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Tener lo que falta Estrella de Diego «EI psicoanalista como el arqueélogo en las excavaciones, debe descubrir capa a capa la psique de sus pacientes, antes de legar a los tesoros més, valiosos», coment6 en cierta ocasién el doctor Freud. Esta frase, tan recor- dada por sus disefpulos, la idea de la psique construida por capas, como una cebolla, esté lena de trampas porque recorriendo la propia historia de Freud, quien esperd a que sus objetos pudieran salir de Viena para mar- charse con ellos, sin abandonarlos nunca, acaba por parecer una justifica- ci6n a su misma compulsién coleccionista, a su afin sistemédtico de pose- sidn, casi cientifico, atesorando libros y objetos de la antigliedad. Como parece dar a entender su bidgrafo Peter Gay, un modo de confirmar su iden- tidad, sus rafces. Tienen mucho de comtin psicoanalistas, arquedlogos y coleccionistas. Los tres comparten un territorio delicadisimo, el de los secretos, secretos, que deben preservarse de Ia luz, de las miradas. Todo buen coleceionista entiende que los objetos deben ser, ante todo, acariciados, sustituyendo el tacto a la vista. Y es que hay algo secreto en las colecciones, algo casi tré- gico, un destino, que s6lo la muerte del duefio clausura. Ese coleccionar como acto puro es la maldicién que pesa sobre lo coleccionado: Ia colec- cin s6lo se cierra con ta desaparicién del coleccionista. Slo la muerte la detiene. Asi, al morir, coleccionistas como la seftora Gadner, presentan en. su museo de Boston una coleccién cerrada, sin esperanza de modificaci sin dueio. ‘Todo buen coleccionista sabe que existe un orden interno en las colec- ciones més heterogéneas, s6lo descifrable para el poseedor, y sabe que mantener oculto ese orden es mantenerse a salvo de la categorizacién. Por eso aprende a racionar las miradas de fuera, como los japoneses, que empiezan mostrando los tesoros més banales y s6lo prosiguen a tarea cuando intuyen a un interlocutor receptivo, 0 como Calouste Gulbenkian, ccuya fastuosa conjunta de objetos sélo se hizo visible después de su muer- te, permaneciendo oculta durante el exilio voluntario, sélo accesible para Tener lo que falta Estrella de Diego «EI psicoanalista como el arqueélogo en las excavaciones, debe descubrir capa a capa la psique de sus pacientes, antes de legar a los tesoros més, valiosos», coment6 en cierta ocasién el doctor Freud. Esta frase, tan recor- dada por sus disefpulos, la idea de la psique construida por capas, como una cebolla, esté lena de trampas porque recorriendo la propia historia de Freud, quien esperd a que sus objetos pudieran salir de Viena para mar- charse con ellos, sin abandonarlos nunca, acaba por parecer una justifica- ci6n a su misma compulsién coleccionista, a su afin sistemédtico de pose- sidn, casi cientifico, atesorando libros y objetos de la antigliedad. Como parece dar a entender su bidgrafo Peter Gay, un modo de confirmar su iden- tidad, sus rafces. Tienen mucho de comtin psicoanalistas, arquedlogos y coleccionistas. Los tres comparten un territorio delicadisimo, el de los secretos, secretos, que deben preservarse de Ia luz, de las miradas. Todo buen coleceionista entiende que los objetos deben ser, ante todo, acariciados, sustituyendo el tacto a la vista. Y es que hay algo secreto en las colecciones, algo casi tré- gico, un destino, que s6lo la muerte del duefio clausura. Ese coleccionar como acto puro es la maldicién que pesa sobre lo coleccionado: Ia colec- cin s6lo se cierra con ta desaparicién del coleccionista. Slo la muerte la detiene. Asi, al morir, coleccionistas como la seftora Gadner, presentan en. su museo de Boston una coleccién cerrada, sin esperanza de modificacién, sin dueio. ‘Todo buen coleccionista sabe que existe un orden interno en las colec- ciones més heterogéneas, s6lo descifrable para el poseedor, y sabe que mantener oculto ese orden es mantenerse a salvo de la categorizacién. Por eso aprende a racionar las miradas de fuera, como los japoneses, que empiezan mostrando los tesoros més banales y s6lo prosiguen a tarea cuando intuyen a un interlocutor receptivo, 0 como Calouste Gulbenkian, ccuya fastuosa conjunta de objetos sélo se hizo visible después de su muer- te, permaneciendo oculta durante el exilio voluntario, sélo accesible para 22 los dos mayordomos que Ia limpiaban. Cuando las colecciones se hacen piblicas, cuando se convierten en museo, pierden la significaci6n tiltima. De hecho, el paso de Ia coleccidn al museo es una metamorfosis cierta- mente curiosa que implica el desmembramiento de la coleccién -quitando Jo superfluo~o la preservacién de las cosas como debieron estar en vida del coleccionista. Las dos soluciones son parciales porque implican un orden ajeno al interno de la coleccién en los museos por acumulacién, los obje- tos, para ser visitados, se liberan de las pasiones y se presentan sencilla- mente como cosas, a menudo desordenadas y heterogéneas, que se homo- geinizan -se ordenan— s6lo en el acto de convertirse en museo No obstante, es una tentacién antigua la de ordenar, 1a de musear, y es posible que exista incluso dentro de las colecciones abiertas, las que atin tienen duefio. Cudntas veces, participes de los tesoros de un coleccionista, observamos fascinados la clasificacién y el juicio: esto es mejor que aque- Ilo, eso mejor que esto. Ese libro es raro, esa orquidea es tinica. Aun asf, se trata de una clasificaci6n privada en la que los juicios de valor siguen sien- do, de alguna manera, relativos 0, al menos, particulares. Hacer piblica la coleccién es siempre darla por terminada, morirse un poco. Ese es el primer gran error de los dos coleccionistas més populares de la historia de la literatura, Bouvard y Pécuchet, que pierden de algtin modo el interés en su coleccién precisamente cuando la convierten en museo, cuan- do la presentan a las autoridades de la localidad. Y lo pierden porque intu- yen que su coleccién podria haberse terminado y porque en ese proceso ‘complejo, en el acto mismo de convertir la coleccién en publica, cada obje- to se somete a una valoracién consensuada. Las cosas dejan de juzgarse a partir de los valores propios del coleccionista recuerdos, falta dificultad en conseguirlas~ y comparadas, las cosas més queridas adquieren su valor real, el de quincalla: «Seis meses més tarde, se habfan convertido en arque- logos y su casa parecfa un museo. (...) Cuando se traspasaba el umbral, se tropezaba con una pila de piedra (un sareéfago galorromano) y luego, la vista se sorprendta por la quincallerfa» Bouvard y Pécuchet, dos pequefios burgueses fascinados por lo que el dinero puede comprar mis que por las cosas que compra el dinero, deciden dar un sentido a tanta heterogeneidad, los objetos que van consiguiendo aqut y alld, hasta donde su circunstancia les permite, a través de la confi- guracion de un rudimentario museo, de un espacio piblico que desvele los secretos, que establezca las relaciones entre las cosas, y cuando se ven obli- gados a centrar su pasi6n, a dirigirla, a delimitarla, cuando se ven obliga- dos a la constancia y la sistematizaci6n, la pasién decae y pasan a colec- cionar otras cosas: conocimientos, experiencias. (ieee es i Crome, Be ass *1BLIOTECR 2B Pero cuando antes se hablaba de estos dos solterones reprimidos, que se encuentran un dia por casualidad en un paseo y se hacen amigos también or casualidad, como de unos coleccionistas, se estaba diciendo una verdad a medias. Bouvard y Pécuchet quieren demostrar que, habiéndose conver- tido en ricos a través de un golpe de fortuna, saben comportarse como ricos, igual que sucede con la pareja de Las cosas de Pérec, que suefia con tener divanes Chesterfield, camisas Arrow, corbatas Old England. Para coleccionar hay que amar los objetos por encima de todas las cosas, amar- Jos con las manos, ademés, acariciéndolos. I. En 1960, William Carlos Williams, un hombre mayor, ya casi ciego, scribe un bellisimo poema que dedica a Pablo Neruda, coleccionista de conchas, en el que cuenta cémo, igual que le sucedi6 a su madre en los titi- ‘mos afios de su vida, Now that Iam all but blind, / the imagination has tur- ned inward / as happened to my mother / when she beccame old: Dreams took the place of sight. En ese momento el Williams casi ciego regresa de un viaje de Florida en cuyas costas célidas va recogiendo conchas, tal vez porque siendo «todo ‘menos ciego», ve el mundo con otros ojos fuera de los de la visién. Con- chas para tocar, caracolas rituales de candomblé para escuchar, antes de volver al frio de la Costa Este donde su coleccién parece detenerse, como parte de lo pasajero. Habria que enumerar lo que se tiene y habria, sobre todo, que enumerar o que no se tiene. Cudntas conchas hay que recoger, cudntas playas hay que recorrer para completar la coleccién, Cuéntas faltan, y la respuesta es tan sencilla como incierta: s6lo faltan todas aquellas que atin no se tienen. En ese acto de tener lo que falta, se instala la patologfa del coleccionista, la parte més fascinante de toda coleccién. Una patologia compulsiva como el deseo que, seguramente, esconde todas esas capas arqueolégicas a las que aludia Freud en su conocida metéfora. Pero resulta, si no otra, cosa extrafla que tratdndose de un fenémeno tan extendido no haya sido codificado hasta sus extremas consecuencias por los psicoanalistas, al menos por aquellos més sistemticos. Ni Freud ni Lacan dedican al coleccionismo la atencién que pareceria merecer, tal vez porque ellos mismos fueron coleccionistas. Se suele, si, asociar el colec- cionismo a un estadio infantil, pues de hecho en los nifios se detecta muy tempranamente esa pasién como proceso de la conformacién del territorio Py propio por una parte, y como instauracién de un mundo privado al cual el padre lo social establecido- no tiene acceso. Se podria asi, quizds, ver el fenémeno como una forma de desplazamiento donde los miedos sociales y los rechazos a la norma, a través de la cual el nifio es separado definitiva- mente de la madre, se subliman en unos objetos que acaban por resignifi- carse y ser otros. Tener lo que falta. Pero {qué falta exactamente? Con frecuencia se ha trazado un supuesto retrato mas social que psicol6- gico de los coleccionistas. Personajes obsesivos, rigurosos, tacafios con sty tiempo, solteros recalcitrantes, como Bouvard y Pécuchet. Como hipétesis de trabajo, me gustaria plantear algunas de las implicaciones que el colec- cionismo tiene con el fetichismo en una de sus vertientes mas conocidas: la psicoanalitica. Esta patologia, sobre la cual vuelve Freud en numerosas ocasiones a lo largo de su vida, desde Ia descripcién en los Tres ensayos sobre sexualidad del aiio 1905 hasta El ego dividido de 1938, se relaciona, como es bien sabido, con el miedo a la castraci6n, con Ta «falta» en térmi- nos lacanianos. El niifio, descubriendo 1a castracién de la madre, debe enfrentarse a un proceso doble, aceptar esa diferencia, y por tanto perder a la madre de forma definitiva, y superar el miedo de su propia castracién, la que cons- tantemente le recuerda la madre castrada. En ese proceso de pérdida el nifio debe resituar sus sentimientos y aprender a convivir con la pasiGn hacia el objeto amado que a su vez la recuerda constantemente la amenaza que se cierne sobre él, Obtener el placer significa aceptar la amenaza. El nifio feti- chista sera, pues, aquel incapaz de resolver el conflicto edipico desplazan- do miedo y deseo hacia objetos inanimados que a la vez resultan ser placer y amenatza, a los que se desea amar y cortat. En ese desplazamiento de lo falico, en mayor 0 menor grado seguin las paidologfas, se halla la base del fetichismo y es curioso que la ansiedad que provoca el proceso miiltiple en virtud de! cual el nifio acepta la castracién de la madre y la amenaza de la propia castracién simbélica, se relacione tanto en Freud como en Lacan con la pérdida de la visién, con la desapari- cién del sujeto Dreams took the place of sight, dice Williams Entonces, siendo ciego —pese a ver entonces con una mirada fuera de la vista-, empieza su coleccién de conchas, desplaza su ceguera, su miedo a Ia castraci6n y por qué no, a la muerte, hacia un conjunto de objetos que, igual que en el caso de los fetiches y los zapatos, se sobrevalora, adquiere una significaci6n que va més allé de la consensuada. Este tipo de despla- zamiento, y la consiguiente sobrevaloracién, parecerfa estar en la base del coleccionismo y a partir de ahf se podrfan encontrar las implicaciones feti- chistas. wado al cual el = quizés, ver el por resignifi- ente? cial que psicol6- tacaflos con su Como hipstesis s que el colec- s conocidas: la en numerosas Jos Tres ensayos BB, se relaciona, s

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