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Alejandro Espejo, LC 0009765


Artículo: “La Castità negli alunni dei seminari minori e delle scuole apostoliche”
di Paolo Mietto, C.S.J Revista Studia Moralia 1965
El autor propone en su artículo algunas líneas para educar la castidad en los seminarios menores comentando la
instrucción de la Sagrada Congregación de Religiosos sobre la formación de los candidatos al estado de perfección y a las
sagradas órdenes del 2 de febrero de 1961 que ve la formación de la castidad no sólo como algo negativo, normas para
evitar las caidas, sino que presenta una parte novedosa en ese entonces de ver el lado positivo de la castidad, que se ha
desarrollado previamente en la encpiclica S. Virginitas, por considerarla a ejemplo de Cristo y de Pablo. Los frutos de la
castidad son entonces la mayor consagración al servicio de Dios, el corazón indiviso, las obras de caridad, de apostolado,
celo y santidad.

La castidad y el celibato debe presentarse no como una perdida de la sexualidad, sino como una forma de vivir su
esencia: el deseo del otro, que debe abrirse como célibe a un amor oblativo. Así se responde conjuntamente a la
llamada de Cristo y de la sexualidad propia. Parece qe al tiempo del artículo no eran muy claros los principios de
discernimiento entre los diversos estados de vida. Los que da, citando un artículo de Vigolo son ambiguos (¿Intensidad
de los esimulos sexuales, de la propia fuerza de voluntad para vivir continencia?).

Los educadores del seminario menor deben realizar muchas veces la tarea que los papás deberían hacer: proveer la
adecuada información sobre la sexualidad y el amor humano. Sin importar si la vocación es al matrimonio o al celibato,
ambos requieren equilibrio y madurez psicológica de cara a la vivencia de la sexualidad. Ellos deben enseñar como la
castidad se debe fundar sobre la fuerza sobrenatural de la gracia para vivirla.

Con relación al conocimiento del otro sexo, se dice que una verdadera opción implica el conocimiento de los dos
términos en cuestión, es decir, al escoger, sabe a lo que renuncia. Por ello, es necesario que el seminarista menor tenga
contacto con el otro sexo en la vida familiar, parroquial y en el periodo de vacaciones, pues favorece la evolución sexual
y prepara a tomar decisiones más firmes cuando más adelante se presenten las dificiultades. Es una libertad guiada y
acompañada. Es necesario que los padres espirituales toquen el tema de la “niña” en esta edad (13-16), de otro modo se
corre el riesgo de que el joven se quede en un estado psíquico inferior que le impida un contacto maduro con la mujer.
Se busca que el seminarista menor acepte con normalidad sus emociones sentimentales y carnales hacia el otro sexo, y
luego mostrarle que este “instinto” requiere como todos ser disciplinado.No se debe querer “extirparla” sino “insertarla
en el plan divino de amor a Él y a los hombres”.

Se debe mencionar a los seminaristas que incluso aquellos llamados al matrimonio viven la castidad y como para las
relaciones sexuales conyugales se exige haber alcanzado la triple madurez: madurez genital, madurez psicosexual
(heterosexualidad electuva) y la madurez afectiva que es la oblativa y la única que es típicamente humana. “La
educación que lleva a un amor desinteresadoy generoso es la mejor y más importante preparación a un
comportamiento justamente equilibrado en el dominio sexual”.

Menciona como formar en la castidad es diverso de formar en otros campos, como en la obediencia disciplinada, por
ejemplo. Constituye una respuesta a una doble cuestión: a) qué pide Dios en este campo a cada hombre, y b) qué pide a
aquel que escucha el llamado al sacerdocio. Laformación en la castidad será exitosa si es una educación en la afectividad
junto con una verdadera educación en la elección. Todas las dificultades en este campo provienen del hecho que la
madurez sexual sucede mucho antes que la madurez personal.

Concluye afirmando que la educación a la castidad deberá ser: a) luminosa y clara, b) serena, haciendo ver que es
normal, bueno en sí, y no reino demoniaco, c) positiva: orientada a la elección de amar y no a reprimirla para evitar las
transgresiones, d) alegre: poseida como una gran victoria, e) sobrenatural: indicando el rol que el consagrado tiene en el
Cuerpo Mísitico de Cristo, f) completa y profunda, preparando para los peligros a futuro, de modo concreto cómo tratar
con la mujer, g) apostólica: la victoria aquí acrecienta la gracias conquistada para las empresas apostólicas y será
testimonio en sí, h) orgánica e integral: insertada en la formación de la persona, apoyada de la humildad, animada de la
esperanza y la caridad, e i) individual y gradual: adaptada al desarrollo de cada individuo.
Luego procede a enumerar las normas para aplicar con prudencia y discreción dadas en la instrucción de 1961. La
primera es de carácter general: 1) Si el alumno se demiestra incapaz de observar la castidad religiosa por la frecuencia
de las caidas o la inclinación del ánimo hacia las cosas sexuales, no sea admitido a la escuela ap., al noviciado o sea
dimitido de ello o amonestado sin importar el estado de formación alcanzado. Luego comienzan a concretizarse: 2)
Caidas solitarias.Si se descubre que uno indulge al pecado torpe solitario (masturbación) y no se enmiende no sea
admitido al Noviciado. Sin restar gravedad al acto, muestra como a esta edad podría no tener tanto daño al alma pues
en general no tiene un real fondo erótico, será más provechoso hacer un exámen psicológico de la índole sexual del
candidato: como se comporta, que estado de ánimo tiene habitualmente, que propensiones, más que contar las caidas.
3) Caidas con otros: Si un alumno, tras la adminisión, ha pecado gravemente contra el sexto mandamiento conotro del
mismo o de diversos sexo o ha dado escándalo en materia de castidad, debe ser alejado de la comunidad. Pone dos
excepciones: un adolescente seducido, arrepentido y de excelentes cualidades, o bien de pecado constituido de un acto
objetivamente imperfecto. No se habla de homosexualidad, a la cual se debe una negativa obligada, sino de fenómenos
pasajeros, por ello admite estas dos excepciones.

El autor encuadra la edicación a la castidad en el contexto de la educación a la madurez. Muestra como afectividad de
un hombre maduro es diversa de la de un niño, que siente el amor en función de lo que recibe, del adolescente que
dona afectividad a los demás mientras se busca realmente a sí mismo, del jóven que no ve más allá de la relación
bipersonal hombre mujer, al amor oblativo del hombre maduro que orienta toda su persona hacia el otro.

Resalta el papel de la familia y el contacto, que debe ser promovido, con ella en la educación a la castidad y la
afectividad. Pero también dentro de la apostólica debe haber un ambiente “familiar” en el que el alumno pueda sentirse
seguro, distenso, satisfecho, basado sobre la certeza que él tiene de ser amado como miembro de la “familia”, donde
experimenta y da afecto, donde ocupa un “puesto en la familia” que se da en un clima de mutua aceptación. El espíritu
de familia debe distinguir las relaciones entre superiores y súbditos. Este espíritu de familia debe brotar de celebrar la
eucaristía juntos. Ahí donde disminuye el ambiente de familia y asoma el del cuartel, ahí se multiplica la masturbación.

“La problemática de la castidad, ya sea con prevención o con cura pastoral, no se resuelve de hecho con una rígida
aplicación de las normas, sino sólo con la formación total a la madurez, y por ello con una educación al amor blativo al
prójimo, a una corresponsabilidad por el ambiente donde viven”.

En la formación de la castidad es vital inspirar confianza y amistad, como el médico debe inspirar confianza al enfermo.
El formador debe además invitar al joven a ser corresponsable del ambiente sano y puro de la comunidad, de orientarlo
a salir de su “yo” hacia Dios y los demás. Debe ayudarlo a entender que ahora no tiene el equilibrio de afirmarse a sí, ni
el dominio de sí que necesitaría para su entrega sacerdotal. El confesor o director espiritual no debe aislar la castidad del
resto de las virtudes. Menciona que los laicos, varones y mujeres, pueden aportar mucho en su calidad de profesores de
la escuela a quitar el dramatismo y a encauzar las legítimas preguntas con el confesor o el director espiritual. La familia,
especialmente la convivencia con la madre y las hermanas aydua a la integración natural de la afectividad sana.

Propone, luego sugerencias por etapas: 11-13 años informar a los jóvenes sobre los cambios en el propio cuerpo, la
naturaleza de los pecados en esta materia y las normas de higiene. Para los adolescentes entre 13-16, cuyas preguntas
los tocan ya de manera personal, se debe explicar el funcionamiento y sentido de la sexualidad. El querer suprimir la
curiosidad en esta etapa conlleva a que esta curiosidad sea morbosa y se “informe a escondidas” creado una obsesión
malsana al entorno de la sexualidad. La verdadera educación comprende todas las dimensiones, afectiva, psicológica,
sociológica, biológica y religiosa-espiritual. “No se trata de represión total y de indiferencia estóica, sino de integración”.
Entre los 17-19 años, opina que quien no haya superado aún la masturbación a esta edad, difícilmente la superará y
conviene alejarlo del seminario. En algún caso puede alargarse la prueba, proponiendo valores altos: misión, el carto, el
arte, etc en las que encauce sus energías. La eliminación de los no idóneos se debe hacer con respeto y caridad
ayudándoles a entender que es por su propio bien. Finalmente menciona que esta educación a la castidad debe estar
siempre dentro de un contexto de la formación hacia la madurez personal, que tiene como una de sus características el
dominio de uno mismo y la capacidad de entablar sanas relaciones con los demás.

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