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Don Pelayo es uno de los personajes más

enigmáticos de nuestro pasado.

A su reconocido papel al frente de la


resistencia cristiana frente al dominio
musulmán, se le opone un desconocimiento
prácticamente total sobre su trayectoria, que ha
llegado a nuestros días enturbiada por la
manipulación posterior que las Crónicas
hicieron de su figura, hasta convertirla en el
origen legendario de la Reconquista.

Antecedentes

Para entender la figura de Don Pelayo, es


necesario conocer el pasado inmediatamente
anterior a su aparición en el panorama
histórico. Los musulmanes, al frente de Tariq,
habían derrotado a las huestes godas de
Rodrigo en la batalla de Guadalete, librada en
el año 711. Su expansión por la península fue rápida, propiciada por el colaboracionismo de la
nobleza hispana, cuya gran mayoría prefirió someterse a los invasores a cambio de mantener
el poder sobre sus territorios, y por la escasa oposición de la Iglesia, bajo el control del
arzobispo de Toledo.

Durante los primeros años, la ocupación del territorio no fue total. Los musulmanes se
asentaron en Andalucía, Levante y el Valle del Ebro, mientras que en el resto de la península
establecieron guarniciones cuya función era la de recaudar tributos y lanzar campañas para
recordar su presencia, que tuvo su límite septentrional en el inicio de la cordillera cántabro-
pirenaica.

Es precisamente en este territorio, dominado por astures, cántabros y vascones, escasamente


romanizado y ajeno a la ocupación visigoda, donde se fraguará el germen de la resistencia al
nuevo enemigo, que la despreció considerándola "una treinta de asnos salvajes", en palabras
del cronista árabe Al-Maqqari.

Pelayo, ¿caudillo astur o noble visigodo?

Es difícil responder a esta pregunta, cuyas implicaciones en uno u otro sentido pueden producir
una interpretación diferente de los acontecimientos históricos posteriores. Las Crónicas
medievales, que se han de analizar con cautela, coinciden en señalar el pasado nobiliario de
Pelayo. La Najerense y la Rotense le presentan como espadero de los reyes Witiza y Rodrigo,
es decir, miembro de su guardia personal. Ya en el siglo XIII, Lucas de Tuy nos amplía esta
información, asegurando que era nieto del monarca Chindasvinto e hijo de Favila, por lo que
estaría emparentado con Rodrigo, que a su vez era hijo de Teodrofredo, hermano del padre de
Pelayo. Es decir, su pasado era completamente visigodo.

Siguiendo esta línea, cabe pensar que Pelayo, tras la derrota de Guadalete, se replegase hacia
el norte con un contingente de nobles afines en busca de un terreno más propicio. El cronista
Al-Maqqari, así nos lo explica "no había quedado más que la roca donde se refugió el rey
llamado Pelayo con trescientos hombres". Allí debió de granjearse la confianza de los pueblos
norteños, que sirvieron para potenciar sus huestes.

Sea como fuere, se acepta que Pelayo fue nombrado rey en el año 718, fecha que se
considera como el inicio del reino astur, con capital en Cangas de Onís. En la actualidad, cerca
de Cordiñanes, en dirección a Caín, existe una ermita a la sombra del argayo Bermejo, cuya
advocación es la Virgen de la Corona. Todos los 8 de septiembre acuden a ella vecinos de la
zona en una romería para rememorar los acontecimientos que acabaron en la batalla de
Covadonga, lo que ha conducido a la profesora Margarita Torres a asegurar que pudo ser allí
donde se celebró la unción del nuevo monarca.

Cabe pensar que sus primeros años de mandato se enfocaron a organizar la resistencia. Sin
embargo, las Crónicas vuelven a sembrar de niebla los hechos históricos, ya que tanto la
Najerense como la Rotense aseguran que el motivo por el que Pelayo se enfrentó a los
musulmanes no fue otro que el intento del gobernador de Ieione, Munuza, de desposarse con
su hermana, para lo que le envió a Córdoba. A su vuelta, el monarca astur se negó a consentir
la unión, por lo que el musulmán trató de apresarlo. Sus intenciones fueron declaradas por un
amigo a Pelayo, que corrió a refugiarse en el monte Auseva, en una gran cueva, donde
finalmente se acabó librando la legendaria batalla.

En los últimos años, Barbero y Vigil han propuesto una interesante hipótesis sobre el posible
origen astur de Pelayo. Las Crónicas del ciclo de Alfonso III ofrecen un conjunto de noticias que
hacen ver la existencia de una tradición indígena que, lejos de considerar el reino astur como
heredero del desaparecido reino visigodo de Toledo, demostraría que es fruto de una tradición
local, propia de una sociedad gentilicia. Según estos autores, una elaboración ideológica
posterior habría vinculado al reino astur con el visigodo, con una doble intención, por un lado
como estímulo moral sobre la base del triunfo de Covadonga y, por otro, como vínculo que
legitimaría a los monarcas leoneses como depositarios de la herencia visigoda y, por tanto,
como aspirantes a recuperar el territorio perdido en el pasado.

Siguiendo esta interpretación, observamos cómo el propio Rodrigo, antes de la batalla de


Guadalete, se encontraba sofocando una rebelión de los vascones en el norte. Es también un
hecho que los visigodos no habían conseguido dominar a cántabros y astures, por lo que
parece complicado que un noble de origen godo, como Pelayo, fuera acogido y nombrado rey
por los astures después de años de resistencia. Finalmente, el importante papel jugado por la
Cova Dominica (Covadonga), refugio de los
rebeldes, no aparecería como casual, sino
como lugar simbólico vinculado a cultos pre-
cristianos de los vadinienses, antiguos
habitantes de la zona.

De esta manera, el desencadenante de la


batalla de Covadonga lo encontraríamos en
la resistencia de los astures al pago de
tributos al gobernador musulmán del Ieone
de las Crónicas, que a juzgar por la lógica,
debería de ser León y no Gijón, como
apuntan algunos expertos, ya que resulta
difícilmente creíble que los musulmanes se
arriesgaran a situar una plaza en la zona
costera cuando los rebeldes cortaban el
paso por las montañas.

Un hecho que terminaría por corroborar esta


hipótesis es que ni con Pelayo (718-737), ni
con su hijo Favila (737-739), el reino astur
ampliaría sus fronteras pese a la debilidad
de los musulmanes, que poco después de su incursión en la península, se verían enfrentados
en una guerra entre árabes y bereberes. Sería años después, con Alfonso I (739-757) cuando,
como consecuencia de la llegada de cristianos del sur, se comenzara a fraguar la idea de la
Reconquista.

La batalla de Covadonga

Hacia el año 722, ante la situación generada en el


norte, Tariq envió un ejército liderado por Alkama
para socorrer al gobernador Munuza frente a los
levantiscos astures. La batalla acabó con la huida
de las tropas invasoras, que no pudieron vencer la
resistencia de los aguerridos norteños,
conocedores del terreno y sabedores de la
importancia del triunfo para mantener su
independencia. Dice la leyenda que Pelayo
persiguió al ejército derrotado hasta la ciudad de
León, en cuyas proximidades, en los llanos de
Camposagrado, volvió a vencer a los huidos.

La batalla quedó salpicada posteriormente de


elementos míticos, que contribuyeron a reforzar el
sentido de apoyo Divino con el que los cronistas
quisieron adornar esta refriega para impulsar la
moral de las tropas que protagonizaban la
Reconquista.

Como fruto del matrimonio de Pelayo con


Gaudiosa nacieron Ermesinda, futura esposa de
Alfonso I, y Favila, que le sucedió tras su muerte
por enfermedad en el año 737.

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