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Reflexiones grupales en torno al trabajo de JOSEPH MORSEL, L'Histoire (du Moyen


Âge) est un sport de combat”1

El presente comentario fue concebido para ser publicado en Internet. Antes de


plasmarse en palabras fue ante todo la intención de entrar en un diálogo virtual y éste se
pensó más con un gesto que con un texto. Se trataba de homologar en un punto la singular
forma de publicación del libro que convocaba nuestras inquietudes, L'Histoire (du Moyen
Âge) est un sport de combat de JOSEPH MORSEL2. En efecto, este medievalista optó por colgar
su texto en la red con acceso gratuito para toda actividad académica prohibiendo toda
operación comercial con el mismo. Esta circunstancia no es banal si tomamos en cuenta el
carácter de programa de trabajo que asume este libro.
Pues en efecto se trata de un plan de acción. Nuestro gesto primario de lectura
acostumbra a buscar en los textos historiográficos respuestas más o menos acabadas a
problemas diversos. Podemos convenir con las preguntas y con las respuestas que ofrece el
autor; acordar con sus preguntas pero quedar insatisfechos con sus respuestas; disentir en
las preguntas imaginando respuestas nuevas… Éste es el abanico de posibilidades que nos
habilita nuestro modo cotidiano de leer las producciones historiográficas. Pero el texto de
MORSEL corroe de inmediato esos habitus espontáneos. No se planta como una escritura
que cubre con su sola presencia la temática de referencia. Antes bien se sostiene a sí misma
como un programa, una serie de enunciados/hipótesis que interpelan al lector como
productor activo -él también- de ciencia histórica. Un programa raro, en tanto su escritura
no reenvía a un trabajo “por hacer” sino que se apoya en una labor ya realizada, en una
experiencia de investigación que se advierte en las notas bibliográficas copiosas, variadas y
actualizadas. Un programa que, a los profesionales de la historia, les señala una dirección
académica y materializable; y a los interesados por la historia un discurso confiable y
entendible.
Una de las claves de este programa, en efecto, está en el soporte elegido para su
difusión, acto que permite el acceso amplio del profesional formado, del estudiante en
etapa inicial y del interesado casual. Usufructúa lo incontrolado de la recepción, busca
generar debate, plantear un problema. Consecuente con esto, el autor reflexiona de modo
explícito acerca de los efectos de las nuevas tecnologías sobre el discurso historiador.
De acuerdo con MORSEL, el verdadero problema no reside tanto en la “frecuencia”
de la utilización -es decir en estimar como “suficiente” o “insuficiente”- que los
historiadores hacemos de la web, asunto que a esta altura ya señala diferentes calidades de
producción historiográfica y que se capea con un reclamo más o menos al aire acerca de la
utilidad de las nuevas tecnologías. La cuestión más profunda radica en los cambios que, de
modo irreversible, trae aparejado el desarrollo de la web en relación con la escritura
profesional de la historia..
MORSEL plantea que los cambios introducidos en la escritura historiadora afectan
de modo decisivo no sólo a la difusión, sino también a la producción y a la conservación

1 Este texto fue parcialmente publicado bajo la forma de ponencia y con título “Escritura, sentido,
intervención: reflexiones grupales en torno al trabajo de Joseph Morsel, L'Histoire (du Moyen Âge) est un sport de
combat”, CD-Rom II JORNADA DE INVESTIGACIÓN Y EXTENSIÓN DE EQUIPOS DEL
PROGRAMA DE RECONOCIMIENTO INSTITUCIONAL DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y
LETRAS (M. Woods -comp.), Universidad de Buenos Aires, FFyL (17-11-08), noviembre de 2008, (ISBN
978-987-1450-37-4). Los autores forman parte del Proyecto “Derecho y teología en la Edad Media.
Mecanismos de poder en un mundo sin ‘política’ ni ‘religión’”, Programa de Reconocimiento Institucional de
Equipos de Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2007-2008.
2 http://lamop.univ-paris1.fr/lamop/LAMOP/JosephMORSEL/index.htm. J. MORSEL es el autor principal
del libro aunque cuenta con la colaboración de Christine Ducourtieux.

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del texto. A la difusión porque a partir de la web la escritura historiadora puede convertirse
en objeto de varios tipos de lectura: profesional, interesada, curiosa. El productor no puede
controlar bajo los modos tradicionales la recepción de su escritura. A la producción
también, porque desde la web en más han aparecido nuevos modos de selección,
reagrupamiento y difusión de las fuentes; el cuerpo del texto puede ser atravesado por
comentarios y apostillas de otros; aparecen recursos que no ha explotado. Por último, a la
conservación, porque la web no almacena con el criterio de la calidad, sino con el del
olvido. El texto innovador y sugerente convive codo a codo con otras proliferaciones
textuales. Un último aspecto: la web arrasa con los límites que encuadraban las
historiografías de corte nacional -de hecho, acerca al otro lado del Atlántico un debate que
bien podría ser francés o en el mejor de los casos europeo. En este sentido, Un sport de
combat es un programa porque invita a los historiadores a que reflexionen sobre estas
nuevas condiciones y a que operen con ellas.
El programa que cuelga MORSEL en la web, sin embargo, no se agota en el soporte
elegido. El discurso se reparte en dos secciones: L’ Histoire du Moyen Âge, c’est fondamental
pour nous y L’ Histoire du Moyen Âge, ça a été fondamental pour nous. Como podemos advertir por
los títulos/enunciados, la diferencia entre ambas secciones descansa en el punto de vista
que se elige para analizar la cuestión. La primera sección analiza los diversos modos
(epistemológicos, ideológicos, mediáticos) a partir de los cuales nuestro presente traba
relación con su pasado medieval. La segunda sección, por su parte, examina la forma cómo
el pasado medieval hendió marcas en la coyuntura actual, habilitando nada más y nada
menos que la generalización del sistema asalariado y la articulación política de “Occidente”.
A partir de la discusión de este valioso texto tres lugares de lectura y discusión
quedaron habilitados, a saber:

a) La problemática de la escala en el discurso histórico:


El trabajo de MORSEL apuesta por la asignación de un nuevo sentido al estudio de
la Edad Media, sentido que va atado a las huellas que este período de la historia del hombre
ha dejado en Occidente: en la desparentalización y la espacialización de lo social,
fenómenos centrales en la configuración de la Edad Media, se encontrarían las bases de la
hegemonía planetaria actual de Occidente (p. 108). Por un lado encontramos entonces la
asignación de un sentido a la Historia Medieval que legitima su estudio en el presente en
tanto éste se explica en parte por causas rastreables en ese momento histórico. Por otro
lado, el texto explícitamente advierte al lector sobre los peligros de las interpretaciones de
matriz ontológica. El sentido no está asignado de antemano, nos dice; la historia no es
despliegue de potencialidades. ¿Cómo combinar este principio con la idea general que
atraviesa el trabajo que apunta a buscar la legitimidad de los estudios sobre la Edad Media
en el sentido que el pasado medieval le imprimió a nuestro presente? ¿Cómo pensar por
fuera de un discurso de matriz ontológica la idea de que nuestro “ser actual” tiene una
vinculación con un “ser pasado”, aun tomando todas las precauciones posibles? He aquí un
interrogante clave: ¿estudiamos, enseñamos, investigamos Historia Medieval porque
nuestro presente guarda alguna relación de identidad o de extrañeza con ese pasado?
Desde esta perspectiva, la lectura del texto permite vislumbrar ciertas tensiones que
lo recorren, detectables en expresiones sintomáticas como aquellas en las que se apela a un
“destino particular de Occidente” que huelen a recaída evolucionista o marxista, en el
sentido de caer inconscientemente en aquello que se critica, como si la fuerza de esa matriz
de pensamiento estuviera tan encarnada que resultara difícil pensar por fuera de ella3. Estas
3En efecto, en determinados desarrollos del texto parece colarse una perspectiva de corte evolucionista. Las
constantes referencias en el capítulo IV de la segunda parte a la idea de evolución y cristalización, habilitaría
una lectura en este sentido. El tratamiento de lo que la historiografía ha denominado la revolución del año mil
parece un buen ejemplo en donde se despliega esta idea: en el siglo XI se produciría un efecto de revelación

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expresiones parecen contradecir la axiomática explícita del texto que reclama desatender a
la cuestión teleológica del origen para pensar en términos de una transformación
permanente de realidades anteriores en función de las condiciones del momento (p. 107).
Podríamos formular una hipótesis para esta tensión en la inmanencia del texto (es decir sin
caer en la idea de que el fundamento trascendente está en la enunciación4): la tensión que
recorre el texto es resultado de su intencionalidad política, de darle un sentido activo a la
historia medieval en nuestro presente. La ambigüedad que podemos entrever en el trabajo
de MORSEL podría ser leída como desacople entre la voluntad del autor de plantar su texto
como estrategia de combate y su concepción epistemológica acerca del discurso histórico
señalada al modo del axioma.
De todos modos, el texto nos propone un programa que nos resulta especialmente
productivo. Un estudio histórico no debería armarse en función de la búsqueda del origen

de lo que venía sucediendo previamente. En palabras de MORSEL: se trata del momento en que las
evoluciones acaecidas llegan a su umbral crítico (p. 93). Parecería entonces, que la posibilidad de cambio
estaría atada a la acumulación progresiva de pequeñas transformaciones. En este escenario la relación entre
prácticas discursivas y no discursivas parece presentarse también con cierto nivel de ambigüedad: al hablar de
“efecto de revelación” ¿se quiere decir que los cambios están ahí en las prácticas “reales” -sociales,
económicas y políticas- y son los discursos quienes con posterioridad las nominan? Si nos quedáramos
solamente con esta frase no habría ambigüedad alguna: el autor estaría asumiendo aquí, como buena parte de
la historiografía marxista, que la función de la práctica discursiva es expresar, sacar a la luz, representar lo que
está sucediendo en el plano de las prácticas. Sin embargo, leer con este nivel de simpleza el complejo texto de
MORSEL sería imperdonable. Unas páginas más adelante cuando habla de la correlación entre los discursos
doctos clericales sobre el espacio y la transformación social de las relaciones con el espacio
(desparentalización y espacialización de lo social) y considera la posibilidad de que la reflexión clerical no sea
más que la formalización de los fenómenos en curso, vemos que la relación no es pensada de forma unívoca.
En lugar de volver sobre la idea de “efecto de revelación” que remitiría sin duda a la tradición aludida más
arriba, señala las dudas que acarrearía pensar en términos de causalidad lineal la relación entre prácticas
discursiva y no discursivas (p. 157), aclarando además los riesgos que implicaría otorgarle a un actor social la
capacidad de ver y organizar toda la situación.
4 Toda escritura, en tanto producto de un lugar de enunciación, está atravesada por fuerzas. Una primera
alternativa de interpretación de esta tensión podría implicar la remisión de estos enunciados-fuerzas al lugar
de la enunciación, rincón plácido del autor ciego a las condiciones de su proceso productivo. Desde este
ángulo ¿cómo leer pues esta suerte de contradicción entre la voluntad explícita del autor de no caer en una
mirada ontológica de la historia, el empeño en señalar los riesgos de pensar en términos de causalidad lineal y
ciertos despliegues en los que los efectos están contenidos en las causas, en donde las prácticas del decir
revelan a las del hacer? Podríamos considerar en esta lógica de la remisión que esta tensión en los enunciados
es síntoma de una contradicción presente en el propio lugar desde el cual enuncia el autor. Aventuremos la
hipótesis: la tensión presente en la segunda parte del libro es la huella textual de cierta rémora marxista del autor. MORSEL
critica una visión metafísica de la historia en la que el sentido está dado de antemano, en la que el destino está
signado por ese sentido original. La interpretación marxista de la historia, que no es ajena a este tipo de
miradas, queda así objetada. Sin embargo en ciertos pasajes del texto el autor parece volver a caer, en tanto la
matriz de pensamiento sigue activa, en apreciaciones que ponderan al efecto como resultado de la causa y al
discurso como revelación. MORSEL extrema el límite de su propio campo sin dar el salto que habilite uno
nuevo. Ahora bien, esta lectura -si se quiere de raíz althusseriana- que decodifica la tensión en clave de
síntoma, presenta desde el punto de vista teórico algunas limitaciones. Se trata de una lectura que no puede
escapar de la idea de trascendencia ya que opera remitiendo el signo a un significante fundamento que es
anterior y trascendente al texto mismo (diría Deleuze en Conversaciones), siempre hay algo en otro lugar que no
es el texto que explica y da sentido al texto mismo. La interpretación del síntoma, si bien es siempre una
intervención subjetiva, tiene como condición poner la verdad por fuera de la escritura. Foucault advierte
sobre esto:
I. en el campo del enunciado todo es real, no hay nada oculto o escondido a lo cual remite el enunciado.
II. el enunciado no remite a ningún cogito, ni yo, ni espíritu del tiempo.
III. el enunciado es transversal y sus reglas están a su mismo nivel.
¿Cómo podría leerse entonces esta tensión en la inmanencia del texto, es decir sin caer en la idea de que el
fundamento trascendente está en la enunciación?

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ni del diseño de unas coordenadas sino a partir de pensar el cambio en situación. Y en este
sentido, la segunda parte del libro patentiza que una perspectiva situacional no es óbice
para analizar procesos de larga duración si uno se plantea la reformulación continua de las
condiciones. La perspectiva situacional no nos obliga a hacer microhistoria.

b) La búsqueda de una lógica específica de la sociedad medieval:


La explicación del cambio se enmarca a partir de los dos procesos ya nombrados de
desparentalización y espacialización por los cuales el espacio pasa a funcionar como
articulador y como ficción organizadora de la sociedad. Ahora bien, este fenómeno social
global que asegura la cohesión social (p. 138) se construye a partir de una práctica, la de
habitar. Desde entonces, los individuos de esa sociedad habrán de definirse en relación al
espacio. Se es en tanto se habita. Y esa relación con el espacio se constituye como la ficción
global que articula identidades, relaciones sociales y discursos. Se construye desde el hecho
mismo de habitar. Lo que resulta particularmente interesante en esta concepción es que la
acción misma (el ser habitante, el habitar), en algún punto, instituye simultáneamente al
habitante y al espacio. Por fuera del habitar no hay hombres y tierras, así como no hay
comunidad de habitantes. Es el habitar mismo el que los construye y es este lazo el que no
puede ser disuelto, porque sin él no hay ni habitantes ni espacio. Estamos, entonces, ante
una práctica específica que construye esta espacialización. Podemos aventurar, a manera de
hipótesis, la idea de una práctica estructurante, en tanto que a partir de la acción de habitar
el espacio se vuelve el organizador de la sociedad. El espacio existe -el espacio social, al
menos- en tanto lo estructura la práctica del habitar.
En el marco de esta formulación, sin embargo, algunas preguntas quedan no
resueltas:
1) Una primera cuestión atañe al carácter específico de este habitar. ¿Es acaso la práctica
concreta la creadora de ficción? ¿O hay un decir que complementa a este hacer?5 Se considere
o no este aspecto discursivo de la práctica del habitar, lo cierto es que la ficción en su
conjunto, la idea misma de espacialización, se crea y recrea a cada momento en dicho
hacer/decir. Dejar de usar la tierra, dejar de habitarla, implica la desconfiguración de esa volátil
ficción.
2) Un segundo punto que se deriva de allí y que se relaciona con el objetivo del texto de
vincular con tiempos posmedievales, es la afirmación de MORSEL de que ese proceso de
espacialización se halla estrechamente ligado a la relación con el espacio que plantearán las
ideas de nación y de patria (p. 183). Ahora bien, la espacialización en los Estados nacionales
no parece responder a la misma práctica de habitar antes analizada. La presencia de un
criterio territorial es claro pero la ocupación del espacio no parece cumplir un rol clave en
el mantenimiento de la identidad nacional, como podríamos apreciarlo en el caso de los
emigrantes que mantienen, a veces por generaciones, el lazo con el Estado de origen6. En el

5 Quizás los pleitos llevados adelante por las comunidades campesinas medievales puedan ofrecer un espacio
en donde indagar estas cuestiones. Y esto en la medida en que los reclamos de dichas comunidades cuando se
enfrentan a apropiaciones de comunales introducen la noción de uso y costumbre, figuras jurídicas en las que
se despliegan estrategias judiciales para probar un derecho. Encontramos, allí, que el hacer que supone el
habitar es acompañado también por un decir específico que crea derecho. Cuando los campesinos deben
enfrentar un pleito la ficción parece tomar cuerpo y ofrecérsenos en toda su dimensión. Porque es allí donde
observamos cómo el habitar puede ser pensado analíticamente en dos niveles. De un lado, como la acción
específica que constituye a la comunidad en relación con la tierra, creando ambas nociones. Del otro, como
un decir que termina de articular la ficción creando derecho.
6 Un campesino medieval habitante de una comunidad que abandonaba su tierra -en caso de que pudiera
hacerlo- dejaba de ser miembro de esa comunidad. En todo caso podría luego incorporarse a una nueva, pero
perdía su carácter de habitante de la primera. El hecho mismo de no habitar ese espacio le sustraía su
subjetividad como habitante. Ahora bien, en el siglo XX -y, por algo que veremos luego, mejor a principios

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discurso del Estado Nación, ya no es necesario habitar la nación para que ella sea. La nación
es de la misma forma que sus ciudadanos son. No requieren una práctica constante que cree
y recree la ficción. Constituye, pues, un forma distinta de espacialización. En el discurso
nacionalista, ella ya está allí, afirmada y operando, no necesita afirmarse todo el tiempo en
el acto mismo de habitar el espacio. Nos definimos por el espacio de la Nación, pero ese
espacio ya está construido, nos precede. Hay, si se quiere, una ficción estructurada que no
necesita de ser creada a cada momento por quienes la comparten, sino que, en esos actos
públicos de reafirmación nacional cuyo caso extremo puede ser un conflicto bélico, emana
y muestra su “esencia”. Aquí hay un espacio nacional “perenne” a partir del cual se definen
quienes ocupan ese espacio, pero que no les exige sino muestras de lealtad en actos
públicos regulados.
3) Esta posibilidad de pensar al Estado Nación con el cristal de la espacialización nos lleva
al último punto. El hecho es que la mentada relación con el presente aquí se nos presenta
discontinua pues MORSEL incorpora, en el último capítulo y sin profundizar en el tema, un
nuevo concepto, el de desespacialización7. Pero lo que llama la atención es que no hay una
mención específica al hecho de que el espacio, al margen de las transformaciones en el
modo en que es concebido, deje de ser el articulador de la sociedad. No es que la idea esté
negada, sino que simplemente no aparece. Leido en función del Estado Nación, podría
pensarse que el hecho mismo de la desespacialización viene a señalar el agotamiento de esa
ficción nacional, viene a mostrar una ficción agotada. Y cuando deja de actuar la ficción
nacional se abre paso una nueva, en este caso -siguiendo a Lewkowicz- la del mercado8.
La búsqueda de una lógica específica de la sociedad medieval, en suma, no se reduce a una
descripción sincrónica de un mundo otro. Requiere de la puesta en operación de conceptos
nuevos en términos de prácticas instituyentes de los sujetos.

c) La reflexión sobre las condiciones de producción del dispositivo historiador:


La última cuestión está motorizada por la misma estructura del texto que conecta
una reflexión en torno a la lógica específica de la sociedad medieval con la inscripción de
dicha reflexión en la sociedad contemporánea y las condiciones de producción de nuestro

del siglo XX- un inmigrante no necesariamente pierde su nacionalidad. Incluso hoy, con varias generaciones
en territorio argentino, los descendientes de italianos y españoles siguen pudiendo votar para las elecciones de
sus respectivos países.
7 Al hacer referencia al proceso de desparentalización, MORSEL no sólo explicaba los cambios producidos en
las formas de parentesco, sino que demostraba de qué modo éste había dejado de ser el elemento que
estructuraba lo social -sin negar, por separarlos aquí de forma analítica, que ambos procesos vayan de la
mano. Sin embargo, al hacer referencia a la desespacialización, lo que nos queda claro es que hay una
modificación en las formas de concebir el espacio. Las excelentes comparaciones entre peregrinación y
turismo o la idea de la multiplicidad de no-lugares -centros comerciales, estaciones, hoteles- en nuestra
sociedad son por demás ilustrativas. Sintéticamente, podríamos decir que para MORSEL hay una negación de
la idea de distancia y una proliferación de no-lugares que caminan juntos.
8 Lewkowicz, Ignacio (2004), Pensar sin Estado, Paidós, Buenos Aires. Es el mercado, tomando como sujeto a
productores y consumidores -que vienen a desplazar a los antiguos ciudadanos-, el nuevo lugar a partir del
cual se construyen identidades y se enuncian discursos. Es lógico que, entonces, evidenciemos cambios en los
modos de concebir el espacio. Ahora bien, podemos dejar planteadas algunas hipótesis. Porque, por ejemplo,
la desaparición de la ficción nacional puede articularse de un modo muy interesante con la idea de negación
de la distancia. No hay distancia porque, de alguna forma, no hay nada por separar. Porque somos
productores y consumidores, en tanto tales, no ocupamos un espacio nuestro sino que somos reemplazables.
En ese mismo sentido también la idea de los no-lugares. En tanto centro comercial, no hace diferencia el
dónde esté, sino la función que ocupa en el mercado. Algo que, pensándonos como ciudadanos de diferentes
nacionalidades, resulta a todas luces impracticable. No es lo mismo, en el mundo de naciones, un alemán que
un argentino o un francés o un español. Sí lo son, por otro lado, los consumidores y los productores.

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oficio. Volvamos a la distribución del contenido en el orden en que el autor eligió.


Parecería ser que no hay ningún contenido “académico” (segunda parte) que escape de los
modos espontáneos cómo la situación imagina su relación con el pasado (primera parte).
Así puesto no resulta nada nuevo: también es programático el enunciado de que el
historiador escribe desde su presente, trabaja para el presente, etc. Por lo menos en la
Argentina, ese enunciado ampara una nube de escritura tautológica acerca del pasado
“nacional”. El discurso de MORSEL en este punto también es programa: no se trata de que
ese enunciado descanse soberano en el prólogo sino de reflexionar sobre las condiciones
ideológicas que demarcan la producción historiográfica. Y tampoco se trata de una pura
reflexión sino de un pensamiento que busca utilizar las condiciones para operar con mayor
eficacia, para hacerse un lugar. El programa no dice (o no solamente dice); el programa
también muestra cómo debe realizarse una producción historiográfica que impacte, que sea
capaz de vehiculizar una interpretación activa sobre el presente.
El hecho es que las condiciones de producción del dispositivo historiador exigen un
balance en un mundo en el que la práctica se superespecializa al mismo tiempo en que se
libran espacios, como la web, a otros discursos que disputan al dispositivo su preeminencia.
Se trata en este sentido de un combate político pues, para MORSEL, lo que está en juego en
estos usos contemporáneos del pasado medieval es al fin de cuentas un riesgo para la vida
democrática. MORSEL identifica en este punto dos temáticas principales de análisis. En
primer lugar, la reactivación de ideologías románticas de derechas que buscan en una Edad
Media imaginada la justificación para su pensamiento político reaccionario. Por otro, se
interroga sobre la explosión comercial de la Edad Media, y su utilización en la “era global”.
Según el autor, hay una relación implícita entre ambas, dado que la primera constituye una
“reactivation extreme de vieux schemás mentaux niches au coeur de l’ideologie liberale” (p. 58), lo que
ayudaría a explicar la segunda. Esta patología social que MORSEL denomina médiévalgie (p.
61) afecta a Occidente y amenaza sus desarrollos democráticos aunque lo cierto es que,
posicionados en Argentina, la aplicabilidad de las ideas de MORSEL para entender el éxito
comercial de la Edad Media encuentra sus límites en el medio local9. En todo caso, la
prescindencia del dispositivo historiador en lo que hace al modo en que la Edad Media
circula socialmente es lo que urge a la reflexión sobre las propias prácticas.
¿Qué lugar, qué marca específica guarda una escritura científica de la Historia
respecto a cualquier otro discurso no profesional acerca del pasado? ¿Cómo asegurarle a la
ciencia de la Historia en estas nuevas condiciones la soberanía en relación al resto de los
discursos? Esta pregunta no está explícitamente formulada en el texto de MORSEL, mas
flota impasible a lo largo de las 196 páginas. Algunas veces se resuelve en una recaída
iluminista (“la racionalidad científica asegura de por sí la superioridad del discurso
histórico”, p. 61). Sin embargo, no es esta la respuesta definitiva que trasunta el texto, que
ofrece otras perspectivas para pensar el problema. Si con su difusión libre la web fuerza al
texto científico a convivir junto a otras formaciones textuales en un plano de aparente
igualdad; es la soberanía de la ciencia la que está cuestionada, sus credenciales
paradójicamente ya no alcanzan para asegurarle de por sí el señorío sobre otros tipos de
discursos. ¿Y entonces? ¿Debe abandonarse la empresa científica? ¿La ciencia tiene que
adoptar parámetros diferentes a los de ella misma? La respuesta, esta vez no iluminista, que
parece ofrecer el texto de MORSEL es que no. La soberanía definitivamente no está
asegurada; abrir un lugar es un trabajo, una apuesta que no tiene recetas ni garantías de antemano. A
partir de las nuevas condiciones que genera la web, la ciencia histórica debe abrirse un lugar
propio manipulando las reglas novedosas de producción discursiva. La escritura
historiadora se ve obligada a trabajar para generar interpretación alternativa, y en ese

9 Cf. Apéndice infra.

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sentido labra efectos en la situación presente. Las nuevas reglas inauguran también un
modo nuevo de hacer ciencia: una ciencia que no renuncia a sus reglas de validación
clásicas, que se apoya en ellas, pero que orienta el discurso a generar efectos, a modificar
situaciones. Se puede pensar que esta tarea estaba en la agenda de la ciencia mucho antes de
que aparezca la web. Es verdad, pero como programa, como tendencia; porque en las
prácticas la ciencia está firmemente orientada a la superespecialización y por lo tanto a una
comunidad de lectores ínfima. Lo que plantea este programa, el programa de MORSEL, es
hacer ciencia en la dirección contraria. Programa versus programa: acá MORSEL plantea un
combate.
Esta escritura profesional de la Historia que MORSEL propone no tiene la soberanía
ganada, tiene que ganársela. En tal sentido, resulta irrelevante si el historiador valora su
discurso como superior a los demás o no: de lo que se trata es de que su discurso se
recepcione como diferente, que preste lengua para la situación, que ofrezca su cuerpo de
palabra para contribuir a interpretar lo que hay, que plantee una alternativa. El historiador
también es un trabajador de la palabra. Su distinción se manifiesta en todo caso en su
capacidad de intervención y no en la acumulación de papers.
El discurso historiador reclama entonces una reflexión acerca de sus condiciones de
producción. Sólo puede aspirar a ser activo si piensa sobre las fuerzas que lo han generado,
no si coloca lindos enunciados revolucionarios en su prólogo. Sólo allí puede comenzar,
dado que si no hay este gesto el discurso académico termina empapado de unos puntos
ciegos sobre los cuales no ha reflexionado: no hay dos secciones, dos niveles de problemas
discriminados sino solamente uno, agobiado bajo el peso de lo que no pensó. Althusser
diría igualmente: aunque nuestro pensamiento avance sobre sus propios puntos ciegos, este
vacío no puede anularse nunca por que es constitutivo del discurso. El programa de
MORSEL nuevamente da combate: el discurso histórico debe considerarse una intervención
política, por lo tanto tiene que estar lo más consciente posible de sus presupuestos.
En el programa de MORSEL, no se considera discurso histórico solamente a la
segunda parte; el discurso histórico es la reflexión sobre sus condiciones y el desarrollo del
objeto. Sólo de ese modo cobra sentido- posibilidad de intervención- y carácter científico,
discurso que no sólo se legitima por lo que cita sino porque produce un enunciado diferente
y operativo. El programa propone que no perdamos de vista nuestra condición de
intelectuales, es decir, de productores de discurso y no nos abandonemos al gesto de la simple
reproducción (que no sólo consiste en el gesto extremo de reproducir enunciados de otro,
sino también en apegarse a los formatos, a los rituales repetidos del oficio, a la moda de lo
que se escribe y la forma cómo se hace).
Un sport de combat, una novela, un juego, un discurso, una práctica… deporte que
alivia (es mejor un juego que sostener el mundo con palabras); pero es combate, el combate
con las herramientas que permite nuestro oficio, que nos abre nuestro métier. Habla desde
un saber positivo (la historia medieval) que es el suyo, y sugiere que en este sentido toda
historia es un combate.

Octubre de 2008
Dell’Elicine, Eleonora
Miceli, Paola
Barreiro, Santiago
Pryluka, Pablo
Morin, Alejandro
Cavallero, Constanza
Del Olmo, Ismael

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APÉNDICE: Vender la Edad Media en Buenos Aires. Algunos apuntes sobre el


capítulo « L’Histoire du Moyen Âge, c’est fondamental pour la démocratie »

JOSEPH MORSEL dedica un capítulo de su libro (II) a comentar los usos


contemporáneos del pasado medieval, y los riesgos implicados en ello. Conjuga para ello
dos cuestiones relacionadas: la reactivación de ideologías románticas de derechas con
anclaje en cierta versión de la Edad Media y la explosión comercial de la Edad Media en
tiempos globalizados.
El éxito comercial masivo de la Edad Media en los últimos años ha sido fuerte en la
Argentina. La fantasía heroica, principalmente a partir de la adaptación fílmica de El Señor
de los Anillos, creció en número de títulos editados y reeditados, de distintas calidades. Lo
mismo ocurre con temáticas como catarismo, Cruzadas, templarios, que a partir de éxitos
comerciales llevaron a la publicación de numerosos libros de divulgación y literarios de
diversa índole.
La pregunta fundamental aquí es cómo interpretar el boom comercial de lo medieval
y pseudo-medieval en una sociedad cuyas derechas políticas no imaginan al pasado
medieval como símbolo de legitimidad. En la Argentina, tales apelaciones se ven
reemplazadas por dos temas principales: la temática de la “Argentina profunda”, que
reivindica el mundo agrario, heroiza al gaucho y a la estancia, ajenos a una ciudad de
Buenos Aires influenciada ante todo por la cultura europea, “foránea”. Alternativamente,
hoy menos fuerte, es la reivindicación del pasado colonial español, que pudo verse como
Edad de Oro.
La mejor explicación, es simplemente suponer que el efecto publicitario no necesita
de ningún imaginario enraizado para surtir efecto. MORSEL se pregunta Offre commerciale ou
attente du public? (pág. 54), y en Buenos Aires al menos, podemos suponer que la oferta
comercial es lo que prima. El renovado interés por lo medieval ha menguado en 2007 y
2008. La adaptación fílmica de Beowulf fue menos publicitada que El Señor de los Anillos, y en
consecuencia, el impacto editorial ha sido menor. Las traducciones mediocres y de gran
tiraje de última hora de Beowulf, no vendieron lo que era esperable apenas un par de años
atrás. El éxito comercial ahora acompaña a otros géneros: Wall-E no tiene nada de
medieval. Agotado el impulso inicial, cambiados los grandes sucesos del mass media a otros
géneros, la Edad Media ha vuelto a su lugar de objeto comercial subalterno. La mesa de
novedades de libros de historia en la librería más grande de Buenos Aires vuelve a ofrecer
libros sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre Historia Argentina, y la habitual escasez de
temática medieval, que se reduce a las escasas pero regulares publicaciones académicas más
o menos especializadas, para un público universitario, y escritas –aun en los casos de libros
de interés amplio- por especialistas, de precios altos y tirada limitada, publicadas por
editoriales de fuerte tradición al respecto10.
¿Significa esto que no hay ningún rastro en el medio local de un interés en la Edad
Media fundado en el romanticismo ideológico? Si, como vimos, la respuesta a nivel masivo
es afirmativa, en cambio existen pequeños grupos de interés que buscan, a menor escala,
una identificación con la Edad Media, y que, al menos en potencia, pueden basarse en

10 Compárense, a modo de ejemplo, estos dos casos de libros que trascienden lo puramente académico. El
reciente El Oso: historia de un rey destronado, del medievalista francés Michel Pastoureau, en tapa dura, con
sobrecubierta lujosa, publicado por Editorial Paidós, a un precio de mercado de $ 127,00. La antedicha
traducción de Beowulf, de Editorial Norma, publicada y traducida (es difícil imaginar que del original
anglosajón) por un abogado y ensayista chileno, Armando Roa Vidal, cuesta seis veces menos ($20,00), y la
edición es de bolsillo.

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dicho ideario. Existen varios grupos en Buenos Aires que pueden sufrir de lo que MORSEL
califica de medievalgia11.
En primer lugar, los grupos que se acercan a la Edad Media por vía de la música
que tiende a calificarse como heavy metal, en su enormidad de subgéneros. Sitios como
Medieval Schlöb expresan claramente un cierto romanticismo en el que se adivinan sin
demasiado esfuerzo matices reaccionarios. “A necessity to escape from the modern world, a return
to the Mother Earth and a hope of a deeper existence (sic)”12, es parte de la justificación
elegida para explicar el origen del proyecto, que consiste en la organización de fiestas de
temática medieval, con proyecciones de películas y música acorde, con una preferencia
marcada por los temás germanos y escandinavos. Si no son masivas, son regulares y con un
público estable y fiel.
Otra tendencia medieválgica habitual se encuentra en los aficionados a la fantasía
heroica. Un buen ejemplo es la Asociación Tolkien Argentina13. Aquí el matiz es distinto:
más refinado y más leve. Los fundadores de la asociación incluyen académicos de una
universidad católica local. La medievalgia aquí aparece como una reivindicación de la
creencia por sobre la evidencia racional. Por ejemplo, podemos leer en un artículo de la
publicación de la Asociación: “Necesitamos ser como [el compañero del protagonista del
Señor de los Anillos] Sam. Sam, que cree contra viento y marea, antes incluso de ver
nada”14. La “Edad de la fe” es aquí una metáfora fundamental, y positivamente apreciada.
Otra tendencia puede verse en MedievalArme15 una asociación recreacionista que
construye armamento y vestimenta medievales. Aquí la medievalgia se halla moderada por
el contacto con el discurso académico, que le permite enunciar a la Edad Media en
términos de diferencia sin connotación ideológica puntual. Sin embargo, el interés en sí de
la agrupación es difícil de explicar sin cierta medievalgia. ¿Por qué el interés central en
armas y armaduras en vez de, digamos, herramientas de labranza o la producción de
manuscritos o vitrales? ¿Por qué la preferencia por el armamento de los vikingos y no el de
bizantinos, o de cualquier otro? Aun enunciándose cuidadosamente y con un loable interés
por la información, la Edad Media que presentan sigue siendo sustancialmente heroica,
batalladora, guerrera: romántica.
Un último campo que merece atención son los grupos neopaganos que florecen en
Argentina. No todos tienen matices medievales, en la medida en que existen neopaganos
que veneran a las divinidades del mundo clásico o egipcio. Sin embargo, las más extendidas
de las formás incorporan referencias más o menos directas al mundo medieval. Dos grupos
son centrales: Wiccans16 y Asatrúar17. Los primeros se postulan a sí mismos como
representantes de la “religión de las brujas”, inspirados en última instancia en la lectura de
las tesis de Margaret Murray (o incluso del Historia Nocturna, de Carlo Ginzburg). Aquí la
medievalgia es indirecta y las referencias no están determinadas ni siquiera a contextos
culturales amplios. Por ejemplo, Yule y Samhain son simplemente fechas de la pretendida

11 Los comentarios que siguen a continuación privilegian los sitios web, a los que MORSEL dedica otro
capítulo completo de su libro.
12 http://www.medieval-schlob.com.ar/

13 http://www.tolkien.org.ar
14 Mathoms 11, Octubre 2004, pág. 41
15 http://www.medieval-arme.com.ar/
16 http://www.wicca-argentina.com.ar
17 http://www.asatru-argentina.com.ar/

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“antigua religión”, y no referencias bien a Beda (Géol, la fiesta anglosajona que luego será
reemplazada por la Navidad) o al corpus celta insular (Samhain, que será luego reemplazado
por Halloween). Es importante sin embargo notar que la elección de nombres para
festividades que son recurrentes en los distintos tipos de religiones agrarias, como solsticios
o equinoccios, siempre presentan nombres tomados de la tradición medieval. Aunque los
wiccans se presenten como universalistas, la opción es por Yule y no por Inti Raymi, por
poner un ejemplo. Sin embargo, es importante notar que la wicca como movimiento tiene
su origen en los Estados Unidos, y que las referencias medieválgicas se importaron en bloque,
empezando por el nombre del grupo, tomado de un término inglés antiguo para designar
“brujo”.
Diferente es el caso de los Asatrúar (del nórdico antiguo, “Creyentes en los Æsir”) ,
también grupo neopagano que dice remitir sus creencias a las prácticas de los escandinavos
precristianos. El interés reconstruccionista es en principio más claro, pero incluye una
buena cuota de confusiones fácticas y analogías dumezilianas. El matiz
romántico/medieválgico es más marcado en tanto que “la libertad, el honor, el deber, la
lealtad, el amor, la hospitalidad y el coraje son nuestros principios más importantes”. Es
difícil imaginar al amor como un concepto clave en el paganismo escandinavo, pero a
efectos prácticos esto resulta irrelevante. Es la misma medievalgia que se puede observar en
prácticas que se comercian en el medio local como el runodrama18. El interés es en el
exotismo, y no en lo específicamente medieval. Los libros sobre “magia rúnica” se mezclan
cómodamente con los usos del I ching, los secretos de las pirámides y la autoayuda, y
apuntan a un mismo público. El conocimiento empírico, los datos concretos faltan, pero
carece de toda relevancia. La reacción contra el racionalismo contemporáneo es aquí más
cercana al New Age que a Mein Kampf.
La lista de ejemplos de grupos a los que se vende la Edad Media (o algo que se
percibe como parecido a ella) y que la compran, más allá de un interés casual aguijoneado
por la publicidad del mass media, podría continuar, pero no habría grandes cambios. Hay en
el medio local grupos medieválgicos como los que preocupan a MORSEL, pero son menores
y presentan matices entre ellos muy marcados. Hay catolicismo conservador, romanticismo
derechista y New Age místico. ¿Comparten estos grupos alguna imagen común de esa Edad
Media imaginaria? Podemos decir que comparten una Edad Media sobrenatural, mágica,
maravillosa basada en valores claramente diferenciados de los modernos. La tendencia es
escapista. El escapismo proporcionado por el entretenimiento de masas es en estos grupos
tomado más en serio, y sostenido en el tiempo. De un escapismo pasivo de muchos a un
escapismo activo de pocos. Es importante notar que la medievalgia toma normalmente
matices hacia las sociedades que se ven imaginariamente como periferias del mundo
medieval (escandinavos, celtas) y no hacia, digamos, carolingios o castellanos19. Lo mismo
puede decirse de la fantasía heroica.
La alteridad radical parece ser lo que importa, y no el sustrato ideológico. Estos
grupos coexisten con grupos similares con interés en otros exotismos: nichos de mercado
para el manga japonés, por el budismo o por la danza árabe funcionan del mismo modo
funcional.
También es interesante notar que en estos grupos existe un cierto interés por el
discurso académico. Sin embargo, académico no significa racionalista. No es sorpresivo que
en la mayoría de los casos, las referencias de fondo son a académicos como Eliade, Murray,

18 http://www.runodrama.blogspot.com/
19La excepción más notoria a este comentario es la que constituyen los diversos grupos locales de recreación
de la música medieval, como Ouroboros, Marión, o Labor Intus. La diferencia fundamental es que en buena
medida, estos grupos están profundamente integrados con la producción académica, y están formados por
músicos profesionales y/o profesores y estudiantes universitarios o de conservatorios.

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o Campbell. En parte, esto es predecible, en la medida en que estos autores pueden


satisfacer con mayor éxito las expectativas de un pasado mágico que lo que podrían
encontrar en el discurso académico racionalista, en un Duby o un Wickham. Es sin
embargo importante preguntarse si no funciona al revés, si no es precisamente la
divulgación de las ideas de los académicos irracionalistas lo que forma la base intelectual
sobre el que estos grupos luego construyen sus mitologías evasivas. La cuestión trasciende
los límites de este comentario.
En resumen, intentamos mostrar qué límites presenta la aplicabilidad de las ideas de
MORSEL para entender el éxito comercial de la Edad Media en el medio local. Estas ideas
son simplemente un punto de partida y un comentario; el establecimiento del peso real de
estos argumentos necesitaría una investigación más profunda que está pendiente.

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