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El arbol de la vida No es bueno que el hombre recuerde a cada instante que es hombre. Examinarse a si mismo ya es algo malo; examinar a la especie, con celo ‘de obses0, es atin peor: es aribuir fundamento ob {tivo y justificacidn flos6fica a las miserias arbi- trarias de la introspeceién. Mientras trituramos. nuestro yo, podemos pensar que estamos abando- ‘nindonos 2 una chiladura; en cuanto todos los yoes se convierten en el centro de una cavilacion, interminable, encontramos generalizados, median- te un rodeo, los inconvenientes de nuestra condi- cién, nuestro accidente erigido en norma, en caso universal En primer lugar, comprendemos la anomalia del fenémeno en bruto de la existenciay, solo des- ppués, la de nuestra situacion especiica: el asom= bro ante el ser precede al que se siente ante el he- cho de ser hombre. Sin embargo, el carécte insolito de nuestro estado deberia constituir el dato pri- ‘mordial de nuestras perplejidades: es menos natu- ral ser hombre que ser simplemente. Es algo que sentimos de forma instintiva y explica la voluptuo- 9 sidad que experimentamos en todas las ocasiones fen que apartamos de nuestra mente a nosotros ‘mismos para identficarnos con el bienaventurado suefio de los objetos. No somos realmente quienes somos sino cuando, cara a cara con nosotros mis- ‘mos, no coincidimos con nada, ni siquiera con fnuestra singularidad, La maldicidn que nos abru- ‘ma pesaba ya sobre nuestro primer antepasado, ‘mucho antes de que se interesara por el arbol del conocimiento. Si estaba insatisfecho de si mismo, ‘més lo estaba atin de Dios, al que envidiaba sin ser consciente de ello; legaria a serio gracias a Jos buenos oficios del tentador, auxiliar mis que autor de su ruina. Antes vivia con el presentimien- to del saber, con una ciencia que no se conocia a s{ misma, con una faisa inovencia, propicia a la aparicién’ de In envidia, vicio engendrado por el trato con quienes son mis afortunados; ahora bien, nuestro antepasado frecuentaba a Dios, lo espiaba y se veia espiado por El. Nada bueno podia resul- tar de ello, «De todos fos rboles del huerto del Edén pue- des comer, mas no del drbol de la ciencia del y del mal, porque el dia en que lo hicieres morris» La advertencia de arriba result6 menos eficaz que las sugestiones de abajo: la serpiente, mejor psicé- logo, prevaleci6. Por lo demds, el hombre estaba ‘deseando morir; al querer igualar a su Creador por el saber, no por la inmortalidad, no tenia el menor deseo de acerearse al rbol de la vida, no sentia el menor interés por él; Yahvé parecié advertrio, 0 puesto que ni siquiera le prohibié el acceso: ipor qué temer la inmortalidad de un ignorante? Si el ante se lanzaba sobre los dos drboles y en- {taba en posesién de la eternidad y también de la ciencia, todo cambiaba, En cuanto Adin probé el fruto prohibido, Dios, al comprender por fin. que habia peligro, perdié la cabeza. Al colocar el bol dl conocimiento en el centro del jardin y alabar sus méritos y sobre todo sus peligros, cometié una rave imprudencia: se adelant6 a satisfacer el deseo ‘mas secreto de la eriatura. Prohibirle el otro érbol habria sido una politica mejor. Si no lo hizo, fue porque seguramente sabia que el hombre, por as- pirar solapadamente a la dignidad de monstruo, no se dejaria seducir por la perspectiva de la inmorta- lidad en si, demasiado accesible, demasiado trivial: {acaso no era la ley, el estatuto del lugar? En cam- bio, la muerte, mucho mas pintoresca y aureolada con el prestigio de la novedad, podia intrigar a un faventurero, dispuesto a artiesgar por ella su paz y su seguridad. Paz y seguridad bastante relativas, cierto es, pues el relato de la caida nos permite vislumbrar que en el centro mismo del Edén el promotor de nuestra raza debia de sentir un ma- estar sin el cual no se podria explicar ta facili- dad con la que cedié a la tentaciOn. iCedi6? Mis bien la requir. En él se manifestaba ya esa inep- titud para a felicidad, esa incapacidad para so- portarla, que todos nosotros hemos heredado. La tenia al alcance de la mano, podia apropiirsela para siempre y la rechaz6, y desde entonces la bbuscamos sin encontrarla; aunque la encontrira- ‘mos, no nos adaptariamos a ella. ‘Qué otra cosa ‘abe esperar de una carrera comenzada con una infraccion de la sabiduria, una infidelidad al don de ta ignorancia que el Creador nos habia dis- pensado? Al tiempo que nos vimos precipitados en el tiempo por el saber, resultamos dotados de un destino, Pues s6lo fuera del Paraiso hay destino, Si nos viéramos desposeidos de una inocencia ‘completa, total, en una palabra, verdadera, la echa- riamos de menos con tal vehemencia, que nada Dodria prevalecer contra nuestro deseo de recupe- tala; pero el veneno estaba ya dentro de nosotros, al comienzo, poco perceptible ain, y después se precisaria y se apoderaria de nosotros para mar- cares, individualizarnos por siempre jams. Esos ‘momentos en que una negatividad esencial dirige uestros actos y nuestros pensamientos, en que cl porvenir ha quedado anticuado antes de nacer, fen que una sangre devastada nos inflige la certi- dumbre de un universo de misterios despoetiza- dos, loco de anemia, desplomado sobre si mismo, y.en el que todo acaba en un suspiro espectral, réplica a milenios de adversidades imitiles, ino serian la prolongacién y la agravaciOn de ese ma- {estar inicial sin el cual a Historia no habria sido posible, ni concebible siquiera, ya que, como ella, se debe a la intolerancia para con la'menor for. ‘ma de beatitud estacionaria? Esa intolerancia, ese horror mismo, al impedimos encontrar en noso- n ‘wos nuestra razén de ser, nos hizo dat un salto fuera de nuestra identidad y como fuera de nues- tra naturaleza. Al estar disociados de nosotros mis- ‘mos, nos fllaba estario de Dios: ‘emo no abrigat semejante ambicién, concebida ya en Ia inocen- cia de antafio, ahora que no tenemos obligacién alguna para con é1? Y, de hecho, todos nuestros esfuerzos y conocimientos van encaminados a me- noscabarlo, lo ponen en entredicho, hacen mella fen su intimidad. Cuanto mis presa somos del deseo de conocer, cargado de perversidad y corrup- cién, més incapaces nos vuelve de morar dentro de realidad alguna. Quien es presa de él actia como profanador, traidor, agente de disolueién; ese a estar siempre al margen o fuera de las ‘cosas, cuando logra, sin embargo, introducirse en elas, 1o hace al modo del gusano en la fruta, Si el hombre hubiera tenido la menor vocacién hacia ta eternidad, en lugar de correr hacia lo des- conocido, hacia lo nuevo, hacia los estragos que entrafia el apetito de anilisis, se habria contenta- do con Dios, en cuya familiaridad prosperaba, As- piré a emanciparse de El, a desprenderse de El, y lo togré mucho mejor de lo que esperaba, Tras hhaber roto Ia unidad del Paraiso, se dedicd a romper la de ta Tierra introduciendo en ella un principio de fragmentacién que debia destruir su ordenacién y anonimato. Antes, moria a buen Seguro, pero la muerte, realizacién en la indis- tincin primitiva, no tenia para 61 el sentido que adquirié posteriormente ni estaba dotada de los B atributos de lo irreparable. Cuando, tras separarse del Creador y de lo ereado, se convirté en indivi- duo, es decir, fractura y fisura del ser, y, al aceptar su nombre hasta la provocacién, supo que era mot- tal, su orgullo se acrecent6, de resultas de ello, lanto como su desasosiego. Por fin moria a su modo, de lo que se sentia orgulloso, pero moria del todo, cosa que lo humillaba. Al no desear ya ‘un desentace que habia anhelado con avidez, acabd recurriendo, presa del arrepentimiento, a los ani ‘males, sus ‘compafieros de antaio: todos ellos, tanto ios més viles como los mis nobles, aceptan su suerte, se complacen con ella o se resignan a ella; ninguno de ellos siguid su ejemplo ni imité su rebelién, Las plantas, més que los animales, ex- perimentan jubilo por haber sido creadas: la pro- pia ortiga respira ain en Dios y se abandona a El; s6lo el hombre se ahoga en El, éy acaso no fue esa sensacidn de sofoco la que lo inct6 a singula- rizarse en la Creacién, a hacer en ella de proscrto consintiente, de réprobo voluntario? El resto de los seres vivos, por el hecho mismo de confun- dirse con su condicién, tienen cierta superioridad sobre El. Y cuando siente envidia de ellos, cuan- ddo suspira por su gloria impersonal, es cuando comprende la gravedad de su caso. En vano in- {entard recuperar la vida, de la que huyé por cu- riosidad hacia la muerte: nunca se encontraré en armonia con ella, siempre mis aci o més allé de ella. Cuanto més Jo elude aquélla, mas aspira 41a apropiérsela y subyugarla; entonces, al no lo- “ ararlo, moviliza todos los recursos de su inguieta Y torturada voluntad, su nico apoyo: inadapta- do y extenuado y, sin embargo, infatigable, sin rai- ces, conquistador precisamente por estar desarrai- ado, némada aterrado e indémito a un tiempo, ansioso de remediar sus insuficiencias y, en vista del fracaso, violentador de todo cuanto To rodea, ser devastador que acumula fechoria tras fechoria por rabia de ver que un insecto obtiene sin difi- caultad lo que é1 no podria lograr con tantos es- fuerzos. Por haber perdido el seereto de la vida y haber dado un rodeo demasiado grande para poder recuperarlo y aprenderlo de nuevo, se aleja todos los dias un poco més de su antigua inocencia, piet- de sin cesar la eternidad, Tal vez pudiera saivarse atin si se dignase rivalizar con Dios sélo en suti= leza, en matices, en discernimiento, pero no: aspi- ra al mismo grado de poder. Tania soberbia no ppodia nacer sino en la mente de un degenerado, dotado de una carga de existencia limitada, of ado por sus deficiencias a aumentar arificaimen- te sus medios de accién y suplir sus instintos en peligro con instrumentos aptos para volverlo temi- ble. Y, si ha llegado a ser efectivamente temible, ha sido porque su capacidad para degenerar no co- nnoce limites. En lugar de limitarse al silex y, en ‘materia de refinamientos técnicos, a la carretilla, inventa y maneja con una destreza de demonio herramientas que proclaman la extrafia supremacia de un deficiente, de un espécimen biolégicamen- te desclasado, cuya elevacion hasta una nocividad 1s tan ingeniosa nadie habria podido adivinar. No es 61, sino el ledn o el tigre, quien deberia haber ‘ocupado el lugar que disfruia en la escala de las criaturas. Pero nunca son los fuertes quienes as- piran al poder y lo alcanzan mediante el efecto ‘combinado de la astucia y el deli, sino tos dé- biles. Una fiera, al no experimentar necesidad al- ‘guna de aumentar su fuerza, que es real, no se rebaja a utilizar la herramienta. Por haber sido siempre el hombre en todo un animal anormal, poco dotado para subsist y afirmarse, violento por Aebilidad y no por vigor, intratable a partir de una posicién de doblidad, agresivo a causa de sti pro- pia inadaptacién, habla de buscar los medios para lun éxito que no habria podido realizar ni ima ginar siquiera, si su constitucién hubiese respon- dido a los imperativos de la lucha por la existen- cia. Si en todo exagera, si la hipérbole es en él necesidad vital, eS porque, estando descentrado y desembridado al comienzo, no pudo fijarse a To que es ni comprobar o suftir lo real sin querer transformarlo y extremarlo. Por su carencia de tacto, de esa ciencia innara de la vida, su inca- pacidad, ademés, para discernir fo absoluto en lo inmediato, aparece, en el conjunto de la nature Jeza, como un episodio, una digresién, una here~ jin, un aguafiestas, un extravagante, un extraviado {ue lo ha complicado todo, incluso su miedo, que, al agravarse, ha llegado a ser en su caso miedo de si mismo, espanto ante su suerte de reven- tado, seducido por lo tremendo, victima de una 16 fatalidad que intimidaria @ un dios. Como lo trigi- 0 es su privilegio, no puede por menos de sentir ‘que tiene més destino que su Creador; ¢s0 expla su orgullo, y su pavor, y esa necesidad de huir de si mismo y producir para cludir su pinico, para evitar el encuentro consigo mismo. Prefiere aban- donarse a los actos, pero, al entregarse a ellos, no ‘hace en realidad sino obedecer a las conminacio- nes de un miedo que lo subleva y lo azotay lo pa ralizara, si intentara reflexionar sobre él y tomar conciencia clara de él, Cuando parece dirigirse, aplacado, hacia lo inerte, dicho miedo vuelve a resurgir ¥ a destruir su equilibrio. EI propio ma- estar que experimentaba en medio de! Paraiso tal vez no fuera sino un miedo virtua, inicio, es- bozo de «alma. No hay medio posible de vivir a la ver. con la ciencia y el miedo, sobre todo ‘cuando este iltimo es sed de tormentos, apertura a lo funesto, ansia de lo desconocido, Cultivamos el cestremecimiento en si mismo, contamos con 10 nocivo, el peligro puro, a diferencia de los animales, ‘que gustan de temblar s6lo ante un peligro preci- 0, tinico momento, por lo demas, en que, des- lizindose hacia lo humano y abandonindose a ello, se parecen a nosotros; el miedo ~especie de corriente psiquica que atravesase de repente la ma- teria tanto para viviicarla como para desorganizar- a~ aparece como una prefiguracién, como una posibilidad de conciencia, como la conciencia in- cluso de los seres que carecen de ella. Hasta tal unto nos define, que ya no podemos advertir su ” presencia, salvo cuando cede 0 se rtira, en esos in- fervalos serenos, impregnados, no obstante, de 1 y que reducen Ia felicidad a una ansiedad grata, agradable, El miedo, auxiliar del porvenir, nos es- timuta y, al impedimos vivir al unisono con noso- tos mismos, nos obliga a afirmamos mediante la ‘vida, En vista de ello, nadie que quisiera actuar podria prescindir de él; s6lo elliberado se libra de Ly festeja un doble triunfo: sobre él y sobre si; es porque ha abdicado de su condicién y su tarea de hombre y ya no participa en esa adoracién ceargada de terror, en ese galope a través de los siglos, que nos impuso una forma de espanto euyo ‘objeto y causa somos en definitiva. Si Dios pudo afirmar que era wel que es», el hombre, en el extremo opuesto, podria definirse como «el que no es». Y esa carencia, ese déficit de existencia es precisamente el que, al despertar Dor reaccién su altanera, lo incita al desaffo 0 la ferocidad. Tras haber desertado de sus origenes, haber trocado 1a eternidad por el porvenir, haber ‘maltratado Ia vida proyectando en ella su joven de- ‘mencia, sale del anonimato mediante una sucesién de negaciones que lo convierten en el gran trans- fuga del ser. Como ejemplo de antinaturaleza que ¢s, su aislamiento sélo es comparable a su pre- catiedad. Lo inorginico se basta a si mismo; lo Oorginico es dependiente, inestable y esté amena- zado; 10 consciente es la quintaesencia de In ea- ucidad. Antafio gozibamos de todo, salvo de la conciencia; ahora que la tenemos, que nos vemos 18 acosados por ella y se perfila ante nosotros como los antipodas exactos de la inocencia primordial, no logramos ni aceptarla ni abjurar de ella, Eneon- ‘rar en cualquier lugar més realidad que en uno mismo es reconocer que se ha seguido un camino ‘equivocado y que se merece la ruina. EI hombre, diletante, pese a todo, en el Para 0, dej6 de serlo en cuanto se vio expulsado de i: {acaso no se lanzé al instante a la conquista de la Tierra con una seriedad y una apliacién de las que no parecia capaz? Sin embargo, lleva en él y sobre él algo irreal, no terrestre, que se revela fen las pausas de su febrilidad. A fuerza de va guedad y equivoco, es de aqui y no es de aqui. EAeaso no percibimos en su mirada —cuando lo ‘observamos durante sus ausencias, en los momen- tos en que su marcha aminora'o suspende su carrera~ la desesperacién o el remordimiento de hhaber arruinado no sélo su primera patria, sino también ese exilio que con tanta impaciencia y avi- dez anhelaba? Es una sombra enfrentada con sk ‘mulacros, un sonimbulo que se ve caminar, que ‘contempla sus movimientos sin discern su direc- ni su razén. La forma de saber por Ia que ha ‘optado es una acometida, un pecado, si se quiere, tuna indiserecin criminal para con la Creacin, que hha reducido a un montén de objetos ante los cuales ‘se alza, se eleva como destructor, dignidad que s0s- tiene por bravata més que por valor, como lo de- muestra la expresién de desconcierto que tuvo ‘va, cuando se le planteé la cuestién de la fruta; de 19 resultas de ell, se sint6 solo en medio del Edén e iba a sentirse atin més solo en medio de la Tierra, donde, a causa de la maldicién especial que lo afecta, debia constituir «un imperio dentro de un imperio». Con su clarividencia e insensatez, resul- ta incomparable: como auténtica alteracién’de las leyes de la naturaleza que es, nada permitia pre- ver su aparicién. (Acaso era necesario, él, que es mis deforme en lo moral de lo que lo eran los dinosaurios en lo fsico? Al examinaro, al estuciario sin predisposicién, se comprende por qué no se lo puede hacer objeto de reflexién impunemente, El explayamiento de un monstruo sobre otro mons- truo resulta doblemente monstruoso: olvidar al hombre, y hasta la idea que encara, deberia cons- ituir el preémbulo de toda terapéutica. La salva cidn se debe al ser, no a los seres, pues nadie se cura en contacto con sus males. Si la humanidad se apegé durante tanto tiem- po a lo absoluto, fue porque no podia encontrar en si misma un principio de salud. La transcen- dencia presenta virtudes curativas: sea cual fuere cl disftaz con el que se presente, un dios significa tun paso hacia la curacidn. Hasta el diablo repre- senta para nosotros un recurso mis eficaz que ‘nuestros semejantes. Eramos mis sans cuando, al implorar 0 execrar a una fuerza que nos sobrepa- saba, podiamos utilizar sin ironia la oracién y la blasfemia. Desde que nos vimos condenados a ate- rnemnos a nosotros mismos, se acentué nuestro des- cequilibrio. Librarse de la ‘obsesién de si: mo hay 20 ‘imperative més urgente, Pero, ipuede un lisiado abstraerse de su dolencia, del vicio mismo de su ‘esencia? Por estar elevados al rango de incurables, Somos materia lastimada, carne aullante, huesos roids de gritos, y nuestros propios silencios no son sino lamentaciones ahogadas. Sufrimos, noso- {tos solos, mucho mis que el resto de los seres ¥ ‘nuestro tormento, al invadir Ia realidad, la subst tuye y ocupa su lugar, de modo que quien sufrie- +a absolutamente seria absolutamente consciente ¥, por tanto, totalmente culpable respecto de lo inmediato y lo real, términos correlativos por las ‘mismas razones que Io son suftimiento y con- Y precisamente porque nuestros males supe- ran en niimero y virulencia a los de todas las eae turas reunidas es por lo que los sabios se es- fuerzan por ensefarnos la impasibilidad hasta la {que logran elevarse tan poco como nosotros. Nadie puede jactarse de haber encontrado a uno solo que fuera perfecto, mientras que nos codeamos con toda clase de extremos para ef bien y para el mal: cexaltados, desollados, a veces santos... Por haber ‘nacido en virtud de un acto de insubordinacién yy rechazo, estibamos mal preparados para la indi- ferencia, Después intervino el saber para volvemnos totalmente ineptos para ella. El principal reproche ‘que hay que formular contra él es el de que no fnos ha ayudado a vivir. Pero, Zacaso era realmen- te ésa su funciOn? {E's que no recurrimos a él para {que nos confirmara nuestros designios perniciosos, a para que favoreciese nuestros suefios de poder y negacién? El animal més inmundo vive, en cierto sentido, mejor que nosotros. Sin necesidad de ir 2 buscar formulas de sabiduria en las cloacas, Leémo ‘no reconocer las ventas que tiene sobre nosotros luna rata, justamente porque es rata y nada mas? Como diferentes que somos siempre, no somos ‘nosotros mismos sino en la medida en que nos alejamos de nuestra definicién, pues ef hombre, segiin la expresin de Nietzsche, es das noch nicht {festgstellte Tier, el animal sin tipo determinado, fi- jada, Obnubilados por la metamorfosis, por lo po- sible, por el disimulo inminente de nosotros mis- ‘mos, acumulamosirrealidad y nos expansionamos cn la falsedad, pues, desde el momento en que sabes que eres hombre y te sientes tal, aspiras al sigantismo, quieres parecer mayor de lo normal. ET animal racional es el tnico animal extraviado, el tinico que, en lugar de persistr en su condicién primera, se esforz6 por forjarse otra, en detrimen- to de sus intereses y como por impiedad para con su propia imagen. Por ser menos inguietante que escontento (la inquietud exige una salida, acaba en la resignaciOn), se complace en una insatisfac- ‘cién que raya en el vértigo. Al no asimilarse nunca ‘enteramente a si mismo nial mundo, en esa parte ‘la que repugna identificarse con lo que siente 0 ‘emprende, en esa zona de ausencia, en ese hiato entre él y si mismo, entre si mismo y el universo, se revela su originalidad y se ejerce su facultad de no coincidencia, que lo mantiene en un estado n de insinceridad —legtimo— para con los seres, pero también no tan legitimo— para con las cosas. Por ser doble en su origen, crispado y tenso, su que destruyen la integridad de ‘nuestra naturaleza y la propia naturaleza. $i pu diéramos abstenernos de emitilas, entrariamos en la verdadera inocencia y, quemando las etapas hhacia atris, mediante una regresion saludable, re- naceriamos bajo el drbol de la vida. Enredados ‘como estamos en nuestras evaluaciones, y mis dis- ‘puestos a privarnos de agua y de pan que del bien ¥ del mal, icémo recuperar nuestros origenes? %CBmo tener ain vinculos directos con el set Hemos pecado contra él y s6lo comprendemos el ‘sentido de la Historia, resultado de nuestro extra- vio, si la consideramos una larga expiaci6n, un artepentimiento jadeante, una carrera en la que destacamos sin creer en nuestros pasos. Por ser mis n ripidos que el tiempo, lo superamos, a la par que {mitamos su impostura y sus obras. Asimismo, en competicién con Dios, imitamos sus facetas equi- voras, su faceta demiirgica, esa parte de El que lo movié a crear, a concebir una obra que habria de empobrecerio, disminuitlo, precpitarlo en una caida, prefiguracién de la nuestra. Comenzada Ia ‘empresa, nos dej6 la tarea de rematarla y después volvié a entrar en si mismo, en su eterna apatia, de la que no deberia haber salido jamais. Puesto ‘que su juicio al respecto fue diferente, iqué espe- rar de nosotros? La imposibilidad de abstenerse, la obsesiOn por hacer, denota, en todos los nive Jes, la presencia de un principio demoniaco. Cuan- do nos sentimos inclinados a la exageracin, a la desmesura, al gesto, seguimos, més 0 menos conscientes, a quien, al precipitarse sobre el no ser para extract de él el ser y entregirnosto, se convirtié en instigador de nuestras futuras usur paciones. Debe de existir en El una luz funesta {que armoniza con nuestras tinieblas. La Historia, teflgjo en el tiempo de esa claridad maldita, mani- fiesta y prolonga la dimensién no divina de la divinidad. Por estar emparentados con Dios, seria impro- piio que lo tratiramos como a un extrafo, ademis de que nuestra soledad, en escala més modesta, cevoea la suya. Pero, por modesta que sea, no deja de aplastarnos: idénde refugiarnos, pues, cuando cae sobre nosotros como un castigo y exige ca- pacidades, talentos sobrenaturales, para soportarl, 2% sino junto a quien, exceptuando el episodio de la ‘Creacin, siempre estuvo separado de todo? El que ‘esta solo'se dirige hacia el que esti més solo, hacia ef solo, hacia aquel cuyas facetas negativas siguen siendo, después de la aventura del saber, lo unico ‘que nos ha correspondido. No habria sido asi, si ‘nos hubiéramos inelinado hacia la Vida. Entonces hhabriamos conocido otra faz de la divinidad y tal ver hoy, envueltos en una luz pura, no mancilla- dda por tinieblas ni elemento diabélico alguno, es- tariamos tan carentes de curiosidad y tan exentos dde muerte como los dngeles. Por no haber estado-a la altura de las circuns- ‘ancias en nuestros comienzos, corremos, huimos hacia el porvenit. .No se deberin nuestra avider Y nuestro frenesi al remordimiento de haber pase {do de largo ante la inocencia verdadera, cuyo re- ‘cuerdo ha de perseguimos por fuerza? Pese a nues- tra precipitacién y a la competencia que hacemos al tiempo, no podriamos ahogar las Hlamadas sur- sidas de las profundidades de nuestra memoria ‘marcada por la imagen del Paraiso, del verdadero, que no es el del arbol de la ciencia, sino el del frbol de la vida, cuyo camino, en represalia por la transgresién de Adin, iba a estar guardado por ‘querubines con la «espada giratoriay. Sélo él vale la pena de ser reconquistado, sdlo él merece el esfuerzo de nuestro arrepentimiento. Y también cs él el que menciona el Apocalipsis (II) para prometerlo a los «victoriosos», aquellos cuyo fer- vor no haya vacilado nunca. Por eso, silo figura » en los libros primero y gitimo de la Biblia, como tun simbolo a la vez del comienzo y del fin de los tiempos. Si el hombre no esti préximo a abdicar 0 a reconsiderar su cas0, es porque aiin no ha sacado las ultimas consecuencias del saber y del poder. Convencido de que su momento llegari, de que le comresponde alcanzar a Dios y superatlo, se pega ~como enmidiaso que esa la idea dea evr lucién, como si el hecho de avanzar debiera con- ducirlo necesariamente hasta el mas alto grado de perfeccién. Al querer ser otro, acabaré por no ser ‘nada; no es ya nada. Seguramente evoluciona, pero contra si mismo, a expensas de si, hacia una com plejidad que lo arruina. Porvenir y progreso son conceptos en apariencia vecinos, divergentes en realidad. Todo cambia, claro esti, pero raras veces, or no decir jamas, para mejorar. La fe en la evo- lucién, en la identidad del porvenir y del progre- $0, desviacién eufrica del malestar original, de esa falsa inocencia que despert6 el deseo de lo nuevo en nuestro antepasado, no se derrumbard hasta ‘que, tras llegar al limite, al extremo de su ex- travio, el hombre, inclinado por fin hacia el saber ‘que conduce a la liberacién y no al poder, esté en condiciones de oponer irrevocablemente un no a sus hazaflas y a su obra. De seguir aferrindose a ella, no cabe duda de que entraré entonces en una carrera de dios grotesco o animal anticuado, solucién tan eémoda como degradante, etapa lima de su infidelidad para consigo mismo, Cualquiera 30 ‘ue sea la opcién hacia la que se oriente, y aunque no haya agotado todas las virtudes de su degra- dacién, ha caido, no obstante, tan bajo, que cues- ‘a comprender por qué no reza sin cesar hasta la cextincin de su vor y su razén, Puesto que todo fo que se ha concebido y em- ido desde Adin es 0 equivoco 0 peligroso 0 ‘iqué hacer? iDesolidarizarse de la especie? so seria olvidar que nunca se es hombre tanto ‘como cuando se lamenta serlo, Y, una vez que se es presa de est pesadumbre, no hay medio de elu dirla: se vuelve tan inevitable y pesada como el aie... Cierlo es que la mayoria respira sin darse cuenta de ello, sin pensarlo; si un dia le falta el aliento, veri como la atormentaré a cada instante cl aire, convertido de repente en problema. Des- ‘raciados los que saben que respiran, desgraciados iin més quienes saben que son hombres. Imposi- bilitados para pensar en otra cosa, cavilarin sobre ello toda su vida, obsesionados, oprimidos. Pero ‘merecen su tormento por haber buscado ~movidos por su aficin a lo insoluble~ un tema torturador, lun tema sin fin, El hombre no les dari un momen to de tregua, el hombre tiene todavia camino que recorrer...Y,"como avanza en virtud de Ia ilusién adquirida, para detenerse seria necesario que la ilusi6n se desmoronara y desapareciese; pero, mientras 61 siga siendo eémplice del tiempo, es indestructible 3

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