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MORALIDAD HISTÓRICA,

VALORES Y JUVENTUD
Nancy Chacón Arteaga

P U B L I C A C I O N E S A C U A R I O
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MORALIDAD HISTÓRICA,
VALORES Y JUVENTUD

Nancy Chacón Arteaga

Centro Félix Varela, La Habana, 2000


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Edición: Emilio Hernández Valdés
Cubierta: Adrián Rivera
Emplane computarizado: Vani Pedraza García
Coordinación: Carlos Melián López

© Nancy Chacón Arteaga, 2000


© Centro Félix Varela, 2000

Todos los derechos reservados.


Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra
sin la autorización de la autora.

ISBN: 959-7071-15-0

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INTRODUCCIÓN

La actualidad del tema que se presenta en este estudio, reside en la


importancia que ha cobrado la reflexión ético filosófica de la problemáti-
ca de la moral y de los valores morales, desde la perspectiva del proceso
histórico cubano, a partir del criterio del progreso moral. El propósito que
aquí se persigue es lograr los objetivos siguientes:

z Revelar el lugar y papel de la moral y de los valores morales en el


proceso histórico cubano.
z Caracterizar los rasgos inherentes al progreso moral en cada período
histórico, atendiendo a las tendencias progresivas y regresivas de la
época, señalando los valores morales que han tenido una continuidad
y han contribuido a la integración de la Revolución cubana.
z Formular la imagen del joven que se pretende formar en la sociedad
cubana, a partir de los rasgos esenciales y los valores morales que
deben conformar sus cualidades.

Los motivos que han dado lugar a que se aborde este tema y la
validez de su selección, están dados por el condicionamiento
sociohistórico concreto del período que se analiza: la década del 90,
última del siglo XX, etapa marcada por bruscos cambios en la correla-
ción de fuerzas a nivel mundial, a partir de la desaparición del campo
socialista y la desintegración de la URSS, que conducen a la primacía
de un mundo unipolar cuyo poderío agresivo se concentra en manos
del imperialismo norteamericano.
La agudización de la contradicción Norte-Sur, y el agravamiento de
los problemas globales que afectan a la humanidad, se unen a los rasgos
que caracterizan este final de siglo. Estos han tenido un impacto en la
esfera espiritual e ideológica con la presencia de la ideología neoliberal
como fundamento del fenómeno de la globalización y de posiciones
nihilistas, así como las manifestaciones de los polémicos problemas de-
nominados «crisis del paradigma social y humano», «crisis del marxis-
mo», «crisis de identidad» y «crisis de valores».
Sin duda, estos acontecimientos han repercutido en las condiciones
internas de Cuba y su proceso revolucionario socialista y han creado una
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situación en extremo difícil. El doble bloqueo y la inhumana política yan-
qui de aislamiento, con el fin de asfixiar a la Revolución, condujeron al
país a la inevitable necesidad de enfrentar el llamado período especial en
tiempo de paz desde 1991, y al reforzamiento de la preparación de todo
el pueblo para la defensa en caso de agresión militar.
La política trazada por el Partido y el gobierno cubanos tiene el obje-
tivo de resistir y sobrevivir y, aun en estas condiciones, propiciar el desa-
rrollo bajo el llamado al pueblo revolucionario de salvar la Patria, la Re-
volución y las conquistas del socialismo.
A tenor con estas condiciones, se manifiesta una agudización de la
confrontación y la lucha ideológica, como expresión de las contradic-
ciones generadas en la esfera de la economía, y la aplicación de un
conjunto de medidas como vías alternativas para el desarrollo. Entre
ellas se incluye la introducción de diversos mecanismos económicos
capitalistas que se consideran necesarios, aunque no deseados, para el
logro de una reanimación gradual de la economía cubana y su reinserción
en el mercado mundial.
Estos cambios inciden a su vez en las tendencias principales que re-
gulan las actitudes y conductas de los individuos, así como en las orienta-
ciones valorativas, a nivel social e individual, dentro de las que se expre-
san las funciones sociales de la moral y el lugar que desempeñan los
valores morales, en contraposición con los antivalores, en la vida cotidia-
na de los individuos. Ante esta situación se manifiesta un problema so-
cial: la contradicción entre el insuficiente nivel de moralidad alcanzado
por una parte de los individuos en la sociedad cubana y el nivel deseado.
Este fenómeno se agudiza en las condiciones del período especial, en
medio del cual las actitudes morales negativas, la degradación de los
valores morales y la corrupción se acrecientan como males sociales y
como manifestación negativa de la lucha ideológica.
En la esfera de la ética como ciencia filosófica, este problema es
captado como una exigencia de responder ante la necesidad de elaborar
el cuadro teórico del proceso histórico de conformación y desarrollo de
la moral en la sociedad cubana.
En la literatura cubana consultada, fundamentalmente filosófica e his-
tórica, no se asume como objeto directo el tema tratado, por lo cual, a
partir de los métodos de la investigación científica empleados, los conte-
nidos factológicos del proceso histórico cubano fueron sometidos al en-
foque metodológico de la ética, dándoles una coherencia según la
periodización histórica realizada para este estudio.
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La obra de Cintio Vitier Ese sol del mundo moral. Apuntes para
una historia de la eticidad cubana, publicada en 1975, constituyó una
obligada fuente de consulta que, como único precedente bibliográfico,
corroboró la viabilidad de este trabajo de investigación y su importancia
actual, aunque con diferente propósito.
El trabajo está estructurado en tres capítulos:

1. Moral y progreso.
2. Los valores morales en el proceso histórico cubano.
3. Imagen moral del joven cubano.

El contenido de esta investigación responde a la necesidad social de


formar una juventud con una inteligencia y una cultura acordes a las
exigencias de su época, lo que en la concepción filosófica y pedagógica
de José Martí significa formar al hombre en una cultura que le permita
«flotar en su época», «prepararlo para la vida», cuyo sistema de valores
morales lo oriente hacia posiciones transformadoras y de compromiso
con las exigencias históricas de la sociedad cubana. Por tanto, el conte-
nido abordado en este estudio debe estar en correspondencia con el
proyecto de la Revolución socialista y con el contenido moral de la
identidad nacional.
El criterio ético del progreso moral constituye en este trabajo un im-
portante instrumento metodológico para el estudio del desarrollo históri-
co de la realidad cubana, en la continuidad del proceso revolucionario,
así como en la conformación y autoafirmación de la identidad nacional y
cultural como premisas esenciales para indagar en el proceso de la mo-
ralidad histórica.
En este caso, el empleo de este enfoque ético filosófico permite
encontrar una vía para comprender las causas y las posiciones asumi-
das ante la agudización de los síntomas de desmoralización y degrada-
ción de valores, a partir de la actuación de un cuantioso número de
individuos, que hace pensar en una crisis de valores morales a tenor
con las difíciles condiciones del período especial que afronta la socie-
dad cubana desde 1991.
Sin embargo, este estudio también hace patente que la acción educa-
dora de la escuela, los maestros, la familia y la sociedad en su conjunto
no puede perder la orientación hacia la formación de valores.
En la realidad social existen hechos que contradicen la credibilidad de
los valores humanos universales, para lo que es necesario abrazarse fir-
memente a la tendencia progresiva de la moral que ha dado continuidad
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histórica al proceso del progreso moral, y que ha salvaguardado los valo-
res trascendentales de la dignidad humana (nacional y personal), la in-
transigencia e intolerancia ante todo tipo de dominación extranjera y la
solidaridad humana, valores capaces de cohesionar entre sí la voluntad
de los individuos, grupos sociales y clases que están conscientemente
comprometidos en llevar adelante —a toda costa, riesgos y sacrificios—
la obra del proyecto social cubano de independencia nacional, soberanía,
justicia social y elevación de la dignidad humana.
¿Cuál ha sido la posición que históricamente han asumido las sucesi-
vas generaciones de cubanos que han enfrentado períodos de desmora-
lización o crisis de los valores morales? La respuesta ante tales circuns-
tancias ha sido la de defensa y salvaguarda de los valores humanos uni-
versales que han sustentado la línea revolucionaria principal a lo largo de
nuestra historia, volver a nuestras esencias, beber en la memoria históri-
ca, buscar los valores morales que deben caracterizar la personalidad de
los jóvenes a formarse bajo estas condiciones, con un punto de referen-
cia en las raíces históricas, pero con la visión realista, objetiva y futurista
que permita mantener la continuidad del proyecto revolucionario cubano,
que en los momentos actuales está llamado a salvar las conquistas del
socialismo y donde con mayor urgencia el papel de los valores morales
debe elevarse como brújula orientadora del camino progresivo.
Lo novedoso del tema tratado está en la aplicación del enfoque de la
ética marxista leninista sobre el criterio objetivo del progreso moral, al
estudio del proceso histórico cubano, al derivar de su tendencia progresi-
va los rasgos esenciales que deben servir de fundamento a la construc-
ción de la imagen del joven que se aspira a formar, entendida esta ima-
gen como un proceso de proyecto y realidad, así como al identificar el
sistema de valores morales que deben caracterizar su actitud y conducta
en la línea de la continuidad del proceso revolucionario cubano.
Por otra parte, este tratamiento supera etapas precedentes (décadas
del 70 y el 80 ), en las que se formuló como ideal social la formación de
la personalidad comunista y se asimilaron los fundamentos de la teoría
de la educación comunista de la personalidad elaborada en los ex países
socialistas y en particular en la URSS, de una forma muy general y
abstracta. Es decir, con insuficiencias en el enfoque creativo en su intro-
ducción a la práctica, al no hacerse una contextualización de su conteni-
do a la realidad cubana y desde nuestra perspectiva histórica.
La introducción a la práctica más significativa de este trabajo es la
realizada en la investigación sobre «La formación de valores morales en
el estudio-trabajo», durante el quinquenio 1990-1995, continente de una
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elaboración teórica del tema en cuestión y una propuesta metodológica
sobre la formación de valores morales introducida experimentalmente
durante dos cursos escolares en diferentes secundarias básicas de la
capital (1993-1995), por el equipo de investigación de la Cátedra de Éti-
ca del la Universidad Pedagógica de la capital Enrique José Varona.
Otras introducciones a la práctica realizadas fueron:

z Elaboración y realización de los talleres de ética para jóvenes de tipo


participativo, «El mundo moral en que vivimos», con grupos de jóve-
nes trabajadores y estudiantes de diferentes niveles.
z Elaboración de los videos Ese sol moral y Reflexiones sobre ética y
moral, utilizados en cursos y talleres de superación de profesionales
de la educación de otros sectores y estudiantes.
z Seminarios especiales a estudiantes de quinto año de Ciencias Socia-
les sobre «El factor moral en la enseñanza de la historia de Cuba» y
sobre «Formación de valores morales en el estudio-trabajo».
z Tutorías a trabajos de diploma, de curso, de maestría y de doctorado.
z Colaboraciones con instituciones y organizaciones interesadas en in-
troducir los fundamentos teóricos y metodológicos de este trabajo en
las estrategias educativas.
z Creación de la Comisión Nacional de Ética Pedagógica del Sindicato
Nacional de la Educación, para la instrumentación del trabajo de for-
talecimiento ideológico de la conciencia y los valores morales de la
profesión en el sector.

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CAPÍTULO I
Moral y progreso
En el devenir histórico de la sociedad cubana, desde sus raíces, pue-
de apreciarse cómo la moral y ciertos valores morales son componentes
axiológicos importantes en el proceso de conformación de la identidad
nacional y cultural.
En contraposición a ciertos criterios no marxistas y posmodernos, en
cuanto a dejar sin vigencia conceptos tales como progreso, valores hu-
manos y perspectiva histórica de la humanidad, la concepción marxista
del progreso moral posibilita adentrarnos en el importante papel que tie-
ne la moral como parte de la vida espiritual e ideológica de la sociedad y
del mundo interno de los individuos.
La moral es un reflejo de las condiciones materiales en que las viven
las personas, a partir de la forma histórica en que se han relacionado, de
las actitudes y conductas en el transcurso de sus vidas, manifestadas en
forma de principios, normas, sentimientos y representaciones sobre el
bien, el mal y el deber que, en su conjunto, regulan y orientan la elección
moral y el comportamiento humano.
En la vida espiritual de la sociedad, la moral constituye un elemento
integrador que penetra las restantes formas ideológicas y valorativas de
la conciencia humana y se expresan en profundos sentimientos morales,
buenos o malos, que se manifiestan como una premisa, fundamento y fin
de la actitud y conducta que asumen los individuos ante el mundo en que
viven.
Esto está dado porque la moral es un componente de los motivos,
intereses, aspiraciones y fines del acto de conducta, el cual tiene una
determinada significación, buena o mala, dañina o beneficiosa para sí
mismo y para los demás, lo que, a su vez, provocará una reacción de
reafirmación o de rechazo que, como parte de la opinión pública, consti-
tuye un mecanismo de control y regulación moral.
La moral es un fenómeno histórico y socialmente condicionado que
está determinada por el conjunto de las relaciones sociales imperantes,
con un carácter histórico concreto y clasista.
La esencia más profunda de la existencia de la moral está en la nece-
sidad de hacer coincidir el interés individual con el interés del grupo o

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con el interés social en la conducta, para que los intereses de cada uno
no sean una interferencia en el logro de fines comunes más generales.
A esta necesidad responden las normas y principios morales (códi-
go), que unidos a los mecanismos funcionales de la conciencia moral,
realizan la regulación y autorregulación de la conducta. Esto se mani-
fiesta mediante las funciones orientadora, valorativa, cognoscitiva, nor-
mativa, educativa y de pronóstico que cumple la moral en la sociedad, en
la medida en que se revela como una fuerza espiritual e ideológica inter-
na que moviliza, estimula e impulsa las actitudes de los individuos.
Dentro de la estructura y funciones de la moral, los valores ocupan
un lugar central, como elementos que forman parte de la conciencia.
Estos valores siempre se presentan en una dicotomía y contraposición
con los antivalores, y conforman una escala a nivel social (con un carác-
ter objetivo) y en el individuo (con un carácter subjetivo).
El concepto valor moral refleja la significación social positiva, en con-
traposición al mal, de un fenómeno (hecho, acto de conducta, actitud)
que con un carácter valorativo-normativo, a nivel de la conciencia moral
(social, individual) y en forma de principios, normas, representaciones
morales, etc., orientan la actitud y conducta del hombre hacia el progre-
so moral, a la elevación del humanismo y al perfeccionamiento humano.
El valor moral es un resultado de la actividad moral, como parte de la
actividad humana, que abarca el amplio campo de las actitudes, actua-
ciones y comportamiento de los hombres, así como el proceso de educa-
ción moral de los individuos que se produce en el contexto de las relacio-
nes morales. Estas constituyen una forma específica en las relaciones
interpersonales, ya que expresan el aspecto afectivo y la sensibilidad
humana que puede existir entre los seres humanos dentro de las relacio-
nes sociales imperantes. En ellas se manifiesta la correlación de los inte-
reses personales y sociales, según el carácter de la relación
individuo-sociedad (atendiendo al concepto marxista de tipo de socialidad).
Es en la actividad moral donde se conforman los valores morales a
nivel de la conciencia moral y, a su vez, es en ella donde se objetivizan los
valores asumidos internamente mediante actuaciones concretas.
El valor moral, así entendido, es la unidad de lo objetivo y lo subjetivo,
de lo emocional y lo racional, sobre la base de necesidades y exigencias
humanas históricas concretas.
Todos estos aspectos que se expresan en el valor moral, están pene-
trados por el carácter predominante de la correlación individuo-sociedad
y por su contenido clasista. Esta es la razón por la cual los valores mora-
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les son un importante aspecto en la autoafirmación de la condición hu-
mana de los individuos, de su espiritualidad e individualidad.
Atendiendo a estos aspectos constitutivos del valor moral, puede te-
nerse en cuenta que su producción o asimilación subjetiva por los indivi-
duos de una sociedad concreta se producen sobre la base de los compo-
nentes siguientes:
• Cognitivo. Son los conocimientos que el individuo posee y que se
expresan en su concepción del mundo, en la cultura de la época y en
el conocimiento de la moral vigente en la sociedad en que vive, repre-
sentan una premisa indispensable, aunque no suficiente, para hallar el
significado y el sentido de las cosas y la asunción de determidados
valores morales.
• Afectivo-volitivo. Abarca la esfera psicológica de los sentimientos,
las emociones, la intuición, los motivos, el tesón, la firmeza y, en espe-
cial, el de la voluntad, la cual es sometida, bajo el control de la con-
ciencia moral individual, en los actos de elección de la conducta, a la
vez que responde por ella. Sólo un hecho cuya significación social
progresiva trascienda y mueva los mecanismos internos de los afec-
tos, intereses, necesidades y motivos del individuo podrá asimilarse
en su contenido objetivo como un valor moral, cuya aprehensión e
identificación con este sea capaz de movilizar la voluntad individual
en su manifestación conductual.
• Orientación ideológica. La significación social positiva de un he-
cho que reafirme el progreso moral en una sociedad dada tiene una
connotación ideológica que expresa el carácter de las relaciones indi-
viduo-sociedad y los intereses de las diferentes clases, donde predo-
minan los de la clase dominante sobre la base de la conformación
histórico social de dicho sistema de valores.
En la formación del valor moral, a nivel de la conciencia del individuo,
su posición en el sistema de las relaciones sociales imperantes matiza
la significación del contenido del valor que se asume y su correspon-
dencia o no con el sistema de los valores morales imperantes en la
sociedad.
• Vivencias y experiencia moral acumuladas. Se producen en el
trancurso de la vida y como resultado de las actitudes y conductas en
el contexto de las relaciones humanas. Sólo en la actividad moral,
como parte de la actividad humana, se puede tener vivencias y
experimentarse subjetivamente el contenido objetivo de un hecho con
una significación social, progresiva o no en la moral. A su vez, la

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actividad moral posibilita la interrelación de los componentes cognitivo,
afectivo-volitivo e ideológico en el proceso de formación interna del
valor (a nivel de la conciencia moral individual), en la medida en que
el contenido del valor se practica en las actitudes y conductas del
propio individuo en sus relaciones con los demás y en la expresión de
sus sentimientos y de sus convicciones.
En la profundización ética del proceso histórico cubano, es importan-
te apelar a la concepción del progreso moral, la cual deviene en instru-
mento metodológico conceptual para la realización del proceso de inves-
tigación.
En la concepción ético filosófica de Marx, Engels y Lenin, el progre-
so moral es una parte importante del progreso social general que refleja
los nexos esenciales, necesarios y reiterados de la tendencia ascendente
y progresiva, aunque contradictoria, del proceso de desarrollo histórico
de la moral. Esta concepción aporta un criterio objetivo para la compren-
sión del papel que desempeña la moral en la sociedad y en en el trans-
curso de su historia.
La esencia del progreso moral expresa el paso ascensional de un
sistema moral a otro superior, donde los valores morales se renuevan,
amplían y profundizan en una lucha permanente contra los vicios y
antivalores que tratan de mantener su vigencia.
Esta lucha en el campo de los valores morales es expresión de las
contradicciones socioeconómicas, políticas y de clases que tienen lugar
en la sociedad. El enfrentamiento de las fuerzas progresistas y reaccio-
narias adquiere una connotación en la moral que, en su sentido más ge-
neral, se expresa en la contraposición entre el bien y el mal, con un
carácter de clase en la lucha ideológica.
El criterio objetivo del progreso moral se realiza en la medida en que
el sistema moral social se orienta hacia la ampliación y profundización de
relaciones más solidarias y humanistas entre los hombres, hacia el bien
moral social así como hacia el perfeccionamiento humano, en corres-
pondencia con las exigencias de la época y constatadas en la actitud y
conducta individual de un determinado número de personas (relativo).
El contenido del progreso moral implica el acercamiento gradual del
interés personal con el interés social en las concepciones y conductas de
los individuos concretos, como expresión de los valores humanos univer-
sales y de sus convicciones personales.

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La correlación del interés personal y social en la moral está penetra-
da por el carácter histórico concreto de las relaciones sociales imperantes.
En este análisis, el concepto de tipo de socialidad, elaborado por Marx
en su obra Fundamentos de la Crítica de la Economía Política. Es-
bozo de 1857-1858, adquiere una relevancia metodológica, ya que ex-
presa el proceso de formación histórica del individuo como un tipo espe-
cífico de personalidad, con una forma específica de interacción de lo
individual y lo social a partir del marco socioeconómico, clasista y cultu-
ral concreto. Estos elementos son las condiciones que forman al indivi-
duo con sus determinaciones cualitativas como individualidad y determi-
nan el tipo de su interacción con la sociedad.
Este criterio es importante para penetrar y revelar el grado de
humanitarismo que se va produciendo en el sistema de relaciones socia-
les en cada etapa histórico concreta del desarrollo de la sociedad, así
como el grado de altruismo y de independencia en la autorregulación
moral, como expresión de la correlación de la necesidad-libertad.
Los tres tipos históricos de socialidad son:
1. Las relaciones de dependencia personal. Constituyen las etapas
primitivas del hombre y la sociedad; la fusión o dependencia del indi-
viduo con el colectivo al que pertenece; las etapas de sumisión y
dominio bajo la explotación, donde la persona pasa a ser objeto de
dominio parcial o total de otra. Tienen un bajo grado de humanitarismo
y poco nivel de independencia en la autorregulación moral.
2. Las relaciones de dependencia de las cosas. Están referidas a las
relaciones de los productores de mercancías bajo las condiciones del
trabajo enajenado. Existe más nivel de independencia personal en la
autorregulación moral, con predominio del individualismo respecto al
altruismo: el hombre es lobo del hombre; el humanitarismo es abs-
tracto y formal, aunque se practica como caridad hacia los desvalidos
y como sentimiento de solidaridad entre los desposeídos.
3. Las relaciones de las individualidades libres asociadas. Se crean
premisas objetivas y subjetivas para la formación de la personalidad
libre, donde el pleno desenvolvimiento de cada uno sea un aporte al
desenvolvimiento progresivo de la sociedad, sobre la base de un pro-
ceso de desenajenación del trabajo y la sociedad. Se lucha por el
humanismo real, por la autorregulación moral consciente y por la so-
lidaridad y el altruismo.
La sociedad socialista cubana, desde las posiciones de país latino-
americano y del Tercer Mundo, bajo las difíciles condiciones de un perío-
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do especial, con manifestaciones evidentes de una agudización de la enaje-
nación en el trabajo y la sociedad, está enfrascada en el perfeccionamiento
de su sistema social, en particular de la base económica y la estimulación de
sus fuerzas productivas.
Esta posición no significa renunciar a la experiencia acumulada a lo largo
de la lucha revolucionaria, de crear las condiciones materiales y objetivas
con conciencia, a partir de un crecimiento del factor subjetivo ante las nece-
sidades históricas, creando riquezas con conciencia y no a la inversa. Por
esta razón, aunque no vivamos en una sociedad comunista, libre de enajena-
ción, ni de individuos libres asociados, en la significación estricta del término,
que es un ideal al cual no se ha renunciado y por el que se sigue luchando,
según las realidades y posibilidades de la época, se mantiene una voluntad
política por hacer cada vez más patente la realización del humanismo y la
autorregulación moral consciente de los individuos como uno de los factores
decisivos para el logro de la construcción de la nueva sociedad, a tenor con
el proyecto social socialista de la Revolución cubana.
El progreso moral expresa el acercamiento gradual que se logra entre el
interés individual y el interés social a partir del sistema de regulación moral
social e individual, escala de valores asociada a lo político, jurídico, moral,
estético, religioso, etc., por lo que se establece una relación dialéctica entre el
interés social, que se manifiesta en diferentes niveles de generalidad, hasta
llegar al interés individual, y viceversa, como se ilustra en la figura 1.

INTERÉS SOCIAL

Interés humano
REGULACIÓN Interés nacional El acercamiento de
MORAL: lo individual
Intereses de clase
Se concreta a a lo social puede ser
través de la Interés del grupo consciente
correlación o sector social o formal.
de estos intereses: Interés del colectivo
Interés de la familia

INTERÉS DEL INDIVIDUO

Figura 1. Forma en que se expresa el progreso moral.

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La regulación moral se vale de una serie de mecanismos y diversas
funciones de la moral para hacer coincidir el interés personal con el interés
social, que opera de forma interna en el individuo o externa a nivel social.
Este acercamiento puede producirse conscientemente, por haber asi-
milado determinadas normas o valores vigentes como expresión de las
convicciones personales, lo que hace más plena y auténtica la actuación
del individuo, o formalmente, sin que exista la concientización, para cubrir
las expectativas de la imagen pública, etc., lo cual abre el espacio para la
aparición de la doble moral, que tiene diversas formas de manifestarse,
como es la contraposición entre la moral oficial y la moral real, entre la
imagen pública y la imagen privada, entre lo que se dice y se piensa, entre
lo que se piensa y se hace, entre lo que se dice y se hace, etcétera.
De ahí la importancia de una efectiva educación moral en la sociedad y
en la escuela, a la que no contribuyen el formalismo, el dogmatismo, el
esquematismo, la burocracia, el autoritarismo, la falta de ejemplaridad, los
malos métodos de dirección, entre otros males. Este proceso educativo no
es espontáneo. Es difícil lograrlo, sobre todo en condiciones sociales de
carencias materiales y lucha ideológica, donde se pone a prueba la
autorregulación moral y coexisten el individualismo, el egoísmo, el lucro
personal, la corrupción y la degradación moral de la ideología burguesa.
La eliminación de las diferencias cardinales que puedan existir entre
estos intereses a partir, incluso, del tipo o carácter de las relaciones
individuo-sociedad, se da en la moral por el carácter integrador que tienen
los valores, cuyo nivel de profundidad y amplitud puede corresponderse
con los valores humanos universales que, en relación con lo clasista, tien-
den a dar una orientación progresiva al desarrollo histórico de la humani-
dad.
Lo humano universal expresa los intereses humanos generales que res-
ponden a la humanidad como sistema social íntegro, sobre la base del
desarrollo de la internacionalización de las relaciones sociales, según plan-
tea José Ramón Fabelo Corzo, por lo que, aunque los valores humanos
universales abarcan todos aquellos fenómenos que tienen una significa-
ción positiva para el desarrollo progresivo de la humanidad, estos se expre-
san a través de grupos, clases y naciones que los asumen con el prisma de
su particularidad histórica y cultural concreta.
Los valores morales humanos universales responden a esta dialéctica.
Abarcan los fenómenos que tienen una significación positiva para el pro-
greso y perfeccionamiento moral de la humanidad que, por responder a
intereses que van más allá de los de los grupos sociales, clases y nacio-
nes, sólo se manifiestan mediante estos tipos de intereses y grupos
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humanos, de forma diferente y con distintos grados de generalidad, lo que
incide en que la asunción de estos valores pueda coincidir o no con su
contenido objetivo.
Los valores morales humanos universales los conforman sencillas nor-
mas, reglas básicas de la convivencia humana, tales como la sensibilidad
humana, la compasión, la ayuda, la generosidad, la sinceridad, la sencillez,
la modestia, la cortesía, el respeto mutuo, la censura a la traición, etc. A los
valores morales humanos universales se asocian las formas psicológicas
generales de las vivencias morales, los mecanismos psicológicos de la
autorregulación moral, la emoción, los sentimientos, la intuición, la ver-
güenza, etc., así como el aporte positivo a la experiencia moral humana
que han tenido la noción de la dignidad humana, la solidaridad, la intoleran-
cia a la humillación, a la opresión, que juegan el papel de ideales morales y
movilizan las acciones de los hombres hacia el logro de su realización.
El progreso moral como ley objetiva de la moral se interrelaciona con
las restantes leyes del desarrollo histórico de la sociedad, lo que se concre-
ta en la manifestación de regularidades generales e indicadores más espe-
cíficos. En este sentido, la concepción ética del progreso moral adquiere
una significación metodológica que permite adentrarnos en el contenido
moral del proceso histórico cubano, para revelar el lugar y papel que la
moral y los valores morales tienen en este y la caracterización del cuadro
moral en que se da la correlación de las tendencias progresivas y regresi-
vas en cada período histórico señalado.

Regularidades del progreso moral


Estas consisten en:
z El acercamiento progresivo del contenido clasista y humano
universal en la moral. Se expresa como una tendencia en la orien-
tación hacia el logro de los valores morales humanos universales.
Esta regularidad tiene su fuente objetiva en el proceso de la lucha de
clases como fuerza motriz del desarrollo histórico de la humanidad.
z El papel creciente del factor moral en la sociedad. Es la manifes-
tación de una parte importante dentro de la ley general del papel
creciente del factor subjetivo en el devenir histórico de la sociedad.
z La moral actúa como factor de perfeccionamiento de la personali-
dad. Dada las especificidades del reflejo moral de la realidad, en su

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contenido cognitivo-valorativo, se destaca el carácter deontologizador
e idealizador de la conciencia moral, cuya dialéctica expresada en la
tríada gnoseológica del ser moral, el deber ser y el ideal moral, es
movida por el espíritu crítico y autocrítico como otro rasgo caracte-
rístico de este reflejo, dada la insatisfacción que permanentemente
los individuos sienten por los niveles de moralidad alcanzados, y son
orientados en su actividad moral en la búsqueda del perfeccionamiento
humano y el logro de determinadas virtudes y valores personales cada
vez más elevados.
z El incremento de la educación moral. Toda reproducción de un
sistema moral social, e incluso el cambio de uno por otro, tiene en su
base el proceso constante de la educación moral, que se desarrolla
por la vía de la educación indirecta, espontánea, a través del sistema
de influencias sociales o por la vía de la educación directa, por medio
de las instituciones destinadas y las personas preparadas con este fin,
de forma prevista y orientada. El incremento de la educación moral
en el seno de la socieded tiene su fuente objetiva en el desarrollo
gradual de las fuerzas productivas, la ciencia, la técnica y la tecnolo-
gía en el desarrollo histórico de la humanidad.

Indicadores del progreso moral


Expresan el grado de profundidad y amplitud de manifestación de la
moral en la sociedad, a la vez que desempeñan un papel cognoscitivo e
informativo al revelar lo cualitativo y los rasgos característicos de la
moral en un período determinado del desarrollo histórico concreto de la
sociedad. Estos son:
1. El aumento de las posibilidades de la moral para influir positivamente
en el proceso de liberación social y en el perfeccionamiento espiritual
del individuo como sujeto moral.
2. La ampliación de la esfera de aplicación moral en la vida social como
regulador.
3. El perfeccionamiento de las estructuras y funciones de la conciencia
moral, social e individual.
4. El aumento de las posibilidades objetivas y de las capacidades subjeti-
vas de la elección moral cada vez más libre.
5. El desarrollo de la teoría ética.

19
6. El aumento de las posibilidades y condiciones de la moral en su fun-
ción educativa.
7. La ampliación y el desarrollo de la moral profesional.
8. La elaboración de códigos éticos profesionales.
9. El aumento del papel valorativo de la moral ante el avance de la
ciencia, la técnica, la tecnología y los problemas globales del mundo
contemporáneo.
La formulación general de estos indicadores, elaborados por el autor
marxista A. I. Titarenko, posibilita analizar y valorar las proyecciones
ideológicas del pensamiento y las actitudes de los individuos, grupos, sec-
tores o clases, dentro de la esfera de la moral en diferentes momentos
históricos concretos del desarrollo de una sociedad, lo que resulta más
apropiado para el estudio de la moralidad histórica, a diferencia de otros
indicadores más específicos válidos sólo para caracterizar los rasgos del
progreso moral en un tipo determinado de sociedad.
El enfoque metodológico del progreso moral en el estudio del proceso
histórico cubano permite adentrarnos en el contenido del factor moral,
sobre la base de encontrar el justo lugar que ha tenido la moral dentro de
determinados períodos y en la trama de ciertos acontecimientos históri-
cos significativos. Para la realización del trabajo investigativo se ha con-
cebido una periodización que abarca las etapas siguientes:
z Cuba bajo la dominación colonial española (antecedentes): 1820-1898.
z Cuba en las condiciones de neocolonia yanqui: 1898-1958.
z La Revolución cubana en el poder: 1959.
Otra importancia metodológica a destacar sobre el empleo del enfo-
que ético filosófico del progreso moral en esta investigación está asocia-
da a la significación que Zaira Rodríguez Ugidos diera a la necesidad de
«tratarse el problema del valor en la esfera del objeto de la ciencia, esto
es, como un componente cognoscitivo-teórico de sus contenidos»1 , y el
reconocimiento de «abordar el problema de los valores como medios o
procedimientos de investigación científica, es decir, el carácter teórico-
científico del enfoque valorativo».2 En este sentido el estudio de la mo-
ralidad histórica cubana a partir del criterio del progreso moral, enrique-
ce las aristas del análisis histórico-lógico de dicho proceso.

1
Zaira Rodríguez Ugidos, Filosofía, ciencia y valor, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1985, p. 56.
2
Ibídem, p. 57.

20
CAPÍTULO II
Los valores morales
en el proceso histórico cubano

Cuba bajo la dominacion colonial española (1820-


1898)
Antecedentes

En la Cuba del siglo XV y principios del XVI, es reconocido por historia-


dores y observadores de la época, así como por arqueólogos, antropólogos,
etnólogos e historiadores cubanos, la existencia de pobladores aboríge-
nes, que con ciertas diferencias en el estatus de su desarrollo, se asenta-
ban en diferentes zonas de la isla, principalmente en la región oriental.
Por su aspecto y la forma de organización social de sus comunidades,
los indocubanos se encontraban en el nivel del paleolítico superior co-
rrespondiente al homo sapiens. Procedían de un mismo tronco
etnolingüístico, de la familia de los aruacos, emigrados de la América del
Sur, de la zona del río Orinoco de la actual región de Venezuela.
Los siboneyes, preagroalfareros, y los taínos, con una cultura
agroalfarera, se comunicaban entre sí con un lenguaje común y no se
reconoce la existencia de formas de explotación en sus relaciones.
Los indocubanos habitaban en bohíos que formaban caseríos o
aldeas, distantes unas de otras. Su organización social, basada en la
forma gentilicio-tribal de la familia, tenía un carácter matrilineal en
tránsito a lo patriarcal. El incesto estaba prohibido y sancionado en
sus costumbres y normas morales. Los enlaces matrimoniales aún
relativos, debían efectuarse entre miembros de diferentes familias,
fuera de la comunidad o aldea.
Las condiciones de su producción y economía, la que quizás aportaba
algún excedente de producción, determinaba la propia forma de su orga-
nización, en la cual era predominante el significado de la colectividad, en
relación con el individuo aislado o de una familia en específico. De esta
forma, el principal esfuerzo que desplegaba la colectividad económica
21
estaba encaminado a la búsqueda en común del sustento colectivo y su
distribución equitativa, según las necesidades, como un elemental sentido
de la justicia.
En correspondencia con esto, existía una división social no sólo en el
trabajo, sino también en la estructura jerárquica de la comunidad según las
funciones, dentro de la que se encontraban el cacique o jefe del grupo, el
behíque o sacerdote y el consejo de ancianos, entre los cuales se compar-
tía la autoridad y a los que todos debían respeto y obediencia.
El cacique era el máximo responsable de salvaguardar los derechos y
deberes del colectivo. Además, dirigía las acciones productivas, distribuía
los bienes de consumo e interfería en los problemas que pudieran surgir en
las relaciones personales y encabezaba las fiestas y cultos religiosos.
Este tipo de organización no política de los indocubanos se erigía sobre
la base de una regulación a partir de los elementos sincréticos que confor-
maban la conciencia de estos aborígenes, dados en una fuerte fusión entre
los elementos de la religión y el arte, penetrados por la moral, lo que en su
conjunto se manifestaba en las expresiones religioso-artísticas de sus ritos,
cultos y arte rupestre, así como en sus normas y costumbres, todo cohe-
rentemente armónico, como sus condiciones materiales de vida. Todo ello
permite caracterizar la moral de los indocubanos como una forma tempra-
na o inicial de su manifestación, aunque fundamental para la regulación de
la convivencia de estos grupos humanos.
El sentido del bien y el mal, de la justicia; el distribuir o compartir entre
todos los bienes de que disponían; el respeto y la obediencia según las
funciones y la jerarquía de los miembros de la tribu; el sentido de la digni-
dad, en cuanto a la consideración y estima de cada uno según su posición
(división natural y social del trabajo); el sentido de pertenencia y fidelidad
al grupo consanguíneo; los deberes y responsabilidades a asumir por cada
uno y ante su grupo, entre otras, son representaciones morales que subyacen
en las costumbres y normas que encauzan la forma de organización y
dirección de los procesos de la actividad económica y de la vida cotidiana
de este tipo de comunidad.

La Colonia

Con la irrupción de Cristobal Colón después de la llegada a la mayor


de las Antillas en 1492, y con el proceso de iniciación de la conquista,
puede decirse que los indocubanos fueron capaces de convertir su
22
pacífico espíritu y benevolente carácter, en una actitud de resistencia
que asumieron sin tradición o antecedente alguno, desprovistos de arma-
mentos para su defensa, carentes de estrategia y organización, las que
tuvieron que improvisar a partir del arribo del indio Hatuey que huía de
Santo Domingo, y que alertara a los indocubanos de lo que les esperaba
con la entrada de los «extraños seres», los españoles, a estas tierras.
Los conquistadores españoles realizaron la represión para pacificar
la resistencia que ofrecieron los indocubanos. El indio Hatuey fue captu-
rado y quemado vivo en la hoguera para purificar su alma.
Cuenta la anécdota histórica que, ante el ofrecimiento de los españo-
les de la posibilidad de hacerse cristiano antes de morir y que así su alma
se elevara al cielo, Hatuey rechazó esta propuesta para no tener que
encontrarse nunca más con los conquistadores. Ello apunta hacia un
sentido moral de rebeldía y de dignidad humana, cuando se trata de la
imposición oprobiosa del poder de unos hombres sobre otros, desde la
perspectiva de sus condiciones de vida.
Sofocada la resistencia en la zona oriental, después de dos años, en
1512, Diego Velázquez funda la primera villa en la región conocida hoy
por Baracoa.
En la Isla, el inhumano sistema de encomiendas al que fueron someti-
dos los indocubanos, trocado en una esclavitud de trabajo forzado, con-
dujo a su exterminio masivo. Muy temprano fueron sustituidos por los
negros arrancados de África y traídos como esclavos a tierras cubanas.
A fines del siglo XVI nace la industria azucarera en Cuba, lo que provoca
el incremento de la entrada de esclavos africanos.
La moralidad que impera en la Isla es la que traen los conquistadores
y colonizadores españoles, que refrendaba los desmanes y desafueros
del vil sistema esclavista de explotación y el sentimiento de desarraigo,
penalidades e ignominiosa vida de los negros del barracón.
Durante la primera etapa de la Cuba colonial, que se inicia hacia 1515
y abarca los siglos XVI, XVII, y hasta finales del siglo XVIII, se lleva a cabo
un proceso gradual de formación de lo criollo, como resultado de la
transculturación1 y el mestizaje que se produce entre los elementos
étnicos, lingüísticos y socioculturales, principalmente entre lo español, lo
indio y lo negro, que arroja una descendencia en suelo cubano con deter-
minadas características propias, aunque todavía algunos se sintieran es-
pañoles y otros asumieran como una obligación su obediencia al gobier-
no del régimen colonial español.
1
Término elaborado por el ilustre antropólogo Fernando Ortiz, en 1940, para referirse
al complejo proceso de conformación de la cubanía.

23
Esto evidencia el hecho de que aún no existía del todo la formación del
sentido de pertenencia al suelo común, ni sus aspiraciones eran lo sufi-
cientemente fuertes para que los unieran entre sí frente a España y se
distinguieran como una comunidad con una identidad propia con respecto
a la metrópoli. Aún no se había fraguado la nueva nacionalidad. Sin em-
bargo, ya existían elementos para la consecución ulterior de este proceso.
En la segunda mitad del siglo XVI existían en Cuba nueve villas: Baracoa
(1512), Bayamo (1513), Trinidad, Sancti Spíritus, San Cristóbal de La Ha-
bana (1514), Puerto Príncipe y Santiago de Cuba (1515), Guanabacoa y
Remedios (segunda mitad del siglo). En ellas existía un desarrollo desigual,
pues España centraba su atención en La Habana, la cual fortificó para
protegerla de los ataques de corsarios y piratas, así como garantizó el paso
lo más seguro posible del sistema de flotas creado a tales efectos. Esto
repercute en el lento desarrollo cultural en el interior de las villas de la Isla,
y en la corrupción y desmoralización que caracterizó a la villa habanera,
hecho al que se refiere el historiador Sergio Aguirre:
Los integrantes de las flotas bajaban a tierra y no tenían nada en que
ocuparse. Generalmente pasaban el tiempo jugando, bebiendo o faltando
el respeto a las mujeres. Se establecieron prácticas de indisciplinas y las
peleas resultaban frecuentísimas, con dramáticas consecuencias, a ve-
ces de muertos y heridos. Por otra parte, hombres y mujeres del mal vivir
que venían en las naves se ocultaban para no continuar viaje a España, a
veces eran delincuentes castigados que escapaban al campo y se con-
vertían en preocupación para las autoridades de la Isla.
Pronto La Habana del siglo XVI tuvo una fama malísima. La de ser uno de
los puertos del planeta con más desenfrenada corrupción moral.2
Durante todo el siglo XVII y la primera mitad del XVIII, aunque de forma
lenta, se produce una evolución económica a través del contrabando,
oportunidades de comercio legal con los franceses y se mantenían las
esferas de la producción del tabaco, el azúcar y la cría de ganado.
De 1700 a 1762 existe un alumbramiento en la cultura, sobre todo en
La Habana. Aparecen escuelas primarias y de enseñanza superior, se
introduce la imprenta (1723) y surgen los primeros poetas criollos. Este
impulso se aceleró con posterioridad a la Toma de La Habana por los
Ingleses (1762-1763). El reinado de Carlos III en España y su política
del despotismo ilustrado repercutieron favorablemente en la Isla. Entre
los beneficios que esta nueva política aportó se destacan las reformas
progresistas que alentaron el florecimiento cultural.
2
Sergio Aguirre, Historia de Cuba 1492-1790, t. I, Editora Pedagógica, La Habana,
1964, pp. 106-7.
24
Es necesario destacar que la resistencia ofrecida a los ingleses, ante el
ataque sorpresivo a La Habana, estuvo protagonizada por los nacidos en la
Isla, que dieron las primeras muestras de un sentimiento nacional en la
solidaridad y dignidad desplegadas, en la actitud de defender el suelo co-
mún, concretada en valerosas actuaciones, como el de José Antonio Gómez,
Pepe Antonio, regidor de la villa de Guanabacoa, que dirigió las milicias de
campesinos en una ejemplar resistencia, ante el retiro del frente del coro-
nel español designado para impedir el desembarco de las tropas inglesas.
Otro ejemplo de esta actitud asumida por los criollos fue el del coro-
nel Ruiz de Aguiar, quien ofreció fuerte resistencia y se negó a firmar la
capitulación para intentar recuperar el territorio ocupado por los invaso-
res.
A este momento significativo le antecedieron los reiterados ataques
de que fue objeto la Isla durante los siglos XVI, XVII y XVIII por las fuerzas
navales de los países que entraban en guerra contra España, así como
los constantes ataques de corsarios y piratas, que provocaban una reac-
ción de unión entre los pobladores de los diferentes territorios de la Isla
para defenderse y resistir. Este proceso tuvo su gradual aporte a la for-
mación de un sentimiento y de una conciencia nacional.
Otros acontecimientos internacionales repercutieron favorablemente
en esta etapa, como fueron la Guerra de Independencia de las Trece
Colonias de Norteamérica, la Revolución industrial inglesa y la Revolu-
ción francesa.
Este contexto socioeconómico y cultural incide en el proceso de con-
formación de la cubanía y del sentimiento de pertenencia y arraigo de los
nacidos en la Isla, aunque con diferentes matices según la posición obje-
tiva social y de clase, todo lo que redunda en la formación de sentimien-
tos morales inherentes a este grupo que comienza a tener una concien-
cia de la cubanía como nacionalidad, lo cual se proyectará a partir de la
manifestación de las corrientes ideológicas de finales del siglo XVIII (1790),
y en la primera mitad del siglo XIX.
Cabe señalar aquí las palabras de don Fernando Ortiz en la evalua-
ción de este complejo proceso:
Los negros debieron sentir, no con más intensidad pero quizás más pron-
to que los blancos, la emoción y la conciencia de la cubanía. Fueron muy
raros los casos de retorno de negros al África. El negro africano tuvo que
perder muy pronto la esperanza de volver a sus lares y en su nostalgia no
pudo pensar en una repatriación como retiro al acabar la vida. El negro
criollo jamás pensó en ser sino cubano. El blanco poblador, en cambio,
aún antes de arribar a Cuba, ya pensaba en su regreso, si vino fue para
25
regresar rico, quizás ennoblecido por gracia real. El mismo blanco criollo
tenía por sus padres y familiares conexiones con la península y se sintió
por mucho tiempo ligado a ellos como un español insular.3
La cubanía se fue gestando entre los criollos negros, mulatos y blan-
cos sin fortuna, entre los que se conformó una conciencia que se expre-
sará en un sentido de arraigo al suelo común que los viera nacer, así
como en la voluntad de hacerse distinguir y reconocer como cubanos,
sobre todo ante lo español.
Este proceso raigal de la nacionalidad, desde adentro y abajo de la
población criolla, tuvo la incidencia de los factores económicos y
socioculturales que condicionaron la conformación gradual de la con-
ciencia nacional, la cual tuvo su momento importante de concreción en la
medida en que los hacendados criollos pudieron delimitar y expresar sus
intereses económicos, sociales y políticos frente a España, bajo las in-
fluencias ideológicas progresistas de las luchas de independencia en Amé-
rica Latina, la independencia de Norteamérica y la Revolución francesa.
Sólo hasta estos momentos no puede hablarse consecuentemente de
una moralidad, también nueva, que se proyectará no sólo en las costum-
bres y normas practicables en los hábitos de las nacientes familias cuba-
nas, sino en las representaciones del deber ser que contribuyen al impul-
so del proceso de transformaciones y el nacimiento de lo cubano, así
como de las representaciones de un ideal moral social de lo cubano, que
orienta la proyección de un pensamiento ético filosófico que se desarro-
lla en la época colonial cubana a finales del siglo XVIII e inicios del XIX.
En la tendencia progresiva de la moral se destaca la sistematización
de un pensamiento ético referido a la liberación nacional cubana del siglo
XIX, según Armando Chávez Antúnez, proyectada en la tendencia más
3
Fernando Ortiz. Los negros esclavos. La Habana, 1916, pp. 64-5. Al respecto dice
Ortiz: «Nativos blancos de Cuba fueron en ultramuros generales, almirantes, obispos
y potentados... y hasta hubo catedráticos habaneros en la Universidad de Salamanca.
Nada de eso pudo lograr ni apetecer el criollo negro, ni siquiera el mulato, salvo los
pocos casos de hijos pardos de nobles blancos, que obtuvieron privilegios de pase
transracial y real cédula de blancura. En la capa baja de los blancos desheredados y sin
privilegios también debió chispear la cubanía, que es conciencia, voluntad y raíz de
patria, surgió primero entre las gentes aquí nacidas y crecidas, sin retorno ni retiro,
con el alma arraigada a la tierra. La cubanía fue brotada desde abajo y no llovida
desde arriba. Hubo que llegar al ocaso del siglo XVIII y al otro del XIX, para que los
requerimientos económicos de esta sociedad, ansiosa de intercambio libre con los
demás pueblos, hicieran que la clase hacendada adquiriera conciencia de sus discrepancias
geográficas, económicas y con la península y oyera con agrado, aún entonces pecaminoso,
las tentaciones de patria, libertad y democracia que nos venían de Norteamérica
independiente y de Francia revolucionaria.»
26
revolucionaria que delinearon las figuras de los padres José Agustín Caba-
llero (1762-1835) y Félix Varela (1787-1853), de José de la Luz y Caballe-
ro (1800-1862) y de José Martí (1853-1895).
En la obra (pensamiento y acción) de los representantes de la ilustra-
ción cubana del siglo XIX, se formularon los conceptos esenciales que ex-
presaban el proceso de conformación de la nacionalidad como cubanía y
de la formación gradual de la conciencia nacional cubana. Los valores
contenidos en estos conceptos expresaban los intereses ideológicos de
carácter político y moral, aunque estuvieran expresados desde las posicio-
nes de una concepción ya sea religiosa, filosófica o estético artística.
Dentro de estos valores se destacan el sentido de la patria y el patriotis-
mo, el amor a la independencia de Cuba y a la soberanía, la justicia social
y la unidad nacional, los que se alzaron como ideales sociales enarbolados
en la necesaria y justa contienda bélica contra la dominación española,
donde se comenzará a fraguar el proyecto revolucionario cubano.
El contenido moral de los valores que conforman la nacionalidad y la
conciencia nacional lo aportaron valores esenciales como la dignidad hu-
mana, en su sentido universal, nacional y personal, la intolerancia e intran-
sigencia ante la dominación española y la solidaridad humana, en el sentido
de la necesaria cohesión entre individuos y grupos de diferentes sectores y
clases para la lucha por el logro de dichos ideales.
Esta trilogía de valores morales está asociada a un conjunto dentro del
cual el deber moral ocupa un lugar jerárquico, al expresar el imperativo
histórico de subordinar el interés individual al interés social de la patria, de
la nación cubana, en la lucha afanosa de los cubanos por su reconocimien-
to y validez ante España y el mundo. Esto requería de virtudes como el
sacrificio personal, el altruismo, la capacidad de resistir en condiciones
muy adversas y precarias, entre otras.
Esta tendencia progresiva y revolucionaria de la moral se abrió paso en
lucha contra las posiciones conservadoras y hasta reaccionarias, como en
los casos del anexionismo y el autonomismo tardío, en vísperas del estalli-
do de la gesta independentista de 1868.
En 1819 aparece la formulación del sentido de la patria y el sentimiento
del patriotismo en la obra de Félix Varela Miscelánea filosófica. Sus
artículos publicados desde el exilio en Estados Unidos, en el papel político,
científico y literario El Habanero, fundado por él desde 1824-1825, cons-
tituyeron un aporte esencial a la formación del espíritu nacional y al com-
promiso moral de los buenos y verdaderos cubanos por hacer realidad la
voluntad de la independencia de Cuba con una revolución que le compe-
tía al propio esfuerzo de los cubanos.
27
Para ello era necesario renunciar al arraigo a los calculadores intere-
ses económicos y a las riquezas acumuladas por unos cuantos cubanos,
rechazando enérgicamente las posiciones conservadoras, que se trocaban
en reaccionarias y en un freno de la auténtica posición revolucionaria
ante el problema nacional. Sus Cartas a Elpidio, en 1835-1838, fueron
el legado de su pensamiento hacia las nuevas generaciones de cubanos,
con la esperanza de que asumieran un compromiso moral ante la revolu-
ción cubana por la independencia y prosperidad de la patria.
La Polémica Filosófica, desarrollada en torno a la Ideología, moral
religiosa y moral utilitaria, de 1838-1840, presidida por José de la Luz y
Caballero y otros destacados filósofos cubanos de la época, marcó un
importante hito en las pautas de las concepciones éticas y de las normas
y costumbres morales. En ella se esclareció el sentido en que los pensa-
dores cubanos asimilaban las ideas éticas del utilitarismo y el interés bien
entendido de la ilustración francesa del siglo XVIII, al considerar el deber
como principio de toda moral, despojado de su carácter general abstrac-
to, en la medida en que se conjuga con el principio de la utilidad, despo-
jado, a su vez, de todo cálculo frío de las acciones y vileza en las inten-
ciones morales de los operantes.
El deber moral se consideraba, por los defensores del principio utilita-
rio, estrechamente unido al sentido de la justicia, al bienestar social y la
felicidad, en la medida en que un hecho o acción representara un bien,
sobre la base de la utilidad y el beneficio común.
Esta posición progresista de los filósofos cubanos respecto al enten-
dimiento del principio utilitario y su vinculación con el principio del deber
en la moral, sí tenía en cuenta la correlación entre el fin y la selección de
los medios para su realización, así como las intenciones que mueven las
acciones de los individuos para catalogarlas como buenas o malas, justas
e injustas. De esta forma, el deber moral no sólo se entendía como deon-
tología, sino como una forma práctica y objetiva para la observancia de
las acciones humanas en el terreno de la moral, donde lo racional y lo
sensorial-emocional confluyen.
Esta polémica arrojó luz sobre el contenido de los valores del deber, la
justicia y la felicidad en su orientación hacia la prosperidad de la patria y
el perfeccionamiento del individuo. A su vez, contribuyó a conformar las
representaciones del deber ser y el ideal moral para el accionar educati-
vo y las normas morales de la época.
Dentro de las cualidades morales que se promovían en la formación
de los jóvenes que realizaban estudios, se encontraban la conciencia de
los deberes y compromisos para enaltecer a la patria y corresponder a
28
sus elevadas exigencias, la decencia y urbanidad en la compostura y el
porte, el decoro y la honradez en las acciones, el desempeño unido de la
sabiduría y la limpieza moral de los corazones en favor de la verdad y la
justicia.
Esta concepción no quedó en la proyección ideal de la época, sino
que se realizó como parte del ser moral, en la formación de una genera-
ción de jóvenes, discípulos de José de la Luz, que ante el estallido de la
lucha independentista de 1868 se unieron a la causa y muchos de ellos
engrosaron las filas del ejército mambí.
El tratamiento más elevado y maduro que tuvo la concepción de la
patria y el patriotismo lo encontramos en la obra de José Martí, desde su
primera pieza de teatro, Abdala, escrita a los 16 años, hasta su defini-
ción en el artículo «La República española ante la Revolución cubana»,
escrito en 1873. Esto está unido coherentemente a la concepción de la
independencia de Cuba y a la elaboración de una estrategia para la organi-
zación y dirección del obrar y de la voluntad de los cubanos para encau-
zar su logro, que se concretó en la concepción que animó la creación del
Partido Revolucionario Cubano, en 1892, como elemento central dentro
del proyecto martiano.
El contenido moral de este proyecto se asentaba en los valores de la
dignidad plena del hombre como el primer bien, como la ley de leyes que
concibió, y que debía regir en la futura República independiente, al con-
siderar la igualdad y el valor de los hombres como única raza humana,
merecedora de una consideración y respeto, sobre todo a partir de sus
actitudes ante el mundo, diferenciándose los que aman y construyen, de
los que odian y destruyen.
Esta dimensión del hombre, bajo la perspectiva del humanismo
martiano, asocia entre sí los valores de la libertad humana, el decoro, la
honradez y la honestidad, el antirracismo y la justicia social, concretados
en acciones que se orientan hacia el deber ante todas las obligaciones
que el hombre y la mujer contraen en sus vidas para ser cultos, trabaja-
dores, buen padre o madre de familia, amistosos, pero en primer orden,
ante la patria.
La proyección del pensamiento cubano revolucionario del pasado si-
glo XIX estuvo dirigida hacia la finalidad de incidir en la transformación de
una enseñanza escolástica en una enseñanza científica, y de transformar
las condiciones socioeconómicas y políticas del statu quo de colonia al
de liberación e independencia, justicia social y dignidad humana. Todo lo
anterior apunta hacia la ampliación del papel de la moral en las diferen-
tes esferas de la realidad de la Cuba colonial, como elemento regulador,
29
orientador y valorativo de acciones de compromiso con la realidad históri-
ca y de lucha constante por la realización de tales valores. Estos indicadores
progresivos se abrieron paso a través de los males morales que engendra-
ba el sistema colonial español en la sociedad cubana.
El estado de ilegalidad que se daba en los comercios de La Habana,
por la afluencia de barcos mercantes que entraban y salían de su puerto,
casas en las que se establecía todo tipo de ventas y compras, juegos y
fiestas que fueron objeto de prohibiciones por el Gobernador General de la
Isla, y que más de una vez fueron burladas, hizo que se entronizara la
costumbre de obrar fuera de la legalidad o tomándola muy poco en serio.
A este fenómeno está asociada la indisciplina como un mal que en sus
raíces históricas más profundas encuentra el rechazo a una férrea discipli-
na colonial impuesta que limitaba y laceraba las libertades del cubano, y
que como tales reclamaban y sentían el derecho de poder disfrutarlas.
Por otra parte, en el sentido laboral de la disciplina, referida al caso de
los cubanos libres que trabajaban para el colonizador español, se estable-
cía una relación paternalista patrón-trabajador, donde los límites de la dis-
ciplina eran movibles, lo que daba un grado de relatividad a la concepción
de aquella, en la que el cubano a su vez generaba la manera de utilizar y
aprovechar para sí todo tipo de ventajas u oportunidades que esta relación
pudiera ofrecerle.
En relación con el problema laboral, no dejaron de estar presentes los
males que en una sociedad colonizada, basada en el trabajo esclavo, traje-
ra consigo una concepción tergiversada acerca del verdadero lugar y pa-
pel que el trabajo tiene en la vida del hombre, por lo que se desarrolló una
actitud hostil y de rechazo a la actividad laboral.
En el análisis de la obra de José A. Saco Memoria sobre la vagancia
en la isla de Cuba,4 escrita en 1830 y publicada en 1832, entre otras, deja
al descubierto entre líneas una denuncia a la situación del régimen colonial
español, en el orden de lo social, de la educación y del sistema político.
Aun con la lógica de su enfoque y posiciones asumidas en la época, que
4
Al decir de Rafael Estenger, prologuista de la edición de 1946, las memorias de la
vagancia en Cuba llegó a significar un proyecto subversivo, a pesar de que indicara las
lacras sociales de la época, pero que no impugna de forma directa a los que gobernaban.
De ahí su autorización a publicarse por el propio capitán general Francisco Dionisio
Vives. Sin embargo, bajo el general Tacón, esta literatura, entre otros del mismo período,
y la influencia reconocida de Saco sobre la juventud habanera le hacen ganar la condena
al destierro en julio de 1834, donde según la consideración de Ramiro Guerra «más
tarde o más temprano, habría tenido que producirse, porque la obra de Saco era
incompatible con el sistema colonial».
30
aunque no formara parte de la línea del pensamiento más radical que se
proyectara en el siglo XIX, aportó una caracterización lo más fiel posible de
los males morales, los vicios y la corrupción que se vivían en la Isla.
Saco exigió en ese trabajo «medidas practicables», algunas de las cua-
les convergían en el desempeño de la educación, coincidentes con la posi-
ción del filósofo y pedagogo José de la Luz y Caballero, coetáneo y amigo
de Saco. Ambos tenían fe y confianza de que en el papel de la educación
se encontraba una de las armas y vías certeras de contrarrestar los vicios
e imperfecciones morales de la realidad colonial cubana de entonces.
En esta obra, Saco hace una reflexión sobre la concepción del trabajo
y señala que la causa fundamental de la vagancia son los juegos amplia-
mente practicados en la época, a los que señala como un vicio o mal per-
nicioso que arruina a la familia y que conduce a múltiples calamidades y
penalidades, y constituyen un mal ejemplo y una influencia negativa en la
educación de los hijos en el seno familiar.
El trabajo —dice Saco— es una virtud que solamente se practica, o por el
placer que experimenta el espíritu, o por los recursos que proporciona
para satisfacer las necesidades de la vida [...] El artesano y el jornalero
que empiezan su tarea desde que raya el día, y sufriendo privaciones y
angustias, no las acaban hasta que se pone el sol, no pueden continuar
un género de vida tan trabajoso, sino instigados del hambre y desnudez.
Así es que siempre están dispuestos a trocar su condición presente por
otra que a sus ojos sea más fácil y llevadera. ¿Y no es bastante seductora
la del juego de lotería? La idea sola de que divertidos, y sin exponerse a
ninguna pena legal, pueden ganar diez o veinte pesos en el corto espacio
de cinco minutos, es suficiente para entibiar en unos el amor al trabajo, e
inspirar a otros el odio a esta virtud.5
Queda explícito en estas palabras en qué medida las condiciones del
trabajo explotador, enajenado, y que encierra además las profundas hue-
llas de las diferencias sociales, discriminaciones e injusticias entre los
individuos, generan posiciones morales negativas ante el trabajo.
Siendo un hombre de su época marcado por las propias limitaciones y
los defectos engendrados por la sociedad colonial en la que le tocó vivir,
sin poder superarlos, Saco se proyecta en su discurso con una posición
racista que lo caracterizaba, a pesar del profundo sentimiento patriótico
que lo animaba en su producción intelectual, achacándole a la «infeliz»
raza negra importada a nuestro suelo, el haber traído consigo grandes
males, dentro de ellos, el hecho de alejar a la población blanca de las
5
José Antonio Saco, Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba, Instituto Cubano
del Libro, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1974, p. 24.
31
artes (entiéndase los oficios propios del trabajo manual y físico), las cuales
se destinaban a los negros esclavos, por lo que eran trabajos mal vistos y
rechazados por una parte importante de la sociedad, menospreciados y
subvalorados como «ocupaciones degradantes», que Saco consideró como
un extravío funesto de las ideas de nuestra sociedad, pues reconoce que
estos oficios son el más firme apoyo de todos los Estados en el mundo.
Por otra parte, Saco ratifica en vano los esfuerzos por encauzar esta
situación en el propio sistema colonial, a partir de la promulgación de leyes
protectoras de la industria, ennobleciendo las artes, las que no lograron
romper las trabas mentales que al respecto estaban arraigadas en la esca-
la de valores morales vigentes en la época. De esta forma, José A. Saco
proclamó una revolución en las ideas, apelando a la familia como vía ges-
tora de su influencia educadora en los hijos.
Los padres de familia deben ser los principalmente encargados de ella,
pues las lecciones que dan a sus hijos en la niñez, son casi siempre la
norma de la conducta de estos. Sé muy bien, que el mal que nos aflige
depende en gran parte de la educación doméstica, y así parecerá una
contradicción, que yo vaya a buscar el remedio a las mismas fuentes de
donde nace la enfermedad.6
Sin embargo, Saco estaba convencido de que los resultados de las
primeras acciones atraerían tras la fuerza del ejemplo la generalización
de una nueva actuación y formas de concebir el problema de la actitud
laboral ante las diversas artes del trabajo manual.
Sin acudir al camino más radical del independentismo como vía de
encontrar a su vez una solución al problema social, Saco apeló a la refor-
ma y a la forma de instrumentar las medidas propuestas, aplicando la
autoridad de las leyes pero con la cautela debida para que «no se diga
que atropella la libertad individual» de los vagos compelidos a optar por
alguna profesión que escogerán consecuentemente de forma voluntaria.
Para esta ejecutoria propone la realización de censos por hombres
públicamente reconocidos como confiables por su honestidad y honra-
dez en las diferentes localidades, ayudados por los vecinos a identificar a
los vagos y ociosos como potenciales viciosos y delictivos de la socie-
dad.
Esto no era suficiente si no se acompañaba de otras medidas encami-
nadas a hacer prevalecer la virtud, el ennoblecimiento moral y cultural
de las personas por sobre los males, vicios y degradación que se respira-
ban en la Cuba colonial.
6
Ibídem, p. 61.

32
Estos elementos denotan la existencia de un enjuiciamiento ético de la
realidad social a la luz del deber ser y de un ideal moral social, que aunque en
la década del 30 del pasado siglo XIX aún no estaba nítidamente conformado,
dado el gradual proceso de formación de la conciencia nacional cubana, sí
contaba con los atisbos del sentimiento de los criollos que tendían a identifi-
carse como cubanos.
Con el estallido y desarrollo de la gesta independentista en el período
1868-1878, el progreso moral se fortalece con las posiciones valientes y
heroicas de los patriotas mambises. Se genera una capacidad de resistencia
y una voluntad firme de luchar en condiciones desfavorables respecto a la
superioridad militar y económica del ejército español que hacía crecerse a
las fuerzas mambisas en el arrojo, la temeridad y la estrategia militar, apoya-
dos en una gran fuerza moral.
En este período se da un paso gradual de avance en la profundización de
las concepciones y posiciones antirracistas de los cubanos, a partir del acto
revolucionario del Padre de la Patria, el hacendado criollo Carlos Manuel de
Céspedes, al lanzar el grito de independencia el 10 de Octubre reuniendo a
sus esclavos en su finca La Demajagua, dándoles la libertad y exhortándolos
a engrosar las filas de la lucha por la independencia de Cuba: la Patria de
Todos.
Blancos, negros y mulatos se unieron a lo largo de esta contienda. Su
resultado fue el mayor aporte al proceso de conformación de la conciencia
nacional cubana. En el seno de este complejo proceso se fraguaron los sím-
bolos patrios: el Himno de Bayamo, asumido como nacional, la bandera cu-
bana y el escudo de la Patria.
El altruismo fue una cualidad moral desarrollada en la contienda bélica de
los diez años, expresada en las actitudes desinteresadas y de desprendimien-
to que tuvieron los terratenientes y hacendados criollos, que entregaron sus
fortunas y vieron desaparecer sus riquezas, puestas a disposición de la causa
independentista.
La fidelidad a estos ideales cultivó la lealtad y en incontables casos se
produjeron actitudes de inmolación antes que apelar a la rendición o cejar en
el empeño.
La solidaridad fue una exigencia ético humanista que evidenció su pre-
sencia en esta gesta y se cristalizó con la participación de hombres honestos
de otras tierras, arrastrados por el convencimiento de la justeza de la causa
y sus ideales. Entre los cubanos esta fue una etapa en la que creció la
solidaridad en la medida en que se extendieron los territorios en beligerancia.
Este espíritu solidario abarcó a la población de las zonas más occidentales

33
que simpatizaban con la lucha independentistas sin ocultarlo y lo mani-
festaban de diferentes formas, con mayor repercusión en La Habana.
En este período se siembran las raíces del sentimiento de intransigen-
cia e intolerancia hacia el régimen de dominación colonial española, con-
vencidos, como dijera Antonio Maceo, el Titán de Bronce, de que «la
libertad no se mendiga, sino se conquista con el filo del machete», lo cual
expresa la razón y justeza moral de la lucha insurrecta de los cubanos y
se generan actitudes de rebeldía y valentía.
No obstante, estos elementos señalados, indicadores de la tendencia
progresiva de la moral en este significativo período de auge revoluciona-
rio, el carácter prolongado, desvastador y desgastador de esta guerra,
unido a causas históricas tanto objetivas como subjetivas, trajeron consi-
go el fracaso de este primer intento de los independentistas cubanos,
donde cabe señalar la gradual generalización de la desmoralización del
Ejército Mambí, expresada en males concretos como la indisciplina, el
regionalismo y el caudillismo, entre otros, que condujeron en los momen-
tos finales a la claudicación con la firma del Pacto del Zanjón en 1878.
Sin embargo, resulta interesante ver cómo las potencialidades huma-
nas en el acervo de la moral, como una fuerza movilizadora y orien-
tadora tendiente al bien, al deber, al honor y a la dignidad del hombre en
cada circunstancia epocal, conflicto o dilema, personal o histórico, es
capaz de indicar el camino alternativo, como búsqueda y salida en los
momentos de caos y crisis donde la degradación moral se regodea.
El Pacto del Zanjón tuvo su antítesis o contrapartida en la Protesta de
Baraguá, que fue un destello de luz que alumbró el itinerario de la conti-
nuidad de la lucha, como expresión de la tenacidad y fidelidad de los
cubanos comprometidos con los ideales de independencia nacional y so-
cial.
El general Antonio Maceo, protagonista de tan significativo momento
histórico, representó el sentido más auténtico del honor y la dignidad de
los cubanos y de la patria. Maceo dio la dimensión necesaria, en el justo
momento, al valor moral de la rebeldía e intransigencia revolucionaria del
cubano, forjada al calor de esta lucha.
El historiador Elías Entralgo aporta algunas interesantes valoraciones
que es conveniente tener en cuenta acerca del sentido revolucionario de
la protesta de Baraguá:
Uno de los rasgos psíquicos y éticos más acusados y permanentes de
Maceo fue el de haber sabido distinguir la indisciplina de la rebeldía. La
indisciplina es disociación; la rebeldía obra en nombre de una mejor
asociación. La indisciplina siempre obedece a causas pequeñas, en tanto
que la rebeldía casi siempre culmina en acto de grandeza.7
7
Elías Entralgo, Sentido revolucionario de la Protesta de Baraguá, Cultural, La Habana,
1946.
34
La Protesta de Baraguá dio vida a la tendencia revolucionaria del
progreso moral, que se abría paso en condiciones adversas: el fracaso de
la guerra y el sentimiento de frustración e incertidumbre.
Él le imprimió —nos dice Elías Entralgo— sentido revolucionario a la
página de Baraguá desde su más primigenia decisión. Le auscultó a la
Revolución los latidos, y creyó, con fe ardiente, que el estatus por el que
atravesaba no era una decadencia, sino una crisis. De otras como aquella
se había salvado el empeño bélico iniciado en la Demajagua diez años
atrás.8
En la memoria histórica del pueblo cubano, el momento de la Protesta
de Baraguá mantiene una vigencia permanente no sólo por el simbolismo
patriótico de su contenido, sino por la objetividad con que revela las posi-
ciones de las fuerzas revolucionarias cubanas ante el problema de lo
nacional, así como el papel estimulador y movilizador de la moral en la
asunción de actitudes de compromiso con la realidad social y los impera-
tivos históricos.
En el trabajo citado, Elías Entralgo enjuicia críticamente los males de
la realidad de la República neocolonial a la altura de la década del 40 del
siglo XX, cuando pronunció esta sentida pieza oratoria.
La etapa posterior a la guerra fue ganada por el renacimiento de las
posiciones reaccionarias autonomistas. La moral se arraigaba cada vez
más en las costumbres cotidianas de las familias, empobrecidas aún más
y en un número mayor a consecuencia de la guerra. Los males de la
colonia se acentuaron.
El espíritu de la revolución no se dejó morir. Estaba latente y obraba
en silencio para resurgir con nuevos bríos en una etapa cualitativamente
superior, como resultado del fin de la tregua fecunda a partir del estallido
de la gesta independentista de 1895, bajo la organización y dirección del
delegado del Partido Revolucionario Cubano, José Martí, con un nuevo
proyecto que diera continuidad al programa del 68 en cuanto a la Inde-
pendencia de Cuba, y ya consumada la abolición de la esclavitud, decre-
tada oficialmente por España en 1886, pero con una nueva previsión en
cuanto al proyecto de la futura República.
El proyecto y la estrategia política de Martí estuvo dotado de un
contenido moralizante, sobre la base de la construcción de una ética
que aportó los principios morales que sustentaba toda su concepción
política para llevar a cabo la nueva empresa revolucionaria, contando
con los mecanismos de apelar a la conciencia, el honor y la voluntad de
los cubanos.
8
Ibídem, p. 4.
35
Para Martí, la política no representa un fin en sí misma, sino un medio
para la realización de ideales sociales.
Estos principios morales se resumen en:
z La necesidad de unir voluntades para el logro de objetivos supremos,
tales como organizar, preparar y desplegar la lucha por la independen-
cia de Cuba, en un empeño que representa para los cubanos sacrificio,
arrojo, desprendimiento altruista y coraje.
z Esta unidad de voluntades implica la autoafirmación de la identidad
cultural y nacional cubana, a partir de la unión de «negros» y «blancos»
en el campo de la acción, de emigrados en el exterior y de residentes en
la Isla, de veteranos de la guerra y de la nueva generación de cubanos,
todos, como resultado del proceso de conformación de la cubanía, en
aras de la defensa de la patria, de su independencia, de la justicia social,
del culto a la dignidad plena del hombre y de la solidaridad humana,
como valores constitutivos de la conciencia nacional.
z La limpieza moral de las intenciones que animan la estrategia y volun-
tades políticas a la acción insurrecta mediante la creación de una orga-
nización rectora, que no sólo debe organizar y dirigir la lucha, sino
proyectarse y prever, que es, dentro de la concepción martiana, una de
las más sabias virtudes o condiciones que deben garantizar el éxito de
la lucha primero y de la República después, a sabiendas de que el nue-
vo intento revolucionario no debe representar nunca «un mero estallido
de decoro, ni la satisfacción de una costumbre de pelear y mandar, sino
una obra detallada y previsora de pensamiento.9
z El cuidado y la observancia permanente de la pureza moral de la revo-
lución, depurada de todo sentimiento mezquino y egoísta, de vanagloria
personal, de falso orgullo caudillista, de ambiciones de poder que pue-
den envilecerla y hacerla fracasar nuevamente, lo que hace imprescin-
dible garantizar el carácter popular y democrático de esta lucha, po-
niendo los ojos especialmente en las masas trabajadoras, que represen-
tan para Martí una fuerza activa capaz de crear con honradez y amor
y erigirse en una fuerza motriz de la revolución.
En esta nueva contienda bélica, la moral se enriquece con el fortaleci-
miento y profundización de los valores y cualidades ya forjadas y ahora
heredados con la fusión de una veterana generación cargada de experien-
cias y vivencias de la guerra anterior y una nueva que bebió en ese
caudal para encaminar sus pasos por un camino más firme y certero.
9
José Martí, «Carta al general Máximo Gómez, 20, 7, 1882», en Obras completas,
t. VII, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 167.
36
El proyecto martiano de la revolución tiene un fundamento ético huma-
nista que vertebra y aglutina todos los valores morales necesarios para
poder actuar consecuentemente a la altura de los objetivos propuestos y
acometer con inteligencia, dignidad, arrojo y coraje la ejecutoria de la lucha
por la independencia.
José Martí aporta al progreso de la moral un pensamiento ético como
elemento integrador y fundamento de su coherente proyecto político social
de la revolución cubana y de su propia vida.
La profundización en la concepción de la patria y del patriotismo fue un
aporte sustancial al proceso de autoafirmación de la conciencia nacional,
que arriba a un patriotismo que rebasa los límites de lo nacional, para com-
prenderse también como latinoamericanismo, bajo la idea de que «del río
Bravo a la Patagonia una sola América», por lo que de común tienen en el
proceso de identidad cultural nuestros pueblos. En esta correlación de lo
universal y lo singular, la concepción martiana del patriotismo arriba a la
comprensión de que «Patria es Humanidad».
En esta nueva etapa revolucionaria, el valor moral de la intransigencia
y la intolerancia ante la dominación colonial española amplía su proyección
con el aporte martiano del antimperialismo, avizorado como un tigre en
acecho listo para saltar sobre la presa con su zarpazo prepotente, en Cuba
y en nuestras tierras de América.
El contenido ético humanista del proyecto revolucionario que anima
ideológicamente la acción de este nuevo período de la lucha independentista,
se alimenta de su profundo carácter popular y democrático. Se reconoce
el lugar de las masas humildes, desposeídas, trabajadoras y explotadas
como las auténticas fuerzas motrices de la revolución, que podrán alzarse
redimidas en el culto de los hombres a la dignidad humana a partir de la
edificación de una República «con todos y para el bien de todos».
La irrupción en el conflicto de los Estados Unidos condujo a la negocia-
ción de una paz con España bajo el ignominioso desconocimiento de las
reales fuerzas redentoras cubanas del régimen colonial español y de la
personalidad de Cuba y de su pueblo, tal y como sentenciara Cintio Vitier
en su ensayo Ese sol del mundo moral:
Otra vez parecía triunfar el «imposible», y ahora con más fuerza que
nunca. Sobre el país desangrado, arruinado, inerme y solo, en la forzuda
o gustosa colaboración de cubanos eminentes, se prepararon las condi-
ciones para iniciar la etapa de la neocolonia, avizorada desde diez años
atrás por José Martí, rechazada siempre con idéntica energía por Antonio
Maceo.10
10
Cintio Vitier, Ese sol del mundo moral. Siglo XXI, México, D.F., 1975, p. 105.
37
El camino de la búsqueda del lugar y papel de la moral dentro del con-
texto histórico cubano no puede encontrar una certera solución si no se
tiene en cuenta la inserción de esta problemática ética en el fenómeno de
la identidad nacional. En el concepto de identidad nacional cubana se ex-
presa el complejo proceso histórico en el que se genera la interrelación e
interdependencia recíproca de los aspectos socioculturales y de la idio-
sincrasia, como resultado de los choques y contradicciones existentes en-
tre los diferentes factores humanos que confluyen y se modifican en suelo
cubano, así como factores económicos y políticos, lo que da lugar a la
conformación y despliegue de una conciencia nacional.
La identidad nacional cubana emerge sobre la base del proceso de
transculturación en el marco de las contradicciones socioeconómicas y
políticas de la Cuba colonial. En sus raíces étnicas encontramos una gama
de componentes: indígena-aborígen, negros africanos, blancos españoles,
asiáticos y caribeños, que avalan el profundo mestizaje criollo que dará
paso a lo cubano como una cualidad nueva. En general, este concepto
expresa el proceso de conformación de rasgos y particularidades inheren-
tes a la formación de la conciencia nacional cubana y a la cubanía.
Dado el hecho de que la nacionalidad cubana nace en franca lucha por
el reconocimiento de su identidad ante el yugo colonial español, esta ha
estado estrechamente vinculada a los ideales políticos de la autodetermi-
nación y la soberanía patriótica, avalados por la justicia y el compromiso
moral, en la búsqueda de los medios para su conquista y preservación.
Esto presupone una correlación entre el fin y los medios, mediatizada
por la moral, presente a lo largo de la historia de la revolución cubana. A su
vez, esto hace que en la vida espiritual cubana exista un fuerte vínculo
entre la política y la moral que se expresa como una regularidad del proce-
so histórico cubano.
Unido a este análisis, se infiere que la comprensión del fenómeno que
expresa el concepto de identidad nacional, encierra la idea del
automovimiento en el devenir histórico del quehacer revolucionario cuba-
no, donde se realiza la autoafirmación y enriquecimiento del contenido de
la cubanía, en la medida en que la ideología revolucionaria alcanza progre-
sivamente diferentes niveles de amplitud y profundización, legitimada por
la política, la moral y la producción cultural en cada época histórica con-
creta.
Las condiciones concretas de la realidad cubana en cada período histó-
rico recorrido han impuesto determinadas exigencias ideológicas, políticas
y morales, que de forma reiterada el pueblo cubano ha tenido que afron-
tar en los diferendos metrópoli española-Cuba e imperialismo yanqui-
38
Cuba. Ello ha generado el problema de la necesidad de la unidad y la
cohesión de los cubanos comprometidos con la causa de la independen-
cia, el patriotismo, el latinoamericanismo y en los momentos actuales del
socialismo, ante lo cual no han faltado las posiciones contrarias que han
atentado y puesto en peligro en más de una oportunidad tan elevados
empeños.
La interacción de estas encrucijadas históricas o diferendos, en los
marcos de una confrontación aguda de lucha política e ideológica, ha
arrojado una continuidad en las consignas enarboladas por el pueblo, en
cuya esencia se expresa lo común que integra al proceso revolucionario
cubano y, como un aspecto central en él, el fenómeno de la identidad
nacional, asociado a la patria y su destino.
En los momentos de contradicciones extremas, este fenómeno es
asumido como un conflicto moral entre la vida con dignidad nacional o la
muerte en lo personal, si se prescinde de ella. Por esta razón, la lucha por
la vida de la nación, de la patria, es el precio más elevado, que puede
costar la propia vida personal, tal y como recoge la letra del Himno Na-
cional cubano: «Morir por la Patria es vivir».
El contenido de estas consignas expresa: ¡LIBERTAD O MUERTE! ¡INDE-
PENDENCIA O MUERTE! ¡VIVA CUBA LIBRE!, gritos de batalla de los mambises
en las gestas insurrectas; ¡PATRIA O MUERTE!, grito de lucha por las con-
quistas revolucionarias de las masas populares, después del Primero de
Enero de 1959; ¡SOCIALISMO O MUERTE!, grito de lucha por la defensa de la
autodeterminación del camino escogido por y en beneficio de las masas
populares, en condiciones de resistencia ante el doble bloqueo y la inten-
sificación de la política imperialista anticubana, como una de las causas
externas que llevó al país al período especial a partir de 1991.
La autoafirmación de lo cubano entraña un contenido moral, expre-
sado en la posición de compromiso moral ante el problema nacional, que
es el problema de la patria y sus destinos, lo que genera el sentimiento de
orgullo y el sentido de permanencia, que se manifiestan en posiciones de
arraigo y fidelidad.
El éxodo después del triunfo de la Revolución ha reunido a una comu-
nidad de emigrados cubanos asentada mayoritariamente en los Estados
Unidos, cuantiosa y heterogénea, que a diferencia de los emigrados del
siglo XIX, en los que se apoyara Martí para la preparación de la lucha
independentista, adoptan diferentes posiciones: desde los que se inclinan
a un acercamiento honesto en función de la reunificación familiar, con
actos de solidaridad y respeto a la autodeterminación y soberanía de
Cuba, y que incluso se pronuncian en contra del bloqueo del gobierno
39
norteamericano por su esencia inhumana, los que denotan aparente indife-
rencia o «neutralidad», y los que asumen posiciones abiertamente
anticubanas, anexionistas y ultrarreaccionarias, como enemigos acérri-
mos de la Revolución, su obra y su pueblo.
En relación con el proceso de identidad nacional, estas actitudes y
posiciones no privan al individuo de su condición de cubano en el orden
natural, pero en el plano moral y práctico no contribuyen ni aportan al
proceso de autoafirmación de la identidad nacional cubana.
En este enfoque del análisis coincidimos con don Fernando Ortiz,
quien expresara su reflexión en torno a este problema en su conferencia
«Los factores humanos de la cubanidad», pronunciada ante estudiantes
de la Universidad de La Habana en 1939, donde expresó:
Hay cubanos que, aun siéndolo con tales razones, no quieren ser cuba-
nos y hasta se avergüenzan y reniegan de serlo. En estos la cubanidad
carece de plenitud, está castrada. [...] [S]on precisas también la concien-
cia de ser cubanos y la voluntad de quererlo ser. [...] [E]sa plenitud de
identificación consciente y ética de lo cubano. [...] Pienso que para noso-
tros los cubanos nos habría de convenir la distribución de la cubanidad,
condición genérica de cubano, y la de cubanía, cubanidad plena, sentida,
consciente y deseada; cubanidad responsable, cubanidad con las tres
virtudes —dichas teologales—, de fe, esperanza y amor.11
En la autoafirmación de la identidad nacional en el contexto revo-
lucionario cubano, se ha delineado de forma nítida la tendencia del pro-
greso moral, la que ha predominado históricamente en una fuerte lucha
entre los valores morales y los vicios, la degradación y la corrupción
moral coexistentes, y que en ocasiones han prevalecido en determinadas
condiciones del proceso histórico cubano.
En esta tendencia del progreso moral se destaca una trilogía de valo-
res morales humanos universales que aglutinan al resto de los valores
morales que en su conjunto orientan y regulan actitudes y conductas de
avanzada y progresistas de personalidades relevantes, grupos o secto-
res, clases, familias o individuos en la vida cotidiana, que han estado
comprometidos con las exigencias históricas de cada época en la lucha
por el logro de determinados ideales de independencia nacional y patrió-
tica. A su vez, estos valores han llenado el contenido moral de la política
y del proyecto social de la revolución desde el pasado siglo hasta nues-
tros días. Estos valores son:
1. La dignidad humana (nacional, personal y universal).
11
Órbita de Fernando Ortiz, UNEAC, La Habana, 1973, pp. 149-53.

40
2. La intransigencia e intolerancia ante todo tipo de dominación extranjera.
3. La solidaridad humana.

Cuba en las condiciones de neocolonia yanqui


(1898-1959)
La ocupación militar norteamericana, el licenciamiento del Ejército
Mambí y la desunión de las fuerzas revolucionarias en torno a las discre-
pancias entre el General en Jefe del Ejército Libertador, Máximo Gómez,
y la Asamblea del Cerro, fueron factores que coadyuvaron al estableci-
miento del Gobierno Interventor yanqui, ante el cual las auténticas fuer-
zas independentistas cubanas y sus intereses quedaron desactivadas y
sin representación durante los años 1898 y 1902, en que queda fundada
una República mediatizada.
El régimen neocolonial establecido en Cuba por el gobierno norte-
americano marcó profundamente el carácter estructural del subdesarro-
llo del país, afianzado por los mecanismos de injerencia y penetración
económica, política, cultural y militar, lo que condujo a la existencia de un
control de la política interior y exterior cubanas, mediante gobiernos
entreguistas y proimperialistas, así como a un fuerte proceso de penetra-
ción y deformación de la economía nacional.
El contradictorio proceso del progreso moral en el devenir histórico
cubano, se abre paso en los primeros años de la seudo República, hasta
1920, período caracterizado por Raúl Roa como de verdadera «disper-
sión de la conciencia nacional», a partir de la incertidumbre, la frustra-
ción y el pesimismo en los que una gran parte del pueblo se vio sumido
por la imposición de una Constitución de la República, limitada por la
Enmienda Platt, cuyo dilema contrapuso a los cubanos, divididos en un
grupo minoritario que defendía intransigentemente la no aceptación de
tan humillante apéndice, posición encabezada por los patriotas Juan
Gualberto Gómez y Salvador Cisneros Betancourt, y otro, que iba ga-
nando cada vez más adeptos, entre cuyos miembros existía el convenci-
miento penoso de que la aceptación de la Enmienda Platt era el único
camino posible para poner fin a la ocupación militar yanqui. Dentro de
este podían encontrarse casos de honestos patriotas, como el del rele-
vante independentista Manuel Sanguily.
Estas condiciones fueron propicias para el resurgimiento de las posi-
ciones contrarrevolucionarias, caracterizadas por Cintio Vitier como
41
el grupo de solapados partidarios de la nueva situación de dependencia
colonial que se avecinaba, por intereses económicos de clase, odio a la
causa independentista, complejo de inferioridad o estupidez incurable
[...]. [E]l anexionismo aliado del fracasado pero sobreviviente autonomis-
mo, resurgía de sus cenizas, propiciado por el escepticismo fundamental
de la generación positivista de entre guerras».12
Durante las dos primeras décadas de la Cuba neocolonial, la moral
expresó las contradicciones de la época mediante la manifestación de
una tendencia progresiva e integradora que se concretaba en las posicio-
nes e intereses que en cierta medida se manifestaron por medio de las
fuerzas revolucionarias independentistas más radicales, representadas
por Juan Gualberto Gómez, Cisneros Betancourt y Bartolomé Masó.
Estas nucleaban a sectores de la tendencia nacionalista de la burguesía
dependiente, dentro de ellos los hacendados azucareros y ganaderos de
Las Villas, Camagüey y Oriente con ciertas aspiraciones, grupos de pro-
fesionales, pequeños comerciantes cubanos, pequeños propietarios, en-
tre otros de la clase media, y de la clase oprimida, tales como obreros,
campesinos, masas negras, etcétera.
La tendencia regresiva y desintegradora se manifestó en la actividad
e intereses del grupo oligárquico antinacionalista y plattista, de posición
conservadora, que se erigió como clase dominante en los gobiernos de la
época, excepto en el período que le correspondió a José Miguel Gómez
(1909-1913).
Dentro de ellos se encontraba el grupo antinacional de la burguesía
dependiente criolla, la mayoría de los norteamericanos residentes en Cuba
y representantes del capital financiero yanqui, el sector comercial y azu-
carero español y amplias masas de Pinar de Río, La Habana y Matanzas
que dependían de los beneficios que estas fuerzas de poder le proporcio-
naban.
Avalados por una acelerada penetración económica en el país, una
educación deficitaria y con una fuerte influencia norteamericana, trans-
currieron los sucesivos presidentes de turno que representaban una polí-
tica sin personalidad ni cara propia y que delinearon una escalada de
arribismo, demagogia, corrupción, entreguismo y profundización de la
discriminación racial, a partir del ascenso de una burguesía a costa de las
masas trabajadoras, hundidas en la miseria y el desamparo social.
Dentro de ello, un elemento de regreso moral fue la entronización de
un racismo acérrimo que tuvo como colofón la represión sangrienta contra
12
Cintio Vitier, Ob. cit., p. 106.
42
el movimiento de los Independientes de Color en 1912, cuando el Ejérci-
to asesinó a un elevado número de negros y mulatos cubanos.
Como es propio del fenómeno de la moral, esta situación no deja de
tener su contrapartida. La tendencia progresiva persiste en dar pasos, a
veces imperceptibles, dentro de una situación histórica difícil como esta.
El creciente malestar en los estados de ánimo de las clases más humil-
des, unido a la agudización de las contradicciones económicas y políti-
cas, condicionará el estallido social y la acción de la moral en la orienta-
ción hacia actitudes cívicas y patrióticas de las fuerzas nacionalistas y
revolucionarias del país.
Otro enfoque metodológico en el análisis de los primeros años de la
República neocolonial, válido en sus aportes para profundizar en la ca-
racterización de la moral de la época, es el estudio psicosocial del cuba-
no, realizado por el historiador Jorge Ibarra, el cual recurre al uso instru-
mental de las manifestaciones artístico culturales como termómetro indi-
cador del alma de la sociedad, o como espejo del espíritu, en cuanto a los
sentimientos, estados de ánimo y emociones del cubano en la travesía de
estos años.
En la obra artístico literaria de la época está recogida de una determi-
nada forma estilística no sólo la realidad e inquietudes sociales que son
objeto obligado de reflexión del cubano, sino las propias inquietudes, ne-
cesidades y aspiraciones de los propios autores, imprimiéndole las hue-
llas de su subjetividad interna, vivencias, conflictos, estados de ánimo y
espiritualidad.
Coincidente con el criterio de Fernández Retamar, el historiador Jor-
ge Ibarra reconoce como un fenómeno nada casual, sino como la mani-
festación de una regularidad en el devenir histórico de la realidad cubana
«que fueron heraldos de su época Heredia en 1820, Céspedes en 1868,
Martí en 1895 y Martínez Villena en 1920», como una convergencia
entre «el poeta y el vidente, entre el poeta y el hombre de acción y el
hombre de acción precursor»,13 En cuanto a la explicación psicológica
de este fenómeno, este autor dice:
No es la poesía, por lo tanto, lo que da lugar a una superior percepción
histórica, o a una posición cimera en la vanguardia, sino en el sentir más
hondamente las emociones soterradas del pueblo. Tanto la vocación
poética, la superior percepción histórica, como la acción política precur-
sora de vanguardia, provienen consecuentemente de una raíz idéntica:
una vida emotiva individual plenamente integrada con los grandes
13
Jorge Ibarra, Un análisis psicosocial del cubano: 1898 - 1925, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1985, pp. 22-3.
43
sentimientos colectivos. Esta comunidad emocional constituye el estí-
mulo fundamental para la superior percepción del devenir histórico.14
A este componente psicológico se une el contenido axiológico que pene-
tra la esfera de lo emocional-espiritual del individuo. Una de sus manifesta-
ciones está en la moral y en la expresión de los sentimientos humanos, donde
la profunda sensibilidad estética se combina con una elevada sensibilidad
moral ante todo lo que concierne al hombre, lo que trae consigo la correla-
ción entre lo bello y lo bueno. En este caso concreto está vinculado al drama
histórico social del cubano y de la patria, lo cual se integra de manera armó-
nica en la correlación del contenido y la forma dentro de la creación artística
de la época.
Estos elementos nos permiten comprender en qué medida la desesta-
bilización socioeconómica y política, las condiciones del fracaso de grandes
ideales morales por los cuales se han invertido ingentes esfuerzos, sacrificios
y vidas humanas, así como la imposición de un poder y política foráneos
sobre la determinación de los destinos de un pueblo, que ponen una vez más
en duda el reconocimiento de la personalidad de la nación cubana, repercu-
ten en la recaída que en los primeros diez años de la República tiene la
poesía cubana como expresión a su vez de la traumática depresión o degra-
dación que sufren las fuerzas morales progresistas de la sociedad.
Podemos referirnos a otro momento de crisis de valores, como reflejo de
las difíciles condiciones histórico coyunturales que representara el fin de la
guerra independentista y el inicio de un nuevo peldaño histórico social al que
arribara Cuba como República neocolonial.
La caracterización más general que en el caso de la poesía cubana hacia
1910 hace Cintio Vitier, es que la misma fue un reflejo fiel de la realidad
social de la época, al expresar los conflictos emocionales y la frustración que
sintieran aquellas generaciones de cubanos.
Dentro de las diversas causas analizadas, Vitier tiene en cuenta no sólo
los hechos históricos objetivos, sino también los aspectos subjetivos que es-
tos generan e impactan a la moral y que afectan sensiblemente en la disper-
sión de la conciencia nacional, entre ellos la desintegración de los ideales
ético humanistas del proyecto político-social martiano, que trae consigo la
ausencia de un ideal histórico definido, capaz de aglutinar acciones y volun-
tades, la carencia de simbolismo patriótico, que se reflejó también en la ten-
dencia desmoralizante de esos años, en que aflora el espíritu incrédulo y
burlón de la idiosincrasia del cubano, lo que en su conjunto marca una huella
en el fenómeno poético de la época.
14
Ibídem, p. 23.
44
Vitier reconoce la excepción que significara Julián del Casal, y con
posterioridad a esta década, Ibarra señala que José Manuel Poveda fue el
poeta por excelencia de la frustración republicana. En el análisis de «La
elegía del retorno», el historiador descubre que en Poveda «la ausencia de
una conciencia nacional hace imposible la existencia de una conciencia
individual», aunque aporta, a su vez, el significado ético del problema na-
cional ante la contradicción de mantener y defender nuestra existencia
como cubanos o renunciar a tan inalienable y auténtico sentimiento y dere-
cho, fenómeno que abona las raíces históricas del diferendo imperialismo
norteamericano-Cuba.
Pero al leer el texto del poema, no encontramos sólo frustración. Tam-
bién se encuentra un sentimiento de resistencia en su fuero interno de los
hechos consumados que imponen los acontecimientos, en un aparente tem-
peramento pasivo de resignación. Hay una queja, una denuncia, una im-
pugnación de tal realidad; una inconformidad que aboga por un espíritu de
rebeldía y de intransigencia, como en el otrora momento de la dicotomía
Zanjón-Baraguá, lo que nos permite afirmar que, como en toda situación
de crisis de valores y de lo espiritual, la agitación de las pasiones más
internas busca asirse a determinados valores humanos universales, nece-
sarios a salvaguardar. Y la búsqueda de ideales orientadores del camino es
también una vía alternativa de salida de tales momentos.
En la elegía de Poveda hay también un conflicto moral: «Ayer mismo
sufrí los males de la Patria, pero tenía confianza en mi palabra, en mi
pluma, en el esfuerzo de la juventud. Hoy no; hoy me siento como si no
existiera, y el dolor de Patria que sufro es el de no existir.» Ante esta
contradicción de ser cubanos o dejar de ser, hay una duda, un
cuestionamiento:
¡Será bastante, sin embargo, que yo sea irreductible portador de la rebe-
lión; que en mis versos aprendan los hombres secretos de libertad; que
en mis estrofas circulen las consignas, las comunicaciones y las clarinadas,
para el gran esfuerzo libertador! [...] Pero una voz nueva me gritó en lo
interno: !No, no! !La hora no es para canciones que no serían escucha-
das!.15
El poeta reconoce qué condiciones son las que imponen dicha sordera y
en qué medida la patria se encuentra atada de pies y manos para la acción
que se requiere. No obstante el momento de debilitamiento que tanto sufre,
se resiste a una aceptación resignada y pasiva y considera que tal vez maña-
na serán escuchadas por oídos de cubanos sensibles y receptivos.16
15
Ibídem, p. 31.
16
«Era noche cerrada y fría y sin estrellas. Y al rumor del torrente, yo sentí una súbita
vergüenza: la vergüenza de no haber luchado bastante, a músculo callado, por la libertad.
45
Ante el reconocimiento de esta paradoja que plantea el problema de
la identidad nacional y cultural en medio de tales vicisitudes, el poeta
encuentra en los ideales una fuerza oculta, orientadora y movilizadora
que en tales circunstancias puede utilizar y lo pueden ayudar a abrirse
paso entre el laberinto oscuro por el que transitan él, la nación y la patria:
¿Y qué mejor ocupación para un poeta de ideales, mientras no existamos,
que componer versos simbólicos, o errar sin rumbo en la noche, ideando
prosas de incertidumbre? ¿Quién sabe mañana la fuerza que tendrán
estas mismas palabras indecisas?17
En tales condiciones, se hacía necesaria una acción movilizadora ha-
cia una actitud diferente, que marcara el paso de la tendencia progresiva
de la moral, por lo que salvando las distancias y diferencias históricas en
los primeros años del nacimiento de la seudorrepública, se hizo sentir
gravemente el peso de la ausencia de un Baraguá como reclamo y rei-
vindicación de la dignidad y honor de la conciencia nacional y la patria, a
lo cual también se refirió Poveda en su poesía.
La intervención extraña, frustrando el sacrificio, frustró la Patria. «Entre
nosotros» hay distancias, y «sobre nosotros» influencias. Se frustró el
sacrificio, y sólo han triunfado los autonomistas. La paz de San Juan
equivale a la paz del Zanjón. Con la diferencia de que en Baraguá no ha
protestado nadie esta vez.18
Baraguá, como un simbólico indicador de la tendencia progresiva de la
moral, encontró su continuidad hacia la década del 20, reconocido en la
historia de Cuba, como el «despertar de la conciencia nacional», iniciado
justamente al calor de la Protesta de los Trece, protagonizada por Rubén
Martinez Villena contra la agudización de la corrupción administrativa de
los sucesivos gobiernos de turno y la profundización de la penetración
yanqui. En estos años los intelectuales revolucionarios, unidos al movi-
miento estudiantil y obrero, son las fuerzas motrices del auge revolucio-
nari. Son figuras representativas del movimiento revolucionario Julio
Tomé entre mis dos manos el libro de canciones, y estuve a punto de lanzarlas al
torrente, Pero me contuve; pensé: Después de todo sería inútil; no podría prescindir de
mi mismo. Y por ahora, no hay realmente acción posible. Estamos aherrojados por
dobles cadenas. [...] Un soplo de dispersión ha barrido las conciencias, y todo cuanto
había de dignidad, pureza y valentía en las conciencias; un soplo de disolución ha
disgregado todas las energías creadoras del alma nacional. Somos la sombra de un
pueblo, el sueño de una democracia, el ansia de una libertad. No existimos.» (Ibídem, p.
32.)
17
Ibídem, p. 33.
18
Ibídem, p. 34.
46
Antonio Mella, Alfredo López, Juan Marinello, Raúl Roa y Antonio Guiteras
Holmes, entre otros.
En esta etapa de efervescencia y luchas revolucionarias hay un resca-
te de valores morales, tales como el deber moral ante el reclamo de la
patria y la dignidad nacional mancilladas, en la misma medida en que cre-
cía en ampliación y profundización el sentimiento de intransigencia e into-
lerancia a la penetración yanqui, que movilizó a las masas a las acciones
práctico transformadoras en el orden político-moral de la sociedad.
La agudización paulatina de las contradicciones de los intereses entre
las masas trabajadoras explotadas y humildes, en relación con la parasita-
ria clase burguesa, adinerada y entreguista, dieron fortaleza a la organiza-
ción del movimiento revolucionario y a la toma de una conciencia de clase.
En tales circunstancias, el ideario martiano recobra todo su significado y
fuerza axiológica ético humanista del proyecto social enarbolado en el pa-
sado siglo aún sin realizar y retomado por la generación del veinte.
Esta generación asimila también la influencia ideológica de la Revolu-
ción Rusa de 1917, lo que permite que los seguidores de los ideales comu-
nistas se vinculen a la III Internacional de Lenin, enriqueciendo de forma
sui géneris el proceso gradual de conformación de una ideología profun-
damente martiana que se integraba con los elementos de carácter clasista
que aportaba la concepción marxista-leninista del mundo, lo que permitió a
líderes como Julio Antonio Mella tener una comprensión de la realidad
cubana y actuar consecuentemente con ella.
Mella encabezó el movimiento de la Reforma Universitaria y la crea-
ción de la Federación Estudiantil Universitaria, así como de la Universidad
Popular José Martí, tratando siempre de unir en la acción revolucionaria al
movimiento estudiantil con el movimiento obrero. En 1925 Mella funda la
Liga Antimperialista y el Partido Comunista, donde participa el veterano
compañero de José Martí Carlos Baliño. En este año también se crea la
Confederación Nacional Obrera de Cuba. Todo este proceso representó
una autoafirmación de la identidad nacional, de fortalecimiento del patrio-
tismo y del ideal nacional.
En el ámbito de la moral cotidiana, las profundas diferencias
socioeconómicas de las distintas clases imponían una moral costumbrista,
donde rígidos patrones regulaban de forma dogmática la moral de las fami-
lias, existía una serie de prejuicios sociales con respecto al sexo y las rela-
ciones de las parejas.
La sociedad engendraba y reproducía el predominio del machismo,
así como la discriminación racial. En las relaciones familiares existía un
culto a la autoridad de los padres en el trato afectuoso y de respeto. La
47
máxima autoridad le correspondía a la figura paterna. Se cultivaba en las
familias humildes y trabajadoras la honradez, la sencillez y la solidaridad.
El arribo de la dictadura del general Gerardo Machado profundizó las
diferencias sociales y la agudización de los intereses de clase bajo la
terrible influencia de la crisis económica del capitalismo de 1929-1933,
que provocó un aumento considerable del desempleo, el desamparo y la
inseguridad social. Ello generó las condiciones para el estallido revolu-
cionario de los años 30. La caída de Machado tras la huelga general de
agosto del 33 representó un triunfo escamoteado a las masas populares,
a partir del proceso de mediación que llevó a cabo el gobierno de Esta-
dos Unidos a través del agente designado Sumner Welles.
La celeridad en los sucesivos movimientos políticos gubernamentales,
manejados según los intereses imperialistas, trajo consigo una inestabili-
dad que incluyó el período de gobierno de los Cien Días, presidido por
Ramón Grau San Martín, miembro del Directorio Estudiantil Universita-
rio (DEU), y con la presencia de Antonio Guiteras como secretario de
Gobernación. Este, respondiendo a sus posiciones revolucionarias, tomó
un conjunto de medidas a favor de las masas populares.
Estas medidas no contaron con el apoyo del entreguista gobierno,
sometido a la vigilancia permanente del ex sargento del Ejército Fulgencio
Batista, quien tras una astuta estratagema arribista se autotituló Coronel
durante el golpe militar del 4 de septiembre de 1933.
La represión militar a las masas trabajadoras arreció y las acciones
contrarrevolucionarias fueron alentadas internamente por el agente yan-
qui, quien a su vez planeó el golpe contrarrevolucionario de Batista, que
dio al traste con el gobierno de los Cien Días, y con ello se produjo el
fracaso del movimiento revolucionario nacionalista.
Como dijera Raúl Roa, «la revolución del treinta se fue a bolina».
Pero, ¿qué repercusión trae este contradictorio fenómeno en el complejo
proceso del progreso moral? ¿Fue todo reversibilidad absoluta? Indiscu-
tiblemente las fuerzas morales regresivas encuentran condiciones favo-
rables para aflorar en la vida ideológica y espiritual de la sociedad. Sin
embargo, simultáneamente se cultivaban, en el ámbito sociocultural del
pueblo, los sentimentos necesarios para no dejar escapar los valores es-
pirituales, donde el componente moral seguía siendo un importante ele-
mento integrador dentro de todas las aristas ideológicas que se manifes-
taban en la orientación hacia los valores humanos universales, asocia-
dos, en el contexto histórico cubano, al ideal de independencia nacional y
soberanía, así como a la realización de la dignidad humana, con la solu-
48
ción de los grandes problemas económicos y sociales que agobiaban al
pueblo, a los trabajadores, vejados una y otra vez.
Es este un momento de búsqueda y reencuentro con los valores ético
humanistas que aportó la ilustración del siglo XIX cubano, aunque miran-
do hacia el porvenir. De ahí la necesidad de la búsqueda de un ideal
auténticamente cubano, latinoamericano, que llenara el vacío generado
por las frustraciones y reveses sufridos en las grandes acciones revolu-
cionarias. Estas posiciones progresistas patentizaron la autoafirmación
de una moralidad progresiva que no se da por vencida en la capacidad de
resistencia del pueblo, en la medida en que se retroalimenta y se prepara
para darse a la acción práctica transformadora y a la lucha. Esto es
también una forma de autoafirmación de nuestra identidad nacional y
cultural.
Cintio Vitier nos aporta una valoración ética y una caracterización de
este fenómeno:
Desde el punto de vista de la moral pública, la etapa posterior a la caída
de Machado no se diferencia esencialmente de la anterior. [...] En realidad
era eso lo que se institucionalizaba: la ausencia de finalidad, el círculo
vicioso, el fracaso de la revolución. El saqueo de la hacienda pública se
multiplicaba de año en año, de gobierno en gobierno, al igual que el juego
y la prostitución. [...] El país estaba hueco. Sólo su alma, oculta, vivía. No,
por cierto, en «la política» desprestigiada hasta la médula. Vivía en el
sufrimiento callado de la familia pobre y media, en su capacidad de
resistencia y de ilusión, en la inapreciable risa popular, en la música
inevitable, en la lámpara del estudioso, en la poesía. La cultura se
replegaba a posiciones de investigación y crítica, de recuento histórico,
de rescate de esencias. Una distinta eticidad, asediada por la farsa y el
vacío, se hacia fuerte en el silencio.19
En este empeño se destacan en la labor de creación intelectual figu-
ras como Juan Marinello, Nicolás Guillén (reconocido posteriormente
Poeta Nacional), Jorge Mañach, Raúl Roa, Fernando Ortiz, Ramiro Guerra
y Medardo Vitier, entre otros. Dentro de la creación poética se agrupan,
según la caracterización de Vitier en la obra citada, las generaciones de
Poveda, Boti y Acosta, la de Brull, Ballagas y Florit, y la de los poetas de
la revista Orígenes, en la que sobresale la obra de José Lezama Lima.
Dentro de las grandes inquietudes que indagaban y a las que daban
respuesta en sus estudios o en su poesía, estaban el conocimiento pro-
fundo de nuestro propio proceso de identidad nacional, de las raíces más
hondas de los rasgos psicosociales de la idiosincrasia del cubano, la asimila-
19
Cintio Vitier, Ob. cit., p. 139. (Los subrayados son de la autora.)
49
ción e influencias de la cultura universal en lo nacional y una constante
preocupación por los valores culturales y ético humanistas del siglo XIX,
manifestada con el desarrollo de múltiples estudios de las personalidades
iluministas e ilustradas, así como con la aparición de estudios biográficos,
sobre todo de José Martí.
En la esfera pedagógica, el problema de la formación de valores y
cualidades morales, así como la necesidad de ampliar las escuelas y per-
feccionar el sistema de enseñanza con un carácter científico y una base
cultural amplia, era el objeto central de los educadores que conformaban la
línea revolucionaria que defendían los valores patrióticos y nacionales y
fomentaban el sentimiento antimperialista en los difíciles años de la Repú-
blica neocolonial.
La escuela pública cubana y sus mejores maestros fueron, durante la etapa
republicana, como una célula dentro del cuerpo social que no llegó a conta-
minarse con el cáncer pútrido de la politiquería. Ella conservó las mejores
tradiciones de las luchas libertadoras del pasado. Muchos veteranos maes-
tros transmitieron el aliento mambí a los niños de la nueva generación. Con-
tra los textos que trataron de imponer los yanquis exaltando sus valores y su
modo de vida, nuestra escuela pública y nuestros viejos maestros nos ense-
ñaron las gestas de Agramonte, de Céspedes, de Maceo, de Martí, de Máxi-
mo Gómez. [...] Nosotros jurábamos la bandera todos los viernes, con el
corazón estremecido: ¡Nuestra bandera! Y aprendimos los versos de Byrne.
Nuestra escuela pública, laica y gratuita, con todas sus debilidades, fue la
verdadera formadora de las generaciones que se sucedieron hasta llegar al
glorioso 1ro. de Enero de 1959.20
La situación de la realidad cubana a partir de 1934 se caracterizó por un
empeoramiento de las contradicciones sociales a causa de una crisis perma-
nente de la economía del país, al acentuarse el estatus de dependencia en
relación con el mercado norteamericano y la penetración económica caló
aún más hondo.
La polarización de las condiciones de vida entre la clase burguesa, con su
dilapidación, ostentación y lujo, en contraposición a las de una población
desamparada, abandonada a su propia suerte, abatida por la miseria, el des-
empleo, la vivienda en barrios marginales, cuarterías, ciudadelas, con una
educación abandonada y una salud pública deficitaria, situación esta que en
las zonas rurales presentaba un panorama tétrico por el crecimiento del
latifundio, hacen que los intereses socioclasistas entren en una contra-
dicción cada vez más irreconciliable.
20
Gaspar J. García Galló, Bosquejo histórico de la educación en Cuba, Pueblo y Educación,
La Habana, 1974.
50
La lucha de las fuerzas revolucionarias se mantuvo latente y dio pasos
importantes bajo la etapa de cierta apertura democrática del gobierno cu-
bano, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y el auge internacional
de la lucha antifascista. Dentro de los logros del movimiento popular se
destaca la creación de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC)
y el papel decisivo de la participación de los comunistas en la Constitución
de 1940.
Con la profundización de la corrupción administrativa, el robo abierto
de los fondos del presupuesto nacional, la institucionalización del gangste-
rismo, entre otros desmanes, durante los gobiernos del autenticismo (Par-
tido Revolucionario Cubano-Auténtico), se produce un auge de la lucha de
las masas populares contra la oligarquía dominante y la penetración impe-
rialista, que fue fuertemente reprimida bajo los designios yanquis de la
política de guerra fría de la posguerra.
Es importante tener en cuenta que con el despliegue de la lucha revo-
lucionaria durante todo este período, la moral constituye un sólido funda-
mento que los líderes revolucionarios de la época enarbolan como estan-
darte. Ellos asumieron la responsabilidad y el deber moral que les impusie-
ron las exigencias y las necesidades históricas de las masas trabajadoras y
humildes, así como de la nación corroída en sus propias entrañas.
Los debates y el texto de la Carta Magna cubana en la Asamblea
Constituyente de 1940 estuvieron matizados por un sentido humanista, cuyo
contenido moral sustentó el carácter progresista, democrático, patriótico y
antimperialista de su proyección, aportado esencialmente por el grupo que
representaba al Partido Unión Revolucionaria Comunista (PURC), fusión
del Partido Comunista de Cuba con el de Unión Revolucionaria, los que a
pesar de encontrarse en minoría respecto a los representantes de los par-
tidos burgueses, hicieron sentir la fuerza moral de sus propuestas.
La exposición del programa del PURC, realizada por Juan Marinello,
miembro del Partido Comunista, es ilustrativa del contenido progresista
ético humanista de su proyección.
La democracia repudia toda distinción injusta, y los hombres se mantie-
nen en Cuba divididos por el color de la piel y la mujer es inferior al
hombre. De aquí han de salir la equiparación real del hombre con la mujer
y una igualdad racial que no venga sólo de la declaración hermosa sino
de la sanción aseguradora de su cumplimiento.
No se concibe la democracia dentro de una economía endeudada al extran-
jero poderoso. De aquí hemos de salir habiendo dispuesto los caminos de
nuestra liberación —con la economía en manos cubanas— [...].

51
Fieles al pueblo, unidos firmemente al hombre de taller y cañaveral, noso-
tros encaramos la responsabilidad de dar nuestro esfuerzo al logro de
una Cuba dueña de sí, de una República que, al conquistar las más justas
convivencias que el instante franquee, esté trabajando por el mundo
nuevo que quieren los hombres de nuestro Partido, por el mundo en que
no se levante sobre criatura humana el poder legítimo de otra, por el
mundo en que la libertad íntegra sea la única forma de vida.21
Las demandas de este programa hacen evidente que en ese período
de la República neocolonial no pudo ser cumplido el propio proyecto
formulado por el Partido Revolucionario Cubano, fundado y presidido
por José Martí en el siglo XIX, con el objetivo de organizar y dirigir la
lucha por la independencia y soberanía nacional, así como para la funda-
ción de una república «con todos y para el bien de todos», en la cual la
ley de leyes que rige el bien primero y supremo fuera «el culto a la
dignidad plena del hombre». En esta medida, existe una coincidencia
entre los valores humanos universales que aportara la ideología comu-
nista de la concepción marxista-leninista del mundo, con la ideología pro-
fundamente revolucionaria elaborada y difundida por José Martí como
expresión de la interpretación cabal de las condiciones de la realidad
cubana y la búsqueda certera de las vías y de un camino propio para dar
respuesta y cambiar de raíz tales condiciones.
De esta forma, durante todos los años de la seudorrepública, donde la
aprobación de la Constitución de 1940 no significó ningún cambio en las
condiciones imperantes en la realidad social, denunciadas en sus sesio-
nes, el proyecto revolucionario cubano mantenía las históricas raíces
martianas de luchar por la plena independencia de Cuba, la emancipa-
ción social y la dignidad del hombre.
La fuerza movilizadora de la moral, en su tendencia creciente al calor
de la lucha de clases, como fundamento y guía de los ideales revolucio-
narios que llevaban adelante las masas populares, tuvo una forma parti-
cular de manifestación, a partir de 1948 con la fundación del Partido del
Pueblo Cubano (Ortodoxo) (PPC-O), dirigido por Eduardo Chibás.
La consigna representativa de la lucha de este partido era ¡Vergüen-
za contra dinero!, por lo que la escoba era un símbolo de la necesidad de
barrer y acabar con la desmoralización de los gobiernos corruptos, la
injerencia yanqui, la economía dependiente, monoproductora y en ban-
carrota, la malversación y los negocios sucios, entre otros de los tantos
males que afectaban a la nación cubana y que sufría el pueblo en condi-
ciones infrahumanas de vida.
21
Julio Le Riverend, Historia de Cuba, t. 5, Pueblo y Educación, La Habana, 1978,
pp. 82-3.
52
Este partido tuvo un gran arraigo popular por el contenido moralizador
de su lucha, tocando la sensibilidad tan lacerada del pueblo cubano, así
como por su programa, que respondía a las necesidades más urgentes de
las masas con un carácter democrático-burgués avanzado.
La muerte de su dirigente, Eduardo Chibás, causó un impacto estre-
mecedor en las conciencias de sus seguidores, pues después de su acos-
tumbrada alocución radial, en la cual reconociera que a pesar de no
poder presentar las pruebas físicas de la denuncia al Gobierno sobre la
permanente práctica del robo del tesoro nacional, su convicción moral lo
hacía mantener tales acusaciones. Por esa razón, su alerta ante los cu-
banos honestos y honrados, amantes de la justicia, requería de un llama-
do que los hiciera tomar conciencia de la gravedad de los hechos de la
realidad cubana, ante los que debían reaccionar.
Sus últimas palabras en este empeño fueron: «¡Compañeros de la
Ortodoxia, adelante! ¡Por la independencia económica, la libertad políti-
ca y la justicia social! ¡A barrer a los ladrones del Gobierno! ¡Pueblo de
Cuba, levántate y anda! ¡Pueblo cubano, despierta! ¡Pueblo cubano,
despierta! ¡Este es mi último aldabonazo!»22 Ante los micrófonos, Chibás
se quita la vida con un disparo. Estaba decidido a estremecer la concien-
cia de los cubanos.
Fue indiscutible la incidencia que tuvo este partido en el enardecimiento
y fortalecimiento de la conciencia nacional y patriótica de los cubanos,
especialmente en las jóvenes generaciones de la época, de donde surgió
la sección juvenil del PPC (O), cuyo esfuerzo principal estuvo encami-
nado al estudio del proceso histórico cubano, con ciertas influencias de la
metodología marxista para la comprensión de la realidad social y llegar a
la conclusión de que el camino del socialismo era la única posibilidad de
poder acabar con la situación imperante en la Cuba neocolonial de mitad
de siglo.
Ante las grandes posibilidades de que en las elecciones constitucionales
de 1952 las fuerzas populares arribaran al poder por esa vía —dado el
respaldo que mantenía el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) a pesar
de la muerte de su líder, por lo que constituía una seria amenaza a los
intereses de la burguesía nacional y del gobierno norteamericano—, es
fraguado y ejecutado el golpe de Estado del 10 de Marzo de 1952 por el
general del ejército Fulgencio Batista. Se implanta un régimen cuyo nivel
de represión hacia las fuerzas populares y revolucionarias lo convirtió en
una cruel dictadura sangrienta.
22
Ibídem, p. 156.
53
Una vez más la frustración se apodera del sentimiento y el clima
psicológico-moral, de la conciencia de los cubanos. Pero ahora la «ley
del imposible» encontrará su antítesis y reversibilidad en la acción de la
generación del Centenario del Natalicio del apóstol José Martí (1853),
que daría la respuesta merecida a la agravación permanente de la crisis
socioeconómica, política y moral del país, cuyos límites de penosa resis-
tencia habían sido fuertemente quebrantados con un golpe de Estado
que, en vísperas de las elecciones, implantara un gobierno inconstitucio-
nal, como una bofetada al honor y dignidad de la nación.
Muchos de estos jóvenes procedían de la Juventud Ortodoxa. Dentro
de ellos se destaca la acción del líder revolucionario Fidel Castro. Estos
jóvenes, de una profunda formación martiana, y algunos de ellos estudio-
sos e influenciados por la doctrina marxista, decidieron reivindicar la
memoria del Apóstol.
El asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 fue la respuesta
directa al golpe de Estado del 10 de Marzo, como indicador del único
camino posible para la subversión del statu quo de la realidad cubana: la
lucha armada para el logro de la verdadera liberación nacional.
A su vez, este acto fue la respuesta de los jóvenes al último aldabona-
zo que diera Eduardo Chibás, y ofreció la carga que pidió Rubén Martí-
nez Villena, en su «Mensaje lírico civil», de 1923, donde describe el con-
texto en el que se produjo la Protesta de los Trece por la bochornosa
compraventa del Convento de Santa Clara. Sus estrofas fueron un lla-
mado al despertar de la conciencia nacional, al sentimiento patriótico de
honor y de vergüenza, y a la acción transformadora:
Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones;

para vengar los muertos que padecen de ultraje,


para limpiar la costra tenaz del coloniaje;

para poder un día con prestigio y razón,


extirpar el apéndice de la Constitución;

para no hacer inútil, en humillante suerte,


el esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte;

para que la República se mantenga de sí,


para cumplir el sueño de mármol de Martí;

para guardar la tierra gloriosa de despojos


para salvar el templo del Amor y la Fe,
54
para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos,
la Patria que los padres les legaron de pie.23

La formulación programática de lo que fue el Movimiento 26 de Julio


se patentiza en el alegato histórico de autodefensa de Fidel Castro conoci-
do como La Historia me absolverá. Allí el acusado deviene acusador del
anticonstitucional gobierno tiránico de Batista y de todos los males y cala-
midades de la realidad cubana en la seudorrepública.
La fuerza y el contenido moral de este programa da continuidad a la
línea progresiva y revolucionaria de las luchas del pueblo cubano, iniciadas
desde el siglo XIX, donde se encuentran las raíces nacionales y martianas
más profundas de este nuevo proyecto de lucha, pasando por las experien-
cias de la Revolución del 30 y enriquecido con nuevos elementos asocia-
dos a la ideología marxista-leninista.
Estos elementos del factor subjetivo son instrumentos ideológicos que
permitirán viabilizar la lucha para llevar adelante los cambios necesarios y
rebasar los límites cualitativos hacia una eticidad nueva, que rompiera el
proceso cíclico de frustraciones, incertidumbre, de «el imposible» al decir
de Cintio Vitier, el entreguismo, la corrupción administrativa, la prostitu-
ción, el juego, la insalubridad, la incultura, el desamparo social, la discrimi-
nación racial y todo tipo de injusticias sociales.
Esta continuidad en la moral, como se ha podido evidenciar a lo largo
de nuestra historia, se presenta como una regularidad. Ha sido un conteni-
do esencial del proyecto revolucionario cubano y de sus objetivos a través
de las sucesivas luchas. A su vez, este fenómeno de carácter político y
moral se ha desarrollado a tenor del propio proceso de conformación y
autoafirmación de la identidad nacional y cultural cubana, lo que dice del
carácter complejo y contradictorio del progreso moral manifestado en ello.
No obstante, el fracaso militar del asalto al Cuartel Moncada significó
una premisa importante en la toma de conciencia, no sólo de la insatisfac-
ción que el pueblo sentía ante la situación económica y política que vivía el
país, sino que también reveló la posibilidad real de una acción
transformadora, revolucionaria y progresiva, liberadora y de justicia social.
En el progreso moral de la sociedad cubana, la línea progresiva princi-
pal se ha orientado fundamentalmente hacia los valores morales del bien
moral social, es decir, de la dignidad humana (nacional y personal como
cubanos), la intransigencia e intolerancia ante la dominación extranjera
(colonial o neocolonial), y de la solidaridad humana como un elemento
aglutinador de las masas en torno a los objetivos supremos.
23
Rubén Martínez Villena. La pupila insomne, La Habana, Tercer Festival del Libro, s/f,
pp. 179-80.
55
La vigencia de estos valores es válida en la medida en que el deber
moral social ante los imperativos de la época, en particular de la patria y
el patriotismo, adquiere una significación moral de primer orden en el
proceso histórico cubano.
La nueva moralidad, que requería el heroico esfuerzo transformador
de las condiciones de la República neocolonial cubana, se fue fraguando
a fuego lento, a través de todo el proceso de preparación y organización
clandestina de esta lucha, pero fundamentalmente en el escenario de las
contiendas y batallas libradas por el Ejército Rebelde, apoyado por los
campesinos, el pueblo de la sierra y la ciudad, y donde se destacaron el
pensamiento y la acción de muchos héroes reconocidos y anónimos que
sobrevivieron o dieron sus vidas por los ideales de independencia, sobe-
ranía y justicia social. Esta masiva gesta requería, una vez más, de
la unidad de todos los cubanos honestos, convencidos de la justeza moral
de la lucha, con independencia de raza, sexo, credo, filosofía e incluso
procedencia clasista. Sólo se necesitaba la definición de una disposición
y condición: abrazar la Revolución y sus principios trazados no sólo en el
programa, sino en la estrategia de la lucha.
Una moral de ejemplaridad en la conducta, altruismo, solidaridad,
fidelidad a la causa, honor y disciplina militar, entre otros valores, al
igual que los mambises, sustituyó la desventaja material del Ejército
Rebelde —en el plano económico y militar— frente al cuerpo armado
de la tiranía batistiana, por una gran fuerza y superioridad moral que
contribuyó decisivamente al triunfo revolucionario del Primero de Ene-
ro de 1959.

La revolución en el poder (1959)


Con el triunfo de la rebelión el 1ro. de enero de 1959, se inicia la
verdadera revolución que debía llevar a cabo todas las transformaciones
sociales que daban respuesta a los objetivos programáticos del 26 de
Julio, con un carácter nacional, popular, agrario y antimperialista, y con la
connotación de ser un programa social avanzado con raíces en el pro-
yecto revolucionario de José Martí.
El proceso ininterrumpido de transformaciones en la base económica,
el conjunto de medidas de beneficio popular, los cambios dirigidos hacia los
principales elementos superestructurales estatales y jurídicos, fueron los
aspectos que desde sus inicios delimitaron un proceso revolucionario sin
56
precedentes y verídico, que en su radicalización vertiginosa adquirió un
carácter socialista.
Ante ello, la reacción imperialista no se hizo esperar, y adoptó desde
el primer momento una posición francamente hostil, que se inicia con
agresiones económicas. Estados Unidos, el principal mercado del azúcar
de Cuba, se niega a comprar la cuota azucarera previamente asignada.
Posteriormente, a la ruptura de las relaciones diplomáticas siguió la im-
posición de un bloqueo económico que dura hasta hoy, aumentó gradual-
mente la escalada de agresiones y provocaciones de todo tipo y se
instrumentó una política anticubana de aislamiento, invasión militar, in-
tentos de asesinato del líder de la Revolución y el apoyo a la contrarrevo-
lución interna, con sabotajes y terrorismo, entre otros métodos sucios
utilizados en contra de la Revolución cubana que arreciaron a lo largo de
todos estos años de proceso de Revolución socialista.
En este complejo proceso de cambios y transformaciones, la moral
degradante y caduca heredada desde la colonia y alimentada durante
todos los años de la neocolonia sufre un golpe contundente a partir de la
eliminación de las lacras sociales del juego, la prostitución y el desem-
pleo, que tanto lastraron la moral de la sociedad cubana. Nuevos conte-
nidos llenaban los conceptos morales tradicionales. Una moralidad era
desechada en la práctica de las costumbres y normas para asumir otra
nueva que, por la real participación de las masas en el proceso de trans-
formaciones con la asimilación de altas responsabilidades, empresas y
tareas sociales, fue cristalizando gradualmente en la práctica y en las
mentes de las personas y de las familias cubanas.
En este proceso influyó notablemente el cambio en la estructura so-
cial de la sociedad a partir del carácter socialista de la base económica.
Las relaciones sociales se establecían sobre la base de una sociedad de
trabajadores y una generalización de los intereses sociales comunes. La
clase burguesa abandonó el país y se asentó mayoritariamente al sur de
los Estados Unidos, en Miami, Florida, bajo el amparo del imperialismo y
secundándolo en sus posiciones anticubanas.
La moralidad de los primeros años de la Revolución fue transicional,
con choques y desestabilización de las normas y costumbres de la vida
cotidiana de las familias. En esos años, el esfuerzo, el sacrificio y la entre-
ga a las tareas sociales priorizadas como deberes principales, requirió de
una estancia a veces prolongada de los padres fuera de sus hogares, ocu-
pados en el desempeño de tareas y misiones masivas. Las mujeres co-
menzaron a tener un papel cada vez más importante en la vida social,
aunque paralelamente tuvieron que asumir mayores responsabilidades
57
domésticas y la atención de los hijos. Aunque el machismo no estaba ni
medianamente superado, comenzaba a ser impugnado.
Los jóvenes asumieron también tareas sociales a temprana edad, como
fueron la gigantesca Campaña de Alfabetización, la recogida de café en
la región oriental del país, etc. Con ello se rompía la larga tradición arrai-
gada en las familias cubanas, en cuanto la sobreprotección de los padres
respecto a los hijos, a los que se consideraba sin responsabilidad hasta no
arribar a la mayoría de edad y, por tanto, sin decisión y criterio propio.
El altruismo, el colectivismo y el compañerismo fueron cualidades
morales cultivadas como expresión de una actitud revolucionaria. Esta
se exigía como un proceso de concientización de los individuos a su
comprometimiento con la obra transformadora que requería de su dispo-
sición para acometer y llevar adelante las diversas tareas, pero que tam-
bién requería de la transformación del propio individuo.
El deber moral, en su correlación con la responsabilidad individual y
colectiva, tuvo un lugar preponderante en la ética de la Revolución. El
deber supremo es ante la patria. El deber número uno es ante el trabajo,
lo que influyó notablemente en el cambio de concepción sobre el trabajo
en relación con las épocas anteriores, al aceptarse la modalidad del tra-
bajo voluntario, productivo y socialmente útil para incidir en el bienestar
social e impulsar planes productivos para la satisfacción de necesidades
sociales colectivas, sin esperar remuneración por ello.
El pensamiento ético cubano se enriqueció con la proyección del pen-
samiento revolucionario y marxista de Ernesto Che Guevara, que, naci-
do en Argentina, se sintió cubano y latinoamericano y aportó un esclare-
cimiento teórico-práctico de la moral socialista propia de las masas tra-
bajadoras y, dentro de ellas, la moral del proletariado.
El legado fundamental de su concepción filosófica y ética está plas-
mado en El socialismo y el hombre en Cuba. En este texto, el Che
esclarece de forma nítida los mecanismos internos y externos que posi-
bilitan las rápidas o lentas transformaciones que van ocurriendo a nivel
de la conciencia individual y social de las masas y la formación de los
nuevos valores éticos.
Hacemos todo lo posible por darle al trabajo una nueva categoría de
deber social y unido al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará
condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro,
basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su
plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesi-
dad física de venderse como mercancía.
58
Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aun cuando sea
voluntario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea,
ese reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en mu-
chos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, lo llama Fidel).
Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia
obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los
nuevos hábitos.24
En estos primeros años, el valor de la solidaridad adquirió una gran
significación, dado internamente por diversos factores. El pueblo era con-
vocado al diálogo con los máximos dirigentes revolucionarios, en espe-
cial con su líder, para el análisis de los problemas cruciales e históricos
que afrontaba el país, lo cual fue una práctica totalmente novedosa y
única de la democracia en el mundo. Esta experiencia contribuyó al sen-
tido de participación directa en los acontecimientos como sujeto social, a
una educación política y, a su vez, a una educación moral en las masas.
Este fenómeno ayudaba a aglutinar e identificar lo común que nos hacía
ser más «compañeros» unos con otros. Esta fue una palabra que rápida-
mente se impuso en la comunicación, en la convivencia social y que
moralmente rompía la barrera de las desigualdades, discriminaciones e
injusticias sociales a las que secularmente había estado sometido el pue-
blo cubano. Las movilizaciones a la agricultura, a las zafras del pueblo,
entre otras tareas, estrecharon el enlace gradual entre obreros y campe-
sinos, entre la ciudad y el campo.
Por otro lado, la solidaridad tuvo una gran significación, asumida por
los países socialistas, China y, en especial, la otrora Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS), que, ante las primeras medidas del go-
bierno norteamericano con el fin de impedir el triunfo y avance del pro-
ceso revolucionario cubano, acudieron en nuestro apoyo.
Todos estos valores éticos, que respondían a una eticidad nueva y
optimista surgida al calor de la efervescencia revolucionaria y del desa-
fío que significaba la Revolución ante el prepotente imperialismo yanqui,
tenían un elemento central que enlazaba la continuidad histórica de las
luchas revolucionarias de los cubanos en el decursar de los años trans-
curridos desde el pasado siglo XIX hasta la actualidad: el concepto de
patria y el sentido del patriotismo.
Esta concepción se abordaba en la confrontación con las masas, en
su connotación ideológica, lo que permitió ampliar los niveles de
profundización que adquiere el contenido moral de estos conceptos en la
conciencia del pueblo.
24
Ernesto Guevara, El socialismo y el hombre en Cuba, Editora Política, La Habana,
1988, pp. 16-7.
59
En el transcurso de la historia, en los momentos relevantes que des-
criben una continuidad en el tratamiento del patriotismo en el pensamien-
to cubano revolucionario, se distinguen los aportes de Félix Varela, José
Martí y Fidel Castro como expresión del grado de radicalización del pro-
ceso revolucionario cubano en diferentes épocas históricas.
Y antes que ser parias en nuestra Patria, antes que vivir como vivíamos,
trabajando para ellos, preferimos mil veces sucumbir con lo nuestro;
morir con lo nuestro antes de que nos lo arrebaten, antes de dejárnoslo
arrebatar.
Porque ahora la Patria significa algo para nosotros, ahora esta tierra
significa algo para nosotros, es nuestra Patria, es nuestra tierra. Pueblo y
nación se identifican plenamente, somos una sola cosa, nos hemos ver-
daderamente independizado, somos verdaderamnte dueños de nuestro
presente y nuestro futuro. Y por eso preferimos la Revolución con sus
promesas y peligros al pasado de oprobios[...].25
El contenido axiológico de la patria es otro en la medida en que es
otra la realidad. Es una Patria reivindicada, sin apéndices cons-
titucionales ni rasgos neocoloniales. Es la elevación de la dignidad
humana, de Cuba como una nación que por primera vez adquiere
personalidad y rostro propio, al poder hacer uso de la soberanía y la
autodeterminación. Por lo que este paso significativo en el progreso
moral constituye un elemento importante en el proceso de reafirmación
de la conciencia nacional, al enriquecer el contenido de la identidad
nacional y cultural de Cuba.
En esta medida, la identificación en «una sola cosa» de pueblo, patria
y nación significa, además, la coalición que se necesita para afrontar
resuelta y firmemente nuestra defensa ante el enemigo principal de la
Revolución cubana. Lo que renueva, en un nivel cualitativamente supe-
rior, el valor moral de la intransigencia e intolerancia ante todo tipo de
dominación extranjera, cultivado a lo largo de la historia del pueblo cuba-
no, enriquecido por el dominio de hechos históricos, experiencias y vi-
vencias sufridas en carne propia o en otras partes del mundo, acumula-
das en la memoria histórica de Cuba y de la humanidad.
Por esta razón, el hecho de abandonar el país para marcharse a los
Estados Unidos en todos aquellos primeros años de Revolución, incluso
hasta fecha muy reciente, adquiría una significación político-moral nega-
tiva y de rechazo.
25
Fidel Castro, Ideología, conciencia y trabajo político 1959-1986, Editora Política, La
Habana, 1986, pp. 296-7.
60
En primer lugar, porque los que iniciaron ese camino fueron los prin-
cipales enemigos de Cuba: el tirano Batista (que huyó cobardemente en
la medianoche del 1ro. de enero de 1959), seguido por sus secuaces, y,
posteriormente, por la clase burguesa adinerada, terratenientes y latifun-
distas entre otros, que indiscutiblemente eran desafectos al proceso
revolucionario y adoptaron una posición de desarraigo patrio y de nega-
ción de lo nacional.
Por ello, la relación que se establece es que lo patriótico y lo
auténticamente nacional es lo antimperialista. La adopción de una posi-
ción contraria, de abandono o desarraigo del suelo patrio, es entreguismo
y proimperialismo, no compromiso con la patria.
En estos primeros años, la significación social de este fenómeno no
aceptaba matices de interpretación causales.26 El problema moral, como
se planteaba, era ser revolucionario o no ser, dilema totalmente com-
prensible por las circunstancias históricas de la realidad social cubana en
esos momentos.
El patriotismo representó diversas exigencias morales para los cuba-
nos. Dentro de ellas sobresalían el defendernos y prepararnos para la
defensa, lo que se ubicaba entre los deberes primeros en el orden jerár-
quico de la nueva escala de valores sociales, retroalimentado en las tra-
diciones de las luchas patrióticas del pueblo, así como desarrollar la ca-
pacidad de resistencia, tanto en el momento del enfrentamiento bélico,
como se probó con la derrota de la invasión mercenaria por Playa Girón,
en la lucha contra bandidos y entre otros casos, principalmente en la
resistencia cotidiana ante las consecuencias de las agresiones y el blo-
queo económico imperialista, que han obstaculizado el desarrollo econó-
mico y material del país, obligándolo a transitar por un camino de escase-
ces y privaciones materiales.
La economía heredada estaba deformada estructuralmente por la pe-
netración económica. Su estrecho carácter monoproductor y fundamen-
talmente importador de bienes de consumo, dependiente de Estados
26
«Pero desde luego, hoy el concepto de la Patria es diferente, cuando el suelo es de
todos, cuando la riqueza es de todos, cuando la oportunidad es de todos, cuando la
Patria, de verdad está llamada a ser de todos, sólo los que no tienen la más elemental
noción de la Patria, sólo los privilegiados o los aspirantes a privilegiados hacen eso:
abandonar su Patria para marcharse.
Por eso nosotros no perdemos absolutamente nada cuando esos señores se van, por
eso no hemos hecho nada por impedir que se vayan allá, a disfrutar de las limosnas del
amo imperialista; que esta Patria la desarrollaremos, la haremos grande con el esfuerzo
de los que de verdad tienen hoy una Patria y de verdad tienen hoy un sentido de
Patria.» (Ibídem, pp. 297-8.)
61
Unidos, así como unas fuerzas productivas subdesarrolladas, nos ubicaban
como un país del Tercer Mundo que, liberado del neocolonialismo, se lan-
zaba a enrumbar su economía de forma independiente.
Unida a la capacidad de resistencia ha estado la voluntad de lucha,
afrontando los retos y desafíos de la gigantesca obra emprendida, con
todos sus riesgos y sacrificios, en la medida en que los objetivos del pro-
yecto social pasan a ser patrimonio de la conciencia individual de los que
en él participan y están comprometidos de forma consciente. Este no es un
proceso nada homogéneo. En la maduración de esa conciencia existen
diferentes niveles, dentro de los que se distingue una avanzada o vanguar-
dia, los que seguirán los pasos de esta vanguardia, los medianamente más
convencidos, los que se quedan detrás y los notablemente rezagados.
Este fenómeno tiene que ver con el hecho de que los avances en el
plano ideológico a nivel de la conciencia de las masas y de cada individuo
concreto, y en especial en el plano de la moral, no constituye un fenómeno
espontáneo. En él la práctica histórico social es un elemento necesario,
pero no suficiente. A ello hay que añadir un proceso orientado hacia el fin
de cultivar las virtudes para que predominen sobre los males morales y los
defectos, al posibilitar que la conciencia pueda elevarse y superar las con-
diciones económicas y materiales de la realidad social cubana.
El anhelo y la proyección de todo el pensamiento de avanzada cubano
desde el siglo XIX, en la seudorrepública y en el período de Revolución
socialista, sobre la necesidad de dar una prioridad a la educación y la for-
mación de las jóvenes generaciones sobre la base de una amplia cultura y
un sistema de valores ideológicos que se expresen en las convicciones,
cualidades personales y actitudes, con un contenido ético humanista, revo-
lucionario y progresivo, encuentran en las nuevas condiciones las posibili-
dades reales de su instrumentación. A esto responde toda la revolución
educacional, cultural y de la salud que se lleva adelante de forma significativa
en el país.
Después de transcurridas las dos primeras décadas de la Revolución
cubana, cuando se lleva a cabo la integración de las principales organiza-
ciones revolucionarias en un partido único, el Partido Comunista de Cuba
(1965), así como un proceso de institucionalización del país (1976), inclu-
yendo la creación de los principales elementos que integran la superes-
tructura de la sociedad cubana, la moral se enriquece con el nivel de pene-
tración y crecimiento del papel del factor moral en las diferentes esferas
de las relaciones sociales y de la actividad política, jurídica, productiva,
de la defensa, la educación y la salud, entre otras.
62
Aparecen inquietudes y proyecciones sociales acerca de los proble-
mas de la moral de las profesiones. Se realizan estudios sobre la ética
profesional, sobre todo en sectores tan masivos como la salud y la educa-
ción, y se elaboran los códigos respectivos, así como los de los científicos,
cuadros del Estado cubano, periodistas y juristas, entre otros.
En 1981 se realizó la formulación ideológica del ideal moral social del
maestro cubano,27 Su imagen, a la luz del deber ser, debe estar en corres-
pondencia con las exigencias de la sociedad de educar a las nuevas gene-
raciones bajo la concepción del proyecto socialista de la Revolución, ante
lo cual la ética pedagógica prescribió elevados requerimientos morales a la
personalidad y la labor de los maestros.
El problema del ideal del hombre que se pretende formar constituía un
objeto de infinita preocupación y reflexión. Ante ello la ideología de la
Revolución acogió el aporte marxista-leninista de la formación de la perso-
nalidad comunista, sobre la base de los principios de la moral socialista.
En la contextualización histórica de ese ideal, la sociedad cubana adop-
tó su propio modelo. En él, el hombre, como individuo, encarnó un conjunto
de cualidades morales excepcionales, próximas al ideal propuesto, que le
dieron la posibilidad de representar un símbolo inmortal, a pesar de su
desaparición física, para el pueblo cubano y en especial para la juventud.
Ese paradigma de hombre demuestra la veracidad práctica de que la
sociedad sí puede generar hombres virtuosos y ejemplares, como pueden
encontrarse en la historia de casi todos los pueblos.
En estos tiempos, ese modelo futurista responde a un ideal de hombre
de un estadio social más avanzado que la realidad latinoamericana y cuba-
na en que le tocó vivir. Esa imagen del Hombre Nuevo se encarna en la
figura de Ernesto Che Guevara. En 1987, en el XX Aniversario de su
desaparición física, Fidel retoma esta idea ya esbozada:
27
«[E]l educador debe ser además, un activista de la política revolucionaria de nuestro
partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones
políticas, debe ser, por tanto, un ejemplo de revolucionario, comenzando por el requisito
de ser un buen profesor, un trabajador disciplinado, un profesional con espíritu de
superación, un luchador incansable contra todo lo mal hecho y un abanderado de la
exigencia[...]
Ser maestro, por eso significa, ante todo, serlo en todos los órdenes de la vida. En el
ejercicio de la profesión está implícita la ejemplaridad, divisa del educador comunista y
condición indispensable para cumplir los altos objetivos de la Escuela Socialista[...]
»Las verdaderas convicciones del hombre se manifiestan cuando sus puntos de vista
concuerdan con su modo de vida. En ellos estamos en el deber de ser muy cuidadosos.
La vinculación de la palabra con la acción, de las convicciones con la conducta son la
base del prestigio moral del educador.» (Fidel Castro, Discurso en la graduación del
Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech,. 7 de julio de 1981, pp. 7-8.)
63
Si hace falta un paradigma, si hace falta un modelo, si hace falta un
modelo a imitar para llegar a esos tan altos objetivos, son imprescindibles
hombres como el Che, hombres y mujeres que lo imiten, que sean como
él, que piensen como él, que actúen como él y se comporten como él en el
cumplimiento del deber, [...] en su espíritu de trabajo; en su hábito de
educar y enseñar con el ejemplo, en el espíritu de ser el primero en todo,
el primer voluntario para las tareas más difíciles, las más duras, las más
abnegadas; el individuo que se entrega en cuerpo y alma a los demás, el
individuo verdaderamente solidario, el individuo que no abandona jamás
a un compañero, el individuo austero; el individuo sin una sola mancha,
sin una sola contradicción entre lo que hace y lo que dice, entre lo que
practica y lo que proclama, el hombre de acción y pensamiento que sim-
boliza el Che.28
Nuevas normas y valores morales se incorporan dentro de la con-
cepción ético-humanista generada por las transformaciones sociales, que
regulan las relaciones interpersonales de los individuos en relación con la
comprensión del papel de la mujer y su lugar como un sujeto activo del
proceso histórico junto al hombre, en los frentes del trabajo y en la direc-
ción de procesos en la sociedad, así como en el seno de la familia y en la
pareja, cuya máxima proclama que deberes y derechos deben ser com-
partidos por ambas partes. El avance, aunque gradual, es ostensible. La
mujer se siente más plena y liberada de los criterios de dependencia,
sobre todo económica, con respecto al hombre, en lo que la autoestima y
dignidad personal incluyen el significado de la justa valoración de sus
capacidades y posibilidades.
Las costumbres y tradiciones de una cultura e idiosincrasia machista
que penetra la tendencia de una educación sexista en el hogar, son sacu-
didas por el impacto social de una educación masiva donde hembras y
varones comparten de forma colectiva un sin número de tareas y activi-
dades conjuntas. Sin embargo, esto no es suficiente. En la sociedad aún
perviven mecanismos legales, administrativos y mentales que mantienen
en la práctica cierto carácter discriminatorio con respecto a la mujer y
encubridores del machismo.
Otro indicador del progreso moral se aprecia en la práctica de con-
cepciones y posiciones antirracistas, íntimamente vinculadas con el valor
de la dignidad humana en las nuevas condiciones, con la eliminación de
las bases políticas e instituciones del racismo. Se abre paso así un proce-
so de transformaciones y de construcción de una sociedad diferente a la
28
Fidel Castro, Imagen del hombre nuevo, 8 de octubre de 1987, Editora Política, La
Habana, p. 10.

64
seudorrepública, que abre las posibilidades de participación al pueblo y a
las masas trabajadoras en general, que incluían no sólo a hombres y muje-
res, sino a los cubanos sin distinción del color de la piel.
El acceso a las escuelas, la salud, los establecimientos, los lugares públi-
cos, centros deportivos, recreativos y culturales, sin un impedimento de tipo
racial, así como la participación conjunta en las diferentes tareas y responsa-
bilidades laborales, administrativas, políticas, intelectuales, artística, consta-
taron el surgimiento de una nueva moral que encerraba el significado de una
autoconciencia en el reconocimiento de nuestro mestizaje nacional y cultu-
ral, fundido en lo cubano, cuyas raíces más profundas e invisibles une a las
«razas» ante cualquier tipo de diferencia física evidente.
En la práctica de las relaciones interpersonales se amplían los lazos de
amistad, camaradería, colectivismo y solidaridad interracial. El mestizaje
se sigue profundizando con el entrecruzamiento de las parejas, lo que cons-
tituye un avance en el rompimiento de los prejuicios y costumbres racistas,
fuertemente arraigadas en épocas precedentes.
El criterio de apreciación, valoración y reconocimiento de las personas
dejó de estar asociado a elementos de tipo racista, sectario y estigmatizador
de los individuos por el color de la piel. La política de la Revolución en este
orden contribuyó a impulsar la incorporación e integración de los cubanos
negros dentro de la revolución educacional y cultural del país, los que se
superan y liberan de forma gradual de las secuelas de sus orígenes socia-
les, generalmente muy humildes. No debe olvidarse que sus condiciones
de vida eran malas, pues habitaban generalmente en barrios marginales y
el índice de desempleo entre ellos era alto. Sus ocupaciones u oficios casi
siempre eran físicos o manuales, y sus niveles de instrucción y cultural
eran bajos o no tenían ninguno. Todo lo anterior también creaba las condi-
ciones propicias para la práctica de actitudes morales negativas, antisociales
y delictivas, propias de la Cuba de ayer.
La obra de la Revolución rescató la autoestima y consideración del
negro, no por el color de la piel, sino por la actitud que como ser humano
asume ante la vida, y por el establecimiento del respeto y de los derechos
que todo ser humano tiene como individuo en la nueva realidad social que
se construye, amparados por la nueva legalidad de carácter socialista y
raíces humanistas, martianas y marxistas.
No obstante, hay que reconocer que el hecho de que el desarrollo eco-
nómico del proceso revolucionario cubano no haya podido lograr en tan
cortos años un cambio total en las condiciones de vida de una parte de las
familias negras que tenían una situación más difícil, o por debajo de la
media de las condiciones de vida de la sociedad, constituye un factor
65
objetivo latente que propicia la reproducción de actitudes de no integra-
ción e incorporación plena a las actividades laborales, políticas y cultura-
les en la sociedad.
Todo esto puede incidir como un elemento de freno al progreso moral
en dos sentidos: 1) por no asumir actitudes acordes a las nuevas normas
y exigencias morales ante las múltiples tareas sociales, y 2) por reforzar
la generación de criterios valorativos con prejuicios racistas relaciona-
dos con este fenómeno entre los restantes miembros de la sociedad.
Con independencia de esta especificidad señalada dentro de la com-
plejidad que encierra la evolución del fenómeno de las relaciones
interraciales a lo largo de la historia de Cuba, y en las condiciones del
proceso de la Revolución socialista, se hace evidente que los prejuicios
racistas no han sido eliminados en las concepciones y la práctica de las
relaciones sociales interpersonales e individuales, lo cual se constata en
la supervivencia y reproducción de algunos estereotipos en cuanto a cierto
«miedo al negro» que se asocia con la desconfianza y posibilidad, siem-
pre presente, de que encierra una potencialidad delictiva en su fuero
interno, en la tendencia a mantener la composición étnica de la familia en
los casamientos y en las posiciones más reaccionarias (aunque menos
vistas) que consideran aún a los negros como seres inferiores en cuanto
a la inteligencia y el logro de maestría en ciertas esferas especializadas
de la ciencia y el trabajo intelectual.
Estos estereotipos a nivel de la conciencia social se manifiestan en
las prohibiciones de algunos padres a sus hijos, o las críticas, a tener
relaciones con una pareja que no sea de su misma «raza», o en expresio-
nes populares como que las personas de piel más clara «atrasan» cuan-
do se unen a personas de piel oscura. También entre algunos de piel
oscura surge el prejuicio de tratar de «adelantar» con el blanqueamiento
de su color, entre otras variantes.
Un elemento que en ocasiones refuerza la supervivencia de tales
prejuicios en las relaciones interraciales en el seno de la realidad cubana,
es la permanencia de criterios y modelos no auténticamente cubanos,
sino foráneos, en los medios de difusión masiva, donde todavía se man-
tienen patrones que promueven valores, en cuanto a gustos e ideales
estéticos, que no reconocen plenamente el carácter mestizo de nuestra
identidad, y donde lo negro aún ocupa un lugar secundario y está relega-
do a las raíces históricas, el folklore, y, en el peor de los casos, a un
tratamiento humorístico contraproducente.
El proceso del progreso moral, en el período de la Revolución socia-
lista, no excluye a su vez la herencia reaccionaria, regresiva, que es un
66
indicador de freno y un obstáculo en el camino tendiente hacia la instau-
ración plena de los valores humanos universales, para el perfecciona-
miento humano y de las virtudes morales.
Los propios mecanismos de compulsión moral social vinculados a la
actividad laboral y a la participación política, entre otras esferas, pueden
generar actitudes de acomodo externo de lo que se hace, en cuanto a lo
que se pide o a lo que exigen los deberes morales de la sociedad, sobre
todo cuando la participación mayoritaria de las masas es decisiva e im-
prescindible. Esto amplía el margen de error en este sentido. Surgen así
actitudes asumidas formalmente para quedar bien o para crear una ima-
gen pública, etc., lo que puede encubrir intenciones y motivaciones
conductuales diferentes y contrapuestas.
La doble moral, la simulación y el oportunismo van de la mano en
estos casos. Y en la realidad cubana de estos años han gravitado condi-
ciones, tanto objetivas como subjetivas, que han permitido generar y re-
producir fenómenos morales negativos, engendrados esencialmente por
serios problemas en la dirección y control de la economía.
Con posterioridad al proceso de hiperbolización de los estímulos mo-
rales en el proceso económico laboral que se observó en los años de la
década del setenta, en los que no se tuvieron en cuenta las regularidades
y leyes objetivas que rigen la economía (errores de idealización) en las
condiciones de tránsito y en vías al desarrollo con un carácter socialista,
en la década del ochenta, se absolutizaron los estímulos materiales y
economicistas. Estos también se aplicaron inadecuadamente, al no tener
como respuesta un respaldo productivo basado en indicadores materia-
les del crecimiento económico y un aumento de la riqueza social en bie-
nes materiales que satisficiera las necesidades de la población, por lo
que se desestimularon las actitudes de conciencia de los deberes, res-
ponsabilidad y disciplina laboral entre los propios trabajadores.
Los efectos negativos de este fenómeno, manifestados en un relativo
estancamiento económico y en una gradual inflación, entre otros facto-
res, tuvieron un cierto «paliativo» con determinadas fórmulas aplicadas
entonces, como la apertura de la Plaza de la Catedral, donde los artesa-
nos ofrecían objetos necesarios a la población (en este caso de la capi-
tal); la creación del mercado libre campesino, que ofertaba productos del
agro no disponibles en el mercado estatal, así como el establecimiento de
un mercado paralelo que daba acceso a la población a los productos que
entraban al país a través de los beneficios comerciales que Cuba logró
obtener al integrarse al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
67
Al calor de esta situación, se generaban el espíritu de lucro y las
actitudes tendientes a obtener beneficios materiales y la ganancia de
dinero por vías fáciles, como la especulación u otras.
A lo anterior se unían las dificultades que tuvieron los órganos estata-
les, empresariales y del reciente sistema de gobierno, el Poder Popular,
en cuanto a los métodos y estilos de trabajo, de dirección y control de los
procesos sociales. Este fenómeno, que fue objeto de un riguroso y minu-
cioso estudio y análisis crítico en el seno del Partido Comunista de Cuba,
el gobierno y el Estado en múltiples asambleas, así como en el III Con-
greso del Partido en 1986, condujo al reconocimiento franco y abierto de
que se había producido un proceso de errores y de generación de ten-
dencias negativas en la construcción del socialismo en Cuba. Ante esta
situación, se proyectó la implantación de un conjunto de medidas para la
rectificación de dichos errores.
En el propio análisis sobre la imagen del hombre nuevo, evocando el
pensamiento y la acción del Che, en 1987, Fidel caracterizó el proceso
de rectificación de errores y tendencias negativas:
¿Y qué estamos rectificando?
Estamos rectificando precisamente todas aquellas cosas —y son mu-
chas— que se apartaron del espíritu revolucionario, de la creación revo-
lucionaria, de la virtud revolucionaria, del esfuerzo revolucionario, de la
responsabilidad entre los hombres. Estamos rectificando todo tipo de
chapucerías y de mediocridades que eran precisamente la negación de
las ideas del Che, del pensamiento revolucionario del Che, del espíritu del
Che y del ejemplo del Che.29
Los fenómenos morales negativos generados en este período se
hacieron sentir en las actitudes y prácticas del burocratismo, el esque-
matismo y el dogmatismo, que atentaban contra la iniciativa y la creativi-
dad en las diferentes esferas de la actividad social y la producción, así
como contra la auténtica participación democrática de los trabajadores
en las decisiones y soluciones de los problemas.
El acomodamiento y la falta de ejemplaridad en algunos dirigentes
administrativos, políticos o institucionales, no sólo en lo relativo a la falta
de espíritu de sacrificio y entrega, sino también en relación con el modo
de vida, que mostraba niveles superiores a los límites aceptables por la
ciudadanía en las condiciones de vida de la realidad social cubana. La
desestimulación hacia el trabajo y la calidad de sus resultados; la eleva-
ción del espíritu individualista de enriquecimiento personal por vías
29
Ibídem, p. 12.
68
fáciles, deshonestas e ilegales; la ostentación; la falta de cordialidad y
camaradería dentro de los trabajadores de los servicios públicos, expre-
sado en un mal trato a la población, fueron, entre otros, síntomas de los
males morales de esa etapa.
En este contexto se inserta la problemática ética asociada al sector
educacional, donde ciertas instrumentaciones erróneas de la política, como
el empleo de métodos y estilos autoritaristas, verticalistas, exceso de
centralización, burocratismo y formalismo institucional, entre otros, en-
gendraron prácticas nocivas de una educación que hacía mucho énfasis
en el promocionismo, generaba el facilismo y poco nivel de exigencia en
cuanto al profesionalismo (pedagógico y moral) de los maestros y la
calidad de los resultados en la labor formativa de los educandos.
La asimilación de la finalidad de la educación, la formación de una
concepción científica del mundo en las nuevas generaciones, se tradujo
en una práctica educacional que ponderaba lo instructivo en detrimento
de lo educativo, sobre la base de lo cuantitativo como indicador de la
calidad.
Todo lo mencionado hizo decaer el reconocimiento y la valoración
social de los maestros y el sector. Esto provocó, a su vez, cierto espíritu
de insatisfacción y desestimulación en una parte de ellos.
Las autocríticas posiciones ante dichas dificultades adoptadas por el
Partido y el gobierno cubano, condujeron a la aplicación de algunas de
las medidas propuestas para la rectificación, apelando a la recuperación
de la real participación de las masas en las soluciones de los problemas
sociales territoriales y de la comunidad.
El esfuerzo central se encaminó a una estrategia por la realización de
un programa agroalimentario y de la ciencia y la técnica.
Se dio apertura al diálogo y a los debates sobre los problemas y las
vías de solución en un clima franco y receptivo. Otros pasos dados fue-
ron la creación de los Consejos Populares a nivel de barrios, el rescate
de la prioridad social del trabajo productivo y en la construcción de obras
sociales, hospitales, postas médicas para el nuevo sistema del médico de
la familia y la creación de nuevos círculos infantiles que permitieran una
mayor incorporación de las mujeres al trabajo.
La construcción de viviendas para los trabajadores o para los vecinos
de las comunidades; la creación de contingentes constructivos para em-
presas mayores; el impulso del movimiento de innovadores y
racionalizadores; la estimulación a los trabajadores del Ministerio del Azú-
car, especialmente a los cañeros y el estímulo al trabajo de los científicos,
69
fueron, entre otras medidas, las decisiones encaminados a dar un vuelco
a la situación existente.
En cuanto a la educación, puede tenerse en cuenta todo el trabajo del
perfeccionamiento continuo de los planes y programas de las diferentes
enseñanzas, que ya se realizaban en los años ochenta, así como una
estrategia de superación del personal docente para alcanzar el nivel uni-
versitario mediante la creación de la Licenciatura en Educación, que se
estableció para todos los subsistemas de enseñanza.
En otro nivel de profundización de las transformaciones en la educa-
ción, a finales de la década del ochenta e inicios de la del noventa, se
distinguen cuatro aspectos esenciales propuestos:
1. Correlación entre la cantidad y la calidad, atendiendo a los resultados
del trabajo educacional y la masividad del sistema nacional de educa-
ción.
2. Dialéctica entre la centralización institucional y la descentralización
en la autoridad. Adecuación y contextualización del trabajo del colec-
tivo pedagógico en cada escuela del país.
3. Fundamento del trabajo del maestro en un espíriru de autosuperación
y dominio de los métodos pedagógicos y científico investigativos, para
afrontar la solución de los problemas de su realidad escolar.
4. Perfeccionamiento de la aplicación del principio de integración del
estudio con el trabajo, y la formación de valores humanísticos, para la
preparación para la vida de los jóvenes.
En tales circunstancias, fue importante la transformación de los mé-
todos y estilos del trabajo en la dirección de los procesos en las distintas
esferas, con independencia de la centralización que la institucionalización
había traído consigo, lo que coadyuvaría al rescate de una participación
democrática, que haga al individuo ser auténtico, más pleno, más libre y
despojado de los fenómenos de la doble moral, la apatía o la inercia en su
proyección en las diferentes esferas de la actividad social, pero en espe-
cial ante el proceso laboral, donde se acentuaron las condiciones que
reproducían el carácter enajenado del trabajo y sus diferentes direccio-
nes de manifestación en la sociedad, expresadas en las actitudes negati-
vas de ciertos individuos.
Entre los diversos factores subjetivos, incidieron negativamente el
descuido ideológico y la baja atención al problema de la conciencia y la
espiritualidad. Se reconoció que la incensante penetración por diversas
vías e influencia activa de la ideología burguesa, anticubana y de los
valores de la sociedad de consumo, había encontrado un terreno propicio
70
para el renacimiento de un espíritu de lucro personal y de individualismo
entre un grupo considerable de personas.
Como uno de los catalizadores puede señalarse el establecimiento de
los contactos en el país con la comunidad cubana radicada en el extran-
jero desde finales de los años setenta y, con posterioridad, las constantes
agresiones que los grupos reaccionarios de la inmigración dirigen desde
el exterior por vía radial hacia el territorio cubano, entre otras formas de
diversionismo ideológico.
Durante todo este período de rectificación de errores, iniciado desde
1986, el núcleo esencial del trabajo proyectado y los esfuerzos realizados
en esta dirección tuvieron su fundamento en un contenido moral, que
lleva adelante la exigencia de una profundización en la autoconciencia
de los hombres y las mujeres, ante los deberes y la responsabilidad, la
necesidad de apelar al honor, a los principios y al mecanismo interno de
la vergüenza. Todo lo que apuntaba al papel primordial que la moral
debía desempeñar en tales circunstancias, por lo que se reveló nítida-
mente el fenómeno de la necesidad de luchar por el crecimiento del
factor subjetivo a partir de la elevación de la regulación moral, como
elemento interno de la conciencia, movilizador y orientador hacia el logro
de la estrategia política establecida en el país.
La concepción de la búsqueda de la semilla escondida que hasta el
más vil de los hombres lleva oculta, así como la comprensión de que los
seres humanos no sólo actúan y son movidos por el palo y la zanahoria,
como meros animales instintivos, eleva el sentimiento ético humanista de
la fe y confianza en el ser humano, en sus potencialidades morales, como
dominio de la voluntad bajo la esfera de la conciencia y la razón, guiados
por determinados objetivos y fines sociales que permiten su realización
individual y la satisfacción del deber cumplido ante el bienestar de todos.
Esta fue una tendencia que se levantó gradualmente ante el proceso que
se llevaba a cabo en la sociedad.
Con claridad se evidenció la relación necesaria que existe entre la
economía y la moral en el proyecto social cubano, cuya máxima formu-
laba la necesidad de «crear riquezas con conciencia» y no a la inversa,
«conciencia con riquezas». Lo que no niega el papel determinante que
las condiciones materiales, específicamente económicas, ejercen sobre
el factor conciencia, sino que de lo que se trata es del reconocimiento del
carácter anticipador que lo subjetivo tiene en relación con lo objetivo, ya
que aquel puede crecerse y proyectarse ante determinadas condiciones
adversas para su transformación.
71
Tampoco se trata de que el socialismo esté reñido en modo alguno con
las riquezas sociales, sino de la comprensión de que en nuestras condicio-
nes de país latinoamericano del Tercer Mundo, el único modo y la sola vía
en que pueden crearse las riquezas materiales que indiquen un determina-
do desarrollo económico y social tiene que tener como fuente el trabajo y
el aporte consciente e inteligente de los individuos a este propósito.
En esta etapa de la década del ochenta, puede señalarse, como otro
indicador del progreso moral, el creciente espíritu de solidaridad interna-
cional y de fortalecimiento del principio moral del internacionalismo proleta-
rio, en correspondencia con una práctica consecuente a tenor de la política
exterior del gobierno cubano, a la luz de las condiciones vigentes en la
arena política internacional, donde la correlación de fuerzas favorecía la
necesidad de este tipo de relaciones entre los países del Movimiento de
Países No Alineados, respaldados por el apoyo moral solidario y en oca-
siones material de los países del entonces aún existente campo socialista.
La práctica del internacionalismo, extendida a múltiples esferas de la
actividad social, implicó a diferentes sectores de la población que hicieron
suyos los valores del altruismo y la solidaridad con otros países del mundo,
al dar una importane contribución al fondo común de la causa de los pue-
blos. Esto engrandeció la imagen de Cuba a partir del reconocimiento ge-
neralizado de las posiciones internacionales asumidas sobre la base de
principios morales, siempre a favor de las causas justas y nobles, del respeto
a la no injerencia en los asuntos internos de otras naciones, y del estableci-
miento de un orden económico diferente, de equidad, que posibilitara las
vías de desarrollo de los países subdesarrollados, empobrecidos y
neocolonizados del planeta, así como la acción conjunta ante los problemas
globales que afectan a la humanidad.
El prestigio moral ganado en la praxis de las relaciones internacionales
del gobierno y pueblo revolucionario cubanos ha despertado la simpatía y
elevado el número de amigos que a su vez se solidarizan con Cuba, lo cual
es inaceptable para el imperialismo yanqui y los círculos de poder de los
grupos reaccionarios de la emigración cubana. Estos han hecho todo lo
posible por falsear la verdadera imagen de nuestra realidad y han manipu-
lado la opinión internacional a partir de campañas, acusaciones y
tergiversaciones de todo tipo, a lo largo de los años de Revolución socialis-
ta.
Todos los esfuerzos y el trabajo encaminados a enrumbar por el cami-
no correcto el proceso de construcción del proyecto socialista cubano,
estuvuvieron permeados por el sentido autocrítico, por la decisión de ser
lo más auténticos, originales y creativos posible, y de eliminar todo tipo
72
de copia e introducción mecánica de modelos de los ex países socialistas
de la Europa del Este, no afines con la realidad e idiosincrasia del pueblo
cubano, que en algunos momentos anteriormente constituyó uno de los
errores antes mencionados. Con ello, el análisis triunfalista e idealizado de
las condiciones de la realidad del proceso cubano debía ser eliminado para
ganar en cuanto a realismo, objetividad y flexibilidad, actitudes inherentes
al método dialéctico materialista de comprensión de la realidad social y del
mundo.
Con la entrada en la década final del siglo XX, se producen cambios
históricos trascendentales en la arena internacional. El desmoronamiento
del campo socialista y la desintegración de la URSS dieron un vuelco a la
correlación de fuerzas en el planeta, ahora a favor de la reacción. Son
preocupantes las nuevas condiciones que plantea la existencia de un mun-
do unipolar, con la globalización del capitalismo bajo los fundamentos ideo-
lógicos del neoliberalismo y la hegemonía del imperialismo yanqui como
gendarme.
Desde 1989 se vislumbraba la posibilidad real e inminente de este fenó-
meno, que para Cuba representaba una fuerte llamada de alerta en medio
de las ya difíciles condiciones internas por las que atravesaba el país, en-
vuelto en un franco proceso de rectificación de errores y lucha contra las
tendencias negativas. Ya en tan temprana fecha, el máximo dirigente de la
Revolución cubana, Fidel Castro, en una de sus acostumbradas interven-
ciones ante el pueblo, en este caso en ocasión de conmemorarse en la
provincia de Camagüey un aniversario más de la patriótica efemérides del
Asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio, auguró que:
Defenderemos el socialismo hasta las últimas consecuencias[...].
Si el campo socialista se desintegra, seguiremos defendiendo el socialis-
mo[...].
Si en la URSS estallara una contienda civil..., si la URSS dejara de existir,
seguiremos defendiendo el socialismo.30
Estas eran definiciones políticas sustentadas en posiciones de principios
morales de fidelidad a la causa nacional y patriótica, de defensa a todo riesgo
y a toda costa del proyecto socialista de la Revolución cubana, que significa
la defensa de la patria, su independencia, su soberanía, la dignidad y el honor
del pueblo cubano, convencidos de que la opción de la reversibilidad del
proceso revolucionario cubano representaría un callejón sin salida, sin res-
puesta para los problemas económicos internos del país y del desarrollo.
30
Fidel Castro, Unidos en una sola causa, bajo una sola bandera, Editora Política, La
Habana, 1991, p. 7.
73
En tal sentido, la ideología burguesa del neoliberalismo y la economía
de mercado no podrían resolver los actuales problemas, ni los del desa-
rrollo en las condiciones de Cuba, como país del Tercer Mundo, como no
fuera sobre la base de la eliminación de las conquistas sociales populares
de la Revolución y de un despiadado abandono del individuo, que se vería
acorralado, aislado y abandonado a su propia suerte.
Tal paso sería un retorno al pasado en las peores circunstancias del
presente, que después de haber vivenciado y concientizado formas total-
mente diferentes en las condiciones de vida del ser humano que, según el
nivel alcanzado en la sociedad cubana, si bien pueden catalogarse de
modestos, sencillos e incluso limitados, representan un enorme salto cua-
litativo en cuanto a la seguridad y bienestar social que dicho sistema
proporciona a la población en general, sin ningún tipo de prebenda, y a
las masas trabajadoras.
Cuba se adentraba en una encrucijada que representaba uno de los
tiempos más difíciles atravesados a lo largo de toda su historia y de los
más de cien años de lucha, en la que el envalentonamiento y la prepo-
tencia yanqui, ante las anotadas victorias sobre el campo socialista y la
desenfrenada prueba de fuerzas en el conflicto bélico del Medio Oriente,
nos ubicaban en el blanco directo por excelencia de su amenazador pun-
to de mira. Esta posición se convirtió en las leyes Torricelli y Helms-
Burton para arreciar el bloqueo económico y aniquilar a la Revolución y
al pueblo cubano.
La estrategia del Partido y el gobierno cubano debía ser cambiada de
inmediato. La política de rectificación y los lineamientos para el desarro-
llo trazados en el III Congreso fueron prácticamente congelados a tenor
de las nuevas condiciones. La previsión mesurada e inteligente estaba
encaminada a preparar a la población ideológica y psicológicamente para
afrontar los nuevos retos y desafíos que la historia imponía a las actuales
generaciones de cubanos, que, aunque contemporáneas, no son genera-
ciones homogéneas, pues cada una, lógicamente, tiene sus propias in-
quietudes y particularidades distintivas.
El programa elaborado en tales circunstancias debía preparar las con-
diciones materiales para la búsqueda de respuestas y vías alternativas a
las grandes dificultades y graves problemas que se desencadenarían como
resultado del doble bloqueo que las actuales condiciones internacionales
representaban para Cuba. Este programa sólo garantizaba su triunfo a
partir de una participación consciente, responsable y resuelta de las fuer-
zas sociales activas del país comprometidas verdaderamente en el proce-
so revolucionario hasta sus últimas consecuencias, lo que supone un
74
fortalecimiento de ciertos valores morales en torno a la voluntad política
que se necesita desplegar, así como la resistencia y la lucha sin desmayo.
Este fortalecimiento también incluye el poner a prueba el grado de
madurez alcanzado por la conciencia moral de los individuos, la firmeza
de las convicciones, de los principios morales que se promulgaron y se
formaron en las condiciones del proceso revolucionario, así como la pro-
ducción de las fuerzas y energías suficientes para mantener los niveles
de resistencia que se necesitan sin quebrar en el camino. Esto presupone
una fortalecimiento del proceso, un momento de depuración y definicio-
nes. Es el conflicto moral de mantener la condición de ser revoluciona-
rio, patriota y digno o el dejar de serlo, dilema que ahora nuevamente,
como ocurrió en otros momentos anteriores de la historia de Cuba, se
ubica en el centro del problema, pero que salvando las distancias espa-
cio-temporales y las diferencias, la diferencia estriba en que el potencial
humano y subjetivo esta enriquecido:
Contamos —expresa Fidel— en primer lugar, con un pueblo que posee
una cultura política incomparablemente superior.
Recuerdo precisamente que en aquellos días de Girón, se llevaba a cabo
la Campaña de Alfabetización; era el Año de la Educación, y había más de
100 000 jóvenes que llevaban adelante la campaña.
Hoy, por cada uno de aquellos 100 000 jóvenes, hay en nuestro país tres
maestros y profesores graduados y trabajando, tres por cada uno de los
alfabetizadores, como resultado del desarrollo de nuestra educación, como
fruto de los avances culturales de nuesto país, como expresión del pue-
blo que tenemos hoy, con cientos de miles de graduados universitarios,
con más de un millón de estudiantes de nivel medio, con millones de
personas entre niños, adolescentes y adultos que van a las aulas. Un
pueblo que ha tenido la escuela histórica de 30 años de Revolución; un
partido con no menos de 600 000 militantes y aspirantes, y una cifra
aproximadamente igual de miembros en la Unión de Jóvenes Comunis-
tas; unas fuerzas armadas que han desarrollado su experiencia, su orga-
nización y su capacidad de combate, decenas y decenas de veces más
que las que poseían en aquel entonces; cientos y cientos de miles de
reservistas, millones de combatientes organizados, entrenados y arma-
dos a lo largo y ancho del país en todas partes, pantanos y montañas,
campos y ciudades.
Contamos con las organizaciones de masas, contamos con el Estado
socialista organizado, contamos con el Ministerio del Interior renovado
y fortalecido; contamos con infinitas fuerzas con que no contábamos
entonces. Pero contamos, sobre todo, con la unidad de nuestro pueblo;
contamos con la unidad estrecha, sólida e indestructible de todos los
75
revolucionarios, y la unidad estrecha, sólida e indestructible de nuestro
Partido con el pueblo.31
El programa del período especial, concebido para la resistencia y
sobrevivencia del pueblo, así como para salvaguardar las conquistas del
socialismo, incluye el objetivo de, aún en tales condiciones, propiciar el
desarrollo sobre la base de un despegue y reanimación de la economía
cubana.
Hacia 1991, con la entrada del país en la primera fase de este período,
ya se habían puesto en práctica diversas alternativas contempladas en el
programa: el programa agroalimentario, el plan de desarrollo del turismo, el
programa de la biotecnología y de la industria farmacéutica, el plan de
ahorro de los recursos materiales y energéticos, así como la creación de
fuentes de energía alternativas, el plan de estímulo y fomento de la activi-
dad creadora, de incentivos e iniciativas de las masas mediante la
revitalización de la actividad de la Asociación Nacional de Innovadores y
Racionalizadores, las Brigadas Técnicas de Trabajo Juveniles y el Foro de
Ciencia y Técnica, entre otros.
En torno a este amplio programa, era imprescindible garantizar la uni-
dad y la movilización consciente de las masas, tarea harto difícil para el
trabajo político ideológico, de un fuerte contenido moral, en el contexto de
la agudización de las contradicciones socioeconómicas y de franco en-
frentamiento en la lucha ideológica en el país.
Ante la desaparición del modelo social socialista, con la reversibilidad
del socialismo real, se produce el efecto de la ausencia o espacio vacío de
un ideal social que, como aspiración de la humanidad, se contraponga y
supere al secular régimen capitalista de explotación, formulado en el pro-
nóstico de las leyes objetivas del desarrollo de la historia de la humanidad
y de la lucha de clases en la teoría e ideología científica de la concepción
del mundo del marxismo-leninismo.
Esto trajo consigo que los desconocedores y enemigos del método dia-
léctico materialista para el análisis y comprensión de la realidad, con las
contradicciones y complejidades del desarrollo, cuestionaran la validez de
dicha teoría y, desde luego, de tal ideal social. Las diversas escuelas y
corrientes filosóficas no marxistas declararon la crisis del marxismo, de su
teoría y su práctica en la construcción del socialismo y del ideal comunista,
social y humano.
La desvirtuada concepción de este problema no dejó de tener sus in-
fluencias ideológicas en el factor subjetivo interno de la sociedad cubana.
31
Fidel Castro, Ideología, conciencia y trabajo político, Editora Política, La Habana,
1986, pp. 267-8, 244, 243, 242.
76
Apareció cierta incertidumbre sobre la perdurabilidad del proceso revolucio-
nario socialista en las cambiantes condiciones actuales, unida a un senti-
miento de frustración y decepción ante lo que evindentemente se presentaba
como una traición a los principios de fidelidad a la causa del socialismo y de
la defensa de los cardinales intereses del movimiento revolucionario internacio-
nal, así como el cuestionamiento sobre el modelo del proyecto social socialis-
ta cubano y la incertidumbre ante el problema del ideal de la personalidad
comunista y la formación de las nuevas generaciones.
Este fenómeno se proyectó de forma mal intencionada y eufórica por los
enemigos internos de la Revolución, que pensaron que les había llegado su
oportunidad, y, por supuesto, entre los grupos contrarrevolucionarios de los
emigrados cubanos, los cuales hicieron rápidos proyectos para la repartición
de sus «supuestas propiedades» en Cuba, y estaban convencidos de la
factibilidad de la toma de las riendas del dominio y el poder del «nuevo
gobierno» que, ante la inminente caída de la Revolución cubana, estaría en-
cabezado por los candidatos representantes de la Fundación Cubano-Ame-
ricana radicada en Miami.
Sin embargo, este fenómeno también gravitó en las mentes y sentimien-
tos de hombres honestos y revolucionarios que se mostraron confundidos, e
incluso algunos vacilantes, ante las grandes contradicciones que se manifes-
taron en la realidad social nacional e internacional, lo que abarcó también al
sector juvenil.
En la arena ideológica se debatían el pesimismo y el optimismo, el
hipercriticismo francotirador, demoledor de la obra revolucionaria, y la acti-
tud de combate en la crítica mesurada, racional y de propuestas de acciones
para resolver problemas concretos.
Esto recuerda análogamente los momentos de finales del siglo XIX e ini-
cios del XX, ante la revolución de las ciencias naturales, la repercusión polé-
mica que dicho fenómno tuvo en el campo filosófico, y que Lenin enfrentó y
plasmó en su obra Materialismo y empiriocriticismo (en la Rusia de 1907),
donde demostró que la mal llamada «crisis de la física» era en realidad «la
crisis de los físicos», que no contaban con el método de la dialéctica materia-
lista para interpretar los nuevos descubrimientos de las ciencias naturales.
El problema de la unidad nacional era un problema central en torno al
cual debía resolverse, en la nueva praxis, la cuestión de los métodos y estilos
de trabajo que mantuvieran la organicidad del sistema social cubano, la aten-
ción a los intereses y problemas del individuo, con una orientación más per-
sonificada en la dirección política y la participación democrática de las
masas y el trabajo en la comunidad para la solución de los problemas
concretos encabezados por los Consejos Populares.
77
Las definiciones sobre la no estigmatización de los individuos por su
culto o credo religioso, la posibilidad, incluso, de formar parte de la
militancia del Partido Comunista y de la Unión de Jóvenes Comunistas
según su actitud ante la vida, el trabajo y el proceso revolucionario, cons-
tituyeron un paso significativo en el logro de la profundización de la au-
tenticidad del individuo en su actuación en la sociedad, sin necesidad de
asumir una doble moral y siendo más pleno en su integración a las exi-
gencias y deberes que reclamba la sociedad, así como en el logro de una
unidad menos formal y más profunda entre todos los cubanos defenso-
res del proyecto social y portadores de los valores morales humanos
universales que lo fundamentan.
La comprensión fresca y renovada de este problema arrojó luz sobre
la necesidad de lograr la unidad en la diversidad, siendo más tolerantes y
flexibles unos con otros, alcanzando una comunicación y un trato sobre
la base del entendimiento y la comprensión mutua de forma racional y
respetuosa, en aras de defender y preservar los objetivos económicos,
sociales y culturales, con una orientación ideológica, político moral, hu-
manista, martiana y marxista de carácter socialista.
La agudizacion de las contradicciones económico-sociales en el trans-
curso del período especial, han repercutido en el impacto que ha recibido
la moral en su tendencia progresiva. Es innegable que se ha producido
un proceso de devaluación de los valores esprituales, en particular de los
valores morales, los que han sufrido una degradación ostensible con la
proliferación de actitudes y cualidades morales negativas en la conducta
y accionar de algunos individuos.
La indisciplina social, la desestimulación de la actitud ante el trabajo y
la pérdida de la significación y valor del trabajo para muchos individuos,
la búsqueda de dinero o de una vida suntuosa por vía fáciles o ilegales, la
aparición de una nueva modalidad de la prostitución (el fenómeno de las
«jineteras»), la falta de ejemplaridad y honestidad por ciertos administra-
dores y funcionarios estatales, entre otros, dicen de una crisis de valores,
de la pérdida de la significación social positiva de ciertos valores inculca-
dos y formados por la Revolución, ahora desacreditados por una realidad
diferente que impone nuevas reglas objetivas, sobre todo en el campo de
la economía.
La aplicación de medidas que implican modificaciones en la base
económica cubana, hacia una economía socialista multiforme comformada
por la propiedad social (estatal y cooperativa), la pequeña propiedad de
productores privados, la propiedad mixta y privada capitalista, constitu-
yen la objetivación de los esfuerzos para salvaguardar las conquistas
78
esenciales del socialismo cubano y del proyecto social en su conjunto, en
la medida en que puedan obtenerse los beneficios y resultados del fun-
cionamiento de todas las ramas impulsadas para el desarrollo económico
del país. El predominio de la propiedad social con el ejercicio de un poder
político que responde a los intereses de los trabajadores y el pueblo en
general, garantizan el rumbo socialista de la Revolución.
No obstante, estas medidas constituyen un reto a la ideología socialis-
ta del proyecto social cubano por el impacto desfavorable que ejercen en
la vida espiritual y moral de la sociedad.
A raíz de esta situación, puede distinguirse la agudización de los con-
flictos morales más reiterados a que se enfrentan los individuos y que
brotan de las contradicciones de la realidad social, dentro los que se
encuentra el conflicto entre la ética del ser (mantener las posiciones de
dignidad, honestidad e integridad personal) y la ética del tener (desmem-
bramiento o desdoblamiento de la integridad moral del individuo por ob-
tener, a cualquier costo, beneficios materiales personales). El contenido
de este conflicto ético expresa una de las contradicciones principales y
esenciales, asociadas a la situación económica, así como al enfrenta-
miento ideológico entre las posiciones socialistas y burguesas, patrióticas
o anexionistas.
Derivados de este conflicto, existen otros con diferencias de matices:
z Entre la motivación o la estimulación hacia el trabajo por amor, voca-
ción, realización y necesidad social y la motivación por la búsqueda
del bienestar y ventajas materiales que pueda reportar.
z Entre la búsqueda del sustento por la vía del esfuerzo personal, la
entrega, el sacrificio en el trabajo, con resultados socialmente útiles, o
la búsqueda por vías fáciles, deshonestas, corruptas e ilegales.
z Entre la obtención de recursos para la satisfacción de las necesida-
des elementales familiares y personales por la vía de la distribución
económica establecida, y/o, a su vez, por la obtención por las ofertas
del mercado negro de fuente dudosa.
z Entre la posición de resistir manteniéndose en el país enfrentando las
difíciles condiciones materiales y de sobrevivencia o tomar el camino
del abandono y el desarraigo patrio mediante la emigración al extranje-
ro.
En el enfrentamiento de lo progresivo y lo regresivo en el campo de la
moral y sus valores, se evidencian, en las manifestaciones ideológicas y
conductuales de los individuos, unos valores que se reafirman y otros
que se han degradado. Entre ellos se encuentran los siguientes:
79
z El valor de la dignidad humana se ve reafirmado en la dimensión de la
dignidad nacional, a partir de las actitudes decorosas, honestas y pa-
trióticas que tienden a mantener la unidad nacional en torno a la vo-
luntad política de defensa de las conquistas de la obra de la Revolu-
ción, mientras que en la dimensión de la dignidad personal existen
degradaciones en actitudes individuales deshonestas, corruptas y de
diversas formas de prostitución.
z El valor del deber moral social ante el trabajo ha sufrido un fuerte
impacto degradante, de desestimulación de la actitud laboriosa y de
entrega y realización material y espiritual a través del trabajo, lo que
ha afectado la honradez, en la medida en que algunos buscan el sus-
tento por otras vías o adoptan actitudes parásitas.
z El espíritu crítico y autocrítico ante las actitudes y acciones negativas
que tratan de justificarse por las condiciones objetivas desfavorables
generadas en el período especial, para evadir el enfrentamiento a los
problemas y su solución.
z La solidaridad se ve afectada en el contenido de las relaciones entre
los individuos más próximos, por el descuido de la atención humana al
compañero, la concentración en los problemas propios, el egoísmo y
el individualismo ante la solución de problemas materiales personales
y familiares, lo que afecta a su vez al valor del colectivismo, el altruis-
mo y los hábitos de educación formal.
z El valor del antirracismo sufre el impacto de los criterios
discriminatorios y de prácticas de prejuicios raciales que se generan
en el país a partir de la existencia de la mixtificación de la economía,
con la coexistencia de la economía capitalista, inversiones extranje-
ras, fomento del turismo internacional, entre otros elementos foráneos
que se rigen por patrones discriminatorios y racistas, y que son facto-
res que refuerzan en las actuales coyunturas este aspecto, en la me-
dida en que se evidencian diferencias sociales en las condiciones de
vida de los individuos que por diversas vías pueden tener acceso al
dólar y los que no pueden obtenerlo, así como por los medios propa-
gandísticos y publicitarios que reafirman ciertos criterios estéticos
norteamericanos o europeizantes con matices racistas que rigen en el
mundo capitalista de hoy.
z La intransigencia e intolerancia ante todo tipo de dominación extran-
jera es un valor moral que se reafirma en el nuevo contexto histórico,
con otras peculiaridades en su contenido. Se mantiene la no acepta-
ción a ceder ante las presiones del gobierno norteamericano y de la
derecha reaccionaria de la emigración cubano-americana y se
80
sortean todas las agresiones, campañas y manipulaciones con fenó-
menos tan delicados como el el estímulo a la emigración ilegal hacia
los Estados Unidos. Aun en tales circunstancias, se ha producido el
efecto, contraproducente, de que se fortalece el valor de no ceder a
la imposición del dominio extranjero, que significaría la pérdida de la
patria y de la nación, de todas las conquistas sociales y la dignidad de
los cubanos, así como del derecho a luchar por un futuro mejor.
z En el vínculo existente entre el contenido de los valores morales, aso-
ciado a los antes mencionados está el valor de la capacidad de resis-
tencia generada históricamente ante las difíciles condiciones de la
sociedad cubana. Se estimulan la creatividad, la iniciativa y la partici-
pación popular, como parte de la voluntad política y económica de
salir adelante. Esta genera actos de abnegación, hazañas y heroicidades
entre los individuos conscientes y comprometidos con el proyecto
socialista cubano.
z La justicia social es un valor que, en su contenido objetivo actual, se
refuerza a partir del rechazo que se genera ante el surgimiento de
evidentes desigualdades sociales por la coexistencia de diferentes
formas de propiedad económica en el país. Esto tiene un impacto,
sobre todo en las generaciones nacidas con la Revolución, que no
tienen vivencias precedentes de una situación de este tipo. Este inte-
resante elemento es necesario tenerlo en cuenta para la comprensión
de lo que significaría la pérdida del poder político que responde a los
intereses del pueblo y del carácter socialista de la sociedad para ga-
rantizar una obra de seguridad y justicia social para las amplias ma-
sas trabajadoras.
El reconocimiento de una crisis de valores no nos conduce a la
absolutización fatalista de este fenómeno, sino a la comprensión y
profundización en las contradicciones histórico concretas que la produ-
cen y las fuerzas internas que se mueven en ella y que generan las
tendencias que se enfrentan entre sí, anunciando saltos inevitables que
pueden representar el triunfo de lo regresivo o de lo progresivo.
El concepto de crisis social expresa una agudización de las con-
tradiciones socioeconómicas y políticas que provocan el surgimiento de
momentos coyunturales difíciles para la sociedad, en cuyo seno está el
enfrentamiento socioclasista de los intereses en pugna.
La agudización extrema de las crisis sociales puede conducir a esta-
llidos sociales revolucionarios cuando las masas o grupos sociales tratan
de subvertir el orden de un dominio explotador y de injusticias sociales;

81
o contrarrevolucionario, cuando determinados sectores o grupos socia-
les tratan de hacer reversible un orden de dominio con una base demo-
crática de participación y beneficio popular con un carácter revoluciona-
rio, según las condiciones que indican la radicalidad del proceso y el
momento histórico en que se produce.
En el caso de la realidad cubana se evidencia una crisis en la econo-
mía, con un impacto en la vida espiritual y en la esfera de los valores
ideológicos que no tiene el carácter de crisis social general, ni síntomas
de agudización extrema.
Una intensificación del trabajo político ideológico encaminado a la
profundización en el conocimiento de las causales externas e internas
por parte del pueblo, en apretada fila con el Partido y el gobierno, sobre
la coyuntura actual que vive el país, la creación y toma de conciencia
acerca del camino a seguir, los medios y vías que se deben emplear para
dar una respuesta certera a las dificultades que atraviesa el país y la
reanimación de la economía, han sido, entre otros, los pasos de la estra-
tegia para resistir, sobrevivir y salvaguardar los objetivos del proyecto
social socialista cubano.
En tales circunstancias, urge la necesidad de trabajar intensamente
en la formación de valores y cualidades morales en los niños y jóvenes,
tener claridad acerca de la imagen del joven a formar. Este debe ser
capaz de afrontar el presente con sus cambios dinámicos y contradic-
ciones de una forma inteligente y optimista, con una cultura general,
científica, técnica, tecnológica y laboral sustentada en una riqueza es-
piritual interna, dada por un conjunto de valores con un contenido mo-
ral y una orientación humanista que tiendan a preservar lo más fecun-
do de la cubanía y de la conciencia nacional y dar continuidad a la obra
social de la Revolución cubana.

82
CAPÍTULO III
Imagen del joven cubano

Imagen del joven


Al hablar de la proyección de la imagen del joven que se pretende
formar, nos referimos a un tipo específico de personalidad con un
condicionamiento sociohistórico, en una época, realidad y tipo de socie-
dad dada, en cuya individualidad se concreta el conjunto de cualidades
inherentes al carácter y contenido del sistema de relaciones sociales
imperantes y de la correlación individuo-sociedad, en la que el individuo
nace, siente, interactúa, se desarrolla y se forma, mediante la actividad
humana.
En esta concepción filosófica sobre la personalidad, es necesario te-
ner en cuenta la inserción de los elementos que aportan el contenido
general de la conciencia nacional, como elemento integrador dentro de la
estructura de tal personalidad, y de la identidad nacional y cultural, inhe-
rente a la cubanía como expresión de un tipo específico de nacionalidad,
todo lo cual, en su conjunto, permitirá tener una mayor concreción de la
esencia de la personalidad en la aproximación a las determinaciones cua-
litativas más generales que, como dimensiones integrales, permitan ela-
borar el proyecto ideal de la imagen del joven que queremos formar.
Dentro de los componentes estructurales de la conciencia nacional
se encuentra la idiosincrasia, que expresa los rasgos más generales de la
psicología social del cubano y de la conciencia cotidiana o habitual, da-
dos en las peculiaridades de la espiritualidad y el temperamento, que se
reflejan en los sentimientos y se concretan en determinadas costumbres
y tradiciones típicas de los cubanos.
Estrechamente vinculado a este elemento se encuentra el compo-
nente ideológico, que expresa los intereses, objetivos e ideales naciona-
les y patrióticos, manifestados en la interrelación y actividad de los indi-
viduos, grupos, sectores y clases sociales comprometidos con ellos.
El componente axiológico complementa la interrelación dialéctica de
los elementos estructurales de la conciencia nacional asociados a la signifi-
cación social que tienen, entre otros, la formación del sentido de la patria y
el patriotismo, así como los valores de independencia nacional, soberanía,
83
justicia social y unidad nacional, que en su connotación política y moral
se asocian a un conjunto de valores, dentro de los que se destacan la
dignidad nacional, la intolerancia e intransigencia ante todo tipo de domi-
nación extranjera, la solidaridad humana y el deber moral.
Esto está dado por la permanente presencia y el papel que estos
valores han desempeñado a lo largo del proceso histórico cubano en la
conformación y autoafirmación de la identidad nacional, en la continui-
dad e integración de estos procesos, como parte esencial del contenido
de la tendencia progresista y humanista, así como del fundamento del
proyecto revolucionario cubano, martiano, marxista y de carácter socia-
lista.
Todos los componentes de la conciencia nacional tienen una profun-
da raíz sociohistórica que se registra en la memoria histórica de dicha
conciencia como otro de sus elementos componentes.
Como resultado del estudio realizado, se revelan tres determinaciones
cualitativas que pueden resumirse como pautas ideológicas que se derivan
de forma generalizadora e integradora de la tendencia progresiva y revolu-
cionaria, del proceso histórico cubano y del progreso moral. Estas determi-
naciones, con un contenido abarcador, se integran entre sí en un todo ar-
mónico en la proyección de la imagen del joven que debemos formar (figu-
ra 2), y son:
z La personalidad del joven cubano.
z Ser revolucionario.
z Una orientación ideológica de carácter socialista.

JOVEN CUBANO

PERSONALIDAD
REVOLUCIONARIO SOCIALISTA

Figura 2. Proyección de la imagen del joven revolucionario cubano.

La personalidad del joven cubano. Se refiere a la formación de la


individualidad de nuestros niños y jóvenes, a tenor de los valores más
auténticos de la cubanía, la conciencia y la cultura nacional, donde la
historia, las tradiciones patrióticas y el amor a la patria ocupan un lugar
especialmente significativo.
84
En esta personalidad se deben integrar lo racional y lo emocional, lo
cognitivo y lo afectivo, como expresión de la unidad de la inteligencia con
los más nobles sentimientos humanos, en un proceso de formación y
asimilación de una concepción del mundo sobre la base de una amplia
cultura que le dé los instrumentos necesarios para desenvolverse en las
diferentes esferas de la vida y de la actividad con independencia y crea-
tividad.
Como parte esencial dentro de la estructura de esta personalidad se
encuentra un sistema de valores políticos, jurídicos, estéticos, filosóficos,
incluso religiosos, que interpenetrados por los valores morales, con una
orientación humanista y progresista, desarrollan una función
personificadora y movilizadora hacia la realización del contenido de tales
valores en sus actitudes y relaciones humanas.
Ser revolucionario. Es una concreción del carácter activo que la
personalidad del joven cubano debe encarnar, siempre en función del
progreso y el desarrollo en el presente y en el futuro.
En esto desempeña un importante papel el nivel de exigencia del indi-
viduo para consigo mismo y con la realidad que lo rodea, el espíritu de
insatisfacción revelado en su sentido crítico y autocrítico, la definición de
objetivos y aspiraciones personales y la voluntad de no resignarse ante
las circunstancias y condiciones adversas cuando existe alguna posibili-
dad de actuar en aras de su transformación.
Ser revolucionario es parte de la concepción del mundo del individuo
y de su actitud ante ese mundo, con un conocimiento de causa en la
actuación consciente y de compromiso con la realidad histórica, las ne-
cesidades y las exigencias de la época.
La condición del revolucionario encierra el carácter flexible, dialéctico
y amplio que debe caracterizar la mentalidad del joven en su reflejo ob-
jetivo de la realidad cambiante y en las contradicciones que esta mani-
fiesta, ante lo cual el individuo no sólo debe reflexionar y tomar decisio-
nes, sino asumir posiciones en la actuación y el quehacer en la práctica,
lo que en ocasiones implica la necesidad de adecuar nuevas formas,
métodos o estilos de cómo hacer las cosas rompiendo con lo tradicional
—viejos caminos o esquemas obsoletos que obstaculizan el avance y el
progreso.
Esta dimensión de la personalidad del joven cubano que aspiramos
formar, emerge del proceso histórico cubano, que en su esencia ha esta-
1
«[...] ¡Los revolucionarios no se desmoralizan jamás! sacan fuerzas de sus reveses,
sacan fuerzas de sus dificultades, y siguen adelante. Y esto es lo que nos enseña la
historia de nuestro país desde las primeras luchas por la independencia, desde la guerra
85
do asociado al fenómeno de la Revolución, por lo que esta condición
encierra una serie de requerimientos y virtudes morales que se han enri-
quecido y profundizado en cada momento histórico de la realidad social
cubana mediante su transmisión las sucesivas generaciones.1
El carácter socialista del joven cubano y revolucionario. Indica
la orientación ideológica y socioclasista de los intereses socioeconómicos,
políticos y morales de los trabajadores y las masas populares, que él
debe hacer suyos, manifestándolos en sus cualidades personales, pro-
yecciones y actitudes.
Estos intereses responden a la defensa del trabajo libre de la explota-
ción entre los hombres que impone la propiedad privada capitalista sobre
los medios de producción, lo que trae consigo un régimen de contrastantes
realidades e injusticias sociales.
Aun en las condiciones actuales, con la desaparición del campo so-
cialista, el predominio de la ideología del neoliberalismo y la globalización
de la economía de mercado, así como con todas las medidas tomadas y
cambios introducidos en la economía cubana, que llevan a la coexisten-
cia de una propiedad socialista, estatal, con la propiedad mixta y capita-
lista como una necesidad impuesta por las condiciones imperantes para
reanimar la economía, propiciar el desarrollo y salvar las conquistas so-
ciales más significativas, incluso en estas condiciones, el reconocimiento
de las desventajas humanas y la degradación moral y espiritual que ge-
neran, entre otros males, en el individuo y la sociedad, el régimen capita-
lista de producción es la piedra angular que define la orientación

de los Diez Años —diez años—, que terminó en la derrota total -diez años-, que
terminó en el Zanjón. Y, sin embargo, se volvieron a levantar y prosiguieron adelante y
llegaron a lo que hemos llegado hoy.»
«[P]ero la voluntad del revolucionario no se detiene jamás ante lo que concibe posible,
y es un problema de voluntad, es un problema de firmeza, es un problema de convicción,
es un problema de confianza [...]Revolucionarios son aquellos que las conciben con la
inteligencia y las realizan con la voluntad [...] porque no es revolucionario [...] quien
comprende teóricamente un problema y solamente de una manera teórica, sino quien es
capaz de llevarlo a cabo de una manera práctica, de una manera real. [...]»
«El revolucionario es un hombre que tiene una conducta limpia, un espíritu de sacrificio
a todo tren, que entrega su vida, su esfuerzo, su energía, sus horas de sueño, sus horas
de descanso [...] todo lo entrega para trabajar para los demás [...] y vive muy feliz [...]
con ese mismo ardor cada revolucionario defenderá la obra que es su obra [...].»
«El revolucionario actúa bien, modestamente, sencillamente, conscientemente,
pacientemente [...]. Puede hacerse revolucionario únicamente, por la persuasión, por la
razón y por el ejemplo.» (Fidel Castro, Ideología, conciencia y trabajo político,
Ob. cit., pp. 267-268, 244, 243, 242.)

86
ideopolítica y ético humanista del carácter socialista de la personalidad
del joven cubano que se forma bajo estas circunstancias.
Lo que hace que pueda reconocer el proyecto social cubano, con su
esencia revolucionaria, humanista y socialista, como un modelo que da
respuesta a los problemas y necesidades esenciales del ser humano, las
masas populares y trabajadoras, por la definición de que el poder político
responde legítimamente a los intereses del pueblo trabajador, es el ejerci-
cio del poder del pueblo, sobre una base democrática de participación y
toma de decisiones.
La ideología revolucionaria, martiana y marxista, debe orientar a las
jóvenes generaciones de cubanos hacia la continuidad, perfeccionamiento
y desarrollo del sistema y proyecto social cubanos, reconociendo a su
vez que tal modelo se encuentra en franco proceso de reelaboración y
reconsideración teórica y práctica.
El carácter socialista de la personalidad del joven cubano consiste en
que tenga una claridad meridiana acerca del lugar y el papel del trabajo
en la vida del individuo, su familia y la sociedad, así como la concepción
de que el trabajo no es un medio de acumular riquezas materiales perso-
nales para el lucro o la ostentación, sino para la satisfacción racional de
las necesidades materiales y espirituales del individuo y el bienestar y el
progreso social del país.
En ello, el rescate y formación de una cultura laboral en la integración
del estudio-trabajo en los centros educacionales desde edades tempra-
nas desempeña un papel importante en la formación de este carácter
socialista de la personalidad, proceso que implica la formación de una
actitud positiva hacia el trabajo y los valores morales fundamentales que
indican una nueva actitud, como son:
z El trabajo como un deber moral de todo hombre honrado y honesto.
z La responsabilidad moral, individual o colectiva, ante las tareas que le
corresponde realizar.
z La solidaridad humana como parte de las relaciones interpersonales
fraternales, de respeto, ayuda mutua y colectivista en el desempeño
de la actividad laboral.
Lo que distingue cualitativamente la formación de los valores mora-
les de la cultura laboral con un carácter socialista, respecto a los valo-
res que se generan bajo las condiciones del trabajo en el capitalismo
(donde también se forman el deber y la responsabilidad), es el sentido
humanista de las relaciones de solidaridad que se establecen entre los
seres humanos.
87
En la sociedad cubana, esto se sustenta sobre la base de la integra-
ción del individuo a las relaciones económicas establecidas (diversos ti-
pos de propiedad) y su contribución con el aporte de su trabajo al fondo
social de riquezas materiales que se redistribuyen socialmente y se re-
vierten en las garantías de las conquistas populares y en el mejoramiento
gradual de las condiciones de vida de los trabajadores, como resultado
del proceso de reanimación económica y social en la difícil coyuntura del
período especial que atraviesa el país.
Esta condición es posible a partir de que el poder político está en
manos de un Partido Comunista y de un Órgano de Gobierno del Poder
Popular que representan los intereses de los trabajadores y el pueblo, y
cuya misión principal en tales circunstancias es lograr que la presencia
capitalista en la economía cubana (y sus impactos sociales), utilizada
como un medio y no como un fin, no contamine mortalmente las bases
del sistema social cubano ni pueda hacer fracasar los objetivos del pro-
yecto socialista de la Revolución cubana.
Esto representa un reto para la formación de los jóvenes cubanos que
se desenvuelven en las actuales condiciones económico sociales del país,
lo que significa la necesidad de reforzar este aspecto del proceso educa-
tivo y socializador que la escuela cubana debe realizar, perfeccionando y
adecuando a toda costa la experiencia científico pedagógica acumulada
en la práctica de todos estos años de la Revolución en el poder, en la
aplicación del principio estudio-trabajo, y centrando la atención en la for-
mación de valores como algo fundamental.

Cualidades de la imagen del joven cubano,


revolucionario y socialista
Las cualidades que se desea formar en el joven cubano son las
siguientes:
z Una personalidad que responda a una concepción del mundo desa-
rrollada sobre la base de una amplia cultura general, científica,
politécnica, laboral y de los sentimientos con un contenido humanista.
Debe ser portador de valores humanos universales políticos, jurídi-
cos, filosóficos, estéticos y morales, así como de los valores
sociohistóricos y culturales de la cubanía y la conciencia nacional,
dentro de los que se encuentran los referidos a la idiosincrasia del

88
cubano y se destacarán los del sentido de la patria y el patriotismo, el
amor a la independencia y a la soberanía, la defensa de la justicia
social y la unidad nacional.
z Una actitud revolucionaria, emprendedora y transformadora ante la
vida y la realidad existente, capaz de buscar soluciones y respuestas
a los problemas con inteligencia, voluntad, tesón y firmeza. Deberá
tener un espíritu altruista, de sacrificio, entrega, fe en las fuerzas
racionales y morales del hombre y caracterizarlo su optimismo. De-
berá poseer una mentalidad dialéctica, flexible ante los cambios y con
la disposición de romper esquemas viejos para aplicar nuevas formas
y métodos. Mostrar ua actitud de insatisfacción y espíritu crítico en
aras del perfeccionamiento, el progreso y el desarrollo.
z Una ideología socialista, a favor de los intereses de las masas traba-
jadoras y populares, que reconozca y defienda las conquistas de la
obra de la Revolución cubana. Podrá distinguir la introducción y la
aplicación de resortes y mecanismos económicos capitalistas en la
economía cubana como una alternativa para propiciar el desarrollo y
dar continuidad al proyecto social cubano de independencia nacional,
dignidad humana y justicia social, y asumir una actitud de rechazo
hacia el inhumano sistema capitalista de explotación e injusticia, como
un modelo no factible a los intereses populares ni a la realidad
tercermundista de la sociedad cubana. También reconocerá el lugar
y el papel del trabajo en la vida del individuo y para el desarrollo del
país, y mostrará una actitud positiva ante el trabajo.
En la proyección de la imagen integral de la personalidad del joven
cubano, el perfil moral se revela como un elemento que vertebra e
interpenetra todos los elementos que conforman la estructura de la per-
sonalidad, cuyo contenido de valores indica las cualidades morales que lo
integran, a partir de la trilogía de valores morales ya estudiada en capítu-
los anteriores, y las exigencias que plantean las determinaciones cualita-
tivas de dicha imagen.
El perfil moral de la imagen del joven cubano, revolucionario y socia-
lista, se construye teniendo en cuenta:
z Las particularidades del reflejo moral de la realidad, tales como su
carácter deontologizador, idealizador, crítico, autocrítico y conserva-
dor, que se manifiestan en la triada gnoseológica del ser moral, el
deber ser y el ideal moral, expresada en el contradictorio proceso del
progreso moral a lo largo del desarrollo histórico cubano.

89
z La búsqueda en las raíces históricas, en la identidad nacional y cultu-
ral, de los valores morales que con un sentido progresivo han forma-
do parte de la definición, el contenido y el fundamento de procesos
históricos trascendentales del pueblo cubano.
z Las condiciones de la realidad cubana en la actualidad, con sus
contradicciones socioeconómicas, sus impactos en la vida espiritual
y en los valores morales, las insatisfacciones en el nivel de morali-
dad alcanzada en los planos ideológico y conductual de ciertos indi-
viduos, y, por último, las aspiraciones y exigencias morales sociales
para el logro de la preservación de la Revolución cubana, su obra y
su continuidad futura.

Perfil moral de la imagen del joven cubano


Estará caracterizado por los valores siguientes:
z Sentido de la dignidad humana, donde se aprecie el significado del
respeto, la consideración y estima a la sensibilidad del individuo y de
sus derechos como ser humano en el plano personal, el ámbito nacio-
nal y en cualquier parte del mundo.
Este valor humano universal vincula entre sí las cualidades de ser
consciente y cumplidor de sus deberes, tener una actitud positiva ante
el trabajo, ser autorreflexivo y valorativo, mostrar amor a la justicia
social y espíritu de rebeldía ante las injusticias y la humillación huma-
na, ante las manifestaciones y prácticas racistas y valentía en la de-
fensa de los ideales sociales y de sus puntos de vista.
z Derivado de la dignidad por la connotación histórica del fenómeno en la
realidad cubana, se distingue el valor de la intransigencia e intolerancia
ante todo tipo de dominación extranjera, que integra a su vez el valor de
la fidelidad a la causa (implica la no traición) patriótica de independen-
cia y soberanía nacional, de justicia social y unidad nacional.
Este contenido adquiere rango de principio e ideal moral, al generar
las cualidades de voluntad de lucha ante las dificultades y ante lo mal
hecho, la capacidad de resistencia, con el empleo de la inteligencia y
la creatividad con tesón y optimismo.
z Complementando la trilogía rectora de valores y cualidades morales,
se encuentra la solidaridad humana, que expresa el grado de acerca-
miento y aproximación en las relaciones interpersonales individuales

90
o colectivas, sobre la base de sentimientos, aspiraciones, fines u obje-
tivos comunes que los vinculan en diversas circunstancias. La solida-
ridad se manifiesta en actitudes como el respeto mutuo, la ayuda a
otros, la hospitalidad y el altruismo. Entre los valores que la solidari-
dad aglutina se encuentran, ser colectivista, honesto, sincero, modes-
to, receptivo, tener espíritu crítico y ser amistoso.
La concepción de esta imagen y perfil moral del joven aquí proyecta-
da, encierra la idea general de que las nuevas generaciones se levanten
como hombres y mujeres dignos, mejores, caracterizados por su profun-
do pensamiento y dados a la acción, a la vez que deberán ser muy cuba-
nos, espirituales, alegres y fieles, en la medida en que construyen su
realización personal en la entrega a la obra social, conscientes de ser
continuadores del proyecto socialista revolucionario cubano.

Formación de valores morales


Cuando hablamos de la formación de valores morales, nos referimos
a un proceso educativo en el que el contenido axiológico de determinados
hechos —formas de ser, manifestaciones de sentimientos, actuaciones o
actitudes humanas con una positiva significación social— provoca una
reacción de aprobación y reconocimiento (vigencia) en el contexto de
las relaciones interpersonales y trasciende al nivel de la conciencia del
niño o el joven.
El contenido de estos hechos cobra una significación individual espe-
cial e importante —al nivel de la esfera psicológica, afectivo-volitiva—
que ellos asumen como algo necesario para encauzar su propia «forma
de ser», sus sentimientos, actitudes y actuaciones en la vida cotidiana, en
las relaciones con sus familiares, maestros, compañeros o amigos, entre
otros. A su vez, se transforman internamente en valores «aceptados»
que se incorporan personalmente en un proceso de individualización y se
manifiestan por medio de las cualidades morales personales.
En la medida en que tales sentimientos y actitudes se refuerzan y se
vivencian una y otra vez por el niño o el joven en las relaciones humanas
con los demás y en las actitudes ante las exigencias de la vida y la reali-
dad, se arraiga cada vez más profundamente la significación social posi-
tiva y progresiva del contenido de estos valores, que pasan a formar
parte de la escala de valores personales arraigada en su conciencia y
ejercen importantes funciones orientadoras, valorativas y normativas,
91
entre otras, por medio de las cuales se realiza la regulación moral de la
conducta. De esta forma, no sólo se forman las cualidades morales sino
también las escalas de valores individuales y las orientaciones valorativas
principales que indican la tendencia de la línea del comportamiento moral
o de la forma de ser del individuo en el transcurso de su vida; o sea, hacia
qué valores se inclina en su actitud ante el mundo en que vive.
Sin embargo, este no es un proceso espontáneo ni inmutable, sino que
en él incide un conjunto de elementos y factores que contribuyen a este
proceso formativo, teniendo en cuenta sus influencias en los diferentes
componentes del valor moral, tales como el componente cognoscitivo, el
afectivo-volitivo, el ideológico y las vivencias y experiencias morales en
la actividad. Dentro de estos elementos, pueden señalarse el sistema de
medios de influencias sociales, los sujetos formadores, las vías y los mé-
todos de formación de valores.
Dentro de los factores que influyen en el proceso de la formación de
valores se encuentran las condiciones del contexto macrosocial y del
micromedio en que se forma y se desenvuelve el individuo, su pertenen-
cia de clase, las condiciones socioeconómicas de su seno familiar, sus
condiciones de vida, las características de la comunidad en la que se
desenvuelve, la comunicación y las normas de convivencia familiar, el
nivel cultural y los hábitos de educación, entre otros. Además, condicio-
nan incluso el proceso de reajustes y cambios internos (en el orden jerár-
quico) de la escala de valores individuales que se producen en determi-
nados momentos trascendentales de la vida personal o social y que le
imprimen un sello personalizado a las cualidades morales en su manifes-
tación.
Dentro del sistema de medios de influencia social, la familia y la es-
cuela ocupan el lugar cimero en la formación de los valores y cualidades
personales, y en particular de los morales, en los niños y jóvenes.
Es en el seno familiar donde, desde que el niño nace, se trasmite la
significación social que tienen los sentimientos, las actuaciones, los hábi-
tos y costumbres correctos (aceptados socialmente) e incorrectas (no
aceptados), se le inculca el sentido de lo que es bueno y lo que es malo,
cómo comportarse en sus relaciones con los familiares y en la convi-
vencia social en general. Es en ese contexto donde el niño o el joven
asimilan el valor del respeto y las consideraciones a tener en cuenta en
sus actitudes y relaciones con las personas y con el mundo en el que
vive, sus deberes estudiantiles, el amor a la patria, sus relaciones con la
naturaleza (cuidado del medio ambiente, de la flora y la fauna, de los

92
animales afectivos), el respeto a las reglas urbanísticas, la observancia
de la legalidad y de las leyes ciudadanas, entre otros.
No obstante, este proceso formativo en el seno familiar está permeado
y matizado por las condiciones de la procedencia social y los patrones
educativos que porta la familia y que practica en sus hábitos, costum-
bres, formas afectivas de relacionarse y comunicarse entre sí y con el
niño o el joven en particular, y que sirven de modelo especialmente signi-
ficativo en la formación psicoemocional y racional de la personalidad.
Por lo que el modelo familiar puede estar orientado hacia la formación de
cualidades morales positivas o puede ejercer influencias educativas negati-
vas, según la concepción, preparación y formas específicas de encauzar
este proceso. En este segundo caso, la familia se transforma en un agente o
elemento distorsionador del proceso formativo.
Es esta característica la que acrecienta doblemente el lugar y papel que
la escuela desempeña en tan complejo proceso formativo, por ser la institu-
ción que en la sociedad está encargada de la educación de las nuevas gene-
raciones como su contenido específico, para lo cual debe estar preparada de
forma especial. En este sentido la escuela no cumple esta función de forma
aislada, sino en estrecha relación con la familia y como centro aglutinador de
la cultura de la comunidad en la que está enclavada e interactúa con las
estructuras gubernamentales, las instituciones y las organizaciones políticas.
De esto se deriva que, como sujetos fundamentales de la formación de
valores y cualidades morales, se hallan los padres y los maestros, aunque
ocupando diferentes posiciones: los padres constituyen un elemento básico,
indispensable y necesario en la formación de los hijos, aunque no suficiente.
Los maestros, por la influencia orientadora y educativa que ejercen, tanto
sobre la familia como sobre los diversos factores de la comunidad, al dirigir el
proceso formativo de forma consciente, planeada, con objetivos y fines defi-
nidos, se transforman en el sujeto formador principal que los modela y rectorea.
De ello se infiere la extraordinaria importancia que tiene el respaldo que
las instituciones y organizaciones gubernamentales y políticas tienen que dar
en cada territorio concreto a la obra de la educación, tanto en el orden mate-
rial como en el apoyo y reconocimiento moral del indispensable trabajo de las
escuelas y la abnegada labor de los maestros en específico.
El maestro, como sujeto principal de este proceso formativo, tiene un
papel decisivo a partir de las cualidades que porta en su individualidad, en el
aspecto personal y profesional como un todo integral. El profesionalismo,
como cualidad moral de la ética profesional pedagógica, encierra el dominio
que el maestro debe tener de la cultura de su época, de la ciencia que enseña
y de la pedagogía para el desempeño de su maestría. Ello unido íntimamente

93
al dominio y cumplimiento de los requerimientos morales que a su persona y
función imponen las exigencias sociales de su profesión plasmadas en el
contenido del código de la ética profesional del maestro.
La profesionalidad, en la ética pedagógica, aglutina los valores mora-
les de:
z Profundo humanismo, revelado en el amor a los niños y a los jóvenes.
En una palabra, al ser humano, concretado a través de un trato y
comunicación afectuosos y respetuosos de la dignidad personal de
sus educandos.
z Amor a la profesión, expresado en la dignidad y honor pedagógico,
abnegación y entrega.
z Espíritu revolucionario, transformador, creativo y optimista.
z Ser consciente y cumplidor de sus deberes y responsabilidades peda-
gógicas; luchador incansable por el perfeccionamiento constante y la
excelencia de su trabajo.
z Ser exigente y justo.
z Ser honesto, modesto y sencillo.
z Poseer prestigio moral y autoridad pedagógica ante sus alumnos, sus
colegas, la familia, la comunidad y la sociedad en su conjunto.
Todos estos valores y cualidades del maestro como sujeto profesional,
científico-pedagógico, deben hacerlo portador de una ejemplaridad en su
vida personal que le imprima a su labor educativa un adecuado clima
psicológico moral en sus relaciones y comunicación con los educandos:
limpieza moral, entrega y coherencia entre lo que piensa, lo que dice y lo
que hace. Consecuentemente con lo cual, la personalidad del maestro se
convierte en un poderoso instrumento para la formación de los valores y
cualidades morales en los educandos, que son a su vez sujetos activos de
su autoformación en este proceso.
Es importante reconocer que, unidas a la acción de los sujetos
formadores propiamente dicho, existen otras personas que por su prepa-
ración profesional, su función social y el grado de cercanía e interacción
con el niño o el joven, pueden ejercer también influencias educativas en
un sentido positivo. Cuando las influencias educativas tienen un carácter
negativo no puede hablarse de sujeto formador, sino más bien de agentes
deformantes.
Este aspecto del problema tiene una significación que va más allá de
lo teórico conceptual del proceso educativo. En su sentido práctico, sig-
nifica que la formación de valores y cualidades morales se da en las
redes de un tejido social en cuya interacción recíproca el bien y el mal, lo

94
bueno y lo malo, están siempre presentes en la órbita de la moral de la
vida cotidiana, tanto en el seno familiar, como en el propio centro escolar.
Por lo que el proceso formativo no se da de forma aislada, ni abstraído
de este hecho objetivo. No es puro ni carece de contaminación.
Todo proceso de formación de valores pasa a su vez por las vivencias
y experiencias personales de los educandos como resultado de la prácti-
ca del bien y del mal en sus actuaciones concretas. Cuando se produce
la transgresión de una norma moral, la violación de un valor moral, que
se capta en los llamados errores cometidos, en las faltas o en los defec-
tos personales, con los consecuentes sinsabores, malos momentos, sen-
timientos de vergüenza, cargos de conciencia, entre otros mecanismos
internos que inciden en el proceso de formación y regulación moral de la
personalidad del niño o el joven, se produce un proceso de confrontación
interna que puede conducir a la reafirmación de un valor o a la asimila-
ción de un antivalor. De ahí la importancia que tiene el tratamiento edu-
cativo de ciertas actitudes negativas en los niños y en los jóvenes.
Estos aspectos, que también forman parte del propio proceso forma-
tivo, bajo el criterio de que son susceptibles de subsanarse o corregirse
en el individuo, son también necesarios para la reafirmación de la propia
individualidad del educando. Sobre todo para el reforzamiento de la ten-
dencia de su orientación hacia determinados valores en su línea funda-
mental de actitud y comportamiento que él debe ser capaz de ir
autodeterminando con seguridad e independencia, según la psicología de
la edad y el grado de conciencia que va adquiriendo en el gradual proce-
so de formación y maduración de su autoconciencia y personalidad.
De esta concepción se infiere el hecho real que todo educador debe
comprender: aunque el trabajo educativo y formativo de las nuevas
generaciones se orienta por un proyecto teórico o modelo idealizado, los
sujetos que formamos son seres humanos diferenciados entre sí por su
individualidad y terrenalidad, donde lo perfecto siempre tiene un carácter
relativo e interactúa como una aspiración y búsqueda de metas elevadas,
en la dinámica entre el ser y el deber ser, en el incesante camino del
perfeccionamiento humano que sucede en el tiempo al proceso educati-
vo y formativo de las tempranas edades de la niñez.
Al referirnos a las vías de la formación de valores y cualidades mora-
les, todo maestro con cierta experiencia puede dominar que estas vías en
la escuela cubana cuentan con la clase y un conjunto de actividades
extraclases como la preparación y realización de matutinos con diversi-
dad de contenidos histórico patrióticos o artístico-culturales, etc.; la reali-
zación de actividades productivas y socialmente útiles, donde el trabajo
95
agrícola tiene un espacio importante; la realización de círculos de inte-
rés; las reuniones de análisis de grupos, espacios dedicados a conversa-
ciones y debates de temas sociopolíticos de interés especial o de actua-
lidad nacional e internacional; las reuniones de padres; las visitas a las
casas, así como otras múltiples actividades de la escuela en su vínculo
con la comunidad que conforman la agitada vida escolar.
Sin embargo, el centro que aglutina y vertebra, de forma armónica y
sistémica, todas las vías por medio de las cuales se genera el trabajo
docente educativo y formativo de todo el proceso pedagógico en la es-
cuela es el trabajo metodológico. Este constituye la función rectora de
dicho proceso.
Uno de los problemas fundamentales por el que ha atravesado la
experiencia de la educación en la escuela cubana, es que ha abarcado
múltiples direcciones educativas que se han considerado indispensables
en la formación de los niños y jóvenes, y que en su instrumentación se
han ido incorporando al trabajo de las escuelas como frentes o exigen-
cias aisladas entre si e independientes del trabajo metodológico. Esto
trae consigo dos males esenciales:
1. Tales direcciones educativas y su instrumentación no han sido gene-
radas de forma intrínseca por parte del colectivo de maestros como
resultado de su elaboración pedagógica, científico metodológica, ante
las exigencias sociales y las características de la comunidad, la es-
cuela y los propios alumnos.
2. La instrumentación de las múltiples direcciones en que se estructura
el contenido del trabajo del maestro y la escuela se va conformando
por añadidura o sumatoria, como aristas independientes que se van
priorizando a veces en forma de campañas, lo que ha incidido en el
efecto de «sobrecarga del maestro», y que ejercen, en ocasiones, una
nefasta influencia en la organización escolar de forma atomizada, así
como en la organización de la vida profesional del maestro, el que
manifiesta un estado de agobio en su trabajo y en conjunto una distor-
sión dentro del proceso formativo de los educandos, al interactuar
estos con una serie de influencias asistémicas e incongruentes entre
sí.
Es en el trabajo metodológico al nivel de escuela, grados, asignaturas
y maestros donde debe diseñarse todo el trabajo docente educativo, que
tiene su elemento central en la clase y su extensión hacia todas las otras
actividades extradocentes donde la clase encuentra su complemento en
96
todas las direcciones encaminadas a la formación de la cultura general,
científica, laboral y la cultura de los sentimientos con un contenido
axiológico y una orientación humanista que encierra todo lo referente al
denominado «trabajo político ideológico». En realidad, el trabajo político
ideológico es un momento esencial dentro del trabajo educativo en su
más amplio sentido, pero que no se reduce a ello, sino que abarca todo el
contenido de la estructura de la ideología predominante en la sociedad, a
partir del sistema socioeconómico y político imperante y los intereses de
clase que representa.
Por esta razón, el trabajo educativo, que es esencialmente una activi-
dad ideológica, tiene en cuenta lo político, vinculado a la moral, lo jurídico
y lo estético, y penetra todo el proceso docente educativo en general e
integra el contenido del diseño curricular y extracurricular de una forma
armónica, lo que en la escuela cubana se concreta por medio del princi-
pio de integración del estudio con el trabajo, el que unido a los restantes
vertebra la relación del componente académico con el componente labo-
ral e investigativo y el proceso de formación de valores en los educandos.
Es por ello que la elaboración y formulación de los objetivos genera-
les del trabajo docente-metodológico y educativo dentro de la estrategia
del trabajo pedagógico de la escuela, es un paso esencial en el diseño y
proyección integral del trabajo a realizar en cada curso escolar y rompe
con la dicotomía metafísica entre lo docente metodológico y lo educati-
vo, así como entre lo curricular y extracurricular que atenta contra el
proceso de formación de valores.
Los métodos que contribuyen a la formación de los valores morales
son inherentes al quehacer de las funciones socializadoras de la escue-
la y a todo el accionar profesional de los maestros. Estos métodos
inciden de forma simultánea en la actuación, las vivencias y las expe-
riencias morales, así como en el elemento más interno del niño o el
joven, su conciencia, tanto en el plano racional como en el emocional o
esfera de los sentimientos.
Ello se debe a que estos métodos ubican en el centro de su atención
la formación de valores morales a partir de que el educando descubra y
haga suyas determinadas exigencias histórico sociales de su contexto
macrosocial y de su micromedio más particular, como el seno familiar, la
escuela y la comunidad, por medio de los cuales se abre una visión más
general hacia el sentido de la nacionalidad, la nación, la patria, el mundo
y el universo, así como su lugar en relación con todo ello.

97
Es importante que el encuentro con estas exigencias, expresadas como
necesidades objetivas y subjetivas, despierte el interés y la motivación
interna del educando hacia el establecimiento de ciertas obligaciones y
compromisos en su actuación para consigo mismo, con las personas con
las que se relaciona según el vínculo afectivo, y en cuanto a determina-
dos fenómenos y acontecimientos de la naturaleza y la vida social que
demandan una actitud y actuación de su parte como expresión del senti-
do del deber, la responsabilidad, la honestidad, la dignidad, el patriotismo
y la solidaridad, entre otros.
El contenido de estos valores tiene que practicarse en las actividades
y tareas que la escuela diseñe a través de acciones específicas, según
los valores que se propone formar. Esto explica el carácter activo de
este proceso, en cuanto a que los valores morales se forman en el propio
accionar, en la interacción, en la comunicación, en la multifacética activi-
dad en la que los niños y los jóvenes se ven inmersos, tanto en el hogar
como en la comunidad y, en particular, en el mundo escolar, que tiene que
estar previsto, preparado, organizado y dirigido pedagógicamente hacia
este fin.
En ello incide directamente el papel de los métodos y las didácticas
de las diferentes asignaturas, las cuales deben propiciar el carácter acti-
vo del proceso docente educativo, empleando métodos y técnicas
participativas y problémicas, entre otras, donde la relación
teoría-práctica-valores humanísticos sea objeto de un riguroso tratamiento
por parte del colectivo de maestros, donde los educandos participan, ha-
cen, sienten y constatan con inteligencia, sentimiento, seguridad, creati-
vidad e independencia.
En este proceso de formación de valores, el tratamiento de la indivi-
dualidad requiere especial atención, ya que estos valores sólo se forman
en el mundo interno de cada individuo, donde el maestro en su labor debe
penetrar con el mayor tacto pedagógico y la mayor cautela, y teniendo
en cuenta las normas éticas de la relación maestro-alumno y
maestro-familia. Esta última es un elemento que no puede soslayarse en
todo este proceso.
Esto significa trabajar con la espiritualidad de los niños y los jóvenes,
hacer brotar en ellos sentimientos nobles, hacérselos sentir y crear los
mecanismos para que los puedan expresar y plasmar en diversas formas
(oral, escrita, artistícamente, entre otras).
En correspondencia con la psicología de las edades y las caracte-
rísticas individuales de los educandos, el maestro debe emplear los me-
canismos de la autoconciencia a partir de la autovaloración y la valora-

98
ción, a través de las cuales se confrontan los puntos de vista y se reafir-
man los propios. De esta forma se contribuye a que los niños y los jóve-
nes vayan adquiriendo seguridad en sí mismos y aprendan a
autoconocerse, con lo que se conforman, reajustan y reafirman los ras-
gos que van caracterizando su individualidad, en la medida en que se
sienten satisfechos o no con su propia imagen, así como se favorece la
confrontación permanente de su autovaloración con la valoración que de
él tienen las demás personas.
En esto incide la formación de determinadas aspiraciones personales,
tanto presentes como futuras, donde la orientación vocacional y profe-
sional tenga un lugar asociado a la intención de ser un individuo activo,
útil y de bien que aporta a su bienestar personal, familiar y social. Este
proceso incluye la autoproposición de metas para el logro de sus propó-
sitos y para su perfeccionamiento, pues es muy importante que los niños
y jóvenes en su proceso formativo puedan tener los elementos que den
respuesta a las interrogantes siguientes: ¿de dónde venimos?, ¿quién soy?,
¿hacia dónde vamos?
La comprensión del maestro y la familia, para no coartar, imponer
esquemas o patrones, limitar inquietudes y necesidades personales, sin
enfrentamientos desafiantes ante las discrepancias, entre otros, son re-
querimientos de este proceso formativo, alejado de todo tipo de autorita-
rismo, paternalismo, relación de subordinación u otras formas que limiten
la participación, la plenitud al actuar o al expresarse. Estimular y facilitar
las posibilidades espirituales y de la sensibilidad humana en cada uno de
los educandos es parte del cultivo de la individualidad en la conformación
de su escala de valores y cualidades morales personales en correlación
con el colectivo o intereses sociales.
La apertura de espacios de reflexión, diálogo y debate, no sólo sobre
diversos temas de interés, sino también sobre su propia vida personal,
coadyuva a este fin educativo, en el cual el uso de las reglas para el
debate o el trabajo en grupos puede ser una vía que contribuya a la
formación de la receptividad, la paciencia y la tolerancia necesarias en la
comunicación y la convivencia social, en la aceptación mutua y en el
respeto hacia las diferencias de las individualidades, así como de la libre
expresión y la defensa de los puntos de vista de forma reflexiva y con
sinceridad. Todos estos elementos conforman las bases de la solidaridad
humana.
El siguiente cuadro resume los requerimientos metodológicos a tener
en cuenta para contribuir a la formación de los valores morales. Estos
deben servir para la elaboración de acciones concretas.

99
Cuadro. Requerimientos metodológicos generales
para la formación de valores morales
z Condiciones del macro y el micromedio social del individuo.
Diagnóstico de partida.
z Condiciones y tono de la comunicación en las relaciones
interperso-nales directas en el contexto de las relaciones so-
ciales.
z Métodos activos y participativos del aprendizaje que desarro-
llen la inteligencia, la creatividad y la independencia
cognoscitiva.
z Formación de la autoconciencia, reafirmación del yo,
autoconoci-miento y seguridad en sí mismo en correlación con
los otros. Valoración y autovaloración, espíritu crítico y
autocrítico.
z Pensamiento y acción flexibles ante las contradicciones y cam-
bios de la realidad.
z Comprometimiento con la realidad ante las exigencias mora-
les de su época.
z Atención al mundo espiritual interno (esfera de los sentimien-
tos y la voluntad).
z Formación práctica de vivencias y experiencias morales per-
sonales en las actitudes, conductas y relaciones humanas.
z Formación de aspiraciones e intereses, en forma de objetivos
e ideales personales y sociales asociados a ser un hombre o
mujer útil y de bien, a partir de la autoproposición de metas.
z Estímulo de la autenticidad y plenitud al actuar. Reconocimiento
de las virtudes de cada uno.
z Influencia sistémica del vínculo familia-escuela-comunidad, en
relación con otros elementos del sistema de influencias socia-
les, como es el caso de los medios de difusión masiva.

100
A MODO DE CONCLUSIONES

Manifestación de las regularidades del progreso moral


El estudio de los rasgos del progreso moral en el devenir del contexto
histórico cubano, revela el carácter contradictorio interno y la compleji-
dad que el fenómeno de la moral adquiere como un elemento aglutinador
de la vida espiritual de la sociedad cubana y como una fuerza interna
movilizadora y estimuladora de las acciones de los hombres que
correlaciona los intereses personales, como individuos concretos, con los
intereses sociales, en el logro de objetivos y fines comunes socialmente
significativos impuestos por las exigencias sociohistóricas de cada épo-
ca, transformadas en exigencias morales, como deberes y obligaciones
que las sucesivas generaciones de cubanos han asumido en una actitud
de compromiso con la realidad social de su época y con el porvenir.
Al caracterizar los rasgos del progreso moral en los diferentes períodos
históricos de la sociedad cubana, se evidencian las regularidades inherentes
a la tendencia progresiva de este proceso, dentro de las que se encuentran:
z Un avance gradual en la profundización y ampliación del contenido
axiológico y en especial de los valores morales humanos universales,
con una orientación humanista, que conforman la conciencia nacional
cubana, fortalecidos en el proceso de su autoafirmación con tenden-
cia a una coincidencia con los intereses socioclasistas, identificados
con los grupos sociales, sectores, clases e individuos que han repre-
sentado las fuerzas motrices y adoptan las posiciones revolucionarias
en las luchas libradas por el pueblo a lo largo de la historia de la
Revolución.
z Dentro de estos actores se destacan los representantes del pensa-
miento ilustrado de avanzada cubano del siglo XIX (pensamiento ético
de la liberación nacional), con un profundo carácter humanista, los
terratenientes y hacendados criollos que encabezaron la lucha
independentista en la Guerra de los Diez Años, la fuerza esclava
liberada al calor de la lucha por la independencia, los cubanos humil-
des libres incorporados a las gestas redentoras o simpatizantes con
los ideales de la causa, las masas trabajadoras de obreros y campe-
sinos, la intelectualidad progresista, los grupos o sectores de la
pequeña burguesía que libraron las batallas de la seudorrepública,

101
que integraron la Generación del Centenario y las fuerzas del Ejército
Rebelde. Y, con el triunfo revolucionario, las masas populares en el
poder, dado en una alianza obrero-campesina gradual y en la forma-
ción de una intelectualidad revolucionaria.
z El acercamiento progresivo del contenido clasista y humano univer-
sal, con predominio de este último en el contenido de la moral, se ha
acentuado en la medida en que los ideales del proyecto revolucionario
cubano han respondido a los intereses de clases que se han profundi-
zado en la radicalización de sus objetivos programáticos en cada mo-
mento histórico concreto del enfrentamiento de sus intereses, que
van desde las contradicciones colonia-metrópoli hasta el enfrenta-
miento de sectores progresistas de la clase obrera y campesina con-
tra la burguesía nacional dependiente y entreguista, así como en las
formas particulares que ha adoptado la lucha de clases desde el arri-
bo a la Revolución triunfante hasta nuestros días, proceso que ha
estado sustentado por una orientación ideológica esencialmente hu-
manista, martiana y marxista.
z El progreso moral en el proceso histórico cubano revela la continui-
dad de una trilogía de valores morales asociados a un conjunto de
valores ideopolíticos que sustentan el paradigma social revoluciona-
rio, cuya fuente se encuentra en el pensamiento ético cubano de avan-
zada, en la conciencia cotidiana o habitual de las masas y en las acti-
tudes concretas asumidas por estas en las diferentes esferas de la
actividad social a lo largo del proceso histórico.
z El papel creciente del factor moral en la sociedad, como un elemento
fundamental del factor subjetivo, ha estado presente, en tanto que la
moral ha calado su interacción en las diferentes esferas de la vida
social, manifestándose una fuerte relación entre política y moral, en
la que tanto el proyecto político como las líneas y estrategias elabora-
das para el logro de los objetivos e ideales políticos revolucionarios en
todo el proceso histórico cubano, han tenido un fundamento o conte-
nido moral, cuyos valores, expresados en actitudes y cualidades mo-
rales entre otras formas de expresión, han sido reguladores,
orientadores, movilizadores, así como patrones o componentes de las
escalas de la valoración moral que de forma crítica y autocrítica han
tendido hacia las acciones práctico transformadoras de la realidad y
a un perfeccionamiento de la moralidad social y del individuo.
La lógica de los nexos y relaciones establecidos entre los procesos
históricos objeto de investigación, los conceptos filosóficos y las catego-
rías éticas empleadas, así como los valores morales revelados, pueden
apreciarse en la figura 3.

102
PROCESO HISTÓRICO DE LA REVOLUCIÓN CUBANA

PROGRESO MORAL

IDENTIDAD NACIONAL
AUTOAFIRMACIÓN DE LA IDENTIDAD

CONCIENCIA NACIONAL CUBANA

PATRIA
PATRIOTISMO
Nacional Socialista
Antimperialista Internacionalista
Latinoamericanista Solidario

TRILOGÍA DE VALORES MORALES

DIGNIDAD INTOLERANCIA SOLIDARIDAD


HUMANA E INTRANSIGENCIA HUMANA
ANTE TODO TIPO
• Deber moral, DE DOMINACIÓN • Consideración y
social e individual EXTRANJERA estima de las masas
• Autoconciencia humildes y
• Honor • Fidelidad a la causa trabajadoras
• Decoro • Autenticidad • Justicia social
• Rebeldía • Voluntad de lucha • Antirracismo
• Valentía • Capacidad de resistencia • Actitud positiva
ante el trabajo
• Honradez
• Honestidad
• Sensibilidad humana
• Espíritu crítico y
autocrítico
• Sinceridad

Figura 3. Trilogía de valores morales.

103
Estos valores morales han contribuido de una forma efectiva al proce-
so de síntesis de lo martiano y lo marxista por su convergencia en la solu-
ción de los problemas históricos que los cubanos han tenido que enfrentar
y resolver en cada etapa concreta. Dichos valores forman parte del conte-
nido de la ideología peculiar que se ha conformado y desarrollado a lo largo
del proceso histórico de la Revolución cubana.
La comprensión de esta síntesis significa la ubicación del pensamiento
visionario y revolucionario de José Martí, avalado por una práctica conse-
cuente en cuanto a la actitud y conducta de compromiso asumida ante las
exigencias e imperativos de su época. Pensamiento que interpretó y enar-
boló las más profundas aspiraciones y elevados ideales del pueblo cubano
en su condición de nación.
El legado de la obra martiana trasciende los límites de su época y se
transforma en una herencia que, como ideal, fundamenta, orienta e inspira
las posiciones más progresistas de todos los cubanos con decoro que han
luchado por su realización.
El contenido ético humanista que da integridad a la obra martiana tiene
una parte importante de su fuerza axiológica en un sistema de valores
morales humanos universales que, como expresión de las contradicciones
socioeconómicas y políticas de la época en la cual se erige, expresa una
objetividad que se corresponde con los problemas de la Cuba colonial,
empeorados durante la seudorrepública y los problemas que hay que resol-
ver posteriormente al triunfo revolucionario de enero de 1959.
Las nuevas condiciones en cada etapa de la historia de Cuba imponen
nuevas exigencias en la radicalización del carácter del proceso histórico
de la revolución, así como la radicalización de la ideología que va abrazan-
do gradual y paulatinamente los valores que aporta el ideal marxista-leninista.
Este hecho abre un camino nuevo y se entronca con los ideales nacional
liberadores martianos que permite su despliegue y elevación a nuevos
momentos en la práctica social de la construcción de una República con un
carácter socialista, sobre la base del culto a la dignidad plena del hombre,
«con todos y para el bien de todos».
De esta forma, es comprensible la síntesis de lo martiano y lo marxista
en una ideología peculiar que emerge del proceso histórico de desarrollo
del pueblo cubano.
En este avance gradual del papel del factor moral está la relación con
los componentes de la cultura, en la cual ha estado presente la correlación
de lo universal y lo específico, al fomentar, promover y salvaguardar los
valores morales humanos universales, válidos en nuestra identidad na-
cional y cultural.

104
A su vez, cabe señalar que la relación de la moral y la economía,
sobre la que se manifiestan las primeras inquietudes y proyecciones en
el pensamiento del siglo XIX cubano, cobra una real dimensión a partir del
triunfo de la Revolución cubana, cuyo carácter socialista posibilita luchar
por la articulación de una economía que tienda a transitar por un proceso
de desenajenación del trabajo o, al menos, que el trabajo tenga una inci-
dencia edificante y dignificante para los individuos, empezando por com-
prenderse como el deber primero de toda persona honesta, honrada y
revolucionaria.
Con las incidencias que han tenido en la economía cubana las condi-
ciones del período especial las medidas y modificaciones introducidas
con el fin de enrumbar su desarrollo y lograr su inserción en el mercado
mundial, el problema de la relación moral y la economía representa un
nuevo desafío para el progreso moral de la sociedad cubana.
Otra de las regularidades de la tendencia progresiva de la moral está
en la ampliación gradual que ha tenido en la diversificación de las posibi-
lidades objetivas y la capacidad subjetiva de elección moral de los indivi-
duos, al equiparar la escala de valores individuales y sociales, en la me-
dida en que ha existido una mayor incorporación de las fuerzas popula-
res en los procesos políticos y socialtransformadores, la elaboración ideo-
lógica de un ideal moral revolucionario y las exigencias del deber ser.
En este sentido la moral actúa como un factor de perfeccionamiento
de la personalidad y del organismo social en el cual actúa el individuo,
que tiende hacia la búsqueda de las vías y métodos cada vez más efec-
tivos de una participación democrática y de verdaderos sujetos del pro-
ceso histórico, con lo cual la ética de la Revolución, con un sentido
autocrítico y crítico, se renueva y posibilita tener la flexibilidad que se
requiere para afrontar las transformaciones necesarias que garanticen
la viabilidad del proyecto social de la Revolución, aun en las condiciones
más difíciles.
La tendencia progresiva, en cuanto al incremento de la educación
moral, ha sido un fenómeno latente que ha estado en el centro de aten-
ción de todos los que de una forma u otra han estado vinculados al pro-
ceso de formación de las nuevas generaciones en cada período histórico
concreto, especialmente en el campo de la educación o de la cultura en
general.
La preocupación y proyección sobre la necesidad de formar a las
jóvenes generaciones de cubanos sobre la base de una amplia cultura
que encierre la formación de las virtudes o cualidades morales que ha-
gan al individuo un ser armónico, con un equilibrio entre lo racional y lo
emocional (cultura de los sentimientos), ha sido una ocupación

105
permanente a lo largo del proceso histórico cubano, con sus pecularidades
en cada momento histórico concreto.
La búsqueda de los valores humanos universales en nuestras raíces
patrióticas e históricas, pero con una visión de futuro, y el proceso de
cómo formar las cualidades morales entre ellos, han sido componentes
de la tendencia progresiva de la educación moral, cuyo factor decisivo
para la realización de dicha tendencia ha estado en la práctica revolucio-
naria, con la participación directa y activa en los procesos de lucha y
transformaciones influenciados por la ideología de la Revolución, lo que
ha representado la forja principal de una educación moral consecuente y
progresista a lo largo de nuestra historia.
A esto ha contribuido el papel de los modelos y la ejemplaridad de
hombres que se han alzado como paradigmas éticos en la sucesión
generacional de los cubanos.

Los valores morales fundacionales de la nación


cubana
Para arribar a la propuesta de una trilogía de valores morales como
elemento rector de un sistema, y que en su conjunto han estado presen-
tes en la tendencia progresiva de la moralidad histórica de la sociedad
cubana y que le han dado continuidad e integración al proceso de la
Revolución, se tuvieron presentes los elementos siguientes:
1. La concepción que aporta la ética sobre el significado de estos valo-
res morales, a saber: la dignidad humana, la intransigencia e intole-
rancia ante todo tipo de dominación extranjera y la solidaridad.
2. La manifestación del contenido de estos valores morales en la mora-
lidad histórica de la realidad social cubana.
3. Los aspectos inherentes a la manifestación de las regularidades del
progreso moral, en los períodos históricos estudiados: la Colonia, la
República neocolonial y la Revolución en el poder, teniendo como
puntos de referencia, principalmente, las proyecciones de la ideología
revolucionaria, las manifestaciones de la lucha ideológica y las accio-
nes significativas en el proceso histórico cubano inherentes a la mo-
ralidad histórica, como es el fenómeno del nacimiento y el desarrollo
de la nacionalidad y la nación cubanas.
El valor de la dignidad humana expresa la significación social positiva
que tiene el hecho de la consideración y estima que merece el hombre
como ser humano, sobre sí mismo y respecto a los demás.
106
El contenido de la dignidad humana capta la imagen y valoración que,
como individuo, el hombre tiene de sí mismo y la valoración social que
recibe como tal en su contexto histórico.
La dignidad humana, como valor moral, se asocia a los sentimientos
de indignación ante un tratamiento que el individuo considera inadecua-
do, injusto, humillante o degradante, tanto hacia su persona como hacia
el grupo al que pertenece o hacia otros seres humanos. Esta reafirma la
identidad cualitativa del individuo y mantiene su integridad moral, sin re-
bajarse o degradarse humanamente. Por ello, este valor moral tiene un
espacio importante en el proceso de formación de la autoconciencia del
individuo, en el conocimiento que este tiene de sí mismo (autoimagen,
autoestima) y, por ende, en el desarrollo de la sensibilidad personal ante
todo lo humano.
El valor de la solidaridad humana expresa la significación social
positiva que tiene el hecho de establecer relaciones interpersonales
por medio de la correlación de los intereses individuales, de las clases,
los sectores, la nación y los países, etc., en aras de un beneficio común
a favor del progreso.
El valor de la solidaridad genera un sentimiento de apoyo mutuo, agra-
decimiento, altruismo, respeto a las diferencias ideológicas, de razas o de
otro tipo, y, sobre todo, estimula y promueve la unidad de voluntades y de
las fuerzas humanas por el logro de objetivos o empeños comunes pro-
puestos por quienes lo practican.
Los valores de la dignidad y la solidaridad tienen un alcance humano
universal. En nuestra realidad histórica tienen una expresión particular
en correspondencia con las condiciones de la realidad cubana y los inte-
reses que estos valores han expresado en la interrelación de las clases y
las contradicciones socioeconómicas y políticas de cada período históri-
co analizado.
Estrechamente unido al valor de la dignidad humana, podemos afir-
mar que derivado del propio contenido de este valor, se destaca, por la
significación que ha tenido en el contexto histórico de la realidad cubana,
el valor de la intransigencia y la intolerancia ante todo tipo de dominación
extranjera.
Este valor, que puede ser cuestionado por algunos en su dimensión
humana universal, sí tiene una connotación en la moralidad histórica de
la sociedad cubana. Se gestó y se desarrolló hasta nuestros días al calor
de los hechos históricos trascendentales, particularmente desde el naci-
miento del pensamiento y la ideología independentista, así como en las
luchas contra la dominación colonial española, en cuyo seno ya José
107
Martí alertaba contra el peligro que significaba el imperialismo norteame-
ricano, que amenazaba con extenderse sobre Cuba y América Latina.
Con el fin de la guerra en 1998, con la intervención y la ocupación
norteamericanas, seguidas por una fuerte penetración que marcó el carác-
ter neocolonial de la seudorrepública, se reforzó el contenido de este valor
en las nuevas condiciones, expresado en un marcado espiritu antimperialista
que presidió las luchas libradas por las masas durante ese período.
Con posterioridad a la Revolución cubana en el poder, la vigencia de
este valor se renueva ante la agudización del diferendo histórico Estados
Unidos-Cuba, y se expresa en el hecho de no cejar en el empeño de man-
tener y preservar la dignidad nacional, que se logró concretar a partir de la
verdadera independencia y soberanía nacional después de enero de 1959
por medio de la dignificación de las masas humildes y trabajadoras del
pueblo cubano.
El valor de la intransigencia e intolerancia ante la dominación extranje-
ra ha jugado el extraordinario papel de reforzar los valores de la solidaridad
y la dignididad humana. A su vez, generó el sentido del sacrificio, la entre-
ga, el heroísmo, así como ha aglutinado entre sí otros valores, como la
fidelidad a la causa independentista y patriótica, la voluntad de lucha y la
capacidad de resistencia ante las condiciones adversas para el logro de los
objetivos propuestos.
Hemos traído a colación un ejemplo en el que se ilustra la presencia de
los valores morales de la trilogía que se propone como contenido moral de
la ideología política que ha sustentado al proceso de la Revolución cubana
a lo largo de nuestra historia. Se trata de un fragmento de una carta escrita
por Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, dirigida a C. Sumner,
casi tres años después del estallido de la Guerra del 68, en la que aquel se
refiere a las posiciones de coqueteo del gobierno norteamericano con el
gobierno español. En ella define la posición política y moral de defensa de
la justa causa de los cubanos por la nación y la independencia:
La Revolución cubana ya vigorosa es inmortal, la República vencerá a la
Monarquía. El pueblo de Cuba, lleno de fe en sus destinos de libertad y
animado de inquebrantable perseverancia en la senda del heroísmo y de
los sacrificios, se hará digno de figurar, dueño de su suerte, entre los
pueblos libres de América.
Nuestro lema es y será siempre: Independencia o Muerte. Cuba no sólo
tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava.
El contenido ideológico de este fragmento de la carta, nos dice de los
valores políticos esenciales asociados al nacimiento y desarrollo de la

108
nación cubana y de la Revolución. Estos valores son el sentido de la
Patria y el patriotismo, el amor a la independencia y la soberanía de
Cuba, la justicia social y la unidad nacional.
El contenido moral lo aportan principalmente los valores de la diginidad,
la intransigencia e intolerancia ante la dominación extranjera y la solida-
ridad humana.
Resulta interesante destacar cómo las consignas enarboladas por las
generaciones de cubanos que han protagonizado las luchas libradas por
la dignidad nacional, expresan el conflicto de identidad entre el ser cuba-
no con independencia y dignidad o dejar de serlo, a partir de preferir no
vivir físicamente, y a entregar lo más preciado que tiene el ser humano,
su propia vida, ya que vivir una vida en cadenas, no es vivir, como dice la
letra del Himno Nacional.
Este conflicto de identidad encierra el compromiso moral establecido
ante el problema de lo nacional, la Patria y sus destinos, como una de las
vías de salida y solución a tal conflicto. La otra vía es la posición de los
apáticos, los indiferentes, los apátridas y los desarraigados.
Estos valores morales que se presentan en una trilogía reiterada en la
tendencia progresiva de la moralidad histórica cubana, han hecho apor-
tes sustanciales a los fenómenos y procesos históricos trascendentales.
Es necesario destacar cómo el proceso de nacimiento de la nación cuba-
na pasa inevitablemente por los componentes ideológicos y axiológicos,
que se expresan tanto en el terreno de las ideas como en el plano de las
acciones desplegadas por las fuerzas sociales de los africanos, españo-
les, caribeños o asiáticos que en tierra cubana se distinguieron
cualitativamente. Ellos se autoidentificaron entre sí y se reconocieron
como cubanos. Como tales generaron una moral donde la dignidad era la
expresión de la estima y consideración del reconocimiento de la cubanía
como nacionalidad y de lo cubano como nación ante el mundo. E s t e
proceso estuvo asociado a la formación del sentido de la Patria y el
sentimiento del patriotismo, al que Félix Varela se refirió en su obra Mis-
celánea filosófica, publicada en La Habana en 1819.
La dignidad no sólo se reforzaba en las costumbres y normas de una
moralidad acorde a las condiciones de la Cuba colonial, sino que se re-
forzaba en el sentido de orgullo nacional y se promovía en las acciones
que identificaron al pensamiento ético de la liberación nacional del siglo
XIX y en las acciones de las fuerzas patrióticas independentistas y nacio-
nalistas que accionaron durante las luchas de independencia en la Cuba
colonial, en las luchas libradas bajo las condiciones de la Cuba como

109
neocolonia yanqui y en las profundas transformaciones y luchas libradas
por las masas en las condiciones de la Revolución en el poder.
La solidaridad jugó el imprescindible papel de integrar a los cubanos,
según los intereses y condiciones peculiarmente comunes (contexto te-
rritorial, socioeconómico, religión, cultura y lengua), en la lucha por el
reconocimiento de Cuba en su calidad de nación y de Patria.
Este valor no sólo se manifestaba en las normas y costumbres de las
relaciones interpersonales de la vida cotidiana y de las familias cubanas,
sino que, además, contribuyó a aglutinar y a integrar la diversidad de los
miembros componentes de las fuerzas nacionales, independentistas y
patrióticas, en el plano interno de lo nacional, e incluso con la participa-
ción y aceptación solidaria de elementos externos que asumieron la cau-
sa de la lucha por la independencia de Cuba como suya propia, y de lo
cual uno de los ejemplos más representativos el del general Máximo
Gómez.
La solidaridad, la dignidad y la intransigencia e intolerancia a la domi-
nación extranjera fueron cultivadas al calor de aunar las voluntades y las
acciones tendientes a la lucha por la defensa de la Patria del yugo colo-
nial y neocolonial, así como para dar solución a los agudos problemas
sociales de cada época. Por lo que, desde que la conciencia nacional
cubana se proyecta en la ideología política de la lucha por la independen-
cia de Cuba, el contenido moral ha estado presente de forma intrínseca y
consustancial a ello.
Estas son las raíces históricas más profundas de una regularidad que
se manifiesta en la historia de Cuba, y es que la ideología política de la
Revolución se ha sustentado en un fuerte contenido ético, humanista y
liberador que ha promovido las posiciones de compromiso moral ante las
exigencias de la realidad epocal asumidas por las sucesivas generacio-
nes de cubanos.
El vínculo de la política y la moral en el proceso histórico cubano es
un elemento presente que marca el estudio de la moralidad histórica. No
porque la moral se diluya en lo político, sino entendido como que la moral
es un contenido y fundamento esencial de la política, en su tendencia
progresiva y revolucionaria, para la realización y concreción de los idea-
les sociales formulados en cada época y de los objetivos políticos pro-
puestos.
La presencia reiterada del papel desempeñado por esta trilogía de
valores en el estudio de la moralidad histórica han caracterizado la ten-
dencia progresiva y revolucionaria del progreso moral, de lo que dan
prueba incontables hechos históricos, algunos de ellos ilustrados en el
110
contenido de este trabajo, lo que indica el carácter rector y el lugar jerár-
quico que ellos tienen dentro del sistema de valores morales que se ha
desarrollado a lo largo de nuestra historia.
Estos valores han sido desarrollados en el pensamiento ético cubano
de avanzada, el que ha hecho un aporte sustancial a la formación y desa-
rrollo de la conciencia y la nación cubanas, así como ha aportado el
fundamento moral del proyecto social revolucionario cubano, con una
ideología martiana, marxista, humanista y socialista.
Es necesario señalar que esta trilogía de valores morales que ha pre-
sidido la tendencia progresiva de la moralidad histórica cubana, se ha
abierto paso en una lucha permanente contra los antivalores, contraposi-
ción que se ha manifestado en unos casos de manera velada, en otros
franca y abierta y en ocasiones en formas agudas y encarnizadas, en
correspondencia con los intereses de las clases, grupos e individuos que
se han enfrentado en los diferentes períodos históricos analizados.
La tendencia regresiva de la moral se ha expresado en la ideología y
en las acciones que han sido indicadores de momentos de freno, de de-
gradación, de doble moral e incluso de crisis de valores, manifestadas
principalmente por las fuerzas sociales que han representado los intere-
ses antinacionales y antipatrióticos y que han asumido posiciones
anexionistas, autonomistas, entreguistas y proimperialistas que, desde las
corrientes ideológicas del pasado siglo hasta nuestros días han aflorado
en momentos históricos coyunturales identificados por Cintivio Vitier como
la expresión de la «ley del imposible» en la historia de Cuba.
Estos momentos regresivos del progreso moral han sido superados
en la medida en que los valores morales se han elevado como brújulas
que han indicado y orientado el camino a seguir, ya sea en acciones
históricas concretas protagonizadas por las fuerzas sociales revolucio-
narias, así como por la proyección de la ideología revolucionaria, en la
que dichos valores morales han jugado el papel de ideales sociales den-
tro del proyecto social de la Revolución.
Esta trilogía de valores morales es clave para comprender la médula
doctrinal de la ideología de la Revolución cubana. De esta manera, pue-
de apreciarse que en la propuesta hecha en la literatura científica acerca
de la estructura de la ideología de la Revolución cubana, las doctrinas de
la independencia nacional, la emancipación social y la dignificación del
individuo ocupan un lugar capital.1
1
Véase Miguel Limia, «La ideología de la Revolución cubana», Revista Cubana de
Ciencias Sociales, No. 29, 1995.

111
En el fundamento de dichas doctrinas se encuentran los valores mora-
les de la intransigencia e intolerancia ante todo tipo de dominación extran-
jera, la solidaridad humana y la dignidad en las dimensiones de lo universal,
lo nacional y lo individual, respectivamente.
Todos estos argumentos nos llevan a recalcar que la trilogía de valores
referida no nace de un proceso de especulación, sino que es el resultado
del papel que ha tenido la moral en el proceso de conformación de la
nacionalidad y la nación cubanas.
Sin el sentido de la autoestima, la consideración y el respeto de los
individuos en su condición de cubanos que aporta la dignidad; sin el sentido
de la intransigencia e intolerancia ante la dominación extranjera y sin la
integración nacional sobre la base del sentido de la unidad nacional, expre-
sado en aunar voluntades y esfuerzos y de ceder cada uno un poco o algo
de sí que aporta la solidaridad humana, las solas contradicciones de carác-
ter económico y político hubieran sido necesarias, pero no suficientes, para
generar el proceso de surgimiento y desarrollo de la nación cubana y su
proyección ideológica revolucionaria y política con un profundo sentido
humanista de carácter social, democrático y de dignificación humana.

Conclusiones finales
La significación de este estudio puede resumirse en las siguientes ideas:
z La concepción de la ética marxista leninista sobre el progreso moral
tiene una significación metodológica en su aplicación al estudio del pro-
ceso histórico cubano. Esta revela que en el devenir histórico de la
sociedad cubana, desde sus raíces puede apreciarse cómo la moral y
ciertos valores morales son componentes axiológicos importantes en el
proceso de conformación y autoafirmación de la identidad nacional y
de la ideología revolucionaria.
z Este enfoque metodológico conduce al concepto del factor moral en la
historia de Cuba, el que puede ser empleado no sólo para el estudio de
la historia sino, sobre todo, en el proceso de su enseñanza por parte de
los maestros, lo que contribuirá tanto a revelar la moralidad histórica y
sus tendencias, así como a la formación de valores morales en los
educandos.
z En la tendencia progresiva de la moral a lo largo del proceso histórico
cubano, se destaca una trilogía de valores morales, humanos y univer-
sales que, como expresión de los intereses socioclasistas y nacionales

112
de los grupos, sectores, individuos y clases progresistas de cada etapa
histórica concreta, han orientado a las sucesivas generaciones de cu-
banos hacia actitudes de compromiso con las exigencias históricas de
cada época.
z A su vez, esta trilogía de valores, que aglutina entre sí otros valores
morales, ha llenado el contenido eticista del proyecto social de la Revo-
lución cubana, vista como un proceso único. Estos valores son la digni-
dad humana (universal, nacional y personal), la intransigencia e intole-
rancia ante todo tipo de dominación extranjera y la solidaridad humana.
z La comprensión del contenido ético de la cubanidad encierra el proble-
ma de la relación entre el proceso de identidad nacional, el sentido de la
Patria y el patriotismo y la manifestación de una moral de compromiso
con las exigencias históricas ante el problema nacional, la Patria y sus
destinos, manifestados a lo largo de nuestra historia mediante el siste-
ma de valores morales propuesto, que genera el sentimiento de orgullo,
el sentido de pertenencia, la capacidad de resistencia y las posiciones
de arraigo y fidelidad.
z En las condiciones de período especial existentes en Cuba desde 1990,
se agudiza la confrontación entre la ética del ser (mantener las posicio-
nes de dignidad, honestidad e integridad personal) y la ética del tener
(el desdoblamiento de la integridad moral del individuo por obtener, a
cualquier costo, beneficios materiales personales), lo que genera dife-
rentes conflictos morales entre personas que asumen un código u otro,
e internamente entre los propios individuos, cuyas actitudes asumidas
reafirman la constatación de determinados valores morales o la degra-
dación y pérdida de otros. Dentro de ellos pueden señalarse:
z Valores degradados: actitud ante el trabajo, honradez, espíritu crí-
tico y autocrítico, la dignidad (personal), la solidaridad, el antirracismo.
z Valores reafirmados: dignidad (nacional), intransigencia e intole-
rancia ante todo tipo de dominación extranjera, capacidad de resisten-
cia, justicia social en términos de reacción ante las desigualdades.
z Las determinaciones cualitativas de la imagen formulada del joven cu-
bano, revolucionario y de orientación ideológica socialista, tienen sus
raíces y se derivan de la tendencia progresiva y revolucionaria que ha
dado continuidad al proceso histórico cubano, en los contenidos de:
z El proceso de conformación y autoafirmación de la identidad na-
cional.
z El profundo sentido revolucionario que ha caracterizado el devenir
histórico de la sociedad cubana.
113
z El proceso gradual de cristalización y radicalización de la ideología
martiana y marxista, que adquiere una orientación socialista a partir
de enero de 1959.
z Los valores morales del perfil ético que dan integridad a la imagen del
joven a formar se corresponden con la trilogía de valores morales
presentes a lo largo del proceso histórico cubano, como hilos de la
continuidad generacional, en su tendencia progresista, y como conte-
nido moral de la identidad nacional y del proyecto revolucionario cu-
bano.
z El proceso de elaboración del perfil moral del joven cubano tuvo en
cuenta:
z Los valores morales inherentes a la moralidad histórica de la so-
ciedad cubana.
z Las condiciones sociohistóricas concretas de la realidad cubana
en la actualidad.
z Las exigencias, aspiraciones y anhelos en cuanto a los valores y cua-
lidades morales que deben caracterizar a las nuevas generaciones de
cubanos para dar continuidad al proyecto de la Revolución socialista.
El contenido de este estudio sirve de fundamento teórico y
metodológico para el proceso de formación de valores morales en la
educación de las nuevas generaciones.

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119
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CONTENIDO

Introducción / 5

Capítulo I
Moral y progreso / 11

Capítulo II
Los valores morales en el proceso histórico cubano / 21

Capítulo III
Imagen del joven cubano / 83

A modo de conclusiones / 101

Bibliografía / 115

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