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Quítate tú para ponerme yo

Muchos creen que la Biblia está desfasada porque contiene verdades


medievales. Según ellos, los Diez Mandamientos están obsoletos y deben
ser reescritos.
Es cierto que tales preceptos son antiquísimos, mas ello no significa
desgaste de la ciencia teológica y la fe, sino que el hombre moderno por
sueños narcisistas y omnisapientes y por el conocimiento que maneja de
ciencias convencionales y tecnología cree ser autosuficiente y poder
explicarlo y saberlo todo. Además de las gafas reduccionistas, relativistas y
pesimistas con que ve la vida.
Para él, toda verdad se reduce al campo de tales ciencias. Y la ciencia
natural es infalible y madre de la verdad, ignorando que su método es
inoperante para probar toda verdad, y se hace ciencia no solo en un
laboratorio entre cuatro paredes, sino incluso en el cristianismo; aunque sus
evidencias y hechos ocurridos en tiempo y espacio no puedan ser repetidos
en tal laboratorio. (Cualquier hecho histórico es único e irrepetible. Por
consiguiente, tratar los sucesos históricos, incluidos los milagros, con el
mismo concepto de probabilidad que el científico -naturalista- usa al
formular leyes, es ignorar la diferencia fundamental entre dos temas
distintos. En otro escrito veremos que aunque parezca increíble el
cristianismo bíblico sí responde a las exigencias y objetividad propias de la
metodología de las ciencias naturales al descansar sobre hechos reales
acontecidos en tiempo y espacio reales, no en mitos, fábulas ni leyendas
como pretenden algunos que creamos.)
Algunos postulados escépticos son: “No creo en divinidades ni en
milagros”. “Seamos pensadores del primer mundo; libres de supersticiones
religiosas”. ¿Qué podermor esperar de tal panorámica de vida? ¡Puedes
esperar cualquier desvarío! Pues no hay a quien rendirle cuentas y todo
vale. Situación semejante describe Salomón en Eclesiastés y Dostoievski
en Los hermanos Karamazov.
Tan malo es el fanatismo religioso como perversos son el fanatismo
racionalista y el materialismo ateo. No es “quítate tú para ponerme yo”,
sino guardar equilibrio entre los extremos credulidad de la Edad Media e
incredulidad de la Edad Moderna.
Ojo, el cristiano nacido de nuevo ¡no! vive de mera creencia, sino de
convicción, hija de la experiencia. En rigor, una creencia no está
necesariamente cimentada en hechos reales. Y creencias hay también en
ciencias naturales. Mas los cristianos no abrigamos solo creencias; tenemos
-ante todo- convicciones, surgidas de una relación con el resucitado Cristo
histórico que nos transformó la vida y aún continúa haciéndolo. Eso
-aunque subjetivo- es irrefutable, cuantificable y demostrable aquí y en
cualquier lugar. Quien diga lo contrario desconoce el cristianismo y su
obrar en el cristiano.
Desde el medievo hasta la modernidad, el hombre lo creía prácticamente
todo; y a partir de la época moderna hasta hoy nos extremamos creyendo
que nos las sabemos todas. Muchos colocan la razón (a veces la sinrazón)
en lugar de Dios. Lo han sacado del Estado, la educación y la familia.
Creyendo ser sabios, se hacen necios. Se han polarizado. No seamos
fanáticos religiosos, pero tampoco fanáticos racionalistas ni cientificistas.
Después de la caída en el Edén, se pervirtió el culto al Único Dios
verdadero, e innumerables pueblos adoraban los astros y la naturaleza;
desde el Renacimiento hasta nuestros días, muchos creen igual que los
evolucionistas que la naturaleza es diosa y nuestra “madre”. Se ha
retornado al pensamiento fantasioso medieval. Claro, ahora tal creencia
tiene un cariz “científico”. De ahí que los cientificistas abracen con tanto
fervor religioso todo planteamiento que suene científico, mas repudian a
priori cualquier alusión a Dios.
En universidades y laboratorios se cree y afirma dogmáticamente que
“todo camino que conduzca a Dios y lo sobrenatural no es científico”. Sin
embargo, los evolucionistas atribuyen cualidades y poderes especiales a la
naturaleza y la materia, creyéndolas capaces de crear el universo y la vida
inteligente. “Quitan” el poder a Dios y lo transfieren a la naturaleza y la
materia, cambiándole el nombre a la “nueva” religión. Pero las divinidades
son las del hombre primitivo: naturaleza y materia.
Desde la antigüedad, se han inventado dioses para dominar a otros,
basándose en el miedo. También desde la modernidad el hombre ha creado
dioses “científicos”, llámese ciencia o tecnología, para seguir controlando
al humano, apoyándose en la vanidad y el consumismo. ¿Quién de los dos
bandos tiene autoridad ético-moral para cuestionar y condenar al otro?
¡Ninguno!
Parafraseando a Henri Poincarè diríamos, sobre tal trueque ideológico-
religioso: Para interpretar el universo el hombre moderno recurre a la causa
y efecto como el hombre primitivo invocaba a los dioses. Lo hace no
porque tal método sea más apegado a la verdad, sino porque le conviene
más.

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