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Jorge Gelman (2005)

ROSAS, ESTANCIERO. GOBIERNO Y EXPANSIÓN GANADERA

Prólogo. Estancia y política

La historia que se va a narrar toma como punto de partida la conformación de un poderoso sector terrateniente en Buenos Aires en los
años que siguen a la Revolución de Mayo de 1810. Uno de los principales protagonistas de este proceso fue Juan Manuel de Rosas.
Según un libro celebre del historiador británico John Lynch, quien a la vez retomaba el sentido común de los escritos sobre el período,
el gobernador tomó como modelo para su gobierno autoritario y paternalista la experiencia que había acumulado como patrón de
estancias. Según esta visión, Rosas construyó un poder en sus estancias que le autorizaba a ordenar a su antojo todos los elementos de la
producción y el trabajo, en base al miedo y al paternalismo, lo que le permitía la utilización discrecional de los recursos que
monopolizaba. Actuaría de la misma manera con el gobierno de la provincia. Esta relación entre la estancia -arcaica, bárbara y
manejada de manera despótica por el estanciero- y el sistema político predominante en la primera mitad del siglo XIX es común en la
literatura sobre la época. Sarmiento fue uno de los primeros en resaltar este tópico en su gran obra, Facundo, que escribe desde el exilio
durante el gobierno de Rosas. Y, como es evidente en Sarmiento, el traslado del aprendizaje de la estancia al mundo de la política no
puede resultar más que en la construcción de gobiernos despóticos y sangrientos, no sujetos a otra regla que la del patrón/gobernador.
Sin desconocer los aspectos coercitivos del rosismo, estudios recientes han tratado de bucear en los mecanismos consensuales utilizados
por el régimen de Rosas para construir su legitimidad e imponer la autoridad del Estado que los gobiernos anteriores no lograban
establecer. Algunos de esos trabajos han comenzado a pensar esa etapa como una solución negociada, resultado de la fenomenal crisis
política y social derivada del fin del orden colonial. Una parte de la explicación de estas crisis intermitentes remite a la incapacidad de
las elites para canalizar las energías de los sectores populares movilizados durante la revolución. En ello residiría una de las
originalidades del gobierno de Rosas, quien tomó en cuenta esa realidad y actuó en consecuencia. La hipótesis que propone el ensayo es
que esa perspectiva política y sobre todo la necesidad de organizar a los grupos sociales subalternos y negociar con ellos, fueron
aprendidos por Rosas en parte durante su experiencia como propietario rural. A la vez postulamos que la necesidad de restablecer la
autoridad del Estado y la paz social condicionó la capacidad de Rosas y de los estancieros en general para imponer cambios radicales en
la economía agraria luego de la Revolución. En su experiencia como estanciero, el Restaurador de las leyes tuvo que discutir las
condiciones de explotación de los recursos y los derechos de propiedad con los sectores medios y humildes del entorno rural.

Capítulo Uno. Expansión Ganadera

Durante todo el período colonial la actividad central de estos sectores se encontraba e el comercio y el contrabando a través del puerto de
la ciudad. Y este comercio tenía como motor principal la articulación de regiones muy alejadas de Buenos Aires. Ni siquiera durante la
época del Virreinato del Río de la Plata este comercio tuvo como eje la exportación de los productos del entorno agrario de la ciudad,
sino la recolección de la plata producida sobre todo en el cerro rico de Potosí. Esta plata se diseminaba por todo el territorio virreinal y
los comerciantes de Buenos Aires trataban de recolectarla mediante un intenso comercio con todas esas regiones. A cambio de ella traían
mercancías europeas y esclavos africanos, con los que se recomenzaba el circuito una vez más. Es verdad también que desde los inicios
de la colonización española del territorio había una producción agrícola en Buenos aires destinada sobre todo al consumo de la población
local, así como una ganadería orientada al mismo fin y a proveer de mulas al espacio interior americano. Pero estas actividades nunca
constituyeron el eje económico de la ciudad puerto durante la colonia, en especial de sus poderosas elites comerciantes. Un reflejo
directo de ello es la escasa preocupación de la administración local y de los grupos dominantes de la época en expandir la frontera rural
de Buenos Aires, que hasta fines de la colonia se mantuvo prácticamente limitada por el Río Salado.
De esta manera, la economía agraria que se desarrolló en este corredor era bastante diferente a las imágenes que la pintan exuberante de
animales, de estancieros todopoderosos y de gauchos henchidos de comer carne a su antojo. Se trataba, en rigor, de una sociedad de
pequeños y medianos productores que producían cereales y otros bienes agrícolas para abastecer a la ciudad de Buenos Aires. Existía
también un grupo de productores de mayor entidad; pero estos eran bastante modestos, en tanto que la mayor parte de la producción
estaba en manos pequeñas y medianas. Si bien algunos de los más grandes productores podían recurrir al trabajo asalariado y esclavo, la
mayoría de los agricultores y pastores, cuando necesitaban trabajo extra-familiar, lo obtenían mediante mecanismos de reciprocidad con
sus vecinos o sistemas como el agregado o el poblador. Estos sistemas, a su vez, se amparaban y mezclaban con una larga serie de
tradiciones y prácticas, algunas de origen peninsular, otras inventadas localmente. Así, por ejemplo, si agregarse o poblarse en tierras de
otro podía tener una funcionalidad para el jefe de la unidad productiva receptora -como forma de conseguir mano de obra eventual- esta
acción se amparaba a la vez en una vieja tradición por la que una persona que se encontraba en una situación de extrema necesidad tenía
derecho a la protección del más pudiente. Así, una larga experiencia había legitimado ciertas prácticas como el derecho a tener acceso a

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leña de consumo o a las piedras en tierras de otro, a perseguir avestruces o cazar nutrias. Incluso en cierto contexto era aceptable
alimentar a los animales propios a costa del pasto ajeno.

Mirando a Potosí

Todo esto era posible en una sociedad en la que la propiedad privada de la tierra no estaba tan generalizada ni tenía el mismo sentido que
en las sociedades contemporáneas. El proceso de apropiación privada de la tierra estaba lejos de haberse consolidado en la campaña, y
este derecho coexistía con el acceso bastante amplio a tierras públicas y diversos mecanismos que daban paso al usufructo de ciertas
parcelas, sin que esto implicara reconocer derechos de propiedad privada. Por lo tanto, aún en los casos de existencia de propiedad
privada con títulos legales, se trataba de una propiedad condicionada por derechos y costumbres como los mencionados. Todo esto era
posible sin que provocara grandes conflictos, en una etapa en la que los negocios de las elites pasaban centralmente por otros lados. En
este espacio les preocupaba más bien mantener la tranquilidad social y asegurar el abastecimiento de los bienes de consumo
imprescindibles para la ciudad. Y estos parecían asegurados por las condiciones existentes.

Colapso español

La situación cambia bastante luego de la Revolución. El colapso del Imperio español, la crisis de la producción minera potosina y la
ruptura del espacio interno de intercambios que constituía el Virreinato provocan un cambio drástico en los intereses de la región porteña
y de sus grupos dominantes. El fin del monopolio comercial y la apertura los mercados externos que demandaban cada vez más
productos primarios como los cueros constituyen un fuerte aliciente para que se produzca en Buenos Aires lo que se llama la expansión
ganadera. El primer síntoma de este cambio es la ampliación territorial de la provincia, que pasa por primera vez la frontera del Río
Salado. Esta expansión de la frontera y del stock ganadero se había dado en parte de manera espontánea por la iniciativa de vecinos que
pasaban la vieja frontera y comenzaban nuevos emprendimientos. Pero también se dio un fuerte impulso por parte del Estado de Buenos
Aires que ahora veía la necesidad de expandir el casi único negocio que les quedaba luego de la crisis colonial y que prometía pingües
ganancias para los estancieros, así como ingresos fiscales consistentes para las exhaustas arcas estatales. En este período, y amparados
en políticas de tierras que los favorecían, se constituyeron algunas inmensas fortunas agrarias. Este grupo promoverá una serie de
cambios importantes en las condiciones de vida y en las reglas de juego de la sociedad y economía locales, dirigidos a sacar todo el
provecho que la actividad agraria les prometía. Por un lado defenderán la libertad de comercio exterior para asegurar la colocación de los
excedentes ganaderos en los mercados internacionales en las mejores condiciones, a la vez que prefieren la libre importación de
mercancías extranjeras como modo de incorporar bienes manufacturados de calidad y a precios más bajos que los producidos
localmente.

Termina el recreo.

Junto a estas políticas comerciales las elites promoverán una importante reformulación en los derechos de propiedad sobre la tierra y los
bienes en general, como un modo de garantizar el libre uso y goce de sus posesiones. También impulsarán reformas orientadas al
disciplinamiento de la población más pobre y a la constitución de un mercado de trabajo que les asegure una provisión razonable, y lo
más barata y dócil posible, de mano de obra dependiente. En esos años aparecen una serie de escritos que van estableciendo una especie
de programa de reformas en el sentido indicado por los intereses de los grandes propietarios. Entre ellos interesa destacar las famosas
Instrucciones a los Mayordomos de Estancias, escritas por Rosas hacia 1820. Entre los elementos centrales de dichas Instrucciones se
destacan una serie de órdenes destinadas a liberar las tierras que administra el estanciero de todo compromiso con terceros, haciendo
respetar la plena propiedad de sus titulares. Muchos estudiosos han considerado estas Instrucciones como una muestra clara de la
construcción de un nuevo orden capitalista que terminaba de una vez y para siempre con las costumbres y prácticas de origen colonial,
aseguraba nuevos y plenos derechos de propiedad y la constitución de un mercado de trabajo fluido. Sin embargo, había una brecha muy
grande entre la voluntad de reforma del gran propietario y su capacidad para imponerla.

Capítulo Dos. El Gran Emporio


Rosas fue uno de los mayores y más ricos estancieros de la primera mitad del siglo XIX. Provenía de una familia de destacados
propietarios del sur bonaerense y adquirió una importante experiencia como administrador de los campos de sus primos, los Anchorena.
Simultáneamente comenzará a desarrollar su propios emprendimientos, en un primer momento como parte de una sociedad con Luis
Dorrego y Juan Nepomuceno Terreno, que funcionó hasta 1837, cuando la sociedad se divide y Rosas se independiza como propietario
rural. La historia de esta asociación es bastante conocida. Se funda en 1815 con la instalación de un saladero en Quilmes. En 1817
adquieren una propiedad importante en la Guardia del Monte, sobre la margen interior del Salado, donde comenzara a funcionar la
mítica estancia Los Cerrillos. En 1818 Rosas, en nombre de la sociedad, solicita a las autoridades un terreno al exterior del Salado para
poder colocar el ganado que dice tener y al mismo tiempo ocuparse de aplacar a los “indios infieles”. En octubre de 1818 se acepta la
denuncia y en enero del año siguiente -un tiempo record- se mensuran los nuevos terrenos. En 1821, la sociedad adquiere la estancia de
San Martín, de dimensiones más modestas, pero ubicada mucho mejor en relación con los mercados ya que se encontraba en una zona

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de vieja colonización y cercana a la ciudad de Buenos Aires. Todas estas estancias serán puestas en explotación y crecerán a lo largo del
tiempo; pero a mediados de la década parecer haber problemas en la sociedad y el gobernador de Buenos Aires empieza a preparar el
camino para articular un emporio estanciero en soledad. En definitiva el gobernador quedará como propietario particular de un enorme
complejo que incluye la estancia de San Martín en el partido de Cañuelas, la estancia que compró a Videla en el partido de Monte en
1836, que llamará Rosario, y la estancia del exterior del Salado llamada Chacabuco. Esta última propiedad es la que más crece a lo largo
de los años, habiéndose al menos duplicado en el largo gobierno de Rosas. A esto se debe agregar el saladero/matadero que Rosas tenía
en su cuartel general de Palermo que, con las otras propiedades, constituía un verdadero complejo que realizaba las más diversas
actividades agrícolas y ganaderas, articuladas entre sí desde Buenos Aires, y que convirtieron al gobernador en uno de los mayores
empresarios rurales del período.

Mundo rural

Rosas siguió perfectamente la evolución del mundo agrario pampeano dedicándose al saladero cuando esta actividad empezó a adquirir
importancia, fomentando los cultivos en las regiones más apropiadas para ello, implementando la cría de ovinos y su progresivo
refinamiento al calor de la expansión de su exportación y el alza de sus precios y promoviendo la cría del ganado vacuno en la frontera
en grandes cantidades para faenar en sus propias instalaciones en el mercado de Buenos Aires. Sin embargo, en lo que no seguía al
promedio de su época era en la magnitud de sus actividades agrarias. Rosas se convirtió en uno de los mayores terratenientes y
ganaderos de Buenos Aires y el tamaño de sus emprendimientos estaba excesivamente lejos de la media. Sin embargo, ese medio social
dominado por pequeños y medianos productores, la abundancia relativa de tierras y la fuerte inestabilidad política del período
aparecerán como condicionantes severos de las actividades del gobernador y de los grandes propietarios en general.

Capítulo Tres. Gobernador y Pobladores


Para buena parte de la historiografía el dominio terrateniente en el terreno económico-social y el caudillismo en el político aparecían
como complementos explicativos del desarrollo histórico en el período que sigue a la Revolución. Pero la actuación de Rosas como
estanciero y en especial la relación con los pobladores rurales que se vinculan con sus propiedades no parecen confirmar este
diagnóstico. Más bien lo que se observa son las enormes dificultades que tiene para imponer sus planes como propietario, sobre todo
cuando éstos entran en conflicto con las prácticas aceptadas por una sociedad rural compleja y movilizada por la crisis
posrevolucionaria. Esto queda claro al analizar la correspondencia entre Rosas y los administradores de sus estancias. A través de ella se
confirma que, a pesar de las leyes que el gobernador o sus antecesores firmaron desde el gobierno y de las estrictas órdenes que en su
juventud dictara en las Instrucciones a los Mayordomos, siguen reiterándose en sus estancias problemas como la sustracción de
animales y las constantes mezclas de ganados, el recurso a le leña de los montes ubicados en tierras ajenas o la tolerancia para la caza de
avestruces y nutrias en cualquier terreno. En ocasiones, Rosas soportará éstos y otros problemas que le impiden aprovechar plenamente
sus propiedades; otras veces intentará reprimirlos.
Uno de los problemas más importantes en este sentido parece haber sido la dificultad para fijar los límites de la propiedad, evitar las
mezclas de ganado, la invasión de sus tierras por animales ajenos y aún los robos de los propios. Rosas intentará combatir estos
fenómenos y será intransigente cuando se descubra algún robo de sus ganados. Las cartas que refieren este tipo de situaciones son
innumerables y varias de ellas trasuntan además la sensación de impotencia de los administradores para acabar con la situación. Una de
las soluciones principales que intentará aplicar el gobernador para limitar estos problemas es el recurso a los pobladores. A pesar de que
ya en las Instrucciones prohibiera la presencia de pobladores, recurrirá a ellos casi constantemente y en todas sus estancias. Cuidar los
límites parece haber sido la preocupación central de Rosas al autorizar pobladores con sus familias y sus propias actividades en las
estancias que controlaba.

Evitar conflictos

Esta necesidad de poblar los límites de las tierras implicaba que el propietario no podía disponer de una parte de sus tierras y pasturas y
que muchas veces, bajo la apariencia de un campo muy poblado de personas y animales que se supone son de su propietario, se
encuentran un enjambre de pequeños o medianos productores que trabajan por su cuenta. Esto es lo que sucede en las tierras de Rosas,
no sólo con los pobladores sino incluso con algunos de sus capataces y peones. El gobernador se cuida mucho de enfrentarse
inmediatamente con los pequeños productores. Éstos últimos poblaron esas tierras y, a través del arriendo u otros mecanismos,
adquirieron ciertos derechos reconocidos en esa sociedad. Y como obviamente quiere sacar provecho del capital que invirtió, se ve
obligado a buscar tierras alternativas para aquellos pobladores que no piensa dejar en las suyas.

Límites y derechos

Como se ve, los pobladores parecen cuestionar en cierta medida los plenos derechos de propiedad del titular legal de la tierra, quien con
cierta frecuencia se ve obligado a recordarles quien es el dueño y señor del lugar. Resulta claro que los pobladores terminan adquiriendo
ciertos derechos sobre las tierras que pueblan y la propiedad plena de los bienes que allí tienen. Y el dueño de los campos, que les

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autorizó a instalarse allí, se ve obligado a comprarle esos bienes cuando se marchan, sino quiere que se instale en las mismas tierras
alguien que no responda a los mecanismos de reciprocidad acordados. La población no se establece sólo como un mecanismo funcional
a los intereses del propietario, sino que también genera situaciones que lo perjudican y pueden poner en cuestión sus derechos de
propiedad. En algunos casos se puede verificar que muchas de estas poblaciones son el resultado de las presiones de los vecinos que
buscan y se consideran con ciertos derechos a solicitar hacer población en tierras ajenas que no estén plenamente utilizadas.
La otra cuestión que limita la capacidad del propietario de utilizar plenamente sus tierras tiene que ver con la mano de obra: algunos de
los trabajadores dependientes de la estancia, además de los salarios que reciben o de algunas raciones, obtienen la autorización del
propietario de criar sus propios animales en esos terrenos. Esto es muy claro en el caso de los administradores que, además de los
abultados salarios que reciben, realizan una producción propia en tierras del gobernador. A veces sucede lo mismo con los capataces de
los puestos que se instalan allí con sus familias.
Obviamente esta tolerancia tiene que ver con otro problema, que es el de las dificultades para conseguir y controlar la mano de obra que
necesitaba para sus explotaciones.

Capítulo Cuatro. Peones de Campo


Los estudios sobre los peones de campo en la época rosista señalan como rasgo predominante la lucha de los grandes estancieros con
una población de tipo gauchesca a la que querían someter a conchabo para garantizar sus necesidades crecientes de mano de obra.
También se insistía en que el poder de los estancieros en la campaña y el apoyo decidido de un Estado cada vez más controlado por ese
grupo permitieron ir sometiendo a esa población con la ayuda de una batería de medidas legales: las leyes de vagancia, la obligatoriedad
de la papeleta de conchabo, la restricción a las pulperías volantes, etc. Había asimismo un creciente despliegue del aparato estatal en la
propia campaña y una creciente militarización que habría servido como instancia disciplinadora de esa población rural. Una parte de la
historiografía cuestionó estas imágenes. En primer lugar, planteó la existencia de una concurrencia más que de una complementariedad
entre el Estado y los estancieros por una población masculina escasa, que aquel necesitaba convertir en soldados y éstos en peones. A la
vez, se señaló la dificultad de pensar las estructuras militares como instancias de control, ya que esas mismas estructuras respetaban
poco las leyes en general y la propiedad en particular. Finalmente, se planteó que la escasez de trabajadores se imponía como un tope
muy preciso al control de los estancieros sobre esa población, que por su parte supo aprovechar esa circunstancia para negociar mejor las
condiciones de trabajo en las estancias. También se deben añadir los condicionamientos que imponían a los estancieros la existencia de
una oferta de tierra muy abundante y la persistencia de una población rural predominantemente campesina. El recurso que habían
utilizado los estancieros a fines de la época colonial era una población de migrantes del interior, así como una creciente porción de
trabajadores esclavos. En cuanto al primer sector su flujo parece haber continuado en la primera mitad del siglo XIX, atraídos por las
posibilidades de trabajo y de tierra. Sin embargo, se planteaba un problema muy serio con ellos por la inestabilidad política, por las
guerras y porque era el sector más susceptible de caer en las garras de los oficiales reclutadores. Muchos de los reclutados conseguían
escapar de sus oficiales y los estancieros se ofrecían muy prestos a ocultarlos y darles trabajo en sus estancias, evitando que se los
llevaran de nuevo.

Reclutamiento forzoso

La voracidad de los ejércitos y milicias en reclutar hombres en la primera mitad del siglo XIX era insaciable y esto podía poner en
cuestión todo el sistema de trabajo en las estancias. Esta situación podía tornarse dramática en los peores años de guerra exterior o de
conflicto civil. Un ejemplo catastrófico en este sentido fue el bloqueo francés de 1838-40 y, sobre todo, el alzamiento antirosista de la
campaña sur a fines del ’39.
La otra solución colonial a la demanda de trabajo estable en las estancias eran los esclavos africanos. También los esclavos parecen
haber aprendido a ampararse en la nueva situación creada por la Revolución y la necesidad que de ellos tenían los gobiernos para
defender mejor sus derechos. Lo cierto es que los esclavos fueron cada vez menos y los propietarios tuvieron que contentarse cada vez
más con los peones libres y por lo tanto estos pasaron a conformar casi la única fuente de trabajadores estables en las estancias.
Entonces, por lo menos desde mediados de la década del ’30, las fuentes de mano de obra para la estancia eran más limitadas y habían
perdido un elemento, la esclavitud, que demostró ser muy eficaz para ellas en el pasado.

Lugar de los indios

El cautivo, es una categoría de trabajador compuesto por indígenas, claramente diferenciada de los peones ordinarios de la explotación y
con un trato más parecido al de la esclavitud. Algunos de ellos parecen haber sido entregados al gobernador por pueblos de “indios
amigos” y no tenían libertad para contratarse donde quisieran, sino que debían permanecer en esas explotaciones. Sin embargo, la
capacidad de retener en las mismas condiciones y manipular a estos indios cautivos disminuye en la década del ’30. Las propias
alteraciones políticas y sociales de finales de la década parecen haberles abierto una brecha para presionar y negociar su status en las
estancias, que terminaba por cuestionar todo este sistema de explotación. Lo cierto es que desde 1840 los cautivos desaparecen como
categoría de trabajadores en las estancias del gobernador. Desde fines de 1839 se produce una agudísima escasez de brazos que parece

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continuarse al menos hasta 1842 y que se refleja a partir de esos años en un incremento notable de los salarios de todos los tipos de
trabajadores.

Vienen los gallegos

Esta escasez y carestía de trabajadores llevan a Rosas, a mediados de la década del ’40, a recurrir a otro expediente para tratar de
solucionarlos: los peones gallegos ¿Pero quiénes son estos gallegos? Se trata de trabajadores españoles a quienes el gobernador les paga
el pasaje para que vengan a Buenos Aires con el compromiso de trabajar en sus propiedades por un salario; y de este sueldo se iría
descontando el valor del pasaje hasta saldarlo y, en ese momento, se convertirían en peones libres. La ventaja para Rosas era la relación
de dependencia generada por el endeudamiento que le autorizaba a fijarles un salario bastante más bajo que el que les pagaba a los
demás peones. Y, de paso, aseguraba su presencia en sus propiedades hasta que saldaran sus deudas. Si entre 1844 y 1845 estos
españoles, mientras van siendo adiestrados, empiezan a cumplir funciones primordiales en las estancias garantizando una presencia
estable y barata de peones, también con bastante rapidez empiezan a saldar sus deudas y a resistir las condiciones desfavorables que les
había impuesto el gobernador. Como se ve de nuevo, y más fácilmente que en el caso de los cautivos, estos trabajadores consiguen
cambiar su status y alcanzan condiciones de empleo parecidas a los demás trabajadores libres.
Por otro lado, existían los trabajadores ocasionales por día o por tarea. La existencia de este tipo de trabajadores se vincula por un lado
con algunas tareas de la estancia que tienen una demanda estacional muy aguda. Pero también aparece como una opción de esas mismas
personas que prefieren este tipo de contrato que les otorga mayor libertad y sobre todo salarios mucho más altos, aunque por períodos
más cortos. Se trata centralmente de los que se ocupan de la trasquila de ovejas y reciben un salario por cantidad de ovejas trasquiladas.

Vivir al día

Existían también los peones por día. Éstos eran contratados mayormente por unos cuantos días en algunos meses, cuando las estancias
los necesitaban para faenas extraordinarias como la yerra y castración de animales. Estos peones por día tenían varias armas para
conseguir imponer sus puntos de vista. La más importante era seguramente que de la escasez general de peones de campo, la más
acuciante era la de los diestros en las faenas a caballo. Entre estos últimos se reclutaba la mayoría de los peones por día, en particular
entre aquellos que poseían sus propias tropillas de caballos y podían suplir la escasez de animales de montar que padecían los
estancieros. El trabajo por día, entonces, aparece a veces como resultado de la demanda estacional de las estancias, pero también como
consecuencia de la escasez de peones que se deseaba contratar por mes y por lo tanto como una estrategia de una parte de la población
masculina rural.
Finalmente estaban los peones y capataces mensuales. Los trabajadores que entraban en estas categorías eran más estables que los
anteriores, pero no eran muchos los dispuestos a hacerlo y, sobre todo, no por mucho tiempo.

Capítulo Cinco. Coerción y Resistencia


Rosas intentará utilizar los instrumentos que le otorga el poder económico, social y político que le confiere su situación para limitar las
aspiraciones de los pobladores de la campaña en general y de sus propios empleados en particular. Por un lado, el estanciero pone en
juego las amenazas y la coacción descarnada; también recurre al paternalismo, a la protección frente a las leyes coactivas que el Estado
(y él mismo como gobernador) implementó para limitar la movilidad y libertad de la población más pobre, así como frente a la amenaza
siempre presente de los reclutamientos militares.

Cambiar algo

A pesar de todo esto, el éxito de Rosas en reclutar peones mensualizados es bastante relativo y deberá utilizar otros recursos, que son sin
duda los más frecuentes: los estímulos salariales y la mejora en las condiciones de trabajo. Por supuesto que Rosas, al igual que
cualquier estanciero importante, tratará de pagar los salarios más bajos posibles a sus trabajadores. Sin embargo, su capacidad para
hacerlo es limitada por las opciones que éstos poseen y que les confiere una importante capacidad de resistencia. Esto se hará evidente
en os momentos de grandes necesidades de las estancias y de aguda escasez de peones por circunstancias como las guerras, los
conflictos políticos o coyunturas climáticas adversas. Los pedidos de aumento salarial, las quejas y las alteraciones de los peones y
capataces aparecen reiteradamente en las fuentes que provienen de las estancias.

Evolución salarial

En relación a los capataces y peones libres, se da una muy fuerte estabilidad en sus salarios nominales hasta 1842 y luego subas bastante
espectaculares. Comparados con los de los peones por día y los de la esquila por tarea, la situación tiende a homologarse. Estos años
serán críticos para los estancieros por varios motivos que se agravan con el levantamiento del sur de finales del ’39 y la invasión de la
provincia por Lavalle en 1840.

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A mediados de la década del ’40, en cambio, las alzas en los salarios de todas las categorías corren parejas, aunque una de ellas parece
salir relativamente favorecida. Se trata de la paga recibida por los peones por día que llegan a triplicar el salario nominal, mejora que
recién alcanzan los peones mensuales en el año 1849. Estos incrementos salariales de mediados de los ’40 están reflejando por un lado
las dificultades de las estancias por la escasez de peones generada desde 1840.

¿Dónde está el negocio?

Para evaluar el impacto de estos cambios en la rentabilidad de la estancia, lo más útil es considerar la relación de los salarios con los
precios de exportación. En este sentido, se observa una relación favorable al estanciero entre 1838 y 1842 por el alza del precio de lo que
vende y la baja en términos relativos de lo que compra (el salario se mantiene estable). Sin embargo esto es sólo una apariencia que los
terratenientes no pueden aprovechar plenamente. Desde inicios del ’38 los grandes estancieros no pueden exportar casi nada por el
bloqueo del puerto. De 1843 a 1845 la situación se torna desfavorable a los estancieros cuando deben incrementar los salarios de sus
trabajadores, mientras los precios de sus exportaciones están experimentando un ligero descenso. La tendencia se revierte levemente
después, pero, para entonces, ya habrá comenzado el segundo bloqueo, ahora franco-inglés, que durará hasta 1848.

Conclusiones. El Régimen de Rosas


Resulta evidente que hay un cambio en el rumbo económico de la región y un importante crecimiento del sector agrario. Algunas de sus
señales más claras son un aumento bastante espectacular de la población, la difusión de los poblados en la campaña, la expansión
arrolladora en la frontera y los territorios controlados por la provincia. Otro indicador es el aumento del stock ganadero y de las
exportaciones de origen pecuario. A pesar de muchos inconvenientes, las extracciones de mercancías mediante el puerto de Buenos
Aires se incrementan constantemente desde unas 700 mil libras esterlinas al año, en 1822, hasta más de 2 millones al año antes de la
caída de Rosas. Este proceso de expansión ganadera parecía aprovechar la disponibilidad relativa de los factores de producción: mucha
tierra y poco trabajo hacían conveniente el desarrollo de la gran estancia vacuna extensiva. Y en esto el Estado acompañó, facilitando
ese proceso de apropiación extensiva. Se ha puesto de relieve la continuidad en la presencia de un número destacado de pequeñas y
medianas explotaciones agrarias durante toda la primera mitad del siglo XIX. Por lo tanto, el nuevo peso económico del puñado de
grandes propietarios no puede ser subvalorado; pero tampoco se pueden cerrar los ojos a esta testaruda persistencia de la pequeña y
mediana explotación. El peso económico de las nuevas grandes estancias hacia que el porcentaje de la riqueza rural en manos de los
pequeños y medianos propietarios fuera menor que en la época colonial. Sin embargo, el crecimiento general de la riqueza y otras
condiciones dejaban a los menos ricos una cantidad de recursos que seguía siendo importante en términos absolutos.

Los límites

La construcción del emporio estanciero de Rosas sigue unos patrones que parecen bastante clásicos y que pintan al gobernador como un
práctico empresario. Se inicia tempranamente como saladerista, cuando esta actividad empieza a despegar en la región. Al principio
junto a sus socios y más tarde solo, se va convirtiendo en un gran estanciero, aprovechando las oportunidades que le brinda la expansión
de la frontera para ocupar terrenos a un costo muy bajo. Aunque difícilmente se pueda afirmar que se encontraba en la vanguardia de la
innovación agropecuaria del período, puede ser ubicado como un hombre de su tiempo, preocupado por someter a rodeo el ganado
vacuno, que introduce en sus estancias la alfalfa para invernadas, que intenta mejorar la calidad del ovino, etc.
En lo que hace a los límites del crecimiento de la gran estancia y los condicionamientos que le imponía a Rosas la realidad que lo
circundaba, aparecieron como muy variados y fuertes. En primer lugar, las coyunturas climáticas no parecen haber sido muy favorables
en la primera mitad del siglo. Sobre todo con una sequia que resultó ciertamente desastrosa en sus efectos entre 1829 y 1832 y también a
mediados de la década del ‘40. Tanto o más importante que esto parece haber sido la coyuntura política. En primer lugar, los conflictos
externos que incluyeron bloqueos del puerto y provocaron la suspensión de las exportaciones por períodos bastante prolongados. Junto a
esos conflictos externos, la perenne crisis con la Banda Oriental, los conflictos interprovinciales e intraprovinciales. Éstos no sólo
alteraban el ritmo de las exportaciones, sino quizá sobre todo las condiciones que necesitaba una estancia para producir, en primer lugar,
la disponibilidad de trabajadores para las estancias. Con todos estos trastornos, la voracidad del Estado en reclutar hombres no tenía
límites y se convertía en intolerable en los momentos de mayor crisis política.

Resistir y negociar

Los problemas coyunturales no eran sin embargo los únicos ni los más importantes. Su importancia se veía magnificada por la presencia
de una estructura económica y social que venía de la colonia, que había constituido a través del tiempo una serie de prácticas sociales
que los gobiernos antecesores de Rosas no habían logrado modificar sustancialmente. Es más, la expansión de la frontera con la
incorporación acelerada de nuevas tierras para explotar no hace sino aumentar las posibilidades para el desarrollo de viejas prácticas de
asentamiento y puesta en producción de las mismas. La persistencia de este mundo campesino no sólo cuestiona los plenos derechos de
propiedad del gran estanciero sino que condiciona fuertemente la oferta de trabajo para sus estancias. Si el gobernador debe descansar
sobre todo en los migrantes e intentar reclutar mano de obra coactiva para sus estancias, no es sólo porque la esclavitud se va

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extinguiendo, sino también porque una buena parte de la población rural tiene como opción la producción independiente. La alternativa
para conseguir esos peones, entonces, se limita sobre todo a los estímulos en el trabajo y, ante todo, a los salarios. Y, aunque se
aumenten los salarios esto no garantiza conseguir los suficientes peones mensuales y se tiene que recurrir a los carísimos peones por día
para completar algunas faenas ordinarias de la explotación. Todos estos elementos generaban para esa fracción de la población rural
susceptible de emplearse en una estancia, un espacio de negociación y resistencia que a veces les resultaba intolerable a los grandes
estancieros y que se reflejará todavía muy fuertemente en los comentarios que algunos hacendados realizan en los años ’60 a raíz de la
discusión por el nuevo Código Rural.

Acción política

Resulta difícil pensar, como lo hiciera Sarmiento y muchos otros después que él, que el carácter autocrático, sanguinario y arbitrario que
le atribuyen a Rosas como gobernante era el derivado del estado de barbarie de la campaña y de la experiencia de Rosas como gaucho-
estanciero. Más bien si algo debe de haber aprendido Rosas de esta experiencia es la enorme dificultad de actuar desconociendo las
normas, valores y prácticas que la mayoría de los pobladores reconocían como aceptables y que estaban dispuestos a defender. El
gobernador parece comprender la necesidad apremiante de alcanzar un alto grado de legitimidad para recomponer la autoridad del
Estado. Para ello recurrirá a caminos de negociación en distintos niveles orientados a alcanzar consensos aceptables donde pudiera. Así
lo hace con diversos poderes establecidos, también con las instituciones preexistentes en la provincia de Buenos Aires, con un conjunto
amplio y ecléctico de ideas y discursos, y con las prácticas sociales y políticas reconocidas como validas por la población. La conclusión
que Rosas parece sacar, luego de la crisis de la experiencia del Partido del orden en los años ’20, es que no se puede gobernar de
espaldas a los sectores populares, a los que se necesita movilizar constantemente para las guerras y a los que se apela como fuente de
soberanía en las elecciones para legitimar los gobiernos o en la frontera para contener a los indígenas hostiles.
Aunque Rosas trató desde el inicio de conciliar los intereses de las elites con los de los otros sectores de la sociedad, en diversas
ocasiones la gravedad de las crisis políticas y de los conflictos bélicos aumentó la distancia entre su gobierno y los sectores dominantes,
incluyendo en ellos a buena parte de los terratenientes. Esto llevó a Rosas a apoyarse más en los sectores medios y humildes rurales, en
los subalternos urbanos, en los grupos de indios amigos y en redes clientelares, definidas, más que por su posición social, por su
adhesión incondicional al federalismo rosista. En ese afán Rosas debió entablar transacciones diversas, que incluían desde prácticas
discursivas que exaltaban valores compartidos por esos sectores y de denuncia de las elites, hasta concesiones más costosas en términos
materiales.
Esta misma actitud es la que le permite enfrentar la negociación con las provincias que habían derrotado precedentemente los intentos de
organización política promovidos por Buenos Aires. Así Rosas restablece una serie de alianzas externas que garantizan una cierta
tranquilidad en ese terreno, básicamente a través de un pacto de no agresión y defensa mutua con varias provincias. Aunque la
desproporción de recursos a favor de Buenos Aires y la ambición y habilidad política de Rosas le permitían ir avanzando sobre
autonomía de las provincias en el futuro cercano, el gobernador bonaerense deberá ganar inicialmente el apoyo de sus socios del interior
con acciones concretas que a veces podían afectar los intereses inmediatos de la provincia que gobernaba. En un sentido similar se puede
describir la política indígena y de fronteras del gobernador, que venía impulsando y parcialmente implementando antes de acceder a este
cargo en tanto comandante de campaña y como propietario destacado de las regiones de frontera. Se trataba centralmente de una
combinación de fuerza, amenaza y negociación.
Es entonces una experiencia política negociada, que busca construir consensos y conquistar, por su intermedio, la autoridad que los
gobiernos anteriores no alcanzaron. Y esta experiencia se puede poner en paralelo con aquélla que el gobernador experimentara en sus
estancias y en su relación con los pobladores rurales, si bien en un sentido bastante distinto al indicado tradicionalmente.

[Jorge Gelman, Rosas, Estanciero. Gobierno y expansión ganadera, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2005]

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