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Desde finales de los noventa, y con mayor nitidez durante el primer quinquenio del
2000 en Bolivia, los movimientos de rebelión y protesta de los sectores
subalternos adquieren niveles de generalización entre la población cada vez
mayores, las demandas centrales unifican y representan a amplios y heterogéneos
sectores, la movilización se radicaliza desafiando o rebasando a las fuerzas del
orden (policías y militares) y se sustituyen temporalmente a las instituciones
centros de poder, conformando instancias populares de ejercicio de poder.
Durante la llamada “Guerra del Agua” el año 2000 en Cochabamba se conforma
la Coordinadora del Agua, que dirige tanto el movimiento, como aspectos
relacionados al funcionamiento urbano y la vida diaria; el 2003 los trabajadores de
Huanuni expulsan a la transnacional Allied Deals, consiguiendo que COMIBOL
(Corporación Minera de Bolivia)retome el control de la Empresa Minera de
Huanuni, el levantamiento de Achacachi del 2003, población aymara al norte de
la ciudad de La Paz, donde indígenas armados con viejos fusiles Maúser
resistieron la incursión militar ordenada por el gobierno bajo el pretexto de “liberar
a turistas extranjeros atrapados en el bloqueo”; en octubre del 2003 tiene lugar la
“Guerra del Gas”, levantamiento con amplia participación popular, sobretodo en la
Ciudad de El Alto, que constituye el punto más alto de las movilizaciones de la
década, y cuyo desenlace es la completa quiebra de los partidos “tradicionales” y
las lógicas neoliberales. Es durante este evento que los trabajadores de Huanuni
adquieren visibilidad nacional, al ser ellos el primer sector social en enfrentarse
con los militares, romper el cerco, a pesar de las bajas, e ingresar hasta El Alto y
La Paz.
Una noción del ser humano y la naturaleza, en la cual la visión del ser humano
como individuo se sustituye por la de la colectividad. Se considera que la
naturaleza y el ser humano pertenecen al mismo orden de cosas, a la vida,
estableciéndose relaciones armónicas y de equilibrio entre sí. Este último punto
sirve de sustento para apuntalar el paradigma del Vivir Bien en tanto respuesta a
la degradación medioambiental y cambio climático, pues se contraponen las
formas ‘comunitarias’ de relacionamiento con la naturaleza frente a las formas
‘occidentales’ o ‘coloniales’.
“Los sólidos vínculos de las culturas bolivianas con la naturaleza son patrimonio
de todos y representan una enorme ventaja comparativa con relación a un modelo
de desarrollo capitalista en crisis, donde la ecuación básica de desarrollo está
asociada a la depredación de los recursos naturales con ganancias de corto
plazo”. (PND, 2006:13)
“Para que nos entienda los de la izquierda, podemos decir que vamos a construir
un socialismo comunitario en armonía con la Madre Tierra, donde socialismo no es
solamente la defensa al hombre sino una obligación de los pueblos vivir en
armonía con la Madre Tierra, respetando las formas de vivencia de la comunidad.”
(El Vivir Bien como respuesta a la crisis global Ministerio de Relaciones Exteriores,
Estado Plurinacional de Bolivia, 2009: 194)
Los pilares en los que se asienta el desarrollo, bajo la perspectiva del Vivir Bien
incluyen la armonía con la naturaleza, la solidaridad, la interculturalidad,
complementariedad y democratización.
Esta tipología, harto esquemática, tiene como propósito sentar las bases de una
propuesta teórico-política, según la cual la ‘comunidad’ es en sí misma una fuerza
de oposición y resistencia al capitalismo, toda vez que la reproducción social se
realiza fuera del ámbito mercantil –o al menos predominantemente fuera- a partir
de lo cual se forman “culturas políticas diferenciadas de las liberales y
representativas partidarias” (García, 2008:235), portadoras de hábitos inclusivos,
igualitarios, horizontales, como el “cooperativismo, el asambleísmo consensual, la
rotación de cargos” (García, 2008:235) cuyo ejercicio en la ‘comunidad’ es de por
sí un acto de rebelión contra el Estado capitalista y su sistema legal. García
sustenta el carácter subversivo per se de la ‘comunidad’ y sus prácticas políticas
en que la racionalidad mercantil del capitalismo sobre cuya base se desarrolla la
democracia representativa, es decir la ilusión de la igualdad de los ciudadanos
frente a la ley o en el ejercicio del voto y su concurrencia ‘libre y voluntaria’ al
mercado, está ausente en la ‘comunidad’, o dicho de otra manera, quienes,
protegidos en el espacio de la ‘comunidad’, no participan de las relaciones
mercantiles capitalistas, están también protegidos contra las ilusiones de la
democracia liberal, vale decir, no creen que el voto que equipara e iguala a los
ciudadanos.
Una pregunta latente es cómo entiende García las formas deliberación y decisión
entre los sectores subalternos del ‘régimen mercantil industrial’, es decir los
obreros fabriles o los mineros. García, fiel a su argumentación, considera que la
democracia obrera, a pesar de sus prácticas asambleísticas, de su cultura
deliberativa, de un régimen de control sobre los dirigentes y rendición de cuentas
en asambleas, contiene hábitos ‘anti-democráticos’, como “los límites al disenso
una vez deliberadas las razones y tomadas por mayoría las resoluciones, sutiles
medios de coacción…un vínculo material de los dirigentes hacia las bases” [el
aporte sindical que sería la razón del control de las bases sobre los dirigentes]
(García, 2008:285-286). En resumen, García, considera que la “estrategia de
acción política del movimiento obrero” estuvo limitada por el “horizonte estatal”, es
decir, los trabajadores mineros se movieron en el ámbito definido por el estado, sin
capacidad de pensarse a sí mismos como “soberanos”, sin propuestas que
desafíen el orden establecido, y por el contrario atrapados en un modelo de
“movilización pactista e integrado a la racionalidad estatal…” (García, 2008:287).
El planteo de García y del Vivir Bien, sin embargo, implica una contradicción: la
toma de decisiones por consenso y no por voto (Vivir Bien), y el ejercicio de la
democracia comunitaria en términos de horizontalidad, igualdad, ‘moral de
responsabilidad pública’ y asambleísmo consensual (García), se despliegan en el
marco de relaciones de dominación de las fuerzas ‘coloniales’ y ‘mercantiles’
sobre las comunidades indígenas; no obstante, la noción de formas de
deliberación y decisión puramente horizontales, consensuales, etc., supone
afirmar la inexistencia de relaciones de poder al interior de la ‘comunidad’. En
realidad esto es una consecuencia de la aproximación ahistórica y arelacional de
esta corriente, pues de antemano se descarta la inserción de la ‘comunidad’ y las
relaciones intracomunitarias en el marco más amplio de relaciones de poder, que
permean y atraviesan el tejido social, y cuando se consideran conexiones
(‘comunidad’/fuerzas ‘occidentales’) pareciera que se trataría del choque de dos
entidades cerradas y autocontenidas. Por otro lado, las relaciones de poder o
hegemonía ‘colonial’ son consideradas como un espacio monolítico e
impenetrable, en vez de ser vistas como un campo de disputa.
Precisamente estos son los fallos de la teoría sobre la ‘comunidad’: el eclipsar las
relaciones de desigualdad y dominación al interior de las comunidades indígenas,
la formación de jerarquías, la diferenciación clasista, las asimetrías de poder en
razón de género, etc. y el oscurecer las acciones y estrategias de resistencia y
lucha emprendidas por los subalternos frente al poder, en el campo de disputa que
es la hegemonía. La naturalización de categorías y dimensiones de las formas de
reproducción social comunitaria como ‘reciprocidad’, ‘redistribución’, ‘colectivismo’,
ocultan peligrosamente relaciones injustas e inequitativas que germinan al interior
de la comunidad, legitimándose relaciones de poder ocultas bajo el ropaje de un
lenguaje de ‘complementariedad’, ‘horizontalidad’, ‘reciprocidad’, etc.
En este sentido, la investigación realizada por Lagos (1997) sobre una comunidad
en Cochabamba, echa luces sobre los complejos procesos de diferenciación social
y clasista al interior de la comunidad sobre la base de prácticas “tradicionales”
(‘comunitarias’) como el compadrazgo, la reciprocidad y la “comunidad”. Esta
antropóloga sostiene que los campesinos ricos utilizan estas prácticas “para
consolidar su control sobre la producción” y paradójicamente, “los campesinos han
utilizado estas mismas prácticas y costumbres culturales en su intento de
conservar cierto grado de autonomía frente al control de la burguesía” (Lagos,
1997:16).
Las asimetrías de género y las relaciones de poder ejercidas sobre las mujeres
son muy claras en el trabajo minero. Una de las expresiones más nítidas es la
prohibición de trabajo en interior mina para las mujeres, bajo diversos argumentos
que van desde la posibilidad de “espantar la veta”, hasta razones de “seguridad y
protección” de las mujeres. (Registro de campo, febrero, mayo, junio 2009,
Huanuni).
Conclusiones