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Dámaso
“No me
González:
conformaba con nada”
No sabía torear de salón cuando un novillo le reveló el secreto del temple en una capea y desde entonces supo que te-
nía un don. Pero algunos confundieron estética con belleza y olvidaron que no hay nada más hermoso que llevar a un toro
embebido en el vuelo de la muleta. Dice que a un hombre que lo da todo en la plaza nadie puede negarle nada y que para
ser figura hay que querer un poco más que los demás. Que lo suyo era triunfar disfrutando, y que su mayor satisfacción
no consistía en apoyar un codo sobre el testuz de un toro bravo entregado “era saber que podía ponerle los dos”.
¿Por qué?
Porque era lo que sentía y donde lo veía cla-
ro. Si me llegan a proponer ganar en un año
lo que ganaba en tres o cuatro temporadas, pe-
gando largas cambiadas, me hubiera quitado
de esto. Ni por cien fincas lo hubiera hecho.
A mí me gustaba dominar al toro, quitarle la
aspereza, llevarlo enganchado en los flecos de
la muleta el tiempo que fuera posible. Ahí es
donde yo le sacaba sabor al toreo.
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do que cuando era pequeño, tendría unos sie- do lo veía claro. Recuerdo que en una ocasión, En la plaza conocí el miedo y la responsabi-
te años, me enseñó una fotografía en la que volviendo de una capea, me quedé dormido en lidad, algo que no había experimentado
aparecía vestido de luces. Yo me quedé em- un tren de mercancías, y cuando me desper- hasta entonces. En las capeas sólo toreaba
bobado mirando aquella fotografía, porque me té estaba en Valdemorillo. Uno del pueblo me cuándo y cómo quería. ¿Que el toro sólo tenía
parecía increíble que mi padre se hubiera pues- dijo que estaban rodando una película de to- seis pases?, pues seis pases le pegaba; pero en
to delante de un toro. ¡Era algo grandioso! Has- ros, y que el protagonista era El Pireo. Así que la plaza hay que ponerse con el bueno y con
ta que un día, paseando por la feria, descubrí me fui para allá, con mi muleta y mi espada, el malo.
el ‘engaño’, pues vi que en un puesto había un y cuando vi la oportunidad me lance al rue-
torero de cartón pegando un muletazo, don- do. No era la primera vez que me tiraba de es- Tras actuar en la parte seria de un espec-
de apoyando la cabeza te podías hacer una foto pontáneo. Salió el toro y le pegué diez mule- táculo cómico y torear novilladas sin pi-
para presumir con los amigos. tazos de categoría. A continuación me fui co- cadores, debutó con caballos en 1968.
rriendo y me escondí en el sótano de una ta- Y al poco tiempo me quedé parado, porque
¿Se acabó el mito del padre torero? berna, porque entonces la Guardia Civil te lle- no estaba preparado. Hasta que un buen día,
¡Qué va! Los hijos adoramos a los padres toda vaba detenido al cuartelillo. Ese día estaba en un banderillero que se apodaba El Gallo, le
la vida. Y si encima han sido tan buenos como la plaza Manolo Cano, que apoderaba al Pie- dijo a mi paisano y matador de toros Pedro
los míos, más todavía. ro, y le dijo a Pacorro, que luego fue muchos Martínez Pedrés que había un chaval en Al-
años en mi cuadrilla, que me buscara por todo bacete que podía ser torero. Me llevaron al
Estábamos en los comienzos. el pueblo, que yo iba a ser figura del toreo y campo y después de torear Pedrés le habló de
Con cinco años me ponía delante de las vacas quería apoderarme. Me llegó la noticia, pero mí a Camará padre. Quiso verme y me bajé
de leche de mi padre, como si fueran toros. A no me encontraron, porque pensé que era una a Sevilla, a su finca. Me echó tres vacas gran-
los doce comencé a torear vacas viejas en las excusa para echarme mano. des y fuertes y quedó gratamente impresio-
capeas y a los trece ya me habían pegado dos
”S
cornadas. En aquel tiempo apenas sabía torear
de salón, pero un día, en una capea, le pegué
a un eral que estaba muy fuerte cinco o seis
pases con la muleta tremendos, y quedé ma-
ravillado. Por primera vez supe lo que era el
i no maté a los toros
temple. Pero después, otra vez de salón, era in-
capaz de repetirlo. Entonces descubrí que te-
fue porque mi ambición
nía algo especial, un don, algo innato que po-
día llegar a desarrollar. Era el instinto de to-
terminaba cuando cogía la espada”
rero que llevaba dentro, lo que no se aprende.
¿Por qué iba a las capeas? nado. Le dijo a su hijo Pepito que llamara in-
A las capeas iba solo. Por puro placer, porque yo sólo aspiraba, mediatamente a don Pedro Balañá, para que
Iba con un novillero de Albacete, amigo de mi como mucho, a ser matador de toros. Como me incluyeran en la primera novillada que
padre, al que yo quería mucho y se llamaba An- Manolete. No tenía otras aspiraciones. se celebrara en la Monumental de Barce-
gelete. Era valentísimo. Se ponía en el centro lona. Corté cuatro orejas y dos rabos, y en
del ruedo y le cogían cinco o seis veces. Le pe- Pero siendo de una familia humilde y tra- tan sólo dos meses toreé ocho novilladas en
gaban unas palizas tremendas, pero se levan- bajadora. esa plaza.
taba otra vez como si nada. No llegó a conocer En aquellos años se pasaba muy mal, pero tam-
la técnica del toreo, y lo mató un toro en To- bién es cierto que un niño, con el cariño de los ¿Y después?
rrepachecho, en Murcia. También fui mucho padres y un pedacito de pan que llevarse a la Corté tres orejas en Sevilla, aunque no me de-
con Piyayo, y con otros chavales de Albacete. boca, era feliz. Con nuestras vacas de leche cre- jaron salir por la Puerta del Príncipe, y antes
íamos tener algo. Repito que sólo tuve ambi- de tomar la alternativa me despedí como no-
¿Qué aprendió en las capeas? ción delante del toro y que no pensaba en ga- villero en Valencia, con siete orejas y un rabo
Que con la suavidad y con el temple se puede nar dinero; incluso después, cuando era ma- frente a seis novillos de Benítez Cubero. De la
a los toros. En las capeas disfrutaba con locura, tador de toros. Si hubiera ambicionado otro tarde de Barcelona guardo una anécdota con
antes y después de torear, sobre todo andan- tipo de cosas habría hecho el esfuerzo de ma- gracia. Resulta que después de mi triunfo Ca-
do el camino, pensando en lo que me esperaba. tar a los toros como Dios manda, y hubiera mará, que ya me apoderaba, me hizo una pu-
Y disfrutaba, ¡vaya si disfrutaba! Me acuerdo triunfado el ochenta por ciento de las tardes. blicidad en un periódico nacional diciendo
que un día, con trece años, en un pueblo que Si no he matado a los toros ha sido porque mi que Dámaso había acabado con el cuadro. Pero
se llama Yuncos, me cogió un toro con más de ambición terminaba cuando cogía la espada. al domingo siguiente triunfó Miguel Márquez,
quinientos kilos para matarme. Apoyó su No necesitaba culminar mi obra. Si le había y entonces se hizo otra publicidad diciendo
testuz sobre mi pecho, enterró los pitones en podido al toro me daba por satisfecho. que Márquez había puesto los cuadros otra vez
la arena, y giró lentamente dando una vuel- en su sitio.
ta de campana. Me reventó los oídos y per- Con la experiencia que dan los años, ¿ha-
manecí inconsciente durante más de dos ría hoy lo mismo? ¿Qué vio Camará en aquel chaval?
días. Era duro, pero también bonito. Intentaría matar bien a todos los toros. Pues no lo sé, quizás percibió que quería más que
los demás. El que desea triunfar de verdad co-
¿Cómo se puede disfrutar en una plaza de ¿Por qué? mienza a hacer el esfuerzo donde otros termi-
talanquera, con toros de trapío, con la gen- Porque si mi satisfacción es poderle a un toro, nan. Ese es el secreto para ser figura del toreo.
te corriendo de un lado a otro, sin enfer- la de los partidarios son las orejas.
mería…? A eso se le llama capacidad.
Gracias al instinto, que me ayudó a intuir la ¿Qué sintió la primera vez que pisó una La capacidad nace con uno, y es necesaria para
condición de los toros. Además, sólo salía cuan- plaza de toros? no agotarte en la cara del toro.
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ENTREVISTA
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Gustaba de faenas largas que iban a más.
Iba poco a poco dominando al toro, sobre la
marcha, intentando disfrutar. Ya hemos dicho
que al toro se le domina llevándolo embebi-
do en la muleta. Mi mayor satisfacción al fi-
nal de faena no era ponerle un codo sobre el
testuz, sino saber que podía ponerle los dos.
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