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El Renacimiento
Manuel Fernando Contreras**.

En relación al tema que nos convoca, quisiera desarrollar cinco ideas principales: 1.
Ha entrado en una crisis de carácter global y Terminal el modo histórico comunista de
pensar y hacer la política, y de construir las sociedades. Se trata de una crisis política,
cultural y teórica, a nivel mundial y nacional.

2. Por ello, para continuar siendo revolucionarios, hay que superar aquel modo –hoy
prehistórico- de ser revolucionario, redituando en las nuevas condiciones, lo mejor de la
tradición comunista, y pensar de modo inédito, la política, el socialismo, el partido y la
teoría.

3. Esto significa renacer como partido, o contribuir, junto a otros, a la formación de


un movimiento o un nuevo partido revolucionario y renovado, que compita
democráticamente con las demás izquierdas y restantes fuerzas democráticas.

4. Ese nuevo movimiento o partido será históricamente eficaz, en la medida que


provenga, no de las lógicas de las cúpulas partidarias –oficiales, tendenciales o
fraccionales-, sino del movimiento real de la sociedad. Un movimiento o partido que surja a
propósito de la Política y desde la lógica de los movimientos sociales.

5. Las nuevas ideas y valores, de partido y de política, no son la meta sino el punto
de partida de todo lo que estamos haciendo y tenemos que hacer. Deben surgir y expresarse
desde ahora, en primer lugar entre nosotros mismos. Constituyen lo nuevo en lo antiguo
que perece.

LA CRISIS DEL MODO COMUNISTA


DE CONSTRUIR EL SOCIALISMO.

Los comunistas son por hoy, en la inmensa mayoría del planeta, -con todas sus
reales contribuciones y enormes errores- expresión de la prehistoria del modo de pensar y
hacer la revolución.

Se ha desplomado el sistema socialista en Europa. Si bien allí hubo una gran


eficacia política y técnica, por decirlo así, para asumir la totalidad del poder y dar
satisfacción inicial a los grandes problemas de las masas, no hubo, sin embargo, eficacia
histórica posterior para construir sociedades moral, política y materialmente superiores a las
ofrecidas al instante de hacer e inducir la revolución.


Ensayo aparecido a finales de 1990 en la revista “La crisis del PC. Una discusión”, en medio de la crisis del
sistema soviético y del más profundo debate ideológico y político en Partido Comunista de Chile.
**
Ex-militante comunista, miembro del Comité Central y Director del CISPO. Retirado voluntariamente en
1990. Fue uno de los principales teóricos de la política comunista de Rebelión Popular de Masas contra la
Dictadura Militar.
Se enajenó al pueblo el poder, la propiedad u a cultura, por parte de una minoría
burocrática, partidario-estatal, que terminó, en definitiva, precaviéndose del propio pueblo
que había hecho la revolución.

Las causas son muy de fondo y merecen un análisis aparte, pero, en suma, se
terminó desilusionando al pueblo de la idea y de la práctica socialista, de esa práctica
antidemocrática y, en definitiva, reaccionaria de construir aquello que se ha denominado
como “socialismo reales”.
Ese modo que ha entrado en crisis, es la manera dogmática de pensar y hacer la
revolución, y de concebir al partido y a la teoría. Se trata de un fenómeno histórico, político
y cultural extraordinariamente complejo, respecto del cual Stalin sólo fue su exponente
principal. Esta modalidad dogmática y antidemocrática, entra a predominar a partir de la
muerte de Lenin, y se traslada como esquema universal hacia los partidos comunistas.

LAS TRES ACTAS DE NACIMIENTO


DEL PARTIDO COMUNISTA DE CHILE.

Nuestro partido tiene, hasta hoy, tres actas de nacimiento. En 1912 cuando Luis
Emilio Recabarren forma el Partido Obrero Socialista (POS). Este surge como expresión
del movimiento real del proletariado minero y urbano de esos años, y por lo mismo, está
impregnado de sentimiento y cultura popular. Su refundación como PCCH en 1922, lo
enriquece y lo abre hacia el universalismo que entrañaba el triunfo de la Revolución
Bolchevique de 1917. Existe una tercera acta no escrita, (1927-32) constituida por las 22
condiciones de la Internacional Comunista, ya bajo total dominio del stalinismo, que le
exige a nuestro partido, como condición para su “bolchevización”, desprenderse de la
herencia “liberal burguesa de Recabarren”.

Durante estas tres fundaciones-refundaciones surge aquella doble realidad que


conforma la existencia del Partido Comunista de Chile: un alma nacional, por decirlo así, y
aquella otra que no ha atado y nos ata genéticamente al movimiento comunista
internacional stalinizado, y sus diversas épocas.

Aquella “alma nacional” permitió que nuestro partido, durante un tiempo muy
importante de su historia, desarrollara junto al movimiento popular, grandes habilidades
histórico-politicas, las que contribuyeron, entre otras cosas, a la conquista del Gobierno de
Salvador Allende. Su política tuvo un profundo sentido clasista y de masas, tuvo un
carácter nacional y democrático, contribuyó al desarrollo de la república, de la cultura y el
arte, nacionales. Supo solidarizarse con las causas justas de otros pueblos.

Se podría decir que tales rasgos y aportes fueron posibles en la misma medida que
nuestro partido supo apartarse –en un grado importante- de los patrones comunistas clásicos
de pensar y hacer la revolución en el continente.
LA CRISIS DEL MODO CHILENO DE
SER COMUNISTA.

No obstante el instinto y el olfato político demostrado, se manifestaron plenamente


insuficientes para culminar aquellos hechos históricos que desataba y animaba nuestra
propia política: fuimos capaces, junto al movimiento popular y la UP, de ganar un gobierno
popular, pero fuimos incapaces de llevar hasta el final la revolución. Tuvimos la capacidad
de interpretar el vehemente sentimiento antidictatorial del pueblo chileno durante las
protestas de 1983-86, interpelando directamente a la acción y el protagonismo popular. Sin
embargo, terminamos fetichizando ciertas formas de lucha y perdimos de vista la
predominancia de los factores políticos.

En ambos casos nos deslizamos hacia inevitables derrotas de carácter estratégico,


pues, al igual que los aprendices de brujos, terminamos por quedar a la deriva de nuestras
propias grandes creaciones históricas. No supimos manejar la dialéctica entre la inevitable
violencia social y política –objetivas en ambas circunstancias históricas, más allá de los
deseos y la política comunista-, y la capacidad para discernir qué hacer y hasta dónde era
posible llegar con ella. No se trata de afirmar que lo primero (el Gobierno de la UP) haya
sido prematuro, o que lo segundo (la política de rebelión) haya echado a perder al partido.
Esas afirmaciones superficiales no tienen presente la historia real del país y su lógica.

Se trata, a mi juicio, de que en esos dos casos, el modo de concebirnos como partido
y el modo de concebir y desarrollar nuestra teoría, se pusieron en el sentido inverso y, en
otros, se quedaron muy por detrás de los procesos históricos que nosotros mismos
contribuimos a generar. El autoritarismo partidario, de diseño stalinista, impedía la
confrontación y circulación de ideas distintas, aunque no siempre necesariamente
contrapuestas: resultaba una herejía política y moral afirmar algo diferente a lo sostenido
por la voz oficial. El dogmatismo teórico, por otra parte, impedía ver lo singular, lo distinto
de nuestra realidad, apropiarse con prontitud y eficacia de una realidad que, al igual que
todas, siempre desborda los esquemas de la teoría mal comprendidas.

LA HETERODOXIA
DE LOS MOVIMIENTO EXITOSOS.

En América Latina también ha entrado en crisis el modo comunista, y lo ha sido


mucho antes de la actual crisis del sistema socialista. Ello se ilustra, entre otras cosas, en la
escasa influencia de la mayoría de nuestros partidos, y en el hecho que las dos únicas
revoluciones triunfantes la hayan llevado a cabo movimientos no comunistas.

Los movimientos exitosos, más allá de sus situaciones actuales, se han constituido a
través de varios partidos o tendencias (los plurisujetos de la revolución o la vanguardia
compartida); han sido capaces de expresar la pluralidad de sentimientos y pareceres de sus
pueblos, y, en esa medida, dar lugar a la existencia de diversas corrientes filosóficas,
culturales y religiosas en su interior. En tal sentido, estos movimientos han sido capaces de
atraer a las mayorías políticas y numéricas no en virtud de la adhesión a una determinada
ideología, sino de un programa político de carácter nacional y antiimperialista.
LA REFUNDACIÓN DEL PC
Y LA FORMACIÓN DE UNA NUEVA IZQUIERDA.

A mi juicio, las conclusiones que se puede sacar de los hechos enunciados


sucintamente, debieran conducir a la refundación del PCCh, a una nueva acta de
nacimiento, y dar luego, posterior o simultáneamente, a la creación de un nuevo
movimiento o partido que exprese a la nueva izquierda de carácter revolucionario y
renovada.

En una frase: se trata de cortar resueltamente todas las ataduras teóricas, políticas y
culturales que nos atan a un mundo comunista desplomándose, del cual hemos sido y
somos parte componente.

Esto plante grandes interrogantes.

De una parte, la política que queremos llevar a cabo; además, en base a qué lógica
objetiva –el cómo- surgiremos renovados o daremos lugar a algo nuevo; y, por último,
cómo concebimos al partido que el pueblo de Chile necesita.

A mi juicio, las respuestas teóricas y prácticas a tales interrogantes centrales


deben darse y producirse más bien de modo simultáneo, pues unas determinan a las
otras, y todas en su conjunto irán determinando si aquellas cosas –desde el punto de
vista de la militancia en el partido- se harán con la totalidad del partido, su mayoría o
una parte de él.

Sin embargo, me parece que lo determinante entre estos tres factores simultáneos, es
la lógica social de la cual debemos surgir. Ningún movimiento histórico nuevo ha sido
producto de actividades fraccionales, pues estas no hacen otra cosa que reproducir las
mecánicas conspirativas y autoritarias que intentan negar. Y en tal sentido creo que esa
lógica, de la cual debe surgir lo nuevo, no es lo que proviene de las cúpulas partidarias
(oficiales, o fraccionales), sino de la lógica del movimiento real de la sociedad, la lógica
que provenga de los movimientos sociales, populares, democráticos y progresistas.

La historia de nuestro país nos enseña mucho al respecto.

El POS y, posteriormente, el PC surgieron a partir del movimiento real del


proletariado urbano y minero de esos tiempos; el PS también surgió como producto de la
sociedad chilena de la década del 20 e inicios del 30; lo propio aconteció con el MIR
durante la década del ´60, y ahora último con el PPD a propósito del plebiscito de 1988 y
de las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias. En todos estos casos, los
partidos han surgido obedeciendo a las modalidades conductuales y culturales y a las
necesidades políticas reales de carácter histórico del movimiento social, o de parte de
él, no satisfechas por las lógicas ni los proyectos de los partido precedentes.

Esto plantea preguntas sociológicas respecto de qué movimientos y de qué


necesidades sociales se trata. Pero también fundamentales preguntas políticas respecto de
qué camino seguir, cuáles son los objetivos que hay que plantearse, con quiénes llevarlos a
cabo, esto implica socializar una nueva política de izquierda y, a la vez, politizar los
actuales y los nuevos movimientos sociales con un sentido común popular y un sentido de
la historia, inéditos.

Siempre ha sido más fácil construir un NO al autoritarismo y a lo viejo; pero


constituye un verdadero desafío construir un SI verdaderamente democrático para lo nuevo
que surge. En tal sentido, cualquier nueva orgánica debe acopiar para sí la lógica del
movimiento social, y proyectarla hacia una comprensión política, es decir superior, de la
vida del país y de los asuntos del Estado. Es el papel de la política.

¿Qué se puede decir al respecto?

Tenemos que contribuir a la formación de un partido totalmente distinto, de


trabajadores manuales e intelectuales; social, cultural y espiritualmente pluralista; adherir a
un Programa y Estatutos, y no adhesiones –puramente formales en la inmensa mayoría de
los casos- a ideología; abandonar las ideas del partido único de la revolución, así como las
del partido-rector y el partido jefe de la sociedad, por anacrónicas y autoritarias. Un partido
que, por sobre el centralismo necesario, privilegie la horizontalidad en la creación y
discusión política e ideológica, tanto interna como públicamente. Un partido en donde se
desconcentre el poder territorial y orgánicamente y que, a la vez, desconcentre en
organismos distintos las funciones ejecutivas, normativas y fiscalizadoras. Un partido que
ponga en primer lugar la creatividad y la originalidad individual de sus miembros, y que se
deba a ellos y no al revés. Un partido con hombres capaces de unir el deber con el placer de
militar, capaz de unir el objetivo final con la vida cotidiana de todos los días, un partido de
ciudadanos y no de engranajes. Un partido humano.

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