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En el legado intelectual de Hans Blumenberg apare cié una carpeta con la signatura «GT», que contenta al guno de los breves escritos aqui recogidos acerca de Ii historia espiritual.de la técnica. En pocas paginas Mi menberg expone con sus habituales, agudas y sablas me ditaciones por qué una historia del espiritu como la que 4 plantea —mas alld de la historia de la técnica al iho” no puede ser ignorada. Adin esti por deseubrirye lt in) portancia que Hans Blumenberg tiene, en el panonuni actual, como pensador destacado en el desarrollo de Ii historiografia de las ciencias naturales y de la Wenlen, Los:textos que conforman este volumen fueron rent: dos por primera vez (2009), en forma de libro, junto una larga ponencja y su correspondiente debate, et li edicién alemana de la que han sido traducidos, «La técnica es un elemento, constitutivo de la dad Moderna.» * «gPuede el ser humano contar con’que et Ia estriic ._ tura-del mundo sé le ha tenido, de alguna maneris 2» consideracign?» —** + «No es el mundovel que adjudica al hombre sui rane sino que es el hombre quien proyecta sobre el munda su propia-autocualificacion.» ——— Hans Blumenberg 1208 HISTORIA DEL ESP{RITU DE LA TECNICA HISTORIA DEL ESP{RITU DE LA TECNICA Hans Blumenberg PRE-TEXTOS Impresoen papel FSC proveniente de bosques bien gestionadosy otra fuentes controladas r ALGUNAS DIFICULTADES DE ESCRIBIR UNA HISTORIA DEL ESPIRITU DE LA TECNICA COualquier forma de reproduccién,distribuci6n, comunicacion piblica o transforma- ign de esta obra solo puede ser realizada con a autorizaciéa de sus titulare, salvo ‘excepcin prevista por la le. Dirfjase a CEDRO (Centro Espafol de Derechos Reprogrificos) si necesita fotocopiar o escanear algtin fragmento de esta obra (www:conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47) Primera edicién: octubre de 2013 Disefio cubierta: Pre-Textos (S.G. E.) ‘Titulo de la edicién original en lengua alemana: Geistesgeschichte der Technik Della traduccién: © Pedro Madrigal ‘© Suhrkamp Verlag Berlin 2009 © dela presente edici6n: PRE-TEXTOS, 2013 Luis Santingel, 10 46005 Valencia wwww.pre-textos.com IMPRESO EN ESPARA J PRINTED 1N SPAIN ISBN: 978-84-15576-75-4 Derostro uxaat: V-2255-2013 ‘Apwti SA. Tet, 91 471.71 00 Cada ciencia tiene que llevar el peso de su propia histo- ria, Conserva las huellas de su historia incluso cuando el progreso de sus resultados parece estar condicionado ex- clusivamente por las exigencias de su objeto. La historiografia surge de las formas primitivas de la cr6- nica. El cronista registra los acontecimientos en el orden «le sucesién de su databilidad, y s6lo capta lo que es data- ble, La forma en que en la escuela nos topamos por pri mera vez -y la mayorfa de veces con irritacién— con la historia es, en el fondo, la forma propia de la crénica. De shi que los sucesos de importancia historica sean, prefe- rentemente, acciones humanas datables, lo cual quiere decir que son acciones tales que han desembocado en determi- nados productos de la accién: tratados o batallas, gobier- nos u obras legislativas, conquista o pérdidas de fortalezas y fronteras, cafda de tiranos o vaivenes hereditarios. Cuando la historiografia pasé de registrar simplemente cle un modo cronolégico la cadena de sucesos a mostrar las vinculaciones entre los eslabones de esa cadena, se hizo pa- tente enseguida que las acciones humanas son explicables mediante teorfas de la accion que podian ser referidas a ellas. ‘También aqui se segufa salvaguardando la databilidad, en tanto tales teorfas de la accién preceden a las acciones en forma de libros, discursos, proclamas y manifiestos y todos éstos pueden ser fijados, a su vez, a fechas determi- nables en que hicieron su aparicién o se dieron a conocer. Las teorfas de la acci6n constituyen, por tanto, ellas mismas, un tipo especial de acontecimientos, mediante los cuales las propias crénicas podian enriquecerse y ser presentadas dentro de un nexo de correlaciones comprensibles. Sélo surgieron dudas en este esquema cuando se creyé entender que para acciones en el sentido mas amplio pue- den ser también determinantes presupuestos y condicio- namientos extrateoréticos. Podia invertirse la relacién entre los acontecimientos y las circunstancias de los mismos. Las circunstancias histéricas ya no eran tinicamente una con- secuencia y plasmacién de determinados sucesos hist6ri cos, sino que hacian comprensibles, a su vez, los acon- tecimientos. Para explicarlo: una invenci6n técnica es, al menos en los tiltimos siglos, un suceso datable. Y parece que una tec- nificacién cada vez mayor, como el estado propio de las so- ciedades industriales modernas, no es sino el resultado de Ja suma de aquellos sucesos de invencién. Karl Marx fue el primero en hacer exactamente una inversién de esa forma de ver las cosas, en el capitulo 13, titulado «Maquinaria y gran industria», del tomo I de El capital. La mecanizacion de la producci6n es, para él, la consecuencia, traducida en inventos, de la estructura del trabajo de la primera manu- 10 {actura industrial, con la desintegracién de la produccién originariamente artesanal de una mercancfa en sus opera- ciones laborales elementales. Era justo en esa division del \rabajo donde se hacia perceptible la posibilidad de la me- canizacién, quedando demostrado, de un modo, por de- cirlo asi, contundente la traducibilidad de un proceso laboral clemental a un proceso mecénico. Los inventos no serfan \lgo que se barruntara, como suele decirse, «en el aire», sino ue se encontraban ya prefigurados en el propio proceso «lel trabajo, Segtin escribe Marx, el taller de produccién de los mismos instrumentos de trabajo ~xese producto de la division manufacturera del trabajo», «produce, a su vez, miquinas».! Este modelo deja patente qué entiende Marx por historiografia, una historiografia que valora las cir- cunstancias materiales como una condicién de los sucesos y de las acciones del espiritu, y qué es lo que pide de una historia critica de la tecnologia».? Tal modalidad de historiografia no puede quedar enca- llada en la tradicién de las crénicas. Lo constitutivo se sus- (raerfa a la databilidad precisa que determina la relacién de fundamentacién existente entre las teorias de la accién y los productos de la misma. Tenfa que considerarse, al menos, como posible que las teorfas de la accién humana no fueran, por su parte, sino expresién y consecuencia de circunstancias ya dadas con anterioridad, pudiendo, en todo £1 capital, tomo I, secci6n IV, cap. 12. hid. I IV, 13, nota 89, caso, captar, desarrollar y sistematizar las necesidades de accién subyacentes en las propias circunstancias, preparando acaso con ello y acelerando la aparicién de una serie de acon- tecimientos, pero sin poder, en esencia, motivarlos. Ahora bien, en un contexto asi podia anidar una profunda des- confianza, que nosotros, hoy dia, solemos llamar «sospe- cha ideolégica»: las teorfas de la accién humana no ci- mentarian acciones dependientes de ellas, sino que no hacen otra cosa que justificar acciones debidas, de todos modos, alos condicionamientos de la situacién, En este esquema, burdamente simplificado, de la pro- blematica de toda historiografia pueden localizarse las di- ficultades que emergen asimismo para una historia de la técnica. También aqui tenemos que vérnoslas con sucesos que son, claro esté, mas o menos datables. Los dispositi- vos, las técnicas de los procedimientos, los mecanismos, los elementos de construccién son descritos en documentos 0 conservados como reliquias musefsticas. Al principio, las dificultades del historiador de la técnica parecen ser mds Pequefias que las del historiador de la politica, dado que el dmbito de su investigacién es delimitable de un modo exacto y estricto y las asignaciones son, en lal menos para la mi- rada del espectador moderno- de una logica objetiva. En todo esto pasaria algo semejante a lo que ocurre en la his- toria de las ciencias exactas: los resultados teoréticos de una determinada etapa contienen los problemas pendientes de resolver en los préximos pasos del conocimiento. De modo ue en la historia de la técnica la solucién de un determi- ‘nado problema de construccién hace reconocibles, al mismo \iempo, las carencias que atin han de solventarse, plantean- slo con ello las tareas para soluciones futuras, Cuanto més ‘nos acercamos a Jos tiempos actuales tanto més se convier- ten la historia de las ciencias exactas y la historia de la téc. nica como también la historia de la artes plésticas y de la Iieratura~ en regiones cerradas caracterizadas por una lé sica interna propia de su desarrollo, haciéndose asi relati vamente independientes de influencias y dependencias externas. De manera que toda la suma complicacién de la critica de la cultura de nuestros dias, que va desde una ac \itud de optimismo tecnolégico hasta la demonizacién de la técnica, apenas si ejerce un influjo perceptible sobre el Proceso mismo de a tecnificacién, por mucho que influya cn la relaci6n entre el hombre y la realidad técnica, Ahora bien, la cuestiGn es si se puede generalizar el mo. clelo de un estado de alta condensacién de lo cientifico y ‘cenico. ;Podemos contar con la I6gica interna de los pro esos objetivos también respecto a los inicios de una época determinada Por la ciencia y la técnica? La historia de la “cnica tiene que hacer, con todo, comprensible de qué clase dle impulsos ha surgido la organizacion de una nueva rea- lidad, antes de que sus propios elementos puedan presen- ‘ar las exigencias de su desarrollo e integracién ulterior. La historia de la técnica no puede ser nila mera crénica de la aparicion de nuevos procedimientos, habilidades y meca- niismos ni la historia de la técnica en la historia, tan enfiti- camente demandada hoy dfa: la exposicin de la suma de todas las dependencias de la realidad de la vida respecto al estado de tecnificacién correspondiente. La historia de la técnica tendré que ser también, y ante todo, la historia de la salida de la técnica del émbito de la historia. El tema de si ~y c6mo~a partir de una determinada nueva comprensién de la realidad y del puesto del hombre en el marco de esa realidad surge un deseo de técnica habré de ser el tema de una historia del espiritu de la técnica que no sélo retina y registre autointerpretaciones de la actividad y autorfa téc- nicas, sino que haga que se vuelvan comprensibles las mo- tivaciones de un estilo de vida que apunta y que se sustenta ena técnica. Todo ello parece plausible, pero la dificultad empieza en cuanto uno se pone a esbozar esta historia del espiritu de la técnica. Los testimonios que se ofrecen como fuentes dan la impresién, a primera vista, de que pueden hacer demos- trables las motivaciones de los procedimientos y de la pro- duccién de orden técnico. Pero un andlisis més preciso de tales fuentes —por ejemplo, de los siglos Xvity XVI~no tarda en despertar la duda de si aquello que parece abrirnos el ac- ceso al trasfondo de los estimulos intelectuales no deberé su origen, més bien, a la necesidad de justificar lo que ya se ha hecho realidad. ¥ en vez de un testimonio de los orige- nes Jo que tendriamos serfan retazos de una ideologia de lo técnico. Sirviéndome de tres ejemplos, me gustaria explicar algo més minuciosamente la ambigtiedad que aqui puede ge- nerarse. “4 El primer ejemplo hace referencia al concepto mismo «le invencién, es decir, al concepto de la produccién origi- ja de una concrecién hasta entonces desconocida. En el pasaje citado de El capital de Karl Marx queda claro que cl inventor sélo aparece, por decirlo asf, como el funciona rio y ayudante de realizacién del proceso objetivo de in- dustrializaci6n.' Pero la insistencia en el mero cardcter reproductivo de la invencién solamente seré comprens ble, en su tendencia si se recurre al contenido relativo a la propiedad que encierra el concepto de invento en la Edad Moderna. La objecién ~ya desarrollada en la Antigiiedad contra la propiedad privada~ de que la naturaleza habria puesto todo a disposicién de todos no concierne a lo que cs el invento; de ahi que la autoria se haya convertido en la plasmacién, pura e inexpugnable, de lo que es la propiedad. No obstante, la institucién juridica de la proteccién de los «lerechos de propiedad del inventor sobre su obra, que slo experimentaré su pleno desarrollo hacia finales del si » XVIII, no goza, en absoluto, de la obviedad que entre nto ha ido adquiriendo. BI derecho de propiedad sobre los inventos se desarro- lla en el curso de la discusién sobre la limitacién del dere cho del principe a conceder privilegios, diferen: otorgamiento de un monopolio comercial -algo prototi indose el "£1 capital, 1, 1V, 13, nota 89. «Una historia critica de la teenologia no harla ino demostrar que poco pertenece a un tinico individuo cualquier invento del ilo xvute. EL imitarse al siglo xvi no deja de tener, en este contexto,importan «a, porque asi sigue quedando abierta, de todos modos, otra concepcisn sobre pico del absolutismo— sobre una mercancia accesible, en el fondo, a cualquiera, de la patente que corresponde al pri- mer inventor real de un nuevo producto. Con ello se pro- tege, no se fundamenta, el émbito natural de su derecho. La concepcién del invento como una propiedad protegi- ble, referida no a una cosa, sino a la idea de una cosa, tiene una serie de presupuestos de orden intelectual e histérico en que se hacen cuestionables las concepciones tradiciona- les sobre la realidad y el ser humano. Aqui aparece por pri- ‘mera vez en el horizonte de la posibilidad el que pueda haber propiamente objetos que antes no estaban atin en la natu- raleza y para los cuales ya no valfa la definicién aristotélica de las capacidades humanas como una imitacién de la naturaleza. Baste recordar que la expresién idea, usada también cominmente por nosotros para designar una acurrencia humana, en su primitivo significado platénico s6lo valfa para los modelos primigenios de todo aquello que se encuentra en la naturaleza, que es una suma de re- producciones. Es imposible que la idea pueda aqui desig- nar un disefio conceptual independiente de lo dado. Si intentamos captar el giro hist6rico que se ha realizado en la historia del concepto de idea topamos, como figura clave de este viraje, a mediados del siglo xv, en los Didlogos de Nicolas de Cusa, con la figura del laico. Dicha fragua fue concebida por el filésofo para enfrentarla al tipo de inte- lectual escoléstico y a su imagen tradicional sobre la natu- raleza y el hombre. Se trata del hombre de la experiencia cotidiana, que sabe medir, contar y pesar, un artesano que 6 produce utensilios de madera para uso casero. ¥ precisa- mente en esos utensilios demuestra él, en el Didlogo sobra | mens humana, que su produccién no puede ser expli- cada mediante la formula de la imitacién de la naturaleza. Las formas esenciales de cucharas, escudillas y ollas han sido realizadas tinicamente mediante un arte humano.»! lin una época, pues, en que la teorfa de las artes todavia es- (aba dominada por el principio aristotélico de la imitacién, \u actividad poco apreciada del artesano encuentra una in- \crpretacién en la que no sélo no se rehitye, sino que justo se busca, la comparacién de la actividad del hombre con lus obras de la creaci6n divina. Pero, al mismo tiempo, esta tendencia a presentar al laico como figura antagénica al tipo escolistico hace un problema \lcl valor testimonial de la prueba. Aqui no tiene lugar pri- mordialmente una valoracién del ser humano, para la cual vc hubieran tenido probablemente que buscar las formas «lc actividad més valoradas en aquella época, sino que es, introducida, contra la soberbia del intelectual, como figura representativa de la modestia, la figura del artesano, deva- luado en la tradicién de las artes liberales. Lo que el laico hace y lo que es parece necesitar una justificacién. Lo que © considera un nuevo valor, el de su trabajo de invencién, sirve para poner de relieve una posicién, una forma de vida mnienospreciada en el sistema social medieval, no para una "Idiota de mente cap. 2 ” nueva fundamentacién del origen de las creaciones técni- cas en cuanto tales. Con ello se hace comprensible que esta certificacién que hizo el Cusano en el siglo XV permane- ciera aislada y, de momento, inefectiva. Hasta las aplicacio- nes que el ejemplo del Jaico cusano encuentra en la esencia del espiritu humano siguen estando confinadas al ambito epistemolégico, no yendo, en el fondo, mas all de lo que la propia Escoléstica de la tiltima época medieval habia dicho sobre el surgimiento de los conceptos. El concepto, tal como fue entendido por la escuela nominalista, ya no reproduce la cosa, sélo la capta, integrandola en una red de estructu- ras disefiadas por el propio hombre. En el fondo, los con- ceptos son, para el nominalismo, invenciones, y su sistema un dispositivo de la mente humana para componérselas con lo inabarcable de lo concreto. Pero esa invencién mental no es nada majestuosa, es una solucién de emergencia, una funcién de a impotencia e indigencia del intelecto humano, que ya no es capaz de reproducir la razén que respalda la naturaleza. El Cusano ha dado a este hecho, en su figura del laico, un signo distinto: lo que era indigencia se ha con- vertido en una distincién. La historia del espiritu de la téc- nica ha girado, en esencia, hasta hoy dia, en torno a signos ya valoraciones donde parece que no se ha decidido atin qué valor corresponde definitivamente a la técnica. Un segundo ejemplo en que querrfa mostrar la equivo- cidad del trasfondo intelectual e hist6rico de la tecnifica- cién incipiente es la importancia, para este proceso, de la representacién de lo que es una ley natural. En la historia 18 \nicial de la mecénica de la Edad Moderna y del nuevo in- \erés por las Hamadas méquinas simples desempetia un papel televante el tratado falsamente atribuido a Arist6teles sobre mecinica. Los mecanismos simples, en los que una pequefia {uuerza mueve un gran peso, son presentados bajo el punto ile vista de la produccién de efectos extraordinarios obte- nidos burlando a la naturaleza. Este pensamiento se ocul- luba ya en el origen griego de la expresin mecénica (me- khané,en el sentido de «ardid>, «artificio», «maquinaci6ny]).. \in el siglo xvuf, esta mecénica, entendida como ardid o truco, entra en colisién con la representacién de la ley natural, ue, prioritariamente, encerraba una metaférica de claro sno politico. Este contenido metaférico ha desaparecido en nuestra concepcién de las leyes naturales, que sélo si- uen significando algo asi como los conceptos genéricos «lc los cambios de la naturaleza o las delimitaciones que no- sotros adscribimos, por experiencia, a nuestras expectati- vas te6ricas y prdcticas. La representacién del cosmos des- urrollada en la época helenistica como un Estado universal habia entendido la ley natural por analogfa con la ley poli- lica, impuesta a todos los miembros del mundo como un codigo legislativo a la vez fisico y moral y que exige de todos cllos obediencia. Pero esta analogfa deja abierta la posibi «lad de que la ley pueda trasgredirse, de que uno pueda, con mafia, contravenirla y sacar, con engafios, un provecho ve- dado al comin de los seres. La Mecénica era como una sin- s de tales trucos. Es verdad que, para el verdadero t6teles, un pensamiento asi hubiera sido atin imposi- les 19 ble, pues, para él, tanto la técnica como el arte eran, en tanto imitaciones, dependientes precisamente de la naturaleza y de lo inherente a ella; ademés, para el hombre no existia, en absoluto, la necesidad de crear él mismo algo que, de todos modos, la naturaleza, con su finalismo, ya le propor- cionaba. Para el cristianismo esto ya no resultaba tan obvio. La naturaleza ya no era el paraiso donde el ser humano habia podido, en otro tiempo, vivir sin preocupaciones y sin en- gafios. Y ahi estaba ~como un efectivo inalienable de la his- toria de los origenes del cristianismo y su compafiero constante~el milagro, en el que se atestiguaba como el pro- pio Dios manipulaba lo vinculante de su creacién, como lo extraordinario se alzaba, como algo reservado a El, por encima del orden de la naturaleza y pudiendo ocurrir en ella en todo momento. No es casual que el cristianismo pri- mitivo apareciera, a los ojos del mundo circundante, como una conjura contra las leyes de la naturaleza; en los auto- res cristianos se encuentran miiltiples huellas de una acti- tud de defensa contra ese reproche, El hecho de que la magia no s6lo pudiera seguir subsistiendo en la era cristiana, sino, en ocasiones, expandirse sin ser molestada en absoluto y como algo obvio fue propiciado, sin duda, por la circuns- tancia de que el orden natural aparecia, por principio, como quebrantable. En Ia época de la forma de Estado absolutista, que pre- suponia una arbitrariedad del legislador convertida casi en algo natural, la metéfora de la ley natural pudo hacer toda- 2 via més plausible el pensamiento de socavar y menospre- ciar el orden gracias a la propia habilidad, como una auto \lirmacién ante cualquier clase de ley. No sorprende, pues, que el escrito pseudoaristotélico sobre problemas mecini- cos topase con una afinidad de intereses por lo raro, lo ex- trano y lo prodigioso. Tanto la naturaleza como el Estado se habjan convertido en la encarnacién de un orden esta- bblecido mediante decretos soberanos, donde el interés y la lelicidad del hombre no aparecfan como algo previsto para slo tinico que le daba esperanzas era lo prodigioso, 0 la ha- bilidad de autoafirmarse. El escrito acerca de la mecénica sancionado con el nombre de Aristételes parecia abrir la puerta a la produccién humana de cosas prodigiosas a base le destreza. El tratado define lo prodigioso, por un lado, como aquello que acontece, ciertamente, segiin la natura- leva, peto cuyas causas no pueden ser explicadas,y, por otro, como algo que tiene lugar, gracias a la industria humana y en favor del hombre, contra la misma naturaleza. Y para no dejar que esto parezca mera soberbia, el interés que pueda {cner el hombre para actuar contra la naturaleza es funda- mentado en el hecho de que la propia naturaleza atenta, de miltiples maneras, precisamente por la regularidad de su curso, contra las necesidades del hombre, las cuales son, por su parte, muy variables. Le Mecéinica de Guidobaldo " Quaestiones mechanicae, en la Akademse-Ausgabe de las obras de Aristote- les, ed. por I Bekker, 847 a 11-18, Una buena ilustracién dela distancia sistemé- ict existente entre los conceptos de naturaleza y ténica esa citadel poeta Antifono {1 20), donde se dice que «mediante el arte nosotros dominamos lo que, por na- Iutaleza, nos domina a nosotros». La divisién de la mecénica transmitida en el 2 del Monte, aparecida en 1577, atin sigue determinada por Ja supuesta doble tradicién aristotélica, segdin la cual la técnica puede ser tanto una imitacién de la naturaleza como una trasgresin de sus leyes, estndole permitido al ser humano servirse de esos dos caminos para aligerar su carga, Ambas vias llevarian a un tinico fin: que el hombre tenga plenos poderes para dominar la naturaleza y dispo- ner de ella. El concepto de ley natural, falso desde la perspectiva de Ia historia de la ciencia, ejerce una funcién histéricamente importante: impulsa el factor de la autoafirmacién como motivador del interés por la técnica frente a una natura- Jeza que harfa al hombre inseguro. Las maquinas liidicas y los aparatos mégicos del barroco nos dan atin un reflejo del truco mecénico.‘ Lo que pudo ser importante para el eS ‘Comentario sobre Euclides de Preto (ed. Friedlein, 41,5 sigs.) habla de la «Orge- rnopoikes, la construcci6n de méquinas béicas,y de la «Thaumatopoikes, la pro-

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