Time takes a cigarette, puts it in your mouth, cantaba David Bowie cuando era Ziggy Stardust. Oh, no, no, no, you’re a rock’n’roll suicide. Tiempo y cigarrillo, una dupla que ha de ponerse encima de la mesa para comprender el vicio de una civilización: cuando el tiempo de una época sustentada bajo el eslogan de marca de la Modernidad se nos escurría entre las manos, el cigarro suponía un agónico intento de apresar ese tiempo que, en cuánto ausencia latente, nos fundamentaba. A este respecto Christian Marclay ha señalado que “el cigarrillo encendido es el símbolo del tiempo en el siglo XX. Como momento mori, solíamos usar una vela, pero un cigarrillo es mucho más moderno. Aunque es la misma cosa: ves tiempo consumiéndose”.
Y esa es la misión con que carga el arte contemporáneo: mostrar ese tiempo evanescente, ese tiempo líquido, mostrar que somos incapaces de experimentar algo que no sea tiempo ya consumido, deglutido. Porque esa es nuestra tragedia, que el tiempo lo experimentamos ya como de prestado. Igual que nuestras vidas son purgadas de todo aliento emancipatorio, el tiempo sobre el que se sustentan esas mismas vidas es un tiempo lacónico, superficial.
Time takes a cigarette, puts it in your mouth, cantaba David Bowie cuando era Ziggy Stardust. Oh, no, no, no, you’re a rock’n’roll suicide. Tiempo y cigarrillo, una dupla que ha de ponerse encima de la mesa para comprender el vicio de una civilización: cuando el tiempo de una época sustentada bajo el eslogan de marca de la Modernidad se nos escurría entre las manos, el cigarro suponía un agónico intento de apresar ese tiempo que, en cuánto ausencia latente, nos fundamentaba. A este respecto Christian Marclay ha señalado que “el cigarrillo encendido es el símbolo del tiempo en el siglo XX. Como momento mori, solíamos usar una vela, pero un cigarrillo es mucho más moderno. Aunque es la misma cosa: ves tiempo consumiéndose”.
Y esa es la misión con que carga el arte contemporáneo: mostrar ese tiempo evanescente, ese tiempo líquido, mostrar que somos incapaces de experimentar algo que no sea tiempo ya consumido, deglutido. Porque esa es nuestra tragedia, que el tiempo lo experimentamos ya como de prestado. Igual que nuestras vidas son purgadas de todo aliento emancipatorio, el tiempo sobre el que se sustentan esas mismas vidas es un tiempo lacónico, superficial.
Time takes a cigarette, puts it in your mouth, cantaba David Bowie cuando era Ziggy Stardust. Oh, no, no, no, you’re a rock’n’roll suicide. Tiempo y cigarrillo, una dupla que ha de ponerse encima de la mesa para comprender el vicio de una civilización: cuando el tiempo de una época sustentada bajo el eslogan de marca de la Modernidad se nos escurría entre las manos, el cigarro suponía un agónico intento de apresar ese tiempo que, en cuánto ausencia latente, nos fundamentaba. A este respecto Christian Marclay ha señalado que “el cigarrillo encendido es el símbolo del tiempo en el siglo XX. Como momento mori, solíamos usar una vela, pero un cigarrillo es mucho más moderno. Aunque es la misma cosa: ves tiempo consumiéndose”.
Y esa es la misión con que carga el arte contemporáneo: mostrar ese tiempo evanescente, ese tiempo líquido, mostrar que somos incapaces de experimentar algo que no sea tiempo ya consumido, deglutido. Porque esa es nuestra tragedia, que el tiempo lo experimentamos ya como de prestado. Igual que nuestras vidas son purgadas de todo aliento emancipatorio, el tiempo sobre el que se sustentan esas mismas vidas es un tiempo lacónico, superficial.