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Línea de masas y teoría marxista del

conocimiento
M.P.M. (Arenas)
Antorcha núm. 2, enero de 1998

Sumario:

— Introducción
— La integración del marxismo-leninismo con el movimiento de masas
— La unidad entre la teoría y la práctica
— Las distintas funciones del conocimiento empírico y del conocimiento teórico
— El paso del conocimiento abstracto al conocimiento concreto
— El aspecto absoluto y el aspecto relativo del criterio de la práctica
— ¿Es el maoísmo el marxismo-leninismo de nuestra época?

En su conocida obra titulada Del socialismo utópico al socialismo científico Engels


estableció de manera clara y precisa el principio que rige en las relaciones entre el
partido comunista y la clase obrera: El socialismo científico -escribió Engels-, expresión
teórica del movimiento proletario, es el llamado a investigar las condiciones históricas
y‚ con ello, la naturaleza misma de este acto (la revolución proletaria), infundiendo a
la clase llamada a hacer la revolución, a la clase oprimida, la conciencia de las
condiciones y de la naturaleza de su propia acción (1).

Esta misma concepción de principio es la que expresa el Manifiesto del Partido


Comunista cuando refiere que los comunistas tienen la ventaja de su clara visión de las
acciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento.

Sobre la base del conocimiento del modo de producción capitalista, de sus


contradicciones fundamentales, del carácter social de la producción y del resultado
inevitable del desarrollo de la lucha de clases, Marx y Engels establecieron las
condiciones necesarias del paso al socialismo y al comunismo, destacando al mismo
tiempo la necesidad del Partido como instrumento indispensable de la revolución. Éstas
no eran ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del
mundo, sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases
existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos (2).

Es bien sabido que Lenin, apoyándose en las ideas de Marx y Engels, desarrolló su
propio pensamiento político en la lucha contra el anarquismo y el revisionismo,
partiendo, precisamente, de una crítica radical y sin concesiones del espontaneísmo,
crítica que continúa conservando toda su vigencia para nosotros: Los obreros no podían
tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. La
historia de todos los países atestigua que la clase obrera; exclusivamente con sus
propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es
decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los
patronos, reclamar del Gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias
para los obreros, etc. (3).

Lenin ilustraba esta concepción con la siguiente cita de Kautsky: El socialismo, como
doctrina, tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente igual que
la lucha de clases del proletariado y‚ lo mismo que ésta, se deriva aquél de la lucha
contra la miseria y la pobreza de las masas, miseria y pobreza que el capitalismo
engendra; pero el socialismo y la lucha de clases surgen paralelamente y no se derivan
el uno de la otra; surgen de premisas diferentes. La conciencia socialista moderna
puede surgir únicamente sobre la base de un profundo conocimiento científico. En
efecto, la ciencia económica contemporánea constituye una condición de la producción
socialista, lo mismo que, pongamos por caso, la técnica moderna, y el proletariado, por
mucho que lo desee, no puede crear la una ni la otra; ambas surgen del proceso social
contemporáneo. Pero no es el proletariado el portador de la ciencia, sino la
intelectualidad burguesa [subrayado por C.K.]... De modo que la conciencia socialista
es algo introducido desde fuera en la lucha de clases del proletariado, y no algo que ha
surgido espontáneamente (4). De ahí que Lenin concluya afirmando, en una aparente
contradicción con lo que aparece expuesto más arriba, que el desarrollo espontáneo del
movimiento obrero marcha precisamente hacia su subordinación a la ideología
burguesa [...] por lo que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en
combatir la espontaneidad (5).

El socialismo de Marx y Engels, de Lenin, Stalin y Mao es el intento serio de fundar la


práctica de la lucha de clases, el movimiento real que transcurre ante nuestros ojos, en
el conocimiento que ya se tiene de ella, de hacerla consciente, de suprimir los elementos
utópicos, oportunistas, espontaneístas, que pugnan, una y otra vez, por conducirla por
caminos equivocados, ya trillados o francamente reaccionarios.

Es un lugar común afirmar que son los hombres y las mujeres, y no los dioses, las
personalidades o los Estados, quienes hacen la historia. Pero los hombres no hacen la
historia en cualquier circunstancia y menos aún cualquier tipo de historia. Marx insistía
en este aspecto. Él no hablaba del hombre abstracto, sino que ponía siempre el acento en
las clases; se refería al hombre histórico, real y viviente. Decía que los hombres hacen
su propia historia, pero en condiciones dadas. Entre esas condiciones, los
espontaneístas suelen poner en el primer plano las de tipo económico. No entienden que
la lucha por el socialismo reviste un carácter especial que la distingue esencialmente de
las revoluciones precedentes y que sólo comienza cuando la clase obrera toma
conciencia de su necesidad y se organiza para llevarla a cabo. En este proceso, la labor
del partido, como portador de dicha conciencia, resulta indispensable.

Aquí lo que destaca es esa conciencia, y no el partido como organización, porque bien
es verdad que un tal partido puede degenerar, separarse de las masas y abandonar los
fines o metas revolucionarias que al principio lo habían inspirado (y todos sabemos con
cuanta frecuencia ha ocurrido esto en la historia). Sin embargo, estos accidentes, no han
de llevarnos a la renuncia de ese instrumento imprescindible de la revolución. En todo
caso, lo que se debe hacer es buscar las formas de evitar que se embote su filo y que la
burguesía pueda, llegado un momento, degenerarlo y utilizarlo contra el movimiento
obrero revolucionario. Este es un problema cuya solución depende en parte de la
aplicación por el Partido de la línea de masas, pero sobre todo o principalmente, de una
línea ideológica y política justas, marxista-leninistas. Y esto es así porque al dirigirnos a
las masas se nos planteará siempre la cuestión de hacia dónde encaminarlas, cuáles son
los objetivos inmediatos y a más largo plazo de sus acciones, quiénes sus enemigos y
aliados, cuáles los procedimientos de lucha que se deben emplear, cómo organizarse,
etc. Es decir, el partido no se dirige a las masas como un simple alumno, pues por lo
general es más lo que tiene que enseñarles que lo que ha de aprender de ellas. De lo
contrario tendríamos que admitir que la función del partido resulta innecesaria.

Desde el principio, la creación del partido como portador de la conciencia e instrumento


del movimiento revolucionario genera una contradicción que se manifiesta en sus
relaciones con las masas y que tiene su reflejo en el mismo seno del partido. Los
partidos comunistas han tratado muchas veces de resolver estas contradicciones
mediante el establecimiento de los vínculos más estrechos con las masas y la aplicación
del principio del centralismo democrático en su funcionamiento interno. De manera
particular, Lenin insistía en la necesidad de estar atentos a las necesidades inmediatas de
las masas y de aprender de ellas como aprende el maestro del discípulo. Por su parte, ya
Marx había advertido que el educador necesita ser educado. Es decir, el partido como
destacamento más consciente, no sólo debe educar a las masas, sino también aprender
de ellas. Las masas no pueden educarse ni elevar su conciencia política sin la labor del
partido realizada entre ellas, y el partido, a su vez, si no aprende también de las masas y
tiende a convertirse en una élite separada de ellas, acaba burocratizándose y degenera
irremediablemente. Pero esto no quiere decir que deban invertirse los papeles, cosa, por
demás, imposible. Los que abogan por un movimiento revolucionario de masas
desprovisto de una dirección y de claros objetivos políticos de clase, lo que en realidad
ocultan no es otra cosa que su propósito de guiar al movimiento hacia ninguna parte, o
como sucede frecuentemente, hacia objetivos reformistas burgueses. Eso por no
extendernos en la imposibilidad de que pueda existir alguna vez un movimiento de
masas verdaderamente revolucionario sin que éste destaque antes de su seno al sector
más esclarecido y disciplinado.

La integración del marxismo-leninismo con el


movimiento de masas
El problema que acabamos de plantear se refiere, fundamentalmente, a la relación del
partido con las masas así como al papel que éstas, dirigidas por el partido, deben jugar
tanto en la elaboración como en la aplicación de la línea política; una cuestión que se
resume en el principio de las masas a las masas, que algunos maoístas han erigido poco
menos que en fundamento teórico de la doctrina marxista-leninista: En todo el trabajo
práctico de nuestro Partido, toda dirección justa es necesariamente ‘de las masas a las
masas’. Esto significa: recoger las ideas (dispersas y no sistemáticas) de las masas y
resumidas (transformadas en ideas sintetizadas y sistematizadas mediante el estudio)
para luego llevarlas a las masas, propagarlas y explicarlas, de modo que las masas se
apropien de ellas, perseveren en ellas y las traduzcan en acción; al mismo tiempo,
comprobar en la acción la justeza de esas ideas; luego, volver a resumir las ideas de
las masas y a llevarlas a las masas para que perseveren en ellas. Esto se repite
infinitamente, y las ideas se tornan cada vez más justas, más vivas y más ricas de
contenido. Tal es la teoría marxista del conocimiento (6).
Se trata, como vemos, de un problema relacionado con la práctica y con muy evidentes
implicaciones teóricas, no lo negamos, especialmente cuando una organización
comunista se encuentra en su fase embrionaria. Es en situaciones como ésas cuando
frases como: la práctica es ciega si no está guiada por una teoría revolucionaria y sin
teoría revolucionaria de vanguardia tampoco puede haber movimiento revolucionario
de vanguardia, adquieren todo su significado. Estas frases de Lenin y Stalin y otras
muchas que podríamos extraer de los clásicos no dejan ni sombra de duda acerca de la
necesidad y la importancia de la teoría revolucionaria, anteponiéndola a cualquier tipo
de movimiento que carezca de una clara orientación política de clase. De aquí se deduce
una de las más importantes tareas que ha de acometer una organización comunista que
se proponga construir (o reconstruir) el partido. La elaboración de la teoría de la
revolución de cada país (su estrategia, su programa, su táctica) se destaca como una
tarea que está estrechamente ligada a la construcción del Partido puesto que, al fin y al
cabo, será esa teoría la que habrá de permitirle ligarse a las masas, trabajar activamente
entre ellas y dirigirlas en la revolución. No estamos sugiriendo que ésta sea una tarea
fácil ni que se pueda realizar en unos cuantos meses o incluso años. Sólo queremos
indicar que es únicamente sobre esta base (una organización que actúe guiada por una
teoría revolucionaria) como únicamente se podrá desarrollar un movimiento
verdaderamente de masas que sea revolucionario. Como indica Lenin, la labor teórica
de los comunistas deberá dirigirse al estudio concreto de todas las formas de
antagonismo económico existentes [...] al estudio de su conexión y de su desarrollo
consecuente; deberá descubrir ese antagonismo, allí donde se encuentre encubierto por
la historia política, por las particularidades de orden jurídico, por los prejuicios
teóricos establecidos. Deberá ofrecer un cuadro completo de nuestra realidad, como
sistema determinado de relaciones de producción, señalar cómo la explotación y la
expropiación de los trabajadores son consecuencias de este sistema, señalar la salida
del régimen actual, indicada por el desarrollo económico (7).

Otra cuestión de gran importancia consiste en determinar el papel que en este proceso
desempeña el trabajo práctico. Sobre este particular Lenin apunta en el mismo texto que
hemos citado, lo siguiente: Al subrayar así necesidad, la importancia y la magnitud de
la labor teórica de los socialdemócratas, en manera alguna quiero decir que dicha
labor deba tener prioridad respecto a la labor práctica; y mucho menos que la segunda
sea aplazada hasta la terminación de la primera. A tal conclusión podrían llegar sólo
los exégetas del ‘método subjetivo en sociología’ o los partidarios del socialismo
utópico. Por supuesto, si se supone que la tarea de los socialistas consiste en buscar
‘otros caminos (que no sean los reales) de desarrollo’‚ del país, entonces es natural que
la labor práctica se haga posible sólo cuando filósofos geniales descubran y muestren
‘otros caminos’ [...] De manera completamente distinta se plantea el problema cuando
la tarea de los socialistas reside en serios dirigentes ideológicos del proletariado en su
lucha efectiva contra los enemigos verdaderos y actuales que existen en la vía real del
presente desarrollo económico social. Con esta condición, la labor teórica y la labor
práctica se funden en un todo, en una sola labor que con tanto acierto ha definido el
veterano socialdemócrata alemán Liebknecht con estas palabras: Studieren,
Propagandieren, Organisieren (8).

No cabe ninguna duda, pues, de que hay que dirigirse a las masas, especialmente a sus
hombres y mujeres más avanzados, a fin de recabar su apoyo, inculcarles la conciencia
política de su lucha, coadyuvar a su organización independiente de la burguesía y
aprender también de ellas. Es así como hemos procedido nosotros. Hemos seguido una
línea de masas guiados por el marxismo-leninismo; una línea de masas adaptada a
nuestras condiciones, a las de un país con una estructura económica y social capitalista
y en el que, además, domina un régimen de dictadura fascista del gran capital. En tales
condiciones no podíamos guiarnos al comienzo por la directriz de las masas a las
masas, por la sencilla razón de que, antes de poder dirigirnos a las masas necesitábamos
saber qué hacer entre ellas, y esto es algo que, como se comprenderá, las masas,
atemorizadas en buena parte por el fascismo e influidas por el revisionismo, no podían
indicarnos. Así que teníamos que ser nosotros, en base a las enseñanzas del marxismo-
leninismo y del estudio de la situación concreta de España, los que debíamos
determinarlo. Y para eso necesitábamos, antes que nada, organizarnos, agrupar nuestras
fuerzas y ponernos de acuerdo para comenzar a trabajar en serio. Este proceso no se ha
efectuado sin vencer numerosas dificultades y sin luchas‚ en el seno de la propia
organización, lo que ha permitido, al mismo tiempo, fortalecernos y que se fueran
aclarando mejor las ideas.

Pues bien, tal como ya hemos señalado, esta experiencia nuestra refuta de una manera
palpable la concepción espontaneísta según la cual han de ser las masas, en todas las
condiciones o circunstancias, las que dicten la conducta o la línea a seguir a la
organización comunista.

Al parecer, los espontaneístas no acaban de comprender que el marxismo nada tiene que
ver con esa concepción de la línea de masas y que precisamente, la principal tarea que
siempre se han planteado los comunistas, desde Marx a Mao, ha consistido en lograr
establecer la fusión entre el movimiento de las masas y la teoría marxista aunque no en
la forma que ellos la describen. Es decir, que no se trata de inculcar en las masas teorías
o conocimientos más o menos generales o abstractos, mientras incorporamos a la línea
del partido las ideas economicistas o reformistas de las masas, sino que se trata de llevar
a cabo entre ellas una labor múltiple, verdaderamente comunista, orientada
fundamentalmente a elevar su conciencia política y su conocimiento de todos los
problemas y tareas relacionadas con la revolución. Para eso, lógicamente, el partido
tiene que ligarse a las masas, preocuparse por sus problemas y aprender de las masas,
preocuparse por sus problemas y aprender de ellas; tiene que extraer las enseñanzas que
se desprenden de sus luchas, pero no solamente sus experiencias de lucha económica, ni
siquiera principalmente estas experiencias, sino las experiencias más avanzadas del
movimiento obrero revolucionario, elaborarlas y extenderlas. Para todo eso se precisa
de una línea de masas, lo cual no debe ser confundido con la línea masista que
preconizan los espontaneístas.

El partido debe aprender de las masas. Pero el conocimiento que puede extraer de ellas
será limitado. Hay que tener en cuenta que la situación de los trabajadores en la
sociedad capitalista no les permite acceder a los conocimientos que hacen falta para
formular el programa la estrategia y la táctica, etc. Las masas, a lo sumo, sólo pueden
alcanzar un conocimiento superficial, parcial, del mundo y de la sociedad. Para alcanzar
un conocimiento concreto que permita hacer los planes y trazar líneas de actuación
revolucionarias, hace falta una práctica y una teoría revolucionarias, y esa teoría, en sus
aspectos más generales o de principios, está contenida en el marxismo-leninismo y sólo
puede ser aportada al movimiento de masas desde fuera. Es de ahí, del marxismo-
leninismo, de donde partimos los comunistas para comenzar el trabajo entre las masas y
elaborar el programa, la estrategia y la táctica de la revolución, así como la línea de
masas que habrá de permitirnos llevarlas a cabo. Este es el problema de la integración
de aquella teoría general y de aquellos principios a las condiciones de cada país, y esto
sólo puede hacerlo el partido comunista, armado con la teoría marxista-leninista.
Mantener otra posición no sólo equivaldría a negar la necesidad del partido, sino
también la necesidad de la misma teoría revolucionaria y de los principios
revolucionarios. Esto es, como se sabe, el abc del marxismo.

¿De dónde proceden las ideas justas, revolucionarias? Nosotros sabemos que no caen
del cielo, ni son segregadas, como si fueran bilis, por la cabeza del hombre. Proceden de
la relación del hombre con la naturaleza y de las relaciones que establecen los hombres
entre sí; o por decirlo de otra manera, proceden de la práctica, de los tres tipos
fundamentales de práctica: la práctica productiva, la práctica política y la práctica
científica. Nosotros hacemos especial hincapié en la práctica política, se podría decir
que es nuestro campo específico de actuación. La práctica política que nosotros
desarrollamos es una práctica política revolucionaria y de ella nacen nuestras ideas.
También extraemos las ideas del movimiento de masas revolucionario y las
incorporamos a nuestro programa. Pero las masas también realizan un tipo de práctica
política que no siempre es revolucionaria. Sucede con mucha frecuencia que las masas
se inclinan por una práctica política reformista e incluso reaccionaria y esa práctica
produce en las masas unas ideas reformistas o reaccionarias. ¿Pueden ser esas ideas una
fuente de inspiración o de conocimiento para una organización o un partido que se
pretenda revolucionario? Aquí no se trata de que las masas sean, en un determinado
momento, reaccionarias o revolucionarias. Este es un enfoque erróneo de la cuestión,
que viene a ocultar muchas veces las dificultades reales por las que atraviesa el
movimiento o bien la incapacidad de los revolucionarios para adaptarse a dichas
condiciones, extraer las enseñanzas de ellas y hacer avanzar, por poco que sea, a la
organización, sin hacer concesiones de principios al enemigo. En cualquier caso, los
comunistas no debemos dejarnos arrastrar por la corriente general y menos aún ir a la
zaga del movimiento de masas, esforzándonos, por el contrario, por ponernos al frente
de él para conducirlo por una vía revolucionaria. Esto no es posible hacerlo, como se
podrá comprender, si nos dejamos guiar por las ideas atrasadas de las masas, si nos
inspiramos en ellas; sino sólo cuando establecemos con las masas una relación justa
sobre la base de los principios revolucionarios marxista-leninistas y de las ideas
avanzadas que se desprenden de las experiencias del movimiento de masas.

Esta es la línea de masas que nosotros defendemos, una línea de masas aplicada a unas
condiciones distintas a las que se daban en China en la época en que Mao Zedong
formuló la línea de masas del PCCh, cuando, ciertamente, las masas de cientos de
millones de campesinos, obreros y soldados hacía mucho tiempo que se hallaban
metidas en un proceso revolucionario cuyas características eran mal comprendidas por
los comunistas, lo cual les llevaba muchas veces a deformarlas, conduciendo a la
revolución por un camino falso. Hacía falta, pues, analizar las condiciones concretas de
China, la experiencia de la lucha revolucionaria de las masas a fin de evitar los errores
del dogmatismo y del empirismo que hasta entonces habían predominado en el Partido.
Por esta razón formula Mao la línea de masas y explica, en relación con ella, la teoría
marxista del conocimiento.

Nos parece absolutamente necesario hacer esta distinción, ya que de lo contrario nos
veríamos obligados a tener que admitir cualquier línea de masas y cualquier teoría
marxista del conocimiento.
La unidad entre la teoría y la práctica
Se comprenderá que la práctica que nosotros desarrollamos no es ciega ni marcha a la
zaga del movimiento de masas, sino que le imprime, ya desde el comienzo, una
dirección determinada. Tampoco la labor teórica es realizada de una manera ciega o
teoricista. La teoría surge de las necesidades de la práctica y sirve a esas necesidades.
Por este motivo se puede asegurar también que la práctica determina los objetivos del
pensamiento teórico. Este proceso se efectúa mediante una combinación de la teoría
marxista-leninista con la práctica concreta de nuestra revolución adaptada al nivel de
desarrollo y de conocimientos en el que se encuentra el movimiento organizado. En esta
primera fase del proceso de conocimiento, el marxismo-leninismo representa el papel
principal como factor teórico, en tanto que el vínculo que establece la organización con
la realidad del país y con la lucha de las masas representa el factor empírico, o por
decirlo de otra manera: la organización comunista no parte solamente de un
conocimiento sensorial; tampoco se limita en esa fase a lo puramente racional, que es el
tipo de conocimiento que suelen tener las masas de los fenómenos sociales y
económicos.

La organización no puede, en esta primera fase a que nos estamos refiriendo, rebasar el
límite de las leyes e ideas generales y de conocimientos abstractos, comunes a todos los
países. De ahí que sea necesario estudiar las condiciones concretas de cada país, al
objeto de poder descubrir la forma que dichas leyes adoptan. Por la misma razón, este
proceso de conocimiento no puede ser dividido en dos etapas: una primera
supuestamente sensorial, y la otra racional. Presuponer esta división en dos etapas del
proceso de conocimiento nos llevaría a prescindir desde el primer momento del aspecto
teórico, del marxismo-leninismo; nos llevaría a no tener en cuenta los conocimientos ya
adquiridos por la práctica del movimiento obrero de todos los países, para depender
enteramente del conocimiento sensorial inmediato de las masas. Es como si tuviéramos
que retroceder a la Edad Media para saber que la tierra no es el centro del universo y
que el sol no da vueltas en torno a ella.

Esta cuestión, como se podrá comprender, es del mayor interés para nosotros, ya que
afecta a la teoría marxista del conocimiento que algunos supuestos maoístas parecen
empeñados en tergiversar, bien en base a lo que califican como línea de masas o más
directamente, negando los principios marxista-leninistas en toda una serie de cuestiones
que, según ellos, ya habrían sido superadas, en la tercera fase del desarrollo del
marxismo, por el pensamiento de Mao. Naturalmente Mao es completamente ajeno a
esas nuevas aportaciones que se le atribuyen. No obstante, hemos de reconocer que el
planteamiento que él hace de este problema en uno de sus textos filosóficos más
importantes induce a esa falsa interpretación que estamos comentando, tan contraria,
por demás, a su pensamiento dialéctico.

Escribe Mao: Al comienzo, el conocimiento es sensorial. Al acumularse suficiente


conocimiento sensorial, se produce un salto al conocimiento racional, es decir, a las
ideas. Este es un proceso en el conocimiento. Es la primera etapa del proceso de
conocimiento, etapa que conduce de la materia objetiva a la conciencia subjetiva, de la
existencia de las ideas [...] Luego viene la segunda etapa del proceso de conocimiento:
la etapa que conduce de la conciencia a la materia, de las ideas a la existencia, etapa
en que se aplica a la práctica social el conocimiento obtenido en la primera etapa para
ver si esas teorías, principios políticos, planes o medidas consiguen los éxitos
esperados (9).

Esta tesis de Mao que acabamos de transcribir, traducida al lenguaje y a las ideas
maoístas, de los practicistas, masistas o partidarios de la tercera etapa, quiere decir lo
siguiente: primero las masas adquieren conocimientos sensibles a través de la práctica
de la lucha económica y sólo después de una acumulación de dichos conocimientos
pasan, mediante un salto, al conocimiento racional y a la lucha política. A nosotros,
comunistas, sólo nos correspondería la tarea de aprender recogiendo y sintetizando ese
conocimiento ya adquirido por las masas.

Como vemos, ésta es la misma concepción del economicismo, la táctica proceso, que
criticó Lenin a los espontaneístas que prescinden del partido, del marxismo, del
elemento consciente, para arrastrarse detrás de las masas o hacer entre ellas política
burguesa, con el pretexto de que los obreros y otros trabajadores no están
suficientemente preparados ni entienden más que aquello que ofrece resultados
económicos tangibles.

Esa concepción que divide en dos etapas el proceso de conocimiento, una primera
sensorial, la cual da paso, mediante un salto, a una segunda racional, es lo que nosotros
ponemos en cuestión por las razones que ya hemos explicado. Según la concepción
marxista-leninista, lo sensorial y lo racional forman una unidad y, por consiguiente, no
se les puede separar en etapas, es decir, no representan dos fases separadas del proceso
de conocimiento, sino dos factores de un mismo y único proceso, factores que‚ se
complementan, que se influyen y se oponen el uno al otro progresando. Aquí, claro está,
no nos estamos refiriendo al problema del origen de los conocimientos humanos en que,
efectivamente (y es a lo que sin duda se refiere Mao), se podrían establecer esas etapas;
no nos estamos interesando por el problema filosófico de la identidad del ser, de la
relación existente entre la materia y la conciencia, del problema de la existencia del
mundo objetivo, exterior a nosotros y a su reflejo en el pensamiento del hombre a través
de las sensaciones. Cuando se plantea esta cuestión, el problema del origen o la fuente
del conocimiento -y no de su desarrollo- no cabe ni la menor sombra de duda, al menos
para un marxista, de que el reflejo sensorial, que suministran los sentidos, de la realidad
externa antecede al pensamiento, a la idea. Suponer otra cosa equivaldría a caer en la
charca del idealismo o en el espiritualismo. Pero cuando se habla de principios
políticos, planes y medidas estamos presuponiendo una fase de conocimiento que rebasa
con mucho la edad más primitiva, casi zoológica, del desarrollo social. Estamos
partiendo (o debemos partir, pese a todas las mentiras y mistificaciones de la reacción)
de un conocimiento ya acumulado, que resume la experiencia histórica de toda la
humanidad en su marcha inexorable hacia el comunismo, hacia la sociedad sin clases,
experiencias que ya han sido probadas en la práctica por centenares de millones de
personas. Este conocimiento está contenido en el marxismo-leninismo y continúa
acumulándose, haciéndose más rico y variado con los nuevos aportes teóricos y
experiencias prácticas que suministra el movimiento obrero y comunista de todos los
países, de tal manera que no necesitamos partir (resultaría, por demás, imposible) de las
sensaciones, del conocimiento sensible, para poder adquirirlos. Basta con estudiarlos y
asimilarlos a través de una práctica verdaderamente revolucionaria, consciente, para
poder integrarlos a las condiciones de nuestro país. Esta integración de la teoría general
con la práctica concreta de nuestra revolución forma la unidad de la teoría con la
práctica, de lo racional-teórico con lo sensorial-empírico, y su particularidad no consiste
en que se deriva lo uno de lo otro (lo racional-teórico de lo sensorial-empírico) sino en
que ambos pares de categorías participan del mismo proceso de conocimiento.

De las dos fases del conocimiento, la sensorial y la racional, han tratado siempre los
autores revisionistas soviéticos, quienes, además, solían identificar lo sensorial con lo
empírico y lo racional con lo teórico. Esta concepción, bajo nuestro punto de vista, es
errónea ya que no tiene en cuenta que se trata de categorías que representan distintas
leyes del proceso de conocimiento. Para la dialéctica materialista, la unidad de lo
sensorial y lo racional es una constante en toda la historia de la evolución del
pensamiento que se inicia en el momento en que el animal se hizo hombre y pudo
articular palabras. Las palabras, como se sabe, son unidades de pensamiento y expresan
la unidad entre lo sensorial y lo racional, en tanto que lo empírico y lo teórico suponen
otra fase distinta, aunque unida a la anterior de una manera dialéctica, es decir, su
relación no permanece estable y se cambian constantemente la una por la otra sobre una
base de conocimiento cada vez más elevada. Es así como progresa el conocimiento. Es
en ese proceso de cambio, en el paso ascensional de lo sensorial-racional, a lo empírico-
teórico y viceversa, donde se pueden observar las dos fases y donde, además, cabe
hablar de salto. En la primera fase existe, junto a lo sensorial, lo racional, si bien esto
último en una posición subordinada a lo anterior; en la segunda fase se da también lo
sensorial, aunque en un grado menor y subordinado, a su vez, a lo racional. El nexo
entre estas dos fases es la práctica. Es mediante la práctica, en el proceso de
transformación del mundo objetivo, como se produce el salto de una fase a la otra del
proceso de conocimiento. Pero lo característico de este salto no consiste en que la
práctica transforme la realidad (la práctica forma parte de la teoría del conocimiento,
pero no es conocimiento), sino que permite al pensamiento teórico elevarse o
independizarse de lo sensorial y también, hasta cierto punto, de lo racional, para poder
acceder a un mayor conocimiento de la realidad. En cualquier caso, el pensamiento
teórico nunca se separa completamente del mundo objetivo y de la práctica y tiene que
volver a ella para confirmar sus resultados. Este es el salto que describió Lenin de la
siguiente manera: de la contemplación viva al conocimiento abstracto y de éste a la
práctica. El conocimiento abstracto es muy superior y va mucho más allá que el simple
conocimiento racional o empírico. También la práctica revolucionaria es muy superior a
cualquier tipo de práctica que no sea orientada por el conocimiento teórico. Por cierto,
no se trata aquí de contraponer la teoría a la práctica, sino de señalar sus distintas
funciones. La práctica siempre será superior a la teoría, por más que los idealistas se
empeñen en demostrar lo contrario.

Lo sensorial y lo empírico no son idénticos. Cada una de estas dos categorías de


desempeñan un papel diferente en el proceso de conocimiento y están situadas, por
tanto, a distintos niveles. Lo mismo se puede afirmar respecto de lo racional y lo
teórico. La teoría desempeña distinto papel y está situada en un nivel superior. De esta
manera donde no alcanza el saber racional (el llamado sentido común) llega el
pensamiento teórico, la capacidad de abstracción de los hombres (¡y de las mujeres,
faltaría más!). Lenin hacía notar que la representación no puede abarcar el movimiento
en su conjunto. Por ejemplo, no capta el movimiento a la velocidad de 300.000 Km. por
segundo, pero el pensamiento lo capta y debe captarlo (10).

Este es el tipo de independencia del pensamiento respecto a la imagen o el


conocimiento empírico, práctico, a que nos referimos. Es así como se produce la
transición o el salto de lo empírico a lo teórico, dando como resultado el cambio
cualitativo en la imagen cognoscitiva. Sólo de esta forma el pensamiento puede captar
todas las leyes y propiedades de los fenómenos que refleja, algunas de las cuales no
aparecen o no se muestran a los órganos de los sentidos, al conocimiento empírico.

Por ello se puede afirmar también que no todo conocimiento procede de la práctica ni de
la contemplación directa. Esa concepción está en oposición con toda la historia del
pensamiento y con las leyes de la lógica y principios filosóficos elaborados y
sintetizados por el marxismo. Pongamos algunos ejemplos de práctica científica. ¿No es
El Capital, de Marx, una obra científica? ¿Y acaso hubiera sido posible su elaboración
sin el pensamiento dialéctico, ateniéndose tan sólo a los datos que suministraba el
conocimiento empírico? ¿Cómo pudo analizar Marx las categorías económicas y
descubrir a través de ese análisis la ley de la plusvalía y otras leyes del desarrollo
económico y social? ¿Acaso estas categorías y leyes estaban (y están) a la vista o se
pueden medir y pesar? Otro tanto cabe decir de las ideas y concepciones de Marx y
Engels sobre el desarrollo de la lucha de clases y la construcción del comunismo. Antes
de ellos existía un conocimiento racional, empírico, superficial, de la lucha de clases y
unas ideas socialistas igualmente superficiales, utópicas, no basadas en el análisis de las
leyes del desarrollo histórico, económico y social. Marx fue capaz de recoger todas esas
ideas dispersas, analizarías e interpretarlas dándoles un sentido justo, verdaderamente
científico, lo que le permitió, además, prever su desarrollo inevitable, algo que entonces,
aún más que hoy, estaba todavía por ver. Sin embargo, ¿podemos poner en duda la
justeza de su análisis, previsiones o anticipaciones? En ese caso, ¿cómo interpretar la
crisis del sistema capitalista, la guerra imperialista de rapiña, las revoluciones socialistas
y las luchas de liberación nacional que se han producido a lo largo del presente siglo, el
desarrollo a nivel mundial de la lucha de clases, etc.? ¿A dónde puede conducir, cuál
será el resultado final del desarrollo de todas esas contradicciones y luchas, de ese caos,
sino a la implantación de la dictadura del proletariado y el triunfo en todos los países de
la revolución socialista y comunista? Y eso aunque, efectivamente, todavía no lo
podamos ver y pese a que la práctica parece haber demostrado que Marx, Engels,
Lenin, Stalin y Mao han estado, junto a todos los comunistas del mundo equivocados.

Las distintas funciones del conocimiento empírico y del


conocimiento teórico
Lo empírico y lo teórico también están unidos por el mismo nexo de la práctica social y
desempeñan distintos papeles en el proceso de conocimiento, y esto desde las épocas
históricas más tempranas. Sobre este particular Marx y Engels han escrito: La
producción de las ideas y representaciones de la conciencia, aparece al principio
entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres como el
lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos el comercio espiritual
de los hombres se presenta todavía, aquí, coma emanación directa de su
comportamiento material (11).

Esto último conviene retenerlo, ya que indica que en esa primera fase del desarrollo el
pensamiento aún no ha logrado independizarse de su relación directa con el mundo
objetivo del cual depende. En aquel estadio, las personas no sólo han llegado ya a
diferenciar lo que les resulta necesario de aquello que no lo es, sino que también lo
producen o lo representan en su conciencia. Por ejemplo, saben distinguir una planta
comestible y a un animal, y hacer planes, bien para recolectar las plantas o para cazar
animales. Es verdad que también los animales distinguen las plantas comestibles y
cazan a otros animales, pero como dice Marx, sólo cazan o producen aquello que
necesitan directamente para sí o para su cría, producen de un modo unilateral, mientras
que la producción del hombre es universal. La creación práctica de un mundo objetivo,
la elaboración de la naturaleza inorgánica, es obra del hombre como ser consciente de
su especie (12). Esta creación y elaboración del mundo objetivo es lo que distingue al
hombre, ser racional, de los animales y supone un grado de desarrollo del conocimiento
muy superior al puramente sensorial; presupone también la elaboración de planes para
la satisfacción de sus necesidades la existencia de un lenguaje y ciertas normas o
procedimientos para la transmisión de dichas representaciones como por ejemplo los
símbolos y los dibujos. Esta es la fase que podemos identificar como de conocimiento
empírico y de conocimiento racional. En esta fase aparecen también las primeras
manifestaciones del pensamiento abstracto, las cuales tomaron la forma de
representaciones fantásticas del mundo material y de las relaciones entre los propios
hombres.

Estas representaciones fantásticas alcanzaron su máximo apogeo en la época del tránsito


de la barbarie a la civilización. El más claro exponente de ello lo tenemos en el arte y la
cultura de la antigua Grecia, en donde vemos aparecer también las primeras
interpretaciones materialistas-dialécticas, un tanto ingenuas, de la naturaleza. Esto
coincide con un gran desarrollo para aquellos tiempos de la producción, la técnica y el
comercio con la implantación del esclavismo y la aparición sobre esta base, del Estado.
Es a partir de aquel momento cuando, se puede asegurar, comienza a separarse el
pensamiento de su relación directa con el mundo objetivo. La formación de una casta de
intelectuales que no participa en el trabajo manual, da impulso a este proceso, que
culmina con la elaboración de los primeros sistemas filosóficos que justifican y
consagran esa situación social. Esto supone un gran salto en la evolución del
pensamiento lógico, un salto, ciertamente, en el vacío del idealismo y la metafísica que
han servido de base a todo el pensamiento teórico de las clases explotadoras y
reaccionarias que se han ido sucediendo, hasta nuestros días, a través de la historia. El
idealismo filosófico, desde el punto de vista del materialismo grosero, simplemente
físico, es sólo un absurdo. Por el contrario, desde el punto de vista del materialismo
dialéctico, el idealismo filosófico es un desarrollo (inflación, hinchazón) unilateral,
exagerado [...] de uno de los rasgos, de uno de los aspectos, de uno de los lados del
conocimiento en algo absoluto, separado de la materia, de la naturaleza, divinizado
(13).

La dialéctica materialista y el idealismo metafísico de los antiguos griegos suponen un


alto grado de desarrollo del pensamiento y forman las dos grandes corrientes que desde
entonces se han enfrentado en el campo de la filosofía. Sin embargo, habrá que esperar
al desarrollo de la gran industria y los descubrimientos científicos modernos, a la
aparición del proletariado y al impulso de la lucha de clases, para que el materialismo y
la dialéctica, recuperados y reelaborados por Marx y Engels, pudieran alcanzar la cima
más alta jamás alcanzada por el pensamiento. Esta labor de Marx y Engels elevó por
primera vez la filosofía al rango de ciencia, desprendiéndola del fardo ideológico que la
lastraba, para hacer de ella un arma invencible para la transformación revolucionaria del
mundo por la clase obrera. Con ello propiciaron un verdadero salto, una verdadera
revolución, sobre bases firmes, materialistas, en la evolución del pensamiento, es decir,
en la capacidad del hombre para aprehender las leyes que rigen el movimiento del
mundo objetivo, de la sociedad y del propio pensamiento.
Marx distingue claramente el conocimiento empírico del conocimiento teórico, e indica
sus diferentes funciones en el proceso de conocimiento, pues mientras el primero (el
conocimiento empírico) se limita a describir, catalogar, exponer y esquematizar, a
medida que el autor va descubriéndoles, todas las manifestaciones externas del proceso
de la realidad (14), el segundo (el pensamiento teórico) centra su atención en establecer
sus relaciones y concatenaciones, el paso de unas formas a otras del movimiento, a
reducir, en suma, los movimientos visibles y puramente aparentes a los movimientos
reales e interiores (15). Por otra parte, es indudable que el pensamiento corriente
(racional) y la lógica formal captan las contradicciones y establecen cierto tipo de
relaciones, pero, como dijo Lenin, no captan la transición de lo uno en lo otro, y eso es
lo más importante (16).

Mao analiza este problema de la teoría del conocimiento y llega a las mismas
conclusiones: El conocimiento lógico difiere del conocimiento sensorial en que este
concierne a los aspectos aislados, las apariencias y las conexiones externas de las
cosas, mientras que aquél, dando un salto adelante, alcanza al conjunto, a la esencia y
a las conexiones internas de las cosas (17).

No obstante, hay que hacer notar que, como ya hemos explicado, lo que Mao identifica
como conocimiento sensorial no es otra cosa sino el conocimiento empírico, que se
distingue de la etapa puramente sensorial porque contiene, al menos en parte, al
conocimiento racional. Se comprende fácilmente que el hombre no podría formular
ningún tipo de juicio ni hacer plan alguno si careciera de este conocimiento. Nuestro
cuerpo y nuestro espíritu -escribió J. Dietzgen- están tan estrechamente ligados que el
trabajo físico es absolutamente inconcebible sin la participación del trabajo
intelectual; el trabajo manual más sencillo requiere la participación de le razón (18).
Otra cosa es el conocimiento lógico, teórico, el cual representa, efectivamente, una
etapa cualitativamente distinta en el proceso de desarrollo del conocimiento.

Si bien el conocimiento empírico supone siempre una fase previa necesaria para el
posterior desarrollo del conocimiento, no puede, sin embargo, por su propia función
clasificadora, por los propios límites que le impone la etapa de conocimiento que
representa, captar más que los aspectos externos, superficiales, o las apariencias de las
cosas y los fenómenos, no su esencia, es decir, sus aspectos contradictorios internos, su
automovimiento y sus relaciones o conexiones con las demás cosas. Para esto hace falta
el conocimiento lógico dialéctico. Pero este conocimiento no se deriva, de manera
automática, del anterior, ya que se mueven, por así decir, en planos diferentes y
obedecen a leyes del conocimiento también diferentes: las primeras son resultado de la
experiencia práctica espontánea, en tanto que las segundas son el fruto del pensamiento
lógico o teórico. La simple labor de observación, numeración, separación y clasificación
no es, propiamente dicha, una labor científica, y puede entrar en contradicción con el
pensamiento lógico dialéctico a partir de la confrontación superficial de algunos
resultados prácticos, empíricos. Además, la dialéctica no sólo establece las diferencias
cuantitativas y cualitativas entre las cosas y los fenómenos del mundo objetivo, sino
también, de manera particular, lo que es común a todos ellos en un sistema o
concepción única y, como ya hemos visto, la transición de lo uno en lo otro como lo
más importante.

Esto es lo que nosotros entendemos por pensamiento teórico, cuyo contenido difiere
esencialmente del conocimiento racional-empírico. No hace falta insistir en que ambas
formas de conocimiento están relacionadas y se vinculan en la práctica al igual que se
relacionan las dos con el conocimiento sensible del que el hombre jamas podrá
prescindir como base de todo su conocimiento. No obstante, y como hemos señalado
anteriormente, cada una de estas formas o fases del conocimiento desempeña un papel
diferente, aunque interconectado, destacando siempre una u otra de ellas, según la
naturaleza de los problemas a que nos enfrentamos y el conocimiento que tengamos de
ellos. Así, por ejemplo, siempre habrá que aguzar los cinco sentidos para descubrir la
causa o contradicción principal que está en el origen de todo problema nuevo o
desconocido para nosotros; cuando combatimos un mal o a un enemigo del que apenas
sabemos nada ni por dónde ni cómo nos va a atacar (lo que hace que aumente nuestra
ansiedad e inseguridad) también hemos de aguzar los sentidos; ante cada batalla, como
recomienda Mao, debemos estudiar las noventa y nueve posibilidades sobre cien de ser
derrotados y prepararnos para ello al tiempo que nos disponemos y hacer todos los
preparativos para triunfar; para otro tipo de problemas de los que carecemos de un
conocimiento profundo también habrá que recopilar datos e informes, consultar la
opinión de las masas y de los entendidos en la materia (los expertos o especialistas);
hacer un trabajo de campo, empírico, al objeto de poder estudiar a fondo el problema,
analizarlo desde todos los puntos de vista y resolverlo de una manera correcta. Todo
esto podemos hacerlo orientándonos por la concepción y el método marxista-leninista;
es decir, no tendremos que comenzar de cero, al menos en toda una serie de cuestiones
fundamentales, lo que indudablemente evitará muchos errores, esfuerzos y quebraderos
de cabeza innecesarios. Es así como podremos evitar la unilateralidad, el subjetivismo,
la precipitación, la presunción y otras desviaciones más o menos practicistas o
teoricistas a la hora de emprender un trabajo o de realizar un análisis concreto. Por lo
demás, el análisis concreto de una situación concreta no es, como generalmente se
entiende, el que se lleva a cabo a partir de un hecho o de una experiencia concreta
aislada, ya que una tal experiencia, aún la mejor elegida, puede enseñarnos o demostrar
muchas cosas y puede también no decir ni demostrar nada (por lo general, las
experiencias y los hechos aislados demuestran lo que a la burguesía le interesa).
Nosotros tenemos una noción muy diferente de lo concreto y del análisis, por lo que no
podemos tomar esas baratijas como si fueran oro de ley. Según Marx, lo concreto es la
unidad de lo diverso, de lo múltiple; esto significa que sólo podemos acceder a un
conocimiento real y profundo (no superficial o externo) de una situación o de un
problema si nos situamos en el punto de vista y la posición marxista-leninista que nos
permite considerar todos los datos que conforman un problema o una situación concreta.
Y ésto, como se podrá comprender, es algo que sólo lo puede hacer una organización o
un partido que esté armado con la teoría de vanguardia y realice un trabajo político entre
las masas.

El paso del conocimiento abstracto al conocimiento


concreto
El conocimiento abstracto no es la última etapa del proceso de conocimiento. Aún hay
otra etapa mucho más importante: la que va del conocimiento abstracto a la práctica
revolucionaria y a un conocimiento concreto. Sólo la práctica revolucionaría consciente,
es decir, no reformista o espontaneísta, puede proporcionar un conocimiento que no se
detenga en las leyes generales o en las verdades universales, y que nos permita conocer
a fondo las particularidades de la revolución en nuestro país para incidir en él. Es en
esta etapa cuando maduran las ideas, se perfilan mejor los conceptos y se elaboran
planes concretos de trabajo, se representa, para emplear otro término, la realidad que
queremos y necesitamos transformar en base a los conocimientos ya adquiridos sobre la
misma. Esta es la función del programa y la línea política del partido, el cual no sólo
tiene en cuenta la realidad actual, sus contradicciones, etc., sino que prevé también su
desarrollo inevitable y formula, sobre esta base, lo que habrá de resultar,
necesariamente, de ese desarrollo: el tránsito de una forma económico-social a otra
cualitativamente distinta.

Esta facultad del pensamiento, su capacidad de reflejar más o menos fielmente el mundo
objetivo y de superarlo, analizando su desarrollo lógico, su dinámica, es lo que hace de
él un factor activo y no meramente pasivo, que permite al hombre actuar sobre él y
transformarlo, al tiempo que él mismo se transforma. Es de este modo como el
conocimiento adquirido a través de la práctica vuelve de nuevo a ella con un contenido
más rico y más profundo, con lo que, se puede decir, se completa el ciclo: de lo
concreto (de la contemplación viva) a lo abstracto, y de aquí a la práctica, a lo concreto,
con la diferencia de que ahora se trata de un nuevo conocimiento concreto. Es decir,
hemos subido un escalón en el proceso infinito del conocimiento.

Este es el proceso lógico, dialéctico, de desarrollo que sigue el conocimiento, como lo


demuestra la historia de la filosofía y todo el proceso económico y social que ha
seguido, hasta nuestros días, la humanidad. El conocimiento dialéctico, cuya esencia es
el despliegue de todo el conjunto de elementos de la realidad, no se limita a la
elaboración de abstracciones, sino que sigue avanzando por el camino del ascenso de lo
abstracto a lo concreto, de la representación en el pensamiento de lo concreto como
unidad de lo multiforme. En cierta forma, tal como explicamos en otro trabajo (véase La
superconfusión absoluta) (19), entre el conocimiento abstracto y el conocimiento
concreto se da una contradicción. El pensamiento abstracto supone un retraimiento, un
retroceso del pensamiento respecto al conocimiento empírico concreto, por cuanto
parece alejarse de su base real para dedicarse a la especulación. ¿No fue atacada la obra
de Marx, El Capital, por algunos autores burgueses como una pura especulación, como
una nueva metafísica? Sin embargo, ese distanciamiento resulta necesario para el
análisis de ciertas leyes, rasgos y categorías de carácter universal que son esenciales y
sin cuyo conocimiento no puede ser conocida la realidad concreta en toda su
complejidad y desarrollo. Por otra parte hay que señalar que el conocimiento abstracto
no puede ofrecer más que las leyes generales, universales, del desarrollo, y que su papel
en el proceso de conocimiento se destaca, precisamente, porque supone una etapa de
transición hacia el conocimiento concreto. Lenin explica que la significación de lo
universal es contradictoria: es inerte, impura, incompleta, etc., etc., pero es únicamente
una etapa hacia el conocimiento concreto porque jamás podremos conocer lo concreto
completamente (20).

De igual manera que el conocimiento empírico supone una etapa necesaria, previa a la
etapa del conocimiento abstracto, éste resulta, a su vez, imprescindible para acceder al
conocimiento concreto, es decir, para poder desarrollar una práctica verdaderamente
revolucionaría de transformación social. Llegados a este punto, la cuestión de la teoría
del conocimiento también puede ser planteada de la siguiente manera: de la apariencia a
la esencia y de la esencia a la práctica, con la que se amplía y profundiza al mismo
tiempo el conocimiento, se hace más vivo más claro, polifacético o multiforme; en otras
palabras: más concreto.
Es a ésto a lo que se refiere Lenin cuando escribe: La práctica es superior al
conocimiento (teórico), porque posee no sólo la dignidad de la universalidad, sino
también la de la realidad inmediata (21). La verdadera práctica revolucionaria, no el
empirismo o el practicismo, se distingue, precisamente, porque resume en sí esas dos
cualidades sobresalientes: establece el vínculo existente entre lo universal y la realidad
inmediata. De otra manera, como dice Stalin con toda razón, la teoría dejaría de tener
objeto [...]exactamente lo mismo que la práctica es ciega si la teoría revolucionaria no
alumbra su camino (22).

La verdad es siempre concreta y designa el contenido objetivo del pensamiento. No


existe verdad alguna que no tenga ese carácter. Lenin escribe: El principio fundamental
de la dialéctica es que no hay verdad abstracta, que toda verdad es concreta (23). Por
ejemplo, no existen los caballos, ésa es una abstracción, existe un caballo u otro en
concreto, con tal o cuales características; los caballos designan a todos los caballos sin
referirse a ninguno. En lo particular está contenido lo universal, lo individual es lo
universal (Lenin). Sólo cuando analizamos a un caballo concreto podemos saber de él y
hacernos al mismo tiempo una idea aproximada de los demás caballos, de lo que es
común a todos ellos, de lo universal, pero de los caballos como ente abstracto jamás
podremos saber nada, simplemente, porque no existen. Lo mismo se puede decir de
otras abstracciones, como por ejemplo, la que designa a la materia: ¿de qué materia se
trata, de la orgánica o de la inorgánica? Y dentro de cada una de estas dos formas de
existencia de la materia, ¿cuál es, en su infinita variedad, la estructura de cada una de
ellas, su organización interna, su movimiento, su paso de una a otra forma, etc.? Algo
parecido sucede con otras abstracciones, como la categoría económica del valor, del
trabajo cristalizado, retomada por Marx de los economistas clásicos, gracias a lo cual
pudo descubrir, en base al análisis lógico-histórico de la producción y el intercambio de
mercancías, la relación social que encubre el fetichismo del dinero y su conversión en
capital. Otro ejemplo que se puede poner es el que se refiere al concepto abstracto de la
lucha de clases. Por lo general, cuando se habla de la lucha de clases, se sobreentiende
que se trata de la lucha entre explotadores y explotados y entre oprimidos y opresores.
Pero con esto no pasamos de reconocer la ley que actúa como fuerza motriz de todo el
desarrollo histórico de la sociedad. Reconocer esta ley es importante, pero no suficiente,
ni siquiera es lo principal. Ante todo hay que definir con precisión de qué clases se trata,
de qué época histórica de qué país, ya que de ello depende el resultado de esa lucha, a la
cual debemos servir ¿Cuáles son las dos principales clases enfrentadas?, ¿cuál es la
forma principal, concreta, que adopta esa lucha en una época y en un país concreto?, ¿se
está hablando de la lucha económica, de la lucha política, de la lucha ideológica?, ¿de
una sola de esas formas, por ejemplo, de la lucha económica, reformista, o de una
combinación de todas ellas, es decir, de la lucha de clases desarrollada conforme a los
principios revolucionarios?

La verdad es la síntesis, el conocimiento de las diversas determinaciones, relaciones y


condiciones de existencia (tiempo y lugar) de los objetos y fenómenos; es el
descubrimiento de su naturaleza específica, de su esencia. También aquí hay que
considerar el doble aspecto que presenta la noción de concreto: lo concreto sensible y lo
concreto de pensamiento. Pues bien, hay que destacar, una vez más, que el carácter
concreto de la verdad corresponde al pensamiento, no a lo concreto sensible. Como dice
Tchang En-Tsé, profesor de la Universidad de Pekín en los años de la Gran Revolución
Cultural Proletaria, el materialismo dialéctico no niega el carácter concreto de la
verdad sensible, pero ella no representa más que el conocimiento exterior de las cosas
singulares, y por ella no se puede dominar su naturaleza y sus determinaciones
internas. Lo concreto sensible, que es el reflejo de fenómenos particulares, es siempre
superficial y unilateral, sea cual sea su proximidad a las cosas percibidas [...] Por esto,
no se puede alcanzar la verdad concreta por la sensación, ya que ella no se realiza más
que en el pensamiento. Más aún, no aparece al comienzo del proceso del pensamiento,
sino que es su resultado (24).

El marxismo-leninismo ofrece numerosos ejemplos de análisis concreto, fruto del


estudio y de la participación directa en la lucha de clases. Como se sabe, El Capital de
Marx se destaca como la obra más importante, donde se ofrece un compendio de
conocimiento, tanto teórico, abstracto, como concreto de la historia y, en particular, de
la sociedad capitalista, a partir del cual Marx descubre las leyes de su nacimiento, su
desarrollo, su desaparición o tránsito hacia un sistema nuevo. Lógicamente ni Marx ni
Engels pudieron tratar de la fase última de desarrollo del capitalismo, si bien sus análisis
del proceso de acumulación y centralización del capital apuntaban ya claramente a la
aparición del monopolismo y el capitalismo financiero. Fue Lenin el que realizó este
análisis concreto del imperialismo, basándose en la economía y las ideas de Marx y
aportó otras nuevas. Por su parte Mao también ha realizado un análisis concreto, el que
corresponde a las condiciones de la revolución en los países semifeudales y
semicoloniales. En todos estos casos, tanto Marx, como Lenin y Mao, han procedido de
manera metódica, analizando todos los datos factores económicos, sociales y políticos,
así como la experiencia acumulada de la lucha de clases, desde el punto de vista y el
método de la ciencia y la posición de clase revolucionaria del proletariado.

Entre las numerosas obras que podríamos citar, aparte de la ya mencionada, El Capital,
y la obra de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, como ejemplos o
modelos de análisis vivo, concreto, de la realidad social en épocas y países
determinados, se encuentra El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx, el ¿Qué hacer?
y El Estado y la Revolución de Lenin y Sobre la guerra prolongada de Mao. También
destacan otros trabajos de marxistas-leninistas como Mariátegui y Dimitrov. En todos
ellos podemos encontrar una fuente inestimable de conocimiento teórico y práctico. No
obstante, con esas obras no se agota la posibilidad de conocimiento ni de nuevos
análisis, lo que tendrá que ser de nuevo el resultado de la práctica revolucionaria
presente y futura, así como de su generalización teórica. Sobre este particular, aún
queda por añadir alguna cosa.

El aspecto absoluto y el aspecto relativo del criterio de


la práctica
Esa concepción practicista, que limita el alcance del conocimiento al saber que pueden
proporcionar las masas o las experiencias del trabajo inmediato, se asemeja a la
concepción del pragmatismo imperialista, para el que es verdad todo lo que resulta útil
o que reporta sustanciosas ganancias. Por otra parte, también es sabido que la extensión
del idealismo metafísico y de todo tipo de supercherías religiosas y cientifistas ha sido
siempre, en buena medida, consecuencia de esa tendencia racionalista y del
materialismo vulgar, mecanicista, de atenerse tan sólo a la realidad, a la experiencia, a
lo que se ve, se palpa, etc., así como a su negativa o incapacidad para reconocer el papel
activo y creador de la teoría cuando ésta es fiel reflejo de la realidad y la hacen suya las
masas.
Es la práctica la que en todos los casos tiene que probar la veracidad del conocimiento o
de una teoría, ya que la práctica es el único criterio de la verdad. La verdad de un
conocimiento o de una teoría es determinada no por una apreciación subjetiva, sino
por los resultados objetivos de la práctica social (25). Una apreciación subjetiva es la
que prescinde de la realidad objetiva, esto es lo que hacen los idealistas y subjetivistas;
por eso pueden disparatar a su antojo, dado que, además, no se sienten obligados a
someter sus ideas y apreciaciones al criterio de la práctica social. Sin embargo, el
conocimiento al que tiene acceso el hombre en cada época es siempre relativo. Jamás
alcanzaremos un conocimiento absolutamente cabal y completo del mundo objetivo, ya
que éste cambia constantemente y se desarrolla. De la suma de todas las verdades
relativas nace el conocimiento absoluto. Es preciso reconocer tanto al conocimiento
absoluto como al relativo, concibiéndolo como un proceso. El conocimiento tiene una
historia y deberá tener, necesariamente, un desarrollo. También la práctica ligada al
conocimiento tiene esas características. Por esta razón Lenin advierte: Hace falta no
olvidar, ciertamente, que el criterio de la práctica no puede, en el fondo, confirmar o
refutar completamente una representación humana cualquiera que ella sea. Este
criterio es en sí mismo lo suficientemente ‘ambiguo’ para no permitir a los
conocimientos del hombre convenirse en un ‘absoluto’; y de otro lado es lo
suficientemente determinado para permitir una lucha implacable contra todas las
variedades del idealismo y el agnosticismo (26).

Cuando se trata de la práctica como criterio de la verdad, hay que tener en cuenta esta
observación de Lenin que establece con toda claridad su doble aspecto: el aspecto
relativo y el aspecto absoluto. De lo contrario podemos caer en el absurdo de considerar
la práctica, cualquiera que ésta sea, como la verdad misma, cuando en realidad no es
más que una actividad que está ligada al conocimiento, es, como ya apuntamos antes, el
nexo que une el conocimiento subjetivo al mundo objetivo, independientemente de que
sea o no correctamente reflejado por él. Cabe decir que la práctica, como criterio de la
verdad, es neutral. De ahí que pueda desempeñar dicho papel. Además, como ya hemos
visto, la ambigüedad de ese criterio hace que la práctica se muestre incapaz para
demostrar algunas verdades incuestionables, y esto tanto en el campo de las ciencias
naturales, como en el de las ciencias sociales. A este respecto, Tchang En-Tse aclara,
ateniéndose a la tesis de Lenin que hemos expuesto: El carácter relativo del criterio de
la práctica significa que la práctica, considerada en las etapas de su desarrollo,
presenta en cada etapa limitaciones determinadas. Por esos límites, ella no puede
probar o refutar las diversas concepciones y las diversas teorías de una manera
incondicional y absolutamente completa [...] Es muy importante reconocer el carácter
relativo del criterio de la práctica. De una parte, esto puede impedir la hipótesis en el
absoluto del conocimiento humano; es decir, transformar una verdad esencialmente
relativa en verdad absoluta; de otra parte, esto puede prevenir la actitud que consiste
en negar, pura y simplemente, verdades que la práctica actual no puede probar, pero
que ciertamente, podrá probar la práctica futura (27).

Esto, como señala el mismo autor, basándose igualmente en una idea de Mao, es
particularmente verdadero en la práctica de la lucha de clases. El éxito de la revolución
no depende solamente de la justeza de la teoría o de la política que se aplica, es
determinado también por la relación de fuerzas de clase en presencia. Si las fuerzas de
clase revolucionarias son temporalmente débiles, la revolución puede muy bien sufrir
reveses. Pero estos fracasos temporales no pueden probar que la teoría y la política
revolucionarias sean erróneas: Las verdades probadas por la práctica -concluye Tchang
En-Tse- contienen su aspecto relativo, pero ellas contienen también una parte
irrefutable de lo absoluto. La considerada en los límites inherentes a las etapas de su
desarrollo no puede refutar o probar todos los pensamientos; pero su desarrollo mismo
puede, efectivamente, refutar o probar todos los pensamientos. Tal es la concepción
materialista dialéctica de la práctica.

En la física moderna, por ejemplo, ha sido establecido el llamado principio de


indeterminación que los positivistas (idealistas de la última hornada) utilizan para
probar una vez más, la desaparición o inexistencia de la misma materia que se estudia.
Se basan para ello en el hecho de que, por el momento (ignoro cuál es el estado actual
de la investigación), los instrumentos de que dispone el hombre no le permiten
determinar empíricamente, con exactitud, la posición y algunas otras cualidades
inherentes a las partículas recién descubiertas.

Algo semejante ocurre respecto a la construcción del comunismo. La derrota


momentánea del socialismo ha dado lugar a la difusión de todo tipo de ideas que ponen
en duda su fundamentación científica por el marxismo-leninismo. De aquí deducen que
el socialismo ya no existe, que ha muerto. ¿Mas acaso no afirmaba lo mismo la reacción
burguesa cuando la derrota de la Comuna de París, en 1871? ¿Y no supuso aquella
primera experiencia de revolución proletaria, pese a su derrota, una confirmación de las
teorías de Marx que le permitió, además, adquirir un nuevo conocimiento de las leyes
que rigen en la lucha de clases y que conducen a la implantación de la dictadura
revolucionaria del proletariado? Todo aquello no fue, como es bien sabido, el fin o la
muerte del comunismo, sino el comienzo de su realización práctica, un comienzo, como
todos los comienzos, defectuoso y plagado de errores por la propia naturaleza del
proceso recién iniciado, pero históricamente necesario e inevitable y gracias al cual el
marxismo pudo extraer nuevas enseñanzas que le sirvieron para afirmarse y extenderse
por todo el mundo como nueva doctrina científica para la emancipación de la clase
obrera. No en vano, la reacción y el imperialismo han centrado desde entonces toda su
atención en atacarlo, lo que demuestra, entre otras cosas, que este muerto, que tantas
veces ellos han matado, goza de muy buena salud.

Notas:

(1) F. Engels: Del socialismo utópico al socialismo científico.


(2) C. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista.
(3) Lenin: ¿Qué hacer?.
(4) C. Kautsky: Citado por Lenin en ¿Qué hacer?.
(5) Lenin: ¿Qué hacer?.
(6) Mao Zedong: «Algunas cuestiones sobre los métodos de dirección», en Obras
Escogidas, tomo III, pg.119.
(7) Lenin: Quiénes son los ‘amigos del pueblo’ y cómo luchan contra los
socialdemócratas.
(8) Lenin: Quiénes son los ‘amigos del pueblo’ y cómo luchan contra los
socialdemócratas.
(9) Mao Zedong: ¿De dónde provienen las ideas correctas?.
(10) Lenin: Obras Completas, tomo 38.
(11) C. Marx y F. Engels: La ideología alemana.
(12) C. Marx: Manuscritos económico-filosóficos.
(13) Lenin: En torno a la cuestión de la dialéctica.
(14) C. Marx: El Capital.
(15) C. Marx: El Capital.
(16) Lenin: Resumen del libro de Hegel ‘Ciencia de la lógica’.
(17) Mao Zedong: Sobre la práctica.
(18) J. Dietzgen: Pequeños escritos filosóficos.
(19) M.P.M. (Arenas): La superconfusión absoluta, Suplemento de Resistencia,
septiembre 1996.
(20) Lenin: Obras completas, tomo 29.
(21) Lenin: Resumen del libro de Hegel ‘Ciencia de la lógica’.
(22) Stalin: Fundamentos del leninismo.
(23) Lenin: Obras completas, tomo 3.
(24) Tchang En-Tse: Verdad y conocimiento.
(25) Mao Zedong: Sobre la práctica.
(26) Lenin: Materialismo y empiriocriticismo.
(27) Tchang En-Tse: La teoría del conocimiento del materialismo dialéctico en China
Popular.

¿Es el maoísmo el marxismo-leninismo


de nuestra época?
El marxismo es una teoría para la acción, una teoría para la práctica, para la
transformación revolucionaria del mundo por la clase obrera. Esta característica
fundamental del marxismo, su carácter de clase y eminentemente práctico, hace que se
conserve siempre vivo, que se desarrolle y se enriquezca cada vez más. En este
desarrollo del marxismo se pueden observar varias etapas, ya que, como todos los
desarrollos, el del marxismo no es tampoco lineal, sino que se efectúa a través de saltos,
en épocas históricas determinadas en las que se plantean situaciones y problemas
nuevos que exigen, para ser resueltos, que sean analizados y concretados en la teoría.
Por ejemplo, el leninismo supone un desarrollo del marxismo que se corresponde con la
entrada del capitalismo en la última fase de su desarrollo, en la fase monopolista o
imperialista, con lo que se inicia al mismo tiempo la época de la revolución proletaria.
Lo que da carácter de época o de nueva etapa no es la fase en la que ha entrado hace
tiempo el desarrollo capitalista sino el hecho de que en ella se inicia la revolución, ya
que esa fase no representa ningún cambio esencial en la naturaleza del sistema
capitalista.

Por este mismo motivo, el leninismo no es una teoría o doctrina especial, distinta o
separada del marxismo, como dice justamente Stalin, es el marxismo que corresponde a
la nueva época, un marxismo, por así decir, más actualizado y desarrollado. Sólo en este
sentido cabe hablar del leninismo como una nueva etapa, de manera que en su
interpretación no se puede llegar a romper la continuidad de la doctrina, la trabazón
interna que vincula el leninismo con la teoría económica y la doctrina de Marx y
Engels.

El leninismo está firmemente asentado sobre la dialéctica y la concepción materialista


de la historia, sobre la economía política de Marx y su teoría de clases y la dictadura del
proletariado. De Marx y Engels tomó Lenin también las ideas que le permitieron trazar
la estrategia y la táctica para la revolución proletaria. Lenin desarrolla y actualiza el
marxismo en todos esos campos, pero no crea, repetimos, ningún fundamento doctrinal
nuevo, nada que pudiera suponer una negación o superación de los postulados del
marxismo realizada como consecuencia de su propio desarrollo. Algo parecido cabe
decir de las aportaciones teóricas y prácticas efectuadas por Mao al fondo de la teoría
marxista-leninista, con la particularidad de que, en este caso, no existe ninguna que nos
permita establecer una nueva etapa de desarrollo, distinta a la etapa leninista. La razón
de ello estriba en que no se ha producido ningún cambio de época, es decir, aún estamos
viviendo (y no se puede saber por cuanto tiempo) en la época del imperialismo y de la
revolución proletaria, época para la cual Lenin ya elaboró los principios fundamentales
de la táctica y la estrategia revolucionaria del proletariado.

No se podrá encontrar en las obras de Marx y Engels, como tampoco en las de Lenin y
Stalin, nada que se parezca, ni de lejos, a esa división en etapas diferenciadas en el
desarrollo del marxismo que hacen los maoístas, y menos aún se podrá encontrar en los
clásicos ninguna idea o planteamiento teórico que pueda llevar a considerar ningún
desarrollo del pasado, presente o futuro de la doctrina marxista, como algo que debería
destacar, anteponiéndolo, a la obra fundamental de Marx y Engels. Pero... acaso se trate
de algún aporte original de última hora. ¿Se puede atribuir ese aporte al propio Mao?
Veamos lo que éste dice en relación con el problema que estamos estudiando: La teoría
de Marx, Engels, Lenin y Stalin es aplicable universalmente. No hay que considerarla
como un dogma, sino como una guía para la acción. Estudiar el marxismo-leninismo
no es simplemente aprender su terminología, sino estudiarlo como ciencia de la
revolución. No sólo hay que comprender las leyes generales establecidas por Marx,
Engels, Lenin y Stalin como resultado de su estudio extensivo de la vida real y de la
experiencía revolucionaria sino también aprender la posición y el método que
adoptaban al examinar y resolver los problemas (1).

Considerar el pensamiento Mao como lo principal no sólo nos puede conducir a hacer
tabla rasa de toda la herencia histórica del marxismo-leninismo, sino que nos obligaría a
intentar llevar a cabo un transplante de la teoría de la revolución china a las condiciones
de nuestro país, estableciendo al mismo tiempo para ello, como más principal, el
pensamiento guía de ese transplante.

El precedente de una tal concepción lo podemos encontrar en China. Es sabido que


durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, el culto a Mao, espontáneo y sincero
entre las masas populares, fue exaltado por Lin Piao y sus amigos hasta el extremo de
llevarlo al absurdo. Lin Piao formuló una teoría especial sobre el genio, haciéndolo
aparecer en la historia al azar, cada cierto número de años, desligado de los procesos
económicos y científicos, de las clases y sus luchas, para establecer la regla (o el
principio) según la cual sus pensamientos debían ser acatados de manera acrítica por
todo el mundo. Consecuencia directa de esa teoría del genio fue considerar el
pensamiento de Mao como el marxismo-leninismo de nuestra época. Esta idea errónea,
completamente distorsionada del planteamiento que hizo Stalin respecto al leninismo,
fue la que Lin Piao y sus partidarios consiguieron imponer durante algún tiempo en el
PCCh. Mao, por descontado, nunca estuvo de acuerdo con ella. Por esta razón la
combatió con la mayor energía, a la vez que ponía al descubierto la concepción
revisionista y burocrática que encubría la teoría del genio. Esto dio lugar a un extenso
debate que se prolongó hasta la celebración, en 1973, del X Congreso del PCCh,
presidido por Mao, momento en el que quedó definitivamente zanjada esta cuestión,
estableciéndose el verdadero alcance y el lugar que ocupan las aportaciones de Mao y su
conexión indisoluble con el marxismo-leninismo: El presidente Mao nos enseña
constantemente: vivimos aún en la época del imperialismo y la revolución proletaria. A
la luz de las tesis fundamentales del marxismo, Lenin hizo un análisis científico del
imperialismo [...] formuló las teorías y tácticas de la revolución proletaria en la época
del imperialismo. Stalin decía: ‘El leninismo es el marxismo de la época del
imperialismo y de la revolución proletaria’. Esto es completamente correcto. Desde la
muerte de Lenin, la situación mundial ha experimentado grandes cambios, pero no ha
cambiado la época. Los principios fundamentales del leninismo no se han hecho
anticuados: siguen siendo la base teórica que guía hoy nuestro pensamiento (2).

Más claro no podía haber sido redactado: Mao enseña que vivimos aún la época del
imperialismo y de la revolución proletaria de manera que no existe ninguna
contradicción o cambio, por importante que éste haya sido en la situación mundial que
nos pueda llevar a considerar que vivimos en otra época. La conclusión que se
desprende de esto es igualmente clara: todas las ideas y tesis que Mao ha desarrollado
han partido o tienen su base en las tesis e ideas de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Lo que
le ha permitido hacerlo no ha sido otra concepción ni otro método que el que él mismo
ha explicado en el pasaje que anteriormente hemos citado. Pero por lo que ya hemos
visto, estas enseñanzas y otras no menos importantes de Mao no les sirven a los lin-
piaoístas o como queramos llamarles (en modo alguno maoístas, por más que ellos se
empeñen en calificarse de tales). Estos, en su afán por enmendarle la plana a su maestro,
en hacer de él un genio realmente inigualable, separado de la historia, del Partido y de
las masas, acaban rematando su obra, sus ideas, con la consideración del pensamiento
de Mao como una etapa distinta y separada del desarrollo del marxismo-leninismo. Sólo
así, claro está, es posible situar el maoísmo como la etapa principal del marxismo.

Esta es una aberración que conduce por el camino más recto y más sencillo a la
vulgarización y al abandono de los fundamentos y de los principios de la doctrina
marxista-leninista, para acabar abrazando alguna teoría burguesa o pequeño-burguesa de
moda. Desde luego, no seremos nosotros los que neguemos valor o dejemos de tener
muy en cuenta las aportaciones de Mao al desarrollo del marxismo-leninismo,
realizadas en base a su aplicación o integración a las condiciones concretas de la
revolución china. La cuestión consiste en que en ningún caso, y por muy originales o
geniales que se quieran presentar, dicho desarrollo o aportaciones no pueden ser ni
siquiera equiparados con la obra fundamental del marxismo, con la etapa primera o
fundacional en que fueron sentadas las bases científicas de la doctrina revolucionaria del
proletariado internacional, su concepción del mundo y de la historia, sus tesis,
principios e ideas rectoras, etc., todo aquello que, a decir de Lenin, hace del marxismo
una doctrina completa y armónica. Los tergiversadores del pensamiento de Mao
parecen ignorar que, en esa etapa, Marx y Engels no trataron solamente de los
problemas y contradicciones que correspondían a su época, a un determinado periodo de
desarrollo social y a unos cuantos países desarrollados, sino que sus teorías y principios
abarcan todas las épocas y países y tienen, por consiguiente, carácter universal: Marx
profundizó y desarrolló totalmente el materialismo filosófico, e hizo extensivo el
conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo
histórico de Marx es una enorme conquista del pensamiento científico. Al caos y la
arbitrariedad que imperaban hasta entonces en los puntos de vista sobre la historia y la
política sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica que
muestra cómo en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida
social surge otro más elevado; cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo
[...] La filosofía de Marx es un materialismo filosófico acabado que ha proporcionado a
la humanidad y sobre todo a la clase obrera, la poderosa arma del saber (3).

El marxismo contiene, informa, de las leyes que determinan, tanto el proceso de


aparición y desarrollo del capitalismo, como su superación por el comunismo, y en él
están implícitos todos los posibles cambios, añadidos, rectificaciones y desarrollos
teóricos de sus postulados, cosa que, por demás, sólo se puede llevar a cabo sobre sus
mismas bases, aplicándolo en cada situación histórica y en cada país concreto. Para que
dejara de ser así tendría que ser descubierto un nuevo mundo y una nueva realidad
social, distinta de la que conocemos, con nuevas contradicciones y leyes, nuevas
categorías económicas, sociales, políticas, filosóficas, etc., de manera que fuera posible
trasladarnos a otra época de desarrollo, lo que no es posible hacer ni siquiera con la
imaginación, ni en las obras de ciencia-ficción. De ahí que resulten todas ellas tan
malas, tan faltas de lógica, de sentido de la realidad y de la historia. La explicación de
esa imposibilidad es muy simple: el mundo objetivo y la sociedad no se pueden
inventar, las teorías que expresan ese mundo objetivo en toda su complejidad no pueden
ser creadas por la imaginación, por mucho que nos esforcemos, ya que todo ello no es
más que el resultado de un largo proceso de desarrollo. Lo único que puede hacer la
inteligencia humana es representarla, una vez captada a través de los sentidos y con su
capacidad de abstracción, de tal manera que pueda hacer planes para influir en su
desarrollo. Esto es, precisamente, lo que hace el marxismo-leninismo. Sobre esta base
ya establecida sólo son posibles nuevos desarrollos de tal o cual aspecto particular de la
doctrina, de algunas ideas y principios, pero este desarrollo jamás podrá anular ni situar
en segundo, tercer o cuarto lugar (según se trate del plano nacional o internacional) lo
que siempre lo precede como concepción y guía de toda práctica verdaderamente
revolucionaria en no importa qué época o tramo de la historia que nos ha tocado vivir ni
en qué país conocido de esta galaxia. No plantear la cuestión de esta manera sólo puede
conducir a negar la vigencia del marxismo-leninismo como teoría y programa del
movimiento obrero de todos los países, a negar lo que contiene de verdad universal,
para ir a refugiarse, como ya indicamos anteriormente, en alguna teoría de moda o bien
en lo particular o nacional; en una concepción estrecha, unilateral, limitada, que se
viene abajo al primer roce con la realidad.

Notas:
(1) Mao Zedong: El papel del Partido Comunista de China en la guerra nacional.
(2) Documentos del X Congreso del PCCh.
(3) Lenin: Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo.

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