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Ss poe Rescates emocionantes Titulo del original: Guide's greatest rescue stories, Review and Herald Publ. Assn., Hager- stown, MD, E.U.A., 2011. Compilacién: Lori Peckham Direccién: Claudia Brunelli Traduccién: Claudia Blath Disefio de la tapa:Leandro Blasco, Ivonne Leichner Disefio del interior: Ivonne Leichner Ilustracién: Walter Gémez (tapa); Sandra Kevorkian (interior) Libro de edicién argentina IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina Primera edicién MMXII-10,5M Es propiedad. Copyright de la edicién original en inglés © 2011 Review and Herald Publ. Assn. Todos los derechos reservados. © 2012 Asociacién Casa Editora Sudamericana. La edicién en castellano se publica con permiso de los duefios del Copyright. Queda hecho el depésito que marca la ley 11.723. ISBN 978-987-567-996-2 Rescates emocionantes / Compilado por Lori Peckham / Dirigido por Claudia Brunell. -1* ed. - Florida : Asociacién Casa Editora Sudameri- cana, 2012. 160 p. sil. ; 21x 14cm. Traducido por: Claudia Blath ISBN 978-987-567-996-2 1. Vida cristiana. I. Peckham, Lori, comp. Il. Brunelli, Claudia, dir. UI. Blath, Claudia, trad. CDD 248.5 Se terminé de imprimir el 03 de diciembre de 2012 en talleres propios (Av. San Martin 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires). Prohibida la reproduccién total o parcial de esta publicaci6n (texto, imagenes y disefio), su manipulacién informatica y transmisién ya sea electronica, mecénica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor. ~106274-SEC (7724) -106358-PL (7800) -106352-STK (7799) Capitulo 12: Ana y el oso Ina Walter / 11 de julio de 1973......... 81 Capitulo 13: Una combinacion triunfal Karen Foster / 2 de julio de 1975 ...... sorragstetksatenict 87 Capitulo 14: EI abrigo mas feo del mundo Elsie Farworn Fox / 29 de diciembre de 1976 ee 93 Capitulo 15: Hay un camino Kenneth L. Scott (h) / 16 de marzo de 1977 35 101 Capitulo 16: La regia de oro se estira Jan Schleifer / 1° de junio de 1977 «00.0... Pues 105 Capitulo 17: La busqueda Jean A. Nicholson / 17 de agosto de 1977 suuscansen | PLS Capitulo 18: “Por favor, busquen a mi bebé” Joan Beck / 30 de abril de 1980 ........... crenata: croe, 128 Capitulo 19: Milagro en el pozo Kay Warwick / 5 de febrero dé 1981... erty 1338: Capitulo 20: j£sconderse o morir! Mary Louise Kitsen / 6 de enero de 1990 .. eciede nner EIDE Capitulo 21: Raja al rescate Judith Quealy / 20 de diciembre de 1997 .............. igsopmal[A3) Capitulo 22: La lucha por la supervivencia Charlotte Richard / 2 de julio de 2005 ............. raagenervenll 49. Capitulo 23: Traduccidn celestial Cheryl Porter / 24 de mayo de 2008 .. sorestenea eect NOS: Dedicadc a... Mi hermana, Teri, que me salvé la vida al menos una vez. cuando éramos chicas. Brillante, servicial y de mente rapida, todavia participa de rescates como técnica de emergencias mé- » dicas (TEM) y emergentdloga en espacios exteriores. od, a Un agradecimiento especial a... El personal de Guide: Randy Fishel, editor; Rachel Whitaker, editora asociada; y Tonya Ball, asistente técnica. Estas colec- ciones Guide no existirian sin su maravillosa vision y ayuda. Los que han compartido sus asombrosas historias de resca- te con la revista Guide a lo largo de los ajios, y el personal que reconoci6 su valor. Las personas que actlian con heroismo, ya sean rescatis- “tas entrenados, personal médico, padres, hermanos, amigos o transeuintes. "Nadie tiene mayor amor gue este, gue uno ponga su vida por sus amigos” Quan 15:13). Capitulo J Carlo, e/ viejo dormilén Keith Moxon | invierno lleg6 de repente ese afio. El termometro habia estado bajando gradualmente en los ultimos dos o tres dias, y luego el cielo lleno de nubes se volvid plomizo. Para Carlo, el viejo perro San Bernardo, esa era la sefial para mudarse adentro de la casa. Se estiraba comodamente en las partes mas calidas de la sala y dormitaba por horas. Una noche Jenny, cuando le pidieron que pusiera la mesa, no lo vio. Tropezé con esa figura adormilada y casi derramé la leche. —jMamia! -estallo-, ojala nos deshiciéramos de este perro perezoso. Es una molestia. Rescates emocicnantes _ (Eso crees? -pregunté la mama-. Yo creo que es muy agra- dable. Siempre estd estorbando -grufié Jenny. -Si estamos jugando a la pelota, se acuesta y se echa a dormir justo encima del arco, y es tan pesado que nadie puede moverlo —afiadié Pedro, el hermanito. -Y cuando queremos hacer huerta, siempre la estropea —continud Jenny-. El verano pasado insistia con echarse a dormir sobre mis plantas de tomate. —Pero, chicos —dijo la mama-, deben recordar que cuando ustedes eran pequefios, él siempre les tenia paciencia, y los llevaba a pasear sobre su lomo y nunca le importaba lo que le hicieran. —Pero eso fue hace muchos, muchos afios —objeté Pedro. —El tio Juan dice que deberiamos pegarle un tiro y ponerle fin a sus sufrimientos. Tiene reuma -dijo Jenny. -Y esta medio ciego —afiadid Pedro. —Bueno, chicos, tal vez sea asi -reconocié la mama con un suspiro—. Pero, de todos modos no tendremos a Carlo por mucho mas tiempo, y creo que debieran ser amables con él por todos los buenos momentos que les supo dar. Tienen una deuda de gratitud con él. -jDeuda de gratitud? ;Bah! —dijo Jenny entre dientes. Sin embargo, para entonces la cena estaba lista, y como a Jenny y a Pedro les encantaba todo lo relacionado con la comida, por el momento dejaron de lado lo que iban a hacer con Carlo. Después de unos dias de clima helado, hubo un periodo calido y luego cayé un poco de nieve que cubrié de un blanco brillante los arboles pelados de alrededor de la casa. Uno o dos dias mas tarde cayé la primera nevada fuerte, con grandes bo- ! Carlo, el viejo dormilén las de;nieve que descendian pesada y rapidamente, y se formo una capa de treinta centimetros en el patio. Para Jenny y Pedro, . ahora era el momento para hacer bolas y mufiecos de nieve, largarse en trineo y patinar. -Vayamos a ver si ya se congeld el arroyo —le dijo Jenny a Pedro, después de largarse por trigésima vez en trineo por la colina, cerca de su casa. Si, vamos! -exclamé Pedro. Pero cuando Jenny miré el rostro expectante de su herma- No, resoné en su mente lo que su mami les habia dicho cuan- do salieron a andar en trineo: “No vayan a ninguna otra parte. Vengan directo a casa”. Bueno, el arroyo estaba casi de camino a casa, solo que el trayecto era un poquito mas largo. Y ademas, en realidad, ella era una nifia grande ahora, casi una joven. Sin duda, se podia tener plena confianza en ella para apenas ir a mirar el arroyo. Cediendo a sus pensamientos, tom6 la mano de Pedro y jun- tos partieron hacia el arroyo. El esfuerzo a través de la nieve, después de tanto tiempo de deslizarse en trineo, les llevé mas tiempo del que Jenny habia calculado. Antes de llegar a destino, un nifio rendido pidid descansar. “Esta bien”, decidié Jenny, quiza debian olvidarse del arroyo y volver a casa. Cuando se dieron vuelta para desandar sus pasos, por pri- mera vez Jenny se dio cuenta de que el cielo se estaba oscu- reciendo. Antes de haber recorrido la mitad del camino hacia su casa, habia cambiado a su caracteristico tono plomizo que solo significaba una cosa: jnieve! Quedar atrapado a pie en una tormenta de nieve en Canada es de temer. Una pizquita de ansiedad pasé por la mente de Jenny, por lo que le pidid a Pedro que caminara mas rapido. A Rescafes emocionantes No obstante, la naturaleza humana no puede hacer tanto. Pronto el nifito pidié descansar nuevamente y, después de eso hubo, descansos frecuentes. Al observar las nubes amenazantes que se cernian sobre ella, Jenny apuraba lo més posible a su hermano menor, pero Pedro pronto lleg6 a un punto en que no pudo dar ni un paso mas. Comenzaron a caer copos de nieve y, presa del panico, Jenny tomo a Pedro, se lo subié a caballito y continué con mucho esfuerzo. Pero ahora, era ella a quien le venian momentos de agota- miento. La carga doble era demasiado. Bajo a Pedro al piso y cay6 desplomada. Los copos de nieve comenzaron a caer cada vez con mayor intensidad, hasta que todo a su alrededor era una cortina de nieve que caia, ocultando todo de la vista. Jenny se acurrucé junto a su hermano, diciéndole que pron- to la nieve se detendria y que luego podrian continuar. Pero las horas pasaban, y la nieve que caia suavemente no cesaba. Pedro se quedd dormido y recost6 su cabeza en la falda de su hermana. De tanto en tanto Jenny retiraba la nieve que intentaba cubrirlos, y buscaba ansiosamente una sefial de que la tor- menta estuviese disminuyendo, pero era en vano. En silencio, comenzo a llorar de miedo y a temblar porque el frio se filtraba por su ropa. Entonces, el cansancio comenzo a pasarle factura. Intento luchar contra él por un tiempo, pero luego decidié dor- Mirse una siestita. Esto la haria sentirse renovada, y entonces podria cuidar mejor a Pedro. Mientras todavia sostenia la cabeza de su hermano en la falda, se recost6 sobre un codo y cerré los ojos. Al quedarse dormida, se fue deslizando lentamente hacia abajo hasta que- dar con la cabeza en la nieve. W2 Carlo, el viejo dormilén Un. manto blanco comenz6 a extenderse sobre ellos. Todavia dormian cuando cayé el sol y la negrura de la noche se cerré sobre la escena. Dos 0 tres horas antes de esto, la sefiora Curtis, en la finca, habia visto que se aproximaba la tormenta. Con los primeros copos de nieve habia ido hasta la ventana a examinar con sus propios ojos la ladera donde sabia que sus hijos habian ido a deslizarse en trineo. Pero no habia ningun indicio de ellos alli. Se puso el abrigo y salié corriendo hasta el establo donde su esposo estaba trabajando. Alli tampoco habia ningtin rastro de ellos. Todavia no era momento para angustiarse, se dijo a si mis- ma la mama, pero algo aceleraba sus pasos mientras ella y su esposo iban hasta la colina, donde encontraron el trineo abandonado casi cubierto de nieve. Ahora sin disimular su ansiedad, regresaron a la finca y salieron en diferentes direc- ciones para revisar todos los lugares posibles donde los nifios podrian estar. Los minutos pasaban. Los nifios no aparecian. Ahora no habia dudas para los afligidos padres: jsus hijos estaban en medio de la tormenta de nieve! Carlo, como de costumbre, estaba dormitando junto a la estufa de la cocina. Pero su mente de repente se sacudio y se desperté por el sonido del llanto de la sefiora Curtis. Abri6 los ojos para verla, con el rostro palido y temblando se enjugaba los ojos con el pafiuelo mientras se aferraba al brazo de su esposo que hablaba por teléfono. Varias veces el sefior Curtis colgaba el teléfono y lo volvia a levantar Ilamando a diferentes casas para preguntar por el pa- radero de sus hijos y, luego, preguntaba si alguien podia venir a ayudar a buscarlos. Rescafes emocicnantes Carlo no entendia todo eso, pero sus sentidos le dijeron que algo andaba mal. Caminaba lentamente por ahi, ahora curioso por toda la agitacion. La llegada de una cantidad de gente extrafia en respuesta al llamado del sefior Curtis pidiendo ayuda era un desafio para Carlo, y este se paseaba pesadamente, ladrando y quejéndose. Una y otra vez las palabras “Pedro”, “encuéntrenlos”, “Jenny”, “perdidos”, “encuéntrenlos”, “busquen” llegaban a sus ofdos perrunos y, de repente, en un arrebato de inteligencia, se dio cuenta de que Jenny y Pedro no estaban alli y de que to- dos estaban tratando de encontrarlos. El sabia donde estaban. Estaban jugando con el trineo en la colina. £1 los iria a buscar. Inadvertido para la gente que iba y venia, Carlo lentamente se dirigio a la puerta y se abrid paso en la oscuridad. La busqueda continuo durante toda la noche con faroles y linternas. La sefiora Curtis, a la que le prohibieron dejar la casa, hacia innumerables bebidas calientes e incontables sandwiches. Al sonido de buscadores que se aproximaban, ella corria hasta la puerta y miraba con ojos vidriosos hacia la noche, exclamando: ~jAlguna noticia? ~jTodavia nada! jTodavia nada! —era la triste respuesta. Y entonces mas bebidas calientes y sandwiches, mas char- la, mas palabras de aliento de todos. La pobre madre no podia olvidarse del termémetro que col- gaba afuera de la ventana, y trataba de no fijarse en los peque- fos abrigos que colgaban detras de la puerta de la cocina. Y entonces, jlos gritos! ¥ con los gritos, jlos ladridos! La esperanza se precipits como un fuego encendido, y la mama llego a la puerta de un salto. i. : Carlo, ef viejo dormilén ~ A\la distancia, escuchd que gritaban: —jLos encontramos! jLos encontramos! {Gracias a Dios! Tratando de retener las lagrimas y las risas, la sefiora Curtis sali sin abrigarse al aire fro de la medianoche para recibir al tropel que se refa y gritaba. Un hombre tenia a Pedro, otro a Jenny y, en brazos de dos jovenes, habia un perro alborotado que ladraba: jCarlo! —Bueno, maméa, no era necesario preocuparse por los abri- gos -se rid el sefior Curtis. jTenian el edredon mas calentito y acogedor que te puedas imaginar! La sefiora Curtis, mientras abrazaba a Jenny y a Pedro de a uno a la vez, balbuced: —jEdredon? Qué... qué... —jEra Carlo! -dijo el grupo a coro, y luego todos se rieron de la idea ~Yo escuché ladrar a Carlo -tomé la palabra uno de los hombres- y cuando llegamos alli, jestaba esta enorme cosa tirada directamente encima de los nifios como una gran piel de oso! Los nifios estaban profundamente dormidos y calentitos como una tostada debajo de él, en un hueco en la nieve. -Yo me desperté algunas veces —balbuceé Pedro-. Carlo era pesado. Y entonces todos se largaron a reir otra vez. Fueron muchos los abrazos que hubo esa noche, no solo para los nifios sino también para Carlo. Todos los que entra- ban tenian que frotarle la cabeza y hacerle cosquillas detras de las orejas. Nunca habia recibido tantos huesos de una sola vez. Y la atencién especial no termind aquella noche. Desde aquel dia en adelante, una nifia llamada Jenny no es- catimaba esfuerzos para darle afecto al perro. Carlo finalmente habia comenzado a cobrarse su deuda de gratitud. Ne B ee Capitulo 2 €/ circule de fuego Leonard C. Lee uando era chico y vivia en Dakota del Norte, con frecuencia salia al campo a encontrarme con mi pa- dre cerca de su hora de regreso. A veces, me dejaba volver a casa sobre el arado o en uno de los caballos. Una tarde, cuando tenia cinco afios, fui en direcci6n a él caminando a través del pasto alto que habia sido pisoteado en parte por los caballos que iban y venian por el campo Vi que mi padre dirigia un grupo de cinco caballos negros, tres adelante y tres atras, que tiraban de un arado doble. Entonces, de repente, jlos caballos comenzaron a co- trer rapido! Los cascos sonaban como truenos, y venian directamente hacia donde yo estaba. Tra- té de correrme, pero no tuve tiempo. 7 Rescates emociconantfes Afortunadamente, los caballos me vieron y se hicieron a un lado para evitar atropellarme. Entonces divisé a mi padre parado sobre el arado agitando un latigo largo y gritandoles “jso, so!” a los caballos. Levanté la vista y alcancé a distinguir su cara asustada cuando la rueda del surco casi dio contra mi. Me agaché tratando de librarme del arado, y antes de po- der levantarme escuché que los caballos regresaban. Todavia corrian, pero no tan rapido. Mi padre pated la palanca, y las rejas del arado golpearon contra el pasto, levantando polvo que volaba a tres metros. Esto freno a los caballos a un trote de distancia de mi. Se habrian detenido, porque el pasto era pesado y duro, pero mi padre volvio a blandir el [atigo, y ellos continuaron. A mi alrededor araron tres surcos dobles y parte de un cuarto. Entonces mi padre los detuvo, vino, me levanté y me puso so- bre el arado mientras encendia un fésforo y quemaba todo el pasto dentro del anillo que habia arado. Escarbé un circulo de un metro y medio de diametro en el centro de la superficie in- cendiada y, levantindome por los hombros, me puso adentro. —jQuédate aqui hasta que yo regrese! —me ordend-. No salgas de este circulito. Habia hecho todo tan rapido que no me atrevi a preguntar por qué. Nunca antes habia visto a mi padre asi, ni hacer cosas tan rapido. Luego salt6 sobre el arado, sacudio el latigo y les grito a los caballos. Ellos se alejaron corriendo, y yo me quedé preguntan- dome por qué se fueron a casa sin mi. Yo no lo sabia, pero mi padre habia visto un incendio en la pradera que habia sido iniciado por alguna persona descui- dada, y que el viento lo estaba Ilevando directamente hacia nuestra casa. Mi madre, mi hermana y mi hermanito estaban IE €/ circule de fuego alli, y papa se apresuré a llegar a casa para tratar de salvarlos a ellos y a la vivienda. No teniamos vecinos cercanos, asi que papa sabia que todo dependia de él. Yo quise seguirlo a casa, pero habia aprendido a obedecer. Habia descubierto, a fuerza de errores que cuando mi padre me daba una orden, realmente hablaba en serio y era mejor obedecer. Asi que me senté en mi circulito y esperé hasta que regresara. Muy pronto hubo animales que comenzaron a entrar en mi circulo. Varias ardillas rayadas llegaron corriendo y luego una liebre. Los urogallos de las praderas revoloteaban encima de mi cabeza, y otras aves comenzaron a sobrevolar. Entonces comencé a sentir el olor acre del fuego, y el aire se volvid pesa- do y lleno de humo. Un coyote entré corriendo en mi circulo. Me echo un buen vistazo y salid corriendo para el otro lado a través del pasto alto hacia el campo que mi papa habia estado arando. Un conejo con el pelaje algo quemado entro al circulo y trato de acurrucarse debajo de mi. Traté de apartarlo, pero no pude. El aire se volvid abrasador, y me dieron ganas de salir co- triendo, pero papa habia dicho: “;|Quédate hasta que venga!”, y sabia que tenia que quedarme. Entonces se puso tan calien- te que casi no lo podia soportar, pero tenia que hacerlo. EI fuego llego hasta el exterior de los surcos arados a mi alre- dedor, y las llamas se extendian como los brazos de un gigante que trataba de arrebatarme. Mi ropa comenzo a quemarse. Di vueltas en el suelo y traté de atrincherarme en el pasto que- mado, pero fue en vano. El conejo medio chamuscado y yo tratamos de escondernos uno detrds del otro. Entonces oi el estruendo de los cascos de los caballos y supe que mi padre estaba viniendo. Traté de abrir los ojos, pero 19 Rescafes emocicnantes tenia la cara tan ampollada por el calor que apenas pude abrir un ojo. El equipo venia directamente por la pradera en llamas. Su pelaje negro estaba blanco del sudor y la espuma, y corrian como nunca vi correr caballos desde ese dia. Papa sostenia las cuatro cuerdas en una mano y el latigo en la otra. Los caballos entraron directamente al circulo, pero no me atropellaron. Mi papé se arrancé la camisa, hdmeda de sudor, y me cu- brid con ella para extinguir el fuego, porque parte de mi ropa estaba ardiendo del calor. Esto es lo Ultimo que recuerdo, por- que me desperté en casa, en la cama. Papa, con la ayuda de algunos vecinos, salvo la casa al arar surcos frente al fuego y haciendo contrafuegos. Luego el vien- to cambid, y el fuego comenzo a avanzar hacia mi refugio. Papa habia hecho girar a los caballos cansados y los habia azotado hasta convertirlos en furias espumantes en la cabalga- ta salvaje para salvarme la vida. En su corazon estaba la temi- ble pregunta: “;Habra obedecido mi hijo?” La vida y la muerte dependian de la palabra “obedecer”. A menudo pienso: Ahora no estaria vivo si no hubiese obe- decido a mi padre. Y algtin dia me acordaré de las pruebas y pe- ligros de esta vida y pensaré: No habria obtenido la vida eterna sino hubiese obedecido a un Dios y a un Salvador amante. Porque aprendi por experiencia que hay seguridad en la obe- diencia. Nuestro Padre celestial esta tan interesado en nuestra seguridad eterna, como mi padre lo estuvo en mi seguridad temporal. Si obedecemos perfectamente a nuestro Padre celes- tial, estaremos a salvo. Me gusta escuchar un canto titulado: “Dios es nuestro guia”, una de sus estrofas dice: “Algunos por las aguas, algunos por los aluviones, algunos por el fuego, pero todos a través de la sangre”. 20 Capitulo 3 en la haya Iuy R. Doherty e voy a cazar mapaches con los perros esta tarde -le anuncié Tim a su hermano Bud— ile gustaria venir conmigo? —No puedo -respondié Bud entre bocado y bocado de pan con miel-. Le prometi a Bill y a Joe que me encontraria con ellos a las 13:30 en el arroyo para nadar. Se desilusionarian si no apareciera. al Rescates emocicnantes Si, supongo que si-Tim termind su almuerzo y se levanto de la mesa. —jA donde vas a cazar? —pregunto Bud. -No estoy seguro, pero estaré fuera unas dos horas. Los perros no se han divertido en mucho tiempo. Después de despedirse de su madre, Tim partié con los pe- tros, un Collie y dos de caza. Divis6 algunas nubes negras en el horizonte mientras se dirigian hacia el norte, pero no les dio mucha importancia. A casi dos kilometros de la casa, el Collie comenzo a ladrar con furia, y los sabuesos estaban mas alborotados todavia. “Arriba en esa haya! jArriba en esa haya!” parecian tratar de decirle a Tim. iSi, alli estaba! Justo lo que todos habian esperado encon- trar: un mapache gris y sedoso que miraba con indignacion el revuelo de abajo. -Bueno, mapache -Tim se dirigio al animal-, Collie, Terry y Spoty no pueden subir para buscarte, y tu no tendras la ama- bilidad de bajar, asi que subiré por ti. E| mapache lo miré con asombro. Todavia no estaba dis- puesto a darse por vencido. Tim trepé por el tronco del arbol, con las venas llenas de emocidn. ;Qué pensaria Bud del hecho de que él atrapara un mapache? Dos ramas mas, y estaria a la altura del mapache. Los perros ladraban frenéticamente, y el mapache estaba medio mareado observandolos alternadamente a ellos y a Tim que se iba acer- cando cada vez mas. Una rama mas, ahora, y Tim estaria alli. Trepo los Ultimos metros, mientras el sudor brotaba de su tostro. jLo logré!, se felicitd. Pero no iba a ser tan facil atrapar al mapache. Cuanto mas se le acercaba Tim, el mapache avanzaba més hacia la punta Prisionero en la haya de fa rama. Tim sintio que la rama se doblé peligrosamente y tuvo que retroceder a una rama mas baja a esperar. Los perros ._ impedirian que el mapache bajara, asi que no habia peligro de que se escapara. Mientras esperaba, Tim advirtio que las nubes se cerraban cada vez mas y se volvian mas amenazantes, y que estas es- taban mucho mas cerca de lo que las habia visto la primera vez. Se senté a silbar una tonada y a seguir el ritmo con el pie contra el tronco del arbol, que sonaba a hueco. Entonces de repente, el mapache fue directamente a donde él querfa que fuese, dandole la espalda a Tim mientras miraba hacia abajo a los perros. Como un rayo, Tim subid al arbol. Extendio la mano para alcanzar el premio, pero justo cuando su mano se apoderaba del animal, jcrash! jTim se encontraba cayendo por el interior del tronco ahuecado! Su ropa se en- gancho en un pedazo de madera seca y esto redujo el impacto de su caida, pero no lo detuvo, y en un instante Tim era un prisionero en el fondo de la gran haya. Punzadas heladas de miedo hincaban su espina dorsal. jAlguien lo encontraria alli alguna vez? Su casa estaba a casi dos kilometros de distancia. Nadie podria oirlo, aunque grita- ra a todo pulmon. No le habia dicho a nadie en qué direcci6n saldria. Y estaba muy oscuro alli adentro, era un lugar muy mal ventilado y espeluznante. El Unico rayo de luz provenia de un agujerito en el suelo. Los perros comenzaron a gemir. Entonces Tim tuvo una idea. —jVe a casa, Collie! -exclam6 Tim a voz en cuello-. jVe a casa, Collie! Tim esperd, poniendo la oreja lo mas pegada posible al suelo, hasta donde se lo permitia el espacio dentro del arbol. 23 Rescafes emocicnantes Escuchaba para saber si todavia habia tres perros aullando o solo dos. 7 Todavia habia tres que aullaban con todas las ganas. Una vez mas Tim le grité a Collie que fuera a casa y luego esperd. Esta vez solo los dos sabuesos formaban un duo. jCollie se habia ido! Pero ;conseguiria ayuda? Tim supo cuando llegé la noche, porque el punto de luz en el fondo del arbol se desvanecié y desaparecid. Los perros aullaban solo a intervalos ahora. A medida que los minutos se convertian en horas, el rugido de los truenos se aproximaba cada vez mas y, por algtin lado, desde arriba, los salpicones de Iluvia comenzaron a abrirse paso a través del oscuro hueco. Tim comenzo a pensar en su casa. Mama y papa, jestarian Preocupados por él? jPor supuesto que si! Y estaba en lo cier- to: en ese mismo momento lo estaban buscando, orando y pidiéndole a Dios ayuda para poder encontrarlo sano y salvo. Prometieron que harian todo lo posible por él. {Qué estaba haciendo Bud? jComo deseaba que su herma- no hubiese ido con él! Tim penso en todas las cosas ruines que le habia dicho y hecho a Bud. Recordaba cudn a menudo habia desobedecido a sus padres, y prometid solemnemente que, si Dios lo sacaba de esta pesadilla terrible, jseria un nifio mas bueno! Poco tiempo después Bud, que esperaba solo en casa mien- tras sus padres buscaban a Tim, oy que alguien arafiaba y la- draba en el tejido de la puerta de atras. Se precipito para abrirla, pero Tim no estaba alli, solo vio a Collie. Rapidamente, Bud escribid una nota para contarles a sus padres que Collie habia venido a casa y que él pensaba hacer que el perro lo guiara has- ta donde estuviese su hermano. Bud se puso el impermeable y las botas, y partid, guiado por Collie. Prisionero en la haya Bud nunca antes habia estado afuera en una noche asi. ;Y si Tim se habia caido y se habia roto un brazo o una pierna? . iY si los rayos...? Su mente se negaba a pensar en esto al co- mienzo, pero finalmente tuvo que hacerlo. jY si Tim estaba muerto? Bud le prometié a Dios que si Tim volvia a casa sano y salvo, seria mejor hermano. En el arbol, Tim seguia esperando. Las piernas le dolian porque no podia ni sentarse ni acostarse, aprisionado en ese espacio siniestro. {Qué fue eso? Bud se detuvo en seco, y Collie se acurrucd bien a su lado. Bud paré la oreja en direccién al viento. Habia escuchado un grito. Estaban cerca de una haya, y los sabuesos se abalanzaron para lamer a Bud en todos los lugares que tenia disponibles para lamer. —jDonde esta Tim? ;Donde esta Tim? -les exigia Bud, pero lo Unico que hicieron fue volver a lamerlo. Se llevé las manos a la boca y grit6 el nombre de Tim, y justamente al lado de él salid una respuesta apagada: —Estoy adentro del hueco de la haya, Bud. Estoy empapado, y tengo las piernas paralizadas. Es horrible estar aqui. —jTe lastimaste, Tim? -jNo, pero sdcame de aqui! Bud no tenia ninguna soga, hacha o alguna otra cosa que pudiera ayudarlo. —Mantén la calma -grito-. Voy a buscar a mama y a papa. Bud volvié corriendo a su casa y alli encontré a sus padres, Porque habian regresado por un minuto para ver si Tim habia vuelto. El padre y varios vecinos partieron con Collie para que los guiara nuevamente. Bud protesté diciendo que él debia ir para mostrarles el camino, pero estaba temblando de frio y 2 Rescafes emocionantes empapado, y su mama lo hizo quedar adentro. Porque habia muchas hayas y el terreno era tan grande que Bud solo podria darles una vaga idea de donde encontrar a Tim. Collie iba adelante, pero el esfuerzo de correr de aca para alla ya comenzaba a notarse en él. Después de un corto tiem- po, se tendié en el piso y no se movio de alli. Se escuchaba un débil ladrido a la distancia. El padre agudi- Z6 su oido hacia donde provenia el viento, como habia hecho Bud antes, y tuvo la certeza de haber escuchado a uno de los sabuesos. El grupo de salvamento salié a toda prisa. —jstas alli, Tim? -grito el papa. La Unica respuesta fue un aullido de los sabuesos. Llamo una y otra vez. De repente, frente a él salid un grito apagado que casi era un sollozo. —Estoy aqui, papa. Justo aqui. Debes estar cerca de mi, por- que puedo escucharte claramente. El corazon de los rescatistas se llend de alivio. Ahora el problema era sacar al prisionero. Podian usar el hacha o el se- rrucho que habian llevado, pero Tim no se podia mover, asi que podria ser peligroso usar esas herramientas filosas. Se ne- cesitarian hachazos fuertes para cortar el arbol, y al hacerlo, una parte blanda podria ceder de repente y el hacha podria pegarle a Tim. Si el arbol caia dernasiado pronto, Tim podria lastimarse mas que con un hachazo. El serrucho presentaba dificultades similares. Habia solo una salida razonable, y era usar una soga. Pero incluso esto tenia sus inconvenientes. ;Cuan estrecho era el tunel dentro del arbol? Si los pedazos de la madera vieja sobre- salian hacia el centro del arbol, la cuerda jllegaria hasta donde estaba Tim? El muchacho estaba muy cansado a esta altura, ~ ot Prisionero en la haya ipodria agarrarse de la soga? ;Podria encontrarla si la bajaban y esta no lo tocaba? El hombre mas joven del grupo se ofrecié para subir la soga al arbol. Luego, decidieron que debia ir un segundo hombre para alumbrar y prestar toda la ayuda que fuese necesaria. La haya estaba humeda y resbalosa, y pas6 algun tiempo hasta que el primer hombre llego hasta la abertura y comenz6 a bajar la soga. Finalmente, la cuerda toco la cara mojada y entumecida de Tim que, tomandola con todas sus fuerzas, se agarro bien Mientras era arrastrado hacia arriba. La rama en la que su ropa se habia enganchado la tarde anterior ahora lo rasgufié mucho. Se habia puesto contento la primera vez porque le amortigué la caida, pero la subida fue muy diferente. Se preguntaba si sus piernas todavia estaban alli. Una vez que dejé el piso no podia sentirlas. ;Podria volver a caminar? Pero lo principal en ese momento era salir del Arbol, y para salir tenia que agarrarse bien, asi que dej de preacuparse y se concentro en sostenerse bien. —Tiren fuerte -suplico con una voz cansada y ansiosa. jEso! jEso! jArriba, arriba! Lo lograron. Lo bajaron con la cuerda hasta los brazos de su padre. Tim no se pudo contener mas y se largo a llorar. EI padre y los hombres se turnaban para transportar a Tim hacia su casa. Los primeros rayos del alba brillaban a través de las Gltimas nubes de la tormenta cuando los rescatistas cansa- dos y el muchacho rendido llegaron a la casa. Bud y la mama estaban pegados a la cama de Tim cuando lleg6 el médico. EI dijo que quince horas en un arbol himedo y hueco, parado en una sola posicién todo el tiempo, no era bueno para nadie. Pero que Tim era joven, y en pocos dias <= 27 Rescafes emocicnantes podria sentirse como nuevo, jcomo si nada! Tim por un buen tiempo no quiso saber nada de la lluvia ni de arboles. Cuando mis tarde Bud observaba como dormia Tim, recor- daba que habia pensado que Tim podria estar muerto y que habia prometido solemnemente que, si Tim volvia a casa sano y salvo, seria un hermano mas amable y considerado, Cuando la mama y el papa entraron en puntillas en el cuarto, recor daron que habian orado para que Tim volviera a salvo, y que habian prometido a Dios y a si mismos que harian todo de su parte para ayudar a Tim para convertirse en un buen hombre, si se salvaba y volvia con ellos. Al final de la tarde, Tim abrié los ojos y sonrid. De pie junto a su cama estaban el papa, la mama y Bud, y cuando los vio a todos alli, recordé que debia ser mejor hermano e hijo, porque Dios habia oido su clamor. Nadie dijo ninguna palabra acerca de lo que habian prometido, pero todos parecieron compren- der lo que habia en el corazon del otro. iY el mapache? jAh, si! jSe escapo! Capitulo 4 Veintidos horas en ef mar Kay Heistand | botecito se inclinaba peligrosamente sobre la cresta de una ola elevada. Calvin Swinson cayo de costado, pero al momento recuperé el equilibrio. ee 97 Rescafes emocicnantes Era un caluroso dia de verano. Los tres alumnos de la se- cundaria, Calvin Swinson y los hermanos Ben y Bill Wade, habian estado trabajando en un barco camaronero durante sus vacaciones de verano. Después de una larga noche de trabajo arduo se habian ido a dar un chapuzon en las aguas saladas del Golfo y, ahora, estaban regresando al barco grande en un bote de cinco metros y medio. Entonces dieron contra otra ola. Esta tumb6 el bote comple- tamente y arrojé a los muchachos al agua. Calvin salié chapoteando y riéndose. Con todo el opti- mismo de sus 18 afios acepté el accidente con calma. Pero, su sonrisa desaparecid cuando vio que el bote se habia ido a pique. Los muchachos estaban fuera de la vista del barco camaronero y fuera de vista desde tierra firme. Y fue en ese momento en que se dieron cuenta de que no tenian chalecos salvavidas. De repente, la situacion se volvié muy seria. Calvin era un excelente nadador, pero es dificil nadar o flo- tar en aguas turbulentas. Con enormes brazadas logré acercar- se a los dos hermanos. -Sera mejor que nos mantengamos juntos —grito-. Asi sera mas facil que nos encuentre el barco. Bill y Ben estuvieron de acuerdo, pero decirlo era una cosa, y lograrlo era imposible. Calvin hizo todo lo posible, pero parecia que las olas mali- ciosamente intentaban separarlo de sus amigos. Ben y Bill se turnaban para ayudarse: uno flotaba mientras el otro lo soste- nia para que descansara. Aunque Calvin luchd, no le quedo mas remedio que mirar mientras sus amigos se alejaban de él. Al principio no se preocup6 demasiado. No habian ido muy lejos del barco, y sin duda alguien notaria su ausencia y co- 30. Veintidés horas en el mar menzaria a buscarlos. Sin embargo, luego se supo que todos los que estaban a bordo del camaronero se habian ido a dor- mir, cansados de la agotadora noche. Nadie descubrié durante muchas horas que los tres muchachos no habian vuelto de su paseito. Para entonces, era demasiado tarde para encontrar algun rastro de ellos. Calvin siguid nadando, je intentando mantenerse despier- to! Le sobrevino un deseo abrumador de dormir, un gran anhe- lo de entregarse en los brazos de la inconciencia. Pero no bien se relajaba y se hundia en las verdes profundidades, los pece- citos le mordisqueaban los dedos de los pies. E! sobresalto lo asustaba y se despertaba, y comenzaba a nadar nuevamente. Posteriormente comento que, para él, los peces fueron agentes directos de Dios, enviados para mantenerlo despierto. Calvin nunca habia sido un muchacho particularmente reli- gioso. Quedé huérfano de muy pequeno y fue criado por una tia anciana que casualmente lo habia llevado a toda iglesia que estuviese cerca de donde vivieran. Sin embargo, de repente, alli, solo, rodeado por las vastas y desoladas expansiones del mar y del cielo, Calvin se puso a pensar en la vida. Su vida, y el propdsito por el que habria sido puesto en esta tierra por 18 cortos afios. jy ahora parecia como si estuviese a punto de dejarla! ;Cual seria la raz6n que estaba detras de todo eso? Calvin estaba tan cansado que ya no podia pensar mas. No habia mas nada que hacer que tratar de seguir vivo y orar. Y ahi, flotando, nadando, hundiéndose en las aguas sa- ladas del golfo de México, Calvin aprendio a orar. Aprendio a hacerlo, no con los labios, no por casualidad, sino con el corazon. EI largo y caluroso dia declind, y Calvin perdio toda nocion del tiempo. Al principio, la frescura de la oscuridad de la noche IT Rescates emocicnantes le trajo alivio del sol abrasador del dia, pero pronto se held y comenzo a temblar de frio. Ya tenia el cuerpo quemado por el sol; la piel de gallina lo torturaba. Flotaba lo mas y mejor que podia, pero se habia levantado viento en la costa del Golfo, como todas las noches, y las ele- vadas olas le llenaban la cara de sal y lo enceguecian. Sus ojos se cerraron. El bendito suefio lo llamaba, y se hun- did a dos metros en las aguas acogedoras. Alli un dolor agudo en uno de los dedos del pie lo sobresalt6 y lo desperto. j{Una vez mas un pez que lo mordisqueé le habia salvado la vida! Dos veces durante la noche, Calvin vio las luces de las em- barcaciones pesqueras. Se arruiné la garganta de tanto gritar, pero sus gritos se perdian con el ruido de la vibracién de las maquinas. Los barcos pasaban de largo y, a medida que las luces iban desapareciendo en la oscuridad, la desesperacion de Calvin se hacia absoluta. Pero Calvin ya no sentia miedo de morir. En su mente ahora no habia lugar para otra cosa que no fuera su nueva fe en Dios, la fe que habia nacido y habia crecido a través de la oscura des- esperacion de esa larga noche. Ya no oraba: “Por favor, querido Dios, envia un barco para salvarme”. Ahora el tema principal de su oraci6n era: “Que se haga tu voluntad. Soy tu siervo. Si es tu voluntad, llévame al descanso. Solo existes tu”. Palabras, versiculos y oraciones olvidadas que habia apren- dido en los dias de su nifiez volvian a su mente. Y mientras oraba y descansaba en los brazos de Dios, Calvin seguja lu- chando, nadando, flotando. Despunto el nuevo dia y, de repente, con el resplandor del sol naciente, un gran barco camaronero aparecio encima de él. El deseo de vivir volvid a arder en el muchacho, y grité saltando lo mas alto posible del agua, agitando los brazos fre- 32 Veintidés horas en el mar néticamente. jCuadnto deseaba tener un pedazo de tela para hacer sefias! Todos sus gritos fueron arrastrados por las olas calidas y relucientes que subian y bajaban ante sus ojos desesperados. Parecia que no habia nadie en la cubierta del barco. El sol brilla- ba sobre el agua metilica. El barco estuvo a un metro de Calvin y siguid de largo. Desaparecio en el horizonte como el juguete de un nifio y, con él, se fue la ultima esperanza de Calvin De alli en mas, ninguna cosa fisica tuvo un verdadero sig- nificado para él. Flotaba, se hundia y nadaba de a ratos, guia- do por un poder mayor a si mismo. Su corazon joven dejo de luchar, dedicd su alma a Dios y encontré la paz. Asi fue que con una sensaci6n de anticlimax Calvin oy6 la vibracion de los motores de otro camaronero que se acercaba en direccin a él. En medio de una bruma de dolor y sin poder creer de que la vida estaba a punto de comenzar otra vez para él, Calvin fue rescatado. Su cuerpo ampollado fue colocado con mucho cuidado en un cabestrillo, fue levantado de las aguas y el ca- maronero se dirigi hacia Port Aransas. Un susurro de agradecimiento a Dios fueron las primeras palabras que salieron de entre sus labios secos. Calvin dejo de tomar el agua fresca que un marinero le daba con cuchara y que le causaba mucho dolor al tragar, para decir: —Dios los envid, jverdad? El marinero se ruboriz6 pero asintid. Su oficial superior, un capitan de cabello gris, dijo: —Parecia como que estabas casi muerto cuando te encon- tramos. Si, asi es dijo Calvin con dificultad-. Pero Ben y Bill... idonde estan ellos? B Rescatfes emocicnantes —Ellos estan bien. Fueron recogidos por un camaronero des- pués de estar en el agua casi diez horas. Se tenian el uno al otro para sostenerse, y uno nadaba mientras el otro descansa- ba. Incluso encontraron una tabla que flotaba, y eso ayudé a salvarles la vida. Pero tu, muchacho... —el capitan sacudié la cabeza asombrado-. ;Como te mantuviste con vida? {Te diste cuenta de que estuviste en el agua casi 22 horas? Nosotros habiamos perdido toda esperanza de encontrarte incluso, pero algo nos impulsaba a continuar con la busqueda. —Dios hizo que continuaran con la busqueda —dijo Calvin fervientemente. ~jQué fue lo que te sostuvo, Calvin? -el marinero le ofrecié otro sorbo de agua y le sostenia la cabeza en alto mientras él bebia. -jDios enviaba pececitos para morderme! -el muchacho sonrié y movid los dedos de los pies agradecido. -Solo la magnifica condicién fisica del muchacho y el aguante lo mantuvieron vivo. Es un milagro —le susurré el ma- rinero con reverencia a su capitan. Los ojos sabios del hombre mayor se posaron por largo tiempo sobre el joven gigante de ojos azules y cabellos rubios que habia librado una batalla tan terrible contra la naturaleza y habia ganado. —Si, es un milagro, un milagro de Dios -coincidié. Calvin no los escuch6. Sus ojos se empajiaron al mirar hacia el futuro. En su corazon habia una oracién de agradecimien- to a Dios, a quien habia aprendido a creer y a amar durante su larga prueba. Sus ojos vacilaron y se cerraron. Pero antes de quedarse dormido susurré: “Dios, solo existes tu. Mi vida siempre te perteneceré a ti”. Capitulo 5 Como burlar a un delincuente William |. Rankin osé colgo el teléfono de la cocina y salié al patio. Alli su hermano mayor, Teo, estaba agachado sobre una moto- neta Cushman de segunda mano empufiando un des- tornillador. —Mama acaba de llamar -le dijo José a Teo-. Esta en lo de tia Lili, y quiere que vayamos alla con la motoneta y traigamos a casa el auto. Papa siempre lo necesita los viernes. 5 Rescafes emocionantes —j{Qué esta haciendo alld? -Envasando duraznos, y tienen mucho mis para hacer, asi que se quedard hasta mafiana de mafiana para terminar el tra- bajo. —Bueno. Teo dejé de lado el destornillador y se subié a la motoneta. José subid detras de su hermano y se sujeté bien. Teo tomé un camino menos transitado que rodeaba la ciu- dad, como su papa les habia aconsejado hacer cuando andu- vieran en la motoneta. Seguin la forma de pensar de José, Teo ya era demasiado grande y serio como para divertirse con él; pero entonces un conejo salié saltando delante de ellos y se puso tan nervioso por el ruido que dio una vuelta alrededor de la motoneta y volvié corriendo en direccién a donde salid. Teo solté una carcajada tan fuerte que José sintid que era como en los viejos tiempos otra vez. Cuando llegaron a la casa de tia Lili, cinco kilémetros al otro lado de la ciudad, los muchachos se vieron obligados a sentarse frente a un plato de duraznos y crema espesa antes de irse. —Diganle a papa que llegaré a casa mafiana de mafiana en algun momento; tio Jorge me llevar -dijo la mama mientras los tomaba de los hombros-. Ahora, tengan cuidado al ir a casa. Estd oscuro afuera. Teo, cuya licencia de conducir todavia estaba nueva y relu- ciente en su billetera, se senté al volante del auto de la familia y le echo un vistazo a José. —Mejor, abréchate el cinturén de seguridad -le advirtio-. Quizas decida hacer algunas maniobras locas esta noche. Ambos sonrieron. jLo que menos se imaginaban era qué maniobras alocadas harian antes de llegar a su casa! 36 Como burlar aun delincuente —Vayamos por la ciudad -suplicd José-. Me encantan sus luces de noche. —Bueno —accedié Teo rapidamente, y se dirigié hacia la ave- nida que atravesaba el centro de la ciudad. Era una noche fresca, agradable. José estaba sentado tran- quilo mirando los lugares de interés y las luces de nedn. En una interseccion céntrica concurrida, puso la luz de giro a la derecha y se dirigié hacia otra calle ancha de cuatro carriles que llevaba a los suburbios donde vivian. —jTeo, espera! —José rompio el silencio de repente-. jNo, sigue! Pero gira a la derecha y vuelve a dar la vuelta a la man- zana. —jQué fue? —Un hombre corpulento se dirigia a ese estacionamiento... y parecia como que no queria ser visto. Teo doblé en la esquina y luego redujo la intensidad de las luces al entrar en el callej6n. Vieron el pequefio estacionamien- to privado al lado del edificio de teléfonos, y estaba rodeado por un muro de piedra cuya altura llegaba hasta la cintura. Cuando los muchachos avanzaban lentamente por el calle- jon. alcanzaron a ver que se abria la puerta trasera de un sedan verde de cuatro puertas. Un débil clic les dio a entender que la cerraron con el menor ruido posible. Los muchachos habian llegado a la calle nuevamente. Teo gird a la derecha y fue hasta la entrada de la playa de estacio- namiento donde José habia visto al extrafio por primera vez. —jQué vamos a hacer, Teo? Teo habia estado pensando al respecto. —Entraremos y... —jEy, mira! -interrumpid José-. jHay una mujer que se esta subiendo en ese mismo auto! 37 Rescafes emociconantes —Debe haber salido recién de su trabajo en ese edificio. -jNo podemos advertirle? —José miro a su hermano mayor con los ojos bien abiertos. —Demasiado tarde -respondié Teo mientras estacionaba el auto junto a la acera-. Ella arrancd el motor. De todos modos, no habriamos entonado mucho con ese hombre en una playa de estacionamiento en penumbras. Sigamosla. Cuando la sefiora Daniels salié del estacionamiento a la calle, un par de luces molestas brillaban a través del espejo retrovisor. Ella extendio la mano y tocé un botén en el espejo para girarlo a un angulo superior. Eso ayuds, pero las luces todavia seguian siendo molestas. ;Por qué el conductor de atras no tenia sufi- ciente sentido comtn o cortesia como para bajarlas? La sefiora Daniels se corrié al carril central, pero las luces se corrieron con ella. Volvié al carril exterior, y esas luces todavia destellaban so- bre sus hombros —Adolescentes, supongo, que salieron para ver a quién pue- den molestar. Bueno, se las haré dificil -se dijo a si misma, dis- minuy6 la velocidad a paso de tortuga y avanz6 poco a poco a lo largo de varias cuadras, con la esperanza de que el que estaba detras se cansara del juego y terminara por buscar otra diversion. No funciono. El auto de las luces altas seguia firme detras de ella. —Bueno, gqué puedo hacer? -se pregunté la sefiora Daniels. Mentalmente busco ideas que pudieran funcionar para de- sorientar a los perseguidores. Entonces, record6 un truco que su hijo le habia descripto. Habia un semaforo mas adelante. Trataria de burlarlos. Avanzo lentamente hasta que la luz verde se puso en rojo y luego chirrid en la interseccion. Pero el auto de atrds la siguid sin siquiera perder la distancia de un auto. 38 Como burlar aun delincuente Toda clase de pensamientos espantosos comenzaron a inundar la mente de la mujer. {Sera un delincuente que quie- re robarme o hacerme dario cuando llegue a los suburbios? Empezo a sentir panico. —Tengo que reponerme —murmuro, pero le temblaban las rodillas. No se le ocurrié hacer otra cosa que correr hasta su casa. Su esposo probablemente estaria leyendo en la sala. Si pudiera subir por la entrada pocos metros antes que el automdvil que la perseguia, podria correr hasta la puerta del frente y pedir ayuda. Si, eso es lo que haria. Piso el acelerador. Después de lo que le parecio una eternidad, comenzaron a aparecer casas conocidas. Luego divis6 su casa, y su corazon sucumbid. No habia ninguna luz encendida. En un momen- to desenfrenado penso en pasar de largo, pero ja donde po- dria ir? En forma automatica, su pie piso el freno para doblar. Inmediatamente, apreté el acelerador para llegar a la entrada de autos lo més rapido posible. Se detuvo, tird de la manija del auto, corrié hasta la puerta del frente de la casa. —Por favor, Dios, haz que la puerta esté abierta -suspiro. Las luces que encandilaban la habian seguido hasta la en- trada. Ella era consciente de que su resplandor se reflejaba en el costado de la casa, y el corazon le latia deprisa. EI picaporte gird; jla puerta estaba abierta! Se desplomé contra la puerta cerrada y, aturdida, gird la llave desde adentro. Gradualmente la sefiora Daniels se dio cuenta de que el auto que encandilaba todavia estaba en su entrada. La luz pe- netraba a raudales a través de su ventana. Se acercé para mirar. El auto extrafio se qued6 pegado detras del de ella con las luces altas encendidas. jA qué estaban jugando? Se propuso descubrirlo. Se dirigié al teléfono y llamo a la policia. Bo: Rescafes emocicnantes Una vez mas, la sefiora Daniels fue a la ventana y observo. En un santiamén estaba sonando una sirena. EI patrullero, con la luz roja titilando, se acercé al cordon de la vereda y los dos policias bajaron de un salto. Por extrafio que parezca, salieron dos personajes del auto que encandilaba. —Ahora tendran su merecido —musito. Pero mas extrafio todavia fue observar que los cuatro se pu- sieron a conversar en su jardin por unos momentos. Entonces, los oficiales se dirigieron al auto de ella. El primer policia en llegar abrio la puerta del auto y entrd. éDetrds de qué estardn?, se pregunto. Para su horror, un hombre corpulento y fornido fue sacado por la fuerza de la parte trasera de su auto. ;Cudndo habian entrado alli? jSeria posible que haya estado alli cuando ella habia salido del estacionamiento? Le llovieron toda clase de preguntas en su interior que exigian una respuesta. Solo habia una manera de averiguarlo. Se acercé a la puerta, la desengan- cho y camino hasta donde los policias acababan de esposar al hombre. -Yo soy la mujer que llamo -comenzo, y su voz sonaba extrafia y chillona. —Sefiora, creo que tiene que agradecerles aqui a estos mu- chachos por haber llegado a su casa a salvo. Este hombre se habia metido en su auto y estaba escondido en el piso, detras del asiento delantero. ~jQuiere decir que estuvo alli en el auto conmigo todo el tiempo, y...? -Y estos muchachos lo sabian. Lo vieron colarse furtiva- mente en la playa de estacionamiento, pero no tuvieron tiem- po de avisarle antes de que usted arrancara. La siguieron con 40 een NE oes Cémo burlar a un delincuente las luces altas encandilando su luneta trasera para que este tipo no le hiciera dafio -concluy6 uno de los policias. —jHey, y mire que estuvimos un buen tiempo tras ella! -se rid José. —Nos dijimos que con seguridad estaria lo suficientemente asustada como para llamar a la policia cuando llegaramos aqui, asi que decidimos que lo mejor seria quedarnos con las luces encima de su auto, para que este tipo no pudiera escaparse hasta que apareciera la policia -explicé Teo. —Esa fue una idea buena y correcta —dijo el oficial-. Y aho- ra, sera mejor que llevemos a este hombre a la comisaria y lo registremos. Cuando José y Teo Ilegaron a su casa esa noche, el papa estaba preocupado. Se preguntaba qué los habia demorado tanto. Solt6 una carcajada cuando le contaron su emocionante historia y, tanto él como la mama, esbozaron una amplia son- risa cuando los esposos Daniels pasaron al dia siguiente para agradecerles nuevamente a los muchachos. 4 Capitulo 6 La carrera del cocodrilc Yvonne Davy escansemos alli abajo junto al lago —sugirid Alfredo Matter. —Con todo gusto -respondié Tom Philips. Durante toda la mafiana los dos hombres habian camina- do por las colinas y los valles africanos, bajo el ardiente sol Rescafes emocionantes tropical. Buscaban un lugar adecuado para un nuevo puesto misionero, y estaban sofocados, con los pies doloridos y con hambre. Pusieron sus armas y su almuerzo en el suelo, debajo de un gran arbol que se abria como un paraguas. Luego, descen- dieron la colina a las zancadas en direccion al gran lago que se extendia por kildmetros frente a ellos. De repente, llegaron a un claro que tenia una franja de arena de playa. Esta brillaba bajo el sol ardiente, mientras las diminutas olas lamian la orilla. Cafias altas y elegantes acariciaban la costa. Pero, en un lugar las caflas eran menos densas, y ese parecia ser un lugar ideal para ir a nadar. -Yo podria darme un chapuzon —dijo Tom. -Si -coincidié Alfredo-. Disfrutaria mucho més mi almuer- zo si pudiera refrescarme y deshacerme del polvo y de la trans- piracion. -iY las cosas que dejamos en la colina? jEstaran seguras? —pregunto Tom. ~Claro. No hay gente por aqui, y aunque hubiese, no se les ocurtiria tocar nuestras cosas. Alfredo, de Suiza, habia estado en Tanganyika tres afios mas que su compafiero estadounidense. En un momento los hombres corrieron por la arena ardiente hasta el agua. —jGuau! Esta fria después del calor de la arena -exclamo Tom, sacando un pie y luego el otro fuera del agua helada. -Y si, jel lago Victoria Nyanza no es una fuente termal! Alfredo vadeo las olas con cautela. Entonces, con un chapoteo Tom desaparecié de la vista y nado cierta distancia bajo la superficie. Cuando salid, se sacu- dio el agua del pelo y los ojos, y miré a su alrededor para ver Se Tee La carrera del cocodrilo a su.compafero. Se rid al ver que Alfredo todavia avanzaba lentamente. —jNo te vas a mojar? Es maravilloso. Una vez que metes la cabeza abajo, ya no se siente el agua fria. —Claro, claro -respondié Alfred-. Voy a nadar en un mi- nuto, pero no me gusta sumergirme en el agua de golpe. Me gusta ir aclimaténdome gradualmente: primero las rodillas, luego el torso, un poco de agua en el cuello, un poco en la frente... —jGallina! -se rid Tom. —jGallina, nada! Ni bien me moje, correremos una carrera, y te mostraré una o dos cosas. —Nadie puede vencer a Estados Unidos —bromeé Tom. —jEso es lo que tu piensas! - volvié a gritar Alfredo—. Suiza puede ser pequefia, pero las cosas buenas vienen en paquetes pequefios. Te dejaré tan atras que pensards que estés parado. Al oir esas palabras, Tom comenz6 a nadar con entusiasmo alo largo de la orilla del lago para entrar en calor para la carrera, mientras Alfredo todavia avanzaba lentamente con su proce- so especial de humedecimiento. De repente, por el rabillo del ojo, Alfredo creyé ver que las cafias que estaban a su lado se agitaban suavemente. Qué serd eso?, pensé. Sera que hay un nido de ave fijado auna cafia? Quizd sea un pato salvaje. Me gustaria tener una cdmara. Se quedo quieto para no molestar, fuera lo que fuese. No aparecio ningun ave, pero el movimiento parecia dirigirse hacia el lago abierto. Las ondas cada vez mas amplias sobre la superficie lo hi- cieron sospechar. Retrocedié lentamente hasta la orilla. De re- pente, del agua surgieron dos ojos horribles desde un “tronco” sumergido.

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