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parecfa indiscutido, el simbito de la a
alta cultura” en particular. Segiin la realista evalua-
nacién genérica de posmodernidad, exige desde luego un anélisis mu
cho mas exhal »s de emprenderio en los capitulos res-
tantes, 0 al menos hacer un inventario de sus elementos necesarios.
Por més concienzudo que sea, el andlisis de la posmodemnidad debe
cidn de David Carrier, “los juicios estéticos implican directamente
juicios econdmicos. Convencemos de que una obra [de arte] es bue- tener el mismo carécrer incompleto, de
1a, y por lo tanto persuadir al mundo artistico [esto es, los eomprado-
res y vendedores de arte] de que es valiosa, son dos descripciones de
una y la misma accién. La verdad de la critica es relativa alo que cree
del arte {...] la teoria se vuelve cierta cuando creen en!
lla una cantidad suficiente de miembros de este mundo” Al frseles
de las manos la facultad de emitir un juicio, los intelectuales no pue-
den sino experimentar el mundo como carente de valores “dignos de debate posmodernista
exe nombre”. En términos generaies, estarfan de acuerdo con la som- to; en cuanto al resto, les encre los muchos tép:
cos del discurso sefialan tendencias duraderas
+4 Guerra Mundial “a diferencia de los hombres de todas estas épocas | encontrar pronto su sitio entre los furores pasajeros de u
anteriores, desde hace algin tiempo hemos vivido sin ningin ideal
compartido, y tal ver hasta sin ninguno en absoluto”.? Con semejante
hhumor, hay que tener mucho coraje para insistir en presentat los valo-
10s de que
tes que uno elige como absolutamente vinculantes. Sin duda, algunos radicional (cumplido o anhelado), descripto por la metéfora
asian , noble pero no noto- jendo gradualmente reemplazado por el que _
iamente eficaz, de fa vor que clama en el desierto. Muchos otros con- mejor capta la metéfora de los “intérpretes". ;Es ésta, empero, una |
siderarfan como una muestra de modestia pragmatica una eleccisn macién irrevocable, o una pérdida momenténea de énimo!
és razonable. En el lapso de alrededor de un siglo que precedis al ad to
~ Esta ha sido una lista muy preliminar de hipétesis que tal vez puedan de la moder lum:
cexplicar la crisis del papel del legislador tradicional (la crisis que parece bre, la respuest protopragmatismo de Mercenne y Gas-
lidad social que se
denomi-
estar detrés del actual discurso posmoderista
sendi. Ese periodo no durs mucho. Los fildsofos pronto unieron
cculta tras a nccién de posmodemismo y, més import
fuerzas para exorcizar el fantasma del relativism al que los protoprag-
3s trataban de dar cabida. Desde entonces, el exorcism
continuado, nunca plenamente exitoso, El malin génie de Descart
Into a Nosotros, Con uno u otro disfraz, confirmada su
Chon canes Arndt Maen Riad Her camp), Thns ef Con
sonora Engevod Clif Pete Hal 185, p20 20,
” Georg Si “The Conflice in Modern Culture”, en The Conflict in Modern
Cue ot btn de K. Poe Ecko Nua Yor, Tenens Co
lig rm 96818,
smo, como si ninguno de ellos se hu-
biera emprendido en el pasado. La modernidad se vivid en una casa
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$B] w32 eAns e fsourerUpluralism, Habermas, por asi decielo, excluye la posibilidad de consi-
dlerar a situacién actual del intelectual occidental como esencialmen-
te novedosa, y exhorta a realizar cambios de un alcance bastante
En cambio, sélo puede percibir las modificaciones recientes en la
intelectual como una especie de aberracién; un lamenta-
ble endurecimiento de actitudes que en una forma més benigna nos
acompatiaron durante muchisimo tiempo; un suceso generado por un
deterioro de ia comprensidn o la caida en errores teéricos; una dolen-
cia que debe curarse con una me}
da, Lo que verdaderamente sucedié, de acuerdo con Habermas, es la
consagrada por el tiempo entre el
hristoricismo (una actitud que admice la pluralidad histérica de verda-
wanque espera que la ciencia aporte tanto la sustancia como la le-
presuponerse), que se transforma en una polaricacién estéril entre el
relativismo (que nieza la posibilided de acuerdo entre verdades) y el
absolutismo (que busea la razén universal fuera e independientemen-
te de ta prictica racional). Las
muleéneamente; el aspecto més erréneo de ambas es el hecho de que
la brecha que crean entre estrategias filos6ficas al
cha que ya no cabe esperar que, en su polar
rmutuamente sus extremismos respectivos.
Es innegable que tanto el relativismo como el absolutismo coexis-
fencias bien definidas en el discurso contemporsineo, y
que el segundo, a causa de los grandes pasos dados por el primero, se ve
obligado a confirmar inditectamente sus presupuestos (lo absoluro ya
ro puede buscarse en la préctica, ni como una gene!
182
si como premisas
cerdependientes, parece que el papel
activo en su entrelazamiento dialéetico corresponde al punco de vista
de que toda buisqueda adicional de fundamentos supracomunales de la
verdad, el juicio 0 el gusto e
y icado de rela
un vigor sin precedentes, por lo menos en
La articulacién que hace Lonnie D.
concepcién contemporinea del pluralismo es una de las ms vividas
que puedan encontrarse en eseritos recientes:
La dispersin del poder palitico y
‘en las sociedades no jerés
- no supane esa unidad o lealtad englobadora
El pluraismo es la existencia de miltiples marcos de referen
‘uno can su propio esquema de comprensién y eriterios de raci
ad. El pluralismo es la coexistencia de posiciones comparables y rie
vales que no deben reconciliarse. El pluralismo es el reconocimiento
de que diferentes personas y diferentes grupos habitan, en un sentido
‘muy literal, mundos irreductiblemente diferentes.?
Mas adelante, Kliever sefiala con énfasis que en un mundo pluralisea
no hay “sistemas indiscutidos de definicicn de la realidad”. Fracasados
todos los intentos tedricos de obtener una solucién negociada
puta, debemos admitir ~insiste — que “las formas de vida se |
ligica y psicolégic: as". Cree que es posible tolerar
‘muy bien esa admisidn, con la condicién, empero, de que sea tan uni-
versal como el acuerdo anter royecto de
verdad universal. Lo que Kliever teme es la continuidad, en un mun-
do pluralista, de las estrategias y el comportamiento consecuente que
World”, en Rubenstein (comp),
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183Set
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1x9 B] 2p oxsondns jap opruas ns wesnpeparte modernista. La ausencia de reglas del juego cla-
toda innovaci6n. Ya no hay ningin
lo un cambio sin direccién, una sucesisn
de modas, en la que ninguna forma sostiene de manera crefble su su-
perioridad sobre las predecesoras, las cuales, por la misma raz6n, se
convierten en sus contemporineas. Lo que sigue es una especie de
presente perpetuo, que recuerda incansablemente un eaético mov
miento browniano més que un cambio secuencial ordenado, para no
hablar de un desarrollo progresivo. Es el estado que Meyer llama “es-
tasis", en el cual todo estd en movimiento, pero nada se mueve hacia
ningtin lugar en particular. En palabras de Peter Birger:
tico en la era
téenicas y estilos se transfiis a una simultar
par. La consecuencia es que hoy en dia
que singin otro [Los movimientos vanguardstas his
ron incapaces de destruir el arve como instirucién; pero st lo hicieron
con Ta posibilidad de que una escuela dada pudiera presentarse con
tuna afirmacign de valider universal
Esto significa, de hecho, "la destruccién de la posibilidad de postular
como vélidas determinadas normas estéticas
El arte posmodemno (que, de acuerdo con la mayorfa de los analistas,
sélo alas vuelo verdaderamente en los afios setenta) ya ha recorrido
hhoy un largo camino desde el gesto iconoclasta de Marcel Duchamp,
que envié a una exposicién artistica un orinal bautizado
y firmado como “Richard Mutt’, con la explicacién de
cho de que el sefior Mutt haya hecho 0 no con sus propias manos el
heor of Acont-Gavde, craducei6n de Michael Shaw, Manc!
ry Press, 1984, pp. 63, 87 [Teoria de la vanguard, Bi
186
manantial no tiene importancia. Lo eligié. Tomé un elemento
no y corriente y lo ubieé de ma que la significacin de u
dad desapareciera bajo el nuevo titulo y punto de vista: ered un
‘nuevo pensamiento para el objeto.” Retrospectivamente, el acto es-
candaloso de Marcel Duchamp, que en su momento se cons
‘mo un desaffo descarado a virrualmente todo lo que simbolizaba la
occidental, parece asombrosamente moderno més que posmo-
lo que Duchamp hizo fue proponer una nueva definicién del ar-
Igo elegido por el artista), una nueva teoria de la obra de arte
(separar un objeto de su contexto habitual: y verlo desde un punto de
vista insélito; hacer de hecho lo que los roménticos habian efectuado
un siglo antes al convertir lo familiar en extraordinario), un nuevo
método de trabajo artistico (crear una nueva idea para un objeto). De
acuerdo con las normas de hoy, el gesto de Duchamp no fue en abso-
luto iconoclasta. Por otra parte, sélo podia vérselo como tal porque
en ese momento las definiciones, las teortas y los métodos ain impor.
taban y se los percibia como las condiciones necesarias y criterios pre-
ponderantes del “io artist Eran definiciones, teorias y métodos
dominantes, reconocidos y universalmente aceptados, a los que Du-
champ podia oponerse radicalmente e impugnarlos. En épocas recien-
tes, sus gestos fueron repetidos y reproducidos en una escala cada vez
mds grande y un radicalismo aparente: Robert Rauschenberg prescin-
ditia incluso de los objetos de confeccisn [ready-madel y dec
eambio exhibir como una obra de arte el acto de borrat un dibujo;
‘Yves Klein invitaria a tres mil refinados miembros del pi
2 un recorrido privado por una galeria vacta; Walter de Maria llenaria
uuna galeria de Nueva York con cien toneladas de tierra y cavaria un
profundo agujero cerca de Kassel, para taparlo después con una cober-
tura tirante a fin de que nadie pudiera verlo El problema, sin embar-
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aioxd UA OwOD BONS|E eULLO}
owpeaoye spus 10dud los rasgos esenciales del
ratividad de ese diseto, sefia
fa premoderna (una ruptura con
nGmeno que captaba con fz mayor ple
modemismo en arte; sostuvo fa rep
lando su virtual ausencia en la pin
cl pasado) y en la vida real (una ruprura con la sociedad, un manifies-
co de la autonomia del arte)! Si bien la primera observacisn no pue-
jetarse, [a segunda parece basarse en un malentendido. En
efecto, en la pintura moderna la cuadricula puede interpretarse como
cl intento més radical y consistence de capear y expresar, en un medio
attistico, la esencia de la realidad soc Ines produc puede v
tun producto del concienaudo andlisis de los rasgos esenciales
del mcd social en a 6poea moder Lévi Straus deco lon or
amentos nambiquara como expresiones subconscientes de la verda-
dera forma de su estructura de poder, de otro modo invisible detris de
Ja cortina de humo de la mitologi. En la pintura moderna, presunta-
mente como resultado de un andlisis plenamente consciente y cienti-
icula decodifica el trabajo de la autorided moderna que
esta on [a actividad de division, clasificacién, categorizacién,
rellenado, ordenamiento y relacin. Obsesivo con respecto a su auto~
rnomia y autoconscientemente concencrado en sus medios y
téenicas como tépico crucial (0 tnico) de su trabajo y Ambito de su
responsabilidad, el arte moderno rara ver rompié con el Zeigeist de la
‘poca moderna; parvicipé plena y entusiastamente en la bisqueda que
ésta encass de la verdad, sus métodos cie su con
viecién de que la zea
la Razén, Los arts
modemistas transmitian en la misma longitud
de onda que sus analistas y criticos intelectuales. Pontan a éstos frente
a tareas que podian manejar aban acostumbrados a hacerlo
por su formacién profesional y la estética heredada e inst
da, Los analistas y erfticas podian considerar como enigm:
"Rosalind E Kis, The Ovgnaly ofthe Avant-Garde and cher Modernist Myc
Boston, wt Press, 1985, p. 2
un desarrollo del arte modemista, pero sabfan que ese enigma tenia
una solucién y posefan los medios para encontrarla.
Por su parte, el enigma planteado por el arte posmodemista verda
deramente desconcierta a sus analistas. La sensacién de perplejidad y
de estar perdidos en el laberineo de los nuevos desarrollos es una re.
sultante de la ausencia de la acogedora
simplemente més
no familiar de lo familiar,
tempo para que pierda su extraiieza y sea
intelectualmente domesticado y que las herramientas que requiere la
tarea estén a mano y uno sabe cémo emplearlas. En otras palabras, el
desasosiego proviene de la incapacidad de los analistes paca cumplit
su funcidn tradicional; el fundamento mismo de su papel social pare-
ce hoy amenazado. Howard S. Becker enuncia con brevedad y preci-
sién cudl fue hasta ahora ese
pretenden simplemente cla
las cosas en categorias tities [..] si-
rho antes bien separar lo meritorio de lo no meritorio, y hacerlo de
uuna manera definitiva (...] La l6gica de la empresa —el otorgamiento
honorificos- exige que excluyan algunas cosas, porque no
“in honor especial en un titulo que todo objeto o actividad
je de la cuestién, A lo largo de Ia era moder.
na, incluido el pervodo modernista, los
8 estéricos mantuvieron,
firmemente en su control el simbito del gusto y el juicio artistico (0 ast
parece hoy, retrospectivamente, en compa rwacidn pro-
ducida por los desarrollos posmodemistas). Tenet el control significaba
manejar, sin demasiados desafios, los mecanismos transformadores de
la incertidumbre en certidumbre; tomar decisiones, emitir pronuncia-
‘mientos de autoridad, segregar y clasificar, imponer definiciones vin-
culantes a la realidad. En otras palabras, significaba ejercer poder sobre
el campo del arte. En el caso de la estética, el poder de ls intelectua-
" Howasd S. Becker, Art Worlds, Uni
ry of California Press, 1982, p. 137
11PROS © "uous nsrpUTOg 32144,
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Y esto mientras el consumidor cultural hace sus propias el <
por esa razén que se lo calificé de “vulgae jste0" e incluso “peque-
Ho bugs) Esa autonomic ji atten “autonomta con res
cto al juicio dela éite~ la que inciea al furor y la condena.
PMA te largo de la mayor parte de fa era moderna, sin embargo, ese
fuarot y esa condena fueron eficaces; protegieron efectivamente la su-
peviovdad del juices frente a ncusiones reales ofertas
como tales. Fueron eficaces pogus en defini Ly vieimas de ls
ataques elitistas los interiorizaron. Como la conciencia de Freud, el
temor a la “vulgaridad’, el cemor a la incompetencia estética, se con-
vireron en “garicines en ciudad conqustdas” de es "os at
ticos” de la clase media, y las salvaguardias mis confiables de la
dominacién elitista. Wylie Sypher capt6 admirablemente este proceso
de interiotizacién:
low produ una hora de avenadas ques iron obi
dios & desechar fos rtuales més antiguos y consticwyeron una clase
Calter dseontenta como nveso# “rabsadores pepe
El malestar culeural que acompas el ascenso de estos tenderos, c0-
‘mo fos llamé francamente Macaulay [permitasenos agregar que el
{que éte usaba como denuesto parece blando e inocuo cuan-
compara con la erry goer pen bers al
imbécil y al ignorante de sus sentimientoe de nul =
Taine o "la mertalal banal” que “al sabes banal dene fe seg
cad de proclama ls derechos de fa baad ¢iponertos donde
quiera” de Orcega y Gasset ~ Z. By, queda puesto de relieve en todo
su dsaesigo en la nocin de wulaidd, ques conve en una
categoria. os valores de Ia clase mei als El temor victorian
set vulg.r(...] es un castigo por ser exitoso. Los hombres exitosos d
ben ser “efinados"*
cérmis
do se
Wylie Sypher, Rococo to Cubism in Ave and Literature, Nueva York, Vintage
Books, 1960, p. 104!
194
El desdén y desprecio de la élice hacia el advenedizo vulgar siguid sien-
do total y las p: para medir el “tefinamiento” se fijaron en niveles
cada ver mas altos, de modo que al advenedizo de ayer le resultara ca.
a vez més dificil suspiraraliviado y decit “he llegedo". Pero la estruc-
tura general de la sociedad moderna, con su culto incomporado de la
educacién, la verdad, la ciencia y la raz6n (y el respeto por Ia autor
dad de quienes encamaban tales valores) garantizaba un mecanisino
través del cual podian absorberse, y por lo tanto neutralizarse, las ame-
‘paras potenciales al jucio elitista. En la préctica la superioried del
juicio estético sofisticedo nunca se puso verdaderamente en cuesticn,
por més frecuentemente que se lo tomara a mal o se lo ignorara. Cuan.
do insistia en que “dodo lo que es hermoso y noble es el resultado de
larazén y el pensamiento” y en que “el bien es siempre producto de un
arte”, Baudelaire, justficadamente prociamado uno de los pensadores
mis profundos de la modernidad, reflexionaba sobre la autoridad sli
damente establecida de la estética y sus sacerdotes intelectuales,'5
Es precisamente esta auroridad la que ahora estd en cuestin; se la
coloca en el centro de la teoria, como tn problema en ver de tn su
puesto, justamente porque se ha vuelea ineficaz en la practice, Subita.
mente resulta claro que la validez de un juicio estético depende del
io” desde el cual se ha emitido y la autoridad asignada a es io;
que la autoridad en cuestion no es una propiedad inalienable, “natu:
tal” del sitio, sino algo fluctuante con la cambiante ubicacién de éste
dentro de una estructura mas amplia; y que la autoridad del sitio tra.
clcionalmence reservado a los eriticos estéticos ~intelectuales exper-
tos en arte~ ya no debe tomarse como un hecho indiseutido,
En Ia percepcién de los expertos artisticos, la incapacidad evi-
dente de los juicios estéticos articulados al modo tradicional (esto
‘6 Charles Boudelice, Baudelaire a a Lierary Crit, Selected Essays, traduccin de
‘Lois Boe Hilsop y Francis E. Hylop, Pennsylvania Stace University Press, 1964, p.
298 [Blame eomintco, Buenos Aires, Schapice, 1954]
195| 96
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doad ns ga,no significa que para hacer de algo arte haya algtin otro medio que
bautizarlo”.!8 pete
En in, para expresarlo rorundament
te (eomo una weorainstiucional de cualquier oe dominio de valor)
da el tiro de gracia al suefio de control de los filésofos. Lo que se puso
en lugar de los principios absolutos a los que sélo ellos tentan acceso y
sélo ellos podian operar es esta evasiva, inmanejable ¢ impredecible
entidad del “consenso”. Los fil6sofos, sin lugar dudas, siempre estu-
vieron a favor de él; después de todo, la bisqueda de consenso fue
siempre el supuesto no escrito ni declaredo pero ubicuo de su propio
los fil6sofos actuaban con el supuesto de que
decir, su propia forma de estar en actividad) no admi-
ina otra causa de viccoria o derrota que el poder del argumen-
Ifque el consenso tuviera que ser la dnica medida del éxito.
Lo nuavo no es la autoridad de aquél, sino el hecho de que el que
ahora parece tener la capacidad de otorgar reputaciones no es el con-
senso de los filésofos. Debe obtenerse también el acuerdo de o:ras co-
marcas no filoséficas, y no hay ninguna seguridad de que ese acuerdo
pueda exi smento. Marcia Muelder Eaton
brinda un excelente ejemplo de los gallardos esfuerzos hechos por los
te6ricos del arte para adaptarse a esta jietante
forma de consenso con autoridad, Eaton I
“verla como una obra (de arte) implica que la discutamos en algunos
aspectos”; acepta que el “discutamos” incluye, aparte de los tradicio-
insticucional del ar-
as y econsmicas”; se esfuerea por
1s que estan por detrds de los
" tan variopintos: para el caso,
cir
ciones sociales,
descubrie (jno por legi
acuerdos posibles entre “miembrc
cualquier aspecto que permita a una persona bien informada e
tun juicio artistico con tn grado por lo menos minimo de certidumby
"Becker, Art Words oct pp 352°353,360,
198
y finaliza su esfuerzo, y su libro, con la siguiente frase: “Si Roberta Pe-
ters profiere un llamado de alce en su concierto de esta noche, ¢habri
cantado una eancién! Tal ver tengamos que esperar las resefis de ma-
fhana para aver
Me he extendido tanto en la situacién de las artes no sélo po
es al sector “estético” de los intelectuales que debemos sobre
nuestra sensacién de ingresar en la era posmodema. Otra razén de la
prolongada digresién es el hecho de que (no por primera vez) es en el
dominio del arte y la critica artistica donde parece comenzar un cam-
bio de frente mucho més amplio del mundo
Repitamos que en ninguna otra esfera de la vi
\ente tan escasa la interfere!
$Y, EN consecuencia, idad de
s. En vez de ser la blanda parte inferior del dominio
1 mundo de la alta cultura fue su linea de fortificaciones
més interna y menos vulnerabl lad, un ejemplo resplande-
ciente pero inimitable para todos, comprometidos como estamos en
ode.
res terenales. La conmocidn dela condicién posmodeme, por le
£0, se sintié ms profundamente donde provocd los cambios més
drésticos e hiro estallar los mitos mis s6lidamente arraigados. Nos
permite por consiguiente ver con més claridad los mecanismos que @
lo largo del mundo intelectual cepercuten en un difindido sentimien-
to de desazén y urgencia por renegociar la estrategia tradi ional del
eee eae captada (0, mejor, ocultada} por la idea de la crisis
posmoderna.
cio del gusto (ya descripto por Kant como “desinteresad”,
con lo que queria decir que slo estaba sometido a la ra26n) ccupé el
centro mismo del mundo intelectual antatio organizado alrededor de
1983, pp.
199sra!osuosoine) wajduse 2
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soursia sage ‘opeyssa] Yop eropEIOW Ey
edlaridad autoimpuestos. Es honesto con respecto
que es la defensa del mundo que nosotros, los intelectuales de Occi-
dente, formados por los dos siglos de historia occidental reciente que
colectivamente contribuimos a formar, consideramos més cercano que
nningin otro que conozcamos @ las normas que establecimos para una
buena sociedad. Para expresarlo de diferente manera, el planceo de
ita los argumentos en favor del tipo de mundo que pue-
lo ha estado haciendo, con restricciones, desde hace al-
tie
vo) que mejor aprendieron a cumaplir los inteleceuales occidentales.
Esto hace que ese planteo sea particularmente interesante; demuestra
{qué dificil, si no francamente imposible, es sostener la supetioridad del
tipo occidental de sociedad en términos objetivos, absolutos o univer-
sales. En el mejor de los casos, el argumento debe ser autorrestringido,
pragmnatico y, por cierto, desvergonzadamente circular.
(Otras reacciones a la condicién posmoderna tienden a ser bastante
‘més confusas. Lo que las ofende u horroriza, y lo que desean salvar
rcuntancias desfavorables, suele estar oculto detrés
sles de la historia © escrategias universales
ss. Algunas, tal vez as menos in-
fuertes que antes, traran los diagnésticos sobre el
‘mo del mundo como una aberracién colectiva y siguen produciendo
“notas a pie de pagina a Plate
080s, probablemente mds est
enfrentan el pluralismo a boca de jarro, aceptan su irreversi
proponen reconsiderar el papel que un fildsofo, o un intelect
mente plural con la misma dimensién de responsabilidad y provecho
antafio investida en el papel de legislador. Tales proposiciones, sin
embargo, se expresan por lo comin en una forma que més que a
ddarnos nos impide entender su objetivo; a diferencia del caso de Gi
ner, las propuestas de abandonar ef suetio de Io absoluto se plantean
en términos absolutistas. Se las presenta como nuevas versiones mejo-
radas de las teorias al viejo estilo y omniabarcativas de la “naturaleza
humana’ o la “naturaleza de la vida social”, o ambas.
Sea cual fuere la estructura del argumento, todas las reacciones de
la segunda caregor
intérpretes. Al ser irrevers
a escala mundial sobre cos
tanschauungen
diciones culturales
auténomas del poder ones se
convierte en el gran problema de nuestro tiempo. Este problema ya
rho parece temporario; no puede esperarse que se resuelva “al pacar”
mediante una especie de conversi6n masiva garantizada por la mat
cha incontenible de la Raza. Antes bien, es probable que nos acom-
pafie durante mucho, mucho tiempo (claro, a menos que su
expectativa de vida se reduzea drdsticamente debido a la ausencia de
, exige con urgencia
wre tradiciones culturales, y los si
igar més central entre los expertos que puede llegar a reque:
vida contemporénea
En pocas palabras, la especialidad propuesta se reduce al arte de la
ia. Esta, naturalmente, es una clase de reaccién
al conflicto permanente de valores para la cual, gracias a sus aptitudes
discursivas, mejor preparados estén los intelectuales. Hablar
gente en ver de combatirla; entenderla en ver de descarcarla o aniqui
la como mutantes;fortalecer la tradicién propia con
so a la experiencia de o
wvisiones y valores y estar todas las We
lamente fundadas en sus respectivas tra-soz
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soatd0d 8] SP 2398 JP A “0159 OPO waIg Joey e aTUEB o| e exeKdaxd
‘sotuaiia souojsnosip se] 10d epmansuoo ‘sayenaoe]a2u SO] ap UOIPIpER‘entre comunidades (tradiciones, formas de
de intérpreves
avia deben desernpefiar de alguna forma el de le-
gisladores: su papel consiste ahora en resolver o arbicrar en casos de
controversia (naturalmente, las contcoversis entre las comunidades y
dentro de ellas reciben dif
munided, lo
sofos pueden y deben asegurar la supervivencia de la cert
dominio de la razén, aunque esta ver exclusivamente por el vigor de
su propia obra,
A primera vista, la distineién parece convincente, Evoca la expe-
riencia de, digamos, un seminario univers
sentes esperan que todos los dems "compartan un vocabulario”, sean
smbros de un “mundo comin”, participen en la dad de
icados”; a esas esperanzas técitas nos referimos en nuestras col
raciones en los semninarios que, por cierto, sin ellas no ser‘an posibles.
Debido a que creemos alcanzado de una ver por todas -o al me
aque se mantiene en vigor a lo largo del debate— un consenso sobre los
supuestos esenciales de la discusién (esto es, las condiciones de comu-
nicacién), podemos buscar un acuerdo sobre la valider de afirmacio-
nes diferentes y hasta contradictorias hechas en ese debate. Hay
reglas que en principio hacen posible dicho acuerdo; por ejemplo, la
autoridad de los "hechos” o la “evidencia empirica”; la aucorided de la
cconsistencia I6gica. Tales reglas nos permiten determinar
los participants racionales y cudles no”. Podemos decid
2 Richatd J. Bernsen, PhiosophicalProftes, Cambridge, Polity Press, 1986,
nos sobre lo que hay que hacer para e.
én. Esta experiencia difiere pronuncia-
damente de, digamos, una sesién de negociaciones entre voceros de
campos reconocidamente enemigos, con respecto ala cual se supone
la contradiccién de intereses, objerivos, puntos de vista, seleccién de
hechos pertinentes, ete; habria pocas esperanas de que la capacidad
dadora de autoridad de la verdad o la aptitud de la consistencia légica
superaran una asimetrfa de los recursos de poder. Las dos ex,
hhacen plausible la di
‘ineercomunitario) de los inte-
de legisladores ¢ intérpretes. El problema,
in embargo, es c6mo trazar la distincién entre las sitvaciones que
cexigen uno u ozro de las papeles.
La erosién del influjo universal del marco dentro del cual se desa-
rollé y cobr6 forma la tradicién intelectual occidental puso al desc.
bierto el vinculo antes invisible entre la validez pragmatica de ea
ny el cardcter comtin de la “forma de vida" o la “comunidad
de significados”. La cuesti6n es, sin embargo, cun grande
nidad. ;A quiénes vincula? ;Dénde deberian trazarse sus fronteras
En su bésqueda de una definicién eficaz de la nacisn, Emest Gell-
ner comprobé que
naciones como una manera natural y caida del cielo de clasificar
1ombres, coma un dest
para
[J Las naciones séla pue
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a!cialmente con la sociedad que deseriben; como un elemento o bien
f bien ajeno, pero que en ambos casos puede eliminarse
la valider del modelo esencial; y como un fenémeno para
dn se requiere un conjunto de factores diferentes de los
la misma sociedad de consumo.
12. Conclusiones: una de mds
Conelusisn, al estilo modemo
aueridad; en cada uno de ellos, fa disponibilidad de teen
nal permite un grado siempre creciente de auronomfa con &
sistema, lo que deja al mercado como tinico vinculo ene los lugares.
Asi, fa racionalizacién de fragmentos del sistema no conduce a la ra-
cionalidad de éste como totalidad. Al contrario, al hacer que el merca-
do sea indispensable como mecanismo primordial de la reproduccién
societal, es ine le que produzca un volumen en constante aumen-
sistémicamence sostenidos, los fragmentos no pueden dar cuenta de su
propia actividad sino en cérminos del pocencial contenido en fos me-
dios y métodos recnolégicos a su disposicién. Al sistema, por su parte,
le resulta cada vee més dificil generas y hacer plausible una legitima-
cién capaz de presentar su funcionamiento como algo més que un
proceso casi natural e incontrolado. Como mecanismo de integracién
siscémica, el mercado tiende a subordinar y subsume todas las legiei-
imaciones concebibles del sistema, El papel del estado se reduce al
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como tales destinads directamente a
‘necesidades genui | ver el tinico contexto en que la
sociedad dominada por el mercado admite la existencia de necesidades
“genuins” en cuanto se distinguen de las “atificiales"), no mediadas
ppt deseos inducidos por el mercado. En una sociedad dominada por
te, la deprivacién se define socialmente como la imposibilidad de
que las necesidades se traduzcan en un deseo de mercanctas y la espe-
ranza de alcanzar la “vida auténtica’, la autonomnia 0 el autoperfeccio-
namiento que éstas monopolizan.
En el caso de los consumido
nomia o autoidentided personal se posterga efe
hen @ mano como sustitucién las apariencias, y de aht que la misin
de la autonomia personal o la vida auténtica se suprima administrati-
vamente. En ambos casos, el puente que une las necesidades indivi-
duales a la racionalidad sistSmica ~puente que tena una figuracién,
tan prominente en el proyecto de la mademidad~ o bien es
esto ha producido la privatiza-
viduales, una disminucién de la
asuntos pablicos y una desaparicién gradual pero
ce del “discurso de legitimacién’. Las pequefias ida.
des de la busqueda personal o sectorial se han “desconectado” del pro-
yecto global de una sociedad racional.
En otras palabras, el proyecto de la modemnidad ha fracasado. ©,
mejor, su implementacién asumié un cariz equivocado. Esto no signi-
fica necesariamente que el proyecto mismo ruviera que abortat 0 estu-
viera condenado al fracaso. Las necesidades a las que fue una
respuesta son tan vividas hoy como lo fueron en el pasado, y las tareas
en procura de un
268
modemidad puso en la agenda, m:
cestrategias sugeridas para su imple
rnen plenamente su
vigencia
sieton completamente a prueba, y por lo tanto no se las puede consi-
derar desacreditadas. E] potencial de la modernidad atin esté
desaprovechado y es necesario redimic su promesa
La necesaria redenciGn requiere, antes que nada, la separacion de
Ro se pus
los valores predominantes de
idad con respecto a las concreciones a las que |
la dominacién del mercado en la versién consumista actual de
situar nuevamente esos valores en
mbito del discurso pablico; su redencién
prictica debe iniciarse a partir de su redencién discursiva, en la cual
vuelve a ponerse de relieve y se hace visible el vinculo indestructible
entre la exaltacién de los valores orientados hacia Ia persona y la
construccién de la sociedad racional. Otra tarea fn
da que debe realizar la redencién discursiva es desechar las prete!
nes del proceso de mercant
un medio adecuado para fi
por la raz6n prictica.
Si algo puede decirse sol
es que hac:
Ja urgencia de la redencién discur
rms grande la importancia del papel que los intelec-
quivocamente su deber. El proyecto de la modernidad se habta
incluido y atin se encuentra en la tradicién cultural que
tuales perpetdian y desarrollan. Como antes, éstos deben i
la sociedad moderna asumid actualmente, y sefiale estrategias realistas
de practica redentora; y, segundo, a través de la promocién de una de.
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