You are on page 1of 14

John Maynard Keynes

Paul M. Sweezy

Esta nota necrológica se publicó por primera vez en Science & Society,
otoño de 1946. Seymour E. Harris, editor, volvió a publicarla en The New
Economics: Keynes’ Influence on Theory and Public Policy (Nueva York,
1947).

Lord Keynes, que murió a la edad de 62 años el 21 de abril de 1946, ha sido


sin duda el más famoso y polémico de los economistas contemporáneos.
Además, al igual que las grandes figuras de la escuela clásica -Adam Smith,
David Ricardo y John Stuart Mill- (1) no fue un especialista limitado de
miras estrechas que trabajaba en el retiro de una torre de marfil académica. En
tanto que crítico y participante, tuvo un papel muy importante y ciertamente
único en la vida pública de Gran Bretaña en el período de las dos guerras
mundiales; en tanto que mecenas de las artes, fue una autoridad en la vida
cultural de su país; como director de una gran compañía de seguros y como
administrador (Bursar) de King’s College, Cambridge, demostró que un
economista teórico puede ser un hombre de negocios muy próspero; además,
sus escritos no económicos se extienden desde su obra standard (literaria y
no matemática), Treatise on Probability, a la incisiva Essays in Biography.
En pocas palabras, Keynes ha sido uno de los genios más brillantes y
versátiles de nuestro tiempo; y, sin duda alguna, su lugar en la historia -y no
sólo en la historia de las doctrinas económicas- será un tema de discusión y
controversia durante un largo periodo de tiempo. Sería pretencioso intentar
cualquier evaluación definitiva en una fase tan temprana (N. del T.: este texto
se publicó en 1968); y nada más lejos de mi intención al escribir esta breve
comunicación. Sin embargo, creo que es posible exponer algunos de los
elementos del trabajo de Keynes y su influencia sobre otros que deberían
tenerse en cuenta en toda evaluación de este hombre, presente o futura.

A fin de comprender a Keynes, uno debe comprender primero de qué forma


éste se situó respecto a otros economistas y escuelas de pensamiento
económico; ya que, como veremos, fue lo que podríamos llamar un
accidente de ubicación lo que explica una gran parte de su influencia así
como muchas de las limitaciones de su obra. La economía moderna -la
economía del capitalismo industrial y del mercado mundial- tiene su origen
en las últimas décadas del siglo XVII. Durante los siguientes 150 años,
Inglaterra fue el lugar donde se realizaron los progresos más importantes
tanto en el frente industrial como en el teórico; y para la época de Ricardo
(1772-1823), la economía política inglesa gozó de un nivel de autoridad y
prestigio en todo el mundo occidental que no ha vuelto a ser igualado antes
o después de aquélla. En la segunda mitad del siglo XIX se rompió la unidad
de la tradición clásica; lo que había sido un tronco único con sólo
desviaciones menores se dividió en dos grandes ramas, cada una con sus
propias subramas que, en general, han ido creciendo separadamente desde
entonces. Estas dos ramas se pueden llamar la socialista o marxista y la
neoclásica, respectivamente. Para cambiar nuestra metáfora, cada una puede
reivindicar -y de hecho reivindica ser- la hija legítima de la economía política
clásica, pero hay que afirmar que, en tanto que hermanas, han mantenido
notablemente pocas relaciones entre sí. Este hecho sorprendente se debe a
una variedad de razones: por un lado, las dos escuelas han divergido en su
manera de escoger y desechar elementos de la teoría clásica; por el otro, se
han convertido (abiertamente, en el caso del marxismo, y bajo la apariencia
de una pretendida neutralidad científica, en el caso del neoclasicismo) en
armas intelectuales en frentes opuestos de una encarnizada lucha de clases; y,
finalmente, el marxismo -en parte sin duda como resultado del accidente
histórico de la propia nacionalidad alemana de Marx- se enraizó en el
continente europeo, pero durante muchos años no consiguió ganar
partidarios significativos en el mundo anglosajón. Por lo tanto, las dos
escuelas, a pesar de su origen común, se convirtieron en intelectual, política
y geográficamente opuestas. Los contactos que tuvieron, casi siempre fuera
de Inglaterra y los Estados Unidos, fueron contactos de lucha y produjeron
intolerancia más que comprensión.

Cuando Keynes emprendió el estudio de la economía, aproximadamente a


finales de siglo, este campo era propiedad indiscutible del neoclasicismo en
los países de habla inglesa; disentir de éste era considerado como un signo de
incompetencia o depravación. El propio Keynes aceptó incondicionalmente
las doctrinas predominantes y pronto llegó a ser valorado como un
representante brillante pero fundamentalmente ortodoxo de la escuela
neoclásica. No existe evidencia de que alguna vez se viese influido
seriamente por tendencias intelectuales opuestas o incompatibles. Se inspiró
ocasionalmente en autores extranjeros, (2) y cuando sus propias ideas
finalmente tomaron forma, fue generoso en atribuir el mérito de haberlas
anticipado a una larga serie de herejes y disidentes; pero se trataba sobre todo
de elementos secundarios del pensamiento de Keynes. Por formación, fue un
neoclásico riguroso, y nunca se sintió cómodo excepto en su discusión con
sus colegas neoclásicos. De hecho, estaría plenamente justificado el decir que
Keynes es el producto más ilustre de la escuela neoclásica.

Esto muestra, creo, la verdadera naturaleza de los logros de Keynes. Su


misión fue la de reformar la economía neoclásica, de volverla a poner en
contacto con el mundo real del cual se había alejado cada vez más desde su
ruptura con la tradición clásica en el siglo XIX; y fue precisamente porque
Keynes era uno de ellos y no un extraño que pudo ejercer una influencia tan
profunda sobre sus colegas. Sin embargo, las mismas razones explican el
hecho de que, como veremos más adelante, Keynes nunca pudo superar las
limitaciones del enfoque neoclásico que concibe la vida económica fuera de
su marco histórico y es por ello intrínsecamente incapaz de proporcionar una
guía científica para una acción social.

La obra magna de Keynes, titulada The General Theory of Employment,


Interest, and Money (La teoría general del empleo, el interés y el dinero,
1936), empieza con un ataque contra lo que él llama economía ortodoxa -
economía neoclásica, en la terminología de este artículo-, y lo mantiene
continuamente hasta el final. La esencia de esta crítica keynesiana puede
resumirse simplemente como una negación y un rechazo categóricos de lo
que se ha llegado a conocer como la Ley de Say, (3) la cual, a pesar de todas
las afirmaciones en contra de los apologistas ortodoxos, pasacomo un hilo
conductor a través de todo el cuerpo de la teoría clásica y neoclásica. Resulta
casi imposible acentuar la influencia que la Ley de Say ejerció sobre los
economistas profesionales, o su importancia como obstáculo para un
análisis realista. Los ataques keynesianos, a pesar de que parecen estar
dirigidos contra una variedad de teorías específicas, se vienen todos abajo si
se asume la validez de la Ley de Say.

Una vez que hubo encontrado la verdad fundamental de que la Ley de Say
es un fraude y una ilusión, Keynes se vio obligado a investigar la estructura
teórica neoclásica de punta a cabo para separar aquellas proposiciones que
dependían de aquélla de las que son válidas independientemente de su
verdad o falsedad. El resultado de esta investigación, tal como aparece en
The General Theory (Teoría General), resulta incomprensible para
cualquiera que no sea un adepto a la economía neoclásica. Tal como el
propio Keynes expresa en el prólogo, “la redacción de este libro ha
significado para su autor una larga lucha para escapar, y lo mismo debe
significar su lectura para la mayor parte de lectores si el asalto del autor sobre
ellos tiene éxito”, obviamente implicando que espera que los lectores tengan
el mismo tipo de formación y los mismos conocimientos generales que él. Y
entonces añade con un candor refrescante, “las ideas que se expresan aquí de
forma tan laboriosa son extremadamente simples y debieran resultar
evidentes. La dificultad se halla, no en las nuevas ideas, sino en escapar de
las viejas, que se ramifican, para aquéllos que han sido formados como lo
hemos sido la mayoría de nosotros, en cualquier rincón de nuestra mente.”
Keynes sin duda exagera la simplicidad de su propia contribución -resulta
notable que el orgullo en su virtuosismo teórico era completamente ajeno a
su naturaleza-, pero creo que casi todos los profesores estarán de acuerdo en
que resulta más fácil hacer comprender sus ideas esenciales a un principiante
que a un estudiante que ya ha sido iniciado en las doctrinas de la escuela
neoclásica. De aquí cincuenta años, los historiadores podrán consignar que el
logro más importante de Keynes fue la liberación de la economía
angloamericana de un dogma tiránico, e incluso pueden concluir que esto
consistió esencialmente en un trabajo de negación que no se equipara con
sus aspectos positivos. Incluso si a Keynes solo se le atribuyese el mérito por
esto (lo cual es muy improbable), su derecho a la fama estaría asegurado.
Ofreció nuevas perspectivas y nuevos caminos a una generación entera de
economistas; por tanto, él compartirá justamente el mérito de los logros de
aquéllos. (4)

He intentado mostrar que las circunstancias a la cuales Keynes respondió


consistieron esencialmente en una crisis en la economía tradicional, una
crisis que se vio acentuada y fue puesta al descubierto por la Gran Depresión.
Fue capaz de demostrar que sus colegas economistas, mediante su aceptación
irreflexiva de la Ley de Say, estaban de hecho defendiendo la imposibilidad
de lo que realmente estaba sucediendo. (5) Desde este punto de partida pudo
pasar a efectuar un penetrante análisis de la economía capitalista que muestra
que la depresión y el desempleo, lejos de ser imposibles, son las normas a las
cuales tiende la economía, lo que hace estallar de una vez por todas el mito
de una armonía entre los intereses privados y públicos, que era la piedra
angular del liberalismo del siglo XIX. Pero Keynes se detuvo aquí en su
crítica a la sociedad existente. Creía que nuestras dificultades se deben a un
fallo de la inteligencia y no a una crisis de un sistema social. “El problema de
la escasez y la pobreza y la lucha económica entre clases y naciones”, escribía
en 1931, “no es sino una confusión espantosa, una confusión transitoria e
innecesaria.” (6)

Evidentemente, el hecho de que Keynes sostuviese esta visión no fue una


casualidad. Pudo rechazar la Ley de Say y las conclusiones económicas
basadas en ésta porque pensó que en gran parte eran las responsables de esta
confusión. Pero nunca se le ocurrió cuestionar, y aún menos intentar evitar,
la tradición filosófica y social más amplia en la que se había formado. La
premisa tácita fundamental de esta tradición es que el capitalismo es la única
forma posible de sociedad civilizada. Es por esto que Keynes, exactamente
igual que los economistas que criticaba, nunca consideró el sistema como un
todo; nunca estudió la economía en su contexto histórico; nunca valoró la
interrelación de los fenómenos económicos, por un lado, y los tecnológicos,
políticos y culturales, por el otro. Además, aparentemente era bastante
ignorante del hecho de que existía un cuerpo importante de pensamiento
económico tan estrechamente relacionado con la escuela clásica como las
doctrinas en las cuales él mismo fue educado, que intentaba hacer estas cosas.
Para Keynes, Marx vivía en un inframundo teórico junto con personajes tan
sospechosos como Silvio Gesell y Major Douglas; (7) y no hay evidencia de
que alguna vez considerase a los seguidores de Marx como algo más que
puros propagandistas y agitadores.
Sin embargo, éste no es lugar para una revisión de la economía marxista. (8)
Planteo esta cuestión únicamente para mostrar que la escuela de pensamiento
a la que Keynes pertenece es bastante aislada y unilateral, que algunos de sus
descubrimientos más importantes fueron dados por sentado por economistas
socialistas por lo menos una generación antes de que Keynes empezase a
escribir, y que muchos de los problemas más graves del sistema capitalista
son totalmente ignorados en The General Theory (Teoría General). Marx
rechazó la Ley de Say desde el principio; (9) ya antes de 1900, sus
seguidores mantuvieron entre sí un enérgico debate, no sólo sobre el tema de
las crisis periódicas, sino también sobre la cuestión de si se podría esperar
que el capitalismo entrase en un periodo de depresión permanente o crónica.
(10) Keynes ignora el cambio tecnológico y el desempleo tecnológico,
problemas que figuran como parte integral de la estructura teórica marxista.
Keynes trata el desempleo como un síntoma de un fallo técnico del
mecanismo capitalista, mientras que Marx lo considera como el medio
indispensable por el cual los capitalistas mantienen su control sobre el
mercado laboral. Keynes ignora completamente los problemas de
monopolio, su efecto de distorsión sobre la distribución de la renta y la
utilización de los recursos, el enorme aparato parasitario de la distribución y
la publicidad que aquél implica para la economía. Un socialista no puede
hacer otra cosa que parpadear con sorpresa cuando lee que “no existe razón
alguna para suponer que el sistema existente emplea incorrectamente los
factores de producción que están en uso... Cuando 9.000.000 de hombres de
los 10.000.000 que desearían trabajar y están capacitados para ello trabajan,
no existe evidencia de que el trabajo de estos 9.000.000 hombres esté mal
utilizado.” (11) Se podrían citar muchos otros ejemplos de la estrechez de
miras y de la limitación comparativa del enfoque keynesiano. Pero quizás el
más sorprendente de todos sea el hábito de Keynes de tratar al Estado como
un deus ex machina que se puede invocar siempre que sus actores humanos,
comportándose de acuerdo con las reglas del juego capitalista, se encuentran
en un dilema del cual aparentemente no hay salida. Naturalmente, este
intervencionista del Olimpo lo resuelve todo de una manera satisfactoria para
el autor y supuestamente para la audiencia. La única dificultad estriba -como
todo marxista sabe- en que el Estado no es un dios sino simplemente un
actor más que tiene que hacer un papel, exactamente igual que todos los
demás actores.

Nada de lo que se ha dicho debería tomarse como un deseo de minimizar la


importancia de la obra de Keynes. Tampoco tengo ninguna intención de
implicar con ello que los marxistas “ya lo saben todo” y que no tengan nada
que aprender de Keynes y sus seguidores. No tengo ninguna duda de que
Keynes es el economista británico (o norteamericano) más importante desde
Ricardo, y creo que el trabajo de su escuela arroja un torrente de luz sobre el
funcionamiento de la economía capitalista. Creo que una gran parte de la
obra de Marx -especialmente en los volúmenes inacabados del Capital y en
Theorien über den Mehrwert (Teorías sobre la plusvalía)- asume un nuevo
sentido y encaja en su lugar correcto cuando se lee a la luz de las
contribuciones keynesianas. Además, por lo menos en Gran Bretaña y los
Estados Unidos, los keynesianos como grupo están mucho mejor formados
y equipados técnicamente (por ejemplo, en el campo muy importante de la
recogida e interpretación de datos estadísticos) que los economistas
marxistas; (12) y tal y como están ahora las cosas, no hay duda sobre qué
grupo puede aprender más del otro.

Pero aunque es correcto reconocer la gran importancia de Keynes, no es por


ello menos esencial reconocer sus deficiencias. Se trata mayoritariamente de
las deficiencias del pensamiento burgués en general: la falta de voluntad para
considerar la economía como una parte integrante de un todo social; la
incapacidad de ver el presente como historia, de comprender que los
desastres y las catástrofes en medio de las cuales vivimos no son sólo una
“confusión espantosa”, sino que son el producto directo e inevitable de un
sistema social que ha agotado sus poderes creativos pero cuyos beneficiarios
están determinados a resistir, independientemente del coste. Evidentemente,
el propio Keynes nunca habría podido reconocer, y menos aún superar, las
limitaciones de la sociedad y de la clase de la cual él fue parte tan integral.
Pero no puede decirse lo mismo de muchos de sus seguidores. Éstos no
crecieron en la atmósfera autosatisfecha de la Inglaterra victoriana. Nacieron
en un mundo de guerra, depresión y fascismo. Algunos, sin duda hollando
las huellas del maestro, intentarán preservar sus reconfortantes espejismos
liberales tanto como sea humanamente posible. Con toda probabilidad,
algunos se alinearán del lado del orden existente y venderán sus capacidades
como economistas al mejor postor. Pero otros, a la vez que retienen lo que es
válido y razonable en Keynes, ocuparán su lugar en las filas cada vez más
pobladas de aquéllos que se dan cuenta de que no basta con arreglar
provisionalmente el sistema actual sino que sólo un cambio profundo en la
estructura de las relaciones sociales puede disponer el escenario para un
nuevo progreso en las condiciones materiales y culturales de la especie
humana.

Creo que este último grupo se verá inevitablemente atraído por el marxismo
como la única ciencia genuina y que abarca la historia y la sociedad. Quizás
la indicación más clara de que esto es así se halla en la pequeña obra de Joan
Robinson, An Essay on Marxian Economics (Un ensayo sobre economía
marxista), publicada en Inglaterra al principio de la guerra. Robinson,
miembro del núcleo keynesiano, es quizás una de la media docena de
economistas teóricos británicos sobresalientes. Los marxistas no podrán estar
de acuerdo con todo lo que ella dice, pero hallarán en ella una crítica
comprensiva, dispuesta y deseosa de debatir los problemas con ellos con un
espíritu sereno y científico. ¿Podría ser una casualidad que una de las
seguidoras más prominentes de Keynes fuese la autora de la primera obra
honesta sobre marxismo jamás escrita por un/a economista británico/a no
marxista?

______________________

Traducción: Beatriz Krayenbühl Gusi


______________________

NOTAS

1
El propio Keynes utilizó el término “economistas clásicos” para incluir los
teóricos del valor subjetivo -especialmente Marshall y sus seguidores del
grupo de Cambridge- de finales del siglo XIX y siglo XX. Por razones que
deberían esclarecerse en la discusión siguiente, me parece que esta práctica es
engañosa. Es preferible considerar a John Stuart Mill como el último de los
economistas clásicos y etiquetar a los marshallianos de escuela “neoclásica”.
2
Por ejemplo, el concepto de “tipo natural de interés” que tiene un papel
importante en A Treatise on Money (Tratado sobre el dinero, 1930) fue
tomado del economista sueco Knut Wicksell (1851-1926). Sin embargo, el
propio Wicksell fue básicamente un neoclásico.
3
La Ley de Say, en efecto, niega que jamás pueda haber escasez de demanda
en relación con la producción. Ricardo lo expresó como sigue: “Ningún
hombre produce si no es en vistas a consumir o vender, y nunca vende si no
es con la intención de comprar algún otro producto que le pueda ser útil, o
que pueda contribuir a una futura producción. Así pues, al producir,
necesariamente se convierte, o en el consumidor de sus propios bienes, o en
el comprador y consumidor de los bienes de alguna otra persona... Los
productos siempre son comprados por productos, o por servicios; el dinero
es solamente el medio por el cual se efectúa el intercambio.” Principles of
Political Economy (Principios de economía política) (Gonner ed.), pp. 273,
275.
4
Probablemente solo aquéllos que (como el autor de este artículo) fueron
formados en la tradición académica del pensamiento económico en el
periodo anterior a 1936 pueden apreciar completamente el sentido de
liberación y de estímulo intelectual que The General Theory (Teoría
General) produjo inmediatamente entre los profesores más jóvenes y los
estudiantes en todas las universidades británicas y norteamericanas más
notables.
5
Los apologistas de la visión ortodoxa siempre están a punto para demostrar
con citas que los economistas nunca fueron aquellos locos como tal cosa
implicaría. La respuesta de Keynes, creo, es correcta y convincente: “El
pensamiento contemporáneo”, escribió, “todavía está profundamente
impregnado de la noción de que si la gente no gasta su dinero de una manera
lo hará de otra. En efecto, rara vez los economistas de la posguerra
consiguieron mantener consistentemente este punto de vista; porque su
pensamiento esta hoy en día demasiado saturado de la tendencia contraria y
de hechos reales obviamente demasiado inconsistentes con su punto de vista
anterior. Pero no han extraído consecuencias de gran alcance; y no han
revisado su teoría fundamental.” General Theory (Teoría General), p. 20.
6
Essays in Persuasion, p. 7.
7
General Theory (Teoría General), p. 32.
8
He intentado proporcionar este análisis en The Theory of Capitalist
Development (1942).
9
Marx observó, en relación con el pasaje de Ricardo citado en la nota
anterior 3, que “es éste el balbuceo infantil de un Say, pero indigno de
Ricardo.” Theorien über den Mehrwert (Teorías sobre la plusvalía), vol. II,
sección 2, p. 277.
10
Ver The Theory of Capitalist Development (Teoría del desarrollo
capitalista), capítulo XI, “The Breakdown Controversy”.
11
General Theory (Teoría General), p. 379. Es justo indicar que la
negligencia de Keynes respecto del monopolio no es característica de la
economía académica actual. Sin embargo, sigue siendo cierto que el trato
neoclásico del tema se centra excesivamente en los problemas de la empresa
individual y no ha hecho gran cosa para relacionar el monopolio con el
funcionamiento de la economía en su conjunto. En este último campo,
incluso actualmente, sería difícil nombrar una obra que rivalizase con Das
Finanzkapital, escrita por el economista marxista Rudolf Hilferding en la
primera década del siglo XX.
12
¡Qué pocos hay que realmente merezcan este nombre!

_____________________

You might also like