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La liturgia de la Palabra
De ahí se explica el gran desarrollo del rito alcanzado ya a mediados del s. II cuando,
Desde entonces hasta nuestros días, todas las Iglesias de Oriente y Occidente, han
tenido en sumo aprecio la Palabra de Dios. Más aún, no han cesado de ahondar en la
comprensión teológica de ambas realidades hasta llegar al enunciado del Vaticano II:
Palabra de Dios en la Misa no es, por tanto, una simple repetición histórica de unas
operante. De ese modo, se pasa de una Palabra que se dijo a una Palabra que se dice, de
una Palabra que salvó a una Palabra que salva, de una Palabra que interpeló a una Palabra
que interpela hoy y aquí. La Palabra de Dios proclama así la historia de la salvación
obrada por Dios y actualiza las maravillas salvíficas en medio del Pueblo de la Nueva
Alianza. De este modo, la Eucaristía aparece como lo que realmente es: la cumbre de
unidas” (DV,2).
Palabra a sus discípulos, los cuales, si la reciben con fe y amor, entran en comunión
sacramento, exige la fe. Por tanto, la fe –suscitada y exigida- es el vínculo que une
- Nexo cultual: Sólo por muy breve tiempo la liturgia de la Palabra tuvo una existencia
independiente de la “fractio panis”. Ya hemos visto cómo formaron una unidad cultual
desde finales del s. I. “La liturgia de la Palabra y la Eucarística están tan íntimamente
Las lecturas
razones siguientes:
2- Dios sigue hablando por ellas a los hombres de cada lugar y tiempo.
5- La comunidad reunida para la Eucaristía recibe de ellas una gran enseñanza sobre los
misterios cristianos.
En las primeras celebraciones no existía otro criterio que leer la Sagrada Escritura.
Para el Antiguo Testamento se leían una serie de pasajes escogidos procedentes del
libros que contienen las lecturas (leccionarios). En algunas partes se hacían tres
leerá el Evangelio.
Lugar y modo de proclamar las lecturas.
Las lecturas se proclaman desde el ambón, que debe estar situado en la nave de la
iglesia en un lugar fijo y elevado, y dispuesto con la dignidad y nobleza que exigen la
Palabra de Dios y la participación de los fieles. Conviene que, al menos los días solemnes,
esté sobriamente adornado. Además debe reservarse, por su misma naturaleza, a las
suban al ambón, como por ejemplo el comentador, el cantor o el que dirige el canto.
En cuanto a la proclamación de las lecturas, los lectores deben hacerlo en voz alta y
clara, y con conocimiento de lo que leen; es decir, con dominio de los contenidos y de las
técnicas de comunicación.
mismos signos de veneración que se atribuyen al Cuerpo de Cristo en el altar. Así, en las
de luces, honrando a Cristo, Palabra de vida. La Iglesia confiesa así con expresivos
signos que ahí está Cristo, y que es Él mismo quien, a través del sacerdote o de los
El Evangelio
El Evangelio es el momento más alto de la liturgia de la Palabra. Ante los fieles
entonces en Palestina; aunque ahora, sin duda, con más luz y más ayuda del Espíritu
Santo. El momento es, de suyo, muy solemne, y todas las palabras y gestos previstos
pone en el incensario. Luego, con las manos juntas e inclinado ante el altar, dice en
secreto el Purifica mi corazón [y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie
dignamente tu Evangelio]. Después toma el libro de los evangelios, y precedido por los
ministros, que pueden llevar el incienso y los candeleros, se acerca al ambón. Llegado al
ambón, el sacerdote abre el libro y dice: El Señor esté con vosotros, y en seguida:
Lectura del santo Evangelio, haciendo la cruz sobre el libro con el pulgar, y luego sobre
su propia frente, boca y pecho. Luego, si se utiliza el incienso, inciensa el libro. Después
de la aclamación del pueblo [Gloria a ti, Señor] proclama el evangelio, y, una vez
terminada la lectura, besa el libro, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio
(Continuará)
* * *
En esta perspectiva, el entonces cardenal Ratzinger había asegurado que «la Comunión
alcanza su profundidad sólo cuando es sostenida y comprendida por la adoración»
(Introducción al espíritu de la liturgia). Por eso, él consideraba que “la práctica de
arrodillarse para la santa Comunión tiene a su favor siglos de tradición y es un signo de
adoración particularmente expresivo, del todo apropiado a la luz de la verdadera, real y
sustancial presencia de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies consagradas” (cit.
en la Carta This Congregation de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos, del 1° julio de 2002).
«Al dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no
infravalorar ninguna de sus dimensiones o exigencias, somos realmente conscientes de la
magnitud de este don. A ello nos invita una tradición incesante que, desde los primeros
siglos, ha sido testigo de una comunidad cristiana celosa en custodiar este “tesoro”. [...]
No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque “en este
Sacramento se resume todo el misterio de nuestra salvación”».