Discapacidad: clínica y educación: Los niños del otro espejo
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Discapacidad - Esteban Levin
Discapacidad: clínica y educación
Los niños del otro espejo
Discapacidad: clínica y educación
Los niños del otro espejo
Esteban Levin
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Introducción
Capítulo 1. La infancia del otro cuerpo
El bebé en la estructura sensorio-motriz
Lo sensorio-motriz en escena
La invención del bebé
El origen del tiempo en la infancia
La función del hijo antes de nacer
El acontecimiento del nacimiento
Cuando el nacimiento cuestiona el ideal
El hijo-niño inaugura una nueva genealogía
Los hijos de la discapacidad
Caminos y escenarios del hijo discapacitado
El órgano sin imagen del cuerpo
La representación psicomotriz
Capítulo 2. El sufrimiento inmutable de Darío
El espejo opaco e indiferente
La huella del no
y el sí
Capítulo 3. Acontecimiento, desarrollo e infancia
La temporalidad del niño. ¿Cuál es la urgencia?
El síndrome disatencional como espejo de la modernidad. Tomás angustiado
Los tiempos instituyentes en la primera
Del cuerpo a la representación: apropiación e in
Capítulo 4. El niño y lo otro
La incertidumbre del origen: discapacidad y sexualidad
El niño existe en la poética del cuerpo
María frente al dolor
El niño como discapacitado
Debilidad mental: la presentación escénica
Infancia, alteridad y diferencia
La sensibilidad del niño en las paradojas de la infancia
Capítulo 5. La otra niñez: Los sueños y el tiempo
El despertar de los sueños en el niño
Las estereotipias no sueñan: duración y temporalidad
Cristina: una muñeca estatua de una sola imagen
Lo real del tiempo en el campo de lo otro
La metamorfosis del tiempo en el niño que ju
Acertijos del deseo de jugar en juego
La creación infantil
El niño se historiza en la escena
Cuando la historia infantil se detiene
Capítulo 6. Pedro no hace nada. Alberto es un Asperger. ¿Dónde está el sujeto?
Pedro y su destino imposible
El extravío del niño en la invención y creación escénica: El disparate
El otro espejo realiza la opacidad
Niñez, peripecias y acontecimientos
La eficacia del diagnóstico en la infancia: ¿Pablo es un Asperger?
Resonancia, consistencia y creación de la imagen real
La intervención escénica en lo inconmovible
El mágico puente de la infancia
Capítulo 7. La imagen del cuerpo en la psicosis y el autismo infantil. Carla en el disturbio global del desarrollo
La po-ética del niño
De la estereotipia al gesto. del cuerpo al extra
cuerpo
Carla en escena: La intimidad clínica del inaudito asombro
Los dibujos corporales: espejos y trazos
La inscripción de la imagen del cuerpo en carla
El acto psíquico en la mirada, los gestos, las palabras y el cuerpo
¿Qué podemos hacer cuando los niños no pueden generar demanda?
El desmontaje de la estereotipia
La invención sin interpretación en la infancia
La varita escénica del niño
La inteligencia y la vida del cuento
La varita real versus la varita mágica
Capítulo 8. Diagnóstico diferencial de las estereotipias. Martín se paraliza
Las estereotipias motrices
¿Cómo encontrar a pablo en las caóticas estereotipias?
La reiteración errante del estereotipar
El eco de la imagen real
La letra anónima
Estereotipias de lo sensoriomotor
Estereotipias de la imagen
Estereotipias de la representación
Martín en el ritual de una sonrisa que no ríe
Interrogantes y estrategias
Los miedos paralizan
Capítulo 9. La epopeya de un niño discapacitado que deseaba ser Juan
¿Una aventura posible?
El sufrimiento del pellizcar
La canción en los trazos de la otra escena
Capítulo 10. Los niños de la otra escolaridad
El peregrinaje de lo diferente
Acerca del saber, la inteligencia y la imagen del cuerpo
Desconocimiento e inter-disciplina
El mito especial
. El ritual del acto imposible
La fijeza de la fiesta innombrable
Al repetir no se piensa
La imagen del cuerpo no se enseña
Bibliografía
Colección Conjunciones
Corrección de estilo: Liliana Szwarcer
Diagramación: Patricia Leguizamón
Los editores adhieren al enfoque que sostiene la necesidad de revisar y ajustar el lenguaje para evitar un uso sexista que invisibiliza tanto a las mujeres como a otros géneros. No obstante, a los fines de hacer más amable la lectura de los textos, dejan constancia de que, hasta encontrar una forma más satisfactoria, utilizarán los plurales en masculino.
noveduc libros
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Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-538-613-6
ESTEBAN LEVIN. Licenciado en psicología, psicomotricista, psicoanalista, profesor de educación física, profesor invitado en universidades nacionales y extranjeras, director de la Escuela de Formación en clínica psicomotriz y problemas de la infancia
, www.lainfancia.net. Visitante distinguido de la Universidad Católica de Córdoba. Profesor
Honorario del Instituto Universitario Gran Rosario. Autor de numerosos artículos en diversas publicaciones especializadas nacionales e internacionales, y de los libros:
La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje (Nueva Visión, 1991); La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor (Nueva Visión, 1995); La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia (Nueva Visión, 2000); Discapacidad. Clínica y educación. Los niños del otro espejo (Nueva Visión, 2003); ¿Hacia una infancia virtual? La imagen corporal sin cuerpo (Nueva Visión, 2006); La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica (Nueva Visión, 2010); Pinochos: ¿Marionetas o niños de verdad? (Nueva Visión, 2014). Este último libro ha sido presentado en Italia, Estados Unidos, Uruguay, Colombia y México. Todas las obras han sido traducidas y reeditadas al idioma portugués por la editorial Vozes. Ha reeditado con la editorial Noveduc el libro Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor. La infancia en escena (2017).
A Ali, en la complicidad e invención del tiempo compartido, imaginario como la realidad, real como la fantasía.
Agradecimientos
Agradezco a todos los compañeros que me abrieron las puertas de sus alumnos, pacientes e instituciones para compartir en esa intimidad mutua las angustias, los interrogantes, las alegrías, los fracasos, las estrategias, las utopías, las parodias y los disparates. Sin ellos, este libro no sería posible.
Escribir implica siempre desvelarse por una pasión que, en su esencia misteriosa, no se puede explicar. Sostener este misterio trama el origen de la invención; a su vez, ella nos vuelve a inscribir, a crear e inventar. En esta intensidad, lo incalculable de la transmisión jugará en lo plural su sensible destino secreto.
A jugarlo, entonces...
Introducción
¿Quién eres? dijo la Oruga.
Yo... apenas sé... Temo que no pueda explicarme... porque yo no soy yo replicó Alicia.
Sabes muy bien que no eres real, dijeron Tweedledum y Tweedledee.
¡Soy real! protestó Alicia y se echó a llorar. Humpty, Dumpty le reprochó:
Deberías significar... ¿Para qué supones que sirve una niña sin significado?
Lewis Caroll
Para comenzar, cabría preguntarnos quiénes son los niños del otro espejo.
Darío con sus seis años deambula sin otro interés más que golpearse. Camina golpeando las cosas (paredes, ventanas, estufas, muebles, vidrios...) y su cuerpo, en especial el rostro: no se lo puede detener. No registra al otro, no habla, permanece inalterable, escéptico. Vive en un cuerpo sin dolor, indescifrable.
Al verlo por primera vez, me conmueve: me duele su falta de dolor.
A los seis años María no puede sostenerse de pie. No camina ni habla, los temblores le repercuten en todo el cuerpo, tornándolo inestable. Al moverse se cae, babea, tiembla, gesticula en la tristeza. Su mirada vivaz alumbra y alienta el contacto con ella. Mirándonos en silencio, en la demora registro la vibración de mi cuerpo.
¿Sería posible conectarse con ella sin vibrar frente al desamparo?
Cristina tiene 12 años, no se mueve, está parada en el cuerpo, endurecida, sin gestualidad, se balancea inclinando el peso del cuerpo en una y otra pierna. Da la imagen de una estatua pétrea, inexpugnable e inconmovible.
Frente a ella me inmovilizo, registro el profundo exceso de la letanía que dura sin pausa. Desde esa opacidad consistente busco una fisura, una variable, una intuición para encontrar lo diferente.
Martín, a los 10 años, no se comunica; gira objetos y realiza movimientos estereotipados. Cuando lo veo por primera vez está tirado en el piso, la mirada se dirige al suelo. Totalmente hipotónico, aplastado, se queda profundamente dormido. El rostro en el suelo, el cuerpo desvencijado, aplanado en el suelo, tal vez su único sostén.
Procuro moverlo, hablarle, hacerle algo, pero no hay respuesta. Por unos instantes, quedo perplejo, desolado, comparto con él la caída, la agonía de un dormir sin sueño...
¿Será eso lo imposible de representar? Y entonces... me angustio. ¿Qué hacer, cómo actuar?
A sus 6 años, Ariel se presenta estereotipando todo el tiempo, con una soga, con sus manos y aleteando. El rostro asustado y triste delimita el exceso de sufrimiento que se enuncia porque habla escuetamente, tenuemente, en tercera persona. No sonríe, continuamente (con la cabeza agachada) mueve la soga, la agita, tengo la sensación de que habla con ella.
Decido comenzar a dialogar con la soga. ¿Será éste un modo de armar una relación con él y la tristeza?
Alberto es un niño que tiene 4 años, temeroso, atento a todo lo que pasa, tenso en la postura corporal; está muy angustiado, repite palabras y frases que parecen no tener sentido ni ilación una con otra. No entra en el juego, se queda mirando objetos o se aísla en ellos. Reproduce cuentos de memoria, los narra con todos los detalles, sin emocionarse ni conmoverse. Siento que no puede entrar en el cuento, lo bordea sin salida, pero ¿cómo entrar y salir del cuento para que un acontecimiento se inscriba?
Necesito encontrar la respuesta en la misma escena del cuento que no cuenta, salvo el hastío de lo mismo, siempre. ¿Podré entrar en la irrepresentable escena para contar otro cuento?
Carla, una niña de 11 años, se autoagrede, golpea puertas, tira del pelo, pellizca, no habla. A veces grita, no se comunica con sus compañeros, no esgrime ninguna demanda. El sonido inmóvil del dolor se hace presente drásticamente en sus gritos anónimos.
¿Cómo abrir un eco distinto si Carla no demanda? ¿Podré encontrarme con ella respondiendo a su grito?
Juan a los 10 años dice algunas palabras y pellizca. El pellizco de él es siempre idéntico a lo que es, pellizca encerrándose. La dureza del pellizcar extenúa la perpetuidad sin cambio. Es un pellizco irreversible que no miente; certero, destruye. Cuando lo conozco no deja de pellizcarme, pellizca descontrolado... En el límite, retiro su mano-garra de mi brazo y vuelve a agarrarme. En ese vértigo desgarrante, mi cuerpo queda marcado: lleva la huella de una marca sin piel, sin sombra; indivisible, se pierde, despojada de imagen.
La escena del pellizco se reproduce inmóvil, persistente; coagulándose insiste en la solidez de la garra, en la desazón y desesperación sensible. En la parodia del equilibrio estallado, turbulento, Juan existe.
El pellizcar, ¿es un símbolo de Juan?
¿Es la negación de sí mismo?
¿Será la morada inconclusa de un recuerdo devenido pellizco?
¿El pellizcar cuida a Juan de desaparecer?
¿Pellizcando se defiende antes de que lo ataquen?
¿Podrá ser una búsqueda de lo que, como imposible, marcó su cuerpo?
¿Se produce, en el pellizcar inalterable, la plenitud de un dolor sin pena?
Pellizco sobre pellizco, grito en la marca, tristeza detenida, ¿cómo encontrar a Juan en el otro espejo?
A los niños del otro espejo generalmente se los clasifica, tipifica, selecciona e institucionaliza en prácticas terapéuticas, clínicas y educativas especiales de acuerdo con pautas, pronósticos y diagnósticos que estigmatizan la estructuración subjetiva y el desarrollo.
En este escrito pretendemos incluirnos en el otro espejo, apartándonos de lo que supuestamente estos niños no pueden hacer, ni crear, ni decir, ni representar, ni simbolizar, ni jugar, para ubicarnos fervientemente a partir de lo que sí pueden construir, pensar, imaginar, hacer, decir y realizar, aunque parezca extraño, desmedido, intraducible, caótico o imposible.
Desde esta posición se nos abre la posibilidad de encontrarnos con el otro espejo, con la otra infancia sufriente, aquella que en su desmesura permanece en la impermanencia de lo inmóvil. Ella se agota en el mínimo desplazamiento, en ese movimiento ínfimo consume su significado. He allí la otra imagen que se pasea voluptuosamente en la mudez informe.
El mundo del niño del otro espejo es desértico en su esencia, siempre idéntico a lo que no es, persiste cercenándose. Sin simbolizar vibra retráctil en el goce continuo, violento, donde perdura en la inminencia del instante pétreo, sufriente. Construye definitivamente una escena fija, desguarnecida del Otro, obscena; en ella ocupa el tiempo todo.
Estamos persuadidos de que existe una estructura sin sujeto constituido como tal. Los niños del otro espejo no hacen más que confirmarlo; crean huellas en el agua, por lo tanto, no hay registro de ellas a menos que, en una increíble parodia, nos metamorfoseemos en agua para recuperarla como acontecimiento significante propio de un decir aún no dicho y de una relación no concluida ni develada.
La imagen del cuerpo no perdura en el anonimato del agua, más bien se ve arrastrada por ella a las profundidades de un abismo sin pausa ni fronteras, donde termina evaporándose. ¿Será por ello que escenifican el dolor sin sujeto, creando una imagen en lo real refractaria del lazo relacional y simbólico?
Al introducirnos en el escenario detenido de lo otro, solos allí, en ese aislado e insólito espejo con el niño, compartiendo el siniestro borde del goce, en esa opacidad del cuerpo sin sombra, el eco resuena distinto, la desolación puede orientarse y, en el quiebre en lo idéntico, en el pliegue del doblez o en el impenetrable trazo del detalle, la fragilidad del espejo de cristal surge desbordándose, estallando en el encuentro sensible con el otro.
Muchas veces me encontré estereotipando con el niño, fue la única ventana de entrada, mirando ciegamente con él una luz, el blanco de la nada, moviendo un objeto, gritando, girando en el vacío, balanceándome mecánica, rítmica, locamente. Y sólo desde allí, en la extravagancia, dejándome desbordar por la plenitud gozosa y sufriente, en esa soledad y estatismo obscenamente indiferente, pude anticipar un sujeto e iniciar un lazo transferencial.
Al creer que había un gesto en la estereotipia, suponer en una mirada la demanda, percibir en la desmesura del grito la alteridad de un detalle; al captar lo insignificante en el estereotipar, una otra escena aparecía a través de la cual nos (des)conocíamos del mudo y tedioso otro espejo, para re-conocernos en otra imagen.
En este escrito me acompaña el asombro y la perplejidad del registro corporal-sensorial de esos intensos y dramáticos momentos en que el niño que sólo miraba la luz, por primera vez se demora y en esa intensidad me mira. Cuando la niña que nunca había llorado (sin registro del dolor), al despedirnos de una sesión se lanza al estrépito del llanto. Llora porque nos despedimos, llora en y por la existencia del otro. Cuando la niña que sólo rompía plantas se detiene ante el grito de dolor que, como personaje planta, encarnaba (suponiendo la otra escena) y reacciona tomando el borde de la hoja, parpadea, me mira, se sonríe y corre a otra planta para darme a leer otro gesto en la infinidad del encuentro.
Estos acontecimientos y la plasticidad simbólica y neuronal que los mismos conllevan no dejan de afectarme conmoviéndome, impactando en lo irrepetible que se ha creado en el escenario junto al niño; somos sensibles a él. Es necesario descentrarnos de nuestros prejuicios e ideales para dejarnos desbordar por la novedad en devenir del encuentro inesperado del indispensable espejo.
En esos vértices, desde esos ángulos, el espacio otro que invade al niño deshabitándolo se resquebraja, aparece una fisura, el hastío sofocante de lo mismo se desvanece y en esa pérdida emerge una nueva imagen, tal vez el primer y efímero secreto.
En la re-escritura del encuentro con el niño el espacio-tiempo se ensancha, proponiendo un nuevo juego cuyas huellas ya no se asientan en el agua; por el contrario, marcan el cuerpo en el artificio móvil de la otra escena.
En la sensible complicidad íntima, el despertar de lo infantil del niño acontece jugando el otro espejo, develando los infinitos caleidoscopios de las formas por-venir, guiados ahora por las huellas secretas del cuerpo, aquellas que en el niño del otro espejo siempre se pierden, si uno no está dispuesto a crearlas, recogerlas y recuperarlas junto a él.
Los niños del otro espejo nos abren las puertas para pensar el universo infantil más allá del malestar en las aristas, litorales y acertijos cuyos laberintos secretos no dejan de conmovernos. Introducirnos en ellos es el digno desafío al que les proponemos no renunciar.
Retomemos el primer interrogante: ¿Quiénes son los niños del otro espejo? Son aquellos que no pueden producir plasticidad y construir lo infantil de la infancia. Por lo tanto: ¿qué es lo que constituyen?
Capítulo 1
LA INFANCIA DEL OTRO CUERPO
Un órgano de los sentidos móvil (ojo, mano) es ya un lenguaje, pues es una interrogación (movimiento) y una respuesta (percepción como cumplimiento de un proyecto) hablar y comprender.
M. Merleau-Ponty
EL BEBÉ EN LA ESTRUCTURA SENSORIO-MOTRIZ
Desde nuestra concepción acerca de la estructuración subjetiva y su articulación con el desarrollo psicomotor, nos parece central detenernos en la conceptualización de lo sensorio-motriz como una dimensión fundante de la infancia.
Desde una perspectiva neurológica, el desarrollo sensorio-motor adquiere vital importancia para evaluar la evolución madurativa de la función motriz. Como lo destacó Ajuriaguerra (1993), la función motora está delineada por tres sistemas que interactúan entre sí:
a) El sistema piramidal (efector del movimiento voluntario).
b) El sistema extrapiramidal (se ocupa de la motricidad automática y asigna la adaptación motriz de base a diversas situaciones).
c) El sistema cerebeloso (regulador del equilibrio y la armonía que concierne tanto a los movimientos voluntarios como involuntarios).
La integración de estos tres sistemas motores determina la actividad muscular que, a su vez, tiene básicamente dos funciones: a) La función cinética o clónica. b) La función postural o tónica. La primera corresponde al movimiento propiamente dicho, mientras que la segunda está ligada a los estados de tensión y distensión fásica del músculo, desde donde se desprende el movimiento.
Este conjunto de sistemas y funciones conforman el aparato motriz, su preparación y su ejecución lo que, indudablemente, le otorga a la motricidad un valor instrumental y mecánico en sí mismo.
Henry Wallon (1976) fue quien introdujo uno de los aportes más significativos en esta integración, al indicar el papel relacional y social de la motricidad del niño. Para este autor, las funciones tónico-posturales se transforman en funciones de relación gestual y corporal, donde se orientan las bases del futuro relacional y emocional del infante en un interjuego dialéctico, biológico y social.
Piaget retoma la concepción walloniana de lo sensorio-motor, ubicándolo como un primer estadio (0 a 2 años) esencial para el desarrollo de la asimilación y la acomodación, como modo de adaptación y adquisición de la inteligencia práctica en el niño.
No nos detendremos aquí a realizar un análisis exhaustivo del desarrollo evolutivo-genético que plantea Piaget. Simplemente queremos destacar la importancia que para este autor adquiere el desarrollo sensorio-motriz en sí mismo. No hay ninguna duda de que lo sensorio-motor es uno de los pilares de su ya clásica concepción de la inteligencia y la evolución de la infancia.
El estadio sensorio-motriz que plantea Piaget es una invariante funcional de la inteligencia, que cumple su función de adaptación y equilibración al medio externo, a través de la asimilación y acomodación como procesos de adaptación cognoscitiva o fisiológica.
Para Piaget (1973), el determinante biológico es central en toda su concepción de lo sensorio-motor. Resumiendo un capítulo, afirma: En resumen, no hay ni exageración ni simple metáfora en decir que la reactividad nerviosa asegura la transmisión, de manera continua, entre la asimilación fisiológica, en la acepción amplia, y la asimilación cognoscitiva en su forma sensorio-motriz
.
En la descripción que realiza Piaget del estadio sensorio-motor, las invariables biológicas y hereditarias ocupan un lugar central, sin ocuparse del contexto afectivo o relacional del infante. Cada estadio y subestadio se puede medir, evaluar y testificar en forma independiente y aislada del correlato subjetivo.
Para este autor, tanto el funcionamiento motriz como el mental tienen un modo de organizarse y ordenarse en relación con el medio ambiente, que sigue siempre evolutivamente el mismo camino en el desarrollo. Esta modalidad de ordenamiento responde a una lógica uniforme; (1) el niño, asimilándose y acomodándose al medio, progresivamente se va adaptando armoniosamente al exterior.
Es a partir de esta concepción que lo sensorio-motor ha sido considerado en su vertiente cognoscitiva e instrumental, dando lugar a una serie de estandarizaciones y test que intentan correlacionar un verdadero
paralelismo entre lo sensitivo motriz y lo cognitivo, en la tentativa de lograr una adecuación armónica de lo motor y lo mental, o sea, de lo sensorio-motor.
En este sentido, no olvidemos la gran maduración y evolución del córtex cerebral durante el primer año de vida en lo concerniente a la función motriz y al tono muscular.
La primera actitud muscular implica un pasaje sucesivo de hipotonía del eje corporal y flexión e hipertonía de los miembros, a hipertonía del eje corporal (denominado eje axial) e hipotonía de los miembros.
Estos cambios tónicos-posturales, que culminarán en la conquista del eje vertical, darán las bases neuromotoras de las primeras praxias. Piaget (ob. cit.) las define como acciones o reacciones motoras en función de un resultado o una finalidad intencional.
En esta teoría, la eficacia práxica-motriz es fundamental para el desarrollo de las funciones cognoscitivas del niño en la búsqueda del supuesto
equilibrio tónico-emocional-cognitivo. Lo que marca el grado de inteligencia sensorio-motriz y de todo el desarrollo del niño es la eficacia de la acción.
Desde estas concepciones del desarrollo, el valor de la motricidad está dado por el grado de acomodación y adaptación del infante ante nuevas situaciones con las que se encuentra