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EL INFIERNO EXISTE

A los ateos, incrédulos, paganos, viciosos y


todos aquellos que van camino de perderse
eternamente, para que la Virgen Santísima
les haga ver la luz, se conviertan y se salven
.

Todo árbol que no da fruto bueno es cortado y echado al


fuego (Mateo 7, 19). Quien continuamente teme al Infierno,
jamás caerá en él, refrenado siempre con este temor. ( San
Juan Crisóstomo).
ÍNDICE

PRÓLOGO —————————————————————————————— 4

LA MUERTE —————————————————————————————— 6
EL JUICIO —————————————————————————————— 15
EXISTENCIA DEL INFIERNO ——————————————————————— 65
ETERNIDAD DEL INFIERNO ——————————————————————— 74
¿ES EL INFIERNO UN LUGAR O UN ESTADO DEL ALMA? ——————————— 76
SUFRIMIENTOS DEL INFIERNO —————————————————————— 75
CAUSAS DE CONDENACIÓN ———————————————————————— 101
OPORTUNIDADES PARA SALVARSE ————————————————————— 117
¿SON MUCHOS LOS QUE SE CONDENAN? —————————————————— 140
¿ES DIOS MALO? ——————————————————————————— 142
EL TEMOR SALVA —————————————————————————— 144
NECESIDAD Y OBLIGACIÓN GRAVE DE HABLAR DEL INFIERNO ———————— 159
MENSAJE DE AMOR —————————————————————————— 160
EPÍLOGO —————————————————————————————— 207
CONCEPTOS BÁSICOS CRISTIANOS ———————————————————— 209
DEVOCIONES RECOMENDABLES —————————————————————— 215
FALSOS PROFETAS —————————————————————————— 226
PRÓLOGO

Hablar del Infierno en nuestros días conlleva ser etiquetado de fundamentalista, ultraconservador, desviado,
incluso acusado de no haber comprendido bien el mensaje de Cristo... hasta tal punto se ha llegado por una deforma-
ción bíblica del verdadero Evangelio. Jesús, Dios hecho Hombre, habla hasta quince veces del Infierno, de las penas
eternas que esperan a quienes caigan en él por su obcecación en el mal, por su rechazo a Dios, por su egoísmo, por su
impiedad, por su incredulidad culpable. La Virgen en Fátima, a tres pastorcillos (Jacinta y Francisco beatificados por
Juan Pablo II el 13 de Mayo del año 2000) niños de pocos años, no sólo les habló del Infierno sino que incluso se lo hizo
ver, en una visión terrorífica, lo que hizo, según cuentan ellos mismos, que avanzaran en la santidad para evitar aquel
horror...
El Infierno es una realidad, luego hay que hablar de él para que la gente no se condene. No hablar del Infierno,
por no «asustar «, es caer en el papanatismo del avestruz: cree que con esconder la cabeza en la arena, ya se libra del
peligro, y, al revés, es entonces cuando más fácilmente es capturado. Actualmente, mucha culpa del vicio, de la corrup-
ción, de la impiedad, de la incredulidad de nuestra sociedad, la tiene el haber hablado poco, nada, del Infierno: en
nuestros días se condenan más gente que nunca... Si en la Edad Media se hablaba mucho del Infierno, y así por este
miedo al Infierno la gente se salvaba: ¡bendito miedo que llenaba el Paraíso de cristianos, de almas salvadas! Ahora,
por no «asustar « con el Infierno, la gente se condena: por el vicio que inunda nuestra sociedad, por la falta de temor
al más allá, al juicio, al Infierno eterno: los que no hablan del Infierno por no « asustar « serán responsables de todas
aquellas almas que se hubieran salvado si alguien les hubiera hecho ver que no todo acaba con la muerte, sino que tras
ésta hay un juicio sumarísimo por parte de Dios, Justo Juez de vivos y muertos. En la vida actual brilla la Misericordia
de Dios; tras la muerte, brillará su Justicia... No seamos, pues, ilusos, y no nos hagamos responsables del vicio que
embarga nuestra envilecida tierra, y hablemos del Infierno para que la gente no caiga en él. Igual que ponemos señales
de tráfico y «asustamos « a los conductores con la circulación para que no mueran o queden paralíticos; igual que
«asustamos» a los niños con los peligros de la droga, para que no sean drogadictos y subnormales (por culpa de este
veneno) en plena juventud, faltos de vida, de ideales, de futuro, muertos vivientes, igualmente hay que hablar y «asus-
tar» con el Infierno. Seamos sinceros: el Infierno existe, es una realidad, triste realidad, pero verdadera, pues hable-
mos del Infierno, hablemos claro y fuerte para que las gentes no caigan en aquel lugar de sufrimientos, fuego y
desesperación eterna, para siempre, siempre, siempre. Hablemos de la realidad del Infierno, de su existencia, de las
causas que conducen a él, de su eternidad, de los horrores que allí sufren los condenados y de las oportunidades que
Dios da a todos para que se salven: si el alma necesita uno para salvarse, Dios le da millones de oportunidades: quien se
condena es porque quiere. En el juicio, en el momento de la muerte, que tan olvidado tienen muchos actualmente, brilla
la Justicia de Dios, pero al mismo tiempo brilla, y mucho más, la Misericordia de un Dios que por amor a sus criaturas
muere entre espantosos sufrimientos en la Cruz, abucheado de su pueblo, de los suyos... y aún así son más, muchísimos
más, los que se condenan que los que se salvan, de ahí la necesidad apremiante de este libro: para abrir los ojos a los
necios e ignorantes que, al vivir al margen de Dios y sus Mandamientos, no saben , no se dan cuenta, o no quieren darse
cuenta, del abismo de sufrimientos eternos que se abre ante ellos: mientras hay vida hay posibilidades de salvarse,
después de la muerte ya no habrá más tiempo... No seamos necios y aprovechemos el tiempo presente para ganarnos el
Cielo, un Cielo en el que cada minuto es mejor que el anterior, al revés que en el Infierno, donde cada minuto es peor
que el anterior.
Que todo sea para mayor gloria de Dios, de un Dios que se lo merece todo pues su amor por el hombre lo llevó
hasta la muerte en la Cruz, y Él se merece que las gentes lo amen, y conozcan todo lo que hizo por el hombre, su
criatura más querida y la más ingrata con Él. Y también para que honren y quieran a la Virgen, Madre de Dios y Madre
nuestra, porque Ella, como Corredentora, es la persona que después de Jesús ha sufrido más de toda la Humanidad,
y ese sufrimiento, tanto el suyo como el de su Hijo, Jesús, fue por nosotros, para que no nos perdamos en un Infierno
horrible de sufrimientos y desesperación eterna. Todo esos sufrimientos y penalidades de Nuestro Señor y su Madre,
que lo es también nuestra, lo pasaron, lo sufrieron, por nuestra salvación: es lo que queremos manifestar en la última
parte de este volumen con el «Mensaje de amor» dado por Nuestro Señor a la Sierva de Dios Sor Josefa Menéndez
(fallecida en 1923); en este Mensaje se ve el gran amor de Dios por sus criaturas y su deseo de que todos se salven:
quien se condena es porque quiere.
Ojalá que la lectura de este libro lleve a muchos al buen camino, al camino de la salvación, aunque se asuste un
poco... Más vale asustarse, repito, del Infierno y no ir a él, que por no asustarse, por no asustar, como ahora ocurre, las
gentes se condenan más que nunca, en masa, para toda la eternidad, en un Infierno real de fuego, sufrimientos y
desesperación eterna para siempre, siempre, siempre...
LA MUERTE
La muerte no entraba en los planes de Dios. Cuando Nuestro Señor puso a Adán y Eva en el Paraíso, los creó inmortales.
Sólo el pecado original condujo al hombre a la muerte, a la corrupción. Pero la muerte es algo transitorio, no es estable, al final,
será la resurrección de los muertos y la inmortalidad, no sólo del alma sino también del cuerpo; pero será una resurrección, una
inmortalidad, para bien o para mal, según las buenas o malas obras que el hombre , o la mujer , hayan realizado en el período de
tiempo que Dios le dio de vida para inclinarse hacia Dios o hacia el mal y el diablo.
En las actuales circunstancias de prueba, la vida es un tiempo, más largo para unos que para otros en el que hemos de
demostrar si somos de Dios o del diablo, la muerte es la última oportunidad que tenemos, de salvarnos o condenarnos. De ahí que
el diablo haga todos los esfuerzos posibles en los momentos de la agonía, del paso de ésta a la otra vida, para conseguir que el
alma se condene, porque una vez muerto el cuerpo el alma ya está en el sitio inmutable que la persona misma durante su paso por
esta vida con sus actos, buenos o malos, voluntariamente haya escogido: Infierno o Paraíso.
Por eso toda nuestra vida debe ser una preparación a la muerte, al juicio que hay tras la muerte, al último momento en el que
podremos salvar nuestras almas y ser felices para toda la eternidad, o, por el contrario, ser desgraciados en un Infierno eterno
entre sufrimientos, fuego, horrores y desesperación eterna, para siempre, siempre, siempre.
Muchos olvidan el momento tan trascendental que supone la muerte para el alma y la dicha eterna, y así cuidan corporalmente,
físicamente, a sus enfermos agonizantes con todos los requisitos habidos y por haber, pero, desgraciadamente, en el plano
espiritual, la mayoría, dado el estado de corrupción general en que nos hallamos actualmente, casi nadie, muy pocos, poquísi-
mos, requieren los servicios espirituales para el moribundo. Hallándose mi madre ya en las últimas, rezaba yo, mientras pudo
contestar, el Rosario con ella. La hija de la enferma vecina a mi madre, me criticó de que rezara tanto, metiéndose en lo que no le
importaba, porque si vivimos en una democracia, el mismo derecho tiene ella a no creer, que yo a creer y a que se me respeten
mis prácticas religiosas. Pero a lo que voy, ella se desvivía por su madre, apenas dormía, cuando tampoco hubiera hecho falta
tanto «desvivir» cuando había un servicio de enfermeras en el Hospital que la tenían más o menos controlada, pero controlada al
fin, de manera que si ella se hubiera desvivido un poquito menos, físicamente, por su madre, no hubiera pasado nada... Al fin, su
madre murió y la mía también... Pero ¡qué diferencia!...Yo le regalé un escapulario de la Virgen del Carmen, para que se lo pusiera
a su madre moribunda, no sé si murió con él o no, pero por supuesto de prácticas religiosas, nada de nada... Ella decía « que su
madre apenas pisaba la iglesia «... ¡Qué triste es ver que sobre la muerte de un ser querido se puede cernir además la condenación
eterna! .Gracias a Dios, mi madre recibió los últimos sacramentos, y estoy seguro que la Virgen, que Jesús, la ayudaron en su
último momento, pues ella murió rezando: tenía la fe desde pequeña inculcada por sus padres, mis abuelos, verdaderos cristia-
nos. La otra pobre mujer... sí, acaso le dirían la misa de difuntos, pero no creo que le dijeran nada más... a la mía, mis hermanos
y yo le dijimos las Misas Gregorianas, que es el mejor regalo que se le puede hacer a un difunto.Triste, muy triste que haya
personas, y cada vez son más, que mueran sin los últimos sacramentos, sin confesión, sin comunión, sin arrepentimiento... El
morir los enfermos, las enfermas, sin cuidados espirituales ya se está volviendo una costumbre pagana muy generalizada, hasta tal
punto de que incluso me criticaran el rezar el Rosario con mi madre agonizante, o el que le pusiera estampas de Jesús y la Virgen
en la pared, donde ella, en sus últimos momentos, pudiera haberlas invocado... A tal grado de irreligiosidad y de despiste
espiritual hemos llegado, de que ya incluso los mismos católicos se avergüenzan de poner una estampa de Jesús y de la Virgen a
un agonizante en un Hospital...
Y el árbol cae siempre del lado al que siempre se ha inclinado... Si toda su vida ha vivido la persona alejada de Dios, su
muerte será pagana. Si ha vivido con la Religión, con Dios, dentro del pecho, morirá con el nombre de Dios y de la Virgen en
sus labios como le pasó a mi madre, pero es porque ya durante toda su vida, día a día, había contado con Dios y la Virgen. La
otra pobre mujer... nada de nada...
Y nos jugamos mucho para que actuemos con tanta ligereza con este momento supremo de la muerte, nos jugamos ¡LA
ETERNIDAD!...: dichosa si morimos en gracia de Dios, desgraciada, si morimos despreciando a Dios, olvidando a Dios,
alejados de Dios...
Ponemos a continuación una serie de reflexiones sobre la muerte del P. Andrade (1684) que pese al tiempo en que fueron
escritas, aún tienen vigor, porque la muerte es algo de todos los siglos, de siempre: la gente se sigue muriendo ahora lo mismo que
hace mil o dos mil años...Y la gente, ante la muerte, necesita ahora, lo mismo que hace dos mil años, la gracia de Dios para morir
en su paz. Ahora, igual que hace mil años, o hace dos mil años, la gente muere y se condena, y muere y se salva... No nos
tomemos a broma lo que decimos porque una eternidad desgraciada no es una broma de mal gusto, es ¡el horror eterno!...
« Decretado está de Dios que los hombres han de morir una vez para que sepan que, si esta vida se yerra, no les queda otra
a qué apelar.
La acción más gloriosa del hombre es morir bien, es decir, en gracia de Dios, y, por consiguiente, la más ignominiosa suerte
que puede tener el hombre, o la mujer, en esta existencia, es morir en la desgracia de Dios, en pecado mortal, no habiendo
confesado, ni habiéndose arrepentido.
¿Qué le importará a uno haber vivido su vida con toda clase de felicidades, si al morir lo pierde todo?
Desde que el hombre nace ha de aprender a morir, como el marinero a navegar desde que sale del puerto y se hace a la mar,
porque en descuidándose un poco errará el viaje y dará en arrecifes, en escollos, en piedras, donde se perderá para siempre. Lo
mismo sucederá al hombre que navega por el mar de este mundo al puerto de la bienaventuranza, si se descuida, y no aprende el
camino que ha de llevar, y cómo se ha de gobernar en él, especialmente cómo ha de morir y acabar su navegación. ¡Paso estrecho
y amargo, lleno de enemigos y de dificultades, y puerto de tantos escollos, peligros y rocas, que, como dijo San Bernardo, de diez
apenas lo acierta uno!
Todas las instrucciones de Cristo fueron para nosotros lecciones de bien vivir. Cuantas fueron las buenas obras que hizo, y
las palabras que habló, la más principal de todas fue la de su muerte, con que coronó su vida. Fue la más importante lección para
nosotros, enseñándonos a morir, a pasar de este mundo al Padre, a dar fin a nuestras obras, buen remate a nuestra vida, y a llegar
al puerto de la Gloria, que es el objetivo de nuestra navegación, y el fin a que se ordenan todas nuestras acciones, desde que
nacemos en el mundo hasta que salimos de él.
San Agustín y San Juan Crisóstomo enseñan que toda la gloria de Dios y toda la salud de los hombres están en la muerte de
Cristo, porque con ella glorificó a Dios, abrió los Cielos, pobló la Gloria, enseñó a los hombres a pelear hasta vencer y alcanzar la
corona del Paraíso, dándoles la última lección en la cátedra de la Cruz, echando el sello a todas las que les había dado en el
transcurso de su vida. Porque, si bien lo miras, callando habla y muriendo te enseña a morir santamente y a coger el fruto de todos
tus trabajos en aquella última hora de la vida.
Lo primero, aceptó la muerte, pudiendo evitarla, con tanta voluntad y resignación en las manos de su Padre, para enseñarte a
ti a aceptar la tuya, cuando Dios te la enviare, con toda resignación y voluntad en la suya, sin repugnancia ni tristeza ni muestras de
impaciencia; que esto es propio de los paganos, de los ateos, de los incrédulos que no esperan la Gloria, ni tienen amor a Dios, ni
el ejemplo de Cristo, de Quien aprender, como lo tienes tú.
Otra cosa que advierte San Ambrosio que debemos aprender en la muerte del Salvador es perdonar a los enemigos y rogar
por ellos, que fue una gran lección que nos dio de amor y fraternal caridad, para que tú aprendas a perdonar a los tuyos, y más en
aquel trance en que vas al tribunal de Cristo, en el cual has de ser juzgado con las medidas con que hubieras medido a los demás,
y, si no los perdonaste, tampoco serás perdonado. Mira cómo ruega por ellos antes que por sí mismo, y aprende a rogar por los
que te ofenden, si quieres alcanzar misericordia de Dios para ellos y para ti.
Tu alma es la joya más preciosa de cuantas puedes tener, y de la que has de darle estrecha cuenta a Dios a tu muerte. Todo
cuanto has poseído se ha de quedar aquí y sólo tu alma has de llevar contigo. Ésta compró Dios con su sangre, ésta te encomendó
principalmente, ésta te ha de pedir, de ésta le has de dar cuenta; de su mala o buena suerte depende tu salvación o condenación para
siempre: como entonces te hallares has de quedar para toda la eternidad.
Mira si te importa aprender con tiempo esta lección de buen morir y de mirar por tu alma, cumpliendo enteramente con todas
tus obligaciones, de las cuales la primera es reconciliarte con Dios por medio de sus sacramentos, recibiéndolo con tiempo,
doliéndote mucho de tus pecados, y proponiendo también la enmienda con todo tu corazón, aunque te durase eternamente la vida.
Cada uno recoge según siembra, como dice San Pablo, porque la cosecha corresponde a la sementera en cantidad y calidad;
porque sembrar cebada y esperar coger trigo es error, como sembrar poco y pensar recoger mucho. No se cogen de las espinas
uvas, ni de las zarzas higos, ni de la mala vida buena muerte, ni de los vicios y pecados cosecha de buenas obras. En el agosto de
la muerte cada uno cogerá entonces lo que hubiere sembrado en el transcurso de su vida. El que hubiere hecho buenas obras hallará
en su muerte copiosa mies de merecimientos de Gloria, con gran consuelo y alegría de su alma; y el que las hubiere hecho malas
hallará cardos y espinas que le puncen la conciencia y no le dejen tener consuelo; padecerá terribles temores sin esperanza de
salvación, porque la buena muerte es fruto de la buena vida, y la mala muerte de la mala vida; por cuya razón dice el Espíritu Santo
que el justo espera alegre y gozoso su propia muerte porque ha de heredar el Cielo, recogiendo en aquella hora copiosa cosecha de
ricos merecimientos de las obras de virtud que ha sembrado durante su vida.
Por lo cual, si deseas tener buena muerte, el medio más eficaz es tener buena vida en obras y merecimientos ante los ojos de
Dios; porque como el árbol y su fruto corresponden a la raíz, de la misma manera la muerte corresponde a la vida, cuyo fruto es
y de cuya raíz procede: si fuere buena será buena, y si mala, mala. Dice San Agustín que ninguno que vive bien muere mal, y, al
contrario, raro o ninguno de los que viven mal acierta a morir bien.
Si tú quieres salvarte con los santos, es forzoso que los imites en la vida, rechazando todo lo que el mundo adora, viviendo
en Dios y en las virtudes; porque de otra manera no podrás tener buena muerte ni alcanzar la vida eterna. Porque, dime ahora, si
estás metido en la ira, en la venganza, en la ambición de honras y honores fatuos, en la codicia de las riquezas, si dominan tu alma
los vicios de la sexualidad, la avaricia, la envidia, la soberbia, la murmuración y la gula, durante toda tu vida, dando rienda a tus
apetitos desordenados como si Dios no existiera, ¿cómo podrás después, en la última hora, cuando estés sumamente debilitado,
y los enemigos del alma más envalentonados, y seas acometido por todas partes, salir vencedor de ellos y alcanzar victoria si
cuando estabas sano siempre perdías? . ¿No está claro que es ardid manifiesto de Satanás, que con este engaño de que ya tendrás
tiempo de convertirte más adelante te quiere descuidar del asunto que más te importa: tu alma, tu arrepentimiento, tu confesión,
para llevarte con él al Infierno?.
Si un hombre estando sano no puede cargar con una caja pesada, ¿la cargará estando enfermo?...Pues lo mismo puedes juzgar de
ti, si piensas en la hora de la muerte vencer los vicios que no has podido estando sano, y levantar la carga pesada de tus culpas,
que tantas veces has probado levantar cuando te hallabas bien, y no has podido. Cree a los experimentados y a los que sólo
procuran tu bien; y ahora que Dios te da tiempo y gracia y ocasión de prevenir la muerte, prepárate para ella con buena vida, según
los Mandamientos de Dios, arrancando de tu alma los vicios y plantando las virtudes, que es medio eficaz para tener buena muerte
y salvarte.
Cada día y cada hora, decía San Bernardo, que se había de preparar el hombre para la muerte, pues no sabe el día y la hora
en que ésta vendrá. Y pues el enemigo no duerme no es justo que te eches a dormir, y descuides un negocio que te importa tanto,
¿ Qué hombre hay, dice San Cipriano, que espere a reparar su casa cuando ya se viene al suelo? ¿Y a reparar el navío cuando se
hunde? ¿ Quién, habiendo de viajar, no dispone lo necesario para el viaje antes que llegue la hora de partir?
Pues si tu casa amenaza ruina, y el navío de tu cuerpo cada hora corre riesgo de irse a pique y caer en la sepultura, ¿ no será
bueno que con tiempo mires por ti, y no esperes al último momento para convertirte cuando ya no sea posible remediarlo? Y si
forzosamente has de hacer este viaje al otro mundo, y no sabes cuándo será la hora, ¿no será acertado consejo preparar lo
necesario para él antes que llegue el momento de partir, sin apelación ni dilación de un solo instante, el cual no te será concedido,
aunque lo pidas con lágrimas de sangre?
Mira que no tienes más que un alma, ni has de morir más de una vez (los que dicen que el hombre vuelve a nacer en otro
cuerpo, o sea, la reencarnación, es falso, San Pablo así lo afirma en (Hebreos 9, 27 - 28), donde dice que, igual que Jesús, todos
morimos una sola vez); si ésta yerras, si ésta pierdes, si ésta condenas, no hay cómo recuperarla ni enmendarla después. No te
ciegue el engaño de uno u otro que oíste decir que se convirtieron y salvaron en aquella última hora; pues por cada uno de ésos
hay millares que se condenaron en la muerte por haber tenido mala vida. Ni te engañe la grandeza de la Misericordia Divina, pues,
confiados presuntuosamente en ella (soberbiamente, abusando de la bondad de Dios) hay tantas almas en el Infierno que no se
pueden sumar: Dios es bueno pero no necio, y ellos, más que bueno, consideraron a Dios tonto, y siguieron pecando y ofendien-
do al Altísimo y al prójimo, pensando que como Dios es bueno se lo perdonaría todo... pero, como hemos dicho antes, Dios es
bueno pero no tonto y de Dios no se burla nadie... y al final de sus vidas murieron sin confesión, sin arrepentimiento, y se
condenaron para toda la eternidad
Oye lo que Dios te dice por boca del profeta David: « Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de los justos, pero la de los
pecadores pésima «. Sobre lo cual dice San Bernardo: « La muerte de los justos es preciosa, porque salen de esta vida ricos en
merecimientos, dan fin a sus trabajos, empiezan a gozar de su descanso, cesan sus dolores y empiezan sus gozos, el Cielo se
alegra, los Santos se honran, el mundo se alienta viendo su premio, sus obras lo siguen, y Dios los corona como vencedores con
las coronas de gloria. Por eso es preciosa su muerte.»
Pero la muerte de los pecadores es pésima, porque mueren cargados de vicios, y el peso de sus culpas los hunde en lo
profundo del Infierno. Allí acaban sus gustos y empiezan sus tormentos, dan fin a sus honras y empiezan sus deshonras, acaban
sus delicias y empiezan sus penas, en manos de tan crueles verdugos, como son los diablos, enemigos mortales del hombre en
esta vida y en la otra donde no cesarán de atormentarlos por los siglos de los siglos, a los que se condenen, porque los que salven
sus almas estarán libres de sus insidias y ataques en aquel lugar horrendo a donde penarán para siempre los condenados. ¡Pésima
es su muerte! Ruego a Dios que no sea tal la tuya, sino como la de los justos.
Y teniendo en cuenta que una de las dos muertes te ha de caber forzosamente, y la buena es fruto de la buena vida, de la vida
santa, y la mala, de la mala, vive como los buenos y morirás como ellos, y gozarás eternamente como ellos: no vivas como los
malos y no tendrás su muerte. Recapacita contigo mismo, y haz ahora lo que quisieras haber hecho cuando mueras; mira despacio
cómo has vivido hasta aquí, y cómo debas vivir en adelante, para tener buen fin y acabar tu vida con honra eterna.
Quien vive santamente, muere santamente. Muere bien, porque Dios no permite que a una buena vida se siga mala muerte,
sino que cada uno coja en el agosto de la muerte lo que sembró en el invierno de la vida.
Así como la buena vida en Dios, cumpliendo sus Mandamientos, es el medio más eficaz para tener buena muerte, de la
misma manera el pensamiento de la muerte ayuda a no olvidar este momento supremo, y lo que nos jugamos en él: una eternidad
horrorosa en un Infierno eterno, o una eternidad dichosa en un Paraíso dichosísimo para siempre, siempre, siempre. Como dice el
Espíritu Santo, el que se acuerda de su fin vive con temor, refrena sus deseos desordenados, y procura no estar en pecado mortal,
acordándose de la cuenta que ha de dar a Dios de su vida, y el premio y la pena que le están aparejados, según el mérito de sus
obras. Desprecia las riquezas, honras y deleites del mundo contrarios a los Mandamientos de la Ley de Dios, conociendo la
brevedad y la vanidad de la vida y lo que te juegas para toda la eternidad
La muerte es como los enemigos que, por fuertes y poderosos que sean, no los tememos cuando están lejos de nosotros;
pero en llegando cerca nos llenamos de temor y ponemos toda diligencia para defendernos de ellos De la misma manera nos
sucede con la muerte, que no la tememos ni nos preparamos para ella, porque la vemos lejos. Siempre nos prometemos larga vida
y no consideramos el fin, pero si la viéramos cerca, en nuestras casas, o en nosotros mismos, entonces sí nos prepararíamos,
pero ¿quién nos dice que vamos a llegar a ancianos?...Muchos mueren en accidentes de tráfico, de infartos, de trombosis, de
muertes repentinas, cogiéndoles la muerte de improviso, en pecado mortal... y se condenan.
A todos les llega la muerte y a todos los hace iguales; sólo sus obras los diferencian, obras que los acompañan siempre:
obras buenas o malas. ¿Por qué quieres entonces trabajar por lo que has de dejar tan pronto? No te canses en buscar amigos que
te han de volver las espaldas cuando más los necesites; procura practicar las virtudes y acumular gran cantidad de buenas obras
y deja las cosas vanas, los pecados, los vicios, que sólo te pueden conducir a la condenación eterna. Y como la muerte no se sabe
cuándo vendrá, ni dónde te va a coger, espérala en todo tiempo y lugar con una buena vida teniendo siempre tu alma en gracia de
Dios. Si esto haces vivirás con la tranquilidad que da una buena conciencia y nada te podrá entristecer.
Aprende a vivir como te enseña tan insigne maestra como es la muerte, que si la tienes presente, y miras en lo que has de
parar, y lo que te has de llevar de este miserable mundo, sin duda que ajustarás tu vida con la Ley santa de Dios. Dice muy bien
San Agustín que la perdición del mundo está en que todos piensan más en vivir mucho tiempo, que en vivir bien, según la Ley
de Dios; siendo así que si el bien vivir, según Dios, está en vuestras manos, no la está el vivir más tiempo. Tienen vista para todo
aquello que no sirve sino para acrecentar pecados, y no la tienen para lo que es necesario para la vida bienaventurada, que es el
vivir santamente conforme a la Ley de Dios.
No seas tú de los muchos engañados con la voz de aquella antigua serpiente, cuyo silbido engañó a nuestros primeros
padres con la esperanza de vida larga, mintiéndoles con que no habían de morir, y cree lo que Dios te dice: que has de morir y muy
pronto, ¿qué son cien años comparados con la eternidad?... y prepárate desde ya para la partida, como si hoy hubieras de salir de
este mundo. Este consejo es del Salvador que vino del Cielo a enseñarte a vivir; y para esto te amonesta que tengas presente en
cada hora de tu vida la muerte, como si en ella hubieses de morir.
El pensamiento de la muerte te apartará de lo malo, te refrenará cuando te empujen los vicios a incumplir los Mandamientos de
Dios, te animará para mortificar tu carne, te enfervorizará para buscar con aliento las virtudes, te encenderá en vivos deseos del
Cielo y desprecio del mundo. En la muerte leerás la vanidad de lo terreno y el valor de lo celestial, ella te enseñará el camino de la
bienaventuranza, te dará la mano para subir a la cumbre de la perfección. Si consultas a la muerte te aconsejará la verdad, si la
oyes te enseñará lo cierto y todo lo que te conviene saber. Comunícale tus obras, trata con la muerte de tus aspiraciones, que ella
te aconsejará acertadísimamente todo lo que te conviene, y por su dirección no errarás.
Si te ofrecen riquezas injustas, consulta con la muerte, si debes tomarlas o no, si honras injustas, pregúntale a la muerte si te
conviene, si deleites al margen de los Mandamientos, consulta con la muerte si te conviene aceptarlos. Mira qué parte de vida
quisieras haber llevado, qué obras quisieras haber hecho, y considérate ahora en aquella última hora, que llegará sin duda muy
pronto, y a la luz de aquella hora conocerás la verdad. No cierres los ojos a la muerte, ni te hagas sordo a sus voces, porque te
importa oírlas no menos que tu salvación. Acuérdate en todas tus obras de la muerte y acertarás y nunca pecarás.
La muerte enseña a todos la inconstancia de la vida, su brevedad, su incertidumbre, y cómo no hay seguridad en años, ni en
fuerzas, ni en habilidades, ni en noblezas y riquezas, sino que todo se lo lleva con su llegada, y que cuando menos pensamos,
echándose el hombre a descansar amanece en el otro mundo. ¡Cuán breve es el paso para la otra vida, pues en un instante, delante
de sus ojos, pasa a la otra vida el que puede prometerse largos años!
La muerte predica callando cómo todo se ha de quedar aquí: riquezas, honras y placeres. ¡Cuánta vanidad es buscarlas, y
gastar el tiempo en ahorrar, en cosechar, en reunir lo que nada vale en el acatamiento de Dios, y cuánto importa atesorar las
virtudes y hacerse ricos de las buenas obras de que podremos gozar eternamente!.
Aquí viene muy bien el consejo de San Agustín a los que desean alcanzar su salvación: que cuando vean a los hombres de
este mundo, en suma opulencia, los contemplen muertos y podridos en los sepulcros. Mira tú, pues, al rico con tanto esplendor y
grandeza de criados, de amigos, míralo muerto, sepultado y podrido en un sepulcro, donde se ha de ver muy pronto.
¡ Míralo qué sólo, qué triste, qué feo, qué consumido y en aquel sepulcro! Otros gozan sus rentas y tienen sus puestos y son
honrados de sus deudos, y servidos de sus criados, y de los difuntos apenas se tiene memoria. Considera qué les aprovechó el
resplandor de este mundo y la honra de los hombres, y advierte que lo mismo ha de ser de ti dentro de muy poco. Ellos se vieron
como te ves tú ahora, pronto te verás tú como ellos están, por el mismo camino que ellos has de pasar...
Por tanto, pues tienes tiempo, escarmienta en cabeza ajena, contémplate en la sepultura comido de gusanos, o transformado
en cenizas, o pisado de los que pasan, en compañía de otros muertos, olvidado de los tuyos, los cuales gozarán tus rentas y
posesiones. ¡Todo pasó como el viento, tú te quedastes sin nada, perdidos tus trabajos, frustradas tus diligencias, pobre y
miserable, cuando no tuvistes en cuenta a Dios y sólo trabajabas, te afanabas, en atesorar, en acumular, pero sin tener en cuenta a
Dios ni al prójimo: trabajastes para otros! Y tu alma, ¿adónde irá ?...¿Qué será de ella entonces? Mira desde ahora cuánto hubieras
querido hacer en tu vida, en el momento de la muerte, y ordena desde ya tu vida de modo que puedas gozarte en aquel momento,
de haberla gastado bien en buenas obras que te servirán de tesoro en el Cielo.
Este mismo consejo dio San Bernardo al Papa Eugenio: « En todas las obras que hicieres acuérdate que eres hombre, esto
es,, mortal como los demás, y el temor del Señor, que quita el espíritu a los potentados, posea tu corazón. Cuatro Pontífices
Romanos has visto morir y caminar delante de ti, está cierto que como los sucedistes en la dignidad los seguirás en la muerte.
Contempla despacio lo que te predican desde sus sepulcros: la brevedad de las glorias del mundo y el fin de sus grandezas.
¡Mira en lo que todo para y cuán presto se pasa, y acuérdate que en lo mismo has de parar tú, y que dentro de brevísimo tiempo
han de dar fin tus glorias, y, con el freno de este pensamiento no caerás en pecado ni te derribará el peso de tu dignidad!.»
Pudiéramos proseguir el hilo de su discurso, pero lo dicho baste, para que sepas que no hay medio más cierto para vivir bien
que la memoria de la muerte, y que su pensamiento es remedio de sí misma, como la cabeza de la víbora contra sus mordeduras.
Por esta razón dice San Gregorio Niceno que compara a la muerte con la mirra, conque se ungían los muertos para preservarlos
de la corrupción, porque la memoria de la muerte preserva de la corrupción de los vicios. Amarga es, pero saludable; úsala tú y
alcanzarás salud para tu alma. Acuérdate de la muerte de Cristo y aprenderás a morir. Mírate en este espejo y corregirás tus faltas.
En la flor de su edad murió, enseñándote a despreciarla, y que no te fíes en tus años por joven que seas (muchos jóvenes mueren
actualmente por accidentes de tráfico, drogas, etc.).
Debes vivir de tal manera que siempre estés dispuesto y apercibido para la muerte, la cual, como dice San Anselmo, no
puede coger al bueno de repente, porque siempre la espera y siempre lo halla preparado. Considera, por una parte, la importancia
de este negocio, que es el mayor y de más subido precio que tienes ni puedes tener en este mundo... Considera, por otra parte,
cuánto importa tu acierto y cuánto arriesgas el día que lo pierdas. Mira qué harían los condenados si pudieran volver para
desandar lo andado, y cuánto por el tiempo que tú pierdes para recuperar lo perdido. Pon los ojos en la fragilidad de la vida y en
la incertidumbre de la muerte; y mira que te la puedes encontrar en cualquier momento. Ningún segundo tienes seguro, y cada hora
te vas acercando al fin, del cual no puedes escapar, aunque más huyas.
Por la parte que eres hombre sabes cierto que eres mortal y de la misma masa que los demás hombres. La experiencia te
enseña, y la Escritura te lo recuerda, que no tienes hora segura ni sabes si vendrá la muerte al amanecer o al anochecer, durmiendo
o despierto. Una cosa sabes cierta y es que has de morir; pero el cuándo, cómo, o en qué lugar, es lo que ignoras, y no quiso Dios
que lo supieses para que siempre estés preparado, nunca seguro, y siempre dispuesto a bien morir en gracia de Dios.
Dice San Agustín: « Ignoramos el último día, para que guardemos todos los días, y cada hora la tengamos por última, y
vivamos y obremos en ella como si entonces hubiéramos de morir.» Cuando te levantas por la mañana no piense de llegar a la
noche, y cuando te acuestes por la noche cree que no amanecerás por la mañana, que si de esta manera vives siempre estarás
preparado y no te cogerá la muerte descuidado.
La muerte, dice San Bernardo, roba la vida, priva del aliento, mata los sentidos, impide las obras, hiela el cuerpo, deja los
miembros yertos, pudre la carne, causa horror a los vivos, embarga todos los bienes terrenos, de hacienda, honra, dignidades y
oficios, nada deja al difunto, últimamente lo sepulta, entregándolo a los gusanos, en compañía de los demás muertos, en donde se
pudrirá debajo de la losa del olvido. Esto es lo que se ve. Pero lo que no se ve, lo que pasa en el alma, es sin comparación mucho
más para temer., porque viaja por regiones no conocidas sola y desamparada de todo favor humano, acompañada de sus obras
, buenas o malas , al Tribunal y Juez exactísimo que ni se amansa con dones ni recibe excusas, sino que juzgará rectísimamente.
Allí ha de ser acusado de sus enemigos importunísimamente, allí le han de hacer cargo de todas sus obras, palabras y pensamien-
tos, de las ocasiones de bien obrar, y de los escándalos que dio en el mundo, hasta de lo que en esta vida nos parece mínimo y
sin importancia.
Todo esto causa la muerte, y todo ha de pasar por ti, y por mí, y ni tú ni yo sabemos cuándo será, ni si vendrá antes que
acabe yo de escribir esta hoja o tú de leerla. Pues ¿no te parece que es materia para temer y golpe para temblar de él? Para un poco
cuando llegues aquí y ponte a pensar: si ahora me cogiera la muerte, ¿en qué estado me hallaría? ¿Qué sería de mí? ¿Tendría
alegría o temor?, y procura disponerte, pues no sabes si vendrá antes que acabes de pensarlo. Y si esto fuera consideración
solamente, podríamos hacernos sordos y olvidar este asunto, como cosa que no acontece, aunque puede acontecer. Pero lo más
evidente es que cada día sucede, y vemos caer muertos de repente hombres robustos y fuertes, los cuales fallecieron cuando
menos lo pensaban.
Pon los ojos en los que tú has conocido que han pasado por la muerte, y hallarás que han sido ya tantos y tantas veces y de
todas edades, cuantos no pudieras imaginar. Acuérdate de los hijos de Job, a los cuales en la flor de su edad, estando comiendo
y en la mayor alegría de su fiesta, se les cayó la casa encima, y ni acabaron de comer, ni aún les dieron lugar para tragar el bocado
que tenían en la boca. Mira tú si fuera exageración decirles que habían de morir antes de acabar la comida, y sin embargo así
sucedió. Mira si lo mismo puede sucederte a ti, como le sucedió al rey Baltasar, a quien estando comiendo notificaron la sentencia
de su muerte, que se ejecutó luego, confiscándole con la vida la corona y todos sus bienes. De repente le cogió la muerte a Elí,
con ser Sumo Sacerdote y pasó en un segundo de esta vida a la otra. Y a aquel rico del Evangelio le embargó todos los bienes y
la vida cuando se creía que iba a vivir muchos años para gozar de ellos a su gusto.
Y de la misma manera pudiéramos contar de gran número de hombres a quienes ha cogido la muerte de repente y cuando
menos lo pensaban, a unos bañándose, donde se quedaron ahogados, a otros saliendo de casa, y a otros entrando, que cayeron
muertos, a unos riendo, a otros llorando, a unos saltando y a otros casándose,, como dice San Efrén, para que todos se persuadan
de que no tienen ningún día seguro.
Pues, dime ahora, ¿ no te podrá suceder a ti lo que a tantos sucedió? ¿ Por ventura estás exento de la ley de los otros hombres
o eres de otra masa diferente a ellos? ¿Tienes algunas prendas tan singulares que respeta la muerte y no se atreva a entrar en tu
aposento sin pedir primero tu permiso y esperar el querer de tu voluntad? Abre los ojos y no te ciegues con el amor propio:
conoce la fragilidad de tu ser y el fundamento sobre al que asientas la sed de honores, riquezas y poder, que levanta tu imaginación:
son torres de viento fundadas sobre tan flaco y deleznable cimiento, como lo es la masa de barro de tu cuerpo, que la más
pequeña piedrecita basta para derribarlo, y que cuanto más subes más sujeto estás a las caídas. Y pues has visto la de tantos en
la flor de su edad, y cuando menos lo pensaban, teme otro tanto por la tuya, que el temor de caer nunca te puede dañar, por el
contrario, la seguridad, la presunción, la soberbia, sí te pueden hacer caer.
Vela siempre, pues no sabes cuándo vendrá por ti el ladrón de la muerte, y atesora para el Cielo, pues ves claramente el
embargo que hace la muerte de todos los bienes temporales, y estáte siempre apercibido para dar tus cuentas. Y pues es tan fácil
morir de repente, sea ésta la última conclusión: que vivas de tal manera en toda hora y ocasión como si ahora tuvieras que morir.
Haz lo que quisieras haber hecho cuando te mueras y llegarás a feliz puerto, el Cielo.»
Acabamos esta reflexión sobre la muerte con esta pequeña poesía que clarifica muy bien todo lo que se ha dicho sobre ella:
Mira que te mira Dios.
Mira que te está mirando
Mira que vas a morir
Mira que no sabes cuándo...

* * *

JUICIO

Todos tenemos que morir, todos menos los que al final de los tiempos, como dice San Pablo, no morirán, sino que serán
transformados e irán al encuentro de Dios en el aire. Pero el juicio lo sufriremos todos. Un juicio sumarísimo de toda nuestra vida.
Allí se verán todos los actos, buenos y malos, que hayamos realizado en nuestra existencia actual. De ese juicio, de ese examen,
saldrá el veredicto: salvación o condenación. Si nos damos cuenta de la trascendencia que tendrá para nuestras vidas eternas este
examen, comprenderemos la gran importancia que tiene para nosotros el prepararnos bien para ese momento, el más importante
de nuestra existencia, pues allí nos jugaremos toda una eternidad dichosa con Dios, la Virgen, los Santos, y nuestros seres
queridos, que se hayan salvado, en un Paraíso inimaginable de felicidad como nunca lograríamos abarcar con nuestra mente
actual; o, por el contrario, vivir eternamente apartados de Dios en un Infierno de fuego, sufrimientos y desesperación eterna para
siempre, siempre, siempre...
Jesucristo mismo habla en los Evangelios muchas veces de este Juicio, y seremos juzgados fundamentalmente del amor a
Dios y al prójimo. Así dice en Mateo (25, 31- 46): “Cuando venga, pues, el Hijo del Hombre con toda su majestad, y acompaña-
do de todos sus ángeles, sentarse ha entonces en el trono de su gloria.
Y hará comparecer delante de él a todas las naciones, y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas
de los cabritos.
Poniendo las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre,a tomar posesión del reino que os está
preparado desde el principio del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber, era peregrino, y me hospedasteis.
Estando desnudo, me cubristeis; enfermo, me visitasteis; encarcelado, vinisteis a verme.
Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos nosotros hambriento, y te dimos de comer; sediento,
y te dimos de beber ?.
¿Cuándo te hallamos peregrino y te hospedamos, desnudo y te vestimos?.
O ¿cuándo te vimos enfermo, y en la cárcel, y fuimos a visitarte?.
Y el Rey, en respuesta, les dirá: En verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno de éstos mis más pequeños
hermanos, conmigo lo hicisteis.
Al mismo tiempo dirá a los que estarán a la izquierda: ¡Apartáos de mí, malditos, id al fuego eterno, que fue destinado para
el diablo y sus ángeles!
Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; sed, y no me disteis de beber;
Era peregrino y no me acogisteis; desnudo, y no me vestisteis; enfermo y encarcelado, y no me visitasteis.
A lo que replicarán también los malos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o desnudo, o enfermo,
o encarcelado, y dejamos de asistirte?.
Entonces les responderé: Os digo, en verdad; siempre que dejasteis de hacerlo con alguno de estos pequeños, dejasteis de
hacerlo conmigo.
E irán éstos al eterno suplicio, y los justos a la vida eterna. ”
Ante Dios no sirven hipocresías, no sirven añagazas, no sirven disimulos, lo que sea nuestra alma en el momento de la
muerte eso será ante Dios, a Quien no podrá engañar ninguna argucia, ninguna astucia humana.
En la vida de San Bruno, fundador de los Cartujos, leemos un episodio que acaeció en París, en pleno día, en presencia de
muchos millares de testigos, cuyos detalles fueron verificados por sus contemporáneos, y que determinó al Santo a retirarse del
mundo y fundar una gran Orden religiosa.
Acababa de fallecer un célebre doctor de la Universidad de París llamado Raimundo Diocré dejando universal admiración
entre todos sus alumnos. Era el año 1082. Uno de los más sabios doctores de aquel tiempo conocido en toda Europa por su
ciencia, talento y sus virtudes, llamado Bruno, hallábase entonces en París con cuatro compañeros suyos, y fue a las exequias del
ilustre difunto.
Estaba el cadáver en la gran sala de la Cancillería, cerca de la iglesia de Notre Dame, y una inmensa multitud rodeaba el
catafalco, en el que, según costumbre de aquella época, estaba expuesto el difunto, cubierto con un simple velo.
Al leer la lección del Oficio de difuntos, que empieza así: “Respóndeme: ¿cuántas maldades y pecados tengo?”...,el cadáver
levantó la cabeza, y con voz lastimera exclamó:
-¡Por justo juicio de Dios soy acusado!
Dicho esto, volvió a reclinar la cabeza como antes.
Estas palabras causaron pavor y alboroto entre los asistentes, quienes se alejaron rápidamente del difunto.
Reuniéronse de nuevo los circunstantes, siendo esta vez mayor el número de los asistentes, dado el rumor que se difundió
por la ciudad del acontecimiento.
Comenzó de nuevo el Oficio, y al llegar a las palabras: “Respóndeme”... volvió de nuevo el cadáver a levantar la cabeza y
exclamó con voz más recia y lastimera:
-¡Por justo juicio de Dios soy juzgado!
Dichas estas palabras volvió de nuevo el cadáver a su posición anterior.
El terror del auditorio llegaba al paroxismo. Dos médicos certificaron otra vez la defunción: el cadáver estaba frío y rígido:
no tenía vida.
No se tuvo valor para proseguir el Oficio y se aplazó para el día siguiente.
Las autoridades eclesiásticas no sabían qué resolver. Unos decían:
- Es un condenado, es indigno de las oraciones de la Iglesia.
Otros afirmaban:
- No, todo sin duda es espantoso, pero al fin, ¿no seremos todos acusados primero, y después juzgados por justo juicio de
Dios?
El obispo fue de este parecer, y al tercer día, a la misma hora, volvió a empezar la fúnebre ceremonia, hallándose presentes,
como la víspera, Bruno y sus compañeros.
Toda la Universidad, todo París, había acudido a los funerales. Volvió, pues, a comenzar el Oficio. A la misma oración:
“Respóndeme”... levantó el difunto la cabeza, y con acento indescriptible, que heló de espanto a todos los concurrentes,
exclamó:
- ¡No tengo necesidad de oraciones! ¡Por justo juicio de Dios soy condenado al fuego eterno!
Tras estas palabras volvió el cadáver a quedar inmóvil.
Ya no cabía duda alguna: el terrible prodigio, justificado hasta la evidencia, no admitía réplica. Por orden del obispo y del
Capítulo, previa sesión, se despojó al cadáver de las insignias de sus dignidades y se le negó tierra sagrada.
Al salir de la gran sala de la Cancillería, Bruno, que contaría entonces cerca de cuarenta y cinco años de edad, se decidió
irrevocablemente a dejar el mundo, y se fue con sus compañeros a buscar en las soledades de un paraje denominado Gran
Cartuja, cerca de Grenoble, un retiro donde pudiese asegurar su salvación y prepararse así con sosiego para los justos juicios de
Dios.
Verdaderamente, era aquél un condenado que volvía del Infierno, no para salir de él, sino para dar irrecusable testimonio de
su existencia.
Esto nos demuestra lo que hemos dicho antes: ante Dios no hay hipocresía que valga, todo el bien que hayamos hecho, o todo
el mal que hayamos causado, saldrá a relucir en el justo juicio de Dios.
A continuación pondremos un conjunto de reflexiones sobre el alma, sobre las oportunidades que Dios da al alma para que se
salve, de manera que quien se condena es porque quiere, y de la gran misericordia que Dios usa con el hombre en esta vida: si
para salvarse necesita el alma una, Dios le da millones de millones de oportunidades. Incluso los no cristianos reciben esta luz de
parte de Dios, de tal forma, repetimos, que si se condenan también es porque quieren: Dios no condena, se condena el hombre,
o la mujer, por su propia voluntad, Dios quiere que todo el mundo se salve, y, como dijo en una aparición a un Santo: “Yo no he
estado colgado de la Cruz tres horas para que la gente se condene ”... Dios quiere que todo el mundo se salve, pero si la persona
no quiere salvarse ...
Estas reflexiones que ponemos a continuación se las dictó el Espíritu Santo a una vidente italiana, María Valtorta, fallecida en
1961 a los 64 años de edad, tras estar 28 años paralítica de cintura para abajo, sin poder moverse. Los escritos y revelaciones de
Dios a esta vidente, cuya causa de beatificación ya ha comenzado, son de gran profundidad, y dicen así:
“No vale hablar de envilecedoras descendencias para justificar el prodigio espontáneo del hombre inteligente. La evolución (la
teoría que dice que el hombre procede del mono, lo que es falso, pues no sólo la Biblia sino la Termodinámica, la Genética, la
Biología, la Geología, la Paleontología, la verdadera Ciencia, en una palabra, no manipulada, como lo está la teoría evolucionista,
todos están en contra de la teoría evolucionista, la que dice que el hombre procede del mono, lo que es falso: la verdadera
Ciencia, repetimos, atestigua, afirma, que la Creación fue hecha directamente por Dios, como narra la Biblia) nunca jamás podría
(la evolución) comunicar a la bestia la perfección humana visible. Al referirme a aquéllos que no admiten lo espiritual, hablo sólo
de perfección humana material y, por tanto, visible. Esta, pues, basta para negar la evolución de la bestia a hombre y para acreditar
la creación directa divina.
Dios se hace visible « en sus invisibles perfecciones, en su poder eterno y en su divinidad» a la razón del hombre inteligente
“mediante las cosas creadas ”.Todo, desde la brizna de escarcha hasta el sol, desde el mar a los volcanes, desde el gusano hasta
el hombre, desde los mohos arbóreos a las secuoyas gigantescas, desde la luz a las tinieblas, habla de Dios, lo muestra en su
poder divino. Por eso he dicho que aquéllos que niegan a Dios, visible en todas las cosas, mienten o confiesan ser tontos. Mas
no, no son tontos.
Son esclavos de la Mentira, de la Soberbia y del Odio. Esto es lo que únicamente son. Porque, ciertamente, conocen que Dios
existe y, con todo, lo niegan, repudian, tratan de escarnecerlo en vez de alabarlo y glorificarlo, y lo odian en lugar de estar
reconocidos a los infinitos cuidados que El tiene con ellos por más que no los merezcan.
Si Dios no fuese Dios, es decir, Aquél que está por encima del odio y de la venganza, si Dios fuese como ellos, ¿daríales acaso
aire, luz, sol, alimentos? No se objete diciendo que: “ Lo da para los buenos por no poder privar a los malos del aire, de la luz, del
sol y del alimento”. ¿Y quién lo podrá impedir? Todo le es posible a Dios. Mas Él es Quien hace descender los rayos del sol
sobre los buenos y los malos, sobre los buenos para acariciarlos, y sobre los malos para advertirles, dándoles tiempo a
convertirse. Porque Dios es paciente y su venganza es el perdón otorgado 70 veces 7 y 700 veces 7. Mientras hay vida en el
hombre Él es longánimo. Después juzga y su juicio es inapelable.
La suya es la última palabra y tal que hasta el más pertinazmente desvariado de los hombres saldrá de su delirio blasfemo, y,
despavorido, como aquél que es sacado de una cárcel lóbrega a plena luz, fulgurado por la luz divinísima, entrará dentro de sí
gritando: “¡Maldito mi soberbio pensamiento!. Negué la Verdad y ella me hiere eternamente. Adoré lo que no es y negué lo que es.
Podía haberme hecho con el premio incorruptible que deriva de la fusión con el Incorruptible perfecto. Preferí la múltiple
Corrupción, y, eterno pero corrompido, eternamente estaré sumergido en ella ”.
El juicio de Dios es conforme a verdad, bien sea para el réprobo, para el tibio, como para quien arde en tan purísimo amor que lo
lleva hasta el sacrificio. Ni el patrimonio, ni el ropaje, ni la condición, ni la posición harán cambiar el juicio de Dios. Como
tampoco valdrán para confundirle los dobleces y artificios de que suele echarse mano para engañar a los hombres, lo mismo que
las hipocresías, los falsos actos de bondad, de fe, de honestidad y de amor.
No hay mutación en la ley porque la haya en los tiempos; ni variará el juicio, porque Dios siempre juzgará con arreglo a verdad y
justicia.
Por esto nunca terminará de gritar el amor: “Es mediante la caridad como tendréis salvación y paz ”. Porque quien tiene caridad
no desprecia las riquezas de la bondad divina ni de su paciencia y tolerancia; el que tiene caridad ama la penitencia, no juzga, no
condena, no da escándalo ni se hace tibio, frío o sórdido de corrupción.
El que tiene caridad desarma el Corazón de Dios por más que se reconozca culpable. Dios perdona a quien le ama y llora sobre
su seno, y no sólo dará a cada uno según sus obras siempre imperfectas, como de hombre, sino teniendo en cuenta su amor que
a menudo es mayor que su propia capacidad de hacer el bien. Hasta el deseo de perfección será tenido en cuenta siempre que sea
un deseo activo, es decir, un deseo verdadero que si no se realiza perfectamente es tan sólo porque la criatura no tiene la
capacidad suficiente para cumplirlo.
Dios ve. Ve con realidad plena. Y ve como sólo puede ver Dios perfectísimo, con una perfección que no se detiene ante las
apariencias y juzga con perfección tras paciente espera.
La tribulación y la angustia son siempre las compañeras del alma del hombre que obra mal por más que no aparezca así a los ojos
de los demás hombres.
El que es culpable no goza de esa paz que es fruto de la buena conciencia. Las satisfacciones de la vida, cualesquiera que sean, no
son bastantes para dar paz. El monstruo del remordimiento acomete a los culpables con asaltos imprevistos, a las horas en que
menos lo esperan y los tortura. A veces sirve para hacerles arrepentirse, otras para hacerles mayormente culpables moviéndolos
a desconfiar de Dios y a arrojarlo totalmente de sí. Porque el remordimiento viene de Dios y de Satanás. El primero los estimula
a salvarse. El segundo a terminar de perderse, por odio, por desprecio.
Ahora bien, el hombre culpable, que es ya pertenencia de Satanás, no considera que sea su tenebroso rey el que lo tortura tras
haberlo seducido para que fuese su esclavo, culpa a Dios únicamente del remordimiento que siente agitarse dentro de sí e intenta
demostrar que no teme a Dios, que lo da por inexistente al aumentar sus culpas sin temor alguno, con la misma avidez malsana
con que el bebedor, aún sabiendo que le perjudica el vino, bebe más y más; con el mismo frenesí con que el lujurioso no acaba
de saciarse del sórdido placer; y como el que se habitúa a drogas tóxicas aumenta la dosis de la misma a fin de gozar más aún de
la carne y de las drogas estupefacientes. Todo ello con la intención de aturdirse, de embriagarse de vino, de drogas, de lujuria,
hasta el extremo de idiotizarse y no sentir ya el remordimiento ni la culpabilidad de querer ahogar en sí mismo la voz que le
hablaba de triunfos más o menos grandes y temporales.
Pero queda la angustia, queda la tribulación. Son éstas las confusiones que ni a sí mismo se hace un culpable o espera hacerlas
en el último momento, cuando, caídas las bambalinas del escenario, el hombre se ve desnudo, no sólo ante el misterio de la
muerte y de su encuentro con Dios. Y estos últimos son ya los casos buenos, los que alcanzan la paz más allá de la vida tras la
justa expiación. Y a veces, como en el caso del buen ladrón, junto a la contrición perfecta está la paz inmediata.
Mas es harto difícil que los grandes ladrones, todo gran culpable es un gran ladrón puesto que le roba a Dios su alma: la suya de
culpable, y otras muchas más: las arrastradas a la culpa por el gran culpable que será llamado a responder de estas almas, buenas
tal vez e inocentes antes de su encuentro con el culpable y por él hechas pecadoras, con mucha mayor severidad que la suya; y es
un gran ladrón asimismo por robar al alma propia su bien eterno y, a la vez que a la suya, a las almas de aquéllos a quienes indujo
al mal, es difícil, digo, que un ladrón grande y obstinado alcance en su último momento el arrepentimiento perfecto. De ordinario
no alcanza ni el arrepentimiento parcial, bien porque la muerte lo cogió de improviso o porque rechazó hasta el último instante su
salvación.
Mas la tribulación y la angustia de esta vida apenas si son una muestra insignificante de la tribulación y de la angustia de la otra
vida, ya que el Infierno y la condenación son horrores cuya exacta descripción dada por el mismo Dios es siempre inferior a lo
que en sí son. No podéis vosotros, ni aún a través de una descripción divina, concebir exactamente qué sean la condenación y el
Infierno porque, del mismo modo que la visión y descripción divina de lo que es Dios no puede proporcionaros aún el gozo
infinito del exacto conocimiento del día eterno de los justos en el Paraíso, así tampoco la visión y descripción divina del Infierno
puede daros una idea de aquel horror infinito. Vosotros, vivientes, tenéis establecidas fronteras en el conocimiento del éxtasis
paradisíaco lo mismo que de la angustia del Infierno, porque si los conocieseis tal cual son moriríais de amor o de horror.
Y castigo o premio (sigue hablando el Espíritu Santo) se dará con justa medida tanto al judío como al griego, es decir, tanto al
que cree en el verdadero Dios como al que es cristiano pero está desgajado del tronco de la eterna Vid, como al hereje, como al
que siga otras religiones reveladas o la suya propia si se trata de persona que ignora toda religión.
Premio a quien sigue la justicia. Castigo a quien hace el mal. Porque todo hombre hállase dotado de alma y de razón y con ellas
tiene en sí lo bastante para exigirle norma y ley. Y Dios, en su justicia, premiará o castigará en la medida que el espíritu fue
consciente, más severamente, por tanto, en la medida que el espíritu y la razón son de individuos civilizados en contacto con
sacerdotes o ministros cristianos o de religiones reveladas y según la fe de cada espíritu, porque si uno, aunque de iglesia
cismática o separada tal vez, cree firmemente hallarse en la verdadera fe, su fe lo justifica, y si obra el bien para conseguir a Dios,
Bien Supremo, recibirá un día el premio de su fe y de la rectitud de sus obras con mayor benignidad divina que la concedida a los
católicos. Porque Dios ponderará cuánto mayor esfuerzo habrán tenido que realizar para ser justos los separados del Cuerpo
místico: los mahometanos, brahmánicos, budistas, paganos, esos en los que no se hallan la Gracia ni la Vida y con ellas mis dones
y las virtudes que de dichos dones se derivan.
Para Dios no hay acepción de personas. Él juzgará por los actos realizados, no por el origen humano de los hombres. Y habrá
muchos que, creyéndose elegidos por ser católicos, se verán precedidos por otros muchos que, al practicar la justicia, sirvieron
al Dios verdadero en el suyo desconocido.
La gran misericordia de Dios resplandece más luminosamente aún en las palabras de Pablo que, inspirado, proclama cómo
únicamente perecerán aquéllos que no reconocen ley alguna, natural, sobrenatural ni racional, mientras que aquéllos que conocie-
ron la Ley y no la practicaron, serán condenados por la misma Ley que salva; y más aún: que los gentiles que no tienen la Ley sino,
que, natural, y racionalmente, hacen lo que la Ley para ellos desconocida prescribe, entregándose, por la sola luz de la razón por
su rectitud de corazón, por sumisión a las voces del Espíritu, desconocido pero presente, único maestro para su espíritu de
buena voluntad, por obediencia, a aquellas inspiraciones que ellos siguen porque su virtud las ama sin saber que, de modo
inconsciente, sirven a Dios; estos gentiles, que con sus actos dan a entender que la Ley se halla escrita en su corazón virtuoso,
serán justificados en el día del Juicio.
Estas tres grandes categorías las observamos en el juicio divino y por ellas resplandecen una misericordia y justicia perfectas.
Los que no reconocen ley alguna natural, humana, y por tanto racional, ni sobrehumana, ¿quiénes son? ¿Los salvajes? No. Son los
luciferes de la Tierra cuyo número va creciendo progresivamente con el correr de los tiempos cuando, por el contrario, la
civilización y la difusión del Evangelio con la predicación inexhausta del mismo deberían hacer que su número se fuera reduciendo
cada vez más. Mas la paz, la justicia y la luz están prometidas a los hombres de buena voluntad y ellos lo son de mala voluntad.
Son los rebeldes a toda ley, aún la natural, y, por tanto, inferiores a los brutos. Reniegan voluntariamente de su naturaleza de
hombres, seres racionales dotados de inteligencia y de alma. Hacen cosas contra la naturaleza y contra la razón. No merecen sino
desaparecer de entre el número de los hombres que fueron creados a imagen y semejanza de Dios y, en efecto, perderán su
condición de hombres tomando la de demonios querida por ellos.
Segunda categoría: los hipócritas, los falaces, los falsos, que se burlan de Dios, los que, teniendo la Ley, teniéndola sólo, no la
practican. Y ¿puede decirse que la tienen de verdad no sacando beneficio alguno de ella?. Son semejantes a aquéllos que,
poseyendo un tesoro, lo dejan improductivo y abandonado. No extraen del mismo frutos de vida eterna ni ventajas para antes de
su muerte; y Dios los condenará porque tuvieron el don de Dios y no hicieron uso de él en reconocimiento al Donante que los
puso en la parte escogida de la Humanidad: en la de su Pueblo marcado con el signo cristiano.
Tercera categoría: los gentiles.
Hoy día damos tal calificación a quienes no son cristianos católicos. Llamémosles así mientras meditamos las palabras de Pablo.
Ellos, que, sin tener la Ley, hacen naturalmente lo que la Ley prescribe es para ellos su ley, mostrando así cómo su espíritu ama la
virtud y tiende al Bien supremo, ellos, cuando juzgue Dios por medio del Salvador las secretas acciones de los hombres, serán
justificados.
¿Qué es el temor de Dios? ¿Miedo de Él, cual si fuese un justiciero insobornable que se complace en castigar, un inquisidor que no
deja de anotar las imperfecciones más menudas para mandar a las torturas eternas?. Dios es caridad y no se le debe tener miedo.
Ciertamente, su ojo divino ve todas las acciones de los hombres, aún las más insignificantes. Cierto también que su justicia es
perfecta. Mas por lo mismo que es así, Él sabe valorar la buena voluntad de los hombres y las circunstancias en las que el hombre
se encuentra, circunstancias que son frecuentemente otras tantas tentaciones de pecar de soberbia, y, por tanto, de desobediencia,
de ira, de avaricia, de gula, de lujuria, de envidia y de pereza.
Aquéllos, todos aquéllos que mueren en medio de escrúpulos y que ofenden con ello la Paternidad de Dios, su amor, su esencia,
teniéndolo por un Dios terrible, intransigente, que no tolera debilidad alguna en sus pequeños hijos a los que aplica la medida de su
Perfección infinita, deberían reflexionar sobre ésto. ¿Quién se salvaría jamás si Dios fuese como ellos se lo forjan?. Si la medida
de la perfección humana hubiera de ser la Perfección divina, ¿quién de entre los hijos de Adán habitaría los Cielos? Una sóla:
María.
Mas, con todo, está dicho: “Sed perfectos como mi Padre y vuestro”, no para asustaros sino para animaros a hacer lo más que
podáis. Seréis juzgados, no me canso de repetíroslo, no por la perfección conseguida en medida perfecta tomando como norma
la de Dios sino por el amor con que hayáis procurado obrar.
Dícese en el mandamiento del amor: “ama a todos como a ti mismo”. Y este “tú mismo” cambia de una persona a otra. Hay quien
ama como un serafín y quien tan sólo sabe amar como un niño, muy embrionariamente. Pero el Maestro, puesto que la mayoría
sabe amar como niños, muy embrionariamente, mientras que tan sólo criaturas de excepción saben amar seráficamente, he aquí
que os ha propuesto por modelo a un niño, no a Sí mismo, ni a su Madre, ni tampoco a su padre adoptivo. No. A un niño. A sus
Apóstoles, a Pedro, cabeza de la Iglesia, les propuso por modelo a un niño.
Amad con la perfección de un niño, que, para explicarse los misterios, cree sin elucubraciones científicas; espera sin temor
paralizante, fruto del excesivo raciocinio y de ociosas cavilaciones; ama tranquilamente a Dios al que tiene por un buen padre, un
buen amigo, un buen hermano, un buen amigo que lo protege, y hace su pequeño bien por dar gusto a Jesús. Y así seréis perfectos
en vuestra medida perfecta, perfectos en vuestra bondad relativa, del modo que es perfecto Dios en su bondad infinita,
Temor de Dios no es, pues, terror de Dios. Recuerden ésto los aquejados de escrúpulos, los cuales ofenden a Dios en su amor y
se paralizan a sí mismos en un continuo sobresalto. Recuerden que una acción no buena viene a ser más o menos pecado en la
medida que uno se halle convencido de que lo sea o no se esté seguro de que lo sea o no crea que lo sea del todo. Por eso, si uno
llega a hacer un acto que ciertamente no es pecaminoso, pero está convencido de que lo es, obra injustamente porque su intención
es hacer una cosa injusta, mientras que si uno hace algo que no es justo ignorando que lo sea, pero ignorando de verdad que sea
así, Dios no le imputa dicha acción como culpa.
Así también, cuando circunstancias especiales obligan a un hombre a llevar a cabo acciones que el Decálogo u otra Ley evangélica
prohiben (verdugos que han de cumplir con la justicia, soldados que deben combatir y matar, conjurados que, por no mandar al
patíbulo a sus compañeros y dañar intereses superiores, juran ser ellos solos los culpables y mueren por salvar a los otros), Dios
juzgará con justicia el obligado homicidio o el heroico perjurio. Basta que el fin de la acción sea recto y esté realizado con justicia.
Temor no es terror, pero tampoco el temor de Dios es quietismo, pasividad. Los quietistas, los pasivos, son el lado opuesto de los
escrupulosos. Son aquéllos que, por un exceso de confianza, pero confianza desordenada, no se aprestan a hacer el bien porque
están seguros de que Dios es tan bueno que con todo está siempre contento. Y con el mayor empeño, seducidos por su estática
somnolencia, procuran quedarse inmóviles cerrando su mente a las verdades que les desagrada saber, ésto es: a las que hablan de
castigo, de Purgatorio, de Infierno, de obligación de hacer penitencia y de trabajar en perfeccionarse.
Son almas ofuscadas y soberbias. Sí, porque los quietistas son soberbios. Soberbios por creerse ya perfectos hasta el punto de
estar seguros de que no pecan nunca. Soberbios, porque, si bien llevan a cabo actos de piedad y de penitencia, son actos
externos, para ser tenidos por “santos” y alabados como tales. Al ser egoístas se hallan desprovistos de caridad. Sobre su altar
está su yo y no Dios. Son embusteros y, a menudo, se fingen contemplativos y predilectos de Dios con dones extraordinarios.
Mas no es Dios el que los hace sus predilectos sino Satanás que los seduce para extraviarlos cada vez más. Se creen pobres de
espíritu porque no tienen santa urgencia de realizar actos buenos para merecer el Cielo; mas no son pobres de espíritu, al
contrario, se encuentran llenos de la envidia y avaricia más sórdidas y profundas, y son perezosos. Son intemperantes porque
nada niegan a la materia, y si uno les dice: “No es lícito lo que haces”, responden: “Dios lo quiere para probarnos; pero nosotros
sabemos salir de lo ilícito con la misma facilidad con que entramos en él, ya que estamos asentados en Dios”. Son verdaderos
herejes y Dios los aborrece.
Por último, están los justos. Ellos tienen el dulce y reverencial temor de Dios. Temen causar dolor a Dios y por eso procuran con
todas sus fuerzas hacer el mayor número de actos buenos y del modo mejor que les es posible. Si caen en alguna imperfección o
pecado, tienen un ardiente arrepentimiento apresurándose a depositarlo a los pies de Dios y una no menos ardiente voluntad de
reparación. La culpa involuntaria no los paraliza, pues saben que Dios es Padre y se compadece de ellos: lavan, reparan, reedifican
lo que la insidia múltiple salteadora alevosamente manchó, deterioró y derribó; y hácenlo con amor invocando cada vez con más
fuerza al divino Amor: “Infunde tu amor en mi corazón ”. Éstos son los que tienen el verdadero temor de Dios.
¿Qué es, pues, el verdadero temor de Dios, vivo siempre en su espíritu? El temor de Dios es amor, humildad, obediencia,
fortaleza, dulzura, mansedumbre, templanza, actividad, pureza, sabiduría y elevación.
La Voz de Dios, no hubo, no hay, ni habrá quien, en un momento fugaz y único o repetidas veces y por largo espacio, no la sienta
resonar dentro de sí. Es la llamada misteriosa del Señor único y santo, del Creador universal. Como rayo de luz, cual onda sonora,
viene y entra, unas veces dulce, otras severa, y otras, más terrible.
No importa que pertenezca el hombre a la religión escogida para recibir esta llamada. Dios el Creador de los hijos de su pueblo lo
mismo que del salvaje que desconoce su Nombre santísimo, y su llamada, al igual que resuena en las iglesias católicas, en las
naciones católicas y civilizadas, en las otras civilizadas pero no católicas y en los pueblos de otras religiones reveladas, llena
también de sí las soledades salvajes y heladas, las zonas aún inexploradas, las islas perdidas, los archipiélagos en donde el
hombre se encuentra a nivel muy semejante al de las fieras, hecho de instintos, a menudo, de instintos desenfrenados, las cálidas
e intrincadas selvas, todavía inexploradas, a las que la civilización no llega con su progreso y su refinada corrupción. Doquiera
habla Dios por ser el Creador de todos los hombres.
Y su voz resonó en los espíritus desde el comienzo de los tiempos, resuena y resonará para proporcionar a los hombres ese
tacto de dirección que la providencia Creadora no niega a hombre alguno y que aumenta en la medida que su buena voluntad le
mueve a honrar y servir al Ser Supremo que aparece con multitud de nombres y de diversas formas según sean los pueblos y
religiones, pero cuya existencia es reconocida por los creyentes de todos los pueblos siendo reputado digno de toda adoración.
Muchas veces el hombre, y no sólo el hombre inculto, toma la llamada misteriosa de Dios, sobre todo si ésta es de reproche, por
la voz de la propia conciencia, por el remordimiento que grita en el fondo de su yo. En ocasiones, y en particular al comienzo de
los tiempos, el culpable sabía distinguir la voz de Dios de la del propio yo turbado por el remordimiento. Caín es el ejemplo de
estos culpables que saben distinguir. Ahora bien, cada vez más, con el correr de los siglos, se ha ofuscado en el hombre la
capacidad de comprender y distinguir, me refiero al hombre de corazón pérfido, porque, igual que muro macizo en el que rebotan
la voz y la luz, se ha levantado en el hombre la negación de Dos y ha arraigado en el mismo el desprecio hacia Él.
Aquéllos que niegan el alma y su inmortalidad (inmortalidad por ser creación, infusión, de Dios eterno) y dicen que si el hombre
tiene inteligencia, ingenio, libertad, voluntad y capacidad para arrebatar a la Creación sus fuerzas y sus secretos, es únicamente
por ser “hombre”, es decir, la criatura que ha evolucionado hasta el grado perfecto y no porque tenga alma, son semejantes a
testarudos que se obstinaran en mantener que la obra perfecta de un artista (escultor o pintor ) haya de tener vida y vista sólo por
haber sido modelada o pintada con un realismo perfecto .
Muchos de entre los cristianos, y aún de entre aquéllos que si se les dijese que están aquejados de quietismo se rebelarían como
ante una calumnia, caen en la herejía de creer que, puesto que hay Quien expió por todos y dio la Gracia con abundancia infinita,
es inútil reprimirse en el pecar violentando el propio yo. Y aún llevan su herejía hasta el punto de decirse y de decir que, al obrar
ellos así, aumentan la gloria y el poder de Dios demostrando que sólo por los méritos infinitos del Hombre–Dios y sin coopera-
ción alguna de buena voluntad, se salvan los hombres.
No. No es así. El raudal de Gracia es infinito; mas casi sin límites es la enormidad de esta herejía que vilipendia la Sangre y el
Sacrificio divinos de Cristo.
Ël murió por todos, siendo compasivo con todos, medicina para todos, salud para todos y Vida para todos. Mas la voluntad de
estos todos debe ser de justicia. Que después su debilidad háceles caer, que el demonio traidoramente los derriba, y arrastra,
Jesús, haciendo honor a su Nombre, salva, socorre, alienta, cura, perdona y purifica. Es el Reparador eterno.
Pero Él, el Viviente, apuró el horror de la muerte para que vosotros murieseis al pecado y resucitaseis a la Gracia. No os es lícito,
pues, tornar al pecado y a la muerte con intención previa de volveros.
Es en vosotros como Satanás ofende a Dios. Mas si vosotros os mantuvieseis fuertes, no habría manera de que Satanás
ofendiese a Dios por vuestro medio. Si pensaseis en ésto, vosotros que amáis a Dios más o menos intensamente, no pecaríais
jamás, porque ninguno de cuantos os gloriáis del nombre de cristianos–católicos querría sentirse cómplice de Satanás en ofender
a Dios.
Y, sin embargo, lo hacéis. Es que jamás reflexionáis en lo astuto que es Satanás y tan rapaz que no se contenta con tentaros o
venceros, sino que más que a vosotros, mira a mofarse de Dios, a arrebatarle las almas, o ridiculizar y destruir el Sacrificio de
Cristo haciéndolo inútil para muchos de vosotros y para otros muchos capaz apenas de evitarles la condenación.
Satanás lo sabe muy bien, tiene contadas todas las lágrimas, todas las gotas de sangre del Hijo del Hombre, en cada lágrima, en
cada gota, ha visto el verdadero nombre, el verdadero motivo de las mismas: la indiferencia inerte de un católico por esas lágrimas,
la perdición de un
católico por las gotas de la Sangre divina. Sabe cuál fue la causa del dolor que arrancó lágrimas y sudor purpúreo a Cristo, su
Adversario divino. Adversario desde el momento de su Rebelión, Adversario eterno y Vencedor eterno para millones de espíritus
a los que Cristo dona y donó el Cielo.
La fe no contradice a la ciencia, antes la ciencia humana encuentra ayuda en la religión para explicarse las leyes del Universo y
realizar descubrimientos. Ahora bien, mientras la ciencia humana, del orden que sea, sin el concurso de la religión, ha de caer
necesariamente en el error, la religión, en cambio, aún sin el concurso de la ciencia, conduce a la Verdad y al conocimiento de las
verdades esenciales.
Mas cuando ya no son las leyes y los hechos naturales los que únicamente se investigan con ciencia humana, sino que lo que se
quiere explicar e investigar son los misterios sobrenaturales, y Dios siempre es un misterio para el hombre, entonces, más que el
error, a lo que se llega es a la negación.
La razón, esta gran cosa que distingue al hombre del bruto, es grande ciertamente si la acompaña con el instinto, únicamente que
poseen los seres inferiores, mas es cosa pequeña, muy pequeña, pequeña si se la cimienta en la investigación de lo que es Dios. Y
la razón, si es humilde, cae en obsequio ante Dos incomprensible e infinito gritando: “¡Creo!. Creo para comprenderte y la fe en
tu Revelación es luz para mí y aliento para vivir. Vivir de Ti, en Ti, contigo, para llegar a Ti y conocerte cual les será dado
conocerte a los justos que vivan en el Reino del Cielo ”.
Ni el idealismo ni el positivismo dan explicación de Dios, de la Creación, de la segunda vida y son incapaces de leer las respuestas
a los porqués científicos escritos en los cuerpos humanos, en las páginas del firmamento y en los estratos terrestres. Y no
explican a Dios, la Creación, la segunda vida, como tampoco la soberbia de la mente que por sí quiere entender lo que rebasa la
humana razón y la ignorancia o semiignorancia que cree saber y poder juzgar de lo que, sin mi luz, no pueden juzgar ni saber con
un criterio justo ni aún los que son tenidos por doctos en Religión.
Mas todo lo explica la caridad, porque ésta une a Dios y pone a Dios en vosotros como Huésped y Maestro. Por ésto es justa
verdad el dicho de que: “son verdaderos teólogos aquéllos que son conducidos por el Espíritu Santo, esto es, por el Amor ”.
Cuando se dice: “el hombre, rey de la creación sensible, fue creado con poder de dominio sobre todas las criaturas ”, hay que
tener en cuenta que él, por la Gracia y por los demás dones recibidos desde el primer instante de su ser, había sido formado para
ser rey, incluso, de sí mismo y de su parte inferior por el conocimiento de su fin último, por el amor que hacíale tender
sobrenaturalmente a Él y por el dominio sobre la materia y los sentidos latentes en ella. En unión con el Orden y amante del Amor,
había sido formado para saber dar a Dios lo que le es debido y al yo lo que resulta lícito darle sin desórdenes en las pasiones o
desenfreno de los instintos. Espíritu, entendimiento y materia constituían en él un todo armónico y esta armonía la alcanzó desde
el primer momento de su ser y no por fases sucesivas como quieren hacernos creer, anticientíficamente, algunos (los evolucionistas:
que dicen que el hombre procede del mono, lo que es falso)
No hubo autogénesis ni evolución sino Creación querida por el Creador. Esa razón, de la que tan orgullosos estáis, os debería
hacer ver que de la nada no se forma una cosa inicial y que de una cosa única e inicial no puede derivarse el todo.
Sólo Dios puede ordenar el caos y poblarlo con las innumerables criaturas que integran el Universo. Y este Creador potentísimo
no tuvo límites en su crear, que fue múltiple, como tampoco lo tuvo en producir criaturas perfectas, cada una con la perfección
adecuada al fin para el que fue creada. Es de necios pensar que Dios, al querer para Sí un Universo, hubiera creado cosas
informes, habiendo de esperar a ser por ellas glorificado cuando cada una de las criaturas y todas ellas alcanzasen, a través de
sucesivas evoluciones, la perfección de su naturaleza, de modo que fuesen aptas para el fin natural o sobrenatural para el que
fueron creadas.
Y si esta verdad es segura en las criaturas inferiores con un fin natural y limitado en el tiempo, es todavía más cierto con el hombre,
creado para un fin sobrenatural y con un destino inmortal de gloria en el Cielo. ¿Cabe imaginar un Paraíso en el que las legiones de
Santos, que entonan aleluyas en torno al trono de Dios, sean el resultado último de una larga evolución de fieras?
El hombre actual no es el resultado de una evolución en sentido ascendente sino el doloroso resultado de una evolución descen-
dente en cuanto que la culpa de Adán lesionó para siempre la perfección físico-moral-espiritual del hombre originario. Tanto la
lesionó que ni la Pasión de Jesucristo, con restituir la vida de la Gracia a todos los bautizados, puede anular los residuos de la
culpa, las cicatrices de la gran herida, es decir, esos estímulos que son la ruina de quienes no aman o aman poco a Dios y el
tormento de los justos que querrían no tener ni el más fugaz pensamiento atraído por las llamadas de los estímulos y que libran, a
lo largo de la vida, la batalla heroica de permanecer fieles al Señor.
El hombre no es el resultado de una evolución, como tampoco el Universo es el producto de una autogénesis. Para que haya una
evolución es siempre necesaria la existencia de una primera fuente creativa. Y pensar que de la autogénesis de una única célula se
hayan derivado las infinitas especies, es un absurdo imposible.
La célula, para vivir, necesita de un campo vital en el que se den los elementos que permitan la vida y la mantengan. Si la célula se
autoformó de la nada, ¿dónde encontró los elementos para formarse, vivir y reproducirse? Si ella no era todavía cuando comenzó
a ser, ¿cómo encontró los elementos vitales: el aire, la luz, el calor y el agua? Lo que aún no es no puede crear. Y ¿cómo entonces
ella, la célula, encontró, al formarse, los cuatro elementos? Y ¿quién le sugirió, a modo de manantial, el germen “vida «? ¿Y aún
cuando, por un suponer, este ser inexistente hubiese podido formarse de la nada; ¿cómo de su sola unidad y especie habrían
podido derivarse tantas especies diversas cuantas son las que se encuentran en el Universo sensible?
Astros, planetas, tierras, rocas y minerales, las varias numerosísimas calidades del reino vegetal; las aún más variadas y numero-
sas especies y familias del reino animal, de los vertebrados a los invertebrados, de los mamíferos a los ovíparos, de los cuadrú-
pedos a los cuadrúmanos, de los anfibios y reptiles a los peces, de los carnívoros feroces a los mansos ovinos, de los armados
y revestidos de duras armas ofensivas y defensivas a los insectos, de los gigantescos moradores de las selvas vírgenes, cuyo
asalto no resisten sino otros colosos iguales a ellos, a toda la variedad de artrópodos llegando hasta los protozoos y bacilos;
¿todos vienen de una única célula? ¿Todo de una espontánea generación?.
Si así fuese, la célula sería más grande que el Infinito. ¿Por qué el Infinito? El Sin Medida en todos sus atributos realizó sus obras
por espacio de seis días, seis épocas, haciendo el Universo sensible, subdividiendo su labor creadora en seis órdenes de
creaciones ascendentes, evolucionadas, eso sí, hacia una perfección siempre mayor. No porque Él fuese aprendiendo a crear
sino por el orden que regula todas sus divinas operaciones. Orden que hubiera sido violado, y así habría resultado imposible la
supervivencia del último ser creado: el hombre, si éste hubiese sido hecho en primer lugar y antes de ser creada la Tierra en todas
sus partes y hecha habitable por el orden puesto en sus aguas y continentes y confortable por la creación del firmamento; hecha
luminosa, bella, fecunda por el sol benéfico, por la luciente luna, por las innumerables estrellas; hecha morada, despensa y jardín
para el hombre por todas las criaturas vegetales y animales de que está cubierta y poblada.
En el sexto día fue hecho el hombre en el que, en síntesis, se encuentran representados los tres reinos del mundo sensible y, en
maravillosa realidad, la creación por Dios del alma espiritual infundida por Él en la materia del hombre.
El hombre, verdadero lazo de unión de la Tierra con el Cielo; verdadero punto de enlace entre el mundo espiritual y el material; ser
en el que la materia es tabernáculo para el espíritu; ser en el que el espíritu anima la materia, no sólo para la vida limitada mortal
sino para la vida inmortal tras la resurrección final.
El hombre: la criatura en la que resplandece y mora el Espíritu Creador.
El hombre: la maravilla del poder de Dios que infunde su soplo en el polvo elevándolo a la categoría de hombre y donándole la
Gracia que eleva la categoría del hombre animal a la de la vida y condición de criatura sobrenatural, de hijo de Dios por
participación de naturaleza, haciéndole capaz de ponerse en relación directa con Dios, disponiéndolo para comprender al
Incomprensible y haciéndole posible y lícito amar a Aquél que en tal medida sobrepasa a todo otro ser que, sin un don suyo
divino, el hombre, por su capacidad y reverente consideración, no podría ni aún desear amar.
El hombre, triángulo creado que apoya su base, la materia, sobre la Tierra de la que fue extraído; que con sus facultades
intelectuales tiende a subir al conocimiento de Aquél a Quien se asemeja; y con su vértice el espíritu del espíritu, la parte escogida
del alma, toca el Cielo, perdiéndose en la contemplación de Dios-Caridad, mientras la Gracia, recibida gratuitamente, únele a Dios,
y la caridad, inflamada por su unión con Dios, lo deifica. Porque: “el que ama nació de Dios ” y es privilegio de los hijos participar
de la similitud de naturaleza. Por su alma deificada por la Gracia es, pues, el hombre, imagen de Dios y por la caridad, que es
posible por la Gracia, semejante a Dios.
En el sexto día, pues, fue creado el hombre, completo, perfecto en su parte material y espiritual, hecho conforme al Pensamiento
de Dios según el orden (el fin) para el que había sido creado: amar y servir a su Señor durante la vida humana, conocerlo en su
Verdad, y, de aquí, gozar de Él para siempre en la otra.
Fue creado el único Hombre, aquél de quien debía proceder toda la Humanidad y, antes de nada, la Mujer compañera del Hombre
y para el Hombre, con el cual habría de poblar la Tierra reinando sobre todas las demás criaturas inferiores. Fue creado el único
Hombre, aquél que, como padre habría de transmitir a sus descendientes todo cuanto había recibido: vida, sentidos, facultades,
así como inmunidad de todo sufrimiento, razón, entendimiento, ciencia, integridad, inmortalidad y, por último, el don por
excelencia: la Gracia.
La tesis del origen del hombre conforme a la teoría evolucionista que, para sostener su equivocado aserto, se apoya en la
conformación del esqueleto y en la diversidad de colores de la piel y del semblante, no es tesis que contradice la verdad del origen
del hombre, ser creado por Dios, antes la favorece. Porque lo que revela la existencia de un Creador es precisamente la diversidad
de colores, de estructuras y de especies en las criaturas queridas por Él, el Potentísimo.
Y si ésto es válido con las criaturas inferiores, mucho más lo es con la criatura-hombre que es el hombre criado por Dios por más
que, debido a circunstancias de clima, de vida y también de corrupciones, por las que vino el Diluvio y después, mucho después,
se dictaron tan severos mandatos y castigos en las prescripciones del Sinaí y en los anatemas mosaicos, muestre diverso semblan-
te y color de una raza a otra.
Es cosa probada, ratificada y confirmada por continuas pruebas, que una fuerte impresión puede influir sobre una madre gestante
de modo que la haga dar a luz un pequeño monstruo que reproduzca en sus formas el objeto que turbó a la madre. Es cosa
también probada que una larga convivencia con gentes de raza distinta a la aria produce, por mimetismo natural, una transforma-
ción más o menos acentuada de los rasgos de un rostro ario en los de los pueblos que no son arios. Y resulta probado asimismo
que especiales condiciones de ambiente y de clima influyen en el desarrollo de los miembros y en el color de la piel.
Por eso, las elucubraciones sobre las que los evolucionistas querrían cimentar el edificio de su presunción, no lo afianzan sino,
que, por el contrario, favorecen su derrumbamiento.
En el Diluvio perecieron las razas dañadas de la Humanidad que andaban a tientas por entre las tinieblas subsiguientes a la caída, en
las que, y sólo mediante los pocos justos como a través de cerradas nubes, llegaba aún algún rayo de la perdida estrella: el
recuerdo de Dios y de su promesa.
Y así, destruidos los monstruos, fue conservada la Humanidad y multiplicada de nuevo partiendo de la estirpe de Noé, que fue
juzgada justa por Dios. Se volvió, por tanto, a la naturaleza primera del primer hombre, hecha siempre de materia y de espíritu y
continuando tal aún después de que la culpa despojara el espíritu de la Gracia divina y de su inocencia.
¿Cuándo y cómo habría el hombre de recibir el alma si fuese el producto último de una evolución de seres brutos? ¿Es imaginable
siquiera que los brutos hayan recibido, junto con su vida animal, el alma espiritual, el alma inmortal, el alma inteligente, el alma
libre? Sólo el pensarlo es una blasfemia. ¿Cómo entonces podían transmitir lo que no tenían? Y ¿podía Dios ofenderse a Sí
mismo infundiendo el alma espiritual, su soplo divino, en un animal, todo lo evolucionado que se quiera pensar pero siempre
procedente de una dilatada procreación de brutos? Pensar ésto es también ofender al Señor.
Dios, queriendo crearse un pueblo de hijos con los que expandir el amor del que sobreabundaba y recibir el del que se hallaba
sediento, creó al hombre directamente con un querer suyo perfecto, con una única operación realizada el sexto día de la Creación
mediante la cual hizo del polvo una carne viva y perfecta a la que después animó, dada su especial condición de hombre, hijo
adoptivo de Dios y heredero del Cielo, no ya sólo con esa alma “ que también los animales tienen en las narices ” y que termina
con la muerte del animal, sino con el alma espiritual que es inmortal, que sobrevive a la muerte del cuerpo al que reanimará, tras la
muerte, al sonar las trompetas del Juicio Final y del triunfo del Verbo Encarnado, Jesucristo, así las dos naturalezas, que vivieron
juntas sobre la Tierra, vivan juntas también gozando o sufriendo, según como juntas lo merecieron, por toda la eternidad.
Esta es la verdad, ya la aceptéis o rechacéis. Y por más que muchos os empeñéis en rechazarla obstinadamente, día vendrá en que
la conoceréis perfectamente y se os esculpirá en vuestro espíritu convenciéndoos de haber perdido el Bien para siempre para ir
tras de la soberbia y la mentira.
Resulta cierto que quien no admite la creación del hombre por obra de Dios, y del modo expuesto, esto es, de tal forma que, al
pronto y de continuo, hacerlo capaz, si quiere, de guiar todos sus actos en orden a conseguir el fin para el que él fue creado; fin
inmediato: amar y servir a Dios durante la vida terrena; y fin último: gozar de Él en el Cielo, no puede entender con exactitud qué es
lo que cabalmente constituye la Culpa, el porqué de la condena y las consecuencias de ambas.
El amor de Dios es infinito y, después de haber dado, anhela dar nuevamente, y, tanto más da, cuanto la criatura es más hija suya.
Dios se da siempre a quien con generosidad se da a Él.
La medida puesta por Dios es siempre justa. Quien quiere más de lo que Dios le dio, es concupiscente, imprudente e irreverente.
Ofende al amor. Quien lo toma abusivamente es un ladrón y un violento. Ofende al amor. Quien quiere obrar independientemente
de toda sumisión a la Ley sobrenatural y natural es un rebelde. Ofende al amor.
Ante el mandato divino, los primeros padres debían obedecer sin importarles los porqués que son siempre el naufragio del amor,
de la fe y de la esperanza. Cuando Dios manda o hace algo, se debe obedecer y hacer su voluntad sin preguntar por qué ordena u
obra de aquel modo. Todas sus acciones son buenas por más que así no le parezcan a la criatura, tan limitada en su saber.
¿Por qué no habían de ir a aquel árbol, coger aquellos frutos y comer de ellos? Inútil saberlo. Lo útil es obedecer, no otra cosa, y
contentarse con lo mucho que se tiene. La obediencia es amor y respeto, y, a la vez, medida del amor y del respeto. Tanto más se
ama y venera a una persona cuanto más se le obedece.
Ahora bien, en este caso, al ser Dios el que ordenaba, Dios infinitamente Grande, infinitamente Bueno, Benefactor munífico del
hombre, éste, tanto por respeto como por reconocimiento, debía dar a Dios, no “mucho” amor, sino “todo” el amor adorante de
que era capaz y, por ende, toda la obediencia, sin analizar las razones de la prohibición divina.
Toda discusión presupone un autojuicio y crítica de una orden o acción ajena. Juzgar es cosa difícil y raramente el juicio es justo;
pero jamás lo es cuando juzga inútil, errada o injusta una orden divina.
El hombre debía obedecer. La prueba de ésta su capacidad, que es medida de amor y de respeto, estribaba en el modo con que
habría o no habría sabido obedecer.
El medio: el árbol y la manzana. Dos cosas pequeñas, insignificantes, si se las compara con las riquezas que Dios había otorgado
al hombre.
¿Cómo habíase dado Ël: Dios, y prohibía mirar a un fruto? ¿Cómo, había proporcionado al polvo la vida natural y la sobrenatural,
había infundido en el hombre su aliento, y prohibía coger una fruta? ¿Cómo, había hecho al hombre rey de todas las criaturas, lo
consideraba, no como súbdito sino como hijo, y le prohibía comer una fruta?.
Al que no sabe meditar con sabiduría, puede parecerle este episodio un algo inexplicable, semejante al capricho de un benefactor
que, tras haber cubierto de riquezas a un mendigo, le prohibiese recoger una piedrezuela caída en el polvo. Mas no es así. La
manzana no era únicamente la realidad de una fruta. Era asimismo un símbolo. El símbolo del derecho divino y del deber humano.
Aún cuando Dios llama y beneficia extraordinariamente, los beneficiados han de tener siempre en cuenta que Él es Dios y que el
hombre jamás debe prevaricar por más que se sienta extraordinariamente amado. Con todo, ésta es la prueba que pocos elegidos
saben superar. Quieren más de lo que ya recibieron y tienden la mano para coger el don que no se les dio. Y así se encuentran con
la Serpiente y sus frutos venenosos.
¡Alerta, elegidos de Dios! Recordad siempre que en vuestro jardín, tan repleto de los dones de Dios, siempre está el árbol de la
prueba en torno al cual trata siempre de enroscarse el Adversario de Dios y vuestro para arrebatarle a Dios un instrumento y
seduciros arrastrándoos a la soberbia, a la codicia y a la rebelión. No violéis el derecho de Dios. No conculquéis la ley de vuestro
deber. Jamás.
Parecen ser muchos, demasiados, a juicio de algunos, los instrumentos de Dios, las “voces”. Pues bien, Yo os digo a todos
vosotros, teólogos y fieles, que serían cientos de veces más, si todos aquéllos a quienes Dios llama a un ministerio especial,
acertasen a no tomar lo que Dios no les dio para tener más aún.
Todos los fieles tienen en el Decálogo, árbol de la ciencia del Bien y del Mal, su prueba de fe, de amor y de obediencia. Para las
“voces” y los instrumentos extraordinarios resulta, más que nada, atrayente ese árbol, objeto de las insidias de Satanás. Porque
cuanto mayor es lo que se da, tanto más fácil surgen la soberbia, la codicia y la presunción de tener asegurada de cualquier forma
la salvación. Yo os digo, por el contrario, que quien más tuvo, más en el deber está de ser perfecto si quiere librarse de grave
condena, cosa que no ocurrirá con quien habiendo tenido poco, le alcanza la atenuante de haber sabido poco.
¿Aquél árbol tenía pues frutos buenos y frutos malos?
Tenía frutos en nada diferentes de los demás árboles. Pero era árbol de bien y de mal, resultando uno u otro según fuera el
comportamiento del hombre, no en relación con el árbol sino en relación con la orden divina. Obedecer es un bien. Desobedecer
es un mal.
Sabía Dios que a aquel árbol acudiría Satanás para tentar. Dios lo sabe todo. El fruto malvado era la palabra de Satanás gustada
por Eva. El peligro de acercarse al árbol radicaba en la desobediencia. A la ciencia pura proporcionada por Dios inoculó Satanás
su malicia impura que pronto llegó a fermentar en la carne. Mas Satanás primero corrompió el espíritu haciéndolo rebelde y
después el entendimiento haciéndolo astuto.
¡Oh, qué bien conocieron después la ciencia del Bien y del Mal! Porque todo, hasta esa nueva vista que les hizo conocer que se
encontraban desnudos, les advirtió de la pérdida de la Gracia que habiáles hecho felices en su inteligente inocencia hasta entonces
y de la pérdida asimismo de la vida sobrenatural.
¡Desnudos! No tanto de vestidos cuanto de dones de Dios. ¡Pobres!, por haber querido ser como Dios. ¡Muerto!, por haber
temido morir con su especie si no hubiesen obrado por su cuenta.
Cometieron el primer acto contra el amor con la soberbia, la desobediencia, la desconfianza, la duda, la rebeldía, la concupiscencia
espiritual y, por último con la concupiscencia carnal. Digo: por último. Creen algunos que el primer acto fue, por el contrario, la
concupiscencia carnal. No. Dios es ordenado en todas las cosas.
Aún en las ofensas a la Ley divina, el hombre pecó primero contra Dios, queriendo ser semejante a Dios; “dios” en el conocimiento
del Bien y del Mal y en la absoluta y, por tanto, ilícita libertad de obrar a su antojo y querer contra todo consejo y prohibición de
Dios; después contra el amor, amándose desordenadamente, negando a Dios el amor reverencial que le es debido, poniendo al yo
en el puesto de Dios, odiando a su futuro prójimo: su misma prole a la que proporcionó la herencia de la culpa y de la condena; y,
en último término, contra su dignidad de criatura regia que había tenido el don del perfecto dominio sobre sus sentidos.
El pecado sensual no podía producirse mientras duraran el estado de Gracia y los demás estados consiguientes al mismo. Podían
darse tentaciones, mas no consumación de la culpa sensual mientras duraba la inocencia y, con ella, el dominio de la razón sobre el
sentido.
Castigo. No desproporcionado sino justo.
Para entenderlo se ha de tener en cuenta la perfección de Adán y Eva. Con la mira puesta en ese hito, se puede medir la magnitud
de la caída en aquel abismo.
Si Dios tomara a algunos de vosotros y os pusiera en un nuevo Edén dejándoos tal como sois pero dándoos los mismos
mandatos que a Adán y vosotros desobedecieseis como él, ¿creéis que Dios os condenaría con el mismo rigor que a Adán?. No.
Dios es justo y sabe qué herencia tan tremenda arrastráis vosotros.
Las consecuencias del pecado de origen fueron reparadas por Cristo en cuanto atañe a la Gracia. Mas perdura la debilidad de la
lesión inferida a la perfección originaria. Y esta debilidad la constituyen los estímulos, semejantes a gérmenes infecciosos que
quedaron latentes en el hombre, prontos a entrar en acción para vencer a la criatura.
Hasta en los santos más santos se encuentran éstos. Y otra cosa no es en el fondo la santidad que la lucha y la victoria continuas
que el alma y la razón del justo sostienen y consiguen contra y sobre los estímulos para permanecer fieles al Amor.
Dios, que es infinitamente justo, no sería ahora inexorable contra ninguno de vosotros como lo fue con Adán, ya que tendría en
cuenta vuestra debilidad.
Con Adán lo fue por estar él dotado de todo lo que podía hacerle vencedor, y fácil vencedor, de la tentación. De ahí que fuera
castigado con aquel castigo en el que se ve que si el hombre prevaricador no respetó las limitaciones puestas por Dios, Éste, en
cambio, respetó las que, en relación al hombre, habíase impuesto a Sí mismo.
Dios no violentó el libre albedrío del hombre, mientras que, por su parte, el hombre violentó los derechos de Dios. Ni antes ni
después de la culpa violentó Dios la libertad de acción del hombre. Simplemente lo sometió a una prueba. Mas era justo que lo
sometiese a ella a fin de confirmarlo en gracia, lo mismo que, con idéntico fin, sometiera a los ángeles a prueba, confirmando en
gracia a cuantos, de entre ellos, la superaron. Y así, una vez sometido a prueba, dejóle en libertad de obrar con respecto a ella.
Adán fue elevado al orden sobrenatural, antes de su caída, lo mismo que vosotros, una vez restituidos a la Gracia y fieles a ella, y
de una inteligencia espiritual capaz de acercarse mucho a la Verdad, pero Adán no conoció entonces el Misterio de Dios.
Sólo por Jesús pudo el hombre penetrar más adelante, ¡mucho más adelante!. Atravesar distancias, alzar velos, arrimarse al calor
del Hogar Uno y Trino y conocer la inmensidad del Amor con una profundidad desconocida para Adán.
Desconocida por medida de prudencia, porque Adán, en el supuesto de que Dios hubiérale presentado al Cristo futuro exigiéndole
adorar al Verbo, Encarnado por amor y por obra del Amor, y se hubiese negado a adorar al verdadero Compendio del Amor Trino
haciéndose con ello culpable del mismo pecado de Lucifer, habría venido a ser Satanás por haber rehusado adorar al Amor hecho
carne pretendiendo soberbiamente ser capaz por sí mismo de redimir al hombre siendo semejante a Dios en esencia, potencia,
sabiduría, belleza, aparte serle asimismo semejante por participación de naturaleza, ofendiendo de este modo particularmente al
Espíritu Santo, Dador de las luces, sabiduría y verdades contenidas en Dios. Y los pecados contra el Espíritu Santo, de los que
Lucifer y sus compañeros de rebelión hiciéronse culpables al igual de muchos hombres, no son perdonados.
Dios quería perdonar al hombre y así le propuso la prueba de la obediencia; mas le evitó la de adorar al Verbo hecho Hombre a fin
de que Adán no pecara de modo imperdonable codiciando el poder de Cristo, presumiendo poder salvarse y salvar sin necesidad
de Cristo, negando como imposible la verdad que se le daba a conocer de que el Increado pudiera hacerse “creado” naciendo de
mujer y que el Espíritu Purísimo, que es Dios, pudiera hacerse hombre asumiendo carne humana.
Vosotros, no. Vosotros, redimidos por Cristo; vosotros, llegados después de la venida de Cristo, y, sobre trodo, después del
sacrificio de Cristo, tenéis conocimiento de todo el amor de Dios. Cristo, Él mismo, con su palabra, con su ejemplo y con sus
actos, os reveló este amor infinito.
Mirando a Cristo niño gimiendo en una gruta no tenéis miedo de Él, por el contrario aquella debilidad humana atrae la vuestra
espiritual que no se siente abatida ni temerosa ante el Niño Dios, ese Dios que se anonadó, Él, el Inmenso, con miembros
diminutos; Él, el Poderoso, con miembros necesitados de todo auxilio en tanto ellos no fuesen capaces de proveer las necesida-
des del organismo.
Al mirar a Cristo niño no le teméis. Su sabiduría es dulce. Con pocas palabras os indica el camino seguro para llegar a la Casa del
Padre. “ Ocuparse de lo que Dios quiere, de lo que Dios tiene dispuesto ”. Toda la Ley se halla contenida en esta respuesta breve
y sapiente. Él os dice, al hablar a aquéllos que representan a la Humanidad elegida y querida por el Señor: “¿No sabéis que ha de
hacerse ésto, ésto sólo, ésto por encima de cualquier otra ocupación, tener este amor por encima de cualquier otro amor para tener
un puesto en el Cielo?” .
¡Oh! Cristo obediente, desde su nacimiento a su muerte; Cristo que dice “Sí” con su primer vagido y dice “Sí” con su postrer
palabra en el Gólgota, el Verbo del “Sí” eterno a su Padre; ese Cristo que jamás causa temor, que no atemoriza con su ley porque
os muestra con el ejemplo cómo es posible su cumplimiento por parte del hombre porque Él-Hombre la vivió primero antes de
enseñárosla; este Dios-Hombre que se entrega a la muerte, a sus enemigos, a los desprecios, a la fatiga, a la pobreza, a la carne, y
he puesto la muerte en primer lugar y la carne en el último, no por error sino porque al Salvador le fue más dulce morir que no al
Verbo-Dios limitarse en una carne, y a vosotros, hombres, os da el conocimiento de lo que es Dios-Amor.
Y ese Padre Divinísimo, que inmola a su Divinísimo Hijo, os da la medida del amor de Dios hacia vosotros.
Está dicho: “No hay amor más grande que el de aquél que da la vida por sus amigos ”. Mas se ha de decir también que: “ El amor
de un Padre que sacrifica a su legítimo y único Hijo por salvar la vida de los hijos adoptivos que, como verdaderos hijos pródigos,
se alejaron voluntariamente de la casa paterna y se hicieron desgraciados llenando de dolor al Padre, es un amor todavía mayor.
Y con este amor es con el que os ha amado Dios. Sacrificó a su Unigénito por salvar a la Humanidad culpable, esa Humanidad
que, si no le fue agradecida, obediente ni amorosa al comienzo de los tiempos cuando gozaba de lo mucho recibido gratuitamente
de Dios, tampoco le es agradecida, obediente ni amorosa ahora cuando ya, desde hace veinte siglos, recibió de Dios, no el mucho
sino el Todo, el Inmenso, al darse Dios a Sí mismo en su Segunda Persona.
Después de haber meditado todo ésto, es dulce concluir que si fue grande el castigo, que, por otra parte, no fue injusto, mayor
infinitamente mayor que el castigo fue la Misericordia. Esa Misericordia que no se contenta con restituiros, al precio de su Dolor,
de su Sangre y de su Muerte de cruz, los dones que os defraudara Adán sino que os da a Sí mismo en la Sagrada Eucaristía, os da
las aguas de la Vida de la que es fuente que asciende al Cielo, os da su dulce Ley de amor, su ejemplo, su Humanidad para que a
la vuestra le sea fácil amarlo, su Divinidad para que vuestras plegarias sean escuchadas por el Padre cual si fuesen la propia voz de
su Hijo amantísimo que vive en vosotros, os da el Espíritu Santo con todos sus dones mediante los cuales las virtudes infundidas
con el Bautismo son poderosamente ayudadas a desarrollarse y perfeccionarse, esos dones que ayudan grandemente al cristiano a
vivir su vida cristiana, esto es, la vida divinizada de hijos de Dios y que, sin anular los estímulos, os dan la fuerza para reprimirlos,
cambiándolos de “mal” que son en “bien”, es decir, en heroísmo, en medio de victoria y en corona y vestidura de gloria.
Igual que para Pablo, la vida de cada uno de vosotros es una lucha interior que sostiene la carne con el espíritu, la aspiración al
Bien con las acciones no siempre del todo buenas, lucha en la que Dios os conforta y ayuda. Por eso, nadie se escandalice si un
prójimo suyo confiesa de palabra y con actos ser como Pablo “carnal y sometido ”. Y ninguno se desanime si comprende serlo,
antes sea el ejemplo de Pablo el que lo guíe y lo sostenga ”.
Al hacerse “siervo” por toda la Humanidad caída, Jesús cumplió en Sí mismo cuanto señaló a los hombres para llegar al amor
perfecto; mas no impuso a éstos el sacrificio total como término del amor para poseer el Cielo, y así, en el segundo precepto del
amor, os dice (sigue hablando el Espíritu Santo) únicamente ésto: “Amad a vuestro prójimo como os amáis a vosotros mismos. ”.
Él fue más adelante. No se limitó a amar a su prójimo como se amaba a Sí mismo sino que lo amó muchísimo más que a Sí
mismo, porque, para hacer “bien” a éste su prójimo sacrificó su vida y la consumó en el dolor y en la muerte. Mas a vosotros no
os propone tanto. Bástale con que la gran mayoría de los miembros de su Cuerpo Místico lleven la pequeña cruz de cada día y
amen al prójimo como se aman a sí mismos.
Tan sólo a sus elegidos, a sus predestinados, indícales su Cruz y su suerte y así les dice: “Amáos como Yo os he amado ”, e
insiste: “Ninguno tiene un amor más grande que el de aquél que da la vida por sus amigos ”, y termina: “Sois mis amigos si hacéis
lo que Yo os mando ”.
Nunca la predestinación se halla desligada del heroísmo. Los santos son héroes. De ésta o de la otra forma, pero su vida es
heroica de la manera que Dios se la propone. Ellos saben lo que hacen y a qué les lleva el hacer lo que hacen, mas no se asustan
por ello. Saben también que lo que hacen sirve para continuar la Pasión de Cristo, y arrebatar al Infierno tantos tibios y pecadores
que, sin su inmolación, no se salvarían de la condenación. Porque también la tibieza, al enfriar gradualmente la caridad que todos
los hombres deben tener para poder vivir en Dios, conduce lentamente, como por consunción espiritual, a la muerte del alma.
La predestinación a la Gloria no es un don gratuito que se concede a todos los hombres, sino más que un don, una conquista
llevada a cabo por los que perseveran en la justicia, una conquista que se consigue con el uso perfecto de los dones y auxilios de
Dios y con la buena voluntad que jamás deja inactiva cosa alguna que le proponga o le entregue Dios, ante todo lo hace activo y lo
dirige al fin santo de la visión intuitiva de Dios y la posesión gozosa del mismo.
Verdaderamente sois vosotros redimidos por el amor antes todavía que por la Sangre y por la Muerte del Hijo de Dios. La Sangre
y la Muerte fueron el accidente último de vuestra redención. En cambio el amor de Dios hacia vosotros es la posición eterna de
Dios en relación con vosotros, y este divino amor comenzó a salvaros desde su eterno ser, porque, antes de que existiera el
tiempo, estabais vosotros en el pensamiento de Dios: Todos vosotros, desde Adán hasta el último hombre, con vuestros heroís-
mos y extravíos, con vuestros tesoros y miserias y con vuestra gran necesidad de ser fortísimamente ayudados, debidamente
ayudados, para poder alcanzar el fin para el que fuisteis creados. Y el Amor había ya establecido “desde el principio” en su Saber
y Querer divinos cuanto era preciso para traeros de nuevo a la Vida, tanto como Humanidad como individuos. Abrazó todo
cuanto suponía sacrificio y dolor por amor vuestro y por amaros a vosotros, tan frecuentemente ingratos y más frecuentemente
débiles, se inmoló desde siempre por vuestro amor.
Sólo conque contempléis la voluntad heroica del Hijo de Dios, futuro Cristo, constituido tal desde siempre, desde antes de la
Redención, desde antes de su Nacimiento, desde antes de su Encarnación, desde el principio del mundo y antes del principio del
mundo retrocediendo en una inmensidad de tiempo que ya no es tiempo sino “eternidad”, podéis vosotros comprender cómo es
por el amor que habéis sido salvados. Porque así como “en el principio” el Verbo estaba junto a Dios, otro tanto: “en el principio
el amor estaba junto a Dios”, o más bien, era Dios, puesto que Dios otra cosa no es sino Amor. Y así como está escrito que:
“Todas las cosas fueron hechas por medio de Él ”, otro tanto es justo escribir que “todas las cosas fueron hechas por medio del
Amor”.
Toda la creación sensible y suprasensible es obra del amor. Todas las providencias, leyes físicas, morales y sobrenaturales son
obras del amor. Los actos todos de Dios son obras del amor. Amor la creación efectuada por Dios, amor la creación particulari-
zada del hombre, hijo adoptivo de Dios. Amor la Encarnación del Verbo; amor su Pasión para redimir al hombre; amor la
Eucaristía; amor los dones del Paráclito que Éste, Teólogo de los teólogos, Dador de Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Forta-
leza, Ciencia, Piedad, Temor de Dios, da a cuantos dignamente lo reciben a Él, Amor del Padre y del Hijo, Fecundador y
Santificador de cuantos lo saben retener en sí con una vida pura y santa; amor la Iglesia, dispensadora de gracia y Maestra para sus
fieles.
El perfecto Amor Uno y Trino os colma de Sí mismo y de sus munificencias para haceros perfectos en la Tierra y dichosos en el
Cielo; y Cristo os propone las dos perfecciones por las que habréis de llegar a la gloria eterna.
Jesús, como Verbo, dirigiéndose a criaturas divinizadas por la Gracia, os propone la misma santidad de su Padre: “Sed perfectos
como lo es vuestro Padre celestial ”. Y como Maestro que se dirige a hombres semejantes a Él en el cuerpo y en el alma, os
propone su propia santidad: “Aprended de Mí. Os he dado ejemplo a fin de que, como Yo he hecho, hagáis también vosotros.
Seréis dichosos si llegáis a poner en práctica mi ejemplo. Sois mis amigos si hacéis lo que os mando ”.
Amar es más fácil que adorar, que honrar, que privarse de hacer algo. Al amar a Dios, Éste se acerca al hombre y el hombre a Dios.
Amar tiene más atractivo que temer y es escala para ascender a la adoración.
El hombre no puede alcanzar de súbito las cumbres de la adoración. La misma grandeza de Dios lo detiene de hacerlo y, a la vez,
con el miedo de Dios, era habitual en los antiguos hebreos, y las miserias de la naturaleza, formar las ligaduras que le mantienen
alejado de Dios. Mas el amor desata con su ardor esas ligaduras y coloca sus alas de fuego al alma que así puede subir cada vez
más arriba a medida que se lanza más y más sin parar mientes en lo que deja: miserias, pobres honores, limitaciones, riquezas y
afectos caducos, sino en lo que obtiene y conquista: Dios, el Cielo. No hay acto de culto formal que os una tanto a Dios como el
acto espontáneo y continuo del amor.
Fruto de la unión con Dios es la sabiduría. Y la sabiduría conduce al ejercicio de la justicia en todas las cosas.
El hombre que se encuentra unido a Dios es activo y alegre. Y de esa alegría que le viene de la complacencia de Dios por sus actos
de hombre amante de Dios, toma impulso para ser cada vez más activo en el bien, porque la unión con Dios produce paz
activísima, nunca paz inerte.
No se da inercia alguna en Dios que es el operante eterno; como tampoco se da en el hombre que se encuentra unido a Dios por el
amor. Él ama activamente a Dios y es por Dios activamente amado. Y esta doble actividad produce un desbordar, un irradiar de
fuegos caritativos sobre las criaturas, no bastándose el hombre a contener en sí el Amor infinito que se revierte en él para consuelo
de su amor como en un recipiente digno y ansioso de acogerlo; y, no bastándole al hombre, una vez dentro del torbellino ardiente
del amor divino, con amar únicamente al Creador, pues los ojos de su espíritu y el espíritu de su alma, al contemplar al Creador,
ven también en Él a todas las criaturas, y así el hombre se siente impulsado a amarlas a todas santamente por ser obras del Amor
suyo amadísimo.
Y he aquí al amor del prójimo que nace, brota y se derrama, por santa e inevitable consecuencia, del santo amor de Dios. El amor
al prójimo ha de practicarse con justicia poniendo a cada criatura en su lugar exacto, esto es, en un grado siempre inferior a Dios
por más que ésta sea la más querida por vínculos de sangre o de afecto o la más santa por la justicia de su vida, no anteponiéndo-
la, por tanto, jamás a Dios, antes viendo en ella algo así como un nuevo don de Dios concedido por Él para hacer más fácil,
agradable, dulce y meritoria la vida al que vive en la Tierra.
Y he aquí cómo, por obra del amor, conquista el hombre la sublime libertad sobre las insidias del yo, del mundo, del demonio y
de las constricciones consiguientes a la Culpa original.
La caridad es fuego vivo. El fuego vivo es llama. La llama es libre y sube al cielo. Irradia a la vez calor y luz, y beneficia a quien a
ella se acerca. Y he aquí, en efecto, cómo el hombre encendido en caridad sube con su llama hacia Dios, centro de todo fuego de
amor y, al mismo tiempo, irradia su fuego sobre los hermanos, remedia sus miserias, ilumina sus tinieblas y las alegra llevándoles
la luz que es Dios, purifica sus impurezas porque todo santo, y santo es quien ama con todo su ser a Dios y al prójimo, es
purificador de sus hermanos, socorre con piedad sublime a los afligidos, a los pobres, a los enfermos de cuerpo o de espíritu,
predica y establece así el Reino de Dios en sí mismo y en el mundo. Porque el reino de Dios en el hombre es el amor. En el interior
del hombre y en el mundo, el reino de Dios es el amor, en contraposición al reino de Satanás que es odio, egoísmo y triple lujuria.
¡El Reino de Dios!.
Es decir, el “Páter noster ” vivido, hecho vivo por los justos, hecho “acción” continua y no esterilizado con palabras murmuradas
más o menos distraídamente. El “Páter” vivido de verdad, santificando el Nombre Santísimo de Dios al tributarle la alabanza más
auténtica: la de adorarlo en espíritu y en verdad y trabajar para que los demás lo adoren mediante el doble amor que es obediencia
a la Ley dada para inclinar al hombre a la religión, esto es, a la unión con Dios y con los hermanos vistos en Dios, y al respeto lleno
de veneración para con los derechos de Dios, como también al respeto fraterno de los derechos del prójimo.
El “Páter” hecho vivo por la instauración del Reino de Dios en las criaturas y en el mundo mediante el doble amor, a Dios y al
prójimo, camino obligado para llegar a la posesión del Reino de los Cielos.
El “Páter” hecho vivo por la adhesión a la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea, mediante el doble amor que hace aceptar
pruebas, penas, agonías, luchas, con pacífica obediencia, como venidas de la mano de Dios, y soportar al prójimo en los
sufrimientos que nos puede proporcionar, considerándolo como un “medio” para la consecución de méritos eternos por la
paciencia que os fuerza a ejercitar con aquéllos que os prueban y que son vuestros pobres hermanos culpables contra el amor y
necesitados de misericordia y de plegarias para que vuelvan a entrar en el camino de la Vida.
El “Pater” hecho vivo en la caridad al prójimo la más difícil de ejercitar, la del perdón otorgado a los propios ofensores,
ofreciéndolo a Dios Amor para que os perdone los débitos que tenéis con Él.
La caridad es la mayor de las purificaciones, pudiendo ser continua: un continuo lavado de vuestras imperfecciones llevado a
cabo por las llamas del doble amor. Y es también la caridad la Ley espiritual llevada a la práctica que, puede ser puesta en práctica
hasta por el hombre materialista, porque, aneja a esa caridad, va siempre la fe que, al proponeros sus verdades, os estimula a
superar las pruebas de la vida a la vista del Origen y del fin de todas las criaturas: Quién las crió, por qué, para qué destino: Quién
les ayuda a conseguir ese destino feliz y les asegura que tal destino bienaventurado es patrimonio de cuantos vivan en justicia.
Toda verdad revelada es una confirmación de lo bueno, providente y justo que es el Señor Uno y Trino. Bueno, providente y
justo es Dios Padre, Creador que “todas las cosas las dispuso con medida, número y peso” y las ordenó a su fin dándole al
hombre, cuyo fin es sobrenatural, además de la Gracia, el medio indispensable para alcanzar dicho fin: la razón y la conciencia, las
cuales le permiten conocer y seguir la ley moral natural, no escrita por legisladores perecederos y falibles sobre materiales
corruptibles, sino por el dedo de Dios sobre páginas espirituales y, por tanto, inmortales, del alma y así no esté sujeta a otra
manumisión que la voluntaria del hombre rebelde que, por otra parte, puede huir y apagar las voces de la razón y de la conciencia
con el clamor de los sentidos desenfrenados, mas nunca sofocar, y menos para siempre, estas voces interiores. Porque ellas son
la voz misma de Dios que resuena en todos y cada uno de los hombres, bien sean católicos o infieles, cismáticos o hebreos,
herejes, separados o excomulgados, y así todas las criaturas racionales conozcan y vivan, si quieren, siguiendo los dictados de la
Ley eterna del Bien.
Bueno, providente y justo es Dios Hijo, Salvador, que se encarnó para ser Jesús y murió para que vosotros fueseis de nuevo “una
misma cosa con Dios” como los hijos con un solo amor con su padre. Y resucitó y ascendió al Cielo, no sólo para dar a los
hombres la prueba principal de su Divinidad sino también para daros, con su resurrección y ascensión al Cielo, la promesa y
garantía de la resurrección final de la carne y de la existencia del Reino de los Cielos al que cuantos vivan y mueran en el Señor
serán asuntos para que gocen de la visión beatífica de Dios, alcanzando con ella el gozoso conocimiento del misterio de Dios que
inteligencia alguna humana puede penetrar.
Bueno, providente y justo es Dios Espíritu Santo, Santificador, alma de la Iglesia a la que vivifica con su Gracia y sus Dones,
amaestra y satura de amor para que discierna y decrete con justicia y sabiduría cuanto atañe a la fe y a las costumbres y aplique
con amor y justicia tanto los bienes espirituales como los castigos, y, con amor y justicia, desprovista de todo apego personal a
juicios, cálculos, intereses, prejuicios o cualquier otro móvil humano, guíe, sostenga y amaestre a sus hijos continuando el
magisterio de su Esposo, su Cabeza y su Señor, al que debe servir y no afligir poniendo obstáculos a su Voluntad, aún cuando lo
que quiere salga de lo ordinario. Porque Dios puede querer cualquier cosa buena para sus hijos y a nadie le es lícito juzgar los
actos de Dios ni condenarlos poniéndoles obstáculos.
La caridad, la fe y la esperanza hacen que el hombre carnal pueda seguir la ley espiritual tan contraria a la ley del pecado que vive
en sus miembros.
Y ¿quién os libra de este cuerpo de muerte? La Gracia de Dios por Jesucristo Señor nuestro.
Ella no anula al hombre sino que del hombre viejo hace un hombre nuevo. Ni se limita a regeneraros una vez tan sólo mediante las
aguas medicinales del Bautismo, sepulcro del Pecado original, seno del que emerge una criatura nueva inocente, santa y divinizada,
sino que os regenera y ayuda tantas veces cuantas el hombre se arrepiente tras una caída voluntaria en materia grave o se duele de
su debilidad, causa de caídas involuntarias o también se turba tan sólo al sentir agitarse en sí el viento de los estímulos y temer que
ellos provoquen una tempestad en los sentidos con pérdida de la cercanía de Dios y venga a apagarse su voz pacífica, semejante
siempre al soplo de un “ ligero céfiro”. Tantas veces os regenera, conforta y asegura, cuantas de ellos tenéis necesidad, con sus
divinos auxilios, por medio de Jesucristo y mediante los Sacramentos, medios por Él instituidos para regeneraros y reforzaros en
la Gracia.
Dios sabe y ve, Dios es Padre y Amor, Dios es Justicia y Misericordia. Sabe compadecer y premiar, pero quiere “la buena
voluntad”. No siempre es ella una permanente realidad buena y constante. Tiene también sus altibajos y caídas. Mas el ojo divino
que os ve caer o fluctuar, ve también cómo quiere imponerse vuestra buena voluntad interior y contempla vuestra pena por haber
caído o por haber cedido en el embate de un asalto imprevisto, y perdona porque no ve en vosotros el consentimiento en el mal
que odiáis sino el deseo de llevar a cabo el bien, por más que no siempre lo logréis. Ve que no es vuestro yo intelectual sino las
secuelas de la culpa de Adán: los estímulos enraizados en vuestra parte inferior son los que operan en vosotros.
Y de este contraste entre las dos fuerzas que se combaten en vosotros y las dos voluntades que se enfrentan, una movida por el
amor de Dios, que se dirige a Dios, y la otra por el Odio, que pone en acción su veneno por odio a vosotros y a Dios, el Señor
extrae las riquezas que os conseguirán el acceso al Reino de los Cielos.
Constituyen ellas vuestro vestido nupcial, ese vestido del que habló Jesús en la parábola del banquete dispuesto para las bodas
reales. Y ¡ay de aquél que no hila ni teje su vestido nupcial durante su jornada terrena proveyéndose de materiales que hilar y de
instrumentos para tejer mediante la asidua voluntad interior de hacer lo que la Ley de Dios propone o Dios os presenta., y la lucha
continua entre la voluntad del hombre interior y la ley del pecado que incuba en sus miembros, o entre la buena voluntad y cuánto
de malo os rodea: el mundo, y os tienta: el demonio! ¡Ay de aquéllos que no se tejen a diario el vestido nupcial y no lo adornan con
las perlas conquistadas, sufriendo la “gran tribulación” que les haga dignos de estar en torno al trono del Cordero con las palmas
de los victoriosos en las manos!.
La multitud de los santos y de los elegidos no la integran únicamente los mártires que llegaron a sufrir el martirio cruento, pues
todos los santos son merecedores de llevar la palma de los mártires, ya que todo santo es un mártir del Amor o del Odio, del
espíritu o de la carne, y todas las potestades del Cielo, del mundo, del yo carnal y de los abismos tenebrosos le acometieron sobre
la Tierra para probarlo, tentarlo y martirizarlo todos los días.
¡De veras que es astuto, y tenaz y feroz el martirio que proporciona aquél a quien Cristo llama “homicida desde el principio”, pues
no hay homicida que se le iguale porque ningún asesino puede ejercer violencia si no es contra la carne del hombre. Mas Satanás
mata o trata de matar la parte inmortal del hombre privándolo, no de la existencia, porque el alma, por más que haya sido creada,
ya no ha de perecer eternamente, sino de la Vida, o sea, de su Dios. Y ésto lo hace mientras Dios tiene como fin de su creación el
premio de darse a los hombres, es decir, de reunir cabe Sí a los hombres después de su muerte, con el espíritu inmediatamente
después de la muerte y con el espíritu unido a la carne tras la resurrección y juicio final, para hacerlos felices con su Conocimiento
y Visión para regocijarse con el Pueblo de sus hijos, así también Satanás tiene como fin de su rebelión privar al Creador de
cuantas más criaturas por Él paternalmente queridas pueda y privar del goce de su Creador a cuantas más criaturas le sea posible.
El enemigo de Dios quiere también prepararse su pueblo y lo hace depredando porque es ladrón; al paso que Dios, para crearse su
pueblo, dotó al hombre, creado a su imagen y semejanza, de todos los dones sobrenaturales aptos para conducirlo al Reino eterno
y, no contento aún con eso, dio su Hijo Unigénito y amado para que fuese inmolado a fin de ser Salvador de los hombres. Y ello
porque, mientras Satanás es principio del mal, es odio, es mentira, es desorden, es ladrón, Dios es principio del Bien, es Amor, en
Verdad, es Orden y es divinamente Dador munífico de toda gracia.
Desde el momento en que Satanás quiso ser igual a Dios en todos sus actos: libertad, poder y voluntad de acción, deseando
desordenadamente él, criatura creada, ser igual al Increado, que es Dios como el Padre y que lo engendró: Hijo Unigénito, y
deseándolo para que el Universo pudiera decir de él lo que del Verbo Encarnado se dice al comienzo del Evangelio de Juan
dictado al Evangelista por el Amor y la Luz, por el Espíritu de Dios que es Amor y Luz: «Todas las cosas fueron hechas por
medio de Él», desde aquel momento el arcángel fulminado es sacrílego, homicida y ladrón.
Era Lucifer y pensó de sí ser Luz. Mas ser “portador de luz” no es ser Luz, pues es muy distinto “ portar que Ser ”. La Luz, es
decir, el Hijo de Dios, el Verbo del Padre, el Increado, Eterno, Inmenso y perfectísimo, “engendrado, no hecho, consustancial al
Padre”, por medio del Cual «todas las cosas fueron hechas», en nada es igual y nada tiene de común con la criatura angélica
creada para ser portadora de luz y mensajera de Dios, como en un principio lo fuera Lucifer que prevaricó al querer ser la Luz,
porque, libre y voluntariamente quiso ser infiel al Señor su Creador y a su Gracia. Y así, delirando de orgullo en su intento de
creerse Dios y por ende, no sujeto a la obediencia y adoración a Dios, Éste fulminó al rebelde.
Desde aquel momento quiere Satanás hacerse su pueblo para contraponerlo al Pueblo de Dios. Y ésto lo persigue sin descanso,
por odio a Dios y a las criaturas que Dios ama como Padre. Y su inteligencia, conservada idéntica tras la fulminación divina,
inteligencia agudísima cual correspondía al príncipe del pueblo angélico, y su poder, los usa con este fin, espiando cada una de
las acciones del hombre, prestando atención a cada una de sus palabras, haciendo de su conocimiento de las acciones y palabras
humanas, de la constitución física del individuo, de sus enfermedades, desventuras, estudios, afectos, ocupaciones, en una
palabra, de todo, campo abonado para lanzaros su cizaña, efectuando prodigios con los que seduciros y haceros caer en el error.
Los prodigios de que habla Jesucristo al predecir los últimos tiempos y poner en guardia a los hombres frente a los mismos y
frente a las voces de falsos profetas y falsos cristos que surgirán y aparecerán por un sitio y por otro y que otra cosa no serán que
trampas satánicas y satánicos profetas, servidores del Anticristo profetizado, suscitados para traer seducidos a los hombres a la
Mentira y a falsas doctrinas engañosas y hacer que se encuentren desprevenidos cuando llegue el momento tremendo del reinado
del Anticristo sobre la Tierra y de la consecutiva última venida del Hijo del Hombre, de Cristo Vencedor para el Último Juicio de
separación de los corderos y ovejas, de los cabritos y moruecos, de elección y condena, de bendición y de maldición. Los
prodigios de que habla Pablo en su segunda Epístola de los Tesalonicenses (capítulo II). Los prodigios de que habla Juan en el
capítulo XIII de su Apocalipsis.
Sí. Es verdaderamente astuto, tenaz y feroz el martirio que da Satanás a los espíritus fieles al Señor.
Y no menos tenaz, mordaz, punzante y demoledor es el martirio que proporciona al hombre interior las fuerzas de la concupiscen-
cia individual y de cuanto se ha establecido en el mundo desde que Satanás es un príncipe tenebroso: la triple concupiscencia, la
cizaña maldita lanzada en los campos del Señor para dañar al grano selecto, sofocándolo, tumbándolo al suelo o pervirtiéndolo
hasta el punto de hacerlo capaz de despreciar a Dios e idolatrarse a sí mismo.
Y no es menos causa de martirio el dolor que puede ser de géneros diversos mas siempre dolor, y tal vez acerbisimo, que nunca
falta en la vida de los elegidos.
Dolor permitido por Dios y que puede provenir de enfermedades, desgracias, hastío, envidia u odio de parte de las criaturas.
Hastío, envidia y odio que pueden llegar hasta el delito material o moral, quitándole al prójimo la vida, la reputación, la libertad, o
conculcando tal vez sus derechos, apropiándose las cosas ajenas, sean éstas riquezas materiales o intelectuales, alterando la
verdad de las cosas hasta el extremo de presentar como obras de un demente, de un demonio o de un simulador, lo que es obra
y acción de un genio o de un justo elegido por Dios para cosas extraordinarias.
Dolor permitido por Dios, aunque condenado por Dios, el dado por las criaturas a otras criaturas, sus semejantes, de mil
maneras, para torturar al justo con calumnias, mofas, pruebas aborrecibles a Dios practicadas sobre la psiquis del santo con la
intención de provocarlo, de hacerle dudar interiormente de sí mismo, de la aceptación divina de su misión, así como de todo lo
que ve y siente; pruebas practicadas sin prudencia, sin caridad y sin justicia, con un fin no recto que ofende y disgusta, tanto a
Dios como a las criaturas, pruebas ilícitas por rebasar ese límite sagrado marcado por la caridad debida al prójimo, y que con
ninguna excusa aparente se ha de sobrepasar.
Dolor que puede provenir del propio yo por el sufrimiento de sentirse aún tan desemejante, imperfecto, débil y distante de aquella
perfección a la que, por puro amor de Dios y obediencia al consejo de Jesús, aspiran llegar todos los justos.
Almas generosas, no os atormentéis. Soportáos a vosotros mismos del modo que soportáis a los demás. Tened paciencia con
vuestras pequeñas miserias espirituales como la tenéis con las pequeñas enfermedades de vuestro cuerpo. Tenedla y que vaya
siempre acompañada de la confianza, por más que haya momentos comparables a enfermedades peligrosas y repentinas en las
que para que la grandeza de los dones extraordinarios no os ensoberbezcan, se os da el estímulo de la carne, un ángel de Satanás
que os abofetea. Es una proximidad y un estímulo que os repugnan como suciedad que os pasa rozando o fatigas que revuelven
vuestro interior desbordando al fin en vómitos. Mas soportadlos con paciencia sin consentirlos y sin inquietaros ni perder el
ánimo por ello.
Permaneced en la paz pensando en el amor de Dios que sostiene vuestra debilidad con el poder de su gracia, y ciertamente, con
mayor abundancia en esas horas en las que el estímulo de la carne o el ángel de Satanás vienen a insinuaros el pensamiento de que
no obstante los dones sobrenaturales o extraordinarios, el hombre continúa siendo hombre, o sea, criatura en la que su naturaleza
espiritual divinizada por la gracia se encuentra enfrentada a la humana sojuzgada por los desordenados apetitos de la concupis-
cencia, por lo que vosotros no podéis permanecer fieles a la justicia. Continuad indiferentes a estas voces inferiores o satánicas
que os hablan para desanimaros, seguid en la paz y no os turbe el hedor de los miasmas del mundo y de Satanás.
No os turbe el pensamiento de que Dios pueda alejarse de vosotros por este hervir de estímulos y este desencadenamiento de
asaltos desatados súbitamente en vosotros y en vuestro derredor para turbaros y haceros dudar de vuestra misión de verdaderos
hijos de Dios. Únicamente consintiendo alejaréis al Señor. Porque el consentimiento es lo que se valora, tanto en la tentación
como en la inspiración, en el mal como en el bien, en el odio como en el amor y lo que realmente hace que un acto sea merecedor
de condena o de premio.
Si no hay consentimiento, las voces bajas quedan reducidas a un murmullo inútil. Si no hay consentimiento, las voces de lo alto no
pasan de inútiles llamadas. Si no consentís al mal, seguís fieles a Dios por más que seáis momentáneamente superados. Si no
consentís al bien, tan sólo en este caso, faltáis al amor. Porque el amor es consentimiento. Si no hay consentimiento recíproco
entre dos seres, no se crea el amor. Mas si no hay consentimiento, es decir, obediencia pronta a las voces del Amor eterno, no
existe amor recíproco entre Dios que ama y la criatura que ama poco o mal y así no se crea ni crece el verdadero amor.
También el odio es consentimiento. Y si bien el odio no necesita del consentimiento recíproco entre el odiante y el odiado, con
todo, para que surja, es siempre preciso el consentimiento de un cómplice. Hablo del odio espiritual. Este cómplice no puede ser
otro que vuestro yo, esto es, vosotros mismos con vuestra voluntad y vuestra razón saliendo del orden para entrar en el desorden,
ya que, por más que el odio entre criaturas esté motivado por culpas ciertas del odiado hacia el odiante, siempre se produce un
desorden en las relaciones entre hombre y hombre. Porque el orden se halla en el amor. El orden es amor y quien sale del amor
sale del orden.
Por tanto, en el odio de la criatura hacia su Criador, y el pecado es odio al Criador, cuya Ley, al pecar, se viene a despreciar así
como la justicia es amor de la criatura a su Creador, cuya Ley, al amar, viénese a practicar en espíritu y en verdad, es siempre y
únicamente el yo el cómplice o elemento indispensable para que se den el odio o el amor.
Como tampoco hay amor si la libre voluntad y la razón del hombre no prestan su consentimiento a los mandatos e inspiraciones
de Dios y no secundan los deseos que nacen en el alma, esos deseos que Dios mismo suscita en el espíritu del hombre para que
su grado de gloria sea cada vez mayor, y, tras haberlos suscitado, ayudando poderosamente a la voluntad y facultades limitadas
del hombre, hace que pueda realizar los deseos santos que el Señor suscitó en su espíritu, así también, si no hay consentimiento
de la voluntad y de la razón a los estímulos internos y externos de la carne, del mundo y de Satanás, si no se secundan los apetitos
irascibles y concupiscibles, es decir si el alma no ofende con advertencia y voluntad plenas a su Señor, no existe odio de la criatura
a su Criador.
Siempre se da el martirio del dolor en la vida de los elegidos, los cuales manifiestan también su justicia mediante su amor al dolor,
no ya soportado con resignación, sino también suplicado como un octavo sacramento y una novena bienaventuranza, para ser
ungidos víctimas y ser verdadera imagen de Jesús-Víctima.
Son el sacramento no instituido y la bienaventuranza no promulgada abiertamente por el Maestro divino y Sacerdote eterno. Mas
aquéllos que saben leer y comprender el Evangelio, no en la letra sino en su espíritu, encuentran promulgada siempre esta
bienaventuranza por los propios actos de Jesús, el Hombre del Sacrificio y del Dolor, y encuentran este sacramento que no
necesita materia, forma ni ministro para ser signo de gracia sensible y eficaz, sino que él mismo es materia y forma de gracia, y, al
transformar al hombre en una víctima resignada o, al alcanzar un grado más elevado de identificación con el Maestro divino y
Redentor Santísimo, siendo víctima voluntaria aceptada por Dios, hace de él el ministro de su inmolación y un pequeño Cristo
continuador del Sacrificio divino de Jesucristo.
Porque si Jesús fue “Jesús”, esto es, Salvador, lo fue por el dolor y la muerte. Fue por el dolor y la muerte como Jesús alcanzó el
fin por el que se hizo Hombre y dio cumplimiento al plan de Dios: hacer de su Unigénito, del Verbo, el Hombre-Dios y así Éste
pudiese ser Redentor y Dador de la Gracia a los hijos de Adán, desheredados, por culpa de Adán, de tan sublime don.
Y es todavía, y lo será siempre, mediante el dolor y el holocausto cómo el hombre, continuando la obra de salvación iniciada por
Cristo, se salva. El dolor meditado, comprendido y contemplado sobrenaturalmente, no es castigo del rigor divino sino gracia del
divino amor. Gracia que Dios concede a sus hijos mejores para hacer de ellos cristos por participación.
Sí. Por participación del cáliz amargo, de la dolorosa Pasión, del Getsemaní al Gólgota y a la Cruz, tal como fue el yugo de Cristo,
yugo pesadísimo, aplastante, yugo imposible de llevar si el amor a Dios y al prójimo no lo hiciese “suave y ligero” aunque no a la
carne, sí, al menos, al corazón, a la mente y al espíritu. Fue el perfecto amor a Dios y al prójimo el que hízole al Verbo de Dios
correr al encuentro de su Cruz con un santo anhelo de “tener ya todo cumplido ”.
Toda su Vida, esto es, su Eternidad de Verbo, fue un ansiar este cumplimiento. Toda su Vida, sea cuando aún estaba con el Padre
en el Cielo, como cuando salió para encarnarse en el seno de María o cuando respiró por primera vez, como cuando crecía en
edad, en gracia y en sabiduría estando sujeto a María y a José, como después de la Ley y a los Quereres supremos de su Padre
Santísimo hasta llegar a consumirse para poder exhalar su espíritu diciendo: “Está cumplido”, tuvo ese anhelo. Había enseñado
que si el grano no muere, no da fruto. Y así Él, el Viviente, el Eterno, murió para transformarse de grano de espiga virginal en el Pan
de Vida para los hombres.
El dolor y el holocausto participan de la muerte del Grano santísimo nacido de una espiga inmaculada y virginal, Jesús; participan
del amor perfecto del Hijo del hombre para con sus hermanos que llegó a dar la vida por ellos; y participan de la santidad de Cristo,
santidad que se alcanza mediante la renuncia, el sacrificio, e, incluso, la muerte.
De aquí se infiere que quien ama su alma y quiere proporcionarle la vida eterna y feliz, debe odiar su carne amando, incluso, las
persecuciones y las enfermedades que destruyen la materia, amando asimismo la elevación, ya sea material o espiritual, sobre la
cruz que desatan de la Tierra y elevan al Cielo en una elevación mística, en una continua “misa” del cristiano verdaderamente
formado que se muda de hombre en hostia, en pequeña hostia que quiere ser consumada a la vez con la Hostia grande, con Jesús
Eucaristía, en sacrificio latréutico, eucarístico, propiciatorio e impetratorio.
La adhesión absoluta y continua de la criatura dándose al amor y a la Voluntad santísima de Dios, conservando de su libre
voluntad de hombre un brazo tan sólo: el de hacer lo que Dios quiere; hacer lo que Dios, que vive en las almas, que inhabita en las
almas amantes, indica, dispone o propone hacer; este amor obediente, activo y constante introduce en vosotros la vida divina y
completa vuestra identificación con Dios que es Amor, además de Espíritu. lo mismo que es también espíritu vuestra alma; que es
Libre, al igual que lo sois vosotros para querer; y que es Eterno, como eterno es vuestro espíritu desde que fue creado.
En efecto, todo aquél que obre con recta conciencia siguiendo los dictados de la ley moral, demuestra tener un alma naturalmente
cristiana, abierta al Bien y a la Verdad, y Jesús, muerto para que los hombres tuviesen la Vida eterna, los hombres de buena
voluntad, será su justificación. Porque todos los que, aún sin el conocimiento de Dios que tienen los católicos, creen firmemente
que hay un Dios, un Dios justo, providente y remunerador de todo cuanto cada uno ha merecido, pertenecen, por la caridad que
hacia Él sienten, por la caridad y justicia que tienen para con su prójimo y para consigo mismo, por su deseo de Dios y por la
contrición perfecta de las culpas que hubieran podido cometer, al alma de la Iglesia.
Como dije que el dolor es el octavo sacramento y la novena bienaventuranza, así también digo que el amor verdaderamente vivido
y practicado y el arrepentimiento sincero del mal que se haya podido involuntariamente cometer, son el bautismo de deseo que da
validez a la pertenencia implícita al Cuerpo Místico y, consecuentemente, a la participación de la Gracia. Sólo Dios y los hombres
en los que Dios opera conocen la acción divina para llevar las criaturas humanas a la salvación y al celestial conocimiento de la
Verdad para los que fueron creadas.
Jesús expió en su Cuerpo santísimo todos los pecados. Y para que vosotros pudieseis revestiros con el traje nupcial, vestido
limpio ornamentado, vistióse Él de llagas, heridas, cardenales y sangre.
De la cabeza en la que tan sólo animaron pensamientos santos y de la que únicamente salieron palabras de sabiduría, de justicia
y de amor, a sus dulces pies de Mensajero de Paz, que, para venir, había salvado distancias y bajado valles como ningún otro
hombre salvará y bajará, habiendo atravesado la distancia abismal existente entre sus naturalezas divina y humana y descendido
hasta el profundísimo, angosto, oscuro y contaminado valle de pecado y de dolor que es la Tierra, tan distinta del Paraíso sin
confines, todo luz, pureza, armonía y gozo superiores a toda concepción humana, para encontrar en ella, después de tantas
pruebas, fatigas y penas, la Cruz, de la cabeza a los pies fue todo una llaga.
Y si resulta posible contar las estrellas desparramadas por la inmensidad de los cielos así también es imposible contar las heridas
esparcidas sobre el Inmenso que se hizo limitado en una Carne expiatoria. Porque cada una de las llagas y cada uno de los
cardenales eran parte del total de las muchas heridas y golpes padecidos por Aquél que, dada su naturaleza divina, era impasible
al dolor y a la muerte, hízose Hombre para borrar los pecados del mundo, hacer las ofrendas que rescatan toda impureza,
conocer el dolor y la muerte abandonándose a ellos para proporcionar la Vida a los muertos a la gracia, y a los fieles a ella la paz
de los hijos de Dios sobre la Tierra y la gloria gozosísima en el Cielo.
Podía Dios haberse dado por pagado con otros sacrificios de su Hijo divino que no fuesen los atroces dolores infamantes de la
flagelación y de la cruz, suplicios para malhechores y esclavos. Sólo la mortificación que suponía para el Verbo tener que vivir
en una Carne, su estar sujeto a las necesidades del hombre, su vivir entre pecadores, blasfemos, falsos adoradores de Dios,
lujuriosos, violentos y mentirosos para santificarlos con su paso por entre ellos, podía bastarle al Padre.
La conversión del hombre, del desorden del pecado al orden de la Ley, podía realizarse, claro que podía realizarse, con sólo el
amaestramiento de Cristo. La fundación de la religión cristiana podía verificarse por la sola permanencia del Emmanuel en
Palestina. Otros han llegado a fundar religiones que han resistido a los siglos y eran simples hombres. Con mucha mayor razón
habríase podido llevar a cabo la fundación de la religión cristiana por medio de Cristo, Verbo de Dios hecho Hombre, durante su
estancia entre los hombres, pues nadie fue Maestro más Maestro que Él. Incluso Dios habría podido escoger de entre los
hombres al más justo de ellos y unir al mismo temporalmente el Espíritu de su Verbo para que la nueva religión fuese, por su
justicia y verdad, verdaderamente divina.
El pecado original y todos los demás pecados habrían podido ser cancelados y los hombres redimidos hasta con una sóla gota
de la Sangre de Jesucristo. Habría sido más que suficiente la sangre brotada en la circuncisión de su prepucio sacrificado, por
cuanto el Hijo del Hombre, al ser el Inocente nacido de la Virgen inocente e inmaculada, no estaba obligado al rito impuesto a los
descendientes de Abraham para formar parte del pueblo hebreo. No era precisa alianza alguna entre el Hijo de María y Dios Padre,
ya que Él era, no el hijo de adopción sino el Hijo Unigénito del Padre santísimo.
Cristo era Hombre, mas la Carne asumida en el tiempo no abolió en Él la Divinidad, antes bien uniéronse en una sóla Persona
ambas naturalezas sin que ninguna de ellas sufriese mutación en su real esencia. Y así Cristo–Hombre fue en el tiempo y siempre
Dios, Uno con el Padre y con el Espíritu Santo, como lo era antes de la Encarnación; y fue verdadero Hombre por haber sido
hecho de Mujer por obra del Espíritu Santo sin concupiscencia de carne y sin sujeción a la Culpa original ni a culpa otra alguna.
¡Cómo no habrían de bastar aquellas gotas de Sangre divina para redimir a la Humanidad sin llegar a la fusión total de la misma
entre tantos martirios! Mas, en la unión real de las dos naturalezas en una sola Persona, en el anonadamiento de Dios en una carne
primero y en una inmolación total después, está la medida de la inmensidad del amor divino y de la gravedad de la Culpa, lo mismo
que en la Resurrección está la prueba innegable de la verdadera personalidad de Jesús de Nazaret, el Cristo, el Emmanuel, Hijo de
Dios e Hijo del Hombre, sin posibilidad de duda ni de error. Porque sólo un Dios podía por Sí resucitarse a Sí mismo en su parte
humana después de tal muerte y tal sepultura, y resucitar glorioso sin muestras de heridas, a no ser las salutíferas de las Cinco
Llagas, hecho hermosísimo, Él, que ya era el “Hermoso entre los hijos de los hombres” no sólo por herencia de la hermosura
materna y por hallarse exento de las taras consiguientes a la Culpa, sino también por un don divino, necesario a su misión y a su fin,
hecho hermosísimo más majestuoso y potente aún que la hermosura de los cuerpos glorificados.
Esto habríale podido bastar al Padre para conseguir el fin de devolver la Gracia al hombre caído y todo lo habría podido llevar a
cabo el Padre sin llegar hasta aquel abismo de anonadamiento y a aquella sima de dolor que quiso para su Hijo a fin de que fuese
cancelada la Culpa y reabierto el Cielo a los hijos adoptivos de Dios. Mas ¿qué consecuencias habríanse derivado de ahí? Las de
que nuevos pecados de rebeldía, de desorden, de soberbia, de dureza y de negación habrían precipitado en el abismo a la
Humanidad sacada de él por el Redentor y anulada su obra de Maestro, de Fundador y de Santificador de los hombres.
La Humanidad soberbia, y, más que ninguna otra, la de Israel, ¿habría acaso inclinado su frente ante la doctrina, la justicia, las
manifestaciones de un hombre, y un hombre del pueblo, del hijo del carpintero de Nazaret, si no se hubiera rendido a las maravillas
de sus milagros, de su Resurrección y Ascensión? ¿Podría un hombre, por santísimo que fuese, al que se le uniera por algún
tiempo Dios, conseguir el objetivo de hacer aceptar una religión tan contraria en su doctrina a la triple sensualidad que muerde,
abrasa y enloquece a los hombres? ¿Era conveniente y justo que la Religión perfectísima hubiera de ser predicada y fundada por
la sóla permanencia del Emmanuel en Palestina? Y ¿cabe imaginar un mundo convertido por las enseñanzas de un simple hombre
por santísimo que fuese?.
Ninguna de estas preguntas puede tener respuesta afirmativa. No hubiera sido posible, justo ni conveniente, porque el hombre la
habría hecho nula e imposible de abrazar con sus cavilaciones, su incredulidad, sus injustos escándalos y sus necias e irreverentes
ironías.
Porque la Religión de Cristo debía ser universal y así la contempló siempre el Pensamiento divino. Por eso debía ser apoyada,
sufragada y reconocida como única y perfecta, con perpetuidad hasta el fin de los siglos, digna de ser abrazada por todos los
pueblos y no sólo por el de Palestina que era ya “Pueblo de Dios”, si bien habíase mudado, a través de los siglos y en particular
durante los tres últimos años de la vida terrena del Verbo Encarnado, en “Pueblo contrario a Dios”.
Porque harto débiles habrían sido para los excesivamente débiles las pruebas de la verdadera Personalidad de Jesucristo, de haber
Él tornado al Padre tras cumplir su misión de Maestro, Fundador y Santificador, sin antes haber sido torturado y muerto de
aquella manera en presencia de multitudes procedentes de todas las naciones reunidas en Jerusalén para la Pascua, de manera que
tanto los israelitas prevaricadores y deicidas, como los gentiles, desconocedores del Dios verdadero, fueron testigos y testificadores,
mal de su grado, de la verdadera Personalidad de Jesucristo, Dios y Hombre, que por Sí mismo resucitó y se apareció a muchos,
tras la resurrección, después de haber sido capturado, torturado, muerto por los de su Pueblo y confirmado como muerto por la
lanzada del romano; y que ascendió al Cielo por su propia virtud a la vista también de muchos llegados asimismo de Jerusalén para
la fiesta próxima de las mieses o de las siete semanas, llamada más tarde de Pentecostés, de toda la Diáspora, ya fuesen israelitas
puros, prosélitos, o familias mixtas compuestas de gentiles y hebreos. Nada carece de razón en lo que establece o permite Dios.
Y esta razón es perfecta y buena. Por eso fue inmolado Cristo en el viernes pascual, resucitó mientras aún duraba la aglomeración
de la Pascua, ascendió cuarenta días después, cuando nuevamente hallábase la ciudad atestada de peregrinos que volvían para
Pentecostés o habíanse quedado para cumplir con el doble rito de presentar cada uno de los hijos varones en el Templo y para las
dos fiestas de primavera.
Aquellos peregrinos, al desparramarse seguidamente para retornar a sus respectivas ciudades de la Diáspora y asimismo a
cualquier otra parte, habrían de esparcir, por doquiera que habitaran, la nueva de los prodigios que habían visto y, sin saberlo,
habrían de contribuir a divulgar por el mundo la verdad de que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, el Predicho por los Profetas,
el Mesías esperado, el Salvador Redentor, al igual que contribuyó a idéntico fin Poncio Pilatos con su informe a Cayo Tiberio
César sobre el proceso y condena de un “ hebreo de Nazaret, por nombre Jesús, muerto por voluntad del pueblo al ser acusado
de subvertir la nación y de instigar al pueblo a no pagar los tributos al César, pues no había sino un solo rey sobre la Tierra y éste
era Él: Jesús”, como sirvieron Longinos y los demás legionarios que vieron su mansedumbre y la majestad que se traslucía aún a
través de aquella cubierta de heridas que desfiguraban al Mártir, oyeron sus palabras solemnes en el interrogatorio del Procónsul y,
a lo largo de la vía dolorosa y de su cruz, asistieron a los prodigios que acompañaron su muerte.
Las obras de Dios son obras de verdad y de luz, completándose con la luz y afirmándose con la verdad. La verdad apetece y
busca la luz. La luz hace que resplandezca la verdad aún para pupilas que se empeñan en ser ciegas. Y ésto para que no puedan
decir: “No lo habíamos visto”, y para que la condena que habrá de darles el Juez divino sea condena motivada por su malvada
voluntad y voluntariamente merecida al hacerse obstinadamente ciegos en no reconocer la verdad.
Dios, en su amorosa voluntad, se conduce de tal suerte que todos puedan percibir la Verdad y tengan así el modo de salvarse. Es
deseo de Dios que todos se salven. Que todos alcancen la Gloria es su eterno suspiro. Y que tantos rechacen su salvación y la
Gloria constituye su infinito dolor.
Para que todos aquéllos que son de buena voluntad recibiesen la justificación, la salvación y la Gloria, mandó Él a su Verbo entre
los hombres y vistiólo de Carne pura, santa e inmaculada para que la Sabiduría de Dios hablase a las gentes, las amaestrase y el
Cordero de Dios fuese inmolado y así redimiese a la Humanidad de la Culpa que la privaba de la Gracia y los hombres,
nuevamente creados para la vida sobrenatural, pudiesen caminar por la senda de Cristo y alcanzar el Reino celestial, el conoci-
miento y visión de Dios y la Vida eterna y gloriosa, fin éste para el que Dios los creó.
La ley del espíritu liberó, por Jesucristo, del pecado y de la carne, redimiendo de la culpa original y lavando las culpas de la
carnalidad nacidas de los estímulos dejados por la primera Culpa, estímulos que el hombre no reprime con afilada voluntad.
Mas la ley del espíritu no suprimió la ley del libre albedrío. Por lo que, de haberlo hecho, ya no sería justo dar el premio a los
victoriosos que se hallarían todos sin culpa aunque también sin mérito de no haber querido pecar.
El libre albedrío y los estímulos dejados por la primera Culpa constituyen un peligro de muerte para la criatura hecha a imagen y
semejanza divinas y predestinada a la gracia y a la Gloria. Pero son un peligro santo, venido, dado por la Santidad infinita,
permitido por el infinito Amor para poder dar con justicia a cada criatura lo que ella mereció con su amor o con su desamor en el
tiempo de la carne con la ayuda de ésta y con la victoria de la voluntad espiritual sobre la carne por amor a Dios y aspiración al
Cielo, no por evitar el Infierno sino únicamente por un movimiento de amor hacia el Amor indecible e incognoscible que sólo una
vida y muerte en gracia permitirán comprender, conocer y poseer.
La vida cristiana es amor. Todo amor. El Amor es el que dio los Mandamientos a los cristianos. Y el amor de los cristianos es el
que háceles posible la práctica efectiva de los Mandamientos. El Amor es el que propone y dispone para premiar. Y es el amor de
los cristianos el que los acoge y pone en práctica para merecer el premio y dar contento al Amor.
Llámabase “Edén” al lugar donde el hombre fuera creado y puesto para que, con su compañera, lo poblase. Lo mismo que se
llamaba “Cielo” al lugar donde los ángeles, espíritus puros, fueron puestos tras haber sido creados por Dios para que lo
adorasen y sirviesen por los siglos de los siglos. Edén quiere decir “jardín”, entonces, lugar de delicias. Cielo quiere decir “Reino
de Dios”, esto es, lugar de santidad y de gozo. Si el orden nunca hubiese sido voluntariamente violado por las criaturas a las que
Dios dio, junto con el ser, lugares de gozo y de delicias, el Edén hubiera continuado siendo Edén para todos los descendientes de
Adán y el Infierno no hubiera existido.
El Infierno, lugar de eterna e inconcebible tortura al que se precipitan los que obstinadamente viven odiando al Señor y a su Ley,
fue creado a causa de él, el arcángel rebelde fulminado con sus seguidores por la ira divina y vencido por los ángeles fieles porque,
despojado a la sazón del poder que le comunicaba su estado de gracia, fulminado y “precipitado en el profundo del Abismo ” (
Isaías ) en el que su horrendo fuego de odio, sus no menos horrendas luz y llama, tan distintas de la luz y llama de gracia y de
amor de las que Dios habíale dotado al crearlo, encendieron los fuegos eternos y atrocísimos.
El Cielo continúa siendo Cielo aún después de la rebelión y caída de los rebeldes, pues en el Reino de Dios todo está fijado por
reglas eternas y así, echados los soberbios, los rebeldes, los autoidólatras, cuya morada es el estanque ardiente del Infierno, la
santidad, el gozo, el amor, la armonía y el orden perfectos continúan eternos.
Mientras que, en un principio, el acceso al Reino de Dios hubiera resultado dulce y sin esfuerzo, ahora, en cambio, es preciso
“echar mano de la violencia ” para conseguir el Reino de los Cielos. Violencia santa contra la violencia maligna. Porque, desde que
se produjo el pecado, están el Bien y el Mal que se combaten fuera y dentro del hombre.
Dios llama. Satanás llama. Dios inspira. Satanás inspira. Dios ofrece sus dones. Satanás los suyos. Y entre Dios y Satanás se
encuentra el hombre en el que hay ya dos naturalezas que luchan entre sí: la carnal, en la que están los estímulos de la Culpa, y la
espiritual, en la que están las voces de la Gracia. Y si Dios se dirige a la parte que a Él se asemeja, porque es Padre que ama a su
criatura con la que se quiere reunir tras la prueba terrena de la misma, Satanás, su Adversario, el Odiador de Dios y del Hombre,
criatura de Dios, se dirige a entrambas e instiga a la carnal mientras trata de seducir a la espiritual para que venza y haga presa aquel
“león rugiente que quiere devorar ” de que habla el apóstol Pedro.
Entre otros muchos dones que continuaron aún después de la Culpa y fueron reintegrados tras la Redención, el hombre recibió de
Dios el entendimiento, la conciencia y la Ley.
El entendimiento tiene capacidad para distinguir lo que está bien y lo que está mal. Y en esta labor de distinción ayúdale, incluso,
la Ley divina que indica lo que es bueno y lo que es malo e instruye acerca del cómo y el porqué se puede, se debe, querer hacer
el bien y no querer hacer el mal.
La voz de la conciencia, que podría llamarse “voz del mismo Dios que habla en el interior del hombre”, es otra ayuda, no sólo para
estimular la voluntad a las acciones buenas o detenerla ante las malas, sino que es fuente de la que brota el arrepentimiento y
aguijón que mueve a la reparación de un mal llevado a cabo para que así reencuentre el hombre la gracia de Dios una vez que la
hubo perdido por el pecado.
Es Dios el que se la dio al hombre. Y para que sus actos no carecieran de mérito dióle la libertad de querer. El hombre puede hacer
cuanto quiera, lo mismo el bien que el mal. En su voluntad de hacer uno u otro radica la prueba que ha de volver a confirmarlo en
Gracia o que ha de lanzarlo fuera de la Vida verdadera.
Las palabras de los ángeles en la noche de Belén no fueron palabras de gozo y de promesa tan sólo. Fueron una lección para los
hombres presentes y futuros de que aquel Inocente, colocado en su pesebre y destinado a morir en una cruz, era, sí, el Príncipe de
la Paz, el Príncipe del siglo futuro, el Salvador, el Mesías, el Prometido a los primeros padres en la hora misma de su condena, el
Redentor y Pontífice Santísimo y Eterno de la verdadera y perfecta Religión, pero que si había de ser todo ésto para las
muchedumbres de descendientes de Adán, érales necesario a éstos poner de su parte la “buena voluntad ”.
Con ella no hubiera resultado inútil para algunos el sacrificio de un Dios que se encarna y del Hijo del Hombre que muere sobre
una cruz. Con ella éstos habrían alcanzado la paz, la verdadera paz. Paz del corazón sobre la Tierra durante el tiempo del destierro.
Paz del espíritu y, más tarde, del espíritu junto con la carne resurrecta, en el Reino de los Cielos, paz ésta de desmesurado gozo.
Paz entre los hombres, entre los pueblos y ciudades y entre las naciones. La buena voluntad del hombre es la condición esencial
para que la venida de Cristo dé los frutos que el Padre tuvo en cuenta cuando la dispuso.
En las contrapuestas voces del Bien y del Mal al que Dios deja obrar para poner a prueba a los hombres y sacar del mismo Mal
motivo de gloria eterna para sus hijos adoptivos, heroicos en el vencer al Mal y querer el Bien, la libre voluntad del hombre
encuentra la manera de conquistar el puesto que le atrae más fuertemente. Todos los actos del hombre traen su origen de la
voluntad. Si su voluntad es buena, el hombre hará actos buenos o, al menos, deseará fuertemente hacerlos. Si su voluntad es mala,
los actos que haga serán malos o, al menos, deseará intensamente hacerlos.
No basta con no hacer el mal. Es también preciso no desear hacerlo.
Esto debiera decirse a todos, predicarse y escribirse en los libros, en las iglesias y, más que nada, en las almas. Porque aquél que
hoy desea hacer el mal, mañana lo hará ciertamente. Por eso dijo el Verbo: “El que mira a una mujer deseándola es ya un adúltero
en su corazón”. Mientras que quien desea hoy hacer el bien continúa deseándolo todos los días, es en verdad, como si lo realizara
por más que, a causa de una enfermedad u otro obstáculo cualquiera, le fuese imposible cumplirlo.
Un deseo inflamado por el amor de que Dios sea amado, conocido, servido, y de que un pecador se arrepienta, puede conquistar
más almas para Dios que no un activo prodigarse desprovisto de puro amor y, por tanto, de oculto sacrificio. Porque el deseo
inflamado por el amor de que Dios sea amado y las almas redimidas, de tal manera se funde con el eterno aliento y deseo del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que llega a hacer de la criatura humana “una sola cosa ” con Dios, cooperando a la gloria del
Padre, a la redención del Hijo y a la santificación obrada por el Espíritu Santo.
Los hombres de buena voluntad que, con sus actos o con el deseo martirizante de realizarlos, más aniquilador a veces que el
propio acto, viven de este modo, poseen la cordura del espíritu y practican, por ello, la ley de la Caridad y la del Decálogo divino
y llegan a la Gloria eterna.
Los verdaderos hijos de Dios que viven según el espíritu, bien que obligados a luchar contra los asaltos del mal y de la carne,
permanecen fieles al orden, a la armonía y al amor para con Dios y para con el prójimo y terminan por identificarse con la
Perfección eterna; mientras que aquéllos que voluntariamente eligen la sabiduría de la carne, enemiga de Dios y de su Ley, tras su
transitorio triunfo terreno, conocerán la desesperación de los rechazados por Dios y el horror del Abismo del que es rey Satanás.
Si bien todos los hombres son criaturas de Dios, aquéllos tan sólo que viven la vida del espíritu son “ hijos de Dios ”. Los otros,
aquéllos que tan sólo obedecen a los instintos y estímulos de la carne como esclavos de los mismos, son únicamente hijos de la
carne. Esto es, criaturas animales en nada diferentes de las especies animales que viven sobre la Tierra, en las aguas y en el aire,
creadas por Dios en el sexto día.
Mas, mientras todas las criaturas animales saben complacer a su Criador obedeciendo cada una a la función para la que fue creada
sin viciar su respectiva ley natural, tanto en el procrear como en el servir al hombre y a la naturaleza toda, el hombre que viola el
orden en sí mismo al violar la ley divina y yendo, por ello, contra Dios y arrebatándole el gozo de dar al hombre aquéllo para lo que
lo creó, así como privándose a sí mismo del premio eterno que es el fin para el que fue creado, desagrada grandemente a Dios,
que lo aparta de Sí y de su Reino por ser un homicida que va contra su propia naturaleza.
No os parezca esto un error: El pecador que vive y muere en pecado es un homicida de sí mismo en sus dos naturalezas que se
hallan tan íntimamente caídas que vienen a formar una misma cosa. No se puede matar impunemente la naturaleza sobrenatural del
hombre sin implicar al mismo tiempo en la muerte eterna a su naturaleza humana. Como tampoco se puede vivir al modo de los
brutos sin dar también muerte precozmente a la naturaleza animal: a la carne, con las enfermedades que son secuelas de los vicios.
De aquí que el hombre que viva animalmente es un homicida y un deicida, pues mata en sí la vida animal y la vida espiritual
divinizada y hiere al Amor Creador que puso su asiento en el espíritu del hombre (vosotros sois templos del Espíritu de Dios)
hasta que dicho espíritu sea asunto a la sede eterna de Dios: el Cielo.
Por lo que el hombre no es ni debe considerarse deudor de la carne, de la que sólo castigo y muerte le pueden venir, sino que ha
de ser deudor del espíritu al que debe servir, ya que el propio espíritu es el que proporciona a la carne las luces, las voces, las
fuerzas, los auxilios y los sobrenaturales goces que compensan las tribulaciones cotidianas. Luces, fuerzas, auxilios y voces que
le vienen al espíritu por virtud del Espíritu de Dios que inhabita en él.
Este ser deudor y siervo del espíritu ¿supone acaso una esclavitud para el hombre? No. O ¿es tal vez un motivo de temor
exagerado, de miedo continuo y de incertidumbre paralizante?. Tampoco.
Cuando un hombre es débil, bien por su edad o por enfermedad; cuando uno es ciego o de vista defectuosa tan sólo; cuando es
tardo de oído o de mente obtusa, hácese ayudar de quien no tiene defectos ni debilidades. De igual manera debe el hombre
hacerse ayudar de las luces, voces, fuerzas y auxilios de espíritu que saca sus luces, sus voces y sus fuerzas del Espíritu de Dios.
De entre los muchos dones otorgados por el Padre Santísimo a sus hijos de adopción, éste del señorío del espíritu divinizado
sobre la materia, es uno de los más señalados, puesto que le proporciona a la carne el modo de poder llegar a la vida gloriosa. No
es esclavitud sino elección al más alto grado que criatura alguna puede alcanzar. Ésta es la adopción divina de la que se deriva la
filiación espiritual de Él, esto es, de Dios, por la que los hombres pueden llamarlo «Padre», hablo de los hombres a los que Cristo
y la vida en Cristo les devolvió la Gracia y se la mantiene viva, a Aquél a Quien el mismo pueblo elegido no osaba llamarlo
directamente con su Nombre Santísimo y lo llamaba temblando: “El que es Jehová ”.
Mas el hombre en el que vive Cristo-Gracia puede llamar “padre” al Eterno, del que es hijo el Verbo Encarnado. Porque es Cristo
el que todavía llama desde el interior del hombre al Padre Creador de todos los hombres. Y porque Cristo es Verdad, ese su llamar
“Padre ” desde el interior del hombre, por el hombre y con el hombre, hace que Dios venga a ser el testimonio seguro de que
todos aquéllos que viven y obran por el espíritu y movidos por el Espíritu Santo que habita en ellos, sean verdaderamente “hijos
de Dios”.
No se da victoria sin lucha ni vestido ornamentado y palma de gloria sin dolor y sin la cruz, medios por los que Cristo fue exaltado
por su Padre después de la suprema humillación y obediencia, así como justamente deseáis ser coherederos del Reino celestial del
que el Cordero de Dios, Verbo encarnado, es Rey de reyes y Señor de los señores, así también debéis desear ser coherederos de
su parte de dolor, inmolación, humillación y obediencia, porque sólo así podréis ser con Él, el Victorioso y Glorioso, glorificados.
Breve, siempre es breve la prueba terrena en relación con la eternidad. Relativos, siempre son relativos el sufrimiento y la cruz
comparados con el gozo celestial e infinito, como todo cuanto viene de Dios, para aquéllos que están ya en el conocimiento de
Dios como “hijos y herederos suyo”.
¿Qué es lo que constituye el premio de los bienaventurados? La posesión de Dios. No resulta, por tanto, equivocado decir que
será éste un gozo infinito por cuanto Dios es infinito y en la Revelación del mismo y de su Misterio disfrutarán los bienaventurados
de un gozo sin medida y, por tanto, infinito.
De igual manera, siempre serán relativas las humillaciones terrenas respecto a aquella gloria que se manifestará en los elegidos
cuando les comunique Dios, con medida plena y perfecta, su Gracia, su Belleza, su Conocimiento, el Fuego de su Amor, su Luz,
todos sus atributos, todos aquellos bienes, todas aquellas glorias y todas aquellas virtudes que Él tiende a comunicar de forma
relativa y proporcionada al viviente, haciéndola más vasta, profunda y elevada a medida que el viviente va creciendo en la vida
sobrenatural y se vacía de sí y de toda otra cosa para acoger a Dios en el tiempo en que el hombre se encuentra todavía sobre la
Tierra.
Entonces, sólo entonces, al final de los tiempos, cuando los cuerpos resucitados de los santos hayan sido asuntos a la gloria y
unídose a sus respectivos espíritus ya bienaventurados y gloriosos, la Creación, tras una espera de milenios, contemplará la
revelación de los hijos de Dios, la revelación de lo que desde un principio deberían haber sido siempre los hijos de Dios si en aquel
principio el primero de ellos no hubiera pecado afeando con una Mancha sacrílega, envilecedora y dolorosa, la Creación perfecta
llevada a cabo por Dios.
Todas las cosas serán entonces restauradas conforme habíalas Dios concebido antes de crearlas. Y, lanzados el diablo y sus
servidores al estanque eterno sin libertad ya de salir ni de actuar por los siglos de los siglos y, desaparecidos de la Creación la
muerte y el dolor junto con el Príncipe del mal, por el que entraron en el mundo, al par de la culpa, el dolor y la muerte, las cosas
de antes cesarán. Si, cesarán las cosas que fueron bellas, buenas, sin lutos ni miserias, sin crueldades ni engaños, sin malicia ni
corrupción, pero a las que Satanás y la flaqueza de Adán y de los hombres malearon trocándolas nocivas, dolorosas, crueles,
engañosas y causar la muerte.
Será la gran revelación de los hijos del Pueblo eterno de Dios, esa revelación cuya magnificencia sólo Dios, que todo lo conoce y
ve desde la eternidad, conoce y ve en su Pensamiento con el ojo del Verbo, a través del cual todos los hijos de Dios tendrán
igualmente la perfecta revelación de Dios al que verán y conocerán sin limitación alguna.
Dios jamás escatimó a hombre alguno, por culpable que fuese, aquellas luces, con las que pudiera mantener vivos aquel conoci-
miento y aquel amor de Dios que de Él recibiera el hombre a una con su existencia y en él seguían latentes.
Dios sometió al hombre a la prueba para confirmarlo en Gracia. Y esto va, incluso, con aquéllos que acertaron a ser justos aún
después de una o más caídas momentáneas purificadas por un sincero arrepentimiento y una caridad ardiente. Mientras que para
los ángeles rebeldes, cuya naturaleza angélica era superior a la humana, tanto que se dijo de Cristo. “Hicístelo un poco inferior a
los ángeles ”, no hubo promesa de perdón ni supervivencia en ellos de cuanto pudiera servirles para llevarlos de nuevo, a través
de la contrición y del amor perfectos, a su primer estado bienaventurado. Para el hombre hubo todo ésto y mucho más: las voces
de los Patriarcas y de los Profetas confirmando una y otra vez la promesa del Redentor contenida en el Protoevangelio, las
revelaciones de Dios a través de sus manifestaciones e inspiraciones a los Patriarcas, a Moisés, el libertador y legislador del
pueblo hebreo, a Josué, a los Profetas y, como culminación del prodigio de su donación, el amaestramiento e inmolación del Hijo
de Dios.
Jamás retiró Dios la predestinación a la Gracia para todos los hombres. Jamás. Porque Dios no es voluble en su voluntad y lo que
una vez quiere, quiérelo para siempre porque se atiene al querer de su Voluntad. Jamás. Por cuanto Dios nunca obra, según
impropiamente se escribe, como “esperando ”, sino “sabiendo ”, ya que Dios nada ignora. De aquí que en Él no cabe el esperar.
Espera aquél que ignora el futuro total o parcialmente, mas no el que, como Dios, nada ignora y todo lo conoce desde su
Eternidad, incluso el destino de cada uno.
De aquí que se haya de decir y creer que Dios sometió la creación a prueba en la criatura más perfecta de la misma, sabiendo bien
que ésta habría de pecar de soberbia y de rebeldía por su vanidad de querer llegar a ser como Dios, pero queriendo darle a la
misma la medida sin medida de su amor a los hombres.
Antes de la creación del hombre, y de la prueba, por tanto, Dios había dispuesto el Medio con el que el hombre habría de librarse,
en un principio, de la servidumbre de la corrupción y letificarse después con la libertad gloriosa de los hijos de Dios, una vez
conseguida su parte de herencia en el Reino celestial. Dios, pues, no quiso vuestra caída, vuestra debilidad, ni vuestra ruina, sino
que, habiendo querido proporcionarse un pueblo de hijos, os creó y, sabiendo que no habríais de perseverar en la Gracia,
predispuso, aún antes de crearos, el Medio santísimo, el más santo y poderoso que hubiera de resultar para vosotros, con el que
salvaros y daros vuestra parte en su Reino.
De donde también aquí puede decirse que resplandece en toda su verdad la infinita e insaciable Caridad de Dios hacia los
hombres, sus hijos de adopción.
Trabajad, pues, con fidelidad y constancia para tranformarse en hijos de Dios y aguardad con paciencia a ver lo que ahora creéis
tan sólo que exista y esperad a poder verlo. Por larga que sea la existencia y áspera la prueba, siempre serán desmesuradamente
inferiores en longitud y en profundidad respecto a la eternidad y a la bienaventuranza que os aguardan. Por fuertes que sean las
causas y los agentes que os ocasionan lucha y dolor, pensad que Dios os ha proporcionado agentes y causas de fortaleza y de
victoria infinitamente mayores que los que os atacan y afligen: la Gracia, los Sacramentos, la Palabra evangélica, la Ley puesta fácil
por el motor aplicado por Cristo; el amor, y, en definitiva, los auxilios y ruegos del Espíritu Santo.
Porque, en la inmensidad de su sabiduría, Dios es siempre luminoso y simple; su enseñanza es toque divino que enciende luces
aptas para alumbrar los misterios, es caridad que despierta el amor en vosotros, es beso que os hace gustar el saber de Dios, de
su Dios Padre que os nutre, como con leche, con su amor providente, de ese Dios Hijo que os apacienta con su Carne y con su
Sangre, de ese Dios Espíritu Santo que os sustenta con la miel de la Sabiduría para así haceros desear a Dios del modo que las
abejas desean el néctar de las flores.
Y ¿qué flor más espléndida, suavísima y purísima que Dios? ¿Qué cosa más atrayente puede darse que una flor perfumada, bella
de colores, cargada de jugos salutíferos, que atrae hasta a los más sencillos e indoctos, a los niños, a los ancianos carentes ya de
ilusiones humanas e incluso, a los enfermos clavados en su cruz, porque atrae sin fatigar, alegra y es un testimonio de la existencia
de Dios y de su providencia que cuida hasta de la hierbecita del campo?
Cuando os dejáis inspirar y mover por el eterno y perfecto Moviente que ejecuta todos sus movimientos por amor, os transformáis
en criaturas de amor y ponéis al amor por guía y virtud principal vuestra. Entonces, cualquier cosa que hagáis o digáis, por más
que parézcale a alguno que nada hacéis, ya que vuestra actividad no será llamativa, ruidosa, agitada, sino íntima del todo: plegaria
y ofrecimiento diarios, inmolación solicitada y a continuación cumplida, todo ello en el interior de vuestro yo, acordándoos de
aquellas palabras: “Cuando queráis orar, no imitéis a los hipócritas que se gozan en ser vistos de los hombres, sino, antes bien,
entrad en casa y encerráos allí ”, entonces es cuando os transformaréis de hombres en hijos de Dios. Imitad, por tango, al Padre
que opera en el misterio de su Cielo; imitad al Hijo que no apeteció las aclamaciones por más que pudiera hacerlo sin contravenir
los designios de su Padre, sino la vida oculta de Nazaret, huyendo más tarde, después de cada milagro grandioso que había de
obrar en presencia de las turbas para confirmar su verdadera Naturaleza de Verbo del Padre y de Mesías, retirándose a las
montañas, alejándose con la barca sobre el lago, o al huerto de los Olivos , o a las regiones de Tiro y de Sidón, o a las cercanías de
Magdala, y también a los confines de Samaria; imitad al Espíritu Santo, cuya acción santificadora se desarrolla sin ruido ni
agitación alguna en el interior del espíritu humano.
Os transformáis y realizáis obras propias de hijos de Dios, aumentando a la vez con ello vuestra identificación con Él y vuestra
escalada a la perfección. Más aún; vuestro yo, lo mismo el natural que el espiritual, siempre imperfectos ambos a resultas de la
Culpa original, se anula, ésta es la palabra exacta, para asumir el yo perfecto de Jesús.
En fin, después de haber llevado a cabo la unión mediante la comunicación a vosotros de Sí mismo y la transformación de
vosotros en Él con vuestra dócil adhesión a sus inspiraciones, que Él no suscitaría en vosotros si viese que no habíais de poder
llevarlas a la práctica, de modo que, de fuente de bien, hubiéranse de mudar para vosotros en motivo de condenación, el Espíritu
que habita en vosotros os ayuda con su plegaria perfecta a sostener vuestra debilidad y lleva a término vuestra santificación.
Él, por ser Dios, sabe cómo haya que rogar y lo hace con vosotros y por vosotros, y su plegaria sube con la vuestra, hecha eficaz
por la unión, con la plegaria del Espíritu, hasta el Cielo, hasta el trono de Aquél que “escudriña” los corazones y conoce cómo
clama el Espíritu e intercede por los santos conforme a los designios que Dios tiene para cada uno de ellos. Y la ayuda de las
ayudas es ésta: vuestra justificación, vuestra fortaleza, vuestra santificación que se realiza, se ejercita, se inicia en la tierra y se
corona en el Cielo.
Mas no son las cosas en sí las que pueden llevar a estas consecuencias. Es el carácter no acomodado a la ley moral, aún la natural,
es el alma en desacuerdo con la divina, es decir, sin una buena voluntad de servir a Dios en cuanto Él proponga, lo que puede hacer
de las cosas predispuestas por Dios para un fin de bondad, motivo, incluso, de caída en imperfecciones y hasta en culpas más o
menos graves. Y si se pensase lo contrario, esto es, que Dios predispone las cosas a un fin que no es de bien, ésto sería tanto
como decir que la predestinación a la gracia es también un mal porque ocurre con frecuencia lo del talento de la parábola al que no
se le hizo fructificar, que, al holgazán que tan injustamente juzgó de su amo, éste le quita el talento para dárselo a otros que sean
capaces de hacerlo fructificar.
¿Acaso es Dios el que impide que los hombres, todos los hombres predestinados a la gracia, hagan uso de este tesoro de manera
justa y del modo que les fue concedido poder hacerlo? No. Tanto es así que Él, aún a aquéllos que nada saben del Dios
verdadero, les pone en el corazón la ley natural, y una conciencia por la que puedan vivir de suerte que pertenezcan, si no al
Cuerpo, cuanto menos al Alma del Cuerpo místico y así poder gozar de los beneficios de la Gracia.
Dios sabe quiénes son, quiénes fueron y quiénes serán, y lo sabe desde siempre, los que han de dejar improductivos los
misteriosos auxilios de Dios para que el hombre alcance su fin. Como sabe igualmente quiénes fueron, son y serán los que, de
forma más o menos completa, se transforman, se transformaron o se transformarán a sí mismos en la semejanza e imagen del
Hombre-Dios mediante el amor, la obediencia a la voz de la conciencia y a los dictados de la ley moral.
Ciertamente, en el Gran Juicio del último día, entre los que estarán a la derecha del Hijo del Hombre, se verán muchos a los que los
hombres tenían por no destinados al Reino porque no pertenecían a la Iglesia, mientras que estarán a su izquierda muchos que,
por haber sido, en apariencia al menos, pues únicamente Dios sabe la verdad de las cosas, miembros vivos del Cuerpo místico,
los hombres los juzgarán ser ciertamente coherederos del Cielo. Y grande, en verdad, será el estupor de los que así juzgaron, lo
mismo que el de las dos categorías de juzgados.
Y los elegidos por misteriosas operaciones de Dios, secundadas por su recta conciencia, dirán: “¡Cómo, nosotros aquí! ¡Si no
habíamos conocido ni servido como Tú dices: dándote de comer, de beber, acogiéndote y visitándote!”.
Y el Justo Juez, que murió para dar a todos aquellos hombres de buena voluntad la Vida eterna, responderá: “ Porque, sin saberlo,
me conocisteis y me servisteis mediante la caridad que hicisteis a vuestro prójimo. Me socorristeis porque, hasta un sorbo de
agua suministrado con amor a un sediento, fue una muestra de amor que hicisteis a Mí”.
Y preguntarán los rechazados. “¿Cómo puedes cerrarnos tu Reino cuando fuimos de los tuyos?”.
Y Él les responderá: “Como cerrasteis vuestro corazón a vuestros hermanos necesitados, así os cierro Yo las puertas del Reino.
Lo que no hicisteis al menor de entre vosotros, dejasteis de hacerlo también a Mí, y con culpa mucho más grave, por cuanto
vosotros sabíais de Mí, obradores de iniquidad, porque es mi hermano el que toma mi semejanza y vosotros, bajo esa careta
hipócrita, no os asemejasteis a Mí al carecer del Amor que constituye mi Naturaleza”.
Ved en qué estriba la semejanza: en el amor. Amor perfectísimo en el Primogénito de entre los hermanos. Amor que trató de ser el
más perfecto posible en los hermanos con Cristo en la carne y en la fe. Quien no vive en el amor y practicando obras de amor, no
es hermano de Cristo, que amó hasta el extremo de morir por sus hermanos y, por tanto, no es su coheredero.
Llamóles asimismo también a los predestinados a la Gloria. Aquéllos a quienes llamó no permanecieron ni permanecen sordos a su
llamada ni se cansaron de servirle, antes, con heroísmo, fueron y van tras sus pisadas por el áspero camino de la perfección. Ni se
amilanan y desaniman si el amor de elección del Señor hacia ellos viene a resultar una sucesión de pruebas y de penas. Como
tampoco se tuvieron ni se tienen por menos amados cuando permite Dios que los hombres y los acontecimientos se abatan sobre
ellos. De igual modo, no se abaten si la debilidad de la carne o un doblegamiento del espíritu hízoles o háceles caer. Por el
contrario, conociendo a Aquél que los llamó, conociendo su Amor y su Misericordia, lo sienten como Padre y Hermano hasta en
las horas de tempestades dolorosas y, confiando en los infinitos méritos de Cristo, en el que creen o creyeron, realizaron y realizan
su andadura hasta el Cielo del que les viene la llamada.
Nadie puede salirse de esta norma si quiere acabar en el grado de gloria al que Dios lo predestinó. Nadie, por muy amado que se
sienta, debe caer en el quietismo, en la pasividad, diciendo: “Como es tanto lo que Dios quiere verme allí, Él se cuidará de llevarme
a aquel sitio ”. Cada uno debe trabajar en hacer fructificar y no dejar inactivos los dones divinos.
Dios no condena las lágrimas ni la repugnancia del hombre al sufrimiento y al dolor. Condena sólo el pecado, la impenitencia y el
desesperar de su misericordia. Sean Jesús y María vuestro ejemplo en eso. Queda justificada en el primero su repugnancia a la
muerte, ¡y semejante muerte! Justificados asimismo en la segunda sus angustiados lamentos, mudos o clamorosos, dirigidos al
Padre de su Hijo y suyo, desde el comienzo de la Pasión hasta la Resurrección.
Aborrecer la muerte, repugnar el dolor, llorar al sentirse abandonado y ante el desgarramiento de la pérdida de un ser querido
lamentándose por ello a Dios. Éste no lo condena, antes esas lágrimas y repugnancias son las monedas de más valor para
conquistar el Cielo si, al sufrirlas y derramarlas, no os apartáis del amor a Dios y a la justicia.
Jesús, que las derramó, y en tanta abundancia, que las probó y apuró todo dolor, tanto por el desgarro de su Madre como por el
de su cuerpo, intercede por vosotros ante el Padre. Él sabe muy bien lo que es ser hombre, y os dice: “Haced como Yo hice.
Llorad, estremecéos, gemid a la vista de vuestra pasión y de vuestra cruz. Mas, al igual que Yo, haced la voluntad del Padre. Y Yo
os justificaré de todo. Permaneced unidos a Mí y con María, lo mismo que Yo con mi Padre y con mi Madre, y Nosotros seremos
vuestro sostén. Yo soy la Vida y Ella es Madre de la Vida y Madre vuestra que os tomó por hijos en aquella hora en que, si no
murió, fue por voluntad y auxilio divinos, pues su tormento era mayor que el mío al verme morir entre tantas torturas. Todo lo
probamos Nosotros: el hambre, el cansancio, la pobreza, la angustia, las persecuciones, los peligros, la espada de la justicia y del
dolor y por esto intercedemos por vosotros. Amadnos como os amamos y superaréis cuanto pudiera separaros de Dios.
Amadnos y la caridad hacia Dios Uno y Trino y hacia la Hija, la Esposa y la Madre de Dios y Madre vuestra será vuestra
justificación y vuestra gloria futura y eterna. ¿Quién podrá separaros de Dios, quién arrebataros el Cielo al que estáis predestina-
dos si permanecéis unidos con Dios y con el Cielo mediante el vínculo del amor? ¿Qué cosas son las que podrán entrar en
vosotros para separaros y distanciaros de Dios si Yo, el Amor, os llego a colmar de Mí para que así os vaciéis de todo y podáis
acogerme a Mí sólo? ¿Qué es lo que puede llegar a causaros la verdadera muerte si la Vida o, más bien, la Caridad habita en
vosotros? ¿Quién podrá venceros teniendo en vosotros Aquél que venció al mundo, al demonio y a la carne? Nada podrá
separaros de Dios, privaros del Cielo, haceros esclavos de Satanás y de los hombres, haceros “morir” a la verdadera Vida, si
vosotros no queréis. Nada podrá dañaros eternamente si vosotros, con bravura, queréis ser de Dios. Nada podrá venceros si
aparece el Tau marcado en vuestra frente y se encuentra en vuestro corazón la caridad. El Cielo es del que sabe merecerlo y Dios
lo quiere repleto de vosotros. Por eso os da cuanto puede ayudaros a merecer el Cielo y, junto con ello, a su propio Hijo, a Sí
mismo y a su Espíritu Santo. “¿ Quién como Dios? ”, es el grito del Arcángel defensor . Y el Arcángel lucha con vosotros y por
vosotros y os asegura que si tenéis a Dios en vosotros, nada ni nadie podrá venceros, causaros la muerte del alma ni la ruina eterna.
He aquí, pues, cómo la voluntad libre del hombre es la que decide su suerte futura y eterna. Cómo en Adán fue su voluntad la que
le hizo caer, cómo a Caín fue su voluntad la que hízole fratricida y errabundo dando origen a los hijos de la carne, esto es, a los
rebeldes a toda ley, incluso moral, como fue también su mala voluntad la que motivó que Ismael fuera echado de la tribu de
Abraham y viniera a ser engendrador de hijos de la carne, y no de Dios, al unirse a una mujer de Egipto, esto es, idólatra.
Así pues, no es cambio alguno en la eterna y perfecta Voluntad el que lleva a unos más que a otros a la perfecta libertad y a la vida
en el Reino, como quieren decir las iglesias reformadas y heréticas, sino la libre voluntad del hombre que puede elegir lo que más
le place: la carne o el espíritu, el mundo o el Cielo, Satanás o Dios.
Imitad a Cristo. Nadie fue más probado que Él. Nadie como Él supo de la soledad, de la incomprensión y de los abandonos, desde
los del Cielo hasta los humanos. No hubo quien, como Él, padeciera todos los dolores: no hablo sólo de los correspondientes a
sus últimos días que terminaron en el sepulcro, hablo de todos los dolores que soportó desde que abrió sus ojos en Belén, dolores
de toda especie y cada vez mayores. Mas nunca reprochó a su Padre por este océano de dolores que lo envolvía y que, con sus
olas amargas, cada vez más altas, trataba de anegarlo.
Jamás recriminó a su Padre. Sabía que Él permitía ésto para su posterior exaltación, por sus méritos, en una medida sin medida,
desproporcionada con el sufrimiento. Sabía que el mal, el dolor, toda la soledad y angustia que sufría, eran debidos al hombre de
pecado, a Adán y a sus descendientes, que, por haber caído, no podían sino proporcionar dolor a Aquél que era Dios en vestidura
humana y que ésto era así para hacer de ellos hijos de Dios. El mismo Satanás era el motor y lo sabía, pues, consciente de su
próxima derrota por la restitución del estado de gracia a los redimidos, se vengaba con el mayor de sus odios contra el Amor.
Imitad a Cristo y no blasfeméis culpando a Dios de vuestras debilidades.
¿No os creó Él a todos iguales? ¿No os dio a todos, por igual, un entendimiento para comprender, un corazón para amar, una
conciencia para distinguir el bien del mal y un alma para que se den en ella espirituales arranques y sean posibles vuestros
encuentros con Dios?
La Culpa que incuba en vuestra alma y es lavada por el bautismo, aunque dejando el germen, al igual de las demás culpas vuestras,
¿son acaso tales que hagan de vosotros unos perversos que no puedan ya dejar de serlo o unos repudiados que hayan perdido su
semejanza con el Padre sin posibilidad de ir acrecentando esta divina similitud?
No. Como acaece con un hombre que, por más que nazca deforme o lo sea, o, tal vez, bestial y monstruoso, no por eso deja de
ser hombre; y, aunque haya quedado lesionada su inteligencia, sigue viva el alma o susceptible de tornar a la vida por más que el
hombre, por degeneración psíquica caiga en pecado de bestialidad, pero después se arrepiente de él y reclama las aguas de la Vida
para su alma muerta, así, y con mayor razón, el alma nunca pierde del todo su semejanza con el Padre que la creó, ni se apaga en
ella por completo la tendencia al Bien ni la llamada a su origen y a su fin. Y también aquí es la parte humana del hombre la que, con
espontánea y satánica voluntad, puede querer la muerte para el alma; mas ésta, de encontrarse libre y sóla, siempre tenderá a la
búsqueda de Dios y al gozo de estar con Él.
El que espontánea y premeditadamente mata a su alma, termina casi siempre por dar también muerte a su cuerpo. Al ser violento
con su alma, lo es también con su carne y, al renegar del Ser, del Fin, de la Fe y de la existencia del espíritu acaba por matarse
como Judas.
El que, sin premeditación, mata su propia alma con el pecado mortal, mas después tiene voluntad de Vida y, arrepentido, procura
regenerarse y, a imitación de Dimas, confía en la Misericordia, no sólo devuelve la vida a su espíritu, sino que, por la humillación
de la caída, disminuye en soberbia y crece en humildad; y, de aquí que la culpa y sus mismas tendencias, al mantenerlo humilde, le
sirvan para caminar hacia la perfección que nunca puede estar en donde se halle la soberbia, mientras que la experiencia del amor
de Dios que perdona al culpable arrepentido, lo lleva a un más vivo amor de Dios, y de éste, a su Fin.
Muchas veces, y de ello es un ejemplo Pablo, de grandes miserias, de vasos de arcilla colmados, tal vez, de fango de lujuria y de
odio, saca Dios sus vasos de elección.
Igual que el alfarero, es el Alfarero divino, que de la misma materia hace los vasos, todos los vasos. De la misma materia. De modo
idéntico. Os mezcla los mismos elementos. A todos da igual misión y el mismo fin y sabe su pensamiento, quiénes han de ser fieles
a esa misión y a ese fin y quiénes no. Mas no es Él Quien los quiere así. Es la materia la que quiere o no quiere permanecer fiel.
Así pues, todo aquél que cree e invoca al Señor, y si lo invoca es porque lo ama, tiene la salvación, vive en Dios, sirve a Dios del
modo como Él quiere que su vasallo le sirva y recibirá idéntico premio al de quienes sirvieron al Señor de formas diferentes por
haber recibido de Dios misiones diversas y dones adecuados a cada una de esas misiones.
Bellos son los pies que se cansan de tanto andar evangelizando. Como bellos son también los entendimientos y corazones de
los contemplativos que ruegan por aquéllos que se gastan en la vida activa. Y bellos igualmente los espíritus obedientes, atentos y
humildes que hacen la voluntad de Dios por más que sea ésta extraordinaria y no divagan con su espíritu ni caen en la soberbia por
haber llegado a ser oídos que escuchan al Señor e instrumentos de revelación privada para los hermanos.
Bellos son los perseguidos por esto. A la corona de los justos se añadirá para ellos la de los mártires porque sufrieron por la
justicia. En verdad que a ellos les alcanza la beatitud de todas las bienaventuranzas.
Ellos son pobres de espíritu porque no tienen apego a las riquezas ni a las alabanzas, no negocian con los dones de Dios ni hacen
propaganda de su servicio extraordinario. Tienden los velos de su humildad sobre los secretos del Rey, como fuentes ocultas de
sabiduría, se dan a los hermanos necesitados no queriendo recibir a cambio ni el aplauso de las gentes que es para ellos motivo de
turbación tan sólo. Y por eso es ya suyo el Reino de los Cielos que está en su corazón y descubre sus misterios a sus sentidos
espirituales a la espera de recibirlos para siempre en la otra vida.
Ellos son mansos para el querer de Dios por más que les resulte doloroso tal querer y poseen la Tierra, es decir, obran en su
asilamiento como muy pocos lo hacen: conquistando innumerables almas para Dios. Son reyes y maestros para muchos durante y
después de la vida y de ellos puede decirse lo que en el Cantar: “ Correrán tras el olor de sus perfumes de sabiduría esparcida
como un bálsamo para que muchos tengan en ella curación y consuelo espiritual ”
Ellos, puesto que el mundo, en el que no hay sino tinieblas, o, al menos, fumosas calinas de orgullo, les aflige y lloran lágrimas
amargas por la incomprensión humana, son consolados aquí por el Rey de dolores y por la Madre desolada y lo serán allá mil
veces mil por cada vez que lloraron.
Ellos, que por su hambre y sed de justicia hubieron de gustar la ceniza, la hiel, el ajenjo y el vinagre que les proporcionaron los
hombres, habiendo sido saciados en su espíritu únicamente por el Espíritu de amor, su diario maná, tomarán asiento, al fin, en el
banquete nupcial del Cordero y Dios mismo será Quién los sacie revelándose a ellos y revelándoles todos los letifcantes misterios
de Dios.
Ellos, que con espíritu de misericordia no dejaron de servir a Dios, aún sabiendo que con ello habrían de encontrar y sufrir la
inmisericordia humana que es envidia hacia los elegidos y se venga de ellos de mil formas para hacer de su elección una cruz,
encuentran y encontrarán completa misericordia en el corazón de la indestructible Misericordia: Jesús, y en el de la Mujer que no
sólo no odió a los que mataron a su Hijo sino que rogó por su conversión.
Ellos, puros de corazón, no volviendo la mirada más que a su Señor para servirle siempre prontamente, ni pueden escuchar otras
voces, así de los sentidos como de las tentaciones, pues únicamente están atentos a las voces del Cielo, gustan ya la beatitud de
la visión de Dios, de su conocimiento, grande, aunque limitado todavía, y aguardan con sencillez la llegada de la hora en que
podrán verlo tal cual es por toda la eternidad.
Ellos, pacíficos por ser hijos y siervos del Rey de la paz, compenetrados de las palabras del Pacífico cuyos ejemplos siguen aún
con sus adversarios, son verdaderos hijos de Dios, siendo con tal nombre llamados eternamente y habitarán en sus tabernáculos
después de haberle dado hospitalidad en su corazón, pues Dios está con los hombres de paz.
Ellos, que por amor a la justicia y por haber trabajado para que ella aumentase en muchos y acudiesen muchos a ella, sufrieron toda
clase de persecuciones, no pudiéndose decir que sea persecución únicamente el martirio cruento que viene a resultar rápido. No.
El amo del mundo y sus servidores, más o menos conscientes de serlo, tienen mil modos de perseguir, fraudulentos, disimulados,
lentos, basados en la mentira, en la calumnia, en la injusticia, que los emplean con astucia refinada contra los siervos de Dios,
martirizándolos incluso y, sobre todo, en aquellas partes del yo que verdugo alguno puede martirizar, en las partes incorpóreas, en
la mente, y, más que nada, en el espíritu. Estos tales despojan de todo a los siervos de la justicia: de su derecho a servir al Señor,
de trabajar por llevar a los hermanos a la justicia, de su buen nombre y hasta de la verdad de su condición. Y lo cubren con la
vestidura de ignominia con que vistieron a Cristo y los escarnecen con las mismas palabras. “Si es verdad que eres lo que dices
ser, dile al Señor que intervenga y te ayude”. Mas a cada despojo, a cada burla sufrida por ellos en la Tierra corresponde un nuevo
adorno añadido al vestido de bodas que les espera en el Cielo, un aumento de gloria para estos ciudadanos seguros del Reino y
una alabanza mayor de parte del pueblo de los santos y de los ángeles que desde lo alto de los Cielos contemplan y juzgan con
justicia sobrenatural las acciones todas de los hombres, los cuales, no todos, obedecen al Evangelio, ley y doctrina de caridad, de
verdad y de justicia. Verdad que enseña cómo Dios no hace distinción de personas que no cuentan para El bienes, cargos o cultura
sino que mira al corazón, al espíritu de las personas. Y, puesto que, cuanto más humildad de vida y simplicidad de costumbres
hay, tanta más humildad de mente y de corazón, tanta más simplicidad de sentimientos y pureza de fines hay también por lo
general, así es cómo Cristo, de acuerdo con esa norma, tomó hombres sencillos y humildes para hacer de ellos sus Doce y otro
tanto hace Dios al escoger sus instrumentos de entre los sencillos, humildes y puros de corazón y de intención.
La pobreza del instrumento sirve, por otra parte, para hacer resplandecer el poder y la acción directa de Dios. Mas estos instru-
mentos de Dios bien pueden dirigir al Señor la queja de los profetas y de los apóstoles, reiterada y reasumida por Pablo: “¿Quién
creyó en lo que decíamos nosotros?”-
Pero no se desanimen estos instrumentos por persecuciones, vejaciones, opresiones, calumnias y desprecios que puedan sufrir de
parte de quienes vienen a repetir las maneras del antiguo Templo y de los grandes en bienes y en soberbia de Palestina contra
Cristo; mírenle a Él e imítenle sin hacer pausa en su misión y sin acobardarse.
La Palabra de Dios fue escarnecida, calumniada y ahogada sobre la cruz, mas desde hace veinte siglos Ella triunfa, llena la Tierra y
resuena, no ya hasta los últimos confines de la misma cual eco imposible de ahogar y luz que no puede apagar, sino que allá está
también Ella donde Cristo sufre persecución en sus hijos. “ Ni la espada ni los tormentos, dijo Pablo, pueden separar de Cristo a
quien le ama ” Esto no lo pudieron conseguir los paganos de Roma de los primeros cristianos, ni los endemoniados servidores del
actual Anticristo lo pueden conseguir ahora de los actuales cristianos, continuadores de aquéllos.
Es como una mística lámpara encerrada en los corazones, pronta a salir y llamear de nuevo. La alimentan las lágrimas de los
perseguidos en su fe, de aquéllos que, nunca como ahora, buscan a Cristo y su Reino que constituyen su única paz, su única luz en
las tinieblas y en las crueldades que imperan allí de donde Cristo fue desterrado, y su única esperanza de vida gozosa tras la
opresión terrena.
Nada hay que contribuya tanto a aumentar el poder de una idea o de una religión como la persecución de las mismas. El mismo
Cristo adquirió ese sello de gloria imperecedera por el que reina y reinará como Santo de los santos aún en su naturaleza de
hombre, precisamente por su dilatada persecución moral y por su atroz persecución final. Así es como lo encuentran cuantos lo
buscan con amor; así es como se presenta a cuantos se hallan oprimidos, afligidos y agobiados bajo un yugo temporal, mostrán-
dose a ellos con alientos insospechados sólo conocidos por Él, y así, ciertamente, se presenta también y hace que lo encuentren
con su severo juicio cuantos, desde los hebreos de su tiempo, enemigos suyos, hasta sus enemigos de ahora, que lo persiguieron
y lo persiguen en sus fieles.
No sólo durante “todo el día” sino durante toda subida entre los hombres tuvo extendidas sus manos, abrió su corazón y derramó
los tesoros de la Palabra eterna al pueblo de Israel. Mas los grandes de Israel no quisieron reconocer aquel gesto, no quisieron
entrar en aquel corazón ni recoger aquellos tesoros.
Hasta sobre la Cruz aceptó, pues sólo una libre aceptación suya podía hacer que fuese alzado de tal manera, estar con los brazos
abiertos y extendidos, como Sacerdote y Amante que se ofrecía e invitaba a su Pueblo; y, aún muerto ya, quiso tener abierto el
corazón, muda y postrer enseñanza para toda la Humanidad de la inmensa caridad de Dios y de la puerta santa que acoge en el
reino de la misericordia infinita a cuantos se vuelven al Dios-Hombre con espíritu bueno.
Mas, al paso que los pueblos acogieron la invitación y la última enseñanza de Cristo, Israel, incrédulo y rebelde, que no tenía
excusa en su pertinaz juicio sobre Cristo tras las pruebas por Él dadas, desde los milagros a la doctrina, desde la resurrección a la
ascensión, persistió en su voluntaria obcecación, mereciendo la reprobación de Dios.
Vida de los sarmientos nuevos y de los retoños de la vida es la caridad, linfa divina que alimenta a quien, por soberbia, no se
separa del tronco. Porque la soberbia lleva a la duda, tanto sobre la verdad como sobre los deberes que si no se cumplen vienen
a desagradar a Dios. Y de la duda se pasa al enfriamiento de la fe, de aquí a la incredulidad, de ésta a la pérdida del temor de Dios
y, por último, a la convicción de que Dios es tan bueno que no sabe ser nunca severo.
Dios es justo dentro de su bondad: severo mientras el hombre persiste en su pecado; dulce cuando el hombre se arrepiente de él;
más dispuesto a readmitirlo en su amistad que a condenarlo, y feliz si a quien se halla espiritualmente muerto puede darle o tornar
a darle la vida. Ahora bien, necio Dios no lo es jamás.
El Señor, por ser infinitos su poder y su misericordia e infinitos los méritos de Cristo Redentor, puede obrar toda suerte de
milagros. Mas, una cosa es necesaria para conseguir el milagro: la buena voluntad del hombre, su fe en Dios, su esperanza en el
Señor y su caridad para con Dios y para con el prójimo; sobre todo la caridad, ya que ella viene a ser el terreno que hace posible
la floración de todas las virtudes y la unión con Dios.
Mas al Sacrificio vivo que se consuma sobre los altares debe unir el hombre su propio sacrificio personal, el de todas las horas,
que debe abarcar todas las ocupaciones, deberes y, sobre todo, la voluntad de Dios; por más que ésta sea de dolor. Sacrificio que
puede ser de la parte carnal, moral o espiritual. Enfermedades, pobreza, trabajo extenuante, que corresponden a vuestra parte
material. Injusticias, calumnias e incomprensiones, a vuestra parte moral. Y a vuestra parte espiritual: persecuciones de parte de los
hombres o abandonos de Dios para probar la fidelidad de sus siervos y también su fidelidad a la Ley, conservando castos, justos
y amorosos los cuerpos, los pensamientos, los sentimientos y los espíritus.
La esencia del culto a Dios la constituye la continua, fatigosa y hasta, a veces, dolorosa subida hacia la perfección para hacer la
voluntad de Dios, siendo la primera y común voluntad divina para todos los creados en semejanza divina y predestinación a la
Gloria: que se hagan santos a fin de subir para siempre a la morada del Padre.
Esta renovación, esta transformación, esta subida a la perfección, esta voluntad humana, propia, no obstante, del hombre en el que
más viva es su semejanza con el Padre, su unión con el Hijo y su docilidad a todas las inspiraciones del Espíritu Santo, de modo
que sus dones no queden improductivos como semilla caída sobre piedra, sino activos como semilla caída en tierra fertílísima
que viene a hacerse árbol frondoso capaz de nutrir con frutos santificantes no sólo a su propietario sino también a otros muchos,
más desgraciados que culpables y más pobres de Dios por no saber de Él y no haber quien les instruya debido a su indiferencia,
se tiene haciendo en todo y por todo lo que Dios propone hacer, del modo como Dios lo propone y en la medida que Dios indica.
Contribuye al bien de todo el Cuerpo místico, tanto el que recorre continentes y se gasta en el trabajo apostólico para llevar
nuevos cristianos a la Iglesia militante, como el que sufre ignorado y oculto y hace plegaria de su dolor para ayudar a los
misioneros, y no es menos grata al Señor su pequeña Misa (las víctimas son hostias y su lecho es el Gólgota sobre el que
consuman su sacrificio para el bien de muchos). Contribuye al bien de sus hermanos, tanto el que escribe las revelaciones de Dios
por haberle hecho Éste su revelador, como el que, teniendo talento, escribe obras con las que hacer comprensibles los puntos
oscuros de la Escritura o de las verdades de fe, y para hacer más amables, al hacer que se les conozca mejor, a Jesús y a María.
Basta con que cada acción o ministerio sea movido y regido por la caridad. Caridad verdadera.
Caridad verdadera que hace odiar el mal en sí mismo, no porque dé motivo al castigo ultraterreno sino porque es un dolor que se
le causa a Dios. Caridad verdadera que, si nos mueve a no querer hacer el mal, nos impele también a arrancar del mal a nuestros
hermanos pecadores y nos inspira para ellos reprensiones que, si bien son, por obligación, justamente severas, no carecen por
otra parte de misericordia. Caridad verdadera que hace de los hombres hermanos que, con ser imperfectos en gran medida, se
ayudan siempre y se aman en el Señor. Caridad verdadera que hace a los hombres diligentes en su esmero por las cosas que atañen
a Dios, fervientes de espíritu, serenos en las pruebas, pacientes en las tribulaciones, incansables en la plegaria por más que, al
parecer, el Cielo no la oiga, misericordioso y, por ello, practicantes de todas las obras de misericordia corporales y espirituales,
sin rencor, odio o deseo de venganza, llenos de comprensión con el prójimo, sin envidiarlo si prospera, sin indiferencia o placer
avieso cuando sufre, sin avidez de escalar puestos de honor derrocando, con calumnias incluso, a los demás, contentos siempre
con el propio estado y sin jamás vengarse ni de quien les dañó.
Esta es la caridad, la verdadera caridad que da gloria a Dios y bienes a los hermanos. Y Dios, si los hermanos no lo hacen, la
recompensará restableciendo la justicia, poniendo en claro la verdad de los hechos y castigando y premiando con arreglo a lo que
cada uno haya merecido.
Dios, por el contrario, será inexorable con aquél que, con su arbitrario modo de obrar, atenta contra el espíritu de los humildes,
suscitando en ellos dudas, rebeldías y demás.
Y los castigará porque éstos tales es a Dios a quien hieren. Sí, a Dios, que puede venir a ser privado de un hijo o sentirse poner en
duda por otro hijo a causa de la libertad con que obran el mal los “poderosos ”. Y así, ¿qué piensa el maltratado? “Bueno, si Dios
es omnipotente, ¿por qué no interviene?. Luego no es verdad que la plegaria confiada obtenga ayuda de Dios”. ¿Comprenden los
“poderosos” a Quien hieren al herir injustamente a un súbdito? Hieren a Dios. A Dios que sufre con y en quien padece injusticia.
A Dios que resulta herido cada vez que se falta a la caridad.
Y la caridad es la que debe regular igualmente las relaciones de los súbditos, con las autoridades. No las juzguen y dejen a Dios el
juicio de las mismas. No se rebelen contra ellas siempre que sus órdenes no sean contrarias la Religión, a la moral, a la colectividad
o a una anterior e inmutable disposición divina, en cuyo caso, aún a costa de sufrir martirio cruento o incruento, es preciso seguir
el ejemplo de Cristo que no se plegó a los desordenados quereres del Sanedrín y de los fariseos en general, ni a los de Herodes, el
ejemplo asimismo del Bautista que sirvió a la justicia aún sabiendo que, obrando así, habría de perder la vida; los ejemplos de
Pedro y de Juan ante el Sanedrín, el de Santiago, y después el de toda aquella muchedumbre de mártires de todo tiempo
aniquilados, desde los despedazados, quemados, desgarrados en los circos y otros lugares a los quemados en las hogueras, como
servidores del demonio o herejes, por haber hecho lo que Dios les ordenaba.
.Saber decir: “Es preciso obedecer únicamente a Dios ” y “Hay que servir en primer lugar a Dios” como supieron decir los héroes
de Dios, desde Pedro a Juana de Arco. Saber decir, hablando de otras persecuciones incruentas, lo que dijeron Bernarda de
Lourdes, Lucía de Fátima y sus primitos, y muchos, muchos otros.
Salvo que los poderosos, mientras lo son, porque, de un día a otro, una fosa o un levantamiento popular podría hundir en la
putrefacción y reducir a nada el poder del que tan orgulloso estaban hasta el punto de hacer objeto de tortura a los pequeños, salvo
que los poderosos no ordenen cosas contrarias al querer de Dios que es el único, verdadero, eterno y perfecto Poderoso, o más
bien, Omnipotente, y ésto cada cual, por muy alto que se encuentre, debería tenerlo presente para no caer en múltiples pecados,
cosas contrarias a la religión y a la moral, salvo estos casos, deben ser obedecidos. Porque, en el supuesto que ordenen cosas
lícitas, ellos vienen a transmitir las órdenes de bien que Dios, en primer término, enseñó a los hombres. ¿Acaso no alcanza la
ley humana a aquéllos a quiénes alcanza ya la ley divina? Así pues para evitar el castigo de Dios y el de los hombres y vivir en la
justicia y en la caridad, como deben vivir los hijos de Dios para ser y mantenerse verdaderamente tales, es preciso no hacer el mal,
ningún mal, ni contra Dios ni contra los hombres; es preciso no faltar a la ley de la caridad y no desobedecer a la voz de la
conciencia que puso Dios en todo hombre para que lo guíe hacia el bien.
De este modo, cumpliendo con la ley de la caridad, la justicia y de la conciencia, y, sobre todo, no faltando de forma alguna a la
caridad, daréis a Dios culto racional y alcanzaréis la perfección en la observancia de la Ley, ya que el amor es el complemento de
la Ley y quien vive en el amor no cae en la concupiscencia de la carne, de la mente ni del espíritu y permanece en la Luz, esto es, en
Dios, se identifica con Cristo y partirá con Él su Reino.
“No juzguéis” dijo la Palabra de verdad. Ésta debiera ser la regla perfecta. Mas si juzgáis, hacedlo al menos, ya seáis hombres
modestos o poderosos, con caridad, y ésto siempre, pues no podéis, por vuestra humana limitación, penetrar el interior de los
hombres y ver el por qué de todos sus actos. Pensad que nada se oculta al Omnipotente por más que realicéis vuestras acciones
injustas y forméis vuestros fingidos, injustos y anticaritativos juicios sobre vuestro prójimo en el mayor secreto. Dios os ve y os
siente mientras obráis y habláis, y Él, sí, os juzga con juicio justo e inapelable.
El haber sido poderosos no os eximirá del juicio de Dios. Antes, en la medida en que se os dio, así será de riguroso vuestro juicio
cuando, al igual que todos los hombres, hayáis de presentaros ante Dios para rendir cuenta de vuestros actos. Y recuerde todo
aquél que haya estado más alto que la masa de la grey de Cristo, bien por un cargo o por elección extraordinaria, que a veces, una
sola culpa contra el Amor, o sea, contra el Espíritu Santo que es Espíritu de Sabiduría, de Piedad, de Justicia y de Amor, puede
echar por tierra todos los méritos de una vida vivida en la Ley. Dios puede heriros súbitamente después de haberle herido vosotros
a Él en un siervo suyo o en una obra suya de amor. Puede heriros de súbito, como a Adán, a seguido de una obra vuestra de
soberbia. Y entonces, ¿de qué os habrán servido las obras anteriores? ¿De qué los cargos? ¿De qué las elecciones?
“¡Ay de aquél por quien se produce escándalo!” dijo Aquél en cuyas manos traspasadas puso el Padre todo poder de juicio. Y, por
más que Él fuese la Misericordia encarnada, claramente dio a entender la suerte que aguarda al que escandaliza a las almas con
acciones injustas.
Y si es verdad que, por un alma que uno llegue a salvar, ese tal salva ciertamente la suya, es asimismo verdad que por cada alma
que desista o retroceda de la perfección o, lo que es peor, caiga en el pecado de desconfiar de Dios, del poder de la oración y de
la verdad de cuanto antes creía, un castigo, que puede llegar hasta el tormento eterno, y con seguridad a una larguísima expiación
purgativa, alcanzará a aquél que fue ocasión de desistimiento, de retroceso o de caída de un alma.
Si puede causar turbación en el alma de un “pequeño” la injusticia que se comete contra él, también la puede producir ver cómo los
pastores, las luces y los maestros dan un ejemplo que contradice cuanto enseñan. ¡Ay de quiénes son intransigentes con los
“pequeños” y los abruman con cargas mientras que consigo y con su yo tienen todas las condescendencias!
La mutua edificación es un deber que obliga a todos, pero mil veces más a los que están en alto.
En el comer como en el beber, en la manera de vivir y de vestir, como en la habitación, hállese siempre presente la caridad y el
recuerdo del que tiene hambre y sed, no le llega para vestir y carece de albergue. Ni los mantos reales, ni los vestidos de púrpura
y oro dan derecho a entrar en los Cielos sino, más bien, la manera como se llevaron. Será más fácil ver las vestiduras de las nupcias
eternas en uno que llevó, con resignación si fue pobre, y con humildad, por espíritu de caridad, si fue poderoso, un vestido
sencillo y modesto, que no en quien, apeteciendo los signos externos del lujo más que los internos del que es misericordioso, llevó
vestidos de gran valor sabiendo bien que su conciencia le aconsejaba otro género de vida.
Porque en ésto estriba la condena: en hacer lo que la conciencia aconseja que no se haga. Hacerlo con plena advertencia y
deliberado propósito tras una libre determinación
Para que llegue a ser pecado una acción que no es buena es preciso realizarla con plena advertencia. Así pues, examínese cada
cual a sí mismo, ya esté en puesto alto o en bajo, y sopese el porqué de cada acción suya y que este examen y esta consideración
sean verdaderamente sinceros, como lo es el bisturí del cirujano al poner al descubierto hasta las raíces más profundas del mal. Y
puesto que su acción no es buena, secciónela de su voluntad para quitarle la vida; y no se limite a ésto sino que hunda el escalpelo
de una recta conciencia en el propio terreno y en su humanidad para extirpar hasta las raíces y los jugos que puedan hacer surgir en
el corazón, en la mente y en el espíritu, plantas no buenas por soberbia, y lo abrase todo en la hoguera de la caridad que,
ciertamente volverá a brillar cuando el terreno quede libre de la gélida soberbia y de las cizañas producidas por ella, cizañas
estériles, venenosas y entenebrecedoras, sembradas por el Soberbio: por Satanás.
Y si aquéllos que se encuentran en alto son fuertes, sostengan con piedad a los débiles sin orgullos necios, reconociendo que
Dios, más que el yo, contribuye a hacer, de un hombre, un santo. Bendigan a Dios si es que los amó de un modo extraordinario,
pero no se tengan por artífices absolutos de su santidad ni desprecien a quien es, o así aparece, menos santo que ellos.
Cristo, santísimo y perfectísimo por ser Dios, y sin pecado hereditario involuntario en cuanto hombre, a nadie despreció y, por su
compasión para todas las miserias, llevó a gran número de personas a la salvación.
Cristo obró muchos y portentosos milagros y derramó ríos de sabiduría; pero lo que más atrajo las gentes a Él, y por tanto, a la
Salvación y a la Vida, fueron, ante todo, su misericordia y, después, su justicia incorruptible e imparcial con todos.
Al no buscar su propia satisfacción sino el verdadero bien de las almas y la gloria de Dios, atrajo sobre Sí ultrajes, improperios,
rencores, odios y venganzas; mas con ello pudo llevar muchas almas a la Verdad y a la Vida.
Por su paciencia, constancia y fidelidad a la Ley, por el celo santo por su Padre, por su amor infinito hacia todas las almas, fue
ejemplo para los judíos y para los gentiles y salvación para todos aquéllos que no rechazan voluntariamente la Luz venida para
llevarlos a la Vida y para restablecer su filiación con Dios.
Ministro para los circuncisos y Pastor único, eterno y universal que no se limitó a recoger únicamente las ovejas de su Redil sino
que recogió también “ a las que no eran de su redil ” a fin de que también éstas estuviesen bajo la custodia del único Pastor,
recogió y acogió, tanto a los gentiles como a los judíos y así todos glorificasen a Dios por su misericordia.
Porque quien vive fiel a los dones de Dios reobtenidos por medio de Cristo y fiel también a la Doctrina perfecta enseñada por
Cristo, hácese merecedor de que se diga de él lo que dicen las palabras del salmo: “Vosotros sois dioses e hijos del Altísimo”.
Éste era en el pensamiento de Dios el destino de todos los hombres.
Como así habría sido de no haber pecado Adán.
Como así es posible que sea para un número inmenso de criaturas, gracias al Sacrificio de Cristo que tanto amó a los hombres
que dio su vida por ellos.
Como así será hasta el fin de los siglos.
Y tendrán vida cuantos, de toda época y nación, hayan amado a Cristo, Causa para ellos de eterna Salvación.
Vosotros, que tendéis a la perfección por amor de Dios, sed verdaderamente modestos en todo. El ojo de Dios está siempre
sobre vosotros y ve la realidad de vuestros corazones. Recordad de continuo que el Señor puede estar muy cerca con su juicio,
pues nadie sabe cuándo vendrá la muerte a liberar vuestras almas conduciéndolas al juicio de Dios. Vivid siempre como si el
Señor se os hubiese de hacer presente en cualquier momento para llevaros a la otra vida.”
Hasta aquí las palabras de Dios a María Valtorta.
Vemos en todas ellas, cómo el alma es totalmente libre para aceptar el bien o el mal. Incluso el más ignorante de la tierra, incluso
los no cristianos, reciben luces de sobra para salvarse, para escoger el bien o el mal, de manera que quien se condena es porque
quiere. Dios respeta la libertad del hombre, pero éste se hace responsable de sus actos y de una eternidad dichosa en el Cielo, o
una condenación eterna, horrorosa, en el Infierno.
En nuestras manos está: bien o mal, dicha eterna o condenación eterna.
El juicio particular, tras la muerte, viene precedido de una gran lucidez interior, que parece ser constante en la agonía del hombre.
En un instante verá toda su vida en visión panorámica. La conciencia, al aproximase el testimonio definitivo será particularmente
viva y recta.
Será, incluso, muy exigente, atraída por la bondad de Dios y consciente de la inconsistencia de este mundo. Por eso, también los
santos creían carecer de méritos en este supremo momento. Santa Juana de Chantal decía a su confesor, poco antes de morir:
- Padre, los juicios de Dios son espantosamente rigurosos.
El juicio particular tendrá lugar en el mismo instante de la muerte. En cuanto el alma se separa realmente del cuerpo, queda puesta
en su propia presencia y en la presencia de Dios. En ese instante se verifica el juicio particular y se dicta la sentencia.
Es el alma misma quien dictaminará su suerte definitiva. Contrastará todas sus acciones con lo que debieran haber sido.
El alma separada del cuerpo, debido a su carácter espiritual es inmutable. Si murió en gracia, quedará para siempre unida a Dios.
Si murió en pecado mortal, permanecerá en el estado de odio y aversión a Dios, dirigiéndose por propio impulso al Infierno.
El valor de esta vida aparecerá entonces al alma.
Si ha despreciado la gracia de Dios, si ha muerto en pecado mortal, quedará condenada a un sufrimiento indecible para toda la
eternidad.

Vivamos de manera que siempre salgamos aprobados de este importantísimo examen de nuestra vida, el último, el más importan-
te, del que se decidirá una eternidad dichosa o una eternidad desgraciada.
Según Ana Catalina Emmerick, en el juicio tras la muerte, están presentes, además de Jesucristo, como Supremo y Justo Juez, la
Virgen Santísima, nuestro Ángel de la guarda, y nuestro Santo Patrón, además del diablo, éste para acusarnos.
Acudamos a Jesús, acudamos a María, la Virgen, Nuestra Madre, acudamos a nuestro Ángel de la guarda, a nuestro Santo Patrón,
y también, muy especialmente, a San José, el Abogado por excelencia de la buena muerte, para que ellos nos ayuden a llevar una
vida limpia, pura, santa, y que en este juicio no tengamos que avergonzarnos de nuestros actos, sino que vayamos con las
vestiduras limpias por la gracia y las buenas obras, y seamos dignos de alcanzar, como rezamos en la Salve, la promesa de
Nuestro Señor Jesucristo: su Paraíso, su Cielo, su Gloria.
Para ello, cumplamos los Mandamientos, y tengamos siempre el alma en gracia de Dios. Si alguna vez tenemos la desgracia de
cometer un pecado mortal, arrepintámonos inmediatamente y recemos un Acto de contrición: así nuestra alma quedará limpia de
nuevo, con la condición de confesar cuanto antes ante el sacerdote, pero no dejemos que nuestra alma esté nunca en la desgracia
de Dios, en pecado mortal, ya que nos jugamos mucho: una eternidad dichosa con Dios, la Virgen, los Santos, los Ángeles y
nuestros familiares difuntos, que se hayan salvado, o una eternidad desgraciada con Satanás y todos los condenados...

* * *
EXISTENCIA DEL INFIERNO

El dogma del Infierno es la más terrible verdad de nuestra fe católica. El Infierno existe, y nosotros tenemos de ello la misma
certeza que de la existencia de Dios y del sol, pues ninguna verdad ha sido demostrada más claramente como este dogma, del que
Jesucristo habla en su Evangelio más de quince veces.
He aquí cómo el Hijo de Dios habla del Infierno en la Biblia:
“¡Ay del mundo por causa de los escándalos! Necesario es que haya escándalo; pero ¡desgraciado del hombre por culpa del cual
venga el escándalo! Si tu pie o tu mano te escandaliza, córtatelos y arrójalos lejos de ti, mucho mejor es vivir con un solo pie o una
sola mano, que no con los dos pies y las dos manos ser arrojado AL FUEGO ETERNO.
Y si tu ojo te escandaliza, arráncatelo y arrójalo de ti: mejor es para ti entrar en la gloria con un solo ojo, que con los dos ser
arrojado al FUEGO DEL INFIERNO» (Mateo 18, 7 - 9).
“Y no temáis a los que solamente pueden mataros el cuerpo si no pueden mataros el alma; temed únicamente a quien puede
arrojaros en cuerpo y alma EN EL INFIERNO ” ( Mateo l0, 28).
“Murió también el rico y fue sepultado en el Infierno, y abriendo los ojos, estando en los tormentos, vio a lo lejos a Abraham y a
Lázaro en su seno. Y exclamó, diciendo: “¡Padre Abraham, ten misericordia de mí y manda a Lázaro que con la punta de un dedo
mojado en agua venga a refrescar mi lengua, pues estoy abrasado en ESTAS LLAMAS ” (Lucas 16, 22 – 24).
“Entonces el juez dirá a los que estén a su izquierda: “Alejáos de mí, malditos, AL FUEGO ETERNO, QUE FUE PREPARADO
PARA EL DIABLO Y SUS ANGELES ” (Mateo 26, 41).
“ Yo os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
Pero los hijos del reino serán arrojados a LAS TINIEBLAS EXTERIORES, DONDE SERÁ EL LLANTO Y CRUJIR DE
DIENTES ” (Mateo 8, 11-12).
“Yo os digo que el que se enoje con su hermano será reo de juicio... Y el que le diga necio, será reo del FUEGO DEL INFIERNO
” (Mateo 5, 22). ( Se comprende aquí que es digno del Infierno no el que llame necio a alguien, actualmente llamar necio a alguno
no es un insulto grave, sino el que ofende gravemente al prójimo).
“El Hijo del hombre enviará a sus ángeles que arranquen de la tierra los escándalos y a los que ejecuten la iniquidad. Y los arrojarán
AL HORNO DE FUEGO, Y ALLÍ SERÁ EL LLORAR Y CRUJIR DE DIENTES” (Mateo 13, 41-42).
“Si la mano te escandaliza, córtatela; mejor es para ti llegar a la vida con sólo una mano, que con las dos ARDER EN EL
INFIERNO EN UN FUEGO INEXTINGUIBLE, DONDE EL GUSANO NO MUERE Y EL FUEGO NO SE APAGA: Y si tu pie
te escandaliza, córtatelo; es mucho mejor llegar a la vida eterna con un solo pie, que no con los dos ser ARROJADO AL
INFIERNO A UN FUEGO QUE NO CONSUME, DONDE EL GUSANO NO MUERE NI EL FUEGO SE APAGA. Y si tu ojo
te escandaliza, arráncatelo; mejor es para ti entrar en la gloria con un ojo sólo, QUE CON LOS DOS SER ARROJADO EN EL
INFIERNO, DONDE EL GUSANO NO MUERE NI EL FUEGO SE EXTINGUE” (Marcos 9, 42-43).
“Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que esté conmigo y yo con él, éste dará buen fruto; porque sin mí nada podéis hacer.
El que no esté en mí será arrancado como los sarmientos secos, y hechos un haz ARROJADOS AL FUEGO Y QUEMADOS ”
(Juan 4, 5-6).
“Toda planta que no da buen fruto SE CORTA Y SE ARROJA AL FUEGO ” (Mateo 7, 19).
“ Y marcharán aquéllos AL SUPLICIO ETERNO y los justos a la vida eterna ” (Mateo 25, 46).
Así habla Nuestro Señor Jesucristo en su Evangelio del Infierno, entre otros muchos pasajes, que no hemos puesto porque son
muy conocidos: dudar de Él equivale a dudar de la palabra infalible de Dios, y tacharlo de mentiroso, lo que es una grave
blasfemia.
El Infierno es una realidad, negarla es necedad, hablar de su existencia es cordura porque así podremos evitarlo.
Dos médicos eran muy íntimos amigos. Un día en que comían juntos, salió en la conversación el tema de la vida de ultratumba y
hablaron de la existencia del Infierno, existencia de la cual los dos dudaban mucho. Y sin más llegaron a la conclusión de que el
primero que marchara al otro mundo viniese a avisar al amigo acerca de si existía o no ese lugar de tormentos.
Pasaron unos meses...
Una noche, uno de los dos, estando bien dormido en cama, después de un día de mucho trabajo por su oficio, “soñó ” que
su amigo entraba en su dormitorio.
-¿Qué tal?... ¿A qué se debe esta visita aquí y a esta hora?.
- Vengo a avisarte “ que sí existe el Infierno ”...
Éste se echó a reír por lo chistoso y novedoso, para él, del motivo de la visita. Y, como para seguir la broma, le dijo:
- Muy bien, demuestra lo que me estás asegurando, pues no es suficiente afirmarlo.
-¿Dónde fuístes anoche?- le preguntó el recién llegado.
-A visitar a uno de mis enfermos que estaba bastante grave.
-¿Y no te pasó nada especial en esa visita?, ¿no te faltó nada?
- Pues... lo estoy pensando... ¡Ah, sí, extravié la serreta y me molestó mucho ésto, no tanto por la importancia de la misma,
cuanto por el apuro del momento! Tuve que romper la ampolla con las manos y ni después me fue posible hallarla.
-¿Sabes dónde está?
-¿Dónde?.
- La tienes en el bolsillo de tu pantalón.
Se rió, entonces, el amigo desde su cama.
- Y ésta- siguió diciendo con autoridad el recién llegado–es la prueba de que sí existe el Infierno.
Tras todo ésto, continuó durmiendo aquél, soñando con otras cosas; pero poco después, cuando se despertó por la mañana, le
vino inmediatamente el recuerdo del sueño y pensó telefonear al doctor su amigo para contarle, y reírse juntos, del extraño sueño
que había tenido acerca de él.
Mas al coger el pantalón para vestirse, salió del bolsillo la dichosa sierrita que cayó al suelo. Este detalle lo sorprendió mucho...
Terminó de vestirse y bajó a tomar el desayuno. No se le había quitado la idea del teléfono. Mientras desayunaba, según su
costumbre, leyó un momento el periódico. Y su sorpresa fue enorme al encontrar la esquela de defunción del doctor N.N., su
amigo, cerciorándose de que el día anterior se había ahogado...
Tanto le sorprendió todo lo que había sucedido y tanto se convenció de la existencia del Infierno, que después tomó la firme
resolución de un cambio radical en su vida. Se inscribió en varias asociaciones religiosas de su parroquia, para, como él decía,
asegurar más su salvación eterna.
Para que no entres en el número de los condenados, oye y escarmienta con este ejemplo.
Se cuenta de un gran Príncipe, refiere el Padre Andrade, que siempre rehusaba cumplir con la Iglesia por Semana Santa, o sea
confesar y comulgar por Pascua Florida. Su esposa, que era buena cristiana, le reprendió este descuido. Respondió él que no se
confesaba por temor a la penitencia que le habían de dar los confesores. Instóle la princesa que mucho peor sería caer en las
penas del Infierno.
-¿Qué Infierno?- respondió el príncipe – Yo no creo que hay Infierno. Eso es cuento y fábula de los predicadores para espantar-
nos.
De allí a poco tiempo murió este príncipe, y apareciéndose a su esposa rodeado de fuego le dijo con llanto inconsolable:
-¡Ya creo que hay Infierno, ya creo que hay Infierno, ya creo que hay Infierno! ¡Ay de mí, por qué cuando pude creerlo con
fruto, no lo creí!...
Triste será para ti, que creas en el Infierno cuando ya estés en él y no tengas remedio...
Eran los últimos días de Carnaval. Un joven estudiante, para vencer las últimas repugnancias de cierta joven a la que quería
arrastrar al pecado, le dijo:
- Mira, yo he estudiado mucho y por mi palabra y por la palabra de mis profesores te aseguro que el Infierno no existe.
Aquella misma noche, estando acostada la joven en su casa, impresionada por lo que le dijo su seductor y llena de vergüenza
por el pecado cometido, sintió un ruido extraño por las escaleras...
Se abrió de pronto la puerta de su dormitorio de par en par y vió acercarse hacia ella una sombra negra, envuelta en
llamaradas verdosas...
La joven pensó gritar, pero antes de que pudiera hacerlo, la aparición le dijo:
-En nombre de Dios vengo a corregir lo que te dije ayer: ¡El Infierno existe, y yo estoy en él!...
Tras estas palabras, la joven pudo, al fin, gritar, acudiendo los vecinos. Había un olor nauseabundo en la habitación. Contó la
joven lo que le había pasado y varios vecinos fueron a casa del joven para cerciorarse de las palabras de la muchacha.
Efectivamente, el joven había muerto al resbalar y tener una mala caída. En aquel momento lo estaban ya velando...
Otro caso parecido nos muestra cómo Dios, también con las apariciones de difuntos condenados, nos hace ver la existencia, el
peligro, del Infierno.
Había acabado la Primera Guerra Mundial. Un grupo de altos mandos militares, en la última reunión, celebraban la victoria, al
mismo tiempo que se disponían a separarse para ir cada uno a sus propios lugares de origen. Para no dejar que el tiempo y la
distancia los separase para siempre, acordaron reunirse al cabo de cierto tiempo. Llevados de su impiedad, acabaron diciendo,
burlándose de las cosas divinas y del Infierno en el que no creían:
-¡Y aunque estemos en el Infierno, volveremos todos en esa fecha que hemos acordado!...
Todos asintieron entre grandes risotadas que confirmaban su ateísmo, su falta de fe en Dios y en la vida futura tras la muerte. Acto
seguido cada uno se marchó a sus residencias, a sus ciudades, a sus hogares.
Pasaron varios años, y llegó la fecha prevista para la reunión...
Entre abrazos, saludos y preguntas se encontraron de nuevo todos los oficiales... Todos, menos uno...
Estaban en el apogeo de la celebración del encuentro, cuando, de pronto, se abrió la puerta y apareció el compañero que faltaba
envuelto en llamas y gritando:
-¡El Infierno existe, y yo estoy en él!...
Acto seguido, desapareció la horrorosa visión, acabando con el ambiente festivo que poco antes había en la sala.
Aquella visión dantesca, horrible, se les caló en el alma de tal manera que jamás volvieron a burlarse de las cosas religiosas y
mucho menos del Infierno... Cambiaron de vida y se hicieron fieles cristianos ...
La visión del desgraciado compañero condenado les había hecho ver que no es broma el Infierno, sino verdad, y que aquella
aparición les había dado una oportunidad para salvar sus almas. Oportunidad que ellos no desaprovecharon.
En su misericordia, Dios quiso enseñarle a Santa Faustina Kowalska la consecuencia eterna del pecado grave. Esta Santa
escribió en su diario. “ Hoy, he sido introducida por un ángel en los abismos del Infierno. Es un lugar de grandes suplicios y
terriblemente extenso. Allí he visto varios géneros de sufrimientos. El primero es la pérdida de Dios. El segundo: los perpetuos
remordimientos de conciencia. El tercero: la suerte de los condenados no cambiará jamás. El cuarto es el fuego, inflamado por la
cólera de Dios, que penetra en el alma sin destruirla. El quinto: son las tinieblas perpetuas y un olor terrible y asfixiante. Y, a pesar
de las tinieblas, los diablos y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todo el mal de los demás y el suyo propio. El sexto:
es la continua compañía de Satanás. El séptimo: una desesperanza terrible, el odio a Dios, las maldiciones y las blasfemias.
Que cada pecador sepa que será torturado durante toda la eternidad por los mismos sentidos que él empleó para pecar.
Escribo esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda excusarse diciendo que no hay Infierno, o que nadie ha estado allí
y no sabe cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he penetrado en los abismos del Infierno para hablar de ello a las almas
y dar testimonio de que el Infierno existe. Una de las cosas que he observado es que había allí muchas almas que habían dudado
de la existencia del Infierno... Así pues, rezo aún con más ardor para la salvación de los pecadores y apelo incesantemente a la
Misericordia divina para con ellos. ¡Oh Jesús!. Prefiero agonizar hasta el fin del mundo con los mayores tormentos que ofenderte
con el menor de los pecados”.
La Doctrina de la Iglesia afirma la existencia del Infierno y su eternidad. Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni
acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección.
En una reciente revelación de Jesús (1989) dirigida a toda la Humanidad ha dejado dicho: “Amadísimos hijos míos, os habla
Jesús de Nazaret, el Hijo de la Virgen María, el Dios del Amor, el Dios que murió clavado en una cruz por amor a vosotros.
Amadísimos hijos míos, aquí estoy para hablaros como siempre hemos hecho mi Madre Santísima y Yo, siempre venimos
a instruiíros, a enseñaros para que la confusión que reina ahora en el mundo no os alcance; las tinieblas son muy grandes y están
penetrando en las almas y en los corazones de mis hijos y por eso muchos se condenan. Mi Madre Santísima y Yo venimos para
que sepáis la verdad, para que no estéis confundidos, y el tema que hablaré hoy será un tema muy importante, que mucha gente no
quiere oír porque le da miedo, pero es muy importante que lo sepan las almas para su salvación: EL INFIERNO. Mucha gente no
quiere creer que existe el Infierno, que hay Cielo, y que hay Purgatorio. No quieren entender, no quieren comprender, y al negarse
a comprender que sí hay estas tres cosas están negando tres verdades. Hay Cielo, pero también hay Purgatorio y hay Infierno. Y
muchos de mis hijos no quieren saber nada de este tema, porque no quieren creer que después de una vida de muchos pecados
su final será el Infierno. Sí, muchos eluden este tema porque no les gusta y ahora mis hijos están diciendo que el Infierno es el
sufrimiento que se tiene aquí en la tierra y ésto no es verdad, no es verdad, porque el Infierno fue creado para aquellos pecadores
impenitentes, aquellos pecadores que no se arrepienten de sus pecados. Y si mueren así en pecado mortal su lugar será el Infierno.
Mucha gente no lo quiere creer, ni mis hijos, y dicen: “Es que Dios no castiga, porque es muy bondadoso, infinitamente bueno”.
Sí, es bueno. Pero también es Justo y Sabio. Por eso no deben caer en este error, de creer que porque Dios es bueno no castiga.
Mirad que no perdonó la obra perfecta que eran los ángeles y los condenó a sufrir y éstos fueron los primeros que cayeron en el
Infierno y que mucha gente conoce como el demonio y ángeles caídos, y desde este momento ellos se han extendido para
confundir a mis hijos e inducirlos al pecado, porque su odio es muy grande y no quieren que mis hijos tengan de premio el Cielo
y por eso los inducen a pecar, los inducen para que no vayan al Cielo. Mucha gente los obedece, mucha gente no se da cuenta que
con un pecado y otro pecado, si no lo confiesan, si no se arrepienten y mueren así, tendrán como fruto el Infierno. El Infierno es
la morada de todos los sufrimientos, de todos los dolores, de todas las angustias, porque si el Cielo es alegría, paz, luz, gozo y
amor, el Infierno es todo lo contrario: hay tinieblas, hay amargura, hay dolor, hay sufrimientos, hay odio. Aquel pecador que no se
quiere arrepentir de su pecado y muere así, comprenderá al morir que su peor tormento será el haber despreciado la felicidad que
se le brindaba al haber muerto Yo en la cruz. Su mayor tormento será el comprender que despreció mi Sangre, que despreció mi
dolor en la cruz y ésto lo tendrá eternamente, este dolor de haber perdido la felicidad eterna, la felicidad del Cielo y no sólo ésto
será su tormento sino que también el fuego, el fuego que lo consumirá en una tristeza, en una angustia, en un dolor terrible, porque
el fuego infernal es un fuego que no muere, que no acaba, que atormenta el alma.
Muchos dicen que este fuego es figurado, que no es cierto, y no es así, hijos queridos, este fuego es real, pero es un fuego
no como el de la tierra; porque el de la tierra consume, se acaba, pero el del Infierno jamás termina. Y abrasa al alma y la atormenta
y nunca tiene fin y no sólo ésto sino que penetra hasta el alma, penetra y todos los sentidos sufren este fuego: los ojos, el olfato,
el oído, el tacto, todos los sentidos lo sienten, porque este fuego penetra dentro del alma y se queda allí haciendo sufrir al pecador
impenitente. Este fuego que quema, que abrasa, pero que no consume, este tormento, durará eternamente. Por eso he venido
ahora a enseñaros, para que conociendo todo ésto no caigáis en el pecado y si estáis en el pecado salgáis de él, porque ésto
espera a aquéllos que no se arrepienten. En el Infierno los verdugos son los demonios y hacen padecer al alma por toda la
eternidad. Sabéis que la tierra es lugar de pruebas para ganar el Cielo o ganar el Infierno, esto lo sabéis, sabéis que es así, pero la
gente no lo quiere entender, no quiere creer y dice que no hay nada de ésto, que éstos son inventos de la gente que está loca, que
no quieren gozar, y siguen y siguen así con ésto, por eso vengo a instruiros porque el mundo está en un constante pecado y
después, al final, cuando os llegue el día de la muerte estaréis en pecado y ya no podréis hacer nada, por eso os hago esta
llamada. Mirad que es vuestra alma la que va a sufrir por toda una eternidad o va a gozar por toda una eternidad... según hayan
sido vuestras obras en este breve paso por el mundo. Muchas personas por un triste placer dejan que su alma se endurezca en el
pecado y no quieren cambiar, porque no quieren sufrir, porque no quieren hacer penitencia, no quieren. Ellos quieren alegría y
gozo, la felicidad que dura únicamente un suspiro y por ese suspiro tendrán después una eternidad de penas, de angustias, de
dolores, y allí no podrán arrepentirse, no podrán ya hacer nada. Tenéis que cambiar de vida, tenéis que adquirir la gracia, porque
muchos no quieren obedecer mis palabras, muchos se ríen de mis mensajes y de los de mi Madre Santísima, se ríen de todo ésto
y de mi Doctrina y dicen “Que ahora el Señor no castiga, que el Señor no quiere sufrimientos, que el Señor no quiere penas,
porque Él es todo Amor ”. Sí, hijos queridos, Yo soy todo Amor pero también soy Justo y muy Sabio, y por eso todos aquéllos
que digan que Dios no castiga están en el error, porque a los primeros que castigó el Padre Eterno fueron los ángeles y no los
perdonó y ellos están eternamente condenados y con ellos todos aquéllos que desprecian la Sangre que Yo derramé en la Cruz.
Todo aquél que está en el error salga de este error, porque un gran castigo viene al mundo por los pecados de los hombres que no
quieren arrepentirse, que no quieren adquirir la verdadera Doctrina que Yo dejé en mi Iglesia y la hacen a un lado para seguir otras
doctrinas que les alabe su ego, que les alabe su vanidad y su orgullo y ésto hijos queridos es un lazo diabólico. Ahora están
predicando que no hay que sufrir, que no hay que hacer penitencias, ni ayunos, ni sacrificios, porque Dios no quiere eso. Porque
Él es todo Amor, todo Alegría. No hijos queridos, debéis amar la cruz porque la cruz os llevará al Cielo. Y todo aquél que se
aparte de mi cruz, de mi Sacrificio, morirá y su lugar será el Infierno, porque habrá despreciado la redención que Yo le doy por
medio de mi Sacrificio en la Cruz. Muchos de mis hijos no quieren creer ésto y se burlan, se ríen y dicen que Infierno no hay, que
el Infierno está aquí en la tierra y después de morir no hay nada, por eso dicen: “ Gocemos, cantemos, bailemos, que mañana
moriremos y después no hay nada”. Y ésto no es verdad, después de estas pruebas en la tierra el alma vivirá eternamente: si ha
sido buen hijo irá al Cielo, si ha sido mal hijo, irá al Infierno y ésto es terrible. Por eso vengo a instruíros en ésto, porque algunos
que creen en el Infierno, lo creen, pero lo creen a medias y dicen: “Como el Señor es infinitamente bueno incluso allá en el Infierno
dará consuelo”. No, ésto es mentira. El que llegue al Infierno no tendrá consuelo de ninguna clase. Los consuelos son aquí en la
tierra. Aquí en la tierra el alma que sufre tiene consuelo, pero en el Infierno no, en el Infierno no hay consuelo, sólo hay aflicción,
tristezas, amargura, desesperación y tormento día y noche. No hay reposo para el sufrimiento en el Infierno. Yo dejé dicho ésto en
el Apocalipsis: “Que todos aquéllos que en estos últimos tiempos adoren a la Bestia, o sea, que se endurezcan en el pecado,
cuando venga la Bestia, sigan a la Bestia y ella los marque, su lugar será el Infierno. Y serán atormentados sin reposo». Ésto lo
dejé dicho en el Apocalipsis y se cumplirá, porque muchos no quieren entender y como os digo el fuego que hay aquí en la tierra,
es un fuego que quema el cuerpo pero no penetra el alma, pero el fuego que hay en el Infierno, penetra el alma y esta penetración
en el alma hace que el alma se sumerja en un dolor infinito, sin término, intenso y será así eternamente, porque tendrán en el alma
y fuera de ella este fuego, porque ellos serán parte de este fuego infernal. Por eso se dice en algunos mensajes, que aquéllos que no
se arrepientan serán como leños que alimentarán el fuego del Infierno y ésto quiere decir que ellos mismos serán este fuego, que lo
tendrán dentro del alma torturándolos sin reposo. Además de otros tormentos que allí existen que son del olfato, de los ojos, de
los oídos, porque además de este tormento del alma tendrán en sus ojos la vista de cosas horrendas, en el oído de cosas terribles,
y en el olfato hedor para toda la eternidad, y un hedor tan repugnante que si alguno lo pudiese oler aquí en la tierra, con sólo que
les llegara un poquito los mataría, es tal el olor nauseabundo que un ser humano no lo soportaría y moriría al instante, así también
son todas las otras cosas que hay en el Infierno. Y Yo, como Padre amoroso que soy de vosotros, os aviso de ésto para que
miréis que si a vosotros os molestan las cosas aquí en la tierra que son pocas, que son dolores, que son angustias que tienen su
consuelo; sin embargo muchas personas se desesperan y no quieren sufrir, no quieren llorar, pero cuando lleguen al Infierno y se
den cuenta de que lo que aquí se sufre no es nada comparado con lo que hay allí, desearán haber sufrido, haber creído en mi
palabra, porque el que entre allí ya no vuelve a salir jamás. Por eso os doy este aviso para que entendáis que no es lo que mucha
gente cree que son mentiras esas historias del Infierno, del Cielo y el Purgatorio; no, hijos queridos, es real, muy real. Por eso
quiero que sepáis que sí hay un lugar de tormento para todas aquellas personas y para todos aquellos mis hijos que no quieren
arrepentirse y desean quedarse en su capricho de estar cometiendo una y otra vez sus pecados, por eso Yo quiero instruíros en
ésto, porque es importante que sepáis y podáis instruir a otros, aquéllos que dicen que ésto no es verdad. Y vengo a deciros
ésto, porque en estos tiempos los lazos diabólicos se han propagado, el pecado abunda en el mundo y al estar así muchos van al
Infierno... pero lo entienden, lo comprenden, saben que es cierto, cuando están allí y ya no pueden hacer nada para salvarse sino
únicamente lamentarse que por su dureza de corazón perdieron el Cielo, perdieron la felicidad que tanto buscaban aquí en la tierra
y comprenden demasiado tarde que debieron haber obedecido mis palabras y las de mi Santísima Madre, la Virgen María. Ésto no
son cuentos sino una cruel realidad: todo aquél que muere impenitente, es decir, sin arrepentirse, caerá en el fuego del Infierno y
ya no podrá hacer nada estando allí. Pero mucho, hijos queridos, mucho se puede hacer estando en la tierra, por eso os doy este
aviso, para que entendáis que muchos, muchos, se pueden salvar estando en la tierra, que es lugar de pruebas, por eso debéis de
entender ésto y hacerlo ahora, cambiar de vida desde ahora, mañana puede ser demasiado tarde, porque como se os ha dicho
siempre no sabéis la hora ni el día en que vais a morir, por eso se debe de estar preparado. Y vosotros que sabéis ésto, decidlo a
otros: que tienen que cambiar de vida, que tienen que creer que Yo vine al mundo por primera vez a morir en la cruz, para salvarlos
de estas penas eternas que hay en el Infierno, porque mucha gente no entiende para qué vine Yo a salvarlos y dicen: “¿ Pero a
salvarnos de qué ?”, dicen, “ porque aquí en la tierra no se ve nada, no se ve su misericordia, en la tierra todo el mundo sufre, hay
mucho mal ”. Pero hijos queridos, el mal que hay en el mundo no es porque Dios lo haya querido, sino que el mal lo ha hecho el
mismo hombre con su pecado, porque no ha querido obedecer mi Doctrina. Por eso es que hay tanto mal en el mundo, tanto
pecado: todos estos pecados que claman al Cielo son los que acarrean tantos males en el mundo y ésto es lo que el hombre no
quiere entender, no quiere entender y no entiende cuál es esa salvación de la que se habla. Y es, hijos queridos, que vosotros no
vayáis al mundo del suplicio eterno, al mundo de los tormentos que no tienen final. De ésto es lo que Yo vine a salvaros: de caer
eternamente en este Infierno de aflicciones, dolor y tormento, por ésto Yo morí en la cruz. Ésto quiero que entendáis, porque
muchas personas no quieren sufrir, no quieren llorar y sólo quieren alegrías, bienestar, cantos y bailes y no entienden cuando Yo
les digo que vine a morir para salvarlos y dicen “¿a salvarnos de qué , de que no bailemos, de que no cantemos, de que no nos
divirtamos?”. No hijos queridos, no. Vine a salvaros de que caigáis en el mundo del suplicio eterno, donde los verdugos son los
demonios. Aquí mucha gente se aflige cuando las personas atacan el cuerpo, pero aunque ataquen al cuerpo no pueden atacar al
alma y ésto es lo que no entienden, y creen que el fuego del Infierno del que tanto se habla no es de verdad. El fuego de la tierra
es un fuego que quema, que consume, pero que no llega al alma: el fuego infernal quema, abrasa y llega al alma, pero no consume,
ésto quiere decir que su tormento no acabará y el alma sufre, sufre todo este tormento eternamente, además de lo que ya expliqué
anteriormente que sufre con los cinco sentidos: los oídos, los ojos, el olfato, y el gusto que sólo tendrán cosas horrorosas: para
ver, para oír, para gustar y para oler, esto será su eterno suplicio, porque no sólo será por fuera, sino que el suplicio lo tendrán
también por dentro, por dentro y por fuera. Ésto es lo que quiero que entendáis, por qué vine Yo a morir al mundo, y por qué Yo
siempre os digo: “Hijos queridos, no pequéis y si pecáis salid de este pecado inmediatamente y poneros en gracia de Dios, para
que este castigo no os alcance. Todo ésto que os digo es para bien de vuestra alma, para el bien de vuestro cuerpo, porque al
obedecer mis palabras no caeréis en estos suplicios. Mi Madre Santísima llora cuando uno de sus hijos se condena, porque sabe
que su tormento será mayor, muchísimo mayor, porque tuvo la salvación en sus manos y la despreció, por eso mi Madre llora: por
estos hijos que se condenan. Debéis, pues, hijos queridos, estar alertas e instruir a otros sobre ésto y decirles que aquí debéis
padecer, porque lo que aquí se padece hijos queridos es poquito, muy poquito; además de este poquito tenéis muchos consuelos,
tenéis tranquilidad y reposo, en cambio allá en el Infierno no hay estos consuelos, no los hay. Por eso no os aflijáis cuando tengáis
una pena, una aflicción: ofrecedla para expiación de vuestros pecados y obtendréis mucho fruto; si en vuestras enfermedades
tenéis paciencia tendréis mucho fruto; si en vuestras penas rezáis en lugar de afligiros y lamentaros tendréis mucho fruto y ésto os
ayudará a adquirir el Cielo y evitar el Infierno. Aquí en la tierra cuando tenéis sed, buscáis el agua para calmar la sed y cuando
no la tenéis sufrís y no estáis contentos hasta que no tenéis en vuestros labios el agua que calmará vuestra sed. Pero en el Infierno,
hijos queridos, la sed que sentiréis irá en aumento atormentándoos el alma y el cuerpo y no tendréis ni una gota de agua que calme
esta sed, y esta sed irá en aumento, en aumento, en aumento y así todos los suplicios de los sentidos. Así como en el Cielo el gozo
irá en aumento, la felicidad irá en aumento, también en el Infierno el sufrimiento irá en aumento. También quería deciros que hay
Purgatorio, y de ésto quería hablaros porque aquí van las almas que no se han purificado del todo, pero por haberse puesto en
gracia de Dios aunque sea a última hora, no tendrán el Cielo ni el Infierno, pero sí un lugar en donde podrán purificarse más y
después, llegado su momento, irán al Cielo, por eso ahora os pido que recéis mucho por estas almas que están detenidas en el
Purgatorio purificándose para poder entrar sin mancha en el Cielo. Debéis rezar mucho por estas almas, para que pase su
purificación y puedan entrar en el Cielo y también rezad mucho, mucho, para que los pecadores se conviertan y se les pueda evitar
este suplicio de los que he hablado, rezad mucho, rezad el Rosario, rezad, rezad mucho porque vienen tiempos, hijos queridos,
muy duros, difíciles, muy crueles, en que tendréis que comprender que el sufrimiento que aquí tengáis no será nada comparado
con el Infierno, y al saber ésto vosotros os sentiréis mejor y trabajaréis mejor y cuando tengáis alguna pena diréis: ésto no es
nada comparado con lo que hay allá abajo en el Infierno. Sufrid estas pequeñas contrariedades, penas y problemas con alegría y
veréis cómo el consuelo llega a vuestros corazones y no sufriréis y tendréis doble alegría. Porque habréis comprendido lo que
realmente quiere el Señor, que améis mi cruz, que améis mi sacrificio, y por este amor os salvaréis, Es muy importante que
comprendáis ésto y así tengáis conocimientos y podáis instruir a otros. Mi Madre Santísima y Yo os decimos todo ésto para que
tengáis una idea exacta de lo que está sucediendo y para qué son nuestras venidas al mundo a instruir a nuestros hijos, y es para
que sepan todas aquellas cosas que les ayudarán a salvar sus almas, es decir, a no caer en el fuego eterno del Infierno. Por eso vine
Yo a morir en la cruz: para salvaros de caer en este suplicio eterno ”...
Recordamos que la existencia del Infierno, así como su eternidad, son dogmas de fe, es decir, algo que hay que creer bajo
pena de pecado mortal, pues cuando la Iglesia define algo como dogma de fe, el Espíritu Santo la asiste para que no pueda
engañarse ni engañarnos, y la existencia del Infierno, repetimos, así como su eternidad, y la existencia del Purgatorio (también
mencionado en este Mensaje) son dogmas de fe, que además, como hemos visto al comienzo de este capítulo, está en la Biblia.

* * *
ETERNIDAD DEL INFIERNO
La eternidad del Infierno es clara en el Evangelio para aquéllos que no cumplen los preceptos divinos de amor a Dios sobre
todas las cosas y al prójimo como a sí mismo: “¡Apartáos de mí, malditos, id al FUEGO ETERNO, que fue destinado para el
diablo y sus ángeles”. ( Mateo 25, 41).
Cuentan de Isabel I de Inglaterra, aquella reina, hija de Enrique VIII, que mandó asesinar a su hermana María Estuardo,
verdadera sucesora al trono de Inglaterra, a la muerte del impío y criminal rey, para quedarse ella con la Corona, que hizo un pacto
con el diablo por el cual éste le concedía cuarenta años de reinado feliz y dichoso a cambio de venderle su alma...
No sabemos si ésto es cierto o no, pero a los pocos días de su muerte, toda la servidumbre de palacio andaba alborotada,
sobre todo los guardias de las almenas, quienes, en sus rondas nocturnas veían aparecerse por las murallas una figura quejumbrosa
y horripilante, que lúgubremente iba gimiendo:
-¡Cuarenta años de reinado y una eternidad en el Infierno! ¡Cuarenta años de reinado y una eternidad en el Infierno!”
Triste, muy triste, porque realmente no es leyenda, sino verdadera y trágica realidad que muchos, ante el dinero, el placer, la
gloria, la fama, el poder, venden su alma al diablo para conseguir esos beneficios caducos, pasajeros, fugaces, de poco tiempo,
olvidando, despreciando, otros bienes, los eternos, por algo que nos horrorizará en la otra vida al ver lo idiotas, necios y locos
que fuimos al cambiar por unas baratijas, ya que todo lo que en esta vida nos atrae, al margen de Dios, en la otra carece de valor,
en comparación con la felicidad eterna, dichosa, que allí se goza junto a Dios, a la Virgen, nuestros seres queridos y todos los
Ángeles y Santos, en un Paraíso de goces y alegrías que no tienen fin.
Tenemos actualmente, incluso dentro de la Iglesia, una corriente pseudoprogresista (lo que conduce a la corrupción y a la
perdición eterna no puede ser jamás progreso, sino atraso) que quiere minimizar, suavizar, el hecho de la condenación eterna, del
fuego del Infierno, y ya casi hasta negar la misma existencia del Infierno... y así, quitado ese temor saludable (pues temiendo al
Infierno se puede evitar ese peligro, como dijo la Beata Jacinta de Fátima y recordó el Papa Juan Pablo II en su beatificación, el 13
de Mayo del año 2000) las gentes se despreocupan alegremente de Dios y sus Mandamientos, y del prójimo, y de las buenas
obras, y se condenan. Estos pseudoprogresistas (entre los que se encuentran también: teólogos, sacerdotes, diáconos y religio-
sos) hacen de falsos profetas y de tontos útiles del diablo, a quien conviene que la existencia del Infierno sea puesta en duda
(también ya dudan estos señores, antes aludidos... de la existencia del diablo, cuando en muchas partes de la Biblia está clara su
existencia, y además es dogma de fe). Ellos dicen que como Dios es bueno no puede permitir el Infierno ni sus penas... Dios es
bueno, efectivamente, como ya hemos mencionado, y mencionaremos en otros capítulos, pero también Dios es justo y quien no
practica la justicia (cumplir los Mandamientos) se condena: “ Él tiene en su mano el bieldo, para limpiar su era y recoger el trigo en
su granero; PERO QUEMARÁ LA PAJA EN FUEGO INEXTINGUIBLE ” (Lucas 3, 17).
La eternidad del Infierno es dogma de fe, algo que debe ser creído bajo pena de pecado mortal, porque así lo ha definido la
Iglesia, basándose en la Biblia, en los Evangelios, en la Tradición: la Iglesia no define caprichosamente un dogma de fe sin antes
estar fundamentada en la Biblia y en la Tradición: las dos fuentes esenciales sobre las que se apoya la Doctrina Católica. Se llama
Tradición a los escritos de los Santos Padres, que vienen de los Apóstoles, y que nos amplían y clarifican los escritos evangélicos
y bíblicos, sobre lo que quería Jesús que fuera su Iglesia.
Si alguien muere en pecado mortal, rechazando el amor de Dios, su alma desciende al eterno Infierno inmediatamente y la
muerte lo instala en el estado interior de rebelión contra Dios. Santa Catalina de Génova decía al respecto lo siguiente: “Las
almas que están en el Infierno, al haber partido de este mundo con esa mala voluntad, siguen estando en pecado. Y el pecado
nunca les es reparado, y no puede serlo, porque ya no están en condiciones de cambiar su voluntad, pues el momento de la
muerte las instala y las detiene en el mal para siempre ”.
- Una vez Jesús- narra Sor María Natalia Magdolna - me llevó al juicio de un alma muy pecadora, a quien le perdonó sus pecados.
Satanás estaba furioso.
-¡Tú no eres justo! – gritaba - ¡Esta alma fue mía toda su vida!. Éste cometió muchos pecados, mientras que yo cometí sólo uno
y tú creaste el Infierno para mi.
-¡Lucifer! – le contestó Jesús con amor infinito - ¿Tú, alguna vez, me pediste perdón?
Entonces Lucifer, fuera de sí, grito:
-¡Eso nunca! ¡Eso nunca lo haré!
Entonces Jesús se volvió hacia mí, diciéndome:
- Ya lo ves, si él me pidiera perdón tan solo una vez el Infierno dejaría de existir...
El Infierno nunca dejará de existir. Como se dice en la Biblia durará siempre, será eterno, igual que sus sufrimientos, su desespera-
ción, su horror... porque Satanás, todos los diablos y sus seguidores: los que se han condenado, están en un círculo vicioso de
odio, rabia y rebelión contra Dios, círculo del que no podrán salir nunca y en el que ellos se han metido porque han querido.
¿Y qué les ha hecho Dios para que lo odien tanto?... Si hablamos de Lucifer Dios lo amó con preferencia a otras criaturas, porque
no olvidemos que Lucifer fue el ángel de mayor belleza de los creados, y al que le dio gran poder, pero llegó a ensoberbecerse
tanto que quiso ser más que Dios y se rebeló contra Él. De ahí que el pecado que Dios más odia es la soberbia, el orgullo: causa de
todos los demás pecados. En cuanto a los hombre y mujeres condenados ¿qué mal les ha hecho Dios para que lo odien?... Morir
por ellos en una cruz tras infamantes y horrorosos sufrimientos... Ellos prefirieron antes que a Dios y sus Mandamientos, sus
propios vicios, sus injusticias, su corrupción, y eligieron libremente... su condenación eterna, porque Dios les dio y da a todos los
humanos infinitas oportunidades para salvarse, como al pecador del hecho que comentamos al comienzo de esta narración,
salvado en el último momento.
Quien se condena es única y exclusivamente por su propia culpa..

* * *
¿ES EL INFIERNO UN LUGAR O UN ESTADO DEL ALMA?

Como ya no saben qué decir los enemigos de Dios, fuera y dentro... de la Iglesia, con tal de negar el Infierno, algo muy claro
en la Biblia y en la Doctrina de la Iglesia, como ya hemos demostrado anteriormente, ahora salen diciendo que el Infierno no es un
lugar, sino que es un estado del alma... Decir que el Infierno no es un lugar y sí un estado del alma y negar la existencia del Infierno
es todo lo mismo... Fíjense con qué actividad y diligencia trabaja actualmente el diablo en estos pseudoprogresistas y “adelanta-
dos”... de Satanás... Es exhaustiva la cantidad de pasajes bíblicos donde se observa la radicación del Infierno en un lugar: lo
vemos sobre todo a lo largo de todo el Nuevo Testamento, pero nos vamos a detener en dos versículos del Apocalipsis donde
claramente se ve que el Infierno es un lugar de fuego, torturas, sufrimientos y desesperación eterna.: “Entonces EL INFIERNO y
la muerte fueron lanzados AL ESTANQUE DE FUEGO. Ésta es la muerte segunda, EL ESTANQUE DE FUEGO.
El que no fue hallado escrito en el Libro de la vida, fue asimismo arrojado EN EL ESTANQUE DE FUEGO ” (Apocalipsis
20, 14 -15).
Vemos claramente cómo quedan especificados el Infierno y el segundo Infierno, el estanque de fuego, tras el Juicio Universal
y la resurrección de los muertos, como lugares objetivos. Independientemente de este Infierno exterior que atenaza y hace sufrir
a las almas condenadas y a los diablos, tanto exterior como interiormente, cada condenado tiene su propio Infierno interior: existe,
pues, el Infierno interior para los réprobos, pero además, como se ve a lo largo de toda la Biblia, de la que el apartado
mencionado del Apocalipsis es sólo una muestra, existe el Infierno como un lugar de fuego, tinieblas, sufrimientos, torturas,
horror y desesperación eterna. Hay muchos Santos que por permisión divina han visitado el Infierno para extraer enseñanzas
saludables para los demás cristianos, y radican todos el Infierno en el centro de la Tierra... Algunos pueden sonreír... pero la
misma Ciencia nos hace ver que eso puede ser realidad. De todos es conocido que el grado geotérmico es aquél que aumenta un
grado por cada 33 metros que se profundiza hacia el interior de la Tierra... De todos es sabido que la actividad volcánica viene del
interior de la Tierra... ¿Qué profundidad tiene ese fuego, esa lava?... Según la mayoría de los científicos ese fuego, esa lava, se
encuentra en el centro de la Tierra que es ígneo, o sea que está formado de fuego, rocas y metales fundidos... ¿Veríamos
entonces al diablo y a los condenados si pudiéramos bajar hasta el centro de la Tierra? No, porque tanto el diablo como los
condenados pertenecen a una dimensión invisible para el ojo humano mortal, dimensión espiritual invisible en la que también se
mueven nuestros ángeles de la guarda, nuestros difuntos, Dios, la Virgen, los Santos, etc. Si hubiera un artefacto que nos pudiera
llevar al centro de la tierra y contemplarlo, sólo veríamos allí lo que se ve en los volcanes: lava, fuego, piedras y metales
derretidos pero no almas ni diablos. Este hecho de ser el centro de la Tierra ígneo, apoya las afirmaciones, antes aludidas de
tantos Santos, que sitúan el Infierno en el centro de la Tierra, lo mismo que otros radican el Purgatorio en una esfera del interior
de la Tierra limítrofe a la del Infierno, como dice la Venerable Ana Catalina Emmerick.
No seamos ingenuos y tengamos cuidado con los lobos disfrazados de ovejas que pululan en este mundo corrompido
que nos ha tocado vivir: lobos fuera de la Iglesia, y... también dentro... ¿Cómo descubrirlos?. Por tres señales:
a) Quien no cumple los Mandamientos de la Ley de Dios, no es de Dios.
b) Quien no reconoce que Jesús es Dios, no es de Dios.
c) Quien no acepta el Dogma y Doctrina Católica, no es de Dios: los que niegan el Infierno se apartan del Dogma Cató-
lico, porque la existencia del Infierno, su eternidad, es dogma de fe.

* * *
SUFRIMIENTOS DEL INFIERNO

El Infierno es un lugar de horror, desesperación, sufrimientos y males sin cuento para siempre, siempre, siempre. Allí no existe la
más pizca de amor, todo es odio, odio, odio. Si hay padres, hijos, madres e hijas, esposos, todos se odiarán a muerte...
El principal dolor que se experimentará en el Infierno, es el no poder estar con Dios. Ése será el más horroroso de todos los
sufrimientos... Esto de que el no ver a Dios sea el peor sufrimiento del Infierno es algo que quizás no entendemos muy bien en esta
vida actual, pero lo comprenderemos bien cuando muramos. Podemos hacernos una idea, por ejemplo, si consideramos el
sufrimiento que tiene el enamorado cuando se ve apartado de la mujer que quiere; o del niño que pierde a su madre, o se ve
separado de ella... Son dolores de ausencia del amor que ha llevado a algunos a suicidarse, ante la perspectiva de no poder ver al
ser amado... Pues bien, Dios es la Suma Bondad, Dios es la Suma Belleza, Dios es la Suma Perfección, Dios es el Sumo Bien. En
el momento en que nuestra alma ve a Dios, tal como es, se siente irresistiblemente atraída hacia Él, y estar con Él sería su mayor
deseo, de ahí que San Agustín diga que «Dios nos ha hecho para Él, y sólo cuando nuestra alma descanse en Él, habremos
conseguido nuestra más plena realización como personas». El condenado ve al Sumo Bien que es Dios, y se siente intensamente
atraído hacia Él, pero al mismo tiempo se ve a sí mismo, repudiado por Dios, porque él lo ha repudiado antes: él no ha querido
saber nada con Dios, él ha insultado a Dios, ha renegado de Dios... Entonces ve que para él es imposible estar con Dios, y ese
dolor de no poder estar con Dios es tan agudo, tan duro, tan desesperado, tan horroroso, que constituirá el mayor dolor de los
condenados en el Infierno.
El segundo dolor en intensidad, tras el de la ausencia de Dios, el de no poder ver a Dios, el de no poder estar con Él, es ver
la horrorosa figura del diablo, de Satanás, de Lucifer. Su visión será algo tan asqueroso, tan abominable, tan repugnante, tan
nauseabundo, que el alma, si pudiera morir mil veces, otras tantas moriría de poder hacerlo; pero como el alma es eterna, y no
puede morir, se ve condenada a sufrir eternamente la presencia abominable del diablo, a quien sirvió con sus malas acciones y a
quién prefirió al renegar de Cristo.
Más que el fuego, más que las llamas, el tercer dolor será el espantoso mal olor que se percibirá en el Infierno.
Tras el mal olor están ya todos los demás dolores: fuego, gusanos repulsivos, bichos repugnantes que torturan a los condenados,
enfermedades, dolores, etc.etc. y todo eso para siempre, siempre, siempre ...
En el momento mismo de la muerte, cuando el alma del condenado se aparta del cuerpo, aparecerá delante de él un
panorama completamente insospechado. Verá delante de sí como un mar inmenso, un océano sin fondo ni riberas: es la eternidad,
inmensa e inabarcable, sin principio ni fin. Y comprenderá clarísimamente, a la luz de la eternidad, que Dios es el centro del
Universo, la plenitud total del Ser. Verá clarísimamente que en Él está concentrado todo cuanto hay de belleza y de riqueza, y de
placer, y de alegría, y de gozo, y de honor, y de alabanza, y de gloria, y de felicidad inenarrable. Y cuando, el condenado, el que
muere en pecado mortal, sin arrepentirse de él, rechazando a Dios, despreciando a Dios, con una sed de perro rabioso, trate de
arrojarse a aquel océano de felicidad que es Dios, saldrán a su encuentro unos brazos vigorosos que se lo impedirán, al mismo
tiempo que oirá claramente estas terribles palabras:
-¡Apártate de Mí, maldito!
¡Ah! Entonces sabrá que la pena de sentido, la pena de fuego, no tiene importancia, es un juguete de niños ante la rabia y
desesperación espantosa que se apoderará de él cuando vea que ha perdido aquel océano de felicidad inenarrable para siempre,
siempre, para toda la eternidad.
Dios actuará sobre los condenados como una especie de electroimán incandescente: los atraerá y abrasará al mismo tiempo.
En este mundo no podemos formarnos la menor idea del tormento espantoso que ésto ocasionará a los condenados. Ésto es
lo que constituye la esencia misma de la pena de daño del Infierno.
¿ Por qué rechaza Dios a los que de manera tan vehemente tienden a Él? ¿No supone ésto, acaso, falta de bondad y de
misericordia?.
De ninguna manera. Reflexionad un poco en la psicología del réprobo. El condenado no se arrepiente ni se arrepentirá jamás
de sus pecados. Tiende irresistiblemente a Dios, al mismo tiempo que lo odia con todas sus fuerzas. Esa tendencia no es
arrepentimiento, sino egoísmo refinadísimo. Tiende a Dios porque ve con toda evidencia que, poseyéndolo, sería completa y
absolutamente feliz, pero sin arrepentirse de haberlo ofendido en este mundo...
El condenado no se arrepiente ni puede arrepentirse, porque en la eternidad son imposibles los cambios sustanciales. Nadie
puede cambiar el último fin libremente elegido en este mundo. La muerte nos dejará fosilizados, fijos, en el bien o en el mal,
según nos encuentre en el momento de producirse el fallecimiento. Si nos encuentra en el bien ya no podremos pecar jamás, ya no
podremos perder a Dios. Pero si la muerte nos sorprende en pecado mortal, quedaremos anclados, fijados, en el mal para
siempre, y ya no podremos arrepentirnos jamás.
El réprobo tiende a Dios por un refinado egoísmo. Esa tendencia inmoral, no solamente no lo justifica ante Dios, sino que es
su último y eterno pecado. Desea a Dios por puro egoísmo, para gozar de la felicidad inmensa que su posesión le produciría;
pero sin la menor sombra de amor o de arrepentimiento. En estas condiciones es muy justo que Dios lo rechace. No podemos
formarnos idea, aquí en la tierra, del tormento espantoso que ésto ocasionará a los condenados.
La Venerable Ana de San Agustín, carmelita descalza y amiga de Santa Teresa de Jesús, fue arrebatada en espíritu a visitar el
Infierno. Dice ella ésto:
“Fue mi espíritu arrebatado y llevado en compañía de nuestra Madre Santa Teresa de Jesús (ya fallecida) y de otro religioso
de nuestra Orden (carmelita descalzo), que siendo Provincial había muerto en el convento de Villanueva de la Jara, que se llamaba
Fray Juan Bautista, que fue muy santo.
Lleváronme los dos por un camino ancho y espacioso, por el cual me dijeron:
- Di que pongan cuidado en poner prelados que con mucho celo hagan que como en sus principios se guarden las leyes y
obligaciones de nuestra sagrada Orden, en la cual es Nuestro Señor muy servido.
Habiendo pasado por aquel camino ancho por donde me llevaban nuestra Santa y aquel religioso, en poco espacio de
tiempo me entraron en otro camino muy estrecho y nuestra santa Madre me hizo entrar con mucha fuerza, y allí desaparecieron
los dos Santos nuestros y dejaron a mi alma con grandísima soledad y desamparo.
Luego acudieron los diablos con gran tropel y ruido y con acelerada prisa comenzaron a cavar y con mucha brevedad
abrieron una caverna o boca del Infierno y metiéronme en ella donde había muchas llamas de fuego y gran cantidad de diablos.
Y era una prolongada estrechadura que de la pena que en ella mi alma sentía y estar en aquel lugar tan horrible, no tengo que
decir, que bien se deja entender, sino seguiré refiriendo parte de lo que vi en el Infierno, que todo no será posible, aunque está
impreso en mi memoria, no lo podré explicar con palabras.
Al final de este profundo pasillo estrecho vi a su término otro centro más profundo, que era la infernal morada, llena de fuego
y diablos y cercada de confusión espantable a la vista y pavorosísima para mi alma.
Causábame gran amargura ver lo que allí pasaba y estaba atónita y espantada.
Con admiración y confusión fijaba la vista a unas partes y a otras, con mucha atención y teniendo muy lastimada mi alma,
miraba los largos trechos, los terribles e infernales lugares y moradas y gran cantidad y número espantoso de almas y demonios
que se revolcaban en las llamas, y los tormentos con que dichas almas eran atormentadas eran tantos y tan diversos que aún no
se puede imaginar, cuánto más decir con palabras.
Y no puedo explicar el gran número que había de condenados.
Entre ellos vi que andaban demonios con tantísima abundancia como átomos del sol y los vi con diferentes figuras y
desproporcionadas y con tan horribles visiones, que sólo imaginarlo causa horror y espanto y como crueles verdugos tomaban
venganza en las desdichadas almas de los condenados, que como están privados de otro poder, se abalanzan y desahogan su
rabia en estas presas suyas.
Vi que ponzoñosas sabandijas entraban por los sentidos de aquellas almas dañadas, como unos hormigueros, tan espesas
como humo, que me turbaba la vista.
Vi gran multitud de animales y de fieras venenosas y feroces, que, muy encarnizadas, hacían gran daño en aquellas almas y
cuerpos de los que con ellos han ido a aquella desventurada cárcel, que lo es más por ser perpetua y sin que ya se haya de admitir
apelación.
Como su sentencia se dio en aquel Supremo Tribunal de la Santísima Trinidad, no hallarán otro Juez que los dé por libres, ni
se han de ver jamás lejos de aquellas infernales penas.
Y aquellas fieras con sus uñas y sus dientes los mordían y despedazaban.
Vi ferocísimos demonios que con unas lenguas muy disformes sacadas, causaban gran temor y espanto y con ellas herían
y lastimaban a los dañados y toda aquella maldita canalla hacía una desventurada música muy confusa.
Los condenados con grandes gemidos se quejaban y lamentaban su suerte desventurada, llorando amargamente, no con
contrición, que allí no puede haber cosa buena, sino con rabiosa desesperación, viéndose en tan terribles penas conseguidas con
sus malas obras.
Las fieras daban bramidos, los demonios aullaban y los silbidos de dragones y serpientes ayudaban a entonar esta desdicha-
da y triste música.
Vi allí grandes tempestades, grandes vientos, grandes torbellinos y borrascas, muchos truenos, y relámpagos que arrojaban
espantosos rayos, los cuales caían en los condenados y parecía que los destrozaban y hacían pedazos, mas no los consumían,
porque su mal no tiene fin.
Había horripilantes ruidos de las aguas y grandes torres de piedra y granizo y montes de nieve y heladas y muchos ríos y
estanques de cieno y muchos lagos de agua embalsada y unos peñascos de gran altura de piedra azufre y por ellos subían y
bajaban gran cantidad de malas sabandijas.
Los castillos y fortalezas y murallas de este desdichado lugar son de terrible fuego infernal y en ellos puestos muchos
demonios como de guardia.
Había terribles nieblas y oscuridad y un humo excesivo que me privaba y causaba gran tormento y fatiga.
Están las desventuradas almas entregadas a los demonios, oprimidísimas, como alevosas en tal cárcel y prisiones, están
confundidas y espantables con terrible fealdad; están desnudas, muy avergonzadas y confusas, teniendo las bocas abiertas y
sacadas las lenguas y con grandes ansias, despechos y desesperación están diciendo a gritos sus maldades manifestando a las
claras sus pecados, los cuales acá callaron; la mayoría de las almas que están allí condenadas de los católicos lo están por malas
confesiones y ahora las desventuradas sin provecho vienen a publicar sus pecados.
Conócense todas y se ven y con los que aquí en esta vida terrenal tuvieron más amistad muestran allí mayores rabias.
Les viene su ansia acordarse de cuán breves se les pasó el gusto y deleite; que les fue causa del mal que al presente padecen: tan
terrible y sin fin.
Y allí desconfiadas de que tengan fin sus penas, dan con gran despecho alaridos, suspiros y muy grandes gemidos,
manifestadores de su daño y ellas mismas se consideran malditas y apartadas de Dios y están maldiciendo el momento y hora en
que fueron engendradas.
Y a toda la Santísima Trinidad, a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Encarnación y al Vientre Purísimo donde
anduvo, a su Vida, Pasión y Muerte y a su preciosísima Sangre, a todos los Santos, a los Cielos y a la Tierra y a todas las cosas
criadas.
Y de todo lo que he dicho están renegando y blasfemando; que me causó gran desconsuelo y pena y diómela muy grande
que se condenasen nuevas almas, tantas que vi como gran número de ellas no cesaban de caer, y como la piedra a su centro
bajaban a sus moradas y turbando todo el Infierno, se alborotaba de nuevo creciendo más los gemidos y aumentándose las penas
y haciendo alarde y reseña los condenados y los demonios; mezclados unos con otros, suelen recibir a las desdichadas almas,
que recién llegadas, van entrando en aquel cautiverio, llevándoles las insignias de los tormentos que han de tener.
A los magnates de este mundo, Reyes, Príncipes y Monarcas y todos los demás, que aquí fueron estimados, pero se han
condenado, los nombran por los mismos nombres que les daban las honras humanas en la tierra.
Pero en el Infierno los desprecian con grandes oprobios, e infamias, les escupen y los tienen sujetos, como a viles esclavos,
que, efectivamente, lo son, en ser de tal dueño: Satanás.
Los Pontífices y Obispos están puestos en tronos de fuego y allí están abatidas y despreciadas todas sus dignidades y
privilegios y en lugar de sus mitras tienen puestas caperuzas de burla y muy a menudo los metían y sacaban en calderas muy
hirviendo y en lagos de aguas sucias.
También los revolcaban en cieno y los entregaban a fieras venenosas y estos tales están más en lo profundo, porque fueron
los más levantados en dignidad.
Y allí ellos, como todos los que fueron religiosos y personas que por su estado eran más allegados a Nuestro Señor y por
sus pecados se apartaron y condenaron, están en esta mayor profundidad; que en ella vi de todas las Órdenes religiosas, y de
todas las más altas dignidades, que se están abrasando en aquellas llamas.
Y por las insignias que los tristes tienen se conocen cada uno claramente; y conforme fueron sus pecados, así son sus
tormentos.
Y cuanto uno fue más allegado a Dios, tanto mayores los tiene.
Y así vi los desobedientes que estaban sujetos a los demonios y delante de ellos se arrodillaban y les daban la obediencia forzada
y violentamente.
Vi a los deshonestos, que son tantos que espanta su número, que estaban en sillas de fuego, y en ellas los atormentaban los
demonios terriblemente, despedazando sus carnes con garfios y uñas de hierro y más fuertemente con tenazas ardiendo despeda-
zan y arrancan aquellas partes adonde fueron culpados y los diablos los atormentan también muy especialmente por sus
deshonestidades, aumentando los tormentos, conforme a los pecados, que les es gran Infierno.
También vi en estos lugares más profundos anacoretas, que como no se aprovecharon de sus yermos y desiertos, antes con
soberbia e hipocresía, atribuyéndose a sí lo que sólo a Dios se ha de atribuir y dar toda gloria, ganaron el estar en lo más
profundo, como aquéllos que teniendo más ocasión y comodidad para salvarse, por sus culpas perdieron a Dios y con su
Majestad todos los bienes, haciéndose herederos de todos los males.
Vi a los usureros y apóstatas puestos con grillos y cadenas y tirando atrás y delante los demonios, los maltrataban y azotaban
con gran crueldad, y con esposas en las manos los metían en calabozos y cepos.
Vi también que tenían los usureros en el pecho muchas bolsas y gusanos, que les estaban royendo las entrañas.
Y a otros vi que los metían los demonios en sepulturas estrechas en lo más profundo y a unos cubrían del todo y a otros
hasta la garganta y con grandes angustias y gemidos decían dónde estaban y las penas que allí padecían.
En lo más hondo de este mar profundo del Infierno vi dos desdichados que lo fueron mucho: un fraile y una monja que lo
habían sido de cierta Orden, ya que su pecado y daño habían hecho vana su profesión en dicha Orden y deshecho sus votos, los
cuales no sólo no les aprovechaba, sino que eran causa de su mayor Infierno, por justo juicio de Nuestro Señor.
Y allí estaban en terribles penas, publicando a gritos los delitos por los que habían sido condenados: por desobediencia,
envidia y pecados sexuales.
Estaban desnudos y con toda la desventura que pensar se puede y mucho más.
Y por haber sido el fraile sacerdote tenía más penas y estaba más hondo; por haberlos yo acá en su vida conocido y ni más
ni menos entonces en tan triste lugar y estado, fue causa que de verme mostrasen más vergüenza y confusión y ansias, con tan gran
rabia y furia que me mostraron, que parecía que tenían deseos de despedazarme.
Y a mí de verlos en tan gran desventura me dio gran aflicción y pena.
En este profundo lugar vi también a Lucifer y Judas que tenían terrible Infierno. A Lucifer vi que estaba en un trono infernal,
algo alto, sentado en silla de fuego y le están dando la obediencia las almas de los que se desesperan, las cuales en pena y castigo
de sus pecados vi que también hacían oficio de demonios, atormentando a otras almas con gran infierno suyo.
Vi a los avarientos y glotones y personas que habían sido muy regaladas para consigo mismos que padecían suma miseria y
que estaban puestos en camas y lechos de abrojos y de sabandijas y de víboras que los estaban picando; y por todas sus
coyunturas y miembros vi que los estaban reventando y saliendo los manjares que acá tanto habían estimado y deleitado con
vicioso gusto.
Vi a los sodomíticos con espantosos tormentos: uno de esos horribles tormentos era que los diablos y fieras más horribles
los torturaban especialmente.
Vi que estaban los envidiosos despedazándose y comiéndose, y parece que de cuantos tormentos tienen y padecen no se
hartan teniendo así en su punto la envidia rabiosa.
Hay muchos géneros de tormentos: unos están colgados de los pies y por las narices les están dando terrible humareda.
A otros cruelmente les están echando aceite hirviendo.
A otros vi crucificados en equis.
A otros los ahorcaban.
A otros los echaban en muy oscuras mazmorras, atados de pies y manos y con argollas en las gargantas.
Y todos a voces publicaban sus maldades y viendo su daño, con desesperación están continuamente lamentándose sin fin,
sin fin.
Y allí tiene la justicia su gobierno de aquel Juez, cuyo Ser es de eternidad.
Tiene bien justificada su causa con prueba, no sólo de que no alcanzó la cuenta a los recibos, sino de sus grandes maldades
que allí se leen claros sus delitos y más de los desventurados que fueron frailes o monjas, los cuales están renegando de los votos
que hicieron por no cumplirlos; les causa más infierno y también les aumentan sus alaridos, la hipocresía y las leyes que tuvieron y
su dañado y vano intento.
Desdichada suerte, pues en el Infierno es nula la redención.
Cuanto he dicho en este caso me parece todo nada, en comparación de lo que ví, que no me es posible explicarlo, como lo
siente mi alma.”
Hasta aquí la revelación de la Venerable Ana de San Agustín. Fueron tan extraordinarias estas visiones que le causaron
hondas repercusiones. No sólo los sintió en el alma, sino también en el cuerpo; pues, desde que tuvo esta visión, perdió del todo
la salud. El color que le quedó en el rostro era más de cadáver que de persona. Por mucho tiempo se olvidaba de comer, y si las
religiosas no cuidaban de que lo hiciese, se quedaba sin tomar el preciso sustento para conservar la vida. Antes que le sucediera
este caso era naturalmente alegre con modestia, y con la alegría espiritual de su corazón que a ésto se juntaba, era la alegría de la
tristeza de todas.
Pero, después de esta visión, hizo tal mudanza que pocas veces rió, y si alguna vez lo hizo, más fue disimular cuidados que
explicar alegrías.
A veces se le estremecían los hombros y daba temblores, avivados de la imaginación.
Otras iba andando y se detenía muy asustada, pareciendo que se abría la tierra y en el centro de ella veía aquel piélago de
miserias.
Estaba muchos ratos como suspensa y espantada; porque era tal la vehemencia de la imaginación que de ésto tenía, que le
robaba la atención toda el alma.
El hablar era muy poco, y como sus charlas eran cosas de espíritu, mezclaba en ellas casi siempre cosas de las que en el Infierno
pasan. El sueño era muy breve, nacida esta falta de ese cuidado. Lo que comía no le daba gusto, ni aún le servía de sustento.
Todas cuantas cosas oía, o miraba de esta vida, le causaban desprecio, ora fuesen de gusto, ora de pena, cotejando la
duración limitada de uno y otro con la eternidad que en la otra le corresponde.
Afligíase mortalmente de ver cuán olvidados andan los hombres en este mundo de este peligro, qué ciegos en sus apetitos,
caminando por sus pasos al término que no lo ha de tener en las penas.
Movida de este celo, deseaba dar a entender a todos lo que en la otra vida se pasa, para enmienda de las suyas.
Y siendo su natural encogimiento tan grande, dijo que después que vio las cosas referidas, quisiera salir por el mundo vestida
de un saco penitente y cubierta de ceniza, a publicar por las plazas y poblaciones de él el engaño en que se vive y los males que
amenazan. Ya que ésto no le fue permitido, refirió a su confesor los prodigios que había visto, para que en cumplimiento del
mandato de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, se lo avisase a los prelados, y de ellos dimanase la noticia a los demás.
La Venerable Madre experimentó con esta visita al Infierno tan grandes frutos que fue uno de los singulares favores que del
Señor recibió para conservarse en humildad y temor. El cual era tan continuo, que asegura que era muy raro el instante que le
faltase este temor, avivado de la vehemencia de la imaginación que Dios en su alma ponía aquella pena.
Lo cual restaba tanto las fuerzas del natural, que juzgó ella misma serle imposible el vivir, si Dios con particular providencia
no le conservaba la vida.
Estos efectos no los experimentó por algún breve término de días, sino por muchos años.
Después la Venerable Ana de San Agustín fue acompañada a visitar el Paraíso, para compensar los horribles tormentos del
Infierno que había visto.
“Bajen los hombres mientras vivan, dice San Bernardo, con la consideración al Infierno, para que no bajen con la realidad
después de muertos. Suban, frecuentemente con la contemplación al Cielo, para que merezcan después de esta vida subir con
alma y cuerpo ”
Si subieses al Cielo a menudo por una escala, perderás el amor a todo lo terreno, y comenzando a desear los bienes eternos,
te alentarás a trabajar para conseguirlos.
Si bajares por otra escala al Infierno, te llenarás de horror y espanto, por el peligro en que vives de caer en él. Y concebirás
un odio mortal y entrañable contra todo pecado, que es el único que te puede precipitar en aquellas penas eternas.
Advierte, pues, el peligro en que vives, y mira que son inevitables estos dos extremos, Cielo o Infierno, que te aguardan
después de esta vida.
Sábete que después de tu muerte te ha de tocar infaliblemente una de estas dos suertes: o has de reinar con Cristo para
siempre en la Gloria: ¡qué dicha, qué felicidad, qué consuelo!. O has de arder con los demonios en el Infierno, ¡qué infelicidad,
qué desdicha, qué desconsuelo!.
Estos dos extremos te aguardan, ¡ y tú duermes! No sabes qué suerte te cabrá, ¡y tú ríes y te alegras sobre la tierra!. Vives
entre innumerables peligros de perder a Dios para siempre, y vives confiado, como si el Infierno no existiera. ¡Vives rodeado de
enemigos, que a todas horas procuran tu eterna ruina y tú no temes! ¡Oh insensibilidad! ¡Oh locura!.
San Pablo, como testigo de vista, que fue llevado al Cielo y vio los gozos de aquella Patria feliz, nos asegura que no cabe en la
capacidad humana la comprensión de aquella eterna felicidad, porque ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni cabe en corazón humano la
grandeza de los premios, que ha preparado Dios para los que le aman. Pues ¡qué diremos ahora de los castigos que ha preparado
Dios, por el contrario, para los que le ofenden y agravian!
Así diremos que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni cabe en la capacidad del entendimiento humano la acerbidad de tormentos que
preparó Dios para castigo de los pecadores rebeldes.
Reflexiona qué grande es el pecado de los cristianos que ofenden a Dios después de conocerlo, qué peligrosa ruina les
amenaza, qué terrible juicio les espera, qué inextinguible fuego se les prepara.
¡Qué inexplicables serán los tormentos que están aparejados para los cristianos que pisan y ultrajan la Sangre del Hijo de
Dios, después de un beneficio tan portentoso como el de la Redención!
Vicente de Beauvais, en el libro 25 de su Historia, refiere el hecho siguiente, ocurrido en el año 1090. Dos jóvenes libertinos,
no se sabe si de veras o por pasatiempo, hicieron la siguiente promesa: el que primero de ellos muriese, vendría a decir al otro lo
que le pasaba.
Murió uno de ellos y permitió Dios que se le apareciese a su compañero... Estaba en un estado horrible y, al parecer,
embargado de un padecimiento tan terrible, que a modo de ardentísima fiebre lo inundaba de copioso sudor. Se enjugó la frente
con su mano, y dejó caer una gota de sudor sobre el brazo de su amigo, diciéndole:
- He aquí cómo es el sudor del Infierno; llevarás la señal hasta tu muerte.
Y así fue; aquel sudor infernal le quemó el brazo, penetrándole hasta el hueso con dolores inauditos.
Muy provechosa le fue esta lección tan tremenda, puesto que le sirvió para retirarse del mundo y hacerse religioso.
La sola visión de un alma que es precipitada al Infierno basta para causar una pena indescriptible. Santa Margarita María de
Alacoque, según se lee en su Vida, vio aparecérsele una de sus hermanas en religión, muerta recientemente, implorando sus
oraciones y sufragios, porque sufría en el Purgatorio tormentos atroces.
-Mira- le dijo- mira el lecho en que me acuesto y en donde padezco indecible dolor.
- Yo vi aquel lecho- dice la Santa- y aún me estremezco al pensarlo; estaba erizado de agudas puntas que le traspasaban las
carnes. La aparición me dijo que padecía aquel tormento por la pereza y negligencia en la observancia de las Reglas de la Orden.
Pero no es ésto todo- continuó diciéndome- el corazón me es lacerado en castigo a mis murmuraciones contra mis superiores, y
mi lengua es roída de gusanos por las palabras que he proferido contra la caridad y por mis faltas de silencio, pero todo ésto es
bien poco en comparación de otra pena que Dios me ha hecho sentir, la cual, aún cuando me ha durado poco, la hubiera cambiado
por todos los demás padecimientos: Dios me ha hecho ver a uno de mis parientes más cercanos, muerto en pecado mortal,
condenado por el Supremo Juez a ser precipitado para siempre en el Infierno. Esta vista me causó tal pena, tal espanto, que no hay
palabras para expresarlo.
Si tales efectos producen la sóla vista de las penas infernales ¿qué no será el padecerlas?.
El fuego del Infierno es un fuego real, un fuego que quema, como el de la tierra; pero mucho más activo. La Sagrada Escritura
no se limita a designarlo con el propio nombre de fuego, sino que lo llama más, lo llama “ quintaesencia” del fuego “ in spiritus
ardore ”...
Nicolás de Niza, hablando del fuego del Infierno, dice que nada hay en la tierra que sirva para dar una ligerísima idea de él. “Si
se cortasen, dice, todos los árboles de todo el mundo, y se formasen con ellos una inmensa hoguera, este incendio terrible no
igualaría, ni con mucho, al del Infierno.
En la vida de Santa Liduvina se refiere que esta Santa vio en éxtasis un abismo cuyo borde estaba lleno de flores, pero al acercarse
se llenó de terror y espanto: salía del fondo un ruido indescriptible compuesto de gritos, blasfemias, rechinamientos de dientes y
golpes... Su ángel custodio le dijo que aquella era la morada de los condenados, cuyos suplicios quería enseñarle.
-¡Ah!- respondió ella- no podría resistir esta vista, pues sólo el estrépito de esas voces desesperadas me causan un terror
insufrible.
Pensad cómo estarán los condenados en el Infierno, que es el lodazal infecto del mundo y la gran cloaca de las inmundicias
morales de toda la Humanidad. Allí se encuentran reunidas la impureza, la intemperancia, la blasfemia, el orgullo, la injusticia, la
avaricia y todos los vicios que son la podredumbre del alma; allí a cada inmundicia moral se une una infección del cuerpo mucho
más insoportable que cuanta fetidez y malos olores pueden exhalar los vaciaderos y los cadáveres. “ Si el cuerpo de un condena-
do, dice San Buenaventura, apareciese sobre la tierra, bastaría él sólo para infectarla, hasta tal punto que sería inhabitable, como
sucede cuando se deja muchos días insepulto un cadáver ”...
Cuenta Sulpicio Severo, en la Vida de San Martín de Tours, que hacia el fin de su vida fue tentado por el diablo bajo una forma
visible. El espíritu de mentira se le presentó con la magnificencia de un rey, con una corona de oro en la cabeza, diciéndole:
- Soy el rey de la Gloria, Cristo Hijo de Dios.
El Santo Obispo no dejó de reconocer al tentador bajo aquella fastuosidad, y no le hacía el menor caso. Viéndose Satanás
confundido, desapareció pero se vengó dejando la estancia llena de un olor tan fétido, tan nauseabundo, que no se podía permane-
cer en ella.
Los Padres de la Compañía de Jesús habían establecido, viviendo aún San Ignacio, una residencia cerca del Santuario de Nuestra
Señora de Loreto: el diablo, rabioso de los beneficios que hacían a las almas, les declaró la guerra, y Dios permitió que fuesen
atormentados con apariciones visibles. Toda la casa fue invadida por el espíritu maligno, que unas veces asustaba a los religiosos
y otras intentaba seducirlos con promesas halagadoras si volvían al mundo y dejaban el hábito. Uno de estos espíritus infernales,
obligado por uno de los Padres a abandonar su habitación, se le apareció diciendo:
- No te gustan mis consejos, pues a ver si te gusta mi aliento...
Y diciendo esto abrió una boca horrible y exhaló un olor tan fétido, tan repugnante, que el Padre estuvo a punto de morir
asfixiado. La habitación, infectada de aquella manera, no pudo ser habitada en mucho tiempo.
Otro de los tormentos del Infierno es la compañía horrible que harán al alma los diablos y los demás condenados. Allí estarán los
desgraciados pecadores que, en lugar de apartarse del camino de perdición, siguen en él diciendo neciamente:
-¡Bah, en el Infierno no estaré sólo!...
¡Terrible consuelo! Semejante al del presidiario condenado a llevar consigo el grillete de su crimen. Aún se comprende que el
presidiario encuentre algún consuelo en la vista de los demás; ¡pero qué diferencia en el Infierno, donde los condenados se
martirizan unos a otros!. “Allí dentro - dice Santo Tomás - los compañeros de los réprobos, no sólo no se compadecerán de la
condición de los otros, sino que, por el contrario, la harán más insoportable”. La amistad y el parentesco cambian de color, y la
que fue más estrecha amistad sobre la tierra será más intolerable odio en el Infierno, de manera que se deseará mejor la compañía
de los tigres y de los leones que la de su propio padre, hermanos y amigos.
Santa Teresa refiere que, estando un día arrebatada en espíritu, Nuestro Señor se dignó asegurarle su eterna salvación, si continua-
ba sirviéndolo y amándolo como lo hacía; y para aumentar en su fiel sierva el temor del pecado y de los terribles castigos que trae,
quiso dejarle entrever el lugar que habría ocupado en el Infierno, si hubiese continuado en sus inclinaciones al mundo, a la vanidad
y al placer.
«Estando un día en oración, dice, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí
que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en
brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible poder olvidárseme. Parecíame la entrada a manera
de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y obscuro y angosto. El suelo me parecía de una agua como lodo
muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera
de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era delicioso a la vista en comparacion de lo que allí sentí: esto
que he dicho va mal encarecido.
Esto otro me parece que aun principio de encarecerse cómo es; no lo puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el
alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que por
haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden pasar, porque fue encogérseme
todos los nervios, cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aún algunos, como he dicho, causados
del demonio, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver de que había de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es,
pues, nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible, y con tan desespe-
rado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer; porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco;
porque ahí parece que todo os acaba la vida, mas aquí el alma mesma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo
encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quien me los daba,
mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor. Estando en tan
pestilencial lugar tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en este como
agujero hecho en la pared, porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mesmas, y todo ahoga: no hay luz,
sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo
se ve. No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno, después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos
vicios el castigo: cuanto a la vista muy más espantosas me parecieron; Mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor,
que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo
estuviera padeciendo. Yo no sé como ello fue, más bien entendí ser gran merced, y que quiso el Señor que yo viese por vista de
ojos de dónde me había librado su misericordia; porque no es nada oírlo decir, ni haber ya otras veces pensado diferentes
tormentos, aunque pocas (que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos
que he leído, no es nada con esta pena, porque es otra cosa: en fin, como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco
en comparación de este fuego de allá. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es
ansí, que me parece el calor natural me falta de temor, aquí donde estoy; y ansí no me acuerdo vez, que tenga trabajo ni dolores,
que no me parezca nonada todo lo que acá se puede pasar; y ansí me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno
a decir, que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho; porque me ha aprovechado muy mucho; ansí para perder
el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor, que me
libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.
Después acá, como digo, todo me parece fácil, en comparación de un momento que se ha de sufrir lo que yo en él allí padecí.
Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros, adonde se da algo a entender de las penas del infirno, cómo no las temía,
ni tenía en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? Seáis
bendito, Dios mío, por siempre, y como se ha parecido que me queríades. Vos mucho más a mí, que yo me quiero. ¡Qué de
veces, Señor, me libraste de cárcel tan temerosa, y cómo me tornaba yo a metr en ella contra vuestra voluntad! De aquí también
gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan, de estos luteranos en especial (porque eran yo por el
bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetud grandes de aprovechar almas, que me parece cierto a mí, que por librar una sola
de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana».
“En el abismo eterno- dice también Santa Teresa de Jesús en el capítulo 32 de su Vida- no hay luz alguna, sino las más oscuras
tinieblas. Y, sin embargo, ¡oh misterio! Allí se ve cuanto hay de más penoso a la vista. Entre los objetos que atormentarán los ojos
de los réprobos, será el más horrible la vista de los diablos en toda su monstruosidad.»
¡Supla la fe en cada uno de nosotros la visión, y que el pensamiento de las «tinieblas exteriores», donde serán echados los
condenados como basura y escoria de la tentación, nos detenga en las tentaciones y haga de nosotros verdaderos hijos de la luz!
Un santo sacerdote, mientras exorcizaba a un poseído por el diablo, preguntó al demonio qué penas sufría en el Infierno.
- Un fuego eterno- respondió- una maldición eterna, una rabia eterna y una cruel desesperación de no poder ver jamás a Aquél que
me ha creado.
-¿Qué harías tú, si se te concediese ver a Dios?
- Por verlo- aunque fuera un sólo instante, sufriría gustoso más tormentos por espacio de diez mil años... pero vana idea, yo
sufriré siempre y no lo veré jamás.
San Juan Damasceno refiere, en la “Vida de San Josafat” que este joven príncipe, encontrándose un día asaltado por violentas
tentaciones, rogó al Señor con muchas lágrimas que lo librase de ellas. Su oración fue atendida, de repente se vió, en espíritu,
conducido a un lugar muy oscuro, lleno de terror, de confusión y de espectros espantosos. Había allí un estanque de azufre y
fuego, en el cual innumerables desgraciados estaban sumergidos presos de llamas devoradoras. En medio de los lamentos y de
los gritos de desesperación que se escuchaban por todas partes oyó una voz celestial que profirió las siguientes palabras:
- Éste es el sitio en donde se castiga el pecado, en donde se cambia el placer ilícito de un momento en una eternidad de penas.
Esta visión, lo llenó de nuevas fuerzas y le hizo salir triunfante de todos los asaltos del infernal enemigo.
“El dolor más vivo que siente el réprobo- dice Santo Tomás - es el pesar de haberse perdido por una tontería, mientras tan fácil le
hubiera sido hacerse eternamente feliz.”
Cuenta el P. Nieremberg de un siervo de Dios que, encontrándose en una soledad donde nadie jamás había puesto el pie, oyó
gemidos lastimeros, que sólo podían proceder de una causa sobrenatural. Preguntó, pues, de dónde venían aquellos gemidos y
qué es lo que significaban... Una voz mezclada con llanto, le respondió:
- Somos réprobos y lloramos en el Infierno el tiempo perdido: aquel tiempo precioso que hemos consumido sobre la tierra en
vanidades e infamias. ¡Una hora sola nos hubiera bastado para alcanzar lo que para toda una eternidad hemos perdido!.
La palabra “odio” tapiza sin límites todo el antro del Infierno; ruge en aquellas llamas; brama en las voces de los demonios; solloza
y ladra en los lamentos de los condenados, suena, suena, como una eterna campana a rebato, retumba como una eterna bocina de
muerte; .llena de sí los rincones todos de aquella cárcel: es de por sí, tormento, ya que, a cada sonido, renueva el recuerdo del
Amor perdido para siempre, el remordimiento de haber consentido en su pérdida y la rabia de nunca más volverlo a ver .
Jesús, en una de sus muchas revelaciones a Santos y Santas, dijo: “¡Oh, no podéis imaginar qué cosa es el Infierno!. Tomad
todo cuanto es tormento en la tierra para el hombre: fuego, llama, hielo, aguas torrenciales, hambre, sueño, sed, heridas, enferme-
dades, llagas, muerte; haced una suma única de todo ello y después multiplicadla millones de veces. Tan sólo tendréis una sombra
de aquella tremenda realidad.
No es éste un lenguaje metafórico, pues Dios puede hacer que las almas, gravadas con las culpas cometidas, tengan la sensibilidad
de la carne antes de que ésta la revista. Vosotros no lo creéis ni lo sabéis. Pero, en verdad os digo que sería mejor para vosotros
sufrir todos los tormentos de mis mártires que no una hora de torturas infernales.”
Otro tormento será la oscuridad. Oscuridad material y oscuridad espiritual.¡Tener que estar siempre entre tinieblas después de
haber visto la luz del Paraíso y tener que estar abrazado a la tiniebla tras haber visto la luz que es de Dios! ¡Debatirse en ese horror
tenebroso en el que únicamente se ilumina, con el reverbero del espíritu en llamas, el nombre del pecado que les hundió en tal
horror! ¡No encontrar otra salida en aquel hervir de espíritus que se odian y maltratan mutuamente sino la desesperación que los
vuelve locos y cada vez más malditos! ¡Nutrirse de ella, mantenerse en ella y meterse en ella! Está dicho: la muerte será el alimento
de la muerte ”...
A Vassula, vidente ortodoxa (que predica la unión entre católicos y ortodoxos), Jesús le dijo en cierta ocasión:
- Hoy me seguirás al dominio oscuro de mi adversario, para que veas cómo sufren estas almas que han renegado de Mí-
Ya en el Infierno, y en el Purgatorio, en el lugar más cerca del Infierno, Vassula le preguntó a Jesús:
- Jesús, ¿ ellas están perdidas para siempre?.
- Las que están en el Infierno sí, las otras en el Purgatorio, también las que se encuentran en las puertas del Infierno, son salvadas
por Mí, con la ayuda de las almas que hacen reparación y penitencia. No tengas miedo porque mi Luz te protege y Yo estoy
contigo.
- Me encontré- habla Vassula- debajo de la tierra. Esta parecía una caverna subterránea, oscura, iluminada únicamente por un
fuego. Estaba sumido, y los pies se pegaban al suelo, debido a una especie de lodo pútrido. Vi bastantes almas puestas en fila,
estaban atadas y solamente sus cabezas podían verse: caras de agonía, había un gran estrépito, como ruidos de máquinas
trabajando mezclado a una cantidad de vociferaciones, martillazos y chillidos que lastimaban. Delante de estas cabezas, alguien se
mantenía en pie con la mano estirada y llena de lava con la que las manchaba, de izquierda a derecha. Las caras estaban hinchadas
por las quemaduras. Comprendí que este personaje era Satanás que de repente observó nuestra presencia. Daba vueltas gritando:
-¡Miren ésto!
Escupió al suelo con asco y furor.
- Miserables gusanos, miren ésto, en nuestros días tenemos que tener aquí unos gusanos que nos vienen a chupar la sangre. Vete
a la...
Y añadió:
-¡Oh, déjanos morir!
Y Satanás, que tenía todo el aspecto de un loco enfurecido de rabia, gritó:
-¡Criaturas de la tierra, escúchenme. ¡Ustedes vendrán a mí!.
Pensé simplemente que a pesar de sus amenazas estaba loco imaginándose que al final él iba a ganar. Seguramente pudo leer mi
pensamiento, ya que con desprecio y muy amenazador, dijo:
-¡Yo no estoy loco!...
Entonces con malvada risa se volvió hacia las almas y les dijo en una forma irónica:
-¿Habéis entendido. Ella me ha llamado loco.
Y sarcásticamente continuó:
- Mis queridas y amadas almas, yo os haré pagar estas palabras.
Y diciendo así, quiso agarrar lava, entonces me volví para mirar a Jesús y pedirle que hiciera algo para detenerlo. Jesús me
contestó:
- Yo lo detendré.
Y en el instante en que Satanás levantó el brazo para lanzar la lava, su brazo comenzó a dolerle y no pudo. Él gritó por el dolor,
injuriando a Jesús, y luego a mí:
-¡Bruja, vete! ¡Sí, vete y déjanos!...
En la última parte del Purgatorio, cerca de las puertas del infierno, escuché voces de almas que gritaban:
-¡Salvadnos! ¡Salvadnos!...
Enseguida alguien se acercó, uno de los suyos, y Satanás le preguntó a éste.
-¿Estás en tu trabajo? ¿Estás haciendo lo que te encargué? ¡Lástima, destruye, desanima!
Yo sabía que Satanás con eso se refería a mí. Quería que su esbirro me desanimara para encontrar a Jesús, inspirándome palabras
falsas, o destruyendo el mensaje que yo predico. Le pregunté a Jesús si ya podíamos irnos. Él dijo:
- Ven, vamos. Quiero que pongas todo eso por escrito. Yo te dictaré. Quédate a mi lado, quiero que mis hijos entiendan que sus
almas existen y que el diablo es una realidad. Todo lo que está escrito en mis Sagradas Escrituras no es un mito. Satanás existe y
busca adueñarse de vuestras almas. Yo sufro viendo que estáis adormecidos e ignorantes de su existencia. Yo vengo para daros
advertencias, para daros señales, pero ¡cuántos de vosotros van a ver mis advertencias como cuentos de hadas! Yo soy vuestro
Salvador, no neguéis mi Palabra, volved a Mí, y haced caso a las angustias del amor que tengo por vosotros. ¿Por qué, por qué
vosotros sois tan solícitos para echaros a los pies de Satanás? ¡Oh, regresad! Vosotros que no creéis en Mí, ¡regresad vosotros
que me habéis olvidado! Venid y ved, porque ahora es el momento de escuchar. Todos vosotros que herís mi alma levantáos,
animaos, volved a mirar la Luz. No tengáis miedo de vuestros pecados. Yo os he perdonado, tomaré vuestros pecados y mi
Sangre los lavará. Disculparé vuestras debilidades y os perdonaré. Venid para absorber el rocío de la virtud, que reconstruirá
vuestras almas las cuales van derechas a la perdición. Os vengo a buscar, yo voy a buscar a mis ovejas perdidas, Yo soy el Buen
Pastor, ¿os veré perdidos y me quedaré indiferente?...
La fealdad del diablo y su mal olor serán, después de la no- visión de Dios, otro de los suplicios más horroros del Infierno.
Santa Faustina Kowalska dice: «¡Que horrible y espantoso es Satanás! Pobres de las almas condenadas que tienen que sopotar su
compaía. ¡La sóla vista de él es más intoleable que todos los tormentos del Infierno! Esta Santa vio el Infienro y cuenta:
«Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del Infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y
extenso es! Los tipos de torturas que vi: la primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno
remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la cuarta es el fuego que penetra el alma sin
destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios; la quinta
tortura es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condena-
dos se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima
es la horrible desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias. Éstas son las torturas sufridas por
todos los condenado juntos, pero ése no es el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas
particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con
la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante
la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. Estoy escribiendo
esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha
estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del
infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he
recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme
por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas
que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán
terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico
continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos.
¡Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el menor
de los pecados!».
Dice Santa Catalina de Siena de una visión que tuvo: “ Mi alma se halló en un mundo desconocido y vio y comprendió la gloria
de los justos y el castigo de los pecadores, pero las palabras son incapaces de expresar estas cosas. Diré, no obstante, lo que
pueda. Vi la divina esencia y por esto mismo sufro tanto de hallarme encadenada a mi cuerpo. Vi los tormentos del Infierno y
Purgatorio: no hay palabras que puedan ponderarlos. Si los pobres hombres tuvieran de ellos la más pequeña idea, preferirían mil
veces la muerte, antes que soportar la más ligera pena un solo día. Cuando mi alma contemplaba aquellas cosas, Jesús, a Quién
creía poseer para siempre, me dijo:
- Ya ves qué gloria pierden y qué suplicios sufren los que me ofenden. Vuelve, pues, a la vida y muéstrales sus extravíos y el
peligro que corren.”
En las revelaciones a María Valtorta, vidente italiana muerta en 1961, se le dice sobre el Infierno lo siguiente. “ Los condena-
dos serán la perfección del Mal y allá abajo, en el reino del Rebelde que no quiso doblegar su espíritu en adoración ante el
Perfectísimo pretendiendo ser dios en el puesto de Dios, serán un testimonio del poder de Aquél a Quien él quiso tratar como a un
igual y de lo que puede como Creador y como Juez hacer de la nada, no sólo vivientes sino eternos, no sólo animales sino dotados
de espíritu y juzgarlos con todo lo que son, dando a este todo que fue rebelde lo que mereció y manteniéndolos vivos por los
siglos de los siglos, mientras que todo lo que fue creado conocerá la muerte, y teniéndolos apartados en el reino que ellos
libremente para sí eligieron.
Como tú misma ves, la primera Epifanía del Creador Padre permanecerá, aún más allá del tiempo, en esos dos Reinos que no
conocerán término: el Paraíso y el Infierno, para recordar siempre a cada uno, según sea su condición, que Dios existe y que se
manifestó como tal desde el primer día creativo. Recuerdo luminoso y feliz para los ciudadanos del Cielo y recuerdo de castigo
par los del Infierno; mas para ambos, incancelable aún después de que todo haya sido cancelado, a excepción de ambos reinos ”.
Los videntes de Medjugorje, Vicka Ivankovix y Jakov Colo, narran cómo la Virgen los transportó corporalmente a lugares
eternos. Vicka dijo:
- La Santísima Virgen se nos apareció y nos tomó de la mano para llevarnos a visitar el Cielo, el Purgatorio y el Infierno. No
se trataba de un sueño, porque nosotros desaparecimos de verdad durante veinte minutos tal como lo confirmó la madre de
Jakov. En medio del Infierno había un piélago de fuego, como un océano en llamas. Podíamos ver a la gente antes de caer al fuego
y luego saliendo del fuego. Antes de entrar en el fuego parecían personas normales. Cuanto más contravinieron a la voluntad de
Dios más profundamente entraban en el fuego y cuanto más se hundían más blasfemaban contra Él. Cuando salían del fuego
habían perdido ya la figura de un ser humano; más parecían animales grotescos como no se han visto nunca sobre la tierra .
Eran las personas que habían renegado de Dios hasta llegar a odiarlo. Se sumergían en el fuego desnudos y emergían con la
piel horriblemente carbonizada.
Otra de las videntes, Marija Pavloovic, vio que una hermosa joven se sumergía en las llamas. Cuando salió ya era una bestia,
sin ninguna apariencia humana...
Hay una necesidad apremiante de orar por los no creyentes que corren el riesgo de caer en aquel océano de fuego.
Los condenados se mesarán los cabellos, el hermano suplicará a sus hermanos, y maldecirán su pasado sin Dios. Sentirán el
arrepentimiento, pero ya será demasiado tarde...
He aquí la razón por la cual la Virgen se manifiesta con tanta frecuencia por todo el mundo: la conversión de los pecadores
para que no vayan al Infierno.
Cristina, a quien al igual que a los videntes de Fátima, Kibeho y Medjugorje se le concedió dar una mirada al Purgatorio y al
Infierno, indicaba que lo más importante era proteger la eternidad feliz del alma. Vio el Infierno como un lugar de llamas y más
llamas, fuego por todas partes y los cuerpos nadando en él. Eran muy negros, y parecía como que las llamas se hacían tan
enormes que se podía apreciar su vigor. Jesús habló y dijo.
- Este es el abismo del pecado, el lugar para todos aquéllos que no aman a mi Padre.
Yo pude mirar abajo y más abajo. Miles de condenados. Y todos sin esperanza.
Las oraciones son innecesarias a los condenados, allí ya no se puede merecer y no se puede salir jamás.
En cierta ocasión murió en duelo un hombre que le importaba poco Dios y la otra vida.
Santa María de Oignies, siempre dispuesta a ayudar al prójimo necesitado, se puso inmediatamente en oración para auxiliar al
alma de aquel desgraciado. Entonces Jesús, en una visión le dijo:
- Hija mía; no ruegues por él, que está en el Infierno...
Sor Josefa Menéndez visitó muchas veces el Infierno, y entre algunas revelaciones sobre aquel antro de sufrimientos y
desesperación eterna cuenta:
«Una de estas almas condenadas gritaba:
- Ese es mi tormento... ¡quiero amar y no puedo! Ya no me queda más que odio y desesperación. Si alguno de los que estamos aquí
pudiera decir una sola vez que ama... ¡ésto no sería Infierno!...¡Pero no podemos!...¡ Nuestro alimento es odiar y aborrecer!...
Otro infeliz exclamaba:
- El mayor tormento que aquí se padece es no poder amar a Aquél que nos vemos forzados a odiar. El hambre de amar nos
consume, ¡pero ya es tarde!...
- He visto - habla Sor Josefa- muchas personas del mundo que caían en este abismo, y no se puede explicar ni comprender el
rugido que dan al caer, y cómo enseguida empiezan a gritar de un modo que pone espanto:
-¡Maldición eterna!...¡Me he equivocado!, ¡Me he perdido!...¡Ya estoy aquí para siempre!... ¡Ya no hay remedio!...¡Maldita
sea...!, unos nombran aquí a tal persona, otros tal cosa... que es lo que les ha hecho condenarse...»
Sor Josefa fue llevada muchas veces al Infierno por los diablos, para hacerla sufrir... Dios lo permitía porque así expiaba sus
faltas, aumentaban sus méritos y conseguía la salvación de las almas. No obstante, todo estaba regulado por Dios, para que el
diablo no hiciera más de lo que estaba previsto por la Divina Providencia: después de estas purificaciones en el Infierno, Sor Josefa
volvía a sus quehaceres habituales en el convento. Cuenta así la sierva de Dios sobre los sufrimientos que allí se padecen:
“De repente me encontré en el infierno, pero no fui arrastrada como otras veces, sino precipitada, como si mi alma deseara
lanzarse y desaparecer de la vista de Dios para poder maldecirlo y odiarlo.
Mi alma se dejó caer en un abismo, del que no sé el fin porque es inmenso. Enseguida sentí cómo otras almas se regocijaban
viéndome caer en sus mismos tormentos. Ya ésto era martirio: oír aquellos gritos tan horribles. Pero creo que lo que no tiene
comparación con ningún dolor es la sed que se tiene de maldecir a Nuestro Señor; ¡cuanto más se maldice, más aumenta esa
sed!...He visto el Infierno lo mismo que otras veces; los corredores, los nichos, el fuego... He oído a las mismas almas que gritan
y blasfeman, pues no se ven los cuerpos aunque se siente el tormento como si estuvieran allí; pero las almas me reconocen.
Gritaban todas:
- ¡Ah! ¿Ya estás aquí? ¡Tú lo mismo que nosotras!. (eran religiosas condenadas...) Éramos libres de hacer los votos, pero
¡y ahora !... y maldecían sus votos.
Después me sentí ya en el agujero lleno de fuego, y muy apretada con planchas ardientes y como si clavasen en mi cuerpo
hierros y agujas encendidas ”.
Al llegar aquí Josefa describe los múltiples tormentos de los condenados miembro por miembro, pues ni uno sólo queda
sin castigo.
- Siento como si tiraran de la lengua, pero no la pueden arrancar, lo que causa un estremecimiento muy grande y dolor
espantoso. Los ojos parece que quieren salir de sus órbitas; creo que es por el fuego que los abrasan. No hay miembro que no
padezca un tormento terrible. No se puede mover un solo dedo para buscar alivio, ni cambiar de posición. El cuerpo se siente
como encogido y doblado. Los oídos padecen mucho con aquel griterío de confusión que no cesa ni un solo momento.
Aquel olor tan malo, que en el mundo no hay nada que se le parezca, asfixia y produce náuseas muy repugnantes; es como un
olor a carne podrida y quemada mezclado con pez y azufre... En fin, es un hedor que no se puede comparar a nada del mundo.
Todo lo he sentido como otras veces, y aunque es terrible el tormento no sería nada si el alma no sufriera. Pero sufre tanto
que no se puede explicar. Las otras veces que he bajado al Infierno, he sufrido mucho porque creía que había salido de la Or-
den y por eso me había condenado. Pero esta vez no. Estaba en el Infierno con un sello especial de religiosa, el de un alma que
ha conocido y amado mucho a Dios, y veía a otras almas también religiosas que tenían el mismo sello. No puedo explicar cómo
se conoce ésto, creo que es porque todos los condenados y los demonios las insultan de un modo especial. Muchos sacerdotes
también. Tampoco sé decir lo que es este sufrimiento, tan diferente de las otras veces, pues si el tormento de un alma del mun-
do (no religioso ni sacerdote) es terrible, no es nada al lado de un alma religiosa (sacerdote, religioso o religiosa). Sin cesar un
momento estas tres palabras: Pobreza, Castidad, Obediencia, están presentes al alma como un remordimiento tremendo.
¡Pobreza!...¡Eras libre y prometiste! ¿Por qué te procuraste este bienestar? ¿Por qué tomaste afición a este objeto si no
era tuyo? ¿Por qué distes al cuerpo esta comodidad? ¿Por qué tomabas esta libertad con que disponías de las cosas que eran
bienes de la Comunidad? ¿No sabías que no tenías derecho de propiedad, pues libremente habías renunciado a él? ¿Por qué
murmurabas cuando te faltaba alguna cosa o te parecía que te trataban menos bien que a las otras?...¿Por qué?...
¡Castidad! ¡Tú hiciste este voto libremente y con pleno conocimiento de lo que exigía... tú misma te obligaste... tú misma
lo quisiste... y después ¿con qué fidelidad lo has guardado? ...¿Por qué no elegiste otro estado que te permitiera ciertos goces y
deleites?
Y el alma respondía ella misma entre indecibles torturas:
- Sí, yo hice voto y era libre... ¡Podía no haberlo hecho, pero yo misma lo hice y era libre!...
No hay palabras que puedan expresar ese martirio y ese remordimiento unidos a los insultos de los otros condenados.
¡Obediencia! ¡Tú misma te obligaste a obedecer Tu Regla, a tus superiores y eras libre. ¿Por qué juzgabas lo que te orde-
naban? ¿Por qué te excusabas de tal obligación de la vida común?...Acuérdate de la suavidad de tu Regla. ¡Y no la has
querido!...¡Eras libre!.
El alma consagrada condenada recuerda sin cesar que había escogido a su Dios como Señor y que lo amaba sobre todas
las cosas... que por Él renunció a los placeres legítimos y a todo lo que más amaba en el mundo... que al principio de la vida
religiosa había gustado la dulzura, la fuerza y la pureza de este amor divino, y ahora por unas pasiones desordenadas tenía que
odiar eternamente a ese Dios que la había escogido para amarlo. Siente necesidad de odiarlo; es como una sed que la consu-
me... ¡ No hay un recuerdo que pueda darle el más ligero alivio!
Uno de los tormentos mayores que padece es una especie de vergüenza que la envuelve. Parece que todas las almas con-
denadas le gritan sin cesar estas palabras:
-¡Que nos hayamos perdido nosotros que no tuvimos los medios que tú, no es extraño!...¡Pero a ti!... ¿Qué te faltaba?...Tú
vivías en el Palacio del Rey... Tú has comido en la mesa de los escogidos...
- Todo esto que escribo- concluye Sor Josefa- no es sino una sombra al lado de lo que el alma sufre, pues no hay palabras que
puedan explicar semejante tormento.
María Valtorta, vidente italiana, recibió de Jesús las siguientes palabras sobre el Infierno:
- Los hombres de este tiempo ya no creen en la existencia del Infierno. Se han forjado un más allá de su gusto y tal, que resulta
menos atemorizante a sus conciencias merecedoras de gran castigo. Discípulos más o menos fieles del Espíritu del Mal, saben
que su conciencia retrocedería ante ciertos hechos delictivos si realmente creyeran en el Infierno tal como la Fe les enseña que
es. Saben que su conciencia, una vez hecho el mal, tornaría sobre sí misma y el remordimiento les llevaría a la conversión, el
miedo al arrepentimiento y con el arrepentimiento encontrarían el camino por el que volver a Mí.
Yo, Dios Uno y Trino, tengo dicho que lo que se halla destinado al Infierno permanece por toda la eternidad ya que de esa
muerte no se sale a nueva resurrección. Tengo dicho asimismo que aquel fuego es eterno y que a él serán echados todos los
operadores de escándalos e iniquidades. Ni creáis que ésto sea hasta el trance del fin del mundo. No, sino que, tras la imponen-
te revista, más cruel aún resultará aquella morada de llanto y de tormento, porque lo que al presente se les concede a sus hués-
pedes como infernal solaz suyo, el poder dañar a los vivientes y ver precipitarse en el abismo a nuevos condenados, ya no será
desde entonces y así la puerta del reino nefando de Satanás será remachada y enclavijada por mis ángeles para siempre, para
siempre, para siempre, un siempre cuyo número de años carece de número y respecto al cual, si los años vinieran a ser grani-
tos de arena de todos los océanos de la tierra, serían menos que un día de esta mi eternidad inconmensurable, hecha de luz y
de gloria en lo alto para los benditos y de tinieblas y horror para los malditos en lo profundo.
Te dije que el Purgatorio es fuego de amor y el Infierno fuego de rigor.
El Purgatorio es lugar en el que, pensando en Dios cuya Esencia brilló ante vosotros en el momento del juicio particular llenándoos
del deseo de poseerlo, expiáis las faltas de amor hacia vuestro Señor Dios. Por medio del amor conquistáis el Amor por grados de
caridad cada vez más encendida, laváis vuestro vestido hasta dejarlo blanco y resplandeciente para entrar en el reino de la Luz.
El Infierno, en cambio, es lugar en el que el pensamiento de Dios, el recuerdo de Dios entrevisto en el juicio particular, no es, como
para los purgantes, deseo santo, nostalgia triste si bien llena de esperanza, esperanza plena en tranquila espera con una paz segura
de alcanzar la perfección que será la conquista de Dios y que confiere al espíritu purgante una gozosa actividad purgativa, pues
cada pena, cada instante de pena lo aproxima a Dios, su amor, sino que es remordimiento, rabia, condenación y odio. Odio contra
Satanás, odio contra los hombres y odio contra sí mismos.
Tras haber adorado a Satanás durante la vida teniéndolo en mi puesto, ahora que lo poseen y contemplan su verdadero aspecto,
no velado ya bajo la fascinante sonrisa de la carne, bajo el brillo deslumbrador del oro o bajo la potente manifestación de la
supremacía, lo odian por ser causa de su tormento.
Tras haber adorado, olvidando su dignidad de hijos de Dios, a los hombres hasta el punto de convertirse en asesinos, ladrones,
estafadores, mercaderes de inmundicias para ellos, ahora que de nuevo vuelven a encontrarse con aquéllos sus amos por quienes
mataron, robaron, estafaron, vendieron el propio honor y el de tantas criaturas infelices débiles e indefensas, haciéndolas instru-
mentos de vicios desconocidos hasta de las fieras, de la lujuria, atributo del hombre envenenado por Satanás, ahora los odian por
ser causa de su tormento.
Tras haberse adorado a sí mismos procurando a la carne, a la sangre, a los siete apetitos de su carne y de su sangre todas las
satisfacciones pisoteando la Ley de Dios y la ley de la moralidad, ahora se odian al verse causa de su tormento.
La palabra “Odio” tapiza aquel reino sin límites; ruge en aquellas llamas; brama en las voces de los demonios, solloza y ladra en
los lamentos de los condenados; suena, suena y resuena como una eterna campana a rebato; retumba como una eterna bocina de
muerto, llena de sí los rincones todos de aquella cárcel; es, de por sí, tormento, ya que, a cada sonido, renueva el recuerdo del
Amor perdido para siempre, el remordimiento de haber consentido en su pérdida y la rabia de nunca más volverlo a ver.
El alma muerta, al modo de esos cuerpos lanzados a las llamas o a un horno crematorio, se retuerce y rechina como agitada de
nuevo con un movimiento vital y se excita al comprender su error y muere y renace a cada instante con sufrimientos atroces y así
el remordimiento la mata en una blasfemia y esta muerte violenta la trae de nuevo a la vida con un nuevo tormento. La magnitud del
delito de haber traicionado a Dios en el tiempo lo tiene de frente el alma por toda la eternidad, lo mismo que la equivocación de
haber rechazado a Dios en el tiempo lo tendrá el alma presente para su tormento por toda la eternidad.
En el fuego, las llamas toman las figuras de lo que adoraron en vida y así las pasiones se presentan pintadas con pinceladas
incandescentes bajo las formas más apetitosas rechinando una y otra vez este su recuerdo. “Preferiste el fuego de las pasiones,
pues ahí tienes ahora el fuego encendido por Dios de cuyo Fuego santo te burlaste”.
El fuego se corresponde al fuego. En el Paraíso es donde arde el fuego del amor perfecto; en el Purgatorio el del amor purificador
y en el Infierno el del amor ofendido. Puesto que los elegidos amaron con perfección, el Amor se entrega a ellos con toda su
Perfección. Puesto que los purgantes amaron con tibieza, el Amor hácese llama para llevarlos a la Perfección. Y pues los malditos
ardieron en todos los fuegos menos en el de Dios, el Fuego de la ira de Dios los abrasa eternamente. Y en el fuego hay también
hielo.
¡Oh, no podéis imaginar qué cosa sea el Infierno! Tomad todo cuanto es tormento en la tierra para el hombre: fuego, llama, hielo,
aguas torrenciales, hambre, sueño, sed, heridas, enfermedades, llagas, muerte, haced una suma única de todo ello y después
multiplicadla millones de veces. Tan sólo tendréis una sombra de aquella tremenda realidad.
Al ardor insoportable irá unido el hielo sideral. Los condenados ardieron con todos los fuegos humanos habiendo tenido para su
Señor Dios únicamente hielo espiritual. Y así les aguarda el hielo para congelarlos tras haberlos tostado al fuego como peces
puestos a la llama para asar. Tormento sobre tormento será este pasar del ardor que dilata al hielo que condensa.
¡Oh!, no es éste un lenguaje metafórico, pues Dios puede hacer que las almas, gravadas con las culpas cometidas, tengan la
sensibilidad de la carne aún antes de que ésta las revista. Vosotros no lo sabéis ni lo creéis. Pero, en verdad os digo que sería
mejor para vosotros sufrir todos los tormentos de mis mártires que no una hora de torturas infernales.
El tercer tormento será la oscuridad. Oscuridad material y oscuridad espiritual. ¡Haber de estar siempre entre tinieblas después de
haber visto la luz del Paraíso y tener que estar abrazado a la Tiniebla tras haber visto la Luz que es Dios! ¡Debatirse en ese horror
tenebroso en el que únicamente se ilumina, con el reverbero del espíritu en llamas, el nombre del pecado que les hundió en tal
horror! ¡No encontrar otra salida en aquel hervir de espíritus que se odian y maltratan mutuamente sino la desesperación que los
vuelve locos y cada vez más malditos! ¡Nutrirse de ella, mantenerse en ella y matarse con ella! Está dicho: la muerte será el aliento
de la muerte.
Os lo digo Yo que soy el que creó aquel lugar. Cuando, para sacar del Limbo a aquéllos que aguardaban mi venida, descendí a él,
Yo, Dios, quedé espantado de aquel horror. Y si las cosas hechas por Dios, al ser perfectas, no fuesen inmutables, habría querido
hacerlo menos atroz, ya que soy Amor y quedé dolorido por aquel horror.
¡Y aún queréis vosotros ir allá!.
Meditad, hijos, estas mis palabras. A los enfermos se les suministran medicinas amargas, a los afectados por tumores se les
cauteriza y saja el mal. Éstas son, para vuestros enfermos y cancerosos, medicina y cauterio de cirujano. No las rechacéis. Usad de
ellas para curaros. La vida no dura sino estos pocos días de la tierra. La vida comienza cuando os parece que termina y ya no tiene
fin.
Haced que desemboque para vosotros en donde la luz y la gloria de Dios hermosean la eternidad y no donde Satanás es el
Atormentador eterno.
Ver el reino de Satanás causa tal horror que es capaz de hacer encanecer a un joven porque en él no brilla ni el recuerdo de Dios. El
recuerdo, sólo su recuerdo haría que el Infierno no lo fuese. Pues si para quien vive adorando el Rostro de Dios representa un
suplicio no ver ya este Rostro santísimo, el no poder ya ni recordarlo supone una tortura tal que, en su comparación son juego de
niños todas las torturas y sevicias humanas. Es, en suma, el Infierno.”
- La celestial Jerusalén- dice la Venerable Ana Catalina Emmerick- se me aparece ordinariamente como una ciudad donde las
moradas de los bienaventurados se presentan bajo la forma de palacios y jardines llenos de flores y frutos maravillosos, según su
condición de beatitud; lo mismo aquí (en el Infierno), creía ver un mundo entero, una reunión de edificios y habitaciones muy
complicadas. Pero en las moradas de los bienaventurados todo está formado bajo una ley de paz infinita, de armonía eterna: todo
tiene por principio la beatitud, en cambio en el Infierno todo tiene por principio la ira eterna, la discordia y la desesperación. En el
Cielo son edificios de gozo y adoración, jardines llenos de frutos maravillosos que comunican la vida. En el Infierno son
prisiones y cavernas, desiertos y lagos llenos de todo lo que puede excitar el disgusto y el horror; la eterna y terrible discordia de
los condenados; en el Cielo todo es unión y beatitud de los Santos. Todas las raíces de la corrupción y del error producen en el
Infierno el dolor y el suplicio en número infinito de manifestaciones y operaciones. Cada condenado tiene siempre presente este
pensamiento: los tormentos a que están entregados son el fruto natural y necesario de su crimen. Todo lo que se ve y se siente de
horrible en el Infierno no es más que la esencia, la forma interior del pecado descubierto, de esa serpiente que devora a los que la
han mantenido en su seno. Todo ésto se puede comprender cuando se ve; mas es casi imposible expresarlo con palabras.
El 30 de noviembre de 1968 – habla Jesús - mostré el Infierno a un alma privilegiada que sufre y ora para salvar a muchas almas.
Escuchad, sacerdotes que habéis caído o que os encontráis en peligro, la triste narración:
«Las almas tenían una fisionomía humana para poder ser reconocidas. Los demonios estaban feroces contra mí, porque en aquel
tiempo había cooperado a la salvación de muchas almas y me gritaban: Por culpa tuya, ¡oh maldita, hay tantos puestos vacíos en
este abismo!
Los sacerdotes que estaban allí sufrían penas horribles. Eran torturados sobre maderos encendidos, puestos en forma de cruz,
para ser castigados por todas las veces que habían puesto en la Cruz al Señor con sus pecados. Su lengua y sus manos impuras
y sacrílegas sufrían tremendas torturas. Eran continuamente arrastrados aquí y allá no sólo por los demonios, sino también por
los condenados, que les gritaban sus infidelidades, la traición que le fue hecha al Señor para apagar los placeres de la vida. Eran
lacerados y continuamente atacados.
Estos sacerdotes maldecían la vida del mundo, todas las atracciones humanas, todos los placeres gozados pisoteando el voto de
castidad y viviendo alejados de Dios.
Estaban sumergidos en una grande y tremenda oscuridad: sólo las llamas del fuego les daba un poco de luz. Gritaban por la
desesperación, mientras los demonios se divertían atormentándolos y riéndose decían: Habíais sido escogidos para dominar
sobre nosotros, puros espíritus; vuestra dignidad superaba la de las legiones angélicas; ¡podíais arrancarnos muchas almas y en
cambio habéis terminado aquí junto a nosotros! ¡Os hemos vencido! Y mientras más será vuestra confusión en el día del Juicio,
más apareceréis como muchos Judas!... Esta es vuestra gloria ante los que pasabais como corderos, ¡mientras erais verdaderos
lobos rapaces! Existen otros en el mundo que siguen vuestras huellas; ¡tendréis otros compañeros!... Habéis sido vencidos; no
esperabais el Infierno... y habéis caído aquí. El rico Epulón no creía en el Infierno, pero también él terminó aquí.»
CAUSAS DE CONDENACIÓN

La causa principal que conduce al Infierno es el pecado mortal, aquel que se hace sabiendo que lo que se hace es grave, y sin que
nadie obligue se comete impulsado por la pasión lujuriosa, por el egoísmo más exacerbado, por la soberbia desmedida, por la
avaricia ilimitada y bestial, o por un apego inconsiderado a la vida; y además, después de cometer el pecado mortal, ni se
arrepiente, ni lo confiesa, pudiendo hacerlo, con lo que la muerte lo sorprende en enemistad con Dios, y en ese estado, tras el
juicio, no hay ya otra oportunidad, pues el juicio de Dios es inapelable.
San Juan Bosco, en una de sus frecuentes visiones, fue acompañado por un personaje a hacer una visita al Infierno. Él lo
contó así, en una charla, a sus alumnos:
“Me encontraba durmiendo cuando de pronto se me apareció un personaje que me dijo:
- ¡Levántate, que no hay tiempo que perder!
Me levanté y lo seguí. Mientras caminábamos le pregunté:
-¿Dónde quieres llevarme?
- Ven y lo verás.
Me condujo a un lugar en el cual se extendía una amplia llanura.
Dirigí la mirada a mi alrededor, pero aquella región era tan grande que no se distinguían los confines de la misma. Era un vasto
desierto. No se veía ni un alma viviente, ni una planta, ni un riachuelo, un poco de vegetación seca y amarillenta daba a aquella
desolación un aspecto de tristeza. No sabía ni dónde me encontraba ni qué era lo que iba a hacer. Durante unos instantes no vi a
mi guía. Me pareció haberme perdido. De pronto diviso de nuevo a mi amigo que me sale al encuentro.
Respiré y dije:
- ¿ Dónde estoy?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- Bien, iré contigo.
Él iba delante y yo lo seguía sin rechistar. Después de un largo y triste viaje se abrió ante mí un camino.
Entonces interrumpí el silencio preguntando a mi guía:
- ¿Dónde vamos a ir ahora?
- Por aquí- me dijo.
Y penetramos por aquel camino. Era una senda hermosa, ancha, espaciosa y bien pavimentada. De un lado y otro la flanqueaban
dos magníficos setos verdes cubiertos de hermosas flores. En especial despuntaban las rosas, entre las hojas, por todas partes.
Aquel sendero, a primera vista, parecía llano y cómodo, y yo eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar
un trecho, me di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo, y, aunque la marcha no parecía precipitada, yo corría
con tanta facilidad que me parecía ir por el aire. Incluso noté que avanzaba casi sin mover los pies. Nuestra marcha era, pues,
veloz. Pensando entonces que el volver atrás por un camino semejante hubiera sido cosa fatigosa y cansada, dije a mi amigo:
- ¿Cómo haremos para regresar?
- No te preocupes- me dijo- el Señor es omnipotente y querrá que vuelvas. El que te conduce y te enseña a proseguir adelante,
sabrá también llevarte hacia atrás.
El camino descendía cada vez más. Proseguíamos la marcha entre las flores y las rosas, cuando vi queme seguían por el mismo
sendero todos los jóvenes del Oratorio (internado donde vivía San Juan Bosco con sus alumnos) y otros numerosísimos
compañeros a los cuales yo jamás había visto. Pronto me encontré en medio de ellos. Mientras los observaba vi que de repente,
ora uno, ora otro, comenzaban a caer al suelo, siendo arrastrados por una fuerza invisible que los llevaba hacia una horrible
pendiente que se veía aún en lontananza y que conducía a aquellos infelices de cabeza a un horno.
- ¿Qué es lo que hace caer a estos jóvenes?- pregunté al guía.
- Acércate un poco- me respondió.
Me acerqué y pude comprobar que los jóvenes pasaban entre muchos lazos, algunos de los cuales estaban a ras del suelo y otros
a la altura de la cabeza; estos lazos no se veían. Por tanto, muchos de los muchachos, al andar, quedaban presos por aquellos
lazos, sin darse cuenta del peligro, y en el momento de caer en ellos daban un salto y después rodaban al suelo con las piernas en
alto y, cuando se levantaban corrían precipitadamente hacia el abismo. Algunos quedaban presos, prendidos por la cabeza, por
una pierna, por el cuello, por las manos, por un brazo, por la cintura, e inmediatamente eran lanzados hacia la pendiente.
Los lazos colocados en el suelo parecían de estopa, apenas visibles, semejantes a los hilos de la tela de araña, y al parecer,
inofensivos. Y con todo pude observar que los jóvenes por ellos prendidos caían a tierra.
Yo estaba atónito, y el guía me dijo:
- ¿Sabes qué es esto?
- Un poco de estopa- respondí.
- Te diría que no es nada- añadió- el respeto humano, simplemente, o sea la vergüenza que sienten tus muchachos y muchos de
hacer algo bueno como ir a misa, comulgar, orar o hacer una buena obra por temor a la burla de los descreídos.
Entretanto, al ver que eran muchos los que continuaban cayendo en aquellos lazos, le pregunté al desconocido:
- ¿Cómo es que son tantos los que quedan prendidos en estos hilos? ¿Qué es lo que los arrastra de esa manera?
Y él dijo:
- Acércate más; obsérvalo bien y lo verás.
Lo hice, y añadí:
- Yo no veo nada.
- Mira mejor - me dijo el guía.
Tomé, en efecto, uno de aquellos lazos en la mano y pude comprobar que no daba con el otro extremo; por el contrario, me di
cuenta de que yo también era arrastrado por él. Entonces seguí la dirección del hilo y llegué a la boca de una espantosa caverna.
Me detuve porque no quería penetrar en aquella vorágine y tiré hacia mí de aquel hilo y noté que cedía, pero había que hacer
mucha fuerza. Y he aquí que después de haber tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un horrible monstruo que infundia espanto,
el cual mantenía fuertemente cogido con sus garras la extremidad de una cuerda a la que estaban ligados todos aquellos hilos. Era
este monstruo quien apenas caía uno en aquellas redes lo arrastraba inmediatamente hacia sí.
Entonces me dije:
- Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de este animal, pues no lograré vencerlo; será mejor combatirlo con la señal de la santa
cruz y con oraciones.
Me volví por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo:
-¿Sabes ya quién es?
- ¡Sí, que lo sé! - le respondí. Es el demonio quien tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el Infierno.
Examiné con atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la
envidia, de la fornicación, del hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc. Hecho ésto me eché un poco hacia atrás para ver cuál de
aquellos lazos era el que causaba mayor número de víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que eran los de la lujuria, la
desobediencia y la soberbia. A este último iban atados otros dos. Después de ésto vi otros lazos que causaban grandes estragos,
pero no tanto como los dos primeros. Desde mi puesto de observación, vi a muchos jóvenes que corrían a mayor velocidad que
los demás.
Y pregunté:
- ¿Por qué esta diferencia?
- Porque son arrastrados por los lazos del respeto humano- me fue respondido.
Mirando aún con mayor atención vi que, entre aquellos lazos, había esparcidos muchos cuchillos, que, manejados por una mano
providente, cortaban o rompían los hilos. El cuchillo más grande procedía contra el lazo de la soberbia y simbolizaba la medita-
ción. Otro cuchillo, también muy grande, pero no tanto como el primero, significaba la lectura espiritual bien hecha, es decir, las
buenas lecturas. Había también dos espadas; una de ellas representaba la devoción al Santísimo Sacramento, especialmente
mediante la comunión frecuente; otra, la devoción a la Virgen; había, además, un martillo: la confesión; y otros cuchillos, símbolos
de otras devociones, San José, etc.
Con estas armas no pocos rompían los lazos al quedar prendidos en ellos, o se defendían para no ser víctimas de los mismos.
En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban entre aquellos lazos de forma que jamás quedaban presos en ellos; bien lo hacían antes de
que el lazo estuviese tendido, o si lo hacían cuando éste ya estaba preparado, sabían sortearlo de forma que les caía sobre los
hombros, o sobre las espaldas, o en otro lado diferente sin lograr capturarlos.
Cuando el guía se dio cuenta de que lo había observado todo me hizo continuar el camino flanqueado de rosas, pero a medida que
avanzaba, las rosas de los linderos eran cada vez más raras, empezando a aparecer punzantes espinas. Finalmente, por mucho que
me fijé, no descubrí ni una rosa, y, en el último tramo, el seto se había tornado completamente espinoso, quemado por el sol y
desprovisto de hojas; después de los matorrales ralos y secos, partían ramajes que al tenderse por el suelo, lo cubrían, sembrán-
dolo de espinas de tal forma que difícilmente se podía caminar.
Habíamos llegado a una hondonada cuyos acantilados ocultaban todas las regiones circundantes; y el camino, que descendía
cada vez de una manera más pronunciada, se hacía tan horrible, tan poco firme y tan lleno de baches, salientes, guijarros y piedras
rodadas, que dificultaba cada vez más la marcha.
Había perdido ya de vista a todos mis jóvenes, muchísimos de ellos habían logrado salir de aquella senda insidiosa, dirigiéndose
por otros atajos.
Yo continué adelante. Cuanto más avanzaba, más áspera era la bajada y más pronunciada, de forma que algunas veces me
resbalaba, cayendo al suelo, donde permanecía sentado un rato para tomar un poco de aliento. De cuando en cuando el guía
acudía en mi auxilio y me ayudaba a levantarme. A cada paso se me encogían los tendones y me parecía que se me iban a
descoyuntar los huesos de las piernas.
Entonces dije anhelante a mi guía:
- Las piernas se niegan a sostenerme. Me encuentro tan falto de fuerzas que no será posible continuar el viaje.
El guía no me contestó, sino que animándome, prosiguió su camino, hasta que al verme cubierto de sudor y víctima de un
cansancio mortal, me llevó a un pequeño promontorio que se alzaba en el mismo camino.
Me senté, lancé un hondo suspiro y me pareció haber descansado suficientemente. Entretanto observaba el camino que había
recorrido ya; parecía cortado a pico, cubierto de guijarros y piedras puntiagudas. Al considerar el camino que me quedaba por
recorrer, cerré los ojos de espanto, exclamando:
- Volvamos atrás, por caridad. Si seguimos adelante, ¿cómo haremos para llegar al Oratorio? ¡Es imposible que yo pueda
emprender después esta subida!
El guía me contestó resueltamente:
- Ahora que hemos llegado aquí, ¿quieres quedarte sólo?
Ante esta amenaza repliqué en tono suplicante.
- Sin ti, ¿cómo podría volver atrás o continuar el viaje?
- Pues bien, sígueme- añadió el guía.
Me levanté y continuamos bajando. El camino era cada vez más horriblemente pedregoso, de forma que apenas si podía permane-
cer de pie.
Y he aquí que al fondo de este precipicio, que terminaba en un oscuro valle, aparece un edificio inmenso que mostraba ante
nuestro camino una puerta altísima y cerrada. Llegamos al fondo del precipicio. Un calor sofocante me oprimía y una espesa
humareda, de color verdoso, se elevaba sobre aquellos murallones recubiertos de sanguinolentas llamas de fuego. Levanté mis
ojos a aquellas murallas y pude comprobar que eran altas como una montaña y más aún.
Don Bosco preguntó al guía:
-¿Dónde nos encontramos? ¿Qué es ésto?
- Lee lo que hay escrito sobre aquella puerta- me respondió- y la inscripción te hará comprender dónde estamos.
Miré y sobre la puerta se leía: “ Lugar donde no hay redención ”.
Me di cuenta de que estábamos a las puertas del Infierno.
El guía me acompañó a dar una vuelta alrededor de los muros de aquella horrible ciudad. De cuando en cuando, a una regular
distancia se veía una puerta de bronce, como la primera, al pie de una peligrosa bajada, y cada una de ellas tenía encima una
inscripción diferente: “¡Id malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles!...”, “ Todo árbol que no lleva buen
fruto será cortado y echado al fuego ”...
Yo saqué la libreta para anotar aquellas inscripciones, pero el guía me dijo:
- ¡Detente! ¿ Qué haces?
- Voy a tomar nota de esas inscripciones.
- No hace falta; las tienes todas en las Sagradas Escrituras; incluso tú has hecho grabar algunas bajo los pórticos de tu colegio.
Ante semejante espectáculo habría preferido volver atrás y encaminarme al Oratorio, pero el guía no se volvió, a pesar de que yo
había dado ya algunos pasos en sentido contrario al que habíamos llevado hasta entonces.
Recorrimos un inmenso y profundísimo barranco y nos encontramos nuevamente al pie del camino pendiente que habíamos
recorrido y delante de la puerta que vimos en primer lugar. De pronto el guía se volvió hacia atrás con el rostro demudado y
sombrío, me indicó con la mano que me retirara, diciéndome al mismo tiempo:
- ¡Mira!
Tembloroso, miré hacia arriba y, a cierta distancia, vi que por aquel camino en declive bajaba uno a toda velocidad. Conforme se
iba acercando intenté identificarlo y finalmente pude reconocer en él a uno de mis jóvenes. Llevaba los cabellos desgreñados, en
parte erizados sobre la cabeza y en parte echados hacia atrás por efecto de quien nada para salvase del naufragio. Quería detenerse
y no podía. Tropezaba continuamente con los guijarros salientes del camino y aquellas piedras servían para darle un mayor
impulso en la carrera.
- ¡Corramos! ¡Detengámoslo!- gritaba yo tendiendo las manos hacia él.
Y el guía me dijo:
- No, déjalo.
- ¿Y por qué no puedo detenerlo?
- ¿No sabes lo tremenda que es la venganza de Dios? ¿Crees que podrías detener a uno que huye de la ira encendida del Señor?
Entretanto aquel joven, volviendo la cabeza atrás y mirando con los ojos encendidos si la ira de Dios lo seguía siempre, corría
precipitadamente hacia el fondo del camino, como si no hubiese encontrado en su huida otra solución que ir a dar contra aquella
puerta de bronce.
- ¿Y por qué mira hacia atrás con esa cara de espanto?- pregunté yo.
- Porque la ira de Dios traspasa todas las puertas del Infierno e irá a atormentarlo aún en medio del fuego.
En efecto, como consecuencia de aquel choque, entre un ruido de cadenas, la puerta se abrió de par en par. Y tras ella se abrieron
al mismo tiempo, haciendo un horrible fragor, dos,
diez, cien mil, otras puertas impulsadas por el choque del joven, que era arrastrado por un torbellino invisible e irresistible,
velocísimo.
Todas aquellas puertas de bronce, que estaban una delante de otra, aunque a gran distancia, permanecieron abiertas por un
instante y yo vi, allá a lo lejos, muy lejos, como la boca de un horno, y mientras el joven se precipitaba en aquella vorágine pude
observar que de ella se elevaban numerosos globos de fuego. Y las puertas volvieron a cerrarse con la misma rapidez con que se
habían abierto. Entonces yo tomé la libreta para apuntar el nombre y apellidos de aquel infeliz, pero el guía me tomó del brazo y
me dijo:
- Detente- me ordenó- y observa de nuevo.
Lo hice y pude ver un nuevo espectáculo. Vi bajar precipitadamente por la misma senda a tres jóvenes de nuestras casas que en
forma de tres peñascos rodaban rapidísimamente uno detrás de otro. Iban con los brazos abiertos y gritaban de espanto. Llegaron
al fondo y fueron a chocar con la primera puerta. Don Bosco al instante conoció a los tres. Y la puerta se abrió y después de ella
las otras mil; los jóvenes fueron empujados a aquella larguísima galería, se oyó un prolongado ruido infernal que se alejaba cada
vez más, y aquellos infelices desaparecieron y las puertas se cerraron.
Muchos otros caían después de éstos de cuando en cuando... Vi precipitarse en el Infierno a un pobrecillo impulsado por los
empujones de un pérfido compañero. Otros caían solos, otros cogidos del brazo, otros separados, pero próximos. Todos
llevaban escrito en la frente el propio pecado. Yo los llamaba afanosamente mientras caían en aquel lugar. Pero ellos no me oían,
retumbaban las puertas infernales al abrirse, y al cerrarse, se hacía un silencio de muerte.
- He aquí las causas principales de tantas ruinas eternas- exclamó mi guía- los malos compañeros, las malas lecturas y revistas y
las perversas costumbres (hoy tendríamos que añadir también las películas, revistas, libros, y vídeos pornográficos que nada
tienen de positivo y en cambio, sí, y mucho, de negativo).
Los lazos que habíamos visto al principio eran los que arrastraban a los jóvenes al precipicio. Al ver caer a tantos de ellos, dije
con acento de desesperación:
- Entonces es inútil que trabajemos en nuestros colegios, si son tantos los jóvenes que tienen este fin. ¿No habrá manera de
remediar la caída de estas almas?.
Y el guía me contestó:
Este es el estado actual en que se encuentran sus almas y si mueren en él vendrán a parar aquí sin remedio.
- ¡Déjame anotar los nombres para que yo les pueda avisar y ponerlos en la senda que conduce al Paraíso!.
- ¿Y crees tú que algunos se corregirían si les avisases? Al principio el aviso les impresionará; después no harán caso, diciendo: se
trata de un sueño. Y se tornarán peores que antes. Otros, al verse descubiertos, frecuentarán los sacramentos, pero no de una
manera espontánea y meritoria, porque no proceden rectamente. Otros se confesarán por un temor pasajero a caer en el Infierno,
pero seguirán con el corazón apegado al pecado.
- ¿Entonces, para estos desgraciados, no hay remisión? Dame algún remedio para que puedan salvarse.
- Helo aquí: tienen los Mandamientos, que los cumplan; tienen los sacramentos, que los frecuenten.
Entretanto, como se precipitase al abismo un nuevo grupo de jóvenes, las puertas permanecieron abiertas durante un instante y me
dijo el guía:
- Entra tú también.
Yo me eché atrás horrorizado. Estaba impaciente por regresar al Oratorio para avisar a los jóvenes y detenerlos en aquel camino,
para que no siguieran rodando hacia la perdición. Pero el guía me volvió a insistir:
- Ven, que aprenderás más de una cosa. Pero antes dime: ¿Quieres proseguir sólo o acompañado?
Esto me lo dijo para que yo reconociese la insuficiencia de mis fuerzas y al mismo tiempo la necesidad de su benévola asistencia;
a lo que contesté:
- ¿Me he de quedar sólo en este lugar de horror? ¿Sin el consuelo de tu bondad? ¿Y quién me enseñará el camino del retorno?
Yo de pronto me sentí lleno de valor pensando para mí:
- Antes de ir al Infierno es necesario pasar por el juicio y yo no me he presentado todavía ante el Juez Supremo.
Después exclamé resueltamente:
-¡Entremos, pues!.
Y penetramos en aquel estrecho y horrible corredor. Corríamos con la velocidad del rayo. Sobre cada una de las puertas del
interior lucía con la luz velada una inscripción amenazadora. Cuando terminamos de recorrerlo desembocamos en un amplio y
tétrico patio, al fondo del cual se veía una rústica portezuela, cuyas hojas eran de un grosor como jamás había visto y encima de la
cual se leía una inscripción: “Aquí están los impíos en fuego eterno”. Los muros en todo su perímetro estaban recubiertos de
inscripciones. Yo pedía a mi guía permiso para leerlas y éste me contestó:
- Haz como te plazca.
Entonces lo examiné todo. En cierto sitio vi escrito lo siguiente: “Toda carne arderá eternamente”, “Serán atormentados día y
noche por los siglos de los siglos”. En otros lugares leí: “Aquí todo mal por los siglos de los siglos”, “Ningún bien hay aquí, sólo
el horror sempiterno”, “ El fuego del tormento persistirá eternamente ”, “No hay paz para los impíos ”, “Llanto y crujir de dientes
”.
Mientras yo daba la vuelta alrededor de los muros leyendo estas inscripciones, el guía, que se había quedado en el centro del patio,
se acercó a mí y me dijo:
- Desde ahora en adelante nadie podrá tener un compañero que le ayude, un amigo que lo consuele, un corazón que lo ame, una
mirada compasiva, una palabra benévola; hemos pasado la línea. ¿Tú quieres ver o probar?
- Quiero ver solamente- respondí.
- Ven, pues, conmigo- añadió el amigo, y tomándome de la mano me condujo ante aquella puertecilla y la abrió. Esta ponía en
comunicación con un corredor en cuyo fondo había una gran cueva cerrada por una larga ventana con un solo cristal que llegaba
desde el suelo hasta la bóveda y a través del cual se podía mirar dentro. Atravesé el dintel y avanzando un paso me detuve preso
de un terror indescriptible.
Vi ante mis ojos una especie de caverna inmensa que se perdía en las profundidades cavadas en las entrañas de los montes, toda
llena de fuego, pero no como el que vemos en la tierra con sus llamas movibles, sino de una forma tal que todo lo dejaba
incandescente y blanco a causa de la elevada temperatura. Muros, bóvedas, pavimento, herraje, piedras, madera, carbón, todo
estaba blanco y brillante. Aquél fuego sobrepasaba en color millares y millares de veces al fuego de la tierra sin consumir ni
reducir a cenizas nada de cuanto tocaba. Me sería imposible describir esta caverna en toda su espantosa realidad.
Mientras miraba atónito aquel lugar de tormento, vi llegar con indecible ímpetu un joven que casi no se daba cuenta de nada,
lanzando un grito agudísimo, como quien estaba para caer en un lago de bronce hecho líquido, y que, precipitándose en el centro,
se tornaba blanco, como toda la caverna, y quedaba inmóvil, mientras que por un momento resonaba en el ambiente el eco de su
voz mortecina.
Lleno de horror contemplé un instante a aquel desgraciado y me pareció uno del Oratorio, uno de mis hijos.
- Pero ¿ éste no es uno de mis jóvenes?- pregunté al guía- ¿No es fulano?
- Sí, sí- me respondió.
- ¿Y por qué no cambia de posición? ¿Por qué está incandescente sin consumirse?.
Y él dijo:
Tú elegiste el ver y por eso ahora no debes hablar; observa y verás. Apenas si había vuelto la cara y he aquí otro joven con una
furia desesperada y a grandísima velocidad que corre y se precipita a la misma caverna. También éste pertenecía al Oratorio.
Apenas cayó no se movió más. Éste también lanzó un grito de dolor y su voz se confundió con el último murmullo del grito del
que había caído antes. Después llegaron con la misma precipitación otros, cuyo número fue en aumento y todos lanzaban el
mismo grito y permanecían inmóviles, incandescentes, como los que les habían precedido. Yo observé que el primero se había
quedado con una mano en el aire y un pie igualmente suspendido en alto. El segundo quedó como encorvado hacia la tierra.
Algunos tenían los pies por alto, otros el rostro pegado al suelo.
Quienes estaban casi suspendidos sosteniéndose de un sólo pie o de una sóla mano; no faltaban los que estaban sentados o
tirados, unos apoyados sobre un lado, otros de pie o de rodillas, con las manos entre los cabellos. Había, en suma, una larga fila
de muchachos, como estatuas en posiciones muy dolorosas. Vinieron aún otros muchos a aquel horno, parte me eran conocidos
y parte desconocidos. Me acordé entonces de lo que dice la Biblia de que según se cae la primera vez en el Infierno así
permanecerá para siempre.
Al notar que aumentaba en mí el espanto, pregunté al guía:
- ¿Pero éstos, al correr con tanta velocidad, no se dan cuenta que vienen a parar aquí?
-¡Sí que saben que van al fuego! Les avisaron mil veces, pero siguen corriendo voluntariamente al no detestar el pecado y al no
quererlo abandonar, al despreciar y rechazar la misericordia de Dios que los llama a penitencia, y, por tanto, la justicia divina, al ser
provocada por ellos, los empuja, les insta, los persigue y no pueden parar hasta llegar a este lugar.
-¡Qué terrible debe ser la desesperación de estos desgraciados que no tienen ya esperanza de salir de aquí! - exclamé.
-¿Quieres conocer la furia íntima y el frenesí de sus almas? Pues, acércate un poco más- me dijo el guía.
Di algunos pasos hacia adelante y acercándome a la ventana vi que muchos de aquellos miserables se propinaban mutuamente
tremendos golpes, causándose terribles heridas, que se destrozaban las manos, se arrancaban las carnes arrojando con despecho
los pedazos por el aire. Entonces toda la cobertura de aquella cueva se había trocado como de cristal a través del cual se divisaba
un trozo de Cielo y las figuras luminosas de los compañeros que se habían salvado para siempre.
Y aquellos condenados rechinaban los dientes de feroz envidia, respirando afanosamente, porque en vida hicieron a los justos
blanco de sus burlas.
Yo pregunté al guía:
- Dime, ¿por qué no oigo ninguna voz?
- Acércate más- me gritó.
Me aproximé al cristal de la ventana y oí cómo unos gritaban y lloraban entre horribles contorsiones; otros blasfemaban e
imprecaban a los santos. Era un tumulto de voces y gritos estridentes y confusos que me indujo a preguntar a mi amigo:
- ¿ Qué es lo que dicen? ¿Qué es lo que gritan?
Él me respondió:
- Al recordar la suerte de sus buenos compañeros se ven obligados a confesar: “¡Nosotros insensatos! ¡Estimábamos sus vidas
como locura y no buscábamos sino el placer! ¡Ahora ellos son contados entre los hijos de Dios y los santos compartiendo su
suerte! ¡Así pues erramos el camino verdadero!. Por eso gritan: “¡Hemos andado por el camino de la iniquidad y perdición!
¡Erramos por caminos impíos, ignorando los caminos del Señor, llevados de nuestra soberbia! ¡Pasaron nuestros placeres como
sombra!”. Éstos son los cánticos lúgubres que resonarán aquí por toda la eternidad. Pero gritos, esfuerzos, llantos, son ya
completamente inútiles. Todo dolor es lanzado sobre ellos. ¡Aquí no cuenta el tiempo, aquí sólo impera la eternidad!
Mientras lleno de horror contemplaba el estado de muchos de mis jóvenes, de pronto una idea floreció en mi mente.
- ¿Cómo es posible – dije- que los que se encuentran aquí estén todos condenados? Esos jóvenes, ayer por la noche estaban aún
vivos en el Oratorio.
Y el guía me contestó:
- Todos ésos que ves ahí son los que han muerto a la gracia de Dios y si les sorprendiera la muerte y si continuasen obrando como
al presente, se condenarían. Pero no perdamos tiempo, prosigamos adelante.
Y me alejó de aquel lugar por un corredor que descendía a un profundo subterráneo conduciendo a otro aún más abajo, a cuya
entrada se leían estas palabras: “El gusano no muere y el fuego no se extingue ”... Aquí se veían los atroces remordimientos de los
que fueron educados en nuestras casas.
El recuerdo de todos y cada uno de los pecados no perdonados y de la justa condenación; de haber tenido mil medios, y muchos
extraordinarios, para convertirse al Señor, para perseverar en el bien, para ganarse el Paraíso. El recuerdo de tantas gracias y
promesas concedidas y hechas a María Santísima y no correspondidas. ¡El haberse podido salvar a costa de un pequeño sacrificio
y, en cambio, estar condenado para siempre! ¡Recordar tantos buenos propósitos hechos y no mantenidos! “De buenas intencio-
nes, completamente ineficaces, está lleno el Infierno”, dice el proverbio.
Y allí volví a contemplar a todos los jóvenes del Oratorio que había visto poco antes en el horno, algunos de los cuales me están
escuchando ahora, otros estuvieron aquí con nosotros y otros muchos no los conocía. Me adelanté y observé que todos estaban
cubiertos de gusanos y asquerosos insectos que los devoraban y consumían el corazón, los ojos, las manos, las piernas, los
brazos y todos los miembros, dejándolos en un estado tan miserable que no encuentro palabras para describirlos. Aquellos
desgraciados permanecían inmóviles, expuestos a toda suerte de molestias, sin poderse defender de ellas en modo alguno. Yo
avancé un poco más acercándome para que me viesen con la esperanza de poderles hablar y de que me dijesen algo, pero ellos no
solamente no me hablaron sino que ni siquiera me miraron. Pregunté entonces al guía la causa de ésto y me fue respondido que en
el otro mundo no existe libertad alguna para los condenados; cada uno soporta allí todo el peso del castigo de Dios sin variación
alguna de estado y no puede ser de otra manera. Y añadió:
- Ahora es necesario que desciendas tú a esa región de fuego que acabas de contemplar.
-¡No, no!- repliqué aterrado. Para ir al Infierno es necesario pasar antes por el juicio, y yo no he sido juzgado aún. ¡Por tanto no
quiero ir al Infierno!.
- Dime- observó mi amigo- ¿te parece mejor ir al Infierno y liberar a tus jóvenes o permanecer fuera de él abandonándolos en
medio de tantos tormentos?
Desconcertado con esta propuesta, respondí:
-¡Yo amo mucho a mis queridos jóvenes y deseo que todos se salven!. Pero, ¿no podríamos hacer de manera que no tuviésemos
que ir a ese lugar de tormentos ni yo ni los demás?
- Bien- contestó mi amigo- aún estás a tiempo, como también lo están ellos, con tal que tú hagas cuanto puedas.
Mi corazón se ensanchó al escuchar tales palabras y me dije inmediatamente: “Poco importa el trabajo con tal de poder librar a mis
queridos hijos de tantos tormentos”.
- Ven, pues- continuó mi guía- y observa una prueba de la bondad y misericordia de Dios, que pone en juego mil medios para
inducir a penitencia a tus jóvenes y salvarlos de la muerte eterna.
Y tomándome de la mano me introdujo en la caverna. Apenas puse el pie en ella me encontré de improviso transportado a una sala
magnífica con puertas de cristal. Sobre ésta, a regular distancia, pendían unos largos velos que cubrían otros tantos departamentos
que comunicaban con la caverna.
El guía me señaló uno de aquellos velos, sobre el cual se veía escrito: “Sexto mandamiento”, y exclamó:
- La falta contra este mandamiento; he aquí la causa de la ruina eterna de tantos jóvenes.
- Pero ¿no se han confesado?
- Se han confesado, pero las culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado a propósito. Por ejemplo: uno que
cometió cuatro o cinco pecados de esta clase, dijo que sólo había faltado dos o tres veces. Hay algunos que cometieron un pecado
impuro en la niñez y sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal o no lo dijeron todo. Otros no tuvieron el dolor
o el propósito suficiente. Incluso algunos, en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera de engañar al confesor, y el que muere
con tal resolución lo único que consigue es contarse en el número de los réprobos para toda la eternidad. Solamente los que
arrepentidos de corazón mueren con la esperanza de la eterna salvación serán eternamente felices. ¿Quieres ver ahora por qué te ha
conducido hasta aquí la misericordia de Dios?
Levantó un velo y vi un grupo de jóvenes del Oratorio, todos los cuales me eran conocidos, que habían sido condenados por esta
culpa. Entre ellos había algunos que ahora, en apariencia, observan buena conducta.
- Al menos ahora- le supliqué- me dejarás escribir los nombres de esos jóvenes para poder avisarles en particular.
- No hace falta- me respondió.
- Entonces, ¿ qué les debo decir?
- Predica siempre y en todas partes contra la impureza. Basta avisarles de una manera general y no olvides que aunque lo hicieres
particularmente, te harían mil promesas, pero no siempre sinceramente. Para conseguir un propósito decidido se necesita la gracia
de Dios, la cual no faltará nunca a tus jóvenes si ellos se la piden. Dios es tan bueno que manifiesta especialmente su poder en el
compadecer y en perdonar. Oración y sacrificio, pues, por tu parte. Y los jóvenes, que escuchen tus amonestaciones y enseñan-
zas, que pregunten a sus conciencias y éstas dirán lo que deben hacer.
Y seguidamente continuó hablando por espacio de casi media hora sobre las condiciones necesarias para hacer una buena confe-
sión.
El guía repitió entonces varias veces en voz alta:
-¡Que cambien de vida!¡ Que cambien de vida!
Yo, confundido ante esta revelación incliné la cabeza y estaba para retirarme cuando el desconocido me volvió a llamar y me dijo.
- Todavía no lo has visto todo.
Y volviéndose hacia otra parte levantó otro gran velo sobre el cual se leía: “Quienes desean riquezas desmedidamente cayendo en
el lazo diabólico ”.
Leí esta sentencia y dije:
- Esto no interesa a mis jóvenes, porque son pobres, como yo, nosotros no somos ricos ni buscamos las riquezas. ¡Ni siquiera nos
pasa por la imaginación semejante deseo!
Al correr el velo vi al fondo cierto número de jóvenes, todos conocidos, que sufrían como los primeros que contemplé, y el guía
me contestó:
- Sí, también interesa esa sentencia a tus muchachos. Por ejemplo, algunos de tus jóvenes tienen el corazón apegado a un objeto
material, de forma que ese afecto desordenado los aparta del amor a Dios, faltando, por tanto, a la piedad y a la mansedumbre. No
sólo se puede pervertir el corazón con el uso de las riquezas, sino también con el deseo inmoderado de las mismas, tanto más si
este deseo va contra la virtud de la justicia. Tus jóvenes son pobres, pero has de saber que la gula y el ocio son malos consejeros.
Hay algunos que en su propio pueblo se hicieron culpables de hurtos considerables, y, a pesar de que pueden hacerlo, no se han
preocupado de restituir lo robado. Hay quienes se apoderan de cosas de los compañeros... Otros se encuentran aquí por daños
graves que hicieron a sus compañeros voluntariamente y no lo repararon. Otros, por no haber restituido objetos y cosas que
habían pedido a título de préstamo, etc.etc.
Y concluyó diciendo:
- Y puesto que conoces el nombre de los tales, avísales, diles que desechen los deseos inútiles y nocivos; que sean obedientes a la
ley de Dios y celosos del propio honor, de otra forma la codicia los llevará a mayores excesos, que los sumergirán en el dolor, en
la muerte y en la perdición.
Yo no me explicaba cómo por ciertas cosas a las que nuestros jóvenes daban tan poca importancia hubiese aparejados castigos
tan terribles. Pero el amigo interrumpió mis reflexiones levantando otro velo que ocultaba a otros muchos de nuestros jóvenes, a
los cuales conocí inmediatamente por pertenecer al Oratorio.
Sobre aquel velo estaba escrito: “Raíz de todos los males ”.
Inmediatamente me preguntó:
- ¿Sabes qué significa esto? ¿Cuál es el pecado designado por esta sentencia?.
- Me parece que debe ser la soberbia.
-No- me respondió.
- Pues yo siempre he oído decir que la raíz de todos los pecados es la soberbia.
- Sí; en general se dice que es la soberbia; pero en particular, ¿sabes qué fue lo que hizo caer a Adán y Eva en el primer pecado, por
lo que fueron arrojados del Paraíso terrenal?
La desobediencia.
- Cierto; la desobediencia es la raíz de todos los males. Desobediencia a los padres y a los superiores legítimos, desobediencia a
Dios en sus Mandamientos. Debes insistir a tus muchachos para que obedezcan los mandamientos divinos, los de la Iglesia, a los
padres y a los superiores, así como que no dejen nunca de rezar. ¡El que no reza se condena! ¡Ay del que descuida la oración!
- ¿ Y qué más?
- Les dirás que eviten el ocio, que fue el origen del pecado de David; incúlcales que estén siempre ocupados, pues así el demonio
no tendrá tiempo para tentarlos.
Yo, haciendo una inclinación con la cabeza, se lo prometí. Me encontraba tan emocionado que dije a mi amigo:
- Te agradezco la caridad que has usado conmigo y te ruego que me hagas salir de aquí.
Él entonces me dijo:
- ¡Ven conmigo!- y animándome, me tomó de la mano y me ayudó a proseguir, porque me encontraba agotado. Al salir de la sala
y después de atravesar en un momento el hórrido patio y el largo corredor de entrada, antes de trasponer el dintel de la última
puerta de bronce, se volvió de nuevo a mí y exclamó:
- Ahora que has visto los tormentos de los demás, es necesario que pruebes un poco lo que se sufre en el Infierno.
-¡No, no!- grité horrorizado.
Él insistía y yo me negaba siempre.
- No temas- me dijo- prueba solamente, toca esta muralla.
Yo no tenía valor para hacerlo y quise alejarme, pero el guía me detuvo, insistiendo:
-A pesar de todo, es necesario que pruebes lo que te he dicho- y aferrándome resueltamente por un brazo, me acercó al muro
mientras decía:
- Tócalo una sola vez, al menos para que puedas decir que estuvistes visitando las murallas de los suplicios eternos, y para que
puedas comprender cuán terrible será la última si así es la primera. ¿Ves esa muralla?
Me fijé atentamente y pude comprobar que aquel muro era de espesor colosal. El guía prosiguió:
- Es el milésimo primero antes de llegar donde está el verdadero fuego del Infierno. Son mil muros los que lo rodean, y por eso éste
es apenas un mínimo principio del Infierno mismo.
Al decir ésto, y como yo me echase atrás para no tocar, me tomó la mano, me la abrió con fuerza y me la acercó a la piedra de
aquel milésimo muro. En aquel instante sentí una quemadura tan intensa y dolorosa que saltando hacia atrás y lanzando un grito
agudísimo me desperté.
Me encontré sentado en el lecho y pareciéndome que la mano me ardía, la restregaba con la otra para aliviarme de aquella
sensación. Al hacerse de día pude comprobar que mi mano, en realidad, estaba hinchada, y la impresión imaginaria de aquel fuego
me afectó tanto que cambié la piel de la palma de la mano derecha.
Tened presente que no os he contado las cosas con toda su horrible crueldad, ni tal como las vi y de la forma que me impresiona-
ron, para no causar en vosotros demasiado espanto. Nosotros sabemos que el Señor no nombró jamás el Infierno sino valiéndose
de símbolos, porque aunque nos lo hubiera descrito como es, nada hubiéramos entendido. Ningún mortal puede comprender
estas cosas. El Señor las conoce y las puede manifestar a quien quiere”.
La meditación de los Novísimos (Juicio, Infierno, Purgatorio, Paraíso) era cosa familiar en San Juan Bosco, y como fruto de ella
su corazón se encendía en una vivísima compasión hacia los pobres pecadores amenazados por el peligro de una eternidad tan
horrible. Este sentimiento de caridad le hacía sobreponerse al respeto humano, invitando a la penitencia con una prudente
franqueza incluso a personajes distinguidos, siendo de tal eficacia sus palabras que conseguía numerosas conversiones.
La persona que permanece con su alma en pecado mortal corre serio peligro de condenarse, por eso hay que tener siempre el alma
limpia de pecado mortal. Lo primero que hay que hacer, si se tiene la desgracia de cometer un pecado grave, es arrepentirse de él
y rezar un Acto de contrición. El Acto de contrición limpia al alma de culpa grave con la condición de confesar en cuanto se
pueda. Las confesiones tienen que ser sinceras, sin callarse ningún pecado mortal por vergüenza. Si así se hace, si no se confiesa
un pecado mortal por vergüenza, no sólo no se ha perdonado ese pecado sino que aún se ha añadido otro pecado mortal: el de
sacrilegio.
El pecado mortal no confesado conduce a la condenación eterna. El siguiente caso nos muestra cómo hemos de ser sinceros en
las confesiones.
San Antonino, arzobispo de Florencia, relata entre sus escritos un terrible suceso, que llenó de terror y espanto a los pueblos de
aquella parte de Italia, hacia la mitad del siglo XV. Un joven de muy buena familia tuvo la desgracia, a los dieciséis o diecisiete
años de edad, de ocultar un pecado mortal en la confesión y de comulgar en aquel estado, retardando de una semana a otra, y de
uno a otro mes, la confesión de un sacrilegio. Atormentado por los remordimientos, en vez de descubrir con sinceridad su
lamentable estado, trataba de ponerse en paz consigo mismo haciendo penitencia; pero inútilmente. No pudiendo, a pesar de ésto,
sufrir el gusano que sin cesar le corroía la conciencia, trató de acallarlo ingresando en un monasterio, diciendo para sí: allí lo diré
todo y haré penitencia por mi pecado.
Para desgracia suya, fue acogido por el Superior con gran alegría, pues le constaba la vida tan ejemplar que el joven llevaba, con
lo que la voz de su conciencia fue sofocada por la vergüenza. Ésto le hizo aplazar más y más su confesión, y con estos propósitos
pasó uno, dos y tres años sin tener valor para confesarse. Por último, fue invadido de una enfermedad grave, y se dijo: “Esta es la
ocasión, ésta es la única ocasión para que yo hable y haga una confesión general antes de mi muerte”. Pero esta vez, como las
anteriores, en lugar de confesarse sinceramente disfrazó su pecado de tal manera, que el confesor no lo pudo comprender;
esperaba, sin embargo, volver sobre él al día siguiente, pero le sobrevino un fuerte delirio y expiró en aquel miserable estado.
Ignorando la Comunidad el fin tan triste del joven, se llenó de veneración hacia el difunto, por lo que el cuerpo fue trasladado con
gran pompa a la iglesia del monasterio, donde permaneció expuesto hasta la mañana siguiente, en que le harían ostentosos
funerales.
Momentos antes de la hora señalada para la ceremonia, uno de los legos, encargado de tocar las campanas, vio al difunto fuera de
su caja y rodeado de llamas y amarrado con fuertes cadenas enrojecidas...
Asustado el hermano, cayó de rodillas con la vista fija en aquella aparición, y entonces el réprobo le dijo.
- No roguéis por mí, porque estoy en el Infierno para toda la eternidad.
Acto seguido le contó la triste historia de su sacrilegio y de su vergüenza en confesarlo. Después desapareció, dejando en el
templo un fuerte y pestilente olor, que se esparció por todo el monasterio como para acreditar lo que el lego había visto y oído.
El Superior, en vista de ésto, mandó arrojar el cadáver a un muladar, como indigno de sepultura alguna.
El siguiente caso, referido por el P. Martín Delrío, consta en los anales de la Compañía de Jesús. Se trata de una aparición ocurrida
en el Perú en el año 1590, y confirmada con testimonios llenos de fe.
No lejos de Lima vivía una señora cristiana, que tenía a su servicio tres criadas, una de las cuales se llamaba Marta, joven india de
19 años. Era ésta muy cristiana; pero poco a poco fue olvidando las prácticas religiosas que antes tenía, viniendo a ser desenvuel-
ta y desordenada en sus deseos.
Cayó enferma, y recibió los últimos sacramentos; pero después de este acto solemne, en el que había demostrado ya muy poca
devoción, dijo a sus compañeras que en la confesión que había hecho se había cuidado muy bien de no decir todos sus pecados
al confesor. Sorprendidas las compañeras, refirieron el caso a su ama, la cual, a fuerza de ruegos apenas pudo obtener de la
enferma una señal de arrepentimiento y la promesa de volver a hacer una confesión sincera y cristiana.
Marta se confesó de nuevo, y murió poco después.
Apenas había acabado de exhalar el último suspiro, el cadáver despidió un olor tan fuerte y nauseabundo, que hubo necesidad de
sacarlo de casa y colocarlo en una cochera: al mismo tiempo, el perro que guardaba la casa, animal de ordinario tranquilo, empezó
a aullar tan desaforadamente como si lo estuvieran martirizando.
Fue luego enterrada, y estando la señora comiendo, según es costumbre en el país, en el jardín, al aire libre, una piedra bastante
grande cayó en medio de la mesa, sin ver quién la había arrojado, derribando la vajilla, pero sin romper nada. Una de las criadas
que dormía en el mismo cuarto en que murió Marta, la india fallecida, fue despertada por ruidos espantosos, como si los muebles
de la habitación chocaran unos con otros, y arrojada al suelo por una fuerza irresistible.
Fácil es comprender que la muchacha no quiso volver a dormir en aquel aposento; la reemplazó otra, pero le sucedió lo mismo.
Idéntico ruido y la misma caída.
Acordaron entonces pasar la noche reunidas, pero he aquí que esta vez oyeron ambas la voz de Marta, la que, poco a poco, se
dejó ver con un aspecto horrible y rodeada de llamas.
- Por mandato de Dios- les dijo- vengo a daros a conocer mi estado: estoy condenada por un pecado de impureza y por las
malas confesiones que después he hecho hasta mi muerte ocultándolo. Referid ésto por todas partes para que se saque provecho
de mi desventura.
Dichas estas palabras, lanzó un bramido y desapareció.
La usura, la ambición, el deseo desmedido de las riquezas es otra causa de condenación eterna como nos dice Nuestro Señor:
“No podéis servir a Dios y al dinero”.
Un usurero tenía dos hijos, que siguieron su mal ejemplo: uno de ellos, tocado por la gracia de Dios, renunció a aquella culpable
profesión y se retiró a hacer penitencia a un desierto. Antes de partir se arrojó a los pies de su padre y hermano, y entre lágrimas y
suspiros les suplicó que pensasen en su salvación; pero todo fue en vano: perseveraron en su pecado y murieron impenitentes.
Dios permitió que el solitario hermano conociese su infeliz estado. En un éxtasis que tuvo le pareció encontrarse en lo alto de una
montaña, al pie de la que se extendía un mar de fuego, del cual se levantaba una tempestad de confusos gritos. Fijó la vista y le
pareció reconocer a su padre y hermano, que, furiosos, el uno y el otro se lanzaban mutuamente improperios y maldiciones,
llegando a sus oídos este terrible diálogo:
¡Yo te maldigo, hijo detestable, por el que he cometido injusticias y perdido mi alma!
- ¡Yo te maldigo, padre indigno, que has sido mi ruina por tu malvado ejemplo!.
- ¡Seas maldito, hijo insensato, que te asociaste al pecado de tu padre!.
-¡Maldito seas, cruel autor de mis días, que me engendraste para que me condenara!.
He aquí de qué manera el padre y el hijo, malvados ambos, se recriminaban mutuamente con recíprocas maldiciones...
“Si no perdonáis no seréis perdonados”. Quien no perdona de corazón a su enemigo puede también verse condenado al Infierno
para toda la eternidad.
El P. Nieremberg hace mención de un réprobo que manifestó la causa de su condenación. Era éste un joven que llevaba, en
apariencia, una vida cristiana; pero tenía un enemigo, al que profesaba un odio mortal, y aún cuando frecuentaba los Sacramentos,
nunca apartó de sí el sentimiento de venganza que Jesucristo nos manda deponer. Murió y se apareció a su padre, y le dijo que
estaba condenado por no haber perdonado a su enemigo, y añadió con desesperado dolor:
- ¡Ah! ¡Si todas las estrellas del cielo fueran otras tantas lenguas de fuego, no podrían, a pesar de eso, expresar cuántos son los
tormentos que sufro!
Sor Josefa Menéndez, religiosa fallecida en 1923 y que visitó, por permiso de Dios, muchas veces el Infierno, cuenta:
- El diablo gritaba con mucha rabia porque un alma se les escapaba: “¡Excitad en ella el temor... y que se desespere!...¡Ah ¡! Si
confía en la misericordia de Ése... (aquí blasfemaba de Nuestro Señor) estoy perdido!.. ¡Pero no... dadle miedo, no la dejéis un
instante y sobre todo que se desespere!”...(el no confiar en la misericordia de Dios y pedirle perdón fue el gran pecado de Judas
Iscariote, causa de su condenación eterna...)
Luego el Infierno no fue más que un grito de rabia y cuando salí del abismo, el diablo me amenazaba y decía: “ ¿Cómo es
posible?... Parece mentira que estas mujeres tengan más poder que yo, que soy tan poderoso... Pero ya me esconderé para que
no me conozcan... Me basta el rincón más pequeño para esconder la tentación: detrás de la oreja... entre las hojas de un libro...
debajo de la cama... algunos no me hacen caso, pero yo hablo... hablo, y a fuerza de hablar, alguna palabra queda... Sí, voy a
esconderme donde no me vean.
Añade Sor Josefa que la mayoría de los religiosos condenados se acusaban de pecados horribles de impureza... de pecados
contra el voto de pobreza, uso ilegítimo de los bienes de la comunidad, pasiones contrarias a la caridad, celos, rencor, odio...; de
tibieza y relajación; de comodidades que concedían a la naturaleza y que los arrastraron a culpas graves...; de malas confesiones
por respeto humano, falta de valor y de sinceridad etc.
Las faltas que parecían más pequeñas (mentiras, frivolidades, incumplimiento del deber, habrán de ser penadas en el Purgatorio.
Todo lo que haces queda escrito en el Libro de la Vida, cuenta para el juicio y para tu destino eterno.
Evita, pues, toda clase de pecados e imperfecciones voluntarias; busca siempre el bien con rectitud de intención.
Todos los días, como un anticipo de tu juicio particular, examina detalladamente tu conciencia para que rectifiques continuamente
tu conducta. Tu severidad de ahora para contigo se convertirá en misericordia en aquel momento definitivo.
OPORTUNIDADES PARA SALVARSE

Dios da oportunidades de sobra para salvarse. Podemos decir que si un alma necesita uno para salvarse, Dios le da
millones de millones de oportunidades, de manera que quien se condena es porque quiere.
San Pedro Damiano habla de un pecador que no vivía más que entre diversiones y placeres ilícitos, en contra de los
Mandamientos de la Ley de Dios. Se le avisó varias veces que pensara en su alma, y que si continuaba viviendo como hasta
ahora, en continuo pecado, se condenaría. Pero el desgraciado no hizo caso y siguió pecando hasta su muerte.
Apenas había expirado, un anacoreta tuvo revelación de su condenación, y hasta lo vio en medio de un estanque de fuego,
estanque inmenso parecido al mar, en el que se hallaban infinidad de desgraciados que, como él, gritaban desaforadamente.
Muchos trataban de ganar la orilla, pero unos dragones y demonios infernales se lo impedían, volviendo a arrojarlos en aquel
océano de llamas.
El siguiente caso, jurídicamente probado en el proceso de canonización de San Francisco Jerónimo, sucedió en Nápoles
(Italia), el año 1707.
Predicaba este Santo por las calles de esa ciudad, tratando, como de costumbre, del Infierno y sus castigos eternos
reservados a los pecadores obstinados.
Una prostituta, frente a cuya ventana predicaba San Francisco Jerónimo, fastidiada por aquel sermón, que la llenaba de
remordimientos, trató de estorbarlo con ruido de cánticos, voces estruendosas y portazos.
Después de hacer todo lo posible por molestar al predicador se asomó a la ventana para ver los efectos que había causado.
El Santo le dijo:
-¡Ay de ti si resistes a la gracia de Dios! ¡No pasarán ocho días sin que el Justo Juez te castigue!
Despreció la mujer aquel aviso y siguió con su vida depravada y haciendo, en aquel momento, todo lo posible con sus risotadas
y palabras soeces, para que San Francisco se marchara de allí.
Pasaron ocho días y el Santo volvió otra vez a predicar, delante de aquella misma casa; pero ahora la casa estaba silenciosa y la
ventana cerrada... Entonces se supo por uno de los vecinos que Catalina, así se llamaba aquella desventurada, había muerto de
repente hacía muy pocas horas.
-¿Ha muerto?- dijo el Santo- Pues bien, que ella misma nos diga de qué le ha servido burlarse del Infierno.
Y, acompañado de una multitud de gente, entró en la habitación donde yacía el cadáver. Hecha una corta oración descubrió
el cuerpo diciendo con voz fuerte:
-¡Catalina!, dime, ¿dónde estás?
A este llamamiento levantó la cabeza la difunta, abrió los ojos, se animó su rostro, y con voz de horrible desesperación contestó:
-¡Estoy en el Infierno! ¡Estoy en el Infierno!
Y volvió a quedar inmóvil su cadáver...
- Yo estaba presente- dijo uno de los testigos que declaró en el tribunal – Y apenas puedo explicar la impresión que me causó, a mí
y a todos los que estábamos allí presentes. Todavía, cuando tengo que pasar por delante de aquella casa, no me atrevo a mirar a
la ventana; me parece que aún suena en mis oídos aquella estridente voz:
- ¡Estoy en el Infierno! ¡Estoy en el Infierno!
Dios mismo nos avisa constantemente del peligro de condenarnos en el Infierno, si no cumplimos los Mandamientos, por
medio de libros, padres, sacerdotes, profesores, catequistas, etc. por lo cual, no es Dios el culpable de la condenación de los que
van al Infierno, sino los mismos pecadores quienes rechazan y desprecian a Dios burlándose de un Dios crucificado, bestialmente
torturado y abucheado, por amor a todos los hombres.
Siempre da Dios oportunidades de sobra para que las almas puedan salvarse, pero cuando el hombre, o la mujer, embotados
sus sentidos por los vicios o engreídos en su propia soberbia, se niegan a recibir la gracia divina, no es Dios, repetimos, sino el
mismo ser humano, quien se condena, quien a sí mismo se lanza al Infierno eterno.
Un desgraciado de éstos, estando en las últimas, recibió la visita del sacerdote, quien con un crucifijo en la mano, le instaba
una y otra vez a la penitencia final.
Pero el moribundo, con gran ceguedad de corazón, rechazaba una y otra vez al ministro que le ofrecía la vida, volviéndose
neciamente al otro lado de la cama. El sacerdote, para hacer más persuasivas sus palabras, daba la vuelta una y otra vez para hablar
cara a cara con aquel imprudente y temerario pecador que se estaba jugando neciamente la eternidad.
En una de estas vueltas, en las que el moribundo le volvía las espaldas al crucifijo, éste, ante el pavor y maravilla de todos,
descolgó una mano de la cruz y llevándosela al costado derecho echó varias gotas de su propia sangre sobre el impenitente
moribundo, oyéndose al mismo tiempo una voz terrible que decía:
- ¡Ya que no quieres mi Sangre para tu salvación, tómala para tu condenación!...
Nada más caer estas gotas de sangre, de verdadera sangre, sobre el moribundo, éste, al recibirlas sobre su cuerpo, pareció
recibir gotas de metal fundido gritando desesperadamente con aullidos desgarradores...
Poco después expiró el desgraciado, quedando su cadáver convulso y distorsionado, como un monstruo...
Muchos, neciamente, se lían una venda a los ojos para no ver la realidad del más allá y dicen: «Yo, a vivir, que son cuatro
días, y después que me quiten lo bailao»... No saben estos desgraciados el horror eterno que se abren por delante con sus
pecados.
Dos guardias civiles, hace ya bastante tiempo, iban de servicio andando por un polvoriento y solitario camino campestre
cuando a lo lejos divisaron a un mendigo que descansaba a la sombra de un árbol.
Entablaron conversación con él y pararon un rato a descansar.
Continuando su servicio los guardias, el mendigo los acompañó hasta que llegaron a una posada regentada por una mujer
amargada, huraña, avarienta y grosera como no pueda imaginarse.
- ¡Aquí no quiero mendigos! – dijo nada más ver al pobre hombre que acompañaba a los agentes del orden.
- Podría pasar y tomar algo- intercedió uno de los guardias, un tanto pesaroso de ver al pobre hombre tan maltratado por aquella
arpía.
- ¡No! ¡Que se vaya al pajar si quiere! ¡Aquí no entra ese sucio andrajoso!
Iba a replicar el guardia, al considerarse algo ofendido por la grosería de aquella mujer, cuando el vagabundo le dijo:
- No se preocupe. Me iré donde dice.
Los dos guardias, haciendo causa común con quien había sido compañero de camino durante una jornada y viendo el trato
miserable que había recibido, se fueron también a pasar la noche al pajar compartiendo con él su comida.
- Esa mujer ya ha colmado su medida- exclamó gravemente el vagabundo.
Los guardias quedaron impresionados por la solemnidad y misterio con que el vagabundo había dicho aquellas palabras, máxime
cuando emanaba de él una seriedad, un respeto y una simpatía indefinibles de describir.
Tras cenar, cada uno se preparó un lecho entre la paja y cansados como estaban quedaron pronto dormidos.
Por la mañana, aún antes de amanecer, fueron alertados por las voces y gritos que salían de la posada.
Los guardias, temiendo algún ataque de bandidos o una tragedia, acudieron por si podían prestar ayuda.
- No necesita vuestro auxilio esa mujer. Ya ha cumplido su vida. Su maldad ha llegado hasta el Cielo- dijo el vagabundo- Ya os lo
dije anoche.
Los guardias, pese a las palabras del vagabundo, acudieron a la posada.
Allí vieron cómo la malvada posadera agonizaba entre espasmos, amenazas y gritos gesticulantes.
Poco después, aquella mujer, de quien jamás se había escuchado que hiciera algo bueno, era sólo un rígido cadáver que era
amortajado para la tumba.
Pensativos por las palabras oídas al mendigo y la coincidencia de la muerte de la posadera, volvieron los agentes al pajar a recoger
algunas cosas que habían dejando.
No vieron rastro alguno del vagabundo...
En el lugar, sin embargo, que había ocupado aquel hombre, víctima de los malos tratos de la difunta, hallaron una imagen del
Corazón de Jesús, que, ante el asombro de los guardias, era el mismo rostro del pobre...
Horrenda cosa es caer en manos de Dios vivo, de su Justicia, de un Dios omnipotente, que estará ejercitando por una eternidad su
poder infinito, y su Justicia en castigarte.
Pero no, las gentes no temen: porque no ven, ni conocen el peligro en que viven, no conocen el peligro, o no quieren conocerlo,
que es lo que actualmente ocurre en muchos casos, y eso sí que es grave...
La principal necedad de los pecadores es creer lo que creen: en todo menos en Dios, y vivir como viven: metidos en el vicio hasta
el cuello...
Ésto es lo que con dolor lamentaba San Bruno, fundador de los cartujos: admirándose ver a las gentes vivir tan tranquilas en esta
vida, como si no les esperara la muerte, y tan metidos en el pecado, como si no hubiera castigo para ellos, o como si el Infierno
fuera un cuento de viejas, inventado para espantar niños... actitud que actualmente también toman la mayoría en la Humanidad,
incluídos muchos sacerdotes, que no solamente no hablan del Infierno sino que, haciéndole el juego a Satanás, ya van poniendo
en duda su existencia, cuando, como hemos visto, la Biblia es clara en su existencia, dolores y eternidad, y además, es dogma de
fe: quien no cree en el Infierno, en su eternidad, en sus sufrimientos, comete un pecado mortal e incurre en herejía, se aparta de la
Iglesia Católica...
Hay Infierno, e infaliblemente has de arder en él para siempre, si mueres en pecado mortal.
Refiere el P. Fray Luis de Granada, que un difunto se apareció a un gran amigo suyo, que dejaba en el mundo, y con rostro
tristísimo y voz lamentable dijo tres veces: “Ninguno lo cree. Ninguno lo cree. Ninguno lo cree”... Y, como espantado el amigo le
preguntase lo que le quería decir con aquéllo, prosiguió: “ Ninguno cree, cuán estrechamente examina Dios en su juicio a los
hombres. Ninguno cree, cuán severamente los juzga y condena. Ninguno cree cuán rigurosamente los castiga, y en diciendo ésto
desapareció...
Hay quienes ignoran a Dios en esta vida, no quieren saber nada de Él, se burlan de las cosas divinas y desprecian a quienes por el
contrario se esfuerzan por seguir los rectos caminos de Dios, y así, poco a poco se van acercando al abismo sin fondo y eterno
del Infierno, y, cuando vienen a ver, ya es tarde, su período de prueba ha terminado y con él la posibilidad de ganar la vida eterna.
Las jóvenes Clara y Anita trabajaban juntas en una empresa comercial en Alemania. No estaban unidas con íntima amistad sino
tan sólo por una natural y sencilla cortesía.
Tenían su trabajo de oficina la una cerca de la otra y no podía faltar un intercambio de ideas. Clara se decía abiertamente católica
y sentía necesidad de instruir y aconsejar a Anita, cuando ésta se manifestaba ligera y superficial en asuntos religiosos.
Pasaron algún tiempo juntas, luego Anita se casó y se alejó de la empresa. En el otoño de aquel año, 1937, Clara pasó sus
vacaciones a orillas del lago Garda, a los pies de los Alpes tiroleses. Hacia la mitad de Septiembre, la madre de ésta le hizo llegar,
desde el pueblo, una carta: “Ha muerto Anita N.. víctima de un accidente automovilístico. La sepultaron ayer en Waldfriedof, en
el cementerio del bosque”.
La noticia impresionó a Clara, conocedora de que su amiga no había sido muy religiosa... ¿Estaba preparada para el gran paso?
Habiendo muerto así de repente, ¿ cómo se habría presentado delante de Dios?...
A la mañana siguiente asistió a Misa, comulgó y oró fervorosamente en sufragio de su alma. Y bastante después, es decir, a las
doce y diez de la noche, fue cuando tuvo lugar lo que, procedente de otro mundo, oyó, vió y se le transmitió...
Apareciéndosele la difunta Anita, le dijo a Clara:
-¡Clara, no reces por mí! ¡Estoy condenada en el Infierno! Si te lo digo y te hablo extensamente también de mis cosas no pienses
que lo voy a hacer como amigas que fuimos, no; nosotros en el Infierno ya no amamos a nadie. Estoy obligada a hacerlo... y lo
hago como parte de aquel poder que siempre quiere el mal y.. obra el bien... y quisiera verte llegar a este lugar a ti también, donde
yo permaneceré para siempre.
No te enfades por esta expresión. Aquí todos deseamos igual; nuestra voluntad está petrificada en lo que vosotros llamáis
“mal”. También, cuando nosotros hacemos algo “ bueno ”, como ahora yo, abriéndote los ojos en lo que se refiere al Infierno...
ésto no lo hacemos con buenas intenciones.
¿Recuerdas? Hace cuatro años nos encontramos y conocimos. Tú tenías 23 años, y te encontrabas allí desde hacía medio
año... cuando yo llegué. Tú me sacaste de algunos apuros, por ser yo una principiante y me distes muy buenas directrices. Pero
¿qué significa “buenas’? Entonces yo alababa tu amor al prójimo. Mas ahora, juzgándote mal, digo: “¡Ridiculeces! Tu ayuda era
pura coquetería... Como yo lo sospechaba en vida ”. Pues aquí nosotros no pensamos nada bueno de nadie.
Las travesuras de mi niñez y juventud ya las conoces, por habértelas contado. Ahora llenaré las lagunas de lo que omití
referirte. Según los planes de mis padres, yo no debía de haber nacido... Les caí como una desgracia. El día de mi nacimiento mis
dos hermanas contaban ya con 14 y 15 años... ¡Ojalá volviera yo al no ser para evitar estos tormentos!...¡Con qué placer dejaría
yo mi existencia como un vestido de ceniza que se pierde en la nada!...
Pero no; yo debo existir así. Así, como yo misma pasé aquí... con una existencia fracasada.
Cuando papá y mamá, jóvenes aún, se trasladaron del campo a la ciudad, ambos habían perdido el contacto con la Iglesia,
y esto fue “mejor”... pues simpatizaron con gente que no practicaban la religión, es decir, con incrédulos y ateos. Se habían
conocido en un salón de baile... Y medio año después les “urgió ” casarse... En la ceremonia nupcial “se les pegó tanta agua
bendita”, que mi mamá iba a la iglesia solamente a la misa dominical, un par de veces al año. Nunca me enseñó a rezar. Se agotaba
en los cuidados cotidianos de la vida, aunque nuestra situación económica no era mala. Palabras como las de “rezar”, “misa”,
“instrucción religiosa”, “iglesia”, las repito con gran repugnancia interior. Aborrezco todo eso, como odio con todas mis fuerzas
a los que van al templo, y en general a todas las personas y a todas las cosas. Realmente de todo nos viene tormento. Todo
cuanto nos invitó a enmendarnos antes de morir, todo recuerdo de cosas vividas y sabidas, es para nosotros una llama punzante,
y de todos los acontecimientos descuella la gracia que nosotros hemos despreciado... ¡Qué espantoso tormento!...¡No come-
mos, ni dormimos, ni nos movemos! Espiritualmente encadenados... nuestra “vida” consiste en llantos y estridor de dientes...
¡Ésta se desliza entre humo, odiando en los tormentos! ¿Lo oyes? Nosotros aquí tragamos el odio como agua; también el uno
contra el otro. Pero, sobre todo, nosotros odiamos a Dios. Quiero que tú lo comprendas. Los bienaventurados en el Cielo deben
amarlo... porque ellos lo ven sin velos, en su belleza deslumbradora, lo cual los hace de tal manera felices, que no es posible
explicarlo. Nosotros lo sabemos, y este conocimiento nos vuelve furiosos. Los hombres en la tierra no ven a Dios, pero por la
creación y la revelación lo pueden conocer y lo pueden amar... aunque no estuvieran obligados a ello. El creyente, y te lo digo
rechinando los dientes, que medita y contempla a Cristo, con sus brazos clavados en la cruz, acabará por amarlo...Pero aquí, a
quien Dios se acerca sólo en el tormento, como castigador, como justo vengador, porque un día fue por Él repudiado...como
aconteció con nosotros...éste no puede hacer otra cosa que odiarlo con toda la fuerza de su malvada voluntad y eternamente, en
fuerza de su libre aceptación de estar separado de Él. Esta resolución de odio que gritábamos al morir en la tierra, se perpetúa en
la eternidad y nunca la retiraremos. Así, puedes comprender ahora, cómo el Infierno durará eternamente: es porque nuestra
obstinación, nuestra terquedad nunca se apartará de nosotros. Obligada debo aquí agregar que Dios es misericordioso hasta con
nosotros. Dije “obligada ” porque aún en el caso de decirte estas cosas sin querer, con todo no puedo mentir, como bien quisiera
yo. Muchas cosas te las digo en contra de mi voluntad. Así pues, las maldiciones que quisiera vomitar... tengo que silenciarlas.
Dios fue misericordioso con nosotros, no permitiendo que en vida hubiésemos sido tan malvados, como lo hubiéramos deseado
ser, lo cual hubiera acrecentado nuestras culpas y también nuestras penas aquí. Él nos hizo morir antes de tiempo... como pasó
conmigo, interviniendo con otras circunstancias acordes con su misericordia. Y también ahora Él se manifiesta misericordioso
con nosotros, no obligándonos a acercarnos a Él más de lo que ya nos separa del mismo, que es como una especie de
“disminución ” de tormentos. Pues... cada paso que me obligase a estar más cerca de Él, me produciría una pena mayor... como
mayor pena te daría a ti, cada paso más que dieras, acercándote a una hoguera.
Tú te espantabas cuando yo, en cierta ocasión, en un paseo, te dije que mi padre, algunos días antes de mi Primera
Comunión, me había dicho: Anita, esfuérzate para merecer un hermoso vestido; lo demás son puro cuentos... por no decir
mentiras... Tu sobresalto me dejó algo impresionada; mas ahora solamente me provocaría a despectiva risa. Lo único “razonable”
que había en aquellas exageraciones era que se admitía a la Primera Comunión tan sólo a los doce años. Yo entonces me
encontraba ya metida en las diversiones mundanas... y así ninguna impresión saludable dejó en mí la Primera Comunión; no le di
importancia. El que ahora muchos niños sean admitidos a la Primera Comunión a eso de los siete años... nos enfurece. Hacemos
todo lo posible para que la gente crea y se convenza que a los niños les falta la adecuada preparación. (eso es lo que actualmente
alegan en determinadas diócesis...donde ya los niños no pueden hacer la Primera Comunión a los 8 años, como antes, sino a los 9,
lo que implica que el diablo está trabajando bien dentro de la Iglesia.....) Nos conviene que antes hayan cometido algún pecado
mortal...Entonces la blanca Hostia no les hará gran provecho; en cambio ahora la fe, la esperanza, la inocencia bautismal son
fuerzas vivas en ellos.Tú te acordarás que éstas eran mis ideas cuando estaba viviendo con vosotros.
Te he mencionado a mi padre. Pues bien, muchas veces reñía con mamá. No te lo decía entonces a tí por vergüenza. Mas
esta vergüenza la juzgo ahora como gran “ridículo”... Porque aquí, entre nosotros, nos afanamos de haber pecado... Mis padres
ya no dormían en el mismo cuarto. Yo dormía con mamá, y mi padre en el cuarto de al lado, para estar libre y poder llegar a
cualquier hora. Bebía mucho, así que despilfarraba nuestro patrimonio. Mis hermanas trabajaban pero necesitaban para sí lo que
percibían. Mamá también empezó a trabajar y ganar algo. En el último año de su vida, mi padre le pegaba mucho a mamá cada vez
que no le daba dinero para sus bebidas...; en cambio conmigo fue siempre muy amable. Un día, ya te lo conté y tú entonces te
enfadaste por mis caprichos ¿de qué no te enfadabas conmigo?, un día hasta dos veces, me complació, devolviendo mis zapati-
llas, porque la forma y el tacón no me parecieron conformes a la última moda. La noche en que mi padre tuvo su ataque de
apoplejía mortal, sucedió algo que yo, por temor de una interpretación desagradable, nunca me atreví a manifestártelo. Pero ahora
estoy obligada a decírtelo...Es muy importante ésto: que entonces, por vez primera fui acometida por el espíritu atormentador,
que ahora tengo. Dormía yo en el cuarto de mamá, la respiración regular me decía que su sueño era profundo; mas he aquí que, de
improviso, llamóseme por mi nombre. Una voz desconocida me dijo: “¿Qué harás, si tu papá muere?” ¡Yo ya no amaba a mi padre
desde que se portaba tan villanamente con mamá!...; ¡así como tampoco ya desde entonces no amaba absolutamente a nadie!
¡Sólo estimaba a quienes me favorecían, pues amar es propio de los que viven en gracia, y yo no estaba en gracia de Dios!...Por
tanto, contesté a la voz misteriosa, sin darme cuenta de dónde viniese, diciéndole primeramente: “No tiene él por qué morir ”.
Después de una pausa breve, de nuevo la misma voz claramente preguntó: “¿Qué será de ti si muere tu papa?”...
- No; no morirá de ningún modo- vociferé con áspera respuesta.
Pasados algunos minutos, otra vez oí la voz que me dijo:
-¿Qué será si muere tu papá?
Entonces recordé muy triste cómo papá muchas veces, volviendo a casa en estado de embriaguez... gritaba y maltrataba a mamá...
cómo él nos había humillado delante de la gente..., por lo cual, enfadada repliqué:
-¡Le estaría bien!
Así consiguió el maligno que yo cometiera un grave y mal deseo. No insistió ya más el astuto tentador. Pero al otro día, al ir mamá
a arreglar el cuarto de papá, lo encontró cerrado con llave. Mi padre no había aún salido. Se pensó que estuviera enfermo.
Forzóse, por tanto, la puerta y se le halló tendido en la cama, vestido a medias, y ya muerto. Dijeron que falleció a causa de la
apoplejía, a la que era propenso por su alcoholismo.
Marta y tú habíais conseguido que me admitieran en la Asociación de Jóvenes... Debo decir, en verdad, que encontré bastante
adaptadas a la moda parroquial las instrucciones de las Directoras... Los juegos eran divertidos, y, como sabes, entré al poco
tiempo en la sección de la directiva. Esto me agradaba y lo mismo las excursiones. Hasta condescendía algunas veces en ir a
confesarme, pero mis confesiones eran muy superficiales. No encontraba “nada” de qué acusarme... Las conversaciones y
pensamientos no tenían importancia para mí... Y para acciones groseras no estaba suficientemente corrompida. Tú, en varias
ocasiones, me decías: ¡Anita, si no rezas te vas a perder!...Pues en verdad rezaba yo muy poco, y este poco sin ganas. Te declaro
que estabas en lo cierto... Todos los que se abrasan en el Infierno, no han rezado nunca, o no han rezado lo suficiente... La oración
es el primer paso hacia Dios... y es el paso decisivo. En especial la oración a la que es la Madre de Cristo (el Avemaría), cuyo
nombre nosotros nunca pronunciamos.
Esta devoción arranca al demonio un sin número de almas que, mientras permanecen en pecado mortal él las tiene como suyas
propias.
Sigo adelante en mi narración, consumiéndose de rabia... y sólo porque estoy obligada... Rezar es la cosa más fácil para el
hombre en la tierra; y precisamente a esta cosa fácil Dios ha ligado la salvación de cada uno. Al que reza con perseverancia, Él,
paulatinamente le da tanta luz... lo fortalece de tal manera, que por fin hasta el pecador más hundido en los vicios puede, en efecto,
enmendarse. Yo, en los últimos años de mi vida, ya no rezaba, como era mi deber, y así me faltó la Gracia, sin la cual nadie puede
salvarse... Aquí, donde estoy, ya no recibimos ninguna gracia; y... aún cuando llegase, la rechazaríamos cínicamente con rabia.
Todas las fluctuaciones de la existencia terrenal han terminado en esta “otra vida”. Entre vosotros, sobre la tierra, el hombre puede
elevarse del estado de pecado al estado de Gracia... y de la Gracia puede precipitarse en el pecado, unas veces por debilidad,
otras por malicia. Tras la muerte, este subir o bajar se acabó, porque tiene su raíz en la imperfección del hombre terreno o libre, y
aquí nosotros hemos alcanzado el estado final. Aún entre vosotros, con el crecer de los años esos cambios se efectúan más
raramente. Sin embargo, hasta la hora de la muerte, puedes volver a Dios, o bien, darle las espaldas. Pero en general, como
arrastrado por una corriente, el hombre, con los postreros arrestos de la voluntad, se comporta, antes de morir, como estaba
acostumbrado en su vida. Las costumbres buenas o malas son cual una segunda naturaleza que lo arrastran, respectivamente, al
Cielo o al Abismo. Ésto fue lo que me sucedió a mí. Desde hacía años vivía lejos de Dios. Por lo mismo, en la postrera llamada
a la Gracia, me decidí contra Dios. Lo más fatal para mí no fue el hecho de que yo cometiese muchos pecados, sino que ya no
quise volverme a Dios... Tú, muchas veces, me instabas a escuchar la santa predicación y a leer libros espirituales. “No tengo
tiempo”, era mi contestación de siempre. Por eso, cada día, mi voluntad fue más perezosa, voluble o poco firme. Debido a esta
situación ya, desde antes de mi salida de la Asociación de Jóvenes, me resultaba demasiado pesado para mí volver a otro camino...
Experimenté tristeza y desánimo, porque a mi conversión se oponían mil dificultades. Me sentía cobarde... De seguro que tú no
sospechaste nada. Te parecía la cosa muy sencilla. Un día me dijiste: “Ana, haz una buena confesión... y todo estará arreglado”.
Yo estaba de acuerdo...; pero el demonio, el mundo y la carne me tenían ya muy cogida entre sus garras. Nunca creí yo en las
acechanzas del demonio; mas ahora debo decirte que él tiene gran poder sobre las personas que se le entregan...y yo estaba en
esas condiciones. Tan sólo muchas oraciones de otros y mías, muchos sacrificios y sufrimientos, me habrían podido arrancar de
él y de sus insidias. Y ésto, poquito a poco. Si actualmente hay menos poseídos exteriormente, poseídos interiormente los hay, y
muchos. El demonio no puede quitar la libre voluntad a los que se dan a él. Sin embargo, por esta apostasía de entregarse a lo
pecaminoso, rechazando a Dios, permítesele al maligno morar en ellos. Yo tengo aversión al demonio. Pero apruebo su astucia,
porque todo su ideal estriba en buscar vuestra ruina; éste es su gusto, y el de sus satélites, los espíritus malos que están con él
desde el principio de los siglos. Se cuentan por millones los que están entre los hombres para tentarlos, y no os percatáis de ello.
No nos incumbe a los condenados tentar a nadie; es más bien obra de los espíritus caídos. Esta labor les sirve hasta para
acrecentar sus propios tormentos, cada vez que logran llevar a los infiernos un alma. ¿Qué es ésto, si se piensa en el odio mutuo
que entre sí nos devora a cuantos habitamos en el averno?
Sigo con mi narración... Por más que caminase yo por senderos apartados de Dios, Éste con su providencia seguía mis
pasos. Y también yo preparaba el camino a la gracia con actos de caridad naturales, que practicaba a menudo por impulso de mi
temperamento. A veces Dios hizo que visitase algunas iglesias, y allí sentía deseos de reconciliarme con Él. Asimismo, cuando a
pesar del mucho trabajo de oficina, cuidaba yo de mi madre enferma, no faltó consuelo a mi espíritu por parte del Señor.
¿Recuerdas? En cierta ocasión me llevaste a la capilla del hospital, en un intermedio de las doce. ¡Entonces sentí un algo en mí y
estuve a un paso de mi conversión porque lloré!...pero, de inmediato, las diversiones mundanas irrumpieron de nuevo como un
torrente contra la Gracia; y el grano se ahogó entre las espinas. Con asertos como el de que la religión es únicamente un sentimien-
to, como me repetían siempre en la oficina, eché al olvido también esta invitación de la Gracia, como tantas otras. En cierta
ocasión, tú me reprendiste porque en vez de una genuflexión, sólo había hecho una desaliñada inclinación. Juzgaste ésto como un
acto de pereza... y no te distes cuenta de que yo por entonces no creía en la presencia de Cristo en el Sacramento. Ahora creo en
Él, pero sólo, naturalmente, como se cree en un ciclón, al verse después de los destrozos que ha causado. Y así me había forjado
una religión a mi gusto. Tenía y sustentaba la opinión común entre nosotras las oficinistas de que el alma, después de nuestra
muerte, transmigra mediante reencarnaciones hacia otro ser continuando así, sin fin, su peregrinación. Por consiguiente, la
angustiosa cuestión del más allá, en definitiva, me era inocua. Error éste que tú me refutaste con la parábola del rico Epulón y del
pobre Lázaro en la que el narrador, que era Jesucristo, arroja, enseguida de la muerte, a uno al Infierno y al otro al seno de
Abraham, es decir, al Paraíso. Tiempo, empero, y palabras echadas a perder... porque para mí las verdades religiosas resultábanme
ya como cuentos de la Edad Media. Así, cada vez más, me había inventado un falso dios... suficientemente idealizado para poder
ser llamado dios; suficientemente apartado de mí a fin de que yo no pudiese tener relaciones con él; indeterminado para poderlo
dejar el día que no me agradase... a semejanza de un dios panteístico del mundo, puramente teórico o místico. Este dios no tenía
ningún cielo que darme y ningún infierno a donde arrojarme. Yo lo dejaba tranquilo y él me dejaba en paz, sin preocupaciones...; en
lo cual consistía “mi religión”. Tú ya sabes que lo que agrada se cree fácilmente. Así yo, en el curso de mis años, estuve ya
convencida de estos ideales que, aunque engañosos, me dejaban vivir a mi gusto. Tan sólo una cosa hubiese quizás doblegado
mi soberbia: un largo y profundo dolor... y este dolor no vino. Una vez dijo Jesús a Santa Teresa: “ Dios castiga a los que ama”...
Se entiende a los que aman y aceptan el dolor. ¡Yo no lo hubiera aceptado!...Y no me lo dio.
Un domingo de Julio la Asociación de Jóvenes organizó una romería. Ésto me hubiera gustado... Pero otra imagen muy
distinta que la de la Virgen estaba desde algún tiempo sobre el altar de mi corazón: la del potentado dueño del almacén que está al
lado de nuestra oficina. Días antes habíamos bromeado y reído... y precisamente para aquel domingo me había invitado a un viaje
de recreo, pues la persona con quien acostumbraba a salir, se encontraba hospitalizada. El señor se había dado cuenta, por mis
ojos, de que lo miraba con agrado. ¿Casarme con él? Por entonces, no lo había pensado. Era un hombre acomodado, que trataba,
con mucha cortesía, con todas las jóvenes. En cambio, lo que pretendía yo era un hombre que fuese únicamente mío. No sólo
quería ser esposa... sino que anhelaba ser sola. Tenía yo mucho egoísmo, y poquísimo espíritu de sacrificio. En aquel paseo,
Max, así se llamaba el potentado, se prodigó en galanterías. Te puedes figurar que nuestras conversaciones de aquel día no fueron
por cierto tan edificantes como las vuestras. Al otro día tú, en la oficina, te quejaste conmigo de no haber ido con vosotros a la
romería, que fue, realmente, muy grata y alabada por todos. Yo también te hablé de las horas felices pasadas con el señor Max.
Tu primera pregunta fue: ¿Fuístes a Misa? Riendo contesté: “¿Cómo pude ir, si la salida estaba fijada para las seis de la mañana?”.
Y agregué: “¡El buen Dios no tiene una mentalidad tan estrecha como la de sus sacerdotes!”. Ahora, sin embargo, tengo que
aclararte que Dios, a pesar de su infinita bondad, mide las cosas con más precisión que todos los sacerdotes.
Después de aquella gira con el señor Max... sólo una vez volví a la Asociación. Fue la Noche de Navidad, porque había un
algo que me atraía; pero en mi interior ya me sentía apartada de vosotras. Cines, bailes, excursiones, se sucedieron sin cesar, Max
y yo reñíamos alguna vez; pero siempre supe encadenarlo a mi cariño. Muy molesta resultó la “otra amante”, que al salir de la
clínica se mostró enojadísima. Y eso fue para mí una buena suerte... porque mi calma fascinó el corazón de Max... el cual acabó
por preferirme a mí y no a la otra. Usando yo siempre calma y frialdad, tranquila en mi exterior... pero vomitando pestes en mi
interior, logré enemistar a Max con la otra, y la despidió.
Estos sentimientos y malos manejos me prepararon “excelentemente” para el. Infierno; pues eran de inspiración diabólica, en
el sentido más estricto de la palabra. Mas ahora pregunto: ¿Por qué te estoy hablando de todo ésto? Para que sepas cuál fue el
camino que me llevó lejos de Dios, apostatando o rechazándolo. Por lo demás, justo es decir, que, en mis relaciones con Max,
nunca se llegó a los extremos de la familiaridad. Yo entendía que me hubiese rebajado a sus ojos, si me hubiera entregado a él
antes de tiempo; y por lo mismo logré contenerme. Sin embargo, estaba dispuesta a todo cuando así lo hubiera juzgado útil. Debía
conquistar a Max... para lo cual nada habría sido caro. Desde luego, entre nosotros, el cariño iba en aumento día tras día, porque
ambos teníamos óptimas cualidades para nuestra completa felicidad. Distinguíame yo en ser hábil, suficientemente experta o culta
de amena conversación; y así, con gran destreza, retuve a Max... y logré, en los últimos meses, antes del matrimonio, conseguirlo
exclusivamente para mí.
Esto acabó con mi poca religiosidad. No supe armonizar mi estima del novio con el amor a Dios, pues, por las pasiones que
son un estímulo y un veneno, me dediqué del todo al novio como “idolatrándolo” a la par que me “idolatraba” a mí misma,
atrayéndolo a mis vanidades y caprichos no siempre buenos, ofendiendo bastantes veces al Señor, por mi ideal rastrero de casi
sólo buscar el placer de los sentidos.
En ese tiempo criticaba yo, en la oficina, contra los curas, contra los buenos católicos motejándolos de “santurrones”, contra
las indulgencias, etc.
Tú te esmerabas, con más o menos ingenio, en defender estas cosas, sin que llegases a sospechar, que en lo más íntimo de mi
ser... no me refería a tales verdades. Lo que yo buscaba era una excusa a favor de mi conciencia que la necesitaba para así
justificar con razones la apostasía de mi fe.
En lo más hondo yo me rebelaba en contra de Dios. Tú no podías comprender la realidad mía... Me juzgabas aún católica y
por otra parte yo afanábame por parecerlo, cumpliendo en lo exterior todos mis deberes eclesiásticos. Pensé que la simulación, o
hipocresía, no me vendría mal.
Tus contestaciones a mis dificultades eran apremiantes... ; pero en mí no hacían mella alguna.
Por estas situaciones ya antagónicas en nuestras relaciones, el dolor de nuestra separación fue casi nulo, por motivo también
de mi matrimonio.
Antes de mi casamiento confesé y comulgué una vez más. Había que cumplir con las apariencias. Mi marido y yo, acerca de
ésto, teníamos las mismas ideas. Era una formalidad... y la cumplimos. Vosotros juzgáis indigna una Comunión en esa forma... Sin
embargo yo sentí “alivio”, por descargarme ya de esa atención o requisito nupcial... De todos modos fue la última... Nuestra vida
matrimonial se deslizaba, en general, favorable. El mismo parecer en casi todos nuestros puntos de vista. También en ésto... que
no queríamos el peso de los hijos. Mi marido soñaba en un vástago... uno sólo. Pero yo con mis mañas y mis razones lo aparté de
sus deseos.
Vestidos de moda, muebles de lujo, tertulias de café, paseos y viajes en automóvil, y diversiones a granel... era lo de mi mayor
agrado.
Fue un año de luna de miel divertidísimo el transcurrido entre la boda y mi muerte repentina.
Cada domingo salíamos en un turismo a metas distintas, o íbamos a visitar a los parientes de mi esposo. De mi madre ni el
recuerdo siquiera... Me avergonzaba de ella... Pero, aunque exteriormente me riese, nunca era yo feliz en mi alma. Sentía en mi
interior un vacío inexplicable, un “algo” que me turbaba...: la idea de que algún día se acabaría mi dicha de entonces, pues siempre
recordaba lo que oí en un sermón cierto día de mi juventud: que Dios premia toda buena obra, y cuando no lo podrá hacer en la
vida venidera, lo hace en la presente.
Y en efecto, hasta tuve una inesperada herencia de mi tía Lotte, y mi marido logró ingresos mayores; con lo cual pudimos
arreglar más elegantemente nuestra vivienda.
La religión nos hacía llegar su luz, pero ya descolorida y débil, y tan sólo de lejos.
Para colmo, los cafés y los hoteles que nos recibían en nuestras excursiones, nos apartaban cada día más de Dios...
Si en nuestros viajes visitábamos alguna vez las iglesias, lo hacíamos tan sólo por las obras de arte que había en ellas. El
soplo religioso de las catedrales se neutralizaba con la crítica de algo accesorio: un fraile taciturno y encapuchado, de pobre
indumentaria, lo raro de que los monjes elaboren licores, el persistente repicar de las campanas... Todo ésto cooperó a apartar de
mí la Gracia que de vez en cuando llamaba a mi corazón.
Me burlaba de las escenas medievales: pinturas del Infierno en muchos cementerios... o con figuras de demonios que están
asando las almas... ¡Clara!...te puedo decir ahora que uno puede equivocarse en pintar el fuego del Infierno, pero la realidad es
mucho más terrible. Yo me burlaba, a más no poder, de este “fuego” y en cierta discusión que tuvimos encendí una cerilla y te la
puse bajo la nariz preguntándote si tenía olor de Infierno. Sin más, tú me la apagaste... Aquí nadie puede apagar las llamas de este
fuego.
Te lo puedo asegurar, de verdad, ahora: el fuego del cual se habla en la Biblia no significa tormento de la conciencia, no...
fuego es fuego... y hay que entenderlo a la letra, como dice el Evangelio: “Apartáos de Mí, malditos, al fuego eterno ”...
literalmente.
Tú dices: ¿Cómo puede el alma (espiritual) quemarse con el fuego material?...Te pregunto a mi vez: ¿Cómo puede tu alma
sentir el fuego, cuando pones el dedo sobre una llama?...En efecto, el alma no se quema y sin embargo el tormento lo experimenta
toda la persona. Del mismo modo aquí nosotros estamos amarrados al fuego, según nuestra naturaleza y según nuestras faculta-
des. Nuestras almas carecen de su natural y libre espontaneidad; aquí nosotros no podemos pensar lo que queremos... ni como
queremos. No te maravilles de estas mis palabras. Este es mi “estado” de ser, que a vosotros nada dice, a mí me quema sin
consumirme.
Nuestro mayor tormento consiste en saber, con certeza, que nosotros nunca más veremos a Dios... y ésto ¿cómo puede
atormentarnos tanto, cuando allá en la tierra, esto mismo, nos dejaba indiferentes?
Mientras aún está el cuchillo sobre la mesa, te quedas tranquila... se ve que está afilado, más no te hiere... Clavas el cuchillo en
tus carnes y gritarás dolorida. Es decir, actualmente nos atormenta la pérdida de Dios; antes, en vida, sólo pensábamos en ella.
No todas las almas sufren lo mismo. ¡A mayor maldad o perfidia, y a mayor gravedad y número de pecados, corresponden
mayores tormentos!
Los condenados católicos sufren más que los de cualquier otra religión, porque en general recibieron más gracias y luces...
de las cuales abusaron. El que tuvo mayor inteligencia, sufre más que el que tuvo menos. El que pecó por malicia, tiene más
Infierno que quien pecó por debilidad.
Las penas de cada uno están en relación directa a sus culpas; si no fuera así, yo tendría más motivos para odiar.
Recuerdo que un día me dijiste que nadie va al Infierno sin su propio consentimiento, según le fue revelado a una Santa. Yo
me reí... ; pero después me atrincheré detrás de esta aclaración pensando que, en caso de apuro, tendría tiempo para dar marcha
atrás... Sin embargo, tenías razón. Verdaderamente, antes de mi súbita muerte, no conocía el Infierno tal como es. Pues nadie lo
puede conocer en esta vida, ni entender. Pero yo sí tenía ya este presentimiento: “Si mueres, irás al otro mundo, rápida como una
flecha, y allí sufrirás las consecuencias de tu actitud contra Dios”.
Como ya te he dicho, no quise dar marcha atrás porque era yo arrastrada por la corriente de las malas costumbres.
Así fue mi muerte: Hace una semana, hablo según vuestro modo de contar y de medir, porque por los tormentos que yo sufro
me parece que hace mil años que estoy quemándome aquí... , mi cónyuge y yo hicimos nuestra última excursión. El día era
espléndido, yo me sentía de lo más feliz, y esa felicidad me duró todo el día.
De regreso, al anochecer, mi marido se deslumbró por los focos de un vehículo, que, muy veloz, venía de frente. Perdió el
control y al chocar, exclamé: “¡Jesús!”; pero no como oración, sino por impía desesperación, dada mi acostumbrada aversión a
Dios. Morí, pues, mal, tras haber sentido un dolor agudísimo, que no es nada comparándolo con las penas actuales. ¡No me di
cuenta de más!
Te diré un “algo” que pasó esa mañana: un algo que hubiera cambiado mi rumbo. Pasando el coche delante de una iglesia,
pensé, o creí, oír, una voz que me decía: “ Podrías ir a oír la Santa Misa”. Era una débil imploración.
Pero mi claro y resuelto “no” cortó esa propuesta o razonamiento, terminando por decir: ¡Con estas cosas hay que acabar de
una vez; cargo con todas las consecuencias!”...¡Y de verdad que ahora sufro las consecuencias!...
Sabrás ya lo que sucedió después de mi muerte. Yo conozco lo referente a mi esposo, a mi madre y otras eventualidades, así
como sé, con todos sus pormenores, lo que ocurrió respecto a mi cadáver y los funerales, debido a los conocimientos extranaturales
que aquí se poseen. Por lo demás, lo otro que acaece en la tierra sólo lo sabemos confusamente. Pero lo que nos toca de cerca lo
intuimos con más nitidez. Por eso veo claramente donde tú estás ahora.
Cuando desperté de la oscuridad, después del impacto, me vi como inundada por una luz deslumbradora. El lugar era el
mismo donde caímos: ¡Allí estaba mi cadáver!
Me pareció estar en un teatro cuando en el salón de pronto se apagan las luces... el telón se mueve lentamente, y se abre una
escena apocalíptica: ¡La escena de mi vida!...Mi alma se vio a sí misma... como en un espejo. Vi las gracias pisoteadas desde mi
niñez hasta el último ¡No! frente a Dios. Me vi cual asesino a cuyo proceso judicial estuviera presente la víctima innegable que él
degolló. ¿Arrepentirme?... No, nunca... ¿Avergonzarme? Por ningún motivo... Sin ver a nadie sentía la mirada de Dios sobre mí...
¿Qué hacer? Lo único que se me ocurrió fue “huir”. Como Caín se alejó corriendo del sitio donde estaba el cadáver de Abel...
Así mi alma huyó de aquel otro lugar fatídico.
Este es mi juicio particular... Oí la voz del Juez Divino y su sentencia fulminante de, “Apártate de mí...” Y entonces mi alma
como llameante ascua de azufre ardiendo, descendió al lugar de tormentos eternos”.
- Aquella mañana- termina su visión Clara, la amiga de la condenada a quien ésta se apareció- al toque del “Ángelus”,
temblorosa todavía por la noche espantosa, me levanté y bajé corriendo a la capilla. El corazón me latía hasta la garganta. Las
pocas personas devotas que allí estaban arrodilladas a mi lado se me quedaron mirando, pues tal vez pensaron que mi excitación
se debía a lo mucho que corrí para llegar a tiempo. Una buena señora, sonriendo, me dijo después: “Señorita, el Señor quiere ser
servido con calma, no precipitadamente”. Pero enseguida se apercibió de que otra cosa fue la que me puso tan nerviosa... Y
procuraba consolarme mientras yo me decía: “¡Sólo Dios me basta!”.. Sí, Él sólo me debe bastar en ésta y en la otra vida. Quiero
poderle gozar un día en el Cielo, aunque en la tierra tenga que sacrificarme mucho... ¡No quiero ir al Infierno!
Dios escuchó a Clara, pues ingresó en un convento donde muy pronto su bendita alma voló a la Jerusalén celestial...
Luchemos ahora, que estamos a tiempo, por ganar el premio que no perece y así un día gozaremos con los santos en vez de
ir para toda la eternidad a un Infierno donde todo lo que se diga de horroroso es poco, comparado con la realidad.
Algunos dicen: “Cuando sea viejo me confesaré ”...
“Abre los ojos, dice San Bernardo, y piensa bien el desperdicio que haces, cuando empleas mal el tiempo que Dios te da para
salvarte. Los condenados darían, si pudieran, todos los tesoros del mundo por comprar la menor partícula del mucho tiempo que
tú malogras ahora”...
¿Quién te dice que vas a llegar a viejo? ¿Es que muchos no mueren en la más prístina juventud?...¿Cuántos han muerto mientras
dormían, imprevistamente?...No dejes para mañana un negocio tan importante para ti, y del que te juegas tanto, como es tu
salvación eterna. No te duermas nunca en pecado mortal, arrepiéntete de él, reza un Acto de contrición, con lo que habrás
conseguido limpiar tu alma de tan terrible pecado que lleva aparejado la condenación eterna, y después, confiésalo, como estás
obligado, pero que tu alma siempre esté en gracia de Dios: esa es la mejor preparación para no caer en el Infierno.
Dios da tiempo de sobra, y muchos locos lo malgastan, no en arrepentirse, sino al revés, en pecar más...
Aprovecha el tiempo para merecer, no para pecar, y así, además de evitar los horrores del Infierno, conseguirás aumentar tus
grados de gloria en el Cielo con tus buenas obras.
Lo que en tu vida sembrares, lo recogerás en tu muerte: si pecado, muerte eterna, si buenas obras, la salvación, la dicha
eterna con Dios, la Virgen, los Santos, los Ángeles, nuestros parientes que ya se salvaron. No abuses del día presente; vive hoy
como si hoy hubieras de morir.
Para que no te condenes no te olvides de subir y bajar a menudo por las dos escaleras... Bajando al Infierno, tendrás un santo
temor de Dios y un gran aborrecimiento a todo pecado, viendo allí el paradero infeliz que tienen los pecadores al fin de esta vida.
Subiendo al Cielo se levantará en tu corazón un gran amor a Dios, que tan benéfico y generoso se ha mostrado con los hombres,
preparándoles un galardón infinito y eterno en premio de servicios temporales y transitorios.
Estas dos virtudes, amor y temor santo de Dios, te servirán de freno y espuela para caminar seguro a la patria Celestial. El
temor te retraerá de caer en los pecados, el amor te servirá de espuela que te anime a la práctica de las virtudes.
¿Qué le aprovecha al hombre, ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mateo 16, 26).
En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías y nunca pecarás. (Eclesiástico 7 y 40).
Hallándose dos jóvenes nobles en Madrid, llevaban una vida depravada y llena de vicios. Cierta noche uno de ellos vio en
sueños que su amigo se hallaba preso por unos hombres negros, los cuales lo llevaron a un mar tempestuoso... Querían hacer lo
mismo con él, pero acudió a María, prometiéndole que se haría religioso si lo libraba de aquellos hombres. Luego vio a Jesús
indignado y sentado en su trono, y que la Santísima Virgen le pedía misericordia.
Contó ésto a su amigo, pero éste se burló de él...
Al poco tiempo su amigo cayó asesinado...
Impresionado por la confirmación del sueño, se confesó y confirmó la intención que tenía de hacerse religioso vendiendo al
efecto cuanto poseía; pero después en vez de dar el dinero a los pobres, como se había propuesto, lo gastó en orgías y
francachelas... Habiendo caído enfermo, tuvo otra visión en la que se le presentó el Infierno abierto y el Divino Juez que ya lo
condenaba... Acudió otra vez a María, la Cual volvió a librarlo. Curó de sus males, pero continuando en su mala vida, al fin murió
diciendo:
-¡Infeliz de mí! ¡Dios me ha castigado por mis vicios y ahora me voy al Infierno!...
Habiendo una pecadora caído enferma, se encomendó e hizo voto a María de ofrecerle su cabellera si curaba. Restablecida
de su enfermedad, la ofrendó, y con ella hicieron una peluca a la imagen de la Virgen. Mas habiendo pecado la mujer otra vez
enfermó de nuevo y murió impenitente. Después de ésto, un día, la Virgen desde aquella imagen habló al P. Salvatierra en presencia
de un inmenso gentío diciéndole:
- Quítame estos cabellos de la cabeza, porque son de un alma condenada y deshonesta, y no sienta bien sobre la Madre de la
pureza.
El sacerdote, impresionado, quitó la peluca de la cabeza de la Virgen y la arrojó al fuego...
El siguiente caso que vamos a contar ocurrió en Málaga a comienzos del siglo XX. En la calle principal de esta ciudad, Larios,
vivía un matrimonio algo original... Ella era católica convencida y practicante; el esposo, por el contrario, era ateo y masón,
también practicante; hizo todo lo posible por erradicar la idea de Dios en su familia y coartaba y perseguía cualquier devoción en su
casa; no obstante, permitía que sus hijas fueran a un colegio de religiosas, más que por la enseñanza, por el “postín” que daba en
la sociedad de entonces un colegio de “pago”...Pero ello no era óbice para hacer ostentación en cualquier ocasión y oportunidad
que se le presentara de su irreligiosidad y ateísmo.
Una vez se presentaron en su casa dos monjas a cobrar unos recibos de sus hijas como socias de la Agrupación de Hijas de
María.
-¡Aquí no hay ninguna hija de María! ¡Fuera de aquí!.
No tuvo suficiente este descreído con maltratar de palabra a las pobres religiosas sino que ordenó a sus criados:
- ¡Echadlas escaleras abajo! ¡Arrojadlas fuera de aquí!
No sé si los criados cumplieron aquella brutal orden o no, pero lo cierto fue que estas pobres mujeres fueron expulsadas
violentamente de aquella casa.
También el famoso y santo Padre Arnáiz, que en cierta ocasión tuvo que ir a la casa de este fanático masón, fue echado
groseramente, sin contemplaciones, de allí...
-¡Yo doy mi alma al diablo! ¡Que venga el diablo y me lleve!- decía este desgraciado con jactancia.
No hay mal que cien años dure, dice el refrán, y a todos nos llega el momento de la muerte, aunque nos parezca lejano cuando
el que se muere es el vecino y no nosotros, y así también a él le llegó el supremo momento, pero en vez de arrepentirse de sus
pecados y pedirle perdón a Dios, aún se empecinó más en su ateísmo y descreimiento repitiendo infernalmente:
-¡Doy mi alma al diablo! ¡Que venga y me lleve de una vez!
Efectivamente, así fue...
Su cadáver, pese a la esmerada mortaja, aparecía transfigurado monstruosamente, con la lengua sacada de la boca más de un
palmo y que no pudieron meter dentro...
Pero todo no quedó en eso; ante el horror de quienes presenciaron aquel dantesco espectáculo, el cadáver levantóse varias
veces, quedando sentado, al mismo tiempo que un olor nauseabundo, repugnante, irresistible, se extendía por toda la habitación
donde se encontraba el cuerpo del desdichado. Asimismo un ruido misterioso, pero horrible y horrorizador, acompañaba a estos
signos ciertos de condenación de aquel miserable. Tanto fue así que tuvieron que cerrar la puerta de la cámara mortuoria pues el
ruido trascendía a toda la vivienda...
Aún el ataúd, cuando ya llevaban el cadáver al cementerio, saltaba dentro del carruaje fúnebre, ante el estupor y pánico de los
transeúntes...
Alguno puede decir que posiblemente el cadáver no fuera tal y que aquel desgraciado estaba aún vivo, pero no, el cuerpo fue
reconocido por médicos ilustres en su profesión que dictaminaron con absoluta certeza el fallecimiento real y total de aquel
hombre...
Así fue sepultado aquel hijo de Satanás que negó una y mil veces a un Dios de bondad y misericordia, que derramó su sangre
para obtener su perdón y que él neciamente rechazó, despreció y aún pisoteó con su actitud necia y suicida...
De Dios no se burla nadie.
La Virgen dijo a la Venerable María de Jesús de Agreda las siguientes instrucciones para prevenirse del diablo y la condena-
ción eterna:
“El Altísimo no desampara a sus criaturas sino que renueva sus misericordias y auxilios, conque de nuevo las repone y llama;
y si responde a las primeras llamadas, añade otras mayores según su equidad; y a la correspondencia las va acrecentando y
multiplicando; y en premio de que el alma se venció, se le van atenuando las fuerzas a las malas inclinaciones y se aligera más el
espíritu para que pueda levantarse a lo alto y hacerse muy superior a sus inclinaciones y al diablo. Pero, si dejándose llevar del
placer, da la mano el hombre al enemigo de Dios y suyo, cuanto se va alejando de la bondad divina, tanto menos digno se hace de
sus llamamientos y siente menos los auxilios, porque Satanás y las pasiones han cobrado sobre la razón mayor dominio y fuerza y
la hacen más inepta e incapaz de la gracia del Altísimo. En esta doctrina consiste lo principal de la salvación o condenación de las
almas, en comenzar a resistir o admitir los auxilios del Señor. La buena crianza y doctrina en la niñez hace mucho para después,
consiguiendo que la criatura se halle más libre y habituada a la virtud comenzando desde el inicio de la razón, a seguir este camino
verdadero y seguro.
Nada te faltará si a Dios no perdieres. Lo poco has de tener en mucho, porque cuando la criatura desprecia las pequeñas
culpas abre el corazón para admitir otras mayores, y no es amor loable el que no evita cualquier disgusto a la persona que ama. Un
descuido voluntario en una imperfección dispone y abre camino para otras, y éstas para los pecados veniales, y ellos para los
mortales, y de un abismo en otro se llega al profundo y al desprecio de todo mal.
Para prevenir este daño se debe atajar muy de lejos la corriente, porque una obra o ceremonia que parece pequeña es
antemuralla que detiene lejos al enemigo, y los preceptos y leyes de las obras mayores obligatorias son el muro de la conciencia, y
si el demonio rompe y gana la primera defensa está más cerca de ganar la segunda, y si en ésta hace entrada con algún pecado,
aunque no sea grave, ya tiene más fácil y seguro el asalto del reino interior del alma, como ella se halla debilitada con los actos y
hábitos viciosos y sin las fuerzas de la gracia, no resiste con fortaleza, y el diablo que la tiene adquirida la sujeta y vence sin hallar
resistencia.
No te admires que el dragón infernal sea hoy tan poderoso con los hombres, porque donde hay continuas batallas, el que sale
victorioso cobra la fuerza que perdió el vencido. Y esto se verifica más en la cruel y continua lucha con los diablos, que si la
vencen las almas quedan ellas fuertes y él debilitado, como sucedió cuando lo venció mi Hijo y Yo después. Pero si esta serpiente
se reconoce victoriosa contra los hombres, entonces levanta la cabeza de la soberbia y convalece de su flaqueza cobrando nuevas
fuerzas y mayor impulso, como lo tiene hoy en el mundo, porque los amadores de su vanidad se le han rendido, siguiendo debajo
de su bandera y falsas fabulaciones. Con este daño ha dilatado el Infierno su boca, y cuantos más engulle y traga es más insaciable
su hambre, anhelando sepultar en las cavernas infernales a todo el resto de los hombres.
Lucifer por sí solo y sus diablos pueden tentar particularmente a las almas pero no puede ser el jefe en público ni hacerse
cabeza personalmente de algunas sectas o ejército contra Dios, si no se sirve en éste de algún hombre a quien siguen otros tan
ciegos y deslumbrados como él.
No se pueden numerar las almas que Yo he rescatado del dragón infernal por haber tenido devoción conmigo, aunque sea
sólo con rezar un Avemaría o pronunciar una sola palabra en mi honor e invocación.
Llena tus obras de toda perfección y santidad y advierte que es impía y cruel la contradicción que para ésto te hacen tus
enemigos: demonio, mundo y carne; y no es posible vencer tantas dificultades y tentaciones, si no enciendes en tu corazón una
conducta fervorosa y una fe ardentísima que con ímpetu invencible golpee y pisotee la cabeza de la serpiente venenosa, el diablo,
que con astucia demoníaca se vale de muchos medios engañosos para derribarte o al menos para detenerte en esta carrera y que
no llegues al fin que tú deseas y al estado a que te conduce el Señor que te eligió para Él. No debes olvidar el desvelo y atención
que tiene el demonio a cualquier descuido, olvido y mínima inadvertencia de las almas, que siempre anda rodeando y acechando,
y de cualquier negligencia que reconoce en ellas se aprovecha, sin perder ocasión para introducirles con astucia sus tentaciones,
inclinándolas y moviendo sus pasiones en que las reconoce incautas para que reciban la herida de la culpa antes que enteramente la
conozcan y cuando después la sienten y desean el remedio entonces hallen mayor dificultad, y para levantarse, ya caída, necesiten
de más abundante gracia y esfuerzo para resistir antes que cayesen. Con la culpa se enflaquece el alma en la virtud y sus enemigos
cobran mayores fuerzas, y las pasiones se hacen más indómitas e invencibles, y por estas causas caen muchos y se levantan
menos. El remedio contra este peligro es vivir con vigilante atención, con ansias y continuos deseos de merecer la divina gracia,
con incesante porfía en obrar lo mejor, con no dejar tiempo vacío en que halle el enemigo al alma desocupada o inadvertida y sin
algún ejercicio y obra de virtud. Con ésto se aligera el mismo peso de la naturaleza terrena, se quebrantan las pasiones y malas
inclinaciones, se atemoriza el mismo diablo, se levanta el espíritu y cobra fuerzas contra la carne y dominio sobre la parte inferior,
sujetándola a la divina voluntad.
De las peleas y contiendas que tienen los santos ángeles con los diablos para defenderos de la envidia y malicia hay claros
testimonios en las Sagradas Escrituras. El diablo estudia el carácter de una persona antes de atacarle.”
Ningún favor hace el Altísimo a la Iglesia y a las almas en que no intervenga María Santísima. En ocasiones Jesús mismo pelea por
nosotros defendiéndonos de Lucifer y sus secuaces, declarándose con su Madre a nuestro favor y anulando y venciendo a los
diablos, tanto y tal es el amor que tiene a los hombres y lo que lleva a su salud eterna.
- Todos los que a la hora de la muerte te invoquen, y llamen con afecto de corazón solicitando tu intercesión ante Dios
inclinaré (habla Dios a la Virgen cuando aún vivía en la tierra) a ellos mi clemencia y los miraré con ojos de piadoso Padre, los
defenderé y guardaré de los peligros de aquella última hora, apartaré de su presencia los crueles enemigos que velan en aquel trance
para que perezcan las almas, a las cuales daré por Ti grandes auxilios para que no los rechacen y se pongan en mi gracia, y Tú me
presentarás sus almas y recibirán el premio aventajado de mi liberal mano.
Dijo Lucifer:
-¡Qué ingratos serán los hombres y qué necios si no logran los bienes que reciben de esta hija de Adán! (la Virgen). Ella es su
remedio y nuestra destrucción. Pero, consolémonos, los hombres perderán lo mucho que les granjea esta Mujer y la despreciarán
estúpidamente...
La Virgen obtuvo, al aceptar su muerte, muerte que si hubiera querido hubiera evitado ya que Ella no había tenido pecado
original y en consecuencia estaba exenta de tener que morir, pero que Ella aceptó por parecerse más a su Hijo, que todos lo
devotos de María que a la hora de su muerte la llamen para que los socorra, en memoria de su dichoso tránsito y por la voluntad
con que quiso morir para imitar a Jesús, estén bajo su especial protección en aquella hora para que Ella los defienda del diablo y
los asista y ampare, y, al fin, los presente en el tribunal de su misericordia y en él interceda por ellos. Les dará grandes auxilios de
su gracia para morir bien y para vivir con mayor pureza, si antes la invocan, venerando este misterio de su graciosa muerte.
“Son muchos más los que se condenan- sigue hablando la Virgen- que los que con la protección de los ángeles se salvan.
Los ángeles, además de defenderos os envían continuas inspiraciones y llamamientos, mueven todas las causas y medios que
convienen para avisaros y despertaros. Esta defensa en los justos es poderosísima, porque como están en gracia y amistad de
Dios tienen los ángeles mayor derecho contra los demonios, y así los alejan y les muestran las almas justas y santas, como
poderosas contra el Infierno; y sólo por este privilegio se debía estimar la gracia sobre todo lo criado. Los ángeles interceden por
los pecadores ante Mí. Y para que por algún modo obliguen a los pecadores a mi piedad, solicitan los ángeles a sus almas que
tengan alguna especial devoción conmigo y tengan ellos algún servicio que ofrecerme. Además de alegrarse los ángeles de los
pecadores arrepentidos también se alegran cuando los justos hacen obras de verdadera virtud y méritos de nuevos grados de
gloria.
Son tantos los rodeos, maquinaciones y lazos que arma el diablo para derribar a los justos, que, sin especial favor del
Altísimo, no pueden las almas conocerlos, y mucho menos vencerlos, ni escapar de tantas redes y traiciones. Y para alcanzar
esta protección del Señor quiere el Altísimo que las criaturas de su parte no se descuiden, ni se fíen de sí mismos, no descansan-
do en pedirla y desearla, porque sin duda por sí solos nada pueden y luego perecerán. Pero lo que obliga a amar la divina
clemencia es el fervor del corazón y pronta devoción en las cosas divinas, y sobre todo la perseverante humildad y obediencia,
que ayuda a la estabilidad y fortaleza en resistir al enemigo. Son muy raras las buenas obras de los justos en que no derrame el
diablo alguna parte de su veneno, para corromperlas. Normalmente procura con mucha sutileza mover alguna pasión o mala
inclinación para que casi ocultamente arrastre o cambie en algo la intención de las criaturas para que no obren puramente por
Dios y por el fin legítimo de la virtud, y con cualquier otro afecto se vicie en todo o en parte. Como esta cizaña está mezclada con
el trigo, es dificultoso conocerla en los principios si las almas no se descuidan de todo afecto terreno y examinan sus obras a la
luz divina. No te fíes de sólo el color de la buena intención en tus obras, porque no obstante que siempre ha de ser buena y recta,
ni sola ella basta ni tampoco siempre la conoce la criatura. Muchas veces con el motivo de la buena intención engaña el diablo,
proponiendo al alma algún buen fin aparente o muy remoto, para introducirle algún peligro próximo, y sucede que, cayendo luego
en el peligro, nunca consigue el fin bueno que con engaño la movió. Otras veces con la buena intención no deja examinar otras
circunstancias, con que la obra se hace sin prudencia y viciosamente. Otras, con alguna intención que parece buena, se esconden
las inclinaciones y pasiones terrenas, que se llevan ocultamente en lo más profundo del corazón. Entre tantos peligros, el remedio
es que examines tus obras a la luz que te infunde el Señor en lo supremo del alma, con que entenderás cómo has de apartar lo
precioso de lo vil, la mentira de la verdad, lo amargo de las pasiones de lo dulce de la razón. Con ésto la divina lumbre que en tí hay
no tendrá parte de tinieblas, tu ojo será semilla y purificará todo el cuerpo de tus acciones, y será toda y por todo agradable a tu
Señor y a Mí”.
Dios da muchas oportunidades a los humanos a lo largo de toda su vida, para que se conviertan y se salven; unos las
aprovechan, otros no, pero la Misericordia de Dios queda indemne, porque si el humano necesita uno para salvarse Dios le da
millones, y me quedo corto, porque son muchas, muchísimas, las oportunidades que Dios da a todos para que salven su alma, de
manera que quien se condena es porque quiere.
Era una hermosa tarde del mes de Octubre del año 1412.
En uno de los muchos castillos que se alzaban por aquel entonces cerca de la orilla de Aranda del Duero (España), se
celebraba un banquete con que obsequiaba a otros señores, amigos y aliados, el dueño de la feudal morada.
El rico vino que producía aquella privilegiada tierra escanciábase con profusión por los pajes y escuderos del noble castellano
en las doradas copas de los convidados.
Entre éstos se hallaba un rico-hombre que tenía también su castillo en aquellas tierras, llamado Ramir Flores.
Muy mal hablaban todos sus vasallos de su vida privada y de sus costumbres nada piadosas ni edificantes.
Aprovechando el período de turbulencia y anarquía que trajo consigo la minoría de Juan II, gobernaba sus pequeños estados
bárbara y tiránicamente, sin hacer caso de los gemidos de los infelices a quienes maltrataba y perjudicaba en sus más caros
intereses, ni de las a veces cariñosas y no pocas severas amonestaciones de los monjes del monasterio de Nuestra Señora de la Vid.
Hasta se había atrevido con cínica impiedad a molestar a los buenos religiosos usurpándoles algunas de sus heredades, matando
sus ganados y amenazándolos con frecuencia en su sagrado retiro.
-¡Ven, acércate, escudero del diablo!- gritaba el licencioso castellano dirigiéndose a uno de los escanciadores del precioso
líquido.
-¿No oyes?- repitió semibeodo el noble Ramir Flores, sin reparar que estaba ya el escudero esperando a que le presentara su copa.
-¡Ah, hola!- dijo reparando por fin en él – No te separes un momento de mi lado o hago que mi amigo el conde te mande apalear
como mereces por no tener siempre llena mi copa.
- Dícese ilustre Ramir Flores- le interpeló el señor del castillo donde se celebraba el banquete- que andáis siempre en litigios con los
monjes de Nuestra Señora.
- Sí, en verdad, querido amigo; se han propuesto esos padres reverendísimos en poner obstáculos continuos a todos mis proyec-
tos, y como yo no respeto la necia autoridad del orgullo, siempre estoy en abierta lucha con los orgullosos e intolerantes frailes...
- Sabéis, pues, cuánto favor les dispensaba nuestro último monarca, D. Enrique, y me extraña sobremanera que os atreváis a
molestarlos y aún hasta insultarlos, según malas lenguas dicen por ahí.
- Dejadlos, conde, que hablen y digan cuanto quieran, que si algún día tropiezo con alguno de esos malnacidos, me ha de pagar
el villano con su despreciable vida el atrevimiento de juzgar de mis actos, de los que a nadie tengo que dar cuenta...
-A Dios- dijo una voz desconocida interrumpiendo a Ramir Flores.
-¿Quién es el miserable que con sus estúpidas palabras provoca mi furor?
-¡Dios guarde a los nobles caballeros!- contestó la misma voz, que era la de un pobre peregrino que entraba en el castillo
pidiendo en él hospitalidad según la costumbre de aquellos tiempos.
- Parece, buen hombre- le dijo el castellano, que aunque tan amigo de los placeres como Ramir Flores, no era sin embargo tan
irreligioso como éste- que venís todo calado y tiritando de frío.
- Furiosa tempestad, señor, me ha sorprendido en el camino, y sabiendo cuán caritativos sois todos los hombres castellanos
de esta comarca, me he atrevido a suplicar a vuestros servidores me dejaran llegar hasta vos para solicitaros hospitalidad hasta que
cambie el tiempo.
- Arrimáos al fuego- dijo el conde señalándole una gran chimenea donde ardían gruesos troncos- y decid que os den algunas
viandas mis escuderos.
- Gracias, ilustre castellano, el Señor todopoderoso premie vuestra caridad en la otra vida y os dé en ésta muchas felicidades...
-¿Y no podremos saber cuál es el objeto de vuestra peregrinación?
- Voy, señor, al santuario de Nuestra Señora de la Vid, cuya fama por los grandes y numerosos milagros que por su intercesión se
han obrado, es universal en Castilla.
- Que la Virgen Nuestra Señora os conceda lo que decís, buen hombre- dijo el señor del castillo, volviendo a mezclarse en la
conversación de sus hombres y huéspedes.
- Y a vos, ilustre señor, os proteja en todas ocasiones- contestó el peregrino acercándose a la chimenea...
En tanto, Ramir Flores, que se había apaciguado al saber quién era el que le había interrumpido, volvió a sostener con sus
colegas alegres disputas hasta que llegando la hora de retirarse cada cual a su morada, encargó a sus escuderos prepararan los
caballos en el patio de la fortaleza.
- La noche está muy tempestuosa, amigo Ramir Flores, y os aconsejo no salgáis del castillo quedándoos haciéndome
compañía hasta que el cielo se despeje: está muy distante de aquí vuestra morada y creedme que temo os suceda alguna desgracia;
además tenéis con precisión que pasar ese maldito desfiladero donde cuentan que a ciertas y determinadas horas se oyen espanto-
sos alaridos y se distinguen horribles visiones...
- Callad, por favor, mi buen conde, que me vais a hacer pensar os estáis burlando de mí; bien conocen todos que nunca tuvo
miedo Ramir Flores, dejad vuestros cuentos de fantasmas y duendes para esos cándidos villanos que todo lo toman por
verdadero..¡Preparad- dijo el descreído – mi alazán, que jamás Ramir Flores tendrá temor ni a Dios ni al diablo!...
-¿Ni a Dios?- dijo el peregrino, que se hallaba olvidado de todos arrimado a la chimenea.
-¡Hola, esta voz no es para mí nueva, otra vez ya me ha interrumpido!...¿Eh? ¿Sois vos el peregrino quien me ha hablado? -
preguntóle altivo el impío.
-¿Ni a Dios? - repitió grave el anciano.
- Ni al diablo, creo que bien claro lo he dicho; si está ese caballero desocupado que abandone el Infierno y que venga a
acompañarme esta noche...
-¡Ramir Flores!- exclamó el dueño de la fortaleza- ¡Ved que pudieran ofender demasiado a los cielos vuestras impías
palabras!...
-¡Ja, ja, ja,! ¿También vos tan fanático y supersticioso?- dijo Ramir Flores despidiéndose del noble anfitrión y saliendo de la
espaciosa estancia donde tuviera lugar el terminado festín.
Seguido de sus leales servidores salió el rico- hombre del castillo de su amigo, y bajando la colina en conversación con su
escudero pronto se internaron todos por el desfiladero del que le hablara el noble castellano...
Lo avanzado de la hora, las negras nubes que ocultaban de cuando en cuando la melancólica luz de la pálida luna y los
espantosos relámpagos que con frecuencia iluminaban la montaña, todo ésto era suficiente para imponer algún terror en el ánimo
del más valiente y despreocupado.
El rico-hombre seguía departiendo alegremente con su paje; los demás de su comitiva maldecían ya en su interior el
capricho de su señor de pasar tan tarde y en una noche tan terrible por lugares tan expuestos y solitarios...
Un trueno terrible y pavoroso hizo cesar de pronto el diálogo de Ramir Flores y su joven servidor.
Éste, lleno de espanto, detuvo un momento su cabalgadura, mientras la de su señor asustada desbocóse por el desfiladero sin
que pudiera detenerla su jinete.
Entonces, a la luz de un horrible relámpago vio, lleno de terror, Ramir Flores, que dos caballeros con negras armaduras y
negros alazanes venían hacia él y se colocaban a su lado...
Quiso gritar, pero el miedo no le dejó abrir siquiera sus labios.
- Venid, venid, noble Ramir Flores- dijéronle los dos desconocidos jinetes, y arrebatándole las riendas de sus manos y
espoleando a sus caballos y al del aterrado pecador, dirigiéronse en precipitada carrera hacia el fin del desfiladero donde había un
gran precipicio...
En vano Ramir Flores quiso detener su cabalgadura; los tres caballos ya no galopaban, sino que como si les hubiese prestado
alas algún mágico genio, volaban por entre las montañas, arrimándose más y más cada vez que el relámpago brillaba en las tinieblas
o se oía retumbar el trueno.
Al mismo tiempo mil fatídicas voces exclamaban:
-¡Asesino! ¡Infame!- decían unas.
-¡Infame! ¡Infame!- afirmaban todas.
¡Qué horrible tormento fueron aquellas voces para el fanfarrón Ramir Flores!
Aquellas voces eran las de sus víctimas sacrificadas a su orgullo, a su vanidad y capricho.
- ¡Infame! ¡Infame!- repetían las voces, y el eco volvía a traerlas cien veces a oídos del atribulado caballero pocas horas
hacía tan valiente y animoso.
Y entre tanto, los caballos corrían, galopaban, volaban, mientras que sus misteriosos jinetes le decían sin cesar:
-¡Venid! ¡Venid!- y le señalaban el abismo.
-¡Perdón, perdón, Madre de Dios omnipotente, perdón Virgen mía!- dijo por fin en su interior Ramir Flores atormentado por
crueles remordimientos.
Con agradable sorpresa del castellano se pararon los dos caballeros, deteniéndose también su propio caballo.
El dulce sonido de la campana del monasterio de Nuestra Señora llegó a sus oídos...
Era la hora en que los religiosos iban a cantar Maitines.
-¡Perdón, perdón, Virgen de la Vid!- repetía incesantemente el descreído arrepentido.
La campana cesó de tocar...
Los dos caballeros volvieron a espolear sus caballos y el de Ramir Flores.
Éste, persignándose, se vio otra vez conducido hacia el precipicio...
Pero a la luz de la plateada luna que apareció de pronto en el firmamento, vio el desgraciado pecador que abandonándolo los
dos caballeros se precipitaron lanzando horribles maldiciones en el abismo, mientras que él, dejándose llevar por su cabalgadura
se encontró a los pocos momentos cerca del monasterio de Nuestra Señora.
Desmontando entonces el arrepentido caballero, se hincó de rodillas, y dirigiendo sus miradas al cielo dijo sólo estas
palabras:
-¡Gracias Virgen Santa de la Vid, me habéis salvado!
Levantóse después, y con apresurado paso se dirigió a la portería del monasterio.
- Decid a los padres- exclamó contestando al que le preguntó qué deseaba a aquellas horas- que se halla aquí esperando
humildemente Ramir Flores a que alguno quiera oírle en confesión sus muchos pecados.
Grandes desafueros e infinitos agravios había recibido el monasterio de él, pero al momento se le abrieron de par en par las
puertas, y bajando presuroso el padre superior del monasterio, lo recibió entre sus brazos llevándolo a la iglesia donde confesó y
se arrepintió ante Nuestra Señora de sus enormes delitos, de sus grandes culpas y pecados.
Verdaderamente reconciliado con los monjes Ramir Flores, desde aquella noche, que tan cerca vio el castigo que Dios
impone a los que se burlan de su poder y justicia, procuró tener mientras permaneció en la tierra una vida austera y penitente para
expiar sus crímenes e iniquidades.
La oración puede evitar que las almas se condenen. Así tenemos la Oración que la Virgen en Fátima enseñó a los pastorcillos:
« Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno y lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más
necesitadas de tu misericordia». Esta Oración, enseñada por la misma Virgen, o cualquier otro tipo de oraciones, como el
Rosario, pueden evitar que muchas almas se condenen.
Corinne, una joven que peregrinó a Medjugorje, cuenta: “Tras mi primera peregrinación a Medjugorje comprendí que la
oración es muy importante. Un día, sin embargo, mientras rezaba en mi habitación le pedía a Jesús que me explicase cómo es
posible que mi pobre oración tenga una fuerza invisible y pueda cambiar las cosas o salvar a alguien. ¡Todo ésto me parecía una
ficción!.
Luego, mientras rezaba con los ojos cerrados, vi con los ojos del alma, un abismo ante mí. Me parecía muy profundo y oía
tremendos gritos despavoridos, no me acercaba porque tenía miedo. Entonces Jesús me dijo: “Ésto es el Infierno ¡Si tú supieras,
hija mía, cuántas almas se pierden cada día!”. Luego vi cómo una mujer caía en este agujero espantoso: gritaba porque no quería
entrar, pero yo tenía la impresión de que alguien la atraía desde dentro.
Al ver la desesperación de la mujer grité, supliqué a Jesús que la ayudase a no caer y salvarse. Pero Él no hacía nada y la
mujer se adentraba cada vez más en el abismo. Comencé a llorar y seguía suplicando a Jesús que me dijo: “Acércate al agujero y
cógele la mano”. Cogí la mano de la mujer y ella emergió de nuevo, mientras Jesús decía: “¿Ves ahora lo que puede hacer la
oración?”. Cuando volví a abrir los ojos di gracias a Dios por esta experiencia, porque me ha hecho comprender que la oración
verdaderamente puede salvar”...

* * *
¿SON MUCHOS LOS QUE SE CONDENAN?

Muchos son los que se condenan. Así lo hizo ver también Nuestro Señor cuando dijo a los discípulos: «Muchos son los
llamados y pocos los escogidos». El confesor de la Beata Ana María Taigi tenía un día una discusión con otra persona sobre el
pequeño número de los escogidos, o sea, de los que se salvan; sostenía que la mayoría de los hombres se perdían. Su
contrincante defendía lo contrario... La Santa, en ese momento, tuvo una visión y en ella vio la suerte de las personas fallecidas
durante aquel día; muy pocas, ni siquiera diez de ellas, habían subido al Cielo directamente; muchas se detuvieron en el Purgato-
rio y las otras cayeron en el Infierno en tan gran número, como los copos de nieve en pleno invierno...
El P. Nieremberg habla de un obispo que, por especial permiso de Dios, recibió la visita de un infeliz, muerto impenitente
hacía muy poco tiempo. Dirigióle la palabra al prelado preguntándole si aún había hombres sobre la tierra. Maravillado el obispo
con semejante pregunta, el condenado prosiguió diciendo:
- Desde que estoy en el Infierno, he visto caer allí tan extraordinario número de almas, que me parece no debe quedar ya
nadie sobre la tierra.
Estas palabras traen a nuestra mente aquellas otras de Jesús en el Evangelio: «Entrad por la puerta estrecha, porque ancho y
espacioso es el camino que conduce a la perdición, y muchos son los que marchan por él. ¡Cuán angosto es el camino y estrecha
la puerta que conduce a la salvación, y cuán pocos son los que pasan por ella!» (Mateo 7, 13-14).
Ocurrió con el Beato Antonio Baldinucci, misionero jesuíta.
Predicando este Santo en Glunianello (Velletri- Roma) en primavera, bajo un corpulento álamo, dijo de pronto:
-¿Queréis saber cómo caen las almas en el Infierno todos los días? ¡Como caen las hojas de este árbol!
Y sin viento, sin que de los restantes álamos cayese ninguna, casi todas las hojas de aquel árbol se desprendieron, ante el
espanto de la gente, seguido de su conversión...
La Virgen dijo a Vassula (vidente ortodoxa que predica por la unión de católicos y ortodoxos):
-¡Si supieras cuántas almas caen cada día en el Infierno! Su número es alarmante... Desde cardenales hasta niños...
- Aquí la Virgen titubeó, cuenta Vassula- y yo sentí su pena al hablar de los jóvenes.
Y es que no sólo se pueden condenar lo adultos sino también los pequeños con uso de razón.
San Gregorio Magno, Papa, refiere que una niña de siete años cometió un pecado mortal, grave, y pocos meses después
murió sin confesarse. Ya condenada, se apareció a su madre, y abrasada en vivísimo fuego, le dijo con grandes gemidos:
-¡Ay madre mía! ¡Si supieras lo que padezco en el Infierno!...Estoy condenada por un pecado que cometí y que no confesé
por vergüenza...
Dios no mira la edad de la persona, sino sus actos, sus pensamientos. Ésto de que una niña de siete años se condene nos
puede parecer algo cruel por parte de Dios... pero no es así. Dios es Justo y esa niña que se condenó, en los pocos años que
vivió tuvo oportunidades de sobra de salvarse. No vale decir aquí que a esa edad los niños apenas saben lo que hacen, porque
hay niños precoces: Beethoven con seis años compuso una partitura musical... Esta niña sería precoz... en el mal... y si se
condenó es porque quiso, pero no echemos la culpa a Dios ni lo acusemos de injusto o cruel: Dios murió en la Cruz, tras
horrorosos tormentos, para salvarnos a todos y alcanzarnos gracias de sobra para ello, pero si nosotros rechazamos esa gracia,
es como si un niño se está ahogando en un lugar donde no podemos ir nadando pero sí puede llegar una cuerda con un
salvavidas, y el niño, o la niña, en vez de coger el salvavidas amarrado a la cuerda y salvarse, arroja lejos de sí la cuerda y el
salvavidas y se ahoga... ¿De quién es la culpa? ¿Nuestra? No, nosotros hemos hecho lo que hemos podido, ha sido el niño, o la
niña, quien no ha querido salvarse. Lo mismo ocurre con Dios y las almas. Dios sufrió terriblemente en su Pasión para salvarnos,
lo dio todo: hasta su última gota de sangre, más no podía darnos... sí, nos dio también a su Madre, como Madre nuestra: todo
nos lo dio para nuestra salvación: el resto para alcanzar el Cielo hemos de ponerlo nosotros con nuestra obediencia a los
Mandamientos divinos; y para que podamos cumplirlos, Dios nos deja los Sacramentos y la Oración. Si no acudimos a la Oración
(con muchas promesas de salvación que tienen adjudicadas determinadas oraciones: Tres Avemarías diarias (que según promesa
de la Virgen a Santa Matilde y a otros muchos Santos, se salva quien las rece todos los días); Primeros Viernes de mes (quien
comulgue nueve primeros viernes de mes seguidos para agradar a Jesús y ganar la promesa, no se condena); rezo del Rosario, del
Vía crucis, etc.etc. O sea, que tenemos múltiples medios de alcanzar la felicidad eterna y no ir al Infierno. Pero si ni aún eso
queremos hacer... Dios no tiene la culpa. Jesús ha dicho en más de una ocasión que si hiciera falta bajar otra vez a la tierra y morir
horrorosamente en la Cruz para salvar un alma, solamente un alma, Él estaría dispuesto a bajar y morir otra vez... No hace falta que
venga otra vez a morir, porque su sacrificio fue único e infinito y tiene valor universal para todos los hombres y mujeres de todos
los tiempos, pero queda constancia del gran amor de Dios a sus criaturas.
Dios es bueno y justo, y da medios de sobra para que todos se salven: los que se condenan, aunque sean niños, es porque se lo
han merecido y han rechazado a Dios.

* * *
¿ES DIOS MALO?

La condenación eterna de los réprobos sufriendo horriblemente puede parecernos crueldad de Dios, pues si Él sabe
quiénes se van a condenar, ¿por qué los crea?...¿No sería mejor para ellos, los que se van a condenar, no nacer?... ¿Por qué Dios
lo permite?...Estas preguntas podrían llevarnos a dudar de la bondad de Dios, pero, como hemos comentado en el capítulo
anterior, tenemos hechos indudables de la bondad y el amor del Creador por sus hijos cuando Él mismo muere por nosotros en la
cruz entre horribles tormentos y bestiales torturas, estando incluso dispuesto a bajar otra vez y morir de nuevo, si hiciera falta,
como ha revelado a varios Santos, con tal de salvar una sóla alma que lo necesitara. Un Dios que muere en la cruz por sus hijos,
no los va a odiar ni querer mal; mucho más cuando Dios sufre al ver a sus hijos que se condenan, Dios y la Virgen: precisamente
ése es uno de los «goces» del diablo: hacer sufrir a Dios por la pérdida de los que se condenan. La prueba excelsa del Calvario, el
sacrificio total de Jesús en la Cruz, nos demuestra su gran amor. Todo nos habla del amor del Altísimo por nosotros: el sol, el
mar, las flores, la misma vida de la que gozamos, etc.etc. No podemos dudar jamás de la bondad de Dios, aunque no sabemos por
qué crea a quien sabe que se va a condenar. De todas maneras, como ya hemos dicho anteriormente, y seguiremos diciendo, ya
que es verdad, quien se condena es porque quiere, porque medios de salvación tiene de sobra: sacramentos, devoción a la Virgen,
Primeros Viernes, rezo de las Tres Avemarías diarias para obtener de María su promesa de salvación eterna; Rosario, también con
promesa de salvación a quien lo rece, etc. devociones todas encaminadas a darnos la gracia y fuerza suficiente para cumplir con
los Mandamientos hasta el final y salvar nuestras almas. Pero si rechazamos estos medios sencillos de salvarnos la culpa de
nuestra condenación no es de Dios, repetimos, sino nuestra.
Meditaba un día un alma santa sobre el Infierno, considerando la eternidad de las penas, aquel terrible «jamás», y aquel
espantoso « siempre»; porque no podía comprender cómo podía conciliarse esta severidad sin medida con la bondad y demás
perfecciones divinas.
- Señor – decía - me someto a tus juicios, pero, ¿no llevas demasiado lejos el rigor de tu justicia?
-¿Comprendes tú – le fue respondido- lo que es el pecado? Pecar es lo mismo que decir a Dios «no quiero servirte, para nada
tengo en cuenta tu Ley y me burlo de tus amenazas «...
- Ya veo, Señor, que el pecado es un ultraje a tu divina majestad.
- Pues mide, si puedes, la magnitud de este ultraje.
- Señor, este ultraje es infinito, porque va derecho a tu majestad, que es infinita.
-¿No merece, pues, que sea castigado con una pena infinita? Pero como quiera que este castigo no puede ser infinito respecto
a la intensidad, requiérese que sea infinito a lo menos por su duración, de aquí que la misma justicia divina sea la que requiere la
eternidad de la pena, lo que exige ese terrible «jamás», ese aterrador « siempre».
Los mismos condenados se ven a su pesar obligados a rendir homenaje a esta Justicia, y a exclamar en medio de los
tormentos:
- Eres justo, Señor, y rectos tus juicios.
Por otra parte, la pena del Infierno debe ser necesariamente eterna; porque el sólo condenado tiene que pagar por su culpa.
En esta vida puede satisfacer el pecador penitente, en cuanto le son aplicados los méritos de Jesucristo; pero de estos méritos
están excluidos los condenados, por no alcanzarles la redención en el Infierno.
Además, el condenado, aunque Dios quisiese perdonarlo, no quiere el perdón, porque su voluntad se obstina y confirma en
el odio contra Dios; y también, como dice San Jerónimo: «Los réprobos tienen un insaciable deseo de pecar, no cesan jamás de
desear el pecado.
Dios, Bondad infinita, no ha creado al hombre para el Infierno, y por eso no se complace con su condenación, al contrario,
Dios quiere que todos los hombres se salven, para eso murió Él mismo en una cruz, como en cierta ocasión dijo Jesús a un Santo:
«Yo no he estado colgado de la cruz tres horas para que la gente se condene»... Pero la Justicia divina, debiendo ser satisfecha,
debe castigar con penas eternas un mal infinito como es el pecado; y es infinito por cuanto es ofensa a un Dios infinito; siendo el
pecado, sobre todo para los cristianos, como una renovación de los tormentos y Crucifixión del Hombre-Dios.
A pesar de todo alguno puede seguir preguntando: ¿por qué Dios permite eso? ¿No sería mejor para el que se va a condenar
no haber nacido? Así no entraría en el Paraíso, pero tampoco iría al Infierno a sufrir durante toda la eternidad... ¿Es que Dios es
cruel, es malo, al permitir que nazcan los que Él sabe qu se van a condenar?
No, Dios no es malo, repetimos, Dios es justo. . Dios da a todos los humanos gracias de sobra para salvarse, si no se salvan
es porque no quieren. El que Dios permita que nazcan y vivan quiénes Él sabe que se van a condenar, no lo sabemos, ni Dios lo
ha revelado, pero sí sabemos lo siguiente:
l) Quien se condena es porque quiere: Dios le da gracias de sobra para salvarse.
2) Si hiciera falta que Jesús bajara otra vez a la tierra para salvar a una sóla alma, Él estaría dispuesto a hacerlo. No hace falta que
venga otra vez porque su Sacrificio fue infinito, eterno y universal, pero consta el gran amor de Dios por nosotros.
Nadie sabe por qué Dios permite que nazca quien Él, en su infinita Sabiduría, sabe que se va a condenar, pero sí sabemos
que Dios es justo, y Dios es Amor, y aunque la Justicia de Dios es inflexible, gana su gran Misericordia, y si a pesar de ello siguen
naciendo personas que se van a condenar... no sabemos por qué, pero jamás podemos dudar de la Bondad de Dios, de su
Misericordia: su Sacrificio en la Cruz lo pone fuera de toda duda, a Jesús y al Padre y al Espíritu Santo, pues las tres Personas de
la Santísima Trinidad intervinieron, llevados de su gran amor a los hombres, en la Redención: el Padre no dudó en enviar a su
Hijo a morir en la Cruz por nosotros, para abrirnos las puertas del Paraíso cerradas por los pecados de nuestros primeros padres.
Los conceptos de Dios son distintos a los del hombre, pero son siempre justos. Ésto que ahora mismo no comprendemos lo
veremos claro cuando muramos, en la otra vida, y entonces brillará con nitidez para nosotros la Justicia de Dios, y también,
sobrepasándola en mucho, su Amor, su Gran Misericordia para con nosotros, incluso para con los condenados, a pesar de sus
grandes sufrimientos y tribulaciones.
Dios hizo ver a Santa Brígida una escena en la que, hablando Jesucristo con Lucifer, le preguntó:
-¿Por qué no pides misericordia?
- Preferiría-contestlo Satanás- padecer más aún de lo que padezco antes que implorar tu perdón: jamás doblaré la rodilla delante
de Ti...
Esto demuestra clarísimamente que la obstinación irreductible, que afecta a los moradores del Infierno, es causa principalísima
de la eternidad de sus penas.
- Señor-habla Vassula a Jesús-tengo lástima de las almas que van al Infierno. Después de todo, ellas eran como nosotros en
la tierra. Si hubiera un modo de sacarlas del Infierno y de cambiarlas...
- Yo les había dado la libertad de escoger entre el bien y el mal, pero ellas han preferido el mal, a pesar de mis súplicas y mis
llamadas de Amor.
- Pero, Señor, ¿por qué no podrían tener todavía una oportunidad?
- Hija mía ¿no comprendes que ellas me rechazan del todo?. Yo las he amado hasta el final. Llevadas por Satán, ellas han
preferido seguirlo. Aún después de su muerte Yo me he manifestado a ellas, y sin embargo ellas han seguido voluntariamente a
Satanás sin la menor vacilación. Es enteramente su opción. Ellas han escogido el Infierno para siempre. Yo os considero a todos
como mis hijitos, que apenas saben caminar. Yo os ofreceré mis dos manos y vosotros pondréis vuestras manecitas en las mías,
muy juntos, vosotros y Yo, daremos los primeros pasos hacia adelante. Apegáos a Mí, Yo os socorreré en estos tiempos en que
muchos caen en la confusión, sin distinguir su mano izquierda de su derecha. Hoy más que nunca el maligno y los diablos rondan
en cada rincón de esta tierra tratando de engañaros a todos, armando trampas para haceros caer, por ésto os pido que oréis sin
descanso. No permitáis a mi adversario que os encuentre dormidos. Que vuestras oraciones sean vuestra armadura que os proteja
de todo el mal que ronda alrededor de vosotros, desarmad al demonio con el Amor, que el amor sea vuestra arma, que la paz esté
inscrita en vuestra frente a fin de que todos puedan verla».

EL TEMOR SALVA

Muchos no quieren que se hable del Infierno, cuando éste, desgraciadamente para los pecadores que mueren sin arrepentirse,
en pecado mortal, es una realidad. Jesús habló muchas veces en sus predicaciones de él, precisamente para que lo evitemos: «Si
tu mano te es ocasión de escándalo, córtala: más te vale entrar manco en la vida que tener dos manos e ir a la gehenna, AL FUEGO
INEXTINGUIBLE. DONDE EL GUSANO NO MUERE Y EL FUEGO NO SE EXTINGUE» (Marcos 9, 43-44). «Jesús conde-
nará al fuego del Infierno a los hipócritas, a los que se apartan voluntariamente del camino de Dios y sus Mandamientos:
¡Serpientes, raza de víboras, ¿cómo será posible que evitéis el ser condenados al FUEGO DEL INFIERNO?» (Mateo 23, 33).
Así como avisamos a alguien del peligro que corre para que no caiga en él, así debemos hablar también del Infierno para que
se tenga en cuenta y que no incurran en la desgracia eterna. Hacen mal quienes por un necio temor de asustar a la gente ocultan o
minimizan el hecho real de la existencia del Infierno para quienes mueren en pecado mortal, cuando Jesús, Dios hecho Hombre,
avisa de su existencia hasta quince veces en el Evangelio; también la Virgen habla del Infierno, incluso en Fátima les hizo ver a tres
pastorcillos (Jacinta y Francisco ya Beatos) el Infierno, aquel antro de condenación eterna con todo su horror, o casi todo, pues
si hubieran visto los niños la realidad del Infierno tal como es en realidad, hubieran muerto de la impresión, pero fue suficiente lo
que vieron... para llevarlos a la santidad.
San Juan Crisóstomo decía:
-¡Oh hombre, baja al Infierno en vida si no quieres ir a él después de la muerte, puesto que entonces no podrás ya salir de él.
O piensas ahora, en esta vida actual, en la realidad del Infierno, y con ese temor, con ese «susto» cumples los Mandamientos
y te libras de ir a él, o no crees en la existencia del Infierno, pecas y al final te condenas en él para toda la eternidad entre
sufrimientos eternos de fuego, dolor y desesperación para siempre, siempre, siempre.
Sor Josefa Menéndez, vidente, dijo el 22 de Marzo de 1923: «He visto caer algunas almas. Entre ellas una niña de 15 años que
maldecía a sus padres por no haberle enseñado el temor de Dios y que hay Infierno. Decía que su vida, aunque corta, había estado
llena de pecados, porque vivía dándose todas las satisfacciones que su cuerpo y sus pasiones le pedían. Y se acusaba sobre todo
de haber leído malos libros»... Hoy podríamos añadir: vídeos, películas, espectáculos, Internet mal usado, etc.etc.
San Dositeo, que vivió en el siglo VI, fue llevado como paje a la Corte de Constantinopla, siguiendo una vida enteramente
mundana y con una completa ignorancia de las verdades de la fe.
Oyendo hablar mucho de Jerusalén, resolvió visitarla. Allí es donde lo esperaba la misericordia de Dios, valiéndose para
hacerlo cambiar de vida de un cuadro colocado en una iglesia, que representaba el Infierno. Veíanse pintados en él con actos y
rostros de desesperación, a una porción de condenados, sumergidos en un mar de llamas, rodeados de horribles monstruos que
tenían en la mano instrumentos con los que sin cesar los atormentaban, burlándose de sus lamentos...
Sorprendido ante aquella escena, Dositeo preguntó a un desconocido que allí se hallaba qué representaba aquella pintura.
- Ésto es el Infierno- le respondió- y representa los tormentos de los condenados.
-¿Cuánto tiempo duran esos tormentos? ¿Por qué se condenan? ¿No podré yo caer también en ese mar de fuego? ¿Qué es
lo que me conviene hacer para evitarlo?...
Tales fueron las preguntas que hizo Dositeo a la persona que lo instruía. De las respuestas que obtuvo, impresionado, tomó
la decisión de abandonar la Corte y el mundo, y se retiró a vivir en la soledad, vistiendo un hábito religioso en un monasterio,
donde merced al pensamiento del Infierno, que constantemente tenía presente, y a la sabia dirección del abad, hizo Dositeo
rápidos progresos en el camino del Señor.
El que piensa en el Infierno no caerá en él, porque en el momento de la tentación este pensamiento lo mantendrá firme en la
observación de la divina Ley. San Martiniano llevaba ya veinticinco años en el desierto, cuando permitió el Señor que su fidelidad
fuese sometida a una dura prueba. Una desventurada joven, llamada Zoe, vino para instigarlo al pecado. Se presentó vestida de
pordiosero, y con pretexto de un fuerte aguacero que caía, entró en la celda de Martiniano pidiéndole albergue.
El santo anacoreta, en vista de la inclemencia del tiempo, dio entrada a aquella extranjera, avivó el fuego y la invitó a que
secara su ropa. Pero una vez dentro, aquella malvada arrojó el disfraz en que iba envuelta y apareció a los ojos de Martiniano en
un traje como pudiera soñar la misma seducción.
El siervo de Dios, a la vista del peligro, se acordó del Infierno, y acercándose al fuego, se quitó la sandalia y metió dentro un
pie.
Un acerbisimo dolor le hizo exhalar un grito de angustia; pero con el corazón sereno, dijo a su alma:
-¡Ay alma mía! Si tú no puedes soportar un fuego tan débil, ¿cómo podrás sufrir el fuego del Infierno?
La tentación fue vencida, y la misma Zoe se convirtió: tan saludable es pensar en el Infierno.
Otro solitario, asaltado de violentas tentaciones, por miedo de ser vencido, encendió una lámpara, y para mentalizarse mejor
en el pensamiento del Infierno, puso un dedo sobre la llama y lo quemó con indecible serenidad, diciendo al mismo tiempo:
- Ya que tú quieres pecar y merecer el Infierno, que será el castigo de tu pecado, prueba antes a ver si tienes fuerza para
aguantar el fuego eterno...
Se cuenta de San Felipe Neri que un día recibió la visita de un pecador que, animado de un odio profundo contra el Santo,
le dirigió los mayores insultos y lo colmó de improperios, siendo tanta la cólera que tenía que no escuchaba razonamiento alguno.
Entonces el Santo le mostró el lugar donde se encendía el fuego, y le dijo:
- Mira la chimenea.
El pecador miró, pero en vez de chimenea vio un abismo de fuego, en cuyo fondo reconoció el lugar que le estaba
destinado...
Lleno de terror, aquel furioso se calmó de repente, conoció el triste estado de su alma y cambió de vida.
En 1815 murió en el Colegio de Saint Acheul, cerca de Amiens, (Francia), el joven Luis Francisco Bouvais. No tenía más
que catorce años, pero estaba ya maduro para el Cielo, tanta era su inocencia y su virtud, siendo ésta tan sólida, porque nunca
apartaba de su memoria la idea del Infierno. Un día, siendo aún muy niño, estaba calentándose con su madre junto al fuego.
-Mamá- le preguntó- ¿será tan caliente como éste el fuego del Infierno?
-¡Oh, hijo mío! El fuego del Infierno no puede compararse con éste, es mucho más violento.
-¿Y si yo cayese en él?- dijo el niño, temblando de miedo.
-El Infierno- replicó su madre- no está hecho más que para los pecadores, si huyes del pecado, no tienes que temerlo.
Estas palabras se grabaron en el corazón de Luis Francisco, y fueron el principio de una santa vida y del horror que siempre
profesó al pecado.
En 1540, el Beato Pedro Fabro, uno de los primeros compañeros de San Ignacio de Loyola, yendo de Parma a Roma, en el
camino que hay de Florencia a Sena le sorprendió la noche en medio de un país infestado de ladrones y bandidos. Recurrió, como
era su costumbre, a su ángel custodio, y al punto vio una luz y se decidió a pedir hospitalidad. Era en el mes de Octubre, y el
tiempo frío y lluvioso. Las gentes que habitaban la casa, viendo que el viajero era un sacerdote, lo acogieron con respeto y
veneración, ofreciéndole viandas e invitándolo a acercarse al fuego para que se secaran sus vestidos. Mientras se calentaba y
conversaba con los dueños de cosas de Dios, se oyeron fuertes golpes en la puerta, y rumor de muchos pasos precipitados, y
luego un grupo de gente armada invadió la casa. Era una cuadrilla de bandidos, que con voces imperiosas exigieron todas las
provisiones que había en la casa; cuando las tuvieron, empezaron a comer y beber, cantando y hablando de la manera más soez y
grosera.
El P. Fabro no se había movido ni alterado en nada, permaneciendo sentado tranquilamente, con los ojos fijos en el fuego de
la chimenea. El que hacía cabeza de la cuadrilla le preguntó si quería sentarse con ellos a la mesa; pero el Santo no respondió.
-¿No respondéis?- dijo el bandido- ¿Es que sois mudo o sordo?
-No- respondió el sacerdote- es que un pensamiento me preocupa.
-¿Cuál es ese pensamiento?. Queremos saberlo.
-Pienso- dijo el Santo con tono reposado y grave, que es bien digna de compasión la alegría del pecador, este fuego me
recuerda el del Infierno, del que no podremos huir si no nos cuidamos de volver inmediatamente a Dios.
Estas palabras fueron pronunciadas con tanto fuego y unción, y produjeron tal efecto en los bandidos, que enmudecieron. El
P. Fabro aprovechó aquel silencio para hablarles del peligro en que estaban de caer en manos de la Justicia humana, y mucho más
en las de la Justicia divina; después les habló de la alegría que lleva consigo la conciencia pura, y de la misericordia de Dios,
expresándolo todo con palabras tan conmovedoras, que les hizo prorrumpir en lágrimas y pedirle perdón de sus pecados,
disponiéndolos tan bien que a todos los confesó en aquella misma noche.
El pensamiento del Infierno sirve grandemente para dar valor y fortificar el ánimo de los espíritus más débiles.
Dos mujeres cristianas, Domnina y Teodila, fueron conducidas ante el prefecto Lisias, que las intimó para que renegasen de
la fe cristiana y abrazasen el culto de los dioses. Las jóvenes rehusaron animosamente, mandando entonces el prefecto encender
un brasero delante de los ídolos.
-Escoged- les dijo- o quemáis incienso sobre el altar de nuestros dioses, o seréis quemadas en ese fuego.
Las dos mártires respondieron sin titubear un momento:
- Nosotras no tememos ese fuego, que dentro de muy poco estará apagado; tememos, sí, el fuego del Infierno, que no se
extingue nunca. Para no caer en él, detestamos vuestros ídolos y adoramos a Jesucristo.
Ambas sufrieron el martirio el año 285.
Cesáreo cuenta, que habiendo muerto un hombre de muy pésima vida, por el que se hicieron muchas oraciones y sufragios
antes de procederse a su entierro, volvió de pronto a la vida, levantándose lleno de fuerza y vigor, pero con el espanto reflejado en
su cara. Preguntáronle lo que le había sucedido, y respondió:
- Dios se ha dignado concederme una gracia singularísima: me ha hecho ver el Infierno, inmenso océano de fuego, en el que
debía ser sepultado por mis pecados; pero me ha concedido una tregua para que los descuente con penitencias.
Desde aquella hora, aquel pecador cambióse completamente en austero penitente; no pensaba más que en expiar sus culpas
con ayunos, lágrimas y oraciones: marchaba con los pies desnudos sobre espinas y abrojos; no comía más que pan y agua, y
distribuía a los pobres lo que ganaba con su trabajo. Cuando alguno le aconsejaba que moderase algún tanto su austeridad,
respondía:
- He visto el Infierno, y nada es bastante para evitarlo. ¡Ah, el Infierno! Si todos los árboles de todos los bosques del mundo
se cortasen y se formase con ellos una inmensa hoguera, preferiría mejor permanecer en aquellas llamas hasta el fin del mundo, que
soportar por una hora tan sólo el fuego del Infierno...
El Venerable Beda habla de un rico habitante en Northumberland, que cambió completamente de vida a vista del Infierno.
Llamábase Tritelmo, y llevaba una vida de crápula y de pecado. Dios, por un rasgo de misericordia, le mandó una visión en la que
le hizo ver los tormentos que eternamente padecen los condenados en el Infierno. Vuelto en sí Tritelmo, hizo una confesión de
todos sus pecados, distribuyó a los pobres sus bienes, y, retirándose a un claustro, se abandonó sin medida a toda clase de
austeridades y penitencias. En el invierno permanecía largo tiempo en el agua helada, y en el verano soportaba el calor y la fatiga;
practicaba ayunos rigurosos, y continuó con el mismo género de vida hasta su muerte, que tuvo lugar a edad muy avanzada.
Cuando alguien le decía que moderase algún tanto sus penitencias, contestaba:
- Si hubieseis visto, como yo, el Infierno y sus penas, hablaríais de muy distinta manera.
- Pero, ¿cómo podéis resistir tanto rigor?
- Pues aún creo que no hago nada, considerando los tormentos del Infierno que he merecido por mis pecados.
Monseñor Segur cuenta un hecho muy curioso acaecido en la Escuela Militar de Saint- Cyr en el último año de la restauración
francesa. El capellán de la Escuela, M. Rigolot, dirigía un retiro espiritual de los alumnos, que a este fin se reunían todas las noches
en la capilla antes de dirigirse a los dormitorios. Una de aquellas noches en que el capellán les había hablado sobre el dogma del
Infierno, acabado el ejercicio, cuando el capellán se dirigía a su cuarto para descansar con una bujía encendida en la mano, en el
mismo momento de abrir la puerta oyó que le llamaban y que alguien le seguía. Era un antiguo capitán, con su gran bigote gris y de
aspecto brusco.
- Perdonadme, señor capellán- le dijo en tono burlón- acaba usted de predicarnos sobre el Infierno un magnífico discurso;
pero le ha faltado decirnos si allí seremos asados en parrilla, al horno o mechados, ¿puede usted decírmelo?.
El capellán, conociendo con quién se las había, lo miró fijamente, y aplicándole la bujía a las narices, le respondió tranquila-
mente:
- Vedlo por vos mismo, señor capitán – Y cerró al mismo tiempo la puerta por no poder contener la risa al ver la asustada
figura del capitán, y temiendo su cólera.
No volvió a acordarse más de este incidente; pero desde aquel día el capitán esquivaba, cuando podía, encontrarse con el
capellán. Sobrevino el mes de Julio y con él la Revolución, que suprimió las capellanías militares, siendo colocado M. Rigolot en
otro punto.
Habían pasado cerca de veinte años, y el ya anciano sacerdote se hallaba un día en un gran corro de amigos, cuando vio
venir hacia él un viejo con grandes bigotes blancos, que le saludó preguntándole si era M. Rigolot, capellán que había sido de la
Escuela Militar de Saint-Cyr. Respondióle que sí, y entonces el militar dijo:
-¡Oh, señor capellán! Permitid que estreche vuestra mano con profunda gratitud, ¡ella es la que me ha salvado!
- ¿Yo? ¿Cómo?
- Qué, ¿no os acordáis? ¿No os acordáis de una noche en que un capitán profesor de la Escuela, y a propósito de un sermón
sobre el Infierno, os hizo una pregunta burlona, y usted, poniéndole la luz en las narices, le contestó: «usted lo verá, capitán?».
Aquel capitán soy yo: sepa usted que desde aquel momento no se borraron sus palabras de mi memoria; así como tampoco la
idea de que iba a precipitarme en el Infierno. Luché conmigo mismo diez años, pero por último me confesé, y ahora soy cristiano;
pero cristiano a lo militar, es decir, de verdad. A aquella escena, pues, debo mi felicidad, y me alegro poder mostraros mi gratitud
delante de tanta gente.
El P. Bussy, de la Compañía de Jesús, comenzó a principios del siglo XIX una Misión muy importante en una ciudad del Sur,
Misión que conmovió a todo el pueblo. Era en mitad del invierno, en los días próximos de Navidad, y hacía, por tanto, un frío
intenso. En el cuarto donde el Padre jesuíta residía había una estufa, en la que ardía un buen fuego. Un día se le presentó un joven
que le había sido recomendado por sus desórdenes y por la impiedad de que hacía gala. El Padre conoció desde luego que ningún
partido podía sacar de él; pero, sin embargo, lo recibió jovialmente, y le dijo:
- Venid aquí, querido amigo; no temáis, yo no confieso a las personas contra su voluntad: así, sentáos aquí, y hablaremos un
rato mientras nos damos un calentón al fuego, pero, antes de sentaros hacedme el favor de traer dos o tres leños para avivar un
poco la estufa.
Maravillado el joven, y no poco, de aquella confianza, hizo, no obstante, lo que se le pedía.
-Ahora- añadió el sacerdote- echadlos en el fuego, allí bien dentro, en el fondo.
Cuando el joven hacía pasar los leños por la puertecilla de la estufa, el P. Bussy, cogiéndole el brazo con fuerza, se lo
mantuvo dentro del fuego. El joven dio un salto hacia atrás, diciendo:
-¿Pero es que os habéis vuelto loco? ¿No veis que me quemáis? ¿Qué queréis hacer conmigo?
-¿Qué es lo que os pasa, mi amigo?- le respondió el P.Bussy muy tranquilamente- Es preciso que os vayáis acostumbrando:
en el Infierno, adonde iréis si continuáis como hasta aquí, no solamente os quemaréis la punta de los dedos, como en esta estufa,
sino el cuerpo entero; y eso que este fuego es pintado en comparación al del Infierno. Así, pues, valor, mi querido amigo: es
bueno acostumbrarse a todo.
Y diciendo ésto trataba de cogerle otra vez el brazo; pero el joven se resistía, como es fácil suponer.
-¡Pobre joven!- le dijo entonces el sacerdote cambiando de tono- Reflexionad un poco: ¿no es mucho mejor soportar una
pequeña molestia ahora, que no arrojarse para siempre en el Infierno? Ahora, el sacrificio que la bondad de Dios exige de vos
para evitaros el terrible suplicio eterno, ¿no es, en realidad, una cosa bien ligera y sencilla?.
El joven libertino se quedó pensativo, dudó, pero no tardó en caer a los pies del misionero, que le ayudó a dejar el peso de
sus pecados y a marchar por el buen camino.
Un padre de familia que se había creado una cuantiosa fortuna por medio de la usura y de las injusticias, cayó gravemente
enfermo. Sabía que la gangrena había empezado a apoderarse de su cuerpo; pero no podía resolverse a restituir lo robado, única
manera de que se le perdonaran sus pecados de robo.
- Si yo restituyo- se decía- ¿qué será de mis hijos?
Su confesor, hombre de mucho ingenio, para salvar a este desgraciado se valió de una estratagema: le dijo un día que si
quería curarse le indicaría un remedio infalible y muy sencillo; pero extremadamente caro.
- Aunque me cueste mil, dos mil monedas, ¿qué importa?- respondió vivamente el anciano- ¿Y en qué consiste ese remedio?
-Consiste- le contestó el confesor- en fundir y hacer caer sobre la gangrena un poco de grasa de una persona viva; no hace
falta mucho; si encontramos alguno que por diez mil monedas se deje quemar una mano por espacio de un cuarto de hora,
solamente, no necesitamos más.
-¡Ay de mí!- respondió el enfermo suspirando- ¡Temo no encontrar ninguno que se preste!
- Hay un medio- dijo el confesor- Llamad a vuestro hijo mayor; os quiere mucho y será vuestro heredero; llamadlo, y
decidle: « Mi querido hijo, tú puedes salvar a tu padre y salvarle la vida; para que ésto suceda, consiente en quemarte una mano
por un cuarto de hora». Si rechaza, proponédselo al segundo de vuestros hijos, prometiéndole instituirle único heredero, y si
tampoco acepta, al menor, que sin duda alguna aceptará.
La proposición fue hecha a los tres hermanos sucesivamente; pero uno después de otro rehusaron horrorizados. Díjoles
entonces el padre:
-¡Cómo! ¿A vosotros os falta el valor para salvarme la vida sufriendo un momento de dolor, y yo por dejaros en la opulencia
iré a sufrir eternamente en el Infierno? No, no soy tan loco.
Y en aquel momento dispuso la restitución de lo que debía y de lo mal adquirido, sin preocuparse del porvenir de sus hijos.
Y tenía razón, como también la tenían sus hijos; que dejarse quemar una mano, aunque sea para salvar la vida a su padre,
es un sacrificio que supera las fuerzas humanas.
Santa Teresa de Jesús había visto el puesto que le estaba reservado en el Infierno si no se enmendaba de cierto defecto que
tenía, y este pensamiento le daba valor para soportar las más duras pruebas. He aquí cómo habló la misma Santa en el capítulo
XXXII de su Vida:
«Estando en oración me encontré de repente, sin saber cómo, sumergida en cuerpo y alma en el Infierno. Conocí que Dios
quería darme a conocer el lugar que yo hubiera ocupado si no hubiera cambiado de género de vida. No existen palabras para que
pueda darse una ligerísima idea de aquellos tormentos, tales que no es posible comprenderlos. Sentía en mi alma un fuego que me
devoraba, y mi cuerpo, al mismo tiempo, era presa de intolerables dolores.
En el curso de mi vida había padecido dolorosas enfermedades; pero todas ellas no eran nada en comparación de los dolores
que yo sufría en aquel momento, los que se me aumentaban con la pena de pensar que los había de sufrir por una eternidad sin
alivio alguno. Pero la tortura del cuerpo, con ser tan atroz, no era casi nada en comparación de la agonía del alma. Al mismo
tiempo que me sentía quemar o lacerar poco a poco, experimentaba todas las angustias de la muerte y todos los horrores de la
desesperación. No hay un rayo de esperanza o de consuelo en aquel terrible lugar; respírase un aire tan pestilencial que está uno
constantemente ahogándose, nada de luz, todo tinieblas, la más lóbrega oscuridad, y a pesar de eso ¡oh misterio! aún se distingue
lo que hay para la vista de más asqueroso y repugnante. En suma, todo lo que yo misma he dicho sobre las penas del Infierno, y
todo lo que respecto a ellas he leído; no es nada, absolutamente nada, enfrente de la realidad; entre aquellas penas y las de la tierra,
hay la misma diferencia que entre una persona viva y una muerta. Su imagen. ¡Ah! por ardiente que sea el fuego que puede verse en
este mundo, no es más que como pintado en comparación con el que arde en el Infierno.
- Dos años hace que tuve aquella visión- añade la Santa- y aún no estoy tranquila; de manera, que cuando describo estas
líneas se me hiela la sangre de espanto; pero en medio de las pruebas y dolores traigo a la memoria aquella visión, y ella me da
fuerzas para vencerlos».
La maravillosa conversión de una protestante obstinada, de la que mucho se habló en América, fue debida al pensamiento del
Infierno. Esta señora, mujer del general Rosenkranz, el general más instruido del Ejército del Norte en la Guerra de Secesión de
1860, se convirtió al catolicismo del modo que diremos, según el relato hecho por Mr. Fitzpatrick, obispo de Boston, en el Colegio
de San Miguel en Bruselas, en Noviembre de 1862.
El general Rosenkranz, aunque protestante, había tenido la suerte de oír una sencilla exposición de la religión católica, y ésto
le bastó a él, hombre recto y generoso, para descubrir la verdad y abrazar el Catolicismo.
Desde aquel momento, lleno de fe y de fervor como estaba, no sólo procuraba ser un buen cristiano, sino trataba de convertir
a los protestantes con quienes hablaba, y no pasó mucho tiempo sin que ganara para la verdadera Iglesia hasta unos veinte
oficiales: escribió, además, un libro destinado a propagar la Religión en el Ejército. Se comprende que no dejaría de leerlo también
su esposa, envuelta como estaba en el error; pero tuvo la pena de ver estériles los esfuerzos de su celo.
En este tiempo permitió Dios que la generala cayese con una grave enfermedad, que la llevó en pocos días a las puertas de la
muerte; el general, después de haber usado todos los medios que su imaginación le sugirió, así como su fe y su caridad, recurrió
al último extremo: llamó a cuatro irlandeses que tenía a su servicio, y, con los ojos llenos de lágrimas, les dijo:
- Hijos míos, sabéis que mi mujer es protestante y no quiere en modo alguno oír hablar de la religión católica; está para morir
en su obstinación; y va a precipitarse para siempre en el Infierno. Yo me estremezco al pensar en tal desgracia, por lo que es
preciso impedirla a toda costa: pidamos, pues, a la Santísima Virgen, y hagamos violencia a su misericordioso corazón.
Dicho ésto sacó de un bolsillo el rosario, y, arrodillándose, se puso a rezar. Los cuatro criados hicieron lo mismo, y
continuaron su plegaria por espacio de una hora. Terminada, se acercó el general al lecho de la enferma y la encontró en una
especie de letargo, fuera de sí y sin conocimiento. Poco después fijó la vista en su marido, y le dijo con voz clara:
- Llama a un sacerdote católico.
Creyó el general que deliraba, tan repentina le parecía la mudanza, y se hizo repetir la petición:
- Un sacerdote católico- dijo con insistencia- un sacerdote católico, no tardéis.
-¡Si hace poco no querías ni aún que se hablase de ellos!.
-¡Ah esposo mío, soy otra: Dios me ha hecho ver el Infierno y el lugar que me tenía destinado en el fuego eterno si no me
hago católica!.
La enferma tuvo la dicha de ingresar en la Iglesia Católica y de recobrar la salud, viviendo después muy fervorosamente.
Éste fue el relato del venerable obispo de Boston, cuyo suceso oyó de labios del mismo general Rosenkranz.
«Ninguno de los que tienen ante sus ojos el Infierno caerá en él; y por el contrario, ninguno de los que lo desprecian
escapará de él « (San Juan Crisóstomo).
No hay piedad más cruel que hacer más probable, haciéndolo menos terrible, el Infierno, que es una desgracia, que, sobre
ser horrorosa, es eterna.
Vista la realidad del Infierno, el peligro que tenemos de caer en él, vemos, constatamos, la locura actual que azota a la Iglesia
de no querer hablar del Infierno a los fieles, de silenciarlo, de acallarlo, de considerarlo tema «tabú»... Todo ésto es una añagaza
del diablo, quien quiere que al ignorarse el gran peligro del Infierno, las gentes vayan a él.
Hoy día se considera atrasado, anticuado, fanático, desfasado, anormal, descentrado, a quien se pone a hablar del Infierno,
y entonces se intenta acallarlo, desprestigiarlo, silenciarlo de mil maneras, incluso recurriendo a la insidia, a la calumnia, etc.. ¿Por
qué? Porque el diablo que los impulsa les hace que persigan a quien quiere, siguiendo el Dogma Católico, evitar que las gentes se
condenen, que las gentes no se achicharren en un mar de sufrimientos, fuego, y desesperación eterna para siempre, siempre,
siempre.
De este «silencio» sobre el Infierno se sigue que las gentes cada vez se apartan más de Dios, y se condenan... Las costum-
bres se relajan, se corrompen, se enfangan, se envician, pues el freno saludable que es el reconocimiento de un futuro tan
horroroso, para el que vive en pecado, como es el Infierno, lo desconocen, porque malos sacerdotes, malos obispos, malos
teólogos, no les han hablado del Infierno: realidad palpable, dogmática, para el que muere en pecado mortal, sin confesarse, sin
arrepentirse.
¿Qué hacemos con los peligros de la droga, del tráfico, del exceso de alcohol?...Que se pregonan a los cuatro vientos para
que las gentes no caigan en el infierno de la droga, en el infierno del alcoholismo, mueran o queden paralíticos por accidentes de
tráfico. Y no importa asustar a las gentes con la existencia de los peligros reales de la droga, del exceso de alcohol y del tráfico,
porque realmente son peligros que existen: están a la hora del día todos los que mueren por sobredosis de drogas, o quedan
tarados para toda su vida, los muertos por cirrosis hepática, por exceso de alcohol, los muertos o paralíticos a causa de acciden-
tes de tráfico. Y cuando estas campañas se han intensificado para hacer ver a la sociedad los peligros del alcohol (en exceso), de
la droga, del tráfico, los resultados han sido positivos: han disminuido los accidentes de circulación, los consumidores de drogas,
los excesos en el alcohol. Cuando llevados de un papanatismo necio no se han hecho campañas truculentas sobre los peligros de
la droga, de la circulación, del alcohol, ¿qué ha pasado?...Que han vuelto a incrementarse los accidentes, los muertos, los
drogodependientes, los alcohólicos...
La Virgen en Fátima, en Medjugorje, etc. siempre ha hecho ver el Infierno a los niños videntes a los que se ha aparecido.
Jesucristo, Dios hecho Hombre, habla muchas veces sobre la existencia del Infierno, sobre sus sufrimientos, sobre su eternidad.
¿Por qué? ¿Por qué «asustan» la Virgen y Jesús con la existencia y visión del Infierno?...Por la misma razón que una madre
«asusta « a su hijo con el tráfico para que tenga cuidado al cruzar la calle, o lo asusta con las drogas para que no caiga en este
vicio, o con los depravados sexuales, con las malas compañías, para evitar que lo puedan dañar, o incluso matarlo, como algunos
psicópatas sexuales han hecho en la actualidad con inocentes víctimas. La finalidad de Dios y la Virgen al «asustarnos» con el
Infierno es para que no vayamos a él. Si alguien protesta contra los que hablamos del Infierno en términos truculentos, pero
reales, aunque nos quedaremos siempre cortos, porque el Infierno es más, mucho más, muchísimo más truculento, más horroro-
so, más horrible de lo que jamás se pueda decir de él, porque es algo tan repugnante, tan asqueroso, tan horroroso, que jamás
podríamos hacer una descripción real de él tal como es. Los Santos que lo han visto, por permisión divina, han vuelto desfigura-
dos, aterrorizados, y su sólo recuerdo hizo que avanzaran pronto en el camino de la perfección, como le ocurrió a Santa Teresa de
Jesús, a la Beata Jacinta (la vidente de Fátima) etc.
El temor del Infierno es un temor saludable: ¡bendito susto que nos conducirá al Cielo, que nos llevará a no ofender a Dios,
que nos guiará al cumplimiento de los Mandamientos.! .¡Y ay ante Dios del que no hable del Infierno por no «asustar» porque por
su culpa (si es sacerdote, teólogo, obispo, catequista, profesor, padres, etc.) los que tiene a su cargo pueden condenarse, y de
hecho, como la experiencia lo demuestra, se condenan!...
«Es mejor que las gentes vayan a Dios por el amor, que no por el temor»... Dicen los que se niegan a hablar del Infierno y en
cambio se centran más en la Misericordia de Dios, para conducir a las gentes al Cielo.
Ciertamente el camino del amor, de la Misericordia de Dios es más perfecto que el del temor, pero el camino del amor a Dios,
del cumplir los Mandamientos por amor a Dios, es un camino que no se adquiere en el primer momento. Cuando el alma va
avanzando en la perfección va tornando, va cambiando, su temor a Dios por su amor a Él, pero este camino es largo, y sólo pocos
lo consiguen, la inmensa mayoría no llega a este grado de perfección y, o cumplen los Mandamientos por temor de condenarse y
se salvan, o no los cumplen, porque no tienen este temor saludable de la existencia del Infierno, y se condenan, porque no han
llegado a amar a Dios hasta el punto de refrenar sus instintos para no ofender a Dios: que no se lo merece por ser tan bueno con
nosotros, y haber muerto en la Cruz para salvarnos después de horrorosos sufrimientos ¿Qué significa todo ésto? Pues que
por querer que un niño de pecho coma filetes conseguimos que no solamente no se alimente más, sino que el niño muera por
inanición ya que no puede comer alimento tan sólido para él... O sea, que por querer que las gentes cumplan los Mandamientos
exclusivamente por amor a Dios, no se les habla del Infierno, mutilando el mensaje de Cristo, y así las gentes, al no alcanzar la
perfección que alcanzarían contando también en sus inicios con el temor de condenarse, se quedan con una base espiritual
inestable, floja, débil, que será barrida a los primeros embites de la tentación, con lo que al final, por querer saltarse los grados
inferiores del camino de perfección hacia Dios, que se basan en el temor al Infierno se consigue que las almas no alcancen ninguna
perfección, y además pierdan la fe, y se condenen...El saber que existe el Infierno y pueden condenarse mueve a las almas a
cumplir los Mandamientos, pero si nadie les habla del Infierno por no «asustarlos», no los cumplen y toman una visión equivo-
cada de Dios: que es un buenazo que todo lo perdona aunque uno no esté arrepentido...y del que se puede abusar cometiendo
todo tipo de pecados contando, presuntuosamente, abusivamente, con el perdón por anticipado de Dios...; claro que luego, del
vicio en el que se meten por este concepto erróneo de Dios, pasan al ateísmo y a la impiedad, y por último a la negación de Dios,
y a la condenación eterna... «Dios es bueno y me perdonará todo y no permitirá que me condene»...El alma así, con esta forma
presuntuosa de pensar, se embarra en el vicio, en el fango de la corrupción . Al estar ya el alma abotargada de vicios pierde la fe
en Dios, y se condena...
No seamos ilusos, hablemos del Infierno, aterroricemos con la existencia del Infierno: bendito terror que libra a la gente de
caer en el terror real del Infierno y no seamos papanatas y omitamos hablar del Infierno para no «asustar»... porque de esta forma
conseguiremos, efectivamente, no «asustar» para esta vida, pero el «susto» se lo llevarán cuando mueran...»susto» que les va a
durar toda la eternidad... Y ellos, desde aquellos sufrimientos eternos maldecirán a los que no les hablaron claramente del Infierno
y sus horrores eternos, que habría hecho que se salvaran... En cambio, los que gracias al susto que les damos con la descripción
real de los tormentos del Infierno, que nunca serán los que efectivamente son, pues aquéllos son siempre mucho más horrorosos
de lo que podamos imaginar o narrar, enmiendan sus vidas, cumplen los Mandamientos de la Ley de Dios y se salvan, éstos nos
bendecirán para siempre cuando gocen de los bienes inimaginables del Cielo, gracias al «susto» que les dimos de hablarles en esta
vida del Infierno.
No seamos idiotas, no seamos tontos útiles del diablo, hablemos del Infierno: así conseguiremos que las gentes se salven, de
lo contrario, tendremos que dar estrecha cuenta del por qué no hablamos del Infierno, del peligro del Infierno, a los que teníamos
bajo nuestro cuidado como obispos, sacerdotes, religiosos, teólogos, profesores, maestros, catequistas, padres, etc....y hasta es
posible que condenemos nuestras almas por no haber hablado del Infierno...
El marqués de Cavour, alcalde por aquel entonces de la ciudad de Turín donde San Juan Bosco realizaba la hermosa labor de
acoger a muchachos abandonados en peligro de perderse, para esta vida y la otra, dándoles un hogar, enseñándoles un oficio y
encarrilarlos por el buen camino, sospechaba que San Juan Bosco fuera un revolucionario que adoctrinaba a los jóvenes para un
levantamiento popular....Así, llevado de estos juicios temerarios le dijo a San Juan Bosco:
- No quiero el mal de nadie. Usted trabaja con buena intención, pero lo que hace está lleno de peligros, y como yo tengo la
obligación de velar por el orden público, haré que lo vigilen a usted y sus reuniones. A la más mínima cosa que le pueda
comprometer, dispersaré inmediatamente a sus muchachos, y usted me tendrá que dar cuenta de cuanto ocurra.
Fueran las agitaciones en que anduvo envuelto, fuera la enfermedad que ya le minaba, el hecho es que aquella resultó ser la
última vez que Cavour estuvo en el palacio municipal. Atacado de gota, tuvo que sufrir mucho y en poco tiempo bajó a la tumba
(15 de Junio de 1850).
«Pero durante los seis meses que aún estuvo en el cargo, (o sea hasta el 17 de Junio de 1847) enviaba cada domingo algunos
guardias municipales para pasar con nosotros (habla San Juan Bosco en su Autobiografía) el día, vigilando cuanto ocurría en la
iglesia o fuera de ella».
- Y bien- dijo el marqués de Cavour a uno de aquellos guardias en cierta ocasión- ¿Qué habéis visto y oído en medio de aquella
gente de mala clase?
- Señor marqués, hemos visto una multitud de muchachos que se divierten de mil maneras; en la iglesia hemos oído sermones
que hacen pensar seriamente. Dijeron tales cosas sobre el Infierno y los demonios que me entraron ganas de irme a confesar.
San Juan Bosco comentaba luego este hecho con Don Barberis, un colaborador suyo en esta tarea de ayudar a los mucha-
chos: «¡Qué cuadro era ver varios centenares de jóvenes sentados atentos y pendientes de mis labios, y seis agentes de policía de
uniforme bien derechos y colocados de dos en dos en tres puntos diversos de la iglesia, con los brazos cruzados y oyendo
también ellos el sermón! ¡Me venían de perlas para la asistencia de los jóvenes, aunque lo cierto es que estaban allí para asistirme
y vigilarme a mí! ¡Era una escena conmovedora la de los guardias cuando, con el revés de la mano, se secaban furtivamente las
lágrimas o se tapaban el rostro con el pañuelo para que no se advirtiera su emoción, o contemplarlos de rodillas entre los jóvenes,
aguardando su turno frente a mi confesionario! Porque yo hacía los sermones también para ellos y no sólo para los muchachos,
desarrollando con intención ciertos argumentos de pecado, muerte, juicio, Infierno»...
La pequeña Jacinta, la niña vidente de Fátima, beatificada, junto con su hermano Francisco, el 13 de Mayo del año 2000, se
sentaba con frecuencia en el suelo o en una piedra y, pensativa, decía:
-¡Oh, Infierno! ¡Oh, Infierno! ¡Qué pena tengo de las almas que van al Infierno! Las personas arden allí como leña en el
fuego.
De rodillas, juntas las manitas rezaba muchas veces la oración que la Virgen les enseñó para que los pecadores no fueran al
Infierno:
-¡Oh, Jesús mío!, perdónanos nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno y lleva a todas las almas al Cielo, principal-
mente las más necesitadas de tu misericordia.
También invitaba a su hermano Francisco, el otro niño vidente de Fátima, también Beato, a rezar:
-¡Francisco! ¡Francisco! Ven a rezar conmigo; es preciso rezar mucho para librar a las almas del Infierno; ¡van allí tantas!
¡Tantas!...
Jacinta le decía a Lucía:
-¿Por qué no enseña Nuestra Señora el Infierno a los pecadores? (la Virgen les había enseñado a los tres pastorcitos una visión
horrible del Infierno en el que se veían los condenados como ascuas que las llamas elevaban y en la que se distinguían los diablos
por sus figuras repugnantes y asquerosas...; ellos pudieron soportar aquella visión por la promesa de la Virgen de que se
salvarían ).Si ellos lo viesen no pecarían más para no ir allí. Tienes que decir a la Virgen que enseñe el Infierno a toda la gente.
Verás cómo sí se convierten.
-¿Por qué no dijiste a Nuestra Señora que enseñase el Infierno a toda esa gente?- le dijo después Jacinta a Lucía, refiriéndose a la
inmensa multitud que venía los días 13 de cada mes.
- Me olvidé- respondió Lucía.
- También yo me olvidé- respondió la pequeña con aire triste.
Otra vez preguntó:
-¿Qué pecados son los que hace la gente para ir al Infierno?
-¡No sé!
- Tal vez sea el pecado de no ir a Misa los domingos, de robar, de decir palabras feas, jurar.
-¿Y sólo por una palabra van al Infierno?
- Claro que sí. ¡Es pecado! ¿Qué les costaría no hablar mal y asistir a Misa?
-¡Qué pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiese enseñarles el Infierno!
Repentinamente se agarró a la larga falda de su prima Lucía y le dijo:
- Yo voy pronto al Cielo, pero tú te quedas aquí. ¡Si Nuestra Señora te dejase explicar cómo es el Infierno para que no cometan
más pecados y no caigan en él!.
A veces, después de un breve silencio y con actitud de recogimiento interior, sumergida en el mismo pensamiento, al cabo de un
rato, rompía el silencio:
-¡Tanta gente va al Infierno! ¡Tanta gente va al Infierno!
- No tengas miedo! ¡Tú vas a ir al Cielo!.
- Sí, yo voy- decía con tono más tranquilo- pero quisiera que toda la gente que allí va los días de las apariciones fuesen también
al Cielo.
Poco antes de morir, a la religiosa que le atendía, a la que ella llamaba madrina, le dijo:
-¡Madrina! Se cometen muchos pecados y muy graves en el mundo. Si los hombres supieran lo que es una eternidad harían lo
posible para cambiar de vida. Los hombres se pierden porque no piensan en Nuestro Señor y no hacen penitencia. Los pecados
que arrojan más almas al Infierno son los de impureza. Vendrán ciertas modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor. Las
personas que sirven a Dios no deben seguir las modas. Nuestro Señor es siempre el mismo.
Ser pura de alma es no cometer ningún pecado. No mirar lo que no se debe mirar, no mentir, decir siempre la verdad, aunque
cueste decirla. Ser pura de cuerpo significa conservar la castidad.
Tres días antes de morir, la Santísima Virgen, muy triste, se le apareció y le dijo, entre otras cosas:
- Los pecados que conducen al mayor número de almas a la perdición son los de impureza. Es necesario renunciar, no
obstinarse en el pecado. Es preciso hacer una gran penitencia.
La visión del Infierno a la que alude Jacinta y que tanto contribuyó a su santificación fue la siguiente:
En la aparición del 13 d Julio de 1917 la Virgen les hizo ver el Infierno. Cuenta Lucía:
- Nuestra Señora abrió sus manos, y el haz de luz proyectado pareció penetrar la tierra. Vimos como un inmenso mar de fuego.
En este mar estaban sumergidos demonios y almas en forma humana... Levantados en el aire por las llamas, volvían a caer por
todas partes como chispas, como inmenso incendio, sin peso ni equilibrio, en medio de gritos desgarradores, de aullidos de
dolor y desesperación que hacían temblar y gemir de espanto. Los diablos se distinguían de los hombres por sus figuras
horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes cono carbones encendidos...
Entonces, como para pedir socorro, levantamos los ojos hacia la Virgen.
La Virgen nos dijo con bondad y tristeza:
- Ya habéis visto el Infierno donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlos quiere establecer el Señor la devoción
a mi Corazón Inmaculado. Si los hombres hacen lo que voy a pedirles, muchas almas se salvarán y habrá paz.»..
La Virgen lo que pedía en Fátima era el cumplimiento de los Mandamientos y del propio deber, según el trabajo de cada uno, y
el rezo del Rosario (tercera parte, o sea cinco misterios).

* * *
NECESIDAD Y OBLIGACIÓN GRAVE DE HABLAR DEL INFIERNO

De todo lo que llevamos dicho se deduce la necesidad y obligación grave que tienen, que tenemos todos, de hablar de la
existencia del Infierno con sus horrores, su eternidad, sus sufrimientos, su desesperación. Si por un papanatismo diabólico, no
hablamos del Infierno, por no parecer desfasados, anticuados, fanáticos, etc. tendremos que dar grave cuenta de ello ante el
tribunal de Dios: muchas almas se pierden por no hablarles del Infierno. Como ya hemos mencionado, es más perfecto cumplir
los Mandamientos por amor a Dios, que por temor al castigo, pero es una grave mutilación del mensaje de Cristo no hablar del
Infierno, cuando Jesús lo nombra hasta quince veces en el Evangelio, y la Virgen en sus apariciones no cesa de hablarnos de su
existencia, de su realidad, como la ya mencionada visión del Infierno a Jacinta, Francisco y Lucía, los tres pastorcitos, visión que
los asustó, pero que los llevó a la perfección.
Aquéllos que debiendo hablar del Infierno: obispos, sacerdotes, teólogos, religiosos, religiosas, profesores, catequistas, padres,
etc. no lo hacen por no «asustar «, cometen pecado mortal por el peligro grave en que ponen a las gentes de condenarse, ya que
por temor a no caer en el Infierno se habrían salvado...
San Juan Bosco tuvo una visión del Infierno. Visión que hemos puesto en este volumen. Tenía miedo de narrar este sueño por no
suscitar temores entre los oyentes, pero una aparición nocturna le ordenó narrarlo para que los oyentes tuvieran temor al pecado
y salvaran sus almas...
Dios quiere que se hable del Infierno, la Virgen quiere que se hable del Infierno. Sólo el diablo no quiere que se hable del Infierno,
para que las gentes, quitado todo temor al Infierno, pequen, se condenen y vayan a él.....
En uno de los frecuentes mensajes que la Virgen ha dado a la Humanidad para que ésta vaya por el buen sendero dijo con
respecto al juicio y al castigo, el Infierno, tras la muerte, para el que muere en pecado mortal sin arrepentirse, sin confesarse: “Los
sacerdotes deben predicar sobre la preparación para la muerte. Es importante predicar sobre las cosas finales para los seres
humanos: la muerte, el juicio final, el Cielo y el Infierno. Prediquen expresamente sobre la necesidad de ser conscientes del
pecado, especialmente del pecado mortal y sus fatales consecuencias. El Señor prefiere que nos convirtamos por amor, pero si es
necesario que sea por temor al castigo. De todos modos, Él acepta la conversión de cualquier forma y os recibirá porque os ama
y quiere vuestra salvación. Por amor o por temor, lo único que importa es que os entreguéis a Él. Los sacerdotes tienen la
obligación de guiar a sus feligreses, especialmente con el ejemplo de sus vidas de dedicación absoluta a Cristo”.

* * *
MENSAJE DE AMOR
Estas revelaciones fueron dadas a Sor Josefa Menéndez, religiosa madrileña fallecida en Poitiers (Francia) en 1923, a los 33 años.
En estos mensajes se hace ver el gran amor de Dios por sus hijos, su gran deseo de que todos se salven y de la gran importancia
que tiene la Comunión de los Santos: los sacrificios y oraciones de unos pueden hacer que otros se salven. Hemos puesto un
extracto de su Obra, entresacando lo que consideramos de vital importancia para el hombre y la mujer de nuestros días. Aquí
vemos la preocupación de Dios por sus hijos, de su gran Amor por todos y de cómo avisa y quiere que todos se salven, y que si
al final alguien se condena, como ya hemos mencionado muchas veces en este libro, es porque quiere.
En estas revelaciones hablan a Sor Josefa: Jesús, la Virgen, San Juan Evangelista y Santa Magdalena Sofía Barat:
« - No es el pecado- le habla Jesús- lo que más hiere mi Corazón. Lo que más lo desgarra, es que las almas no vengan a
refugiarse en Él después que lo han cometido.
Por lo regular Jesús no exige grandes sufrimientos, pero enseña a sus almas escogidas la importancia de las acciones
ordinarias, por mínimas que sean, cuando se hacen en unión con Él, en espíritu de inmolación y de amor. Les descubre el valor
de los menores sacrificios, que pueden llevarlos muy lejos en la santidad y sirven al mismo tiempo para la salvación de muchas
almas. En cambio les recuerda el peligro de las pequeñas relajaciones, pendiente fatal que puede arrastrarlas a grandes infidelida-
des y exponerlas a caer en los castigos del Infierno, donde sufrirán incomparablemente más que las almas menos privilegiadas.
- No quiero decir- habla Jesús- que un alma por Mí escogida se vea libre de sus defectos y miserias; puede caer y caerá más
de una vez, pero si sabe humillarse y reconocer su nada, si procura reparar sus faltas con actos de generosidad y de amor, si
confía y se abandona de nuevo a mi Corazón, me da más gloria y puede hacer mayor bien a otras almas que si no hubiera
caído. No me importa la miseria, lo que pido es amor.
Lo que el Corazón de Jesús quiere de los suyos es, pues: humildad, confianza y amor.
- Tengo hambre- habla Jesús- de que me reciban mis almas. ¡Es tanto el consuelo que encuentro entrando en su corazón!
-¿Cómo podemos consolarte, estando tan llenas de miserias y debilidades?- le preguntó Sor Josefa.
- Con tal que vengan a Mí llenas de amor y confianza Yo puedo suplir todo lo que les falta- le contestó Jesús- Un grupito de
almas fieles alcanza misericordia para un gran número de pecadores. Mi Corazón no puede permanecer insensible a tantas
súplicas.
- No olvides, hija mía- le habla Santa Magdalena Sofía- que nada sucede que no entre en los planes de Dios.
-¡Mira!- le habla Jesús- Unas almas sufren para dar fuerza a otras y evitar que caigan en el mal. Mi Corazón da valor divino
a cosas pequeñas. Lo que Yo quiero es amor.
Yo soy todo amor; mi Corazón es un abismo de amor.
El amor me hizo crear al hombre y todo lo que en el mundo existe, para su servicio.
El amor hizo que el Padre diera a su Hijo para salvar al hombre, perdido por la culpa.
El amor hizo que una Virgen pura, renunciando a los encantos de la vida oculta en el templo, consintiera en ser Madre de Dios
y aceptara los sufrimientos de la maternidad divina.
El amor me hizo nacer en el rigor del invierno, pobre y falto de todo.
El amor me hizo vivir treinta años en la más absoluta oscuridad, ocupado en humildes trabajos.
El amor me hizo escoger la soledad, el silencio... pasar desconocido y someterme voluntariamente a las órdenes de mi padre
adoptivo y de mi Madre.
El amor me llevó a abrazarme con todas las miserias de la naturaleza humana.
El amor me hizo sufrir los desprecios más grandes y los más crueles tormentos, derramar toda mi sangre y llegar a morir en
una cruz para salvar al hombre.
Porque el amor sabía que, más tarde, habría muchas almas que me seguirían y pondrían sus delicias en conformar su vida con la
mía.
Y miraba el amor más lejos aún: sabía que muchísimas almas en peligro se verían ayudadas con los actos y sacrificios de
otras, y recobrarían la vida.
Veía, en fin, el amor, que más tarde, con esta misma Sangre y unidas a estos mismos tormentos, muchas almas escogidas,
podrían valorar sus sacrificios, sus acciones, hasta las más triviales, y ganarme con ellas gran número de almas.
- El alma- habla San Juan Evangelista- que sabe aprovechar el valor del sufrimiento vive la verdadera vida.
- El alma- habla Jesús—que sabe hacer de su vida una continua unión con la mía, me glorifica mucho y trabaja útilmente en
bien de las almas. Está, por ejemplo, ejecutando una acción que en sí misma no vale mucho, pero la empapa en mi Sangre o la une
a aquella acción hecha por Mí durante mi vida mortal, el fruto que logra para las almas es tan grande o mayor quizás que si hubiera
predicado al Universo entero; y ésto, sea que estudie o que hable, que escriba, ore, barra, cosa o descanse; con tal que la acción
reúna dos condiciones; primera, que esté ordenada por la obediencia o por el deber, no por el capricho; segunda, que se haga en
íntima unión conmigo, cubriéndola con mi Sangre y con pureza de intención.
¡Cuánto deseo que las almas comprendan ésto que no es la acción la que tiene en sí valor, sino la intención y el grado de
unión con que se hace! Barriendo y trabajando en el taller de Nazaret, di tanta gloria a mi Eterno Padre como cuando prediqué
durante mi vida pública.
Hay muchas almas que a los ojos del mundo tienen un cargo elevado, y en él dan gran gloria a mi Corazón, es cierto; pero
tengo otras muchas que, escondidas y en humildes trabajos, son obreras muy útiles a mi viña porque es el amor el que las mueve
y saben envolver en oro sobrenatural las acciones más pequeñas, empapándolas en mi Sangre.
Mi amor llega a tal punto, que de la nada pueden mis almas sacar grandes tesoros. Si desde por la mañana se unen a Mí y
ofrecen el día con ardiente deseo de que mi Corazón se sirva de sus acciones para provecho de sus almas, y van, hora por hora
y momento por momento cumpliendo por amor con su deber, ¡qué tesoros adquieren en un día!...Yo les iré descubriendo más y
más mi amor... ¡Es inagotable!...¡Y es tan fácil al alma que ama dejarse guiar por el amor!
Mi Corazón no es solamente un abismo de amor, es también un abismo de misericordia; y conociendo todas las miserias del
corazón humano, de las que no están exentas mis almas escogidas, he querido que sus acciones, por pequeñas que sean en sí,
puedan por Mí alcanzar un valor infinito, en provecho de los pecadores y de las almas que necesitan ayuda.
No todas pueden predicar ni ir a evangelizar en países salvajes. Pero todas, sí, todas pueden hacer conocer y amar a mi
Corazón. Todas pueden ayudarse mutuamente y aumentar el número de los escogidos, evitando que muchísimas almas se pierdan
eternamente; y todo ésto, por efecto de mi amor y de mi misericordia Pero mi amor va aún más lejos. Se sirve, no solamente de la
vida ordinaria y de sus menores acciones, sino también de sus miserias... y de sus debilidades... y muchas veces de sus caídas...
para bien de otras muchas almas.
El amor todo lo transforma y diviniza y la misericordia todo lo perdona.
Mi amor transforma sus menores acciones dándoles un valor infinito. Pero va todavía más lejos; mi Corazón ama tan
tiernamente a esas almas escogidas que se sirve aún de sus miserias y debilidades y muchas veces hasta de sus mismas faltas, para
la salvación de otras almas.
Efectivamente; el alma que se ve llena de miserias, no se atribuye a sí misma nada bueno y sus flaquezas la obligan a revestirse
de cierta humildad, que no tendría si se encontrase menos imperfecta.
Así, cuando en su trabajo o en su cargo apostólico se siente incapaz y hasta experimenta repugnancia para dirigir a las almas
hacia una perfección que ella no tiene, se ve como forzada a anonadarse; y si, conociéndose a sí misma recurre a Mí, me pide
perdón de su poco esfuerzo e implora de mi Corazón valor y fortaleza... ¡Ah! entonces...¡No sabe esta alma con cuánto amor se
fijan en ella mis ojos, y cuán fecundos hago sus trabajos!...
Hay otras almas que son poco generosas para realizar con constancia los esfuerzos y sacrificios cotidianos. Pasan su vida
haciendo promesas, sin llegar nunca a cumplirlas.
Aquí hay que distinguir: si esas almas se acostumbran a prometer, pero no se imponen la menor violencia ni hacen nada que
pruebe su abnegación ni su amor, les diré estas palabras: ¡Cuidado, no prenda el fuego en toda esa paja que habéis amontonado en
los graneros, o que el viento no se la lleve en un instante!...
Hay otras, y a ellas me refiero, que al empezar el día, llenas de buena voluntad y con gran deseo de mostrarme su amor, me
prometen abnegación y generosidad en ésta o aquella circunstancia; y cuando llega la ocasión, su carácter, su salud, el amor
propio, les impide realizar lo que con tanta sinceridad prometieron horas antes; sin embargo, reconocen su falta, se humillan, piden
perdón, vuelven a prometer. ¡Ah! que estas almas sepan que me han agradado tanto como si nunca me hubiesen ofendido.
- Jesús quiere- le habla la Virgen- que, mientras vivas, estas palabras permanezcan ocultas, pero, después de tu muerte, en
todo el mundo se conocerán y, gracias a ellas, muchas almas hallarán salvación, siguiendo el camino real de confianza y abandono
en el Corazón misericordioso de Jesús.
- Cuando un alma- habla Jesús- ruega por un pecador, con deseo ardiente de que se convierta, mi Corazón encuentra en esta
súplica reparación por la ofensa recibida, y la mayor parte de las veces esta alma obtiene lo que pide aunque sea en el último
momento.
De todos modos, la oración nunca se pierde, porque repara la injuria que me causa el pecador y si no éste, otros mejor
dispuestos alcanzarán misericordia y recibirán el fruto de esta oración.
Hay almas que durante su vida y también por toda la eternidad están llamadas a darme la gloria que les pertenece darme y la que me
hubieran debido dar otras almas que se han perdido... de este modo mi gloria no sufre mengua, pues un alma justa puede reparar
los pecados de otras muchas.
Un alma que me ama puede reparar las ofensas de muchos pecadores y aliviar la amargura de mi Corazón.
¡Pobres pecadores! ¡Qué ciegos están! ¡Yo no deseo más que perdonarlos y ellos no piensan más que en ofenderme. Ésto
es lo que me causa mayor dolor: la pérdida de tantas almas y que no vengan a mi Corazón para que las perdone.
Josefa, Yo voy tras los pecadores como la Justicia tras los criminales; pero la Justicia los busca para castigarlos, y Yo para
perdonarlos.
Cuando un alma viene a Mí buscando fuerza, no la dejo sola; la sustento y sí, por su debilidad, ha caído, Yo mismo la
levanto.
Ahora, Josefa, voy a empezar por descubrirte los sentimientos que embargaban mi Corazón cuando lavé los pies de mis
Apóstoles.
Fíjate bien que reuní a los Doce. No quise excluir a ninguno. Allí se encontraba Juan, el discípulo amado, y Judas, el que,
dentro de poco, había de entregarme a mis enemigos.
Te diré por qué quise reunirlos a todos y por qué empecé por lavarles los pies.
Los reuní a todos porque era el momento en que mi Iglesia iba a presentarse en el mundo y pronto no habría más que un sólo
Pastor para todas las ovejas.
Quería también enseñar a las almas que aún cuando estén cargadas de los pecados más atroces, no las excluyo de las
gracias, ni las separo de mis almas más amadas; es decir, que a unas y a otras, las reúno en mi Corazón y les doy las gracias que
necesitan.
¡Qué congoja sentí en aquel momento, sabiendo que en el infortunado Judas estaban representadas tantas almas, que
reunidas a mis pies y lavadas muchas veces con mi Sangre, habían de perderse!
¡Sí, en aquel momento quise enseñar a los pecadores que, no porque estén en pecado deben alejarse de Mí, pensando que ya
no tienen remedio y que nunca serán amados como antes de pecar. No, ¡pobres almas! No son éstos los sentimientos de un Dios
que ha derramado toda su Sangre por vosotros.
¡Venid a Mí todos! Y no temáis, porque os amo; lavaré vuestros pecados en el agua de mi misericordia y nada será capaz de
arrancar de mi Corazón el amor que os tengo.
Josefa, déjate invadir del más ardiente deseo de que todas las almas, y sobre todo los pecadores, vengan a purificarse en el
agua de la penitencia...Que se llenen de sentimientos de confianza y no de temor, porque soy Dios de misericordia y siempre estoy
dispuesto a recibirlas en mi Corazón.
Te diré una de las razones que me indujeron a lavar los pies a mis Apóstoles antes de la Cena.
Fue primeramente para mostrar a las almas cuánto deseo que estén limpias y blancas cuando me reciben en el Sacramento de
mi Amor.
Fue también para representar el Sacramento de la Penitencia en el que las almas que han tenido la desdicha de caer en el pecado
pueden lavarse y recobrar su perdida blancura.
Quise lavarles Yo mismo los pies, para enseñar a las almas que se dedican a los trabajos apostólicos, a humillarse y tratar con
dulzura a los pecadores y a todas las almas que les están confiadas.
Quise ceñirme con un lienzo, para indicarles que, para obtener buen éxito en las almas, hay que ceñirse con la mortificación y la
propia abnegación. También quise enseñarles la mutua caridad y cómo se deben lavar las faltas que se observan en el prójimo,
disimulándolas, excusándolas siempre, sin divulgar jamás los defectos ajenos.
En fin, el agua que derramé sobre los pies de mis Apóstoles, era imagen del celo que consumía mi Corazón, en deseos de la
salvación de los hombres.
En aquel momento, próxima ya la redención del género humano, mi Corazón no podía contener sus ardores y, como era infinito el
amor que sentía por los hombres, no quise dejarlos huérfanos.
Para vivir con ellos hasta la consumación de los siglos y demostrarles mi amor, quise ser su alimento, su sostén, su vida, su
todo...
¡Ah! ¡Cómo quisiera hacer conocer los sentimientos de mi Corazón a todas las almas! ¡Cuánto deseo que se llenen del amor que
sentía por ellas, cuando en el Cenáculo instituía la Eucaristía!
En aquel momento vi a todas las almas, que en el transcurso de los siglos habían de alimentarse de mi Cuerpo y de mi Sangre,
y los efectos divinos producidos en muchísimas.
¡En cuántas almas esa Sangre inmaculada engendraría la pureza y la virginidad! ¡En cuántas encendería la llama del amor y del
celo apostólico! ¡Cuántos mártires de amor se agrupaban en aquella hora ante mis ojos y en mi Corazón! ¡Cuántas otras almas,
después de haber cometido muchos y graves pecados, debilitadas por la fuerza de la pasión, vendrían a Mí, para renovar su vigor
con el Pan de los fuertes!
¡Ah! ¡Quién podrá adivinar los sentimientos de mi Corazón en aquellos momentos! Sentimientos de amor, de gozo, de ternura...
Mas... ¡cuánta fue también la amargura que embargó mi Corazón!
Quiero manifestaros la amargura de que estaba poseído mi Corazón durante la Última Cena. Pues si era grande mi alegría de
hacerme compañero de los hombres hasta el fin de los siglos y alimento divino de las almas, y veía cuántas me rendirían homenaje de
adoración, de reparación y de amor... no fue menor la tristeza que me causó el ver cuántos habrán de abandonarme en el Sagrario y
cuántos no creerían en mi presencia real.
¡En cuántos corazones manchados por el pecado tendría que entrar... y cómo mi Carne y mi Sangre, así profanadas, habrían de
convertirse en causa de condenación para muchas almas!...
¡Ah! ¡Cómo vi en aquel momento todos los sacrilegios y ultrajes y las tremendas abominaciones que habían de cometerse contra
Mí! ¡Cuántas horas había de pasar sólo en el Sagrario! ¡Cuántas noches! ¡Cuántas almas rechazarían los llamamientos amorosos
que, desde esa morada les dirigiría!...
Por amor a las almas me quedo prisionero en la Eucaristía, para que en todas sus penas y aflicciones puedan venir a consolarse
con el más tierno de los corazones, con el mejor de los padres, con el amigo más fiel: ¡Mas ese amor que se deshace y se consume
por el bien de las almas, no ha de ser comprendido!...
Habito en medio de los pecadores para ser su salvación y su vida, su médico y su medicina en todas las enfermedades de su
naturaleza corrompida, y ellos, en cambio, se alejan de Mí, me ultrajan y me desprecian...
¡Pobres pecadores! No os alejéis de Mí... Os espero día y noche en el Sagrario... No os reprenderé vuestros crímenes... No os
echaré en cara vuestros pecados... lo que haré será lavaros con la Sangre de mis Llagas; no temáis. Venid a Mí...¡No sabéis
cuánto os amo!
Y ustedes, almas queridas, ¿por qué estáis fríos e indiferentes a mi amor? Sé que tenéis que atender a las necesidades de vuestra
familia, de vuestra casa, y que el mundo os solicita sin cesar; pero ¿no tendréis un momento para venir a darme una prueba de
amor y de agradecimiento? No os dejéis llevar de tantas preocupaciones inútiles y reservad un momento para venir a visitar al
Prisionero del Amor.
Si vuestro cuerpo está débil y enfermo, ¿no procuráis hallar un momento para buscar al médico que debe sanaros? Venid al que
puede haceros recobrar las fuerzas y la salud del alma... Dad una limosna de amor a este mendigo divino que os espera, os llama
y os desea.
En el momento de instituir la Eucaristía vi presente a todas las almas privilegiadas que habían de alimentarse con mi Cuerpo y con
mi Sangre y los diferentes efectos producidos en ellas. Para unas sería remedio a su debilidad; para otras, fuego que consumiría
sus miserias y las inflamaría en amor.
¡Ah! Esas almas reunidas ante Mí serán como un inmenso jardín en el que cada planta produce diferente flor, pero todas me
recrean con su perfume. Mi sagrado Cuerpo será el sol que las reanime.
Me acercaré a unas para consolarme, a otras para ocultarme, en otras descansaré. ¡Si supierais, almas amadísimas, cuán fácil es
consolar, ocultar y descansar a todo un Dios!.
Él mismo os alimenta con su Cuerpo purísimo, y con su Sangre apaga vuestra sed.
Si estáis enfermos, Él es vuestro médico; venid, os dará la salud. Si tenéis frío, venid, os calentará. En Él encontraréis el descanso
y la felicidad. No os alejéis de Él, que es la Vida, y cuando os pida consuelo, no se lo neguéis.
¡Qué amargura sentí en mi corazón cuando vi a tantas almas que, después de haberlas colmado de bienes y de caricias, habrían de
ser motivo de tristeza para mi Corazón!
¿No soy siempre el mismo? ¿Acaso he cambiado para vosotros? No, Yo no cambiaré jamás y hasta el fin de los siglos os amaré
con predilección y con ternura.
Sé que estáis llenos de miserias, pero ésto no me hará apartar de vosotros mis miradas más tiernas, y con ansia os estoy
esperando, no sólo para aliviar vuestras miserias, sino también para colmaros de nuevos beneficios.
Si os pido amor no me lo neguéis; es muy fácil amar al que es el Amor mismo
Si os pido algo costoso a vuestra naturaleza, os doy juntamente la gracia y la fuerza necesaria para venceros.
Os he escogido para que seáis mi consuelo. Dejadme entrar en vuestra alma y si no encontráis en ella nada que sea digno de Mí
decidme con humildad y confianza: Señor, ya ves los frutos y las flores que produce mi jardín, ven y dime qué debo hacer para
que desde hoy empiece a brotar la flor que deseas.
Si el alma me dice ésto con verdadero deseo de probarme su amor, le responderé: «Alma querida, para que tu jardín produzca
hermosas flores deja que Yo mismo las cultive; deja que Yo labre la tierra; empezaré por arrancar hoy esta raíz que me estorba y
que tus fuerzas no alcanzan a quitar. No te turbes, si te pido el sacrificio de tus gustos, de tu carácter... tal acto de caridad, de
paciencia, de abnegación... de celo, de mortificación, de obediencia. Ese es el abono que mejorará la tierra y la hará producir
flores y frutos.
La victoria sobre tu carácter, en tal ocasión obtendrá la luz para un pecador; con esta contrariedad, soportada con alegría,
cicatrizarás las heridas que me hizo con su pecado, repararás la ofensa y expiarás su falta. Si no te turbas al recibir esta
advertencia y la aceptas con cierto gozo, alcanzarás que las almas a quienes ciega la soberbia, abran los ojos a la luz y pidan
humildemente perdón.
Esto haré Yo en tu alma si me dejas trabajar libremente en ella; no sólo brotarán flores enseguida, sino que darás gran consuelo a
mi Corazón... Voy buscando consuelo y quiero hallarlo en mis almas escogidas.»
Todo ésto se me puso delante al instituir la Eucaristía. El amor me encendía en deseos de ser el alimento de las almas. No me
quedaba entre los hombres para vivir solamente con perfectos, sino para sostener a los débiles y alimentar a los pequeños. Yo los
haré crecer y robusteceré sus almas. Descansaré en sus miserias y sus buenos deseos me consolarán.
Pero ¡ay!. Entre las almas escogidas, ¿no habrá algunas que me causen pena? ¿Perseverarán todas? Este es el grito de dolor que
se escapa de mi Corazón. Este es el gemido que quiero que oigan las almas.
Escribe Josefa lo que sufrió mi Corazón en aquella hora cuando no pudiendo contener el fuego que me consumía, inventé esta
maravilla de amor: la Eucaristía.
Al contemplar entonces a todas las almas que habían de alimentarse de este Pan divino, vi también las ingratitudes y frialdades de
muchas de ellas, en particular de tantas almas escogidas... de tantas almas consagradas... de tantos sacerdotes... ¡Cuánto sufrió
mi Corazón! ¡Vi cómo se irían enfriando poco a poco, dando entrada primero a la rutina y al cansancio... después al hastío y
finalmente a la tibieza!
¡Y estoy en el Sagrario por ellos! ¡Y espero!...Deseo que esa alma venga recibirme, que me hable con confianza de amigo; que
me cuente sus penas, sus intenciones, sus enfermedades... que me pida consejo y solicite mis gracias, ya para él, ya para otras
almas... Quizás entre las personas de su familia o las que están a su cargo las hay que están en peligro... tal vez alejadas de Mí...
Ven, le digo, dímelo todo con entera confianza... Pregúntame por los pecadores... Ofrécete para reparar... Prométeme que hoy no
me dejarás solo... Mira si mi Corazón desea algo de tí que le pueda consolar.
Eso esperaba Yo de aquella alma ¡y de tantas! Mas, cuando se acerca a recibirme, apenas me dice una palabra, porque está
distraída, cansada o contrariada. Su salud la tiene intranquila, sus ocupaciones la desazonan, la familia le preocupa, y entre los que
conviven o tratan con ella, siempre hay alguien que la molesta.
Sí, esperaba para descansar en su alma; le tenía preparado alivio para todas sus inquietudes; la aguardaba con nuevas gracias
pero... como no me las pide... No me pide consejo ni fuerza... tan sólo se queja y apenas se dirige a Mí. Parece que ha venido por
cumplimiento... porque es costumbre y porque no tiene pecado mortal que se lo impida. Pero no por amor, no por verdadero
deseo de unirse íntimamente a Mí. ¡Qué lejos está esa alma de aquellas delicadezas de amor que Yo esperaba de ella!
¿Y aquel sacerdote?...¿Cómo diré todo lo que esperaba mi Corazón de mis sacerdotes? Los he revestido de mi poder para
absolver los pecados; obedezco una palabra de sus labios y bajo del Cielo a la tierra; estoy a su disposición y me dejo llevar de sus
manos, ya para colocarme en el Sagrario, ya para darme a las almas en la Comunión. Son, por decirlo así, mis conductores.
He confiado a cada uno de ellos cierto número de almas para que con su predicación, sus consejos, y, sobre todo, su ejemplo, las
guíen y las encaminen por el camino de la virtud y del bien. ¿Cómo responden a este llamamiento?
¿Cómo cumplen esta misión de amor?...Hoy, al celebrar el Santo Sacrificio, al recibirme en su corazón, ¿me confiará aquel
sacerdote las almas que tiene a su cargo?...¿Reparará las ofensas que sabe que recibo de tal pecador?...¿Me pedirá fuerza para
desempeñar su ministerio, celo para trabajar en la salvación de las almas?...¿Sabrá sacrificarse hoy más que ayer? ...¿Recibiré el
amor que de él espero?...¿Podré descansar en él como en un discípulo amado?
¡Ah! ¡Qué dolor tan agudo siente mi Corazón!...Los mundanos hieren mis manos y mis pies, manchan mi rostro... pero las almas
escogidas, mis ministros, desgarran y destrozan mi Corazón. ¡Cuántos sacerdotes que devuelven muchas almas a la vida de la
gracia están ellos mismos en pecado! ¡Y cuántos celebran así... me reciben así... viven y mueren así!...
Éste fue el más terrible dolor que sentí en la Última Cena cuando vi, entre los Doce al primer apóstol infiel, representando a tantos
otros que, en el transcurso de los siglos, habían de seguir su ejemplo.
La Eucaristía es invención del amor, es vida y fuerza de las almas, remedio para todas ls enfermedades, viático para el paso del
tiempo a la eternidad.
Los pecadores encuentran en ella la vida del alma; las almas tibias, el verdadero calor; las almas puras, suave y dulcísimo néctar; las
fervorosas, su descanso y el remedio para calmar todas sus ansias; las perfectas alas para elevarse a mayor perfección.
En fin, las almas religiosas hallan en ella su nido, su amor, y por último, la imagen de los benditos y sagrados votos que las unen
íntima e inseparablemente al Esposo Divino.
Sí, almas consagradas; vuestro voto de pobreza está perfectamente representado en esta hostia pequeña, redonda y fina, lisa y sin
peso. Así el alma que ha hecho voto de pobreza, no debe tener ángulos, es decir, aficioncillas a cosas de su uso, de su empleo, ni
a su familia, ni a su pueblo natal, ha de estar siempre dispuesta a dejar... a cambiar. Nada de la tierra... el corazón libre sin apegos
ocultos que lo aprisionen.
Ésto no quiere decir que hay que ser insensible. El corazón más amante puede mantener el voto de pobreza en toda su integridad.
Lo esencial para el alma religiosa es que no posea nada sin la aprobación de los superiores y que esté siempre dispuesta a
abandonarlo, a la primera señal de la voluntad de Dios.
Después de haber predicado a las turbas, curado los enfermos, dado vista a los ciegos, resucitado a los muertos... después de
haber vivido tres años en medio de mis Apóstoles para instruirlos y confiarles mi Doctrina, les había enseñado, con mi ejemplo, a
amarse, a soportarse mutuamente, a practicar la caridad, lavándoles los pies y haciéndome su alimento.
Se acercaba la hora para la que el Hijo de Dios se había hecho Hombre... Redentor del género humano, iba a derramar su Sangre
y a dar su vida por el mundo.
En esa hora quise ponerme en oración y entregarme a la voluntad de mi Padre.
¡Almas queridas! ¡Aprended de vuestro Modelo que la única cosa necesaria, aunque la naturaleza se rebele, es someterse con
humildad y entregarse con un acto supremo de voluntad al cumplimiento de la voluntad divina, en cualquier ocasión y circunstan-
cia.
También quise enseñar a las almas que toda acción importante debe ir prevenida y vivificada por la oración, porque en la oración
se fortifica el alma para lo más difícil, y Dios se comunica a ella, y la aconseja e inspira, aún cuando el alma no lo sienta.
Me retiré al huerto de Getsemaní... a la soledad. Que el alma busque a Dios en la soledad, es decir, dentro de sí misma. Que para
hallarla imponga silencio a todos los movimientos de la naturaleza, en rebelión continua contra la gracia. Que haga callar los
razonamientos del amor propio y de la sensualidad, los cuales sin cesar intentan ahogar las inspiraciones de la gracia, para impedir
que el alma llegue a encontrar a Dios.
Postráos humildemente, como criaturas en presencia de su Creador, y adorad sus designios sobre vosotros, sean cuales fueren,
sometiendo vuestra voluntad a la divina.
Así me ofrecí Yo para realizar la obra de la redención del mundo.
¡Ah!, ¡qué momento aquél en que sentí venir sobre Mí todos los tormentos que había de sufrir en mi Pasión: las calumnias, los
insultos, los azotes, la corona de espinas, la sed, la Cruz! ¡Todo se agolpó ante mis ojos y dentro de mi Corazón! Al mismo tiempo
vi las ofensas, los pecados y las abominaciones que se cometerían en el transcurso de los siglos; y no solamente los vi, sino que
me sentí revestido de todos esos horrores y así me presenté a mi Padre Celestial para implorar misericordia. Entonces sentí pesar
sombre Mí la cólera de un Dios ofendido y airado. Y Yo mismo, que era su Hijo, me ofrecí como fiador para calmar su cólera y
aplacar su justicia.
Pero viendo tanto pecado y tantos crímenes, mi naturaleza humana experimentó terrible angustia y mortal agonía, hasta el punto
que sudé sangre.
¡Oh! ¡Almas que me hacéis sufrir de esta manera! ¿Será esta sangre salud y vida para vosotros? ¿Os vais a perder? ¿Será posible
que esta angustia, esta agonía y esta sangre sean inútiles para tantas y tantas almas?...
¡Qué gozo me proporcionan las almas que reciben con alegría mi visita! A veces las visito para consolarlas; otras, para que me
consuelen. Pero no siempre conocen que soy Yo, sobre todo cuando tienen que sufrir.
Había traído a Getsemaní a mis tres discípulos preferidos para que me ayudasen, compartiendo mi angustia... para que hiciesen
oración conmigo... para descansar en ellos... pero ¿cómo expresar lo que experimentó mi Corazón cuando fui a buscarlos y los
encontré dormidos?...¡Cuán triste es verse solos sin poder confiarse a los suyos!
¡Cuántas veces sufre mi Corazón la misma angustia... y queriendo hallar alivio en mis almas, las encuentro dormidas!
Más de una vez cuando quiero despertarlas y sacarlas de sí mismas, de sus vanos e inútiles entretenimientos, me contestan, si no
con palabras, con obras: «Ahora no puedo, estoy demasiado cansado, tengo mucho que hacer... Esto perjudica mi salud,
necesito un poco de paz...»
Insisto y digo suavísimamente a esa alma: « No temas; si dejas para Mí ese descanso, Yo te recompensaré. Ven a orar conmigo
tan sólo una hora. Mira que en este momento es cuando te necesito. ¡Si te detienes ya será tarde!...Y ¡ cuántas veces oigo la
misma respuesta!
¡Pobre alma! ¡No has podido velar una hora conmigo!
Almas queridas, quise enseñaros aquí cuán inútil y vano es buscar alivio en las criaturas. ¡Cuántas veces están dormidas y en vez
de hallar el descanso que buscáis, se llena vuestro corazón de amargura, porque no corresponden a vuestros deseos ni a vuestro
cariño!
Volviendo enseguida a la oración, me prosterné de nuevo, adoré al Padre y le pedí ayuda, diciéndole: Padre mío, no dije: Dios
mío. Cuando vuestro corazón sufra más, debéis decir: «Padre mío». Pedidle alivio, exponedle vuestros sufrimientos, vuestros
temores y, con gemidos, recordadle que sois sus hijos; que vuestro corazón se ve tan oprimido que parece a punto de perder la
vida, que vuestro cuerpo sufre tanto que ya no tiene fuerza para más... Pedid con confianza de hijos y esperad que vuestro Padre
os aliviará y os dará la fuerza necesaria para pasar esta tribulación vuestra o de las almas que os están confiadas.
Mi alma triste y desamparada padecía angustias de muerte... Me sentí agobiado por el peso de las más negras ingratitudes.
La sangre que brotaba de todos los poros de mi cuerpo, y que dentro de poco saldría de todas mis heridas, sería inútil para gran
número de almas. Muchas se perderían... muchísimas me ofenderían ¡ y otras no me conocerían siquiera!
Derramaría mi Sangre por todas y mis méritos serían aplicados a cada una de ellas. ¡Sangre divina! ¡Méritos infinitos!...¡ Y sin
embargo, inútiles para tantas y tantas almas!...
Sí; por todas derramaría mi Sangre y a todas amaría con gran amor. Mas para muchas este amor sería más delicado, más tierno,
más ardiente... De estas almas escogidas, esperaba más consuelo y más amor; más generosidad, más abnegación... Esperaba, en
fin, más delicada correspondencia a mis bondades. Y sin embargo... ¡ah! en aquel momento, vi cuántas me habían de volver las
espaldas. Unas no serían fieles en escuchar mi voz. Otras, la escucharían pero sin seguirla; otras, responderían al principio con
cierta generosidad, mas luego, poco a poco caerían en el sueño de la tibieza. Me dirían: ya he trabajado bastante; he mortificado
mi naturaleza y he llevado una vida de abnegación... Bien puedo permitirme ahora un poco más de libertad. Ya no soy un niño...
ya no hace falta tanta vigilancia ni tanta privación... Me puedo dispensar de lo que me molesta. ¡Pobre alma! ¿Empiezas a dormir?
Dentro de poco vendré y no me oirás porque estarás dormido. Desearé concederte una gracia y no podrás recibirla... Y ¿quién
sabe si después tendrás fuerza para despertar? Mira que si vas perdiendo alimento se debilitará tu alma y no podrá salir de este
letargo...
Almas queridas: pensad que a muchas las ha sorprendido la muerte en medio de un profundo sueño. Y ¿dónde y cómo se han
despertado?
Estas cosas se agolpaban ante mis ojos y en mi Corazón en aquellos instantes. ¿Qué haría?... ¿Retroceder?...¿Pedir al Padre que
me librara de esta angustia, viendo, para tantos, la inutilidad de mi sacrificio? No; me sometí de nuevo a su Voluntad Santísima y
acepté el cáliz para apurarlo hasta las heces. Todo para enseñaros, almas queridas, a no volver atrás a la vista de los sufrimientos
y a no creerlos inútiles aún cuando no veáis el resultado. Someted vuestro juicio y dejad que la Voluntad Divina se cumpla en
vosotros.
Yo no retrocedí, antes al contrario, sabiendo que era en el huerto donde habían de prenderme, permanecí allí, no quise huir de mis
enemigos.
Después que fui confortado por el enviado de mi Padre, vi que Judas, uno de mis doce Apóstoles se acercaba a Mí, y tras él
venían todos los que me habían de prender... Llevaban en las manos cuerdas, palos, piedras y toda clase de instrumentos para
sujetarme...
Me levanté y acercándome a ellos, les dije: ¿A quién buscáis?
Entretanto, Judas, poniendo las manos sobre mis hombros, me besó... ¡Ah! ¿qué haces, Judas,? ¿Qué significa este beso?...
También puedo decir a muchas almas: ¿Qué hacéis?...¿Por qué me entregáis con un beso?...¡Alma a quien amo!...Dime tú que
vienes a Mí, que me recibes en tu pecho... que me dirás más de una vez que me amas... ¿No me entregarás a mis enemigos
cuando salgas de aquí.?. Ya sabes que en esa reunión que frecuentas hay piedras que me hieren fuertemente, es decir, conversa-
ciones que me ofenden... ¡y tú que me has recibido hoy y que me vas a recibir mañana, pierdes ahí la blancura preciosa de mi
gracia!.
A otro le diré:
¿Seguirás con este asunto que te ensucia las manos?...¿No sabes que no es lícito el modo como adquieres el dinero, alcanzas esa
posición, te procuras ese bienestar?...
Mira que obras como Judas; ahora me recibes y me besas, dentro de unos instantes o de unas horas, me prenderán los enemigos
y tú mismo les darás la señal para que me conozcan... Tú también, alma cristiana, me haces traición con esa amistad peligrosa. No
solo me atas y me apedreas, sino que eres causa de que tal persona me ate y me apedree también.
¿Por qué me entregas así, alma que me conoces y que en más de una ocasión te has gloriado de ser piadosa y de ejercer la
caridad?... Cosas todas, que en verdad, podrían hacerte adquirir grandes méritos; mas... ¿ qué vienen a ser para tí sino un velo
que cubre tu delito?
Amigo, ¿a qué has venido? ¡Judas! ¿Con un beso entregas al Hijo de Dios?...¿A tu Maestro y Señor?...¿Al que te ama y está
dispuesto todavía a perdonarte?...Tú, uno de los Doce... uno de los que se han sentado a mi mesa y a quien Yo mismo he lavado
los pies... ¡Ah! ¡Cuántas veces he de repetir estas palabras a las almas más amadas de mi Corazón!
¡Alma querida!, ¿por qué te dejas llevar de esa pasión?...¿Por qué no resistes?...No te pido que te libres de ella, pues eso no está en
tu mano, pero sí pido que trabajes, que luches, que no te dejes dominar. Mira que el placer momentáneo que te proporcionan es
como los treinta dineros en que me vendió Judas, los cuales no le sirvieron sino para su perdición.
¡Cuántas almas me han vendido y me venderán por el vil precio de un deleite, de un placer momentáneo y pasajero! ¡Ah, pobres
almas! ¿A quién buscáis?...¿Es a Mí?...¿Es a Jesús a Quien conocéis, a Quien habéis amado y con Quien habéis hecho alianza
eterna?
Dejad que os diga una palabra: velad y orad. Luchad sin descanso y no dejéis que vuestras malas inclinaciones y defectos lleguen
a ser habituales...
Mirad que hay que segar la hierba todos los años y quizás en las cuatro estaciones; que la tierra hay que labrarla y limpiarla, hay que
mejorarla y cuidar de arrancar las malezas que en ella brotan.
El alma también hay que cuidarla con mucho esmero, y las tendencias torcidas hay que enderezarlas.
No creáis que el alma que me vende y se entrega a los mayores desórdenes empezó por una falta grave. Esto puede suceder, pero
no es lo corriente. En general, las grandes caídas empezaron por poca cosa. Un gustito, una debilidad, un consentimiento quizás
lícito, pero poco mortificado, un placer no prohibido pero poco conveniente... El alma se va cegando, disminuye la gracia, se
robustece la pasión y, por último, vence el pecado.
¡Ah, cuán triste es para el Corazón de un Dios que ama infinitamente a las almas, ver a tantas que se precipitan insensiblemente en
el abismo!
Toma mi Cruz, y no tengas miedo, nunca será mayor que tus fuerzas, porque está medida y pesada en la balanza del amor.
Las almas que pecan gravemente me entregan a mis enemigos y el arma con que me hieren es el pecado.
Pero no siempre se trata de grandes pecados; hay almas, y aún almas escogidas, que me traicionan y me entregan con sus defectos
habituales, con sus malas inclinaciones no combatidas, con concesiones a la naturaleza inmortificada, con faltas de caridad, de
obediencia, de silencio. Y si es triste recibir una ofensa o una ingratitud de cualquier alma, mucho más cuando viene de almas
escogidas, las más amadas de mi Corazón. Si el beso de Judas me causó tanto dolor, fue precisamente porque era uno de los Doce
y que de él como de los otros, esperaba más amor, más consuelo, más delicadeza.
Sí, almas que he escogido para que seáis mi descanso y el jardín de mis delicias; espero de vosotros mucha más ternura, mucha
más delicadeza, mucho más amor que de otras que no me están tan íntimamente unidas.
De vosotros espero que seáis el bálsamo que cicatrice mis heridas, que limpiéis mi rostro, afeado y manchado... que me ayudéis a
dar luz a tantas almas ciegas, que en la oscuridad de la noche me prenden y me atan para darme muerte.
No me dejéis sólo... Despertad y venid... porque ya llegan mis enemigos.
Cuando se acercaron a Mí los soldados para prenderme, les dije: Yo soy.
Lo mismo repito al alma que se acerca al peligro y a la tentación: Yo soy, Yo soy, ¿vienes a prenderme y a entregarme? No
importa, ven... Soy tu Padre y si tú quieres, estás a tiempo todavía; te perdonaré y en vez de atarme tú con las cuerdas del
pecado, Yo te ataré a ti con ligaduras de amor.
Ven, Yo soy... Soy el que te ama y ha derramado toda su Sangre por ti... El que tiene tal compasión de tu debilidad, que está
esperándote con ansia para estrecharte en sus brazos.
Soy la misericordia infinita; no temas... No te rechazaré ni te castigaré... te abriré mi Corazón y te amaré con mayor ternura que
antes. Con la sangre de mis heridas lavaré las manchas de tus pecados, tu hermosura será la admiración de los ángeles y dentro de
ti descansará mi Corazón.
¡Qué triste es para Mí, después de haber llamado con tanto amor a las almas que ellas, ingratas y ciegas, me aten y me lleven a la
muerte Luego que Judas me dio el beso traidor, salió del huerto y, comprendiendo la magnitud de su delito, se desesperó.
¡Ah, qué inmenso, qué profundo dolor sentí al ver al que había sido mi Apóstol, caminar a su perdición eterna!
Mas... había llegado mi hora... y dando libertad a los soldados, me entregué con la docilidad de un cordero.
Enseguida me condujeron a casa de Caifás, donde me recibieron con burlas e insultos y donde uno de los criados me dio la
primera bofetada...
¡Ah, Josefa...¿Entiendes ésto...? ¡La primera bofetada! ¿Me hizo sufrir más que los azotes de la flagelación? No; pero en esta
primera bofetada vi el primer pecado mortal de tantas almas, que después de vivir en gracia, cometerían ese primer pecado... y
tras él... ¡cuántos otros! ... siendo causa con su ejemplo de que otras almas los cometieran también, y teniendo tal vez la misma
desgracia: ¡morir en pecado!...
¡Mis Apóstoles me habían abandonado! Pedro, movido de curiosidad, pero lleno de temor, se quedó oculto entre la servidum-
bre. A mi alrededor solo había acusadores que buscaban cómo acumular contra Mí delitos que pudieran encender más la cólera
de jueces tan inicuos. Los que tantas veces habían alabado mis milagros, se convierten en acusadores. Me llaman perturbador,
profanador del sábado, falso profeta. La soldadesca, excitada por las calumnias, profieren contra Mí gritos y amenazas.
Aquí quiero hacer un llamamiento de dolor a mis apóstoles y a mis almas escogidas.
¿Dónde estáis vosotros, Apóstoles y discípulos que habéis sido testigos de mi vida, de mi doctrina, de mis milagros? ¡Ah!, de
todos aquéllos de quienes esperaba alguna prueba de amor, no queda ninguno para defenderme, me encuentro sólo y rodeado de
soldados, que como lobos quieren devorarme.
Mirad cómo me maltratan; uno descarga sobre mi rostro una bofetada; otro, me arroja su inmunda saliva; otro, me tuerce el rostro
en son de burla.
Mientras mi Corazón se ofrece a sufrir todos estos suplicios, Pedro, a quien había constituido jefe y cabeza de la Iglesia, y que
algunas horas antes había prometido seguirme hasta la muerte... a una sola pregunta, que podría haberle servido para dar
testimonio de Mí, ¡me niega!... Y como el temor se apodera más y más de él y la pregunta se reitera, jura que jamás me ha
conocido ni ha sido mi discípulo...
¡Ah, Pedro! ¡Juras que no conoces a tu Maestro!. No sólo juras, sino que interrogado por tercera vez, respondes con horribles
imprecaciones.
Almas escogidas, no sabéis cuán doloroso es para mi Corazón que se abraza y se consume de amor, verse abandonado de los
suyos. Cuando el mundo clama contra Mí, cuando son tantos los que me desprecian, me maltratan y buscan medios de darme
muerte, ¡qué tristeza, qué inmensa amargura para mi Corazón si, volviéndose entonces a los amigos, se encuentra sólo y
abandonado de ellos!
Os diré como a Pedro: ¡Alma a quien tanto amo! ¿No te acuerdas ya de las pruebas de amor que te he dado? ¿Te olvidas de los
lazos que te unen a Mí? ¿Olvidas cuántas veces me has prometido ser fiel y defenderme?...Si eres débil, si temes que te arrastre el
respeto humano, ven y pídeme fuerza para vencer. No confíes en ti mismo, porque entonces estarás perdido. Pero si recurres a
Mí con humildad y firme confianza, no tengas miedo. Yo te sostendré.
Y vosotros que vivís en el mundo, rodeados de tantos peligros, huid de las ocasiones. Pedro no hubiera caído si hubiera resistido
con valor sin dejarse llevar de vana curiosidad.
En cuanto a los que trabajáis en mi viña... si os sentís movidos por curiosidad o por alguna satisfacción humana, también os diré
que huyáis; pero si trabajáis puramente por obediencia o impulsados del celo por las almas y de mi gloria, no temáis... Yo os
defenderé y saldréis victoriosos.
Cuando los soldados me conducían a la prisión, al pasar por uno de los patios vi a Pedro, que estaba entre la turba... Lo miré...
Él también me miró... Y lloró amargamente su pecado.
¡Cuántas veces miro así al alma que ha pecado!....Pero ¿me mira ella también? ¡Ah!...que no siempre se encuentran estas dos
miradas... ¡Cuántas veces miro al alma y ella no me mira a Mí! No me ve... Está ciega. La toco con suavidad y no me oye. La
llamo por su nombre y no me responde... Le envío una tribulación para que salga de su sueño, pero no quiere despertar...
¡Almas queridas!, si no miráis al Cielo, viviréis como los seres privados de razón....Levantad la cabeza y ved la patria que os
espera... Buscad a vuestro Dios y siempre lo encontraréis con los ojos fijos en vosotros, y en su mirada hallaréis la paz y la vida.
- Lo que más agrada a mi Hijo-habla la Virgen- es el amor y la humildad.
-Contémplame- habla Jesús- en la prisión, donde pasé gran parte de la noche. Los soldados venían a insultarme de palabra y de
obra burlándose, empujándome, golpeándome... Al fin, hartos de Mí, me dejaron sólo, atado, en una habitación oscura y húmeda,
sin más asiento que una piedra, donde mi cuerpo dolorido se quedó al poco rato, aterido de frío.
Vamos ahora a comparar la prisión con el sagrario, y, sobre todo con los corazones de los que me reciben.
En la prisión, pasé una noche no entera... pero en el Sagrario, ¡cuántas noches y días paso!... En la prisión me ultrajaron y
maltrataron los soldados que eran mis enemigos... Pero en el Sagrario me maltratan y me insultan almas que me llaman Padre... y
que no se portan como hijos!...
En la prisión pasé frío y sueño, hambre y sed, vergüenza, dolores, soledad y desamparo, y desde allí veía, en el transcurso de los
siglos, tantos sagrarios en los que me faltaría el abrigo del amor... ¡Cuántos corazones helados serían para mi cuerpo, frío y
herido, como la piedra de la prisión!....¡Cuántas veces tendría sed de amor, sed de almas!...
¡Cuántos días espero que tal alma venga a visitarme en el sagrario y a recibirme en su corazón! ¡Cuántas noches me paso sólo y
pensando en él! Pero se deja absorber por sus ocupaciones o dominar por la pereza, o por el temor de perjudicar su salud, y no
viene.
¡Alma querida!. Yo esperaba que apagarías mi sed y que consolarías mi tristeza, ¡y no has venido!.
¡Qué de veces siento hambre de mis almas... de su fidelidad generosa!...¿Sabrán calmarla con aquella ocasión de vencerse... con
esta ligera mortificación?...¿Sabrán con su ternura y compasión aliviar mi tristeza? ¿Cuando llegue la hora del dolor... cuando
hayan de pasar por una humillación...una contrariedad, una pena de familia o un momento de soledad y desolación...decirme
desde el fondo del alma: «Te lo ofrezco para aliviar tu tristeza, para acompañarte en tu soledad»?.
¡Ah! Si de este modo supieran unirse a Mí, ¡con cuánta paz pasarían por aquella tribulación! Su alma saldría de ella fortalecida y
habría aliviado mi Corazón.
En la prisión sentí vergüenza al oír las horribles palabras que se proferían contra Mí... y esta vergüenza creció al ver que más
tarde esas mismas palabras serían repetidas por almas muy amadas.
Cuando aquellas manos sucias y repugnantes descargaban sobre Mí golpes y bofetadas, vi cómo sería muchas veces golpeado
y abofeteado por tantas almas que sin purificarse de sus pecados, me recibirían en sus corazones, y con sus pecados habituales
descargarían sobre Mí repetidos golpes.
Cuando en la prisión me empujaban, y Yo, atado y falto de fuerzas caía en tierra, vi cómo tantas almas por no renunciar a una vana
satisfacción me despreciarían, y atándome con las cadenas de su ingratitud, me arrojarían de su corazón y me dejarían caer en
tierra, renovando mi vergüenza y prolongando mi soledad.
¡Almas escogidas! Mirad a vuestro Salvador en la prisión; contempladlo en esta noche de tanto dolor... Y considerad que este
dolor se prolonga en la soledad de tantos sagrarios, en la frialdad de tantos corazones...
Si queréis darme una prueba de vuestro amor, abridme vuestro pecho para que haga en él mi prisión. Atadme con las
cadenas de vuestro amor... Cubridme con vuestras delicadezas... Alimentadme con vuestra generosidad... Apagad mi sed con
vuestro celo... Consolad mi tristeza y desamparo con vuestra fiel compañía.
Haced desaparecer mi dolorosa vergüenza con vuestra pureza y rectitud de intención. Si queréis que descanse en vosotros,
preparadme un lugar de reposo con actos de mortificación. Sujetad vuestra imaginación, evitad el tumulto de las pasiones y en el
silencio de vuestra alma, de vez en cuando oiréis mi voz que os dice suavemente:» Ahora eres mi descanso». Yo seré el tuyo en
la eternidad; a ti que con tanto desvelo y amor me procuras la prisión de tu corazón, Yo te prometo que mi recompensa no
tendrá límites y no te pesarán los sacrificios que hayas hecho por Mí durante tu vida.
Después de haber pasado gran parte de la noche en la prisión, oscura, húmeda y sucia... después de haber sido objeto de los más
viles escarnios y malos tratos por parte de los soldados, de insultos y de burlas de la muchedumbre curiosa... cuando mi cuerpo
se encontraba extenuado a fuerza de tormentos... escucha, Josefa, los deseos que entonces sentía mi Corazón: lo que me
consumía de amor y despertaba en Mí nueva sed de padecimientos, era el pensamiento de tantas y tantas almas a quienes este
ejemplo había de inspirar el deseo de seguir mis huellas.
Los veía, fieles imitadores de mi Corazón, aprendiendo de mi mansedumbre, paciencia, serenidad, no sólo para aceptar los
sufrimientos y desprecios, sino aún para amar a los que los persiguen y, si fuera preciso, sacrificarse por ellos, como Yo me
sacrifiqué para salvar a los mismos que así me maltrataban.
Los veía, movidos por la gracia, corresponder al llamamiento divino, aprisionarse en la soledad, atarse con cadenas de amor,
renunciar a cuanto amaban según la naturaleza, luchar con valor contra la rebeldía de sus pasiones, aceptar los desprecios, quizás
los insultos, hasta ver por los suelos su fama y reputado por locura su modo de vivir... ¡y entretanto, conservar el corazón en paz,
y unido íntimamente a su Dios y Señor!.
Así, en medio de tantos ultrajes y tormentos, el amor me encendía más y más en deseos de cumplir la voluntad de mi Padre,
y mi Corazón, más fuertemente unido a Él en estas horas de soledad y dolor, se ofrecía a reparar su gloria ultrajada. Así vosotros,
almas religiosas, que más de una vez pasáis a los ojos de las criaturas por inútiles y quizás por perjudiciales ¡no temáis! Dejad que
griten contra vosotros, y en estas horas de soledad y de dolor, que vuestro corazón se una íntimamente a Dios, único objeto de
vuestro amor. ¡Reparad su gloria ultrajada por tantos pecados!.
Al amanecer del día siguiente, Caifás ordenó que me condujeran a Pilatos para que pronunciara la sentencia de muerte.
Éste me interrogó con gran sagacidad, deseoso de hallar causa de condenación; pero al mismo tiempo su conciencia le remordía
y sentía gran temor ante la injusticia que contra Mí iba a cometer; al fin encontró un medio para desentenderse de Mí y mandó que
me condujeran a Herodes.
En Pilatos están fielmente representadas las almas que, sintiendo la lucha entre la gracia y sus pasiones se dejan dominar por el
respeto humano y por un excesivo amor propio. Cuando se les presenta una tentación o se ven en peligro de pecar, dejándose
cegar, procuran convencerse de que en aquéllo no hay ningún mal, ni corren peligro alguno, que tienen bastante talento para juzgar
por sí mismos y no necesitan pedir consejo. Temen ponerse en ridículo a los ojos del mundo... Les falta energía para resistir y,
cerrándose al impulso de la gracia, de esta ocasión caen en otra, hasta llegar, cediendo como Pilatos, a entregarme en manos de
Herodes.
Si se trata de un alma escogida, tal vez la ocasión no será de pecado grave. Pero para resistir a ella, hay que pasar por una
humillación, soportar alguna molestia... Si en vez de seguir el movimiento de la gracia, y de descubrir lealmente su tentación, esta
alma se sugestiona a sí misma convenciéndose que no hay motivo para apartarse de aquella ocasión o renunciar a aquel gusto,
bien pronto caerá en mayor peligro. Como Pilatos, acabará por cegarse, perderá la fortaleza para obrar con rectitud, y poco a
poco, me entregará.
A todas las preguntas que Pilatos me hizo, nada respondí; mas cuando me dijo: ¿Eres Tú el Rey de los judíos?. Entonces con
gravedad y entereza le dije: Tú lo has dicho: Yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo.
Con estas palabras, quise enseñar a muchas almas cómo cuando se presenta la ocasión de soportar un sufrimiento, una humilla-
ción que podrían fácilmente evitar, deben contestar con generosidad.
Mi reino no es de este mundo, es decir, no busco las alabanzas de los hombres; mi patria no es ésta, ya descansaré en la que lo es
verdaderamente; ahora, ánimo para cumplir mi deber sin tener en cuenta la opinión del mundo... Si por ello me sobreviene una
humillación o un sufrimiento, no importa, no retrocederé, escucharé la voz de la gracia, ahogando los gritos de la naturaleza. Y si
no soy capaz de vencer sólo, pediré fuerzas y consejo, pues en muchas ocasiones las pasiones y el excesivo amor propio ciegan
al alma y la impulsan a obrar el mal.
Entonces Pilatos, dominado por el respeto humano y temiendo, por otra parte, hacerse responsable de mi causa, mandó que me
llevaran a la presencia de Herodes. Era éste un hombre corrompido, que no buscaba más que el placer, dejándose arrastrar de sus
pasiones desordenadas. Se alegró de verme comparecer ante su tribunal, pues esperaba divertirse con mis discursos y milagros.
Considerad, almas queridas, la repulsión que experimenté al verme ante aquel hombre vicioso cuyas preguntas, gestos y movi-
mientos me cubrían de confusión.
Escuchad las calumnias... los falsos testimonios y los escarnios de aquella turba vil, ávida solamente de escándalos.
Herodes esperaba que Yo contestaría a sus preguntas sarcásticas, pero no quise despegar los labios; guardé en su presencia el
más profundo silencio.
No contestar era la mayor prueba que podía darle de mi dignidad. Sus palabras obscenas no merecían cruzarse con las mías
purísimas.
Entretanto, mi Corazón estaba íntimamente unido a mi Padre Celestial. Me consumía en deseos de dar por las almas hasta la
última gota de mi Sangre. El pensamiento de todas las almas que, más tarde, habían de seguirme, conquistadas por mis ejemplos
y liberalidad, me encendía en amor, y no sólo gozaba en aquel terrible interrogatorio, sino que deseaba soportar el suplicio de la
Cruz.
Así, después de sufrir en silencio las afrentas más ignominiosas, dejé que me trataran de loco y me cubrieran con una vestidura
blanca en señal de burla; después, en medio de gritos furiosos, me llevaron de nuevo a la presencia de Pilatos.
Mira cómo este hombre, confundido y enredado en sus propios lazos, no sabe qué hacer de Mí, y para apaciguar el furor del
populacho, manda que me hagan azotar.
Así son las almas cobardes que, faltas de generosidad para romper enérgicamente con las exigencias del mundo o de sus propias
pasiones, en vez de cortar de raíz aquéllo que la conciencia les reprende, ceden a un capricho, se conceden una ligera satisfacción,
capitulan en parte con lo que la pasión exige.
Se vencen en tal punto pero no en tal otro en que el esfuerzo tiene que ser mayor. Se mortifican en una ocasión pero no en otras,
cuando para seguir la inspiración de la gracia han de privarse de ciertos gustillos que halagan la naturaleza y alimentan la sensuali-
dad.
Y para acallar los remordimientos, se dicen a sí mismos: «Ya me he privado de ésto»... sin ver que es sólo la mitad de lo que la
gracia les pide.
Así, por ejemplo, si alguno, impulsado, no por la caridad y el deseo del bien al prójimo, sino por un secreto movimiento de
envidia, procura divulgar una falta ajena, la gracia y la conciencia levantan la voz y le dicen que aquéllo es una injusticia, y que no
procede de bueno sino de mal espíritu. Quizás tenga un instante de lucha interior, pero, cobarde al fin, su pasión inmortificada lo
ciega y procura inventar un arreglo que, a la vez, acalle su conciencia y satisfaga su mala inclinación: esto es, callar en parte lo que
debía callar del todo; y se excusa diciendo: «Tiene que saberlo... sólo diré una palabra»...
Alma querida, como Pilatos, me haces flagelar. Ya has dado un paso... Mañana darás otro... ¿Crees satisfacer así tu pasión? No;
pronto te pediré más, y como no has tenido valor para luchar con tu propia naturaleza en esta pequeñez, mucho menos la tendrás
después, cuando la tentación sea mayor.
Miradme, almas tan amadas de mi Corazón, dejándome conducir con la mansedumbre de un cordero al terrible y afrentoso
suplicio de la flagelación. Sobre mi cuerpo ya cubierto de golpes y agobiado de cansancio, los verdugos descargan cruelmente
con cuerdas embreadas y con varas, terribles azotes. Y es tanta la violencia con que me hieren, que no quedó en Mí un sólo hueso
que no fuese quebrantado por el más terrible dolor... la fuerza de los golpes me produjo innumerables heridas... Las varas
arrancaban pedazos de piel y carne divina... La sangre brotaba de todos los miembros de mi Cuerpo, que estaba en tal estado, que
más parecía monstruo que hombre.
¡Ah! ¿Cómo podéis contemplarme en este mar de dolor y de amargura sin que vuestro corazón se mueva a compasión?
Pero no son los verdugos los que me han de consolar, sino vosotros, almas queridas, aliviad mi dolor... contemplad mis heridas,
y ved si hay quien haya sufrido tanto para probaros su amor.
Dirigiéndose a Josefa, exclama Jesús:
- Contémplame en este estado de ignominia, Josefa.
Ella levanta los ojos y ve a Jesucristo, en pie, delante de ella, en el estado tristísimo en que lo ha dejado la flagelación. Largo rato
permanece en esta dolorosa contemplación, como si el Divino Maestro quisiera grabar para siempre en su alma la imagen de sus
padecimientos.
- Lo vi- cuenta Josefa- en el mismo estado en que se hallaba después de la flagelación, y sentí tan gran compasión al verlo, que
creo que desde ahora tendré valor para todo lo que haya de sufrir hasta el fin de mi vida. Jamás he visto un dolor que se asemeje,
ni siquiera de lejos, al dolor de Nuestro Señor. Lo que más me ha impresionado son sus ojos. Esos ojos hermosísimos, que
cuando miran penetran hasta el fondo del alma... ¡Y dicen tantas cosas! Hoy estaban cerrados... muy hinchados y llenos de
sangre, que le caía por la cara, los ojos y la boca. Estaba de pie, pero encogido y atado a no sé a qué, pues yo no veía sino a
Jesús. Atadas también las manos, una con otra, y ensangrentadas. El cuerpo todo cubierto de heridas y de manchas negras y las
venas de los brazos muy hinchadas y de color oscuro. Por varias partes, jirones de carne, como desprendidos, en particular en el
hombro izquierdo. Sus vestiduras estaban en el suelo, llenas de sangre y una cuerda muy apretada sujetaba en la cintura un trozo de
tela, tan ensangrentado que no se distinguía su propio color.
- Cuando los brazos de aquellos hombres crueles- prosigue narrando Jesús- quedaron rendidos a fuerza de descargar golpes
sobre mi cuerpo, colocaron sobre mi cabeza una corona tejida con ramas de espinas, y desfilando por delante de Mí me decían:
«¿Con que eres Rey? ¡Te saludamos!...»
Unos me escupían... otros me insultaban... otros descargaban nuevos golpes sobre mi cabeza, cada uno añadía un nuevo dolor
a mi cuerpo maltratado y deshecho.
Miradme, almas queridas, condenado por inicuos tribunales...entregado a la multitud que me insulta y profana mi cuerpo...como
si no fuera bastante el cruel suplicio de la flagelación para reducirme al más humillante estado, me coronan de espinas, me revisten
de un manto de grana, me saludan como a un rey de irrisión y me tienen por loco.
Yo, que soy el Hijo d Dios, el sostén del Universo, he querido pasar a los ojos de los hombres por el último y el más despreciable
de todos. No rehuyo la humillación, antes me abrazo con ella, para expiar los pecados de soberbia y atraer a las almas a imitar mi
ejemplo.
Permití que me coronasen de espinas y que mi cabeza sufriera igualmente para expiar la soberbia de muchas almas que rehusan
aceptar aquéllo que les rebaja a los ojos de las criaturas.
Consentí que pusieran sobre mis hombros un manto de escarnio y que me llamasen loco, para que las almas no se desdeñen de
seguirme por un camino que a los mundanos parece bajo y vil, y quizás a ellas mismas, indigno de su condición.
No, almas queridas, no hay camino, estado ni condición humillante cuando se trata de cumplir la Voluntad divina. No queráis
resistir, buscando con vanos y soberbios pensamientos el modo de seguir la Voluntad de Dios haciendo la vuestra.
Ni creáis que hallaréis la verdadera paz y alegría en una condición más o menos brillante a los ojos de las criaturas... No; sólo la
encontraréis en el exacto cumplimiento de la Voluntad divina y en la entera sumisión para aceptar todo lo que ella os pida.
Hay en el mundo muchas jóvenes que cuando llega el momento de decidirse para contraer matrimonio, se sienten atraídas hacia
aquél en quien descubren cualidades de honradez, vida cristiana y piadosa, fiel cumplimiento del deber, así en el trabajo como en
el seno de la familia, todo, en fin, lo que puede llenar las aspiraciones de su corazón. Pero en aquella cabeza germinan pensamien-
tos de soberbia... y empieza a discurrir así: «Tal vez éste satisfaría los anhelos de mi corazón pero, en cambio, no podré figurar
ni lucir en el mundo. Entonces se ingenian para buscar otro, en el cual pasarán por más nobles, más ricas, llamarán la atención y
se granjearán la estima y los halagos de las criaturas.
¡Ah! ¡Cuán neciamente se ciegan estas pobres almas! Óyeme, hija mía; no encontrarás la verdadera felicidad en este mundo y...
quizás no la encuentres tampoco en el otro. ¡Mira que te pones en gran peligro!
¿Y que diré a tantas almas a quienes llamo a la vida perfecta, a una vida de amor, y que se hacen sordas a mi voz?
¡Cuántas ilusiones, cuánto engaño, hay en almas que aseguran están dispuestas a hacer mi Voluntad, a seguirme, a unirse y a
consagrarse a Mí, y sin embargo, clavan en mi cabeza la corona de espinas!.
Hay almas a quienes quiero por esposas (religiosas) y, conociendo como conozco los más ocultos repliegues de su corazón,
amándolas como las amo, con delicadeza infinita, deseo colocarlas allí donde en mi sabiduría veo que encontrarán todo cuanto
necesitan para llegar a una encumbrada santidad. Allí donde mi Corazón se manifestará a ellas y donde me darán más gloria... más
consuelo... más amor y más almas.
¡Pero cuántas resistencias!... ¡Y cuántas decepciones sufre mi Corazón! ¡Cuántas almas ciegas por el orgullo, la sed de fama y de
honra, el deseo de colmar sus vanos apetitos y una baja y mezquina ambición de ser tenidas en algo... se niegan a seguir el camino
que les traza mi amor!.
Almas por Mí escogidas con tanto cariño, ¿creéis darme la gloria que Yo esperaba de vosotras haciendo vuestro gusto? ¿Creéis
cumplir mi Voluntad resistiendo a la voz de la gracia que os llama y encamina por esa senda que vuestro orgullo rechaza?
Coronado de espinas y cubierto con un manto de púrpura los soldados me presentaron de nuevo a Pilatos, gritando ferozmente,
insultándome en son de burla a cada paso que daba.
No encontrando en Mí delito para castigarme, Pilatos me hizo varias preguntas, diciéndome que por qué no le contestaba, siendo
así que él tenía todo poder sobre Mí...
Entonces, rompiendo mi silencio, le dije:
- No tendrías ese poder si no se te hubiese dado de arriba; pero es preciso que se cumplan las Escrituras.
Y cerrando de nuevo los labios me entregué...
Pilatos, perturbado por el aviso de su mujer y perplejo entre los remordimientos de su conciencia y el temor de que el pueblo se
amotinase contra él, buscaba medios para liberarme... Y me expuso a la vista del populacho en el lastimoso estado en que me
hallaba, proponiéndoles darme libertad y condenar en mi lugar a Barrabás, que era un ladrón y criminal famoso... A una voz
contestó el pueblo:
-¡Que muera y que Barrabás sea puesto en libertad!
¡Almas que me amáis, ved cómo me han comparado a un criminal y ved cómo me han rebajado más que al más perverso de los
hombres!...¡Oíd qué furiosos gritos lanzan contra Mí! ¡Ved con qué rabia piden mi muerte! ¿Rehusé, acaso, pasar por tan
penosa afrenta? No, antes al contrario, me abracé con ella por amor a las almas, por amor a vosotros y para mostraros que este
amor no me llevó tan sólo a la muerte, sino al desprecio, a la ignominia, al odio de los mismos por quienes iba a derramar mi
Sangre con tanta profusión.
No creáis, sin embargo, que mi naturaleza humana no sintió repugnancia ni dolor... por el contrario, quise sentir todas vuestras
repugnancias y estar sujeto a vuestra misma condición, dejándoos un ejemplo que os fortalezca en todas las circunstancias de la
vida.
Así, cuando llegó este momento tan penoso, aunque hubiese podido líbrame de él, no sólo no me libré sino que lo abracé por
amor y para cumplir la voluntad de mi Padre. Para reparar su gloria, satisfacer por los pecados del mundo y alcanzar la salvación
de innumerables almas.
Ahora quiero volver a tratar de las almas de quienes hablaba antes. De estas almas a quienes llamo al estado perfecto pero vacilan,
diciendo entre sí: «No puedo resignarme a esta vida de oscuridad... no estoy acostumbrado a estos quehaceres tan bajos... ¿qué
dirán mi familia, mis amistades?» Y se persuaden de que con la capacidad que tienen o creen tener serán más útiles en otro lugar.
¿Rehusé Yo o vacilé siquiera cuando me vi nacer de familia pobre y humilde... en un establo fuera de mi casa y de mi patria... de
hecho... en la más cruda estación del año?...
Después viví treinta años de trabajo oscuro y rudo en un taller de carpintero, pasé humillaciones y desprecios de parte de los que
encargaban trabajos a mi padre San José... no me desdeñé de ayudar a mi Madre en las faenas de la casa... y sin embargo, ¿no tenía
más talento que el que se requiere para ejercer el tosco oficio de carpintero, Yo que a la edad de doce años enseñé a los Doctores
en el Templo? Pero era la Voluntad de mi Padre celestial y así lo glorificaba.
Cuando dejé Nazaret y empecé mi vida pública, habría podido darme a conocer por Mesías e Hijo de Dios, para que los hombres
escuchasen mis enseñanzas con veneración; pero no lo hice, porque mi único deseo era cumplir la Voluntad de mi Padre...
Y cuando llegó la hora de mi Pasión, a través de la crueldad de los unos y de las afrentas de los otros, del abandono de los míos
y de la ingratitud de las turbas... a través del indecible martirio de mi cuerpo y de las vivísimas repugnancias de mi naturaleza
humana, mi alma, con mayor amor aún, se abrazaba con la Voluntad de mi Padre Celestial.
Entendedlo, almas escogidas, cuando, después de haber pasado por encima de las repugnancias y sutilezas del amor propio, que
os sugiere vuestra naturaleza o la familia o el mundo, abracéis con generosidad la Voluntad divina, sólo entonces llegaréis a gozar
de las más inefables dulzuras, en una íntima unión de voluntades entre Dios y vuestra alma.
Ésto que he dicho a las almas que sienten horror a la vida humilde y oscura, lo repito a las que, por el contrario, son llamadas a
trabajar en continuo contacto con el mundo, cuando su atractivo sería la completa soledad y los trabajos humildes y ocultos...
¡Almas escogidas!: Vuestra felicidad y vuestra perfección no consisten en ser conocidas o desconocidas de las criaturas, ni en
emplear u ocultar el talento que poseéis, ni en ser estimadas o despreciadas, ni en gozar de salud o padecer enfermedad... Lo único
que os procurará felicidad cumplida es hacer la voluntad de Dios, abrazarla con amor, y por amor unirse y conformarse con entera
sumisión a todo lo que por su gloria y vuestra santificación os pida.
Meditad un momento el indecible martirio de mi Corazón, tan tierno y delicado, al verse pospuesto a Barrabás... ¡Cuánto sentí
aquel desprecio! y ¡cómo traspasaban lo más intimo de mi alma aquellos gritos que pedían mi muerte!
¡Cómo recordaba entonces las ternuras de mi Madre, cuando me estrechaba sobre su Corazón! ¡Qué presente tenía los desvelos
y fatigas que para mostrarme su amor sufrió mi Padre adoptivo!
¡Cuán vivamente se presentaban a mi memoria los beneficios que con tanta liberalidad derramé sobre aquel pueblo ingrato!...¡Dando
vista a los ciegos, devolviendo la salud a los enfermos, el uso de sus miembros a los que los habían perdido!...¡Dando de comer
a las turbas y resucitando a los muertos! Y ahora, ¡vedme reducido al estado más despreciable! ¡Soy el más odiado de los
hombres y se me condena a muerte como a un ladrón infame!...¡Pilatos ha pronunciado la sentencia! ¡Almas queridas! : ¡Conside-
rad atentamente cuánto sufrió mi Corazón!
Desde que Judas me entregó en el Huerto de los Olivos, anduvo errante y fugitivo, sin poder acallar los gritos de su conciencia, que
le acusaba del más horrible sacrilegio. Cuando llegó a sus oídos la sentencia de muerte pronunciada contra Mí, se entregó a la más
terrible desesperación y se ahorcó.
¿Quién podrá comprender el dolor intenso de mi Corazón cuando vi lanzarse a la perdición eterna esa alma que había pasado tres
años en la escuela de mi amor, aprendiendo mi doctrina, recibiendo mis enseñanzas, oyendo tantas veces cómo perdonaban mis
labios a los más grandes pecadores?
¡Ah¡ ¡Judas! ¿Por qué no vienes a arrojarte a mis pies, para que te perdone? Si no te atreves a acercarte a Mí por temor a los que
me rodean, maltratándome con tanto furor, mírame al menos, ¡verás cuán pronto se fijan en ti mis ojos!...
Almas que estáis enredadas en los mayores pecados. Si por más o menos tiempo habéis vivido errantes y fugitivos a causa de
vuestros delitos, si los pecados de que sois culpables os han cegado y endurecido el corazón, si por seguir alguna pasión habéis
caído en los mayores desórdenes, ¡ah!, no dejéis que se apodere de vosotros la desesperación, cuando os abandonen los
cómplices de vuestro pecado o cuando vuestra alma se dé cuenta de su culpa...Mientras el hombre cuenta con un instante de vida,
aún tiene tiempo de recurrir a la misericordia y de implorar el perdón.
Si no sois jóvenes y los escándalos de vuestra vida pasada os han degradado ante los hombres, ¡no temáis! Aún cuando el mundo
os desprecie, os trate de malvados, os insulte, os abandone; estad seguros de que vuestro Dios no quiere que vuestra alma sea
pasto de las llamas del Infierno. Desea que os acerquéis a Él para perdonaros. Si no os atrevéis a hablarle dirigidle miradas y
suspiros del corazón y pronto veréis que su mano bondadosa y paternal os conduce a la fuente del perdón y de la vida.
Si por malicia habéis pasado quizás gran parte de vuestra vida en el desorden o en la indiferencia, y cerca ya de la eternidad, la
desesperación quiere poneros una venda en los ojos, no os dejéis engañar, aún es tiempo de perdón, y ¡oídlo bien!, si os queda un
segundo de vida, aprovechadlo, porque en él podéis ganar la vida eterna...
Si ha transcurrido vuestra existencia en la ignorancia y el error, si habéis sido causa de grandes daños para los hombres, para la
sociedad y hasta para la Religión, y por cualquier circunstancia conocéis vuestro error, no os dejéis abatir por el peso de las faltas
ni por daño de que habéis sido instrumento, sino por el contrario, dejando que vuestra alma se inunde del más vivo pesar,
abismáos en la confianza y recurrid al que siempre os está esperando para perdonaros todos los yerros de vuestra vida.
Lo mismo sucede, si se trata de un alma que ha pasado los primeros años de su vida en la fiel observancia de mis Mandamientos,
pero que ha decaído poco a poco del fervor, pasando a vida tibia y cómoda...
Se ha olvidado de que tiene un alma que aspiraba a mayor perfección. Dios le pedía más, pero cegándose a fuerza de consentir en
sus defectos habituales, se ha dejado invadir por el hielo de la tibieza. Peor, en cierto modo, que si hubiera caído en grandes
pecados, porque la conciencia, sorda y dormida, no escucha la voz de Dios y acaba por no sentir remordimiento.
Pero un día recibe una fuerte sacudida que lo despierta; entonces aparece su vida inútil, vacía, sin méritos para la eternidad. El
demonio, con infernal envidia lo ataca de mil maneras, le inspira desaliento y tristeza, y abultándole sus faltas, acaba por llevarla al
temor y a la desesperación.
Almas que tanto amo, no escuchéis a este cruel enemigo. Venid cuánto antes a arrojaros a mis pies y, llenas de un vivo dolor,
implorad misericordia y no temáis. Os perdono. Volved a empezar vuestra vida de fervor, recobraréis los méritos perdidos y mi
gracia no os faltará.
¡Ah! Si por una causa o por otra, tu alma despierta, ten en cuenta que el diablo, envidioso de tu bien, te asaltará por todos los
medios posibles. Te dirá que es demasiado tarde; que todos tus esfuerzos son inútiles, te llenará de miedo y repugnancia para
descubrir sinceramente el estado de tu alma... llegará como a ahogarte para que no puedas hablar, a fin de que tu alma no se abra
a la luz; y trabajará con saña para quitarte la paz y la confianza.
Escucha, alma querida: Yo te diré lo que has de hacer. En cuanto sientas la moción de la gracia y antes de que sea más fuerte la
lucha, acude a mi Corazón, pídele que vierta una gota de su Sangre sobre tu alma. ¡Ven a Mí! ¡Y no temas por lo pasado! Mi
Corazón lo ha sumergido en el abismo de mi misericordia y mi amor te prepara nuevas gracias. Tu vida pasada te dará la humildad
que te llenará de méritos, y si quieres darme la mejor prueba de amor, ten confianza y cuenta con mi perdón. Cree que nunca
llegarán a ser mayores tus pecados que mi misericordia, pues es infinita.
En tanto que mi Corazón estaba profundamente abismado en la tristeza por la eterna perdición de Judas, los crueles verdugos,
insensibles a mi dolor, cargaron sobre mis hombros llagados la dura y pesada cruz en que habían de consumar el misterio de la
Redención del mundo.
¡Contempladme, ángeles del cielo...! ¡Ved al Creador de todas las maravillas, al Dios a Quién rinden adoración los espíritus
celestiales, caminando hacia el Calvario y llevando sobre sus hombros el leño santo y bendito que va a recibir su último
suspiro!...Vedme también vosotras, almas que deseáis ser mis fieles imitadoras. Mi cuerpo, destrozado por tanto tormento,
camina sin fuerzas, bañado de sudor y sangre... ¡Sufro... sin que nadie se compadezca de mi dolor! La multitud me acompaña y
no hay una sola persona que tenga piedad de Mí... ¡Todos me rodean como lobos hambrientos, deseosos de devorar su presa!
¡La fatiga que siento es tan grande y la Cruz tan pesada, que a mitad del camino caigo desfallecido... ¡Ved cómo me levantan
aquellos hombres inhumanos del modo más brutal: uno me agarra de un brazo, otro tira de mis vestidos que estaban pegados a
mis heridas!; éste me toma por el cuello, otro por los cabellos, otros descargan terribles golpes en todo mi cuerpo con los puños
y hasta con los pies. La Cruz cae encima de Mí y su peso me causa nuevas heridas. Mi rostro roza con las piedras del camino y
con la sangre que por él corre se pegan a mis ojos y a toda mi sagrada faz el polvo y el barro, y quedo convertido en el objeto más
repugnante.
Seguid conmigo unos momentos y a los pocos pasos me veréis en presencia de mi Madre Santísima, que con el Corazón
traspasado de dolor sale a mi encuentro.
Considerad el martirio de estos dos Corazones. Lo que más ama mi Madre es su Hijo... y no puede darme ningún alivio, y sabe
que su vista aumentará mis sufrimientos.
Para Mí lo más grande es mi Madre y no solamente no la puedo consolar, sino que el lamentable estado en que me ve, produce en
su Corazón un sufrimiento semejante al mío: ¡la muerte que Yo sufro en el cuerpo la recibe mi Madre en el Corazón!
¡Ah!, cómo se clavan en Mí sus ojos!, ¡y los míos, oscurecidos y ensangrentados, se clavan también en Ella! No pronunciamos
una sola palabra; pero ¡cuántas cosas se dicen nuestros Corazones en esta dolorosa mirada!
Jesús se calla. No parece sino que la emoción lo embarga, al recuerdo del dolor de su Madre. Josefa queda sobrecogida, sin
atreverse a romper el silencio. Al fin, se decide a preguntar a su Maestro si la Virgen había tenido noticia de todos sus tormentos
durante la Pasión.
-Sí- respondió benignamente el Señor- mi Madre estuvo presente en todos los tormentos de mi Pasión, que por revelación divina
se presentaban a su espíritu. Además, varios discípulos, aunque permaneciendo lejos, por miedo a los judíos, procuraban
enterarse de todo e informaban a mi Madre. Cuando supo que ya se había pronunciado la sentencia de muerte, salió a mi
encuentro y no me abandonó hasta que me depositaron en el sepulcro...
- La comitiva avanza hacia el Calvario- prosigue Jesús- Aquellos hombres inicuos, temiendo verme morir antes de llegar al término,
se entienden entre sí para buscar a alguien que me ayude a llevar la Cruz, y alquilan a un hombre de las cercanías llamado Simón.
Mírame en medio de esta turba insolente... Entra en mi Corazón... Considera cuánto sufre al encontrarse sólo, pues todos los que
decían que me amaban, me han abandonado.
¡Oh Padre mío! ¡Padre Celestial! ¡Te ofrezco esta tristeza y soledad para que te dignes acompañar y sostener a las almas cuando
pasen del tiempo a la eternidad!
En mi Pasión no tenía más deseo que el de glorificar a mi Padre, devolverle la honra que el pecado le había quitado y reparar las
ofensas de los hombres. Por eso me sometí con profundísima humildad a todo lo que su divino beneplácito disponía y, abrasado
en el celo de su gloria y en amor a su Voluntad santísima, sufrí con la más entera y cumplida obediencia.
¡Dios mío y Padre mío!: Que mi dolorosa soledad te glorifique. Que mi paciencia y sumisión te aplaque. No descargues sobre las
almas tu justa cólera. Ve a tu Hijo, maniatado con las cadenas que le pusieron sus verdugos. ¡Por la paciencia admirable con que
soportó tantos suplicios perdona a los pecadores! Sostén a los que están a punto de caer por flaqueza. Acompáñalos en la hora de
«prisión» y dale fuerza para soportar las penas y miserias de la vida con entera sumisión a tu santa y adorable Voluntad.
- Mira detrás de Mí- continúa Jesús su relato, tras esta Oración al Padre- a Simón, ayudándome a llevar la Cruz, y considera, ante
todo, dos cosas:
Este hombre, aunque de buena voluntad, es un mercenario, porque si me acompaña y comparte conmigo el peso de la Cruz, es
porque ha sido alquilado Por eso cuando siente demasiado cansancio, deja caer más peso sobre Mí y así caigo en tierra dos
veces.
Además, este hombre me ayuda a llevar parte de la Cruz, pero no toda la Cruz.
Veamos el sentido de estas dos circunstancias. Simón, está alquilado, o sea, que busca en su trabajo cierto interés. Hay muchas
almas que caminan así en pos de Mí. Se comprometen a ayudarme a llevar la Cruz, pero todavía desean consuelo y descanso;
consienten en seguirme y con este fin han abrazado la vida perfecta; pero no abandonan el propio interés, que sigue siendo, en
muchos casos, su primer cuidado; por eso vacilan y dejan caer mi Cruz cuando les pesa demasiado. Buscan la manera de sufrir lo
menos posible, miden su abnegación, evitan cuanto pueden la humillación y el cansancio... y acordándose quizás con pesar de lo
que dejaron, tratan de procurarse ciertas comodidades interesadas y tan egoístas, que han venido en mi seguimiento más por ellas
que por Mí... Se resignan tan sólo a soportar lo que no pueden evitar o aquéllo a que las obligan... No me ayudan a llevar más que
una partecita de mi Cruz, y de tal suerte, que apenas si pueden adquirir los méritos indispensables para su salvación. Pero en la
eternidad verán ¡qué atrás han quedado en el camino que debían recorrer!.
Por el contrario, hay almas, y no pocas, que movidas por el deseo de su salvación, pero sobre todo, por el amor que les inspira la
vista de lo que por ellas he sufrido, se deciden a seguirme y se entregan a mi servicio, no para ayudarme a llevar parte de la Cruz,
sino para llevarla toda entera. Su único deseo es descansarme... consolarme... se ofrecen a todo cuanto les pida mi Voluntad,
buscando cuanto pueda agradarme; no piensan ni en los méritos, ni en la recompensa que les espera, ni en el cansancio ni en el
sufrimiento... Lo único que tienen presente es el amor que me demuestran y el consuelo que me procuran.
Si mi Cruz se presenta bajo la forma de una enfermedad, si se oculta debajo de una ocupación contraria a sus inclinaciones o poco
conforme a sus aptitudes, si va acompañada de algún olvido de las personas que las rodean la aceptan con entera sumisión.
Suponed que llenas de buenos deseos, y movidas de gran amor a mi Corazón y de celo por las almas, hacen lo que creen mejor
en tal o cual circunstancia; mas en vez del resultado que esperaban recogen toda clase de molestias y humillaciones... Esas almas
que obrando sólo a impulsos del amor se abrazan con todo, y viendo en ello mi Cruz, la adoran y se sirven de ella para procurar
mi gloria.
¡Ah!, estas almas son las que verdaderamente llevan mi Cruz, sin otro interés ni otra paga que mi amor...Son las que me consuelan
y glorifican.
Tened, ¡almas queridas!, como cosa cierta que si ustedes no veis el resultado de vuestros sufrimientos y de vuestra abnegación,
o lo veis más tarde, no por eso han sido vanos e infructuosos, antes por el contrario, el fruto será abundante.
El alma que ama de veras no cuenta lo que ha trabajado ni pesa lo que ha sufrido. No regatea fatigas ni trabajos. No espera
recompensas: busca tan sólo aquéllo que cree de mayor gloria para su Amado. Obra rectamente y acepta los resultados sin
protestas ni disculpas. Obra por amor y así procura que sus trabajos y sacrificios tengan por único fin la gloria de Dios.
No se turba ni se inquieta, y mucho menos pierde la paz si, por cualquier circunstancia, se ve contrariada y aún tal vez perseguida
y humillada, porque el único móvil de sus actos es el amor y sólo por amor ha obrado.
Éstas son las almas que no buscan salario. Lo único que esperan es mi consuelo, mi descanso y mi gloria. Éstas son las que llevan
toda mi Cruz y todo el peso que mi Voluntad santa quiere cargar sobre ellas.
Ya estamos cerca del Calvario. ¡La multitud se agita porque se acerca el terrible momento! Extenuado de fatiga, apenas si puedo
andar.
Tres veces he caído en el trayecto.
Una, a fin de dar fuerza para convertirse a los pecadores habituados al pecado; otra, para dar aliento a las almas que caen por
fragilidad, y a las que ciega la tristeza o la inquietud; la tercera, para ayudarles a salir del pecado en la hora de la muerte. ¡Mira con
qué crueldad me rodean estos hombres endurecidos!...Unos tiran de la Cruz y la tienden en el suelo; otros me arrancan los
vestidos pegados a las heridas, que se abren de nuevo, y vuelve a brotar la sangre.
¡Miradme, almas queridas, cuánta es la vergüenza que padezco al verme así ante aquella inmensa muchedumbre! ¡Qué dolor para
mi cuerpo y qué confusión para mi alma!
Los verdugos me arrancan la túnica, ¡y la sortean! ¿Cuál sería la aflicción de mi Madre, que contemplaba esta terrible
escena?...¡Cuánto hubiera deseado Ella conservar aquella túnica, teñida y empapada ahora con mi sangre!
Pero... ha llegado la hora y, tendiéndome sobre la Cruz, los verdugos toman mis brazos y los estiran para que lleguen a los taladros
preparados en ella... Con atroces sacudidas todo mi cuerpo se quebranta, se balancea de un lado a otro y las espinas de la corona
penetran en mi cabeza más profundamente.
¡Oíd el primer martillazo que clava mi mano derecha... resuena hasta las profundidades de la tierra. ¡Oíd! ...Ya clavan mi mano
izquierda... Ante semejante espectáculo los cielos se estremecen, los ángeles se postran. ¡Yo guardo profundo silencio!...¡Ni una
queja se escapa de mis labios!
Después de clavarme las manos, tiran cruelmente de los pies... Las llagas se abren... los nervios se desgarran... los huesos se
descoyuntan... ¡El dolor es inmenso!...mis pies quedan traspasados... y mi sangre baña la tierra...
Contemplad un instante estas manos y estos pies ensangrentados... este cuerpo desnudo, cubierto de heridas y de sangre... Esta
cabeza traspasada por agudas espinas, empapada en sudor, lleno de polvo y de sangre.
Admirad el silencio, la paciencia y la conformidad con que acepto este cruel sufrimiento.
¿Quién es el que sufre así, víctima de tales ignominias?...Es Jesucristo, el Hijo de Dios, el que ha creado al hombre, el que todo lo
sostiene con su poder infinito... Está ahí, inmóvil... despreciado..., despojado de todo...pero muy pronto será imitado y seguido
por multitud de almas que abandonarán bienes de fortuna, patria, familia, honores, bienestar y cuanto sea necesario para darle la
gloria y el amor que le son debidos.
Y mientras los martillazos resuenan en el espacio, la tierra tiembla y el Cielo se reviste de silencio, los ángeles se postran en
adoración. ¡Un Dios clavado en la Cruz!.
¡Contempla a tu Jesús tendido en la Cruz!...sin poder hacer el menor movimiento... sin fama, sin honra,....sin libertad...Todo se lo
han arrebatado...
¡No hay quien se apiade y se compadezca de su dolor!... ¡Sólo recibe tormentos, escarnios y burlas!.
Soy para las almas lo que ellas quieren que sea. Si me quieren por Padre, seré Padre... Esposo, si me desean por Esposo... Si
necesitan fortaleza, seré su fortaleza, y si desean consolarme, me dejaré consolar. Mi único deseo es darme y derramar sobre ellas
todas las gracias que mi Corazón les prepara y que no puede contener...
El Amor se entrega a los suyos en alimento y ese alimento es la sustancia que sostiene y da vida.
El Amor se humilla delante de los suyos y así los levanta a la más alta dignidad.
El Amor se da todo entero con gran generosidad y sin reserva. ¡Se sacrifica, se inmola, se entrega con ardor, con vehemencia a
los que ama!
¡Qué locura de amor es la Eucaristía!
¡Y el Amor es el que me lleva a la muerte!
Ya ha llegado la hora de la Redención del mundo... Me van a levantar y a ofrecer como espectáculo de burla... Pero también de
admiración...
- Después de un momento- habla Josefa- Lo he visto otra vez. Estaba clavado en la cruz y levantado ya en alto.
-¡El mundo ha encontrado la paz!- habla Jesús- Esta Cruz que hasta aquí era el patíbulo donde expiraban los criminales, es ahora
la luz del mundo, el objeto de mayor veneración.
En mis llagas encontrarán los pecadores el perdón y la vida: mi Sangre lavará y borrará todas sus manchas... En mis llagas las
almas puras vendrán para saciar su sed y abrasarse en amor. En ellas podrán guarecerse y fijar su morada. El mundo ya ha
encontrado su Redentor y las almas escogidas el modelo que deben imitar...
-Jesús- habla Josefa- estaba clavado en la Cruz. Tenía la corona de espinas puesta, y estas espinas, que son bastante largas,
penetraban muy hondo en su cabeza Una que era más larga entraba por encima de la frente y salía por cerca del ojo izquierdo,
que estaba muy hinchado Su cara, llena de sangre y polvo, estaba un poco inclinada hacia adelante y hacia el lado izquierdo. Los
ojos, aunque hinchados y ensangrentados, estaban abiertos y miraban hacia abajo. En varias partes de su cuerpo herido faltaban
jirones de carne y de piel. Brotaba sangre de la cabeza y de las otras heridas. Sus labios amoratados, y un poco torcida la boca,
aunque la última vez que lo he visto, a las dos y media, la boca había recobrado su aspecto normal.
En fin, inspiraba tal compasión, que es imposible contemplarlo sin traspasarse el alma de dolor... lo que me ha causado más pena
es que ni siquiera tenía libertad para acercarse una mano a la cara... En fin, verlo clavado así, manos y pies, me dará fuerza para
dejarlo todo y someterme a su Voluntad aún en aquéllo que más me cuesta.
Es de notar que, cuando lo he visto así en la cruz, le habían arrancado la barba, que antes daba gran majestad a su rostro. Sus
cabellos, que son tan hermosos, ahora estaban en desorden, llenos de sangre y le caían por la cara.
Creo que eran las dos y media cuando dijo Jesús con voz entrecortada:
-¡Padre!, perdónalos porque no saben lo que hacen...
No han conocido al que es su vida. Han descargado sobre Él todo el furor de sus iniquidades... mas, Yo te lo ruego, ¡oh, Padre
mío!, descarga sobre ellos la fuerza de tu misericordia.
- Pasado un instante- habla Josefa- le oí decir:
- Hoy estarás conmigo en el Paraíso...
Porque tu fe en la misericordia de tu Salvador ha borrado tus crímenes... ella te conduce a la vida eterna.
- Mujer he ahí a tu hijo.
¡Madre mía! ¡He ahí a mis hermanos!... ¡Guárdalos!...¡Ámalos!.
No estáis solos, vosotros por quiénes he dado mi vida... Tenéis ahora una madre a la que podéis recurrir en todas vuestras
necesidades.
- Vi a la Virgen Santísima – habla Josefa- al lado de la Cruz. Estaba de pie y mirando a Jesús; llevaba la túnica y manto de color
morado. Me dijo en tono doloroso pero muy firme:
- Mira, hija mía- habla la Virgen- a qué lo ha reducido el amor. Éste que ves ahí, en tan triste y lastimoso estado, es mi Divino Hijo:
el amor lo ha llevado a la muerte. Y ahora el amor lo lleva a unir a todos los hombres con lazos de hermandad, dándoles a todos
su misma Madre.
-¡Dios mío! ¡Dios mío!- exclamó Jesús- ¿Por qué me has desamparado?
Sí, el alma tiene ya derecho a decir a Dios: «¿ Por qué me has desamparado?» Porque, después de consumado el misterio de la
Redención, el hombre ha vuelto a ser hijo de Dios, hermano de Jesucristo, heredero de la vida eterna.
-¡Tengo sed!
¡Oh Padre mío!...Tengo sed de tu gloria... y he aquí que ha llegado la hora. En adelante, realizándose mis palabras, el mundo
conocerá que eres Tú el que me enviaste, y serás glorificado... Tengo sed de almas, y para refrescar esta sed he derramado hasta
la última gota de mi Sangre.
Por eso puedo decir:
- Todo está consumado.
Ahora se ha cumplido el gran misterio de amor, por el cual Dios entregó a la muerte a su propio Hijo, para devolver al hombre la
vida. Vine al mundo para hacer tu Voluntad: Padre mío ¡ya está cumplida!
- En tus manos encomiendo mi espíritu.
A Ti entrego mi alma... Así las almas que cumplen mi Voluntad, podrán decir con verdad: «Todo está consumado»... ¡Señor mío
y Dios mío! Recibe mi alma, la pongo en tus manos.
La salvación de las almas no se logra sino a fuerza de sufrir. Pero el sufrimiento purifica el corazón y vigoriza el alma y la
enriquece en méritos delante de Dios.
- Sufrir... sufrir... - le dice la Santísima Virgen- las cosas de gran valor se compran a muy subido precio.
- Al alma que lo espera todo de Mí- habla Jesús- Yo no puedo negarle nada. ¡Qué poco saben las almas cómo deseo ayudarles,
y cuánto me glorifican con su abandono y su confianza!
La Cruz y Yo somos inseparables. Si me ves a Mí, verás la Cruz, y cuando encuentras mi Cruz, me encuentras a Mí.
El alma que me ama, ama la Cruz, el que ama la Cruz, me ama a Mí. Nadie poseerá la vida eterna sin amar la Cruz y abrazarla de
buena voluntad por mi amor.
El camino de la virtud y de la santidad se compone de abnegación y de sufrimiento, y el alma que generosamente acepta y abraza
la Cruz, camina guiada por la verdadera luz y sigue la senda recta y segura, sin temor de resbalar en las pendientes, porque no las
hay...
La Cruz es la puerta de la verdadera vida y el alma que la acepta y la ama, tal cual Yo se la he dado, entrará por ella en los
resplandores de la vida eterna.
¿Comprendes ahora cuán preciosa es mi Cruz? No la temas... Soy Yo Quien te la doy y no te dejaré sin las fuerzas necesarias
para llevarla.
¿No ves cómo la llevé Yo por tu amor? Llévala tú con amor por Mí.
Me gusta que me llames Padre. Cuando pronuncias esta palabra: «¡Padre!», mi Corazón se obliga a cuidar de ti...No sabes cómo
se alegran los padres cuando su hijito empieza a hablar y pronuncia el nombre tan tierno de ¡padre!...Al oírlo le abren los brazos
y lo estrechan contra el corazón con tanta ternura y amor, que experimentan un goce muy superior a todos los placeres de este
mundo. Pues si ésto sucede a un padre, a una madre de la tierra, ¿cuál será el deleite de Aquél que es a la vez Padre, Madre, Dios,
Creador, Salvador y Esposo? ¿Qué corazón puede igualar al mío en ternura y amor?
Sí, alma querida, cuando estés oprimida y angustiada, ven, acude a Mí, dime: «Padre» y descansa en mi Corazón.
Si no puedes postrarte a mis pies como quisieras, en medio de tu trabajo, repite esta palabra: «Padre», y Yo te ayudaré, te
sostendré, te guiaré y te consolaré.
El hombre cuya naturaleza humana está divinizada por la gracia, se hace una misma cosa con Dios.
Así resulta que reside Dios en el alma en que reside la gracia. Esta alma es la morada de la Trinidad Santísima, donde las Tres
Personas descansan y se recrean.
¡Ah! ¡Si pudieras ver la hermosura de un alma en estado de gracia! Pero ya que ésto no lo puedes ver con los ojos corporales,
Josefa, míralo con los de la fe, y conociendo el valor de las almas, empléate en dar esta gloria a la Trinidad Santísima, preparán-
dole y dándole almas en las que pueda establecer su morada.
Cada alma puede servir de instrumento a la sublime obra de Dios. Para ello no se requieren cosas grandes, bastan cosas muy
pequeñas: un paso que se da, una paja que se recoge del suelo, una mirada que se retiene, un servicio prestado, una sonrisa dulce
y agradable. Todo ésto ofrecido al Amor es en realidad de gran provecho para las almas y atrae hacia ellas un caudal inmenso de
gracias. Pues no necesito decirte qué premio tienen la oración y la mortificación y todas las acciones ofrecidas para expiar los
pecados de las almas, alcanzar su purificación y hacer de ellas también santuarios puros, donde resida la Santísima Trinidad.
Si alguno consagra su vida a trabajar directa o indirectamente por la salvación de las almas, y llega a un desprendimiento total que
sin descuidar su propia perfección, se olvida hasta dejar el mérito de sus buenas obras, oraciones y sacrificios para aplicárselos
a las almas... esta persona desinteresada obtiene abundantes gracias para el mundo... y ella misma sube a un grado de santidad al
que no subiría si todo lo ofreciese por sí.
El que come mi Carne posee a Dios que es el Autor de la vida... de la vida eterna... y, por tanto esa alma es mi Cielo. No hay nada
que pueda comparársele en hermosura. Los ángeles la admiran y como en ella está Dios, se prosternan y adoran... ¡Ah si supieran
conocer las almas su propio valor! Tu alma es mi Cielo, Josefa, y cada vez que me recibes en la Eucaristía, mi gracia aumenta en
ella y, por tanto, tiene mayor valor y hermosura.
La propiedad del fuego es destruir y abrasar... así la propiedad de mi Corazón es perdonar, purificar y amar. No creas que a causa
de tus miserias voy a dejar de amarte, no; mi Corazón te ama y no te abandonará.
Yo soy el que os he escogido. Por lo tanto, estoy obligado a proveeros de todo cuanto necesitáis... No os pido más que lo que
tenéis. Dadme el corazón vacío que Yo lo llenaré... Dádmelo desnudo de todo, que Yo lo revestiré... Dádmelo con vuestras
miserias que Yo las consumiré... Yo soy el suplemento, Yo soy la Luz. Lo que no veis os lo mostraré. Lo que no tenéis, Yo lo
supliré.
¡Ah! ¡Si las almas comprendieran que nunca están más libres que cuando se han entregado del todo a Mí y que nunca estoy más
dispuesto a hacer su voluntad que cuando ellas lo están para hacer la mía!.
Hay muchas almas que creen en Mí, pero pocas que creen en mi amor... y todavía son menos las que conocen mi misericordia...
Muchas me conocen como Dios, pero pocas confían en Mí como Padre.
Yo me daré a conocer... y a mis almas, a las almas predilectas, les haré ver que no pido lo que no tienen. Lo que exijo es queme
den todo lo que poseen pues todo me pertenece.
Si no tienen más que miserias y debilidades, Yo las deseo... Si pecados, los pido también: dádmelos, os lo suplico, pero dádmelos
todos, y quedáos solamente con esa confianza en mi Corazón: os perdonaré, os amaré y os santificaré.
Santa Magdalena Sofía le dice:
- La base fundamental del amor es la humildad. Cuando para demostrar este amor es necesario someter o sacrificar nuestro
propio gusto, nuestro bienestar, ese acto de sumisión produce al mismo tiempo un acto de humildad, de abnegación y de renuncia
propia, de generosidad y de adoración.
Pues para demostrar nuestro amor en una cosa que nos cuesta hemos tenido primero que pensar así: Si no fuera por Ti, Dios
mío, yo no lo haría, pero es por Ti y no puedo resistir; yo te amo, luego me someto. Es Dios Quien melo pide, le debo obedecer.
No sé por qué me pide Dios ésto, pero Él lo sabe. Y así, como resultado del amor, nos humillamos, nos sometemos a hacer aún
aquéllo que no conocemos, que no amamos sino con amor sobrenatural porque Dios nos lo pide.
Hija mía, ama y los obstáculos e inconvenientes que se presenten, conviértelos en amor humilde y abnegado, fuerte y
generoso. Que sean una continua adoración al único Señor y Dueño de las almas. No resistas, no escudriñes, no averigües. Haz lo
que Él te pida. Di lo que te mande, sin temer, sin omitir, sin vacilar. Él es sabio, santo, es el Señor y el Amor, es el Amor.
- Yo soy el Amor- le dice Jesús- Mi Corazón no puede contener la llama que constantemente lo devora.
Yo amo a las almas hasta tal punto que he dado la vida por ellas. Por su amor he querido quedarme prisionero en el Sagrario,
y hace veinte siglos que permanezco allí noche y día, oculto bajo las especies de pan, escondido en la hostia, soportando por
amor el olvido, la soledad, los desprecios, las blasfemias, los ultrajes y sacrilegios.
El amor de las almas me impulsó a dejarles el sacramento de la Penitencia para perdonarlas, no una vez, ni dos, sino cuantas veces
necesiten recobrar la gracia. Allí las estoy esperando; allí deseo que vengan a lavarse de sus culpas no con agua, sino con mi
propia Sangre.
En el transcurso de los siglos, he revelado de diferentes modos mi amor a los hombres, el deseo que me consume de su salvación.
Les he dado a conocer mi propio Corazón. Esta devoción ha sido como una luz que ha iluminado al mundo y hoy es el medio de
que se valen para mover los corazones la mayor parte de los que trabajan por extender mi Reino.
Ahora quiero algo más, sí, en retorno del amor que tengo a las almas les pido que ellas me devuelvan amor; pero no es éste mi
único deseo; quiero que crean en mi misericordia, que lo esperen todo de mi bondad, que no duden nunca de mi perdón.
Soy Dios, pero Dios de Amor. Soy Padre, pero Padre que ama con ternura, no con severidad. Mi Corazón es infinitamente
santo, pero también es infinitamente sabio; conoce la fragilidad y miseria humana y se inclina hacia los pobres pecadores con
misericordia infinita.
Sí, amo a las almas después que han cometido el primer pecado, si vienen a pedirme humildemente perdón... Las amo
después de llorar el segundo pecado ¡y si ésto se repite no un millar de veces sino un millón de millares, las amo, las perdono, y
lavo con mi misma Sangre el último pecado, como el primero!
No me canso de las almas y mi Corazón está siempre esperando que vengan a refugiarse en Él tanto más cuanto más
miserables sean. ¿Acaso no tiene un padre más cuidado del hijo enfermo que de los que gozan de buena salud? ¿No es verdad que
para aquél es mucha mayor su ternura y su solicitud? De la misma manera, mi Corazón derrama con más largueza su ternura y
compasión sobre los pecadores que sobre los justos.
Ésto es lo que quiero explicar a las almas: Yo enseñaré a los pecadores que la misericordia de mi Corazón es inagotable; a las
almas frías e indiferentes, que mi Corazón es fuego y fuego que desea abrasarlas, porque las ama; a las almas piadosas y buenas,
que mi Corazón es el camino para avanzar en la perfección y por él llegarán con seguridad al término de la bienaventuranza. Por
último, a las almas que me están consagradas, a los sacerdotes, a los religiosos, a mis almas escogidas y preferidas, les pediré, una
vez más, que me den su amor y no duden nunca del mío; pero, sobre todo, que me den su confianza y no duden de mi misericordia
.¡Es tan fácil esperarlo todo de mi Corazón!...
Quiero perdonar. Quiero reinar. Quiero perdonar a las almas, y a las naciones. Quiero reinar en las almas, en las naciones, en
el mundo entero. Deseo derramar mi paz por todas las partes del mundo. Yo soy la sabiduría y la felicidad. Yo soy el amor y la
misericordia. Yo soy la paz; Yo reinaré.
Para borrar la ingratitud derramaré un torrente de misericordia. Para reparar las ofensas, elegiré víctimas que alcancen el
perdón... Sí, el mundo está lleno de almas que desean complacerme... Aún hay almas generosas que me dan cuanto tienen, para
que me sirva de ello según mi deseo y voluntad.
Para reinar, empezaré por hacer misericordia, porque mi reino es de paz y de amor. Éste es el fin que quiero realizar, ésta es mi
Obra de Amor.
Dirigiré mis llamadas a todos: religiosos y seglares, justos y pecadores, sabios e ignorantes, gobernantes y súbditos. A todos
vengo a decirles: Si buscáis felicidad, Yo lo soy. Si queréis riquezas, Yo soy riqueza infinita. Si deseáis paz. Yo soy la Paz. Yo soy
la misericordia y el amor. ¡Quiero ser Rey!
Éste es mi único deseo: abrasar a las almas... abrasar al mundo... Mas ¡ay! Las almas rechazan la llama de mi amor... Pero
¡triunfaré!. Las almas serán mías y Yo seré su Rey. El sufrimiento hará triunfar el amor.
A continuación pone Jesús esta parábola:
- Un padre tenía un hijo único:
Ricos, poderosos, vivían rodeados de servidores, de bienestar, perfectamente dichosos, de nada ni de nadie necesitaban
para acrecentar su felicidad: el padre era la felicidad de su hijo y éste la de su padre. Ambos tenían corazón noble, caritativos
sentimientos: la menor miseria les movía a compasión.
Entre los servidores de este bondadoso señor, uno enfermó gravemente, y estaba a punto de morir, si no se le atendía con
remedios enérgicos y con asiduos cuidados.
Mas el servidor era pobre y vivía sólo.
¿Qué hacer? ¿Dejarlo morir? La nobleza de sentimientos del señor no puede consentirlo.
¿Enviará para cuidarlo a otro de sus criados? Tampoco estaría tranquilo, porque cuidándolo más por interés que por afecto,
le faltarían tal vez mil detalles y atenciones que el enfermo necesita.
Compadecido, el padre confía a su hijo su inquietud respecto del pobre enfermo; le dice que con asidua asistencia podría
curarse y vivir muchos años aún. El hijo, que ama a su padre y comparte su compasión, se ofrece a cuidar al servidor con esmero
sin perdonar trabajo, cansancio ni solicitud, con tal de conseguir su curación.
El padre acepta; sacrifica la compañía de su hijo y éste las caricias de su padre, y, convirtiéndose en siervo, se consagra a la
asistencia del que es verdaderamente su servidor. Prodígale mil cuidados y atenciones, le provee de cuanto necesita, no sólo para
su curación sino aún para su bienestar, de manera que, al cabo de algún tiempo, el enfermo recobra la salud.
Lleno de admiración por cuanto su señor ha hecho por él, el servidor pregunta de qué manera podría demostrarle su agradeci-
miento.
El hijo le aconseja que se presente a su padre, y ya que está curado, se ofrezca de nuevo a él como uno de sus más fieles
servidores.
Así lo hace, y reconociéndose su deudor, emplea cuantos medios están a su alcance para publicar la caridad de su señor; más
aún, se ofrece a servirle sin interés, pues sabe que no necesita ser retribuido como criado, el que es atendido y tratado como hijo.
Esta parábola es pálida figura del amor que mi Corazón siente por las almas y de la correspondencia que espero de ellas. La
explicaré poco a poco, pues quiero que todos conozcan los sentimientos de mi Corazón.
Ayúdame, Josefa, a descubrir mi Corazón a los hombres. Quiero decirles que en vano buscan su felicidad fuera de Mí: no la
encontrarán...
Volviendo a la parábola del siervo, éste es su significado:
Dios creó al hombre por amor, y lo colocó en tal condición, que nada podía faltar a su bienestar en la tierra, hasta tanto que llegase
a alcanzar la felicidad eterna, en la otra vida; para ésto había de someterse a la Divina Voluntad, observando las leyes sabias y
suaves, impuestas por su Creador.
Mas el hombre, infiel a la ley de Dios, cometió el primer pecado y contrajo así la grave enfermedad que había de conducirlo a la
muerte. El hombre, es decir, el padre y la madre de toda la Humanidad, fueron los que pecaron; por consiguiente toda su
posteridad se manchó con la misma culpa. El género humano perdió así el derecho que el mismo Dios le había concedido de
poseer la felicidad perfecta en el cielo; en adelante el hombre padecerá, sufrirá, morirá.
Dios no necesita para ser feliz, ni del hombre, ni de sus servicios; se basta a Sí mismo; su gloria es infinita; nada ni nadie puede
menoscabarla.
Pero infinitamente poderoso, es también infinitamente bueno. ¿Dejará padecer y al fin morir al hombre, creado sólo por amor?
Ésto no es propio de un Dios: antes al contrario, le dará otra prueba de amor y frente a un mal de tanta gravedad pondrá un
remedio infinito.
Una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad tomará la naturaleza humana y reparará divinamente el mal ocasionado por el
pecado.
El Padre entrega a su Hijo; éste sacrifica su gloria y la compañía de su Padre, descendiendo a la tierra, no en calidad de señor rico,
de poderoso, sino en la condición de siervo, de pobre, de niño.
La vida que llevó sobre la tierra todos la conocéis.
Bien sabéis que desde el primer instante de mi Encarnación me sometí a todas las miserias de la naturaleza humana.
Pasé por toda clase de trabajos y de sufrimientos; desde niño sentí el frío, el hambre, el dolor, el cansancio, el peso del trabajo,
de la persecución, de la pobreza.
El amor me hizo escoger una vida oscura, como un pobre obrero; más de una vez fui humillado, despreciado, tratado con desdén,
como hijo de un carpintero. ¡Cuántos días, después de soportar mi padre adoptivo y yo una jornada de rudo trabajo, apenas
teníamos por la noche lo necesario para el sustento! ¡Y así pasé treinta años!
Más tarde, renunciando a los cuidados de mi Madre, me dediqué a dar a conocer a mi Padre Celestial. A todos enseñé que Dios es
Caridad.
Pasaba haciendo el bien a los cuerpos y a las almas.
A los enfermos devolví la salud, a los muertos la vida. A las almas... ¡Oh! ¡Las almas!...les daba la libertad que habían perdido por
el pecado y les abría las puertas de su verdadera y eterna patria, pues se acercaba el momento en que para rescatarlas, el Hijo ds
Dios iba a dar por ellas su sangre y su vida.
Y ¿cómo iba a morir?...¿Rodeado de sus discípulos?...¿Aclamado como bienhechor? ...No, almas queridas, ya sabéis que el Hijo
de Dios no quiso morir así. El que venía a derramar amor fue víctima del odio. El que venía a dar libertad a los hombres, fue
preso, maltratado, calumniado; el que venía a traerles la paz, es blanco de la guerra más encarnizada. Sólo predicó la mutua
caridad y muere en cruz entre ladrones. ¡Miradlo pobre, despreciado, despojado de todo!
¡Todo lo ha dado por la salud de los hombres!
Así cumplió el fin por el cual dejó voluntariamente la bienaventuranza que gozaba al lado de su Padre. El hombre estaba enfermo
y el Hijo de Dios bajó hacia él, y no sólo le devolvió la vida por su muerte, sino que le dio también fuerzas y medios conque
trabajar y adquirir la fortuna de su eterna felicidad.
¿Cómo ha correspondido el hombre a semejante favor? ¿Se ofrece, a ejemplo del servidor, a trabajar por su dueño con fidelidad
y sin interés de retribución?
Preciso es distinguir las diferentes respuestas del hombre a Dios.
Nada de lo que se hace por amor es pequeño... porque la misma fuerza del amor lo hace grande. Mira este Corazón de Padre que
se consume de amor por todos sus hijos. ¡Ah! ¡Cuánto deseo que me conozcan!
Unos me han conocido verdaderamente, y movidos a impulsos del amor, sienten vivos deseos de entregarse por completo al
servicio de mi Padre, sin ningún interés personal.
Preguntando qué podrían hacer para trabajar por su Señor con más fruto, mi Padre les ha respondido: «Deja tu casa, tus bienes,
déjate a tí mismo, ven; haz cuanto Yo te pida.
Otros sintieron conmoverse su corazón ante lo que el Hijo de Dios ha hecho por salvarlos, y, llenos de buena voluntad, se
presentan a El buscando cómo podrán publicar la bondad de su Señor y, sin abandonar sus propios intereses, trabajan por los de
Jesucristo.
A éstos mi Padre les ha dicho: Guardad la Ley que os ha dado vuestro Dios y Señor. Guardad mis Mandamientos y, sin desviaros
a derecha ni a izquierda, vivid en la paz de mis fieles servidores.
Otros no han comprendido el amor conque su Dios los ama; no les falta buena voluntad; viven bajo la Ley, pero sin amor.
No son servidores voluntarios, pues que no se presentaron nunca a recibir las órdenes de su Señor; pero como no tienen mala
voluntad, les basta a veces una invitación para presentarse gustosos a los servicios que se les piden.
Otros, en fin, movidos más por interés que por amor, ejecutan lo estrictamente necesario para merecer, al fin de la vida, la
recompensa de sus trabajos.
Pero... ¿se han presentado todos los hombres para ofrecerse al servicio de su Dios y Señor?...¿Han conocido todos el amor
inmenso que tiene hacia ellos? ¿Saben agradecer cuanto Jesucristo les ha dado? ¡Ah! Muchos lo ignoran; muchos, conociéndolo,
lo desprecian.
A todos Jesucristo va a decirles una palabra de amor.
Hablaré primero a los que no me conocen: Sí, a vosotros, hijos queridos, que desde vuestra tierna infancia habéis vivido lejos de
vuestro Padre. ¡Venid! Voy a deciros por qué no lo conocéis y cuando sepáis Quién es y qué Corazón tan amoroso tiene no
podréis resistir a su amor.
Con frecuencia sucede que hijos que han vivido lejos de sus padres, no los aman; pero, cuando conocen la dulzura que encierra el
amor paterno y sus desvelos, llegan a amarlos con más ternura aún que aquéllos que nunca han salido de su hogar.
A las almas que no sólo no me aman sino que me aborrecen y me persiguen, preguntaré: ¿Por qué me odiáis así?...¿Qué os he
hecho Yo, para que me persigáis de ese modo?...
¡Cuántas almas hay que nunca se han hecho esta pregunta! Y hoy, que se la hago Yo tendrán que responder: «No lo sé».
Yo responderé por ellas:
No me conociste cuando niño, porque nadie te enseñó a conocerme; y a medida que ibas creciendo en edad, crecían en ti
también las inclinaciones de la naturaleza viciada, el amor a los placeres, el deseo de goces, de libertad, de riquezas.
Un día oíste decir que para vivir bajo mi Ley es preciso soportar al prójimo, amarlo, respetar sus derechos, sus bienes; que es
necesario someter las propias pasiones... y como vivías entregado a tus caprichos, a tus malos hábitos, ignorando de qué ley se
trataba, protestaste, diciendo: «¡No quiero más ley que mi gusto! ¡Quiero gozar! ¡Quiero ser libre!.»
Así es cómo empezaste a odiarme, a perseguirme.
Pero Yo que soy tu Padre, te amo con amor infinito y mientras te rebelabas ciegamente y persistías en el afán de destruirme, mi
Corazón se llenaba más y más de ternura hacia tí.
Así transcurrieron un año, dos, tres, tantos cuantos sabes que has vivido de ese modo.
Hoy no puedo contener por más tiempo el impulso de mi amor, y, al ver que vives en continua guerra contra quien tanto te ama,
vengo a decirte Yo mismo Quién soy.
Hijo querido: Yo soy Jesús, y este nombre quiere decir Salvador. Por eso mis manos están traspasadas por los clavos que me
sujetaron a la cruz, en la cual he muerto por tu amor. Mis pies llevan las mismas señales y mi Corazón está abierto por la lanza,
que introdujeron en él después de mi muerte.
Así vengo a ti, para enseñarte Quién soy y cuál es mi ley. No te asustes. ¡Es de amor!...Y cuando ya me conozcas, encontrarás
descanso y alegría. ¡Es tan triste vivir huérfano! Venid, pobres hijos... Venid con vuestro Padre.
Ahora vamos a hablar a esta pobre alma que me persigue porque no me conoce. Hijo querido: voy a decirte Quién soy Yo y quién
eres tú. Soy tu Dios y tu Padre. ¡Tu Creador y tu Salvador!...Tú eres mi criatura, mi hijo y mi redimido, porque al precio de mi
Sangre y de mi vida te rescaté de la tiranía y de esclavitud del pecado.
Tienes un alma grande, inmortal creada para gozar eternamente; posees una voluntad capaz de obrar el bien y un corazón que
necesita amar y ser amado.
Si buscas alimentar este amor de cosas terrenas y pasajeras, nunca lo saciarás. Tendrás siempre hambre, vivirás en perpetua
guerra contigo mismo, triste, inquieto, turbado.
Si eres pobre y tienes que trabajar para ganar el sustento, las miserias de la vida te llenarán de amargura. Sentirás odio contra tus
amos y quizás, si pudieras, destruirías sus bienes para reducirlos a vivir como tú, sujetos a la ley del trabajo. Experimentarás
cansancio, rebeldía y desesperación, pues la vida es triste y al fin has de morir...
Sí, mirado naturalmente todo eso es triste. Pero Yo vengo a mostrarte la vida como es en realidad, no como tú la ves.
Aunque seas pobre y tengas que ganarte tu sustento y el de tu familia, aunque te veas sujeto a un amo, no eres esclavo. Fuístes
creado para ser libre.
Si vas buscando amor y no logras satisfacer tus ansias, es porque fuiste creado para amar no lo temporal sino lo eterno.
Esa familia que amas, por la que te afanas en procurar su subsistencia, su bienestar y su felicidad en la tierra, debes amarla sin
olvidar que un día tendrás que separarte de ella, aunque no para siempre.
Ese dueño a quien sirves y para quien trabajas, debes amarlo, respetarlo, cuidar de sus intereses y procurar aumentárselos con tu
trabajo y con tu fidelidad; mas ten presente que sólo será tu señor unos cuantos años, pues esta vida pasa pronto y conduce a la
otra, q ue no acabará jamás y que será feliz. Allí no servirás, sino que reinarás por toda la eternidad.
Tu alma creada por un Padre que te ama, no con un amor cualquiera sino con un amor eterno e infinito, irá al lugar de eterna dicha
que este Padre te prepara.
Allí encontrarás el amor que responderá a tus deseos.
Allí vivirás la verdadera vida de la que no es más que una sombra que pasa, ésta de la tierra, el Cielo no pasará jamás.
Allí el trabajo que hiciste y soportaste en la tierra será recompensado.
Allí encontrarás a la familia que tanto amabas y por la que derramaste el sudor de tu frente.
Allí te unirás con tu Padre, con tu Dios.
¡Si supieras qué felicidad te espera!...
Quizás al oír ésto dirás: ¡Yo no tengo fe! No creo en la otra vida.
¿No tienes fe?...¿No crees en Mí?...Pues si no crees en Mí ¿Por qué me persigues?...
¿Por qué declaras la guerra a los míos? ¿Por qué te rebelas contra mis leyes?...Y puesto que reclamas libertad para ti ¿por qué no
la dejas a los demás?...
¿No crees en la vida eterna?...Dime ¿vives feliz aquí abajo?...Bien sabes que necesitas algo que no encuentras en la tierra...
Si encuentras el placer que buscas, no te satisface.
Si alcanzas las riquezas que deseas, no te bastan.
El cariño que anhelas, al fin te causa hastío.
¡No! Lo que necesitas, no lo encontrarás aquí...
Necesitas paz; no la paz del mundo, sino la de los hijos de Dios: Y ¿cómo la hallarás en la rebelión?
Yo te diré dónde serás feliz, dónde hallarás la paz, dónde apagarás esa sed que hace tanto tiempo te devora... No te asustes al
oírme decir que la encontrarás en el cumplimiento de mi Ley.
Ni te rebeles al oír hablar de ley, pues no es Ley de tiranía, sino de amor.
Sí, mi Ley es de amor, porque soy tu Padre.
Vengo a enseñarte lo que es mi Ley y lo que es mi Corazón que te la da, este Corazón al que no conoces y al que tantas veces
persigues. Tú me buscas para darme la muerte y Yo te busco para darte la vida. ¿Cuál de los dos triunfará? ¿Será tu corazón tan
duro que resista al que te ha dado su propia vida y su amor?
Yo no puedo contener el amor que tengo por las almas. Y el amor es tan fuerte que triunfará de todas las resistencias. Sí, quiero
que me amen. Quiero ser su Rey.
La obstinación de un alma que me ofende hiere profundamente mi Corazón, pero la ternura de un alma que me ama, no solamente
cierra la herida, sino que aplaca la justicia de mi Padre.
Josefa, no temas. ¿No sabes lo que sucede cuando se abre un volcán? La fuerza de ese fuego es tan grande, que arranca las
montañas y las destruye, y se conoce que una fuerza irresistible ha pasado por allí.
Así mis palabras tendrán tal fuerza y mi gracia las acompañará de tal manera, que las almas más obstinadas en el mal serán
vencidas por el amor.
La sociedad está pervertida, cuando el que está a la cabeza no es recto ni justo. Pero si éste sabe dirigirla, aunque algunos vayan
torcidos, la mayoría vendrán en masa a la luz... Lo digo Yo: mi gracia acompañará a mis palabras y a las personas encargadas de
hacerlas conocer. La verdad triunfará... La paz gobernará las almas y el mundo... Y mi reino llegará.
El vigor con que Jesús ha pronunciado estas afirmaciones, deja a Josefa sobrecogida. No puede ya dudar de la realización de la
promesa divina y su corazón se abre a la confianza. ¡No habrá en el mundo ni en el abismo oposición capaz de detener el ímpetu
de ese torrente de misericordia que va a inundar la tierra!
- Ahora ven, hija mía; voy a decirte- continúa hablando Jesús- lo único que pide tu Padre:
Ya sabes que en el ejército debe haber disciplina y en toda familia bien ordenada, un reglamento. Así en la gran familia de
Jesucristo hay también una ley, pero llena de suavidad y de amor.
En la familia los hijos llevan el apellido de su padre; así se les reconoce. Del mismo modo, mis hijos llevan el nombre de
cristianos, que se les da al administrarles el Bautismo. Has recibido este nombre, eres hijo mío y como tal tienes derecho a todos
los bienes de tu Padre.
Sé que no me conoces, que no me amas, antes por el contrario, me odias y me persigues. Pero Yo te amo con amor infinito y
quiero darte parte en la herencia a la que tienes derecho.
Escucha, pues, lo que debes hacer para adquirirla: creer en mi amor y en mi misericordia.
Tú me has ofendido; Yo te perdono.
Tú me has perseguido; Yo te amo.
Tú me has herido de palabra y obra; Yo quiero hacerte bien y abrirte mis tesoros.
No creas que ignoro cómo has vivido hasta aquí; sé que has despreciado mis gracias, y tal vez profanado mis Sacramentos. Pero
te perdono.
Y desde ahora, si quieres vivir feliz en la tierra y asegurar tu eternidad, haz lo que voy a decirte:
¿Eres pobre? Cumple con sumisión el trabajo a que estás obligado, sabiendo que Yo viví treinta años sometido a la misma ley que
tú, porque era también pobre, muy pobre.
No veas en tus amos unos tiranos. No alimentes sentimientos de odio hacia ellos; no les desees mal; haz cuanto puedas para
acrecentar sus intereses y sé fiel.
¿Eres rico? ¿Tienes a tu cargo obreros, servidores? No los explotes. Remunera justamente su trabajo; ámalos, trátalos con
dulzura y con bondad. Si tú tienes un alma inmortal, ellos también. No olvides que los bienes que se te han dado no son
únicamente para tu bienestar y recreo, sino para que, administrándolos con prudencia, puedas ejercer la caridad con el prójimo.
Cuando ricos y pobres hayáis acatado la ley del trabajo, reconoced con humildad la existencia de un Ser que está sobre todo lo
creado y que es al mismo tiempo vuestro Padre y vuestro Dios.
Como Dios, exige que cumpláis su divina ley.
Como Padre, os pide que, cual hijos, os sometáis a sus Mandamientos.
Así, cuando hayáis consagrado toda la semana al trabajo, a los negocios y aún a lícitos recreos, os pido que le deis siquiera media
hora para cumplir «su precepto». ¿Es exigir demasiado?
Id, pues, a su casa, a la iglesia, donde Él os espera de día y de noche; el domingo y los días festivos dadle media hora, asistiendo
al misterio de amor y de misericordia, a la Santa Misa.
Allí, habladle todo cuánto os interesa, de vuestros hijos, de la familia, de los negocios, de vuestros deseos, dificultades y sufrimien-
tos. ¡Si supierais con cuánto amor os escucha!
Me dirás quizás: «Yo no sé oír Misa, ¡hace tantos años que no he pisado una iglesia!» No te apures por ésto. Ven; pasa esa media
hora a mis pies, sencillamente. Deja que tu conciencia te diga lo que debes hacer; no cierres los oídos a su voz. Abre con humildad
tu alma a la gracia, ella te hablará y obrará en ti, indicándote cómo debes portarte en cada momento, en cada circunstancia de tu
vida, con la familia, en los negocios; de qué modo tienes que educar a tus hijos, amar a tus inferiores, respetar a tus superiores. Te
dirá tal vez, que es preciso abandones tal empresa, tal negocio, que rompas aquella amistad... que te alejes con energía de aquella
reunión peligrosa... Te indicará que a tal persona la odias sin motivo, y, en cambio, debes dejar el trato de otra que amas y cuyos
consejos no debes seguir.
Comienza a hacerlo así, verás cómo poco a poco, la cadena de mis gracias se va extendiendo; pues en el bien como en el mal, una
vez que se empieza, las obras se suceden unas a otras, como los eslabones de una cadena. Si hoy dejas que la gracia te hable y obre
en ti, mañana la oirás mejor; después, mejor aún, y así de día en día la luz irá creciendo; tendrás paz y te prepararás tu felicidad
eterna.
Porque el hombre no ha sido creado para permanecer en la tierra; está hecho para el Cielo. Siendo inmortal debe vivir no para lo que
muere, sino para lo que durará siempre.
Juventud, riqueza, sabiduría, gloria humana, todo ésto pasa, se acaba... Sólo Dios subsiste eternamente... y las buenas obras
hechas por Él es lo único que perdura y que te seguirá a la otra vida.
El mundo y la sociedad están llenos de odio y viven en continuas luchas: un pueblo contra otro pueblo, unas naciones con otras, y
los individuos entre sí, porque el fundamento sólido de la fe ha desaparecido de la tierra casi por completo.
Si la fe se reanima, el mundo recobrará la paz y reinará la caridad.
La fe no perjudica ni se opone a la civilización ni al progreso, antes al contrario, cuanto más arraigada está en los hombres y en los
pueblos, más se acrecienta en ellos la ciencia y el saber, porque Dios es la sabiduría infinita. Mas donde no existe la fe, desaparece
la paz, y con ella la civilización y el verdadero progreso, indroduciéndose en su lugar la confusión de ideas, la división de partidos,
la lucha de clases y, en los individuos, la rebeldía de las pasiones contra el deber, perdiendo así el hombre la dignidad, que
constituye su verdadera nobleza.
Dejáos convencer por la fe y seréis grandes; dejáos dominar por la fe y seréis libres. Vivid según la fe y no moriréis eternamente.
- Sí- habla la Virgen- en este día (15 de Agosto, festividad de la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos) fue cuando pude gozar
plenamente y sin mezcla alguna, pues durante mi vida, siempre tenía la espada clavada en el alma.
- Yo le he preguntado- dice Josefa- si no gozaba mucho cuando el Niño Jesús era pequeño, pues como era tan hermoso, me figuro
que tendría mucho consuelo en verlo.
- Mira, hija mía, desde el principio de mi vida tuve conocimiento de las cosas divinas y sabía las esperanzas que había en la venida
del Mesías. Cuando el ángel me anunció el misterio de la Encarnación y me vi escogida por Madre del Salvador de los hombres, mi
Corazón, aunque entregado con gran sumisión a la Voluntad de Dios, se vio sumergido en un torrente de amargura, pues conoció lo
que este tierno y divino Niño debía padecer. La profecía del anciano Simeón fue el complemento de mis angustias maternales.
Figúrate cuáles eran mis sentimientos, al contemplar a este niño lleno de encantos, sabiendo que su rostro, sus manos, sus pies y
todo su ser había de ser cruelmente maltratado.
Besaba sus manos, y me parecía que mis labios se impregnaban de la sangre que saldría más tarde de sus heridas.
Besaba sus pies, y los veía clavados en la cruz.
Arreglaba sus cabellos encantadores, y los veía cubiertos de sangre y enredados entre las espinas de la corona.
En fin, cuando en Nazaret dio sus primeros pasos y lo veía correr con los brazos abiertos, no podía contener las lágrimas
considerando que en esa misma postura debía morir.
Adolescente, era tal su hermosura que nadie podía contemplarlo sin admiración... Sólo mi Corazón de Madre se anegaba de dolor
y parecían repercutir en él todos los tormentos anunciados.
Más tarde, la separación de tres años durante su vida apostólica, y en fin, su Pasión y su muerte, fueron para Mí el más terrible
martirio.
Cuando lo vi al tercer día resucitado y glorioso, ya no sentí el mismo sufrimiento, pues Él no podía sufrir, pero ¡cuán dolorosa
debía ser para Mí su ausencia! Consolarlo, reparar en la tierra las ofensas de los hombres, era mi único consuelo... ¡Pero qué largo
destierro!...¡Qué incendios devoraban mi alma!...¡Cómo suspiraba por unirse eternamente a Él!...¡Ah! ¡Qué vida sin vida!...¡Qué luz
en sombras! ¡Qué deseada unión!...¡Cuánto tardaba en venir!...
Al entrar en mis 63 años, mi alma pasó de la tierra al Cielo. Al fin del tercer día, los ángeles vinieron a buscar mi cuerpo y lo
transportaron en triunfo jubiloso al Cielo, unido ya a mi alma. ¡Qué admiración y qué dulzura inundó todo mi ser, cuando estos ojos
vieron por primera vez, lleno de gloria y majestad, rodeado de los ejércitos angélicos, a mi Hijo, a mi Dios!
¿Y qué decirte, hija mía, del asombro que me causó al ver mi extrema bajeza aclamada, coronada y llena de felicidad?
¡Ya no hay tristeza... todo es dulzura... todo es gloria... todo es amor!...
(Más tarde dirá Josefa, que, aunque la Virgen se había expresado con mucho calor, sin embargo cada palabra suya brotaba de sus
labios, como envuelta en un tinte de humildad.)
Después de un momento de silencio, acabó la Virgen diciendo:
- Todo pasa, hija mía, y la bienaventuranza no tiene fin. El invierno de la vida es corto, y la primavera será eterna.
- Yo he creado a las almas- habla Jesús- por amor y quiero salvarlas por amor.
Quiero que mi amor sea el sol que ilumine y el calor que caliente a todas las almas. Por eso deseo que hagan conocer mis palabras.
Quiero que el mundo entero me conozca como Dios de amor, de perdón y de misericordia. Quiero que el mundo lea que deseo
perdonar y salvar... ¡Que los más miserables no teman!...¡Que los pecadores no huyan de Mí!...Que vengan todos, porque estoy
siempre esperándolos como un Padre con los brazos abiertos para darles vida y felicidad.
Para que el mundo conozca mi bondad, necesito apóstoles que le muestren mi Corazón, pero sobre todo que lo conozcan...
porque nadie puede enseñar lo que no sabe.
Quiero que el deseo y la necesidad de reparar se avive y se extienda entre las almas escogidas y piadosas, pues el mundo ha
pecado...Sí, el mundo y las naciones excitan ahora la cólera divina, pero como Dios quiere reinar por amor, pide a sus almas
escogidas que reparen, para obtener perdón y para atraer nuevas gracias.
Quiero que el mundo se salve... que reine en él la paz y la unión; quiero reinar y reinaré con la reparación de mis almas escogidas
y con un nuevo conocimiento de mi misericordia y de mi amor. Mis palabras serán luz y vida para muchísimas almas; todas se
imprimirán, se leerán y se predicarán. Yo daré gracias especiales para que produzcan un gran bien y para que sean luz de las almas.
Jesús guarda silencio; ha hablado con tanta fuerza y ardor que Josefa se siente sobrecogida. Adora la Voluntad divina que, una vez
más, afirma sus planes y cuya seguridad aleja todo temor.
-¿Creéis – habla Jesús- que Yo os voy a dejar para qu seáis juguete de ese cruel enemigo? Yo os amo y no permitiré que el diablo
os engañe. No tengáis miedo. ¡Tened confianza en Mí que soy el Amor!
«Unión íntima del Corazón de Jesús con su Padre Celestial». Josefa en una de sus plegarias recitó esta Oración. Jesús le dijo:
- Mira, Josefa, esta Oración que estabas haciendo, me es tan agradable y es de tanto valor, que supera a todas las reflexiones más
elocuentes y sublimes que pueden hacer ls almas. Porque, en efecto, ¿qué puede haber de más valor que la unión de mi Corazón
con mi Padre Celestial?....Cuando las almas rezan esta Oración, se funden, por decirlo así, con mi Corazón... Aceptan el beneplá-
cito divino, sea cual fuere sobre ellas, se unen a Dios, y por tanto hacen el acto más sobrenatural que se puede hacer en la tierra,
porque empiezan en parte la vida del Cielo, que consiste en la perfecta e íntima unión de la criatura con su Creador. Sigue, Josefa,
sigue tu Oración. Con ella adoras, reparas, mereces y amas.
Muchas almas no saben aún penetrar mis sentimientos; me tratan como a Alguien con Quien no se tiene confianza y que vive lejos
de ellas. Quiero que aviven su fe y su amor y que su vida sea de confianza y de intimidad con Aquél a Quien aman y que las ama.
De ordinario el hijo mayor es el que mejor conoce los sentimientos y los secretos de su padre; en él deposita su confianza más que
en los otros, que siendo más pequeños, no son capaces de interesarse en las cosas serias y no fijan la atención sino en las
superficiales; si el padre muere, es el hijo mayor el que transmite a sus hermanos menores los deseos y la última voluntad del
padre...
En mi Iglesia hay también hijos mayores; son las almas que Yo me he escogido. Consagradas por el sacerdocio o por los votos
religiosos, viven más cerca de Mí, y Yo les confío mis secretos... Ellos son, por su ministerio o por su vocación, los encargados
de velar sobre mis hijos más pequeños, sus hermanos; y unas veces directa, otras indirectamente, de guiarlos, instruirlos y
comunicarles mis deseos.
Si esas almas escogidas me conocen bien, fácilmente podrán darme a conocer, y si me aman, podrán hacerme amar... Pero ¿cómo
enseñarán a los demás si ellas me conocen poco?...Ahora bien, Yo pregunto: ¿es posible amar de veras a Quien apenas se
conoce?...¿Se puede hablar íntimamente con Aquél de Quien vivimos alejados o en Quien no confiamos bastante?...
Ésto es lo que precisamente quiero recordar a mis almas escogidas... Nada nuevo, sin duda... pero, ¿no necesitan reanimar la fe,
el amor, la confianza?
Quiero que me traten con más intimidad, que me busquen en ellas, dentro de ellas mismas, pues ya saben que el alma en gracia es
morada del Espíritu Santo; y allí que me vean como soy, es decir, como Dios, pero Dios de amor... que tengan más amor que
temor, que sepan que Yo los amo y que no lo duden, pues hay muchos que saben que los escogí porque los amo; pero cuando
sus miserias y sus faltas los agobian, se entristecen, creyendo que no les tengo ya el mismo amor que antes.
Estas almas no me conocen; no han comprendido lo que es mi Divino Corazón... porque precisamente sus miserias y sus faltas
son las que inclinan hacia ellas mi bondad. Si reconocen su impotencia y su debilidad, si se humillan y vienen a Mí llenas de
confianza, me glorifican mucho más que antes de haber caído.
Lo mismo sucede cuando me piden algo para sí o para los demás... Si vacilan, si dudan de Mí, no honran mi Corazón. Pero si
esperan firmemente lo que me piden, sabiendo que sólo puedo negárselo si no es conveniente al bien de su alma, entonces me
glorifican. Cuando el centurión vino a pedirme que curase a su criado, me dijo con gran humildad: «Yo no soy digno de que Tú
vengas a mi casa»; mas, lleno de fe y de confianza, añadió: «Pero, Señor, di una sóla palabra y mi criado quedará curado»... Este
hombre conocía mi Corazón. Sabía que no puedo resistir a las súplicas del alma que todo lo espera de Mí. Este hombre me
glorificó mucho, porque a la humildad añadió firme y entera confianza. Sí, este hombre conocía mi Corazón y, sin embargo, no
me había manifestado a él como me manifiesto a mis almas escogidas.
Por medio de la confianza, obtendrán copiosísimas gracias para sí mismas y para otras almas. Quiero que profundicen esta
verdad porque quiero que revelen los caracteres de mi Corazón a las pobres almas que no me conocen.
Así como el fuego necesita alimentarse para que no se apague, así las almas necesitan nuevos alientos que las hagan avanzar y
nuevo calor que las reanime.
Entre las almas que me están consagradas hay pocas que tengan verdadera fe y confianza en Mí, porque son pocas las que viven
en unión íntima conmigo.
Quiero que sepan que Yo amo a las almas tal como son. Sé que su debilidad las hará caer más de una vez. Sé que aquéllo que
están prometiendo, en ciertas ocasiones no lo cumplirán. Pero su determinación me glorifica y, después de sus caídas, el acto de
humildad que hacen y la confianza que ponen en Mí, me honran tanto que mi Corazón derrama sobre ellas un sinnúmero de
gracias.
Quiero que sepan cuánto deseo que cobren nuevo aliento y se renueven en esta vida de unión y de intimidad... Que no se
contenten con hablarme en la iglesia, ante el Sagrario, es verdad que allí estoy, pero también vivo en ellas, dentro de ellas, y me
deleito en identificarme con ellas.
Que me hablen de todo, que todo me lo consulten; que melo pidan todo. Vivo en ellos para ser su vida y habito en ellos para ser su
fuerza.
Sí, lo repito; estoy en ellos y me recreo en unirme íntimamente a ellos. ¡Que no lo olviden!
Allí, en el interior de su alma, los veo, los oigo y los amo, ¡y espero correspondencia al amor que les tengo!
Hay muchas almas que por la mañana hacen oración, pero es más una fórmula que una entrevista de amor. Luego, oyen o celebran
misa, me reciben en la comunión y, cuando salen de la iglesia, se absorben en sus quehaceres, hasta tal punto, que apenas me
vuelven a dirigir una palabra.
En esta alma estoy como en un desierto. No me habla, no me pide nada y ocurre muchas veces que si necesita consuelo, antes lo
pedirá a una criatura, a quien tiene que ir a buscar, que a Mí que soy su Creador, que vivo y estoy en él. ¿No es ésto falta de unión,
falta de vida interior o, lo que es lo mismo, falta de amor?
También quiero recordar a las almas consagradas, que las escogí de un modo especial para que, viviendo en íntima unión
conmigo, me consuelen y reparen por los que me ofenden. Quiero recordarles que están obligados a estudiar mi Corazón para
participar de sus sentimientos y poner por obra sus deseos, en cuanto les sea posible.
Cuando un hombre trabaja en campo propio, pone empeño en arrancar todas las malas hierbas que brotan en él, y no ahorra
trabajo ni fatiga hasta conseguirlo. Así quiero que trabajen las almas escogidas cuando conozcan mis deseos; con celo y con
ardor, sin perdonar trabajo, sin retroceder ante el sufrimiento, con tal de aumentar mi gloria y de reparar las ofensas del mundo.
Todos están llamados a una íntima unión conmigo, a vivir a mi lado, a conocer mis deseos, a participar de mis alegrías, de mis
tristezas.
Todos están obligados a trabajar en mis intereses, sin perdonar esfuerzo ni sufrimiento.
Ellos, sabiendo que tantas almas me ofenden, deben reparar con sus oraciones, trabajos y penitencias.
Ellos, sobre todo, deben estrechar su unión conmigo y no dejarme sólo. Ésto no lo entienden muchas almas. Olvidan que a ellas
corresponde hacerme compañía y consolarme.
Ellos han de formar una liga de amor que, reuniéndose en torno de mi Corazón, imploren para las almas luz y perdón.
Y cuando, llenas de dolor por las ofensas que recibo de todas partes, mis almas escogidas y consagradas, me pidan perdón y se
ofrezcan para reparar y para trabajar en mi Obra, que tengan entera confianza, pues no puedo resistir a sus súplicas y las
despacharé del modo más favorable.
Que todos se apliquen a estudiar mi Corazón... Que profundicen mis sentimientos, que se esfuercen en vivir unidos a Mí, en
hablarme... en consultarme. Que cubran sus acciones con mis méritos y con mi Sangre, empleando sus vidas en trabajar por la
salvación de las almas y en acrecentar mi gloria.
Que no se empequeñezcan considerándose a sí mismas, sino que dilaten su corazón al verse revestidas del poder de mi Sangre y
de mis méritos. Si trabajan solos, no podrán hacer gran cosa; mas si trabajan conmigo, a mi lado, en mi nombre y por mi gloria,
entonces serán poderosas.
Que mis almas escogidas y consagradas reanimen sus deseos de reparar y pedir con gran confianza que llegue el día del Divino
Rey, el día de mi reinado universal.
Que no teman, que esperen en Mí, que confíen en Mí.
Que las devore el celo y la caridad hacia los pecadores. Que les tengan compasión, que rueguen por ellos y los traten con dulzura.
Que publiquen al mundo entero mi bondad, mi amor y mi misericordia.
Que en sus trabajos apostólicos se armen de oración, de penitencia, y, sobre todo, de confianza, no en sus esfuerzos personales,
sino en el poder y en la bondad de mi Corazón, que las acompaña.
«En tu nombre, Señor, obraré, y sé que seré poderoso.» Ésta es la oración que hicieron mis Apóstoles, pobres e ignorantes, pero
ricos y sabios, con la riqueza y sabiduría divinas.
Tres cosas pido a mis almas escogidas:
Reparación, es decir, vida de unión con el Reparador divino: trabajar por Él, con Él, en Él, en espíritu de reparación y en íntima
unión con sus sentimientos y con sus deseos.
Amor, o sea, intimidad con Aquél que es todo amor y que se pone al nivel de sus criaturas para pedirles que no lo dejen sólo y que
le den su amor.
Confianza, es decir, estar seguro de Aquél que es bondad y misericordia... De Aquél con el Cual vivo día y noche... que me
conoce y que conozco... que me ama y que amo... que ama de un modo particular a sus almas escogidas para que, viviendo en Él
y conociendo su Corazón, lo esperen todo de Él.
Cuando mis almas escogidas se unen estrechamente a mi Corazón, saben cuán ofendido soy... conocen mis sentimientos...
Entonces me consuelan y, llenas de confianza en mi bondad, piden perdón y obtienen gracia para el mundo.»
Josefa, ya agonizando, dijo:
- Si supieran... no se buscaría más, durante la vida, que hacer la Voluntad de Dios. Nadie puede suponer esta alegría... es lo único
que da paz. Cuando se hace lo que se puede, Dios se encarga del resto. Poco importa no sentir que se adelanta en la perfección.
Sor Josefa Menéndez falleció el 29 de Diciembre de 1923. Una hermana de su Orden, que trabajaba en la cocina del convento, vio
en sueños a la hermana Josefa, ignorando aún que había muerto y cuenta: « Vi a Sor Josefa en sueños. Estaba hermosísima y
descansaba en un lecho cubierto de flores. Me hizo señas de que me acercase y me dijo: «¡Oh, hermana mía: No tema el
sufrimiento ni quiera perder la más mínima parte de las penas que Jesús le envía! ¡Si supiera lo que vale sufrir por Él... Es preciso
hacer del trabajo una oración continua. A cada cosa que haga, dígale: Jesús mío, por Ti... Te lo ofrezco... De modo que Él vea su
voluntad de amarle y de ser suya... ¡Si supieran!... ¡Tiene tanta necesidad de amor!»...
En el Mensaje de Amor del Corazón de Jesús a Sor Josefa Menéndez, y en ella, a todos, brillan por su importancia las siguientes
palabras: «Devoción al Sagrado Corazón, Caridad, Confianza, Abandono confiado en la Providencia divina después de haber
hecho todo lo que podamos de nuestra parte, Entrega total, Humildad, Compasión, Reparación, Salvación de las almas, Media-
ción de María.
Para acabar estas revelaciones a Sor Josefa Menéndez pondremos un Vía Crucis dictado por el mismo Jesús, Dios hecho
Hombre.
Jesús lo empezó diciéndole a la sierva de Dios:
«Josefa, vas a contemplarme durante el doloroso camino del Calvario, en el cual voy a derramar mi Sangre. Adórala y ofrécela a mi
Padre celestial a fin de que sirva para la salvación de las almas.

VIA CRUCIS

PRIMERA ESTACIÓN.- Escucha cómo pronuncian contra Mí la sentencia de muerte... Mira con qué silencio, paciencia y
mansedumbre la recibe mi Corazón.
Almas que tratáis de imitar mi conducta: aprended a guardar el silencio y la serenidad delante de lo que os mortifica y
contraría.

SEGUNDA ESTACIÓN.- Mira la Cruz que ponen sobre mis hombros. Grande es su peso, pero es mucho mayor el amor que
siento hacia las almas.
Almas que me amáis: comparad vuestro sufrimiento con el amor que me tenéis, y no dejéis que el abatimiento apague la llama
de ese amor.

TERCERA ESTACIÓN.- El peso de la Cruz me hace caer en tierra, pero el celo por la salvación de las almas me hace levantar,
cobrar de nuevo ánimo y seguir el camino.
Almas a quienes he llamado para compartir el peso de mi Cruz: ved si vuestro celo por las almas os da nueva vida para
seguir adelante en el camino de la abnegación y renuncia, o si vuestro exceso de amor propio abate vuestras fuerzas y no os deja
soportar el peso de la Cruz.

CUARTA ESTACIÓN.- Aquí encuentro a mi Santísima y querida Madre: Contempla el martirio de estos dos Corazones. Pero el
dolor del uno y del otro se reúnen para fortalecerse mutuamente y, aunque doloroso, el amor triunfa.
Almas que camináis por la misma senda y que tenéis las mismas miras: que la vista de vuestros mutuos sufrimientos os
anime y fortalezca para que el amor triunfe. Que la unión en el dolor os sostenga y haga abrazar generosamente las espinas del
camino.

QUINTA ESTACIÓN.- Mirad cómo este hombre acepta por un pequeño interés esa carga penosa y cruel. Mirad también cómo
mi cuerpo va perdiendo fuerzas...
Almas que os habéis abrazado con el estado de perfección: si vuestro valor flaquea frente al esfuerzo que supone la lucha
contra la naturaleza, considerad que no os habéis comprometido a llevar mi Cruz por una pequeña cantidad, ni por un goce terreno
y pasajero, sino para adquirir la vida eterna y procurar la misma dicha a otras muchas almas.

SEXTA ESTACIÓN.- Mirad la caridad con que esa mujer viene a limpiar mi rostro, y cómo por amor vence todo respeto
humano.
¡Ah!, vosotros que por mi amor habéis abandonado al mundo y lo que más amabais, no dejéis que ahora un ligero temor de
perder la reputación o la fama, os impida limpiar mi rostro con actos de generosidad y de amor. ¡Ved cómo lo cubre la sangre!...

SÉPTIMA ESTACIÓN.- La Cruz agota mis fuerzas. El camino es largo y penoso. Nadie se acerca para sostenerme y mi angustia
es tal que caigo por segunda vez.
No os desaniméis, almas que camináis en pos de Mí, si en vuestra vida sin consuelo humano y llena de arideces, os veis
abandonados de todo consuelo espiritual. Cobrad ánimo a la vista de vuestro Modelo en el camino del Calvario. Ved que es la
segunda vez que cae, pero se levanta y sigue su camino hasta el fin. Si queréis tomar un poco de fuerza, venid y besadle los pies.

OCTAVA ESTACIÓN.- Las mujeres de Jerusalén lloran al verme en tal estado de ignominia.
El mundo llora delante del sufrimiento, pero Yo os digo, almas que me seguís por el camino estrecho, que más tarde el
mundo os verá andar por entre anchas y floridas praderas, mientras que él y los suyos caminarán sobre el fuego que ellos mismos
se prepararon con sus goces.

NOVENA ESTACIÓN.- Mirad que ya estoy próximo al Calvario, y caigo por tercera vez. De este modo daré fuerzas a las pobres
almas que, próximas a su muerte eterna, se ablandarán con la sangre de las heridas que me produce esta tercera caída; les dará
gracias para levantarse una última vez y llegar a conseguir la vida eterna.
Almas que deseáis imitarme: no rehuséis nunca un acto costoso, aunque os produzca nuevas heridas. ¡Qué importa!...Esta
sangre dará la vida a un alma. Imitad a vuestro Modelo que avanza hacia el Calvario.
DÉCIMA ESTACIÓN.- Mirad con cuánta crueldad me despojan de mis vestidos. Contemplad cómo permanezco en silencio y
en un total abandono.
Dejáos despojar de vuestra propia voluntad y seguid la voluntad de Dios. Yo os cubriré con la túnica de la pureza y con los
tesoros de mi propio Corazón.

UNDÉCIMA ESTACIÓN.- Ya he llegado a la cima del Calvario donde voy a entregarme a la muerte. Ya me colocan y clavan en
la Cruz... ¡Nada tengo!...ni aún libertad para mover ni un pie... Pero no son los clavos, sino el Amor el que me sujeta. Por eso no
sale de mi labios ni una queja, ni un suspiro.
Vosotros estáis clavados en la cruz de los sufrimientos de esta vida y sujetos con los clavos del amor que constituye mi
voluntad sobre vosotros. No os quejéis, no murmuréis cuando estos clavos benditos os desgarren las manos y los pies. Venid y
besad los míos: aquí encontraréis fuerza.

DUODÉCIMA ESTACIÓN.- La Cruz es mi compañera en el camino del Calvario y en la Cruz exhalo mi último suspiro.
Almas que habéis tenido la Cruz por compañera inseparable durante vuestra vida: estad seguros que en sus brazos
exhalaréis vuestro último suspiro. Pero estad seguros también que ella será la puerta por donde entraréis en la Vida.
Besad constantemente esta bendita y sagrada prenda. Abrazadla con ternura y amadla como el más grande de vuestros
tesoros.

DÉCIMATERCERA ESTACIÓN.- Mirad la caridad con que ese hombre justo se encarga de bajar mi Cuerpo de la Cruz. Lo
pone entre los brazos de mi Madre. Ella lo adora, lo besa, deja caer sus lágrimas sobre mi rostro y sobre todos mis miembros.
Después lo entrega a los que van a embalsamarlo y depositarlo en el sepulcro.
Almas escogidas: ¡Venid! ¡Tomad mi cuerpo... embalsamadlo con el aroma de vuestras virtudes!...¡Adorad sus llagas!...
Besadlas y dejad que las lágrimas caigan sobre mi rostro... Después, colocadme en el sepulcro de vuestro corazón.
Decid también una palabra de consuelo a mi querida Madre y vuestra.

DÉCIMACUARTA ESTACIÓN.- Mirad con qué delicadeza me ponen en el sepulcro. Es nuevo y, por lo tanto, limpio de la más
ligera sombra.
Almas que estáis unidas a Mí con tan estrechos lazos como es el amor, vuestra obediencia y vuestra voluntad, ofrendada
a la mía: buscad todas las delicadezas que os sugiere el amor, a fin de que vuestro corazón esté limpio y adornado para
sepultarme en él por un amor tierno, un amor fuerte, un amor constante y generoso.

Después de cada estación, Josefa decía esta Oración:


«Padre Eterno: Recibe la Sangre divina que Jesucristo, tu Hijo, ha derramado en su Pasión, por sus llagas, por su Corazón,
por sus méritos divinos, perdona las almas y sálvalas»
Y besando el suelo decía:
«Sangre divina de mi Redentor: te adoro con gran respeto y gran amor para reparar lo ultrajes que recibes de las almas».

* * *
EPÍLOGO

A lo largo de este libro hemos ido viendo cómo independientemente de la condición social en que el ser humano nace, se
educa, crece y se desenvuelve, siempre en lo más íntimo de su propio ser es libre para escoger el camino del bien, la salvación
eterna, o el camino del mal con la perdición y condenación para toda la eternidad. Hemos visto también el juicio al que todos
estamos llamados tras la muerte, juicio en el que brillarán nuestras buenas obras, o nuestras malas acciones se harán patentes; juicio
que dictaminará a nuestro favor o en contra nuestra según el estado en el que nos sorprenda la muerte: en gracia de Dios o en
pecado mortal; de ahí la necesidad de estar siempre libres de pecado mortal, y para ello, arrepentirnos de los pecados graves que
hayamos tenido la desgracia de cometer y rezar un Acto de contrición para limpiar el alma, con la condición indispensable de
confesarlos luego ante un sacerdote: nos jugamos mucho con estar en gracia de Dios o no estarlo: una bienaventuranza eterna,
donde cada minuto es mejor que el anterior, o una condenación eterna en un Infierno inimaginable de sufrimientos, desesperación,
agonía y eterna desgracia, donde cada minuto es peor que el anterior.
Hemos visto también la gran misericordia de Dios con el hombre, su gran amor por él, que lo lleva incluso a rebajarse casi al
papel de un mendigo pidiendo el amor del hombre, su criatura, su hijo, pidiendo su afecto, su conmiseración para con sus dolores
de la Pasión, que lo llevó a la Cruz para salvarlo, pidiendo sólo su conversión, su cumplimiento de los Mandamientos divinos que
lo llevarán al gozo eterno.
Correspondamos a este gran amor de Dios y la Virgen por nosotros, seamos consecuentes con los Mandamientos de la Ley
de Dios, Mandamientos que no son cadenas que coartan nuestra libertad, sino que, por el contrario, son caminos seguros que nos
conducen a la verdadera libertad en esta vida y luego a la felicidad eterna tras la muerte.
El Infierno existe, es una realidad, triste, pero realidad. Preparémonos, pues, para no ir a él. Medios : cumplir los Mandamien-
tos de la Ley de Dios. Medios para poder cumplirlos:: sacramentos, oración, lecturas piadosas, evitar las ocasiones de peligro
espiritual. Y como ayuda muy valiosa que Dios y la Virgen Santísima han puesto en nuestras manos para que de una forma sencilla
y fácil podamos salvarnos tenemos las numerosas promesas de salvación aplicadas a determinados actos piadosos: Tres Avemarías:
quien rece diariamente tres avemarías a la Virgen, Ella procurará que se salve, que muera en gracia de Dios; Rosario: quien lo rece
diariamente (cinco misterios) tiene también la promesa de salvación eterna; Primeros Viernes: todo el que comulgue nueve prime-
ros viernes de mes seguidos para honrar a Jesús y ganar su promesa, obtendrá la gracia de morir en la amistad de Dios y salvar su
alma. Hay muchas otras promesas: Primeros Sábados, Medalla Milagrosa, Escapulario del Carmen, etc... Tenemos, pues, en
nuestras manos medios de sobra para salvarnos, así., pues, como hemos dicho muchas veces en este volumen, quien se condena
es porque quiere.
No olvidemos que el Infierno existe, que podemos ir a él, y en el Infierno, según revelaciones de Dios y la Virgen, cada
minuto es peor que el anterior...
Acabamos con dos poesías muy clarificadoras, muy profundas, y que nos dicen a lo que nos exponemos si no nos salvamos:

¿Quién decide nuestra suerte?


¡La muerte!
¿Qué hay tras la virtud o el vicio?
¡El juicio!
¿Qué castigo da el Eterno?
¡El Infierno!
¿Qué laurel da la victoria?
¡La Gloria!
Todo en la vida, alma mía,
Te ha de parecer escoria
Si meditas cada día:
¡Muerte! ¡Juicio! ¡Infierno! ¡Gloria!

* * *

Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.


Que tengo que morir, es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme.
Triste cosa será, pero posible.
¡Posible!...¿Y río, y duermo y quiero holgarme?
¡Posible!...¿Y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago?...¿En qué me ocupo? ¿En qué me encanto?
¡Loco debo de ser, si no soy santo!

A. M. D. G.
CONCEPTOS BÁSICOS CRISTIANOS

MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS

I.- Amarás a Dios sobre todas las cosas.(Pecan contra este Mandamiento quien cree en el horóscopo, en supersticiones: mala
suerte los martes y trece, romper espejos, derramar sal, etc)
II.- No tomarás el nombre de Dios en vano (Se prohibe jurar en falso, decir blasfemias, jurar sin necesidad, etc.)
III.- Santificarás las fiestas. (Nos obliga este Mandamiento a oír Misa entera los domingos y días de fiesta o vísperas. Son
excusados de oír Misa los enfermos o los que por causa grave, o de trabajo, no pueden asistir; quien llega a Misa cuando ha
empezado el Credo no cumple con el precepto, tiene que oír otra Misa. También prohibe este Mandamiento trabajar sin necesidad
los domingos y días festivos)
IV.- Honrarás a tu padre y a tu madre.
V.- No matarás(Hay que respetar la vida del prójimo, pero no se nos prohibe defendernos para salvar nuestra vida u honor, o el de
la patria atacada injustamente; también se prohibe vender o consumir droga y el aborto voluntario, asimismo pecan contra este
Mandamiento quienes favorecen el aborto con su voto a partidos abortistas o hacen manifestaciones a favor del aborto).
VI.- No cometerás actos impuros.(Se nos prohibe el adulterio, la prostitución, el amor libre (es decir, hacer el acto sexual con
cualquiera que no sea la esposa o esposo propios),las prácticas homosexuales o lesbianas, la masturbación y las relaciones
prematrimoniales: o sea entre novios).
VII.- No robarás.(Para que se perdone este pecado, además de arrepentirse y confesarlo, hay que devolver lo robado; faltan
también a este Mandamiento los empresarios que defraudan en horario y sueldo a sus trabajadores, que retienen injustificadamente
los sueldos de sus obreros varios meses para que les produzcan intereses; pecan también los empleados que no trabajan lo
debido).
VIII.- No levantarás falso testimonio ni mentirás.
IX.- No consentirás en pensamientos ni deseos impuros.(Sentir no es consentir, así si nos asaltan deseos impuros hemos de
rechazarlos; en sentirlos no hay pecado: en rechazarlos hay mérito. Hemos de eliminar de nuestras vidas todo aquéllo que nos
impida mirar con los ojos de Dios, con limpieza, como: películas, revistas, tebeos, videos, pornográficos, donde el desnudo va
encaminado a excitar en nosotros pensamientos impuros. Tanto para guardar este Mandamiento, como el sexto, son imprescindi-
bles: comunión frecuente, devoción a la Virgen (con el Rosario diario, las Tres Avemarías) lectura de la Biblia, vidas de Santos,
buenos libros, deportes, apartarse de las ocasiones que sepamos nos pueden hacer pecar, y nunca estar ociosos: la ociosidad es
madre d todos los vicios).
X.- No codiciarás los bienes ajenos.

MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA.

I.- Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.(Hay obligación de oír Misa desde los 7 años, salvo impedimento
grave; no oyen Misa quienes llegan cuando ya ha empezado el Credo)
II.- Confesar los pecados mortales por lo menos una vez al año o antes si hay peligro de muerte o si se ha de comulgar.
III.- Comulgar por Pascua de Resurrección.
IV.- Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo mande la Iglesia. (La abstinencia obliga a partir de los 14 años; el ayuno desde
los 21 a los 60. La abstinencia es obligatoria todos los viernes de Cuaresma y el Miércoles de Ceniza: consiste en no comer carne.
Los demás viernes del año se puede cambiar la abstinencia por una oración, una limosna, etc. El ayuno consiste en comer en el
desayuno y cena la mitad de lo que se suele comer, al mediodía se puede comer lo que se quiera, no se puede comer nada entre
comidas. Son días de ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo).
V.- Ayudar a la Iglesia en sus necesidades. (No sólo con nuestro donativo sino también con nuestras oraciones y prestaciones
personales, pues la Iglesia la componemos todos).

SACRAMENTOS

Son siete: Bautismo, Penitencia, Comunión, Confirmación, Orden sacerdotal, Matrimonio y Extremaunción.

OBRAS DE MISERICORDIA

Son catorce: siete corporales y siete espirituales. Las corporales son: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de
beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, redimir al cautivo y enterrar a los muertos. Las espirituales son:
enseñar al que no sabe, dar buen conejo al que lo necesite, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con
paciencia las flaquezas de nuestros prójimos y rogar a Dios por vivos y difuntos.

ACTO DE CONTRICIÓN

El Acto de Contrición sirve para:


l) Perdonar los pecados mortales (con la condición de confesarse cuanto antes se pueda)
2) Aumenta nuestra gracia y méritos.
3) Disminuye la pena temporal habida por pecados ya perdonados.
Por todo ésto se recomienda rezarlo todos os días, como fin de la jornada diaria. El Acto de Contrición se puede rezar así:
«Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Padre, Creador, y Redentor mío, por ser Vos quien sois, porque os amo sobre
todas las cosas, pésame Señor de todo corazón el haberos ofendido. Ayudado de tu divina gracia propongo Señor mi vida obras
y trabajos en satisfacción de todos mis pecados y prometo nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere
impuesta, y así como os suplico así confío en Vuestra bondad y misericordia infinita de que me perdonareis y me dareis gracias
para enmendarme y perseverar en Vuestro santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.»

PADRENUESTRO

Padre nuestro que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en
el Cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonados a los que nos
ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.

AVEMARÍA

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

GLORIA

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

SALVE

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te salve, a Ti clamamos los desterrados hijos
de Eva, a Ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos
tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente! ¡Oh piadosa!
¡Oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro
Señor Jesucristo. Amén.
LA SEÑAL DE LA SANTA CRUZ

(+) Por la señal de la Santa Cruz (+) de nuestros enemigos (+) líbranos Señor Dios nuestro (+).
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo. Amén.

CREDO

Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue
concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue
crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, y está
sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso. Desde alli ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la
Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos, y la vida eterna.
Amén

YO PECADOR

Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión,
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos, y a
vosotros hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor. Amén.

CONDICIONES DEL PECADO MORTAL

Son tres:
a) Que el hecho en sí sea grave y lo sepamos en el momento de realizarlo.
b) Que en el momento de realizarlo tengamos pleno conocimiento y advertencia de lo que estamos haciendo si estamos dormidos
o medio dormidos no tenemos pleno conocimiento de lo que estamos haciendo y no se comete pecado mortal.
c) Que nadie nos obligue y sabiendo que es grave lo hagamos libremente

CONDICIONES DEL PECADO VENIAL

Son tres:
a) Que el hecho en sí sea leve y lo sepamos en el momento de realizarlo.
b) Que tengamos pleno conocimiento y advertencia de lo que estamos haciendo en el momento de realizarlo.
c) Que lo hagamos libremente, sin que nadie nos obligue.

PECADO DUDOSO

Es aquél que no sabemos con certeza si consentimos libremente, o si estábamos plenamente conscientes de que aquello era
pecado, etc. El pecado dudoso no hay obligación de confesarlo.

PERDÓN DEL PECADO MORTAL Y VENIAL

El pecado mortal siempre hay que confesarlo para que se perdone, salvo en caso de peligro de muerte o necesidad de comulgar
( si no hay sacerdote disponible para confesar) en el que se puede sustituir la confesión por un Acto de Contrición con verdadero
arrepentimiento, y con la condición de confesarlo si pasa el peligro de muerte, o hay confesor disponible. El pecado venial se
perdona arrepintiéndose por lo menos de uno y rezando un Padrenuestro, o comulgar, oír Misa, escuchar la palabra de Dios, por
el agua bendita, etc.

CONDICIONES PARA CONFESAR

Son cinco:
1) Examen de conciencia (Ver los pecados mortales que hemos cometido).
2) Arrepentimiento de los pecados.
3) Propósito de enmienda.
4) Decir los pecados al confesor. (Sin omitir ninguno mortal, porque si se omite alguno por vergüenza, entonces la confesión no
sólo no es válida sino que aún se cometería otro pecado mortal de sacrilegio).
5) Cumplir la penitencia, es decir, rezar o cumplir lo que el confesor mande.

CONDICIONES PARA COMULGAR

Son tres:
1) No tener pecado mortal, o si se tiene, y no se ha podido confesar, arrepentirse de ellos y rezar un Acto de Contrición
procurando confesarlos cuando podamos hacerlo ante un sacerdote (arts. 34 y 67 del Ritual de la Penitencia).
2) Si se tienen pecados veniales, arrepentirse por lo menos de uno.
3) No comer nada una hora antes de comulgar; sin embargo, si por descuido o por alguna otra causa no se puede este ayuno de
una hora, se puede comulgar.

ÁNGEL DE LA GUARDA

Es el amigo y compañero que Dios pone a nuestro lado desde que nacemos hasta que morimos: si contamos con él como un
verdadero amigo, él contará mucho más con nosotros. Podemos saludarlo, además de con nuestras palabras, con éstas: «Ángel
de m guarda, dulce compañía,, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes sólo, que me perdería».También podemos
contar con el Ángel de la guarda de la persona que queramos convertir, con la que tengamos algún problema, negocios, etc.:
indudablemente veremos los resultados positivos.

* * *
DEVOCIONES RECOMENDABLES

TRES AVEMARÍAS

La Virgen prometió a Santa Matilde y a otros Santos que quien rezara diariamente tres avemarías, tendría su auxilio durante la vida
y su especial asistencia a la hora de la muerte. Por eso se recomienda con insistencia el rezo de las Tres Avemarías, ya que es un
medio muy eficaz de asegurar nuestra salvación eterna.

PRIMEROS VIERNES

En una de las apariciones de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque, le dijo: «Te prometo en la excesiva misericordia de mi
Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos la gracia de la
penitencia final; no morirán en mi desgracia y sin haber recibido los Sacramentos, mi Corazón será su asilo en el último momento»
No despreciemos este medio de salvación

SANTO ROSARIO

El rezo del Rosario es muy agradable a la Virgen, así como por supuesto el cumplimiento exacto de los Diez Mandamientos, como
Ella misma lo dijo en Lourdes y Fátima. Para nosotros esta práctica devota es prenda de salvación eterna, unión de las familias y
alimento para el alma.
Se comienza con un Acto de Contrición. El Rosario tiene cinco misterios que varían según los días.

GOZOSOS (Lunes y Sábado)


La Encarnación del Hijo de Dios.
La visita de la Virgen a su pariente Isabel.
El nacimiento del Hijo de Dios en Belén.
La purificación de la Virgen y presentación del Niño Jesús en el templo.
El Niño perdido y hallado en el templo.
DOLOROSOS (Martes y Viernes)
Jesús en el Huerto de Getsemaní.
Los azotes que recibió el Hijo de Dios atado a la columna.
La coronación de espinas.
Jesús con la Cruz a cuestas.
La crucifixión de Jesús.

GLORIOSOS (Miércoles, Domingos)


La resurrección de Jesús.
La ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los cielos.
La venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.
La asunción de la Virgen a los cielos.
La coronación de la Virgen como Reina y Señora de cielos y tierra.
LUMINOSOS (Jueves)
El Bautismo de Jesús en el Río Jordán.
Las Bodas de Canaa.
El Anuncio del Reino de Dios.
La Transfiguración del Señor.
La Institución de la Eucaristía.

Cada misterio consta de un Padrenuestro, diez avemarías y un Gloria. Se puede añadir- «Ave María Purísima. Sin
pecado concebida, María Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte, ampáranos, Señora.
Amén
Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno y lleva al Cielo a todas las almas, especialmente las más
necesitadas de tu misericordia Divina».
Al terminar el quinto misterio se rezan tres avemarías y un Gloria. Después se puede añadir una Salve y las Letanías.
LETANÍAS DE NUESTRA SEÑORA

Señor, ten piedad Señor ten piedad.


Cristo, ten piedad. Cristo ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor ten piedad.
Cristo, óyenos. Cristo óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo óyenos.
Dios Padre celestial. Ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo. Ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo. Ten misericordia de nosotros.
Trinidad Santa, un solo Dios. Ten misericordia de nosotros.
Santa María Ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios. Ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes. Ruega por nosotros.
Madre de Cristo. Ruega por nosotros.
Madre de la Divina Gracia. Ruega por nosotros.
Madre purísima. Ruega por nosotros.
Madre castísima. Ruega por nosotros.
Madre intacta. Ruega por nosotros.
Madre incorrupta. Ruega por nosotros.
Madre inmaculada. Ruega por nosotros.
Madre amable. Ruega por nosotros.
Madre admirable. Ruega por nosotros.
Madre del Buen Consejo. Ruega por nosotros.
Madre de desamparados. Ruega por nosotros.
Madre del Creador. Ruega por nosotros.
Madre del Salvador. Ruega por nosotros.
Madre ded la Iglesia. Ruega por nosotros.
Madre de la familia. Ruega por nosotros.
Madre del Corazón Doloroso. Ruega por nosotros.
Protectora de nuestra fe. Ruega por nosotros.
Virgen prudentísima. Ruega por nosotros.
Virgen digna de veneración. Ruega por nosotros.
Virgen digna de alabanza. Ruega por nosotros.
Virgen poderosa. Ruega por nosotros.
Virgen clemente. Ruega por nosotros.
Virgen fiel. Ruega por nosotros.
Espejo de Justicia. Ruega por nosotros.
Trono de Sabiduría. Ruega por nosotros.
Causa de nuestra alegría Ruega por nosotros.
Vaso espiritual. Ruega por nosotros.
Vaso venerable. Ruega por nosotros.
Vaso insigne de devoción Ruega por nosotros.
Rosa Mística. Ruega por nosotros.
Torre de David. Ruega por nosotros.
Torre de marfil. Ruega por nosotros.
Casa de oro. Ruega por nosotros.
Arca de la alianza. Ruega por nosotros.
Puerta del Cielo. Ruega por nosotros.
Estrella de la mañana. Ruega por nosotros.
Salud de los enfermos. Ruega por nosotros.
Refugio de los pecadores. Ruega por nosotros.
Consoladora de loas afligidos. Ruega por nosotros.
Auxilio de los cristianos. Ruega por nosotros.
Reina de los ángeles. Ruega por nosotros.
Reina de los patriarcas. Ruega por nosotros.
Reina de los profetas. Ruega por nosotros.
Reina de los apóstoles. Ruega por nosotros.
Reina de los mártires. Ruega por nosotros.
Reina de los confesores. Ruega por nosotros.
Reina de las vírgenes. Ruega por nosotros.
Reina de todos los santos. Ruega por nosotros.
Reina concebida sin mancha original. Ruega por nosotros.
Reina asunta al Cielo. Ruega por nosotros.
Reina del Santísimo Rosario. Ruega por nosotros.
Reina de la paz. Ruega por nosotros.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.


Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecado del mundo.
Ten misericordia de nosotros.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No deseches nuestras súplicas en las necesidades, antes bien, líbranos de
todos los peligros, Virgen siempre gloriosa y bendita. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de
alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

LAS QUINCE PROMESAS DE LA VIRGEN AL BEATO ALANO SOBRE EL ROSARIO

I.- Quien me sirviere rezando constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
II.- Prometo especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente rezaren mi Rosario.
III.- El Rosario será un escudo fortísimo contra el Infierno, destruirá los vicios, librará de pecados y abatirá la herejía.
IV.- El Rosario hará germinar las virtudes y que las almas sigan copiosamente la misericordia divina, sustituirá en el corazón de los
hombres el amor de Dios al amor del mundo, y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio
se santificarán!
V.- El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
VI.- El que con devoción rezare mi Rosario considerando sus sagrados misterios, ni se verá oprimido por la desgracia, ni morirá
de muerte desgraciada; se convertirá si es pecador, perseverará en la gracia si es justo, y en todo caso será admitido a la vida
eterna.
VII.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los auxilios de la Iglesia.
VIII.- Quiero que todos los que recen mi Rosario tengan en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y sean participantes de
los méritos de los bienaventurados.
IX.- Yo libro muy pronto del Purgatorio a las almas devotas del Rosario.
X.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el Cielo de una gloria singular.
XI.- Todo cuanto se pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente, si conviene.
XII.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
XIII.- He impetrado de mi Hijo que todos los cofrades del Rosario tengan en vida y muerte como hermanos a todos los bienaven-
turados de la Corte Celestial.
XIV.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
XV.- La devoción del Santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la Gloria.

PRIMEROS SÁBADOS

El 10 de Diciembre de 1925, la Santísima Virgen dijo a la hermana Lucía de Jesús (la vidente de Fátima):
- Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas con que los hombres ingratos constantemente lo atraviesan con sus
blasfemias e ingratitudes. Tú a lo menos, procura consolarme, anuncia a los hombres que: Prometo asistir en la hora de la muerte
con las gracias necesarias para la salvación a todos aquéllos que el primer sábado de cinco meses consecutivos se confesaren,
recibieren la Sagrada Comunión, rezaren el Rosario (cinco misterios) y me hicieren compañía durante un cuarto de hora meditan-
do sobre los quince misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme.

ESCAPULARIO DEL CARMEN

La Virgen, preocupada siempre de la salvación de sus hijos, hizo a San Simón Stock la siguiente promesa, al mismo tiempo que le
daba un Escapulario:
- Recibe, hijo mío, esta prenda de salud que traigo a mis devotos de la tierra. El que muriere con ella, se librará del fuego
eterno, y entrará en la mansión de los elegidos.
También se le apareció la Virgen al Papa Juan XXII diciéndole aún más:
-Los que mueran llevando mi Escapulario serán librados del Purgatorio el sábado siguiente después de su muerte.
La Iglesia, procurando que todos los fieles usen y gocen de este beneficio concedido por la Virgen, permite cambiar el
Escapulario, por una medalla que lleve en un lado el Corazón de Jesús y en el otro la Virgen del Carmen, siempre que antes haya
sido impuesto el Escapulario ordinario; basta, después de esta imposición, con que la medalla descrita antes haya sido bendecida
normalmente.
Si no encuentras escapularios en tu localidad los puedes pedir a : Carmelitas Descalzas – Don Rodrigo 8 - 29008 MÁLAGA
(España).
MEDALLA MILAGROSA

Es la medalla» personal» de la Virgen. La Virgen misma en una aparición a Santa Catalina Labouré, el 27 de Noviembre de 1830,
le presentó el modelo de medalla que quería con las siguientes palabras: «Haz acuñar una medalla según este modelo (la Virgen
Milagrosa por un lado y una cruz y dos Corazones, de Jesús y María, por el otro) todas las personas que la lleven al cuello
recibirán grandes gracias, estos dones serán abundantes para las personas que la lleven con confianza».
La cantidad de favores y prodigios que han acompañado a los que la llevan, han confirmado las palabras de María. ¡Llévala
con confianza!.
Puedes pedirla a: Editorial «La Milagrosa» - García de Paredes 45 - 28010 MADRID (España), o a: Librerías Testimonio-
Maestro Ripoll 14- 28006 MADRID (España).

EL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO

Obra en diez volúmenes que narra en profundidad toda la vida de Jesús y de María, así como el entorno donde transcurren los
hechos, detallando de tal manera todos los aspectos y situaciones, que nos acercan a Jesús y María de una forma asombrosa.
Acercamiento que nos lleva a un mayor conocimiento, y, en consecuencia, a un mayor amor hacia Ellos. Pese a ser diez volúmenes
la Obra no se hace pesada, es como una novela, por su lectura amena, que «engancha», pero no es una novela, sino revelaciones
dadas por el mismo Jesús y María a una vidente italiana, María Valtorta (fallecida en 1961 a los 65 años de edad tras una
enfermedad que la tuvo postrada encama 28 años, paralítica de cintura para abajo).
Recomendamos vivamente esta Obra porque es una verdadera joya del Cristianismo, del Catolicismo. No hay nada en ella
que contradiga o disienta del Dogma Católico. Vale la pena de hacer el sacrificio de adquirirla porque son tantos los frutos
espirituales que de su lectura se extraen que no debería faltar en ningún hogar cristiano.
Los pedidos se pueden hacer a: JACINTO MIGUEL CORTÉS - Ctra Nacional II - Km. 150 - 42240 MEDINACELI
(Soria, España)

¡ROGAD POR LOS DIFUNTOS!

Nadie es perfecto. Incluso los más grandes Santos han tenido imperfecciones. Por eso, el Purgatorio es el lugar donde van las
almas que se han salvado, pero no tan limpias como para ir al Paraíso. Ellas por sí mismas no pueden ayudarse. Nosotros sí
podemos hacerlo, de ahí las misas de difuntos, y las demás oraciones y limosnas que hacemos por su liberación. En una visión
que tuvo la Venerable Ana Catalina Emmerick Dios le hizo ver que le era más agradable las oraciones que se hacían por las almas
del Purgatorio que las que se hacían por los vivos, ya que los vivos pueden ellos mismos ayudarse, las almas del Purgatorio, no.
Entre estas almas pueden estar nuestros padres, hermanos, familiares, amigos, etc. y es muy posible que estemos nosotros
también un día, por eso hay que pedir constantemente por ellas. San Agustín dice que todo lo que nosotros hagamos por las
almas del Purgatorio lo harán por nosotros cuando muramos... Desgraciadamente, cuando alguien muere, sus familiares creen que
ya con la Misa de funeral tiene bastante... ¡Qué equivocados están! ¡Qué poco saben de la otra vida!... Si en vez de tantas
lágrimas, coronas, flores y mausoleos caros, se acordaran de rezar por ellos, de dar limosnas en su nombre, de decirles misas, las
Misas Gregorianas serían las ideales, pues tras treinta misas seguidas, aplicadas al mismo difunto, según privilegio en la Iglesia, el
alma del Purgatorio sube al Cielo, así acertarían. ¡Pero nadie escarmienta en cabeza ajena!, y mientras sus familiares difuntos
sufren los tormentos y llamas del Purgatorio, ellos viven despreocupados de sus dolores y tormentos, y los olvidan...No seas tú
de éstos y tenlos en cuenta con tus oraciones, limosnas y sacrificios, y sobre todo, con la Misa, remedio por excelencia, para
sacar almas del Purgatorio .Ellos saben lo que tú haces en su favor y jamás olvidarán el gran beneficio que les haces al aliviarlos en
sus dolores y sacarlos de aquel lugar de sufrimiento. Las almas del Purgatorio jamás permitirán que pasen hambre quienes piden,
rezan o encargan misas por ellas No los olvides. Si tienes dificultades para decirles misas a tus difuntos en tu parroquia puedes
escribir a : Ayuda a la Iglesia Necesitada - Ferrer del Río 14 - 28028 MADRID (España), y allí te dirán, mediante un donativo, las
misas que quieras, incluso las Gregorianas. Si no tienes medios económicos para decirles misas a tus difuntos, no olvides que
después de la Misa, el Rosario es la oración más eficaz aplicable a los difuntos.

ORACIÓN DE SANTA GERTRUDIS

Nuestro Señor dijo a Santa Gertrudis que la siguiente Oración salvaría 1000 almas del Purgatorio cada vez que se rece. Además, la
Oración fue extendida a los pecadores vivos: « Oh Padre Eterno, te ofrezco la más preciosa Sangre de tu Divino Hijo Jesús, unida
a las misas celebradas hoy y a los dolores de la Santísima Virgen, por las almas del Purgatorio, por los pecadores, por mi familia,
amigos, enemigos, conocidos, por el mundo, por todos y todo. Amén.»

CEGAR AL DIABLO

« Desde hoy, añadan a cada oración que me dirijan la siguiente petición «... Inunda toda la Humanidad con las gracias de tu
Llama de amor, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén «, porque ésta es la jaculatoria con la cual podéis cegar a Satanás»
(Palabras de la Virgen ).
ORACIÓN A SAN MIGUEL

«San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y las
acechanzas del diablo. Reprímale Dios, te lo pedimos, suplicantes, y tú, Príncipe de la celestial
milicia, arroja al Infierno con el divino poder, a Satanás y a los otros malignos espíritus que
discurren por el mundo para la perdición de las almas. Amén.

LA DIVINA MISERICORDIA Y SANTA FAUSTINA KOWALSKA

LA CORONILLA A LA DIVINA MISERICORDIA


En el año 1935, la Santa Sor Faustina tuvo la visión de un ángel enviado por Dios para castigar la
tierra. Estremecida por esta señal de la ira divina, empezó a rezar pidiendo misericordia, pero sus
oraciones eran ineficaces. De repente vio a la Santa Trinidad y sintió el poder de la gracia de Jesús
dentro de su alma. Volvió a rogar a Dios por el mundo con las palabras que oyó dentro de ella:

Padre eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, Jesús en Tí confío
nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero (Diario,
La Imagen de la Divina Miseri-
476).
cordia, tal como le fue revela-
da por el mismo Jesús a Santa
Mientras seguía repitiendo esta oración, vio como el poder del ángel disminuía hasta que no María Faustina Kowalska
pudo llevar a cabo el castigo merecido (Diario, 474- 475).
Al día siguiente, cuando entró en la capilla, oyó de nuevo esta voz interior que le enseñó a rezar la oración que nuestro Señor más
tarde llamó la «coronilla «. Desde entonces rezaba esta oración casi constantemente, ofreciéndola especialmente por los agonizan-
tes.

En revelaciones posteriores, el Señor aclaró a Sor Faustina que la coronilla no era solamente para ella, sino para el mundo entero.
Además, agregó promesas extraordinarias a su rezo.

Hija Mía, anima a las almas a rezar la coronilla que te he dado (Diario, 1541). Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la
hora de la muerte (Diario, 687). Cuando recen esta coronilla junto a los moribundos, Me pondré entre el Padre y el alma agonizante
no como el juez justo sino el Salvador misericordioso (Diario, 1541).

Los sacerdotes se la recomendarán a los pecadores como la última tabla de salvación. Hasta el pecador mas empedernido, si reza
esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita. Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que
confían en Mi misericordia (Diario, 687). A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad (Diario,
1731).

Rezada en un rosario común, la coronilla a la Divina Misericordia es una oración de intercesión que extiende la ofrenda de la
Eucaristía, por lo que es particularmente apropiado rezarla después de recibir la Santa Comunión en la Santa Misa. Se puede rezar
a cualquier hora, pero nuestro Señor dijo a Sor Faustina que la rezara especialmente durante los nueve días antes de la Fiesta de la
Misericordia (el primer domingo después de Pascua). Después agregó: Durante este novenario concederé a las almas toda clase de
gracias (Diario, 796)

Así mismo, es apropiado rezar la coronilla diariamente durante «La hora de la gran misericordia», a las tres de la tarde (recordando
la hora en que Jesús murió en la Cruz). En Sus revelaciones a la Santa Sor Faustina, nuestro Señor pidió que se recordara de
manera
especial Su Pasión a esa hora.
COMO REZAR LA CORONILLA A LA DIVINA MISERICORDIA
Un Padre Nuestro, Un Ave María, Un credo de los Apóstoles

En las cuentas grandes antes de cada decena:


«Padre Eterno, yo te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo y Señor Nuestro Jesucristo,
por nuestros pecados y los pecados del mundo entero.»

En las diez cuentas pequeñas de cada decena:


«Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.»

Doxología final después de las cinco decenas: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal,
Ten piedad de nosotros y del mundo entero”
(Tres veces)
Celebra el Domingo de la Misericordia (Segundo Domingo de Pascua)
Ese día, están abiertas las entrañas de Mi miseircordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al
manantial de Mi misericordia. EL ALMA QUE SE CONFIESE Y RECIBA LA SANTA COMUNIÓN OBTENDRÁ EL
PERDÓN TOTAL DE LAS CULPAS Y DE LAS PENAS. (Según ello, su alma quedará tan limpia como si hubiere sido recien
bautizado)

LA VENERACIÓN A LA IMAGEN DE LA DIVINA MISERICORDIA


Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá, dijo Jesús a Santa Faustina. También prometo, ya aquí en la tierra,
la victoria sobre los enemigos, y sobre todo, a la hora de la muerte, Yo mismo la defenderé como Mi gloria (Diario, 48)

ORACION A LA VIRGEN DE LOS DOLORES


Esta Oración que se encuentra en un cuadro en una iglesia de Polonia, fue aprobada por el Papa Inocente XI que concedió la
liberación de quince almas del Purgatorio cuantas veces se rece. Fue aprobada también por los Papas Clemente III y Benedicto
XIV con indulgencia plenaria. S.S. Pío IX confirmó esas disposiciones y agregó 100 días de indulgencia. En esta Oración
recordamos los dolores de la Virgen María cuando recibió en sus brazos a su Divino Hijo, tras ser descolgado de la Cruz:
«¡Oh Fuente inagotable de verdad, cómo estás tan agotado!»
¡Oh Sabio Doctor de los hombres, cómo te has vuelto mudo!
¡Oh Esplendor de la Luz eterna, cómo estás tan apagado!
¡Oh Amor verdadero, cómo tu hermosa figura se ha deformado!
¡Oh Altísima Divinidad, cómo me haces ver a mí en una tan grande pobreza!
¡Oh Amor de mi Corazón, cuán grande es tu Bondad!
¡Oh Delicia de mi corazón cuán excesivos y múltiples han sido tus dolores!.
Señor mío Jesucristo, Tú que tienes en común con el Padre y el Espíritu Santo una sóla y misma naturaleza, ten piedad de toda
criatura y principalmente de las almas del Purgatorio. Amén».

* * *
FALSOS PROFETAS
Con objeto de salir al paso de la gran cantidad de falsos profetas que pululan en nuestra sociedad a escala mundial, engañando,
creando el caos mental, conduciendo al vicio, a la corrupción, a las tinieblas, al alejamiento de Dios, y, en definitiva, a la perdición
eterna de cuerpos y almas, queremos dar unos breves apuntes sobre las principales sectas, corrientes o doctrinas que engañan al
mundo, así como determinadas prácticas y abusos que siembran la desgracia en muchas familias actualmente y conducen al
hombre, y a la mujer, a unas aberraciones que coartan la libertad, la paz del alma, y, lo que es peor, conducen a la condenación
eterna. Sólo son un pequeño exponente de las muchas sectas, autores, escritores, filósofos, productores y costumbres corruptas
que compiten negativamente para apartar a las gentes de Dios, de donde se deduce que estamos en los últimos tiempos previstos
en la Biblia: « Mas has de saber ésto, que en los días postreros, sobrevendrán tiempos peligrosos. Se levantarán hombres
amadores de sí mismos, codiciosos, altaneros, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, desnaturali-
zados, implacables, calumniadores, disolutos, fieros, inhumanos. Traidores, protervos, hinchados, y más amadores de deleites
que de Dios. MOSTRANDO APARIENCIA DE PIEDAD, no renunciando a su espíritu. Apártate de los tales» (2 Timoteo 3, 1-
15)

ABORTO
Crimen repugnante ante los ojos de Dios, aunque ante algunas sociedades sea algo legal. Pecan mortalmente quienes
votan a partidos políticos que favorecen el aborto. Las que abortan, así como el personal sanitario que interviene
directamente en el aborto, incurren, además de en pecado mortal, en excomunión. Asimismo cometen pecado mortal
los que con sus manifestaciones, escritos, charlas, etc. hablan a favor del aborto.

CAPITALISMO INJUSTO
Este sistema de vida también podemos considerarlo como un falso profeta de nuestra actualidad. El capitalismo es injusto desde
el momento en que pone todas sus miras en el dinero, el dinero y el dinero, sin mirar más justicia ni intereses que enriquecerse
rápidamente, como sea, aplastando a quien sea y sin tener en cuenta nada más que sus intereses egoístas, aunque para conseguir-
lo tenga que corromper, despedir injustamente, manipular, coartar, perseguir, asesinar... Puede existir un capitalismo justo siempre
y cuando el capitalista se considere administrador de unos bienes que Dios le ha dado para servir con ellos a la justicia y al
prójimo, y, en definitiva, al Creador y Padre de todos: Dios. Pero, desgraciadamente, es muy difícil servir a Dios y a la justicia, y
al dinero. Por esto tenemos que decir que ningún cristiano puede apoyar a un capitalismo injusto que pisotea, explota, masacra al
pueblo, despide injustamente, por caprichos o intereses egoístas, a trabajadores honrados, sin respeto a su dignidad humana y de
hijos de Dios. Los Gobiernos deben procurar que en sus respectivos países todos los ciudadanos, aún los menos pudientes,
tengan casa, educación para sus hijos y una subvención, si no encuentran trabajo, de manera que ningún ciudadano, ni sus hijos
pasen hambre.

COMUNISMO – MARXISMO
Es otro de los falsos profetas de nuestro tiempo. Aunque ya está desterrado de casi todos los países, aún quedan algunos,
como China, donde la brutal dictadura de la hoz y el martillo tiene plena vigencia. Donde quiera que el comunismo implanta su
brutal y bestial dictadura lo primero que hace es coartar, perseguir, encadenar y fusilar a la Iglesia, prohibiendo la libre práctica
religiosa; lo confirma la inmensa multitud de mártires que ha producido desde 1917, año de su instauración en Rusia, hasta
nuestros días en todos los países por donde ha ejercido su salvaje influencia, (recuérdense los mártires españoles, víctimas del
comunismo en 1936 – 39: 13 obispos, unos 13. 000 religiosos, religiosas y sacerdotes, y aproximadamente unos 300.000 seglares
de toda condición social: ancianos, y jóvenes, hombres, mujeres y aún niños, que fueron muertos por su fe; recuérdense también
los millones de víctimas en Rusia, China, Rumania, Cuba, Checoslovaquia, Camboya, Hungría, etc.) Considera la Religión como
«opio del pueblo» y así hace todo lo posible para eliminarla, prometiendo un paraíso en la tierra, lo que es mentira, pues lo que
produce es un infierno de esclavitud, pobreza, miseria, delación, cárcel, denuncia y muerte: todo lo que nos aleja de nuestro
Creador conduce al caos, a la confusión , a la esclavitud, a la condenación eterna. Pío XI habla del comunismo en distintos
mensajes y de la siguiente manera: «El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir en ningún campo la
colaboración con él de parte de los que quieren salvar la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos por error, cooperan en la
victoria del comunismo en su país, serían las primeras víctimas de su equivocación, y cuanto más los países en que el comunismo
logre penetrar se distingan por su antigüedad y grandeza de su civilización cristiana, tanto más devastador se manifiesta el odio de
los sin Dios. Donde el comunismo ha logrado afirmarse y dominar; se ha empeñado por todos los medios en destruir, como lo
proclama abiertamente, desde sus fundamentos, la civilización y la religión cristiana, extinguiendo en los corazones de los hom-
bres, especialmente en la juventud, todo recuerdo de ella.
Obispos y sacerdotes han sido desterrados, condenados a trabajos forzados, fusilados y ultimados de los modos más
inhumanos, y simples seglares, por haber defendido la Religión, han sido tenidos por sospechosos, vejados, perseguidos y
llevados a las cárceles y ante los tribunales» (Divini Redemptoris).
«Las aspiraciones más legítimas y más necesarias, así como los instintos más brutales, sirven para la antirreligiosidad del
comunismo» (Caritate Christi Compulsi).
Creo que estas palabras del Papa Pío XI son claras para hacernos ver cómo el comunismo no es sólo una opción política
sino el mayor enemigo que el Cristianismo ha tenido en su Historia, y aún tiene, junto al Islam y la masonería, y, en consecuencia,
ningún cristiano podrá ser comunista, bajo pena de pecado mortal.

DIVORCIO
El divorcio no está permitido por Dios. Quien se divorcia de su mujer y se casa con otra comete pecado de adulterio contra su
primera mujer. Nos basamos los cristianos para afirmar ésto en las palabras de Jesús, Dios hecho Hombre: « Pero yo os digo que
cualquiera que despidiere a su mujer, si no es por causa de matrimonio ilegítimo la induce a fornicar, y el que se casare con la
repudiada es asimismo adúltero» (Mateo 5, 32). En algunas traducciones se dice en vez de «matrimonio ilegítimo», «adulterio»,
«fornicación», pero la traducción correcta de la palabra «zenut» del texto original pasado al griego «porneia» no significa «adulte-
rio» ni «fornicación», sino realmente matrimonio ilegítimo como hemos puesto en el texto de (Mateo 5, 32). Más adelante, dice
también Jesús: « Y dijo (Jesús). Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y unirse ha con su mujer, y serán dos en una
sola carne.
Así que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios, pues, ha unido, no lo desuna el hombre « (Mateo 19, 5-6) San
Marcos también habla de lo mismo: «Vinieron entonces a él unos fariseos y le preguntaron por tentarlo: si es lícito al marido
repudiar a su mujer.
Pero él, en respuesta, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés?
Ellos dijeron: Moisés permitió repudiarla precediendo escritura legal del repudio.
A los cuales replicó Jesús. En vista de la dureza de vuestro corazón os dejó mandado eso.
Pero al principio, cuando los creó Dios, formólos hombre y mujer.
Por cuya razón dejará el hombre a su padre y a su madre y juntarse ha con su mujer.
Y los dos no compondrán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
No separe, pues, el hombre lo que Dios ha juntado.
Después, en casa, le tocaron otra vez sus discípulos el mismo punto.
Y él les inculcó. Cualquiera que desechare a su mujer y tomare otra, comete adulterio contra ella.
Y si la mujer se separa de su marido, y se casa con otro, es adúltera» (Marcos 10, 2-12).
En la Iglesia existe solamente un caso en el cual un matrimonio puede quedar desvinculado y volverse a casar: anulación del
matrimonio. La anulación del matrimonio se otorga en la Iglesia sólo cuando se ve que un matrimonio fue hecho a la fuerza, o bien
faltó verdadero amor en alguno de los dos contrayentes: alguien que se casó por el dinero, la fama, el poder o la belleza de su
consorte, pero sin verdadero amor: un matrimonio realizado sin verdadero amor no se ha verificado, es ilícito, no existe, de ahí que
la Iglesia haya anulado matrimonios donde se vio claro que los contrayentes se casaron por intereses distintos al amor.
¿Y si un matrimonio se casó de verdad, con amor, y luego al cabo de cierto tiempo ven que ya no se soportan más?... : la
Iglesia admite la separación de ambos cónyuges, separación que no es anulación, es decir, no pueden volver a casarse otra vez,
puesto que un matrimonio que se consumó con amor es indisoluble hasta que la muerte los separe. Es conveniente que los
católicos sepamos que los que se casan por amor lo hacen para siempre, y esto no porque lo haya dicho un cura, o el Papa, sino
porque lo ha dicho Jesús, Dios hecho Hombre: «Así que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios, pues, ha unido, no lo
desuna el hombre» (Mateo 19,6).
El cristiano que se divorcia de su mujer y se casa con otra, cada vez que haga el amor con su nueva mujer comete un pecado
mortal porque en realidad su mujer no es la segunda, sino la primera mujer a la que prometió, con amor, fidelidad « hasta que la
muerte los separe».

DROGA, ALCOHOL, JUEGO

Son otros falsos profetas de nuestro tiempo que prometen una vida mejor y sólo conducen a la ruina, la sobredosis, al caos, a la
muerte. Sólo Dios conduce a la Verdad, Verdad que nos lleva a la vida eterna. Ante un problema, ni el alcohol, ni la droga, ni el
juego, pueden solucionar nada, sólo Dios, Amigo que nunca falla, y María, la Virgen, nuestra Madre, nos pueden ayudar. Aprenda-
mos a confiar en Jesús, en María, a hablar con Ellos en el sagrario, en la iglesia, en nuestro interior, y no nos harán falta ni alcohol,
ni droga, ni juego para mejorar nuestra situación. Sólo Ellos: Jesús y la Virgen, solucionarán nuestros problemas, todo lo demás es
ficticio, venenoso, mentiroso, espejismo. Incurren en pecado mortal no sólo el que se droga, sino también el que vende droga y
comercia con ella.

ESPIRITISMO
Es un conjunto de actividades (espiritistas, tabla ouija, vasos, Verónica, etc.) que pretenden contactar con los difuntos, pero con
quien contactan en realidad es con trucos, fenómenos paranormales o con el diablo... ya que los difuntos no están a merced de
cualquiera que los pueda llamar: sólo aparecen cuando Dios lo dispone, en ningún otro caso Es pecado mortal practicar el
espiritismo o consultar espiritistas.

EVOLUCIÓN
Es la corriente o teoría que dice que el hombre procede del mono y éste de una célula del mar... Aunque parece indiferente su
aceptación o no, tras esta teoría se esconde el deseo diabólico de negarle a Dios su papel directo en la Creación, y, en definitiva,
su existencia... Tanto la Ciencia, la verdadera Ciencia: Termodinámica, Genética, Biología, Fósiles, Paleontología, etc. así como la
Biblia están en contra de esta teoría falsa, pese a que una pseudo-ciencia, falsa Ciencia, con pruebas falsas, intente demostrar que
el hombre procede de una célula, del mono... lo que es falso. En la Biblia (Romanos 5,12) San Pablo hace ver cómo la muerte
entró por el pecado, o sea, que antes del pecado no existía la muerte: los evolucionistas dicen que la muerte existió desde el
principio y que sólo los más fuertes sobrevivían hasta llegar al hombre. San Pablo dice que no, que la muerte vino con el pecado,
no antes, por lo que refuta a la teoría de la evolución, la niega, como falsa. :»Por tanto, así como por un sólo hombre entró el
pecado en este mundo, y por el pecado la muerte; así la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos pecaron».

HIPNOTISMO
La Venerable Ana Catalina Emmerick, religiosa agustina, vidente estigmatizada alemana muerta en 1834, habla así, por revelación
divina, del hipnotismo: «...el sueño hipnótico, y la visión de cosas remotas y futuras, por medio de este sueño, son engaños
diabólicos. La mayor parte del asunto del hipnotismo es puro engaño del demonio. Una vez en trance los hipnotizados no ven más
que falsedad y mentiras pues el diablo les presenta imágenes dándoles a todas falsas apariencias. En el hipnotismo no se invoca al
diablo pero él acude por sí mismo. Cualquier persona que se entrega a esta práctica toma de la naturaleza cosas que no pueden ser
obtenidas, como el poder de sanar y de santificar, sino en el seno de la Iglesia. Esta persona toma este poder de la naturaleza que
está llena de la influencia de Satanás en todo aquello que no está unido con Jesucristo por la verdadera fe y la gracia santificante.
Las personas hipnotizadas no ven nada en su verdadero modo de ser en relación con Dios, ven las cosas separadas y desunidas
como a través de un agujero o una hendidura. Toda unión entre pecadores es peligrosa: la penetración interior mediante el
hipnotismo lo es mucho más; por el hipnotismo es resucitada, en cierto modo, una de las facultades del hombre anterior a su caída
(facultad que no está totalmente muerta), pero es resucitada, en cierto modo, para ser desarmada, y expuesta, interiormente, a los
ataques de los diablos. Cuando en el estado hipnótico los sentidos están muertos, y la luz interior recibe y da impresiones, entonces
aquello que hay de más santo en el hombre, la vigilancia interna, está expuesta a las influencias perniciosas y a infecciones
contagiosas del maligno espíritu, del cual el alma en estado de vigilancia ordinaria no puede tener conciencia por medio de los
sentidos, sujetos, como ella, a las leyes del tiempo y del espacio. Yo veo en verdad que un alma, toda pura y reconciliada con Dios,
ni aún en este estado, en el cual los principios de su vida íntima están expuestos, pude ser herida por el diablo. Pero veo también
que si antes ha consentido la menor tentación, Satanás hace libremente su juego en el interior del alma, siempre de manera
deslumbradora y con apariencia de santidad. Las visiones se vuelven mentirosas, y si ella ve, por si acaso, algún medio de sanar el
cuerpo mortal compra este poder a caro precio, es decir al precio de una infección secreta del alma inmortal. El hipnotizado está
frecuentemente manchado por un contacto mágico con las inclinaciones malas del hipnotizador. Hay una relación entre el hipnotis-
mo y el hombre con los tres reinos de las tinieblas. La esfera inferior, la más tenebrosa, es la de la magia y del culto formal a
Satanás. La segunda es la de la codicia sensual y la superstición. La tercera comprende el ateísmo y la masonería. En el recinto de
la esfera inferior y en la del medio veo los estados hipnóticos como los medios más potentes con los cuales el reino de las
tinieblas atrae a los hombres. He visto dentro de la esfera más tenebrosa ciertos estados y ciertas relaciones que en la vida ordinaria
no son considerados ilícitos y he visto a muchas personas hipnotizadas. Veo algo abominable entre ellas y el hipnotizador: son
como nubes negras de diversas formas que van de unos a otros. No he visto jamás personas bajo la influencia del hipnotismo sin
que se haya mezclado al menos una impureza sexual muy sutil. Siempre veo que sus visiones provienen de espíritus malignos que
sirven de intermediarios. He visto a personas de la región luminosa más elevada caer en la región tenebrosa por su participación en
los procedimientos hipnóticos que se aplican con apariencia de tratamientos de enfermedades y ejercidos con pretexto de intereses
científicos. Yo los vi hipnotizar y seducir en sucesos engañadores y vi que sacaban a muchos del reino de la luz y los llevaban al de
las tinieblas. He visto que querían confundir estas curaciones, de origen infernal y estos reflejos de las tinieblas, con las curaciones
obradas con la luz y con la clarividencia de personas favorecidas por Dios. He visto en este estado inferior a muchos hombres
distinguidos, que trabajan, sin saberlo, en esta esfera de la iglesia infernal. La consulta mediante cartas son el simulacro del falso
dios y este falso dios es el diablo. A veces éste se ve forzado a decir la verdad y entonces la clarividente lo anuncia con ira. Los
pases y movimientos circulares sobre un miembro enfermo son absurdos y peligrosos porque tienden a peligrosas supersticiones.

HOMOSEXUALIDAD
La homosexualidad es aquella tendencia anormal que impulsa a un hombre o a una mujer a desear sexualmente a una persona de su
mismo sexo... Podemos considerar tres clases de homosexualidad: congénita, patológica y adquirida. La congénita es la que por
deformación psíquica, cerebral, genética o cualquier otra irregularidad, el niño o la niña nacen con tendencias homosexuales. ¿Qué
solución tiene entonces el homosexual de nacimiento?. Tener paciencia con su defecto y no practicar la homosexualidad, no
realizar prácticas homosexuales, con lo cual puede alcanzar perfectamente el reino de los cielos, ya que la tendencia homosexual
innata no es culpa suya, la desviación homosexual congénita no es pecado, el pecado está en realizar actos homosexuales, en hacer
cochinadas sodomíticas o consentir en los deseos impuros de homosexualidad que le puedan venir. ¿Y si el homosexual de
nacimiento mediante la cirugía, hormonas, etc, transforma su cuerpo masculino en femenino (si el homosexual es varón) o mascu-
lino (si es lesbiana)? ¿Puede llegar a contraer matrimonio cristiano?....Bajo mi punto de vista personal, considero que si un
homosexual transforma su cuerpo masculino en femenino, o viceversa, en caso de lesbianismo, como ya su psique era igual al
cuerpo en el que se ha transformado, bajo mi punto de vista personal, repito, yo no encuentro ningún obstáculo para que pueda
contraer matrimonio, siempre y cuando ese cuerpo masculino se haya transformado totalmente, incluido los genitales, en femenino,
o masculino, en caso de lesbianismo, si no fuera así, cometería pecado de homosexualidad, condenada por Dios en la Biblia; ésta
es mi opinión personal, la Iglesia aún no se ha definido al respecto y someto mi opinión personal al dictamen de la Iglesia en lo que
acuerde en este asunto. Ni que decir tiene que el homosexual no congénito, por vicio, por «contagio» no podría acceder a esta
transformación psíquica pues su psique es masculina, o femenina (en caso de lesbianismo) y su transformación iría en contra de
los Mandamientos de Dios, ya que al no ser un homosexual de nacimiento, en realidad no es homosexual, es un vicioso o un caso
patológico psíquico, pero no un homosexual real (que lo son el 80 por ciento de los que se llaman actualmente homosexuales).Todo
ésto que hemos dicho es una cosa, y siempre sometiéndolo al dictamen de la Iglesia cuando se defina al respecto, y otra muy
distinta lo que actualmente se hace en esta sociedad corrompida, donde se casan hombres con hombres, sin transformación física
ninguna, y aunque no sean homosexuales de nacimiento, y mujeres con mujeres, de la misma manera, lo que son casos de
abominación homosexual condenados por Dios. El segundo caso: homosexualidad patológica. La homosexualidad patológica
genera un falso homosexual: creer que es homosexual cuando en realidad es algo ajeno a él lo que le produce estas tendencias
homosexuales, y que si erradicamos esos factores externos, la «homosexualidad « desaparece, porque en realidad no existía.
Entre las causas de homosexualidad patológica se encuentran: el alcohol, la drogadicción, los traumas que en su infancia se hayan
producido, etc.etc. En este caso, al ser una homosexualidad patológica, la solución pasa por: visitar al psiquiatra y obedecerlo
ciegamente, con lo que esta homosexualidad irá desapareciendo progresivamente. Es obligación grave para el homosexual patoló-
gico procurar su curación, pues así evitará el peligro de caídas en actos homosexuales. El tercer caso de homosexualidad:
homosexualidad adquirida, es el que podemos decir que es el más extendido, el más abundante en el mundo homosexual.
Podemos afirmar que entre los homosexuales de nacimiento y los patológicos suman un cuarenta por ciento de los que se llaman
homosexuales, siendo el sesenta por ciento restante de homosexuales viciosos o «contagiados»... Los homosexuales viciosos, o
falsos homosexuales, son los que se dejan llevar de los deseos desviados y para «probar» practican actos repugnantes sodomíticos:
eso es lo que pasó en Sodoma y Gomorra haciendo que estas poblaciones se corrompieran y fueran destruidas con fuego y
azufre por este vicio asqueroso (Judas 7 y 8). Podemos considerar también como «homosexualidad « viciosa o corrompida la
que transitoriamente se produce en cárceles, campos de concentración y demás situaciones especiales, en las que los hombres no
pueden usar normalmente de una mujer y así se «compensan « bestialmente con otros hombres. La homosexualidad adquirida o
por «contagio» es la que hace también que determinados niños o jóvenes al ser violados o corrompidos en estas prácticas
antinaturales por homosexuales adultos adquieren este vicio siéndoles ya muy difícil, una vez adultos, salir de esta anormal
situación homosexual no congénita, sino adquirida. En este caso la solución está en cumplir los Mandamientos y con la ayuda de
la oración (el Rosario) y los sacramentos, salir del vicio. Es obligación grave del homosexual no practicar ningún tipo de
actividades sexuales homosexuales bajo pena de pecado mortal. Si no ponen los medios para luchar contra la actividad homo-
sexual no entrarán en el reino de los cielos, como afirma San Pablo: «Ni los afeminados ni los sodomitas (también son sodomitas
el hombre y la mujer que hacen el amor por el ano), alcanzarán el reino de los cielos»(I Corintios 9-10).Todos, homosexuales
(congénitos) como homosexuales falsos (por vicio, por corrupción, por «contagio» o por situaciones anormales: campos de
concentración o cárceles),.deben evitar los actos homosexuales si quieren entrar en el reino de los cielos, pues lo que Dios
condena no es la tendencia homosexual sino el consentimiento libre en las prácticas homosexuales. Igual que para los heterosexuales,
el pecado no está en sentir sino en consentir: en el sentir no hay pecado, en el consentir en el deseo impuro o en una acción
impura, sí hay pecado, y este pecado, no confesado no arrepentido, conduce a la condenación eterna, en un Infierno horroroso de
fuego y desesperación eterna. No olvidemos que para guardar el sexto y el noveno mandamiento tanto los homosexuales como los
que no lo son, debemos contar con la ayuda de la Virgen: rezar el Rosario, recepción de los sacramentos (confesión cuando haga
falta, y comunión) buenas lecturas, deporte, estar siempre ocupados en algo y nunca estar ociosos, pues la ociosidad es madre de
todos los vicios, y, muy especialmente, evitar las ocasiones peligrosas de pecar, pues «quien evita la ocasión evita el peligro». Por
otro lado es muy conveniente detenerse a considerar la suciedad de las relaciones homosexuales sodomíticas... la cochambre, lo
repugnante, la cochinada, que suponen estas relaciones antinaturales en el plano, no ya espiritual: verdadera abominación, sino
también en el plano físico: se usa para hacer el amor un conducto únicamente preparado para las deyecciones, para las excreciones...
Sólo decir ésto, a más de uno se le revuelve el estómago: pues eso son las relaciones homosexuales sodomíticas: pura inmundicia,
pura cochinada, pura guarrería. De ahí el gran odio que Dios tiene por este pecado nefando: supone una gran irracionalidad que
precisamente el rey de la Creación, el hombre, le dé un uso tan inmundo a algo que no está destinado para eso. Dejémonos de
cochinadas, de guarrerías, de suciedades, y demos a cada parte de nuestro cuerpo el respeto y el uso para el que Dios, nuestro
Creador, lo ha destinado: el aparato excretor no está hecho para hacer el amor...Quienes pese a todo lo hacen, están rebajándose a
un nivel mucho más inferior que el de los brutos: están inmersos en la inmundicia, en la asquerosidad, en la suciedad, en la
hediondez...En cierta ocasión hice un cursillo en Sanidad, y allí nos pusieron diapositivas sobre los efectos que produce en el
cuerpo humano la sífilis...Eran unas llagas tan repugnantes, que más de uno sintió deseos de vomitar y me quedo corto, de tan
asquerosas como eran aquellas llagas...Considero que en ésto de la homosexualidad sodomítica pasa lo mismo: si pusieran
diapositivas de lo cochinos, de lo repugnantes, de lo hediondos que son estos actos, muchos « homosexuales « se curarían con
rapidez...mucho más si consideran el foco de infección tan horroroso que supone el ano donde se acumulan gran cantidad de
bacterias y microbios patógenos, productores de enfermedades...no olvidemos que el sida, el mortal sida, tuvo su comienzo en
estas cochinas prácticas sodomíticas homosexuales...y por las fístulas, fisuras, desgarros y grietas que prácticas tan antinaturales
producen (el ano no está preparado, no es adecuado, para hacer el amor sino para la excreción); estos microbios, estas bacterias
productoras de muchas enfermedades, se ponen en contacto con la sangre, con la corriente sanguínea... los preservativos no
impiden los desgarros y fisuras anales, ni tampoco las infecciones: el virus del sida, por ejemplo, es menor que los poros del
preservativo más fino...Sigamos a Dios y a sus enseñanzas, contenidas en la Biblia y en la Doctrina Católica y no incurriremos en
suciedades de éstas en este mundo, y en una condenación eterna en el otro entre fuego, sufrimientos y desesperación para
siempre, siempre, siempre. El homosexual, si es de nacimiento, debe soportar con paciencia su defecto sexual y no hacer prácticas
sexuales homosexuales, pues son antinaturales y aborrecidas por Dios, que no ha hecho al hombre para que haga el amor con otro
hombre, ni a la mujer para que haga el amor con otra mujer, sino que ha dispuesto que el hombre, tras el matrimonio, tras al santo
sacramento del matrimonio, haga el amor con su esposa y no antes, como viciosamente hacen ahora. Los homosexuales por vicio,
por inducción, por contagio, por psicopatía, deben corregirse de este repugnante vicio y no practicarlo jamás, si quieren salvar sus
almas. De lo contrario, se achicharrarán en un Infierno de fuego, sufrimientos, dolores y desesperación eterna, para siempre,
siempre, siempre. Ahora están a tiempo si quieren corregirse: si no se arrepienten y mueren impenitentes, sin arrepentirse, su fin
será el horror eterno.
Acabamos con las palabras de San Pablo, tan clarificadoras al respecto: «¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de
Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, NI LOS AFEMINADOS, NI LOS SODOMITAS.
Ni los ladrones, ni los avarientos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña han de poseer el reino de
Dios (I Corintios 9- 10).
«Pues la ira de Dios se está revelando desde el cielo sobre toda la impiedad e injusticia de aquellos hombres que tienen
aprisionada la verdad de Dios con la injusticia.
Puesto que cuanto se puede conocer de Dios es manifiesto en ellos, pues Dios se lo ha manifestado.
En efecto, las cosas invisibles de Dios, aún su eterno poder y su divinidad se han hecho visible después de la creación del
mundo por el conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas, y así tales hombres no tienen disculpa.
Porque, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que devanearon en sus
discursos, y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas. Y mientras que se jactaban de sabios, pararon en ser unos necios.
Y cambiaron la gloria de Dios incorruptible por lo representado en la imagen de un hombre corruptible, de aves, cuadrúpedos
y reptiles.
Por eso, Dios los entregó a los deseos de su corazón, a los vicios de impureza, en tal grado que deshonraron ellos mismos
sus propios cuerpos.
Ellos que habían colocado la mentira en el lugar de la verdad de Dios, dando culto y sirviendo a las criaturas en lugar de
adorar al Creador, el cual es bendito por todos lo siglos. Amén.
POR ESO LOS ENTREGÓ DIOS A PASIONES INFAMES PUES SUS MISMAS MUJERES INVIRTIERON EL USO
NATURAL, EN EL QUE ES CONTRARIO A LA NATURALEZA.
DEL MISMO MODO TAMBIÉN LOS VARONES, DESECHANDO EL USO NATURAL DE LA HEMBRA, SE ABRA-
SARON EN AMORES BRUTALES UNOS CON OTROS, COMETIENDO TORPEZAS NEFANDAS VARONES CON VA-
RONES, Y RECIBIENDO EN SÍ MISMOS LA PAGA MERECIDA DE SU OBCECACIÓN.
Pues, como no quisieron reconocer a Dios, Dios los entregó a un réprobo sentido, de manera que hacen lo que no deben.
Atestados de toda suerte de iniquidad, de malicia, de fornicación, de avaricia, de perversidad; llenos de envidia, homicidas,
pendencieros, fraudulentos, malignos, chismosos.
Infamadores, enemigos de Dios, ultrajadores, soberbios, altaneros, inventores de vicios, desobedientes a sus padres.
Irracionales, desgarrados, desamorados, desleales, despiadados.
Los cuales, sabiendo bien la sentencia de Dios, de que los que practican tales acciones son dignos de muerte, no sólo las
hacen sino que también aprueban a los que las hacen «(Romanos 1, 18-32)

HORÓSCOPO
Los astros influyen en las mareas, las cosechas, los embarazos, etc.; también ejercen esta influencia en los recién nacidos,
dependiendo de la fecha de nacimiento su pertenencia a determinado signo del Zodiaco. Esta influencia, sin embargo, no sobrepa-
sa más allá del diez por ciento, de manera que jamás será condicionante para una persona el actuar de una manera característica por
pertenecer a un signo determinado del Zodiaco, siendo su voluntad, totalmente libre, la que determine sus propios actos. De ahí
que el horóscopo (predicción del futuro) sea un augurio falso, erróneo, fraudulento: no hay ninguna verdad científica en la
predicción del horóscopo, todo es manipulación, falsedad. Hacen mal, pues, los que creen firmemente en las predicciones del
horóscopo, faltando al primer Mandamiento de la Ley de Dios, pues le dan a un signo, el del Zodiaco, un poder que no tiene.

LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS


(MORMONES)
Lo mismo que hemos dicho de los testigos de Jehová podemos decir de los mormones en cuanto a su origen. Su fundador, Joseph
Smith, allá por el año 1823, en Utah (Estados Unidos), dijo haber recibido un mensaje de varios personajes,: San Pedro, Santiago,
etc. que él condensó en el llamado «Libro de Mormón « el cual constituye la guía de los actuales mormones. Además de que este
libro se ha comprobado que fue una copia, un plagio, letra por letra, y párrafo a párrafo, del libro «Versión del Rey James», del año
1611...este hombre, Joseph Smith, hizo una serie de «profecías « que no se cumplieron ninguna. Todo ésto nos lleva a la
conclusión de que este señor, fundador de los mormones, Joseph Smith, además de ser un plagiador era otro farsante como el
fundador de los testigos de Jehová. Su doctrina es como una novela de aventuras, o de ciencia ficción, pero sin base histórica, ni
real...En definitiva, basta saber que ese señor era un falsario, y un falso profeta, para que no nos detengamos en su doctrina: es
falsa, igual que su fundador.

ISLAM
El Islam es una religión falsa a la que pertenecen unos mil millones de personas: mil millones que no irán al Paraíso, porque no
están bautizados, condición indispensable para entrar en el Cielo (Marcos 16,16), (Juan 3, 5). Los buenos mahometanos pueden ir
al Limbo, lugar donde no se sufre, pero que no es ni por imaginación como el Paraíso Al Limbo van los niños no bautizados y los
paganos buenos. Esta falsa religión, el Islam, surge en el año 622 con las predicaciones de Mahoma, quien dijo tener una visión del
arcángel San Gabriel para que fundara el Islam: religión mezcla de cristianismo, judaísmo y fórmulas paganas. Que no era una
verdadera visión de Dios lo dice San Pablo cuando afirma: «Pero, aún cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo, os predique
un evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema.
Os lo he dicho y os lo repito: Cualquiera que os anuncie un evangelio diferente del que habéis recibido sea anatema.»
(Gálatas 1, 8-9)
Mahoma fue un falso profeta que engañó a los ignorantes que le hicieron caso: la gente culta de su tiempo no lo aceptó, y
aún entre la gente ignorante se impuso esta doctrina por la violencia física, no por razonamientos.
El Islam es una religión, además de falsa, retrógrada, atrasada, desfasada, en la que la mujer es discriminada y considerada
poco más importante que un animal de carga; recuérdese la marginación que sufren las mujeres en los países islámicos, sobre todo
en Afganistán, donde debían ir totalmente embozadas como si fueran sacos de patatas, no tienen derecho a ir al médico, ni andar
solas por la calle, etc. etc...El Islam si hubiera aparecido en nuestros días hubiera sido considerado una secta peligrosa porque es
intransigente, intolerante, fanático: en países no islámicos exigen todos los derechos habidos y por haber para erigir mezquitas,
centros islámicos y hacer toda la propaganda y proselitismo que quieran, pero en cambio en los países islámicos, los cristianos
son perseguidos encarnizadamente, brutalmente, salvajemente, como ocurre en países como: Sudán, Irán, Irak, Argelia, Arabia
Saudí, Marruecos, Libia, Indonesia, etc.etc.; en estos países está totalmente prohibido a los cristianos cualquier manifestación
religiosa: decir Misa, procesiones, hacer apostolado, etc. Las pocas iglesias que quedan están siendo incendiadas o transformadas
en mezquitas...como en Indonesia, Sudán (donde incluso a los niños cristianos, en pleno siglo XXI...los venden como esclavos...)
en Turquía las mujeres católicas son violadas, y los feligreses tiroteados al salir de las iglesias; en Arabia Saudí llevar colgado un
crucifijo supone la cárcel además de estar prohibido, como en los demás países islámicos, cualquier manifestación cristiana o
apostólica... Los islámicos, practican la «ley del embudo»: todos los derechos para ellos en países no islámicos, y todos los
derechos religiosos negados sistemática, brutal, encarnizada y salvajemente a los cristianos en países islámicos. Entre sus precep-
tos fundamentales tienen la «guerra santa»...¿Contra quién?...Contra los cristianos, contra los que no son islámicos: esto conduce
a fanatismos como el de Osama Bin Laden que dio lugar a la destrucción de las torres gemelas de Nueva York (11 Septiembre
2001) con miles y miles de muertos inocentes: aunque un islámico sea pacífico su mandamiento fundamental de «guerra santa» lo
induce a la violencia contra los que no son islámicos... Los islámicos que se convierten al Cristianismo, si escapan al degüello (una
joven islámica de 18 años por convertirse al religión cristiana fue decapitada por su propio padre en Londres) ... son marginados,
discriminados, hasta el punto de que tienen que emigrar...De todo esto resulta que el Islam es con todo derecho una secta peligrosa
de la actualidad, y, como hemos mencionado antes, :intransigente, brutal, irracional.
MASONERÍA
Es una secta secreta, nadie sabe quienes son sus miembros, pues actúan en el anonimato; fue fundada en Inglaterra en el año
1717. Sus objetivos fundamentales son crear en la Tierra unas condiciones de vida naturales prescindiendo para ello de Dios y sus
Mandamientos...cosa imposible, como se ha podido ver en la Rusia comunista y demás países satélites: donde prescinden de
Dios se llega al más brutal sistema totalitario antihumano...Por ésto entre sus objetivos principales la masonería tiene eliminar,
destruir, a la Iglesia Católica, a la que odia muy particularmente, y también quitar, desterrar, toda idea de Dios y del Cristianismo en
las gentes...La masonería está tras movimientos sangrientos como la Revolución Francesa, el comunismo- marxismo, el nazismo,
etc.etc. y también, en las sombras, si no de una manera directa, sí indirectamente, tras casi todas, por no decir todas, las sectas
actuales, incluido el satanismo...etc. así como también tras todas las aberraciones sexuales que ahora quieren hacer pasar por
cosa natural: homosexualidad sodomita practicante, pornografía, adulterio, relaciones extraconyugales, relaciones prematrimoniales,
amor libre, masturbación, prostitución, divorcio, etc. etc. Para ello se infiltra en los Gobiernos de los Estados y en sus
Instituciones fundamentales para poder influenciar en las Leyes y así apartar a las gentes de Dios y, sobre todo, de la Iglesia
Católica, dictando leyes anticristianas como la del aborto, etc .etc.: la evolución es una teoría fomentada, alentada y promocionada
por la masonería para así eliminar a Dios: según esta teoría, que antes hemos comentado, todo fue fruto del azar y Dios no
aparece por ninguna parte: o sea, fomenta el ateísmo...cuando la verdadera Ciencia habla, grita: ¡Hay Dios!. También la masone-
ría se mete dentro de la Iglesia, llegando a ocupar altos cargos y así, desde dentro, destruir a su enemigo más enconado: la misma
Iglesia Católica...: hay parroquias en las cuales no dicen misa algunos días de la semana, habiendo sacerdotes para ello, con el
pretexto de «descansar», (no sé si estos sacerdotes tampoco respiran esos días, para «descansar» los pulmones...)hay iglesias
donde han quitado los reclinatorios de los bancos para que las gentes no se arrodillen en la consagración, y así quitarle a Dios el
honor y respeto de adoración que se merece (el siguiente paso será negar a Dios en la Eucaristía.....o negarle la divinidad a Jesús,
como hacen las sectas...:; hay sacerdotes que avalan y favorecen las relaciones extraconyugales, la homosexualidad practicante
(condenada en la Biblia y por la Iglesia), etc .etc. ¿Quién duda ya de que detrás de estos sacerdotes negativos hay una mano negra
que los impulsa a hacer todas estas cosas contrarias a la gloria de Dios y a sus Mandamientos?...No sé si estos sacerdotes serán
masones o no....pero, por lo menos le hacen el juego a la masonería ...y a l diablo, que es quien en realidad está detrás de la
masonería ...La Venerable Ana Catalina Emmerick, vidente estigmatizada , ya comentada anteriormente, dijo que la masonería era
pura inmundicia...Todos los Papas, desde Pi o VI (1775) hasta Pío XII, han condenado la masonería. León XIII habla así de la
masonería en su encíclica « Humanum genus «: «... suprimidos los principios y fuentes de toda honestidad, y justicia, como
suelen hacerlo naturalistas y masones, falta inmediatamente todo fundamento y la defensa a la ciencia de lo justo e injusto. Y, en
efecto, la única educación que a la masonería agrada...es la que llaman laica, independiente, libre, es decir, que excluya toda idea
religiosa...en dondequiera que esta educación ha comenzado a reinar libremente, suplantando a la educación cristiana, pronta-
mente se han visto desaparecer la honradez y la integridad, tomando cuerpo las opiniones más monstruosas y subir a alto nivel la
audacia de los crímenes...Hubo en la secta masónica quien dijo públicamente que había de procurarse con persuasión y maña, que
la Humanidad se saciara de la innumerable licencia de los vicios, en la seguridad de que así la tendría esclava a su arbitrio para
atreverse a todo»...
Ningún católico puede afiliarse a la masonería bajo pena de pecado mortal.

MASTURBACIÓN

Es provocar, mediante caricias o tocamientos del propio cuerpo, deliberadamente, el orgasmo sexual. No comete pecado quien,
por ejemplo, duchándose, y sin buscarlo deliberadamente, se produce un orgasmo a sí mismo; tampoco se puede considerar
pecado cuando en sueños, o medio dormido, se produce una masturbación seguida de orgasmo: falta aquí la plena advertencia
del pecado mortal que supone la masturbación, buscada deliberadamente y el pleno consentimiento, pues, estando dormido, o
medio dormido, no somos plenamente conscientes de lo que hacemos, y en consecuencia no hay pecado mortal.
¿Por qué es pecado mortal la masturbación buscada deliberadamente?
Porque en ella se busca el orgasmo sexual, orgasmo que si bien en el matrimonio es lícito buscarlo y encontrarlo junto al
propio cónyuge, no es lícito buscarlo y gozarlo individualmente, solitariamente. En Tobías (6, 16-17) se lee que le dice el arcángel
San Rafael a Tobías: «Díjole entonces el ángel Rafael: Escúchame, que yo te enseñaré cuáles son aquéllos sobre quienes tiene
potestad el diablo.
Los que abrazan con tal disposición el matrimonio que apartan de sí y de su mente a Dios, entregándose a su pasión, como
el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento, ésos son sobre quienes tiene poder el diablo».
En la oración de Tobías (8, 9) se ven las condiciones que deben acompañar al amor sexual cristiano.:
«Ahora, pues, Señor, tú sabes que no movido de concupiscencia tomo a esta mi hermana (pariente lejana con la que se casó)
por esposa, sino por el sólo deseo de tener hijos que bendigan tu nombre por los siglos de los siglos».
Aquí vemos que el deseo sexual cristiano tiene que tener una finalidad procreadora: tener hijos para hacerlos hijos de Dios y
ciudadanos del Cielo. La otra finalidad del acto sexual en un matrimonio cristiano es la de unir a dos seres que se aman de verdad:
allí donde falta el amor de verdad, el acto sexual es sólo un desahogo pasional « como el mulo y el caballo», o como hacían los
paganos, Tobías (8, 5):»Pues nosotros somos hijos de santos, y no podemos juntarnos a manera de los gentiles, que no conocen
a Dios», o sea, por pura pasión sexual, como en este caso harían los que se masturban deliberadamente para obtener un orgasmo:
en la masturbación no hay nada santo, todo es desahogo sexual, sin causa santa por medio, como ocurre en el matrimonio
cristiano: tener hijos y amor de verdad entre un hombre y una mujer que se han casado ante Dios en el altar. Vemos que este
desahogo sexual entre el marido y la mujer, siempre que haya entre ellos amor de verdad y también siendo generosos en hijos, es
lícito. San Pablo dice en (I Corintios 7, 9): «Mas, si no tienen dominio de sí, cásense. Pues más vale casarse que abrasarse». En
estas palabras de San Pablo observamos cómo el matrimonio sirve, además de para tener hijos, como desahogo sexual lícito. El
matrimonio cristiano debe se generoso en hijos ante Dios, pero si ya teniendo varios hijos, ven que por cualquier circunstancia no
pueden tener más, sinceramente, en conciencia, pueden usar medios para evitar tener hijos: no anticonceptivos que matan el feto y
que es pecado mortal, sino otros métodos naturales que impiden la formación del feto sin peligro para la salud. San Pablo arroja
también luz sobre la masturbación cuando dice en (I Tesalonicenses 4, 1-8): «Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra
santificación, que os abstengáis de la fornicación.
Que sepa cada uno de vosotros usar del propio cuerpo santa y honestamente.
No con pasión libidinosa, como lo hacen los gentiles, que no conocen a Dios.
Y que nadie peque contra su hermano, ni se aproveche de él en esta materia, puesto que Dios es vengador de todas estas
cosas, como ya antes os dijimos y testificamos.
Porque no nos ha llamado Dios a inmundicia sino a santidad «.
Peca, pues, contra el sexto Mandamiento, contra el respeto debido a su propio cuerpo, quien, deliberadamente, busca la
autosatisfacción sexual hasta obtener el orgasmo. Sin embargo, repito, quien dormido o medio dormido, o sin buscarlo delibera-
damente, en la ducha, por ejemplo, se produce un orgasmo, no comete pecado mortal: sólo quien deliberadamente, totalmente
despierto, busca la autosatisfacción sexual para lograr el orgasmo sexual, peca mortalmente.

NIÑOS DE DIOS O FAMILIA DEL AMOR


Primero se llamaban «Niños de Dios», después «Familia del Amor», cuando sus estafas y trapicheos sucios estaban en los
tribunales, y los «Niños de Dios» ya estaban desenmascarados ante la opinión pública, y supongo, que pueden haber cambiado
otra vez de nombre...Pero, en fin, lo importante aquí es saber los manejos fraudulentos que usan, porque igual que ellos hay otras
muchas sectas, que explotan a los ingenuos que caen en sus garras. Esta secta, los Niños de Dios, fundada por Moisés David, en
realidad David Brent Berg, dice que cualquier miembro de su secta puede hacer actos sexuales con quien sea, con tal de practicar
con él un «acto de caridad»...Lo que no saben sus adeptos es que este señor cobra un cheque cada vez que una de sus prosélitas
hace el amor por «caridad» con alguien...teniendo abiertas cuentas corrientes en varios bancos suizos a su costa...Es, pues, una
manera de proxenetismo o prostitución «sagrada»...Los miembros de esta secta deberían saber que no se puede dejar de cumplir
un Mandamiento por seguir otro. Nunca se puede dejar de cumplir el sexto Mandamiento que dice: «No cometerás actos
impuros» para cumplir el «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», máxime cuando en realidad quien hace el amor para satisfacer
la pasión de algún degenerado no practica con él una obra de caridad, sino al contrario, lo hunde más en el vicio y la corrupción, lo
que no es una manera correcta de salvar el alma del prójimo, sino de perderla aún más.
Igual que los manejos de esta secta, podríamos decir de otras muchas más, con distintos métodos, sistemas y objetivos
pero todas tendiendo a engañar, estafar, apartar de Dios a los que le siguen: Hare Krishna, Moon, etc. que utilizan a sus miembros
para recaudar fondos esclavizando y fanatizando jóvenes incautos que, sedientos de la Verdad, beben en charcas embarradas,
ponzoñosas y venenosas de quienes siguen «su» doctrina, no la de Jesús, Dios hecho Hombre, que dice: «Quien me sigue no va
en tinieblas» y « La verdad os hará libres»; por el contrario, estos jóvenes incautos caen en las garras de quienes faltos de
escrúpulos los usan para alcanzar sus propios objetivos, al margen de Dios, o para enriquecerse a costa de su buena voluntad,
desconociendo la guarida de lobos en la que han caído por su inexperiencia y candidez. «Por sus frutos los conoceréis», nos dijo
Jesús, y todo el que se aparte de la voluntad de Dios manifestada en los Diez Mandamientos, no es de Dios, sino de Satanás, y, en
consecuencia, no hay que seguirlos sino apartarse de ellos.

PROGRESISTAS
Más bien deberíamos llamarlos pseudoprogresistas, ya que no conducen a los que les hacen caso a un mayor perfeccionamiento
en la fe católica, sino que, al revés, siembran en ellos el caos, la confusión, y, al final, pierden la fe, y se condenan...
Los «progresistas» son aquéllos que dentro de la Iglesia Católica van paulatinamente deformando el verdadero espíritu
cristiano bíblico y católico y así aceptan la práctica de la homosexualidad, condenada explícitamente en la Biblia (I Corintios 6,
9), aceptan las relaciones prematrimoniales y la masturbación, condenadas por Dios (I Corintios 6, 18); niegan los milagros
bíblicos (atribuyéndolo todo a causas naturales); aceptan la evolución (teoría inventada por los ateos para negar a Dios, cuando
está más que demostrado, científica y bíblicamente, que es falsa, que el hombre no procede del mono, ni de ninguna célula del
mar, sino que, como dice la Biblia, procedemos todos de Adán y Eva, única pareja humana en el Universo, o Universos); niegan
el Limbo y no dan importancia al bautismo (olvidando que Jesús puso como condición indispensable para entrar en el Cielo el
bautismo. «El que creyere y se bautizare se salvará»... (Marcos 16,16); no dan importancia al tercer Mandamiento de la Ley de
Dios (santificarás las fiestas); se ríen de prácticas devotas como los Primeros Viernes, Tres Avemarías, Rosario, etc. socavando
así bases necesarias en la oración y la vida cristiana, así como los sacramentos; dudan ya del Purgatorio, del Infierno y su
eternidad, cuando, además de dogmas de fe, vemos cómo Jesús es claro al respecto diciendo, entre otros pasajes: «Apartáos de
mí, malditos. ID AL FUEGO ETERNO, QUE FUE DESTINADO PARA EL DIABLO Y SUS ÁNGELES « (Mateo 25,41); le
niegan la adoración a Jesús en la Eucaristía (permaneciendo de pie en la consagración, y quitando los reclinatorios de los bancos
en las iglesias, para que los fieles no se arrodillen...); no son muy amigos de decir misas, suprimiendo intencionadamente algún
día de la semana la Misa; nada de novena a la Inmaculada, nada de Mes de María (mes de Mayo)... ; ellos, del Dogma Católico,
aceptan lo quieren, lo demás lo desprecian; a ellos se les llena la boca de amor y caridad, pero luego dan puñaladas traperas,
desatando persecuciones implacables contra los que no piensan como ellos, incurriendo incluso en mentiras, difamaciones y
calumnias, con tal de eliminarlos ... Ellos, en definitiva son aquéllos de quienes dice Jesús: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas! Que cerráis el reino de los cielos a los hombres porque ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que entrarían «(Mateo
23, 13)

REENCARNACIÓN
Es falsa. El hombre, la mujer, sólo tienen una vida, no hay reencarnación alguna en las personas. San Pablo lo confirma en (He-
breos 9, 27-38): « Y, así como está decretado a los hombres EL MORIR UNA SOLA VEZ, y después el juicio. Así también
Cristo ha sido UNA SOLA VEZ INMOLADO para quitar los pecados de muchos, y otra vez aparecerá no para expiar los
pecados, sino para salud de los que esperan».

SATANISMO
Aunque ya su misma palabra indica sus actividades: culto y adoración al diablo, y, en consecuencia, no haría falta que lo
pusiéramos aquí como falso profeta, pues es evidente su falsedad, sí queremos hacer hincapié en la necedad, la corrupción, la
esquizofrenia, la anormalidad psíquica en la que incurren los que practican ritos satánicos, brujería, magia negra, etc. Y son falsos
profetas porque no sólo no gozarán más que los otros, en esta vida, sino que aún sufrirán más que ninguno en el Infierno (Mateo
25, 41- 46) (Marcos 9, 43) (Apocalipsis 20, 10), ya que en el Infierno hay distintos grados de sufrimientos: sufrirán más los que
más mal hayan realizado, aunque el que sufra menos allí sufrirá horrorosamente., algo inimaginable para nuestro intelecto actual;
así que si sufren tanto los que tienen menos grado de maldad en el Infierno, ya puede imaginarse cómo sufrirán los que hayan
dedicado neciamente sus vidas al culto, a la adoración del diablo: principal culpable de la desdicha del hombre sobre la tierra,
hombre al que odia con toda la maldad de la que es capaz el diablo: los satanistas serán los más atormentados por él en el Infierno,
porque allí no existe amor alguno, sino sólo ODIO, y ese odio hará que los satanistas, al llevar un gran lastre de odio, corrupción,
desprecio y burla de Dios, serán los más torturados por el diablo, serán los que más sufran por toda la eternidad: siempre,
siempre, siempre; eso, en la otra vida, en ésta no gozarán de la paz que Dios da a los hombres de buena voluntad, paz que ellos no
conocen, puesto que no andan por los caminos de Dios. Los satanistas, los brujos, las brujas, los practicantes de la magia negra,
los espiritistas acaban muchos de ellos suicidándose o en centros psiquiátricos...: el diablo se cobra el ciento por uno, es decir,
por un favor que hace, se cobra cien calamidades y sufrimientos. Dios, en cambio, paga el ciento por uno cualquier obra buena
que hagamos: vale la pena servir a Dios, pues no sólo nos dará el ciento por uno de lo que hagamos por Dios y su Reino en esta
vida, sino que aún después nos dará el reino eterno en la otra vida, es decir, la felicidad eterna, felicidad que no somos capaces de
imaginar, por más que lo intentemos, ya que excede toda imaginación y siempre nos quedaremos mucho más cortos que la
realidad: de inefable, de maravilloso, de agradable, de placentero, como es la felicidad del Paraíso.

SEXO
El sexo, creado por Dios, es bueno si seguimos los cauces, las normas, que nuestro Creador le ha puesto: el matrimonio. Pero
cuando al margen de los Mandamientos seguimos nuestro capricho, nuestra pasión, ese sexo se desvirtúa, se embrutece, se
degrada, espiritual y físicamente. Sólo en el matrimonio el sexo santifica, eleva; fuera del sagrado vínculo del altar el sexo es algo
sucio, negativo, indecente, degenerado, bestial. Son falsos profetas del sexo: la homosexualidad practicante, el adulterio, el amor
libre, la masturbación, las relaciones prematrimoniales, el hacer el amor sin estar casados, la pornografía, la prostitución, el
divorcio, la sodomía, las prácticas pederásticas, etc.

SINCRETISMO RELIGIOSO

Es aquel movimiento de la actualidad (promocionado por la New Age) que pretende aglutinar a todas las religiones en una
sóla, deformando la idea de Dios en un Ente, Fuerza, Causa o Poder difuso, que en realidad acaba con la idea de un Dios Creador
de todo y Todopoderoso. Para este movimiento sincretista da lo mismo la Iglesia Católica, que el Islam, que el Hinduismo, que el
Budismo, etc. dando lugar, a una amalgama heterogénea, informe, antinatural, confusa, caótica, que en realidad acaba con todas
las religiones, primero, y luego conduce al ateísmo: fin último de esta corriente de la actualidad... Para el sincretismo no hay una
religión que sea más importante que otra sino que todas son iguales. Y lo peor no es que la New Age o este movimiento
sincretista, en el fondo ateo, promocione estas ideas absurdas, sino que ya se están infiltrando también en la Iglesia Católica por
medio de los elementos progresistas (pseudoprogresistas, ya estudiados aquí en el apartado de progresistas) que siembran
mucha confusión en los católicos, sobre todo si estos católicos no están bien formados y encima es un sacerdote progresista
quien les dice todas las tonterías que los sincréticos difunden. El fallo del sincretismo está en que no todas las religiones son
iguales: decir lo contrario es cometer la misma barbaridad en la que incurriría quien considerara que todas las plantas son buenas
por el simple hecho se ser verdes, sin detenerse a considerar que hay plantas venenosas y plantas no comestibles. Lo mismo pasa
con las religiones que actualmente pueblan nuestra corrompida tierra. Por ejemplo, el Islam. El Islam es una religión falsa, veneno-
sa, ¿por qué? Porque entre sus mandamientos básicos tiene uno muy negativo: la guerra santa... ¿Guerra santa contra quién?
Contra los que no son islámicos... Querer que el Islam sea moderado es una utopía pues siempre tendrán el mandamiento básico
de «guerra santa» y si por una época se apaciguan los ánimos, en otra puede salir un exaltado como Osama Ben Laden y causar
estropicios, guerras y catástrofes como las que produjo el 11 de Septiembre de 2001 en Estados Unidos... o ha estado
produciendo en toda la Humanidad desde su infausta fundación por el falso profeta Mahoma desde el año 622 hasta nuestros días:
en España tenemos constancia de ello fundadamente tras ochocientos años de infausto dominio árabe, con su fanatismo y
persecuciones, (como los innumerables mártires de Córdoba, etc..) . Y todo esto es debido a que la «guerra santa « es
intrínseca al Islam como la caridad lo es al Cristianismo: si a los cristianos nos urge la caridad como mandamiento básico, para el
buen islámico, la «guerra santa» es un mandamiento primordial... Otra barbaridad es en la que incurren en el hinduismo, que
considera que las almas de los difuntos se reencarnan en los animales, y así, aunque se mueran de hambre, no pueden dedicarse a
la ganadería. O la misma barbaridad que cometen los testigos de Jehová que no hacen transfusiones de sangre, por una
interpretación errónea de las Sagradas Escrituras (como se ha demostrado en el apartado de Testigos de Jehová). Este igualar a
todas las religiones con el mismo rasero, lleva incluso a considerar que la Religión es mala porque conducen al fanatismo (cuando
en realidad quien conduce al fanatismo es el Islam y las religiones falsas). De todas las religiones sólo la Iglesia Católica es la
verdadera, las demás tienen vislumbres de verdad, pero no son la verdadera. No se puede hacer una amalgama del oro con la plata,
con el cobre y con el barro, porque no saldrá oro puro, sino un metal quebradizo, inútil. El sincretismo religioso, lleva al
conformismo religioso al «todo vale» cuando no es así. Cuando Jesús, Dios hecho Hombre nos dice « Id y predicar el
Evangelio» es porque es necesario que el Evangelio, la Buena Nueva, la Verdad, sea extendida, difundida, para quitar tanto error
como hay en el mundo, con tantísimas sectas y religiones falsas, erróneas, equivocadas que no conducen al hombre, a la mujer,
a una mayor perfección, sino al error, al vicio, a la corrupción, a la desesperación, al fanatismo, a la condenación eterna. Sólo hay
una Religión verdadera: la Católica. Esto no implica que todos los que están en ella sean perfectos. La Doctrina es perfecta, pero
quien no la cumple no es perfecto, de donde se deduce que como dice San Juan «Con nosotros están pero no son de los
nuestros» (I Juan 2, 19 ) ¿Cómo se identifica al verdadero cristiano, al verdadero católico? Por tres señales: a) Que acepte el
Dogma Católico. b) Que cumpla los Mandamientos. c) Que reconozca que Jesús es Dios. Quien no cumple estas condiciones no
es buen católico, y en realidad no pertenece a la Iglesia Católica. Algunos achacan a la Iglesia el escándalo de la Santa Inquisi-
ción... Ninguno de los miembros de la Inquisición han sido canonizados, incluso la Inquisición persiguió a los verdaderos Santos:
Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Juan de Avila, Santa Juana de Arco, etc. La perfección del Catolicismo lleva a un
San Francisco de Asís, a un San Juan de Dios, a un San Juan Bosco, a un Padre Damián, a una Teresa de Calcuta...La «perfec-
ción» del Islam lleva a un régimen como el de los talibanes en Afganistán, a un Osama Ben Laden... Estemos pues alertas con
todos esos movimientos actuales que persiguen la unidad de las Iglesias. Debe perseguirse la unidad de las Iglesias, pero no
cediendo al error, a la mentira, a la falsedad, al vicio, a la degeneración. Lo ideal sería que todos formaran una sóla Iglesia, pero
teniendo en cuenta que la verdadera Iglesia es la Católica. Todo el que quiera acercarse a la Verdad, que entre dentro de la Iglesia
Catódica que es la verdadera. Si todos los católicos fueran verdaderamente católicos la Iglesia atraería a las gentes a su seno,
atraídos por su perfección y virtud. Si actualmente la Iglesia Católica no atrae a las gentes, es porque dentro de ella hay muchos
que se dicen católicos, pero no lo son, son entes corrompidos que escandalizan dentro y fuera de la Iglesia. Pero el día que la
Iglesia esté formada por verdaderos católicos (aquellos que cumplen los Mandamientos y siguen fielmente el Dogma Católico)
entonces la Iglesia Católica brillará como la única verdadera Iglesia de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, que hay en el mundo.
De ahí, que más que nunca sea necesaria la predicación, la evangelización, las Misiones, la Catequesis (bien dada) pues hay
muchísima ignorancia no sólo fuera de la Iglesia Católica, sino también dentro, donde los niños son catequizados muy superfi-
cialmente, sin base, sin profundidad: no se les enseña a los niños los fundamentos básicos cristianos como son los Mandamientos
de la Ley de Dios, las oraciones básicas, el concepto de pecado y su perdón, las obras me misericordia, etc. de manera que el niño
que hace la Primera Comunión no sabe ni a Quien va a recibir gracias a una Catequesis progresista donde a los niños no se les
habla del Infierno, ni del Paraíso, ni nada de nada. Tenemos que espabilarnos en la Iglesia y no caer ni en el progresismo corrupto,
engañador y difuso, ni tampoco en un ultraconservaduriusmo que quiere que volvamos a decir la Misa en latín, cuando no hay
quien la entienda .

SUPERSTICIONES
Son aquéllas que como la cadena de la Virgen del Carmen, martes y trece, fotocopias de San Judas Tadeo, derramar sal, romper
espejos, dar patadas a una lata, poner perejil a San Pancracio, etc. amenazan o prometen, sin base que lo justifique, desgracias o
premios. Quienes creen estas tonterías faltan al primer Mandamiento de la Ley de Dios, pues otorgan a algo un poder que no tiene
en realidad; otra cosa es muy distinta es que se pida a la Virgen del Carmen, a San Judas Tadeo o a San Pancracio, pero sin perejil,
sin fotocopias, sin amenazas.

TESTIGOS DE JEHOVÁ
Aunque los católicos debemos reconocer su espíritu proselitista, el trabajo que desarrollan los miembros de esta corriente
religiosa falsa, sin embargo no debemos aceptar sus errores. El principal de ellos está en el fundador de los testigos de Jehová:
Charles Russell (de Pittsburg, Estados Unidos). En 1874 se separó de los Adventistas (protestantes) y fundó esta religión falsa.
Educado en la mentalidad calvinista fundó los «Serios Investigadores de la Biblia», que no fueron ni serios, ni investigadores, ni
conocedores de la Biblia ya que carecían de estudios profundos sobre las lenguas originales de la Escritura como el griego y el
hebreo... Así, de esta manera «tradujeron «, tanto él como sus seguidores, como les dio la gana, «refutando», sin bases para ello,
a quienes por su total dedicación y especialización en lenguas originales bíblicas sabían, y saben, mucho mejor que ellos la
verdadera traducción que hay que dar a los textos originales bíblicos. De esta ignorancia les viene la gran cantidad de graves
errores que tienen en su Biblia, adaptada a su doctrina, en vez de ser su doctrina la que se adapte a la Biblia, lo que demuestra la no
recta intención de los fundadores de los testigos de Jehová. Por otro lado, y esto debería ser muy significativo para los testigos
de Jehová actuales, para hacerles ver que siguen a falsos profetas, está el conjunto de « profecías « que hicieron sus fundadores,
y que no se cumplieron, como la que hizo Russell de que «en 1914 comenzaría el milenio de la paz de Cristo»... Comenzó, por el
contrario, la Primera Guerra Mundial... Su esposa también le imitó en las «profecías»... pero como no coincidían con las de su
esposo, se divorciaron y «profetizaron» ambos por separado... Ninguna de estas «profecías» se cumplió... Teniendo en cuenta
que también el sucesor de Russell, J.F. Rutherford hizo « profecías», confirmando asimismo el fallo de la «profecía» de su
predecesor sobre el comienzo del milenio de la paz de Cristo, en 1914, puso él la fecha exacta de este magno acontecimiento para
comienzos de 1918...Sin embargo esta profecía tampoco se cumplió, pues las enfermedades, la peste y la sangre de la Guerra
Europea asolaban a los hombres, eso sin contar con la Segunda Guerra mundial que vino poco después...En definitiva, son
falsos profetas los que fundaron a los testigos de Jehová, y , en consecuencia, hacen muy mal éstos en seguir esa doctrina ya que
como dice la Biblia:» Pero si un profeta osare hablar en mi nombre (habla Dios) lo que yo no mandé decir, o hablare en nombre
de dioses ajenos, será castigado de muerte: Y si tú allá en tu interior replicares: «¿Cómo puedo yo discernir cuál es la palabra que
no ha hablado Dios?
Tendrás ésto por señal: SI LO QUE AQUEL PROFETA HUBIERE VATICINADO EN NOMBRE DEL SEÑOR NO SE
VERIFICARE, ÉSTO NO LO HABLÓ EL SEÑOR, sino que lo forjó el profeta por la soberbia de su espíritu y por lo mismo no
le temas» (Deuteronomio 18, 20- 22.
Ahora niegan los testigos de Jehová que ellos hicieran esas «profecías» no cumplidas... Pero éstas constan en sus revistas
«Atalaya» y «Despertad» de 1980 para atrás, y también consta la llamada «Casa de los Príncipes», en San Diego (California)
comprada por los testigos de Jehová para alojar a Jesús, los reyes, los profetas y los apóstoles cuando resucitaran...:como no se
cumplió la «profecía « vendieron la casa...Todo ésto nos muestra que los testigos de Jehová actuales siguen siendo tan mentiro-
sos como los testigos de Jehová de antaño y sus fundadores. Son ciegos que viendo no ven, y oyendo no escuchan. Por más que
se les muestre la evidencia bíblica de algo, no hacen caso, no reconocen esta claridad y siguen con sus desvaríos bíblicos. Es
inútil querer dialogar con ellos, es perder el tiempo. Primero, porque su Biblia está falsificada, no es la verdadera Biblia, y así es
imposible que reconozcan el error, porque han traducido deliberadamente mal la Biblia para negar, por ejemplo, el alma, la
divinidad de Jesús, la realidad de la Santísima Trinidad, etc. En segundo lugar ellos tienen el cerebro» lavado»... y por más que se
les clarifique algo, no lo reconocen, sino que pasan «mariposeando» a otro tema y así sucesivamente...
Entre otras cosas que ellos niegan, pero que está clara en la Biblia su evidencia, es, por ejemplo, lo que sigue:

JESÚS NO ES DIOS.- Se ve claramente que Jesús es Dios, cuando San Juan dice en (Juan 1, 1- 14): «En el principio era el Verbo,
y el Verbo estaba en Dios, Y EL VERBO ERA DIOS (no «un dios» como interpretan erróneamente los testigos de Jehová, sino
DIOS), aquí la palabra VERBO designa a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es decir, Jesús, de donde se deduce
claramente que Jesús es Dios.

JESÚS NO ESTÁ EN LA EUCARISTÍA. ES SÓLO UN SÍMBOLO.- Esto es falso, pues cuando Jesús dice: «Ésto es mi
cuerpo, que es entregado por vosotros, haced esto en memoria mía « (Lucas 22,19) se refiere a su cuerpo y a su sangre real y
verdadera. Tanto es así que San Pablo en ( I Corintios 11, 27) dice, confirmando la presencia de Jesús en la Eucaristía: «De
manera que cualquiera que comiera este pan, o bebiera el cáliz del Señor indignamente reo será del cuerpo y de la sangre del
Señor «.

EL HOMBRE CUANDO MUERE, MUERE DEL TODO, NO HAY ALMA QUE SOBREVIVA AL CUERPO.- Falso. Lo
vemos claramente en (Mateo 10, 28), cuando Jesús, Dios hecho Hombre, dice: « No temáis a los que matan al cuerpo Y NO
PUEDEN MATAR EL ALMA; antes temed al que puede arrojar alma y cuerpo al Infierno».

Hay muchas contradicciones más que nos muestran la manipulación de que ha sido objeto la Biblia de los testigos de Jehová,
«adaptada», como antes hemos mencionado, a su desviada doctrina, y no ella a la Biblia como debiera ser, pero basta para
considerar como falsos profetas a los testigos de Jehová el hecho de saber que sus fundadores fueron farsantes, y quien sigue a
un falsario va por mal camino. No olvidemos tampoco que los actuales testigos de Jehová son tan mentirosos como sus
fundadores: ahora, como antes hemos mencionado, niegan que Russell, fundador de los testigos de Jehová, hiciera la «profe-
cía», no cumplida, del comienzo del «Milenio de la paz de Cristo» para 1914, lo niegan o le dan un sentido «simbólico»,
espiritual, a aquella venida de Jesús, que no se cumplió... Tampoco los testigos de Jehová de ahora quieren reconocer que en
1914 muchos testigos de Jehová se salieron de esta falsa doctrina al no cumplirse la «profecía» del farsante Russell, fundador de
los testigos de Jehová...:, vendiéndose la llamada «Casa de los Príncipes» en San Diego (California, USA); casa, palacio,
destinado a recibir a Jesucristo, a los profetas, a los patriarcas, tras la «resurrección» de 1914...lo que implica que los testigos de
Jehová creían en una venida física de Jesús en 1914... Esta negación actual de tal Palacio y del incumplimiento de la «profecía»
de 1914, trasladada, al no cumplirse, a 1918, luego a 1925, l975, etc. pues todos estos traslados sufrió la tan famosa « profecía»
de Russell, por sus seguidores, nos muestra el itinerario de falsedades, de mentiras, que han seguido los testigos de Jehová desde
su fundación, por el farsante Charles Russell, hasta nuestros días. No hace falta ni entrar a estudiar la doctrina de los testigos de
Jehová: su fundador fue un falso profeta, un farsante, un mentiroso, luego su doctrina es falsa, y sus seguidores, los actuales
testigos de Jehová, falsos profetas, puesto que difunden falsedades.
No hay que discutir con ellos, pues si así se hace se saldrá, como se suele decir, con los pies fríos y la cabeza caliente: se perderá
tontamente el tiempo: tienen el cerebro «lavado» con sus manipulaciones bíblicas y no se puede razonar con ellos. Lo mejor es
decirles: «Soy católico y no tengo tiempo para hablar con ustedes. Gracias.»...
CONCLUSIÓN
Como Jesús nos dijo, hemos de andar como corderos en medio de lobos (fuera... y, en los actuales tiempos, también
dentro de la Iglesia...) Hemos de ser sencillos como palomas pero cautos como serpientes. Para desenmascarar a los falsos
profetas tenemos cuatro señales:
l .- Quien no cumple los Mandamientos de la Ley de Dios no es de Dios.
2 - Quien no reconoce que Jesús es Dios, no es de Dios (I Juan 4, 1-3) (II Juan 1-7).
3 - Quien no acepta el Dogma Católico no va por buen camino, sino por un sendero erróneo, falso, equivocado.
4 - Quien dentro de la Iglesia lucha directa, o indirectamente, contra el Rosario, no es de Dios.

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