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Victoria Kandel
kandelv@gmail.com
1. Presentación
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Burton Clark dice, al respecto que: “….”
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3) Por último, la Conferencia Mundial de Educación Superior convocada por la
UNESCO en 1998, en su Declaración final expone las misiones y funciones de la
educación superior para el siglo XXI, y señala la importancia de:
a) “formar diplomados altamente cualificados, ciudadanos
responsables, capaces de atender a las necesidades de todos los
aspectos de la actividad humana (…) y b) constituir un espacio
para la formación superior con el fin de formar ciudadanos que
participen activamente en la sociedad”.
Estos testimonios –que son sólo un pequeño recorte de los muchos ejemplos que se
pueden recopilar- si bien son coincidentes en cuanto a que reconocen en un mismo sujeto al
profesional y al ciudadano, poco nos dicen acerca de qué tipo de ciudadanos, con cuáles
características, volcados hacia qué compromisos ó involucrados en cuáles problemáticas. Y
menos aún nos dicen acerca de cómo implementar semejante tarea.
La propuesta de estas páginas es discutir en qué medida la universidad (la
universidad pública argentina en particular) alberga este tipo de debate y si se asume (o no)
como una institución responsable a la hora de formar ciudadanos y ciudadanas. Se
propone, pues, examinar las siguientes cuestiones: ¿Es la universidad argentina una
institución educativa que se compromete con la formación de ciudadanos?, ¿Qué significa
formar ciudadanos?, ¿cómo comprender la noción de ciudadanía? ¿cuáles son las
dificultades que surgen a la hora de pensar esta noción en el mundo contemporáneo y en la
Argentina actual?
Si bien las preguntas son planteadas de este modo, el recorrido seguramente traerá
aparejado el despertar de otros y más profundos interrogantes. Creo, en este sentido, que la
duda y la búsqueda son necesarias para encontrar las respuestas que necesitamos.
El debate académico parece haber redescubierto la preocupación por la ciudadanía,
tal como lo plantean Kymlika y Norman, al proclamar en un famoso artículo publicado en
1997 “el retorno del ciudadano”, es decir, el retorno del problema de ser ciudadanos. Si
bien originalmente la ciudadanía fue concebida como una categoría igualadora, de
pertenencia, y como práctica que otorga derechos, el mundo contemporáneo plantea
desafíos para esta idea de igualación. La problemática social contemporánea pone de
manifiesto la desigualdad, la exclusión, el individualismo y la fragmentación social en tanto
que son todos procesos sociales que limitan el potencial igualador e integrador contenido en
la figura política y legal del ciudadano. Por lo tanto, la propuesta de estas páginas consiste
en introducir una reflexión sobre la “ciudadanía como problema” (ó, mejor dicho, el
problema de pensar en la noción de ciudadanía) y es a partir de la comprensión de esta
categoría analítica que emerge la pregunta acerca del papel que juegan las instituciones
educativas en la construcción de una determinada comprensión y también de determinadas
prácticas de ciudadanía.
Al abordar esta problemática suponemos que estamos habitando un nuevo escenario
de “des-ciudadanización”, en el cual resulta imperioso recuperar nociones como
“comunidad”, “compromiso con lo público y lo social”, “reconocimiento del otro”, en
definitiva, con lo humano en su más amplia definición.
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Sobre el necesario vínculo entre educación y ciudadanía, tal vez un buen comienzo
pueda ser retomar las palabras de J. J. Rousseau, quien –en ese maravilloso tratado político
pedagógico que es el “Emilio”-, se encuentra un dilema que cobra hoy un nuevo
significado a la luz de los desafíos presentes para la enseñanza en todos los niveles.
Rousseau plantea la siguiente cuestión:
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el individualismo, la fragmentación y la competencia inhiben la posibilidad de afrontar la
tarea conjunta de formar profesionales y ciudadanos?
Tensiones
Pero la experiencia cotidiana en el mundo contemporáneo y en la Argentina de hoy
nos colocan ante una tensión en que tanto ser ciudadanos no remite necesariamente en
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nuestro imaginario y en nuestra experiencia a la idea de pertenencia, ni a la noción de
participación y tal vez tampoco en muchos casos, a la posesión de ciertos derechos. La
pregunta por la ciudadanía nos ubica, pues, en una disyuntiva entre aquello que dice el
universo de lo normativo y la experiencia cotidiana.
Ya en 1949 T.S. Marshall, señaló la tensión entre “ciudadanía y clase social”. Según
este autor, la modernidad y la emergencia de los estados nacionales requirieron la
construcción de un sujeto que se perciba como igual y como perteneciente a una
comunidad, en un contexto de desigualdad social como lo es el capitalismo. Por lo tanto, si
por un lado la esfera económica es desigual por naturaleza, la esfera política requiere crear
una sociedad que se perciba como parte de un todo, como miembro, y como sujeto de
derechos. La respuesta a esta necesidad es la idea de ciudadanía: la ciudadanía es una
categoría igualadora e incluyente.
Así, es fácil advertir que en nuestras sociedades contemporáneas nos veamos
inmersos en esta fricción entre igualdad política y desigualdad económica. Por lo tanto:
¿pueden coexistir una educación que pretende ser inclusiva y transformadora con una
realidad social cada vez más injusta y excluyente?
Es esperable que nos planteemos –teniendo como referencia a la Argentina de hoy-
toda una serie de problemas a la hora de reflexionar sobre la enseñanza de derechos y la
construcción de ciudadanía en la escuela. ¿Es posible formar ciudadanos participativos,
activos, comprometidos, cuando la política y las instituciones públicas están en un proceso
de constante deterioro? ¿Cuando la confianza en “lo público” se encuentra mermada y la
propia idea de participación no es percibida por jóvenes y adultos como un valor en sí
mismo?
Isidoro Cheresky sostiene que desde los ochenta y hasta hoy la Argentina no sólo
está atravesada por una retracción de la ciudadanía, por una disminución del interés por los
asuntos públicos, desconfianza y escepticismo de las políticas públicas y el rol del Estado,
sino también por el debilitamiento de los vínculos políticos y sociales. Prácticas como el
personalismo, el clientelismo y el deterioro del vínculo representativo (entre representante y
representado) refuerzan la idea del debilitamiento del vínculo político y la interpretación
clásica de lo que significa ser ciudadano.
Guillermo O´Donnell ha llamado a esta nueva forma de comprender y ejercer la
ciudadanía: “ciudadanía de baja intensidad”: una ciudadanía que se repliega sobre sí misma
abandonando la dimensión pública que otrora la ligaba a una identidad común. La
ciudadanía deja de ser entonces, una posibilidad de encuentro, de creación, de pertenencia y
de identificación. Los ciudadanos delegan en otros (“los políticos”) gran parte de sus
responsabilidades al comprobar que sus derechos se ven violados y la participación carece
de sentido.
Frente a todos estos problemas, es preciso replantear el lugar de la política, de la
democracia, de la ciudadanía, y, por supuesto, de los derechos. O´Donnell afirma que:
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plantearlas no sólo en cuanto a mejorar el régimen político, sino
también respecto de ese horizonte normativo: mejorar mucho las
graves falencias que tiene Argentina, y avanzar en la conquista más
plena de una ciudadanía civil, social y cultural” (entrevista en
Página12, 1/7/2007).
Sin intenciones de desviar la atención hacia una cuestión interesante que afecta la
enseñanza universitaria, -me refiero a la tensión entre formación integral y formación
profesional-2, podemos afirmar que la universidad atraviesa un proceso de creciente
pragmatismo, donde el conocimiento puede desdoblarse en aquello que se considera “útil”
y aquello que por constituir el universo de la cultura, lo humanístico o lo no estrictamente
profesional pasa a recibir la categoría de “superfluo”. La siguiente cita lo resume de este
modo:
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ciudadanos que se están incorporando a la vida pública y política de un determinado
estado? En definitiva, ¿qué lugar ocupa la dimensión crítica (el pensamiento crítico alejado
de la reproducción y del pragmatismo) y la preocupación por el entorno, por el mundo que
nos rodea, en el cual habremos de intervenir en tanto profesionales?
La sola instrumentalidad, ó –como también señalan los especialistas que constituye
una tendencia en la educación superior- la transmisión de habilidades (el “saber hacer”)
debe estar en permanente diálogo con la dimensión crítico social en un proyecto
pedagógico en el marco de una universidad.
Pero también es preciso advertir que el nivel curricular es una de las dimensiones
donde se pueden introducir cambios para favorecer la formación de ciudadanos y
ciudadanas. El otro es el nivel institucional, lo que compete tanto a la disposición espacial
del escenario de enseñanza, el vínculo docente-alumno, la organización del gobierno
universitario, el bienestar estudiantil, o todas las políticas, programas, proyectos que se
originan en la institución universitaria. Es decir que todo aquello que transcurre en la
universidad forma parte de esa experiencia que denominamos construcción de ciudadanía.
Una de estas experiencias es, en el caso de los relatos que contiene este volumen, las
políticas académicas sobre voluntariado universitario.
En definitiva, se trata por todos los medios de desarrollar estrategias que permitan a
los estudiantes y graduados, además de conocer su profesión, reflexionar e involucrarse en
su condición de ciudadanos. Esto es imperioso en un contexto como el actual de abandono
de la reflexión crítica, de creciente individualismo y competencia, donde nociones como
comunidad, compromiso ó participación (por nombrar sólo algunas) son subestimadas.
Desafíos
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de información, ya sea por la percepción que tenemos hoy sobre la política como así
también por los profundos cambios que experimentó la sociedad en su conjunto.
¿Tiene la educación política todavía algún sentido?, nos preguntamos junto a Siede
(pag. 108). Y respondemos en acuerdo con este autor: “creo firmemente que sí, pues su
propósito es producir condiciones para hacer efectiva la democracia, para suscitar
resistencias y propuestas que nos encaminen hacia una sociedad más justa. La educación
escolar es una vía indispensable de distribución de saberes y construcción de herramientas
de poder”.
¿Cómo debería ser esa educación, qué compromisos debería asumir, qué valores
tendría que promover? Son todos interrogantes que deben ser discutidos con compromiso y
pluralidad, intentando arribar a consensos. Pues es precisamente la democracia la base que
nos proporciona la posibilidad de dar inicio a estos debates.
Uno de los desafíos consiste, pues, en introducir una discusión crítica sobre estos
temas. Reproducir un discurso sobre el “deber ser” de la ciudadanía, alejado de las
condiciones materiales en las cuales ésta se desempeña, supone despertar la desconfianza y
la alienación entre los estudiantes. Comentarios habituales son: ¿“para qué me voy a
involucrar”?, ¿de qué me sirve participar si al final no obtengo beneficios?”, emitidos por la
voz de jóvenes (universitarios o no). La sola introducción del debate sobre la ciudadanía –
es decir, pensar “la ciudadanía como problema” –puede despertar debates acerca de las
circunstancias actuales en que ejercemos nuestra condición de ciudadanos. Un abordaje
necesario consiste, en definitiva, en proponer la formulación de preguntas acerca de la
ciudadanía y la comprensión que de ella se tiene en el marco de las instituciones educativas
de las cuales formamos parte.
Otro de los desafíos para el abordaje del vínculo entre construcción de ciudadanía y
educación consiste en considerar que el trabajo sobre los derechos puede constituirse –tal
como lo pretenden las experiencias volcadas en este libro- en una invitación a pensar
precisamente en el sentido de esos derechos, en las dificultades que supone la no asunción
de los mismos y en la idea de lucha por la inclusión y la igualdad. En esta dirección, el
trabajo sobre la ciudadanía y los derechos no supone solamente en la transmisión de un
listado de prerrogativas, sino que contempla la construcción de un debate acerca de la
forma en que los ciudadanos somos capaces de actuar en un espacio público que nos
pertenece y al cual deseamos formar parte. Porque, tal como lo mencionamos arriba,
ciudadanía supone tanto una condición, un status pero también una determinada actitud, es
decir, una determinada acción que nos invita a pensarnos como miembros de una
comunidad a la cual pertenecemos y la cual nos provee de una determinada identidad.
Asimismo, es interesante confrontar con aquellas afirmaciones que sostienen que la “no
decisión” (de participar, de involucrarse, de actuar) es también una decisión. Debatir sobre
las consecuencias del actual desinvolucramiento –tanto en la universidad como en los otros
ámbitos educativos- forma parte del desafío de reflexionar crítica y autocríticamente.
Todas estas cuestiones son importantes a la hora de pensar en el vínculo entre
educación y ciudadanía, ya que ningún abordaje es neutral, sino que está comprometido un
acto profundamente político (en sentido más positivo y creativo del término) donde la
aspiración es recuperar a la política en tanto ámbito de libertad, de emancipación y de
realización humana4.
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ver Arendt
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Ahora bien, volviendo al tema de la universidad y retomando las experiencias que
se relatan en estas páginas, es interesante revisar los abordajes y los escenarios sobre los
cuales se monta la escena educativa. En el encuentro entre estudiantes universitarios y
jóvenes que asisten a diferentes instituciones se produce algo que es interesante recuperar:
en este escenario no hay transmisores y receptores sino la idea de que todos se transforman
a la vez en maestros y alumnos. “Quien enseñando aprende y quien aprendiendo enseña”,
podría ser el lema de este encuentro5. La idea de “enseñanza de derechos” no es concebida
como transmisión, sino que se trata de una construcción conjunta donde todos los
participantes se piensan a sí mismos como iguales, ya que en todos los casos existe una
experiencia que acerca a los sujetos a una determinada construcción de ciudadanía. Tanto
alumnos como futuros profesionales se piensan a sí mismos en su carácter de ciudadanos, o,
al menos, ese es el desafío. El estudiante de derecho, futuro abogado, dialoga con jóvenes
y niños sobre el significado de ser ciudadano, y eso constituye una experiencia formativa
para él y no sólo para quien participa del taller.
La universidad argentina deberá entonces tomar una decisión sobre el tipo de
formación que desea desarrollar en tanto institución pública. La instrumentalidad del
conocimiento práctico, las habilidades, el llamado “conocimiento “útil” no puede
desentenderse del contexto donde ese conocimiento será aplicado. Tampoco puede
desvincularse de ejercer constantemente una mirada crítica y comprometida que revise las
propias prácticas profesionales y sea responsable por las consecuencias de esas prácticas.
En definitiva, el desafío es intentar desarrollar una ciudadanía profesional conciente de que
el ejercicio de cualquier profesión supone reconocerse habitando un mundo social, un
mundo-con-otros.
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Este lema fue pronunciado por los estudiantes universitarios que protagonizaron el
Movimiento Reformista de 1918 en Córdoba. Según ellos, la universidad es una
“república de estudiantes” donde en algún punto –y aún reconociendo las asimetrías-
el estudiante y el profesor se equiparan. La experiencia de la educación debía ser,
para ellos, una experiencia que igualara a todos los miembros de la comunidad
universitaria en una República de estudiantes: ya que en ella son todos estudiantes,
“quien aprendiendo enseña y quien enseñando aprende” (citado en Del Mazo….).
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Bibliografía
• Guillermo de Humboldt, “Sobre la organización interna y externa de los
establecimientos científicos superiores de Berlín”. Escrito en 1810, 1°
edición 1896. Publicado en La idea de universidad en Alemania
• Bonvecchio, Claudio
• Ortega y Gasset, José
• Conferencia Mundial de Educación Superior convocada por la UNESCO en
1998
• Kymlicka y Norman
• Rousseau,
• Marshall,
• Arendt
• Del mazo
• De Alba, Alicia
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