Junio, 1968
En la tarde de oro
en una serenidad cuyo simbolo
podria ser la tarde de oro,
el hombre dispone los libros
en los anaqueles que aguardan
ysiente el pergamino, el cuero, la tela
yet agrado que dan
la prevision de un hibito
vel establecimiento de un orden.
el libro que lo justificand ante los otros,
pero en la tarde que es acaso de oro
sonrie ante el curioso destino
yysiente esa felicidad peculiar
2 de las viejas cosas queridas.
De Elogio de la sombra, 1969.
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La muralla
y los libros
He, whose long wall the wand'ring Tartarbounds...
Duncan, Il, 76.
Lei, dias pasados, que el hombre que ordené la
edificacin de la casi infinita muralla china fue aquel
primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispu-
So que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que
las dos vastas operaciones —Ias quinientas a seiscientas
leguas de piedra opuestas a los bérbaros, la rigurosa
abolicién de la historia, es decir del pasado~procedieran
de una persona y fueran de algiin modo sus atributos,
inexplicablemente me satisfizo y, a la vee, me inquiet6.
Indagar las razones de esa emocién es el fin de esta nota.
Histéricamente, no hay misterio en las dos medi-
das. Contempordneo de las guerras de Anfbal, Shih
Huang Ti, rey de Tsin, redujo a su poder los Seis Reinos
y borré el sistema feudal; erigié la muralla, porque las
murallas eran defensas; quem< los libros, porque la
‘opesicisn los invocaba para alabar a los antiguos empe-
radores. Quemar libros y erigir fortificaciones es tarea
comin de losprincipes; lo inico singularen Shih Huang
Ti fue la escala en que obré. Asf lo dejan entender
algunos sindlogos, pero yo siento que los hechos que he
referido son algo mas que una exageracién 0 una
hipétbole de disposiciones triviales. Cercar un huerto 0
tun jardin es comin; no, cercar un imperio. Tampoco es
baladi pretender que la mas tradicional de las racas
renuncieala memoria de su pasado, mitico o verdadero.
Tres mil afios de cronologia tenfan los chinos (y en esos
afios, el Emperador Amarillo y Chuang Tzu y Confucio
yLao Tu), cuando Shih Huang ordené quella historia
empezara con él.
‘Shih Huang Ti habia desterrado a su madre por
libertina; en sudurajusticia losortodoxosno vieron otra
‘cosa que una impiedad; Shih Huang Ti, tal vee, quiso
borrar los libros canénigos porque éstos lo acusaban;
‘Shih Huang Ti, tal vee, quiso abolir todo el pasado para
abolir un solo recuerdo: la infamia de su madre. (No deotra suerte un rey, en Judea, hizo matara todoslosnifios
para matar a uno.) Esta conjetura es arendible, pero
nadanos dicede la muralla, de la segunda cara del mio.
Shih Huang Ti, segtin loshistoriadores, prohibis que se
‘mencionara la muerte y buses el elixir de la inmortali-
dad y se recluyé en un palacio figurativo, que constaba
de tantas habitaciones como hay dias en el afio; estos
datossugieren que la murallaen elespacio yel incendio
cen el tiempo fueron barreras mégicas destinadas a
detener la muerte. Todas las cosas quieren persist en
suiser, ha escrito Baruch Spinoza; quiz el Emperador y
sus magos creyeron que la inmortalidad es intrinseca y
que la corrupci6n no puede entrar en un orbe cerrado.
Quizi el Emperador quiso recrear el principio del
tiempo y se llamé Primero, para ser realmente primero,
yse llamé Huang Ti, paraser de aligin modo Huang Ti,
el legendario emperador que invent6 la escritura y la
bij. Este, segin el Libro de los Ritos, dio su nombre
verdadero a las cosas; parejamente Shih Huang Ti se
jact6, en inscripciones que perduran, de que todas las
coxss, bajo su imperio, tuvieran el nombre que les
conviene. Sofé fundar una dinastfainmortal ordend
que sus herederos se llamaran Segundo Emperador,
Tercer Emperador, Cuarto Emperador, y asf hasta lo
infinito... Hehabladode un propésiro mégico;también
cabria suponer que erigirla muralla y quemar los libros
no fueron actos simulténeos. Esto (segin el orden que
cligiéramos) nos daria la imagen de un rey que empe2s
pordestruiry luegose resignéaconservar,olade un rey
desengatiado que destruyé lo que antes defendia, Am-
bas conjeturas son dramaticas, pero carecen, que yo
sepa, de base hist6rica, Herbert Allen Gilescuenta que
uienesocultaron libros fueron marcadoscon un hierro
candente y condenados a construir, hasta el dia de su
muerte, la desaforada muralla. Esta noticia favorece o
tolera otra interpretacién. Acaso la muralla fue una
metéfora, acaso Shih Huang Ti condené a quienes
adoraban el pasadoa una obra tan vastacomoel pasado,
tan torpe y tan inditil. Acaso la muralla fue un desaffo y
Shih Huang Ti pensé: “Los hombres aman el pasado y
contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos,
pero alguna vez habré un hombre que sienta como yo,
y ése destruiré mi muralla, como yo he destruido los
libros, y ée borraré mi memoria y sera mi sombra y mi
espejoy nolo sabri.” Acaso Shih Huang Ti amurallé el
imperio porque sabfa que éste era deleznable y destruyé
los libros por entender que eran libros sagrados, 0 sea
libros que ensefian lo que ensefiael universoenteroola
conciencia de cada hombre. Acaso el incendio de las
bibliotecas y la edificacién de la muralla son operacio-
nes que de un modo secreto se anulan,
Lamurallatenaz queen este momento, yen todos,
proyecta sobre tierras que no veré, su sistema de som-
bras, es la sombra de un César que ordens que la mais
reverente de las naciones quemara su pasado; es verost-
milque laideanostoquede pors,fueradelasconjeturas
que permite. (Su virtud puede estar en la oposicién de
‘construiry destruir, en enorme escala,) Generalizando
el caso anterior, podrfamos inferir que todas las, formas
tienen su virtud en s{ mismas y no en un “contenido”
conjetural. Esto concordarfa con la tesis de Benedetto
Croce; ya Pater, en 1877, afirmé que todas las artes
aspiran ala condicién de la mtsica, que no es otra cosa
que forma. La miisica, los estados de felicidad, la mito-
Joga, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepts-
culos y ciertos lugares, quieren decimos algo, o algo
dlijeron que no hubiéramos debido perder, o estén por
deciralgo;estainminencia de una revelacidn, quenose
produce, es, quiz, el hecho estético,
Buenos Aires, 1950.
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