones claras y defender el interés del país mirando a la gente”.

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“Siempre hay un día después”

Paola Gatto
(Pocitos, Montevideo)

Tiene 37 años y vive en Pocitos desde que nació. Estudió relaciones inter-
nacionales y comercio exterior, pero hace poco volvió a los libros y empezó una
tecnicatura en logística. Al mismo tiempo trabaja en una empresa importadora
de vinos. Desde muy joven combinó el trabajo con los estudios.
Hace un par de años un amigo la invitó a militar en el Partido Nacional. Al
principio dudó, porque ya tenía una vida bastante ocupada. Pero decidió probar y
desde entonces no paró. Con el paso del tiempo se integró a los equipos técnicos
de Luis Lacalle Pou y se convirtió en un puntal de la Lista 404 en Pocitos. “Cuando
entré no estaba nada convencida. Me decía: ¿qué necesidad de perder mi tiempo
en algo tan frívolo? Pero al poco tiempo estaba encantada, militando con convicción.
Me sentía en mi casa. Hoy veo a la política de otra forma: más cercana, más hu-
mana. Me encontré con candidatos que están en tu misma sintonía. Cada vez que
planteás un tema, hay receptividad”.
Paola quiere que el Partido Nacional gobierne y “muestre que es distinto
a los demás. Con todo el esfuerzo que hicimos preparando la agenda de gobierno,
hay muchas cosas para hacer. No vamos a poder cambiar el país de un día para
otro, pero podemos cambiar muchas cosas concretas. Vamos a traer una
mentalidad más fresca, más abierta al mundo y a un futuro distinto”.
Para Paola, las propuestas del Partido Nacional reflejan las expectativas y
deseos de mucha gente. “Los uruguayos queremos vivir mejor, queremos que la
plata nos alcance para llegar a fin de mes, queremos poder salir tranquilos a la
calle, queremos mejor educación”. El Partido Nacional es el mejor preparado para
dar “respuestas reales” a esas demandas.
Paola está muy confiada en lo que nos espera. “Se puede cambiar. Somos
blancos. Siempre fuimos contra viento y marea, y acá estamos. Siempre hay un
día después. Hasta de las derrotas sacamos cosas buenas. Podemos contra todo”.

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“Ser rebelde, decir las verdades y
no quedarse quieto”
Gonzalo “Rasta” Rivero
(Melo, Cerro Largo)

Es fotógrafo, diseñador y productor audiovisual. Tiene 27 años. Hizo primaria


y secundaria públicas en Melo. Después se fue a Montevideo a estudiar Ciencias de
la Comunicación. “Hice facultad allá pero por una cosa o por otra siempre volvía.
Ahora estoy en Melo¨.
La fotografía ocupa un lugar importante en su vida. “Haciendo facultad
descubrí la cámara. Me gustó y me puse a estudiar más. Un día, un amigo con el
que estábamos haciendo un curso me invitó a acompañarlo para sacar fotos en
una boda. Así me fui metiendo. A medida que hacía trabajos empecé a comprarme
equipos. Me gusta hacer las cosas bien, ser honesto con mi trabajo. Lo que más
me atrae es hacer retratos y contar historias con la cámara”.
Su otra gran pasión es la política. Actualmente integra un equipo de la
Intendencia de Cerro Largo que trabaja el tema de la juventud. El equipo se armó
para buscar respuestas locales a problemas que otros no responden. “No hay
nada de apoyo del gobierno nacional para mejorar la situación de los jóvenes en
el departamento. El INJU no pisa Cerro Largo”. Uno de los temas que más lo movi-
lizan es la educación. Está peleando para conseguir que haya estudios terciarios
de calidad en su departamento. “Ahora la gente se va porque acá no hay dónde
estudiar. Después forman una pareja en Montevideo y no vuelven más”.
Para Gonzalo, ser inconformista es parte de su identidad de blanco.
“Cuando veo a alguien que está haciendo algo mal, me sale el revolucionario.
Ser rebelde, decir las verdades y no quedarse quieto es lo que siempre definió al
Partido Nacional, especialmente acá en Cerro Largo”.
Le gusta hacer política con un fuerte sesgo social. Hoy está trabajando en
el Barrio Sur de Melo. “Es un barrio bastante carenciado. Tres veces por se-
mana vamos a hacer actividades. A jugar al fútbol con los niños, a pintar, a poner
música, a charlar un rato. Les preguntamos a los vecinos qué necesitan, si hace
falta un banco en la plaza o hay que cortar el pasto. Y ya va un amigo a buscar
una máquina y corta el pasto. Ayudamos a todos sin preguntar qué votan ni pedir
nada”.

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“La vida es el bien principal”

Malena Guadalupe
(Minas, Lavalleja)

“Desde chiquita fui defensora de pleitos perdidos. Una vez estaba en la


plaza, tendría 12 años, y veo que a un amigo mío lo lleva un policía esposado.
¡Teníamos 12 años y había robado unos caramelos! Me fui a la policía, me puse
a hablar, hice llamar a los padres. Los policías me miraban como preguntándose
qué hacía ahí yo metida”.
Hoy, a los 26 años, Malena es procuradora y le falta poco para recibirse de
abogada. Trabaja en Minas y estudia en Montevideo. Lleva cuatro años en ese
trajín.
El contacto con la profesión le ha hecho ver cosas que le preocupan. “Como
sociedad estamos perdiendo de vista que la vida es el bien principal a proteger”.
El aumento de la criminalidad y la difusión de una cultura para la cual “la vida
no vale nada” son desafíos que, a su juicio, deberíamos tomar con mucha más
seriedad.
A Malena le gusta el trabajo social. “Estuve en una ONG que se llama
Chiquillada, que da meriendas, organiza cursos y consigue abrigos para niños en
situación de vulnerabilidad”. También trabajó en la sección minuana de Un Techo
para mi país. “Trabajar por la sociedad es lo más lindo que hay”.
Su abuela fue la que la hizo blanca. “Es wilsonista, y desde que yo era chiquita
me contaba historias de Wilson. Me repetía esa frase de que uno es blanco todo
el tiempo. Me transmitió los principios y valores que siempre defendió el Partido
Nacional”.
Malena tomó nota y se hizo militante. Hoy está en el Ejecutivo de Alianza
a nivel departamental y se siente especialmente conforme con la actividad que
despliega la Juventud del Partido Nacional. “Vivimos teniendo capacitaciones,
charlas, talleres. Todo el tiempo nos estamos preparando”. También se siente
orgullosa de que su departamento tenga una intendenta mujer, aunque piensa
que todavía hay mucho para avanzar en ese terreno. No descarta la idea de hacer
carrera política.

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“Hay que prepararse para ganar”

Aroldo Canti
(Fray Bentos, Río Negro)

Nació hace 90 años en la ciudad de Fray Bentos. Cuando tenía cinco años,
la familia se mudó a una chacra a unos pocos kilómetros de la ciudad. De aquello
nos separa casi un siglo. “La vida era totalmente distinta, puro caballo y carro.
Todo era tracción a sangre. La misma Intendencia hacía todo el trabajo con 150
mulas. A mula se recogía la basura y se hacía la barométrica. El cilindro compac-
tador se pasaba con mulas”.
Aroldo, sus padres y sus hermanos trabajaban en la chacra familiar. “Había
animales que atender, así que no había horarios. Era trabajo permanente”. Sin
dejar de trabajar ni un solo día, hizo la escuela y empezó el liceo, aunque no llegó
a terminarlo.
Sus padres no votaban porque eran argentinos. El conoció en campaña a
peones veteranos que habían peleado con Saravia. “Era gente que había peleado
por la libertad y por los derechos políticos. Eso me acercó al Partido Nacional”.
Empezó a militar a los 15 años con los blancos independientes. “Había un
señor en el barrio que hacía reuniones y yo empecé a frecuentarlas. Seguíamos
a los hermanos Beltrán, a la gente del diario El País. Me impresionaba mucho
la manera de hablar de Washington Beltrán, era muy bueno”. En 1958 votó a la
UBD. Luego fue wilsonista. Hoy sigue a Jorge Larrañaga y a Omar Lafluf.
Aroldo recuerda muy bien cómo se hacía campaña en aquella época. “Había
un correligionario que tenía un Ford T, y salíamos con él a hacer conferencias de
barrio, como se decía. Nos parábamos en un barrio y alguien hablaba. En una de
esas vueltas querían que yo hablara, pero era muy joven y no acepté. Entonces
me ofrecieron darme un papel con algo escrito, pero yo dije que si leía lo que
había escrito otro no era yo el que hablaba”.
Su fidelidad al partido le hizo vivir toda clase de momentos. “Es lindo
cuando ganás, y duele cuando perdés”. Para él, el tiempo que se avecina va a ser
de alegría. Ve al Partido Nacional “listo para gobernar” y les dice a los blancos que
“hay que prepararse para ganar”.

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“El partido está presente
en todo el país”
Joquín Dos Santos
(Sarandí Grande, Florida)

Nació y creció en Sarandí Grande “un pueblo de 6.000 habitantes donde


siempre ganan los blancos”. Hoy, a los 21 años, estudia Ciencias Económicas en
Montevideo. Irse a vivir a la capital no le resultó un desafío tan grande como
empezar a vivir solo. “Tenés que aprender a hacer todo. Yo me defendía en algunas
cosas, pero otras las tuve que aprender a la fuerza”.
Vive en la residencia estudiantil de la Sagrada Familia. “Somos un grupo
muy unido. Como todos somos del interior, manejamos los mismos valores, los
mismos códigos. Pasamos mucho entre nosotros, porque estamos más tiempo en
la residencia que en nuestras casas del interior. Hay mucha convivencia y mucho
truco”.
Hace ya años que está allí, pero Joaquín no pierde el vínculo con Sarandí
Grande. Una de las cosas que lo mantiene en contacto es su pasión por el raid.
“Sarandí Grande es considerada la capital del raid hípico. Ahí se organizaron las
primeras carreras. Es algo que me gusta mucho. Lo mamé desde chico, porque mi
familia siempre estuvo en eso. Me crié adentro del Club Deportivo Social Sarandí.
Hoy soy delegado del club ante la Federación Ecuestre Uruguaya”.
Su otra pasión es la política. Nació en un hogar de blancos y a los diez años
ya quería salir a pegar carteles. En la siguiente elección andaba recurriendo
circuitos “para ver qué le faltaba a los delegados”. En la última campaña ya era
mayor de edad y podía votar. “Fue increíble”. Apoyó la candidatura del diputado
José Arocena.
Joaquín mira con confianza la situación política general. “El Partido Nacional
está presente en todo el país. Tiene una gran base en el interior y ha crecido
mucho en la capital”. Pero aunque mira el país entero, su lugar de militancia es
Sarandí Grande y el Departamento de Florida. “Pertenezco a la histórica Lista 62,
Agrupación Manuel Oribe”, que forma parte del sector Todos.
También milita en la Juventud de su departamento. Le gusta todo lo que
tiene que ver con movilizaciones y organización de actos. Sueña con hacer algún
día carrera política, “pero lo primero es estudiar y recibirme”.

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“Jamás voy a negar
que soy blanca”
Celeste Burger
(Trinidad, Flores)

En plena dictadura le tocó una combinación complicada: ser mujer, blanca


y policía.
El lío se fue armando de a poco. Celeste había terminado Bachillerato y que-
ría ayudar económicamente a sus padres, que hacían esfuerzos para mantener a
sus cinco hijas. Entonces se enteró de que había un concurso para cumplir tareas
administrativas en la Policía. Se presentó y lo ganó. Pero eran los tiempos de la
dictadura y no había reglas claras. Al poco tiempo la obligaron a pasar al escalafón
ejecutivo.
Se encontró con un mundo muy duro, en una Policía que estaba bajo el con-
trol de los militares. “Fui muy sancionada porque no aceptaba gritos. Me parecían
una falta de respeto. Yo no le gritaba a nadie y mi padre siempre me había dicho:
‘No permitas que te hagan a vos lo que no le hacés a los demás’. Yo siempre aplico
eso¨.
Cuando llegaron las elecciones de 1984, su madre figuraba en una lista del
Partido Nacional. “Ella se llamaba Celeste Gutiérrez de Burger, y siempre firmaba:
´Celeste G. de Burger´. Pero en la lista pusieron ´Celeste Burger´. Y aunque la
credencial no era la misma, ahí vieron la posibilidad de hacerme un sumario. Me
acuerdo que vino un superior y me dijo que si yo negaba ser blanca se terminaba
el problema. Era bravo, porque para mí el trabajo era muy importante en ese mo-
mento. Pero le dije: ‘jamás voy a negar que soy blanca’. Estuve 25 días sancionada,
tres de ellos encerrada con llave. No me dieron la baja gracias al juez sumariante,
pero ese episodio lo pagué toda mi carrera. Me afectó mucho en los ascensos”.
Después de eso “serví mucho tiempo en la Comisaría de la Mujer. Eso me
gustó, pese a que es un trabajo que estresa y duele mucho. Y terminé mi actividad
muy feliz, en una comisaría de campaña. Hay partes feas, como los accidentes en
ruta, pero la mayor parte del tiempo es el tratamiento con los vecinos, que es muy
lindo”
Ahora, jubilada y con 58 años, Celeste sigue siendo orgullosamente blanca.
“El Partido Nacional no peleó por el gobierno. Peleó por la historia y por todos los
uruguayos”.
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“Era común que persiguieran
a los blancos”
Rudecindo “Totón” Sosa
(Melo, Cerro Largo)

“En aquel tiempo se trabajaba mucho en las inscripciones electorales.


Mi padre, que era caudillo herrerista, salía a recorrer campaña para que la
muchachada se inscribiera y pudiera votar. Cuando yo tenía unos 12 años, mi
padre me mandaba en tren de Fraile Muerto a Melo con la lista de nombres que
había recogido. Yo sacaba los certificados en el Registro Civil y volvía. Entonces mi
padre citaba a esa gente y les daba la credencial para que pudieran votar”.
Creció en Fraile Muerto junto a sus padres y sus cuatro hermanos. Termi-
nada la escuela se fue a trabajar a campaña. “Era un campo de 800 cuadras que
tenía mi padre. Me llevó y le dijo al encargado que me pusiera a hacer las tareas
más duras, para que aprendiera a trabajar. Fue una época sacrificada. El encarga-
do se iba a dormir a la casa, que quedaba a dos kilómetros, y yo me quedaba solo.
Me tenía que cocinar sin luz ni nada. Para ir a Fraile Muerto eran 25 kilómetros a
caballo. Pero aprendí de todo. Aprendí lo que es el esfuerzo, lo que es el trabajo
honrado. Aprendí a distinguir un cuero de media lana de uno de cuarta lana.
Gracias a eso, después pude tener barraca”
Vivió esa vida hasta los veinte años. A los 23 se casó. Él y su esposa tuvieron
cuatro hijos: “tres mujeres y un varón, a los que se agregaron tres yernos y una
nuera”. Hoy tiene 81 años y vive en Melo.
“Totón” hizo política toda la vida. Llegó a ser electo edil por la lista del
legendario “Nano” Pérez, pero no pudo cumplir su período porque llegó la dicta-
dura.
Un hombre lleno de historias, cuenta con orgullo que su padre fue uno de
los dos hombres que acompañaron a Herrera en un arriesgado viaje al Departa-
mento de Treinta y Tres, donde la policía andaba disparando sobre el que usara
golilla blanca. “Se alojaron en una estancia, convocaron gente, levantaron actas y
después Herrera le llevó todo al presidente de la República. Le dijo que si no hacía
nada para parar eso, entonces el que iba a hacer era él. En esa época era común
que persiguieran a los blancos, y Herrera los defendía”. Por eso Totón se siente
orgulloso de ser herrerista.

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“Blanca rabiosa”

Fátima Hernández
(Florida/Zapicán)

Creció en el mismo Nico Pérez dónde nació Wilson Ferreira. Hizo la escuela
agraria en la ciudad de Florida y la carrera en Montevideo. Hace unos meses se
recibió de veterinaria y se fue a vivir a Zapicán, en el campo de sus abuelos. “Ellos
siempre fueron un puntal. Trabajar para ellos es una manera de devolverles todo
lo que me ayudaron”.
Durante los años en Facultad de Veterinaria militó en CGU. “Al mes de haber
empezado ya estaba yendo a las reuniones”. Participó activamente del cogobierno
universitario: fue claustrista y llegó a integrar el Consejo de Facultad por el orden
estudiantil. Todavía no se había recibido y ya estaba ayudando a organizar CGU en
el orden egresados de su facultad. “No me quedó nada por hacer. Fue un sueño
cumplido”.
Fátima es partidaria de la descentralización universitaria bien hecha. “El
problema es que hoy se descentraliza con carencias. Es una descentralización
a medias y al final te terminás yendo a Montevideo. Tendría que completarse,
porque hay un montón de gente que no puede ir a la capital. Aunque la universidad
es gratuita, termina siendo carísimo. Sólo el tema del alquiler deja a mucha gente
afuera”.
A los 27 años, Fátima se siente feliz de poder trabajar en lo que le gusta.
Sueña con desarrollarse como profesional y hacer otras cosas, como vincularse
a la industria frigorífica. Pero le preocupa la evolución del país. “Veo un Uruguay
que va perdiendo valores y que se estanca. Si perdemos los valores y perdemos
las ganas de seguir siendo el Uruguay que fuimos y que podemos llegar a ser,
entonces de los otros temas ya ni hace falta hablar”.
Para Fátima, la política es el terreno donde hay que dar esa pelea. Heredó
la pasión de su madre, que es “blanca rabiosa”. Recuerda con orgullo que creció
viéndola militar en política y “haciendo tareas comunitarias como limpiar
cunetas”. Por eso dice que ella no es simplemente votante del Partido Nacional.
“Yo soy blanca como güeso e’bagual”.
Sus referentes son Luis Lacalle Pou y el intendente de Florida, Carlos Enciso.
“Milito en Florida porque ahí espero estar viviendo dentro de un tiempo”.
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“De puertas abiertas”

Oscar Otamendi
(Capurro, Montevideo)

Nació en Cebollatí, en el Departamento de Rocha. Su abuelo materno,


Aquilino Silva, fue un caudillo blanco que fundó la ciudad de Lascano. Su tío, “el
Ñato” José Otamendi, tuvo una destacada trayectoria como dirigente político.
Con esos antecedentes familiares, era inevitable que Oscar se interesara en la
política desde muy joven: “la primera fórmula que voté, en 1942, fue Herrera–
Berro–Otamendi”.
A Herrera no sólo lo votó, sino que lo trató muy de cerca. “Íbamos a su casa
como si fuera la nuestra. Si no estaba el perro, entrábamos derecho. Era un hom-
bre de puertas abiertas, que siempre atendía a todo el mundo. Como hombre y
como político era sensacional, una cosa bárbara”.
En los años cincuenta Oscar se acercó a Daniel Fernández Crespo. A partir
de 1958, cuando el Partido Nacional ganó el gobierno departamental de Montevideo,
se integró a la Secretaría General de lo que entonces se llamaba “el Municipio”.
En 1973 llegó la dictadura y Oscar se concentró en la actividad gremial: fue
dirigente de los empleados de Conaprole, donde trabajaba como mecánico. Pero
nunca dejó de hacer política en el Partido Nacional. Tras el retorno de la democra-
cia, en 1984 se incorporó al Movimiento Nacional de Rocha, atraído por la figura
de Carlos Julio Pereyra. Ya no sólo era rochense, sino también rochano.
En 1990 Oscar fue electo edil por Montevideo. En la Junta Departamental
trabajó codo a codo con su compañero de bancada Gustavo Penadés. Esos cinco
años de trabajo conjunto lo llevaron a incorporarse a la Lista 71, donde sigue
militando hasta hoy. Oscar terminó volviendo a sus orígenes herreristas.
A punto de cumplir 89 años, Oscar descubre que quedan muy pocos de sus
viejos compañeros de ruta. “Yo estoy esperando el llamado de allá arriba, porque
en cualquier momento me pegan el grito”, dice con humor. Pero lo cierto es que
sigue trabajando en política con la misma vitalidad de siempre. Es un militante
apasionado y consiguió transmitir esa pasión a su hija, que hoy es suplente de la
diputada Gloria Rodríguez.


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“Siempre hay alguien con quien
hablar de política”
Mauro Machado
(Rivera, Rivera)

Tiene 17 años y estudia en el Liceo N°1 de Rivera. Su proyecto es terminar


este año e irse a hacer facultad en Montevideo. Ya ha estado en la capital y sabe
que va a tener que adaptarse. “Es una vida más rápida, más agitada. Estás poco
tiempo en tu casa. No me siento tan seguro como cuando estoy acá en Rivera.
Tenés que estar atento, tener cuidado. Uno ve el informativo y ve cosas que acá
no pasan. Voy a tener que cambiar mi forma de vivir”.
A Mauro le gusta la vida en la frontera. “Hay mucho vínculo con la gente de
Santana, sobre todo entre los jóvenes. Nos gusta conocer gente y salir de noche.
Hay bailes de aquel lado, hay bailes de este lado. Estamos más comunicados con
los del otro lado que con gente de otros departamentos uruguayos”.
Nació en un hogar mixto, de padre blanco y madre colorada. “Las primeras
reuniones políticas a las que fui fueron del Partido Colorado. Pero después cam-
bié. En el Partido Nacional vi más unión, se da más importancia a los jóvenes, hay
más actividad. Esas cosas no las vi en otro partido. Y me gustan las ideas”.
La historia del Partido Nacional le inspira respeto. Su principal referente es
Luis Alberto de Herrera. “Es un hombre que fue fundamental en la historia del
partido, que cambió la forma de ver las cosas, que salió al interior y se preocu-
paba por la gente. Y que además formó una corriente ideológica”.
Pero su adhesión no solo pasa por la cabeza sino también por el corazón.
En el Partido Nacional “hay cariño por las personas y por las cosas que hacemos”.
Para Mauro, se milita todos los días del año, aunque no haya elecciones.
“Siempre hay alguien con quien hablar de política. A veces para concordar, a
veces para discrepar. Yo trato de mostrar mi postura, de hacerle llegar a la otra
persona lo que para mí es bueno, respetando siempre lo que el otro piense. A
veces hay que mostrar los errores de los que son gobierno y contar lo que
nosotros haríamos. Hay que decir las cosas claras y no dejarse golpear tanto por
los adversarios”.

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“Blanco y saravista
hasta el alma”
Omar Viera
(Reducto, Montevideo)

Tiene 78 años, tres hijos, diez nietos y seis bisnietos. Llegó a Montevideo
cuando tenía cuatro años. “Éramos mi madre, mi hermano y yo. Mi madre no
sabía leer ni escribir. Nos llevó al Cerrito de la Victoria y nos crió sola. Después nos
mudamos al barrio Jacinto Vera. Vivíamos todo el día en la calle, con la pelota.
Era una pasión, aunque no sabíamos lo que eran los zapatos de fútbol. En aquella
época no había tantas cosas como ahora, pero la vida era linda. No había tanta
envidia ni cosas raras. A nosotros nunca nos faltó nada y nuestra madre nos
enseñó a caminar bien en la vida. El orgullo de ella era que los hijos saliéramos
honestos y trabajadores. Y, gracias a Dios, cumplimos con eso”.
Cuando estaba en sexto se mudaron cerca de Propios y empezó el año en la
Escuela Sanguinetti. “Pero no pude terminar porque me fui a trabajar a un aserradero.
Ahí aprendí el oficio de cajonero, que ya desapareció. Años después pude entrar
en UTE, y ahí trabajé hasta que me jubilé”. Todo eso sin perder jamás su pasión
por el fútbol. En los años cincuenta jugó en cuadros de Pando y Las Piedras, y
llegó hasta la primera de Rampla. “Nos daban 10 pesos por partido”.
Omar siempre quiso que sus hijos estudiaran. “A todos les dije que se pre-
pararan lo mejor que pudieran”. Ese es también el mensaje que transmite a sus
nietos y bisnietos. Omar sabe que el mundo está cambiando y hay que adaptarse.
“Cada vez hay que poner más capacidad mental para poder trabajar”. Por eso le
preocupa el estado de la educación en Uruguay.
Siempre militó en el Partido Nacional, pero después de que se jubiló “tra-
bajar para el partido pasó a ser la ocupación principal”. En realidad, trabajar para
la gente. Porque Omar hace trabajo barrial, ayuda con los trámites jubilatorios,
informa, asesora. Y nunca pide nada. Hoy es un referente de Alianza Nacional en
una amplia zona que abarca Piedras Blancas, Manga y Toledo. Hace poco recibió
una medalla en reconocimiento a su militancia. Cuando lo recuerda, se emociona.
“Porque mi mayor orgullo es ser blanco. Yo soy blanco y saravista hasta el alma”.

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“Trabajo y salario digno”

Juan José “Chaqueño” Pereira


(Paysandú, Paysandú)

Su padre jugó en Peñarol de Montevideo y su tío en Nacional. Él, vende-


dor ambulante y payador, prefiere presentarse guitarra en mano: “soy Juan José
Pereira, tengo 41 años, y estoy luchando para que gane el Partido Nacional en
Paysandú y en todo el Uruguay”.
Hasta hoy recuerda su primer contacto con los blancos. “Me crié en la calle.
Andaba vendiendo descalzo. Ellos miraron a una persona que andaba indigente.
Me escucharon, me ayudaron. Gracias a Dios y a la virgencita, gente como Jorge
Larrañaga, como Bertil Bentos, como Nicolás Olivera nos dieron una cantidad de
manos, a mí y a mi familia. A mí nunca me gustó robar ni me gustó que me den.
Siempre me gustó ganármela. En los peores momentos de mi vida, me arrimé con
una guitarrita a los boliches. Tengo cuatro gurises y tengo que darles de comer
todos los días”.
Juan José sale cada mañana a trabajar sin olvidarse nunca de los demás:
“Voy al almacén y me da lástima ver que pagan 30 pesos por un morroncito. Y
lucho por la gente de barrio, por la gente que necesita. Lo que hay que darles
no es una tarjetita con un poco de plata adentro. Esas limosnas sólo sirven para
retroceder a la gente. Lo que la gente necesita es trabajo y salario digno. Y a la
juventud le hace falta escuela”.
Dice que militar en política no es tan fácil como parece. “La gente joven
tiene que aprender de la militancia vieja. Hay que saber embarrarse los zapatos”.
A los militantes que empiezan les recomienda que “escuchen los problemas de la
gente y hagan lo que el corazón les dice. Hay que ir de frente. Si vos mirás para el
costado, la gente te paga mirando para el costado”. Y a los líderes partidarios les
pide que “acompañen siempre a la militancia, que no se olviden de los que salen
a golpear una puerta para convencer a un vecino”.
Juan José cree en la política. “Hay políticos buenos, no todos son malos. Y
los mejores están en el Partido Nacional. Yo me he dejado la vida militando por el
partido y creo que vamos a tener otra oportunidad. El país necesita gente nueva,
gente positiva, gente joven. Como decía Wilson, la lucha empieza hoy”.

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“La sensación de estar
en un lugar que es tuyo”
Eduardo Muñiz
(Bella Vista, Montevideo)

Su abuelo era restaurador, primero en Italia y luego en Montevideo. Él


heredó la profesión. Restaurador y escultor de trayectoria, Eduardo es hoy el
conservador del Museo Nacional de Artes Visuales, ubicado en el corazón del
Parque Rodó montevideano. “Allí mantenemos la colección más grande de obras
pertenecientes al patrimonio del Uruguay: unas 6.000 obras conservadas en un
espacio en penumbras, a temperatura y humedad constantes. Es como entrar a
una catedral. Si te gusta, lo disfrutás. Uno siente el orgullo de estar cuidando algo
que es un bien de todos. Un artista puso mucho amor en lo que hizo y tú lo estás
preservando para que las generaciones que vienen lo puedan apreciar”.
Estudió en la Escuela de Artes y Artesanías Dr. Pedro Figari y luego en la
Escuela de Bellas Artes, cuando reabrió sus puertas tras la dictadura. Después
vivió en Italia. A su regreso enseñó en la misma escuela Figari de la que había
sido alumno. También fue dirigente sindical, y en esa calidad integra la Comisión
de Cultura de COFE. En Italia aprendió que “el artista no es simplemente alguien
bohemio, sino algo así como un artesano que hace arte. Tiene su taller, trabaja,
produce”. Él mantiene su taller de escultor en Playa Hermosa.
Su primer recuerdo político es “que me corrieran a caballo por 18 de Julio
porque tenía una pancarta por el NO en 1980”. En los años siguientes “el Partido
Nacional me dio la primera formación sindical, cuando Wilson impulsaba la idea
de tener gente blanca en los gremios, en los sindicatos y en la cultura para estar
presentes y enriquecer la visión del propio partido”.
Recuerda con cariño las peñas organizadas por el Movimiento Por la Patria
y el Movimiento Nacional de Rocha: “Eran un placer. Te encontrabas con gente,
había mucho movimiento. En esa época yo escuchaba heavy metal, pero ahí
escuchaba folklore y me ponía a charlar con Eustaquio Sosa. Al mismo tiempo
discutíamos temas de actualidad”.
Desde entonces, “cada vez que entro a la casa del Partido Nacional encuen-
tro a un conocido, a una referencia. Eso te da la sensación de estar en un lugar
que es tuyo”.

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“Me sentí muy bien recibido”

Agustín Lescano
(Carrasco, Montevideo)

Tiene 23 años y un hermano de 16. Y a sus padres, “que son los pilares de
mi desarrollo personal”. Estudia la carrera de Contador Público en la Universidad
Católica. Le gustan los deportes y ha practicado varios. A los 15 años fue campeón
nacional de kart.
Hoy está muy volcado al trabajo comunitario: “se puede hacer un montón
de cosas, pero hay que hacerlas con humildad y sin perder el respeto hacia los
demás”. Además de trabajar en el terreno, es catequista en la parroquia de su
barrio.
Agustín tiene novia y sueña con formar una familia. También con trabajar
en cosas que lo hagan sentir pleno como persona. “No me atrae el trabajo de
escritorio. Me gusta el contacto con la gente. Espero darle ese perfil a mi carrera”.
Le gusta estar informado y leer sobre historia. Y lo apasiona la actividad
política. Se acercó al Partido Nacional en 2009, cuando estaba en quinto año de
liceo y todavía no podía votar. “Al principio apenas lo conté en casa, porque no
son de militar. Pero yo sentí que no me podía quedar quieto, que podía aportar
mi granito de arena”.
El compromiso de Agustín se hizo mucho más hondo cuando se acercaban
las elecciones internas de 2014. “Ahí sentí con mucha fuerza que tenía que estar
militando, prestando mi tiempo a una causa que iba más allá de lo personal. Me
acerqué y me abrieron las puertas de par en par. Me sentí muy bien recibido y me
puse a trabajar. En las elecciones nacionales de 2014 fue delegado de mesa, tanto
en octubre como en noviembre. Hoy es alcalde suplente del municipio E.
Agustín espera que más jóvenes se involucren en la vida política. “Que se
animen a salir, a mostrar su alegría, a charlar con la gente. Cada uno puede a
aportar desde su propio lugar”. Él encontró en el Partido Nacional una base que
da solidez y profundidad histórica a su acción personal. “Cuando me hierve la
sangre me puedo acordar de Wilson. Otras veces me puedo acordar de Herrera o
de Oribe. Depende del momento, porque cada uno tiene lo suyo. Pero esos tres
son mis grandes referentes”.

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“La política bien hecha es sana”

Alba “China” Bértola


(Ciudad Rodríguez, San José)

Hace 50 años que vive en lo que durante mucho tiempo se conoció como
Villa Rodríguez, hasta que en 2014 fue elevada a la categoría de ciudad. Nació no
muy lejos de allí, en Carreta Quemada, sobre la ruta 45. Eso fue hace 74 años.
“Me crié con mis padres y mis tres hermanos. Hice primaria, porque en aquellos
años no se iba al liceo. Mis padres me enseñaron los valores principales: respetarse
a sí mismo y respetar a los demás, ir siempre por el camino recto”.
A los 18 años se fue para San José y puso una peluquería. “La tuve hasta los
27 años, cuando me casé. Después nos vinimos para acá. Trabajé como doméstica
y crié a mis hijos”.
Ya entonces puso en práctica su vocación social: hacía comida para los
niños de la calle y organizaba ollas populares. Hasta hoy pide ropa en San José
para llevarla a Rodríguez. “Esa fue siempre mi vida: ayudé todo lo que podía y
me han ayudado a mí”.
En 1990 perdió a su esposo en un accidente. Desde entonces vive rodeada
del afecto de sus hijos y de sus amigos. “Nunca me dejaron sola”. Su otro apoyo
es la Biblia. “Ya la he leído unas cuantas veces. No soy de ir a la iglesia, pero soy
religiosa”.
Su padre le inculcó la fidelidad al Partido Nacional. “Cuando voté por primera
vez, a los 18 años, mi padre había comprado un autito de gente pobre, un fordcito,
para que lleváramos gente a votar. En esas mismas elecciones trabajé de delega-
da, y desde ese día fui delegada siempre”. Lleva una vida militando, pero nunca
fue candidata a nada. “Siempre lo hice porque quería”.
Durante años China hizo de anfitriona cuando los blancos llegaban a hacer
campaña en Rodríguez. “Hacía milanesas o una parrillada para todos, para que
comieran bien. Y después les decía: ´ahora, a visitar a la gente; a conversar y
a escucharla´. Porque la política se hace escuchando a la gente y yendo con la
verdad. La política bien hecha es sana. Y si no es sana, mejor no estar”. China se
define a sí misma como “una viejita trabajadora que quiere mucho a la gente”.


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“Me emociona ser blanca”

María Graciela Merello


(Paysandú, Paysandú)

Es ama de casa, y también una mujer llena de intereses. En su juventud hizo


patín y se recibió de profesora de piano. Desde hace años se dedica a la pintura.
Es católica practicante e integra la Asociación de Sociedades Tradicionalistas de
Paysandú. Aprendió repostería artesanal porque le encanta cocinar. Sus pizzas
y tartas son famosas entre quienes la conocen. También sus tallarines y ñoquis
caseros. “Tengo un esposo, dos hijos y tres nietos”.
María Graciela creció en Paysandú. “Lo que más recuerdo es la libertad que
teníamos para jugar en la calle sin problemas. Yo iba a la Escuela N°8. Tenía
muchos compañeros y amigos. Los vecinos se sentaban en la vereda. En carnaval
se cerraban las calles y jugábamos a tirarnos agua. Todo ha cambiado mucho”.
Le gusta dedicar tiempo y atención a sus seres queridos. Fue edil depar-
tamental durante la primera intendencia de Jorge Larrañaga, pero dejó el cargo
para ocuparse de sus hijos. “Estuve tres años en la Junta Departamental. Trabajamos
mucho. Visitamos todos los barrios y anduvimos por muchos pueblos. Llevá-
bamos una carpeta y apuntábamos lo que pedía la gente, para después buscar
soluciones. Pero a los tres años dejé porque mis hijos entraban en la adolescencia,
y cuando uno ocupa ese tipo de cargos no hay horarios. Dejé para estar cerca
de ellos”. Ahora que los hijos están grandes, cuida a una tía enferma. “Ayudo a
tenerla limpita, me ocupo de que tome los remedios y le doy amor”.
María Graciela se declara wilsonista y milita en Alianza. “Siempre que trabajé
en el Partido Nacional encontré gente con la que me pude identificar. Personas
que hacen política con honestidad, con la verdad. A la gente no hay que hacerle
promesas que no vas a poder cumplir. A veces te piden cosas que tú no podés
solucionar, pero no hay que confundirse con eso. No hay que alimentar el descre-
imiento en la política”.
Se describe a sí misma como una mujer apasionada, y no hace falta que lo
diga. Alcanza con escucharla: “yo siento amor por el Partido Nacional. A mí me
emociona ser blanca”.

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“Años muy lindos”

Roberto Montenegro
(Centro, Montevideo)

Nació en Montevideo y tiene fama internacional. Empezó su carrera como


director asistente de la Orquesta Filarmónica de Hamburgo. En los 25 años que
siguieron recorrió Europa y buena parte del mundo, dirigiendo a grandes músicos
y grabando discos con sellos muy prestigiosos. Entre 1990 y 1994 estuvo al frente
de la Orquesta Sinfónica del SODRE.
Lo de ser director de orquesta no estuvo claro desde el principio. “Cuando
éramos chicos, mi hermano y yo tuvimos una vida como la de cualquier joven de
este país. Íbamos al club y al liceo, teníamos nuestra barra de amigos. Sólo que
en casa la música era muy importante. Mi madre era cantante y nosotros íbamos
al conservatorio. Yo estudiaba piano. Mi hermano estudiaba guitarra y después
violín. Yo llegué a empezar la Facultad de Derecho, pero hubo un momento en
que quise dedicarme profesionalmente a la música. Ahí mi padre me dijo que si
quería hacerlo tenía que irme a estudiar afuera. Así fue como terminé en Alema-
nia, primero en Hamburgo y después en Munich. Cuando llegué tenía 20 años y
no sabía alemán. Fue difícil, pero había una pasión que me movía. Igual, en cada
verano europeo me venía a Uruguay”.
Roberto tiene muy pensado el sentido de su profesión: “Somos nada más
que intermediarios entre lo que nos dejaron grandes hombres del pasado y el
público actual. Tenemos que conseguir que eso llegue y se transmita al futuro
con niveles de excelencia. Lo que tenemos en la partitura son símbolos. Nosotros
los materializamos en sonidos que mueren una vez que fueron emitidos. Lo
fundamental es ese contacto con la música. Tenemos que conseguir que quede
en la memoria del público, que impacte en sus emociones”.
Roberto se siente blanco desde joven. “Mi vínculo con el Partido Nacional
empieza cuando me enseñaban historia. Ahí nace mi reconocimiento hacia
Manuel Oribe. Cuando regreso a Uruguay en 1987, me vinculo con Luis Alberto
Lacalle. Después viene el triunfo y él sugiere mi nombre para ser Director Artístico
del SODRE. Fueron años muy lindos. Después de eso, siempre me mantuve cerca.
Tengo muchos amigos en el Partido Nacional”.

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“Llueva o truene”

Carlos Eduardo Peregrin


(Paso de las Duranas, Montevideo)

Entre los militantes le dicen “Caudillo”, y a él le encanta el apodo. “El nom-


bre me lo pusieron Martín Lema y Juanjo Olaizola. Me dicen así porque doy la
vida por ser blanco. A los 18 años elegí ser blanco y seré blanco hasta que me
muera”.
Carlos Eduardo le ha puesto una lista en la mano a miles de montevideanos,
sin llamar la atención ni hacer discursos. “En las elecciones, llueva o truene, yo
estoy con la bandera y repartiendo listas. Me siento feliz haciéndolo. Todos me
conocen y me quieren en el Partido. Me aceptaron como soy”.
Nació cerca de la cancha de Danubio, pero es hincha de Nacional. Ahora,
con algo más de 50 años, vive con su madre por Millán e Instrucciones. En el
barrio saluda a todos y siente que todos lo cuidan. “Yo salgo a caminar de noche
por mi barrio y no tengo miedo. La gente que está reciclando me saluda. Me
protegen”.
A Carlos Eduardo le gusta ayudar. “Hablo con los gurises. Les digo que no
usen drogas, que les hace mal. La pasta base te pudre el cerebro y te pudre la
vida. Alguno me hace caso. Un chico del barrio, de veinte años, había terminado
en la calle. Había perdido todo. Ya nadie lo quería. Yo le hablaba y le pedía que
saliera de eso: ‘andá al Portal Amarillo, hacelo por mí y por mi padre que está
en el cielo’. Él me dijo que me iba a hacer caso y que si eso lo ayudaba iba a ir a
saludarme a mi casa. Un día dejé de verlo. Al tiempo, yo estaba echándole agua a
las plantas y veo que entra. Estaba gordo de cara, bien presentable. Y yo me puse
a llorar”.
Sin hacer teoría, Carlos Eduardo sabe que para cambiar lo grande hay que
cambiar lo chico. “Ahora hay mucha pelea, la gente está muy fea. Por eso a los
chiquilines les digo que hay que pedir perdón. Si uno se pelea o miente, tiene que
pedir perdón. Yo a mi papá le pedía perdón si le mentía. Salía de mi casa, volvía a
entrar y le pedía perdón”.
Todo corazón, cuando habla del futuro que se viene no puede contener la
emoción: “El día que el Partido Nacional gane las elecciones, me voy caminando
desde el Palacio Legislativo hasta la casa presidencial. Y capaz que pego la vuelta
todavía”.
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“Estar del lado del pueblo”

Santiago Coitiño
(Tacuarembó/Montevideo)

“Me crié en el campo, campo. Rodeado de animales, con mis viejos y mis
abuelos, yendo a la escuela rural a caballo. Fue lo mejor que me pasó: una infan-
cia pobre, en casa de terrón, pero muy divertida y diferente. Mientras los niños
de mi edad jugaban a la pelota, yo jugaba con perros y terneros guachos”.
Hizo primaria en Caraguatá, al mismo tiempo que trabajaba. “Cuando te
criás en el campo te toca hacer todo. Salís con tu viejo a juntar un ganado y
no sabés si estás trabajando o jugando, pero estás aprendiendo”. Para hacer
secundaria se fue a la ciudad de Tacuarembó.
Ahora estudia la carrera de Técnico Veterinario en Montevideo. Lo hace
impulsado por su familia. “Lo quería mi vieja, lo quería mi viejo y lo querían mis
abuelos. Uno de los grandes impulsores de mis estudios fue mi abuelo. Siempre
me decía que lo más importante que podía tener y lo que nadie me podía sacar
era el conocimiento”.
Lo que más le costó al llegar a la capital fue acostumbrarse al ruido. “Te
cuesta dormir”. Primero vivió en una residencia de estudiantes y ahora vive en un
apartamento. Cuenta que la familia lo fue preparando para cuando llegara este
momento: “tu vieja te enseña a tender una cama y aprendés a cocinar porque
te vas a ir a vivir solo; son cosas que no necesita un adolescente de Montevideo,
que no tiene que irse de casa para estudiar”. Hasta hoy su familia lo ayuda, y en
el tono de voz se nota todo su agradecimiento.
Santiago se declara “blanco desde antes de nacer”. Su abuelo paterno le
enseñó la frase “como güeso de bagual”. Sus padres son contemporáneos de
Wilson y “wilsonistas de ley”. El primer recuerdo político de Santiago es “el fes-
tejo de la primera intendencia de Eber Da Rosa en Tacuarembó”. Tenía cuatro
años y ya no paró.
Para Santiago, el Partido Nacional es sinónimo de libertad. “Libertad de
pensamiento, libertad de ideas, libertad de expresión”. Y cree que nada expresa
mejor su esencia que aquella frase de Wilson: “los blancos no somos de derecha
ni de izquierda, somos blancos”. Ser blanco, dice Santiago, “es estar del lado del
pueblo”. 
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“Si en el barrio me precisan,
yo estoy”
María Haydée “Chichita” Levaggi
(Nuevo Paysandú, Paysandú)

En su familia eran todos colorados. Y colorados conocidos, porque su abuelo


tenía club. “Yo volvía del liceo y me iba al club a hacer la secretaría. Llevaba las
planillas que se hacían”. Pero un día se ennovió con el hombre que sería su mari-
do (“con mi amor”, dice ella, quince años después de haber enviudado) y ocurrió
que su novio era militante blanco. “Empecé a acompañarlo a las actividades y
todo lo que encontraba me gustaba. Me gustaba la gente, que era muy simpática,
muy llevadera. Fui tomándole interés a las ideas y las propuestas para el país. Me
sentía muy cómoda. De a poco fui acercándome y un día estaba adentro. Eso fue
hace cincuenta años, y acá sigo”.
Se llama María Haydée pero todos la conocen como Chichita. Tiene 75 años
y es enfermera jubilada. Creció a orillas del Arroyo San Francisco, rodeada de un
monte de eucaliptus y una quinta de frutales. “Pescábamos en el arroyo y jugábamos
a las maestras debajo de un naranjo. Había vacas, terneros, chanchos, gallinas,
patos. Iba a la escuela a caballo, en un petiso malacara que me embarraba
cuando galopeaba. Fue una infancia muy linda. Mi padre y mis tíos trabajaban en
los corrales de abasto. Después nos fuimos para Casablanca, porque a los corrales
los mudaron para allá”.
Se casó, tuvo “tres hijos maravillosos” y ahora tiene diez nietos y dos bis-
nietos. “Perdí a mi marido pero me quedan los retoños”. Su esposo trabajaba en
la construcción. Ella dio clases particulares y fue enfermera en la policlínica del
barrio.
Chichita tiene una intensa militancia social. Es fundadora de una organi-
zación que se ocupa de los adultos mayores, integra desde siempre la asociación
civil que agrupa a los vecinos, colabora con la capilla, estuvo en el baby fútbol.
“Siempre estoy a disposición del vecino, tomo la presión y esas cosas. Si en el
barrio me precisan, yo estoy. Quiero mucho a mi barrio y a mi departamento. Me
vas a encontrar en todo”.
Haydée pide un Partido Nacional “muy unido” porque quiere “ver a los
blancos otra vez en el gobierno”.

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“Hacerle bien al país”

Nepomuceno Saravia,
Juan Aparicio Soares de Lima y Timoteo Martino
(Paysandú, Paysandú)

Tienen nombres bien blancos y conocen la historia que hay atrás de cada
uno de ellos. Nepomuceno cuenta que, en su familia, el mayor de cada
generación lleva ese nombre hasta llegar al hermano de Aparicio. Los tres hablan
con naturalidad de Masoller o de la Revolución de las Lanzas, y agregan detalles
que les llegaron a través de sus mayores. “Mi abuelo me da libros y me explica de
qué hablan”, cuenta Juan Aparicio.
Los tres tienen 11 años y son la savia nueva de una tradición que se trans-
mite caudalosa, no como imposición sino como gozo y orgullo. Ser blancos les
resulta tan natural como ser sanduceros. Pero saben que detrás de esa identidad
sentida hay ideas y reivindicaciones que entenderán mejor cuando terminen de
crecer. El Partido Nacional es un partido de hombres libres, así que la tradición
tiene que confirmarse con actos de voluntad y conciencia. Ser blanco de cuna
impone ciertas tareas.
Timoteo, Juan Aparicio y Nepomuceno son compañeros de clase en el
Colegio Nuestra Señora del Rosario, de la ciudad de Paysandú. Les gusta jugar
al fútbol y pasar tiempo con sus amigos. Cuando hablan de política, lo hacen
sin dejar de ser niños. Se ríen recordando cómo se divirtieron durante la última
campaña electoral. Les gusta salir por los pueblos y “visitar lugares con historia”.
Claro que, si de historias se trata, ninguna como la de Leandro Gómez y
la defensa de Paysandú. La cuentan con detalle y mencionan los lugares de su
ciudad que fueron escenarios del conflicto. “Siendo tan pocos, pudieron frenar a
miles de colorados y brasileros. Un amigo vive a la vuelta de donde los fusilaron”.
Quieren ver ganar al Partido Nacional, porque quieren que los blancos ten-
gan una nueva oportunidad de “hacerle bien al país”. Cuentan el tiempo que falta
para que puedan empezar a militar en la Juventud del Partido Nacional.

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“Nadie ha luchado más para
que haya democracia”
Juan Arancegui
(Durazno, Durazno)

La primera vez que vio una ciudad tenía 16 años. Era 1941 y acababa de
llegar a Durazno para empezar el liceo.
Había nacido en El Carmen, a 45 kilómetros de allí, pero en aquella época
el viaje duraba cinco horas. Había hecho la escuela rural un poco a los saltos: lo
pasaban de año antes de tiempo porque aprendía demasiado.
Conoció Montevideo cuando fue a hacer Preparatorios en el IAVA. Para
financiarse, consiguió un empleo en una fábrica. Vivía en un rancho de chapa
y piso de tierra que había alquilado por San Martín y Fomento. Tenía una sola
camisa que lavaba cada noche. “Estudiaba con libros prestados. Como no tenía
electricidad, me iba a la explanada del Palacio Legislativo y con la luz de afuera
hacía los resúmenes”. Tenía de compañero de banco a Jorge Batlle, de quien guar-
da un gran recuerdo.
Entró a la Facultad de Derecho y, con enorme sacrificio, llegó a recibirse
de escribano. Tuvo una carrera profesional exitosa, pero no olvidó sus orígenes.
“Nunca le cobré un certificado notarial a un pobre, porque es sacarle unos pesos
que tiene para comer. Tampoco cobraba por las escrituras. Si alguien había com-
prado un terrenito a plazos y quería construirse una casita, hasta los impuestos
pagaba yo. El primer año de ejercicio hice una escritura por día y no tenía nada”.
Viviendo en Montevideo conoció a Luis Alberto de Herrera y desde enton-
ces lo siguió. Hizo política y escribió en El Debate. “Estuve con él hasta dos meses
antes de que faltara”. Herrera es para él la medida de lo que debe ser un político:
“Siempre gobernó para el pueblo, nunca en beneficio propio. No usaba autos
oficiales. Se movía en su Fordcito o en tranvía. Cuando fue consejero de gobierno
entraba por la puerta de atrás, nunca por la principal, y subía por la escalera en
lugar de usar el ascensor”.
Juan tiene 90 años y hace 59 que está casado con “Morena” Morales.
Tuvieron dos hijos que ya no están, y les queda un nieto de 26 años. Blanco
y herrerista, Juan repasa la historia y concluye: “Nadie ha luchado más que el
Partido Nacional para que en este país haya democracia”.

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“Como una devoción”

Héctor Piriz
(Sayago, Montevideo)

Tiene 60 años y es herrero. De joven entró a trabajar en un taller metalúr-


gico y terminó casándose con la hija del dueño. “Yo caí acá porque me avisaron
que precisaban herreros. Me ofrecieron más de lo que estaba ganando y me vine
para mejorar. Ahí la conocí y me arriesgué: o me echaban o ya me quedaba”, dice
entre risas. “Mi suegro había empezado de abajo y sabía reconocer a la gente de
trabajo. Nos llevamos muy bien. Cuando él falleció, siguió trabajando el resto de
la familia”.
Sus padres eran de Sarandí del Yí, y él nació ahí. “Más tarde la familia se
mudó al Departamento de Canelones, entre Las Piedras y Progreso. A los 26 años
me vine para Montevideo”.
Héctor está casado y tiene dos hijas. Con su esposa han pasado por muchas.
“A mi suegro lo agarró la tablita justo cuando había comprado las máquinas. Fue
una mochila que cargamos durante años. Cuando nos habíamos enderezado llegó
la crisis de 2002. De vuelta a enderezarse, y así seguimos peleando”. Hoy trabaja
en el taller unas 10 horas por día. “El problema es que ahora se acerca la edad de
jubilarme. Y si yo me retiro, ¿quién sigue con esto? Hoy no se consigue mano de
obra calificada, así que voy a tener que seguir unos años más”.
Héctor viene de familia colorada. “Me crié con mi padre llevándome a
los actos de la Lista 15”. Pero siendo muy joven decidió que él iba a ser blanco.
Empezó a militar con ACF, en la época de las elecciones internas de 1982. Esa
decisión se reforzó cuando conoció a su suegro, “que era blanco de Cerro Largo”.
Entre sus recuerdos políticos más nítidos está el retorno de Wilson. “Mi
señora estaba a dos semanas de tener familia, pero igual le sacamos el auto a
mi suegro y arrancamos para Montevideo. Era tanto el tránsito que paramos por
la Estación Central. La verdad es que no vimos nada, pero era el hecho de estar
ahí. Para el que lo pudo vivir, es algo que no se borra. Eso nos marcó y nos llevó
a seguir. Militar en el Partido Nacional es como una devoción. Yo no pienso
moverme de acá”.

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“Del partido
siempre espero todo”
Mario Rodríguez
(Punta Yeguas, Montevideo)

Bodeguero de profesión, Mario pertenece a una familia con viejas raíces


en Punta Yeguas. Su abuelo fundó la bodega en 1937, pero no pudo llegar a ver
los frutos maduros de su esfuerzo porque murió poco más tarde. Sus tres hijos
siguieron adelante con el sueño, hasta que pasaron la posta en los años sesenta.
Hoy, la tercera generación está al mando y orgullosa de sus productos, como un
licor de Tannat que ha recibido varios premios internacionales.
“Somos gente de trabajo. Toda la vida en esto” dice Mario a los 71 años.
Y recuerda que también fue feriante, chacrero y jugador de fútbol (un número
nueve capaz de hacerle un gol a Nacional en la hora, en pleno Estadio Cente-
nario).
Los Rodríguez también son gente de tradición bien vivida. Porque el abuelo
no sólo dejó en herencia la bodega, sino también el amor por el Partido Nacional.
“Mi abuelo era muy blanco, y acá no hay uno solo que no sea blanco, aunque a
nadie se lo presionó. Íbamos naciendo y nos íbamos haciendo blancos, nada más
que con ver a mi padre y a mis tíos trabajar por el partido. Y seguimos en eso”.
Una nieta de quince años ya está militando en el Partido Nacional.
“Tengo otros nietos más chicos que también dicen que son blancos”, cuenta Mario
con una sonrisa pícara. Él es muy responsable de que la tradición se mantenga,
porque desde hace décadas trabaja por el partido y por el desarrollo integral del
Montevideo rural. En el año 2010 fue candidato a alcalde por el municipio A.
A Mario le preocupa el futuro inmediato del país, pero no le preocupa el
futuro del Partido Nacional. No importa cuál sea el tamaño de las dificultades,
sabe que podrá vencerlas. “Al partido le tengo mucha confianza y siempre espero
todo. Ya va a llegar el momento en el que vamos a volver a gobernar. Y ahí vamos
a tener la oportunidad de demostrar realmente lo que es el Partido Nacional”.

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“El partido
de los grandes gobiernos”
Nelly Teresita “Chola” Viera
(Barrio La Estiba, Rivera)

Siempre recuerda aquella vez que salió de la escuela junto a sus cinco her-
manos y en el camino los alcanzó un tornado. “Nos refugiamos en un eucaliptal.
Ahí nos salvamos, porque caían piedras de dos quilos. Yo me tiré arriba de mi
hermana más chica”.
Vivían “en un ranchito muy pobre” en Tranqueras. Su padre era hojala-
tero. Su madre alquilaba chacras para plantar maní. “Nosotros éramos chiquitos y
golpeábamos maní. Muy chica aprendí a cortar leña, a cortar chilcas y a embarrar
el rancho. Lo embarraba con las manos. Y si conseguía cal, lo dejaba blanquito.
Pasamos mucho trabajo en la vida. Hasta que un día inventó mi papá de venir para
Rivera porque yo ya estaba quedando más grandecita”.
Primero se vino ella a lo de una tía. “Con nueve años iba a la escuela y traba-
jaba de doméstica”. A los 17 años se casó y en poco tiempo tuvo dos hijos. “Pero
seguí limpiando y trabajando siempre. Trabajé en una panadería, vendí en ferias”.
Había tenido que dejar la escuela en quinto año, pero con eso se manejó. “Sabía
más de lo que aprenden ahora en el liceo”.
Una vez, cuando sus hijos eran chicos, una creciente se llevó todo lo que
tenían. “Terminamos todos en la brigada. Las mujeres lloraban de noche. Yo no
dejaba entrar a los soldados a donde estábamos. Les decía: ‘ustedes no me pisan
acá porque hay muchas chiquilinas’. Y a las mujeres les decía que tenían que lim-
piar ellas. ¡Daba órdenes a todos! Después seguí de cabeza erguida. Me alquilé
una pieza en el centro y seguí trabajando. Traía aceite de Argentina, porque acá
no había”.
Durante los últimos años Chola fue presidenta honoraria de una escuela
para niños discapacitados. Está feliz porque acaba de rendir cuentas. “Las deudas
están al día, los funcionarios pagos, la plata en el banco. Salgo con las manos bien
limpias”.
Chola es blanca de cuna. “En el año 58, a los 14 años, fui delegada de puerta.
Cuando ganamos yo lloraba como una condenada”. Para ella, el Partido Nacional
es “el partido de Oribe, el partido de la honradez administrativa, el partido de los
grandes gobiernos como el último del doctor Lacalle, que transformó al país”.
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“La bandera de dar una mano”

Carlos Eduardo “Barullo” González


(Tres Islas, Cerro Largo)

Nació en Tres Islas, igual que sus siete hermanos. Su madre también era de
allí. Su padre, nacido en Quebracho, era alambrador y capataz de estancia. “Con
él aprendimos desde chicos a hacer las cosas del campo. No sólo a trabajar, sino
la conducta. A no tocar nada ajeno, a no ser embrollón, a irse de pago ajeno
dejando el camino libre para volver. Yo les hablo así a mis nietos. Son chiquitos
pero yo les hablo para que puedan andar bien en este mundo tan complicado”.
Fue a la escuela del pueblo. “En esos años íbamos como ciento veinte gurises.
Hoy van 28. Todo cambió mucho. En estancias en las que trabajaban treinta o
cuarenta personas, ahora trabajan seis o siete. Ahora vienen los plantadores de
soja, llegan con maquinaria y se van. Sólo tienen trabajo los que cuidan. Hay que
buscar otras cosas”.
En cuanto terminó la escuela, “Barullo” empezó la vida de adulto. “A los 13
años me fui a las estancias y desde entonces me he pasado la vida trabajando. Fui
alambrador, aprendí a domar y domé muchos años, estuve 24 años de capataz
en estancias de Salto, Lavalleja, Cerro Largo y Durazno. Ahora trabajo para la
Intendencia. Estoy encargado de la zona rural de Tres Islas”.
Una de sus pasiones es organizar criollas en beneficio de las escuelas.
“Armamos lo que llamamos eventos rurales, Vamos con mangas portátiles, lleva-
mos y armamos todo. Siempre salió impecable y dejó plata para las escuelas. Lo
hice cuatro años y ahora dejé a un muchacho que estaba conmigo. También me
gusta organizar raids, siempre cuidando al caballo. El que le pega en la cabeza a
un caballo tiene cero punto”.
Para Barullo, hacer política “es estar siempre dispuesto a dar una mano, sin
preguntar si es blanco, colorado o frenteamplista. Acá el viento tiró al suelo casi
todo el pueblo y la primera casa que entregamos fue a una mujer del Frente. Ya
llevamos sesenta casas hechas con plata que puso el intendente Botana. El
gobierno nacional prometió pero no puso nada. Soy blanco pero cuando estoy
con la gente no ando levantando la bandera del Partido Nacional, sino la bandera
de dar una mano”.

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“Una visión de país
como construcción colectiva”
Leonardo Altmann
(Centro, Montevideo)

Leonardo es un universitario típico. Arquitecto de profesión, trabaja como


asistente de investigación en el Instituto de Urbanismo de la Facultad de Arqui-
tectura, en la Universidad de la República. En esa misma facultad estudió y se
recibió. Durante sus años de estudiante se convirtió en militante gremial y se
fogueó en el ejercicio del cogobierno universitario.
Milita en el Partido Nacional desde el año 2004. Durante un largo tiempo
integró la Secretaría de Asuntos Sociales, conducida por el también arquitecto
Miguel Cecilio. Para Leonardo, la SAS fue siempre su “ámbito natural” de militan-
cia política. “Allí nos encontramos quienes, siendo blancos, tenemos una partici-
pación en estructuras gremiales o sindicales. Ese es el ámbito que siento como
más mío. Es muy valioso saber que uno está nutriendo al partido de la visión de
quienes militan en las organizaciones sociales. Es parte de la visión de un partido
que no sólo escucha a sus representantes políticos o a sus militantes territoriales,
sino también a quienes participan de organizaciones estudiantiles o de traba-
jadores”.
Hoy, a los 33 años, Leonardo trabaja políticamente dentro de la Lista 430,
que apoya a Jorge Larrañaga. Y cuando se le pregunta qué espera del Partido
Nacional en los próximos años, formula en pocas palabras todo un programa de
construcción democrática e inclusión política: “quiero un Partido Nacional que se
identifique con sus mejores tradiciones, con una visión de país como construc-
ción colectiva. Un partido que funcione como articulador de diferentes visiones
en una comunidad nacional que se edifica entre todos”.
Leonardo prolonga una larga tradición de universitarios blancos que se
mantiene desde los tiempos de Francisco Lavandeira y Alfredo Vásquez Acevedo.

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“El artista debe tener la
libertad de decir lo que piensa”
Eduardo Grosso
(Colonia del Sacramento, Colonia)

Se define como un “rioplatense practicante”. Vivió muchos años en Bue-


nos Aires. Allí se formó. Es egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático
de Argentina y obtuvo una Licenciatura en Dirección Escénica en la Universidad
Nacional de las Artes. Hoy vive en Colonia. Es actor, director de teatro y docente
teatral. Dirigió mucho tiempo la Comedia Municipal de Colonia y hoy dirige elen-
cos independientes.
La vocación le viene de lejos. A los siete años actuaba disfrazado para su
familia y a los doce hacía obras teatrales con sus vecinos del barrio. “Nos había-
mos hecho un aparato de iluminación con un palo de escoba y la parte de abajo
de una licuadora vieja que llevaba una luz adentro”. Cuando estaba en tercer o
cuarto año de liceo, lo llevaron a ver una obra de Shakespeare en el Teatro Solís.
“Estaba en la platea mirando el escenario y me dije: ‘yo quiero estar ahí’. Mis
padres me apoyaron”.
Eduardo sabe por experiencia que la vida del artista no es fácil. “Eso no pasa
sólo en Uruguay, sino también en otros lados”. Pero habla del tema sin drama-
tizar: “los artistas tienen que reconocerse ellos primero para ser reconocidos
después por los otros”. Él valora tanto su condición de actor como la de director.
“La mirada del director se ha vuelto muy importante. Vivimos en una época en la
que el director pasó a ser la prima donna. Pero sin el actor no hay teatro. Sin el
director, sí”.
Para Eduardo, “el teatro es político, siempre implica tomar partido. Pero eso
no quiere decir que sea partidista. El artista tiene que tener la libertad de decir lo
que piensa más allá de quien mande. Por eso son tan malas las persecuciones, las
listas negras y las listas blancas, es decir, las listas de los predilectos del poder”.
Sus abuelos eran colorados y su padre fue “uno de los primeros frente-
amplistas. Era un hombre honesto”. Eduardo se hizo blanco de adulto. “Fue mi
trabajo con el intendente Carlos Moreira, en su primer gobierno departamental,
lo que me acercó”. Después se familiarizó con la historia y con las ideas. “Y sobre
todo con esa actitud inclaudicable de los blancos”.

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“Un país en el que todos
podamos convivir”
Christian Mónica Isoardi
(Centro, Montevideo)

Nació en Salto y allí vivió los primeros años. “Tuve una infancia y una adoles-
cencia espectaculares. Con amistades, sin peligros, disfrutando de las termas y de
la costanera. Es una ciudad maravillosa”.
Llegó a Montevideo muy joven. A los 20 años ya trabajaba en el CTI de adul-
tos del Hospital de Clínicas. A los 21 obtuvo su licenciatura en enfermería. Unos
años después empezó a trabajar en el CTI del Hospital Militar. Se quedó mucho
tiempo. “Toda mi vida la dediqué a trabajar con los pacientes, a aliviar el dolor,
a acompañar a sus familias. Muchos pacientes fueron para mí ejemplos de vida.
Por lo que vivieron, por lo que sufrieron, por lo que lucharon. Algunos pudieron
vencer en esa lucha y otros no”.
Un poco para compensar los golpes de su profesión, hace años empezó
teatro. “Hago comedia y me divierto mucho. Me gusta ver reír a la gente. No soy
ninguna profesional pero lo disfruto y me ayuda”.
Christian Mónica ya no trabaja en Centros de Tratamiento Intensivo, pero
se mantiene activa en la profesión. “Hice una especialidad en hemodiálisis para
ayudar a pacientes con insuficiencia renal, y trabajo con ellos”. Además enseña
en la Escuela Católica de Enfermería. “Los estudiantes, que son muy jóvenes, me
transmiten alegría y paz”. También dedica tiempo y atención a su familia. Está
casada y tiene dos hijos: uno de 23 años que vive en Alemania y una hija de 19
que estudia Ciencias Económicas.
Su vida no tuvo color político hasta que se casó. “Vivía para trabajar y no
pensaba en otra cosa”. Pero la familia de su marido es muy blanca y ella se fue
acercando. En ese proceso fue importante una mujer que la impactó y la orientó:
Consuelo Behrens de Antía.
Parte de su trabajo político consiste en visitar asentamientos y buscar solu-
ciones para los problemas que encuentran. Consiguen vestimenta, calzados,
muebles, materiales para construir. “Y cuando no hay solución al alcance, igual
una palabra de aliento”. Lo que ve muchas veces le genera impotencia, pero con-
fía en que el Partido Nacional podrá cambiar las cosas: “sueño con un país en el
que todos podamos convivir”.
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“Un partido de valores”

Luis Dorfman y Valeria Martínez


(Paysandú, Paysandú)

Se conocieron militando en la Juventud del Partido Nacional. Uno de ellos


integra el sector Todos y el otro es parte de Alianza. “Los dos somos blancos, que
es lo principal. Los valores son lo que nos une. Y la idea de país es básicamente
la misma”.
Luis tiene 43 años, es docente de secundaria y hace casi dos décadas que
milita en el Partido Nacional. Fue dos veces edil y Secretario de Juventud en
Paysandú. Valeria tiene 23 años, es estudiante y milita hace 7. También es miem-
bro de la Cruz Roja de Paysandú.
Para los dos, la militancia incluye actividades típicamente partidarias, como
repartir listas u organizar “banderazos”, junto con diferentes formas de acción
social, como organizar ollas populares o recolectar ropa cuando llega el invierno.
“No es solo trabajar por un partido, sino también trabajar por la gente”.
Para Luis, “el Partido Nacional es un partido de valores. Eso explica que haya
sobrevivido tanto tiempo fuera del poder”. Cuando miran la historia partidaria,
Valeria se identifica principalmente con Aparicio Saravia y Luis con Manuel Oribe.
Ambos están todavía sacudidos por un episodio ocurrido un mes y medio
antes: el asesinato de un comerciante judío a manos de un fanático del Islam.
“Fue algo que hasta ahora sólo veíamos en otros países, y pasó entre nosotros”.
Además del dolor generado por ese asesinato, “el hecho terminó de mostrarnos
que Paysandú ya no es la villa aislada de Montevideo y del mundo que fue en
otras épocas, sino que somos parte de un mundo globalizado, con ideas y valores
generados a través de Internet”.
Los dos comparten también una misma preocupación por la educación uru-
guaya, y en especial por las dificultades que atraviesa la profesión docente. “El
profesor está en medio de la presión social, que nos llega a través de los alumnos
y sus familias, y la presión de las autoridades, que quieren tener resultados que
mostrar”. 

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“No era fácil ser blanco”

Lavalleja Olivera
(Rivera, Rivera)

Su nombre de pila no deja dudas sobre el color de su familia: solamente un


blanco puede llamar Lavalleja a su hijo. La tradición viene de lejos. Su abuelo y
su padre pusieron plata para financiar las revoluciones de Aparicio Saravia. “Yo
llegué a ver los recibos, más una carta del general Saravia para mi abuelo en la
que le pedía que consiguiera 200 caballos”.
La familia se mantuvo fiel al Partido Nacional después de las revoluciones.
“Era la época en la que te esperaban en un monte, te llevaban a la comisaría y te
apaleaban sólo por ser blanco. Mis antepasados eran de los que iban a caballo
hasta la comisaría a buscar a los detenidos y se los llevaban. A veces las cosas se
complicaban, había que sacar las armas y terminaban con algún muerto. No era
fácil ser blanco en aquellas épocas en la Sexta Sección de Rivera. Mi padre andaba
con revolver y cuchillo hasta en la casa”.
Lavalleja nació y se crió en una chacra, en la zona llamada Buena Orden.
“Vivíamos en un rancho muy humilde pero muy decente. Éramos diez herma-
nos. Trabajábamos todos en la chacra. No sé cómo se acomodaba mi madre para
hacer comida para todos”.
Cuando él tenía 10 años, la familia se mudó a Minas de Corrales. Ahí ter-
minó la escuela y trabajó en una panadería. Más tarde se fue para Rivera y
entró en Antel, cuando todavía era parte de Ute. Trabajó allí 47 años. “Entré en
el cargo más bajo que había y terminé como Jefe de Redes, con cinco regionales
a mi cargo”. Se casó dos veces y tuvo hijos que le dieron nietos. “Todos están en
el partido”.
Lavalleja se siente un continuador de sus ancestros: “me enorgullezco de
ser saravista”. Hizo política desde chico. “En el año 38 tenía 8 años y ya andaba
con mi padre. Voté por primera vez en 1950”. A principios de los setenta se hizo
wilsonista. Fue fundador de la Lista 14 de Rivera y tuvo militancia anti-dictadura.
Hoy, con 86 años muy bien llevados, milita en Alianza Nacional. “Hay que trabajar
mucho. La esperanza del país está en el Partido Nacional”.

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“Avanzar en la política
como ejemplo de integración”
Ignacio Marcel Cardozo
(Punta Carretas, Montevideo)

Con sólo 24 años, ya tiene dos títulos universitarios: Analista Programador


y Analista en Tecnologías de la Información. Ambos los obtuvo en la Universidad
ORT. Actualmente trabaja en un Ministerio. Es sordo de nacimiento y se comu-
nica por lenguaje de señas.
Ignacio tiene una vida rica y llena de emociones. Pero siempre hay lugar
para algo más, y la última campaña electoral lo acercó a la política. “Me interesé
en Luis Lacalle Pou cuando lo vi en televisión. Tenía propuestas para las personas
con discapacidades. Sabía cómo eran las cosas. Por ejemplo, sabía que, si bien
hay una ley que obliga a contratar cierto porcentaje de personas con discapacidad,
en la realidad no produce efectos porque no ha sido reglamentada”.
Pocos días después encontró cerca de su casa a un grupo de jóvenes blancos
que repartían volantes. “Me acerqué a ver de qué se trataba y empezamos a comu-
nicarnos. Me invitaron a una reunión en la sede de Pocitos de la Lista 404. Fui y
encontré un grupo de gente joven con mucha fuerza, ideas y alegría. Todos que-
rían trabajar para mejorar el país. Me integraron inmediatamente, me aceptaron
como soy. Me gustó mucho pertenecer al grupo. Me siento muy bien”.
El inicio de la militancia no sólo cambió la vida de Ignacio, sino también la
de Daniel, su padre. Si bien él y su esposa son blancos, nunca habían sido mili-
tantes. Pero Daniel empezó a acompañar a Ignacio para facilitar la comunicación
en las reuniones, y al final se entusiasmó. El resultado es que ahora también
milita. “Entramos a la militancia juntos”, dice sonriendo.
A Ignacio le gusta contar su primer encuentro con Luis Lacalle Pou. “El día
que lo conocí se acercó y me preguntó cómo me llamaba. Después me empezó a
hablar en lenguaje de señas. Yo me dije: ‘¡Guauuu, sabe señas!’. Vi que le preocupan
sinceramente las personas con discapacidad”.
Ignacio quiere seguir adelante por el camino de la política. “Tal vez conoz-
can a Camila Ramírez, que también es sorda y es diputada suplente de la 404. Con
ella y otros más intentamos avanzar en la política como ejemplo de integración”.

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“El partido del país”

Elizardo Cabrera
(Paysandú, Paysandú)

Su primera campaña electoral fue la del año 1958. En ese entonces vivía en
Quebracho y tenía diez años de edad. “Uno iba a los clubes y empezaba a mamar
esa efervescencia por el Partido Nacional. El día de las elecciones era una fiesta.
Se carneaban unas vacas y capones, y se hacía un gran asado”. Elizardo participó
de los festejos que siguieron al triunfo blanco de aquel año, sin tener total con-
ciencia de la magnitud del hecho histórico que estaba viviendo.
Nació y creció en la Colonia Ros de Oger, en Quebracho. Fue a la escuela
rural. “Íbamos a caballo. Cada día era una carrera, porque siempre había un desa-
fiante”. Volvían de la escuela y empezaban las tareas en el campo. Recuerda que
sus padres la transmitieron tres valores fundamentales: “el respeto, la honradez
y el trabajo”.
A los 12 años se trasladó a Paysandú, donde vive hasta hoy. Hizo secunda-
ria completa y luego empezó una vida laboral que duró cuatro décadas. Trabajó
siempre en la misma empresa. Empezó por los puestos más bajos y terminó como
jefe de administración. Hace algunos años se jubiló. Hoy tiene 68.
Elizardo lleva una vida militando. Estuvo en la resistencia a la dictadura,
trabajó por el No en el plebiscito de 1980 y se involucró en las elecciones inter-
nas de 1982. Desde el retorno a la democracia, ha estado al firme en cada una
de las elecciones. “La militancia es por un lado el trabajar con la gente, el puerta
a puerta, y por la otra parte es toda la tarea organizativa, que a mí me encanta:
presentar listas, confeccionarlas, distribuirlas, preparar delegados. Más que un
esfuerzo, todo eso es un placer, una fiesta para los que lo hacemos”.
Su gran referente histórico es Wilson. “Hablar de Wilson es una emoción”.
Lo mismo le ocurre cuando habla de su partido, al que nunca le pidió nada. “En
el Partido Nacional uno encuentra los principios con los que se crió. Es el partido
del país, el partido de la tierra, el partido más cercano a la gente de campo, que
es de donde uno viene”.

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“El militante es el que llega
a cada rincón”
Virginia y Chabelly González
(Tacuarembó/Montevideo)

Virginia tiene 21 años y estudia Ciencias Económicas. Hace tres años que
vive en Montevideo. Chabelly tiene 19 y estudia Medicina. Hace dos años que
vive en la capital.
Virginia y Chabelly son hermanas. Nacieron en Tacuarembó y compartieron
una infancia de juegos y libertad. Todavía se acuerdan de cómo les gustaba bailar
y cantar bajo la lluvia, en plena calle.
Hoy viven juntas en Montevideo, lejos de la familia, para poder hacer sus
carreras universitarias. Virginia convivió el primer año con unas compañeras.
“Eso me ayudó a no extrañar tanto. Si no fuera por ellas, creo que no hubiera
aguantado”. Al año siguiente llegó Chabelly. “El primer mes fue horrible. Ni me
podía comunicar con mi madre porque lloraba todo el tiempo. Pero me adapté
más de lo que pensaba”.
Cuando Virginia estuvo sola el primer año, los padres le mandaban regular-
mente “la famosa encomienda”. Era “como una cajita sorpresa” que ayudaba a
comer mejor. Ahora las dos tienen beca y van al comedor de Bienestar Estudiantil.
En la casa se turnan “de vez en cuando” para limpiar. A veces hay peleas.
Las dos coinciden en que esta experiencia las unió mucho como hermanas.
Y las dos sienten las mismas cosas respecto de lo que están viviendo. “Venirse a
Montevideo es una presión. Tenés dudas sobre si no te equivocaste de carrera,
si te vas a volver para atrás porque no aguantás, si te va a ir mal. Pero el esfuerzo
económico de la familia te motiva a estudiar más. Por suerte a las dos nos encanta
lo que hacemos, pero esforzarnos es una manera de agradecer a nuestros pa-
dres”.
Virginia y Chabelly son blancas. Virginia milita desde las elecciones de
jóvenes de 2012. Chabelly simpatiza pero no milita. O por lo menos así fue hasta
ahora, porque se entusiasma cuando escucha los cuentos de su hermana. Las dos
se identifican con Luis Lacalle Pou y ven el futuro con esperanza. Virginia acota
que, además de buenos dirigentes, el partido necesita buenos militantes. “El mili-
tante es el que llega a cada rincón”.

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“Sigo haciéndome más
blanco cada día”
Juan Antonio “Tono” Dos Santos
(Artigas, Artigas)

Nació en Topador, a 45 kilómetros de Artigas. Fue a la escuela rural hasta


tercer año. “En aquella época era así. Nosotros éramos once hijos, siete de ellos
varones. Íbamos a la escuela hasta que empezábamos a trabajar en el campo de
mi padre. Era una zona de estancias medianas trabajadas por familias. La vida era
tranquila y feliz. Los negocios se hacían de palabra, casi sin firmar documentos.
La estancia de mi padre quedaba a un kilómetro del pueblo. Cuando faltaba agua,
todos los días llevábamos y traíamos a las lavanderas con sus atados de ropa, para
que pudieran trabajar en casa porque teníamos buena aguada”.
Todavía muy joven, Juan Antonio se fue para Artigas. “Primero trabajé en un
comercio, después en un escritorio rural. De ahí salió mi vocación de rematador de
ganado. Empecé a rematar a los 20 años, poco antes de casarme. Rematé durante
55 años y nunca tuve un problema. Siempre me conduje con claridad y respeto,
como aprendí de mis padres”. Hoy tiene 87 años y tres hijos. Está jubilado como
rematador pero sigue activo como productor rural. Enviudó hace un año y medio.
Su padre era blanco independiente en los difíciles años que siguieron al
golpe de Terra. “A casa llegaban dos veces por semana los ejemplares de El País
y El Plata”. Cuando el creció, siguió por la misma senda. “A lo largo del tiempo yo
iba viendo las actitudes que tomaban los diferentes políticos y me iba haciendo
más blanco. El Partido Nacional tenía figuras notables: los Beltrán, Leonel Aguirre,
Martín C. Martínez, Rodríguez Larreta. Con mentes privilegiadas y honestos.
Todavía sigo haciéndome más blanco cada día que miro las noticias”.
Juan Antonio observa que la política cambió mucho a lo largo de su vida.
Cuando él era joven, la memoria de los enfrentamientos armados todavía estaba
viva. “Era fuerte la cosa, y más acá en el departamento de Artigas, donde había
un dominio total del Partido Colorado. En esa época no se hacían bromas con la
política, nos mirábamos de lejos. Eso sí, no había acto político sin asado”.

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“Me gusta el nacionalismo”

Felipe Sarries
(Tacuarembó/Montevideo)

Hizo primaria y secundaria en Tacuarembó. Ahora se mudó a Montevideo


para estudiar Agronomía. Pero el inicio se demoró un poco porque le quedó pen-
diente una materia de Bachillerato. Para aprovechar el tiempo está haciendo un
curso de mecánica Diesel en Talleres Don Bosco. “Eso me va a ayudar cuando
trabaje, va a ser un buen complemento de la facultad”.
El plan de Felipe es estudiar, recibirse y dedicarse al campo familiar. “Me
encanta la vida en el campo. Se pasa trabajo, pero también se pasa bien”.
Todavía le cuesta un poco la adaptación a la vida en la capital. “Tengo
problemas con la orientación y con los ómnibus. Lo que me ayuda es que ahora se
pueden mirar mapas en el celular”. También extraña el paisaje: “acá, para donde
mires tenés puro edificio”.
Comparte un apartamento con su hermano mayor, y entre ambos se encargan
de las tareas domésticas. No se siente demasiado solo porque se sigue viendo
con la mayoría de sus amigos, que también optaron por estudiar en la capital.
Felipe empezó a militar en el Partido Nacional cuando recién había empezado
el liceo. “Me gusta el nacionalismo que siempre defendieron los blancos, el
rechazo a toda forma de injerencia”. A lo largo de estos años cumplió con todas
las tareas que puede hacer un militante. “A veces salíamos a repartir listas, a
veces salíamos con un parlante, a veces había que arreglar algo que se rompía.
Después de un día de recorrida íbamos para casa, nos duchábamos y de vuelta al
comité a divertirnos”. Lo que más disfrutó en todo ese tiempo es “el sentimiento
de pertenencia que te da el partido, la cantidad de amistades que formás mien-
tras tratás de hacer lo mejor para el país”.
Felipe se interesa en la historia partidaria y cree que todos los militantes
deberían conocerla mejor. “Hay cosas que están olvidadas, como el proyecto de
ley de ocho horas presentado por Herrera, que fue el primero”. Enterarse de esas
cosas, sostiene, permite tener una mejor imagen de lo que realmente ha sido el
Partido Nacional a lo largo de su historia.

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“Tuve la dicha de estar
muchas veces al lado de Herrera”
Mirta Silvera
(Cerro Largo/Montevideo)

Nadie lo diría, pero tiene 96 años. Y su memoria intacta recorre un enorme


tramo de la historia del Partido Nacional.
Es que a Mirta esa historia le pasa muy cerca. A su padre lo recogió Aparicio
Saravia cuando volvía de pelear en Brasil. Ese niño sin familia creció en Cerro
Largo, fue chasque durante la revolución de 1987 y terminó de capataz en “El
Cordobés”. Entremedio se casó con una hija del coronel Abel Sierra, uno de los
principales jefes del ejército saravista, que además era prima de Basilio Muñoz.
Mirta nació en Santa Clara de Olimar y se crió en los campos de los Saravia.
Cuando todavía era una niña se fue a vivir a Montevideo y desde los 13 años
frecuentó la quinta de Luis Alberto de Herrera. Lo que para otros son grandes
nombres de la historia política, para ella son los nombres de las personas entre
las que creció. Por eso puede hablar, por ejemplo, de la sencillez con la que vivía
Herrera: “Yo lo vi comer al doctor Luis Alberto con un mantelito chico, un plato,
un servilletero con su nombre, un vaso y una botella de agua. Nada más. Nunca
se quedó con nada y por eso murió pobre. Tuve la dicha de estar muchas veces al
lado de Herrera”.
Con semejantes antecedentes, era inevitable que Mirta fuera una blanca
combativa. “Durante la dictadura yo era funcionaria de OSE. Toda la gente del
laboratorio me quería. Pero empezaron las manifestaciones y la gente salió a la
calle a gritar por Wilson. Mis compañeros de trabajo me decían que no saliera
porque me podía costar el puesto. Entonces fui a preguntar si ya podía jubilarme
y me dijeron que sí. Me jubilé para poder gritar por Wilson. En OSE no lo podían
creer”.
Es que, después de Herrera, Wilson fue la otra figura que se ganó la lealtad
incondicional de Mirta. “La única vez en toda mi vida que no voté al herrerismo
fue para votarlo a él”. En 1992 Mirta había vuelto a las filas herreristas y estuvo
entre las personas que fundaron la Lista 71. “Ahora le tengo mucha fe a Lacalle
Pou, aunque no sé si lo voy a ver”.
El sueño de Mirta es que, cuando se vaya, la entierren en Santa Clara al lado
de Chiquito Saravia.
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“El Partido Nacional
se perfila para ser gobierno”
Tomás Casaretto
(La Aguada, Montevideo)

Está terminando Bachillerato en el Colegio José Pedro Varela. “Voy ahí desde
los cinco años y quiero seguir hasta el final”. Ahora tiene 17. Vive con sus padres
y es hijo único. No tiene muy claro si va a estudiar Derecho o Ciencias Políticas.
“Estoy a tiempo de decidir, aunque me queda poco”. Además del estudio está el
rugby, que juega con pasión. Su equipo es el Champagnat.
Le interesa la política y lo que pasa en el mundo. Cada mañana lee la
edición digital de varios diarios mientras desayuna. También escucha radio cuan-
do puede. Le preocupan los problemas que enfrenta el país, como la inseguridad
y la crisis educativa.
No viene de una familia con militancia política, pero él sintió desde muy
chico la necesidad de hacerlo. Un día fue a una charla sobre la vocación política y
se dio cuenta de que era eso lo que sentía.
Hoy es uno de los militantes que impulsa la radio blancos.uy. “Cuando
empezamos no le tenía mucha confianza a una radio on line. No sabía si iba a
tener tanta repercusión. Pero ahora me doy cuenta de que tiene más difusión
que otras, porque se puede escuchar desde la computadora y desde el celular.
Empezamos con un programa en estilo de tertulia y ahora tenemos seis o siete
programas. No es una radio de un sector sino de todos los blancos”.
Tomás explica su adhesión al Partido Nacional con palabras que vinculan las
vivencias de su generación con el pasado. “Nosotros vivimos en un país que gracias
a Dios es libre. La gente tiene derechos, y eso es porque el Partido Nacional luchó
por las libertades y las garantías. No luchó sólo hace 43 años, cuando se instalaba
la dictadura, ni hace cien años. Ha luchado siempre por las libertades y por el
país”.
A partir de su experiencia, Tomás pone en duda que los jóvenes no se inter-
esen en la política. “Eso viene de las generaciones más grandes. Pero vos mirás
la Juventud del Partido Nacional y ves que es numerosa, capacitada, con ganas
de proponer. Claro que no todos los partidos tienen lo mismo”. Por esa y otras
razones, “el Partido Nacional se perfila para ser gobierno en 2020”.

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“Ayudar a la gente”

Enrique Macedonio
(Barrio 8 de marzo, km. 21, Montevideo)

Habla con un cuaderno en la mano, donde hizo anotaciones. Es que siente


que está perdiendo la memoria y no quiere dejar de “nombrar a los hombres que
sirven”. Son todos nombres del Partido Nacional.
Antiguo boxeador nacido en el Cerrito de la Victoria, dirigente barrial desde
hace más de 40 años, Macedonio vivió en Punta Rieles y en el Marconi antes de
llegar al Barrio 8 de Marzo, en Villa García. En todos esos sitios trabajó “para la
escuela, para las obras sociales, para la educación vial, para el mejoramiento del
barrio, para la seguridad”. Hace años llegó con su familia al kilómetro 21, “a cortar
chilcas”. Con sacrificio compraron un terreno y construyeron.
Dice que el trabajo político lo volvió “un poco psicólogo, porque interpre-
taba a la gente, recogía sus necesidades. Busco a personas que hablen mi idioma.
Mi idioma es poder hacerme entender y poder interpretar a toda la gente. Yo soy
de la época del pan duro. Por eso será que tengo el espíritu solidario”.
Le gusta hablar de sí mismo en tercera persona: “Siempre pedí para los
demás. Para Macedonio nada, como si fuera millonario. ¿Y qué va a recoger
Macedonio? Satisfacción por lo hecho. Yo no tengo nada. Por eso me recuesto en
mi colectividad política. Estoy en el lugar donde me voy a sentir bien porque me
van a acompañar para ayudar a la gente”. Actualmente milita en el Espacio 40.
A Macedonio le preocupa lo que ve: “¿Dónde fue a parar la convivencia? El
pequeño barrio ya no está”. Y sueña con poder pasar la antorcha a las próximas
generaciones: “No sé cuántos kilómetros más voy a recorrer. Pero voy a tratar de
que el que se ponga atrás mío se contagie y diga en todos lados: ‘yo soy blanco
hasta los huesos’. No sé cuántos kilómetros voy a recorrer pero, si son pocos,
ojalá que me dé tiempo para seguir diciendo la verdad”.
En nombre de esa verdad en la que cree, Macedonio deja un mensaje a los
dirigentes: “Que no traten de figurar. Que traten de trabajar. Eso es lo que los
ciudadanos le piden a cualquier colectividad política. Ser político es un trabajo
como ser mecánico, carpintero, o electricista”.

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“Muchas veces, las que
hacen todo el trabajo son mujeres”
Martha López
(Colonia Valdense, Colonia)

Creció cerca de la ciudad de Rosario. Los últimos años de secundaria los


hizo en Colonia Valdense. Y allí se quedó hasta hoy, porque fue donde conoció a
su marido. Hoy tiene “dos hijos, una nuera y dos nietos”. Martha fue empleada
en la Junta Local de Rosario y después tuvo panadería. Ahora, a los 63 años, está
jubilada.
De familia blanca, desde muy joven empezó a leer y a interesarse en la
historia y la acción del Partido Nacional. “Cuando tenía 18 años, el diputado
Ricardo Planchón Malán le pidió permiso a mis padres para llevarme a trabajar
con él, porque me veía muy preparada. Íbamos a los barrios y recibíamos muchos
pedidos de la gente, nos contaban sus vidas. Nosotros ayudábamos en lo que
podíamos. Era un trabajo muy lindo. Me sentía cómoda, veía que había cosas
para hacer”. Pero esa etapa se terminó abruptamente con el golpe de Estado, que
fue “una cosa horrible, tremenda”.
De aquellos años, y de los que vinieron después, recuerda cómo la impactó
Wilson Ferreira Aldunate. “La gente se sentía muy identificada con él. Era muy
capaz, tenía unas ideas muy claras sobre cómo gobernar el país. Hubiese sido
muy buen presidente”.
Hoy Martha es concejal suplente y está trabajando con la alcaldesa de Nueva
Helvecia, María de Lima. “Me encanta porque me deja hacer las cosas a mí
manera. Le cuento lo que voy haciendo y siempre me da para adelante. Ahora
estoy tratando de remodelar la plaza del barrio Bella Unión, con apoyo de OPP.
Presentamos un proyecto y lo ganamos. También conseguimos un profesor para
la plaza de deportes. Todo lo hacemos en diálogo con los vecinos”.
Martha quiere cada vez más participación de las mujeres en la vida política.
“La óptica de la mujer es diferente de la que pueda tener el hombre. Ni mejor
ni peor. Se complementan”. Pero el problema es que “por el machismo siempre
nos relegan”. Por eso se declara partidaria de la aplicación de cuotas a los cargos
políticos. “Muchas veces las que hacen todo el trabajo son mujeres, pero los que
figuran son los hombres. Eso tiene que cambiar”.

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“La política es un lugar precioso”

Luis Prieto
(Rocha, Rocha)

A los 16 años se recibió de técnico en informática. Hoy trabaja en el Plan


Ceibal: “brindo soporte tecnológico para Ciclo Básico en los distintos liceos del
Departamento de Rocha. Doy gracias de tener 20 años y poder trabajar en lo que
me gusta. Espero seguir aprendiendo mientras trabajo en esto”.
Se crió en el barrio Unión de la ciudad de Rocha. “Nos criamos como todo
gurí de barrio del interior, con una pelota abajo del brazo. Jamás un problema.
Siempre la diversión y el respeto”.
Creció en un hogar de tres: él, su madre y su hermana. “Soy hijo de madre
soltera y estoy orgulloso de ella. Me dio la enseñanza de cómo se puede ser
madre y padre a la vez. También me enseñó el respeto del hombre hacia la mujer”.
Siempre estuvieron muy cerca los abuelos y una tía. “Puedo decir que me tocó la
mejor familia del mundo”.
Se incorporó al Partido Nacional cuando tenía 14 años. Un amigo lo llevó.
“Un día llegué, y fue para quedarme. Me encantó. Más allá de lo que a veces se
ve, la política es un lugar precioso. Ahí descubrí la vocación de servicio a la socie-
dad y descubrí a la militancia como una oportunidad para estrechar vínculos con
mucha gente. De las mejores cosas que he hecho fue un día pisar un comité del
Partido Nacional”.
Luis se deja la barba en honor a su mayor ídolo político: “el gran caudillo
revolucionario que ha tenido este país se llama Aparicio Saravia. Dejó lo que tenía
y hasta lo que no tenía para que hoy nos podamos regocijar de la Patria que
tenemos”. Para Luis, el Partido Nacional es la prolongación de aquella lucha. “El
Partido Nacional es el partido de la perseverancia, de trabajar sean cuales sean
las condiciones, porque le importa el país”.
Luis percibe que cada vez más jóvenes se acercan al Partido Nacional.
“Es que a los jóvenes se les da lugar y se les da participación. Tenemos una instancia
electoral de jóvenes que en otros lugares no se da. Somos escuchados. Las ideas
que presentamos son trabajadas. Y siempre mantenemos el respeto y la alegría”.

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“Se me dio por escribirle”

Lida Petrauskas
(Paso de las Duranas, Montevideo)

Sus padres llegaron desde Lituania con 20 años, escapando de la guerra. En


cuanto desembarcaron en Montevideo se instalaron en la zona de Casabó, donde
estaban los frigoríficos. “Llegaron en agosto y les asombraba ver a la gente tan ta-
pada. Ellos andaban de manga corta porque estaban acostumbrados a otro frío”.
El padre, que era herrero, consiguió empleo enseguida. La madre empezó a
cocinar para afuera. “Ella fue mi primera maestra de cocina”, dice Lida, que hasta
hoy cocina para afuera y enseña a cocinar. A fuerza de trabajo fueron mejorando.
Para comprar la casa donde vivían, durante años alquilaron cuartos a otros
inmigrantes. Lida aprendió a hablar italiano gracias a unos inquilinos. Era una vida
sencilla pero divertida. “Podíamos salir a jugar sin miedo. Teníamos menos pero
éramos más creativos. Mis hermanos se hacían juguetes con latas y mi madre
hacía el pan para toda la semana en un horno que había construido mi padre.
Había gallinas y lechones, se hacía vino. Era otro tipo de vida”.
Lida prolongó el impulso migratorio de sus padres y vivió dos años en
Estados Unidos. Trabajó en un supermercado de la comunidad lituana de Chicago.
Cuando volvió a Uruguay empezó a trabajar en Phillips, hasta que la empresa se
fue del país. Estudió tecnologías de la alimentación y ahora es docente en UTU.
Enseña gastronomía y repostería.
En 1991 fue electa presidenta de la comunidad lituana en Uruguay. Fue la
primera mujer en ocupar el cargo de presidenta de una comunidad lituana en
todo el mundo. Una de las primeras cosas que hizo fue llevar en mano una carta
dirigida al presidente Lacalle, invitándolo a participar en un gran almuerzo que la
comunidad hacía en el Cerro. No tenía ninguna relación previa. “Se me dio por
escribirle”. Para su sorpresa, el presidente aceptó. Fue el inicio de la militancia de
Lida en el Partido Nacional. “Mi hijo también milita. Acá en casa tuvimos club”.
Uruguaya y blanca como se siente, a Lida le queda un sueño por cumplir: ir
a Lituania. “Sería sólo un viaje entre Uruguay y Lituania, sin ir a ningún otro lugar”.


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“Esa cosa medio romántica
de luchar por algo mejor”
Santiago Gutiérrez
(Punta Carretas, Montevideo)

Es nieto de Héctor Gutiérrez Ruiz, “el Toba”, asesinado en Buenos Aires


junto a Zelmar Michelini en uno de los momentos más oscuros de la historia rio-
platense. Y se parece mucho a su padre, Marcos, a quien apenas llegó a conocer.
Tiene 21 años, estudia Agronomía y se siente blanco hasta los huesos. “Acá
en casa nunca nos presionan, no nos dicen que seamos blancos o no, ni qué hay
que pensar. Pero hay cosas que no sé si son genéticas o van en la sangre… La
historia familiar es fundamental en mi vida como blanco. Tanto mi abuelo como
mi viejo fueron dos grandes blancos, y, sin enseñármelo, tomé muchas cosas de
ellos. Las cosas que vivieron, o que vivimos, porque de una forma u otra nos pasó
a todos, me llevaron sin lugar a dudas a ser blanco”.
En esa adhesión no hay, sin embargo, ningún determinismo. Él decidió mili-
tar, pero la mayoría de sus hermanos y primos no lo hacen. “Fui yo, por elección
propia, el que quiso meterse en esto. No estoy en el partido sólo por el apellido o
por la familia, sino por convicción, por ideales, por esa cosa medio romántica que
tenemos los blancos de luchar por algo mejor”.
Para Santiago, “ser blanco es representar lo que pensaba mi abuelo, lo que
pensaba Wilson, lo que pensaba Herrera. Es creerle a Aparicio Saravia, es estar
del mismo lado de mucha gente que peleó por este país”. Por eso quiere “un
Partido Nacional que entienda lo que pide la gente y que sea la voz del pueblo.
Un partido cercano a la gente. Es necesario estar siempre un paso adelante y un
paso más cerca”.
A Santiago le impresiona que “un partido que tiene 180 años de historia y
estuvo tan pocas veces en el poder tenga tanta capacidad de cautivar a jóvenes y
a adultos”. Y le gusta pensar en lo que le diría a un joven que está buscando su lu-
gar en la vida política. “Le diría que tiene que buscar un lugar donde lo escuchen,
donde pueda ser alguien, donde no se sienta encasillado por decir lo que piensa.
Un lugar donde haya renovación permanente y espacio para los jóvenes. Son
todas cosas que el Partido Nacional ha ido logrando”.


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“Blanco y oriental”

Pedro Anchorena.
(Quebracho, Paysandú)

Nació hace noventa años en puntas de Arroyo Malo, sobre la cuchilla del
Queguay. Creció junto a sus padres y sus nueve hermanos en un campo de sesen-
ta hectáreas. Iba a la escuela a caballo y ayudaba en las tareas rurales. “Había
ganado vacuno, ovino y yeguarizo, y se plantaba algo de trigo y maíz. Era una
vida linda para un niño. Nuestros padres, siendo modestos, nos educaron bien.
Nos enseñaron a respetar a los semejantes, cualquiera fuera el color de piel, la
posición económica o la religión. Por eso nunca tuve un problema con nadie. Fui
muy andariego, anduve por todo el país, por Brasil, por Argentina, y nunca me
tuvieron que molestar”.
Todavía recuerda el asado que su padre organizó en 1932 para recibir a Luis
Alberto de Herrera. En ese momento él tenía seis años. “Me parece que todavía
lo veo. Era una persona elegante en su vestimenta y en sus maneras”. Su padrino,
don Ciríaco Jesús Sánchez, era un caudillo local. “En la década del treinta me
sacaba en auto a recorrer el departamento, desde el Daymán hasta el límite con
Río Negro”.
Aquella política, dice Pedro, era muy distinta de la de ahora. “Era de rela-
ciones más profundas. Los caudillos se consustanciaban más con las personas.
Los delegados en las mesas de votación eran muy importantes. Las damas todavía
no votaban, pero eso no quiere decir que no se metieran en política. Mi madre,
que era argentina, siempre nos hablaba del Partido Nacional”.
Pedro tiene cinco hijos, que le han dado nietos. “Aún a la edad que tengo,
siento deseos de ayudar a mi partido. Y la manera de ayudarlo es ayudar a mis
semejantes. Cuando llega un vecino y me dice: ‘Pedro, lo vengo a molestar’, yo
contesto: ‘En mi casa nadie molesta’. Dentro de mis posibilidades, siempre me
gustó ayudar. No es cosa que yo esté viviendo cómodamente y un vecino acá
cerca esté mal”.
Todos los días Pedro se levanta con alegría. “No me entrego”. Y sigue tan
blanco como hace casi un siglo. “En el frente de mi casa tengo un cartel de Lacalle
Pou y no lo saco. Yo soy blanco y oriental. El Partido Nacional fue y sigue siendo
un partido sano”.
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“No somos el futuro,
somos el presente”
Analía Moreira y
Juan Manuel Rodríguez
(Pocitos, Montevideo)

Analía tiene 26 años. Juan Manuel tiene 28. Se conocieron en el liceo,


cuando ella estaba en cuarto y él en quinto. “Al principio se hizo la difícil”, dice él.
Ella dice que es verdad. “No estaba muy decidida. Acepté salir después de hablar
con unas amigas. Salí una vez y ya no tuve chance de volver atrás”. Los dos se ríen
al recordarlo. Hace once años que están juntos.
Analía y Juan Manuel estudiaron informática y, cada uno a su tiempo,
hicieron el mismo camino: empezaron en la Universidad de la República, a mitad
de la carrera consiguieron una beca en la Universidad ORT y allí obtuvieron una
Licenciatura en Sistemas. A Manuel le tocó hablar en la ceremonia de graduación
y tuvo que explicar qué hace alguien con ese título: “básicamente cubre el espa-
cio entre el mundo de la tecnología y el mundo de los negocios, que no siempre
hablan el mismo idioma”. Hoy los dos trabajan de lo que estudiaron.
Ella viene de una familia blanca de siempre. En la de él nunca hubo blancos.
Los dos empezaron a militar en el Partido Nacional en las elecciones internas de
2009. Integran la agrupación Los Jóvenes Blancos, liderada por Pablo Iturralde,
pero no son muy partidarios de separar tajantemente entre quienes son jóvenes
y quienes no lo son. “La juventud tiene tanto para opinar como los mayores. Los
jóvenes andan en la calle, los jóvenes se atienden en centros de salud, van a
centros educativos donde los mayores mandan a los hijos. No hay temas que sean
de los jóvenes. Nos preocupan las mismas cosas como ciudadanos. No somos el
futuro, somos el presente”.
Para Analía y Juan Manuel, ser blanco es defender una manera de entender
el país: “un país con igualdad de oportunidades, donde cada uno pueda desarrollarse
en su vida personal; un país con más integración entre la capital y el interior; un
país con libertad para todos los ciudadanos; un país independiente, que pueda
definir su propio futuro sin ninguna clase de injerencia”.
La militancia para ellos no es un esfuerzo. “Es una oportunidad para nutrirte”.

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“¡Se viene otra vez
el Partido Nacional!”
Waldemar “Pibe” Altez
(Rocha, Rocha)

Nació en Velázquez, donde se encuentran la Ruta 13 y la Ruta 15. Eran siete


hermanos y su padre era policía. “Para subsistir teníamos quinta, animales, salía-
mos a cazar mulitas, pescábamos”. Hizo escuela y liceo en Velázquez. Después
“como jugaba al fútbol, Racing de Montevideo me fue a buscar”.
Era puntero izquierdo y tuvo de compañero a Ladislao Mazurkiewicz.
También jugó seis años en la selección de Rocha. “De chico me decían ‘Pibito’,
por el Pibe Piendibene, porque parece que jugaba bien. Hasta ahora, que tengo
67 años, me dicen ‘el Pibe’”.
Estuvo dos años en la capital y volvió para Rocha. Trabajó en la pesca como
filetero. “Era sacrificado, pero daba para vivir”. Hizo su casa con sus propias
manos, ayudado por un hijo que es ayudante de arquitecto. Hace 46 años que
está casado. Tuvo cuatro hijos que le han dado nietos. “A mis hijos les inculqué los
valores de honestidad, trabajo y lealtad que recibí de mis padres”.
Blanco de cuna, Waldemar recuerda la victoria de 1958. “El día después de
las elecciones mi padre me mandó al almacén, y en el camino escuché en una
radio que ganaban los blancos. Volví corriendo a casa, justo cuando llegaba un
conocido que trabajaba en OSE. Mi padre y él eran los únicos empleados públicos
blancos que había en el pueblo. Se abrazaron y vi que mi padre lloraba de alegría.
Tuve la suerte de tener 10 años y ver ganar al Partido Nacional. Conocí al gran
caudillo Luis Alberto de Herrera. A él le escuché el primer discurso de mi vida. Fue
en Velázquez y me impactó. Después vi a su nieto ser presidente de la República y
tengo relación con Luis Lacalle Pou. Un sueño que me queda es ver a José Carlos
Cardozo intendente de Rocha”.
Waldemar está jubilado y se dedica a trabajar para su barrio. “Tengo un
Chevette del año 90 y lo uso para todo. Llevo a la gente que no tiene. También
visito ancianos”.
Además, milita para su partido. “Siempre me sentí bien en el Partido
Nacional. Es un partido que recibe mucho amor de la gente. Es lindo ser blanco.
Ahora las cosas están cambiando. ¡Se viene otra vez el Partido Nacional!”.

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“Seriedad, responsabilidad
y respeto”
Carmelita Selhay
(La Paloma, Durazno)

“Soy blanca por tradición, por decisión y por convicción. Mi abuelo fue servi-
dor de Aparicio. De chica acompañaba a mi padre en sus giras por el interior. Así
que soy blanca por historia familiar. Cuando llegué a Montevideo empecé a tomar
mis propias decisiones. Primero estuve en la Lista 400 de Washington Beltrán.
Después en Por la Patria, cerca de dos grandes figuras: Wilson Ferreira Aldunate y
Guillermo García Costa, que era diputado por Durazno y a quien acompañé siem-
pre. En esos años supe que estaba en el camino políticamente acertado. Fue el
momento de la convicción”.
Carmelita se crió en Cuchilla Ramírez, en el interior del Departamento de
Durazno. Fue a la escuela rural y luego hizo liceo como pupila en un colegio de
Florida. El siguiente paso fue la Facultad de Odontología en Montevideo. Allí hizo
militancia gremial como integrante del Movimiento Universitario Nacionalista. En
las elecciones universitarias de 1973 fue electa delegada a la Asamblea General
del Claustro, pero no pudo asumir porque llegó la intervención.
Cuando se recibió de odontóloga, tomó la decisión de volver a Durazno. Y
como en Ramírez no había electricidad, puso consultorio en La Paloma. Durante
años trabajó una semana allí y otra en la capital, “para mantenerme conectada”.
También se dedicó a la enseñanza. Dio clases y llegó a ser directora de un liceo
rural.
Carmelita fue una férrea militante anti-dictadura. “Los 27 de junio, aniver-
sario del golpe de Estado, no daba clase y lo dejaba asentado en la libreta. Era un
día luctuoso para mí”. Estuvo detenida varios días, junto a Luis Alberto Lacalle y
otros militantes blancos.
Hoy, con 70 años y jubilada, sigue en la trinchera. “Ahora hay que hacerle
espacio a la gente joven. Por eso soy madrina de una agrupación liderada por
Felipe Algorta. En los jóvenes que se acercan al partido veo seriedad, responsa-
bilidad y respeto. Los blancos tenemos pasado, tenemos presente y sobre todo
tenemos un gran futuro”.

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“Nunca te vamos a dejar
atrás por ser joven o ser nuevo”
Leandro Dirón
(Minas, Lavalleja)

A pesar del nombre, no viene de una familia blanca. Sus padres son frente-
amplistas y su abuelo, con el que andaba mucho de niño, era colorado. De la
mano de ellos, sus primeros contactos fueron con un comité del Frente Amplio y
con un club batllista. Pero Leandro supo que su lugar no estaba ahí. “Cuando me
tocó decidir a mí, opté por irme con los blancos”.
Se acercó al Partido Nacional a los 15 años, a través de gente que conoció
en un grupo de vida saludable. “Ahí fue mi primer contacto. Me gustó la manera
en que me recibieron, que nos tuvieran en cuenta para todo. Me sentí valorado
como no me había pasado antes”.
Tiene 25 años y un hijo de once meses. Está cursando Bachillerato Deportivo
en UTU. Cuando termine, le gustaría hacer profesorado de educación física “en
Maldonado o en Montevideo, porque acá no hay”. Su padre es profesor de
taekwondo y desde chico lo inició en la disciplina. Sigue practicando con él hasta
hoy.
Trabaja como recreador deportivo de la Intendencia en diferentes barrios
de la ciudad de Minas. “Vamos a todos los barrios, con especial atención a los
más carenciados. Es lindo cuando la gente se siente querida, se ríe, se divierte y
después te agradece. Te hace sentir que estás haciendo bien tu trabajo”.
Durante el verano trabaja en el Camping Arequita, organizando actividades
recreativas y deportivas para la gente que está acampando. “La idea es que se
entretengan, lleven a la familia y se integren con otras familias que también están
ahí. Los invitamos a relacionarse y a salir de la rutina”.
Leandro vivió intensamente la última campaña electoral. Pintó carteles,
hizo recorridas, participó en toda la organización necesaria para que los delega-
dos puedan hacer su trabajo el día de las elecciones. Animado por su experi-
encia personal, invita a los jóvenes a acercarse al Partido Nacional. “Siempre te
vamos a tener en cuenta. Nunca te vamos a dejar atrás por ser joven o por ser
nuevo. Vamos a hacer que te sientas seguro”.

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“Un partido que no gobernó
mucho, pero hizo mucho”
Ángel “El Chino” Acosta
(Cerrito de la Victoria, Montevideo)

Le empezaron a decir “el Chino” en 1964, cuando entró a trabajar en AFE.


“Fui ferroviario 25 años. Entré de limpiador, después fui foguista, maquinista y
conductor. Cuando cerraron el ferrocarril estaba como instructor. Además fui
dirigente gremial, porque Wilson nos había pedido que nos metiéramos en los
gremios”.
Nació y vive en el Cerrito de la Victoria. A su esposa la conoció en el barrio.
“Estuvimos un tiempo de novios y cuando nos casamos mi padre me dio un terreno.
Construí al lado de donde había construido él”. En esa casa siguen viviendo, a
punto de cumplir las bodas de oro. Tienen tres hijos, seis nietos y un bisnieto.
“Acá me voy a morir”.
Ángel es conocido por vecino viejo, pero sobre todo por su labor como
dirigente del club El Ciclón. “En Montevideo hay 114 clubes de baby fútbol que
mueven a 22.000 niños. El Ciclón existe desde el año 1946. Acá al lado tenemos
la cancha del Corralito y a 15 o 20 cuadras la del Niágara. Esos equipos, junto con
el Juventud Unida del Cerrito, son los decanos del baby fútbol uruguayo. Yo estoy
en El Ciclón desde los 12 años. Hoy tengo setenta y un poquito más. Acá jugué yo,
jugaron mis hijos y mis nietos”.
El baby fútbol es para “el Chino” mucho más que un deporte. “Es el lugar
donde el niño que no tiene nada, puede encontrar un espacio de superación y de
integración. Acá en El Ciclón juegan niños que viven en La Unión junto con otros
que vienen del Barrio Borro, de Casavalle, del Marconi. En una época yo llevaba
niños a almorzar a mi casa antes de jugar, porque llegaban sin comer. Hoy lo
hacen otros dirigentes. Acá no hay plata, todo funciona gracias al sacrificio. Para
pagar a los jueces se pide plata a los padres, y las madres limpian los vestuarios”.
Ángel votó por primera vez en 1958. Debutó ganando, porque ese año triunfó
el Partido Nacional. En los años siguientes se sintió convocado por la figura de
Wilson, a quien venera. Hoy su referente es el diputado Pablo Iturralde. “El Par-
tido Nacional es democrático y respetuoso de las leyes. Es un partido que no
gobernó mucho, pero hizo mucho por el país”.
El campo de deportes del Ciclón del Cerrito se llama Ángel “Chino” Acosta.
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“Luchar por las ideas y
por el grupo”
Mario Sebastián Martínez
(Tacuarembó, Tacuarembó)

Está recursando unas materias para terminar el liceo, al mismo tiempo que
trabaja en una mutualista. Vive en Tacuarembó, la ciudad donde nació.
Entre los 7 y los 16 años vivió en Montevideo. Recuerda la impresión que le
causó ver el mar por primera vez y lo altos que le parecían los edificios del cen-
tro. Nunca se adaptó del todo. “Cuando me venía a Tacuarembó después de estar
un tiempo allá, que es todo ciudad y todo ruido, lo primero que hacía era salir a
andar a caballo y a ayudar a mis tíos que viven en campaña”.
Ahora tiene 22 años y está de nuevo en su tierra. Empezó a militar “hace
dos o tres años. Un compañero me invitó. Hasta ese momento no me había
interesado la política, pero me acerqué a las reuniones y me empezó a gustar
la onda. Lo que más me atrajo fueron los compañeros, el grupo de militantes.
Hicimos cosas que nadie se esperaba que pudiéramos lograr. También me gusta
el espacio y el apoyo que tenemos los jóvenes dentro del partido. Ahora estoy
metido más que nunca”.
Sebastián sabe que el Partido Nacional tiene una historia larga y rica, pero
todavía no la conoce bien. “Estoy tratando de encarar con eso, que es lo que me
venía faltando. Algo ya he aprendido”. De lo que ha visto hasta ahora, la figura
que más lo impacta es Aparicio Saravia, no sólo por sus ideas sino porque “peleó
por el Norte del país”. Con sus compañeros están planeando ir a la próxima mar-
cha de Masoller.
Sebastián está siempre en la primera trinchera de la militancia. “Soy uno de
los que andamos pintando, haciendo carteles, colgando pasacalles. Eso me hizo
dar cuenta del trabajo que se pasa para que la gente se entere y te acompañe. Es
una experiencia linda”. También le gusta tratar de convencer a las personas con
las que se encuentra durante las recorridas, “contándoles propuestas concretas
del partido”.
Para Sebastián, militar significa “luchar por las ideas en las que uno cree y
por el grupo del que sos parte”.

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“Acá hay equipo”

Dolores González
(Pocitos, Montevideo)

Es la mayor de cuatro hermanos. Nació en Pocitos y creció en Carrasco.


Pasó por más de un colegio hasta que terminó secundaria en el La Mennais. Entró
a la Facultad de Derecho pero no llegó a recibirse. Hoy tiene 28 años. Está casada,
tiene dos hijos y trabaja en un estudio jurídico. Desde el año 2009 milita en el
Partido Nacional.
Dolores es descendiente de Bernardo Prudencio Berro, y lo vive con orgullo:
“Fue un gran presidente. Era brillante y un adelantado para su época. Muchas de
las cosas por las que lo criticaron, como la secularización de los cementerios, se
aceptaron después. Me da lástima cómo lo mataron y cómo lo humillaron”.
Para Dolores, la historia familiar cuenta: “Lo que para mí significa ser blanca
sería imposible sin mi familia. Desde niña acompañaba a mi abuela a militar”. Ella
heredó los mismos genes: “En la última campaña yo tenía a mi hija Blanca con
un año y un mes, y en julio tuve a Pedro. El día de las elecciones internas trabajé
hasta última hora, con una panza enorme. Al día siguiente estaba tan cansada
que me enfermé. En octubre iba con el bebe a militar o se lo dejaba a mi marido.
Él votaba a otro candidato, pero entendía”.
Dolores recuerda la noche del 26 octubre de 2014, cuando se empezaron a
conocer los resultados de la primera vuelta electoral: “Fue un bombazo. Teníamos
toda la ilusión de dar un batacazo y no había pasado. Me acuerdo que pensaba
en toda la gente que había militado con nosotros y en cómo se debía sentir. Pero
al día siguiente, un grupo grande de militantes se puso con carteles en la rambla
y Avenida Brasil. Y entonces pensé: no será esta, pero tenemos un equipo que
banca. En lugar de encerrarse a llorar, toda una generación de nuevos militantes
está en la calle. Acá hay equipo”
Dolores tiene un entusiasmo convocante. “Hay que comprometerse en la
política, hay que informarse y tratar de influir. Ahora que soy madre lo veo más
claro: cada decisión repercute sobre las generaciones que vienen. Tenemos que
responsabilizarnos por el país que vamos a dejar a nuestros hijos”.

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“Los blancos
lucharon por el país”
Santo Bandera
(Rivera, Rivera)

Arando en un campo en el que era peón, encontró el lugar donde su abuelo


había caído sirviendo a Saravia. “Mi abuela siempre había dicho que era ahí. Y
cuando dábamos vuelta la tierra empezaron a salir municiones, estribos, lanzas,
aperos viejos. Era donde había sido el encuentro”.
Nació en Paso La Puente, en las costas del Arroyo Yaguarí. Su padre era flete-
ro. “Tenía un carro de cuatro ruedas y ocho caballos. Era una familia pobre, pero
él era muy luchador. Nos inclinó siempre a trabajar y a cuidar lo que se ganaba.
Sólo fui a la escuela rural hasta tercer año. No tuve liceo. Pero enseñanza, sí”.
Santo fue peón, alambrador, domador, tropero, ladrillero. Trabajó en Brasil
“comiendo sólo charque y fariña”. En 1954 conoció Montevideo porque lo man-
daron a la exposición del Prado a cuidar unos toros y vaquillonas. En 1958, con
22 años, ingresó al Ejército.
Fue soldado durante años y después volvió a la vida civil. En 1984 empezó
a cocinar para los hoteles de Rivera y Livramento. “Hacía asado con cuero, lechón
relleno”. Cuando el Partido Nacional ganó por primera vez el gobierno departa-
mental, fue responsable de un comedor municipal. “Salí sobresaliente. No perdí
una prenda del apero. Me fui voluntariamente cuando cambió el gobierno”.
Conoció a Herrera en 1950. “En el 54 lo acompañé por la Ruta 5 hasta
Vichadero. Vichadero era un semillero de blancos. Hombres y mujeres valientes
que salían a caballo a acompañar la caravana. Para nosotros, los gauchos de cam-
paña, Herrera era el que nos defendía. Era capaz y agalludo”.
Después de Herrera, su gran referente fue Wilson. “Y ahora me gusta
Larrañaga, porque no dispara de naides”. Pero el lugar de privilegio en su corazón
lo sigue ocupando Aparicio Saravia. “Él quería que todos fuéramos iguales. Los
blancos no lucharon sólo por el Partido Nacional, lucharon por el país”.
Santo tiene 80 años bien llevados. Está casado y tiene cinco hijas que le
dieron nietos. “Llevo 80 años tratando de hacer el bien”.

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“Una figura que asombra”

Marcos Silvera
(Malvín, Montevideo)

Desde niño tuvo pasión por coleccionar objetos. Y no sólo coleccionarlos,


sino “investigar la historia que hay detrás de cada uno de ellos”. Con los años, lo
que empezó siendo un pasatiempo terminó por ocupar un lugar central en su
vida. Hoy tiene una gran colección de objetos relacionados con Aparicio Saravia,
y en especial con las revoluciones de 1897 y 1904. También guarda una colección
completa de monedas uruguayas, mazos de cartas y álbumes de figuritas del siglo
XIX, entre otras cosas.
Su pasión de coleccionista lo llevó a desarrollar toda una carrera paralela a
su actividad laboral. Fue integrante de la Comisión del Patrimonio y presidió
durante 12 años el Instituto Uruguayo de Numismática. Hoy es el historiador ofi-
cial del Club Atlético Peñarol, preside el Centro de Coleccionistas del Uruguay e
integra la comisión que asesora al Banco Central en materia de monedas y
billetes. Tiene 38 libros publicados sobre temas muy diversos.
Marcos nació en Montevideo, pero hasta los seis años vivió en la frontera
uruguayo-brasilera. Cuando la familia volvió, empezó la escuela en el Colegio los
Vascos, en pleno centro de Montevideo. Practicó deporte toda la vida y llegó a
jugar al basquetbol en las juveniles de Peñarol.
Además de coleccionista, Marcos se declara ferviente saravista. Y cuenta
con orgullo que su abuela materna era hermana de Aparicio. “Ser familiar de
Saravia tiene un peso importante. Aparicio fue una figura que asombra a quienes
lo estudian y lo conocen. Jugó su vida en defensa de los que estaban perjudicados
por el gobierno, principalmente del pueblo del interior. Todo lo que uno aprende
te lleva a compartir esas ideas y a identificarte con el Partido Nacional”.
Marcos tiene una gran colección de medallas acuñadas en honor a Saravia.
“Creo tener todos los ejemplares que se conocen. Hay algunas muy hermosas,
otras muy raras. En conjunto es una cantidad muy grande, rompe con todos los
esquemas. Es difícil encontrar una figura uruguaya que tenga tantas medallas
como tiene Aparicio”.

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“Gente de honor”

Osmar “Indio” Sosa


(Vichadero, Rivera

Pasa del castellano al portuñol casi sin darse cuenta. Y tiene recuerdos muy
viejos. Por ejemplo, cuando “me apuntó un gaucho con una carabina”. Él tenía
once años cuando “hubo un barullo por el Río Negro”. Le habían pedido que
llevara una esquela y fue interceptado por la gente de Basilio Muñoz, que estaba
organizando un levantamiento contra Terra. Era el año 1935.
Osmar nació en Paso del Parque hace casi un siglo. ”Ahí fue mi nacencia.
Ahí fue donde mi señora tuvo los dos hijos. Hoy queda uno”. Su esposa también
murió. Él, a los 94, sigue sociable y conversador. “Antes de que me vaya, quisiera
ver ganar al Partido Nacional”.
Fue a la escuela hasta tercero y después empezó a trabajar de peón. Con
el paso de los años llegó a capataz y terminó de administrador. “Estuve 29 años
en esa estancia, hasta que me jubilé”. Era un campo muy diferente al de ahora.
“Éramos 16 peones y el capataz para 14 mil cuadras de campo. Más los chacreros,
así que éramos más de 20”.
En su juventud supo alternar el trabajo con la diversión. “Fui muy bailarín.
Se empezaba el sábado de noche y se bailaba hasta las seis de la mañana. Después
se paraba para dormir. Y el domingo también se bailaba. Había que hacer colecta
para pagar al músico”.
A los 22 años votó por primera vez. Lo hizo por el Partido Nacional “y ya no
me fui más”. Siempre apoyó a Luis Alberto de Herrera. “En el 56, cuando se vino
con Nardone, estuve con ellos. En esa época yo tenía dos comités. Herrera subió
en un tordillo y la gente se amontonaba”. También admira a Aparicio y a Chiquito
Saravia. “Los Saravia fueron gente de honor”.
Osmar está tan orgulloso de ser blanco que vota a la vista. “Voy a la mesa,
pido el sobre y voto delante de todos”. Y le agradece al Partido Nacional por
haberle dado tantos amigos. “Cuando voy a Rivera paro en el hotel. No tengo
plata, pero me hago los gustos. Con no quedar debiendo a nadie, es una cosa muy
linda. Llego a Rivera y enseguida vienen a verme. Tengo muchos compañeros,
abogados, doctores, el diputado Amarilla. A Montevideo no voy porque allá no
es juguete”
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“No te preguntan si sos nuevo,
ni de dónde venís”
Heinrich Enss
(Paysandú, Paysandú)

Nació y vivió hasta los diez años en la colonia alemana del Departamento
de Río Negro. Sus abuelos estaban entre los menonitas que salieron de Alemania
durante la Segunda Guerra Mundial. Luego la familia se mudó al pueblo Lorenzo
Geyres, en Paysandú, también conocido como Estación Queguay. Ahora, a los 22
años, Heinrich vive en la capital departamental, en casa de su abuela. Los padres
quedaron en el pueblo. Los visita con frecuencia, pero hay que estudiar. Está en
primer año de profesorado de Matemática.
Como era casi inevitable, le dicen “el gringo”. Pero él se siente un uruguayo
más. Cuenta que en la colonia donde nació se mantienen las tradiciones alema-
nas, como la comida y las fiestas, pero en todo lo demás viven como el resto.
“Trabajan como uruguayos y tienen salarios uruguayos”.
Se vinculó al Partido Nacional en el 2014, en plena campaña electoral.
“Hasta el 2010 nunca supe qué era la política. Cuando en el 2010 nos vinimos a
Paysandú, me empecé a interesar”. Un día los blancos llegaron a su barrio, con-
tando sus propuestas e invitando a reuniones. “Me gustó porque eran directos,
no andaban con vueltas. Iban con la verdad sin mirar para el costado. Me acerqué
y me sentí muy a gusto. Te escuchan cuando hablás, podés proponer y criticar.
No te preguntan si sos nuevo, ni de dónde venís. Y salen a mover a la gente, sin
esperar a que nos digan de arriba lo que hay que hacer. Antes me había acercado
a otro partido y no era así”. Para sus padres fue una sorpresa, pero terminaron
por aceptarlo.
El gringo” hace ahora lo que le gustó ver hacer a otros: sale por los barrios
en recorridas puerta a puerta, “contando las cosas buenas que hizo el Partido
Nacional, contando que hay muchos jóvenes” e invitando a acercarse a las
reuniones. “Hay que hacer todo eso respetando al que piensa diferente”.
A Heinrich le preocupa especialmente la educación. Ve muchos problemas
y un mal uso de los recursos invertidos. También le parece que hay que descentralizar.

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“Actuar junto con la sociedad”

Manuel Rodríguez
(Minas, Lavalleja)

Sus padres son frenteamplistas “a muerte”, pero él eligió incorporarse al


Partido Nacional en el año 2006. “Fue cuando la actual intendenta Adriana Peña
armó su propia agrupación”. En la elección de jóvenes del Partido Nacional del
año 2007 fue electo presidente de la Departamental de Jóvenes. Luego participó
activamente en las dos campañas que llevaron a Adriana Peña a la Intendencia
de Lavalleja: la de 2010 y la de 2015. “Me he sentido muy cómodo adentro del
partido. Hay mucho espacio para la participación de los jóvenes, te dejan trabajar.
Además, hay una mezcla muy buena de unidad y pluralidad: trabajamos juntos
sin que nadie te diga lo que tenés que pensar”.
Minuano de origen, Manuel perdió la cuenta de la cantidad de veces que
subió el cerro Arequita. Creció junto a cinco hermanos en un hogar obrero. Hoy
tiene 35 años y una vida intensa: es enfermero (trabaja en una emergencia móvil),
hace un programa en la radio local y coordina el área Juventud de la Intendencia
de Lavalleja. Además tiene un hijo del que le encanta ocuparse.
El trabajo con jóvenes desde la Intendencia se hace en coordinación con
todas las Ongs que están en el tema. “Queremos actuar junto con la sociedad.
Escuchamos a todo el que venga con una propuesta para trabajar”. Manuel
tiene como marco general de su gestión las prioridades fijadas por los Jóvenes
del Partido Nacional: acceso a la vivienda, mejor trabajo, mejor educación, más
oportunidades, más seguridad. “Acabamos de lograr que la Regional Este de la
Universidad de la República inicie actividades en Minas. Era una vieja aspiración
por la que luchó mucho nuestra intendenta. Soñamos con traer a la Facultad de
Agronomía, a la Facultad de Veterinaria. La descentralización de la educación es
parte de nuestro proyecto”.
Manuel pide a los jóvenes blancos “mucha rebeldía y muchas ganas de
cambiar todo lo que haya que cambiar”. Siempre recuerda que, “cuando empeza-
mos, nos decían que era imposible que una mujer fuera intendenta de Lavalleja.
Y Adriana lleva dos períodos”.

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“Trabajo para
mi gente humilde”
Diva Gallardo
(Paysandú, Paysandú)

Todo pasó rápido en su vida. Terminó la escuela y enseguida empezó a tra-


bajar, porque en la casa de sus padres la plata no alcanzaba. Se casó joven, tuvo
ocho hijos y enviudó. Desde entonces quedó a cargo de la familia. “Me costó
muchísimo. Dejé a mis hijos con mis padres y salí a trabajar. Gracias a Dios lo
logré. Me preocupé de que mis hijos fueran gente, que se quisieran entre her-
manos, que fueran personas de trabajo”. Años después se volvió a casar y tuvo
cuatro hijos más. “En total son doce hijos que tengo. Una es una niña de 32 años
con retardo, de la que me enorgullezco”.
Diva lleva una vida luchando, sin perder la capacidad de ser feliz. “Nadie me
va a enseñar lo que es sufrir y pasar miseria, porque lo aprendí de la vida que me
tocó. Pero tengo unos hijos adorables, que son mi mayor orgullo. Los doce están
alrededor mío”.
Diva se hizo blanca de adulta. “Un día me puse a seguir una bandera y me
incliné por ese partido, hasta el día de hoy. Lo que me atrajo fue la gente: el com-
pañerismo, la sinceridad que encontré ahí adentro”.
Ahora tiene 72 años y lleva más de una década viviendo en el barrio
Jardines del Hipódromo de Paysandú. “Me gusta despertarme y saber que tengo
un trabajo que hacer para mi partido. Hago mi quehacer por la mañana y la tarde
me la tomo para mi partido. Si hay club voy al club, si no recorro. Me conozco
todo. La ciudad entera a pie, y hasta el pueblito más humilde. En campaña elec-
toral no hay día ni hay hora. Soy guerrera”.
Diva está todo el tiempo haciendo cosas por los demás: resolviendo proble-
mas de vivienda, ayudando a madres con hijos chicos, tratando de resolver mil
problemas. “No tengo pereza. Trabajo con el corazón, trabajo para mi gente hu-
milde. Mi trabajo de militancia siempre fue ayudar al otro. Nunca tuve un benefi-
cio para mí”.
La gran figura del Partido Nacional con la que se identifica es Wilson. “Un
hombre muy sincero que se jugaba de verdad”. Su referente hoy es Jorge Larrañaga.
A los dirigentes políticos les pide “que no se olviden de los pobres, que son los
que los ponen allá arriba”.
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“Hay mucho para hacer”

Marcelo Perillo
(Pocitos, Montevideo)

Nació en el Parque Rodó y fue a la escuela pública. Hizo liceo en el Colegio


Latinoamericano y en los Maristas. En 1989 entró a Facultad de Agronomía, pero
no terminó. Después hizo el curso de rematador y estudió en la Universidad ORT.
Hoy trabaja en la empresa que fundó su padre: una distribuidora de perfumería
y cosmética con la que recorre el país. Además tiene algunos emprendimientos
propios, que van desde el agro hasta una franquicia de una marca de ropa.
Tiene 49 años, está casado con María José y tiene tres hijos. Tanto en su
actividad privada como en su militancia, piensa constantemente en el país que
ellos van a recibir. “Hay mucho para mejorar, especialmente en áreas como la
seguridad y la enseñanza. Hay mucho que se ha perdido. Yo soy de la época en
que nos parábamos en el ómnibus para dejarle el asiento a una señora que de
pronto tenía la edad que yo tengo ahora. La sociedad está fracturada. Pero soy
optimista y creo que nos podemos recuperar. Otros países, otras comunidades
en el mundo, han revertido situaciones, han erradicado la violencia. Hay mucho
para hacer”.
Lo de Marcelo no son sólo palabras. Su compromiso con la sociedad se tra-
duce, entre otras cosas, en su trabajo como miembro de la directiva del Club
Biguá. “El Biguá es mi segunda casa. Voy todos los mediodías con mi señora,
con amigos, con mis hijos. Ahora soy el secretario del club. Soy inquieto, gestor,
un militante de la vida. Y uno termina estando en esos lugares porque otros no
quieren estar. El poco tiempo que tengo se lo doy al club. Hace 14 años estuvo al
borde de la quiebra y ahora está en armonía en lo social y en lo deportivo, con
casi diez mil socios”.
Marcelo viene de una familia “moderadamente blanca”, que acompañaba
con el voto. El más entusiasta era un hermano de su madre. “Él nos transmitió eso
que decía Wilson de ser orgullosamente blanco las 24 horas del día”.
Marcelo valora enormemente la unidad que ha consolidado el partido.
“Cuando pasen los años y se haga la historia de este período, se les va a reconocer
tanto a Luis como a Jorge la madurez que han tenido”.

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“Un partido que siempre
tuvo posiciones muy claras”
Darío Menoni
(Salto, Salto)

Su sueño era ser jugador de fútbol, o abogado como sus padres. Nunca
llegó a jugar, pero hoy es abogado. Hizo toda su formación en la enseñanza públi-
ca. Cuando terminó el liceo no tuvo que mudarse de ciudad, porque la carrera de
Derecho se dicta entera en la Regional Norte de la Universidad de la República.
“Tenés la oportunidad de quedarte en tu ciudad y al mismo tiempo conocer a
mucha gente diferente, porque acá viene a estudiar gente de Artigas, Rivera,
Paysandú. Uno se conecta mucho con gente de otros departamentos”.
Mientras fue estudiante, Darío tuvo militancia universitaria. “La militancia
política y la universitaria son muy diferentes. En la militancia política uno tiene
que llegar a todos los rincones y aparecer en los medios de comunicación. La
militancia universitaria se da en un mismo ambiente donde todos nos conocemos
más. Lo que hay que hacer es separar. Cuando yo militaba éramos muchos blan-
cos en la agrupación, pero ahí pensábamos en la universidad. No hay que instru-
mentalizar políticamente esas cosas”.
Darío sabe bien por qué es blanco. “Una de las razones es que he leído
bastante historia. Cuando uno ve lo que fue el Partido Nacional para el país y los
héroes que ha tenido, como Oribe, Leandro Gómez, Timoteo Aparicio, Aparicio
Saravia, Herrera o Wilson, uno encuentra ahí una fuente de inspiración que te
marca. Es un partido que siempre tuvo posiciones muy claras en temas funda-
mentales como el sufragio y la representación proporcional. Y siempre tuvo
referentes que sacrificaron mucho por el país”.
Milita en el Partido Nacional desde los 14 años. Y entre las muchas experiencias
que vivió, hay una que recuerda de manera especial. “Me enorgulleció mucho
que el Partido Nacional fuera el primer partido en el país en organizar elecciones
de jóvenes, en las que fui candidato. Poder votar, tener un espacio propio y poder
integrar un órgano que nos representara, hizo que muchos jóvenes sintieran que
realmente estaban participando y tenían posibilidad de incidir. Eso sigue hasta
hoy”.

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“Mientras pueda seguir la huella,
voy a tratar de arrimar”
Carlos Nery Ribeiro
(Artigas, Artigas)

“Nací en Catalán, de donde salen las piedras”. Hizo primaria en la ciudad


de Artigas y luego entró a la Escuela Agraria de UTU. “De chico era muy peleador.
En Artigas, en aquella época, cuando uno llegaba de campaña tenía que tener un
salvataje unipersonal. La ciudad estaba en formación. Donde uno iba tenía que
estar preparado para los problemas”.
Con los años se volvió un vecino más y un referente del Partido Nacional.
“Ser blanco en Artigas no era fácil. Ahora hay mucho blanco y hemos ganado la
intendencia dos veces, pero antes éramos muy poquitos”. Todavía hoy, cuando
sale en campaña electoral tiene reflejos de otras épocas: “si llegamos a un lugar y
hay un comité de otro partido, les digo a los más jóvenes que me dejen llegar a mí
para que no se expongan. Uno tiene más experiencia y es más canchero”.
Carlos es blanco de cuna. “Usaba pantalón corto y ya andaba en los comi-
tés. Ser blanco me enorgullece desde siempre. Es el partido de mis padres y el
partido de la campaña. Viviendo cerca de Masoller, lo primero que uno aprendía
era sobre Aparicio Saravia. Toda la campaña era de Aparicio. Cuando se cumplieron
100 años de Masoller estuve ahí junto a todo el partido y al Directorio en pleno.
Un vecino mío que no es blanco tuvo que estar ahí cumpliendo funciones. Cuan-
do volvió me dijo: ‘la pucha, ahora entiendo por qué tu partido se sostiene. Vino
cantidad de gente de todo el país’. Y así había sido”.
De los blancos que conoció, el que más lo impactó fue Wilson. “Tuve la
oportunidad de acompañarlo a casas de familia acá en Artigas. Llegaba e iba a
desayunar a la casa de Francisco Caram. Era una persona agradable con todos. Mi
primer voto fue para él”.
Hoy, a los 64 años, trabaja en la misma Escuela Agraria en la que estudió.
“Salí en 1968 y volví en 1972. Me ocupo de la parte agraria. Ya estoy sobre la
causal jubilatoria”. Pero el día que se jubile no va a dejar de militar: “Al partido
voy a servirlo siempre. Mientras pueda andar y seguir la huella, voy a tratar de
arrimarle todo lo que pueda”.

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“El mejor proyecto”

Rafael Danglada
(Malvín, Montevideo)

Nació y creció en el Cerro. “Mis padres eran trabajadores de frigorífico. Mi


padre entraba a trabajar a las cuatro de la mañana, hasta mediodía. Mi madre
decía que no madrugaba porque se levantaba a las seis. Recuerdo la libertad que
teníamos de chicos. En aquel tiempo uno iba a la escuela, volvía, hacía los
deberes, nos obligaban a dormir la siesta y después, el barrio. Sabíamos los nom-
bres de todos los varones que vivían a cuatro o cinco cuadras. Nos juntábamos a
jugar al fútbol en la calle”.
En su familia no se hablaba de política. “De joven yo no era blanco, ni colo-
rado ni azul. Muchos de mis amigos se habían sentido atraídos por el Frente
Amplio, porque en esa época ser frenteamplista era algo diferente y eso es lo
que buscan los jóvenes”. Un día de 1971 nos enteramos de que Wilson hablaba
en el Cerro. “Fuimos a ver qué pasaba, porque se juntaba mucha juventud.
Hablaron varios y nosotros mirábamos. De pronto empezó a hablar Wilson y se
hizo un silencio de esos que te duelen en los oídos. Ese día, a los 19 años y sin
tener ninguna formación de política, me cambió la vida. Pensé que a ese hombre
había que seguirlo”.
Pudo tenerlo cerca cuando Wilson volvió. Fue en una reunión entre Wilson
y sindicalistas blancos, porque Rafael militaba en AEBU desde la época de la
dictadura. “Esa reunión me impulsó a redoblar la militancia. En esa época éramos
muchos blancos en puestos de responsabilidad sindical. Nos juntábamos a cam-
biar ideas en la Secretaría de Asuntos Sociales. Hasta hoy en los sindicatos hay
mucha gente nacionalista. Pero no es muy visible, porque en el Partido Nacional
el sindicalismo no se usa como trampolín para hacer carrera política”.
A los 63 años, Rafael se prepara para ver a los blancos otra vez en el gobierno.
“El Partido Nacional es confiable. El programa que presentó en las últimas elec-
ciones es excelente. Hoy es el mejor proyecto. El Partido Nacional es una herramienta
con la que estoy comprometido; no es una herramienta que se use y se tire, sino
una herramienta que uno integra. La historia del partido es hermosa y hay que
prolongarla”.

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“Somos los defensores
de las leyes”
Álvaro Ugarte
(Rivera/Maldonado)

Tiene 32 años y es médico. Hace cuatro años que vive en Maldonado, junto a
su esposa y sus dos hijos. Con Andrea se conocieron militando en el Partido Nacional.
Álvaro nació en Tranqueras, e hizo primaria y secundaria públicas en Rivera.
En 2002 se fue a Montevideo para empezar facultad. Su padre, empleado público,
vendió el auto para que pudiera estudiar.
“Me fui a vivir a lo de mi abuela. Llegué un domingo con una valija con toda
mi ropa. El viaje fue complicado porque había habido un tornado en Canelones.
Íbamos por la ruta y nos encontramos con un ómnibus recién volcado. Me bajé
en la Plaza Cuba para tomarme un ómnibus, pero ninguno me dejaba subir con la
valija. Me puse a buscar un taxi, pero habían matado a un taxista y no había. Arran-
qué a caminar con mi valija por Agraciada, que era el único camino que conocía.
Mi abuela vivía en Colón y yo no tenía idea de las distancias. ¡No llegaba más! En
el medio rompí valija. Se hizo la noche y yo estaba en el viaducto. Como no me
animaba a cruzar, entré a un bar a pedir ayuda. Se portó precioso el del bar. Me dio
unas monedas para que llamara por teléfono a mi padre, que llamó a un tío para
que me fuera a buscar. ¡Cómo sufrí ese día! Después, la vida con mi abuela fue la
mejor experiencia”.
Álvaro no se olvida del día en que le dijo a su padre que se había recibido.
“La emoción fue brutal. Ahora estoy en Maldonado, pero me siento médico de
campaña. En medicina, el 70 por ciento de la gente quiere que la escuches”.
En el 2004 empezó a militar con un grupo de amigos de Rivera. “Nos reunía-
mos mucho en el despacho del diputado de allá, en el Palacio Legislativo. En 2007
vinieron las elecciones de jóvenes, que fueron algo grandioso. Armamos un grupo
que se llamaba Jóvenes Nacionalistas por Rivera. Ese año me fui para Rivera a
militar”.
Álvaro siente que está donde debe estar. “El Partido Nacional es un partido
donde puedo decir lo que pienso, y si no estoy de acuerdo lo vuelvo a decir. Si sos
militante no sólo vas a pintar muros. Sos escuchado. Es un partido de hombres
libres, donde nadie te dice: ‘no digas eso’. Somos los defensores de las leyes. Nadie
te va a censurar”.
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“Esa rebeldía tan pacífica”

Martín Veiga
(La Paloma, Rocha)

Sus padres vienen de familias blancas, pero durante años estuvieron alejados
del Partido Nacional. Ahora volvieron, y eso se debe a la militancia y al compro-
miso de su hijo. “Eso a mí me enorgullece”, dice Martín con una gran sonrisa. Y
tiene un buen motivo.
Hizo primaria y secundaria entre La Paloma y la ciudad de Rocha. Hoy, a los
19 años, estudia, trabaja y sueña con ser abogado. Vive en el Barrio Parque de La
Paloma, del lado de Costa Azul. En todos los lugares donde vivió pudo conocer el
respeto y la solidaridad: “ver a mis padres ser ayudados y ayudar”.
Se acercó a la política cuando las elecciones de jóvenes del Partido Nacional del
año 2012. “Me invitaron a participar acá en Rocha y me fui interesando. Fue ahí
que empecé a leer historia nacional e historia del partido, para tener conocimiento
de dónde estaba parado y qué era lo que estaba haciendo. Se me prendió la lám-
para de la curiosidad y me puse a estudiar. Y me di cuenta de que el Partido Nacional
luchó para que pudiéramos ser lo que somos hoy: un país libre, democrático, re-
publicano. Vivimos como vivimos no gracias a los que nacimos ayer, sino a gente
como Oribe, Saravia y Wilson, que fue el último revolucionario que tuvo el país”.
Pero no sólo importa la historia, sino también el presente. Martín se sintió
atraído “principalmente por la libertad y por esa rebeldía tan pacífica que hay en
el partido. En tiempos de Aparicio la rebeldía se mostraba con lanzas. Hoy sigue
existiendo esa rebeldía, pero de otra manera. Y eso es lo que lo mantiene tan
vivo”.
Martín es miembro de la Comisión Departamental del partido en el Depar-
tamento de Rocha. “El Partido Nacional le ha abierto la puerta a los jóvenes, tanto
para militar en la calle como para ocupar cargos orgánicos”. También es suplente
del edil departamental José Luis Molina. “Me gusta la tarea. Veo la política como
una herramienta para aportarle a la sociedad y a la comunidad. Es una de las
cosas más lindas que hay para hacer”.

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“Yo pertenezco al bando
de Manuel Oribe”
Diego Camargo
(Artigas, Artigas)

Nació en 1973. Cuando llegaron las primeras elecciones post-dictadura


todavía le faltaban años para poder votar. “Pero yo iba a un circuito y me ponía
en la fila con la credencial de mi viejo y la lista del ‘Panza’ Zumarán bien a la vista.
Cuando faltaban dos o tres para que pasara yo, me iba para otro circuito y así
recorría”.
Diego es mecánico por tradición familiar. “Mi bisabuelo reparaba diligen-
cias. Mi padre siempre fue mecánico y tengo tíos mecánicos tanto por línea
paterna como materna”. También por tradición familiar es blanco como hueso de
bagual. “Mi padre me puso Diego como el general Diego Eugenio Lamas. Cuando
Don Manuel Oribe lo mandó para frenar el avance brasileño, Lamas estableció la
localidad que hasta hoy se llama Paso Campamento. Por eso sus restos están en
un mausoleo a 45 kilómetros de acá”.
Nació en el barrio Pirata de la ciudad de Artigas. “Fui a la escuela 55.
Cuando pasé a sexto hubo una división entre la escuela 55 y la 54. Entonces, una
gran maestra a la antigua, maestra y dama que se llama Otilia, dijo que el que se
quisiera cambiar y tuviera una razón podía hacerlo. Cuando me preguntó a mí le
dije que me cambiaba. Me preguntó por qué y le dije: ‘Porque la escuela 55 lleva
el nombre de Fructuoso Rivera y yo pertenezco al bando de Manuel Oribe’. Por
esa razón me cambié a la escuela 54”.
Pero su blanquismo militante no le hizo perder la tolerancia que aprendió
en su casa. “El caudillo de la Lista 15 del Partido Colorado, dos veces intendente
de Artigas y una vez diputado, el legendario Luis Eduardo Juan, médico filantrópico,
era mi padrino. El club de la 15 quedaba en la esquina de mi casa”.
En el tiempo que le deja libre el taller, Diego se dedica a estudiar la histo-
ria del Partido Nacional. “Algún libro he leído”, dice con modestia. Pero cuando
habla se nota que sabe mucho. Para Diego, los ideales que identifican al Partido
Nacional son “el amor a la Patria, el amor a la libertad y el compromiso con los
principios democráticos. Ningún hombre que obre en nombre del Partido Na-
cional puede olvidarlos”.

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“Todos pueden
desarrollarse y crecer”
Sandra Tordecillas
(Paysandú/Montevideo)

A medida que avanzaba en los estudios, pasó de vivir en el pueblo El


Eucalipto a vivir en la ciudad de Paysandú, y de vivir en Paysandú a vivir en Mon-
tevideo. Hoy tiene 43 años y es Técnica Prevencionista. Vive en la capital, pero no
deja pasar un mes sin ir a su departamento de origen.
Es una entusiasta de su profesión. “Nuestra tarea es prevenir accidentes y
enfermedades laborales. Interactuás mucho con la gente, controlás la seguridad
laboral de las personas. Estás permanentemente en contacto con operarios y con
las empresas”.
Y no sólo eso. Para Sandra, su profesión es un buen observatorio de la
realidad económica y social. “En nuestro trabajo se ve muchísimo si el país está
bien o está mal. Ahora se ve una baja importante en lo que son las inversiones y,
por lo tanto, la generación de puestos de trabajo. También se ve qué pasa con la
educación y los valores. Y hemos perdido mucho”.
Justamente porque conoce el país real, Sandra se revela ante cosas que se
dicen para justificar fracasos: “vengo de una familia muy humilde y me molesta
que digan que ser de origen humilde y tener pocos recursos lleva a que la gente
no se desarrolle. Eso no es verdad. Todas las personas tienen la posibilidad de
desarrollarse y crecer. Hay que saber tomar las oportunidades cuando se te pre-
sentan. Y contar con el apoyo de la familia, que es muy importante. Nada es fácil,
se pelea todo el tiempo, pero se puede”.
Los hermanos de Sandra “fueron militantes en la época de Wilson, allá en
el interior”. Cuando ella creció empezó a averiguar por sí misma y se fue “enamo-
rando” de ese Partido Nacional que siempre había tenido cerca. “Cuando hablo
de política con gente que no sabe lo que pienso, me dicen que mi cara me vende
que soy blanca”
A Sandra le gusta aportar a su partido desde su área de especialidad. “Me
gusta asesorar, analizar proyectos de ley, aportar desde lo técnico a los dirigen-
tes”. En esos ámbitos se encuentra con gente que la impacta por su solidez. “El
Partido Nacional tiene mucha gente capacitada. Cuando gane el Partido Nacional,
la situación del país va a mejorar”.
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“Ser gente frente a la gente”

Orlando Francisco “Cacho” Ramos


(Chuy, Rocha)

Dice que el rancho en el que vive está sin terminar, pero no dudó en ofrecer
una habitación para que funcione un local del Partido Nacional. Hace cuarenta
años que vive en el Chuy. Está jubilado y hace changas, porque la jubilación no da
para vivir. “Yo entro a las casas y es como si entrara a la mía. Me dan las llaves”.
Cacho apenas fue a la escuela. “Sólo fui dos o tres meses. Después mi
padre me sacó para ir a trabajar. La maestra estaba apenada porque decía que yo
era muy rápido. Capaz que hubiera sido inteligente hasta demás, pero a mí me
hubiera gustado aprender a leer y ser una persona instruida. Cuando mi padre
me sacó me dijo que una persona que sepa leer y una que no sepa van a ser lo
mismo. Totalmente equivocado. A los 50 años empecé a ir a una escuela nocturna.
Al final dejé, pero ya casi leía de corrido”.
De joven fue ciclista. “Era bueno y fui reconocido, pero nunca pude correr
carreras importantes porque no tenía plata para una buena bicicleta. Corría por
acá con la peor bicicleta, pero igual ganaba”.
Plata no había, pero sí mucha honradez. “Mi padre nos decía que lo ajeno
no se toca, y yo le enseñé lo mismo a mis hijos. Somos los padres los que tenemos
que enseñarles. Nosotros, no la calle. Si uno cría un hijo torcido, sin enseñarle a
trabajar, cuando siente que necesita algo pasan las cosas que pasan hoy en día”.
Cacho es un puntal del Partido Nacional en el Chuy. “Mi madre era blanca
herrerista, pero yo de joven no era muy político. Después, con los años, me em-
pecé a interesar. Un día vino un amigo a buscarme y ahí me enganché. Ahora me
gusta mucho. Voy a una reunión política y llego contento. El Partido Nacional me
transmite mucha alegría, mucha emoción. Cuando se lastimó José Carlos nos hizo
llorar a todos. Es una persona que queremos mucho. El viene acá a la casa y es
como si viniera un familiar. Llega caminando y entra hasta el fondo. Así tiene que
ser un político: tiene que ser gente frente a la gente. Ahora hay mucho político
zalamero”.

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“Me da mucha esperanza”

Washington Geronimi
(La Paz, Canelones)

Es blanco pero se crió en Rincón del Colorado. Sus padres tenían una chacra
en ese paraje del Departamento de Canelones. Allí no había televisión ni apenas
juguetes. “Los juegos eran todos caseros”, recuerda con nostalgia. Fue a la escuela
rural 148. Cuando creció, se vinculó al Movimiento de la Juventud Agraria. “Era
una convivencia muy linda entre todos los jóvenes del departamento”.
A los 18 años se fue a Montevideo y se hizo soldado. Era el año 1970.
Cuando habla de esa época, Washington se emociona: “Siendo militar perdí cua-
tro camaradas a manos de la gente que ahora está en el gobierno. Son cosas del
pasado, pero no se te borran. No tengo rencor, pero el dolor está siempre”.
En los años ochenta Washington volvió a la vida civil y se hizo chofer de
ómnibus. Los 25 años que estuvo al volante lo hicieron testigo de muchos cam-
bios: “Al principio había amabilidad y respeto. Enseguida se le dejaba el asiento
a una persona mayor o a una embarazada. Con el tiempo eso se fue perdiendo.
Ahora hasta los niños de escuela tienen una actitud diferente. ¡Si habré visto
cosas!”.
Gracias a toda una vida de trabajo, Washington y su esposa pudieron comprar
una casa en La Paz: “Compramos poco más que cuatro paredes y la fuimos
mejorando con nuestras manos. Fuimos levantando paredes, techando, revocan-
do, pintando. Yo levanto, pero la que revoca y pinta es mi esposa”. Washington
está casado en segundas nupcias y tiene dos hijos.
A Washington le gusta la historia y la tradición. Por eso colecciona objetos
vinculados con el pasado del Partido Nacional. “Cada cosa antigua tiene su histo-
ria”, dice, mientras muestra una vieja lanza. “Me gusta saber sobre los grandes
caudillos del partido, como Aparicio Saravia y Wilson Ferreira. Aunque no soy
wilsonista, creo que Wilson fue uno de los grandes”.
Washington es blanco de cuna, pero no siempre militó. “Desde chico mamé
lo que es ser blanco. Mi padre y mi madre eran blancos. Pero no milité hasta hace
unos veinte años. Ahora soy casi fanático. Me encanta la militancia: el
compañerismo, el estar ahí. Me da mucha esperanza”.

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“Un país recuperado”

Juan Pablo García Aramburú


(Pocitos, Montevideo)

Tiene 24 años y vive con su madre. También tiene tres hermanas, un perro
y dos gatos. “Un pibe común y corriente, uno más del mundo”, dice de sí mismo.
Trabaja y por ahora dejó de estudiar, aunque le gustaría volver a hacerlo. “Tengo
que organizarme”.
Sociable y amiguero, le gusta salir y divertirse. “En alguna fiesta he llegado
a bailar arriba de una barra”, dice riéndose. Al mismo tiempo le gustan los valores
“de antes”, esos que le transmitió su madre. Por se siente “en el límite entre un
chico moderno y alguien más chapado a la antigua”.
Militante desde siempre, empezó acompañando a su madre a reuniones
políticas. “Al principio lo hacía para no quedarme en casa. Después me fui
metiendo, aunque nadie me dijo que tenía que hacerme blanco. Hoy milito por
convicción. Creo que el Partido Nacional puede ayudar a la sociedad uruguaya.
Hoy tenemos un gobierno que no aporta soluciones de fondo y el Partido
Nacional tiene las propuestas y la fuerza necesarias para hacerlo. Además hay
mucho trabajo. Si hay algo que he visto es el trabajo humano que hay, desde los
jóvenes hasta los más veteranos. Hay laburo en todos lados. Desde ir a escuchar
a la gente hasta solucionar sus problemas, pasando por llevar propuestas a los
legisladores”.
A Juan Pablo le preocupa la mala imagen que muchos jóvenes tienen de la
política. “Muchos piensan que la política es algo malo, y no es así. En la política
como en todas partes hay seres dañinos, pero la política es lo que sostiene a un
país. No hay que quedarse en la chiquita. Hay que mirar lo bueno que hay en la
política. Lo importante es encontrar un espacio donde puedas ser vos mismo.
Después es meter laburo”.
Para Juan Pablo la militancia no es un esfuerzo sino algo muy gratificante.
“Cada momento que milité, que toqué una bandera, sentí que estaba haciendo
algo por el país. El Uruguay es un país dañado, está lastimado. Sólo el Partido
Nacional puede ayudarnos a tener un país recuperado. Claro que hay gente que
piensa que el camino es otro, y eso es respetable. Pero yo siento que el camino
es este”.

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“Conciencia de Patria”

Juan Norberto Viera


(Capurro, Montevideo)

Tenía 6 años de edad cuando aprendió a leer. Desde entonces le leía en voz
alta a su padre los ejemplares del diario El Debate que traían de la ciudad. “Mi
padre había sido soldado de Aparicio Saravia en 1904. Lo habían herido en una
rodilla, en Tupambaé, y le interesaba todo lo que pasaba con el Partido Nacional.
Por eso me pedía que le leyera los discursos de Herrera, de Echegoyen, de Haedo.
En casa se hablaba mucho del Partido Nacional, porque mi madre, que era
descendiente de Artigas, también era blancaza. Y mi padre hablaba del partido
con gauchos veteranos que venían a conversar”.
“Mi vida es sencilla y muy linda”, cuenta. “Soy campesino de nacimiento.
Nací en el Departamento de Treinta y Tres. De niño trabajaba en la quinta y
ayudaba a mi madre con el tambo, así que de trabajo sabía todo. A los 12 años
nos vinimos para Montevideo. Empecé haciendo trabajos de mandadero, que
en esa época había muchos. Todos los comercios tenían mandaderos. Después
trabajé en Agua Jane, mientras jugaba al fútbol en la Liga Comercial. Más tarde
entré en una fábrica textil chica, y de ahí pasé a La Aurora. Estuve 19 años y llegué
a capataz. De ahí pasé a trabajar en Ancap hasta que me jubilé”.
Ahora tiene 87 años y sigue viviendo en Capurro, que fue el barrio donde
se instaló hace 75 años, cuando la familia llegó a Montevideo. También sigue
militando en política, como lo hacía cuando era adolescente.
Ya jubilado, puede dedicar más tiempo a su otra pasión, que es la historia
nacional y partidaria. “Soy oribista a muerte. Considero que Oribe es un hombre
fundamental en la historia del país. Como le escuché decir hace muchos años a
un gran blanco, Oribe es el fundador de la conciencia nacional. En este país hay
conciencia de Patria, y esa conciencia la creó Oribe. Evitar que se pierda es una de
las tareas del Partido Nacional”.

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“Me siento muy honrada
de ser del partido blanco”
Alba Muniz
(José Enrique Rodó, Soriano)

Peluquera de profesión, nació y vivió siempre en José Enrique Rodó. Allí


hizo la UTU y se inició en la actividad que la apasiona. “Me encanta la peluquería
desde que nací. No me podía parar y ya le cortaba el pelo a las muñecas y las
peinaba. No tenía ondulines, pero como mi madre cosía le usaba las agujas. Era
chica y le cortaba el pelo a mi hermana. Antes de aprender le cortaba a todos mis
vecinos. Lo hacía en forma voluntaria, porque me gustaba”.
Su otro sueño era ser cantante, pero por ahora eso quedó en una actividad
de entrecasa. “Hace poco nos compramos un micrófono y cantamos de noche
con mi esposo. Me divierte mucho”. También se dedica a otras actividades que
la gratifican. “Los lunes voy a un curso de reciclado y los miércoles a cocina. Me
entretengo en todo”.
Heredó su condición de blanca de sus padres y de su abuelo. “Siempre
íbamos a los actos con mi padre. Éramos chicas y nos llevaba. Íbamos en camiones.
También trabajamos en el club doblando listas. Todo eso me encantaba. Siempre
me sentí muy identificada”.
Entre los momentos que más la impactaron está el día en que Wilson salió
de la cárcel. Escuchando el discurso de la explanada municipal “terminé de enamo-
rarme del Partido Nacional. Recuerdo cuando le preguntaron cómo explicaba la
derrota y él contestó: ‘¿Derrotados, nosotros?’. Era una belleza”.
Alba habla de política en su peluquería, pero manteniendo los límites.
“Tengo clientas que no son blancas y hay que respetar. También tengo clientes
adolescentes y muchos son blancos. Cada vez más. Pero cuando está mezclada la
cosa hay que callarse para que nadie se sienta incómodo. Si trato de convencer a
alguien que es de otra opinión, eso es fuera de la peluquería”.
Cuando mira la historia y el tiempo presente, Alba se siente muy cómoda
con lo que ve. En particular, le da orgullo poder decir que pertenece “al único
partido que no pactó con los militares en el Club Naval”. Lo dice con palabras que
se usan desde hace 180 años: “Me siento muy honrada de ser del Partido Blanco”.

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“Vengan al partido
a trabajar”
Jorge Ferrer
(Casabó, Montevideo)

Tiene 56 años y milita en el Partido Nacional desde los 18. Su casa es un


baluarte de la Lista 71 en Casabó. Casi ninguno de sus vecinos inmediatos es
blanco, pero él se lleva bien con todos. Sabe que la vida en democracia es convivir
en paz con los que piensan diferente.
Pero no solo convivir en paz, sino también intentar convencer. Porque la
militancia barrial es una parte muy importante en la vida de Jorge. “Yo peleo por
trabajar en el partido. Me gusta salir a hablar con el frenteamplista, con el colo-
rado, y explicarles lo que quiere hacer el partido. Y cuando tengo que discutir,
discuto. Si tengo que mostrarle a la gente que no les cumplieron las promesas, se
los muestro. Todo buen nacionalista pelea por lo que cree. Yo soy de esos”.
Jorge se rebela ante lo que ve en su barrio. “Le dan dinero a la gente a
cambio de nada. El que tiene que estudiar no estudia, el que puede trabajar no
trabaja. Dan plata para que la gente se quede en la casa o para que los jóvenes se
junten en la esquina. No controlan ni piden nada. Se está derrochando dinero que
es de todos, pero además le están haciendo mal a mucha gente. Está bien ayudar,
pero tiene que ser a cambio de algo. Limpiar zanjas o dar una mano en la escuela,
lo que sea. Si no, nos hacemos mal entre todos”.
Para Jorge, la militancia no es solo una actividad que lo apasiona personal-
mente sino un instrumento para llevar al Partido Nacional al gobierno. El objetivo
es “sacar adelante al partido”. Por eso les pide a todos los nacionalistas que
“vengan al partido a trabajar”. Un partido con militancia no sólo va a llegar más
rápido al gobierno, sino que va a gobernar mejor porque conoce de cerca a la
gente y sus necesidades.

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“Que se cumplan los sueños”

Sebastián Martínez
(Tres Cruces, Montevideo)


Es uno de esos militantes de todas las horas que mucha gente vio repartiendo
listas en Avenida Brasil y la rambla de Montevideo. Hombre de acción en el
terreno, ni el sol ni la lluvia lo amilanan. Para él, una campaña electoral es una
larga sucesión de actos, pegatinas, reuniones en locales partidarios y caminatas
para repartir volantes. Lejos de cansarlo, esas actividades lo estimulan. Igual que
participar en caravanas y en peñas para juntar fondos.
Sebastián tiene 35 años de edad y trabaja como repartidor en una empresa
de logística. Hace 15 años que milita en el Partido Nacional. Uno de sus mayores
orgullos es contarse entre los primeros militantes de la Lista 404. Vio crecer a Luis
Lacalle como dirigente y espera verlo presidente. De hecho, está esperando con
ansiedad que llegue la próxima campaña. “Hay que militar para que se cumplan
los sueños”.
Sólo que, la próxima vez, Sebastián no militará únicamente en nombre
propio sino también en el de su hermana. Tan blanca como él, también militante,
pero además arquitecta y artista plástica, Lorena murió hace pocos meses en un
accidente de tren, mientras estaba exponiendo sus obras en París, en el museo
del Louvre. Para Sebastián, el recuerdo de su hermana será un motivo más para
comprometerse en el trabajo político. Militar también por ella será su manera
muy personal de tenerla presente.
A Sebastián le duele ver jóvenes que no se interesan en política. Le gusta-
ría, al menos, que prestaran atención a la prensa y a los informativos. Pero no
los critica ni pretende decirles lo que tienen que hacer. Sólo confía en que su
entusiasmo sea contagioso.

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“El partido ayudó mucho
a mi barrio”
Carlos Julio Ortega
(Villa del Cerro, Montevideo)

Su abuelo combatió en el ejército revolucionario de Aparicio Saravia. Su


padre lo llevaba a un club del Partido Nacional cuando él apenas tenía seis años
de edad. Así que, como le gusta decir, su condición de blanco la lleva en la sangre.
Siempre estuvo ahí y nunca se le ocurrió que fuera posible estar en otro lado.
Para él, ser blanco es tan natural como respirar.
Trabajó mucho, conoció gente y vio crecer desde muy jóvenes a figuras que
llegarían a tener mucho peso en la política uruguaya. Siempre desde el llano,
haciendo militancia de club. Pero, sobre todo, siempre viviendo en el Cerro.
“Acá vino mi padre y se hizo un ranchito. Y acá vivíamos todos nosotros. Después
fuimos creciendo y cada uno se hacía su casa. Yo me hice la mía, que es esta en
la que vivo hasta ahora. El partido ayudó mucho a mi barrio. Todo esto era un
pajonal. Lo mejoramos entre todos los vecinos”.
Veterano de mil batallas electorales, Carlos recuerda con humor lejanos
momentos en los que “uno se entusiasma porque le da la edad para entusias-
marse”. Y se ríe de los excesos cometidos, como aquella pelea multitudinaria en
la que voló hasta un piano por encima de las cabezas. También dice que la política
le dio muchos amigos y que lo ayudó a ayudar.
Carlos le pide a las nuevas generaciones de blancos que siempre sean
honestos y que nunca se olviden de la gente. Desde sus 85 años y con movilidad
reducida, mira con optimismo el futuro porque “hay muchísimos blancos buenos”.
Buena parte de los viejos compañeros de militancia ya no están. “Pero
yo sigo militando y no tengo ningún interés en dejar de hacerlo”. Es que en el
corazón de Carlos está “mi familia y después el Partido Nacional”. Lleva una vida
entera junto a ellos.

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“No hay cosa más linda
que ser blanco”
Juan Alberto “Sapo” Santana
(Barrio La Estiba, Rivera)

“Fui criado en campaña. Pasé mucho trabajo. Papá y mamá nos levantaban
a las seis porque había que ordeñar y limpiar chiquero antes de ir a la escuela. La
escuela quedaba a una legua. Íbamos en carro. Salíamos a las 9 para llegar a las
10, que era la hora de entrada. A las 4 estábamos de vuelta. Tomábamos la leche e
íbamos con papá a trabajar en la chacra. Era sacrificado, pero yo digo que mi niñez
fue más linda que las que veo ahora”.
La frontera en aquella época era también más violenta. “Era normal andar
armado y muy seguido había pelea. Yo mismo tuve unas cuantas. No es que yo
buscara, pero tampoco traje atrevimiento para casa. Hoy con 67 años y sin fuerza,
ya medio que echo para atrás. Pero cuando era joven era como Saravia: no preguntaba
cuántos eran”.
Juan Alberto es wilsonista de la primera hora y se cuenta entre los fundadores
del Movimiento Por la Patria en Rivera. Su fidelidad al Partido se mantuvo intacta
aun en los años más duros. “En la época de la dictadura, Chiquito Saravia y Luis
Alberto Heber nos traían materiales. Y como no podía haber reunión, nos juntá-
bamos en Livramento”.
“El Sapo” encaró todos los aspectos de su vida con la misma actitud enérgica.
Trabajó siempre. Se divorció joven y crió a sus hijas solo. Hoy dedica todo su
esfuerzo a un nieto que necesita un doble trasplante de pulmón. Están haciendo
una campaña para que la gente colabore. “Los blancos tienen que estar luchando
siempre, no hay que aflojar en nada”.
En medio de esa lucha personal, Juan Alberto mira con confianza el futuro
del Partido Nacional. “El partido está unido y preparado para gobernar. Hay mucha
gente nueva, personas jóvenes y capaces. Vamos a enfrentar problemas, pero hay
que tratar de ganar y de hacer las cosas bien. Hoy hay muchas cosas que se están
haciendo mal”.
Ya jubilado, Juan Alberto milita con menos intensidad que antes. Pero su
adhesión se mantiene tan intensa como siempre. “Es como decía Wilson: no hay
cosa más linda que ser blanco”.
Las cuentas para colaborar con el nieto de Juan Alberto son la 61785 de Abitab y 93023062 del Bandes.

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“Es la alegría mía”

Mirta Umpiérrez
(Libertad, San José)

Vivió toda la vida en el campo, cerca de la ciudad de Libertad. Allí hizo la


escuela y el liceo. Era hija única, y desde muy joven ayudó a sus padres llevando
la contabilidad del comercio familiar. Durante su vida adulta fue productora rural.
Ahora, a los 67 años, está jubilada y convive con una diabetes que tiene que
mantener a raya. Hace 16 años perdió una pierna, pero eso no la hizo quedarse
quieta. Sigue cocinando como siempre, especialmente cuando se trata de hacer
postres y dulces. También sigue siendo muy salidora, aunque ahora necesita que
alguien le maneje: “Voy a San José, voy a Montevideo, voy a todos lados. Me
encanta salir, andar, comprar”.
Y, desde luego, sigue militando. Mirta nació en una familia de tradición
blanca. Su padre siempre hizo política y llegó a integrar la Junta Departamental.
“Siempre andaba en la vuelta”. Cuando Mirta se casó, también lo hizo con un
blanco. “Toda la vida fui del Partido Nacional y me moriré en el Partido Nacional¨.
Cuando llega la campaña electoral, Mirta se pone más activa y entusiasta
que nunca. “Me encanta andar de un lado para otro, llevar y traer gente, repartir
listas, hacer recorridas, ofrecer mi casa para reuniones políticas. Siempre les digo
que no se fijen en que estoy en silla de ruedas. Hacer todo eso es la alegría mía”.
Su condición actual le ha hecho descubrir todo un mundo de necesidades a
las que atender. Sabe por experiencia que la accesibilidad sigue siendo un rubro
muy deficitario en Uruguay. En este país faltan rampas y sobran escalones. “Hay
mucha gente que tiene dificultades para moverse y no puede pagarle a nadie para
que la ayude. Para esa gente, todo es muy difícil. Muchos terminan quedándose
encerrados”. Lo bueno, dice, “es que hay muchas personas que ayudan. También
la gente joven”.

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“El partido que siempre
estuvo contra los mandones”
Daniel Miraballes
(Treinta y Tres, Treinta y Tres)

Es un vocacional de la escuela rural, aunque no le pudo dedicar todo el


tiempo que hubiera querido. “Fui muchos años maestro rural. Después fui direc-
tor de una escuela granja. Pero llegó la dictadura y me sacaron. Me mandaron a
enseñar en una escuela urbana en la ciudad de Treinta y Tres. Tuve que desarmar
todo lo que había preparado para trabajar en el medio rural y terminé mi carrera
como director de una escuela urbana”.
Para Daniel, eso fue una pérdida. “No hay que hacer una oposición entre
las dos: la escuela es la escuela. Pero yo quiero a la escuela rural. Te da otras posi-
bilidades. Tenés un programa muy abierto, tenés la huerta, criás animales, hacés
dulces. Tenés todo para trabajar, tanto desde el punto de vista pedagógico como
comunitario. Nosotros hacíamos una asamblea cada viernes para distribuir las
tareas que iban a hacer los gurises la semana siguiente: servir la comida, barrer los
patios, trabajar en la quinta, organizar el lavado de dientes. Cada viernes elegía-
mos un presidente y un secretario, y decidíamos entre todos”.
Daniel ve con preocupación el estado actual de la educación. “Las escuelas
rurales hoy tienen luz eléctrica y paneles solares, mientras nosotros andábamos
con lámparas a kerosene. Sin embargo, hoy son muy pocos los maestros que viven
en la escuela rural. Terminan de dar clase y se van ¿Cuándo van a visitar a los veci-
nos y a conversar? Nosotros nos quedábamos a vivir, la escuela era nuestra casa,
pasábamos dos y tres semanas sin ir a la ciudad. La parte más linda del trabajo es
el vínculo con la comunidad”.
Blanco wilsonista, fue un abierto opositor a la dictadura, aunque sin
dejar que la política entrara al salón de clase. “Cuando se acercaron las elecciones
internas fue cuando más participé. Tenía un Volkswagen y lo disfracé. Le puse
cuanto cartel había de Wilson, de Por la Patria, del Partido Nacional. Ese auto era
conocido en todo Treinta y Tres. Ser blanco es lo más lindo que hay. El Partido
Nacional es el partido que siempre estuvo contra los mandones”.



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“Cruzaba por la puerta de la
comisaría y gritaba”
Silvia Suárez
(Florida, Florida)

Su padre era tipógrafo en un diario de Florida. Su madre era auxiliar de


servicio en una escuela. La familia se completaba con su abuela y sus once her-
manos. “Mi padre nos ayudaba mucho con la escuela y el liceo. No tenía estudios,
pero había aprendido en el oficio de tipógrafo”.
Silvia es enfermera jubilada. “La carrera se me cruzó. Yo hice el liceo y
preparatorios de abogacía. Tenía ganas de ir a la facultad, pero mis padres no me
podían mantener. Entonces opté por hacer enfermería. Y después que estaba
adentro, me gustó”.
Tiene 66 años y una hija que crió sola. “Gracias a Dios y la Virgen Santísima,
salió una persona con valores. A base de sacrificio la hice estudiar. Las dos hici-
mos sacrificios. Yo le conseguí una beca y ella viajaba todos los días. Ahora es
Licenciada en Neumocardiología. Hace años que está trabajando. Es mi mayor
orgullo”.
Silvia tiene en su casa una biblioteca con libros sobre el Partido Nacional.
“Me encanta leer y conocer la historia. Junto conocimientos y si tengo que
discutir, discuto”. La condición de blanca le viene de su abuela. “En casa eran
blancos independientes, de la UBD. El más blanco de todos era un hermano que
ya falleció. En plena dictadura cruzaba por la puerta de la comisaría acá en Florida
y gritaba: ‘¡Viva el Partido Nacional!’”.
Fiel a sus raíces, Silvia llegó a trabajar en la Mutualista del Partido Nacional.
“Tenía un sanatorio precioso, ahí en 8 de Octubre pasando el Hospital Militar. El
director era Carlos Julio. Después vinieron los militares y lo cerraron”. Durante
la dictadura no pudo trabajar en ninguna institución pública. “No me dejaban
porque había estado en las listas de Wilson para las elecciones de 1971”. En esos
años tuvo que trabajar en una granja. “Recién pude entrar a Salud Pública después
de que volvió la democracia. Di concurso en el Canzani. Nos presentamos 100 y
entramos 11”. También trabajó en el hospital de Florida.
Silvia anda por la ciudad y, si ve algo que no está bien, se lo dice directa-
mente al intendente. “Para mí, Carlos Enciso es como un hijo. Voy a ayudarlo
siempre”.
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“Buen semillero”

Beltrán “Nito” Alemán


(Barrio López, Cerro Largo)

Dice que a los diez años quedó bautizado como blanco. “Era 1950 y mis
padres me llevaron a la plaza de Melo para conocer al doctor Luis Alberto de
Herrera. El doctor Herrera me dio un beso en la frente y ahí quedé bautizado”.
Pocos años después estaba haciendo campaña en las esquinas con un parlante
en la mano. Eran las épocas del legendario “Nano” Pérez, varias veces intendente
de Cerro Largo.
Nació en campaña hace 77 años. Cuando él tenía tres, la familia se instaló
en Barrio López, en las afueras de la capital departamental. Está casado, tiene
dos hijos y tres nietas. “Estoy satisfecho de ser lo que soy y no aparentar lo que
no soy”.
Trabajó políticamente con Rufino Pérez y después con Jorge Silveira Zavala.
Hoy apoya al intendente Sergio Botana y al diputado José Yurramendi. “Nunca fui
candidato a nada. Tuve oportunidad pero no quise. He servido a mi partido y no
me he servido de él. He dado la cara y he salido a buscar el voto sin pedir nada.
Si hay que ponerle nafta al auto, se la pongo. Si alguien necesita un remedio, se
lo compra y se lo lleva. Nadie tiene que enterarse. El apoyo político llega si uno
actúa bien. Una vez me mandaron a un hombre que tenía un problema complicado.
Yo traté de arreglárselo pero no pude. Y le dije que no había podido. Llegaron
las elecciones y ese hombre vino a mi casa para buscar la lista. Me dijo que iba a
acompañarnos porque yo no le había mentido”.
Para Nito, la identidad del blanco se resume en “Patria, democracia y liber-
tad”. Y destaca que el Partido Nacional, aun sin ser gobierno, siempre acompañó
las decisiones que eran buenas para el país. “Ese es el blanquismo de Saravia”. Un
buen blanco tiene que ser honesto y conocer la historia de su partido. “Yo siempre
refresco la memoria de mi querido y glorioso Partido Nacional”.
Veterano de mil batallas, Nito ve hoy a un Partido Nacional fuerte y unido.
“Todos los días hay caras nuevas y mucha gente inteligente. Hay cantidad de
agrupaciones. El partido tiene buen semillero”.

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“Desde el año 1962
voto al mismo partido”
Omar González
(Lascano, Rocha)

Omar es un jubilado con mucho recorrido a sus espaldas. Vivió en campaña,


fue tambero, trabajó en comercios, tuvo dos hijas que le dieron cinco nietos.
Creció en un tambo y fue a una escuela rural. “Los seis años los hicimos
con el mismo maestro”. La escuela no le impedía trabajar junto a sus hermanos.
“Dábamos una mano en el tambo y hacíamos la chacra. Con siete años había que
levantarse a las tres de la mañana para ordeñar. Un tiempo más adelante hacía-
mos quesos. Era una vida dura pero de familia muy unida”.
No hubo tiempo para ir al liceo. “Éramos 12 hermanos y había que ayudar”.
Cuando la madre tenía un ratito, se sentaba a tomar mate y a escuchar el radioteatro.
Al final de la jornada, cuando terminaban las tareas, todos se reunían a escuchar
música en la radio y a cantar. La televisión no había llegado. De vez en cuando se
organizaban fiestas de guitarra con los tamberos vecinos.
Omar es blanco desde el día que nació. Sus padres y sus abuelos eran del
Partido Nacional. “Nosotros lo mamamos. Desde el año 1962 voto al mismo par-
tido”. Ser blanco para él es una manera de comprometerse con el país entero. No
se puede ser blanco sin amor a la Patria. “El Partido Nacional fue muchas veces
oposición, pero fue una oposición muy sana, muy constructiva, muy preocupada
por el país”.
Omar milita para la Lista 2014 en Lascano. “Tenemos un equipo muy lindo.
Hacemos reuniones políticas, tocamos la guitarra, armamos una conga. Disfruta-
mos mucho. Yo soy un guitarrero de fogón. Empecé a tocar con una guitarra que
me regaló mi padre. Un día me dijo que me levantara de la siesta y que fuera a la
cocina, que había dejado algo para mí. Fui y ahí estaba la guitarra esperándome
arriba de la mesa. Fue una alegría que no me olvido”.
Omar y su hermano Juan José cantan a dúo y alegran las nochecitas de
Lascano.

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“Nada del Partido Nacional
me resulta ajeno”
Virginia Méndez
(Barrio Sur, Montevideo)

Muchos uruguayos la vieron en la pantalla como protagonista de “El baño


del Papa”. Otros la encontraron sobre un escenario teatral, en alguna función de
la Compañía Italia Fausta. Porque Virginia es actriz, y desde chica supo que iba a
serlo.
Nació en Mercedes hace 57 años. Tuvo una niñez muy feliz, en una chacra,
rodeada de sus padres y sus seis hermanos. Hizo parte de primaria en una es-
cuela de Mercedes y otra parte en una escuela rural. “Nuestro padre nos enseñó
muchas cosas sobre el campo, incluyendo cómo evitar peligros, y nos dio mucha
libertad. Éramos muy unidos y vivíamos una vida sencilla: nunca nos faltó nada,
pero tampoco sobraba. Había mucho intercambio entre las chacras. Fueron los
años más felices de mi vida”.
Vino a Montevideo a estudiar en la Facultad de Humanidades, aunque nun-
ca se recibió porque se dedicó al teatro. “Los primeros tiempos fueron terribles.
Fue un desarraigo. No sabía las calles ni cómo viajar en ómnibus. Vivíamos en
dictadura y no me acostumbraba a tener que llevar documentos”.
Pero Montevideo le dio también la oportunidad de ingresar a la Escuela
Municipal de Arte Dramático. Egresó en 1983, y muy pronto estaba haciendo
pequeños papeles en la Comedia Nacional. “Siempre mis trabajos tuvieron que
ver con la actuación. Me las arreglé para no tener que hacer otro tipo de trabajo”.
Eso incluyó, por ejemplo, montar un taller de diseño y realización de esceno-
grafías, máscaras y muñecos.
Para Virginia, el teatro es “un juego muy serio” que ocurre ante los demás.
“Si no está el público, no se produce nada. Actuar es un acto de amor hacia los
que te están viendo. Se produce una energía muy especial”.
La familia de Virginia ha sido blanca por generaciones. “El Partido Nacional
es mi infancia, son recuerdos del año 1971. Es algo entrañable para mí. A lo largo
del tiempo me ha pasado de tener diferencias, pero nada del Partido Nacional me
resulta ajeno”.

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“Son ochenta años
que tengo con los blancos”
Ruperto “Pocho” Candamil
(Villa Nidia, Montevideo)

Su militancia política empezó el día que le ofreció pescado fresco a Luis


Alberto de Herrera. En aquella época Pocho era muy joven y vendía puerta a
puerta. Probaba un poco en todas partes, y esa mañana llegó sin saberlo a la
quinta donde vivía el líder blanco. “Nunca había conversado con él y no tenía
ninguna confianza –recuerda–. Pero me dijo que fuera los martes y viernes, que
me compraban pescado”.
Herrera se convirtió en su cliente, pero la historia no terminó ahí. “Un día
me dice: ‘Vienen las elecciones. ¿Vos podés votar?’ Yo le dije: ‘Todavía no tengo
edad, señor. Me faltan unos meses’”.
Pocho cumplía 18 años antes de que llegaran las elecciones, así que Herrera
lo ayudó a sacar la credencial. “Lo voté a él pero sin saber que era él”. Sólo se
enteró cuando le contó a su madre que había votado “a un cliente macanudo que
se llama Herrera”.
Gracias a una recomendación de Herrera, Pocho dejó de vender en la calle y
empezó a trabajar en la construcción. Durante 10 años fue peón albañil. Cuando
sintió que había aprendido lo suficiente, se lanzó por cuenta propia. Pero nunca
interrumpió las visitas a la quinta ni jamás perdió su devoción por Herrera. “Le
llevaba fruta de un terreno que yo tenía. Le gustaban unos duraznos que había
antes, que eran peludos. Era un hombre leal y muy inteligente. ¡Había que tener
el coco que tenía Herrera!”.
Pocho cuenta su edad con cuidado: “tengo 99 años y tres meses”. También
cuenta con meticulosidad los años que lleva votando y militando por el Partido
Nacional: “son ochenta años que tengo con los blancos”. A lo largo de esas déca-
das puso clubes “en todos los barrios donde viví” y estuvo entre los fundadores
de la Lista 71 de Montevideo. Pero ahora protesta porque la edad ya no le permite
salir a recorrer puerta por puerta, como hacía para vender pescado.
En su galería de héroes, “primero está Aparicio Saravia, después Oribe y
después Herrera”. Y Luego Wilson, quien, al igual que Herrera, debió haber sido
presidente “pero no lo dejaron”.

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