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Slavoj Zizek
Una de las lecciones más evidentes de las últimas décadas es que el capitalismo es
indestructible. Marx lo comparó con un vampiro, y uno de los elementos destacados de la
comparación, en estos momentos, es la capacidad de los vampiros para alzarse de nuevo
después de haber sido acuchillados hasta la muerte. Incluso el intento de Mao, con la
Revolución Cultural, de borrar hasta el mismo rastro del capitalismo ha desembocado en su
triunfal retorno.
O bien, acepta que la hegemonía va a ser permanente, pero que no obstante es posible
resistir a partir de sus intersticios.
O bien, acepta la futilidad de toda lucha, dado que la hegemonía es tan amplia que no hay
nada que hacer realmente, salvo esperar un estallido de divina violencia, en lo que sería
una versión revolucionaria de la afirmación de Heidegger: “Sólo Dios puede salvarnos.”
O bien, postula que se puede socavar el capitalismo global y el poder del Estado no
mediante un ataque directo sino mediante una reubicación del ámbito de la lucha en la
práctica cotidiana, en la que se pueda construir un mundo nuevo. De este modo, los
fundamentos del poder del capital y el Estado irán siendo socavados gradualmente y, en
algún momento, el Estado se derrumbará (un ejemplo de este enfoque lo constituye el
movimiento zapatista.)
O bien, apuesta por la repetición, a escala postmoderna, del gesto marxista clásico de
instaurar la determinación negativa del capitalismo: con el actual incremento del trabajo
cognitivo, la contradicción entre la producción social y las relaciones capitalistas se ha hecho
más flagrante que nunca, y hace posible por primera vez la democracia absoluta (en lo que
sería la posición de Hardt y Negri.)
Critchley escribe:
“Es evidente que la Historia la escriben, por lo general, quienes disponen de porras y armas
de fuego, y que uno no puede esperar derrotarlos mediante la sátira burlona o con
plumeros para el polvo. Sin embargo, tal como la historia del nihilismo ultraizquierdista
muestra con toda elocuencia, en el momento en que uno toma en sus manos una porra o
un arma de fuego está ya perdido. La resistencia política anárquica no debería pretender
imitar o reflejar la violenta soberanía arcaica a la que se enfrenta.”
Así pues, ¿qué deberían hacer, por ejemplo, los seguidores estadounidenses del Partido
Demócrata? ¿Dejar de competir por el poder del Estado y retirarse a los intersticios de éste,
dejar el poder estatal a los republicanos y comenzar una campaña de resistencia anárquica?
¿Y qué haría Critchley si se enfrentase a un adversario como Hitler? Sin duda, en un caso
así uno debería “imitar o reflejar la violenta soberanía arcaica” a la que se enfrenta. ¿No
debería la Izquierda establecer una distinción entre las circunstancias en que se puede
recurrir a la violencia en la confrontación con el Estado, y aquéllas en las que todo lo que
Resulta llamativo que el rumbo tomado por Hugo Chávez desde 2006 sea el diametralmente
opuesto al adoptado por la Izquierda postmoderna: en lugar de resistirse al poder del
Estado, se apoderó de él (en un primer momento mediante un intento de golpe de Estado,
luego democráticamente), utilizando sin cortapisas los aparatos del Estado venezolano para
sus propios fines. Además, está militarizando los barrios y organizando la formación de
unidades armadas en ellos. Y por último, la amenaza definitiva: ahora que siente los efectos
económicos de la resistencia del capital a su mandato (escasez temporal de algunos
productos en los supermercados subvencionados por el Estado), ha anunciado planes para
consolidar los 24 partidos que lo apoyan en un único partido. Hasta algunos de sus aliados
ven con escepticismo esta decisión y se preguntan si no se producirá a expensas de los
movimientos populares que han dado su impulso a la revolución venezolana. Sin embargo,
su opción, aunque arriesgada, debería ser apoyada sin reservas: la tarea consiste en hacer
que el nuevo partido funcione no como un típico Estado socialista (o peronista), sino como
un vehículo para la movilización de nuevas formas de política (como los comités de base de
los barrios de chabolas). ¿Qué deberíamos decirle a alguien como Chávez: “No, no vaya
usted a hacerse con el poder, retírese, deje el Estado y la actual situación en su sitio”? A
menudo se minimiza a Chávez llamándolo bufón, pero ¿acaso una retirada no lo reduciría
simplemente a una nueva versión del subcomandante Marcos, al que muchos izquierdistas
mexicanos califican ahora de subcomediante Marcos?” Hoy, son los grandes capitalistas –Bill