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2.
Entrampado, casi liquidado por el caos y los alaridos de la
ciudad, Calzadilla se adentra en los animales que lo acosan,
en esa pesadumbre hecha vidriera, reflejo de rostros
carcomidos por el eco prximo de mingitorios y balas
perdidas.
Dictado por la jaura vigoriza el testimonio de la decadencia,
la misma rabia irnica que Allen Ginsberg propusiera en su
Howl, en la raya visible de una dcada que entreg tantas
vctimas y silencios.
Una bestia regurgita en medio de la calle. Las paredes renuevan
las costras, estos muros de fiesta propicios para toda
confesin/estos muros que se enroscan mudando de corteza como
una serpiente. Ciudad bestiario, lucubracin de buitre.
Para mirarse, inventado por la urbe. El poeta que es
Calzadilla toma carta de identidad, desde los buenos y
malos modales de una selva de asfalto y arterias infladas
por el ruido, el smog y la derrota. Se reconoce en la infancia
y en la muerte. En los gusanos que vierten msica fnebre
en los odos de los desaprensivos, en la carne oscura de las
avenidas, en las claraboyas por donde no puede reconocer
el rostro de quienes lo tienen en la mira. Mscaras, ciudad
crnea y salamandra furiosa.
3.
Calzadilla mira desde su hbito de monje urbano. Destaja
sus msculos rellenos de mtodos blicos, porque para
sobrevivir a la guerra de la palabra no es el manoseo o la
esquila enviada pacientemente. Las costumbres han hecho de
m/un ser abominable, mientras la costra de la realidad lo
convierte en su simple funcionario/privado de sueo a quien se le
obliga a permanecer amarrado/eternamente a su silla.
Otro habita obligadamente la ropa rada de quien alcanz el
paisaje de la desnudez. Otro es el que dice, el que se niega
muchas veces desde el crimen cometido. El poeta, el
hombre que ha sido urbanizado por la vulgaridad y el
humo de los vehculos, es una sonrisa de idiota. La jaura se
lanza al abismo. La ciudad se traga la masa informe que
grita y muerde. El paraso ha sido corrido de las colinas.
Los disparos y la sangre agreden las pginas en blanco.
Para escribir, no son necesarios los buenos modales. Sin
embargo, bastara un trago para chillar aqu abajo/ebrio de
felicidad...
La guerra -ese perro macilento y hurfano- contina all
afuera, mojada por la lluvia, lista para secar la plvora en
una plaza pblica invadida de escorpiones. La jaura an
espera el dictado para que la voz deje la silla y derrame las
vsceras.