Professional Documents
Culture Documents
conocimiento
M.P.M. (Arenas)
Antorcha núm. 2, enero de 1998
Sumario:
— Introducción
— La integración del marxismo-leninismo con el movimiento de masas
— La unidad entre la teoría y la práctica
— Las distintas funciones del conocimiento empírico y del conocimiento teórico
— El paso del conocimiento abstracto al conocimiento concreto
— El aspecto absoluto y el aspecto relativo del criterio de la práctica
— ¿Es el maoísmo el marxismo-leninismo de nuestra época?
Es bien sabido que Lenin, apoyándose en las ideas de Marx y Engels, desarrolló su
propio pensamiento político en la lucha contra el anarquismo y el revisionismo,
partiendo, precisamente, de una crítica radical y sin concesiones del espontaneísmo,
crítica que continúa conservando toda su vigencia para nosotros: Los obreros no podían
tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. La
historia de todos los países atestigua que la clase obrera; exclusivamente con sus
propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es
decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los
patronos, reclamar del Gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias
para los obreros, etc. (3).
Lenin ilustraba esta concepción con la siguiente cita de Kautsky: El socialismo, como
doctrina, tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente igual que
la lucha de clases del proletariado y‚ lo mismo que ésta, se deriva aquél de la lucha
contra la miseria y la pobreza de las masas, miseria y pobreza que el capitalismo
engendra; pero el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente y no se derivan
el uno de la otra; surgen de premisas diferentes. La conciencia socialista moderna
puede surgir únicamente sobre la base de un profundo conocimiento científico. En
efecto, la ciencia económica contemporánea constituye una condición de la producción
socialista, lo mismo que, pongamos por caso, la técnica moderna, y el proletariado, por
mucho que lo desee, no puede crear la una ni la otra; ambas surgen del proceso social
contemporáneo. Pero no es el proletariado el portador de la ciencia, sino la
intelectualidad burguesa [subrayado por C.K.]... De modo que la conciencia socialista
es algo introducido desde fuera en la lucha de clases del proletariado, y no algo que ha
surgido espontáneamente (4). De ahí que Lenin concluya afirmando, en una aparente
contradicción con lo que aparece expuesto más arriba, que el desarrollo espontáneo del
movimiento obrero marcha precisamente hacia su subordinación a la ideología
burguesa [...] por lo que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en
combatir la espontaneidad (5).
Es un lugar común afirmar que son los hombres y las mujeres, y no los dioses, las
personalidades o los Estados, quienes hacen la historia. Pero los hombres no hacen la
historia en cualquier circunstancia y menos aún cualquier tipo de historia. Marx insistía
en este aspecto. Él no hablaba del hombre abstracto, sino que ponía siempre el acento en
las clases; se refería al hombre histórico, real y viviente. Decía que los hombres hacen
su propia historia, pero en condiciones dadas. Entre esas condiciones, los
espontaneístas suelen poner en el primer plano las de tipo económico. No entienden que
la lucha por el socialismo reviste un carácter especial que la distingue esencialmente de
las revoluciones precedentes y que sólo comienza cuando la clase obrera toma
conciencia de su necesidad y se organiza para llevarla a cabo. En este proceso, la labor
del partido, como portador de dicha conciencia, resulta indispensable.
Aquí lo que destaca es esa conciencia, y no el partido como organización, porque bien
es verdad que un tal partido puede degenerar, separarse de las masas y abandonar los
fines o metas revolucionarias que al principio lo habían inspirado (y todos sabemos con
cuanta frecuencia ha ocurrido esto en la historia). Sin embargo, estos accidentes, no han
de llevarnos a la renuncia de ese instrumento imprescindible de la revolución. En todo
caso, lo que se debe hacer es buscar las formas de evitar que se embote su filo y que la
burguesía pueda, llegado un momento, degenerarlo y utilizarlo contra el movimiento
obrero revolucionario. Este es un problema cuya solución depende en parte de la
aplicación por el Partido de la línea de masas, pero sobre todo o principalmente, de una
línea ideológica y política justas, marxista-leninistas. Y esto es así porque al dirigirnos a
las masas se nos planteará siempre la cuestión de hacia dónde encaminarlas, cuáles son
los objetivos inmediatos y a más largo plazo de sus acciones, quiénes sus enemigos y
aliados, cuáles los procedimientos de lucha que se deben emplear, cómo organizarse,
etc. Es decir, el partido no se dirige a las masas como un simple alumno, pues por lo
general es más lo que tiene que enseñarles que lo que ha de aprender de ellas. De lo
contrario tendríamos que admitir que la función del partido resulta innecesaria.
Otra cuestión de gran importancia consiste en determinar el papel que en este proceso
desempeña el trabajo práctico. Sobre este particular Lenin apunta en el mismo texto que
hemos citado, lo siguiente: Al subrayar así necesidad, la importancia y la magnitud de
la labor teórica de los socialdemócratas, en manera alguna quiero decir que dicha
labor deba tener prioridad respecto a la labor práctica; y mucho menos que la segunda
sea aplazada hasta la terminación de la primera. A tal conclusión podrían llegar sólo
los exégetas del ‘método subjetivo en sociología’ o los partidarios del socialismo
utópico. Por supuesto, si se supone que la tarea de los socialistas consiste en buscar
‘otros caminos (que no sean los reales) de desarrollo’‚ del país, entonces es natural que
la labor práctica se haga posible sólo cuando filósofos geniales descubran y muestren
‘otros caminos’ [...] De manera completamente distinta se plantea el problema cuando
la tarea de los socialistas reside en serios dirigentes ideológicos del proletariado en su
lucha efectiva contra los enemigos verdaderos y actuales que existen en la vía real del
presente desarrollo económico social. Con esta condición, la labor teórica y la labor
práctica se funden en un todo, en una sola labor que con tanto acierto ha definido el
veterano socialdemócrata alemán Liebknecht con estas palabras: Studieren,
Propagandieren, Organisieren (8).
No cabe ninguna duda, pues, de que hay que dirigirse a las masas, especialmente a sus
hombres y mujeres más avanzados, a fin de recabar su apoyo, inculcarles la conciencia
política de su lucha, coadyuvar a su organización independiente de la burguesía y
aprender también de ellas. Es así como hemos procedido nosotros. Hemos seguido una
línea de masas guiados por el marxismo-leninismo; una línea de masas adaptada a
nuestras condiciones, a las de un país con una estructura económica y social capitalista
y en el que, además, domina un régimen de dictadura fascista del gran capital. En tales
condiciones no podíamos guiarnos al comienzo por la directriz de las masas a las
masas, por la sencilla razón de que, antes de poder dirigirnos a las masas necesitábamos
saber qué hacer entre ellas, y esto es algo que, como se comprenderá, las masas,
atemorizadas en buena parte por el fascismo e influidas por el revisionismo, no podían
indicarnos. Así que teníamos que ser nosotros, en base a las enseñanzas del marxismo-
leninismo y del estudio de la situación concreta de España, los que debíamos
determinarlo. Y para eso necesitábamos, antes que nada, organizarnos, agrupar nuestras
fuerzas y ponernos de acuerdo para comenzar a trabajar en serio. Este proceso no se ha
efectuado sin vencer numerosas dificultades y sin luchas‚ en el seno de la propia
organización, lo que ha permitido, al mismo tiempo, fortalecernos y que se fueran
aclarando mejor las ideas.
Pues bien, tal como ya hemos señalado, esta experiencia nuestra refuta de una manera
palpable la concepción espontaneísta según la cual han de ser las masas, en todas las
condiciones o circunstancias, las que dicten la conducta o la línea a seguir a la
organización comunista.
Al parecer, los espontaneístas no acaban de comprender que el marxismo nada tiene que
ver con esa concepción de la línea de masas y que precisamente, la principal tarea que
siempre se han planteado los comunistas, desde Marx a Mao, ha consistido en lograr
establecer la fusión entre el movimiento de las masas y la teoría marxista aunque no en
la forma que ellos la describen. Es decir, que no se trata de inculcar en las masas teorías
o conocimientos más o menos generales o abstractos, mientras incorporamos a la línea
del partido las ideas economicistas o reformistas de las masas, sino que se trata de llevar
a cabo entre ellas una labor múltiple, verdaderamente comunista, orientada
fundamentalmente a elevar su conciencia política y su conocimiento de todos los
problemas y tareas relacionadas con la revolución. Para eso, lógicamente, el partido
tiene que ligarse a las masas, preocuparse por sus problemas y aprender de las masas,
preocuparse por sus problemas y aprender de ellas; tiene que extraer las enseñanzas que
se desprenden de sus luchas, pero no solamente sus experiencias de lucha económica, ni
siquiera principalmente estas experiencias, sino las experiencias más avanzadas del
movimiento obrero revolucionario, elaborarlas y extenderlas. Para todo eso se precisa
de una línea de masas, lo cual no debe ser confundido con la línea masista que
preconizan los espontaneístas.
El partido debe aprender de las masas. Pero el conocimiento que puede extraer de ellas
será limitado. Hay que tener en cuenta que la situación de los trabajadores en la
sociedad capitalista no les permite acceder a los conocimientos que hacen falta para
formular el programa la estrategia y la táctica, etc. Las masas, a lo sumo, sólo pueden
alcanzar un conocimiento superficial, parcial, del mundo y de la sociedad. Para alcanzar
un conocimiento concreto que permita hacer los planes y trazar líneas de actuación
revolucionarias, hace falta una práctica y una teoría revolucionarias, y esa teoría, en sus
aspectos más generales o de principios, está contenida en el marxismo-leninismo y sólo
puede ser aportada al movimiento de masas desde fuera. Es de ahí, del marxismo-
leninismo, de donde partimos los comunistas para comenzar el trabajo entre las masas y
elaborar el programa, la estrategia y la táctica de la revolución, así como la línea de
masas que habrá de permitirnos llevarlas a cabo. Este es el problema de la integración
de aquella teoría general y de aquellos principios a las condiciones de cada país, y esto
sólo puede hacerlo el partido comunista, armado con la teoría marxista-leninista.
Mantener otra posición no sólo equivaldría a negar la necesidad del partido, sino
también la necesidad de la misma teoría revolucionaria y de los principios
revolucionarios. Esto es, como se sabe, el abc del marxismo.
¿De dónde proceden las ideas justas, revolucionarias? Nosotros sabemos que no caen
del cielo, ni son segregadas, como si fueran bilis, por la cabeza del hombre. Proceden de
la relación del hombre con la naturaleza y de las relaciones que establecen los hombres
entre sí; o por decirlo de otra manera, proceden de la práctica, de los tres tipos
fundamentales de práctica: la práctica productiva, la práctica política y la práctica
científica. Nosotros hacemos especial hincapié en la práctica política, se podría decir
que es nuestro campo específico de actuación. La práctica política que nosotros
desarrollamos es una práctica política revolucionaria y de ella nacen nuestras ideas.
También extraemos las ideas del movimiento de masas revolucionario y las
incorporamos a nuestro programa. Pero las masas también realizan un tipo de práctica
política que no siempre es revolucionaria. Sucede con mucha frecuencia que las masas
se inclinan por una práctica política reformista e incluso reaccionaria y esa práctica
produce en las masas unas ideas reformistas o reaccionarias. ¿Pueden ser esas ideas una
fuente de inspiración o de conocimiento para una organización o un partido que se
pretenda revolucionario? Aquí no se trata de que las masas sean, en un determinado
momento, reaccionarias o revolucionarias. Este es un enfoque erróneo de la cuestión,
que viene a ocultar muchas veces las dificultades reales por las que atraviesa el
movimiento o bien la incapacidad de los revolucionarios para adaptarse a dichas
condiciones, extraer las enseñanzas de ellas y hacer avanzar, por poco que sea, a la
organización, sin hacer concesiones de principios al enemigo. En cualquier caso, los
comunistas no debemos dejarnos arrastrar por la corriente general y menos aún ir a la
zaga del movimiento de masas, esforzándonos, por el contrario, por ponernos al frente
de él para conducirlo por una vía revolucionaria. Esto no es posible hacerlo, como se
podrá comprender, si nos dejamos guiar por las ideas atrasadas de las masas, si nos
inspiramos en ellas; sino sólo cuando establecemos con las masas una relación justa
sobre la base de los principios revolucionarios marxista-leninistas y de las ideas
avanzadas que se desprenden de las experiencias del movimiento de masas.
Esta es la línea de masas que nosotros defendemos, una línea de masas aplicada a unas
condiciones distintas a las que se daban en China en la época en que Mao Zedong
formuló la línea de masas del PCCh, cuando, ciertamente, las masas de cientos de
millones de campesinos, obreros y soldados hacía mucho tiempo que se hallaban
metidas en un proceso revolucionario cuyas características eran mal comprendidas por
los comunistas, lo cual les llevaba muchas veces a deformarlas, conduciendo a la
revolución por un camino falso. Hacía falta, pues, analizar las condiciones concretas de
China, la experiencia de la lucha revolucionaria de las masas a fin de evitar los errores
del dogmatismo y del empirismo que hasta entonces habían predominado en el Partido.
Por esta razón formula Mao la línea de masas y explica, en relación con ella, la teoría
marxista del conocimiento.
Nos parece absolutamente necesario hacer esta distinción, ya que de lo contrario nos
veríamos obligados a tener que admitir cualquier línea de masas y cualquier teoría
marxista del conocimiento.
La unidad entre la teoría y la práctica
Se comprenderá que la práctica que nosotros desarrollamos no es ciega ni marcha a la
zaga del movimiento de masas, sino que le imprime, ya desde el comienzo, una
dirección determinada. Tampoco la labor teórica es realizada de una manera ciega o
teoricista. La teoría surge de las necesidades de la práctica y sirve a esas necesidades.
Por este motivo se puede asegurar también que la práctica determina los objetivos del
pensamiento teórico. Este proceso se efectúa mediante una combinación de la teoría
marxista-leninista con la práctica concreta de nuestra revolución adaptada al nivel de
desarrollo y de conocimientos en el que se encuentra el movimiento organizado. En esta
primera fase del proceso de conocimiento, el marxismo-leninismo representa el papel
principal como factor teórico, en tanto que el vínculo que establece la organización con
la realidad del país y con la lucha de las masas representa el factor empírico, o por
decirlo de otra manera: la organización comunista no parte solamente de un
conocimiento sensorial; tampoco se limita en esa fase a lo puramente racional, que es el
tipo de conocimiento que suelen tener las masas de los fenómenos sociales y
económicos.
La organización no puede, en esta primera fase a que nos estamos refiriendo, rebasar el
límite de las leyes e ideas generales y de conocimientos abstractos, comunes a todos los
países. De ahí que sea necesario estudiar las condiciones concretas de cada país, al
objeto de poder descubrir la forma que dichas leyes adoptan. Por la misma razón, este
proceso de conocimiento no puede ser dividido en dos etapas: una primera
supuestamente sensorial, y la otra racional. Presuponer esta división en dos etapas del
proceso de conocimiento nos llevaría a prescindir desde el primer momento del aspecto
teórico, del marxismo-leninismo; nos llevaría a no tener en cuenta los conocimientos ya
adquiridos por la práctica del movimiento obrero de todos los países, para depender
enteramente del conocimiento sensorial inmediato de las masas. Es como si tuviéramos
que retroceder a la Edad Media para saber que la tierra no es el centro del universo y
que el sol no da vueltas en torno a ella.
Esta cuestión, como se podrá comprender, es del mayor interés para nosotros, ya que
afecta a la teoría marxista del conocimiento que algunos supuestos maoístas parecen
empeñados en tergiversar, bien en base a lo que califican como línea de masas o más
directamente, negando los principios marxista-leninistas en toda una serie de cuestiones
que, según ellos, ya habrían sido superadas, en la tercera fase del desarrollo del
marxismo, por el pensamiento de Mao. Naturalmente Mao es completamente ajeno a
esas nuevas aportaciones que se le atribuyen. No obstante, hemos de reconocer que el
planteamiento que él hace de este problema en uno de sus textos filosóficos más
importantes induce a esa falsa interpretación que estamos comentando, tan contraria,
por demás, a su pensamiento dialéctico.
Esta tesis de Mao que acabamos de transcribir, traducida al lenguaje y a las ideas
maoístas, de los practicistas, masistas o partidarios de la tercera etapa, quiere decir lo
siguiente: primero las masas adquieren conocimientos sensibles a través de la práctica
de la lucha económica y sólo después de una acumulación de dichos conocimientos
pasan, mediante un salto, al conocimiento racional y a la lucha política. A nosotros,
comunistas, sólo nos correspondería la tarea de aprender recogiendo y sintetizando ese
conocimiento ya adquirido por las masas.
Como vemos, ésta es la misma concepción del economicismo, la táctica proceso, que
criticó Lenin a los espontaneístas que prescinden del partido, del marxismo, del
elemento consciente, para arrastrarse detrás de las masas o hacer entre ellas política
burguesa, con el pretexto de que los obreros y otros trabajadores no están
suficientemente preparados ni entienden más que aquello que ofrece resultados
económicos tangibles.
Esa concepción que divide en dos etapas el proceso de conocimiento, una primera
sensorial, la cual da paso, mediante un salto, a una segunda racional, es lo que nosotros
ponemos en cuestión por las razones que ya hemos explicado. Según la concepción
marxista-leninista, lo sensorial y lo racional forman una unidad y, por consiguiente, no
se les puede separar en etapas, es decir, no representan dos fases separadas del proceso
de conocimiento, sino dos factores de un mismo y único proceso, factores que‚ se
complementan, que se influyen y se oponen el uno al otro progresando. Aquí, claro está,
no nos estamos refiriendo al problema del origen de los conocimientos humanos en que,
efectivamente (y es a lo que sin duda se refiere Mao), se podrían establecer esas etapas;
no nos estamos interesando por el problema filosófico de la identidad del ser, de la
relación existente entre la materia y la conciencia, del problema de la existencia del
mundo objetivo, exterior a nosotros y a su reflejo en el pensamiento del hombre a través
de las sensaciones. Cuando se plantea esta cuestión, el problema del origen o la fuente
del conocimiento -y no de su desarrollo- no cabe ni la menor sombra de duda, al menos
para un marxista, de que el reflejo sensorial, que suministran los sentidos, de la realidad
externa antecede al pensamiento, a la idea. Suponer otra cosa equivaldría a caer en la
charca del idealismo o en el espiritualismo. Pero cuando se habla de principios
políticos, planes y medidas estamos presuponiendo una fase de conocimiento que rebasa
con mucho la edad más primitiva, casi zoológica, del desarrollo social. Estamos
partiendo (o debemos partir, pese a todas las mentiras y mistificaciones de la reacción)
de un conocimiento ya acumulado, que resume la experiencia histórica de toda la
humanidad en su marcha inexorable hacia el comunismo, hacia la sociedad sin clases,
experiencias que ya han sido probadas en la práctica por centenares de millones de
personas. Este conocimiento está contenido en el marxismo-leninismo y continúa
acumulándose, haciéndose más rico y variado con los nuevos aportes teóricos y
experiencias prácticas que suministra el movimiento obrero y comunista de todos los
países, de tal manera que no necesitamos partir (resultaría, por demás, imposible) de las
sensaciones, del conocimiento sensible, para poder adquirirlos. Basta con estudiarlos y
asimilarlos a través de una práctica verdaderamente revolucionaria, consciente, para
poder integrarlos a las condiciones de nuestro país. Esta integración de la teoría general
con la práctica concreta de nuestra revolución forma la unidad de la teoría con la
práctica, de lo racional-teórico con lo sensorial-empírico, y su particularidad no consiste
en que se deriva lo uno de lo otro (lo racional-teórico de lo sensorial-empírico) sino en
que ambos pares de categorías participan del mismo proceso de conocimiento.
De las dos fases del conocimiento, la sensorial y la racional, han tratado siempre los
autores revisionistas soviéticos, quienes, además, solían identificar lo sensorial con lo
empírico y lo racional con lo teórico. Esta concepción, bajo nuestro punto de vista, es
errónea ya que no tiene en cuenta que se trata de categorías que representan distintas
leyes del proceso de conocimiento. Para la dialéctica materialista, la unidad de lo
sensorial y lo racional es una constante en toda la historia de la evolución del
pensamiento que se inicia en el momento en que el animal se hizo hombre y pudo
articular palabras. Las palabras, como se sabe, son unidades de pensamiento y expresan
la unidad entre lo sensorial y lo racional, en tanto que lo empírico y lo teórico suponen
otra fase distinta, aunque unida a la anterior de una manera dialéctica, es decir, su
relación no permanece estable y se cambian constantemente la una por la otra sobre una
base de conocimiento cada vez más elevada. Es así como progresa el conocimiento. Es
en ese proceso de cambio, en el paso ascensional de lo sensorial-racional, a lo empírico-
teórico y viceversa, donde se pueden observar las dos fases y donde, además, cabe
hablar de salto. En la primera fase existe, junto a lo sensorial, lo racional, si bien esto
último en una posición subordinada a lo anterior; en la segunda fase se da también lo
sensorial, aunque en un grado menor y subordinado, a su vez, a lo racional. El nexo
entre estas dos fases es la práctica. Es mediante la práctica, en el proceso de
transformación del mundo objetivo, como se produce el salto de una fase a la otra del
proceso de conocimiento. Pero lo característico de este salto no consiste en que la
práctica transforme la realidad (la práctica forma parte de la teoría del conocimiento,
pero no es conocimiento), sino que permite al pensamiento teórico elevarse o
independizarse de lo sensorial y también, hasta cierto punto, de lo racional, para poder
acceder a un mayor conocimiento de la realidad. En cualquier caso, el pensamiento
teórico nunca se separa completamente del mundo objetivo y de la práctica y tiene que
volver a ella para confirmar sus resultados. Este es el salto que describió Lenin de la
siguiente manera: de la contemplación viva al conocimiento abstracto y de éste a la
práctica. El conocimiento abstracto es muy superior y va mucho más allá que el simple
conocimiento racional o empírico. También la práctica revolucionaria es muy superior a
cualquier tipo de práctica que no sea orientada por el conocimiento teórico. Por cierto,
no se trata aquí de contraponer la teoría a la práctica, sino de señalar sus distintas
funciones. La práctica siempre será superior a la teoría, por más que los idealistas se
empeñen en demostrar lo contrario.
Por ello se puede afirmar también que no todo conocimiento procede de la práctica ni de
la contemplación directa. Esa concepción está en oposición con toda la historia del
pensamiento y con las leyes de la lógica y principios filosóficos elaborados y
sintetizados por el marxismo. Pongamos algunos ejemplos de práctica científica. ¿No es
El Capital, de Marx, una obra científica? ¿Y acaso hubiera sido posible su elaboración
sin el pensamiento dialéctico, ateniéndose tan sólo a los datos que suministraba el
conocimiento empírico? ¿Cómo pudo analizar Marx las categorías económicas y
descubrir a través de ese análisis la ley de la plusvalía y otras leyes del desarrollo
económico y social? ¿Acaso estas categorías y leyes estaban (y están) a la vista o se
pueden medir y pesar? Otro tanto cabe decir de las ideas y concepciones de Marx y
Engels sobre el desarrollo de la lucha de clases y la construcción del comunismo. Antes
de ellos existía un conocimiento racional, empírico, superficial, de la lucha de clases y
unas ideas socialistas igualmente superficiales, utópicas, no basadas en el análisis de las
leyes del desarrollo histórico, económico y social. Marx fue capaz de recoger todas esas
ideas dispersas, analizarías e interpretarlas dándoles un sentido justo, verdaderamente
científico, lo que le permitió, además, prever su desarrollo inevitable, algo que entonces,
aún más que hoy, estaba todavía por ver. Sin embargo, ¿podemos poner en duda la
justeza de su análisis, previsiones o anticipaciones? En ese caso, ¿cómo interpretar la
crisis del sistema capitalista, la guerra imperialista de rapiña, las revoluciones socialistas
y las luchas de liberación nacional que se han producido a lo largo del presente siglo, el
desarrollo a nivel mundial de la lucha de clases, etc.? ¿A dónde puede conducir, cuál
será el resultado final del desarrollo de todas esas contradicciones y luchas, de ese caos,
sino a la implantación de la dictadura del proletariado y el triunfo en todos los países de
la revolución socialista y comunista? Y eso aunque, efectivamente, todavía no lo
podamos ver y pese a que la práctica parece haber demostrado que Marx, Engels,
Lenin, Stalin y Mao han estado, junto a todos los comunistas del mundo equivocados.
Esto último conviene retenerlo, ya que indica que en esa primera fase del desarrollo el
pensamiento aún no ha logrado independizarse de su relación directa con el mundo
objetivo del cual depende. En aquel estadio, las personas no sólo han llegado ya a
diferenciar lo que les resulta necesario de aquello que no lo es, sino que también lo
producen o lo representan en su conciencia. Por ejemplo, saben distinguir una planta
comestible y a un animal, y hacer planes, bien para recolectar las plantas o para cazar
animales. Es verdad que también los animales distinguen las plantas comestibles y
cazan a otros animales, pero como dice Marx, sólo cazan o producen aquello que
necesitan directamente para sí o para su cría, producen de un modo unilateral, mientras
que la producción del hombre es universal. La creación práctica de un mundo objetivo,
la elaboración de la naturaleza inorgánica, es obra del hombre como ser consciente de
su especie (12). Esta creación y elaboración del mundo objetivo es lo que distingue al
hombre, ser racional, de los animales y supone un grado de desarrollo del conocimiento
muy superior al puramente sensorial; presupone también la elaboración de planes para
la satisfacción de sus necesidades la existencia de un lenguaje y ciertas normas o
procedimientos para la transmisión de dichas representaciones como por ejemplo los
símbolos y los dibujos. Esta es la fase que podemos identificar como de conocimiento
empírico y de conocimiento racional. En esta fase aparecen también las primeras
manifestaciones del pensamiento abstracto, las cuales tomaron la forma de
representaciones fantásticas del mundo material y de las relaciones entre los propios
hombres.
Mao analiza este problema de la teoría del conocimiento y llega a las mismas
conclusiones: El conocimiento lógico difiere del conocimiento sensorial en que este
concierne a los aspectos aislados, las apariencias y las conexiones externas de las
cosas, mientras que aquél, dando un salto adelante, alcanza al conjunto, a la esencia y
a las conexiones internas de las cosas (17).
No obstante, hay que hacer notar que, como ya hemos explicado, lo que Mao identifica
como conocimiento sensorial no es otra cosa sino el conocimiento empírico, que se
distingue de la etapa puramente sensorial porque contiene, al menos en parte, al
conocimiento racional. Se comprende fácilmente que el hombre no podría formular
ningún tipo de juicio ni hacer plan alguno si careciera de este conocimiento. Nuestro
cuerpo y nuestro espíritu -escribió J. Dietzgen- están tan estrechamente ligados que el
trabajo físico es absolutamente inconcebible sin la participación del trabajo
intelectual; el trabajo manual más sencillo requiere la participación de le razón (18).
Otra cosa es el conocimiento lógico, teórico, el cual representa, efectivamente, una
etapa cualitativamente distinta en el proceso de desarrollo del conocimiento.
Si bien el conocimiento empírico supone siempre una fase previa necesaria para el
posterior desarrollo del conocimiento, no puede, sin embargo, por su propia función
clasificadora, por los propios límites que le impone la etapa de conocimiento que
representa, captar más que los aspectos externos, superficiales, o las apariencias de las
cosas y los fenómenos, no su esencia, es decir, sus aspectos contradictorios internos, su
automovimiento y sus relaciones o conexiones con las demás cosas. Para esto hace falta
el conocimiento lógico dialéctico. Pero este conocimiento no se deriva, de manera
automática, del anterior, ya que se mueven, por así decir, en planos diferentes y
obedecen a leyes del conocimiento también diferentes: las primeras son resultado de la
experiencia práctica espontánea, en tanto que las segundas son el fruto del pensamiento
lógico o teórico. La simple labor de observación, numeración, separación y clasificación
no es, propiamente dicha, una labor científica, y puede entrar en contradicción con el
pensamiento lógico dialéctico a partir de la confrontación superficial de algunos
resultados prácticos, empíricos. Además, la dialéctica no sólo establece las diferencias
cuantitativas y cualitativas entre las cosas y los fenómenos del mundo objetivo, sino
también, de manera particular, lo que es común a todos ellos en un sistema o
concepción única y, como ya hemos visto, la transición de lo uno en lo otro como lo
más importante.
Esto es lo que nosotros entendemos por pensamiento teórico, cuyo contenido difiere
esencialmente del conocimiento racional-empírico. No hace falta insistir en que ambas
formas de conocimiento están relacionadas y se vinculan en la práctica al igual que se
relacionan las dos con el conocimiento sensible del que el hombre jamas podrá
prescindir como base de todo su conocimiento. No obstante, y como hemos señalado
anteriormente, cada una de estas formas o fases del conocimiento desempeña un papel
diferente, aunque interconectado, destacando siempre una u otra de ellas, según la
naturaleza de los problemas a que nos enfrentamos y el conocimiento que tengamos de
ellos. Así, por ejemplo, siempre habrá que aguzar los cinco sentidos para descubrir la
causa o contradicción principal que está en el origen de todo problema nuevo o
desconocido para nosotros; cuando combatimos un mal o a un enemigo del que apenas
sabemos nada ni por dónde ni cómo nos va a atacar (lo que hace que aumente nuestra
ansiedad e inseguridad) también hemos de aguzar los sentidos; ante cada batalla, como
recomienda Mao, debemos estudiar las noventa y nueve posibilidades sobre cien de ser
derrotados y prepararnos para ello al tiempo que nos disponemos y hacer todos los
preparativos para triunfar; para otro tipo de problemas de los que carecemos de un
conocimiento profundo también habrá que recopilar datos e informes, consultar la
opinión de las masas y de los entendidos en la materia (los expertos o especialistas);
hacer un trabajo de campo, empírico, al objeto de poder estudiar a fondo el problema,
analizarlo desde todos los puntos de vista y resolverlo de una manera correcta. Todo
esto podemos hacerlo orientándonos por la concepción y el método marxista-leninista;
es decir, no tendremos que comenzar de cero, al menos en toda una serie de cuestiones
fundamentales, lo que indudablemente evitará muchos errores, esfuerzos y quebraderos
de cabeza innecesarios. Es así como podremos evitar la unilateralidad, el subjetivismo,
la precipitación, la presunción y otras desviaciones más o menos practicistas o
teoricistas a la hora de emprender un trabajo o de realizar un análisis concreto. Por lo
demás, el análisis concreto de una situación concreta no es, como generalmente se
entiende, el que se lleva a cabo a partir de un hecho o de una experiencia concreta
aislada, ya que una tal experiencia, aún la mejor elegida, puede enseñarnos o demostrar
muchas cosas y puede también no decir ni demostrar nada (por lo general, las
experiencias y los hechos aislados demuestran lo que a la burguesía le interesa).
Nosotros tenemos una noción muy diferente de lo concreto y del análisis, por lo que no
podemos tomar esas baratijas como si fueran oro de ley. Según Marx, lo concreto es la
unidad de lo diverso, de lo múltiple; esto significa que sólo podemos acceder a un
conocimiento real y profundo (no superficial o externo) de una situación o de un
problema si nos situamos en el punto de vista y la posición marxista-leninista que nos
permite considerar todos los datos que conforman un problema o una situación concreta.
Y ésto, como se podrá comprender, es algo que sólo lo puede hacer una organización o
un partido que esté armado con la teoría de vanguardia y realice un trabajo político entre
las masas.
Esta facultad del pensamiento, su capacidad de reflejar más o menos fielmente el mundo
objetivo y de superarlo, analizando su desarrollo lógico, su dinámica, es lo que hace de
él un factor activo y no meramente pasivo, que permite al hombre actuar sobre él y
transformarlo, al tiempo que él mismo se transforma. Es de este modo como el
conocimiento adquirido a través de la práctica vuelve de nuevo a ella con un contenido
más rico y más profundo, con lo que, se puede decir, se completa el ciclo: de lo
concreto (de la contemplación viva) a lo abstracto, y de aquí a la práctica, a lo concreto,
con la diferencia de que ahora se trata de un nuevo conocimiento concreto. Es decir,
hemos subido un escalón en el proceso infinito del conocimiento.
De igual manera que el conocimiento empírico supone una etapa necesaria, previa a la
etapa del conocimiento abstracto, éste resulta, a su vez, imprescindible para acceder al
conocimiento concreto, es decir, para poder desarrollar una práctica verdaderamente
revolucionaría de transformación social. Llegados a este punto, la cuestión de la teoría
del conocimiento también puede ser planteada de la siguiente manera: de la apariencia a
la esencia y de la esencia a la práctica, con la que se amplía y profundiza al mismo
tiempo el conocimiento, se hace más vivo más claro, polifacético o multiforme; en otras
palabras: más concreto.
Es a ésto a lo que se refiere Lenin cuando escribe: La práctica es superior al
conocimiento (teórico), porque posee no sólo la dignidad de la universalidad, sino
también la de la realidad inmediata (21). La verdadera práctica revolucionaria, no el
empirismo o el practicismo, se distingue, precisamente, porque resume en sí esas dos
cualidades sobresalientes: establece el vínculo existente entre lo universal y la realidad
inmediata. De otra manera, como dice Stalin con toda razón, la teoría dejaría de tener
objeto [...]exactamente lo mismo que la práctica es ciega si la teoría revolucionaria no
alumbra su camino (22).
Entre las numerosas obras que podríamos citar, aparte de la ya mencionada, El Capital,
y la obra de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, como ejemplos o
modelos de análisis vivo, concreto, de la realidad social en épocas y países
determinados, se encuentra El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx, el ¿Qué hacer?
y El Estado y la Revolución de Lenin y Sobre la guerra prolongada de Mao. También
destacan otros trabajos de marxistas-leninistas como Mariátegui y Dimitrov. En todos
ellos podemos encontrar una fuente inestimable de conocimiento teórico y práctico. No
obstante, con esas obras no se agota la posibilidad de conocimiento ni de nuevos
análisis, lo que tendrá que ser de nuevo el resultado de la práctica revolucionaria
presente y futura, así como de su generalización teórica. Sobre este particular, aún
queda por añadir alguna cosa.
Cuando se trata de la práctica como criterio de la verdad, hay que tener en cuenta esta
observación de Lenin que establece con toda claridad su doble aspecto: el aspecto
relativo y el aspecto absoluto. De lo contrario podemos caer en el absurdo de considerar
la práctica, cualquiera que ésta sea, como la verdad misma, cuando en realidad no es
más que una actividad que está ligada al conocimiento, es, como ya apuntamos antes, el
nexo que une el conocimiento subjetivo al mundo objetivo, independientemente de que
sea o no correctamente reflejado por él. Cabe decir que la práctica, como criterio de la
verdad, es neutral. De ahí que pueda desempeñar dicho papel. Además, como ya hemos
visto, la ambigüedad de ese criterio hace que la práctica se muestre incapaz para
demostrar algunas verdades incuestionables, y esto tanto en el campo de las ciencias
naturales, como en el de las ciencias sociales. A este respecto, Tchang En-Tse aclara,
ateniéndose a la tesis de Lenin que hemos expuesto: El carácter relativo del criterio de
la práctica significa que la práctica, considerada en las etapas de su desarrollo,
presenta en cada etapa limitaciones determinadas. Por esos límites, ella no puede
probar o refutar las diversas concepciones y las diversas teorías de una manera
incondicional y absolutamente completa [...] Es muy importante reconocer el carácter
relativo del criterio de la práctica. De una parte, esto puede impedir la hipótesis en el
absoluto del conocimiento humano; es decir, transformar una verdad esencialmente
relativa en verdad absoluta; de otra parte, esto puede prevenir la actitud que consiste
en negar, pura y simplemente, verdades que la práctica actual no puede probar, pero
que ciertamente, podrá probar la práctica futura (27).
Esto, como señala el mismo autor, basándose igualmente en una idea de Mao, es
particularmente verdadero en la práctica de la lucha de clases. El éxito de la revolución
no depende solamente de la justeza de la teoría o de la política que se aplica, es
determinado también por la relación de fuerzas de clase en presencia. Si las fuerzas de
clase revolucionarias son temporalmente débiles, la revolución puede muy bien sufrir
reveses. Pero estos fracasos temporales no pueden probar que la teoría y la política
revolucionarias sean erróneas: Las verdades probadas por la práctica -concluye Tchang
En-Tse- contienen su aspecto relativo, pero ellas contienen también una parte
irrefutable de lo absoluto. La considerada en los límites inherentes a las etapas de su
desarrollo no puede refutar o probar todos los pensamientos; pero su desarrollo mismo
puede, efectivamente, refutar o probar todos los pensamientos. Tal es la concepción
materialista dialéctica de la práctica.
Notas:
Por este mismo motivo, el leninismo no es una teoría o doctrina especial, distinta o
separada del marxismo, como dice justamente Stalin, es el marxismo que corresponde a
la nueva época, un marxismo, por así decir, más actualizado y desarrollado. Sólo en este
sentido cabe hablar del leninismo como una nueva etapa, de manera que en su
interpretación no se puede llegar a romper la continuidad de la doctrina, la trabazón
interna que vincula el leninismo con la teoría económica y la doctrina de Marx y
Engels.
No se podrá encontrar en las obras de Marx y Engels, como tampoco en las de Lenin y
Stalin, nada que se parezca, ni de lejos, a esa división en etapas diferenciadas en el
desarrollo del marxismo que hacen los maoístas, y menos aún se podrá encontrar en los
clásicos ninguna idea o planteamiento teórico que pueda llevar a considerar ningún
desarrollo del pasado, presente o futuro de la doctrina marxista, como algo que debería
destacar, anteponiéndolo, a la obra fundamental de Marx y Engels. Pero... acaso se trate
de algún aporte original de última hora. ¿Se puede atribuir ese aporte al propio Mao?
Veamos lo que éste dice en relación con el problema que estamos estudiando: La teoría
de Marx, Engels, Lenin y Stalin es aplicable universalmente. No hay que considerarla
como un dogma, sino como una guía para la acción. Estudiar el marxismo-leninismo
no es simplemente aprender su terminología, sino estudiarlo como ciencia de la
revolución. No sólo hay que comprender las leyes generales establecidas por Marx,
Engels, Lenin y Stalin como resultado de su estudio extensivo de la vida real y de la
experiencía revolucionaria sino también aprender la posición y el método que
adoptaban al examinar y resolver los problemas (1).
Considerar el pensamiento Mao como lo principal no sólo nos puede conducir a hacer
tabla rasa de toda la herencia histórica del marxismo-leninismo, sino que nos obligaría a
intentar llevar a cabo un transplante de la teoría de la revolución china a las condiciones
de nuestro país, estableciendo al mismo tiempo para ello, como más principal, el
pensamiento guía de ese transplante.
Más claro no podía haber sido redactado: Mao enseña que vivimos aún la época del
imperialismo y de la revolución proletaria de manera que no existe ninguna
contradicción o cambio, por importante que éste haya sido en la situación mundial que
nos pueda llevar a considerar que vivimos en otra época. La conclusión que se
desprende de esto es igualmente clara: todas las ideas y tesis que Mao ha desarrollado
han partido o tienen su base en las tesis e ideas de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Lo que
le ha permitido hacerlo no ha sido otra concepción ni otro método que el que él mismo
ha explicado en el pasaje que anteriormente hemos citado. Pero por lo que ya hemos
visto, estas enseñanzas y otras no menos importantes de Mao no les sirven a los lin-
piaoístas o como queramos llamarles (en modo alguno maoístas, por más que ellos se
empeñen en calificarse de tales). Estos, en su afán por enmendarle la plana a su maestro,
en hacer de él un genio realmente inigualable, separado de la historia, del Partido y de
las masas, acaban rematando su obra, sus ideas, con la consideración del pensamiento
de Mao como una etapa distinta y separada del desarrollo del marxismo-leninismo. Sólo
así, claro está, es posible situar el maoísmo como la etapa principal del marxismo.
Esta es una aberración que conduce por el camino más recto y más sencillo a la
vulgarización y al abandono de los fundamentos y de los principios de la doctrina
marxista-leninista, para acabar abrazando alguna teoría burguesa o pequeño-burguesa de
moda. Desde luego, no seremos nosotros los que neguemos valor o dejemos de tener
muy en cuenta las aportaciones de Mao al desarrollo del marxismo-leninismo,
realizadas en base a su aplicación o integración a las condiciones concretas de la
revolución china. La cuestión consiste en que en ningún caso, y por muy originales o
geniales que se quieran presentar, dicho desarrollo o aportaciones no pueden ser ni
siquiera equiparados con la obra fundamental del marxismo, con la etapa primera o
fundacional en que fueron sentadas las bases científicas de la doctrina revolucionaria del
proletariado internacional, su concepción del mundo y de la historia, sus tesis,
principios e ideas rectoras, etc., todo aquello que, a decir de Lenin, hace del marxismo
una doctrina completa y armónica. Los tergiversadores del pensamiento de Mao
parecen ignorar que, en esa etapa, Marx y Engels no trataron solamente de los
problemas y contradicciones que correspondían a su época, a un determinado periodo de
desarrollo social y a unos cuantos países desarrollados, sino que sus teorías y principios
abarcan todas las épocas y países y tienen, por consiguiente, carácter universal: Marx
profundizó y desarrolló totalmente el materialismo filosófico, e hizo extensivo el
conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo
histórico de Marx es una enorme conquista del pensamiento científico. Al caos y la
arbitrariedad que imperaban hasta entonces en los puntos de vista sobre la historia y la
política sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica que
muestra cómo en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida
social surge otro más elevado; cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo
[...] La filosofía de Marx es un materialismo filosófico acabado que ha proporcionado a
la humanidad y sobre todo a la clase obrera, la poderosa arma del saber (3).
Notas:
(1) Mao Zedong: El papel del Partido Comunista de China en la guerra nacional.
(2) Documentos del X Congreso del PCCh.
(3) Lenin: Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo.