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Patria Roja
MANIFIESTO
La fuerza de la derecha política y económica, hegemónica casi siempre desde los orígenes de
la República fundada en 1821, si exceptuamos el gobierno de Velasco Alvarado, antes que en
sus virtudes se cimentó siempre en el atraso cultural, en la exclusión, la división, la confusión
o la represión de la inmensa mayoría de peruanos, así como en la ausencia de una alternativa
que represente sus reales intereses. No es invencible ni le asiste la verdad. Un Perú nuevo,
independiente, soberano, democrático, próspero y desarrollado, con justicia social,
moralmente regenerado, es posible. Atrevámonos a conquistarlo
No será difícil ponernos de acuerdo en una plataforma común. Lo que falta es la visión
estratégica y la voluntad de sumar fuerzas, dejando atrás estrecheces sectarias y prejuicios que
pueden hacer abortar el mejor plan y las mejores intenciones. La unidad de todos los sectores
agredidos por el neoliberalismo en un frente político-social, reconociendo la identidad
singular de cada cual, está al alcance de la mano si la asumimos con firmeza y derrotamos el
plan divisionista de la derecha con García a la cabeza.
¡Vencen los que están dispuestos a vencer, no los que se dan por vencidos antes de entrar en
batalla!
Entender el Perú de hoy implica ir a sus raíces, explicar nuestro tiempo, también definir
cómo se inserta en el escenario mundial: sí como país productor de materias primas o
como país que se industrializa de la mano con la revolución tecnológica y científica.
Necesitamos ver el mundo desde nuestra realidad, no con las anteojeras que nos imponen las
transnacionales, el FMI o el Banco Mundial. No perdamos de vista que muchos inversionistas
extranjeros y sus pares criollos no invierten por amor al Perú sino por amor a la más alta tasa
de ganancia, “no tienen como objetivo promover el desarrollo de un país sino maximizar sus
beneficios”1
La globalización que defiende e impone el imperialismo es, simultáneamente, un fenómeno y
un proceso para someter a todo el mundo, utilizando el capital y la tecnología que está en
manos de los monopolios. En los últimos 25 años, la globalización capitalista se ha
intensificado en los países desarrollados de Occidente a la par que el neocolonialismo,
ajustando cuentas con el movimiento socialista y los movimientos democráticos nacionales y
anticoloniales que se desarrollaron en el mundo durante los decenios de 1950 y 1960.
Tres décadas de hegemonía neoliberal han sido suficientes para mostrar, en América Latina,
su fracaso como camino al desarrollo. Si el neoliberalismo ha tenido éxito se explica porque
sus mentores supieron sacar ventaja del derrumbe de la ex URSS que presentaron como el
“fin de la historia”, de la gran crisis de la deuda externa y la inflación que se desató en la
década de los ochentas, denunciando al Estado como sinónimo de malo e intrínsecamente
perverso, difundiendo la falacia de que el mercado capitalista era la única alternativa viable
para la humanidad: “esto o el desastre; esto o el
Apocalipsis" fue su consigna.
Ningún país de la región demuestra lo contrario, incluyendo Chile cuya riqueza cuprífera es la
base de sus exportaciones y sigue, en lo fundamental, en manos del Estado. Los países que
han logrado desarrollarse en el último medio siglo, especialmente en el Oriente, lo hicieron en
oposición al modelo primario exportador, con un Estado fuertemente regulador, orientado a la
industrialización, la ciencia y la tecnología, a la exportación de productos con valor agregado,
con acento en la educación.
Los países centrales del capitalismo, antes y en el curso de la gran crisis, con el recetario
de la globalización neoliberal llevan la concentración del capital a niveles inéditos en la
historia. Para ello, como ha demostrado Samir Amin, controlan férreamente cinco oligopolios
cruciales en la época contemporánea: el tecnológico, el de los mercados financieros mundial,
el de los accesos a los recursos naturales del planeta, el de los medios y las comunicaciones de
masas, finalmente, el de los medios de destrucción masiva.3
Sin embargo, sus contradicciones se han profundizado; sus inequidades tornado más
evidentes; su injusticia y prepotencia se ha vuelto transparente, al igual que su naturaleza
predatoria; su creciente incompatibilidad con la democracia es un hecho, pues promueve el
autoritarismo y el fascismo. La crisis financiera y económica que se inicia a fines de 2008,
con epicentro en los Estados Unidos, con su inmensa destrucción de fuerzas productivas es la
mejor demostración de su naturaleza decadente.
El Perú es un país con una historia prolongada, rica en creación, también tortuosa, cortada
abruptamente por la conquista española. La Ciudad Sagrada de Caral, con 5000 años de
antigüedad, ilumina nuestro antiquísimo ancestro. La culminación de la civilización andina
fue el Tahuantinsuyo, “que alcanzó un nivel de bienestar material y una sofisticación cultural
que rivaliza, y de hecho supera, al de muchos de los grandes imperios del mundo”4. La
conquista cierra este ciclo y abre otra, la historia trágica de los vencidos, de una población
indígena sojuzgada y de una hecatombe demográfica sin paralelo, y que, sin embargo, no han
dejado de resistir.
Apenas iniciada la República, en ausencia de una clase dirigente que sentara las bases de una
nación independiente, democrática, incluyente, moderna, se dio paso a un Estado abrumado
por el caudillismo militar y la anarquía; se reconcentró la propiedad de la tierra sobre bases
feudales; se marginó y expolió a la población indígena con la restitución de “la organización
fiscal de la colonia…para financiar el 40% del gasto público…de un Estado con el que no
tenía nada que ver”6; sin un presupuesto que ordenara la finanza pública. Más tarde, con el
auge del guano y el salitre se desbordó una frenética carrera de endeudamiento, despilfarro y
latrocinios, que ahondó la dependencia del Perú, perdiendo la oportunidad para sentar las
bases de una nación económicamente próspera, política y socialmente democratizada. El
desastre que significó la guerra del Pacífico, a pesar del heroísmo de Grau, Bolognesi,
Cáceres y muchos otros patriotas, de la resistencia de la Breña, ratifica una historia de
improvisaciones, de corrupción inveterada, de insolvencia política, militar y moral, de
divisionismo y cortedad de miras de la aristocracia gobernante. Es la larga marcha a la deriva,
signada por la sumisión al dominio imperialista, que ejemplifica bien la gestión de Fujimori,
Toledo o García, quienes se nutren de los dictados del Banco Mundial o del FMI en ausencia
de proyecto y estrategia de desarrollo propios.
Próximos a cumplir dos siglos de alcanzada la independencia del dominio colonial español, el
Perú sigue siendo, en muchos aspectos, tributario de esa vieja herencia colonial y feudal, de
esa visión conservadora, racista y aristocrática de la vida, de esa incapacidad para afirmarse
como sociedad independiente y soberana. La nación continúa siendo una promesa incumplida.
El centralismo económico y político, además del neocolonialismo, impiden la integración del
país, el desarrollo del interior, la construcción de un mercado nacional. En una etapa de la
humanidad en la cual la ciencia, la tecnología, la educación y el conocimiento se han
convertido en una fuerza productiva fundamental, se sigue imaginando que crecimiento es
igual a desarrollo, despensa de materias primas mejor que industrialización, chorreo sobrante
superior a distribución equitativa de la riqueza. Con el falaz argumento del “perro del
hortelano” se retorna a los peores momentos de saqueo de los recursos naturales y se degrada
severamente el medio ambiente.
En Perú, la democracia es más formal que real. El autoritarismo ha sido casi siempre la
impronta de quienes ejercieron el poder. La exclusión de la población indígena y popular es
aún una realidad patética como se ha podido ver en las recientes luchas indígenas andinas y
amazónicas. El centralismo económico, que impide el desarrollo del interior, corre paralelo
con el centralismo político que convierte al presidente de la república en un poder ausente de
controles. El Estado, carente de soberanía, además de su inoperancia, ineficacia,
burocratización y marcada corruptela, se encuentra al servicio de las transnacionales y el
poder económico criollo, mientras su ausencia es visible en amplios espacios del territorio
nacional.
Los problemas que agobian al Perú se explican por el fracaso histórico de cúpulas dominantes
insensibles al cambio, profundamente conservadoras y entreguistas, temerosas de la
insurgencia popular, adictas al autoritarismo, al clientelaje y la corrupción. La república no ha
logrado desprenderse de este sello. Intentos de reformas como la emprendida por los militares
encabezados por Velasco Alvarado chocaron con este muro, y la contrareforma que le siguió
empalmó con el neoliberalismo, impidiendo que el Perú ingresara en el siglo XXI sobre rieles
nuevos. Fujimori o Alan García representan la misma voluntad continuista, son el símbolo
patético de la corrupción y el mesianismo caudillista que tanto daño han causado al Perú y al
pueblo peruano. Una vieja república se asfixia sin remedio dos siglos después de alcanzada la
Independencia;
Otra se abre paso de cara a los retos del siglo XXI teniendo en el pueblo peruano su fuerza
protagónica.
La clave para entender el Perú y encontrar respuesta al drama que le impide desplegar sus
potencialidades, reside en el fracaso de la república surgida con la Independencia, que con
distintos aditamentos se mantiene frenando el desarrollo de sus fuerzas productivas,
deformando su organización estatal, pervirtiendo la democracia, impidiendo la sana
articulación de sus regiones. Es el resultado de la “revolución fracasada” en ausencia de una
clase dirigente y de un proyecto que le permitiera realizarse como nación independiente. Casi
dos siglos después, viejas tareas que debieron haberse resuelto siguen pendientes de solución,
y las nuevas, surgidas con los cambios que vive el mundo, continúan postergadas. Esta
realidad explica la inutilidad de sucesivas constituciones aprobadas en los siglos XIX y XX
para sentar las bases de un Estado soberano, democrático, incluyente, plurinacional y
pluricultural, indispensable para despejar camino al desarrollo sostenible y sostenido, y
abrirnos al mundo desde nuestra realidad aprovechando sus enormes potencialidades
humanas, históricas, culturales, su biodiversidad y sus recursos naturales.
Necesitamos construir los cimientos firmes de una Nueva República, de cara a las exigencias
del siglo XXI. Forjar un “Perú nuevo en un mundo nuevo” como fue el sueño de Mariátegui,
asimilando con creatividad los aportes positivos acumulados por el pueblo peruano a lo largo
de milenios de historia, junto a las conquistas avanzadas de la humanidad. Esta es la tarea que
corresponde llevar a cabo los comunistas, patriotas y demócratas, junto a las nuevas
generaciones, con audacia y sin pérdida de tiempo. Cobran entonces sentido el proyecto
nacional que defina el rumbo que hemos de seguir,
una nueva Carta Constitucional que le sirva de fundamento jurídico, un gobierno democrático,
patriótico, popular, de ancha base social, capaz de emprender tal tarea de colosales exigencias.
Pero el neoliberalismo no es sólo economía, es también debilitamiento del rol social del
Estado, de la institucionalidad, de la democracia. Ha profundizado la crisis moral y la
corrupción en la sociedad peruana, ha acentuado las condiciones en que reposa la violencia
social, ha introducido el estilo lumpen y mafioso de gobierno con Montesinos y Fujimori,
ahora con García, ha reforzado el cinismo y la mentira como estilo de gobierno y devaluado la
educación, la cultura, los valores morales. El narcotráfico, la corrupción, la arbitrariedad, las
mafias organizadas con el consentimiento oficial, son parte de este escenario.
Hoy se podría repetir, sin errar, las palabras de Franklin Delano Roosevelt, presidente de
Estados Unidos y promotor del “Nuevo Diálogo”, en vísperas de las elecciones de 1936:
“Ahora sabemos que un gobierno en manos del capital organizado es igual de peligroso que
un gobierno en manos del crimen organizado”8.
Esta realidad, que protege la intolerancia, oculta la prepotencia y el miedo, que se encubre con
el sonsonete de “crecimiento” y “apertura”, debe cambiar y será cambiada por la acción del
pueblo unido y movilizado.
PERUANIZAR AL PERÚ
En el Manifiesto aprobado por el Buró Político en enero de 1992 se sostiene, con razón, y los
hechos lo confirman:
Una sociedad fragmentada como es el Perú de hoy, y una clase dominante sin más capacidad
de convocatoria que el lucro desmedido y el pragmatismo utilitarista, desarraigada de su
realidad y su historia, entusiasmada por la limosna foránea antes que por su capacidad de
realización, está condenada a reproducir las condiciones de atraso, miseria, ruina moral y
dependencia”.
¡Queremos patria para todos, democracia para todos, justicia social para todos, igualdad de
derechos para todos, un futuro digno y próspero para todos!
PLATAFORMA BÁSICA
Otro rumbo es necesario y es posible. La fatalidad del neoliberalismo como el único modelo
económico y social, carece de sustento. ¿Qué hacer?
1. La base angular del edificio: “Peruanizar al Perú”. Es decir, sentar las bases de una
nación independiente, soberana, digna, integrada reconociendo su diversidad étnica y
cultural, descentralizada, con identidad propia, abierta al mundo desde su realidad, de
sus intereses y de sus objetivos estratégicos. Una sociedad culta y libre, con inclusión
social y eliminación de la pobreza, pacífica y ordenada, de bienestar para todos, con
pleno disfrute de los derechos humanos, de la solidaridad, de la paz y la justicia social,
ajena a toda forma de discriminación
2. Nueva República, con sustento en una nueva Carta Constitucional, organizada en
torno de un proyecto nacional que delinee el rumbo a seguir en los próximos 30 años.
Tanto el caudillismo como la visión de corto plazo han impedido proyectar una visión
de futuro y organizar las fuerzas que permitan su realización.
5. Planificación macroeconómica que permita aprovechar las ventajas que tiene el Perú,
manejar racionalmente los recursos disponibles, concentrar la atención en los sectores
estratégicos y avanzar, paso a paso, a la realización del proyecto nacional. Sustituir el
coyunturalismo, la improvisación y la anarquía, por una visión estratégica, de mediano
y largo plazo, a la que se subordinen los pasos tácticos y parciales.
6. La economía estará al servicio del ser humano y la nación. Implica sentar las bases de
una economía independiente, autocentrada, solidaria, ecológicamente sustentable y
sostenible en el tiempo, promotora de la industrialización y la competitividad, de la
investigación, la ciencia y la tecnología, de la soberanía alimentaria, de la generación
de fuentes de trabajo, que recupere la soberanía sobre sus recursos naturales,
impulsora del desarrollo armonioso entre las regiones que cierre el ciclo del
centralismo económico. Afirmamos el rol promotor, regulador y orientador del
Estado, que no desconoce el mercado y su importancia, la inversión externa ajustada a
la estrategia de desarrollo nacional y la protección del medio ambiente, ni las diversas
formas de propiedad (privada, estatal, mixta, cooperativa). El Estado concertará planes
y programas de crecimiento con los principales actores económicos y sociales.
Renegociación de la deuda externa incrementada ilegalmente por mal manejo de
gobiernos corruptos y elevación arbitraria de intereses de parte de los acreedores.
Mercado interno desarrollado y apertura al exterior con relaciones justas y equitativas.
10. Educación y salud pública, universal, de calidad, gratuita, para todos, son derechos
obligatorios que el Estado debe garantizar como una de sus responsabilidades
fundamentales. Entenderlos, además, como factores de desarrollo económico,
progreso social y elevación cultural. Implica, igualmente, priorizar la ciencia, la
tecnología, la investigación y el conocimiento. Eliminar el analfabetismo. Aspiramos a
una sociedad de hombres y mujeres cultos, a la conquista “del pan y la belleza” 9, la
condición fundamental para ser libres.
11. Defensa y protección del medio ambiente. Reconocimiento de los derechos que
corresponden a las comunidades indígenas amazónicas y andinas. Forjar una cultura
que permita la relación estrecha entre los seres humanos y su entorno ambiental. La
desatención del tema ambiental, el saqueo y depredación de los recursos naturales en
nombre del crecimiento, atentan contra el desarrollo y el futuro de las nuevas
generaciones.
20. En un mundo globalizado, hegemonizado por pocos países desarrollados, los países
subdesarrollados se encuentran en seria desventaja y siempre son víctimas de los
poderosos. De allí la importancia estratégica de la integración latinoamericana y
caribeña, fundada en el beneficio recíproco, el respeto a la soberanía de los países, la
complementariedad, la cooperación, la solidaridad, factores necesarios para alcanzar la
plena independencia y soberanía.
Nuestra meta es el socialismo. Aspiramos a construir una sociedad socialista que corresponda
a las condiciones del Perú, que no sea “calco ni copia”, sí “creación heroica”, que elimine la
explotación del hombre por el hombre, termine con la polarización social, construya una
sociedad con bienestar, libertad y derechos iguales para todos. Este es un objetivo
irrenunciable e inconfundible. Un proyecto de largo plazo y un ideal. Un compromiso escrito
con la sangre de muchos hombres y mujeres que apostaron por él. Defenderlo y luchar sin
descanso por hacerlo realidad, junto a los trabajadores y el pueblo peruano, representa el más
alto honor y la más elevada dignidad.
LLAMAMIENTO FINAL
La gran unidad para el gran cambio sigue siendo la bandera fundamental a construir, no sólo
para defender los derechos de los trabajadores y el pueblo, también para llegar al gobierno y
para gobernar con éxito. Unidad de las izquierdas, el nacionalismo y el progresismo, de los
trabajadores, de la juventud, de la mujer, de la intelectualidad, de las comunidades quechua,
aymara y amazónica, de los pequeños y medianos empresarios. En suma, de quienes se
resisten a ser triturados por el capitalismo salvaje y vendepatria que es el neoliberalismo.
Unidad forjada en torno de una plataforma común, desde las bases y desde las direcciones
políticas, sindicales, populares, culturales.
No tenemos enemigos en el seno del pueblo. Estamos abiertos al diálogo, pero también
convencidos de la urgencia de actuar. No nos consumamos en discusiones estériles, en
ataques mezquinos, en desconfianzas mutuas, ni le hagamos el juego a los sectarios y
estrechos de mentalidad que nunca entenderán el valor de la unidad ni los enormes retos que
tenemos por delante.
En este esfuerzo nada nos une al aventurerismo senderista ni a los provocadores de oficio. Los
hechos han dado ya su veredicto. “Haciendo camino al andar” vamos descubriendo nuestro
propio camino.
La derecha ni el APRA son invencibles. Pueden ser derrotados si nos atrevemos a unir a la
inmensa mayoría y a luchar con voluntad de victoria. Hay que salvar al Perú del desastre que
le deparan.
¡La victoria popular es posible! ¡No se espera ni mendiga, se la construye! ¡Seamos capaces
de hacerla realidad!